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VARIEDADES DEL LENGUAJE

2.1 Introducción

2.1.1 Afirmaciones globales y específicas

Nuestro propósito en este capítulo es ver hasta qué punto resulta posible describir
las relaciones del lenguaje con la sociedad en términos de categorías lingüísticas ‘glo-
bales’ tales como ‘lengua X’ o ‘dialecto Y’, y categorías sociales globales como ‘co-
munidad Z’. En la medida de lo posible, las relaciones en cuestión deben ser tratadas en
función de tales categorías globales, y no deben hacer referencia a elementos lingüísti-
cos individuales contenidos en el ‘lenguaje X’ ni a miembros individuales de la ‘comu-
nidad Z’. Por otra parte, veremos que no siempre es posible hacerlo así –de hecho, es
dudoso que pueda hacerse así alguna vez- y que algunos elementos lingüísticos por lo
menos, tales como los elementos del vocabulario, son distintos de todos los demás
elementos en función de la clase de persona que las use o las circunstancias en que se
use. De igual forma, tal como vimos en el primer capítulo, podemos suponer que cada
individuo es único en su comunidad respecto al lenguaje. En la medida en que diferen-
tes elementos lingüísticos mantienen relaciones distintas con la sociedad (según la gen-
te y las circunstancias), es evidentemente necesario describir estas relaciones por sepa-
rado para cada elemento. Así, por una parte tenemos afirmaciones acerca de las categor-
ías globales, como los lenguajes en su totalidad y, por otra parte, tenemos afirmaciones
acerca de elementos lingüísticos individuales; y en cada caso la afirmación se refiere a
los hablantes bien como miembros de alguna comunidad bien como individuos.

Las preguntas que surgen son complejas y sorprendentemente difíciles de contestar,


pero son importantísimas para cualquiera que esté interesado en la naturaleza del len-
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guaje en general o en las relaciones del lenguaje con la sociedad en particular. ¿Cómo
deberían definirse categorías lingüísticas globales como ‘lenguaje X’? ¿Cómo deberían
delimitarse sus aspectos particulares? De hecho, ¿se corresponden estas categorías con
alguna clase de realidad objetiva de modo que tales categorías tengan sentido? ¿Pueden
distinguirse distintos tipos de categoría global (por ejemplo ‘lengua’ frente a ‘dialecto’)
¿Cómo se relacionan las categorías globales las unas con las otras? ¿En qué consisten
(es decir, son categorías de qué)? ¿Cómo deberían definirse las comunidades con vistas
a tales propósitos? ¿Las comunidades definidas por criterios lingüísticos tienen alguna
clase de objetividad real? Y así sucesivamente. Es aún demasiado pronto para dar res-
puestas definitivas a la mayoría de estas preguntas, pero es posible plantear serias dudas
sobre algunas respuestas que se han dado y que han sido ampliamente aceptadas.

En resumen, podremos mostrar que las cosas son mucho más complejas de lo que
muchos lingüistas creen, aunque puede suceder muy bien que al lector con menos dedi-
cación a la lingüística le parezca que su visión del lenguaje, normal y de sentido común,
se ajusta bastante bien a los hechos. Por otra parte, mucha gente normal suelen pregun-
tar a los ‘profesionales’ cosas como: «¿Dónde se habla el cockney verdadero?» y «El
criollo de Jamaica, ¿es o no una clase de inglés?», con el convencimiento de que tales
preguntas son realmente significativas, mientras que veremos que éstas son cuestiones
que no pueden ser investigadas científicamente. Es posible, pues, que haya algunas
sorpresas en este capítulo, tanto para el lector profesional como para el lego en la mate-
ria, por lo menos por lo que respecta a las conclusiones, aunque muchos de los hechos
en los que se basan no tienen nada de sorprendentes.

2.1.2 Elementos lingüísticos

La discusión será más fácil si disponemos de algunos términos que podamos usar,
puesto que nos es necesario distanciarnos algo de los conceptos representados por las
palabras lengua y dialecto, que son un reflejo razonable de nuestra cultura lega denomi-
nada ‘conocimiento de sentido común’ (ver 3.1.1), pero no útiles en sociolingüística. En
primer lugar, nos hace falta un término para las ‘partes del lenguaje’ a que deben hacer
referencia algunas afirmaciones sociolingüísticas, cuando no sean posibles afirmaciones
más globales. Hemos utilizado ya el término ELEMENTO LINGÜÍSTICO (2.1.1) y
continuaremos utilizándolo como término técnico.

¿Qué es un elemento lingüístico? En la respuesta a esta pregunta está implicada la


teoría estructuralista, y la gente dará respuestas distintas según qué teoría crean que
proporciona una visión más adecuada de la estructura lingüística. Los que aceptan algu-
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na versión de la lingüística generativo-transformacional (como, por ejemplo, en
Chomsky 1965), dirían seguramente que los elementos lingüísticos son (i) los elemen-
tos léxicos, (ii) las reglas de distintas clases (para combinar pronunciación y significado
de los elementos léxicos de las oraciones), y (iii) las restricciones de distinto tipo sobre
las reglas. Según esta teoría, deberíamos poder esperar afirmaciones sociolingüísticas
referentes a elementos léxicos individuales, a las reglas y a las restricciones. Por otra
parte, no todos los lingüistas aceptarían esta respuesta. Por ejemplo hay una respetable
tradición en lingüística de referirse a ‘construcciones’ en vez de reglas (por ejemplo
Bolinger 1975: 139), donde una construcción es un modelo abstracto como ‘adjetivo +
nombre’, y según esta tradición la respuesta incluiría tanto a las construcciones como
(o, incluso, en vez de) las reglas y las restricciones.

Afortunadamente, en este libro no tenemos que decidir entre estas respuestas, pero
parece adecuado que una perspectiva sociolingüística de la estructura del lenguaje ayu-
de a eliminar algunos de los candidatos. Supongamos, por ejemplo, que frases como
‘The liquid was boiled’ son preferidas a frases como ‘We boiled the liquid’, o ‘The
liquid was boiled by us’ en los informes científicos. Con el fin de de establecer este
hecho, nos es necesario relacionar la primera clase de oración con el contexto social
relevante, pero ¿cómo deberían definirse tales oraciones? Si tan sólo pueden definirse
por referencia a dos reglas distintas (una para construir la oración pasiva, la otra para
eliminar la ‘persona agente’, en este caso by us), entonces podemos dudar de si el análi-
sis es correcto, puesto que ninguna de las reglas es un elemento lingüístico completo.
En contraposición, puede fácilmente hacerse la afirmación por referencia a la construc-
ción en cuestión (abstractamente) como ‘pasiva de agente’.

Más adelante veremos en este mismo capítulo aspectos que demostrarán que ele-
mentos lingüísticos distintos de ’la misma lengua’ pueden tener una distribución social
distinta (en función de los hablantes y de las circunstancias), y podemos suponer que es
posible que la distribución social de un elemento lingüístico sea única. De hecho, es
más difícil demostrar esto que el hacer ver las diferencias existentes entre los elementos
seleccionados, puesto que nos sería necesario comparara el elemento que se supone
único con cada uno de los demás elementos de la misma lengua, precisamente para
asegurarnos de que ningún otro elemento tiene la misma distribución. Así, por ejemplo,
es fácil hacer ver que la distribución de las palabras que se usan en Inglaterra para she
(she, her, hoo, shoo) es bastante distinta de las palabras usadas para am (am, is, be, bin)
(véase mapas en Wakelin 1978:21-23). Lo que no resulta fácil, es hacer ver que ningu-


Se hirvió el líquido, hervimos el líquido, el líquido fue hervido por nosotros. (N. del. T.)

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na de esta formas tiene la misma distribución (por ejemplo, es usada por exclusivamen-
te los mismos hablantes bajo las mismas circunstancias), que cualquier otra palabra. Sin
embargo, no hay ningún mecanismo conocido que pueda impedir a los elementos el
tener distribuciones únicas, de modo que parece razonable suponer que algunos de ellos
las tengan.

2.1.3 Variedades del lenguaje

Si se piensa en el ‘lenguaje’ como un fenómeno que incluye todas las lenguas del
mundo, el término VARIEDAD DEL LENGUAJE ( o simplemente VARIEDAD, para
abreviar), puede utilizarse para referirse a distintas manifestaciones del mismo, justo al
igual que se puede tomar la ‘música’ como un fenómeno general y distinguir entonces
distintas ’variedades de música’. Lo que hace que una variedad de lenguaje sea distinta
de otra, son los elementos lingüísticos que incluye, de modo que podemos definir una
variedad de lenguaje como el conjunto de elementos lingüísticos de similar distribución
social. Esta definición nos permite denominar a cualquiera de las siguientes ‘variedades
del lenguaje’: inglés, francés, inglés londinense, inglés de comentarios futbolísticos,
lenguajes utilizados por los miembros de una determinada casa-grande de la cuenca
noroccidental del Amazonas, lenguaje o lenguajes empleados por una persona determi-
nada.

Se podrá ver por esta lista que la misma noción de ‘variedad’ incluye ejemplos de
lo que normalmente se llamarían lenguajes, dialectos y registros (término que aproxi-
madamente significa ‘estilo’, tema que trataremos en la sección 2.4). La ventaja de
tener un término general que abarque todos estos conceptos, es que nos permite pregun-
tar qué base existe para hacer una distinción entre los últimos términos: por ejemplo,
¿por qué a algunas variedades las llamamos lenguas, y a otras dialectos distintos de esa
misma lengua? Las secciones 2.2, 2.3 y 2.4 tratarán precisamente de estas cuestiones, y
nos llevarán a la conclusión de que no hay ninguna base sólida que nos permita hacer
tales distinciones. Esto nos deja únicamente con el término general de ‘variedad’ para
referirnos a lo que el lego llama ‘lenguajes’, ‘dialectos’, o ‘estilo’.

Esta conclusión puede parecer un tanto radical, pero la definición de ‘variedad’ da-
da más arriba y los ejemplos que se dan en la lista sugieren incluso una desviación
mayor de la tradición lingüística. Se notará que tratar a todos los lenguajes de cualquier
hablante multilingüe, o comunidad, como una única variedad, es coherente con la defi-
nición, puesto que todos los elementos lingüísticos implicados tienen una distribución
social similar: son usados por el mismo hablante o comunidad. Es decir, una variedad
puede ser mucho más extensa que un estrato ‘lenguaje’, y puede incluir un número de
lenguajes distintos. A su vez, según la definición, una variedad puede contener simple-
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mente un puñado de elementos, o incluso, en caso extremo, un único elemento, si se
define en función de la esfera de hablantes o circunstancias con las que el elemento se
asocia. Así, por ejemplo, podría definirse una variedad que consistiera en los elementos
usados por una familia o población determinada. Así, una variedad puede que sea mu-
cho menor que un ‘lenguaje’, o incluso que un ‘dialecto’. La flexibilidad del término
‘variedad’ nos permite preguntar qué base existe para postular el ‘paquete’ de elemen-
tos lingüísticos a los que convencionalmente asignamos etiquetas como ‘lenguaje’,
‘dialecto’ o ‘registro’. ¿Lo hacemos porque los elementos se agrupan ellos mismos en
grupos naturales, unidos por un lazo de relaciones estructurales de alguna clase que los
entrelaza, tal como ha sido indicado por la tradición ‘estructural’ del siglo XX? La
respuesta que no ofrecen las siguientes secciones vuelve a ser negativa: los haces en los
que pueden agruparse los elementos lingüísticos están atados de forma bastante laxa, y
les es muy fácil desplazarse entre los mismos hasta el punto de que los haces pueden de
hecho confundirse. En la sección 2.5 se discutirán los casos extremos.

Para concluir, las discusiones sobre el lenguaje en relación con la sociedad consis-
tirán en afirmaciones referentes, por parte del ‘lenguaje’, bien a elementos lingüísticos
individuales, bien a variedades, que son conjuntos de tales elementos. No hay restric-
ciones para las relaciones entre las variedades: pueden sobreponerse, y una variedad
puede incluir otras. La característica que define una variedad es su relación relevante
para con la sociedad; en otras palabras, por quién y cuándo se utilizan los elementos en
cuestión. Saber hasta qué punto las nociones tradicionales de ’lenguaje’, ‘dialecto y
‘registro’ se corresponden con variedades definidas de esta forma, es una cuestión
empírica. Como vernos en las secciones siguientes, la correspondencia es, en el mejor
de los casos, sólo aproximada, y en algunas sociedades (e individuos) puede que sea
extremadamente difícil identificar variedades que se corresponden incluso grosso modo
con las categorías tradicionales.

2.1.4 ‘Comunidades lingüísticas’

Llegados a este punto, puede que sea provechoso discutir la clase de comunidad
con la que pueden ponerse en relación variedades o elementos. El término
COMUNIDAD LINGÜÍSTICA es ampliamente usado por los sociolingüistas para
referirse a una comunidad basada en un leguaje. Si las comunidades lingüísticas pueden
ser delimitadas, entonces también pueden ser estudiadas, y quizá sea posible encontrar
diferencias interesantes entre comunidades que se correlacionan con diferencias en su
lenguaje. El estudio de las comunidades lingüísticas ha interesado a los lingüistas desde
hace algún tiempo, por lo menos desde que Leonard Bloomfield dedicó un capítulo a
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las comunidades lingüísticas en su libro Language (1933: cap. 3). Sin embargo, se ha
dado una confusión y un desacuerdo considerables sobre el significado exacto de co-
munidad lingüística, tal como muestra este repaso de algunas citas:

1) La definición más simple de ‘comunidad lingüística’ es la de John Lyons (1970:


326):

Comunidad lingüística: toda la gente que emplea una determinada lengua (o dialecto).

Según esta definición, las comunidades lingüísticas pueden entrecruzarse (allí don-
de haya individuos bilingües) y no tienen por qué tener una unidad social o cultural.
Claramente, sólo es posible delimitar lenguas y dialectos.

2) Una definición más compleja es la dada por Charles Hockett (1958:8):

Cada lengua define una comunidad lingüística: el conjunto entero de personas que se comu-
nican unas con otras, bien directamente, bien indirectamente, a través del lenguaje común.

Se añade aquí el criterio de comunicación dentro de la comunidad, de forma que si


dos comunidades hablaran ambas la misma lengua, pero no tuvieran el menor contacto
entre ellas, pertenecerían a comunidades lingüísticas distintas.

3) La definición siguiente traslada completamente el énfasis de la lengua comparti-


da a la comunicación. Una forma simple de esta definición es la dada por Leonard Blo-
omfield (1933: 42):

Una comunidad lingüística es un grupo de gente que se interrelaciona por medio de la len-
gua.

Lo que deja abierta la posibilidad de que algunos se interrelacionen por medio de


una lengua y otros por medio de otra. Esta posibilidad se reconoce explícitamente en la
definición dada por John Gumperz (1962):

Definimos [comunidad lingüística] como un grupo social que puede ser monolingüe o multi-
lingüe, que se mantiene unido por la frecuencia de patrones de interacción social y delimita-
do de las áreas circundantes por la escasez de líneas de comunicación.

4) Sin embargo, una definición posterior de Gumperz introduce la condición de que


tienen que existir algunas diferencias específicamente lingüísticas entre los miembros
de dentro de una comunidad lingüística y los de fuera (1968):

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La comunidad lingüística: cualquier conjunto humano caracterizado por la interre-
lación regular y frecuente por medio de un cuerpo compartido de signos verbales y
distinguible de otros conjuntos semejantes por diferencias significantes en el uso
del lenguaje.

Contrariamente a la definición (2), esta última no exige que haya sólo una lengua
por cada comunidad lingüística. El resultado de poner el énfasis en la comunicación y
en la interrelación, como se hace en estas dos últimas definiciones, es que comunidades
lingüísticas diferentes tenderán a no imbricarse mucho, por contraposición a las prime-
ras definiciones, según las cuales el entrecruzamiento surge automáticamente con el
bilingüismo.

5) Una definición relativamente reciente pone énfasis en las actitudes compartidas


respecto al lenguaje, más que sobre el comportamiento lingüístico compartido. Es la
dada por William Labov (1972a: 120):

La comunidad lingüística no viene definida por un acuerdo señalado sobre el uso de


los elementos lingüísticos, tanto como por participación en un conjunto de normas
compartidas; tales normas pueden ser observadas en tipos manifiestos de compor-
tamiento evaluativo [ver infra 6.2], y por la uniformidad de modelos abstractos de
variación que son invariables respecto a particulares niveles de uso [ver 5.4.1].

Definiciones parecidas, por referencia a normas compartidas y a modelos abstractos


de variación, más que a comportamientos lingüísticos compartidos, han sido propues-
tos por Dell Hymes (1972) y Michael Halliday (1972). Como puede observarse, una
definición así hace hincapié en la comunidad lingüística como un grupo de gente que se
siente comunidad en algún sentido, más que un grupo reconocido tan sólo por el lin-
güista o el extraño, tal como daban a entender las primeras definiciones.

6) Finalmente, hay un punto de vista que permite evitar el término ‘comunidad lin-
güística’ por completo, y que hace referencia a características distintivas del habla así
como a otras características sociales. Hay que advertir que los grupos son los que el
hablante individual percibe como existentes, y no necesariamente los que pudiera des-
cubrir el sociólogo mediante métodos objetivos; y puede que los grupos no agoten la
población por completo, sino que puede que representen los casos claros de ciertos
tipos sociales, es decir, los ‘prototipos’ en el sentido de 3.2.2. Este punto de vista es el
abogado por Robert Le Page (1968a:):

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Cada individuo crea los sistemas de su comportamiento verbal de modo que se
asemejen a los del grupo o grupos con los que ocasionalmente desea ser identificado,
hasta el punto de que

a. él puede identificar a los grupos,

b. tiene ocasión y habilidad para observar y analizar sus sistemas de comportamiento,

c. su motivación es lo suficientemente fuerte como para empujarle a escoger y adaptar su


comportamiento de acuerdo a tales sistemas,

d. todavía es capaz de seguir adaptando su comportamiento.

