(heb., maweth, gr. thanatos, nekros). Tanto el AT como el NT presentan la muerte como un
acontecimiento que le pertenece a nuestra existencia pecaminosa, pero también lo hacen en
relación al Dios viviente, el Creador, el Redentor. La muerte significa el fin de la vida humana en
la tierra (Gn 3:19). El ponderarlo puede causar un sentimiento de separación de Dios (p. ej.,( Sal
6:5),( Sal 30:9),(Sal 88:5), pero al encarar la muerte se reconoce que hay que tener confianza
total en el Señor (Job 19:25-26),( Sal 73:23-24),( Sal 139:8).
La muerte también es la ausencia de una comunión espiritual con Dios (Dt 30:15),( Jer 21:8),( Ez
18:21-22),( Ez 18:31-32).
La muerte es el resultado del pecado (Ro 5:12),( Ro 6:23) y del diablo; en esta época en esta
tierra caída, él tiene poder sobre la muerte hasta que Cristo se lo quite (He 2:15). Se enfatiza
mucho la muerte de Jesús por los pecados del mundo porque es su victoria sobre la muerte en la
resurrección corporal.
Aquellos que no están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Ap 20:15) experimentan la
segunda muerte (Ap 20:6),( Ap 20:14),( Ap 21:8), lo que significa la separación eterna de Dios y
de su pueblo redimido.
tip, DOCT ESCA ver, RESURRECCIÓN, CASTIGO ETERNO, SEOL vet, En el sentido corriente:
cesación de la vida. No entraba en la voluntad de Dios, que ha creado al hombre a su imagen, y
que lo ha hecho «alma viviente». En el paraíso, el árbol de la vida le hubiera permitido vivir
eternamente (Gn 1:27),( Gn 2:7),( Gn 3:22).
La muerte ha sido el salario de la desobediencia a la orden divina (Gn 2:17),( Ro 5:12),(Ro 6:23).
La muerte es física, por cuanto nuestro cuerpo retorna al polvo (Gn 3:19); también es, y sobre
todo, espiritual. Desde su caída, Adán y Eva fueron echados de la presencia de Dios y privados de
Su comunión (Gn 3:22-24). Desde entonces, los pecadores se hallan «muertos en... delitos y
pecados» (Ef 2:1).
El hijo pródigo, alejado del hogar paterno, está espiritualmente muerto (Lc 15:24). Ésta es la
razón de que el pecador tiene necesidad de la regeneración del alma y de la resurrección del
cuerpo. Jesús insiste en la necesidad que tiene todo hombre de nacer otra vez (Jn 3:3-8); explica
Él que el paso de la muerte espiritual a la vida eterna se opera por acción del Espíritu Santo y se
recibe por la fe (Jn 5:24),( Jn 6:63). Esta resurrección de nuestro ser interior es producida por el
milagro del bautismo del Espíritu (Col. 2:12-13). El que consiente en perder su vida y resucitar
con Cristo es plenamente vivo con Él (Ro 6:4, 8, 13). (a) Tras la muerte física:
(A) Para el impío es cosa horrenda caer en manos del Dios vivo (He 10:31) y comparecer ante el
juicio (He 9:27) sin preparación alguna (Lc. 12:16-21). El pecador puede parecer impune durante
mucho tiempo (Sal 73:3-20), pero su suerte final muestra que «el Señor se reirá de él porque ve
que viene su día» (Sal 37:13). El que no haya aceptado el perdón de Dios morirá en sus pecados
(Jn 8:24). Jesús enseña, en la historia del rico malvado que, desde el mismo instante de la
muerte, el impío se halla en un lugar de tormentos, en plena posesión de su consciencia y de su
memoria, separado por un infranqueable abismo del lugar de la ventura eterna, imposibilitado
de toda ayuda, y tenido por totalmente responsable por las advertencias de las Escrituras y/o de
la Revelación natural y del testimonio de su propia conciencia (Lc 16:19-31) Ro. 1:18-21 ss).
( véase SEOL, HADES.)
