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¿Por qué las máquinas no pueden crear valor?

(George Caffentzis)
La teoría de Marx sobre las máquinas1

La apropiación de una voluntad ajena es supuesto de la relación señorial. Por cierto, lo desprovisto
de voluntad, como el animal p.ej. puede entonces servir, pero no hace a su propietario señor. De los
visto resulta que la relación señorial y la relación de servidumbre corresponden igualmente a esta
fórmula de la apropiación de los instrumentos de producción y constituyen un fermento necesario
del desarrollo y de la decadencia de todas las relaciones de propiedad y de producción originarias, a
la vez que expresan también el carácter limitado de éstas.
--- Marx, Grundrisse2

Habrá máquinas que facilitan el trabajo, pero primero debes trabajar duro para tener una.
--- Marc Biefer y Beat Zgraggen, Prophecies3

Hace treinta años, economistas, sociólogos y futurólogos instaron mi generación a esperar una
sociedad en la cual las máquinas se han quedado a cargo de las tareas más repetitivas y estresantes,
y que la jornada laboral sería tan reducida a causa de la mecanización que nuestro problema
existencial no sería cómo soportar la jornada laboral sino más bien cómo llenar nuestro tiempo de
ocio. Nos contaron que la “sociedad opulenta” venidera transformará los antiguos problemas de
hambre, enfermedad e inseguridad en tenues recuerdos históricos. Las tendencias de largo plazo,
mostrando una reducción en la jornada laboral, el alza en los salarios reales y la reducción relativa
de la población activa remunerada (debido a restricciones al trabajo infantil y una edad de
jubilación más baja, por ejemplo) al inicio de los años '60 parecían confirmar semejantes
“expectativas grandes”.
Sin embargo, no todo era “futuro perfecto”. Profetas de derecha e izquierda proyectaban
diferentes distopías sobre la base de estas tendencias socioeconómicas. Aquellos de la derecha
advirtieron de una sociedad de masas posindustrial repleta de “gente superflua” anómica viviendo
de ingresos garantizados, desprovista de iniciativa individual y manipulada electrónicamente por un
estado de bienestar totalitario. Profetas de la izquierda vieron en esta mecanización una reducción
dramática de la capacidad del proletariado para luchar contra el capital, dado que su trabajo sería
menos necesitado mientras que el desempleo estructural exacerbaría cada vez más las divisiones
racializadas entre un pequeño sector de trabajadores calificados muy bien remunerados y una
enorme clase baja de “inempleables”. 4
Estas conjeturas futurológicas y distopías políticas resultaron ser radicalmente erróneas en sus
supuestos compartidos. La equivocación más patente puede ser percibido en lo que sucedió con la
extensión del tiempo trabajado en promedio durante un año, y la amplitud del mercado de trabajo
asalariado. Así como el incremento en la acumulación capitalista en los años 1840 y 1850 (después
de que entrara en vigencia la legislación de la jornada laboral de 10 horas en Gran Bretaña) puso en
crisis el alegato de Nassau Senior de que los capitalistas perderían la mayor parte de su ganancias si
se aprobara la legislación de la jornada laboral de 10 horas, así el terco rechazo de los estados
capitalistas desde los años 1960 en adelante a reducir sustancialmente la jornada laboral y la tasa de
participación en el mercado laboral parece poner en duda la suposición de que el capitalismo no
necesita más la capacidad creadora de valor del proletariado por la transformación de las máquinas
1
Traducción provisional hecha por Eric Meyer. Cualquier sugerencia para mejorar la traducción
enviar por favor a eric.stefano.meyer@gmail.com
2
Karl Marx, Grundrisse, tomo I, ed. Siglo XXI p. 462-3
3
Marcel Biefer and Beat Zgraggen, Prophecies, ed. Hans-Ulrich Obrist (Zürich and Venice:
Sammlung Hauser & Wirth and Aperto 93/Biennale of Venice, 1993).
4
Ver por ejemplo, Mario Savio’s “An End to History” in The New Left: A Documentary History, ed.
Massimo Teodori (Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1969), 159–61.

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en las principales productoras de valor.
Desde la crisis energética de 1973-74, el tiempo trabajado durante un año se expandió por
aproximadamente 10 por cientos, mientras que el número de trabajadores asalariados aumentó
dramáticamente con la introducción de millones de nuevos inmigrantes y mujeres trabajadoras en el
mercado del trabajo asalariado. Más personas están trabajando durante más horas (y por salarios
reales inferiores) que nunca antes en la historia de los Estados Unidos5. Según la estimación del
Departamento de Comercio de 1994, la cantidad total de trabajo asalariado por semana se ha
incrementado en los Estados Unidos por 57 por ciento entre 1970 y 1993, mientras que el número
de trabajadores asalariados no agrícolas ha aumentado de 69'461'000 en 1970 a 107'011'000 en
1993 y su trabajo semanal promedio aumentó de 38.3 a 39.3 horas. Esta tendencia puede observarse
en el conjunto del mundo capitalista avanzado (definido como los países de la OCDE) donde, a
pesar del aumento de la tasa de desempleo promedio (para trabajadores asalariados) en ese periodo,
el porcentaje de los trabajadores asalariados en la población incrementó del 42.8 por ciento al 46.8
por ciento6. Estos hechos contradecían las profecías sofisticadas acerca de la “obsolescencia del
proletariado”, especialmente cuando tomamos en cuenta la importancia creciente de las “actividades
económicas informales” que van desde el trabajo no remunerado en el hogar, pasando por el trabajo
“en negro” hasta las actividades criminales tanto en los países del OCDE como del tercer mundo 7.
Los intentos desesperados por parte de los gobiernos neoliberales post-coloniales y post-comunistas
(con la complicidad de agencias internacionales como el FMI y el Banco Mundial) de lanzar miles
de millones de trabajadores frescos a competir entre ellos en el mercado laboral internacional
mediante programas de ajuste estructural y emigración forzada representan una contradicción
adicional con la proyectada tendencia de una reducción del trabajo.
La existencia de tasas promedias de desempleo más elevadas en los países del ex bloque del
Este y en muchas partes de África y de las Américas (así como en Europa Occidental) no invalida
esta descripción. Las tasas de desempleo crecientes no indican la necesidad reducida de trabajo y
trabajadores por parte de los capitalistas, sino más bien que la creación de desempleo es una
estrategia capitalista estándar para incrementar la masa de fuerza de trabajo disponible y a la vez
reducir su valor. Cualquiera que sea las tendencias de desempleo, el aumento tanto de la duración
como de la masa de trabajo en los Estados Unidos y a nivel internacional a lo largo de la última
generación ha ocurrido a pesar de un aumento sin precedente en la transformación tecnológica
(desde la robotización del trabajo industrial a la computarización del trabajo comercial hasta la
introducción de métodos biogenéticos en el trabajo agrícola). En otras palabras, la mecanización
llevó a un incremento, y no una reducción, del trabajo.
¿Por qué se equivocaron los análisis más sofisticados de la última generación, y por qué sigue
habiendo hasta ahora un flujo continuo de textos como El fin del trabajo de Rifkin que ven en la
innovación tecnológica el presagio de una nueva era de producción sin trabajadores? Una forma
para comprender ese fracaso consiste en ver que estos análisis y textos asumieron que la tecnología
tenía que jugar un rol cualitativamente nuevo en el capitalismo contemporáneo, y que las máquinas
pueden crear valor, y por consiguiente plusvalor y ganancia. Se pueden encontrar tales puntos de
vistas no solamente entre economistas neoclásicos que sostienen que el capital (en la forma de
máquinas) usado en la producción de una mercancía es parcialmente causante del valor de la
mercancía, sino implícita o explícitamente entre muchos otros --- desde Hannah Arendt y Jürgen

5
Juliet Schor, The Overworked American: The Unexpected Decline of Leisure (New York:Basic
Books, 1991).
6
Organization for Economic Cooperation and Development, The OECD Jobs Study: Evidence and
Explanations (Paris: OECD, 1994).
7
J.J. Thomas, Informal Economic Activity (Ann Arbor: University of Michigan Press,1992);
Mariarosa Dalla Costa and Giovanna Franca Dalla Costa, Paying the Price: Women and
International Economic Strategy. London: Zed Books. 1995.

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Habermas hasta Antonio Negri y Jean Baudrillard --- que tomaron en serio al análisis marxista del
capitalismo, pero que luego afirmaron, a menudo apoyándose en pasajes de los escritos de Marx,
que ha ocurrido un cambio cualitativo en la naturaleza de la acumulación capitalista en el siglo
veinte debido al cambio tecnológico8. Si las máquinas crearían valor, se podría ciertamente ver la
validez de los escenarios que implican un cambio cualitativo en el capitalismo (como lo afirman los
posmodernos) y de aquellas teorías que se “despidieron del proletariado” y dieron primacía al
análisis de la resistencia al capitalismo en términos de “movimientos sociales” y la “política
identitaria”9.
En contraste con tales afirmaciones presentamos, en lo que sigue, una revisión y una defensa
del alegato original de Marx que las máquinas no pueden producir valor. Esta defensa se divide en
dos partes. La primera examina el alegato original de Marx en el contexto de la discusión de la
mitad del siglo diecinueve sobre máquinas, energía y trabajo en la economía política, la física y las
ingenierías. La segunda parte trata sobre este alegato desde la perspectiva del final del siglo veinte.
No solamente porque nos separa casi un siglo y medio de El Capital, sino también porque en el
estudio de la tecnología ocurrieron desarrollos teóricos mayores durante ese periodo. Marx y el
análisis marxista clásico solamente conocían dos teorías de máquinas: la teoría de máquinas simples
(desarrollada por Herón de Alexandría y perfeccionada por Galileo y los mecanicistas del siglo
dieciocho) y la teoría de la máquina térmica (desarrollada por Carnot y perfeccionada por Clausisus
y Thompson en la mitad del siglo diecinueve). Estas teorías fueron el marco para el desarrollo de su
propia teoría de máquinas. Sin embargo, una nueva teoría de máquinas fue desarrollada en los años
1930 (asociada con Turing, von Neumann, Wiener y Shannon) que no pudo ser conocida por Marx
y los marxistas clásicos. Para comprender cómo el alegato original de Marx sigue defendible en
nuestros tiempos, es necesario analizar la producción de valor en el contexto de máquinas de Turing
comunicantes, teóricamente capaces de retroalimentación y autoreproducción10.