Este es el punto de vista mencionado en 1.3.1, según el cual el individuo «se sitúa
él mismo en un espacio multidimensional», siendo definidas estas dimensiones por los
grupos que él pueda identificar en la sociedad. Contrariamente a las ‘comunidades
lingüísticas’, definidas en (3), (4) y (5), estos grupos se imbrican de modo definitivo.
Así, por ejemplo, un niño puede identificar grupos de acuerdo al sexo, edad, geografía y
color, y cada agrupación puede contribuir en algo a la combinación particular de los
elementos lingüísticos que el niño selecciona, como su propio lenguaje.

Nuestra última cita, de Dwight Bolinger, identifica a estos grupos como comunida-
des lingüísticas, y subraya la ilimitada complejidad que puede darse (Bolinger 1975:
333):

No hay límites a las formas en que los seres humanos se asocian para la auto-
identificación, seguridad, logros, diversiones, celebraciones, o cualquier otra clase
de propósitos comunes; consecuentemente, no hay límite al número y variedad de
comunidades lingüísticas que puedan darse en la sociedad.

Según este punto de vista, puede esperarse que cualquier población (sea una aldea, una ciu-
dad, o un Estado entero) contenga de hecho una gran cantidad de comunidades lingüísticas con
participación imbricada de sus miembros y con imbricación de sistemas lingüísticos. La salvedad
que hace Le Page (‘en la medida en que pueda él identificar a los grupos’) deja abierta la posibi-
lidad de que miembros diferentes de la población tengan conciencia de la existencia de grupos
diferentes. Si partimos de que las comunidades lingüísticas deben tener algún modo de realidad
psicológica para sus miembros (como en la definición (5) supra), entonces debemos identificar
distintas comunidades lingüísticas en una misma población según las personas cuyo punto de
vista tomemos.

Hemos pasado así de una definición muy simple de ‘comunidad lingüística’ a otra
muy compleja. ¿Cómo podemos evaluar estas distintas definiciones? Una respuesta
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sería que todas ellas son, por supuesto, ‘correctas’, puesto que cada una de ellas nos
permite definir conjuntos de gente que tiene lingüísticamente algo en común: una len-
gua o un dialecto, interacción por medio del habla, una esfera de variedades y reglas
para usarlas, un campo dado de actitudes respecto a las variedades y a los elementos. El
conjunto de gentes definido en basa a los distintos factores pueden, desde luego, diferir
radicalmente –uno de los criterios permite la imbricación de conjuntos, otro lo prohíbe,
etc.-, pero no hay por qué intentar reconciliar las distintas definiciones entre sí, puesto
que las mismas intentan reflejar fenómenos distintos. Por otra parte, se mantiene el
hecho de que todas ellas pretenden ser definiciones de la misma cosa –la ‘comunidad
lingüística’- y el tono de algunas definiciones dadas más arriba (principalmente la (5)
de Labov) implica que es cuestión de encontrar la verdadera’ definición (‘la comunidad
lingüística no viene definida por…tanto por…’). Además, la palabra ‘comunidad’ im-
plica algo más que la existencia de una propiedad común; después de todo, nadie
hablaría de la ‘comunidad’ de la gente cuyos nombres empiezan por la letra h, o de
aquellos que han sobregirado sus cuentas. Para poder ser una ‘comunidad’, un grupo de
gente seguramente debe de distinguirse del resto del mundo por más de una propiedad,
y algunas de estas propiedades han de ser importantes desde el puto de vista de la vida
social de sus miembros. La cuestión, pues, es cuál de las definiciones de comunidad
lingüística’ nos condice en este sentido a comunidades genuinas.

Podría pensarse que todas ellas lo hacen. Aun tomando la más simple de las defi-
niciones, según la cual una comunidad lingüística es simplemente el conjunto de gente
que utiliza una lengua o un dialecto dado, es difícil imaginar una comunidad tal que
posea tan sólo la lengua común o dialecto para distinguirla de otra gente: nada de su
cultura, nada del lugar que habitan, etc. Claro que tan pronto entre en escena el factor
de la interacción, no hace falta decir que habrá otras características además de la inter-
acción. Esta respuesta tiene el atractivo de resolver el aparente conflicto entre las defi-
niciones de ‘comunidad lingüística’, pero conduce inevitablemente a la conclusión de
que distintas comunidades lingüísticas se intersectan unas con otras de forma compleja.
Así, por ejemplo, una comunidad definida en función de la interacción puede incluir
partes de muchas comunidades definidas en función de variedades lingüísticas compar-
tidas. Se verá que es ésta precisamente la noción de ‘comunidad lingüística’ tal como
está definida en (6), de modo que podemos tomar (6) como el punto de vista más com-
pleto que incluye a todos los demás, y que, por tanto, los hace innecesarios.

Tal conclusión puede parecer satisfactoria, puesto que reconcilia definiciones en


conflicto unas con otras y las sustituye por una única definición. Sin embargo, suscita
un problema importante, puesto que la noción de ‘comunidad lingüística’ así definida
resulta mucho más difícil de utilizar con el fin de hacer generalizaciones sobre la lengua

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y el habla que las clases de comunidades lingüísticas definidas según las primeras
definiciones. Lo que sería de gran ayuda al sociolingüista en su trabajo, sería el poder
identificar alguna clase de comunidad lingüística respecto a la que pudiera hacer todas
sus generalizaciones, y mucho de la sociolingüística se ha llevado a cabo bajo la creen-
cia de que ello es posible. Así, por ejemplo, el contexto de la definición de Labov sobre
‘comunidad lingüística’ dada anteriormente es una exposición de su trabajo sobre la
ciudad de Nueva York, que él pretende que puede ser tratada como una única comuni-
dad lingüística respecto a la cual puede hacerse una gran cantidad de generalizaciones.
De hecho, llega al punto de proponer que su comunidad comparte una única «gramáti-
ca comunitaria» (ver 5.5.1). La definición de ‘comunidad lingüística’ preferida por
nosotros predice que no podrá existir un conjunto único de gente, tal como el que vive
en la ciudad de Nueva York, respecto al que al sociolingüista le sea posible hacer todas
sus generalizaciones; por el contrario: distintas afirmaciones serán verdaderas de comu-
nidades delimitadas según distintos criterios. Como se verá, esta conclusión quedará
ampliamente corroborada por los datos y razonamientos de las siguientes secciones.

Más importante aún, cabe la duda de si la noción de ‘comunidad lingüística’ resulta


útil de alguna forma, o si conduce a equívoco. Tal noción implica la existencia de gru-
pos discretos de gente en la sociedad que el sociolingüista debiera ser capaz de identifi-
car, de modo que una determinada persona sería miembro de un grupo particular o no lo
sería. El primer problema es que la definición (6) establece explícitamente que tales
grupos sólo son reales en la medida en que algún hablante es consciente de su existen-
cia, lo que deja abierta la posibilidad de que algunos grupos puedan ser delimitados sin
claridad por el hablante en cuestión. Puede que se dé cuenta de que una variedad parti-
cular o elemento sea utilizado por los ‘norteños’ o por los niños, pero que no tenga ni
idea de por dónde hacer la separación entre los norteños y los sureños, o entre los niños
y los adultos. El segundo problema, que se discutirá con algún detalle en 5.4.3, es que
por lo menos en algunos casos resulta mejor analizar las relaciones de la gente en fun-
ción de la red de relaciones individuales más que en función de los grupos a los que
puedan o no pertenecer. En otras palabras, es posible que las comunidades lingüísticas
no existan realmente en la sociedad más que como prototipos en la mente de la gente,
en el cual caso la búsqueda de la ‘verdadera’ definición de ‘comunidad lingüística’ es
simplemente como la caza de un fantasma.

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2.2 Lenguajes

2.2.1 ‘Lengua’ y ‘dialecto’

En lo que queda de este capítulo, intentaremos echar una ojeada a las clases más
conocidas de variedad lingüística: ‘lengua’, ‘dialecto’ y ‘registro’. Veremos que los tres
conceptos son extremadamente problemáticos, tanto en el momento de encontrar una
definición general para cada uno de ello y que lo distinga de los demás, como desde el
punto de vista de encontrar criterios para delimitar variedades.

Consideremos primero el concepto de ‘lengua’. ¿Qué quiere decir que alguna va-
riedad es una lengua? Antes que nada, he aquí una pregunta acerca del uso popular:
¿qué quiere decir la gente normal cuando afirma que alguna variedad es una lengua?
Después de contestar a la pregunta de esta forma, podemos o no considerar el término
‘lengua’ como un término técnico, y decir cómo proponemos que se use en sociolin-
güística. Nos vendrá bien hacerlo así, si vemos que el uso popular refleja alguna clase
de realidad a la que queramos referirnos en sociolingüística, pero si llegamos a la con-
clusión de que el uso popular no refleja tal realidad, entonces no habrá ningún motivo
para definir ‘lengua’ más explícitamente con el fin de usarlo como término técnico.

Algo que queda fuera de duda es la importancia de estudiar el término ‘lengua’


simplemente como parte del vocabulario del inglés, junto con ‘bien-hablado’, ‘gato’ y
demás vocabulario que refleja las partes de la cultura relacionadas con la lengua y el
habla. Es parte de nuestra cultura el distinguir entre ‘lenguas’ y ‘dialectos’. De hecho,
solemos hacer dos distinciones diferentes al usar estos términos, y podemos sacar con-
clusiones de este hecho acerca de la visión del lenguaje que la cultura nos ha hecho
heredar (al igual que podemos usar el vocabulario como prueba de otros aspectos de la
cultura; véase 3.2.1).

En este aspecto podemos comparar nuestra cultura con otras en las que no se hace
tal distinción. Según Einar Haugen (1966), por ejemplo, esto es lo que ocurría en Ingla-
terra antes de que en el Renacimiento se tomara prestado del griego el término dialecto,
como palabra culta. De hecho, podemos ver que nuestra distinción entre ‘lengua’ y
‘dialecto’ es debida a la influencia de la cultura griega, puesto que en griego la distin-
ción se hizo a causa de la existencia de una cantidad manifiestamente distinta de varie-
dades de lengua escrita que se usaban en la Grecia clásica, asociadas cada una de ellas
con una región distinta y usadas en distintas clases de literatura. Así, el significado de
los términos griegos que se tradujeron como ‘lengua’ y ‘dialecto’ era de hecho bastante
distinto del significado que ahora se atribuye en inglés a estas palabras. Sus equivalen-
tes del francés son quizás más semejantes a los del griego, ya que la palabra francesa
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dialecte se refiere a las variedades regionales que poseen escritura y literatura a diferen-
cia de las variedades regionales que no tienen escritura, las cuales reciben el nombre de
patois. El propósito de esta discusión es mostrar que no hay nada absoluto respecto a la
distinción que el inglés viene a hacer entre ‘lenguas’ y ‘dialectos’ (y para los lectores
conocedores de alguna lengua distinta del inglés, difícilmente hubiera sido necesaria
esta discusión).

¿Qué diferencia hay, pues, entre lengua y dialecto para los hablantes de inglés? Hay
dos formas de distinguirlos, y esta ambigüedad ha sido causa de gran confusión. (Hau-
gen [1966] argumenta que la razón de la ambigüedad, y la subsiguiente confusión,
reside precisamente en el hecho de que la palabra ‘dialecto’ fuera tomada prestada del
griego, donde existía la misma ambigüedad.) Por una parte, hay una diferencia de ta-
maño, puesto que la lengua es más extensa que el dialecto. Es decir que una variedad
llamada lengua contiene más elementos que una llamada dialecto. En este sentido po-
demos referirnos al inglés como una lengua que contiene las suma total de todos los
términos de todos sus dialectos, incluyendo el ‘inglés estándar’ como uno más entre
ellos (el inglés de Yorkshire, el inglés de la India, etc.). De ahí, pues, el mayor tamaño
de la lengua inglesa.

La otra diferencia entre ‘lengua’ y ‘dialecto’ es una cuestión de prestigio, prestigio


que posee la lengua y del que el dialecto carece. Si aplicamos el término en este senti-
do, el inglés estándar (es decir, la forma de inglés que se usa en este libro) no es en
absoluto un dialecto, sino una lengua, mientras que las variedades que no se usan en la
escritura son dialectos. El que una variedad sea llamada lengua o dialecto depende del
prestigio que uno crea que tal variedad tiene, y para mucha gente éste es un asunto muy
claro, que depende del hecho de que sea usado en la escritura formal. Consecuentemen-
te, los habitantes de las islas Británicas habitualmente se refieren a las lenguas no escri-
tas (o que creen que no tienen escritura) como a dialectos, o ‘simples dialectos’, inde-
pendientemente de si existe o no una lengua (propia) con la que están relacionados.
(Naturalmente sería absurdo utilizar de esta manera la palabra dialecto’ en el sentido del
‘tamaño’.) El hecho de que pongamos tanto peso en si es o no una forma escrita al dis-
tinguir entre ‘lengua’ y ‘dialecto’, es una de las cosas interesantes que los términos nos
muestran sobre la cultura británica, y volveremos sobre la importancia de la escritura en
2.2.2.

2.2.2 Lengua estándar

Es probablemente adecuado decir que la única variedad que pueda considerase co-
mo «lengua propiamente dicha» (en el segundo sentido de ‘lengua’) sea la lengua
estándar. Las lenguas estándar son interesantes en tanto que tiene con la sociedad una
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relación más bien especial –una relación bastante anormal, si se la compara al contexto
de las decenas (¿o centenas?) de miles de años que hace que existen las lenguas. Mien-
tras que suele creerse que el desarrollo normal del lenguaje suele producirse de forma
más bien azarosa, muy por debajo del nivel de conciencia de los hablantes, las lenguas
estándar son el resultado de una intervención directa y deliberada de la sociedad. Esta
intervención, llamada ‘estandarización’, produce una lengua estándar donde anterior-
mente sólo había ‘dialectos’ (es decir, variedades no-estándar).

La noción de ‘lengua estándar’ es un tanto imprecisa, pero una lengua estándar


habrá tenido que pasar por los procesos señalados a continuación (Haugen 1966; para
una lista un poco distinta véase Garvin & Mathiot 1956).

1) Selección. De una forma u otra debe haber sido seleccionada una variedad parti-
cular como la que va a ser desarrollada como lengua estándar. Puede que sea una varie-
dad ya existente, como la usada en un centro político o comercial importante, pero
también podría ser una amalgama de distintas variedades. La elección es un asunto de
mucha importancia social y política, ya que la variedad escogida suele necesariamente
ganar prestigio, y así la gente que ya lo habla comparte ese prestigio. Sin embargo, en
algunos casos la variedad escogida ha sido una variedad sin absolutamente hablantes
nativos, como por ejemplo el hebreo clásico en Israel y el Bahasa de Indonesia (lengua
de reciente creación); ver 2.5.3 para la noción de ‘pidgin’) en Indonesia (Bell
1976:167).

2) Codificación. Alguna institución tal como la Academia tiene que haber escrito
diccionarios y libros de gramática para ‘fijar’ una variedad de forma que todos puedan
ponerse de acuerdo en lo que es correcto. Una vez hecha la codificación, hace falta que
todo ciudadano ambiciosos aprenda las formas correctas y que no use en la escritura
ninguna de las formas ‘incorrectas’ que puedan existir en su variedad nativa, lo que
puede suponer un montón de años de su carrera escolar.

3) Elaboración funcional. Tiene que ser posible utilizar la variedad seleccionada en


todas las funciones asociadas con el gobierno central y con la escritura, por ejemplo en
el parlamento y en los tribunales, en documentos burocráticos, educativos y científicos
de toda clase, y, naturalmente en los diversos géneros literarios. Ello puede suponer que
haya que añadir elementos lingüísticos adicionales a la variedad seleccionada, espe-
cialmente palabras técnicas, pero también hace falta desarrollar nuevas convenciones
para usar las formas existentes: cómo formular preguntas de exámenes, cómo escribir
cartas en estilo formal, etc.

43
4) Aceptación. La variedad elegida tiene que ser aceptada por la población afectada
como la variedad de la comunidad; de hecho, normalmente como la lengua nacional.
Una vez que ha sucedido así, la lengua estándar sirve de potente elemento unificador
del Estado, como símbolo de su independencia con respecto a otros Estados (suponien-
do que tal estándar sea único y no compartido con otros), y como una marca de su dife-
rencia frente a otros Estados. Es precisamente esta función simbólica la que en cierta
medida impulsa a los Estados a desarrollar una lengua estándar.

Este análisis de los factores involucrados específicamente en la estandarización ha


sido bastante ampliamente aceptado por los sociolingüistas (para más detalle y ejem-
plos ver Garvin 1959, Garvin & Mathiot 1956, Hall 1972, Macaulay 1973, Trudgill
1974:149). Sin embargo, hay un amplio campo de debate y de desacuerdo acerca de la
deseabilidad de ciertos aspectos de la estandarización. Por ejemplo, ni siquiera es nece-
sario que la estandarización tenga que incluir aspectos de pronunciación igual que de
escritura (Macaulay 1973), ni que la lengua estándar deba presentarse como la única
variedad ‘correcta’ (aspecto discutido por muchos lingüistas y sociolingüistas, sobre
todo por Trudgill 1975a; ver también infra 6.2). Además, un tratamiento que convenga
a una comunidad puede que no convenga a otra, de forma que es preciso mostrar mucho
cuidado, sensibilidad, sabiduría y conocimiento para tener éxito en un programa de
estandarización (Kelman 1972).

