Aisladas entre sí, Aparece la división En este estadio, las Estados nación,
permeadas por del trabajo entre sociedades poseen federaciones de
actividades idénticas los individuos y la un territorio Estado o grandes
o parecidas entre división de común, una imperios.
todos los miembros. funciones entre los constitución y un
diferentes sistema legal.
segmentos de la
sociedad.
Para presentar esta cuestión, vamos a hacer referencia a los trabajos de Marx y su análisis del
“mundo colonial”, el “tercer mundo” o lo que, siguiendo a la teoría de la dependencia,
podemos nombrar como el “mundo periférico”. Es en esos análisis de Marx que podemos
encontrar las tensiones a las que estamos haciendo referencia.
Santiago Castro-Gómez (2005), uno de los referentes en las críticas al eurocentrismo, plantea
ciertas incongruencias en el pensamiento de uno de los padres fundadores de la sociología,
Marx. Veamos el argumento del autor.
Según Castro-Gómez, en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels nos dicen que la
burguesía es un actor social clave y que cambia la historia, es decir, que cambia las relaciones
sociales. Diversos factores contribuyeron al ascenso de la burguesía; por ejemplo: el
surgimiento de un mercado mundial que permitía comercializar los productos y el desarrollo de
una gran industria como consecuencia de la Revolución Industrial. Sumado a esto, el
“descubrimiento” de América y el intercambio con sus colonias por parte de las naciones
europeas hicieron posible la ruptura de la antigua organización feudal: la creación de nuevos
mercados no pudo ser satisfecha con los productos nacionales y se tuvo que recurrir a la
introducción de mercancías provenientes de diversos lugares en el mundo. Estos nuevos
mercados impulsaron el desarrollo de la ciencia, la innovación tecnológica, la navegación a
vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico y la maquinaria industrial. Es decir, se produjo una
relación recíproca: el mercado mundial impulsó el surgimiento de la gran industria y esta, a su
vez, amplió los límites del mercado mundial.
Hasta aquí, el argumento de Castro-Gómez: la clase social en ascenso (una de las centrales), la
burguesía, cumplió un rol decisivo en la consolidación del capitalismo. Sin embargo, nosotros
podemos preguntarnos: ¿cuál es el rol de las burguesías nacionales (es decir, de aquellas
burguesías del “mundo periférico”) Castro-Gómez afirma que Marx y Engels fueron muy
escépticos al considerar el desarrollo de la clase burguesa en sociedades no europeas.
El problema de la teoría de Marx y Engels (en este caso, hacemos referencia a estos autores,
aunque las críticas pueden extenderse al resto) es que las sociedades no capitalistas fueron
analizadas desde la perspectiva de las sociedades modernas europeas. Es por esta razón que
Castro-Gómez (2005) nos dice que cuando Marx afirmó que la burguesía cumplió un rol central
en la constitución del capitalismo, parecía referirse exclusivamente a la burguesía europea, que,
gracias al control del comercio internacional, logró establecer núcleos de producción capitalista
con sus colonias de ultramar.
Pero este argumento presenta una serie de problemas, como podrás apreciar, porque deja al
descubierto el lugar del “mundo periférico” en las reflexiones de los padres fundadores.
A pesar de que Marx reconoció, en principio, que el mercado mundial fue impulsado por la
expansión colonial de los países centrales, finalmente permaneció aferrado a una visión
teleológica y eurocéntrica de la historia.
Pero sigamos con el argumento desarrollado por Castro-Gómez. En esta visión marxista de la
historia, el colonialismo es un fenómeno marginal y no central en la constitución de la
modernidad: el capitalismo, para Marx, es un sistema que se expande desde Europa hacia el
resto del mundo, y el colonialismo es tan solo un “efecto” marginal que ocurre en la
construcción de un mercado mundial. Es decir, el colonialismo (concepto central en los estudios
decoloniales) para Marx no tenía alguna incidencia fundamental ni en la emergencia del
capitalismo ni a nivel cultural. Marx nunca estudió sistemáticamente el desarrollo del
capitalismo en América Latina; por ello, intentar traducir la problemática europea al resto del
mundo es una tarea al menos conflictiva.