La teoría de Marx y la termodinámica de mitades del siglo diecinueve

La energía en A ha aumentada y la en B disminuida; esto significa que el sistema caliente se ha


vuelto más caliente y el frío más frío, y sin embargo ningún trabajo ha sido efectuado, solamente la
inteligencia de un ser muy oberservador y hábil ha sido empleada.
--- Una carta de Maxwell a Tait en 1867

Las máquinas han estado en el centro de un discurso científico y filosófico complejo a lo largo
del periodo capitalista. Una de las características más notorias de este discurso ha sido su uso como
tropo para organizar el pensamiento sobre la naturaleza. Así, “la mecanización de la imagen del
mundo” tan lamentada por el romanticismo decimonono y los ecologistas inspirados por Heidegger
tiene sus raíces en el pensamiento burgués temprano y su intento por determinar cuánto trabajo
puede esperarse de los procesos naturales. Sin embargo, el lamento romántico sobre la
“desmistifiación del mundo” fue prematuro. Durante los últimos cuatro siglos se ha presenciado una

8
Hannah Arendt, The Human Condition (Chicago: University of Chicago Press, 1958); Hannah
Arendt, The Origins of Totalitarianism (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1973); Jürgen
Habermas, Legitimation Crisis (Boston: Beacon Press, 1975); Julius Sensat Jr., Habermas and
Marxism: An Appraisal (Beverly Hills: Sage, 1979); Jean Baudrillard, The Mirror of Production (St.
Louis: Telos Press, 1975); Jean Baudrillard, Simulations (New York: Semiotext(e)/Autonomedia,
1983); and Negri, Marx Beyond Marx.
9
Andre Gorz, Farewell to the Proletariat (Boston: South End Press, 1983); Andre Gorz, Paths to
Paradise: On the Liberation from Work (Boston: South End Press, 1985); y Caffentzis, “The Work-
Energy Crisis and the Apocalypse,” 11–57 en In Letters of Blood and Fire: Work, Machines, and the
Crisis of Capitalism (Oakland: PM Press/Common Notions, 2011).
10
Ver “On Africa and Self-Reproducing Automata,” 127 en In Letters….
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“remistificación” de la naturaleza en la que esta llegó a ser hecha capital en forma de una máquina
gigante, en vez de entrar en las personificaciones, encantadoras o aterradoras, de damas y señores
de guerra homéricos.
El uso de este tropo no fue accidental, dado que el desarrollo de la maquinaria y la
intensificación de la necesidad de una teoría de máquinas son aspectos esenciales del desarrollo del
antagonismo de clases. Cuando la clase trabajadora, a través de sus huelgas, revueltas y sabotajes,
vuelve riesgosa la acumulación mediante la extensión de la jornada laboral o la reducción de los
salarios por debajo del nivel de subsistencia, la ruta principal hacia la acumulación que queda
abierta es la del aumento del plusvalor relativo. Mediante la introducción de maquinaria que
aumenta la productividad e intensidad del trabajo, la parte necesaria de la jornada laboral puede ser
reducida (bajo determinadas condiciones) y el plusvalor puede ser aumentado incluso cuando se
mantiene fija la extensión de la jornada laboral y se preserva el nivel del salario de subsistencia. Es
cierto que en la mayoría de casos la clase capitalista en general, y muchos capitalistas individuales,
son llevados a rastras a las salas de exposición de cada nueva “revolución industrial”. Y se resisten
con razón ya que las nuevas máquinas cuestan mucho dinero y “crean un montón de problemas”,
especialmente en las fases iniciales. Pero invariablemente, la entropía de la clase trabajadora con la
que se enfrentan estos capitalistas recalcitrantes la obligará a comprar esas nuevas máquinas o
encontrar un sector completamente nuevo de la clase trabajadora para explotar... o, desde luego,
morir en cuanto capital.
Marx censuraba, con razón, la “teoría de máquina” tal como la encontró en la mitad del siglo
diecinueve. Había cambiado escasamente desde los días de Herón en cuanto a su forma (volviendo
a la misma vieja palanca, al plano inclinado, al tornillo etcétera) aunque su contenido matemático
pasó por una transformación enorme en los siglos diecisiete y dieciocho. En particular, Marx
censuraba sus categorías confusas y su falta de historicidad, de forma que recriminó la ciencia de
maquinas de su tiempo: “Las fallas del materialismo abstracto de las ciencias naturales, un
materialismo que hace caso omiso del proceso histórico, se ponen de manifiesto en las
representaciones abstractas e ideológicas de sus corifeos tan pronto como se aventuran fuera de los
límites de su especialidad”11. Intenta iniciar la “historia de los órganos productivos del hombre” en
la parte IV del primer tomo de El Capital. Consideremos una definición de la máquina típicamente
suya:
Toda maquinaria desarrollada se compone de tres partes esencialmente diferentes: el mecanismo
motor, el mecanismo de trasmisión y, finalmente, la máquina-herramienta o máquina de
trabajo. El mecanismo motor opera como fuerza impulsora de todo el mecanismo. [...] el
mecanismo de trasmisión [...] regula el movimiento, altera su forma cuando es necesario ---
convirtiéndolo, por ejemplo, de perpendicular en circular --- lo distribuye y lo transfiere a la
máquina herramienta. [...] la máquina herramienta es de donde arranca la revolución industrial
en el siglo XVIII.12

Marx invierta la jerarquía polar trazada por la narrativa estándar de la revolución industrial en
la que el énfasis está puesto en la potencia motriz en detrimento de la herramienta, al argumentar
que solamente con la separación de trabajo y herramienta en el proceso laboral original efectuado
por la manufactura se volvió necesaria la máquina de vapor. Lo que retuvo la aplicación de la fuerza
de vapor no era tanto la eficiencia de las máquinas de vapor en el siglo dieciocho, sino más bien la
falta de precondiciones de su uso13.
Pues si el proceso laboral tiene “tres factores elementales” --- la actividad personal del hombre
[sic], es decir el trabajo mismo, el objeto de este trabajo, y finalmente sus herramientas, entonces el
desarrollo del capitalismo (cuya condición histórica es la explotación del trabajo) implica,
irónicamente, una desintegración progresiva del proceso laboral. La acumulación originaria separa

11
Karl Marx, El Capital tomo I,ed. Sgl XXI, p. 453 (libro 2), nota al pie.
12
id. p. 453 y 454
13
id. p. 456
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primero al trabajador del su objeto de trabajo, la manufactura, mediante su atención obsesiva a los
detalles de “la diferenciación de los oficios naturalmente desarrollados” separa luego el trabajo del
obrero de las herramientas de ese trabajo hasta el punto en que la industria moderna aparece
deshacerse virtualmente por completo de la actividad del trabajador.
Al describir el proceso laboral, Marx le da la forma de un proceso aristotélico, cerrado con
punto de comienzo y final, medios y fines, entelequias y potencialidades de movimiento. En otras
palabras, presenta al proceso laboral como una actividad en el tiempo aristotélico. Pero en su eterno
esfuerzo para liberarse de la dependencia del “trabajador pertinaz e intratable” (Ure), el desarrollo
capitalista destruyó ciertamente la estructura metafísica aparente del proceso laboral, aunque no
destruyó de ninguna manera al obrero y su trabajo – todo lo contrario14. Pues los trabajadores
humanos entran, después de la introducción de la industria moderna, en una de las dos formas
principales: a) como “mero apéndice vivo” del sistema de maquinas, o b) como “miserable” cuyos
salarios son tan bajos que “la maquinaria encarecería la producción desde el punto de vista del
capitalista”15.
Para “el apéndice”, la jornada laboral es linearizada, ya que la forma básica del trabajo consiste
en alimentar y atender a la máquina cuyos ciclos son independientes del ritmo de trabajo del obrero.
La característica procesal del trabajo (como lo presentó Marx inicialmente) es eliminada: “en la
manufactura, la organización del proceso social de trabajo es puramente subjetiva, combinación de
obreros parciales; en el sistema de las máquinas, la gran industria posee un organismo de
producción totalmente objetivo al cual el obrero encuentra como condición de producción material,
preexistente a él y acabada16” En la industria moderna, el trabajador padece una especie de
revolución copernicana, en el cual pasa del centro del sistema productivo a sus márgenes
planetarios ... y luego es vaciado: bajo la amenaza del desempleo, la jornada laboral es o bien
ampliada, o bien intensificada.
De manera similar, la introducción de la maquinaria crea al “miserable” quien se encuentra
efectivamente del otro lado de la línea de costos en los inframundos de la producción. Si los
“miserables” empujan sus salarios encima de la línea determinada por una posible aplicación
tecnológica, entonces se eliminan a sí mismo en cuanto “miserables”, pero si se mantienen debajo
de esta línea saben que van a “malgastarse” a sí mismos y a su fuerza de trabajo.