Esta sección sobre la lengua estándar es la única de este libro que trata con algún
detalle de los problemas a gran escala de la sociología el lenguaje (ver 1.1.3 para la
diferencia entre sociolingüística y sociología del lenguaje), pero se ha incluido por tres
razones. En primer lugar, es relevante para la discusión del segundo significado de
‘lengua’ introducida en 2.2.1 (donde ‘lengua’= ‘lengua estándar’). En segundo lugar, es
interesante ver que la lengua puede ser deliberadamente manipulada por la sociedad. En
tercer lugar, y más importante acaso, para hacer resaltar el carácter insólito de las len-
guas estándar, las cuales son quizás las formas de lenguaje menos interesantes para
cualquiera que se muestre interesado por la naturaleza del lenguaje humano (como lo
están muchísimos lingüistas). Acaso se podría describir la lengua estándar como pa-
tológica por su falta de diversidad. Para ver el lenguaje en su estado ‘natural’, hay que
buscar una variedad que no sea ni la lengua estándar ni un dialecto subordinado a un
estándar (ya que también estás últimas muestran características patológicas, especial-
mente por la dificultad de hacer afirmaciones sobre el dialecto no-estándar sin ser in-
fluidos por el estándar. La ironía, naturalmente, es que la lingüística académica es sus-
ceptible de originarse tan sólo en una sociedad con una lengua estándar, como es el
caso de Inglaterra, los Estados Unidos, o Francia, y la primera lengua a la que los lin-
güistas prestan atención es a la suya propia: la estándar.

44
2.2.3 La delimitación de lenguas

Volvamos ahora a la pregunta plateada al comienzo de 2.2.: ¿qué queremos decir al


afirmar de una variedad que es una lengua? Podemos aclarar ahora la cuestión, distin-
guiendo entre los dos significados de ‘lengua’ basados, respectivamente, en el prestigio
y en el tamaño. Hemos dado ya una respuesta sobre la base del prestigio: una lengua es
una lengua estándar. En principio es ésta una definición absoluta: una variedad o es
lengua estándar, o no lo es. (No queda claro, sin embargo, que algunas lenguas sean
más estándar que otras; el francés estándar, por ejemplo, ha sido codificado mucho más
rígidamente que el inglés estándar.) Al tratar de la otra distinción, basada en el tamaño,
la situación es muy distinta, ya que todo resulta relativo. Así, por ejemplo, en compara-
ción con una determinada variedad, otra puede que sea extensa, pero comparada con
otra más, puede que sea reducida. La variedad que comprende todos los elementos
usados en Gran Bretaña parece extensa comparada, digamos, con el inglés estándar o el
cockney, pero reducida si la comparamos con la variedad que comprende todos los
elementos usados en cualquiera de los países ‘anglo-parlantes’. Siendo esto así, la afir-
mación la afirmación de que una variedad particular es una lengua, en el sentido de su
‘tamaño’, es muy poco significativa. ¿Hay, pues, algún modo por el que la distinción
entre ‘lengua’ y ‘dialecto’ basada en el tamaño pueda hacerse menos relativa? Antici-
pemos que nuestra respuesta en negativa.

El candidato obvio para otro criterio es el de la mutua inteligibilidad. Si los hablan-


tes de dos variedades pueden entenderse, entonces, las variedades en cuestión son com-
ponentes de la misma lengua; en caso contrario, no lo son. Es éste un criterio usado
muchas veces, pero que no puede tomarse muy en serio, puesto que plantea graves
problemas en el momento de su aplicación.

1) Incluso el uso popular no se corresponde consistentemente con este criterio, ya


que variedades que nosotros (como profanos) consideramos lenguas diferentes pueden
ser mutuamente inteligibles (por ejemplo las lenguas escandinavas, a excepción del
finlandés y el lapón), mientras variedades que consideramos como la misma lengua
puede que no lo sean (por ejemplo los llamados ‘dialectos’ del chino). El uso popular
tiende a reflejar la otra definición de lengua, la basada en el prestigio, de modo que si
dos variedades son ambas lengua estándar, o están subordinadas a distintos estándares,
tiene que ser lenguas distintas; y, al revés, tienen que ser la misma lengua si ambas
variedades están subordinadas al mismo estándar. Ello explica la diferencia de nuestras
creencias respecto a las variedades de Escandinavia y las de China: cada país escandi-
navo posee una lengua estándar distinta (Noruega, de hecho, posee dos), mientras que
toda China sólo tiene una. (Es curioso el efecto que produce la situación de China: una

45
persona de Pekín no suele poder entender a una de Cantón o de Hong Kong que hable
su propio dialecto, pero sí al escribir el estándar.)

2) La mutua inteligibilidad suele ser una cuestión de grado, variando desde una in-
teligibilidad total hasta una total in-inteligibilidad. ¿A qué nivel de la escala deben
encontrase dos variedades para que puedan considerarse como miembros de una misma
lengua? Sinceramente, ésta es una pregunta que más vale evitar que contestar, puesto
que cualquier respuesta será necesariamente arbitraria. (Merece la pena hacer notar que
Willian Sankoff ha desarrollado un sistema para calcular el grado de mutua inteligibili-
dad (1969), donde muestra claramente que la mutua inteligibilidad puede ser tan sólo
parcial al aplicarse a determinadas comunidades.)

3) Las variedades pueden ser distribuidas a lo largo de un CONTINUUM


DIALECTAL, una cadena de variedades adyacentes en las que cada una de las varie-
dades adyacentes son mutuamente inteligibles, y que los que se hallan en extremos
opuestos de la cadena no lo son. Se dice que un continuum de este tipo se extiende
desde Ámsterdam a través de Alemania hasta Viena, y otro desde París hasta el sur de
Italia, El criterio de muta inteligibilidad se basa, sin embargo, en la relación entre len-
guas, lo que es lógicamente distinto de la relación de identidad de lengua, que se su-
pone que trata de aclarar. Si A es la misma lengua que B, y B es la misma lengua que
C, entonces, A y C deben ser también la misma lengua, y así sucesivamente. «Identidad
de lengua» es, pues, una relación transitiva, pero «mutua inteligibilidad» es una relación
intransitiva: si A y B son mutuamente inteligibles, y B y C son mutuamente inteligibles,
C y A no necesariamente son mutuamente inteligibles. El problema es que una relación
intransitiva no puede ser utilizada para dilucidar una relación transitiva.

4) La mutua inteligibilidad no es realmente una relación entre variedades, sino en-


tre gente, puesto que es la gente, y no las variedades, la que se entiende entre sí. Siendo
esto así, el grado de mutua inteligibilidad depende no sólo de la cantidad de imbricación
que se dé entre los elementos de las dos variedades, sino que depende de las aptitudes
de la gente en cuestión. Un aspecto de mucha importancia es la motivación: ¿cuánto
interés tiene la persona A en entender a la persona B? Ello depende de numerosos facto-
res, tales como el aprecio de A respecto a B, y el distinto grado de deseo de subrayar las
diferencias o las semejanzas culturales entre ellos, y así sucesivamente. La motivación
es importante, porque el entender a otra persona siempre requiere un esfuerzo por parte
del oyente: sirva de prueba la posibilidad de ‘desconectar’ cuando la motivación de uno
es baja. Cuanto mayor sea la diferencia entre las variedades en cuestión, mayor será el
esfuerzo necesario, de modo que si A no puede entender a B, ello nos muestra simple-
mente que la empresa era demasiado grande para la motivación de A, y no sabemos qué

46
hubiera ocurrido si su motivación hubiera sido mayor. Otro aspecto relevante es la
experiencia del oyente: ¿qué cantidad de experiencia tiene sobre la variedad que está
escuchando? Obviamente, cuanta mayor experiencia previa tenga, más facilidad tendrá
para entender. Ambos aspectos suscitan otro problema referente al uso de la mutua
inteligibilidad como criterio, concretamente el hecho de que la mutua inteligibilidad no
tiene por qué ser recíproca, puesto que A y B no tienen por qué tener el mismo grado de
motivación para entenderse mutuamente, ni tiene que haber tenido necesariamente la
misma experiencia previa de sus respectivas variedades. Normalmente suele ser más
fácil que un hablante de lengua no estándar entienda a un hablante de lengua estándar
que al revés, en parte porque el primero habrá tenido más experiencia acerca de la va-
riedad estándar (especialmente a través de los medios de comunicación) que al contra-
rio, y en parte porque puede que él esté motivado para minimizar las diferencias cultu-
rales entre él mismo y el hablante de la lengua estándar (aunque ello no ocurra necesa-
riamente siempre así), mientras que el hablante estándar puede que quiera subrayar
estas diferencias.

En conclusión la mutua inteligibilidad no funciona como criterio para delimitar


lenguas en el sentido del ‘tamaño’. No hay ningún otro criterio que merezca la pena ser
considerado como alternativa, de modo que debemos concluir (con Matthews 1979:47)
que no se puede trazar realmente una distinción entre ‘lengua’ y ‘dialecto’ (excepto
por referencia al prestigio, y en tal caso sería mejor usar el término ‘lengua estándar’ o
simplemente ‘estándar’ mejor que simplemente ‘lengua’). En otras palabras, el concep-
to ‘lengua X’, no tiene lugar en sociolingüística, ni, exactamente por las mismas razo-
nes, en lingüística. Lo único que nos hace falta es la noción de ‘variedad X’, más la
observación obvia y sorprendente de que una variedad determinada puede ser relativa-
mente semejante a algunas otras variedades y relativamente distinta de otras.

2.2.4 El modelo de árbol de parentesco

Un modo conveniente de representar las relaciones entre variedades es según el


modelo de árbol de parentesco, que fue desarrollado en el siglo XIX como ayuda para
el estudio histórico de las lenguas (para una exposición acertada, ver Bynon 1977:63).
Este modelo permite mostrar el grado de proximidad de una serie de variedades habla-
das actualmente; es decir, cuándo divergen unas de otras como resultado del cambio a
lo largo de la historia. Tomemos, por ejemplo, el inglés, el alemán, el galés, el francés y
el hindú como variedades de lenguas relacionadas. Trazando una estructura arbórea por
encima de estas variedades como en la Figura 2.1, puede mostrarse que el inglés se
relaciona más de cerca con el alemán, un poco menos de cerca con el galés y el francés,
47
y aún menos con el hindú. (Para un cuadro más complejo de las relaciones entre estas y
muchas otras lenguas ‘indoeuropeas’, ver Bolinger 1975: 446.)

Se ha añadido el chino para mostrar que no está relacionado en absoluto con las
otras lenguas. Si se incluyen dos variedades en el mismo diagrama, se supone que se
hace descender a ambas, a través de cambios históricos, de una variedad ‘antepasada’
común, la cual podría tener un nombre en el diagrama. Así, podríamos añadir el nombre
‘proto-indoeuropeo’ en el módulo superior del árbol, haciendo ver que todas las varie-
dades representadas en la parte inferior (excepto el chino) descienden de esta única
variedad. De forma semejante, podríamos denominar el nódulo que domina al inglés y
al alemán como ‘proto-germánico’, para dar un nombre a la variedad de la que ambos
descienden.

Figura 2.1

inglés alemán galés francés hindú chino

El valor principal del modelo de árbol de parentesco para la lingüística histórica es


que aclara las relaciones históricas existentes entre las variedades en cuestión, y que, en
particular, da una clara idea de la cronología relativa de los cambios históricos por los
que han ido divergiendo las variedades. Desde el punto de vista actual, sin embargo, la
ventaja es que un árbol de parentesco muestra una relación jerárquica entre las varieda-
des y que no hace distinción entre ‘lenguas’ y ‘dialectos’. Ciertamente, en lingüística
histórica es normal referirse a las variedades que proceden del latín como a ‘dialectos’
del latín (o ‘dialectos romances’), aunque incluyan obviamente ‘lenguas’ (en el sentido
prestigioso) tales como el francés estándar. Si hubiéramos querido añadir el inglés de
Yorkshire o el cockney a la lista de variedades, las hubiéramos añadido simplemente
debajo del inglés, sin darles un estatus diferente al de las otras. El único cambio que
necesitaríamos hacer en la interpretación del diagrama del árbol genealógico, en com-
paración con la interpretación histórica, es que los módulos superiores no representarían
unas variedades anteriores, a partir de las que descenderían las modernas (Tal como del
proto-indoeuropeo), sino unas variedades más extensas que incluirían todos los elemen-
tos de las variedades inferiores.

48
Aparte del atractivo que acabamos de hacer notar, sin embargo, el modelo del árbol
de parentesco no es muy recomendable para el sociolingüista, ya que representa una
exagerada idealización de las relaciones entre las variedades. En particular, no permite
influencias entre las variedades, que en casos extremos podría incluso llevar a una fu-
sión; que una variedad proceda de dos variedades distintas (véase Traugott 1977). Ve-
remos en 2.5 que ello no suele de hecho suceder, y en 2.3.2 introduciremos un modelo
más adecuado, la ‘teoría de las ondas’.

2.3 Dialectos

2.3.1 Dialectos regionales e isoglosas

Después de haber rechazo la distinción entre ‘lengua’ y ‘dialecto’ (excepto por re-
ferencia al prestigio), podemos ahora fijarnos en una cuestión incluso más fundamental:
¿Cuáles son los límites precisos entre las variedades? El modelo jerárquico del árbol de
parentesco implica que los límites entre las variedades son claros a todos los niveles del
árbol. ¿Es así de hecho? ¿Es posible, sobre todo, continuar un árbol así hacia los niveles
inferiores, haciendo aparecer variedades cada vez menores, hasta llegar al nivel de los
hablantes individuales (el ‘idiolecto’)? La respuesta, necesariamente, es no.

Si consideramos las diferencias de variedades menos discutibles basadas en la geo-


grafía, debería ser posible, si el modelo del árbol de parentesco es correcto, identificar
los llamados dialectos regionales dentro de una variedad más amplia como el inglés.
Afortunadamente, hay una gran cantidad de datos que aportan pruebas para la solución
de este problema, procedentes de esta disciplina llamada DIALECTOLOGÍA y, en
especial, de la rama llamada GEOGRAFÍA DIALECTAL (ver Bloomfield 1933: cap.
19, Chambers & Trudgill, en prensa; Hockett 1958: cap. 56; Hughes & Trudgill 1979;
Sankoff 1973a; Wakelin 1972; ver también infra 5.4.2). A partir del siglo XIX, los
dialectólogos de Europa y de los Estados Unidos (y en menor escala los de las Islas
Británicas) has estudiado la distribución geográfica de los elementos lingüísticos, tales
como los pares de palabras sinónimas (por ejemplo, pail frente a bucket), o pronuncia-
ciones distintas de una misma palabra, tales como farm, pronunciada con la /r/ o sin
ella. Los resultados suelen plasmarse en un mapa, donde se muestran las formas que
aparecen en cada localidad (la dialectología suele tender a concentrarse en las áreas
rurales para evitar la complejidad de las ciudades). El dialectólogo puede entonces
trazar las líneas del área en donde se registra un elemento y las áreas donde se registran
otros elementos, marcando un límite llamado ISOGLOSA para cada área (del griego
iso- ‘igual’ y glosa, ‘lengua’).
49
El modelo del árbol de parentesco permite hacer una importante predicción acerca
de las isoglosas, concretamente que no deben intersectarse. Esta predicción es una con-
secuencia de la jerarquía estricta existente en el modelo entre las variedades, lo que
permite tan sólo dos tipos de relación entre dos variedades: o bien una es antepasado de
la otra, o las dos son ‘hermanas’. Imaginemos ahora un hipotético estadio de cosas en
donde una variedad L más extensa contiene dos elementos, x e y, ninguno de los cuales
es usado por todos y cada uno de los hablantes de L. Podremos distinguir entre varieda-
des de L que posean el elemento x y que no posean (+x y ―x), y otras que posean el
elemento y o que no lo posean (+y, ―y), y que de hecho existan las cuatro combina-
ciones posibles de estas variedades: hablantes que tengan ambos elementos (+x, +y),
otros que no tengan ninguno de los dos (―x, ―y), y aquéllos que solamente tengan el
uno o el otro (+x, y o ―x, +y). ¿En qué relación estarían entonces las variedades defini-
das por x (+x, ―x) y las definidas por y (+y, ―y)? ¿Qué relación habría, por ejemplo,
entre la variedad x y la variedad y? Está claro que ninguna de ellas es el antepasado de
la otra, ya que ninguna de ellas contiene a la otra por completo, pero ninguna de ellas es
hermana de la otra, puesto que cada una de ellas contiene parcialmente a la otra. Este
tipo de situación es, pues, incompatible con el modelo del árbol de parentesco.

Hay muchos paralelismos reales de esta situación hipotética. Por mencionar tan
sólo un ejemplo, en el sur de Inglaterra hay dos isoglosas que se intersectan tal como se
ve en el mapa 2.1 (basado en Trudgill 1974b: 159 y Wakelin 1978:9). Una de las iso-
glosas separa la región (hacia el norte) donde some se pronuncia con la misma vocal
que stood, de la región donde se pronuncia con la vocal abierta [Λ], igual que en el
Received Pronunciation (RP), el modo de pronunciación de más prestigio de Inglaterra
(ver Gimson 1962: 83). La otra isoglosa separa la región donde sí se pronuncia. La
única forma de conciliar este hecho con el modelo del árbol de parentesco sería dando
prioridad a una isoglosa frente a la otra, pero tal decisión sería arbitraria y dejaría de
todas formas desconectada la isoglosa subordinada, representando cada una de ellas una
subdivisión de una variedad distinta, mientras que, de hecho, cada una de ellas repre-
senta claramente un fenómeno particular. Ejemplos como éste podrían multiplicarse
indefinidamente (para algún otro ejemplo particular, véase mapa de Bolinger 1975:
349; y para una exposición erudita, ver Sankoff 1973a).