(B) Para el creyente no existe la muerte espiritual (la separación de Dios). Ha recibido la vida
eterna, habiendo pasado, por la fe, de la muerte a la vida (Jn 5:24). Jesús afirmó: «Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
en mí no morirá eternamente» (Jn 11:25-26), (Jn 8:51),( Jn 10:28). Desde el mismo instante de su
muerte, el mendigo Lázaro fue llevado por ángeles al seno de Abraham (Lc 16:22, 25). Pablo
podría decir: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Para él partir para estar
con Cristo es mucho mejor (Fil 1:21-23). Es por esta razón que «más quisiéramos estar ausentes
del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Co 5:2-9). No se puede imaginar una victoria más completa
sobre la muerte, en espera de la gloriosa resurrección del cuerpo (véase RESURRECCIÓN). Así, el
Espíritu puede afirmar solemnemente: «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que
mueren en el Señor» (Ap 14:13).
(b) La muerte segunda. En contraste con la gozosa certeza del creyente, recapitulada
anteriormente, se halla una expectación de juicio, y de hervor de fuego, que ha de devorar a los
adversarios. La acción de la conciencia natural infunde miedo y angustiosa incertidumbre en el
inconverso. Shakespeare lo expresó magistralmente en su soliloquio de Hamlet, en el que éste
considera la posibilidad del suicidio; «Morir: dormir; no más; y con el sueño, decir que damos fin
a los agobios e infortunios, a los miles de contrariedades naturales a las que es heredera la
carne, éste es un fin a desear con ansia.
Morir: dormir; dormir: quizá soñar; ¡Ah, ahí está el punto dificultoso!; porque en este sueño de
la muerte ¿qué sueños pueden venir cuando nos hayamos despojado de esta mortal vestidura?
Ello debe refrenarnos: ahí está el respeto que hace sobrellevar la calamidad de una tal vida, pues
¿quién soportaría los azotes y escarnios del tiempo, los males del opresor, la altanería de los
soberbios, el dolor por el amor menospreciado, la lentitud de la justicia, la insolencia de los
potentados, y el desdén que provoca el paciente mérito de los humildes, cuando él mismo
puede, con desnuda daga, el descanso alcanzar? ¿Quién llevaría pesados fardos, gimiendo y
sudando bajo una fatigosa vida, sino por el hecho del temor de algo tras la muerte, el país
inexplorado de cuyos muelles ningún viajero retorna, y que nos hace preferir aquellos males que
ahora tenemos, que volar a otros de los que nada sabemos? Así, la conciencia a todos nos vuelve
cobardes, y así el inicio de una resolución queda detenido por el pálido manto de la reflexión»
(Acto III, Escena 1).
Bibliografía: Anderson, Sir R.: «Human Destiny» (Pickering and Inglis, Londres, 1913); Hamilton,
G. y Fernández, D.: «¿Dónde están los muertos?» (Pub. Portavoz Evangélico, Barcelona, 1977);
Lacueva, F.; «Escatología» II (Clíe, Terrassa, 1983); Pentecost, J. D.: «Eventos del Porvenir» (Ed.
Libertador, Maracaibo, 1977); Pollock, A. J.: «El hades y el castigo eterno» (Edit. «Las Buenas
Nuevas», Los Ángeles, 1961); Winter, D.: «El más allá» (Logoi, Miami, 1972).
Muerte - Diccionario Alfonso Lockward
El término hebreo mut se traduce como morir o ser ejecutado. Mavet es la m., en forma
personificada. La mayoría de las veces que se usa mut es para indicar la m. física de una persona
o un animal. Dios creó al hombre con una capacidad sin límite para la vida. La única condición
para mantenerse en ella era la obediencia a Dios (“... mas del árbol de la ciencia del bien y del
mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” [Heb 9:27).
la mitología cananea existía un dios llamado Mot, que era considerado el dios de la m. éste vivía
en constante lucha con •Baal, que era el dios de la fertilidad y de la lluvia. También en la cultura
mesopotámica se hablaba de un dios de la m., que trepaba las paredes y pasaba por las
ventanas para atacar a los niños y a las mujeres embarazadas. El AT no parece haber registrado
esta costumbre. Sin embargo, en algunos pasajes la m. es presentada en forma personificada (“El
Abadón y la muerte dijeron: Su fama hemos oído con nuestros oídos” [Sal 49:14]).
concepto de •inmortalidad no es una característica del AT. Pero el Señor Jesús “quitó la muerte y
sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (Sal 30:9]).
otra parte, la condenación del hombre a la m. por causa del pecado no se limita al aspecto físico.
