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Violencias cotidianas y complicidad civil

Edu ard o Pavlo vs ky y el mo vim ie nto de Lo Gr upal

Quema el libreto /
de la humanidad.
El soldado. Tren de fugitivos.

I.

Un día de abril de dos mil catorce en el tren Sarmiento. Juega Racing y la banda se traslada a
Avellaneda. Gritos, humo, vino, birra, golpes fuertes, pases rápidos. En Liniers sube la Policía
Federal. El uniforme, en esos casos, se viste de gala. Máscaras, palos, escudos, gestos duros
coordinados por dos grandotes que andan en remera y pueden ser identificados como
miembros de la institución policial por un sobrio chaleco azul que deja leer, en letras
amarillas, “PFA”. De ese retazo de tela azul, cuelga un handy que afina los movimientos. La
banda tiene que permanecer en el furgón, esa es la orden lanzada entre patadas y gritos
furiosos. Mientras tanto, una mujer comienza a llenar el aire tibio del amague otoñal con
palabras deliciosas: “estos son así, unos negros de mierda. ¿Sabés lo que les tienen que hacer, a uno por
uno? Meterles uno de esos palos bien gordos en el ano, metérselos hasta que les salga por la boca, a ver si
siguen gritando. Seguro ahora los chicos van a pedir refuerzos, quizá ahí en Flores, yo conozco a los
chicos de Flores, son buenos tipos, yo vivo a pocas cuadras de la comisaría, ¿viste? Me acuerdo que una vez
que jugaba San Lorenzo, trajeron a un montón de caballos y se los tiraron encima. A algunos los hicieron
mierda, y bien mierda los tendrían que hacer a todos, tratarlos así, como vacas. Pisarlos bien pisados.
Comerlos no, porque esa carne te cae mal seguro.” El aire sigue tibio. Marta lanza, primero, unas
pocas palabras al viento. Pero necesita, para seguir, al menos de una mirada cómplice que
consigue rápidamente. Ella, la cómplice, permanece en silencio y asiente con la cabeza.
Mientras tanto, las palabras del odio se clavan en otros cuerpos como puñales. Roca alista sus
armas y todos los pibes y las pibas asesinados por la Policía Federal, vuelven a morir. En cada
una de esas palabras dichas, en cada uno de los silencios, vuelven a desaparecer treinta mil
cuerpos.
II.

¿Qué mundo social hace posible el triunfo de la indiferencia? ¿Qué fuerzas se entronan cuando
ese silencio denso recorre el vagón? El silencio, el asentimiento, la indiferencia, son gestos de
la complicidad. ¿Cómo sacudir a ese sentido común reaccionario que parasita lo vivo? ¿Qué
hace posible que la institución policial sea pensada, sea sentida como un refugio amistoso? ¿De
qué modos está instalada esa violencia, ese odio, ese resentimiento?

Cuando afirmamos que en cada una de esas palabras y de esos silencios vuelven a desaparecer
treinta mil cuerpos, intentamos advertir que hay algo de la matriz que hizo posible el
sostenimiento de cierto estado-del-terror, que sigue operando.

Podríamos preguntarnos por aquello que habla en eso que se dice y ensayar algunas respuestas.
Habla una confianza ciega y una cercanía amistosa con la institución policial; habla el odio a
“los negros”; habla la muerte como destino posible para lo que se detesta; habla la necesidad
de un testigo, de alguien que a través de la escucha silente o del asentimiento legitime lo
dicho. Habla, en cada palabra, la hostilidad crispada que sobrevuela el vagón. Habla la
necesidad de señalar a los supuestos culpables del malestar social. Habla el orden y el
progreso. Habla una voz que dice “antes esto no pasaba”. Hablan voces que afirman que “si las
cosas estuvieran bien, la gente estaría más tranquila”. Pero, ¿cómo sería ese estado que se
augura? ¿Qué/quién es la gente? ¿Qué es eso que debería transformarse para llegar a tan
ansiado paraíso? ¿No es acaso eso que se pide como garantía de felicidad lo mismo que arroja
al pozo a los desechos de la sociedad? ¿No es esa violencia solidaria de los modos de
producción y circulación que dictan los ritmos de los cuerpos? ¿No hay algo de ese afán de
orden y progreso que posibilita el odio visceral por todo aquello que se escapa de la norma?