A partir de tales hechos, muchos dialectólogos han sacado la conclusión de que ca-
da elemento tiene su propia distribución dentro de la población de hablantes, y que no
hay razón alguna para suponer que elementos distintos tengan idéntica distribución


Pronunciación prestigiosa, clásica o estándar. (N. del T.)

50
(Bynon 1977: 190). Parece ésta la única conclusión que puede deducirse de los datos,
aunque uno podría mostrar sus reservas acerca del grado de diferenciación existente
entre los elementos; la clase de datos, por ejemplo, a los que nos referíamos más arriba,
con isoglosas que se intersectan de manera caótica, es mucho menos común en Alema-
nia que en Francia (Bynon 1977: 191, Matthews 1979: 47). Pero esto conduce a la ulte-
rior conclusión de que no es necesario que las isoglosas delimiten variedades, excepto
en el sentido trivial en que las variedades constan de sólo un elemento; y si no podemos
utilizar las isoglosas para delimitar variedades, ¿qué es lo que podemos utilizar? Parece
que no hay alternativa, y que nos hallamos en una posición similar a la anterior en nues-
tra discusión de las lenguas; no hay forma de delimitar las variedades, y por lo tanto
debemos concluir que las variedades no existen. Lo único que existe son hablantes y
elementos, y los hablantes pueden presentar un mayor o menor grado de homogeneidad
respecto a los elementos de su lenguaje. Aunque no atrayente, esta conclusión es al
menos verdadera, e incidentalmente suscita cuestiones tales como qué es lo que deter-
mina la cantidad y clase de homogeneidad entre la gente.

2.3.2 La difusión y la teoría de las ondas

Ya en el siglo XIX se desarrolló una alternativa al modelo del árbol de parentesco


para dar cuenta de la clase de fenómeno que acabamos de considerar. Se denomina
TEORÍA DE LAS ONDAS, y se basa en la hipótesis de que los cambios lingüísticos se
extienden desde centros de influencia hacia las zonas circundantes, más o menos de la
misma forma en que se extiende la onda de agua de un embalse al echar una piedra.
51
Este punto de vista del cambio lingüístico es aceptado por casi todos, si no todos, los
eruditos, tanto en el campo de la lingüística histórica (para una exposición detallada, ver
Bynon 1977: 192) como en el de la sociolingüística, donde tal punto de vista ha sido
desarrollado principalmente por Charles-James Bailey (1973), Derek Bickerton (1971,
1973, 1975) y David De-Camp (1971b). (El trabajo teórico de estos sociolingüistas
basado en la teoría de las ondas lo trataremos en 5.5.2.)

La teoría de las ondas explica por qué se intersectan las isoglosas postulando dife-
rentes focos geográficos de irradiación de los distintos elementos. La isoglosa entre dos
elementos como farm con y sin /r/, muestra el lugar donde termina la influencia de un
elemento y empieza la de otros; en la hipótesis de que uno de los elementos represente
una innovación, querría decir que la isoglosa señala los puntos más lejanos que ha al-
canzado el nuevo elemento cuando el dialectólogo ha recogido sus datos. No hay nin-
guna razón por la que innovaciones conducentes a cualquiera de las dos isoglosas hayan
tenido que producirse en el mismo lugar –ni incluso en la misma época-, de modo que
no hay ninguna razón especial que impida que las isoglosas se intersecten. Volviendo a
la analogía, si se echan dos o más piedras a un embalse, no hay ninguna razón para que
caigan todas en el mismo lugar, y podría haber muchos centros de influencia desde los
que se extenderían e intersectarían las ondas. Además, los centros pueden cambiar con
el tiempo, según nazcan o se desvanezcan las distintas influencias. Cada centro repre-
senta un elemento innovador distinto desde el que las ‘ondas’ se extienden en distintos
direcciones.

La analogía falla en que las ondas de influencia lingüística suelen ‘congelarse’ y


dejan de expandirse, debido a que la influencia del punto de origen no es lo suficiente-
mente fuerte como para seguir manteniéndolas. En otras palabras, en función de la
teoría de los actos de identidad (ver 1.3.1), la influencia de un elemento termina cuando
los individuos deciden, por cualquier razón, no identificarse con el grupo que lo usa. Lo
que significa que la isoglosa puede hallarse en el mismo lugar donde se hallaba hace un
siglo –contrariamente a las ondas de un embalse-, ya que la fuerza de influencia del
grupo con el que se asocia el elemento puede que no sea lo suficientemente potente
como para hacerla avanzar más. Además, no es necesario que un elemento suponga una
innovación para influir en la gente, puesto que sus efectos dependen de la situación
social del grupo con el que se le asocia (lo que hemos llamado su ‘comunidad lingüísti-
ca’ en 2.1.4), más que de su novedad. Es bastante posible que una forma relativamente
arcaica arrincone a una forma más nueva que se había extendido. Así, por ejemplo, en
algunos lugares de los Estados Unidos la pronunciación de palabras como farm con /r/
está desplazando la pronunciación sin /r/, aunque de hecho la innovadora sea esta últi-
ma (tal como indica la escritura). Presentaremos un ejemplo de tal área en 5.2.2.

52
Después de estas observaciones parece mejor abandonar la analogía de las piedras
que caen en el embalse. Una analogía más adecuada sería quizás la de las distintas es-
pecies de plantas sembradas en un campo, expandiéndose por dispersión de la semilla, y
la isoglosa estaría representada por el límite de extensión de cada especie. Especies
diferentes podrían coexistir en el mismo espacio (una relación de las leyes botánicas
normales), pero habría que hacer notar las especies en competición mutua, correspon-
dientes a elementos que proporcionan modos alternativos de expresar la misma cosa
(como las dos pronunciaciones de farm). Las ventajas de esta analogía son que no hace
falta que la distribución de especies en el campo esté en constante cambio con respecto
a cada elemento, y que en la analogía puede estar representado cada elemento, y no sólo
aquéllos que fueran innovadores.

Según esta nueva analogía, una innovación lingüística sería una nueva especie que
hubiera brotado (o por mutación o por haber sido traída de fuera), y que puede o no
prosperar. Si prospera, puede que se extienda y sustituya a algunas o todas sus contrin-
cantes; pero, si no, puede o bien morir o bien quedarse confinada en un área pequeña
del campo (es decir, en una comunidad lingüística muy pequeña). El hecho de que una
especie se desarrolle o no, depende de la fuerza con que crezcan sus representantes (es
decir, de la fuerza e influencia de su comunidad lingüística): cuanto mayores sean las
plantas, más semillas producirán, y mayor será la oportunidad de que la especie con-
quiste nuevo territorio.

2.3.3 Los dialectos sociales

Por supuesto que los dialectos no están distribuidos tan sólo geográficamente, co-
mo se ha dado a entender en lo expuesto hasta el presente. Hay dos fuentes más de
complejidad. En primer lugar, suele existir movilidad geográfica: gente que se desplaza
de un sitio a otro, llevándose consigo sus dialectos aun cuando los vayan modificando
con el tiempo para integrarse en el nuevo entorno. Así, el ir señalando en un mapa a los
hablantes puede producir un modelo más o menos desordenado según la movilidad de
la población (problema que normalmente se evita en dialectología seleccionado como
informantes a hablantes que nacieron y crecieron en el lugar que ahora habitan).

La segunda fuente de complejidad nace del hecho de que la geografía es solamente


uno de los factores relevantes, siendo otros factores relevantes la clase social, el sexo y
la edad (ver 5.4.2). Los dialectólogos, pues, hablan de DIALECTOS SOCIALES, o de
SOCIOLECTOS, para referirse a diferencias no regionales. Debido a estos otros facto-
res, puede que un hablante muestre más semejanza en su lengua con gente del mismo
53
grupo social de una región distinta que con gente de otros grupos sociales, aunque sean
de la misma región. De hecho, una de la características de la estructura social jerárquica
de un país como la Gran Bretaña es que la clase social suele prevalecer sobre el factor
geográfico como determinante del habla, de modo que se da mucha mayor variación
geográfica entre la gente de las clases sociales bajas que entre la gente de la ‘cumbre’
de la masa social. Lo que ha llegado hasta el punto de que la gente que ha pasado por el
sistema escolar público (o quiere aparentar que lo ha hecho) característicamente no
tiene en absoluto rasgos regionales en su lengua. Esa es una característica de la Gran
Bretaña, y no se da en otros países como los Estados Unidos o Alemania, donde la
‘gente de la cumbre dejan ver su lugar de origen a través de la pronunciación, aunque
seguramente también a través de algunos otros aspectos de su lenguaje.

Debido a diferencias de apreciación respecto a las distinciones regionales y sociales


entre la pronunciación y otros aspectos del lenguaje, suele ser norma distinguir entre
acento y dialecto, queriendo indicar con ACENTO sólo la pronunciación, y con
DIALECTO cualquier aspecto de la lengua, incluida la pronunciación. Ello nos permite
distinguir entre dialecto estándar (que debería llamarse ‘la lengua estándar’, ver 2.2.2) y
dialectos no-estándar, y también poder hacer afirmaciones aparte respecto de la pronun-
ciación en función de los acentos. Así, en Gran Bretaña podemos decir de mucha gen-
te que tiene un acento regional pero que usa el dialecto estándar, y que unos pocos
hablantes selectos usan un acento RP (Received Pronunciation) con el mismo dialecto
estándar. Suele resultar una confusión grande si se identifica el dialecto estándar que es
cuestión de vocabulario, sintaxis y morfología, con la ‘RP’.

En esta sección no he hecho más que introducir los términos ‘dialecto social’ y
‘acento’, señalando que entre los hablantes hay diferencias lingüísticas debidas no sólo
a factores geográficos, sino también a otros factores sociales. Los problemas de delimi-
tar dialectos regionales también pueda sin duda extenderse a los dialectos sociales, y en
el capítulo 5 ciertamente veremos que así suele suceder. Sería difícil trazar isoglosas
para los dialectos sociales, ya que se haría necesario plasmarlas en un mapa multidi-
mensional, pero no hay motivo para dudar de que si un mapa así pudiera dibujarse,
hallaríamos que cada isoglosa sigue un camino único. Así, pues, debemos rechazar las
nociones representadas tanto por ‘dialecto social’ como por ‘acento’, por la misma
razón que hemos rechazado la noción de dialecto regional, excepto como un modo
simple y torpe de referencia a las cosas.

2.3.4 Clases de elementos lingüísticos

54
Una de las preguntas más interesantes que suscita toda esta discusión acerca de las
variedades, es la de si todo elemento lingüístico está sujeto a variación de la misma
forma. Al referirnos a la noción de ‘acento’ hemos apuntado ya que puede que haya una
diferencia general entre elementos de pronunciación y otros elementos (morfología,
sintaxis, vocabulario), por el hecho de que es más difícil estandarizar la pronunciación.
Dada la especial conexión entre estandarización y escritura, y el hecho de que no sea
necesario que la estandarización se extienda a la pronunciación (2.2.2), no es sorpren-
dente que ello sea así, aunque tampoco es necesario que lo sea.

La pronunciación difiere, al parecer, de otros tipos de elementos por su función so-


cial. Por ejemplo, a pesar de la influencia manifiesta de los Estados Unidos sobre la
Gran Bretaña, su influencia sobre el inglés británico se limita casi exclusivamente al
vocabulario y no parece que tenga ningún efecto en absoluto sobre la pronunciación de
los grupos incluso más susceptibles, tales como los adolescentes (los disc-jockeys de
las emisoras de radio y los cantantes pop son una excepción compleja e interesante). Sin
embargo, la diferencia entre pronunciación y otros tipos de elementos puede tener dife-
rentes manifestaciones, como en el caso de algunos niños y adolescentes de Detroit,
hijos de negros de la clase media, que fueron estudiados como parte de una investiga-
ción sobre ‘dialectología urbana’ (materia de estudio de casi todo el capítulo 5). El
autor del informe, Walter Wolfram (1969: 205), indica que los elementos sintácticos y
morfológicos eran los que cabría esperar normalmente para estos hablantes procedentes
de la clase media (por ejemplo, había pocas ‘negaciones dobles’, muy normales en el
habla de la clase baja de Detroit), pero que su pronunciación era más o menos como la
de la juventud de clase baja de Detroit. También señala (1969: 204) que las diferencias
e pronunciación pueden ser cuantitativas, mientras que otras diferencias son cualitati-
vas; es decir, que las diferencias de clase en fonología son una cuestión de cuántas
veces se usa un determinado elemento, mientras que las de sintaxis y morfología son
una cuestión de cuáles son los elementos empleados. Sin embargo, la base de esta afir-
mación es extremadamente escasa, y no ha sido confirmada por otros proyectos de
investigación.

Puede suceder, pues, que la pronunciación y los otros elementos jueguen distintos
papeles en los actos de identidad de los individuos a los que nos referíamos más arriba.
Así, por ejemplo, pudiera ser que usáramos la pronunciación para identificarnos con
nuestro origen (o para dar a entender que originariamente pertenecíamos a un determi-
nado grupo, perteneciéramos o no de hecho a él; compárese los británicos que adquie-


Por ejemplo, «I don’t like nothing» (N. del T.)

55
ren tardíamente el acento RP con los jóvenes negros de clase media de Detroit, que por
alguna razón adquieren un acento de clase baja, bastante pronto). Por el contrario,
podemos emplear la morfología, la sintaxis y el léxico para dar a entender nuestro esta-
do social actual, como, por ejemplo, el grado de educación que hemos recibido. Por el
momento esto es conjetural, pero hay suficientes pruebas de que existen diferencias
entre la pronunciación y otros aspectos de la lengua como para que merezca la pena
buscar alguna explicación general. Tal como se ha apuntado ya, la diferencia puede que
simplemente sea un artilugio del proceso de estandarización, de modo que es importan-
te ahora analizar los datos que nos ofrezcan las comunidades no afectadas por la estan-
darización. Si tales diferencias se hallan también allí, entonces podemos suponer que
hemos hallado un hecho fundamental, y más bien misterioso, acerca del lenguaje.

¿Existe alguna prueba de las diferencias entre aquello a lo que yo me he venido re-
firiendo como a pronunciación (con el fin de evitar preguntas acerca de las relaciones
entre fonética y fonología)? ¿Hay alguna prueba, por ejemplo, a favor de que las repre-
sentaciones subyacentes (es decir, la información que se da de una palabra determinada
en el léxico, por oposición a los detalles que podríamos dar de su pronunciación en
oraciones determinadas) están menos sujetas a variación entre los habitantes que las
reglas de pronunciación de determinados fonemas (punto de vista que señalan, por
ejemplo, Chomsky & Halle 1968: 49)? Hay pocas pruebas a favor de este punto de
vista, y generalmente se acepta que las diferencias de las formas subyacentes (es decir
las diferencias léxicas) son abundantes. Por ejemplo, los que pronuncian la /r/ (ver
5.5.1). De hecho, se suele dar todo tipo de variaciones imaginables en fonología, y se
suele dar a gran escala (cf. los estudios sobre variaciones de pronunciación de
O’Connor 1973: 180; Trubetzkoy 1931; Wells 1970).

Cabría preguntarse algo semejante sobre aspectos del lenguaje distintos de la pro-
nunciación: ¿Hay alguna prueba, por ejemplo, a favor de la opinión de que la sintaxis se
resiste más a la variación que la morfología o el léxico? Ciertamente se da el caso de
que los ejemplos de diferencias sintácticas dentro de una variedad ‘del tamaño de una
lengua’ suelen citarse con mucha menos frecuencia en la literatura lingüística que las
diferencias de pronunciación o de morfología, que en todo caso son difíciles de mante-
ner separadas; así, por ejemplo, la diferencia entre –ing e –in’ en palabras como coming
¿es una diferencia de pronunciación o de morfología? Además, las diferencias de voca-
bulario son también mucho más mencionadas en los tratados de dialectología que las
diferencias de sintaxis. Parece, pues, que entre la sintaxis y el resto de la lengua existe
una diferencia que es necesario explicar. (Para una exposición más extensa de esta
clase de elementos variables, ver 5.3.1.)

56
Es preciso, sin embargo, a andar con cuidado respecto a esta aparente diferencia.
Por un parte, la falta de referencia en la literatura a diferencias sintácticas podría ser
debida a la dificultad de estudiar tales diferencias, puesto que aparecen con relativa-
mente poca frecuencia en la conversación normal y son más difíciles de elicitar en
comparación, especialmente, con los elementos del vocabulario. En segundo lugar, la
estabilidad aparente de la sintaxis podría ser ilusoria, pues, de hecho, existen relativa-
mente pocos elementos del vocabulario, de modo que, aunque los elementos sintácticos
variaran en la misma proporción, darían como resultado un número más pequeño. En
tercer lugar, aunque haya diferencias entre la sintaxis y el resto de la lengua, ello pudie-
ra ser de nuevo un artificio del proceso de estandarización. Sin embargo, sin dejar de
tener en cuenta estas apreciaciones, parece que efectivamente hay una mayor tendencia
a la uniformidad en la sintaxis que en las otras partes de la lengua, lo que no es fácil de
explicar. ¿Pudiera ser que se diera entre la gente una tendencia a suprimir alternativas
sintácticas, y a buscarlas deliberadamente en el vocabulario?

Hay dos fuentes de pruebas que corroboran este punto de vista. Los elementos
sintácticos están más bien uniformemente difundidos a través de las fronteras del ‘len-
guaje’ dentro de las áreas adyacentes. (Los aspectos que son compartidos de esta forma,
y que no pueden ser explicados como resultado de una herencia común a partir de una
lengua madre, se llaman RASGOS TERRITORIALES [Areal features]; para una expo-
sición de tales rasgos, ver Bynon 1977: 244.) Por ejemplo, tres lenguas adyacentes de
los Balcanes (el búlgaro, el rumano, y el albanés) poseen la más bien poco usual carac-
terística común de tener un artículo determinado sufijado; así, en albanés mik significa
‘amigo’ y mik-u ‘el amigo’. Este rasgo común puede ser explicado sólo por difusión de
un pasado relativamente reciente (por lo menos desde la época del latín, lengua de la
que deriva el rumano). Presumiblemente los rasgos se difunden a través de barrearas
lingüísticas como resultado del bilingüismo, y el que prevalezcan los rasgos sintácticos
entre los rasgos territoriales puede ser debido a la tendencia de los bilingües a suprimir
las construcciones usadas en una lengua para expresar relaciones sintácticas, favore-
ciendo así la difusión de los rasgos sintácticos de la otra lengua. La difusión territorial
de rasgos sintácticos es, por otra parte, difícil de comprender, ya que parece que por lo
general la sintaxis es relativamente impenetrable a los cambios históricos.

