Uno de los terrenos menos transitados en referencia a la cuestión de la vejez es el del
discurso teórico del Psicoanálisis. ¿Qué tiene para aportar desde su concepción de Sujeto? ¿Cómo conjeturar la Vejez? Psicoanálisis y Vejez, ¿un enigma o un espacio a construir? ¿Es posible- aun cuando se hace referencia al envejecimiento haciendo un recorrido temporal- articular allí algo del orden de la atemporalidad inconsciente? Sin lugar a dudas la respuesta es sí. Las complejidades de la subjetividad en las que se incluyen términos y conceptos como aparato psíquico, pulsión, represión, huellas mnémicas, sexualidad, narcisismo, identificación, cuerpo erógeno, complejo de Edipo, herencia simbólica, transculturalidad, transferencia, etc., forman la argamasa sobre la que se construye el quehacer psicoanalítico, que está sostenido en una concepción del sujeto que excede el marco de la edad cronológica y que pone el acento en la estructura que lo constituye. Vulgarmente, la vejez alude a esa tan temida degradación del cuerpo. Pero tiene implícita, si no se la desenmascara, la condena de la subjetividad misma a semejante destino. Sucede que la vejez es una categoría discursiva de la cultura y de la ciencia, construida alrededor de la noción de un cuerpo en declinación que asalta al sujeto, empujándolo a luchar con la sustentación de sus deseos – los que a veces parecen rendirse- dejando el triunfo al cuerpo prometido a la muerte. El aporte del Psicoanálisis permite diferenciar la subjetividad del cuerpo biológico finito a partir de la dimensión del inconciente y del deseo. Socialmente, la vejez tiende a ocupar un lugar de verdad sobre el sujeto, es decir, se presenta como un saber a priori. El psicoanálisis aborda el sujeto en su condición de hablante, que es lo mismo que decir capaz de producir los significantes fundadores de su propia historia. Le permite intentar una especie de conciliación con su cuerpo débil y mortal. La ética psicoanalítica implica en convocar el sujeto a responsabilizarse por el destino de sus acciones, cuya motivación más legítima es el propio deseo. Es a partir del saber inconciente, marca de la más radical diferencia, que se asienta la relación del sujeto con la propia vejez, en un esfuerzo de subjetivación siempre precario y abierto a un devenir incierto. Freud en “El malestar en la cultura” se refiere al cuerpo como uno de los orígenes del malestar humano, señalando concretamente que “…este permanecerá para siempre como una estructura pasajera, con limitadas capacidades de adaptación y realización”. Reconocer esta limitación no debería tener un efecto paralizador, en tanto el avance de la ciencia permite mitigar este sufrimiento, aunque siempre de manera parcial, nunca totalmente. Señala Freud que estos avances científicos son un esfuerzo narcísistico que buscan engañar la muerte, transformando al hombre en algo así como “un dios de la prótesis”, indicando con esta calificación el carácter engañoso de los mismos. Y es que en realidad, el malestar es inherente al deseo mismo. Por su parte, Lacan señala la función de la imagen del cuerpo como forma y contorno que se constituye a partir de la imagen del Otro, que captura y fascina el sujeto. Fascinación esencial para la constitución del yo, en la medida en que permite superar la fragmentación del cuerpo de las pulsiones parciales y otorga al sujeto a advenir una primitiva unidad. Esta operación, fundante, es además el soporte simbólico (campo de los significantes) crucial y necesario, pues no es sin la presencia de un tercero confirmando el valor de esa imagen que el sujeto pueda erigirse como tal. Gracias a ella, el sujeto podrá apropiarse de un cuerpo que si bien tiene su soporte biológico, es el producto de operaciones psíquicas que separan terminantemente lo humano de cualquier otra especie. El cuerpo de la vejez es el lugar privilegiado de decepción narcisista. Ofrecido a la decadencia y a la muerte y siendo el escenario privilegiado de “la enfermedad”, conmina al sujeto a atreverse al reto de mantener la apuesta de estar vivo. Aunque el narcisismo no se presente como una defensa contra la pulsión de muerte, aparece como la ilusión con la que se dominan las “adversidades” de la vida. Y es que solamente renunciando a la plenitud ilusoria que está atado a la concepción de vida eterna y del saber sobre la muerte que el deseo encuentra su posibilidad de movimiento. Algunas referencias sobre la vejez están presentes en la obra de Freud y en sus escritos personales, pero no resulta posible entender estas cuestiones sin el auxilio del concepto de pulsión de muerte. Freud, refiriéndose a su propio envejecimiento, invoca la pulsión de muerte para hablar del anhelo más hondo de la cesación de la “fiebre llamada vivir”. Desde una mirada teñida por el biologicismo, en “Más allá del principio de placer” afirma que “…el objetivo último de la vida es su propia extinción”, en una tendencia de vuelta a lo inorgánico original. Sin embargo, este objetivo es “desviado” por el deseo, en tanto es el motor de la pulsión de vida. Y esta no es otra cosa que el límite a la muerte, o sea, el trabajo psíquico. Como un ejemplo paradigmático de esta disociación entre lo biológico y el deseo, entre el cuerpo biológico y el cuerpo erógeno, contamos con el auxilio del propio Freud. Desde la teoría sostenía lo improductivo del análisis en la vejez, postulando la tendencia a la entropía psíquica- entendida como pérdida de la elasticidad– a la cual consideraba además progresiva a medida que se envejece, aclarando que sin embargo puede no ser exclusiva de la edad avanzada. Esta postulación es la base en que fundamenta las restricciones al trabajo clínico con ancianos. Pero como contrapartida, y reconociendo el trabajo constante del psiquismo humano motorizado por el deseo, Freud no dejó de autoanalizarse hasta el final de su vida. Por todo lo expuesto, surge clara la importancia de retomar la cuestión del sujeto del inconsciente más allá del anonimato que el término vejez, como concepto pleno de sentido a-priori, impone. El analista tiene entonces el deber ético de indagar, de dudar, de desarticular – en el ámbito del psicoanálisis en extensión-, la cristalización imaginaria de sentido alrededor de la vejez, contribuyendo a vigorizar el campo simbólico posibilitando la construcción de sentido con cada sujeto en particular, de acuerdo a sus constelaciones históricas y no a su edad cronológica. Si el conocimiento académico propio del campo Psi no queda subsumido en los enfoques biológicos o sociales, facilitará empezar a responder interrogantes acerca de qué es lo que va más allá de lo social y de lo biológico en el envejecer, o cómo dar cuenta del sujeto que envejece y sus particularidades, desentrañando con los límites lógicos de un saber no absoluto cómo sobrelleva cada sujeto en particular su envejecer. En definitiva, aportar y enriquecer desarrollos teóricos, clínicos y metodológicos que permitan comprender la dimensión subjetiva en la problemática de la vejez.