El NT hace énfasis en que existe otra dimensión de la m., que es de carácter espiritual. La vida
viene de Dios. La separación de Dios es separación de la vida. El pecado es separación de Dios.
Por lo tanto, el ser humano, al pecar muere, no sólo materialmente, sino en su espíritu. La m.
espiritual precede a la material. Las Escrituras enseñan que los hombres sin Cristo están
“muertos en ... delitos y pecados” (Apo 20:14).
(I) EL FENOMENO. (A) Aunque el AT conoce evidentemente la pervivencia del hombre después
de la m. (la inmortalidad), sin embargo, nunca se presenta la m. en su esencia íntima como la
separación del alma y del cuerpo. El AT describe la m. del hombre y animales según la apariencia
externa, a base de la experiencia de que la vida se manifiesta en el aliento, como separación del
cuerpo (polvo, hebr. 'áfár) y el aliento (rúah, espíritu); cf. Sal 146,4 104,29 Job 12,10 Ecl 8,8 12,7.
A la vez, conforme a la observación de que la sangre es una necesidad vital y, al derramarse la
sangre, se derrama también o se pierde la vida, se dice en otro lugar que el asiento de la vida
esta en la sangre (Lev 17,11 Dt 12,32). Es verdad que en este contexto la palabra espíritu
(aliento) recibió frecuentemente un sentido amplio de vida o principio vital, de suerte que,
aplicado al hombre, se halla muy cerca de nuestro concepto de alma. Sin embargo, estos dos
conceptos no se superponen del todo; el rúah del hombre y del animal pertenecen a la misma
categoría (Ecl 3,19) y nunca se emplea rúah ni nefes para designar aquella parte del hombre que
sobrevive a la m. y baja al seol o reino de los muertos; Al modo como Dios, en expresión
antropomórfica, vivifica al hombre, soplándole en la nariz el hálito de vida (nismat hayyím: Gén
2,7), así Dios le retira al hombre (y al animal) el hálito de vida (aliento, rúah: Sal 146,4 104,29),
cuando estos mueren. Del rúah del hombre se dice entonces que el aliento vuelve a Dios que se
lo dio (Ecl 12,7).
(heb., maweth, gr. thanatos, nekros). Tanto el AT como el NT presentan la muerte como un
acontecimiento que le pertenece a nuestra existencia pecaminosa, pero también lo hacen en
relación al Dios viviente, el Creador, el Redentor. La muerte significa el fin de la vida humana en
la tierra (Psa 139:8).
La muerte también es la ausencia de una comunión espiritual con Dios (Eze 18:31-32).
La muerte es el resultado del pecado (Heb 2:15). Se enfatiza mucho la muerte de Jesús por los
pecados del mundo porque es su victoria sobre la muerte en la resurrección corporal.
Aquellos que no están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Rev 21:8), lo que significa la
separación eterna de Dios y de su pueblo redimido.
En la Biblia, se considera que la muerte es el castigo por el pecado. Gen 2,17; 3,2-4; Ex 10,17;
Sab 2,24; 1 Cor 15,26. En el antiguo testamento, morir es entrar en un mundo subterráneo y
oscuro, llamado sheol o lugares inferiores, situados debajo de la tierra. 1 Sam 2,6; Sal 89,49. Es
importante la dimensión humana de la muerte y las lecciones que nos da. Eclo 41,1-28. En el
nuevo testamento se transforma la visión del Antiguo. Al afirmar como verdad fundamental la
Resurrección de Cristo, se concluye la derrota de la muerte y la participación de los creyentes en
la Vida Nueva de Cristo. Rom 6,9-10. El cristiano vive una actitud fundamental de esperanza. Mat
4,16. La verdadera muerte es el pecado. Rom 8,6. Cristo invita a asumir una dinámica de
superación en que el pecado y la muerte son derrotados y se trabaja por un mundo totalmente
nuevo. Fil 2,5-11; Ap 21,4; 22,1-5
Muerte (heb. mâweth; gr. thánatos). La muerte entró en el mundo como consecuencia del
pecado (, 17; 3:19; ), y es un enemigo (). Todos los hombres deben morir (; ), pero todos volverán
a vivir (, 29; ). En la Biblia con frecuencia se llama a la muerte un sueño. De David, Salomón y
muchos otros reyes de Israel y de Judá se dice que duermen con sus padres (; 11:43; 14:20, 31;