Otra prueba a favor de que solemos suprimir activamente alternativas sintáctica, es


la que aportan John Gumperz & Robert Wilson (1971) de Kupwar, un pequeño pueblo
de la India, cuyos tres mil habitantes hablan tres lenguas distintas, marati y urdu, ambas
indoeuropeas, y kannada, que no es indoeuropea. (Un reducido número habla también
una cuarta lengua no-indoeuropea, el telegu.) Como es habitual en la India, el pueblo
está dividido claramente en distintos grupos (castas), identificándose cada uno de ellos

57
por su lengua. Sin embargo, obviamente los diferentes grupos necesitan comunicarse
entre sí, con lo que el bilingüismo (o el trilingüismo) es normal, especialmente entre los
varones. Estas lenguas han coexistido así durante siglos, pero, a pesar del contacto,
actualmente son todavía completamente distintas en lo relativo al vocabulario. Gumperz
& Wilson sugieren que la razón debe buscarse en el hecho de que las diferencias lin-
güísticas sirven de fuerte símbolo de diferencias de casta, que suelen ser mantenidas
muy estrictamente; así, el vocabulario tiene el papel de distinguir grupos sociales, sin lo
que las demandas de eficacia en la comunicación seguramente hubieran eliminado
gradualmente las diferencias de vocabulario a lo largo de los siglos. Por lo que respecta
a la sintaxis, sin embargo, en Kupwar las tres lenguas principales han llegado a hacerse
más semejantes que en ningún otro lugar. Por ejemplo, en el kannada estándar, frases
como el cartero es mi mejor amigo no contienen una palabra para indicar ‘es’, mientras
que en urdu y en marati sí; pero en la lengua kannada de Kupwar sí existe la forma
‘es’, según el modelo del urdu y del marati. Este ejemplo es por lo menos compatible
con nuestra hipótesis de que las alternativas sintácticas tienden a ser suprimidas, mien-
tras que las de vocabulario y pronunciación tienden a ser favorecidas como marcadores
de diferencias sociales. No parece que haya ningún ejemplo a favor de la tesis contraria,
de que el vocabulario y la pronunciación presentan menos variación que la sintaxis
dentro de una comunidad.

Aunque muy provisional, surge así una hipótesis respecto a los distintos tipos de
elementos lingüísticos y sus relaciones con la sociedad, según la cual la sintaxis sería la
marca de cohesión en la sociedad, haciendo que los individuos intentaran eliminar al-
ternativas sintácticas de sus lenguas individuales (la observación de Wolfram de que las
diferencias sintácticas tenderían a ser cualitativas más que cuantitativas, parece apoyar
este punto de vista). Por otra parte, el vocabulario sería un marcador de divisiones en la
sociedad, y puede que los individuos cultiven activamente alternativas de vocabulario
con el fin de hacer distinciones sociales más sutiles. La pronunciación refleja el grupo
social permanente con el que el hablante se identifica. De ello se origina una tendencia
por la que los individuos suprimen alternativas; pero, contrariamente a la tendencia que
se produce en sintaxis, grupos distintos suprimen alternativas diferentes con el fin de
diferenciarse de los otros grupos, y los individuos mantienen ‘con vida’ algunas alterna-
tivas a fin de poder identificarse con sus orígenes aún con más precisión, al usarlas en
una proporción especial y distintiva con respecto a las demás alternativas. Por muy
increíble que pueda parecer al principio, esta es ciertamente una de las formas en que
suelen usarse las variables de pronunciación, tal como veremos en el capítulo 5.

La razón principal de haber adelantado aquí las indicaciones anteriores, es la de


mostrar la posibilidad de formular hipótesis interesantes e investigables en comparación

58
con la experiencia de una visión virtualmente ilimitada del lenguaje que estamos des-
arrollando, en la que ya hemos visto que no hay lugar para los conceptos ‘lengua X’,
‘dialecto X’ o incluso ‘variedad X’.

2.4 Registros

2.4.1 Registros y dialectos

La palabra REGISTRO es muy usada en sociolingüística para referirse a ‘varieda-


des según el uso’, en contraposición a los dialectos, definidos como ‘variedades según
el usuario’ (Halliday, McIntosh & Sttevens 1964; ver también Crystal & Davy 1969,
Gregory & Carroll 1978). La distinción es necesaria porque la misma persona puede
usar elementos lingüísticos muy diferentes para expresar más o menos el mismo signi-
ficado en diferentes ocasiones, y el concepto de ‘dialecto’ no puede ampliarse razona-
blemente para incluir tal variación. Al escribir una carta, por ejemplo, una persona
puede empezar: ‘Le escribo para informarle de que…’, pero en otra podría escribir:
‘Simplemente quería hacerle saber que…’. Tales ejemplos podrían multiplicarse indefi-
nidamente, e indican que la cantidad de variación debida a diferencias de registro (si de
alguna forma pudiera cuantificarse) puede ser bastante comparable a la debida a dife-
rencias de dialecto.

Podemos interpretar diferencias de registro en función del modelo de actos de iden-


tidad, al igual que para las diferencias dialectales. Cada vez que una persona habla o
escribe, no sólo se coloca ella misma con referencia al resto de la sociedad, sino que
además relaciona su acto de comunicación con un esquema clasificatorio complejo de
comportamiento comunicativo. Este esquema toma la forma de una matriz multidimen-
sional, justo igual a la representación de la sociedad que cada individuo construye en su
mente (ver 1.3.1). Podemos decir, aun a riesgo de simplificar demasiado, que el dialecto
de cada individuo muestra quién (o qué) es uno, mientras que el registro de cada indivi-
duo muestra qué es lo que uno está haciendo (aunque estos conceptos son mucho me-
nos diferenciados de lo que el eslogan implica, tal como veremos en la página 61).
Las ‘dimensiones’ en las que puede ser situado un acto de comunicación no son
menos complejas que las referentes a la ubicación social del hablante. Michael Halliday
(1978: 33) distingue tres clases generales de dimensión: ‘campo’, ‘modo’ y ‘tenor’ (a
veces se usa ‘estilo’ en vez de ‘tenor’, pero es mejor evitarlo, ya que ‘estilo’ suele usar-
se en sentido profano para indicar más o menos lo mismo que ‘registro’). El CAMPO
trata del propósito y de la materia-objeto de la comunicación; el MODO se refiere al

59
medio a través del que tiene lugar la comunicación, sobre todo el habla o la escritura; y
el TENOR depende de las relaciones entre los participantes. Un eslogan puede servir de
ayuda una vez más: el campo hace referencia al ‘porqué’ y ‘acerca de qué’ se produce
la comunicación; el modo es acerca del ‘cómo’; y el tenor quiere decir ‘a quién’ (es
decir, cómo define el hablante el modo en que ve a la persona con la que se comunica).
En función de este modelo, los dos ejemplos antes citados de cómo empezar una carta
diferirían en el tenor, la una impersonal (dirigida a alguien con quien el remitente tan
sólo tiene relaciones formales) y la otra personal, siendo el campo y el modo los mis-
mos.

Según este modelo, las diferencias de registro son por lo menos tridimensionales.
Otro modelo muy usado es el propuesto por Dell Hymes (1972), en el que los elemen-
tos lingüísticos seleccionados por el hablante vienen determinados por no menos de
trece variables distintas, dejando aparte la variable ‘dialecto’. Es muy dudoso que inclu-
so este número refleje toda la complejidad de las diferencias de registro. Sin embargo,
cada uno de estos modelos ofrece un marco en el que pueden situarse cualesquiera
dimensiones de similitud y diferencia que sean relevantes. Por ejemplo, las relaciones
entre el hablante y el oyente implican más de una relación (como veremos en 4.4.2),
incluida la dimensión de ‘poder’, en la que el oyente es subordinado, igual o superior al
hablante, y la dimensión denominada ‘solidaridad’, que distingue relaciones relativa-
mente íntimas de relaciones más distantes. En inglés el hablante sitúa sus relaciones con
el oyente en estas dos dimensiones en gran parte a través de la elección de términos o
fórmulas de tratamiento: Mr Smith, sir, John, mate, y así sucesivamente.

Hasta el momento hemos presentado el concepto de ‘registro’ en la forma en que es


usado normalmente como el nombre de una clase de variedad paralela al ‘dialecto’. Sin
embargo, ya hemos mostrado que los dialectos no existen como variedades discretas,
así que debemos preguntarnos por qué existen los registros. La respuesta es que, prede-
ciblemente, no parece que los registros posean más realidad que los dialectos. Así, por
ejemplo, es fácil ver que la selección de elementos de una frase dada refleja diferentes
factores, que dependen de los términos implicados. Puede que un elemento, por ejem-
plo, refleje la formalidad de la ocasión, mientras que otro refleja la habilidad del
hablante y del oyente. Este es el caso de una frase como We obtained some sodium
chloride, donde obtained es una palabra formal (en oposición a got) y sodium chloride
es una expresión técnica (en oposición a salt). La dimensión de formalidad es totalmen-
te independiente de la dimensión de la dimensión de tecnicidad, como queda reflejado
por el hecho de que la elección entre obtain y get no tiene absolutamente ninguna co-
nexión con la elección entre sodium chloride y salt. Así, con las siguientes frases, per-

60
fectamente normales, pueden representarse cuatro combinaciones de formalidad y tec-
nicidad:

formal, técnico We obtained some sodium chloride

formal, no técnico We obtained some salt

informal, técnico We got some sodium chloride

informal, no técnico We got some salt

Ejemplos sencillos como éste indican que los diferentes elementos lingüísticos son
sensibles a los distintos aspectos del acto de la comunicación, de la misma forma que
los diferentes elementos responden a las distintas características del hablantes (5.4.2).
Podemos hablar de registros sólo como variedades en el sentido más bien exiguo de
conjuntos de elementos lingüísticos que poseen todos la misma distribución social, es
decir, que aparecen todos bajo las mismas condiciones. Es éste un clamor lejano de la
noción de variedad en la que el hablante se sujeta a una variedad a lo largo de una se-
cuencia de habla, hablando ‘un dialecto’ (quizás el único que sabe) y ‘un registro’. Sin
embargo, probablemente sea justo decir que los que utilizan el término ‘registro’ (utili-
zado sólo por los sociolingüistas como término técnico) nunca hayan pretendido que se
tomara en este sentido, como muestra el hecho de que todos los modelos presentados
ponen mucho énfasis en la necesidad de análisis multidimensionales de registros.

Otro aspecto coincidente entre dialectos y registros es que suelen imbricarse consi-
derablemente: el dialecto de un individuo puede ser el registro de otro. Así, por ejem-
plo, los elementos que una persona utiliza en todas las circunstancias, aunque sean
informales, puede que sean utilizados por algún otro en las ocasiones más formales, en
las que siente la necesidad de imitar en lo posible a la otra persona. Esta es la relación
que se da entre hablantes ‘nativos’ de dialectos estándar y no-estándar. Formas que son
parte del ‘dialecto’ del hablante estándar son parte de un ‘registro’ especial para el
hablante no-estándar. De nuevo, aportaremos pruebas masivas a favor de esta afirma-
ción, aunque las pruebas son apenas necesarias cuando los hechos son tan conocidos.

Para concluir, hemos desarrollado ahora un modelo del lenguaje radicalmente dis-
tinto del basado en la noción de ‘variedad’. En el último, cualquier texto dado represen-
ta sólo una variedad (aunque reconociendo que puede darse ‘cambio de código’; ver
2.5), y para cualquier variedad dada puede describirse una gramática: una descripción
que cubra todas las clases de elementos lingüísticos que se hallan en los textos repre-
sentativos de tal variedad.
61
Podemos darle el nombre de MODELO BASADO EN LA VARIEDAD, en oposi-
ción al MODELO BASADO EN LOS ELEMENTOS que hemos desarrollado en este
libro hasta ahora. En el último modelo, cada elemento lingüístico se asocia con una
descripción social que indica quién lo usa y cuándo. Se tienen en cuenta las semejanzas
entre los elementos en su descripción social y, en la medida en que los elementos son
semejantes, pueden ser agrupados juntos como miembros de una versión débil de ‘va-
riedad’, pero puede haber muchos grupos así de elementos en la lengua de una persona
determinada, y también habrá muchos elementos con descripciones sociales únicas. No
es necesario que las descripciones sociales de los distintos elementos se refieran todas a
los mismos factores, y de hecho no lo hacen así, de modo que en una misma frase algu-
nos elementos (pongamos, palabras) pueden reflejar la región de origen del hablante,
otros su clase social, otros su relación con el oyente, otros la formalidad del momento, y
así sucesivamente. Según este punto de vista, el objeto de la descripción, para la lin-
güística descriptiva, no es la ‘variedad’ sino el elemento lingüístico, y la pregunta a la
que buscaremos respuesta es hasta qué punto podemos hacer afirmaciones generales
acerca de los elementos lingüísticos, tanto dentro de la lengua de un individuo como a
través de los individuos –y, naturalmente, qué clases de afirmaciones generales hay.

2.4.2 Convención y necesidad

Una pregunta particularmente interesante, que surge en conexión con las ‘descrip-
ciones sociales’ a las que nos referíamos en el último párrafo, es la de si representan
normas sociales, como resultado de simples convenciones, o si son consecuencia nece-
saria de la forma en que el lenguaje es aprendido y usado. Este problema se plantea
tanto con respecto a los ‘dialectos’ como a los ‘registros’, es decir, con respecto a las
descripciones sociales que se refieren tanto al hablante como a las circunstancias. Sin
embargo, aquí limitaremos la discusión al último aspecto, en el que las cosas están más
claras.

El inglés que se usa en las cartas formales incluye expresiones como further to our
letter of…, we note that…, we regret to inform you that…, y así sucesivamente. ¿Por
qué se hallan particularmente estas expresiones, cuando otras con el mismo significado
(por ejemplo we are sorry to tell you) no se dan? Una respuesta sería que simplemente
es cuestión de convención y una casualidad de la historia el que fueran seleccionadas
las formas que ahora se usan con preferencia a las alternativas, que hubieran servido lo
mismo. Puede que una vez establecidas las convenciones luego lleguen a ser necesida-
des, en el sentido de que deben ser utilizadas si se quiere que una carta sea aceptada
como ‘normal’. Pero no había ninguna razón para que fueran éstas las formas preferidas
62
en un principio. La otra respuesta es la de que simplemente no hay formas alternativas
de significado idéntico, de modo que el uso de los elementos en cuestión es inevitable,
si tales significados han de ser expresados de algún modo.

No es difícil buscar una solución general al conflicto entre convención y necesidad


como explicación de los hechos. Resulta que una explicación es adecuada en algunos
casos, y que la otra lo es en otros. Por ejemplo, la elección entre get y obtain es cues-
tión de convención, puesto que no hay ningún requisito general por el que el más es-
pecífico de los dos términos deba ser el más formal (compárese car y vehicle). Contra-
riamente, la elección entre salt y sodium chloride como término técnico es (presumi-
blemente) una cuestión de necesidad, puesto que, por una parte, es importante evita la
ambigüedad en los términos técnicos, y salt es ya una palabra usada como término
técnico en química (aplicado a todo compuesto formado por la combinación de dos
iones) y, por otra parte, es conveniente tener un nombre para designar la sal de mesa
que revele su relación con otras substancias, tal como hace el nombre compuesto so-
dium chloride. De forma semejante, es difícil pensar en formas alternativas de ‘lenguaje
ordinario’ para expresar los significados de further to our letter of… y we noted that…,
de modo que su uso en cartas formales, en las que expresar tales significados, es una
cuestión de necesidad. Por el contrario, we regret to inform you that… expresa el
mismo significado que we are sorry to tell you that… y la preferencia por la primera es
simplemente una cuestión de convención.

Esta discusión tiene consecuencias prácticas importantes, puesto que entre la gente
profana existe una tendencia a presentar todas las diferencias de ‘registro’ como igual-
mente importantes, y, por la misma razón, como importantes. Consecuentemente, puede
que un niño tenga que invertir tanto tiempo y esfuerzo en aprender asuntos de conven-
ción lingüística (tales como el usar la pasiva al escribir sobre experimentos científicos)
como en asuntos de necesidad lingüística, tales como los términos técnicos de la quími-
ca.

La distinción entre limitaciones sociales convencionales y necesarias es también in-


teresante a la vista de la fuerza de sentimiento que suscita el primero. Ello es especial-
mente claro en el caso del tabú lingüístico, tal como el de las ‘four letters words’ en
inglés (ver Bloomfield 1933: 155, 400 y Bolinger 1975: 255). Existe una convención
muy arraigada, según la cual ciertas palabras tales como shit nunca debieran usarse, y
mucha gente conoce estas palabras pero observan la convención hasta el punto de que


Mierda (N. del T.)

