Anda di halaman 1dari 16

Resumen.

Desde una perspectiva de la filosofía política, es posible identificar varias etapas de

afirmación de los derechos del hombre. Una de sus últimas etapas se identifica a partir de que

los Derechos Humanos fueron relanzados mediante la Declaración Universal de 1948 a nivel

mundial. Desde entonces han tenido un indudable desarrollo, pero al mismo tiempo su

discusión se ha vuelto compleja debido a la multiplicidad de fuentes y perspectivas desde las

que pueden ser abordados. En tiempos recientes, además, el entendimiento y atención de los

Derechos Humanos han sido afectados fáctica y conceptualmente por dos fenómenos que

atacan sobre todo su pretendida universalidad: la globalización y el pluralismo que deriva de la

posmodernidad. Este artículo da cuenta de algunos argumentos, cuya atención no podemos

obviar, que se han generado a partir de estos fenómenos y que afectan profundamente la

manera en que los derechos del hombre pueden ser comprendidos.Palabras clave: Derechos

Humanos; Globalización; Postmodernidad; Pluralismo.Abstract. It is possible to identify various

stages of affirmation of the rights of man From the perspective of political philosophy. One of

the final phases begun when the Human Rights were relaunched in 1948 with the Universal

Declaration on a pretended worldwide level. Human Rights have had, since then, an undeniable

development. At the same time, its discussion became more complex due to the multiplicity of

sources and perspectives from which they could be addressed. Moreover, in recent times the

understanding and treatment of Human Hights have been affected by two factual and

conceptual phenomena that mainly attack its allegedly universality: the globalization process

and the pluralism derived from postmodernism. This article reports on some arguments, whose

attention cannot be ignored, that have been generated from these events and that profoundly
affect the way human rights can be understood. Key words: Human Rights; Globalization;

Postmodernism; Pluralism.

Multiculturalismo y derechos

En la escena mundial se produjeron acontecimientos como el fi nal de los regímenes comunistas

(simbolizado por la caída del muro de Berlín en 1989), o la primera Guerra del Golfo, en 1992,

que consagraron a los Estados Unidos como única superpotencia planetaria y que fueron

interpretados en clave liberal como indicios de un próximo “fi n de la historia”, tal y como lo

planteó la célebre obra de FUKUYAMA. Parecía que estábamos asistiendo al último paso en la

evolución ideológica de la humanidad: la universalización de la democracia liberal como forma

defi nitiva de gobierno y el mercado como defi nitivo modelo económico. En otras palabras, la

década de los noventa se presentaba como el principio de la globalización entendida como

proceso de homogeneización cultural, económica y política del planeta. La indudable victoria

global del liberalismo económico y político (con las reservas actuales de un escenario de crisis

económica mundial), no ha provocado, sin embargo, el esperado efecto homogeneizador sino

todo lo contrario. Otros acontecimientos de trascendencia mundial cuestionaron, en la primera

década del tercer mileno, la tesis de un inevitable tránsito hacia el “fin de la historia”. En primer

lugar, el 11-S y la extensión del terrorismo islamista, que se sustenta sobre una fuerte identidad

religiosa (el fundamentalismo islámico) y que cuestiona radicalmente el modelo cultural,

político y económico de corte occidental. En segundo lugar, la efervescencia de los

nacionalismos, que se sustentan sobre la base de una identidad cultural excluyente. En tercer

lugar, el fenómeno masivo de la inmigración hacia occidente, que está generando una creciente
e imparable pluriculturalidad en sociedades, hasta ahora muy homogéneas, que encuentran

graves problemas para gestionar la diversidad desde una concepción unitaria de la ciudadanía.

En consecuencia, el multiculturalismo como clave de lectura de la pluralidad y diversidad social

(sustentado sobre las tres realidades apuntadas: identidades religiosas, nacionalismo e

inmigración) asume como presupuesto la incomunicabilidad de las culturas y su relación en

clave de confl icto, induciendo a concebir los derechos humanos de un modo particularista, que

sea propio y específi co de cada cultura, sin que quepa hablar de ningún residuo común

(excluyendo de ellos la universalidad). Estamos, pues, ante un fenómeno sociológicamente

opuesto al de la globalización. Es posible que la historia del próximo milenio esté marcada por

este pulso de hierro entre globalización y multiculturalismo, entre la homologación de las

diferencias y su radical incomunicabilidad.