15:8; ; 26:23; etc.). Job se refirió a la muerte como a un sueño (Job 7:21; 14:10-12), como
también lo hizo el salmista (), Jeremías (, 57) y Daniel (). En el NT, Cristo afirmó que la fallecida
hija de Jairo estaba durmiendo (; ). Se refirió a Lázaro muerto del mismo modo (-14). Pablo y
Pedro también llaman sueño a la muerte (, 52; -17; ). Muchos santos "que durmieron" se
levantaron de sus tumbas en ocasión de la resurrección de Cristo y "aparecieron a muchos" (,
53). Lucas, el autor de Hechos, describe la muerte de Esteban como el dormirse (). El sueño es
un símbolo adecuado de la muerte, como lo demuestra la siguiente comparación: 1. El sueño es
un estado de inconsciencia (, 6). 2. En el sueño el pensamiento consciente está dormido. "Sale su
aliento... en ese mismo día perecen sus pensamientos" (). 3. Con el sueño terminan todas las
actividades del día. "En el Seol [sepulcro], adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni
sabiduría" (). 4. El sueño nos separa de los que están despiertos y de sus actividades. "Y nunca
más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol" (v 6). 5. El sueño normal desactiva las
emociones. "Su amor y su odio y su envidia fenecieron ya" (v 6). 6. El sueño es transitorio y
supone un despertar. "Entonces llamarás, y yo te responderé" (Job 14:15). "Porque vendrá hora
cuando todos los que están en los sepucros oirán su voz; y... saldrán" (, 29). Véase Resurrección.
En el sueño de la muerte el aliento cesa (), el cuerpo físico se descompone y sus elementos se
mezclan con la tierra de donde procedió (; ), y el espíritu regresa a Dios, de donde vino (). Sin
embargo, el espíritu así separado del cuerpo no es un ente consciente. Es el carácter del hombre
lo que Dios conserva hasta la resurrección (-54; Job 19:25-27), de modo que todos los hombres
volverán a tener su mismo carácter (véase CBA 6:1092, 1093). En ocasión de la 2a venida de
Cristo los justos recibirán la inmortalidad, y al mismo tiempo serán revestidos de cuerpos
glorificados ( 25-49). Véase Espíritu. Entre el tiempo de la muerte y el de la resurrección se
representa a los muertos como durmiendo en el Seol ( ) o en el Hades (, 31). No están en el cielo
(vs 29, 34), porque no están con el Señor hasta la 2ª venida (-3). La Biblia menciona una 2ª
muerte (). La 1ª sobreviene a todos como resultado de la operación normal de los efectos
degenerativos del pecado; la 2ª muerte afecta sólo a los impenitentes al final de los 1.000 años
de Rev_20, cuando los malvados serán eternamente aniquilados (). En la conflagración final esta
tierra será purificada por fuego (). Con la destrucción de Satanás y de los impíos, la muerte
resultará destruida (; ). Véase Segunda muerte. Figuradamente, se describe a los pecadores
como "muertos en... delitos y pecados" (Ef. 2:1; cf ). A menos que el Espíritu Santo toque sus
corazones, son insensibles a todo lo espiritual. En , Pablo, invirtiendo la figura, se refiere a los
cristianos como muertos al pecado; ya no viven en él. Muerto, Mar. Véase Mar Muerto.
Cese de todas las funciones vitales; por lo tanto, lo contrario de la vida. (Dt 30:15, 19.) En la
Biblia, se aplican las mismas palabras del lenguaje original que se traducen “muerte” o “morir”
tanto al hombre como a los animales y plantas. (Ec 3:19; 9:5; Jn 12:24; Jud 12; Rev 16:3.) Sin
embargo, en el caso de los humanos y los animales, la Biblia muestra la función esencial de la
sangre en mantener la vida al decir que el “alma de la carne está en la sangre”. (Le 17:11, 14; Gé
4:8-11; 9:3, 4.) Tanto del hombre como de los animales se dice que ‘expiran’, esto es, ‘exhalan’ el
aliento de vida (heb. nisch·máth jai·yím). (Gé 7:21, 22; compárese con Gé 2:7.) Y las Escrituras
muestran que tanto en el hombre como en los animales la muerte sigue a la pérdida del espíritu
(fuerza activa) de vida (heb. rú·aj jai·yím). (Gé 6:17, nota; 7:15, 22; Ec 3:19; véase ESPÍRITU.)