Termodinámica y Valor

Las leyes que determinan la creación y las condiciones tanto de los “apéndices” como de los
“miserables” forman la teoría de Marx acerca del uso capitalista de la máquina. Pero mientras que
él estaba trabajando sobre esta teoría de maquinas, una teoría termodinámica sobre las máquinas
térmicas estaba siendo desarrollada por Joule, Mayer, Clausius, Maxwell, Tait y Thomson en
Inglaterra y Alemania. Ciertamente, la tensión entre la teoría de Marx y la termodinámica, y las
nociones diferentes de equivalencia y límite a las que ellos adhieren, plantea uno de las preguntas
más serias situadas en el borde entre capital y naturaleza: ¿qué diferencia la fuerza de trabajo
humana de otras fuerzas naturales y el trabajo humano (human labor) de otras formas de trabajo
(work)? La teoría de Marx postula una diferencia profunda entre máquinas y seres humanos-- que
las máquinas no producen valor, mientras que el trabajo (labor) humano si lo puede. Por el
contrario, la termodinámica argumenta que tanto máquinas como seres humanos pueden producir
“trabajo” (work). En la teoría de Marx, la asimetría entre máquinas y seres humanos es crucial,
mientras que la termodinámica no la reconoce, aún siendo ambas teorías sobre el trabajo (work).
Claramente, Marx estaba al tanto de esa nueva teoría-- termodinámica-- de máquinas, y estaba
preocupado acerca de su relación con su propia teoría que asumía la asimetría entre máquinas y

14
ib p. 448.
15
ib 480
16
ib p.469- 470
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trabajo (labor). En el primer libro de El Capital, al examinar la relación entre trabajo y fuerza de
trabajo, se refiere de forma directa a los trabajos de Grove y Liebig, dos entre muchos candidatos a
los laureles para el descubridor de la conservación de la energía. Esas referencias muestran que
Marx veía con claridad que era preciso integrar (o relacionar) la fuerza laboral en el conjunto
amplio de fuerzas que estaban siendo estudiados por los energeticistas de la mitad del siglo
diecinueve. Estas investigaciones se extendían horizontalmente, del calor a la luz, la electricidad, al
magnetismo y a la afinidad química; y verticalmente, desde el reino inorgánico (como en la
cristalización de átomos en sólidos), al reino vegetal (donde los minerales del suelo, el carbono y el
oxígeno de la atmósfera y la luz y el calor del sol son reunidos para hacer células de plantas) al
reino de los animales herbívoros (que liberan la energía de las plantas de forma interna para
posibilitar su movimiento animal) hasta el nivel de los animales carnívoros (que liberan la energía
de las plantas a un nivel superior). La fuerza laboral está situada más bien precariamente en la
cúspide de esta jerarquía vertical, relacionando sustancias vivas o convirtiéndolas en movimiento
humano. De manera que ella es un objeto de la física, de la psicología, y de la economía política,
pero sin embargo no en la manera en que Foucault veía el “trabajo” en el discurso de la economía
como homólogo a la “lengua” en lingüística y “vida” en biología 17. Más bien, la fuerza laboral es la
precondición física de la producción social y el punto de intersección entre la ley de la conservación
de energía y la ley de conservación de valor.
Sin embargo, Marx se esmeraba por distinguir entre el trabajo (labor) como aparecía la
economía política y el trabajo (work) como se presentaba en la termodinámica. Hacía eso de forma
indirecta. Por ejemplo, al final del capítulo 15 del primer tomo de El Capital, Marx criticaba una de
las excursiones de Liebig a la economía política--- su elogio al argumento de John Stuart Mill sobre
la “ley de rendimiento decreciente del trabajo” en la producción agrícola-- indicando que Liebig
usaba “una interpretación incorrecta de la palabra 'trabajo', una palabra que usaba en un sentido
bastante diferente a aquél adoptado por la economía política”, insinuando que incluso el químico
más sofisticado puede resbalarse al travesar la línea divisora entre naturaleza y sociedad, o entre la
química y la economía política. Al inicio del primer volumen de El Capital, Marx diferencia (no sin
mantener la conexión) entre el aspecto fisiológico y el aspecto social del trabajo: “todo trabajo es
[...] gasto de fuerza humana de trabajo en un sentido fisiológico, y es en esta condición de trabajo
humano igual, o de trabajo abstractamente humano, como constituye el valor de la mercancía”18.
“Esta cualidad” es un producto social, promediado entre todos los diferentes “puntos fisiológicos”
en un instante temporal particular para crear ese Leviatán productivo, “la fuerza de trabajo total de
la sociedad”. Por consiguiente, en el análisis de Marx, trabajo y fuerza de trabajo (labor y labor
power) se relacionan con el trabajo y fuerza de trabajo (work y work-power) de los fisiólogos
sensible a la termodinámica de la misma manera en que el trabajo total (work) efectuado por una
máquina de vapor se relaciona con el trabajo (work) efectuado por los átomos individuales en el
vapor. Hay claramente una relación entre los dos niveles, pero el superior depende de la disposición
macroscópica de las partes de la máquina (o de la sociedad), mientras que el inferior es
teóricamente determinable independientemente de esta disposición.
Empero, esta diferenciación entre la economía política y la termodinámica, entre labor y work,
no significa que la teoría de Marx sobre las máquinas no se relacionaba con la teoría coetánea de
máquinas en general y de máquinas térmicas de los ingenieros (Carnot, Joule), médicos (Mayer,
Helmholtz, Carpenter) abogados (Grove) y químicos (Faraday, Liebig) tan funcional al desarrollo
de la producción y reproducción capitalista de la época. Por ejemplo, tanto para Marx como para la
intelligentsia capitalista era crucial el problema de la existencia de una máquina de movimiento
perpetuo, es decir, la pregunta si puede existir una máquina M tal que tiene como su única entrada y
salida la misma “cosa” Q y que en cada ciclo de su operación Q (entrada) es menor a Q (salida). Si
tal máquina M existiera, entonces M sería capaz de de producir cualquier cantidad deseada de Q,

17
Michel Foucault, The Order of Things: An Archeology of the Human Sciences (New York:
Random House, 1970).
18
Karl Marx, El Capital, tomo I. ed. Siglo XXI p. 57
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Q(d), ya que debe existir algún n tal que n(Q(salida)-Q(entrada)) fuese mayor a Q(d), dado el
correcto funcionamiento por n ciclos. Puede haber muchos tipos de máquinas de movimiento
perpetuo dependiendo de la pretendida cantidad Q. Por supuesto, mientras más valuado Q, más
objeto de fantasías y deseos sería M. La historia de las búsquedas por tales Ms ha sido el origen de
muchos tomos esotéricos y graciosos. El año 1775, cuando la academia de ciencias de París rechazó
considerar cualquier diseño que pretendía ser de una máquina de movimiento perpetuo, es
considerado a menudo como el año final de la tecnología mágica.
Pero en el periodo entre 1775 y la década de 1840 en la que fueron publicadas las primeras
formulaciones de la conservación de la energía se renovó la tentación para intentar hallar en las
fuerzas no-mecánicas de electricidad, magnetismo, calor, atracción química y vitalidad fisiológica
alguna fuente para una máquina de movimiento perpetuo. La termodinámica se fundaba en el
rechazo de esta tentación, ya que comenzó con el postulado de la imposibilidad de una máquina de
movimiento perpetuo (de la primera y segunda especie). Así, Liebig comienza su ensayo sobre “la
conexión y equivalencia de las fuerzas” con la siguiente afirmación “Es de conocimiento público
que nuestras máquinas no crean ninguna fuerza, sino solamente devuelven lo que han recibido.” 19.
De hecho, argumenta que la conservación de fuerza es simplemente el anverso de la perspectiva de
que la fuerza no puede ser aniquilada. Desde luego, Liebig continúa descartando la posibilidad de
una máquina de movimiento perpetuo, tal como hicieron todos los demás fundadores de la
termodinámica. Muchos de ellos insertan un giro “económico” en ella. Helmholtz por ejemplo
argumenta en su conocido ensayo sobre la conservación de la energía intitulado “interacción entre
fuerzas naturales” que la fascinación del siglo diecisiete y dieciocho con autómatas y la
“quintaesencia real de la vida orgánica” llevó muchos a intentar analizar la nueva piedra filosofal, el
movimiento perpetuo para la producción de ganancia. Volcó su mirada hacia la “América rica en
fábulas” para un ejemplo reciente de un inventor que argumentaba que los gases producidos por la
descomposición electrolítica podrían ser quemadas para activar una máquina de de vapor que
movería una máquina electro-magnética que descompusiera el agua que, a su turno, proveería el
combustible para una máquina de vapor. Tales esquemas eran evidentemente condenados al fracaso,
pero Helmholtz describía con ironía las esperanzas que generaban, y no solamente en la fabulosa
América.
Otra esperanza parecía ocupar accidentalmente el segundo lugar [después del intento de crear
artificialmente seres humanos] que, en nuestros tiempos más sabios, ciertamente hubiera
revindicado el primer lugar en los pensamientos de los hombres. El movimiento perpetuo tenía
que producir trabajo de manera inagotable y sin consumo correspondiente, es decir, de la nada.
Trabajo, sin embargo, es dinero. He aquí entonces al problema práctico que pedía ser resuelto,
que las cabezas ingeniosos de todos los siglos han perseguido de las formas más diversas, a
saber fabricar dinero de la nada. La similitud con la piedra filosofal buscada por los antiguos
químicos era total. Esta también fue pensado como conteniendo la quintaesencia de la vida
orgánica, y de ser capaz de producir oro.20
La conservación de la energía (o de la “fuerza”, hasta los años 1860 y 70) así como el principio
de Carnot (en la descripción de Helmholtz: “solamente cuando el calor pasa de un cuerpo más
caluroso a uno más frio, puede ser convertido en trabajo mecánico, e incluso entonces solamente de
forma parcial”) puso definitivamente fin a esos sueños económicos.
Marx entró en estas discusiones no solamente insertando la fuerza de trabajo en el sistema de
fuerzas que estaban siendo relacionados por el programa energeticista. También argumentaba de
forma bastante paradójica en contra del análisis económico de las máquinas de movimiento
perpetuo que proporcionaba una parte considerable del contexto ideológico del movimiento
energeticista temprano. Los termodinámicistas vieron en sus leyes de conservación y disipación de