Según, Talavera (2011 pp 15 16), “Multiculturalismo” no sólo signifi ca que estemos dándonos

cuenta, dolorosamente, de lo inconmensurable que resulta la multiplicidad de las culturas, de

las etnias, de las tradiciones religiosas y de las visiones del mundo, y de su potencialidad para

crear confl ictos. Signifi ca que existe una tensión intrínseca a la propia sociedad multicultural,

que debe enfrentarse al complejo dilema de, por un lado, tener que fundarse sobre una “ética

común” para ser sociedad (exigencia de establecer principios y valores comunes) y, por otro

lado, a la imposibilidad de hacerlo si pretende limitarse a respetar la igualdad y coexistencia de

todas las culturas que la componen. En defi nitiva, “multiculturalismo” signifi ca aceptar que

toda cultura tiene por sí misma un valor no negociable y que las diversas formas particulares de

entender al ser humano y su dignidad son plenamente válidas. Pero un multiculturalismo

abierto a la realidad debe aceptar también que lo más profundo y valioso de cada cultura, lo
que podemos llamar su alma y razón de ser más íntima, consiste precisamente en su particular

modo de afi rmar el respeto por el ser humano y por sus formas de vida. En otras palabras, las

tradiciones culturales sólo alcanzan la categoría de cultura cuando a través de ellas se refl eja y

reconoce la excelencia de lo humano. Hablar de una cultura deshumana o inhumana sería una

contradicción en los términos. Si algo así se diera, no tendría ningún futuro y sólo dejaría un

rastro de dolor y de sangre para la posteridad.22 16 Partiendo de esta realidad podemos afi

rmar, sin matices, que la idea de dignidad humana no se puede reducir ni limitar a la que ha

sido elaborada por nuestra cultura occidental, por muy profunda e ilustrada que ésta sea. Y esa

convicción debe producir sus efectos en la concepción y en la práctica de los derechos

humanos. En efecto, parece obvio que los derechos humanos deben basarse sobre alguna

concepción de la dignidad humana, ¿pero cuál debe ser esa concepción si desechamos la

occidental, marcada por el individualismo, el consumismo, el capitalismo y la destrucción de la

naturaleza? He aquí la cuestión fundamental: elaborar una concepción multicultural de los

derechos. Pero ¿es posible converger sobre una idea común de dignidad humana en la que

cada cultura pudiera reconocerse a sí misma? La respuesta no parece fácil. Lo que sí parece

claro es que el multiculturalismo, tal y como hoy se plantea, no trabaja en esa dirección sino

justamente en la contraria. Se ha desentendido de los problemas teóricos del fundamento y ha

centrado su atención exclusiva sobre la interpretación y aplicación de los derechos en clave

multicultural.

Globalización y derecho
la globalización es que si bien, no es un proceso nuevo en la historia de la humanidad,

su acepción sí, y se populariza en la voz inglesa como “globalization”, que se remite a

una filosofía “holística” y que se traduce en “la idea de una unidad totalizante o unidad

sistémica”, que visualiza un discurso homogeneizante que intenta articular todas las

“estructuras locales”14, de múltiples maneras sin afectar las diferencias nacionales y

regionales. Ello significaría que “la empresa global es una estructura orgánica en la que cada

parte está destinada a servir al todo”15, idea que al ser contrastada con la realidad se

derrumba, porque la globalización lejos de servir al todo se convierte en un discurso que

sustenta a las culturas del centro, abriendo el escollo entre “unos” y “otros”; porque el

argumento en que se ampara no obedece a una verdadera convicción de lo “global” o a

una “cultura global” es más la construcción de una “cultura del consumo”. Entonces, la

idea de un globalismo16 auténtico no existe, por cuanto se esta frente a una

transnacionalización cultural; que no es otra cosa que asimilar condiciones o características

y modos de vida de centro por parte de la periferia y la semiperiferia. En fin una forma

de transplantar o relocalizar “entidades locales”17, de centro a todo el globo y asumir a

su vez prácticas e imperativos transnacionales,18 que acogen y adaptan prácticas que

reproducen todo un discurso de mercado.