Según la Biblia, ¿qué es la muerte?
Por qué mueren los humanos. La primera mención de la muerte en la Biblia aparece en Génesis
2:16, 17, cuando Dios le dio al primer hombre el mandato de no comer del árbol del
conocimiento de lo bueno y lo malo. La violación de aquel mandato traería como consecuencia
la muerte. (Véase NM, nota.) Sin embargo, en el caso de los animales, la muerte ya debía ser un
proceso natural, pues no se hace ninguna alusión a ellos cuando la Biblia relata cómo se
introdujo la muerte en la familia humana. (Compárese con 2Pe 2:12.) Por lo tanto, Adán
entendía la gravedad de la desobediencia, que, como le había advertido su padre celestial, se
castigaría con la pena de muerte, pena que sufrió por incurrir en ese pecado. (Gé 3:19; Snt 1:14,
15.) Con el tiempo, su pecado y el fruto de este, la muerte, se extendieron a toda la humanidad.
(Ro 5:12; 6:23.)
En ocasiones se recurre a ciertos textos para intentar probar que, al igual que los animales, el
hombre fue creado para morir con el tiempo; entre esos textos están la referencia a que la
duración de la vida del hombre es de unos ‘setenta u ochenta años’ (Sl 90:10) y el comentario
del apóstol acerca de que les “está reservado a los hombres morir una vez para siempre, pero
después de esto un juicio”. (Heb 9:27.) No obstante, estos textos se escribieron después de que
la muerte se introdujo en la humanidad, y se aplican a los humanos imperfectos y pecadores. La
impresionante longevidad de los hombres antediluvianos ha de considerarse como al menos un
reflejo del enorme potencial que posee el cuerpo humano, un potencial mucho mayor que el de
los animales, aunque se hallen en las circunstancias más favorables. (Gé 5:1-31.) Como ya ha
quedado demostrado, la Biblia no deja lugar a dudas, y relaciona la aparición de la muerte en la
familia humana con el pecado de Adán.
Puesto que el pecado ha apartado de Dios a la humanidad, se dice que toda se halla en
“esclavitud a la corrupción”. (Ro 8:21.) Tal esclavitud se debe al fruto corrupto que producen las
obras del pecado en el cuerpo, de modo que todos los que desobedecen a Dios están bajo el
dominio del pecado y son esclavos suyos “con la muerte en mira”. (Ro 6:12, 16, 19-21.) Se dice
que Satanás tiene “el medio para causar la muerte” (Heb 2:14, 15) y se le llama “homicida” (Jn
8:44), no necesariamente porque produzca la muerte de manera directa, sino porque lo hace al
servirse del engaño y la seducción al pecado, al inducir o fomentar el tipo de conducta que
produce corrupción y muerte (2Co 11:3), y al originar actitudes asesinas en la mente y corazón
de los hombres. (Jn 8:40-44, 59; 13:2; compárese con Snt 3:14-16; 4:1, 2.) Por lo tanto, no se
presenta a la muerte como un amigo del hombre, sino como su “enemigo”. (1Co 15:26.) Por lo
general, los que desean la muerte son las personas que están sufriendo un dolor tan extremo
que no pueden resistirlo. (Job 3:21, 22; 7:15; Rev 9:6.)
La condición de los muertos. La Palabra de Dios muestra que los muertos “no tienen conciencia
de nada en absoluto” y que la muerte es una condición de inactividad total. (Ec 9:5, 10; Sl 146:4.)
Se dice que los que mueren van al “polvo de la muerte” (Sl 22:15), y que “están impotentes en la
muerte”. (Pr 2:18; Isa 26:14.) En la muerte no hay mención de Dios ni se le alaba. (Sl 6:5; Isa
38:18, 19.) Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas la muerte se asemeja al sueño,
comparación que no solo es apropiada debido a la inconsciencia de los muertos, sino también
porque tienen la esperanza de despertar gracias a la resurrección. (Sl 13:3; Jn 11:11-14.) Al
resucitado Jesús se le llama “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. (1Co 15:20,
21; véanse HADES; SEOL.)