19
Edward L. Youmans, The Correlation and Conservation of Forces: A Series of Expositions (New
York: Appleton & Co., 1872), 387
20
Ibid., 213
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la energía un nuevo tipo de puritanismo para fustigar cualquier ofrecimiento “americano” neo-
alquimista y pseudocientífico de un aparato que pudiera dar algo a cambio de nada. En su teoría de
máquinas, Marx superaba aún en puritanismo esta perspectiva al argumentar que las máquinas de
movimiento perpetuo, lejos de “fabricar dinero de la nada” producirían directamente cero valor.
Para comprender esta paradoja marxista, es necesario examinar las afirmaciones de Helmholtz,
como la de que “[las máquinas de] movimiento perpetuo produce trabajo (work)” y “trabajo (work)
es dinero” con mayor cuidado desde la perspectiva de Marx.
Según la teoría de máquinas de Marx, ellas entran en el proceso de producción de valor, como
capital constante, y no variable. Su valor se conserva al ser transferido a las mercancías producidas
por el trabajo efectuado en ese proceso. Este trabajo, sin embargo, tiene un carácter bifacético, dado
que es a la vez a) trabajo útil, concreto, como b) trabajo abstracto, creador de valor. Esta naturaleza
bifacética del trabajo es crítica para comprender lo que sucede en el proceso productivo, ya que el
trabajo concreto “conserva” el valor de las máquinas que es transferida al producto, mientras que el
trabajo abstracto crea valor nuevo. Así, en su discusión de la producción de hilo, Marx argumenta:
Por ende, en su condición general, abstracta, como gasto de fuerza de trabajo humana, el
trabajo del hilandero agrega nuevo valor a los valores del algodón y el huso, y en su condición
útil, particular, concreta, en cuanto proceso de hilar, transfiere al producto el valor de esos
medios de producción y conserva de este modo su valor en el producto.21
Esta división en cuanto al resultado del trabajo surge de la dualidad fundamental de la misma
mercancía – la distinción entre el valor de uso y el valor de cambio – y de la naturaleza dual del
capital en el proceso productivo, ya que este compra, para iniciar el proceso productivo, a la vez
materia prima, materias auxiliares y maquinaria como fuerza de trabajo. Estas compras parecen
totalmente simétricas a los ojos del capitalista, pero tienen consecuencias muy diferentes: el capital
invertida en las primeras se mantiene constante: al ser la destrucción de su forma inicial (de su valor
de uso particular) condición necesaria para la producción de la mercancía final, su valor se traslada
a la mercancía final, es decir, se mantiene constante, mientras que el capital representado en la
fuerza de trabajo crea nuevo valor, y es por ende variable.
Como podemos ver, en la teoría de la producción de Marx, una máquina no puede agregar
valor al producto, sin importar cuán eficiente o barata fuera. Marx hizo con los entusiastas del
movimiento perpetuo del siglo diecinueve lo mismo que hicieron los representantes tempranos de la
teoría cuantitativa del dinero como Locke a aquellos que mantuvieron sueños alquimistas en el siglo
diecisiete. Los teóricos “cuantitativistas” desvelaron no tanto la imposibilidad física de transformar,
por ejemplo, hierro en oro, sino que expusieron el carácter contraproducente de esa empresa.
Incrementar la oferta de oro llevaría a una reducción del precio relativo del oro al incrementar el
nivel general de precios. Lejos de realizar sus visiones de riqueza infinita, los alquimistas
destruirían el mismo ideal sobre el cual su visión se fundamentaba.
De forma similar, Marx argumenta que la máquina de movimiento perpetuo, como toda
máquina, no creería ningún valor directamente, ni tendría parte de su valor transferido al producto,
ya que sería gratuita por definición. Sería como el ganso que ponía huevos dorados, pero esos
huevos encarnarían menos valor que aquellos de las gallinas comunes. En sus cuadernos de 1858,
Marx escribía sobre máquinas de movimiento perpetuo acertando que son las máquinas ideales: “Si
la maquina duraría para siempre, si no consistiría de material transitorio que tendría que ser
reproducido (y haciendo abstracción del invento de una máquinas más perfectas que le quitaría el
carácter de ser una máquina), si fuese una máquina de movimiento perpetuo, entonces
correspondería de forma más completa a su concepto”22. Tales máquinas ideales se unirían con
todos las demás “potencias de la sociedad” que no cuestan nada al capital, como la división y
cooperación del trabajo, el conocimiento científico, el crecimiento poblacional, que en sí son
incapaces de producir valor. Marx reconocía que era fácil de confundir la capacidad de crear valor

21
Karl Marx, El Capital. tomo I, ed. Siglo XXI p 243
22
Karl Marx, Grundrisse, tomo II, ed Siglo XXI p. 303
8/20
de uso con aquella de crear valor:
Es fácil imaginar que la máquina en cuanto tal, por el hecho de operar como fuerza productiva
del trabajo, pone valor. Pero si la máquina no requiriera trabajo alguno, podría acrecentar el
valor de uso; en cambio el valor de cambio que creara nunca sería mayor que sus propios costos
de producción, que su propio valor, que el trabajo objetivado en ella. No por remplazar trabajo,
la máquina crea valor, sino únicamente en la medida en que es un medio para aumentar el
plustrabajo, éste es a la vez tanto la medida como la sustancia de la plusvalía puesta con el
auxilio de la máquina, o sea, sólo y absolutamente con el auxilio del trabajo23.

La máquina de movimiento perpetuo como encarnación de la máquina ideal marxista no “haría


dinero” al trabajar (work), como afirmaba Helmholtz. Más bien lo haría al reducir el valor de las
mercancías en cuya producción participa a) al reducir la transferencia de su valor hacia el producto,
en relación a un rival mecánico menos eficiente y más costoso, y b) al reducir el tiempo de trabajo
socialmente necesario requerido para la producción de dicha mercancía. Una máquina de
movimiento perpetuo solamente podría hacer dinero para los capitalistas mediante la reducción del
valor de las mercancías que produce. La paradoja es resuelta y aún más agudizado en las páginas de
los Grundrisse cuando Marx nota que el deseo capitalista para una máquina de movimiento
perpetuo lleva dentro de sí, en su forma más extrema, el mismo impulso autodestructivo:
Por un lado [el capital] despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así
como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea
(relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se
propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte
y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las
fuerzas productivas y las relaciones sociales – unas y otras aspectos diversos del desarrollo del
individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medio, y no son para él más que
medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact, empero, sustituyen las
condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires.24
Tal como el sueño de los alquimistas llevaba implícito la destrucción de una economía basada
en el oro, así también llevaban los planes para hacer dinero con máquinas de movimiento perpetuo
el fin de una economía orientada hacia el “hacer dinero”. Porque quieren usar todos “los poderes de
la ciencia y de la naturaleza” (e incluso más que esos poderes) únicamente para fabricar... valores.
Marx demuestra su propia versión de la imposibilidad de una máquina de movimiento perpetuo
invocando una ley de conservación en el ámbito del valor. Ninguna máquina puede crear un valor
nuevo ni transferir más valor a su producto que aquel que pierde (en ese proceso productivo, n.d.T).
Esta ley es análoga a las leyes de conservación de fuerza y energía encontradas en la teoría clásica
sobre las máquinas y en la teoría de la máquina térmica. En ninguna de esas dos tradiciones se
concibe las máquinas como productores de fuerza o energía, solamente transforman fuerzas o
energías entrantes, de manera más o menos eficiente. Ciertamente, esa es una de las muchas leyes
de conservación de valor que se puede encontrar en la crítica de la economía política de Marx. Por
ejemplo, hay la ley del intercambio de equivalentes y su contraparte: “la circulación, o el
intercambio de mercancías, no crean valor” en el primer tomo de El Capital25. Y luego hay las leyes
de la conservación del valor total y del plusvalor total que son postuladas en la discusión sobre la
transformación de valores en precios en el tercer volumen de El Capital.26

23
Karl Marx Grundrisse, tomo II, de. Siglo Xxi, p. 305 (nota al pie)
24
Karl Marx Grundrisse, tomo II, edición Siglo XXI, p. 229
25
Karl Marx, El capital, tomo I (edición inglesa) 266 (buscar correspondencia)
26
Karl Marx, El capital, tomo III primer libro, edición siglo xxi p.210. Marco Lippi, Value and
Naturalism in Marx (London: New Left Books, 1979), 50-51.
9/20
La paradoja del trabajo nulo

Sin embargo, al elaborar estos teoremas de conservación, Marx tenía que tratar con un número
de fenómenos que implicaban una amplificación o disipación de valor en el proceso productivo. El
más obvio era la existencia de ganancias extraordinarias en industrias exitosas que utilizaban
relativamente poco trabajo directo (y por consiguiente, aún menos plustrabajo). Dado que el valor
total producido en el capitalismo desarrollado proviene largamente del trabajo de los “miserables” y
“apéndices”, entonces aparecería que mientras menos trabajadores directamente involucrados en
una determinada esfera de producción, menos plusvalor se produciría ahí. Pero eso claramente no es
el caso. Marx lo reconocía: “¿Cómo habría de constituir entonces el trabajo vivo la fuente exclusiva
de la ganancia, puesto que la disminución de la cantidad de trabajo necesaria para la producción no
sólo no parece afectar la ganancia, sino que, por el contrario y baja determinadas circunstancias, se
presenta como fuente primera de multiplicación de la ganancia, cuando menos para el capitalista
individual?”27 Marx incluso menciona la posibilidad (aunque “exagerada”) de un capitalista que no
emplea ningún trabajador y sin embargo genera una tasa de ganancia promedia sobre su maquinaría
y los demás elementos del capital constante28. ¡He aquí, pudiera parecer, la prueba positiva de que
las máquinas sí producen valor!
La solución de Marx a esta paradoja del “trabajo nulo” yace en su aserción de que las
mercancías no se intercambian (en general) a su valor y que las ganancias de los capitalistas en
diferentes esferas de la producción no son idénticas al plusvalor ahí creado. Al contrario, “el
proceso de producción capitalista como un todo” que sintetiza esferas individuales de producción y
condiciones locales de circulación con las coacciones globales no puede funcionar sobre la base de
tales identidades. Cada una de las esferas de producción tiene su propia “composición orgánica”
(originalmente un término de la química) que cristaliza o coagula en sus productos mercantiles. En
intercambio y circulación, sin embargo, la relación entre valores son rara vez uno a uno. Por el
contrario, mercancías producidas en esferas de producción con una composición orgánica elevada
intercambian en general por encima de sus valores, mientras que aquellas producidas en esferas de
composición orgánica baja intercambian por debajo de los suyos. Este desmoronamiento del
“intercambio igual” es necesario para preservar la existencia de una tasa de ganancia promedia a la
par de esferas de producción de composición orgánica elevada.
Este proceso ocurre en un mundo de fluctuaciones, “apartado de observación directa” y es algo
así como un “misterio” que ocurre “a las espaldas” de los capitalistas y trabajadores individuales.
Los capitalistas vislumbran el asunto cuando reconocen “que sus ganancias no deriven únicamente
del trabajo empleado en su propia esfera” y que están involucrados en la explotación colectiva del
conjunto de la clase trabajadora. Sin duda, eso explica la misma existencia de la clase capitalista en
cuanto clase. “Tenemos aquí, pues, la demostración matemática exacta de por qué los capitalistas,
por mucho que en su competencia mutua se revelen como falsos hermanos, constituyen no obstante
una verdadera cofradía francmasónica frente a la totalidad de la clase obrera” 29. De manera que
tenemos, en el “proceso de transformación”, una visión verdaderamente organicista de la
producción y reproducción capitalista, con las raíces vegetativas succionando los nutrientes de
trabajo hacia arriba y transfiriéndolas verticalmente a los herbívoros, quienes a su vez son
devorados por los carnívoros, quienes transfieren finalmente el trabajo original a las cúspides
nerviosas.
La transformación de valores en precios resuelve la paradoja del “trabajo nulo” simplemente al
señalar que el capitalista de “trabajo nulo” quien invierte solamente en capital constante
(maquinaria, edificios y materias primas) y nada en capital variable (fuerza de trabajo) recibe una
tasa de ganancia promedia debido a la transferencia de valor de la esfera de producción que opera