63
nunca las pronuncian desde que nacen hasta que mueren (ni siquiera para decir que sus
hijos las han usado), hecho verdaderamente sorprendente, considerándolo objetivamen-
te. Más aún, la convención está incluso respaldada por la ley, de modo que hasta época
reciente los editores corrían el riesgo de ser perseguidos por la ley si imprimían ciertas
palabras. Para muchísima gente, el efecto del tabú lingüístico es el de conceder a estas
palabras un valor extra como símbolos de protesta, por ejemplo. Es particularmente
claro que en estos casos el valor social de una palabra es simplemente una cuestión de
convención, puesto que otras palabras con los mismos significados precisamente no son
tabú (aunque puede que estén restringidas al uso como términos técnicos, como fae-
ces*, o para hablar con los niños, como poo-poo**, etc.). Toda el área lingüística del
tabú o semi-tabú (jerga, juramentos, insultos, etc.) merece una seria investigación socio-
lingüística, lo que nos indicaría mucho acerca de la lengua en relación con la sociedad.

2.4.3 Diglosia

Después de haber hecho hincapié en la posibilidad teorética de que cada elemento


lingüístico individual tenga su propia y única distribución social con respecto a las
circunstancias de uso, es importante ahora decir que no es necesario explorar esta posi-
bilidad, y que en algunas sociedades se da una situación relativamente simple denomi-
nada DIGLOSIA, en la que un tipo por lo menos de restricción social sobre los elemen-
tos puede venir expresada en función de ‘variedades’ a gran escala, más que de elemen-
to por elemento. El término diglosia fue introducido en la literatura sociolingüística
inglesa por Charles Ferguson (1959), con el fin de describir situaciones como las en-
contradas en Grecia, el mundo de lengua árabe en general, la parte germanófona de
Suiza, y la isla de Haití. En todas estas sociedades existen dos variedades, suficiente-
mente distintas para el profano como para ser consideradas lenguas diferentes, siendo
utilizada una de ellas sólo en acontecimientos públicos y formales, mientras que la otra
forma es usada por todo el mundo en las circunstancias diarias y normales. La defini-
ción que Ferguson de diglosia es la siguiente:

Diglosia es una situación lingüística relativamente estable en la que, además de los


dialectos primarios de la lengua (que puede incluir un estándar o estándares regio-


* Heces (N. del T.)


** Caca (N. del T.)

64
nales), existe una variedad superpuesta, muy divergente y altamente codificada (a
menudo gramaticalmente más compleja), vehículo de un corpus extenso y respeta-
ble de literatura escrita, bien de una época anterior, bien de otra comunidad lingüís-
tica, que se extensamente aprendida en la educación formal y que es utilizada en la
mayoría de sus funciones formales escritas y habladas, pero que no es utilizada por
ningún sector de la comunidad en la conversación ordinaria.

En una comunidad diglósica árabe, por ejemplo, la lengua empleada en casa es una
versión local del árabe (puede haber diferencias muy grandes entre un ‘dialecto’ y otro
del árabe, hasta el punto de no entenderse mutuamente), con poca variación entre los
hablantes más educados y los menos educados. Sin embargo, si alguien tiene que pro-
nunciar una conferencia en la universidad, o un sermón en la mezquita, debe utilizar el
árabe estándar, una variedad diferentes de la variedad local vernácula a todas los nive-
les, tan distinta de ella que suele enseñar en las escuelas de la misma forma en que se
enseñan las lenguas extranjeras en las escuelas de países de habla inglesa. De la misma
forma, cuando los niños aprenden a leer y escribir, se les enseña la lengua estándar, y
no la vernácula local.

La diferencia más obvia entre las sociedades diglósicas y las sociedades normales
de habla inglesa es que en las sociedades diglósicas y las sociedades normales de habla
inglesa es que en las primeras nadie tiene el privilegio de aprender la variedad de len-
gua alta (tal como se usa en los acontecimientos formales y en la educación) como su
primera lengua, ya que en casa todo el mundo habla la variedad de lengua baja. En
consecuencia, la forma de aprender la variedad alta en tal sociedad no es naciendo en la
clase adecuada de familia, sino yendo a la escuela. Desde luego que existen diferencias
entre las familias respecto a sus posibilidades de pagarse la educación, de modo que la
diglosia no garantiza la igualdad lingüística entre los pobres y los ricos, pero las dife-
rencias se manifiestan sólo en las situaciones públicas formales que requieren el uso de
la variedad alta, y no tan pronto como el hablante abre la boca. Volveremos a tratar la
situación de sociedades no diglósicas en 6.2 y 6.4.

Es de notar que la definición de ‘diglosia’ dada por Ferguson es bastante específica


en algunos puntos. Por ejemplo, se requiere que las variedades alta y baja pertenezcan a
la misma lengua, es decir árabe (clásico). Sin embargo, algunos escritores han extendi-
do el término hasta abarcar situaciones que estrictamente no entrarían dentro de la di-
glosia de acuerdo con esta definición. Joshua Fishman, por ejemplo, se refiere al Para-
guay como un ejemplo de comunidad diglósica (1971: 75), aunque la variedades alta y
baja sean respectivamente el español y el guaraní, una lengua india sin ninguna relación
con el español. Puesto que hemos argumentado que no existe una distinción real entre

65
las variedades de una lengua y entre diferentes lenguas., tal relajamiento parece bastan-
te razonable.

Sin embargo, Fishman (siguiendo a John Gumperz) extiende también el término


diglosia hasta incluir cualquier sociedad en la que se usen dos o más variedades bajo
distintas circunstancias (1971: 74). Podría ser ésta una extensión lamentable, puesto
que haría de toda sociedad una sociedad diglósica, incluyendo la Inglaterra de habla
inglesa (menos los inmigrantes con lengua materna distinta al inglés), donde los así
llamados diferentes ‘registros’ y ‘dialectos’ son usados bajo diferentes circunstancias
(compárese un sermón y una información de deportes, por ejemplo). El valor del con-
cepto de diglosia es que puede utilizarse para la tipología sociolingüística –es decir, en
la clasificación de las comunidades según el tipo de escenario sociolingüístico relevan-
te- y la ‘diglosia’ proporciona un contraste revelador con la clase de situación que se da
en la Gran Bretaña y en los Estados Unidos, que podríamos llamar dialectia social, para
mostrar que las ‘variedades’ implicadas son dialectos sociales, y no registros.

Finalmente, ¿cómo podemos reconciliar la definición de diglosia con nuestra rei-


vindicación de que las variedades no existen más que como maneras informales de
hablar acerca de los elementos lingüísticos que tienen una distribución social aproxima-
damente idéntica? Si hemos de mantener esta posición, podemos considerar diglósicas
a las comunidades en las que la mayoría de los elementos lingüísticos pertenecen a uno
u otro de dos conjuntos no imbricados, usados cada uno de ellos bajo circunstancias
distintas. Por oposición a esta situación, los elementos lingüísticos en una comunidad
no diglósica no pertenecerían a un número reducido de conjuntos no imbricados, sino
que estarían más cerca del extremo opuesto, en donde cada elemento posee una distri-


Si, acertadamente, hemos negado valor generalizado a los conceptos lengua, dialecto, varie-
dad…, y si lo que realmente cuenta en cada es cada individuo con su esquema mental de la so-
ciedad y los elementos lingüísticos y su distribución social, lo mismo sucede, consecuentemente,
con el concepto de diglosia. Si queremos mantener el concepto de diglosia con valor generaliza-
dor, no hay por qué no mantener también, con el mismo valor (es decir, sin valor alguno), los
otros conceptos anteriormente discutidos. De hecho, toda lengua estandarizada supone ya una
consagración de la diglosia. Más aún, si la lengua es reflejo, entre otras cosas, de la situación
social, o, lo que es lo mismo, la división de la sociedad en clases, castas…sociales queda refleja-
da en la lengua ( o sea, produce ‘variedades’), toda sociedad así será diglósica (diglósica por
simplificar; lo más seguro, sin embargo, tri-, tetra-, penta-…n glósica), que es precisamente hacia
lo que apunta Fishman, y que el mismo Hudson parece indicar en el párrafo final de esta parte.
(N. del T.)

66
bución social única y propia. Visto en función de este modelo, la diferencia entre co-
munidades diglósicas y no diglósicas no deja de ser menos atractiva, pero bien pudiera
suceder que fuera algo menos clara de lo que la definición de Ferguson pudiera dar a
entender.

2.5 Mezcla de variedades

2.5.1 Cambios de código

A fin de facilitar la exposición de esta parte usaremos el término ‘variedad’ para


referirnos a la clase de objeto tradicionalmente denominado lengua, dialecto o registro.
Sin embargo, todavía hay más razones para no tomar esta noción demasiado en serio
como parte de la teoría sociolingüística, puesto que las llamadas variedades pueden
mezclarse exasperadamente unas con otras aun en una misma porción del habla. El
ejemplo más obvio y más conocido es lo que se denomina CAMBIOS DE CÓDIGO,
por lo que un mismo hablante utiliza diferentes variedades en momentos distintos. Esto,
naturalmente, es consecuencia directa de la existencia de ’registros’, puesto que el
mismo hablante utiliza necesariamente registros diferentes en ocasiones diferentes. Para
una exposición clara de cambios de código en determinadas comunidades, ver Denison
1971, Parkin 1977). Si esto fuera todo lo que implican los cambios de código, tal con-
cepto no añadiría nada nuevo a lo que ya sabíamos. Sin embargo, no todo acaba aquí.

En primer lugar, el denominado CAMBIO DE CÓDIGO METAFÓRICO (Blom &


Gumperz 1971), donde una variedad normalmente usada sólo en una clase de situación
es usada en otra distinta porque el tema es de los que surgirían normalmente en el pri-
mer tipo de situación. Un ejemplo citado por Jan Petter Blom y John Gumperz, esel que
se produjo durante la investigación que llevaban a cabo en una población del norte de
Noruega, Hemmesberget, en la cual se da una situación de diglosia con una de las dos
lenguas estándar noruegas (Bokmal) como variedad alta y con una dialecto local (Re-
namal) como variedad baja.

En el transcurso de una mañana en las oficinas de las administración municipal, nos


dimos cuenta de que los funcionarios utilizaban en su conversación ambas variedades,
la estándar y la dialectal, según estuvieran o no hablando de asuntos oficiales. Igual-
mente, cuando los residentes se acercaban a la mesa de los funcionarios, el saludo y las
preguntas acerca de los asuntos familiares acostumbraban a hacerse en el dialecto,
mientras que la parte oficial de la operación se llevaba a cabo en el estándar. (Blom &
Gumperz 1971: 425.)
67
Ejemplos como éste muestran que los hablantes son capaces de manipular las nor-
mas que rigen el uso de las variedades justo el mismo modo que pueden manipular las
normas que gobiernan los significados de las palabras usándolas metafóricamente. Esto
es algo que todo el mundo sabe por su experiencia cotidiana, pero merece la pena
hacerlo notar explícitamente en un libro de teoría sociolingüística, ya que evita la tram-
pa de considerar a los hablantes como si fueran una clase de autómatas sociolingüísti-
cos, capaces de hablar tan sólo dentro de las condiciones impuestas por las normas de
su sociedad.

Otro aspecto que hace más interesante los cambios de código es que el hablante
puede cambiar de código (es decir, variedades) dentro de una misma frase, e incluso
puede hacerlo repetidamente. John Gumperz (1976) sugiere el término CAMBIO DE
CÓDIGO CONVERSACIONAL para este tipo de cambio, con el fin de distinguirlo
del CAMBIO DE CÓDIGO SITUACIONAL (que él llama de hecho ‘diglosia’ en el
sentido más amplio señalado arriba), en el que cada punto del cambio corresponde a un
cambio de situación. En el caso de cambio de código conversacional no hay tal cambio
de código metafórico. En cambio, se tiene la impresión de que el objetivo es simple-
mente producir muestras de las dos variedades en una proporción, digamos, más o me-
nos igual. Este equilibrio puede ser conseguido expresando una frase en una variedad y
la siguiente en la otra variedad, y así sucesivamente, pero también es posible que las
dos variedades sean usadas en partes distintas de una misma frase. Parece que el cambio
de código conversacional es aceptable en algunas sociedades, pero no en otras; no es
algo que haga el individuo bilingüe, excepto al hablar con un miembro de las comuni-
dad que lo permita.

Los casos más claros de cambio de código conversacional son, naturalmente, aqué-
llos en los que las variedades implicadas son claramente más distintas, como suelen
serlo cuando se trata de lenguas distintas. Lo que sigue es un extracto del habla de un
hablante de Puerto Rico que vive en Nueva York, citado por William Labov (1971):

Por eso cada, you know it’s nothing to be proud of, porque yo no estoy proud
of it, as a matter of fact I hate it, pero viene Vierne y Sabado yo estoy, tu me
ve hacia mi, sola with a, aquí solita, a veces que Frankie me deja, you know a
stick or something.

Ejemplos como éste son interesantes porque muestran que las categorías sintácticas
que se usan para clasificar elementos lingüísticos pueden ser independientes de sus
descripciones sociales. Por ejemplo, en el extracto de arriba, el verbo español estoy va
seguido de un adjetivo, pero en este caso un adjetivo inglés (proud). Lo que corrobora

68
el punto de vista de que por lo menos algunas categorías sintácticas (y otras) empleadas
en el análisis de la lengua son universales y no sujetas a lenguas particulares.

Un ejemplo aún más claro de cambio de código conversacional dentro de una mis-
ma frase es el citado por Gillian Sankoff, referido al habla de un contratista de un pue-
blo de Nueva Guinea (Sankoff 1972: 45). Las lenguas implicadas aquí son las llamadas
buang y pidgin neo-melanesio o tok pisin (a las que volveremos en 2.5.3). En la lengua
buang, la negación se hace mediante la forma su antepuesta al predicado (es decir, el
verbo más sus complementos), y la forma re pospuesta; pero en una frase (demasiado
larga para mencionarlas aquí) el predicado era sobre todo en inglés, pero iba incluido
entre las formas su…re de la construcción del buang. Podemos concluir, una vez más,
que elementos de lenguas tan distintas incluso como el buang y el pidgin neo-melanesio
son calificados, tanto por los hablantes como los lingüistas, en función de un conjunto
común de categorías sintácticas (en este caso, algo como la categoría ‘predicado’). Una
materia interesante de investigar en las comunidades que permiten cambios de código
conversacional es si hay alguna restricción que regule el cambio de código. Por ejem-
plo, ¿podría darse en medio de un sintagma nominal? Tanto si resultara que las restric-
ciones se deben a una convención de la sociedad como a limitaciones de la mente
humana, los resultados serían seguramente interesantes.

2.5. Los préstamos

Otro modo de que variedades diferentes lleguen a mezclarse entre sí es a través de


los préstamos (una exposición breve y buena puede hallarse en Burling 1970: cap. 12, y
una más extensa en Bynon 1977: cap. 6). Es obvio qué es lo que queremos decir con el
término ‘préstamo’ cuando un elemento pasa de una variedad a otra, es decir, cuando el
nombre de un plato francés como boeuf bourguignon se toma prestado para usarlo co-
mo palabra inglesa, junto con su pronunciación francesa (con r uvular, etc.). Los
hablantes ingleses que saben que tal elemento pertenece a una lengua extranjera, lo
clasifican simplemente cambiando su descripción social de ‘francés’ a ‘inglés’ (o, más
probablemente de ‘usado por los franceses’ a ‘usado por mí’). Contrariamente a lo que
ocurre con el cambio de código, el préstamo no implica ningún cambio de variedad
cuando un elemento tal se usa en una frase del inglés como Let’s have some boeuf
bourguignon, puesto que boeuf boourguignon es ahora parte de la lengua inglesa, por lo
que respecta al hablante. En cambio, en caso de que el hablante hubiera dicho Let’s
have du boeuf bourguignon, sí habría cambiado de código, porque la palabra du (‘al-
go’), es francesa y no inglesa, y aparece sólo ante nombres franceses, de modo que
podemos con toda seguridad predecir que Let’s have du bread no se daría nunca, a no
69
ser que bread fuera un préstamo del inglés al francés, y que contara, por tanto, como
palabra francesa. Es mucho menos probable que palabras como du sean tomadas pres-
tadas como elementos individuales que el que lo sean palabras como boeuf bourguig-
non, simplemente porque es probable que no haya ninguna necesidad de tomarlas pres-
tadas por tal variedad.

Es normal que los elementos se asimilen, en algún grado, a los elementos que ya
existen en la variedad que los toma prestados, siendo los sonidos reemplazados por los
sonidos nativos, etc. Por ejemplo, la palabra restaurant perdió la r uvular al pasar como
préstamo del francés al inglés, de modo que ahora en una frase del inglés sólo se daría
con r uvular como ejemplo de cambio de código. Por otra parte, no es necesario que la
asimilación sea total, y muchos anglohablantes aún pronuncian restaurant con vocal
nasal al final de la palabra, lo que no hubiera sido así si la palabra no hubiera sido to-
mada prestada del francés. Palabras como ésta hacen que resulte muy difícil trazar una
línea precisa en torno al ‘inglés’ y describir ‘el sistema fonológico del inglés’, puesto
que el sistema fonológico del inglés’, puesto que el sistema del inglés está mezclado
con sistemas de otras lenguas. Por otra parte, éste es un fenómeno muy común tanto en
inglés como en otras lenguas. (Obsérvese, en el inglés británico, la fricativa velar al
final de loch y las fricativas laterales sordas en Llangollen, casos que no se darían nor-
malmente en inglés si no fuera por un cambio de código.)