Podríamos hablar de las violencias en el fútbol, podríamos hablar de la mercantilización de esa


pasión colectiva. De la embriaguez alegre en el encuentro de los cuerpos. Podríamos hablar de
las sustancias que circulan en botellas cortadas. Podríamos, también, pensar el folklore del
furgón; ese espacio en el que, en ocasiones, algunos cuerpos se olvidan de sí. De mañana, de
tarde, de noche. Podríamos hacer hablar a los fantasmas que circulan desde la tragedia del
veintidós de febrero de dos mil doce y decir cómo el primer vagón quedó desierto. Decir algo
del tránsito cotidiano hacia la gran ciudad; ese collage de cemento, humos, ruidos y
banderines sin el cual sería difícil pensar la asistencia a la fiesta del Capital.

III.
Lo Grupal es una publicación que surge en el año mil novecientos ochenta y tres con la vuelta
de la democracia, y alcanza diez números hasta el año mil novecientos noventa y tres. Aquí
una lectura posible: algunos de esos textos intentan pensar problemáticas relativas a los estares
colectivos antes, durante y después del Terror de Estado. Una de las cuestiones que se intentó
pensar, tiene que ver con las condiciones en que se gestó durante ese régimen, un modo de
existencia tipo. Modo de existencia que hizo posible el sostenimiento y perpetración del orden
imperante. Una existencia amasada con miedo, amante del hogar y de las buenas costumbres.

Juan Carlos De Brasi señala que la enunciación de la problemática de la subjetividad responde, en


el campo de lo grupal, «a la modelación de un tipo de sujeto y de un sujeto tipo, tal como se
forjó durante la dictadura militar».1 Se detiene en la crueldad con que se implantaron esos
modos de subjetivación, y escribe: «lo cruento no lo tomamos sólo bajo el aspecto del daño,
las desapariciones físicas y figurativas, la obligación de callar para poder sobrevivir o el
aniquilamiento de la memoria, sino en las micrológicas que conformaban el lenguaje, los
gestos, las posturas del cuerpo, las ceremonias, etc., de un macro-sector o un micro estrato.
Y sus maneras de enquistarse profundamente hasta producir lenta e imperceptiblemente
variaciones subjetivas que hoy parecen naturales, perversamente ahistóricas»2

Cuando se propone, en esa misma publicación, atender a los fenómenos micropolíticos, se intenta
pensar en las fuerzas económico-político-libidinales que están produciendo (en determinada
situación y momento histórico) las condiciones de posibilidad de lo existente.

Eduardo Pavlovsky –precursor, junto a Juan Carlos De Brasi, de la publicación mencionada–


es uno de los autores que más ha trabajado el problema de la complicidad y los fenómenos
micropolíticos en el marco del movimiento de lo grupal. En un texto publicado en el libro cinco de
la publicación Lo Grupal (1987), Pavlovsky intenta pensar a «esa mayoría silenciosa que fue
cómplice del terror cotidiano». Esa masa gris cadavérica (como la llamó en algún momento) que
sostuvo (y sostiene) la película.

El teatro de Pavlosky es, también, un territorio de experimentación estética que va desde la


denuncia áspera hasta la sutil puesta en evidencia del absurdo obrar bípedo. Una narrativa que
logra en ocasiones hacer girar al sentido común hasta que, mareado, vomita el hastío que lo
sostiene.3
1
De Brasi, J. C. (2007) La problemática de la subjetividad. Un ensayo, una conversación. EPBCN. Buenos Aires,
2007. Pág. 109.
2
Ibídem. Pág. 110.
3
Algunas de estas cuestiones fueron trabajadas en un texto publicado en el número 2 de la Revista Transversales,
titulado: «Encontrariarnos. Indicios de Eduardo Pavlovsky y Julio Cortázar para pensar lo micropolítico»
¿Qué relaciones intentamos sostener entre la gestación de un modo de existencia tipo en tiempos
de Terror de Estado, y el teatro de Pavlovsky? Al trabajar la figura el represor o el torturador en
obras como El Señor Galíndez, El Señor Laforgue, Potestad, Pablo, o Paso de Dos, insiste la pregunta
por la trama micropolítica que posibilita esa producción y reproducción. Pavlovsky intenta
pensar, «la formación de subjetividad del fascismo social, su molecularidad cotidiana, su
estética»4 El problema que insiste (cuestión que ya ha sido planteada, con ciertos matices,
entre otros, por Wilhelm Reich) podría plantearse así: ¿Cómo se forman las investiduras
reaccionarias sobre el campo social? ¿Qué es lo que las hace posibles? ¿Qué fenómenos micropolíticos
traman esos modos subjetivos?

Una de las cuestiones más interesantes que trabaja Eduardo Pavlovsky en su teatro, como
señalábamos, es la figura de la complicidad. La complicidad como gesto que sostiene y legitima
un estado de cosas.