27
Karl Marx, El Capital, tomo III ed siglo XXI, p214-215
28
ibid, p. 249
29
ibid. p. 250
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con mucho capital variable. Así, las máquinas de este capitalista no crean para nada valor nuevo,
más bien, en el mejor de los casos, se preserva el valor del capital constante consumido en el
proceso productivo. Esas máquinas totalmente automáticos simplemente simulan el rol del trabajo
concreto, útil de un trabajador, pero no puede crear valor como lo puede el trabajador al actualizar
su fuerza laboral en trabajo abstracto. Ciertamente, la misma existencia de esferas de producción
con composiciones orgánicas tan elevadas (tendientes hacia el infinito) depende de una masa mucho
más grande de fuerza de trabajo explotada en esferas de producción con una composición orgánica
extremadamente baja. Si no, la tasa promedia de ganancia caería dramáticamente.
Pero toda esa circulación de valor detrás de las espaldas, desde las esferas “bajas” a las más
“elevadas”, no es arbitraria. Está determinada por la composición “química” del capital en sus
reacciones de intercambio y las diversas leyes de conservación, como “la suma de las ganancias de
todas las diferentes esferas de la producción debe ser igual a la suma de los plusvalores, y la suma
de los precios del producto social global debe ser igual a la suma de sus valores”.30

La estrategia de la Teoría de Máquinas de Marx

El contexto de la teoría de máquinas de Marx no se halla únicamente en el desarrollo de la


ciencia de la energética, o incluso de la evolución darwiniana, o de cualquier otra ciencia. Aún
menos puede hallarse su núcleo en sus debates filosóficos y metodológicos con la tradición
hegeliana. Su teoría de máquinas fue desplegada en una lucha política, no fue el resultado de una
raciocinación suprahistórica, a priorística. Teóricamente, Marx pudo haber tomado caminos
diferentes en la comprensión de máquinas, sin por eso dejar de ser anticapitalista. Por ejemplo,
podría haber argumentado que las máquinas crean valor pero que ese valor era el producto del
trabajo social y científico general y que no debería ser apropiado por la clase capitalista. Una tal
aproximación fue efectivamente elegida por Veblen y otros al inicio del siglo veinte, aunque tiene
sus raíces, por supuesto, en Saint Simon y Comte.
La elección de Marx de las armas teóricas contra la capacidad creadora de valor de las
máquinas tenía sus raíces en la situación política compleja que él y su facción del movimiento de la
clase trabajadora de Europa Occidental enfrentaba durante la guerra civil de los Estados Unidos y la
formación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Por un lado, los ideólogos
capitalistas estaban crecientemente poniendo la iniciativa de la clase trabajadora a la defensiva
mediante su insistencia en que las máquinas puedan romper la resistencia del movimiento y que el
futuro pertenece a aquellos que pueden concebir y poseer los “palacios de cristal” de la industria
moderna. Por otro lado, había una facción “anti-economicista” de la AIT (que incluía inicialmente a
Lassalleanos y posteriormente a Bakuninianos) que combinaban esta ideología capitalista con la
teoría del “fondo salarial” para concluir que la clase capitalista se vuelve cada vez más
independiente de la clase trabajadora y que, por consiguiente, “el fondo salarial” se estaba
reduciendo. Los “anti-economicistas” sacaban implicaciones políticas de esas conclusiones que
estaban claramente en desacuerdo con la línea marxista, al argumentar que la actividad sindical era,
en última instancia, inútil.
Más allá de esas luchas ideológicas y políticas había realidades históricas a las que Marx estaba
haciendo frente: el fin de la guerra civil en los Estados Unidos y la ola de huelgas que seguía en
Europa al término de esa guerra. En el seno de este movimiento había, inevitablemente, ecos de
luddismo y del “antagonismo entre trabajadores y maquinaria”. Los dirigentes de una organización
que se autodenominaba “la Internacional” recibían numerosas llamadas por estrategias de acción.
Marx estaba sin duda sintiendo el calor de la lucha en la mitad de los años 1860. Sus escritos y
discursos hasta e inclusive la publicación del primer tomo de El Capital fueron sus intentos de
respuestas. Y una de las preguntas más importantes con las que tenía que lidiar era el complejo de

30
ibid. p. 219-220
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“la cuestión de la maquinaria”.31

El primer elemento de la cuestión era la campaña propagandística intensa que los capitalistas
industriales lanzaron en Gran Bretaña en contra de la ley sobre la jornada laboral de diez horas en
los 1830 y 1840 y más tarde en contra de la legalización de los sindicatos en los 1850 y 1860. En
ambas campañas, su arma secreta era la capacidad de hacer aparecer a los más explotados-- y por
ende a los más imprescindibles para la existencia del capitalismo-- como los seres más superfluos.
En ambas campañas, la “cuestión de la maquinaria” era central. Uno de los agentes intelectuales
más importantes del capital en el primer periodo era Andrew Ure – irónicamente un hombre para
cuyo recuerdo Marx hizo más que nadie. Su Filosofía de las Manufacturas era un himno al uso
capitalista para frustrar, subvertir y, finalmente, aplastar la resistencia de la clase trabajadora al
dominio de sus patronos. Ure parece alegrarse por la movilización capitalista de la ciencia para
domesticar y, si necesario, eliminar trabajadores. Su libro está lleno de relatos que muestran como la
cooperación entre capitalistas e ingenieros puede indefectiblemente crear artefactos que vuelven
redundante los operarios de fábrica que intentan llegar a ser como “supervisores egipcios” para sus
jefes. Ure elogia en forma de epigrama: “cuando el capital enrola la ciencia a su servicio, la
docilidad será enseñada siempre a la mano refractaria del trabajo” 32. Era especialmente orgulloso de
la historia de un ingeniero ingenioso de nombre Mr. Roberts, quien se hizo cargo del proyecto de
construir “un autómata para hilar” a pedido de los dueños de las fabricas hilanderas de Lancashire y
Lanarkshire que sufrían continuamente de huelgas. En un par de meses logró crear “el hombre de
hierro, como apropiadamente lo llamaban los trabajadores, que salió de las manos de nuestro
Prometeo moderno a la orden de Minerva-- una creación destinada a restaurar el orden entre las
clases laboriosas y mantener para Gran Bretaña el imperio de las artes industriosas. La noticia de
este prodigio propagaba consternación a lo largo de la Unión, e incluso mucho antes de que
abandonara su cuna, para decir de algún modo, estranguló la hidra del desorden”33 Así, Ure
asignaba la lucha de clases en la fábrica el nivel de una superstición a-científica. De hecho, la
confianza de Ure en el insuperable poder producido por la unión entre ciencia y capital fue tal que
veía el mayor obstáculo para el desarrollo capitalista en los mismos patronos. Si ellos fueran
disolutos e irreligiosos, sus manos seguirían su ejemplo, lo que sería el único camino a la perdición
para el capital. “Por consiguiente, está completamente en el interés de todo dueño de fábrica de
organizar su maquinaria moral sobre bases tan firmes como la mecánica, ya que de lo contrario
nunca comandaría las manos constantes, los ojos atentos y la cooperación rápida, esenciales para un
producto excelente.”34 La “reforma industrial” es, así sus conclusiones, la clave para el suceso ahora
que la clase trabajadora ha sido domesticada por el hombre de hierro.
Esa imagen al estilo de Ure fue un aspecto dominante de la ideología capitalista del siglo
diecinueve. Las grandes exhibiciones industriales de 1851 y 1862, por ejemplo, fueron no
solamente lugares para el intercambio intercapitalista de información acerca de los últimos avances
tecnológicos. Eran albergadas en el Crystal Palace en Londres a elevados costos para mostrar la
maquinaría también al público de la clase trabajadora. Esas exhibiciones tenían las características de
desfiles militares cuyo objetivo es prevenir un ataque intimidando al enemigo con la presentación
pública del poder de sus propios armas. Su éxito fue tal que la máquina y su poder se volvió
expresión literaria del capital en general. Esto, en cualquier caso, fue el mensaje que el Crystal
Palace transmitía desde Londres a lo largo de Europa, e incluso hasta las calles de Petersburgo. En

31
Ver G.D.H. Cole, Socialist Thought: Marxism and Anarchism 1850–1890 (London: Macmillan,
1969) y Julius Braunthal, The History of the International, Volume 1: 1864–1914 (New York:
Praeger, 1967).

