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Borges, Cortázar y Arreola: el ABC del cuento latinoamericano

Escritores, editores y académicos reivindican la vigencia del legado del


cuentista mexicano Juan José Arreola en su centenario
DAVID MARCIAL PÉREZ
México 21 SEP 2018 - 14:02 CEST

Textos cortos, ultracortos, microrrelatos, cuentos en miniatura. Juan José


Arreola (Ciudad Guzmán 1918 - Guadalajara 2001) fue un mago de la
condensación y la síntesis. Todo cabía dentro de sus breves ficciones: el
apunte aforístico, la revelación poética, el ensayo en mosaico, el climax
narrativo, la cita erudita o el chascarrillo.

Avanzando por cruces de caminos en busca de la frase perfecta siguió el


rastro de maestros como Borges, Cortazar, Papini, Kafka, Whitman o
Schowb. Una tradición cosmopolita de género híbrido que lo alejaba del
realismo didáctico mexicano de mediados del siglo pasado, una condición
de rara avis de vanguardia que aún persigue al autor de Confabulario (1952)
en el año de su centenario.

“Lo criticaban por europeizante pero también tuvo un fuerte arraigo con su
tierra, Zapotlán, con sus costumbres y su habla. Los jóvenes de hoy en día
lo siguen leyendo, en mis clases los alumnos vibran con sus relatos de
ciencia ficción, sus incursiones en la ciencia o el erotismo”, señalaba en una
reciente conferencia Sara Poot Herrera, profesora de literatura en la
Universidad de California, que remataba “de haber sido estadounidenses o
francés, hoy sería mucho más leído y reconocido”.

Si Rulfo enterró para siempre la novela de la revolución con su


trascendencia poética y rural, Arreola desató un nuevo mundo de
posibilidades urbanas, irónicas y fantásticas. Rulfo, el monje y el asceta.
Arreola, el juglar y el mimo.

La tensión entre ambos paisanos –los dos eran tapatíos, los dos publicaron
poco– abrió dos rutas literarias mexicanas que aún perviven: “El sello
arreoleano sigue muy presente, sobre todo por esa inquietud de estar
mezclando géneros. Fue pionero del espíritu fragmentario que vendría
después a definir la posmodernidad y que permeó en la literatura del siglo
XX. Todos los cuentitas mexicanos, incluso los que no lo han leído, somos
en mayor o menor medida herederos de Arreola. Sobre todo en el aspecto
formal, al introducir estructuras de otras latitudes literarias que no se habían
presentado en México”, apunta el escritor y editor Mauricio Montiel.

La huella de Arreola estaría marcada en la obra de narradores-exploradores


como Salvador Elizondo o Sergio Pitol, los cuentos fantásticos de Alberto
Chimal, los relatos arqueológicos de Pablo Soler Frost o la Micropedia de
Ignacio Padilla; la poesía sintética de Rodrigo Flores y Tedi López Mills, o el
discurrir entre géneros de Cristina Rivera Garza o Verónica Gerber.

“Delgado, ágil, histriónico y agorafóbico”. Así recuerda la escritora y


académica Margo Glantz a Juan José Arreola desde que se cruzaron por
primera vez en la década de los 40. Estudiante de teatro en París, su primer
gran impulso fue ser actor. En sus pródigas intervenciones en los medios
era habitual verle tocado con sombrero cordobés y capa de espadachín. “Es
difícil saber en qué medida se benefició o fue víctima de su infinita
capacidad para la oralidad. Nadie ha convertido el lenguaje hablado en un
espectáculo como él lo hizo. Su torrencial capacidad verbal lo llevó a la
televisión, donde se expuso en forma excesiva y banalizó su singular
discurso, y sin duda eso perjudicó la percepción que se tenía de él. Más allá
de ese pecado mediático, merece ser considerado como uno de los
mayores escritores de la lengua española", apunta el escritor Juan Villoro.

Arreola fue además un editor y maestro generoso de al menos un par de


generaciones de escritores mexicanos. Por su casa de la colonia
Cuauhtémoc pasaron jugosas tardes jóvenes como Carlos Fuentes, José
Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, José Agustín o Fernando del Paso.

“Estamos –añade Villoro– ante uno de los mejores estilistas del idioma. La
depuración y revitalización del lenguaje es singulares: Borges aprendió del
mexicano Alfonso Reyes a salvarse de la retórica anquilosada en la misma
medida en que el mexicano Arreola recibió la misma lección del propio
Borges”. Montiel lo coloca en el olimpo del relato: “Borges, Cortazar y
Arreola son el ABC del cuento hispanoamericano”.

Como Cortázar, también publicó su bestiario, una colección de fábulas


sobre animales que dictó oralmente al poeta José Emilio Pacheco. El sapo
arreoleano hace así: “Salta de vez en cuando solo para comprobar su
radical estático, el salto tiene algo de latido. Viéndolo bien, el sapo es todo
corazón”.

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