Mientras que los antiguos egipcios y otros pueblos paganos, especialmente los filósofos griegos,
creían en la inmortalidad del alma humana, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas dicen
que el alma (heb. né·fesch; gr. psy·kje) muere (Jue 16:30; Eze 18:4, 20; Rev 16:3), que necesita
que se la libre de la muerte (Jos 2:13; Sl 33:19; 56:13; 116:8; Snt 5:20) o, como sucede en el caso
de la profecía mesiánica concerniente a Jesucristo, que puede ‘derramarse hasta la mismísima
muerte’. (Isa 53:12; compárese con Mt 26:38.) El profeta Ezequiel condena a los que tramaban
“dar muerte a las almas que no deberían morir” y “conservar vivas a las almas que no deberían
vivir”. (Eze 13:19; véase ALMA.)
Por ello, en el Vocabulario Bíblico de la versión de Evaristo Martín Nieto (edición de 1974) se
comenta lo siguiente bajo el apartado “Antropología bíblica”: “Hay que evitar, ante todo, el
concepto nuestro, procedente de la filosofía griega, que considera al hombre como un ser
compuesto de dos sustancias —alma y cuerpo— distintas y bien definidas”. De igual manera,
Edmond Jacob, profesor de Antiguo Testamento de la universidad de Estrasburgo, señala que,
puesto que en las Escrituras Hebreas la vida se halla relacionada directamente con el alma (heb.
né·fesch), “es lógico que la muerte se represente en ocasiones como la desaparición de esta
né·fesch. (Gén. 35:18; I Reyes 17:21; Jer. 15:9; Jonás 4:3.) El que la né·fesch ‘salga’ debe
entenderse como una figura retórica, pues no continúa existiendo con independencia del
cuerpo, sino que muere junto con él. (Núm. 31:19; Jue. 16:30; Ezeq. 13:19.) Ningún texto bíblico
apoya la opinión de que el ‘alma’ se separa del cuerpo en el momento de morir”. (The
Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 802.)
Entre los que se benefician de ese ministerio se cuenta la gran muchedumbre, que tiene la
perspectiva de sobrevivir a la gran tribulación y disfrutar de vida eterna en una tierra
paradisiaca. Debido a que ejercen fe en el valor expiatorio del sacrificio de Jesús, también llegan
a hallarse en una condición limpia ante Dios. (1Jn 2:2; Rev 7:9, 14.)
Jesús dice que él mismo tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Rev 1:18), y las utiliza para
librar a aquellos de quienes la muerte ha hecho presa. (Jn 5:28, 29; Rev 20:13.) El hecho de que
Jehová Dios librase a Jesús del Hades “ha proporcionado a todos los hombres una garantía” del
venidero día de juicio de Dios, y asegura que habrá una resurrección para los que se hallan en el
Hades. (Hch 17:31; 1Co 15:20, 21.) De los que heredan el reino de Dios en inmortalidad se dice
que triunfan sobre la muerte mediante su resurrección, con lo que se vence el “aguijón” de esta.
(1Co 15:50, 54-56; compárese con Os 13:14; Rev 20:6.)
La destrucción de la muerte. Isaías 25:8 registra la profecía de que Dios “realmente se tragará a
la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo
rostro”. El aguijón que produce la muerte es el pecado (1Co 15:56), de modo que la muerte obra
en el cuerpo de todos los que tienen el pecado y la imperfección resultante. (Ro 7:13, 23, 24.)
Por lo tanto, para suprimir la muerte, es necesario eliminar lo que la causa: el pecado. Cuando se
haya erradicado el último vestigio de pecado de la humanidad obediente, la autoridad de la
muerte se habrá abolido, y la muerte misma será destruida, lo que se conseguirá durante el
reinado de Cristo. (1Co 15:24-26.) Por eso, la muerte, que sobrevino a la raza humana como
consecuencia de la transgresión de Adán, “no será más”. (Ro 5:12; Rev 21:3, 4.) Su destrucción se
asemeja de manera figurada a que se la arroje en un “lago de fuego”. (Rev 20:14; véase LAGO DE
FUEGO.)