32
Andrew Ure, The Philosophy of Manufactures (New York: Augustus M. Kelly, 1967), 368.
33
Ibid., 367
34
Ibid., 417
12/20
1864, cuando Marx estaba preparando el discurso inaugural de la AIT, Dostoyevski estaba
escribiendo en sus Memorias del subsuelo: “solamente debemos encontrar estas leyes naturales, y
el hombre no será por más tiempo responsable de sus acciones, y la vida se hará sumamente fácil
para él... Entonces se establecerán nuevas relaciones económicas, todas preparadas y calculadas con
precisión matemática, de manera que toda pregunta posible desaparecerá en un titileo, simplemente
porque toda respuesta posible será provista. Entonces, el palacio de cristal será construido.”35 El
palacio de cristal significaba para el pequeño burócrata que hablaba en las Memorias del subsuelo
una perdida final de su humanidad, la pulverización de la resistencia “humana” al capital por
medios científicos.
El tema de las máquinas que se volvieron los árbitros de la existencia social en general había
capturado el imaginario europeo en los años 1860. Y no solamente en Europa. En 1863, Samuel
Butler escribió y publicó “Darwin entre las Máquinas” en Nueva Zelanda. Argumentaba, utilizando
primero y validando luego la metáfora “máquina=capital”, que había que comprender las máquinas
como el siguiente paso evolutivo más allá de la especie humano. El problema que planteaba esta
tendencia evolucionaría era: ¿Cuál sería la actitud humana adecuada, la resistencia o la
cooperación? El desarrollo de la opción “resistencia” podría verse más tarde en Erewhon (1872) que
describió una sociedad que destruyó todas sus máquinas en una guerra civil espantosa después de la
publicación de un texto profético, El libro de las máquinas. El argumento de este libro era que las
máquinas se estaban rápidamente transformando en los amos de la raza humana y que, si no se las
destruyera (pagando con sufrimiento infinito) la raza humana terminará aniquilada o totalmente
dominada.
No sorprende que Erewhon fuera escrito sustancialmente durante la guerra Franco-Prusiana y
la masacre de los comuneros parisinos. Al final de esta novela utópica, Butler hacía incluso a su
capitán italiano que salva al héroe de ahogarse simplemente asumir que aquel había llegado del sitio
de París36. El intento semi-satírico de Butler indica la ambivalencia del discurso sobre la máquina
que era común en la burguesía de la mitad del siglo diecinueve. Por un lado, la identificación
metafórica entre ciencia y capital producía una influencia “moderadora” saludable sobre las
demandas de los trabajadores, pero por el otro perdía gradualmente cualquier referencia clara de
clase y comenzaba incluso a ser identificaba con una fuerza ajena que estaba amenazando la misma
burguesía marginal. ¡Así son las vicisitudes de las armas de la lucha de clases!
Es en este contexto del imaginario capitalista que la teoría de Marx sobre las máquinas operaba
con gran efecto. Marx argumenta que las fuerzas que llevan a la metáfora no son simplemente
movimientos tácticos en la lucha de clases. La lucha de la clase trabajadora conduce a una era de
producción de plusvalor relativo y un desencadenamiento tremendo de los poderes productivos del
trabajo que en el sistema capitalista necesariamente tiene que aparecer como poderes del mismo
capital. Sus textos están repletos de este tema:
Las formas del trabajo socialmente desarrollado – cooperación, manufactura (como forma de la
división del trabajo), la fábrica (como forma del trabajo social organizada sobre la maquinara
como su base material)-- todas esas formas aparecen como formas del desarrollo del capital, y,
por consiguiente, los poderes productivos del trabajo fundados sobre las formas del trabajo
social-- por ende también la ciencia y las fuerzas naturales--- aparecen como poderes
productivos del capital.... con el desarrollo de la maquinaria, las condiciones del trabajo parecen
dominar al trabajo también tecnológicamente mientras que, a la vez, remplazan al trabajo, lo
oprimen, y lo vuelven superfluo en sus formas independientes.37
Frente a los ataques ideológicos que surgieron desde las profundidades del sistema, Marx necesitaba
una respuesta directa. Ella consistía, por supuesto, en mostrar que el plusvalor era el material delgado sobre

35
Feodor Dostoevsky, “Notes from the Underground,” in Existentialism, ed. Robert C. Solomon
(New York: Modern Library, 1974), 37.
36
Samuel Butler, Erewhon (New York: Lancer Books, 1968), 337.
37
Karl Marx, Theories of Surplus Value, Part I (Moscow: Progress Publishers, 1963), 390–91.
13/20
el cual el sistema capitalista entero estaba basado. Con todos los truenos de sus martillos a vapor, con todo el
silencio amedrentador de sus plantas químicas, el capital no puede prescindir del trabajo. El trabajo no es la
Para Marx única fuente de la riqueza, pero sí la única fuente de valor. De esa manera, el capital estaba atado
mortalmente a la clase trabajadora, cualquiera que fuesen las fuerzas liberados por el capital que lo estaban
empujando hacia una forma de producción con menor uso de trabajo. Esa fue la carta política que Marx jugó
contra la asfixia ideológica de la metáfora “máquina=capital”. Era una carta irónica, pero ha resultado ser
una carta útil, y no solamente en las luchas de 1860.
La otra función que cumplía su teoría de máquinas para Marx estaba relacionada con sus
luchas internas con miembros de la AIT que giraban en torno a la posibilidad de acciones de la clase
trabajadora para incrementar los salarios. La AIT se originaba en las olas de huelga a lo largo y
ancho de Europa durante la parte final de la guerra civil de los EE. UU. y terminó efectivamente
con la derrota sangrienta de la comuna de París. Este periodo de ocho años presenció el inicio de un
alza en los salarios reales en Europa Occidental y los Estados Unidos así como la formación de
grandes organizaciones sindicales. Marx veía en la lucha salarial y los sindicatos una dirección
positiva para el movimiento de trabajadores, y rechazaba tanto el ala que buscaba la colaboración
estatal como el ala insurrecionalista. Marx argumentaba en nombre de los sindicatos de la AIT que
la clase trabajadora puede alzar de forma autónoma los salarios y a la vez precipitar en ese proceso
una crisis de profitabilidad para el capital y empoderarse a sí misma para el derrocamiento del
capital. Se posicionaba a sí mismo entonces entre las tendencias Lassalleanas y las Bakuninistas
dentro de la AIT. Lasalle argumentaba que el proletariado industrial no puede cambiar la “ley férrea
de salarios” y necesitaba por consiguiente la colaboración del estado para apartarse de la misma,
mientras que Bakunin argumentaba que el poder para derrocar al sistema capitalista solamente
puede provenir de los márgenes, es decir de los campesinos rurales, o del lumpenproletariado de las
suburbios que no fueron vueltos impotentes por el poder del capital industrial. Al origen de ambas
doctrinas se encontraba una doctrina que propiciaba, con razón, a la economía política el epíteto de
una ciencia “lúgubre”. Esta doctrina era una síntesis de la teoría del “fondo salarial” y de un cierto
análisis de los aspectos de desplazamiento de trabajo/salario propio al desarrollo de la maquinaría
que tenía sus raíces en los Principios de Ricardo y que fue refinado por J.S.Mill. La teoría del
“fondo salarial” ha tenido muchas variantes, pero esencialmente afirma que en cada periodo de
producción, la cantidad de bienes salariales destinadas al consumo de la clase trabajadora se
encuentra fijada. Si esta cantidad es W y el salario promedio w y el número de trabajadores
asalariados n, entonces w=W/n. Claramente, dado la fijeza de W, la única manera para que w crezca
es mediante la caída de n; cuando trabajadores individual o subgrupos de trabajadores luchan por
salarios más elevados, entonces simplemente redistribuyen W en vez de alzar w. Es decir, la lucha
salarial es un juego de suma cero que se juega en contra de otros trabajadores.
La otra parte “lúgubre” de la doctrina emerge del análisis de la construcción e introducción de
la maquinaria en una economía capitalista. Dado una determinada distribución de trabajadores en el
sector (industrial y agrícola) que produce el fondo salarial W'. Imagina que un capitalista decide
construir una nueva máquina. Eso drenaría, de forma directa o indirecta, trabajo del sector agrícola
y reduciría entonces el fondo salarial W en el próximo periodo. Esto conduciría a una reducción del
salario promedio w. ¿Podemos estar seguros que al final de ese proceso de construcción, W' será
igual o mayor a W? Eso no sucede necesariamente, ya que depende del uso que se dará a la
máquina, su eventual impacto sobre la productividad agrícola etcétera.38
Al sintetizar estos dos aspectos de la doctrina lúgubre llegamos a mirar el espectro de un fondo
salarial fijo (o incluso decreciente) compartido por un número cada vez mayor de trabajadores
asalariados en la industria. Eso llevaría periódicamente a una crisis maltusiana que equilibraría los

38
Ver Mark Blaug, Economic Theory in Retrospect (Homewood, IL: Richard D. Irwin,1962) y
Samuel Hollander, The Economics of John Stuart Mill, Vol. 1: Theory of Method (Toronto:
University of Toronto Press, 1985).

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salarios promedios en el punto de subsistencia. Por consiguiente, la mecanización amenazaba
intensificar los efectos de un sistema que era destinado de ser, de todas maneras, maltusiano. Así,
los economistas burgueses recomendaban a los trabajadores de olvidar sus disturbios y huelgas y
parar sus deseos sexuales. Los Lassalleanos apelaban al estado para intervenir en la operación de las
leyes de la “sociedad civil” y ofrecer a sectores amplios de trabajadores alternativas al empleo en la
industria capitalista. Finalmente, los Bakuninistas solamente pudieron ver la salvación en un fin
apocalíptico del sistema salarial precipitado desde su exterior por los “lumpens” de ciudad y campo.
Marx rechazaba por supuesto estas salidas, porque veía en las grandes huelgas que iban desde
las plantaciones de algodón de Georgia hasta los trigales de Polonia, pasando por las grandes
fábricas y minas de Europa occidental otra posibilidad. Pero esta exigía cohesión organizacional y
una comprensión teórica entre aquellos que se encontraban en el centro de esa ola. Por eso
necesitaba disipar el espectro de la “doctrina lúgubre”. El primer aspecto de la doctrina era
fácilmente resuelto: no hay un fondo salarial fijo dado que la producción nacional cambia
continuamente como también lo hace la relación entre la parte salarial y la parte de la ganancia de
ese producto. Su discurso frente al consejo general de la AIT en junio 1865, posteriormente
intitulado “Valor, precio y ganancia”, dio a la teoría del fondo salarial un golpe definitivo. 39 ¿Pero
en cuanto al carácter desplazador de trabajo/salarios de la maquinaría? ¿No podrían los capitalistas
dirigir sus inversiones de tal forma que la construcción de la maquinaría incrementaría sus
ganancias a la vez que reduciría la tasa salarial? Ciertamente, si máquinas crearan valor, este sería el
camino de acumulación dorado (para los capitalistas) pero lúgubre (para los trabajadores). Pero si
las máquinas no crean valor, entonces otra consecuencia se avecina. Cada vez que los capitalistas
introducen maquinaria como respuesta a los esfuerzos de la clase trabajadora para incrementar
salarios y/o reducir la jornada laboral, entonces pondrían en peligro la tasa promedia de ganancia.
Es decir, la lucha salarial intensifica la mecanización, que a su vez causa la disminución relativa de
la parte variable (es decir, creadora de valor) del capital. De tal manera, el impacto inmediato de
huelgas y otro tipo de acciones a nivel del taller puede no ser el incremento de los salarios sino el
fortalecimiento de la tendencia del capital de reducir la tasa promedia de ganancia a la vez que
reducir la parte necesaria de la jornada laboral promedia. Y el camino principal que queda a la clase
capitalista para salir de esta trampa consiste en expandir adicionalmente el mercado laboral
capitalista40. Esta fue la consecuencia que Marx veía central para el argumento de la AIT, ya que
permite seguir un hilo de Ariadna que lleva desde la lucha sindical aparentemente reformista hasta
las revoluciones internacionales implícitas en la estrategia de la primera Internacional. Un elemento
clave para ello fue la incapacidad del capital para resolver su crisis internamente mediante la auto-
creación de valor con máquinas.