Las críticas a las categorías “modernas” han sido profundas, y no solo se han dirigido al
marxismo. De hecho, la pregunta que emerge en este punto, siguiendo a Lander (2006), es
precisamente esa: ¿hasta qué punto las críticas son válidas para una perspectiva teórica que
precisamente tenía como objetivo la superación del sistema capitalista?
¿Qué es el eurocentrismo?
Para decirlo en términos más simples, el eurocentrismo supone que Europa y su cultura fueron
el centro y el motor de la evolución social; por lo tanto, la historia europea se concibe como la
“historia universal”.
Decolonialidad
Gran parte de las críticas al eurocentrismo implícito en la construcción de las ciencias sociales
llevó a la búsqueda de renovadas perspectivas para entender el mundo en el que vivimos. En
ese sentido, el “giro decolonial” (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007), o “inflexión descolonial”
(Restrepo y Rojas, 2010), constituye uno de los esfuerzos más relevantes en esta nueva manera
de concebir las ciencias sociales.
Siguiendo los argumentos de Restrepo y Rojas, vamos a señalar seis rasgos principales en los
cuales los intelectuales vinculados a este “paradigma” (en sentido amplio) confluirían y estarían
de acuerdo. (Señalamos este punto porque aquellos intelectuales que trabajan en esta
perspectiva provienen de tradiciones disciplinarias diversas y muchas veces ponen énfasis en
diferentes dimensiones del mundo social; sin embargo, podemos identificar algunos puntos en
común). La idea es la de proveer una primera visión general sobre las especificidades de estos
planteos. Veamos, pues, los rasgos principales (Restrepo y Rojas, 2010):
La idea de colonialidad fue planteada inicialmente por el sociólogo peruano Aníbal Quijano.
Fundamentalmente, su concepto es el de “colonialidad del poder”. La colonialidad es una
matriz de poder que estructura el sistema del mundo moderno, donde las subjetividades y
conocimientos de los seres humanos son jerarquizados en el marco de un particular modo de
producción y distribución de la riqueza.
En definitiva, para Restrepo y Rojas (2010), con descolonización se hace referencia a un proceso
de superación del colonialismo (aquí podemos pensar todos los movimientos y luchas
anticoloniales; por ejemplo: las independencias políticas de las colonias). Con decolonialidad,
como paradigma epistemológico, se busca trascender históricamente a la colonialidad.
Aunque este pensamiento parece complejo, Restrepo y Rojas (2010) señalan que es menos
complicado de lo que aparenta ser. Cuando afirmamos que la modernidad es producida por la
colonialidad, decimos que cuando algo o alguien es imaginado o definido como moderno, al
mismo tiempo se está definiendo a otro como no moderno (alguien que no es moderno). Es
decir, siempre que definimos un nosotros (modernidad), estamos al mismo tiempo señalando
que hay alguien que se define como un no-nosotros (no moderno). Al hacer esa operación,
estamos trazando bordes, fronteras entre un interior y un exterior. El corolario de esto es que si
la modernidad es un proyecto civilizatorio, lo que está en juego es quiénes son los “nosotros-
modernos” y quiénes no lo son.
Por ejemplo, varios estudios han mostrado cómo lo que ocurre en un lugar determinado (por
ejemplo, el trabajo “libre”, al que se refería Marx, de los obreros industriales en Inglaterra) no
se explica exclusivamente por los factores locales, sino por la ubicación en un sistema-mundo.
Por esta razón, se plantea que hay que estudiar el sistema-mundo de manera interconectada y
no bajo la esfera de los Estados nación.
Esta perspectiva global del sistema de poder es la clave para comprender cómo se produce la
modernidad, expandiendo a escala planetaria las formas políticas y económicas imaginadas
como propias de la experiencia europea y sus repercusiones en todos los ámbitos de la vida.
