Los pensadores del siglo XVI ya comenzaron a vislumbrar el problema de los “otros”
y, por ende, de sí mismos, de sus propias instituciones y valores. A la perplejidad
frente a la diversidad y al asombro de hallarse frente a culturas y mentalidades
diferentes se correspondía la necesidad de buscar la razón de esas diferencias y el
cuestionamiento de la propia sociedad occidental.
Muchos de los científicos del siglo XIX ya empiezan a aceptar y defender esta visión
neoplatónica del mundo, que se manifiesta especialmente en el intento de estudiar la
naturaleza como un todo con el fin de hallar algún sentido en ella, algo acerca del
lugar del hombre en la naturaleza: la relación del hombre con Dios.
Pese a los puntos no aclarados del sistema darwiniano y a las dudas del propio
Darwin, en su concepción y teoría se hallan las claves de la ruptura con la forma de
pensar anterior. La polémica en torno a su obra significa fundamentalmente la lucha
entre estas dos concepciones diametralmente opuestas.
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Mas importante que los datos en sí mismos es la nueva metodología que comienza a
imponerse. Las reflexiones de tipo teórico dan paso a descripciones rigurosas de la
organización antropológico-física: los rasgos diferenciales anatómicos y fisiológicos de
la especie aparecen por vez primera de forma cuantificable y mensurable.
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Y para probar que el hombre ha evolucionado de una forma inferior, Darwin comienza
analizando la estructura fisiológica y embrionaria de los mamíferos, demostrando
que tanto el hombre como los demás animales vertebrados:
Hemos visto como en un principio las explicaciones son muy diversas. Lo mismo se
recurría a los dioses que a la naturaleza, o que a la sangre o a la raza. La recurrencia
al origen, al destino y a los factores naturales es lo más frecuente.
Una de las pocas excepciones la constituyó Fray Bartolomé de las Casas, aunque,
por supuesto, enmarcando también sus ideas dentro de la polémica existente por
entonces en España (Texto “La postura de Fray Bartolomé y la de Fray Bernardino”).
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Pero la ruptura definitiva de esta visión del hombre y del método positivo culminan
con la aparición de un nuevo tipo de producción, de política y de sociedad que
se genera fundamentalmente a mediados del XIX.
Para Malinowski, “cada costumbre, cada objeto material, cada idea y cada creencia
lleva una función vital, tiene una tarea que realizar, representa una parte
indispensable de una totalidad orgánica”. Cualquier creencia, por mágica que se,
contiene un núcleo utilitario y en su “uso” es posible hallar su sentido. Por ejemplo, y
más específicamente, la familia es un medio para domesticar el sexo, educar, y cuidar
a los hijos.
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Pero claro, Malinowski no acertó a entender que pueden existir disfunciones en todo
sistema cultural, ya que con frecuencia se puede dar el caso de que un mismo
elemento puede tener varias funciones y una sola función puede ser realizada por
elementos intercambiables.
Ahora bien, uno de los grandes méritos de Malinowski que sí debemos considerar es
su acentuación e imprescindibilidad de la técnica de la “investigación intensiva”,
consistente básicamente en una “observación participante” y en una recogida
exhaustiva de todos los datos, incluso aquellos que parecen más insignificantes.
Para Radcliffe-Brown, sin embargo, la cultura de una sociedad, esto es, la manera
de pensar, sentir y actuar, no es ninguna entidad en sí misma, sino un proceso y un
elemento de la estructura social.
Esta estructura social, comparable a un organismo complejo, es una red de
relaciones primordialmente diádicas, de persona a persona.
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Estas deben ser entendidas, sin embargo, dentro de una red más amplia en la que los
diversos grupos de personas, con sus roles y status, se hallan en una interacción
constante. De ahí que Radcliffe-Brown no conciba la estructura sino en relación a la
función que cada individuo realiza dentro de esa red de relaciones, y a la inversa. La
investigación del modo cómo el o los individuos se amoldan y se ajustan a la vida
social constituye uno de los elementos primordiales de la investigación antropológica:
“La función de cualquier actividad como el castigo de un crimen o una ceremonia
funeraria, escribe, es la parte que desempeña en la vida social como un todo y, por lo
tanto, la contribución que realiza al mantenimiento de la continuidad estructural”. De
este modo, ya se trate de ceremonias matrimoniales, de danzas, de creencias
totémicas, de leyes, de la religión o incluso de aquellas relaciones denominadas
“burlescas” – en las que los individuos mantienen comportamientos estandarizados,
siendo la norma la burla –, la función consiste en desarrollar, por una serie de
mecanismos de tipo afectivo (relación), ciertos sentimientos colectivos para el
mantenimiento de la solidaridad y continuidad de la sociedad.
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A partir de aquí, el nuevo objeto de análisis no puede ser el de antes, y los antiguos
paradigmas son incapaces de dar cuenta de la nuevas realidades socioculturales. Los
nuevos paradigmas, se afirma desde la nueva antropología social, sólo pueden
provenir del análisis de la subjetividad e intersubjetividad.
Sin duda fue Evans-Pritchard quien comenzara a plantear los principios de esta
perspectiva macroscópica sobre la subjetividad e intersubjetividad (Texto: “Ciencia y
Brujería”. Azcona 1987: 16).
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De entre los muchos estudiosos que se han dedicado a este tipo de análisis son de
mencionar: P. Berger y T. Luckmann , La construcción social de la realidad (1967), E.
Hall, La dimensión oculta (1969), E. Goffman La presentación del yo en la vida
cotidiana (1959), etc.