Telarañas es una obra que Pavlovsky estrena en mil novecientos setenta y siete. Fue prohibida
por la Dictadura Militar, por tratarse de una pieza que ponía en cuestión la moral y las buenas
costumbres de la familia burguesa. Aparecen allí el padre, la madre y el pibe (hijo de ambos).
El padre quiere llevar al pibe al fútbol para que se haga macho. “¡Un día te voy a llevar al fútbol!
¡Allí te van a enseñar a ser macho! ¡Vas a ser hombre a golpes! ¡Te lo juro!”. Más tarde, aparecen Beto
y Pepe. Entran a la casa tirando la puerta abajo. Sujetan violentamente al padre y al pibe.
Quieren saber si la casa es un aguantadero. Beto le pregunta al pibe los nombres y apellidos de
todos sus amigos. El pibe no habla. Nunca lo hace. No se sabe qué edad tiene. Por momentos
la madre le da la teta. Al silencio del pibe, Beto responde con un bife. El padre dice: “¡Te lo
tenés merecido! ¡Péguele, así se hace hombre! ¡Yo quiero que se haga hombre de una vez! ¡Me salió un
mariconcito! ¡Yo lo quiero llevar al fútbol a ver si se hace hombre de una vez!” El padre dice que él se
hizo hombre así. Cuenta que una vez, en la tribuna de Lanús, había un hincha de Banfield que
gritó un gol. Lo cagaron a trompadas. Beto, confundido, parece obnubilado con el relato. No
se acuerda para qué está ahí. El padre agarra al pibe y dramatiza la golpiza que le dieron al
infiltrado. Beto le dice que pare, que después van a echarle a la culpa a ellos. El pibe termina
roto. Beto le dice que no se preocupe, “¡Tu viejo es un buen tipo! ¡Él quiere que vos salgas un
hombre! (…) El quiere a su equipo. Lanús es como una familia, ¿entendés, pibe? ¡Quiere a su club como
a la patria!”. El pibe está desmayado. Beto sigue, “¡A mí me hubiera gustado un viejo tan
apasionado!”. Baja la madre. Les ofrece a Beto y a Pepe un vaso de vino. Beto dice, “No, gracias,
señora. No tomamos en horas de servicio”. Reciben una llamada del jefe, y parten. Más tarde, el

4
Pavlovsky, E. (1993) Estética de la multiplicidad. Concepciones de la producción de subjetividad en mi teatro. En
Pavlovsky, E.; De Brasi, J. C. (Comps.) Lo grupal. (Libro X). Ed. Búsqueda. Buenos Aires, 1993.
padre lleva al pibe a al fútbol. El pibe sólo habla para gritar el gol de Lanús. Sobre el final, la
madre y el padre le dan al pibe un paquete. Es una soga en forma de horca. El pibe no dice
nada y los padres lo acusan de desagradecido. Cuelgan la soga, lo paran sobre una silla, se la
colocan alrededor del cuello, y patean violentamente la silla. El pibe queda colgando,
convulsiona, se mueve espasmódicamente, y muere.

(pausa)
***

Abril de dos mil catorce en el tren sarmiento. Alguien abandona su asiento, se aproxima al
cuerpo vociferante, y dejando recaer suavemente su mano derecha sobre el hombro izquierdo
de la señora, grita: ¡La felicito, señora! ¡Es la más facha de todo el vagón! El hostil cuerpo
vociferante queda pasmado. Tras proferir las palabras irónicas, se sienten risas, silencios,
rostros ofuscados y aplausos tímidos.

No proponemos que la solución sea entrenar a un ejército de conmovedores del sentido común
que, infiltrados en vagones de trenes, dediquen las horas a dejar en evidencia mediante algún
tipo de invención inteligente y original a los microfascismos que sostienen los días. Pero, a su
vez, nos preguntamos: ¿qué transformación es posible si no hay un quien que señale el fascismo
de ese acto? Escribe Pavlovsky: «no hay dictadura que tenga éxito si no cuenta con el
beneplácito de esa ‘mayoría silenciosa’ que accede al pacto, al silencio y al olvido, que
construye con su permiso la obviedad del terror cotidiano»5

***

El Señor Galíndez se estrena en el Teatro Payro unos años antes de Telarañas, en enero de mil
novecientos setenta y tres. En noviembre del setenta y cuatro, el teatro sufre un atentado.
Una bomba dice que el teatro de Pavlovsky no es «un entretenimiento suave y complaciente,
sino una obra que lastima y nos hace dudar de nosotros mismos»6