Según AREVALO (2008, por 77, 78)Con la intensificación de las relaciones económicas,

políticas, sociales y culturales, el derecho adquiere una resignificación y alcance, pues

debe entrar a regular los nuevos conflictos e intrincadas situaciones que el panorama, no

solo local sino global le presenta en sus diferentes modalidades y complejidades, realidad

que no puede ser ignorada por la investigación jurídica y socio jurídica. Realizar esta
exposición resulta un ejercicio complicado, cuya finalidad es presentar las diversas

posturas de autores que analizan el tema, situados en diferentes esquinas de los estudios

jurídicos que van desde la teoría jurídica y la filosofía del Derecho, hasta la sociología

jurídica; sin embargo, unos otros son movidos por una inquietud, analizar el derecho

desde una perspectiva global e identificar sus desafíos. En este estudio encontrará una

presentación en perspectiva que intentará abordar algunas de las rupturas y desafíos que

el nuevo paradigma ha planteado para el derecho, del cual surgen algunas de las

siguientes inquietudes: ¿El Estado- Nación se transforma?, ¿Cuál es el papel del Estado

en la producción del derecho en el contexto global?29, ¿Cuál será la nueva agenda de

regulación del derecho resultado de la ruptura respecto del paradigma sociocultural de la

modernidad?30. Estos y otros temas matizarán las siguientes páginas y aspiran dilucidar

los interrogantes planteados.

De la filosofía política moderna nace la concepción de Estado que hoy conocemos y que

era considerado como el centro de regulación por excelencia. No obstante, los profundos

cambios en la nueva dinámica mundial comprometen la efigie del Estado- Nación, por

cuanto en el regazo de una economía globalizada y en la intrincada interdependencia de

sus tratos comerciales y financieros, el Estado no puede mantenerse cerrado, debe

permear sus fronteras so pena de aislarse, ello ha significado una transformación del

mismo y de su papel como productor legítimo del derecho. El Estado ha mudado su piel,

ahora se transforma, adquiere nuevas facetas y desafíos en medio de la complejidad, que

construye el juego que la globalización económica y financiera, la expansión de los

mercados, las delicadas operaciones transnacionales, a las que poco importan las fronteras
estatales; en este espacio en el que circulan los flujos de capitales , el Estado se

convierte en un actor más que participa de las reglas de la competencia que el mercado

establece y en donde se prescinde del mismo porque parece marginarse de la dinámica

que plantea la economía global, como hacedor de pautas sociales.

Posmodernidad y derecho

dico, entonces no es ajeno a esta manifestación presume la globalización del derecho, o

mejor aún del pensamiento jurídico, esta afirmación supone una lectura relacionada con

la crisis de la modernidad y el paso hacia la posmodernidad del derecho, inquietud que

ha promovido hondas reflexiones de la filosofía, pero especialmente de la sociología

jurídica, pensamiento que sintetizan en especial dos autores, Boaventura de Sousa Santos

y Jean André Arnaud, entre otros35. Así pues, Arnaud propone que para realizar un estudio

del tema, el derecho debe volver a su espíritu, procediendo a recoger los valiosos

aportes que la filosofía, la epistemología, la sociología y la metodología del estudio socio-

jurídico le prodigan, más aún debe comprender cómo el pensamiento moderno fundado

durante los siglos XVI a XVIII, y erigido sobre “conceptos puramente abstractos,

entendidos como universales y como fundadores de una razón que se considera como

“una” y no susceptible de contradicción”36, han cambiado. De allí que la nueva realidad

lo hará entrar a cuestionar dichos conceptos, que la lectura de la racionalidad moderna

no soporta; más aún cuando los renovados criterios se apoyan en la inclusión, el respeto

y afirmación de las nuevas lógicas, resultado obligado de las intensas interacciones

económicas, políticas, sociales y culturales. Santos, por ejemplo, afirma ser un


posmoderno atendiendo a que la posmodernidad surge en un período de “transición

paradigmática” esto significa que su versión posa como una “ruptura respecto del

paradigma socio-cultural de la modernidad.

La postmodernidad en Derecho se presenta como aquella que busca otros elementos de

referencia o métodos de conocimiento y procesamiento de la información social-humana-

jurídica. La postmodernidad es un movimiento sin textos sagrados, líderes, organizaciones

dogmáticas, es la aptitud de hacer al hombre el dueño de su propio destino y de sus propias

soluciones sociales y jurídicas, es aquella destrucción creadora (Touraine) o desencanto crítico.

