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Hora Santa 23-08-2018.

1. Canto de entrada.
2. Oración inicial ( Fray Carlos )
3. Medicatión.
4. Lectura Bíblica: Jn 15, 1-17.
5. Meditación
6. Lectura patrística: Eusebio de Cesarea, sobre la Eucaristía.
«Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día catorce del
primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la nueva Alianza, que todos
los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente somos saciados con el cuerpo del
Salvador, constantemente participamos de la sangre del Cordero; constantemente llevamos
ceñida la cintura de nuestra alma con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros
pies dispuestos a caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano
y descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos vamos
alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida humana,
constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente celebramos la fiesta del
“paso” (Pascua).
Y la palabra evangélica quiere que hagamos todo esto una sola una vez al año, sino siempre,
todos los días. Por eso, todas las semanas, el domingo, que es el día del Salvador, festejamos
nuestra Pascua, celebramos los misterios del verdadero Cordero, por el cual fuimos liberados.
No circuncidamos con cuchillo nuestro cuerpo, pero amputamos la malicia del alma con el
agudo filo de la palabra evangélica. No tomamos ázimos materiales, sino únicamente los
ázimos de la sinceridad y de la verdad. Pues la gracia que nos ha exonerado de los viejos
usos, nos ha hecho entrega del hombre nuevo creado según Dios, de una ley nueva, de una
nueva circuncisión, de una nueva Pascua, y de aquel judío que se es por dentro. De esta
manera nos liberó del yugo de los tiempos antiguos.
Cristo, exactamente el quinto día de la semana, se sentó a la mesa con sus discípulos, y
mientras cenaba, dijo: He deseado enormemente comer esta comida pascual con ustedes antes
de padecer. En realidad, aquellas Pascuas antiguas o, mejor, anticuadas, que había comido
con los judíos, no eran deseables; en cambio, el nuevo misterio de la nueva Alianza, del que
hacía entrega a sus propios discípulos, con razón era deseable para él, ya que muchos antiguos
profetas y justos anhelaron ver los misterios de la nueva Alianza. Más aún el mismo Verbo,
ansiando ardientemente la salvación universal, les entregaba el misterio que todos los
hombres iban a celebrar en lo sucesivo, y declaraba haberlo él mismo deseado.
La pascua mosaica no era realmente apta para todos los pueblos, desde el momento en que
estaba mandado celebrarla en lugar único, es decir, en Jerusalén, razón por la cual no era
deseable. Por el contrario, el misterio del Salvador, que en la nueva Alianza era apto para
todos los hombres, con toda razón era deseable.
En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando
nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la verdad
y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro, y la verdadera
circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre del Cordero inmolado por
nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro exterminador. Y esto no una sola vez al año, sino
todas las semanas.
Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno
la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando
se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua
de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre».

7. Meditación.
8. Canto.
9. Tantum Ergo.
10. Bendición final.

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