La crítica al eurocentrismo implica reconocer que todo conocimiento que se produce está
situado histórica-, corporal- y geopolíticamente. El blanco de las críticas es lo que se conoce
como el “mito del punto cero”, es decir, la idea eurocéntrica de que existe un conocimiento sin
sujeto, sin historia, sin relaciones de poder. En oposición a esto, se considera la geopolítica del
conocimiento; es decir, se trata de comprender la “situacionalidad geohistórica” que produce
conocimiento: un conocimiento situado en la diferencia colonial.
A modo de síntesis, Restrepo y Rojas (2010) afirman que esta perspectiva se caracteriza por una
serie de desplazamientos o problematizaciones de las formas dominantes de comprensión de la
modernidad (y esto incluye, además de la sociología, la historia o la filosofía). Esta tradición se
inspira en la idea de Quijano de que a la colonialidad hay que entenderla en la perspectiva del
sistema-mundo y a partir de su patrón de poder global. En este sistema se jerarquizan y
diferencian las poblaciones apelando a un discurso racial.
Finalmente, se entiende la inflexión decolonial, según Restrepo y Rojas (2010), como una
corriente intelectual definida en torno a una serie de problematizaciones que elabora un
sistema más o menos coherente de conceptos en una narrativa: se busca cuestionar los
contenidos, pero también los términos (las condiciones) del sistema mundo moderno/colonial y
sus diversas articulaciones locales. En este orden, podemos identificar la inflexión colonial, en
un sentido amplio, cuando hacemos referencia a un conjunto de pensamientos críticos
posicionados desde el lado subalterno, donde se busca transformar el contenido y los términos
a través de los cuales se ha reproducido el eurocentrismo y la colonialidad en el sistema-
mundo. En un sentido restringido, la inflexión colonial hace referencia a una serie específica de
categorías y problemáticas generadas en los últimos años por un conjunto de intelectuales que
buscaban visibilizar el presente de la colonialidad.
Perspectiva de género
Como señala Carapia (2004), el siglo XX fue el marco de grandes transformaciones sociales que
provocaron importantes cambios en la vida de las mujeres y su incorporación al ámbito público,
es decir, su entrada en el “mundo de lo social”. En ese sentido, la Primera y Segunda Guerra
Mundial obligaron a las mujeres a incorporarse al trabajo en las industrias y sustituir a los
hombres que estaban en el frente de batalla. Esto, en principio, implicaba que muchas de ellas,
finalizada la guerra, regresaran al ámbito de lo doméstico (su espacio privado). Sin embargo,
durante la segunda posguerra muchas mujeres continuaron con sus actividades remuneradas,
lo cual inició una incorporación masiva del sexo femenino al ámbito laboral.
Es, entonces, precisamente este contexto uno de los puntos centrales para comprender la
irrupción en el escenario de la perspectiva de género en sentido amplio.
En el último tercio del siglo XX, las crisis económicas fueron constantes y la baja del poder
adquisitivo y el incremento del costo de vida provocaron las condiciones económicas y sociales
necesarias como para que las mujeres se incorporaran al trabajo. Esta situación, entre otras, se
articuló con los planteamientos de equidad de los derechos humanos y dio lugar a condiciones
contradictorias para las mujeres, que llevaron a que cada vez una mayor proporción de ellas se
integrara al mundo de lo público. Según Carapia (2004), esta situación fue paradójica, porque
fue como parte de las mismas contradicciones del sistema capitalista que un número elevado
de mujeres incursionaron en el campo de lo económico, lo político y de lo social para encontrar
respuestas a sus necesidades. Claramente, esta incorporación –nos recuerda Carapia– no fue
lineal ni en bloque, sino que dependió de cada clase social, del estatus, de los niveles
económicos, de los niveles educativos, los aspectos culturales y sociales de los grupos a los que
pertenecían las mujeres, así como de los diferentes entornos, momentos y circunstancias
individuales.