Marx y la Máquina de Turing

Yo preferiría no
--- Melville, Bartleby the Scrivener

La teoría de máquinas de Marx estaba profundamente entrelazada con la teoría de las máquinas
térmicas que se desarrollaban a mediados del siglo diecinueve bajo el rótulo de la termodinámica.
La motivación estratégica para la restricción de la creación de valor al trabajo humano hecho por
Marx recibió apoyo “científico” a través de una analogía obvia con las restricciones que la
termodinámica imponía sobre máquinas de movimiento perpetuo del primer y segundo tipo, es
decir, sobre máquinas que violaban la primera (sobre la conservación de energía) y la segunda ley
de termodinámica (sobre la entropía). Pero en los años 1930, una nueva teoría de máquinas fue
desarrollada, cuyo impacto ideológico comenzó a sentirse en los años posteriores de las revueltas de

39
Karl Marx, Value, Price and Profit (New York: International Publishers, 1935)
40
Karl Marx, El Capital, tomo I, edición siglo XXI 772–82.
15/20
los 60. Esta sección mira hacia esta teoría del siglo veinte, la teoría de las máquinas de Turing--- a
menudo llamado “computadoras universales” o “máquinas lógicas”-- y plantea la pregunta acerca
de la creación de valor en su caso. Un buen lugar parar iniciar la discusión es el annus mirabilus
para la lucha de clase en los Estados Unidos, 1936. Por un lado fue el año de las huelgas de River
Rouge y el punto culminante del impulso de organización sindical de masas de la CIO, y por el otro
la publicación del trabajo de Turing (y de Post [1936]) sobre los computadoras universales. El
primer fenómeno traducía los límites del taylorismo en la práctica, mientras que el posterior era el
punto de partida para una nueva ciencia de máquinas y, por consiguiente, del proceso laboral. Alan
Turing presentaba inicialmente su concepto de la “máquina de Turing” en un artículo intitulado
“sobre los números computables, una aplicación al Entscheidungsproblem [problema de decisión]”.
Este no es el lugar para entrar en detalles del artículo clásico de Turing, pero vale la pena indicar
que su encanto fetichista consiste en la simplicidad extraordinaria y la plausibilidad de su punto de
partida. Los siguientes son los elementos básicos de la máquina de Turing:
La máquina es alimentada con una “cinta” (analógico al papel) que corre a través de la
misma, y es dividida en secciones (llamado “cuadros”) cada cual capaz de llevar un
“símbolo” [“vacío” o “1”]. En cualquier momento, hay solamente un cuadro… que está
“dentro de la máquina”. Llamemos éste el “cuadro analizado”. El símbolo en el cuadro
analizado puede ser llamado el “símbolo analizado”. La máquina solamente se da
cuenta, para decirlo de alguna manera, del “símbolo analizado”.41
Hay un conjunto finito de “condiciones” o estados en que la máquina puede encontrarse
cuando analiza un cuadro, y la especificación del estado en que se encuentra la máquina y el
símbolo que está analizando se llama la configuración de la máquina. La configuración determina
cual de las cuatro operaciones siguientes la máquina puede hacer:
En algunas de las configuraciones en las que el cuadro analizado está vacío... la
máquina anota un nuevo símbolo [“1”] en el cuadro analizado: en otras configuraciones
borra al símbolo analizado. La máquina también puede cambiar de cuadro analizado,
pero solamente moviéndose un lugar a la izquierda o a la derecha. Adicionalmente a
estas operaciones, el estado de la máquina puede ser cambiado.42
Una máquina de Turing es entonces una máquina con 1) una cinta adecuadamente inscrita, 2)
un conjunto finito de estados internos, 3) una capacidad de ejecutar las cuatro operaciones, y 4) un
conjunto de instrucciones que determina completamente el próximo paso de la máquina para
cualquier configuración posible, con la condición de que un paso siguiente posible consiste en parar
las operaciones de la máquina. De hecho, cualquier tipo de máquina de Turing puede ser descrito
completamente por un conjunto de instrucciones, que son, después de todo, simplemente un
conjunto de símbolos que pueden también ser escritos en una cinta. A esta descripción, Turing
llamaba “la descripción estándar” de la máquina de Turing controlada por las instrucciones dadas.
La primera hazaña matemática de “sobre los números computables” consiste en la
demostración que una máquina de Turing es capaz de computar cualquier función un humano o una
computadora distinta puede computar. (O, al estilo de Jacquard, una máquina de Turing que
comienza con una cinta vacía puede producir cualquier patrón numérico que cualquier productor de
patrones, humanos u otro, puede fabricar).
Sin embargo, el segundo resultado de su trabajo era aún más notables, ya que mostraba que “es
posible inventar una sola máquina que puede ser usada para computar cualquier [función]
computable”. La clave para alcanzar este resultado está en el reconocimiento de que la descripción

41
Alan Turing, “On Computable Numbers,” in The Undecidable, ed. Martin Davis, (Hewlett, NY:
Raven Press, 1965), 117.
42
Ibid.

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estándar de una tabla de instrucciones dada de una máquina de Turing puede ser representada como
un número impresa en la cinta de una máquina especial, la Máquina de Turing Universal (MTU).
Sobre la base de un tal número más información adicional inscrita en su cinta, la MTU determina lo
que una máquina de Turing dada puede computar, y procede computar la función que para la
máquina de Turing fue diseñada. En otras palabras, la MTU es un simulador universal.
La capacidad de la MTU para la simulación universal imita la clásica autoreflexividad del
pensamiento, dado que la MTU puede tomar el número que representa la descripción estándar de
sus propias instrucciones como una entrada en su propia cinta. Utilizando esta técnica de
reflexividad uno puede, sin duda, intentar construir todo tipo de máquinas especializadas para
examinar a sí mismas y a otras máquinas, y probar si pueden hacer determinada tarea. Así, podemos
querer construir una máquina que, dado la descripción estándar de dos máquinas de Turing
cualquiera, puede determinar si ellos computan la misma función. O quizás podemos desear
construir una máquina que nos permitiría determinar si se detiene, es decir, si llega a un estado para
el cual no existe ninguna instrucción para una acción futura. Por ejemplo, podemos preguntar si
existe una máquina que, dado la descripción estándar de cualquier máquina M, puede determinar si
ella se detiene o no.
El tercer logro mayor del artículo “sobre números computables” de Turing es la demostración
que hay ciertas preguntas importantes sobre las máquinas de Turing (y por consiguiente, sobre
funciones computables y computadoras) que no pueden ser contestadas por una máquina de Turing.
El primer ejemplo de una pregunta que, manifiestamente, no puede ser contestada es precisamente
la anterior, llamada a veces el “problema de la detención”. Turing demostró que ninguna máquina
de Turing podía determinar en general si una máquina de Turing dada se detendrá o no. Por
consiguiente, mutatis mutandis, un computador humano no puede iniciar computando una función
dado un conjunto de instrucciones precisas y saber siempre en adelante si la tarea será terminada en
un tiempo finito. Ciertamente, es en este aspecto de su trabajo donde Turing traza los límites de la
mecanización de la computación, y por consiguiente, de la computación misma. La indecidibilidad
del problema de la detención es para la nueva ciencia de la computación lo que fue la Segunda Ley
de la termodinámica para las máquinas térmica: un límite a la construccionabilidad de las máquinas.
Por supuesto, ha habido muchos intentos para caracterizar el proceso de computación
anteriores al de Turing, pero Turing ideo una forma intuitivamente atractiva y matemáticamente
precisa para capturar de forma general la noción de “seguir una regla”. Es importante ver que los
seres humanos pueden también ser “máquinas de Turing” que siguen reglas. Sin duda, en la versión
de Emil Post de la teoría, un trabajador que lleva adelante un conjunto específico de acciones
(repetible y objetivable) es el equivalente a una máquina de Turing. Por consiguiente, la teoría sobre
las máquinas de Turing trata acerca de procesos productivos cualquiera que sea la construcción
física del sujeto del proceso.
Adicionalmente, Turing mostró de forma convincente de que la máquina de Turing puede
computar cualquier función, o manipular cualquier serie de símbolos funcionales que cualquier
sistema o esquema de computación conocido en su época podía hacer. Este hecho daba un gran
apoyo a una observación hecha por Alonzo Church a mediados de los años 30, posteriormente
nombrada la tesis de Church. Entre las muchas formulaciones posibles, la siguiente podría ser una:
La noción de una función computable por una máquina de Turing es una realización de
la noción de un procedimiento decisional finito, es decir, un conjunto de reglas e
instrucciones que determina sin ambigüedades una operación “paso a paso”, y, además,
cualquier formulación pasada o futura de la noción ulterior será equivalente a la de
Turing.
La tesis de Church no es, estrictamente hablando, un teorema matemático o lógico, más bien es
una aserción acerca de las capacidades de cualquier computadora, sea humana o no, similar a la
formulación de la Primera Ley de la termodinámica que prohíbe la existencia de una máquina de
movimiento perpetuo del primer tipo. Si un sistema produce resultados que son el producto de
computación, entonces su comportamiento debe ser simulable por una máquina de Turing. Además,
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si alguien sostiene haber inventado un nuevo procedimiento decisional, la tesis afirma que debe ser
equivalente a la de Turing.
La tesis de Church sigue de pie hasta hoy día, a pesar de que un número impresionante de
nuevas formulaciones sido desarrollados desde 1936-- por ejemplo la noción del algoritmo de
Kolmogorov y Markov, la noción de la red neuronal de McCulloch y Pitt, la noción de un sistema
formal de Post, una amplia variedad de “lenguajes” de programación de computadoras-- y el poder
intuitivo de la formulación de Turing de tales procedimientos de decisión era decisivo para
persuadir a la mayoría de los matemáticos que la tesis de Church señalaba los límites y el contenido
de la computación.
Sin embargo, aún más importante ha sido la capacidad del trabajo de Turing para mostrar que
las matemáticas no era por más tiempo la línea divisora entre la actividad mental y el trabajo
manual. Para Turing, las máquinas pueden replicar el comportamiento de cualquier trabajador
humano que sigue (conscientemente o no) cualquier procedimiento decisional finito establecido,
independientemente de si involucra la manipulación de números, objetos físicos discretos o
condiciones ambientales claramente definidos y públicamente identificables. Un técnico que
captura datos en Los Alamos, un perforador en una linea de montaje de automóbiles, alguien que
efectúa pruebas en el control de calidades, un compositor tipográfico o cualquiera que trabaja en
condiciones típicas del capitalismo industrial del tipo “Modern Times” de los 1930 y 1940 son
máquinas de Turing cuyo comportamiento puede ser simulado por la máquina de Turing universal.
En otras palabras, la teoría acerca de la máquina de Turing revela las matemáticas del trabajo.
A pesar de que las implicaciones tecnológicas del trabajo de Turing fueron reconocido casi
inmediatamente, su economía política sigue siendo problemática. Si la máquina de vapor puso las
condiciones para la reflexión económica del periodo clásico, como lo argumenta cierta versión de
determinismo tecnológico, entonces ¿crea la máquina de Turing las condiciones para una forma
posclásica de reflexión económica? ¿O crea las condiciones para un nuevo tipo de conflicto entre
trabajadores y máquinas en cuanto capital? Y finalmente, aunque lo más crucial para nuestro trabajo
¿crean las máquinas de Turing valor, aun aceptando la aserción de Marx que las máquinas simples y
las máquinas de vapor no lo hacen?
La respuesta corta a estas preguntas es que el aspecto creador de valor del trabajo humano
parece, esencialmente, no afectado por el enfoque de la máquina de Turing. Ciertamente parece dar
apoyo más concreto a la aserción de Marx que el valor de uso del trabajo, es decir, el hecho de que
el trabajo tiene diferentes niveles de habilidades y tipos de resultados, es secundario para analizar la
aspecto de la creación de valor del trabajo humano. Más bien, el trabajo promedio simple como el
gasto de la fuerza de trabajo humano es el objeto de estudio crucial. Así como la termodinámica nos
da la medida para comparar todo tipo de gasto de energía humana, así el análisis de la máquina de
Turing nos permite ver la base cuantitativa de las habilidades. Permite precisar “las diversas
proporciones en que los distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo simple como a su unidad
de medida, [que] se establecen a través de un proceso social que se desenvuelve a espaldas de los
productores, y que por eso a éstos les parece resultado de la tradición” 43.Así, un análisis
computacional del trabajo sastreril y del textil pone en evidencia que, “aunque actividades
productivas cualitativamente diferentes […] son ambas gasto productivo del cerebro, músculo,
nervio, mano etc. humanos, y en este sentido uno y otro son trabajo humano.44 La mística de la
habilidad (especialmente de la mental) es desinflada por el análisis del tipo de la máquina de
Turing, y la continuidad fundamental entre el trabajo, tanto mental como manual, es confirmada.