El préstamo que continúa completamente sin asimilar, se sitúa en el extremo de una


escala que tiene en el otro extremo elementos que ya no presentan parecido formal con
las palabras o expresiones extranjeras de las cuales derivan. Tales términos son deno-
minados CALCOS. Por ejemplo, el inglés superman es un calco del alemán über-
mensch, y la expresión I’ve told him I don’t know how many times es una traducción
directa del francés Je le lui ai dit je ne sais pas combien de fois (Bloomfield 1933: 457).
Estos ejemplos ilustran que el préstamo puede implicar los niveles de la sintaxis y de la
semántica sin implicar en absoluto el de la pronunciación, lo que nos lleva de nuevo a la
cuestión de los rasgos sintácticos pasaran prestados de una lengua a otra vecina través
de los hablantes bilingües. Sabemos ahora de tres mecanismos que pueden ayudarnos
en la explicación de estos hechos. El primero, que existe una tendencia a eliminar alter-
nativas sintácticas (ver 2.3.4). Después, la existencia de calcos como los que acabamos
de citar, que pueden actuar luego como modelos según los que desarrollar construccio-
nes ‘nativas’ normales. Y, en tercer lugar, existe también el cambio de código conver-
sacional (2.5.1), que facilita el que las lenguas en cuestión lleguen a ser más semejantes
en su sintaxis, de modo que los elementos de cada una de las lenguas pueden sustituirse
más fácilmente entre sí dentro de una misma frase. Si ambas lenguas colocan el com-

70
plemento en el mismo lugar respecto al verbo, por ejemplo, el cambio de código es más
fácil que si una lengua pone el complemento en un sitio y la otra en otro.

La cuestión es si hay algunos aspectos del lenguaje que no pueden ser prestados de
una lengua a la otra. La respuesta parece ser que no (Bynon 1977: 255). Incluso la mor-
fología inflexional de una lengua puede ser tomada como préstamo, como lo prueba una
lengua de Tanzania llamada mbugu, que por lo visto ha tomado prestado un sistema
inflexional de una o más lenguas bantú vecinas, aunque otros aspectos de su sistema
gramatical son no bantú. Sus rasgos no-bantú de ahora incluyen los pronombres perso-
nales y los números de 1 a 6, que según se considera normalmente, constituyen un vo-
cabulario tan ‘básico’ que son inmunes al préstamo (Bynon 1977: 253). Evidentemente
que tales casos suelen plantear problemas al modelo de árbol de parentesco, ya que
tendría que ser posible clasificar la lengua en un árbol nada más. Mientras que algunos
de los rasgos indican que la lengua debería estar en el árbol bantú, otros, como los men-
cionados arriba, indican que pertenece a algún otro árbol (posiblemente al árbol de las
lenguas ‘cushíticas’). ¿Cómo deberíamos resolver el conflicto? ¿Puede aplicarse algún
principio general para contrapesar la evidencia de la morfología inflexional contra la
del vocabulario básico? (Hay que hacer notar, entre paréntesis, que la morfología in-
flexional está acompañada de reglas de concordancia del tipo bantú, que pertenecen,
presumiblemente, a la sintaxis.) Uno se pregunta si acaso existe alguna clase de reali-
dad externa contra la que se pueda contrastar una respuesta a preguntas como ésta.

Suponiendo que no existan áreas del lenguaje no susceptibles de préstamos, es po-


sible preguntarse aún acerca de las diferencias entre las distintas áreas del lenguaje. Por
ejemplo, ¿hay algunas limitaciones a las condiciones en las que los distintos aspectos de
la lengua puedan ser tomados prestados? Podemos sospechar, por ejemplo, que alguna
clase de elementos serán tomados prestados sólo bajo condiciones de bilingüismo muy
extendido, mientras que otras clases pueden darse donde sólo haya unos pocos miem-
bros de la sociedad que sean bilingües en las lenguas en cuestión. Los aspectos del
primer tipo constituirían la menor materia de préstamo, y los del segundo tipo consti-
tuirían la mayor materia de préstamo, de modo que podríamos construir una escala de
accesibilidad al préstamo, en la que la morfología inflexional, y el ‘vocabulario básico’
como los números pequeños, seguramente se hallarían en el extremo ‘menos accesible’,
y el vocabulario de los inventos (como aeroplano o hamburguesa) en el otro. La pala-
bra que exprese el número ‘uno’, por ejemplo, será tomada prestada sólo cuando casi
todos hablen tanto la lengua ‘acreedora’, como la lengua ‘fuente’, mientras que la pala-
bra que signifique ‘aeroplano’ podría ser tomada prestada fácilmente sin que nadie
fuera completamente competente en las dos lenguas, pero con que una o dos personas
tuvieran la suficiente familiaridad con la lengua fuente como para conocer la palabra

71
‘aeroplano’. Sin embargo, puede que la verdad resulte mucho más compleja de lo que
esta hipótesis sugiere, que de todas formas no es simple, por lo que respecta a la orga-
nización de los elementos lingüísticos en niveles distintos, tales como sintaxis, vocabu-
lario y fonología, ya que los distintos elementos del vocabulario se ponen en extremos
opuestos de la escala. Así, el préstamo es un fenómeno que puede echar luz sobre la
organización interna de la lengua, y ciertamente sobre las relaciones entre la lengua y la
sociedad, una vez que hayan llevado a cabo las investigaciones adecuadas.

2.5.3 Pidgin

Además de los cambios de código y del préstamo, hay otra forma de mezclar varie-
dades entre sí, concretamente mediante el proceso de crear una nueva variedad a partir
de dos (o más) variedades existentes. Este proceso de ‘síntesis de variedades’ puede
adoptar un número diverso de formas, incluida, por ejemplo, la creación de lenguas
auxiliares artificiales como el esperanto y el inglés básico (para esto, ver Bolinger 1975:
580). De todas formas, la manifestación más importante, con mucho, es el proceso de
pidginización, mediante el que se crean las LENGUAS PIDGIN, o PIDGINS. Estas
variedades son creadas con propósitos muy prácticos e inmediatos entre gente que de
otro modo no tendrían ningún lenguaje común, y transmitidas de persona a persona
dentro de las comunidades implicadas, como forma de comunicación aceptada con los
miembros de la otra comunidad. (Una excelente exposición de los temas tratados aquí y
en 2.5.4 es la de DeCamp 1977.)

Puesto que el comercio suele ser muchas veces la razón por la que se quiera comu-
nicar con miembros de otras comunidades, una lengua pidgin puede ser lo que se llama
una LENGUA DE COMERCIO, pero no todas las lenguas pidgin están limitadas al uso
de lenguas de comercio, ni todas las lenguas de comercio son lenguas pidgin. Por el
contrario, puede que la lengua de comercio por todas las otras comunidades. Se recor-
dará que en la región noroeste del Amazonas el tukano es la lengua de una de las veinti-
tantas tribus que allí habitan, pero que es empleada también por las demás tribus como
lengua de comercio. De igual forma, en muchas partes de África se usan el inglés y el
francés como lenguas de comercio. En contraposición a lenguas de este tipo, una lengua
pidgin es una variedad creada especialmente con el propósito de comunicarse con algún
otro grupo, sin que sea usada por ninguna comunidad para comunicarse entre ellos
mismos.

El término ‘pidgin’ deriva, según creen muchos (aunque no todos), de la palabra


inglesa business, tal como es pronunciada en el inglés pidgin que se desarrolló en China
72
(esta variedad fue llamada ‘business English’, pronunciado ‘pidgin English’; ver De-
Camp 1971). Hay gran número de lenguas pidgin esparcidas por todos los continentes,
incluida Europa, donde los trabajadores inmigrantes en países como Alemania han
desarrollado variedades pidgin basadas en las lenguas nacionales locales. Cada pidgin
está especialmente construido para ajustarse a las necesidades de sus usuarios, lo que
significa que debe poseer la terminología y las construcciones necesarias para cualquier
clase de contacto que se produzca normalmente entre las comunidades, pero no es nece-
sario que vaya más allá de estas necesidades, anticipándose a las inesperadas posibili-
dades en que puedan surgir otro tipo de situaciones. Si los contactos en cuestión se
limitan a la compra y venta de ganado, entonces sólo serán necesarios los elementos
lingüísticos que tengan que ver con ello, de modo que no habrá forma de hablar de la
calidad de la verdura, o de las emociones, o de ninguna de las muchas cosas acerca de
las que pueden hablarse en cualquier lengua normal.

Otro requisito de una lengua es que su aprendizaje debe ser lo más simple posible,
especialmente para aquellos que menos se beneficien de su aprendizaje. Como conse-
cuencia de ello, el vocabulario suele basarse en la lengua del grupo dominante. Por
ejemplo, un grupo de trabajadores turcos residentes en Alemania no se beneficiaría
demasiado de un pidgin que se basara en el turco, puesto que pocos alemanes estarían
dispuestos a hacer el esfuerzo de aprenderlo; consecuentemente, lo tomarían del
alemán. Semejantemente, en una situación colonial en que los representantes de un
poder colonial extranjero necesiten comunicarse con la población local con fines de
comercio o de administración, y si el interés por comunicarse proviene por parte de la
población local, entonces el pidgin que se desarrollará estará basado en el vocabulario
del poder colonial. De ahí que la gran cantidad de pidgins esparcidos por el globo estén
basados en el inglés, francés, portugués y neerlandés.

De todas formas, aunque el vocabulario de una lengua pidgin pueda estar basado
principalmente en el de una de las comunidades implicadas, la variedad ‘dominante’, el
pidgin sigue siendo aún un compromiso entre ésta y las variedades subordinadas, por el
hecho de que su sintaxis y su fonología pueden ser semejantes a las últimas, haciendo
que el pidgin sea más fácil de aprender para la otra comunidad que la lengua dominante
en su forma ordinaria. Por lo que respecta a la morfología, suele dejarse fuera por com-
pleto, lo que, de nuevo, facilita el aprendizaje. Y ello hasta el punto de que las diferen-
cias de tiempo, número, caso y demás no se indican en absoluto; vienen marcadas por la
adición de distintas partículas. Verdaderamente, uno de los rasgos más característicos
de las lenguas pidgin es la falta de morfología, y, si se encontrara que alguna variedad
contiene morfología, especialmente morfología inflexional, muchos especialistas de

73
este campo se mostrarían reacios a tratarla como pidgin (lo que no significa, natural-
mente, que toda lengua sin morfología deba ser una lengua pidgin).

La falta de morfología inflexional en las lenguas pidgin es interesante en sí mismo,


especialmente puesto que ello es un aspecto tanto de las situaciones de contacto en
donde las lenguas implicadas tienen todas una rica morfología inflexional como de las
situaciones en que la lengua dominante es pobre en morfología inflexional (como el
inglés). Ello pueden apuntar hacia una propiedad general del lenguaje humano: el que la
morfología inflexional sea en algún sentido un mecanismo antinatural para expresar las
distinciones semánticas y sintácticas. Así, aun cuando una lengua tenga una forma fácil
de indicar distinciones por medio de la inflexión (como la terminación en –s del plural
regular en inglés), nunca suele usarse como marca de la distinción implicada en un
pidgin basado en esa lengua, sino que siempre suele ser reemplazada por una palabra
distinta. Si existe realmente algo intrínsecamente difícil, o ineficaz, en la comunicación
acerca de la morfología inflexional, es raro que se halle tan extendido entre las lenguas,
y más raro aún el que muchas lenguas toleren tanta complejidad e irregularidad en su
sistema de inflexiones, dado que ello no beneficia a nadie. En 1.3.1 sugería que la fuer-
za causante del mantenimiento y desarrollo de la irregularidad inflexional es la presión
o la resignación ejercida sobre el individuo. Podría ser que existiera una presión similar
por parte de la sociedad que explicara el desarrollo y mantenimiento de la morfología
inflexional en general, tanto la regular como la irregular, y que impidiera que fuera
suprimida tal como es cuando el único criterio es la eficacia y la facilidad.

En otras palabras: si la variedad es la lengua nativa propia de uno, entonces se pro-


curará usarla para identificarse uno mismo con la comunidad que la usa, adaptándose a
las normas de la última hasta los detalles más sutiles de pronunciación, incluyendo los
aspectos de la morfología inflexional. El simplificar o regularizar la morfología su-
pondría marcarse a sí mismo como foráneo. Pero si la variedad implicada es una lengua
pidgin, nadie la usa como medio de identificación de grupo, de modo que no hay nin-
guna presión que obligue a mantener los aspectos ineficaces de pronunciación. Esta
hipótesis es, por supuesto, bastante especulativa, pero la falta de morfología inflexional
en los pidgins requiere alguna explicación, y ésta es una posibilidad que por lo menos
merece la pena de explorarse. Es fácil deducir de la discusión anterior el por qué de los
lingüistas han dedicado tanta atención a los pidgins, como símbolo de identidad social.

Volvamos a la cuestión más general de la relación entre las lenguas pidgin y las
sociedades que las crean. Tal como hemos visto, suelen ser desarrolladas como lenguas
de comercio, lo que podemos tomar en un sentido bastante amplio como variedades
usadas sólo para el comercio y la administración. Ejemplo de un pidgin desarrollado en

74
estas condiciones es el pidgin neo-melanesio o tok pisin [‘pidgin talk’] (ver 2.5.1). Es
éste un pidgin basado en el inglés y usado en Nueva Guinea y varias islas cercanas, que
se ha desarrollado durante el presente siglo como medio de comunicación entre los
funcionarios de habla inglesa y la población local, quienes por su parte hablan un gran
número de lenguas incomprensibles entre sí (una de las cuales es el buang). Las frases
siguientes tomadas del tok pisin (citadas por Bolinger 1975:: 356) dan una idea se su
relación con el inglés. Las palabras entre corchetes indican el origen inglés de la palabra
tok pisin precedente.

Bimeby [by and by] leg belong you he-all tight gain [again].

‘you leg will get well again’

Sick he down-im [him] me.

‘I am sick’

Me like-im saucepan belong cook-im bread.

‘I want a pan for cooking bread’

Al igual que otras lenguas pidgin, el tok pisin ha desarrollado con tanta eficacia,
que al llegar a ser aceptado como medio de comunicación pata tantas situaciones, ha
sido adoptado actualmente como lengua nacional de Nueva Guinea (Hall 1972). (Re-
cientemente también se ha convertido en lengua criolla, como veremos en 2.5.4.)

Sin embargo, no todos los pidgin se han originado como lenguas de comercio, co-
mo lo hizo el tok pisin. Otra situación en la que se hacen necesarios los pidgins es aque-
lla en la que gentes de diferentes orígenes han sido amontonadas y tienen que comuni-
carse entre sí, y con un grupo dominante, con el fin de sobrevivir. Esta es la situación
en la que se encontraron muchos africanos que fueron llevados como esclavos al Nuevo
Mundo, puesto que los negreros tendían a destruir los grupos tribales con el fin de redu-
cir al máximo la posibilidad de una rebelión. Así, el único modo de que los esclavos
pudieran comunicarse, bien entre sí bien con sus amos, era a través de un pidgin que
normalmente aprendían de los negreros basado en su propia lengua. Puesto que la ma-
yoría de los esclavos apenas tenían oportunidad de aprender la lengua normal de sus
amos, el pidgin resultaba ser el único medio de comunicación de muchos esclavos para
el resto de sus vidas. Esto acarreaba dos consecuencias. Una, que los pidgins llegaron a
quedar muy asociados con los esclavos, y adquirieron una reputación pobre como resul-
tado de ello (y también sobre los esclavos cayó la reputación de que eran torpes, ¡ya

75
que no podían hablar una lengua ‘correcta’!). La otra consecuencia fue que los pidgins
eran usados en una gama de situaciones cada vez mayor, y así gradualmente fueron
adquiriendo el estatus de lenguas criollas (ver 2.5.4).

Resulta útil enumerar algunas de las características de las lenguas pidgin, que las
distinguen de otras variedades y mezclas de variedades.

1) Un pidgin basado en una variedad X no es simplemente una muestra de ‘mal X’,


como podría alguien describir el intento infructuoso de un individuo extranjero de
aprender X. Un pidgin es una variedad en sí misma, con una comunidad de hablantes
que la transmiten de generación en generación y, consecuentemente, con su propia
historia. De hecho, se ha sugerido incluso que muchos pidgins tienen un origen común
en el pidgin basado en el portugués pudiera tener sus raíces en la ‘lengua franca’ des-
arrollada en el Mediterráneo ya en época de las cruzadas. Esta hipótesis representa uno
de los muchos intentos de explicar la existencia de un número bastante considerable de
características que han sido encontradas en pidgins de diversas partes del mundo. (Para
una presentación excelente de estas cuestiones, ver DeCamp 1971a, 1977.)

2) Un pidgin no es el resultado de un intenso préstamo de una variedad a otra, ya


que no hay una variedad pre-existente a la que prestar los elementos. Un ‘pidgin basado
en X’ no es una variedad de X que haya tomado prestadas un montón de construcciones
sintácticas y rasgos fonológicos de otras variedades, ya que puede que no haya ningún
modelo en estas otras variedades para ninguna de las adaptaciones de las palabras, es-
pecialmente la pérdida de las inflexiones a las que nos referíamos anteriormente. No es
tampoco una variedad de alguna otra lengua que haya tomado prestado un montón de
vocabulario de X, puesto que no es necesario que la sintaxis, fonología y morfología
sean las mismas que las de ninguna de las demás variedades implicadas. De todas for-
mas, no queda claro qué comunidad sería la acreedora, ya que el pidgin se desarrolla
por ambos lados de la falta de comunicación, intentando cada una de ellas tender el
puente. Desde luego, hay un problema interesante en relación con el préstamo, ya que
podemos hablar de préstamos a un pidgin pre-establecido, al igual que podemos hacerlo
respecto a cualquier otra clase de variedad, mientras que no podemos invocar el
préstamo durante el establecimiento del pidgin por primera vez. El problema está en
que ello implica una distinción demasiado clara entre los períodos anterior y posterior al
establecimiento del pidgin. El problema es resultado, posiblemente, de poner demasia-


El pidgin de los puertos del Mediterráneo recibe el nombre de sabir, es decir, ‘saber’. (N. del
T.)

76
do peso en el concepto de ‘variedad’, acerca de lo que ya hemos visto que existe motivo
de desconfianza.