En este contexto surge la perspectiva de género como una categoría de análisis para el estudio
de las construcciones culturales y sociales propias de los hombres y las mujeres, lo que
identifica lo femenino y lo masculino. Debemos remarcar que no se puede hablar de género sin
tomar en cuenta el papel que han desarrollado las mujeres dentro del movimiento feminista.
Destacamos tres elementos fundamentales en el cambio de la condición social de las mujeres
en el siglo XX (Carapia, 2004):
La condición social de las mujeres implica todas aquellas características económicas, sociales y
políticas que definen sus funciones y roles en la sociedad en cada momento histórico y que se
estudian a través de la categoría de género.
Para Carapia (2004), se entiende como género la construcción social que se basa en el conjunto
de ideas, creencias y representaciones que generan las culturas a partir de las diferencias
sexuales, las cuales determinan los papeles de lo masculino y lo femenino. Es, además, una
categoría dinámica que se interrelaciona con el devenir histórico. Así, cuando se habla del
análisis de la condición social de las mujeres, se parte de entender un enfoque macrosocial
integrado por categorías de análisis como son: la estructura económico-social y política, las
relaciones de poder, las clases sociales y la lucha de clases.
Lo que plantea Carapia (2004), en definitiva, es que el proceso de lucha social y política, en el
cual inciden las mujeres, tiene que tener efectos e incidencias en lo macrosocial, y no solo en lo
microsocial, que se presenta en una lucha particular (lucha que, si bien es importante, también
es aislada y lleva a las mujeres a perderse en el mundo de lo particular sin considerar las
articulaciones con el mundo macrosocial).
Etnicidad
¿Qué es la etnicidad?
Según Giddens (2010), la etnicidad hace referencia a las prácticas culturales y perspectivas que
distinguen a una determinada comunidad de personas. Los miembros de los grupos étnicos se
ven a sí mismos como culturalmente diferentes de otros grupos sociales, y son percibidos por
los demás de igual manera. Hay diversas características que pueden servir para distinguir a
unos grupos étnicos de otros, pero las más habituales son la lengua, la historia o la ascendencia
(real o imaginada), la religión y las formas de vestirse o adornarse. Las diferencias étnicas son
totalmente aprendidas; esto quiere decir que no existen grupos “nacidos para servir” o para ser
“dirigentes”, sino que se trata de construcciones sociales.
Hay varios conceptos asociados a la noción de etnicidad sobre los cuales también haremos un
breve repaso. Uno de esos conceptos es el de minorías. Giddens (2010) señala que el concepto
de grupo minoritario se emplea de manera frecuente en la sociología y es más que una
diferenciación numérica. Por ejemplo, hay muchas minorías en un sentido estadístico (como las
personas que miden más de 2 metros o las que pesan más de 95 kg) que, sin embargo, no lo
son en un sentido sociológico.
Como señala Giddens (2010), mucha gente piensa (equivocadamente) que los seres humanos
pueden separarse en razas biológicamente distintas. Esta creencia, según el autor, no es
extraña: muchos intelectuales en la historia han realizados intentos de clasificar a las
poblaciones del mundo según este principio. Los debates sobre la cantidad de razas fueron
interminables. Sin embargo, se han encontrado tantas excepciones a estas clasificaciones que
resulta imposible considerar estos esfuerzos seriamente. Por esta razón, en sentido sociológico,
las razas no existen, solo existen variaciones físicas entre los seres humanos que derivan del
grado de consanguineidad de la población, la cual varía según el margen de contacto entre las
distintas unidades sociales o culturales. Es decir, los grupos humanos constituyen una línea
continua donde la diversidad genética que existe dentro de las poblaciones que comparten
ciertos rasgos físicos visibles es tan grande como la que existe entre los grupos. Por esta razón,
los sociólogos y antropólogos piensan que el concepto de raza debería ser desechado por
completo.