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La irreversibilidad de la muerte

cerebral, cuestionada
Artículo escrito por Juan Lerma, profesor
de Investigación del CSIC (España) en el
Instituto de Neurociencias de Alicante y
editor jefe de la revista científica
Neuroscience.
Los resultados de una investigación con cerebros de cerdos, publicada la
semana pasada en la revista Nature, cuestionan el hecho asumido hasta ahora
de que el cerebro de los mamíferos sufre daños irreversibles minutos después
de que la sangre deja de circular y plantea la posibilidad de que la
recuperación del cerebro sea posible incluso después de que el corazón haya
dejado de latir por un tiempo prolongado.

Una persona es declarada clínicamente muerta si hay una pérdida irreversible


de la función cerebral. Es lo que se llama muerte cerebral y se pone en
evidencia por la pérdida de actividad cerebral indicada por el
electroencefalograma isoeléctrico o plano.

La falta de actividad cerebral se considera un síntoma infalible de muerte


biológica y la Organización Mundial de la Salud establece al respecto un
conjunto de criterios ineludibles para establecer con certeza la muerte. Pero no
todos los tejidos y órganos pierden sus características funcionales al mismo
tiempo. Se acepta que ciertos órganos pueden preservar su vitalidad tras la
muerte cerebral.

Diversos estudios, realizados tanto en humanos como en animales


experimentales, han demostrado que la actividad eléctrica global y la
consciencia se pierden a los pocos minutos de la interrupción del flujo
sanguíneo cerebral. A menos que la perfusión sanguínea se restaure
rápidamente, varios mecanismos bien conocidos desencadenan la pérdida de la
homeostasis iónica y la acumulación de glutamato, el neurotransmisor
excitador más abundante del cerebro, hasta alcanzar niveles tóxicos para las
neuronas. Esta cascada progresiva e irreversiblemente dispara mecanismos de
muerte neuronal y daño axonal.

Ahora, la nueva investigación liderada por la Universidad Yale (Estados Unidos)


ha descrito la recuperación de ciertas propiedades estructurales y funcionales
en cerebros de cerdos sacrificados cuatro horas antes.
Recreación artística del cerebro humano. (Imagen: TheDigitalArtist / Pixabay)

Esta recuperación se logró tras perfundir extracorpóreamente los cerebros a


través de sus arterias carótidas con un líquido especial que contenía una serie
de compuestos citoprotectores, anticoagulantes nutritivos, etc., además de
hemoglobina como elemento portador del oxígeno necesario para la actividad
vital de las células. Este líquido fue bombeado a través del sistema vascular
cerebral con picos y valles de presión, tratando de simular así la actividad
cardiaca.

Tras la muerte clínica, este tratamiento restauró y mantuvo la circulación en


las principales arterias, vasos sanguíneos y capilares, preservando el
metabolismo cerebral y la capacidad de respuesta celular a fármacos.
Igualmente, estudios electrofisiológicos realizados en rodajas tomadas de estos
cerebros tras un tiempo considerable de estar mantenidos en estas condiciones
(hasta seis horas) indicaron la preservación de la funcionalidad de las neuronas
y de sus sistemas de comunicación sináptica.

Pruebas histológicas indicaron la salvaguarda de la estructura neuronal más


allá de lo esperable e incluso se evitaron algunos cambios macroscópicos
observados en los cerebros no tratados con este sistema (dilatación de los
ventrículos cerebrales). Estos hallazgos prueban que, en condiciones
adecuadas, el cerebro de los mamíferos posee una capacidad, hasta ahora
subestimada, para preservar y restablecer la actividad molecular y celular tras
un intervalo prolongado post mortem.

Es importante señalar que, aunque se preserva y reanima la actividad


neurofisiológica con este procedimiento, la actividad eléctrica cerebral global,
es decir, el electroencefalograma de estos cerebros reanimados, no se
recuperó, al menos en el periodo de tiempo estudiado (seis horas).

Los registros de la corteza cerebral mediante electrodos indicaron una falta de


actividad coordinada total, lo que lleva a pensar que aunque los elementos que
constituyen el cerebro (neuronas, células de glía, componentes vasculares,
etc) se pueden preservar más allá de lo que se imaginaba, el cerebro no
recupera la capacidad de funcionar como un todo, y por tanto se duda de que
la consciencia, o la capacidad de experimentar sensaciones (dolor o angustia)
se recuperen con este procedimiento.

La preservación de ciertas características fisiológicas celulares y metabólicas


cerebrales no resultan, por tanto, en el resurgimiento automático de la función
cerebral normal y bien organizada, posible signo de consciencia. Se logra un
cerebro con sus elementos celulares vivos, pero sin función integrada o
emergente. Por qué esto es así requerirá de más investigación.

De hecho, estudios anteriores lograron mantener vivos cerebros de ratas y


cobayas durante horas, extraídos del cuerpo. Estos cerebros sí mantuvieron la
actividad electroencefalográfica global, además de funciones celulares y
moleculares. No sabemos si este hecho se debe al menor tamaño de los
cerebros o al procedimiento experimental (la muerte cerebral nunca tuvo
lugar), más rápido y respetuoso con la integridad cerebral.

En mi opinión, se está aun muy lejos de aplicar estos métodos para poder
restaurar estructuras y funciones cerebrales de personas que en la actualidad
serían declaradas clínicamente muertas. De hecho, este método es
tremendamente invasivo y su aplicación a humanos se vislumbra un tanto
difícil. Sin embargo, no existe impedimento biológico claro para pensar que no
podría aplicarse a seres humanos en condiciones especiales.

No hay razón para pensar que este líquido 'resucitante' especialmente


formulado no pueda funcionar igualmente en los seres humanos. Al fin y al
cabo, todos los animales, incluyendo los mamíferos, compartimos principios
vitales fundamentales. Probarlo experimentalmente representa un problema
bioético de enorme magnitud y no creo que esté previsto a corto plazo.

Sin embargo, los resultados de esta investigación constituyen una prueba de


concepto que podría afectar a las consideraciones médicas y éticas de
pacientes en estado crítico en espera de un órgano para trasplante, y a la
inversa: cómo convencerse de que una situación de muerte clínica es
irreversible, dando pie a la donación de órganos.

Hipotéticamente, si esta tecnología se mejorara y se desarrollara para su uso


en humanos, las personas con muerte cerebral, especialmente aquella
resultante de la falta de oxígeno, podrían convertirse en candidatos a una
reanimación cerebral.

La neurociencia no deja de sacudir la conciencia humana y social con sus


hallazgos. Los científicos nos limitamos a describir lo que encontramos. La
sociedad, una vez más, habrá de encontrar el camino para adaptarse al
progreso del conocimiento.

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