3) Un pidgin, contrariamente a las lenguas normales, no tiene hablantes nativos, lo


que es consecuencia del hecho de que es usado sólo en la comunicación entre miembros
de comunidades diferentes, en las que no existe una variedad normal como puente. Por
otra parte, tampoco esta distinción es demasiado tajante, ya que se dan situaciones,
como en el caso de la esclavitud, en las que una comunidad puede llegar a formarse con
un pidgin como única variedad común, aunque todos los miembros de la comunidad lo
hubieran aprendido como segunda lengua. La falta de un grupo claramente definido de
hablantes nativos produce el efecto de situar a la mayoría de las lenguas pidgin cerca
del extremo ‘difuso’ de la escala que mida ‘enfoque’ y ‘difusión’ (1.3.1), en contraste
con las lenguas estándar muy enfocadas, como el francés, y es ésta otra de las razones
por las que los sociolingüistas prestan un interés tan considerable a los pidgins. Sin
embargo, tal como hemos hecho notar ya, hay algunos pocos pidgins que son utilizados
ahora como lenguas estándar, lo que presumiblemente significa que se han desplazado a
lo largo de la escala hacia el extremo ‘enfoque’, otro fenómeno que merecía la pena que
estudiaran los interesados en las relaciones de lengua y sociedad.

2.5.4 Criollos

Un pidgin que haya adquirido hablantes nativos se denomina LENGUA CRIOLLA


o CRIOLLO, y el proceso por el que un pidgin se convierte en criollo se denomina
‘criollización’. Es fácil ver cómo los pidgins adquieren hablantes nativos, concretamen-
te al ser hablados por parejas que tiene niños y que los crían conjuntamente. Esto suce-
dió a gran escala entre los esclavos africanos llevados al Nuevo Mundo, y está pasando
en alguna escala menor en comunidades urbanas en lugares como Nueva Guinea.

Desde un punto de vista social, las lenguas criollas son más interesantes que los
pidgin por tres razones. En primer lugar, hay más hablantes de lenguas criollas que
pidgin, calculándose entre 10 y 17 millones los hablantes de lenguas criollas, contra los
6 a 12 millones que normalmente usan lenguas pidgin (DeCamp 1977). En segundo
lugar, la mayoría de lenguas criollas son habladas por descendientes de esclavos africa-
nos, y son de gran interés –tanto para sus hablantes como para los demás- como una de
las más importantes fuentes de información sobre sus orígenes, y como símbolo de su
identidad. Interés semejante es el demostrado por la gente que habla variedades proce-
dentes de una lengua criolla, pero que se han ido ‘descriollizando’, es decir, desplazán-
dose hacia la variedad dominante a expensas de las características más distintivas del
77
criollo. Parece muy posible que el inglés de los negros de los Estados Unidos sea una
variedad de ésas y por ello las lenguas criollas son de particular interés para muchos
lingüistas norteamericanos (véase 1.3.2, 5.4.2 y, una buena exposición, Wolfram 1971).

Y en tercer lugar hay minorías como los inmigrantes antillanos en la Gran Bretaña,
cuyos miembros hablan alguna forma de criollo. Si su lengua está basada en la lengua
mayoritaria del país al que han emigrado –por ejemplo, un criollo basado en el inglés,
en el caso de los inmigrantes en la Gran Bretaña-, pueden surgir graves problemas edu-
cativos si ni los maestros ni los alumnos pueden estar seguros de si este criollo es una
lengua diferente de la lengua mayoritaria o bien un dialecto de la misma. En el primer
caso podría ser adecuado el utilizar los métodos de enseñanza de lenguas extranjeras
para enseñar la lengua mayoritaria, lo que no sería en absoluto un buen método si se
tratara de un dialecto. Consecuentemente, es necesario investigar con el fin de estable-
cer el grado de diferenciación entre el criollo y la lengua mayoritaria. Problemas seme-
jantes surgen en los países donde la lengua mayoritaria es la lengua criolla misma, si
según el sistema de educación se espera que la lengua estándar sea aquella en la que
está basada la criolla, como en el caso de muchos países del Caribe. El problema no se
alivia, naturalmente, con el hecho de que la diferencia entre ‘igual’ y ‘distinto’ sea más
bien carente de significado al ser aplicada a variedades lingüísticas, tal como lo anali-
zamos en 2.2, de modo que puede que un modelo más realista del lenguaje contribuya a
soluciones algunos de estos problemas. (Para una exposición más amplia, véase Le
Page 1968b.)

Desde el punto de vista de lo que nos indican acerca del lenguaje, las lenguas crio-
llas son de un interés menos inmediato, ya que son lenguas corrientes como cualesquie-
ras otras, excepto en sus orígenes (Sankoff 1977). Quizás haya que hacer una aclaración
a esta afirmación, concretamente la de que es posible que haya una relación especial
entre una lengua criolla y la variedad que hoy en día es la representativa de la lengua
dominante sobre la que se formó su pidgin antepasado, si es que las dos coexisten en el
mismo país, como frecuentemente es el caso. Un país en el que así sucede es la Guyana,
cuya lengua criolla ha sido estudiada particularmente por Derek Bickerton (1971, 1973,
1975). Siguiendo la terminología de William Stewart, uno de los fundadores de los
estudios criollos en los Estados Unidos, Bickerton llamó al criollo puro BASILECTO, y
a la versión local del inglés estándar, ACROLECTO (del griego akro- ‘más alto’, como
en acrópolis y acróbata). Postuló un continuum que uniera el basilecto y el acrolecto por
vía de una sucesión de MESOLECTOS como única ruta viable para el hablante que
quisiera ‘perfeccionar’ su lengua acercándose al acrolecto, y proporcionó datos de in-
vestigación bastante convincentes para demostrar que por lo menos la mayoría de los
hablantes de la amplia muestra que él estudió podían ser situados en este continuum

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(ver 5.5.2 para una exposición más detallada). También mostró que hay diferencias
importantes de sintaxis semántica entre el acrolecto y el basilecto, especialmente res-
pecto al tratamiento del tiempo y las relaciones temporales. Por ejemplo, en el basilecto
se usa la misma forma del verbo para referirse a cosas que ocurren en el momento del
habla que para las que ocurrieron en el mismo tiempo que otras mencionadas con ante-
rioridad, incluso en el pasado, mientras que en el acrolecto (el inglés estándar), se em-
plearían formas distintas en estos dos casos (compárese I see my mistake con After
looking for an tour I saw my mistake) (Bickerton 1975: 46).

Hay dos peculiaridades acerca de un ‘continuum criollo’ como éste, en compara-


ción con la situación que cabría esperar donde no existe criollo. Primero, hay diferen-
cias más profundas entre las variedades que coexisten en la comunidad que las que
cabría esperar en una comunidad fragmentada por el proceso normal de formación
dialectal; y en particular hay más variación en la sintaxis de lo que cabría esperar, por
las razones aducidas en 2.3.4. Las diferencias halladas son de hecho más semejantes a
las que cabe esperar bajo condiciones de diglosia, aunque naturalmente un continuum
criollo no es un caso de diglosia, ya que el acrolecto y el basilecto son usados ambos
domésticamente por grupos distintos. La razón de estas diferencias entre acrolecto y
basilecto es que no quedaron separadas, en primer lugar, por los procesos normales de
difusión que suelen ser responsables de las diferencias dialectales, sino más bien por el
proceso de pidginización, que conduce automáticamente a diferencias drásticas entre el
pidgin y la lengua dominante.

La otra peculiaridad de un continuum criollo es que tan sólo una cadena única de
variedades conecta el basilecto y el acrolecto, permitiendo a los hablantes solamente
una dimensión única en la que situarse con referencia al resto de la sociedad. El cuadro
descrito por Bickerton es de hecho algo más complejo, ya que los hablantes individua-
les son capaces de utilizar una gama de variedades del continuum, y no están restringi-
dos a una única variedad (Bickerton 1975: 203), pero aún sigue existiendo solamente
una dimensión en la que puede situarse el hablante en cada ocasión. Esta situación
contrata enormemente con el extenso número de dimensiones independientes que los
elementos de una variedad proporcionan normalmente al hablante para su ubicación. La
explicación de ello puede, presumiblemente, hallarse de nuevo en la historia de los
criollos, pero no es fácil de comprender precisamente cuál sea esta explicación (para
una hipótesis, véase Bickerton 1975: 17, 178).

Las lenguas criollas, aparte d eesta consideración bastante importante acerca de sus
continua, son lenguas normales, y no contribuyen en nada específico a nuestro conoci-
miento del lenguaje en general. Esta afirmación es ciertamente verdadera e incontrover-

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tible al aplicarla a criollos bien establecidos que durante generaciones han existido
como tales. Muchos criollos pertenecen ya a esta categoría, ya que se originaron duran-
te la época del comercio de esclavos y empezaron a existir como criollos ya en aquellos
días. Algunos de ellos pueden incluso rastrearse a través de testimonios escritos de hace
bastantes siglos (como por ejemplo de ello, respecto al criollo de Nicaragua basado en
el inglés, ver Holm 1978). Sin embargo, la diferencia entre pidgins y criollos es menos
clara de lo que cabría esperar de sus definiciones, y puede que los estadios primeros de
una lengua criolla sean para la teoría lingüística de tanto interés como los pidgins.

Se recordará que las ‘etapas primeras’ de un criollo suelen producirse en el momen-


to de la adquisición de hablantes nativos, y, por consiguiente, en el momento de dejar
de ser un pidgin, y cuando cabría esperar dos hipotéticas clases de cambio. Primero, hay
cambios debidos a que la variedad está siendo aprendida como primera y no como se-
gunda lengua. En la medida en que los niños están genéticamente preparados para
aprender solamente lenguajes ‘normales’, y en cuanto que los pidgin no poseen la pro-
piedad de tales lenguajes, cabe esperar cambios a medida que los niños van aprendien-
do los pidgins, puesto que tiene que adaptarlo en los puntos en los que no es como el
lenguaje ordinario, con el fin de hacerlo aprendible. (La noción de que los niños están
capacitados genéticamente para aprender sólo lenguajes ordinarios, está asociada espe-
cialmente con Noam Chomsky; ver, por ejemplo, Chomsky 1965: 47, y 1968). Sin
embargo, no hay pruebas, por el momento, de que tales cambios ocurren de hecho.

La otra clase de cambio hipotético es debida al hecho de que la lengua es usada


ahora en una amplia gama de situaciones domésticas, para hablar de coas de las que una
lengua de comercio como tal no tendría ninguna necesidad de tratar. Sin embargo, que-
da claro que los cambios de esta clase son simplemente una continuación de lo que ya
estaba ocurriendo con el pidgin, y, consecuentemente, no exclusivos del proceso de
criollización. Los padres tienen que haber desarrollado alguna forma de hablar en pid-
gin de los asuntos domésticos antes del nacimiento del niño, y ya hemos visto que algu-
nos pidgins están lo suficientemente desarrollados como para ser empleados como
lenguas estándar, como en el caso del tok pisin. En este aspecto, Gilliam Sankoff y
Penelope Brown (1976) han llevado a cabo un trabajo particularmente interesante sobre
el tok pisin; han estudiado la historia reciente de las oraciones de relativo del tok pisin
mostrando cómo fue desarrollándose gradualmente un consistente marcador de oracio-
nes de relativo a partir de la palabra ia (originariamente basada en el inglés here), utili-
zada ahora al principio y final de muchas frases de relativo.

Na pik ia ol ikilim bipo ia bai ikamap olsem draipela ston.

(Now pig here past kill people here future become huge stone)
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‘And this pig wich they had killed before would turn into a huge stone.’ (Sankoff &
Brown 1976: 632)

Esta construcción puede ilustrar la influencia de la sintaxis de las lenguas locales en


el pidgin, ya que el buang, por ejemplo, posee una palabra como demostrativo y como
marcador de oraciones en relativo, de la misma forma que ia. Lo especialmente intere-
sante acerca de esta investigación es que los hablantes de un pidgin continúen des-
arrollándolo, empleando cualquier medio a su alcance, en un proceso no dependiente de
la criollización. De hecho, Sankoff & Brown poseen pruebas de que el proceso empezó
por lo menos diez años antes de que existiera un número significativo de hablantes
nativos de tok pisin. Una vez más, no hay pruebas de investigación a favor de cambios
ocurridos durante procesos de criollización que no pueden ser emparejados con cambios
en lenguas pidgin sin hablantes nativos.

La conclusión hacia la que parece conducir este análisis es que la de que no existe
una clara diferencia entre pidgins y criollos, aparte de la que los criollos poseen hablan-
tes nativos y los pidgins no. No parece que deba seguirse ninguna otra diferencia de
ésta última entre los pidgins y los criollos. Puesto que hemos argumentado que los
criollos son justamente lenguajes ordinarios (con algunas reservas respecto a los conti-
nua criollos) y que los pidgins son más bien algo peculiares, se sigue que la distinción
entre ‘normal’ y ‘peculiar’ (tal como aparece en los primeros estadios de pidginización)
es confusa, y más bien es un continuum que una diferencia cualitativa. Además, queda
claro que no hay un momento determinado en el que un pidgin determinado empiece a
existir repentinamente, sino más bien un proceso de creación de variedad denominado
pidginización, mediante el que se desarrolla gradualmente el pidgin a partir de la nada.
Bien podríamos preguntarnos si este proceso es esencialmente distinto de lo que ocurre
diariamente en las relaciones entre la gente que cree hablar la misma lengua, pero cree
que constantemente va acomodando su lengua y habla a las necesidades recíprocas.
(Compárese la observación que hace Robert Le Page [1977b] de que ‘cada acto de
habla es…el reflejo de un ‘pidgin instantáneo’ relacionado con la competencia lingüís-
tica de más de una persona’.) Puede trazarse un ejemplo paralelo entre los nativos de
Nueva Guinea que intentan aprender una aproximación al vocabulario inglés de entre
ellos mismos y de los hablantes locales de inglés, por una parte, y los alumnos de lin-
güística que aprenden una aproximación al vocabulario de sus profesores de entre los
alumnos mismos y de los profesores. Queda claro en ambos casos quién es el que debe
hacer el trabajo de aprendizaje, aunque puede que el grupo dominante utilice a veces las


‘Y este cerdo que habían matado antes se convirtió en una gran roca.’ (N. del T.)

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formas que saben que usa el grupo subordinado, con el fin de facilitar las cosas, Lo que
se produce en ambos casos es una variedad de lenguaje que va pasando de una persona
a otra, desarrollado a partir de intocables encuentros entre alumnos y profesores y entre
los alumnos entre sí. Puede parecer divertida al lector de este libro la idea de ser él
mismo un hablante de ‘pidgin lingüístico’, pero esperamos que la advertencia sea toma-
da bastante en serio.

2.6 Conclusiones

En este capítulo hemos tratado un gran número de variedades lingüísticas, que in-
cluyen ‘lenguas’, ‘dialectos’ (tanto regionales como sociales), ‘registros’, ‘lengua
estándar’, variedades diglósicas ‘alta’ y ‘baja’, ‘pidgins’ y ‘criollos’. Hemos llegado a
conclusiones esencialmente negativas acerca de las variedades. En primer lugar, hay
problemas considerables de delimitación entre una variedad y otra de la misma clase (es
decir, una lengua de otra, o un dialecto de otro). En segundo lugar, existen serios pro-
blemas de eliminación de un tipo de variedad de otro: lenguas de dialectos, o dialectos
de registros, o ‘lenguas ordinarias’ de criollos, o criollos de pidgins. (Hubiéramos podi-
do mostrar dudas semejantes en la delimitación de variedades ‘estándar’ y ‘no-
estándar’.) En tercer lugar, hemos sugerido que la única forma satisfactoria de solucio-
nar estos problemas es evitando completamente la noción de variedad como concepto
analítico o teorético, concentrándonos por el contrario en el elemento lingüístico indivi-
dual. Se hace necesaria una ‘descripción social’ para cada elemento, precisando quién
lo usa y cuándo: en algunos casos la descripción social de un elemento será única,
mientras que en otros es posible que pueda generalizarse a través de un mayor o menor
número de elementos. Lo más que este método se acerca al concepto de ‘variedad’ es
en estos elementos de similar descripción social, pero sus características son más bien
distintas de las de las variedades como las lenguas y los dialectos. Por otra parte, tam-
bién es posible utilizar los términos como ‘variedad’ y ‘lengua’ de un modo informal,
como han sido utilizados en las pocas secciones anteriores, sin ninguna intención de
que se tomaran demasiado seriamente como armazones teoréticos.

También llegamos a conclusiones más bien similares respecto al concepto de ‘co-


munidad lingüística’, que parece existir tan sólo en la medida en que una determinada
persona la haya identificado y pueda situarse con referencia a la misma. Puesto que
individuos distintos identificarán de esta forma comunidades distintas, nos vemos obli-
gados a abandonar cualquier intento de encontrar criterios objetivos y absolutos para
definir comunidades lingüísticas. Ello nos deja, por un parte, con el hablante individual

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y su gama de elementos lingüísticos, y, por otra, con comunidades definidas sin refe-
rencia al lenguaje pero a las que podemos encontrar útil referirnos según la lengua.

Después de haber reducido la materia de estudio de la sociolingüística al estudio de


elementos lingüísticos individuales de hablantes particulares podemos preguntarnos qué
tipo de generalizaciones podemos hacer. Hemos visto que hay muchas preguntas gene-
rales cuyas respuestas sería interesante conocer, tales como si clases diferentes de ele-
mentos lingüísticos responden a aspectos diferentes de la sociedad (es decir, el modelo
personal del individuo acerca de su sociedad). He apuntado algunas respuestas a esta
pregunta, y a otras suscitadas en este capítulo, pero a estos niveles pueden ser poco
más que especulativas. De todas formas ahora debería estar ya claro que merece la pena
el hacerse tales preguntas, y que investigaciones futuras proporcionarán respuestas
basadas en pruebas empíricas.

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