Anda di halaman 1dari 3

YO ME HE PROPUESTO RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS

Por Sebastián Alvarado

Un escritor no se define solo por las temáticas que desarrolla. Un escritor no se


define por los elementos y relaciones que percibe y que elige describir, sino por
cómo los percibe y cómo los describe: exterioriza una mirada posible de la
especie, una particularidad subyacente en la evolución de nuestra relación con la
naturaleza. La obra permite que esa posibilidad sea comprendida por los otros,
sea interiorizada por el colectivo, sea compartida por los ojos del resto: la
literatura nos enseña a mirar el mundo. La obra permite que seamos conscientes
de lo que podemos compartir, que la comunidad sea consciente de sí misma.
Cuando una obra parida en un pueblo se pierde, parte de ese pueblo se pierde, él
mismo se desintegra. Hoy en día vemos cómo se avanza y se instaura la
hegemonía de la desintegración.
Edesio Alvarado decidió escribir sobre el sur de Chile. Las modas literarias en su
tiempo estaban enfocadas en escribir sobre la vida de los latinoamericanos en
Europa o en expandir la influencia de sus escuelas en la literatura criolla. El boom
estaba a la palestra en los medios. Sin embargo, Edesio continuó escribiendo
sobre el sur de Chile. Sobre lugares inhóspitos, recónditos, lejanos. Sobre la
complejidad de la aparente simpleza de una vida silvestre, dura. Sobre el
permanente asedio de una muerte tácita, sin testigos. En un país, largo como el
nuestro, donde la atención mediática, filtrada por la centralización política, ha
estado históricamente en la capital, en Santiago, no es una decisión fácil. En un
medio cultural que hasta el día de hoy es hostil y mezquino, en donde la atención
y los halagos suelen centrarse en lo foráneo, en quienes no podemos ver, en
quienes no podemos tocar, en quienes no son como nosotros, no es una decisión
fácil. Sin embargo, la estética de Alvarado fue consecuente con ella: él fue un
escritor que nunca abandonó el sur. Esta actitud, cabe decirlo, tuvo
consecuencias.
¿Qué sabe un santiaguino –como yo– de los quejidos de un caballo enfermo? ¿de
cuidar un caballo? ¿de amar y odiar a un animal? ¿de, como un verdugo,
encaminarlo al barranco donde perderá la vida? Nada. ¿Qué sabe un santiaguino
de los peligros que reinan en el silencio de la noche sureña? ¿en las playas? ¿en el
mar? Nada. Nuestras vidas son distintas y hay que aceptarlo. Edesio conocía
ambas vidas e eligió profundizar en una. Todos su literatura comparte una
temática enraizada en esa elección y lo hace desde una manera en particular:
exhibe cómo en el aislamiento la naturaleza vuelve a erigirse como una fuerza que
nos permite pensar en nuestra propia existencia, en nuestra mortalidad. Quiero
decir, en la ciudad la realidad está revestida por el cemento, por los semáforos,
por las manifestaciones de cientos de miles, por los golpes de los policías, por las
masas en el pleno esplendor de su movimiento uniforme, por el orden. En
cambio, en el campo, en el sur austral, el individuo renace, más allá de su
enajenación, a partir de situaciones que enfatizan su necesidad vital, su
respiración sudorosa. Podríamos decir que en el sur de Edesio Alvarado el
silencio tenso, expectante, es el que permite que los personajes se escuchen
respirando. El Caballo que tosía (1962) es un ejemplo de eso: el hombre prevalece
asesinando al animal que ha aprendido a amar. El hombre quiere vivir:

“… yo no debo, no debiera dejar que nada destruyera este deseo de vivir, quiero
guardarlo intacto como el mundo primitivo que me hice aquí, ya no recuerdo hasta
cuándo estuvo virgen este mundo, después he sido sacudido, mordido,
emponzoñado por tantas cosas, pero es curioso, ahora siento lo mismo que antes
de mi enfermedad, ese mundo vuelve por períodos, a pedazos, llamándome,
pidiéndome algo, ¿por qué será? ¿por qué voy a morir pronto?”

En un mundo donde las personas, donde los que salieron a buscar suerte a otros
lugares del país o al extranjero, terminaron con nada, podridos en las costas o en
las montañas, un hombre que lucha contra su enfermedad es asolado por la toz
de un caballo enfermo por las noches. La noche, su venida, termina
convirtiéndose por analogía natural en un equivalente de la muerte, por lo que
vencer los quejidos del animal a su vez se convierte en la victoria de la vida, de la
supremacía de la humanidad. Es tanto así que cuando el caballo no toce, de todas
maneras el hombre no puede dormir, ya que la lucha no se ha resuelto. El
hombre urde un plan. Se gana la confianza del caballo, pasan el tiempo juntos. El
hombre enfermo y el caballo enfermo, dos dimensiones distintas que asumen la
forma de un espejo. La relación, vista por los otros, parece ser idílica: la salvación
del uno es la salvación del otro. “… te quiero de veras, animal inocente”, dice,
entre otras cosas, el hombre antes de culminar su traición. El hombre llora, el
caballo muere, el hombre vive.
Una vida sin perdón, una vida sin misericordia, de necesidades, de olor a lana
quemada, de presagios parcos, es los que nos entrega Edesio Alvarado. Esa vida
que él decidió representar, que decidió sacar a la luz, todavía existe, aislada y
brutal. Su obra, al igual que ella, se encuentra abandonada por el centro del país.
Su obra prevalecerá, al igual que la vida de los habitantes del sur austral, al igual
que la vida marcada por su dolor.
 

Anda mungkin juga menyukai