No es postmodernidad sólo el uso de nuevos recursos técnicos, por ejemplo, sino la capacidad

creativa, crítica y autocrítica con que se asimila cualquier fenómeno modernizante. Este es un

proceso que intenta repensar el modo de construcción del pensamiento contemporáneo. El

postmodernismo es una réplica del criterio mental trabajado por la modernidad, que

prefiguraba el proceso de socialización por medio de instrumentos puramente racionales,

matemáticos, como la disciplina, la educación autoritaria y mecánica, con la consiguiente

eliminación de la subjetividad, las experiencias personales, encasillando al hombre dentro de

“reglas uniformes”, y ante la “subordinación de lo individual a las reglas colectivas”. En la

sociedad postmoderna hay más bien un toque sensitivo, que tiene su fundamento en las

necesidades y deseos individuales, delineadas, en el mayor de los casos, por “un mínimo de

coacciones y un máximo de elecciones libres y privadas”. En tanto la modernización había sido

la desacralización de la providencia, el postmodernismo sería la desacralización de la razón y de


los fundamentos de la modernidad. Hay además un insistente empeño en declarar que incluso

la educación social y jurídica han de servir para “transformarnos”, no para seguir igual, o para

uniformizar los criterios.

Derechos humanos y orden mundial

l hablar del orden mundial emergente tengo en mente el modelo de las instituciones, tratados y

prácticas establecidas que están surgiendo bajo el impacto de las presiones económicas,

sociales y culturales en un mundo cada vez más pequeño y más interdependiente a través de

una tecnología de la comunicación enormemente avanzada. El nuevo orden mundial está

formándose. Vivimos en un período de cambios acelerados en muchos aspectos de la escena

internacional, cambios cuyos rumbos son inciertos. No me atrevería a predecir, ni a

recomendar, un plan para un resultado deseable. Mi modesto objetivo es señalar algunas

posibilidades y dificultades inherentes a ciertas tendencias actuales respecto al papel de los

derechos individuales. Pero incluso eso presupone un cierto conocimiento y comprensión de

esas tendencias, porque no hay posibilidad de recomendaciones razonables sobre la base de

sólo consideraciones a priori. Deben responder a la realidad para la que están destinadas. Los

derechos individuales comentados y examinados en la arena internacional son invariablemente

derechos humanos. Otros derechos surgen cuando se incorporan en los tratados o las

constituciones de los organismos internacionales. Los derechos humanos se reconocen por

derecho propio. Su efectividad, al igual que la de otros preceptos legales, requiere de su

institucionalización. Pero cuando se incorporan a la ley, los derechos legales en cuestión no se

consideran, con razón, como derechos creados por la ley, sino sólo como reconocidos por
ésta. Son derechos morales que tenemos con independencia de la ley, y es por eso que la ley

debe reconocerlos, aplicarlos y protegerlos. Pero ¿por qué se consideran no sólo como

derechos morales que la ley debe respetar, sino también como derechos morales de una clase

especial, a saber, los derechos humanos? En pocas palabras, esto es debido a que se

piensa que combinan una extraordinaria importancia y universalidad. A pesar de que distintos

autores han explicado el primer elemento, el relevante, no estoy de acuerdo con ellos, ya sea

por su explicación de lo que es la magnitud de esos derechos o porque establecen que

sólo los derechos importantes pueden ser derechos humanos. En este trabajo ignoraré por

completo este elemento y mi interés se centrará en lo que sucede con la universalidad de los

derechos humanos. Las teorías que denominaré «tradicionales» reivindican que los derechos

humanos son universales porque son los derechos que todos los seres humanos tienen como

tales. Es decir, ser un ser humano es el fundamento de la posesión de esos derechos. Esta

afirmación es difícil de sostener respecto a los derechos reconocidos como derechos

humanos en los instrumentos internacionales en la era moderna de la Carta de Naciones

Unidas, así como en el período más reciente de lo que vengo llamando el orden mundial

emergente. La razón más plausible es que los derechos humanos son sincrónicamente

universales, lo que quiere decir que todas las personas que viven hoy día los tienen. Algo así

parece estar asumido en la práctica contemporánea de los derechos humanos. Esto es de

crucial importancia, como lo expresa la idea de que la vida humana es valiosa

incondicionalmente; una visión que tendemos —espero— a dar por sentada, pero que no

siempre se observa en la práctica. Por eso, una contribución crucial de los derechos individuales

al orden mundial emergente está en el apoyo a su compromiso con el valor de la vida humana.
Hay otra contribución fundamental extra que los derechos humanos hacen al orden mundial

emergente: los actores más poderosos de la escena internacional son los Estados, las

grandes empresas y al menos ciertas organizaciones internacionales. Los derechos humanos

son derechos de las personas y, como dice la cuarta obviedad (y el debate consiguiente de lo