Un tal Eduardo espera en una sala mientras Doña Sara se encarga de las tareas de limpieza.
Aparecen Beto y Pepe, unos tipos que desde hace tiempo “laburan para Galíndez”. Eduardo
está por unirse al equipo. Galíndez se presenta como la voz del teléfono, la voz que dicta las

5
Pavlovsky, E. (1987) El saber en el discurso de las madres. En Pavlovsky, E.; De Brasi, J. C. (Comps.) Lo grupal.
(Libro IV). Ed. Búsqueda. Buenos Aires, 1987. Pág. 19
6
Percia, M. (2009) Beckett, hoy: Pavlovsky. Deleuze, hoy: Pavlovsky. La rabia de ser siempre otro. Inédito.
órdenes que esperan fanáticamente. Todos han leído “los libros de Galíndez”; manuales de la
tortura. Mientras esperan, Beto telefonea a su mujer. “Hola negra. El Beto habla, corazón.
¿Cómo te va? (Pausa.) ¿Cómo está la nena? ¿La abrigaste? (Pausa.) Mirá que está fresco esta
noche. (Pausa.) Hacele repasar la tabla del 7, que andaba floja en el cuaderno (…)…dame con
la nena, dame con la Rosi. (…) Hola, Rosi, El papi habla. ¿Cómo le va a la muñequita? ¿Me
querés mucho? Y cómo no te voy a querer si soy tu papi.” Cuelga. Más tarde, suena el
teléfono y atiende Beto. “¡Hola! ¡Sí, señor Galíndez! ¿Cómo? ¿Diez minutos? (…) (Cuelga. A
Pepe:) En diez minutos, laburamos.” El cuarto se transforma súbitamente en una sala de
tortura. La cama es reemplazada por una camilla. Beto, Pepe y Eduardo se enguantan las
manos. Aparecen jeringas, ampollas, pinzas y un aparato para medir la presión arterial.
Eduardo siente el vértigo de la primera vez. Beto y Pepe lo llaman el pibe. Está nervioso e
intentan tranquilizarlo. Pepe le dice, “No te preocupés, pibe. Ahora vas a conocer con
nosotros lo que es laburar. Vas a ver las caras que ponen en esta camilla. Nunca te las vas a
olvidar.” Beto sigue, “Afuera se hacen los machos, ¿sabés? Ponen bombas. Matan a inocentes
compañeros. Pero cuando los ponemos aquí en la camilla y los tocamos con los aparatos
(pausa) ¡acá se cagan! ¡Se hacen pis encima! ¡Piden por la madre! (…) Vos tenés que pensar
que por cada trabajo bien hecho hay mil tipos paralizados de miedo. Nosotros actuamos por
irradiación. Este es el gran mérito de la técnica… y de Galíndez.” Mientras tanto, Doña Sara
pasa la escoba como si se tratara del final de una fiesta de disfraces.
Por supuesto que la ideología tiene una existencia material; la idea de irradiación que se lee sobre
el final del relato dice algo de eso: «…por cada trabajo bien hecho hay mil tipos paralizados de
miedo».
Si nos detenemos en lo cotidiano es porque entendemos que es también allí donde se debate el
porvenir. La vida cotidiana es un territorio propicio para la producción de jurisprudencia
económico-político-libidinal. Un espacio propicio tanto para la reproducción de lo mismo, como
para el desvío, la vacilación, la pregunta. No da lo mismo decir que no decir. No da lo mismo
gritar que hacer silencio. No estamos abogando por una política de lo cotidiano en detrimento
de una política otra que entiende que no basta con sacudir a las almas bellas engolosinadas con
baba mediática para estar a la altura de un sistema de explotación organizado y perpetuado por
la reproducción de las relaciones de producción. No se trata de elegir entre un modo u otro.
En el libro siete de la publicación Lo Grupal (1989), Juan Carlos De Brasi concluye
el texto Violencia y transformación. Laberintos grupales e institucionales en lo social-histórico,
afirmando la necesidad de conmover «las maquinarias terroristas y cómplices montadas como
guardianas del estado, la fe o los destinos patrióticos, que conforman un verdadero y
actual ser-para-la-
aniquilación, siniestramente reactualizado en cada instante»7 No interesa una lectura paranoica,
no se trata de eso. Sí de un intento de advertir sobre ciertas tramas que hoy, aún, dibujan el
paisaje social. Sí de la necesidad de pensar las fuerzas que cincelan lo vivo. Sí de un deseo, de
una alerta: que la pasión por el ni no nos vuelva abúlicos.

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