La autonegatividad del trabajo

Me siento forzado a concluir que eso fue un acto deliberado. En un hombre de su tipo, nunca se

43
Karl Marx, El Capital, tomo I, edición Siglo XXI p. 55,
44
Id 54
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sabe que es lo que sus procesos mentales van a hacer a continuación. --- un coronel británico
comentando acerca del suicidio de Alan Turing (1954)

La teoría de la máquina de Turing y la tesis de Church ofrecen una contribución fundamental a


la teoría de valor marxista al llevar a sus extremos la posibilidad de la mecanización. Dado que sí la
noción de computación es generalizada de forma adecuada hacia cualquier actividad que es regida
por reglas, entonces una de sus implicaciones es que todo trabajo (sea mental o físico) que es
repetible y estandarizado (y por consiguiente abierto al análisis de valor) puede ser mecanizado.
Entonces, si el valor es creado por trabajo en sí y todas sus características positivos pueden ser
realizados por máquinas (dado la tesis de Church), entonces las máquinas pueden crear valor. Pero
eso es una reduction ad absurdum para la teoría marxista: por consiguiente se debe mirar hacia otras
características de la transformación de la fuerza de trabajo en trabajo que no puede ser subsumida
bajo la tesis de Church.
Este nexo de transformación entre fuerza de trabajo y trabajo es, por su puesto, central para la
teoría de valor. Es aquí, después de todo, que se puede encontrar la creación de plusvalor, es decir,
la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y el valor creado por el trabajo. Por el lado de la
fuerza de trabajo de este nexo está el peso de la fisiología y historia, mientras que por el lado del
trabajo hay una actividad que es totalmente imitable por máquinas. Pero es en el espacio entre
ambos que la creatividad de valor puede encontrarse. Si las máquinas no pueden crear valor, ¿por
qué sí lo puede el trabajo? La respuesta no puede yacer en alguna característica positiva del trabajo
en sí, dado que se puede argumentar que cualquier pieza particular de trabajo bien definida puede
ser modelizada o imitado por una máquina compleja, por lo menos en teoría. Aceptemos que una
máquina simple universal impulsada por una máquina térmica universal dirigida por una máquina
de Turing universal puede imitar o ejemplificar cualquier acto de trabajo regido por reglas. Por
consiguiente, si habría un aspecto positivo del trabajo que creara el valor, sea individual o
colectivamente, entonces se podría concluir que las máquinas también pueden producir valor, por lo
menos teóricamente.
Por consiguiente, si el trabajo puede crear valor mientras que máquinas (sean simples, de calor
o de Turing) no lo pueden, entonces la capacidad creadora de valor debe yacer en su capacidad
negativa, es decir, su capacidad de refutar de ser trabajo. Esta negatividad autoreflexiva es un
elemento de la actualidad del trabajo que muy pocos modelos de la teoría de Marx pueden captar.
Así, en el marxismo de álgebra linear, esta capacidad negativa del trabajo no es revelada. Al
contrario, las simetrías formales de las ecuaciones parecen embrollar la interpretación al hacer
“hierro,” “trigo,” “máquinas,” o cualquier otra mercancía básica tan capaz de producir valor ( y ¡de
ser explotado!)45 Ciertamente, estos sistemas de álgebra linear no interpretan la teoría de Marx de
forma convincente porque toman el método de Sraffa como su base: que el capitalismo es un
sistema positivo, autoreflexivo, de producción de mercancías por medio de mercancías como tales.
Pero Marx insiste que el trabajo no tiene valor y no es mercancía, aunque es la fuente creativa del
valor, es decir, que el capitalismo es un sistema de mercancías producidas por una no-mercancía.
El trabajo es entonces una especie de singularidad en el campo aparentemente total y homogéneo
del valor, o una trayectoria de energía cinética en un campo potencial. En su clase, no es
conmensurable con los objetos de la disciplina – el “enorme cúmulo de mercancías” con el que
inicia el primer tomo de El Capital-- aunque su volatilidad crea el valor de esos mismos objetos. El
trabajo se halla afuera de la economía política de forma opuesta al carácter exoterico de los valores
de uso, dado que la externalidad del trabajo con relación al campo de los valores hace posible la
misma existencia de una “crítica de la economía política”, mientras que los valores de uso
simplemente nos dirigen a los catálogos de venta y la semiótica de la moda.
Podemos entonces formular, en pocas palabras, la razón marxiana por la que las máquinas no crean

45
Spencer J. Pack, Reconstructing Marxian Economics: Marx Based upon a Sraffian Commodity
Theory of Value (New York: Praeger, 1986).
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valor: porque ya son valores.
Un buen, aunque enigmático lugar para buscar este espacio entre ser y devenir valor es el suicidio
del propio Alan Turing. Su suicidio privó a gobierno e industria británica de un matemático,
criptoanalista y teórico de computadoras altamente cualificado. El día 7 de junio de 1954 comió una
manzana bañada en cianuro, sin dejar ni nota ni explicación.46 Las circunstancias detrás del suicidio
no están claras, pero tuvo lugar después de su detención por “conducta inmoral contraria a la
sección 11 de la enmienda de la ley criminal de 1885” y de ser forzado por la corte de someterse a
una “quimioterapia” para “curar” sus “tendencias” homosexuales. ¿Era su suicidio una protesta en
contra el trato recibido de las autoridades (a quien sirvió con tanta eficacia en la Segunda Guerra
Mundial y en el periodo inicial de la “revolución” de la computación)?
No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que fue un empleado público en medio de una purga
antihomosexual. La ausencia misma de explicación dio a su suicidio una especie de “efecto-
Bartleby” (por el misterioso Scrivener en el relato del año 1851 de Melville que “preferiría no”): Un
acto que evidencia la capacidad de la fuerza de trabajo rechazar de ser realizada como trabajo, sea
con o sin vínculo contractual y por razones que no necesariamente son determinadas por las
condiciones inmediatas de trabajo. El suicidio de Turing (cuando era un empleado público) o el
rechazo de Bartleby de mover (cuando era un empleado de una empresa privada) demuestra que la
capacidad crucial que da al trabajo humano su valor no es la imposibilidad de mecanizarlo, sino
más bien si capacidad de auto-negación. Mientras que puede ser rechazado, mientras que la
transformación de fuerza de trabajo en trabajo sea, de forma autoreflexiva, indeterminada, entonces
puede crear valor en su actualización. Esta negatividad autoreflexiva no es un asunto trivial, como
lo señalaba Hegel en su dialéctica entre amo y esclavo mucho antes del suicidio de Turing, y como
demostraba Fanon poco después. Porque esta negatividad pone en juego no tanto una historia de
vida y muerte, sino una de matar o ser matado.
Este análisis de la creación de valor nos permite ver que la lucha de clases es básica para el modo de
producción capitalista tanto en la región del trabajo “mental” como lo es en la esfera de la
producción física. No porque sea una cualidad especial del trabajo mental, sino simplemente porque
es trabajo. Aunque compleja, esta capacidad de la fuerza laboral de rechazar su actualización hacia
el trabajo no es algún aspecto misterioso de la humanidad, sino es, de entrada, la presuposición de la
existencia de una sociedad contractual.

46
Andrew Hodges, Alan Turing: The Enigma (New York: Simon and Schuster, 1983), 487–96.

20/20

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