anterior), los titulares de derechos tienen algo que decir sobre su tutela efectiva, y todo el

mundo —cada individuo o asociación de individuos— está legitimado para instar a su

reconocimiento, así como para exigir su protección. Esto hace posible la causa de los derechos

humanos para movilizar a las personas afectadas y generar una considerable presión sobre

los Estados, empresas y organizaciones internacionales. Como sabemos, esto es lo que ha

sucedido y lo que está sucediendo. Una de las transformaciones más importantes, resultado del

desarrollo de los derechos humanos, ha sido el empoderamiento de la población y el

surgimiento de una poderosa red de organizaciones no gubernamentales, así como instituciones

basadas en tratados que presionan a países y a empresas (y, en menor medida, a organismos

internacionales) en nombre de los derechos individuales. El movimiento de los derechos

humanos puso en marcha un nuevo canal de acción política que sigue siendo el principal

correctivo del poder en manos gubernamentales y corporativas.

Filosofía del derecho en el mundo actual .

Desde mediados del siglo pasado venimos siendo testigos de la progresiva irrupción en el

derecho de nuevos fenómenos cuyo tratamiento teórico requiere de análisis procedentes de la

filosofía del derecho. De entre estas profundas transformaciones, sobresale la exigencia del

constitucionalismo actual de que los derechos fundamentales sean tomados en serio por los
órganos de aplicación y creación del derecho. Esta pretensión sitúa en el primer plano de los

problemas jurídicos la ponderación entre principios o la apreciación de límites o excepciones en

la aplicación de las reglas jurídicas por razones de principio. Junto con los problemas asociados

al constitucionalismo actual, es posible encontrar otro motor de esta nueva demanda de análisis

teórico en la remisión a los derechos humanos, por parte de los derechos nacionales, a la hora

de interpretar el derecho estatal; o en la pujante influencia de las prácticas interpretativas de los

tribunales y cortes de justicia internacionales en materia de derechos humanos de cara a la

conformación de las prácticas jurídicas locales por los tribunales nacionales.

La incursión de este nuevo panorama en el derecho ofrece una nueva edad de oro a la filosofía

del derecho. La filosofía del derecho del siglo XXI se encuentra ante el reto evolutivo de

reinventarse a sí misma para facilitar la comprensión teórica de todos estos fenómenos, o

dejarse extinguir, convertida en un saber de arcanos. No hay nada de nuevo en ello,

históricamente las transformaciones en el lenguaje objeto —el derecho— se han hecho

acompañar de giros radicales en el metalenguaje de la ciencia del derecho. Así sucedió primero

con el iusnaturalismo y más tarde con el positivismo jurídico. Aunque sean pocos los filósofos

del derecho que hoy en día reclamen la herencia del iusnaturalismo, no está de más recordar

que, en el caos normativo reinante con anterioridad a la codificación, el iusnaturalismo se

desenvolvía como pez en el agua, introduciendo un orden en todo ese confuso material. Un

orden que, durante la Edad Media, estará inspirado en la doctrina escolástica, pero que, con la

Ilustración, se transformará en un orden racional ajustado a «la legislación universal de la


voluntad»; un orden a la medida de la razón humana. Sin embargo, cuando el derecho se

codifica, el iusnaturalismo pierde su razón de ser: el orden racional se encuentra ya en el código;

ya no hay que introducirlo desde fuera. Y es precisamente entonces cuando surge el positivismo

jurídico (González Vicén, 1969, p. 29; Díaz, 1975, pp. 288-289). De esta manera, el positivismo

jurídico inició su andadura en nuestra cultura jurídica de la mano de la que constituyó la gran

revolución ilustrada en el ámbito del derecho: la codificación. Codificación y positivismo jurídico

vinieron de consuno: un nuevo derecho y un nuevo paradigma de pensamiento jurídico. Y no

fue un capricho histórico: la codificación firmó el acta de defunción del que por muchos siglos

había sido el gran paradigma del pensamiento jurídico —el iusnaturalismo— y propició su

reemplazo por el nuevo paradigma: el positivismo jurídico. Ese paradigma va a estar vigente en

la cultura jurídica occidental desde la codificación hasta prácticamente nuestros días.

