Tanto Gaos como Paz coinciden en que la historia de Primero Sueño es la historia de una derrota. Según
Gaos, dicha derrota se identifica con la vida personal y condición femenina de la poetisa mientras que en
opinión de Paz, dicha derrota es la del alma como prisionera del cuerpo. Paz nos dice: «El fracaso no viene de
su sexo sino de los límites del entendimiento humano»[24].
Intentemos ir un poco más allá: ¿realmente se trata de una “derrota”? ¿No es la llegada del día la que
termina con la aventura cognoscitiva del alma? Defendimos anteriormente la idea de Paz acerca de lo infinito
en cuanto a la esencia del poema así que, no podemos ver el tema como una derrota, sino como una voluntad
continúa que se ve, en un primer intento fracasada y que es emprendida de nuevo e interrumpida por el
amanecer. Existe un primer fracaso que, como bien nos dice Paz, no frena un segundo intento «si el
conocimiento parece imposible, hay que burlar el hado y atreverse» y así aparece la imagen de Faetón,
paradigma del ansia y voluntad de las grandes empresas. Si Sor Juana quisiera dar a comprender el poema
como la idea de una derrota, vaciaría de todo sentido todo lo que supuso su vida.
Tiene mucho más acierto lo que nos dice poco después el mismo Paz: «en Primero Sueño, Sor Juana va del
entusiasmo a la caída y de ésta al desafío». Así pues, siguiendo más de cerca esta tesis, creemos que el tema
del poema es más bien el de una voluntad, un ansia por el aprendizaje por encima del fracaso, ya que éste se
pone en duda con el segundo intento de conocimiento. Sea rebeldía o desafío, el afán de conocer es el tema
del poema por encima de todo. Con todo lo dicho, nuestra interpretación se aproxima mucho más a la postura
de Octavio Paz en cuanto a la continuidad y espíritu de afán del poema.
Pero ¿qué resultará de dicho afán? ¿Es Primero Sueño un poema en el que se niega la posibilidad de
conocimiento? ¿Se trata de un poema escéptico? Hemos de intentar esclarecer y determinar brevemente el
término escepticismo.
Partimos de una definición para el escepticismo según la cual se trata de una corriente filosófica del
helenismo por la que es imposible alcanzar la verdad. Su negativa a aceptar el conocimiento sensible y el
racional se basa en la existencia de diferentes percepciones e impresiones tomadas por el hombre. Cada
persona percibe la realidad según su propia interioridad, con lo que las opiniones que pueden extraerse de
ellas son distintas y en muchos casos opuestas. Siguiendo este punto de vista escéptico, el poema de Sor Juana
se encuentra muy alejado ya que ella considera que la vía de conocimiento posible se encuentra en una
atmósfera ininteligible para los sentidos y sólo accesible por medio del alma.
Para el escepticismo, puesto que nada se puede llegar a conocer y todo es incierto, la posición más
coherente es la de la epojé, es decir, la ausencia de pasiones (apatía) y la indiferencia y quietud (ataraxia)
como estados anímicos que garantizan al sabio la felicidad. Si en el poema el sujeto de conocimiento es el
alma y éste no cesa en ningún momento de su inquietud y afán de conocer de no ser por la llegada del día y
el fin del sueño, de muy difícil forma podemos encontrar una actitud apática en él. No es la invitación a un
estado de indiferencia y quietud la que puede desprenderse del poema. Más bien al contrario. Sor Juana no
cesa nunca en su afán de conocer, y así, aunque se le escape y no llegue a alcanzarlo, éste le es siempre
tentador y presente.
a) confianza 617-703
b) cobardía 704-780
c) atrevimiento 781-826
Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las
formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo
menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las
impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que
embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis
libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinación, hasta que alumbrándome personas doctas de que era
tentación, la vencí con el favor divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé yo que huía de
mí misma, pero ¡miserable de mí! trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación, que
no sé determinar si por prenda o castigo me dio el Cielo, pues de apagarse o embarazarse con tanto
ejercicio que la religión tiene, reventaba como pólvora, y se verificaba en mí el privatio est causa appetitus.
Volví (mal dije, pues nunca cesé); proseguí, digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los
ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los
mismos libros. Ya se ve cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y
explicación del maestro; pues todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras. ¡Oh, si hubiese
sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo
cuanto podía y dirigirlo a su servicio, porque el fin a que aspiraba era a estudiar Teología, pareciéndome
menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios
naturales, de los divinos misterios; y que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar
letras; y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres
ser idiota la hija. Esto me proponía yo de mí misma y me parecía razón; si no es que era (y eso es lo más
cierto) lisonjear y aplaudir a mi propia inclinación, proponiéndola como obligatorio su propio gusto.
hechas de su penitencia.
correspondió en divisiones
la confusión de las lenguas; su ignorancia ciega,