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¿QUÉ ES EL PERIODISMO NARRATIVO Y

POR QUÉ PARECE QUE NOS MIENTEN?


26 octubre, 2014 · de Esteban Ordóñez Chillarón · en Sobre periodismo narrativo. ·
Pueden acusar a estos profesionales de inventar precisamente por contar más verdad que otros. La paradoja no debe
sorprender, qué esperar, por ejemplo, de un género como la crónica (cante grande en el periodismo narrativo) que fue
bautizado por Juan Villoro como “el ornitorrinco de la prosa”. Los también llamados periodistas literarios
aprovechan los útiles disponibles en la literatura y las ciencias sociales para cuajar un relato completo e imperecedero.
El éxito depende de la hondura de la mirada, el reportero registra los detalles que otros testigos presenciales eludirían.
Ahí nace la sospecha. Sin embargo, no hay trampa: tampoco una fotografía engaña por mostrar los pequeños objetos
que uno olvidó.

El periodismo literario se hace al aire libre/ Foto: Manjar de hormiga.


Este ramal del oficio no pertenece a un solo género; es, más bien, una forma de recolectar la información y de
procesarla para dejar huella en el lector. El autor se desabotona la camisa de fuerza de la actualidad.
El periodista informativo acude al lugar de los hechos, anota lo que sucede, aboceta el contexto y lo publica, todo esto
siempre que el interés mediático siga vigente; en cambio, el narrativo, como sugiere la autora de Frutos extraños,
Leila Guerriero, se presenta en el lugar tres meses después de los hechos e investiga todas las facetas y ópticas
posibles. Yo, así a lo profano, los diferencio por la forma de tomar café: imagino a uno con prisas, colando en su
esófago el líquido caliente de una máquina de oficina como quien pasa por boxes; al otro lo veo sorbiendo de una taza
en un bar que no conoce mientras repasa algo mentalmente. Reconozco que la comparativa no es muy fiable, no
obstante, lo cierto es que el periodismo literario abandona el valor efímero. De hecho, las recopilaciones de crónicas
de primeros espadas como Martín Caparrós (@martin_caparros), Jorge Carrión (@jorgecarrion21), Ander
Izagirre(@anderiza) comparten estantes de las bibliotecas con la literatura convencional.
Para vencer la caducidad, Roberto Herrscher -@rmherrscher- (Periodismo narrativo. Cómo contar la realidad con
las armas de la literatura) propone cinco virtudes del cronista: “la voz, la visión de los ‘otros’, la forma en que las
voces cobran vida, los detalles reveladores y la selección de historias, recortes y enfoques”. Gracias a estas destrezas, el
profesional puede componer textos que no menosprecian la creación de atmósferas, las escenificaciones aumentan la
tensión narrativa, los diálogos directos, los saltos en el tiempo, los flujos de conciencia faulknerianos…
Punto de vista/ “Este tío es un ególatra”
Igual que en la literatura de ficción, aquí la posición del narrador con respecto del relato determinará, en gran medida,
su efectividad. El ojo del reportero actúa a veces como una cámara en HD y otras como una Kodak legañosa de
gasolinera; al final, es la historia la que dicta la máquina necesaria, pero hay que saber verlo.
Por otro lado, muchos hacen algo que está totalmente descartado en el trabajo informativo: escogen la primera
persona y se implican. A los ojos de algunos profesionales llenos de datos, de estadísticas y declaraciones,
de sugirióses ysentencióses, esta elección resta credibilidad. Aunque, en realidad, quien asegura escribir un artículo
objetivo selecciona también desde su subjetividad una parcela de un hecho, unas citas, unas fuentes… ¿no engaña
menos aquel que confiesa su mano de trilero?
El ser humano construye su identidad con base en narrativas: mediante relatos personales y colectivos el individuo
comprende su lugar en el mundo. El cronista más que informar trata de formar una época, darle entidad y ubicarla en la
conciencia del lector; exprime las oportunidades del lenguaje, su potencia a la hora de sugerir, encender la duda o
emocionar. El argentino Tomás Eloy Martínez adujo que lo único que el hombre realmente entiende y conserva en la
memoria son los relatos. El reportero no debe situarse por delante de la historia, debe filtrar, bañarse en lo que ve para
publicar unas palabras impregnadas de humanidad.
El maestro Gay Talese enseña que todo personaje mirado de cerca es un personaje literario/ Foto: El País.
Seres imaginarios
Somos empáticos y descubrimos mejor los sucesos o paisajes a través de los sentimientos de sus protagonistas. No
obstante, por esta inmersión en el otro también sobrevienen sospechas de incredulidad. El maestro Gay Talese dice que
si uno excava lo suficiente en los personajes, se vuelven tan reales que sus historias adquieren un aire imaginario.
Aquí el periodista narrativo se lo juega todo. La primera norma es desterrar prejuicios o estereotipos: son conceptos
previos a la experiencia que ocultan lo que no encaja en su molde y desperdician información. El lector que se niegue a
suprimir sus ideas preconcebidas puede acercarse a la descripción de un personaje y ofenderse como si viera un cuerpo
con los órganos por fuera. (Esto sucede con más fuerza si tenemos en cuenta que algunos de los grupos humanos
elegidos para la investigación son exiliados de las dinámicas sociales. En muchas ocasiones son los despojos de nuestro
bienestar: víctimas de una indiferencia aprendida que, en caso de desaparecer, dejaría en cueros nuestra cuota de culpa).
Los trabajos de autores como Leila Guerriero están preñados de perfiles. Este género ayuda a componer la textura del
personaje, a exponer su vivencia y su carácter como una parte más de su carnalidad. El retratista usa las palabras
del sujeto, su manera de hablar; sortea la barrera de la fórmula pregunta-respuesta y apuesta por diálogos directos,
incluso explora la técnica del estilo libre indirecto como manera de condensar con agilidad el ritmo del hablante, las
micro-expresiones y las acotaciones o valoraciones del narrador. El objetivo es meterse en la piel del personaje y, en
este empeño, la mirada del autor es todo.
El New Journalism (y ahora The new new journalism) desplegó nuevos métodos de investigación, préstamos de la
sociología o la antropología como la observación participante. ¿Qué mejor forma de captar la esencia de los
protagonistas de un relato que conviviendo con ellos? Dedicar muchas horas a conversar con los entrevistados y buscar
todas las fuentes posibles en un ejercicio de registro, a veces, cercano a la labor de la historiografía oral. Hay maestros
como Ted Conover que, incluso, se convierten en uno más del grupo que desean investigar. En Coyotes (1987), se
unió a los espaldas mojadas que cruzan la frontera estadounidense de manera ilegal y sufrió el duro trabajo agrícola, el
rechazo, el hacinamiento y los abusos de los patrones en sus propias carnes.
Estos métodos, junto con la pasión inconmovible y la artillería literaria de los profesionales, aportan al periodismo la
capacidad de detonar las visiones acostumbradas de la realidad. Nos empujan a renovar ideas, a desempolvar
perspectivas. Resquebrajan un mundo que creíamos demasiado cincelado.

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