En suma, de la misma forma que la codificación supuso el abandono del iusnaturalismo y su

reemplazo por el paradigma positivista, todo parece apuntar a que todas estas profundas

transformaciones en el ámbito del derecho van a revolucionar la filosofía del derecho,

atrayendo nuevas propuestas de análisis y transformando el paradigma positivista. ¿En qué

consisten tales propuestas? Concretando algo más, podríamos comenzar sugiriendo algunas

propuestas que pueden ser de gran utilidad a los juristas teóricos. No está de más recordar que,

si queremos abonar el terreno para que germine una buena dogmática, debemos ser capaces

de elaborar una teoría de las normas, de las fuentes del derecho, de la interpretación y

aplicación de derecho, y de tantos otros conceptos básicos del derecho que sea útil para la
dogmática; una utilidad que, en buena medida, viene dada por lo que facilite la digestión a los

dogmáticos de las recientes transformaciones del panorama jurídico a las que me he referido.

Sin embargo, además de proporcionar un instrumental de análisis básico a los dogmáticos, la

filosofía del derecho es también la disciplina idónea para proveer de herramientas teóricas a los

jueces, tribunales y demás órganos de aplicación del derecho cuando estos se ven obligados a

dejar de ser los jardineros fieles de las reglas y a tomar en consideración, al fundamentar sus

resoluciones, otras razones jurídicas. ¿Qué otras razones jurídicas son esas? Si no son normas

autoritativas, ¿por qué debemos considerarlas como jurídicas? ¿Es posible construir una

tipología de situaciones en las que tal cosa sucede? ¿Cuándo el derecho requiere dejar de lado

reglas en principio aplicables? ¿Cómo debe el operador jurídico construir su argumentación

cuando tiene que dejar de lado las reglas? La caracterización, tipología, relevancia y uso

argumentativo de esas otras razones jurídicas constituye un fértil terreno para la investigación

en filosofía del derecho.

Desplacemos ahora nuestra atención a la otra orilla del problema. ¿Hasta qué punto es

suficiente para lidiar con estas dificultades lo que nos ofrece el modelo tradicional positivista de

ciencia del derecho? Pues bien, sorprendentemente, aun hoy, bien entrado el siglo XXI, buena

parte de la filosofía del derecho no ha incorporado a su agenda el tratamiento teórico de todos

estos nuevos fenómenos que han incursionado en el derecho. Esta desatención no es fruto del

azar o la casualidad, sino que, en buena medida, es el resultado de una fuerte resistencia
metodológica por parte del positivismo más tradicional a incorporar herramientas de análisis

que impliquen la asunción del más mínimo compromiso con la idea de racionalidad práctica.

Como acabo de señalar, el movimiento codificador trajo consigo un nuevo paradigma en la

ciencia del derecho, cuyo dominio fue imponiéndose en paralelo a la codificación: el positivismo

jurídico. Como es sabido, el positivismo jurídico pretendía ser la plasmación en el ámbito del

derecho del positivismo científico o filosófico

Así pues, ya desde los orígenes del actual modelo de filosofía del derecho positivista se impone

una preocupación por la preservación del carácter científico del método, combinada con un

marcado escepticismo en materia moral. Esta preocupación por la pureza del método y este

escepticismo van a ir progresivamente permeando el pensamiento de los filósofos del derecho,

hasta convertirse en las enseñas del positivismo jurídico del siglo XX.

Hay otra causa de la exclusión de estos problemas de la agenda de la filosofía del derecho que

se halla relativamente desligada de la anterior, aunque puede darse en combinación con ella, y

que no merece ser desatendida. Se trata de la asunción por un sector significativo de la filosofía

del derecho contemporánea de una tesis marcadamente autoritativa respecto de la naturaleza

del derecho. De acuerdo con este planteamiento, los mandatos de la autoridad configuran para

sus destinatarios razones perentorias o excluyentes para realizar aquello a lo que les obligan.

Ahora bien, este rasgo autoritativo del derecho se diluiría si consideráramos también como
distintiva del derecho una segunda dimensión de tipo valorativo que eventualmente requiriera,

por ejemplo, que sus órganos de aplicación se apartasen de las normas dictadas por las

autoridades y tomasen en cuenta consideraciones basadas en juicios de valor a la hora de

resolver los casos que ante ellos se plantean. Este es claramente el punto de vista asumido por

Joseph Raz (1994, pp. 310ss.)2, quien, paradójicamente, dista mucho de ser un escéptico en

materia moral, pero, que, pese a ello, considera que toda disquisición respecto de la dimensión

valorativa del derecho debe quedar al margen de nuestra compresión del derecho.

Anda mungkin juga menyukai