Muerte segunda. El “lago de fuego” al que son arrojados la muerte, el Hades, la simbólica
“bestia salvaje” y el “falso profeta”, así como Satanás, sus demonios y los que se entregan a la
iniquidad en la Tierra, significa “la muerte segunda”. (Rev 20:10, 14, 15; 21:8; Mt 25:41.) Al
principio la muerte fue el resultado de la transgresión de Adán y por ella pasó a toda la
humanidad; por lo tanto, la “muerte segunda” debe ser distinta de esta muerte heredada. De los
textos citados se desprende que no hay liberación posible de la “muerte segunda”. La situación
de los que sufren la “muerte segunda” corresponde al resultado que se advierte en textos como
Hebreos 6:4-8; 10:26, 27 y Mateo 12:32. Por otro lado, aquellos de los que se dice que consiguen
la “corona de la vida” y tienen parte en la “primera resurrección” no se ven afectados por la
muerte segunda. (Rev 2:10, 11.) Los que han de reinar con Cristo reciben inmortalidad e
incorrupción, por lo que están más allá de la “autoridad” de la muerte segunda. (1Co 15:50-54;
Rev 20:6; compárese con Jn 8:51.)
Uso ilustrativo. Se personifica a la muerte como un ‘rey’ que gobierna a la humanidad desde el
tiempo de Adán (Ro 5:14) junto con el ‘Rey Pecado’. (Ro 6:12.) Se dice que estos reyes ejercen su
“ley” sobre aquellos que están bajo su dominio. (Ro 8:2.) Con la venida de Cristo y la provisión
del rescate, la bondad inmerecida empezó a ejercer un reino superior sobre aquellos que
aceptan el don de Dios, “con vida eterna en mira”. (Ro 5:15-17, 21.)
Aunque los hombres, desatendiendo los propósitos de Dios, pueden intentar hacer su propio
convenio o pacto con el Rey Muerte, este fracasará. (Isa 28:15, 18.) Se representa a la muerte
como un jinete que cabalga detrás de la guerra y el hambre, y causa una gran mortandad a los
habitantes de la Tierra. (Rev 6:8; compárese con Jer 9:21, 22.)
Se dice que los que están espiritualmente enfermos o angustiados están “llegando a las puertas
de la muerte” (Sl 107:17-20; compárese con Job 38:17 y Sl 9:13), y los que pasan por tales
“puertas” entran en la figurativa “casa de reunión para todo viviente” (Job 30:23; compárese con
2Sa 12:21-23), con sus “cuartos interiores” (Pr 7:27) y una capacidad que nunca llega a
satisfacerse. (Hab 2:5.) Los que van al Seol son como ovejas pastoreadas por la muerte. (Sl
49:14.)
Los “dolores de la muerte”. En Hechos 2:24 el apóstol Pedro dice que Jesús fue ‘desatado de los
dolores de la muerte, porque no era posible que él continuara retenido por ella’. La palabra
griega (o·dín) que se traduce aquí “dolores” se refiere en otros pasajes a los dolores de parto
(1Te 5:3), pero también puede significar agonía, dolor, calamidad o angustia en sentido general.
(Mt 24:8.) Además, los traductores de la Septuaginta griega tradujeron con ella la palabra hebrea
jé·vel en textos donde el significado evidente es “soga”. (2Sa 22:5, 6; Sl 18:4, 5.) Una palabra
hebrea de la misma familia significa “dolores de parto”, lo que ha llevado a algunos
comentaristas y lexicógrafos a la conclusión de que el término griego (o·dín) que Lucas usó en
Hechos 2:24 también tenía este doble sentido, al menos en el griego helénico de tiempos
apostólicos. Por eso, muchas traducciones leen en este versículo: “las ataduras [“ligaduras”,
AFEBE, CB, EMN, Sd; “lazos”, CI, Vi, 1977; “vínculos”, Ga] de la muerte” (FF, Mensajero, NBE, NC,
SA y otras). En numerosos textos el peligro de muerte se representa intentando atrapar en un
lazo a la persona amenazada (Pr 13:14; 14:27), con sogas que le rodean y le bajan a “las
circunstancias angustiosas del Seol”. (Sl 116:3.) Aunque los textos ya examinados muestran que
en la muerte no hay consciencia, y es obvio que Jesús no sufrió dolor literal mientras estuvo
muerto, no obstante se presenta la muerte como una experiencia amarga y angustiosa (1Sa
15:32; Sl 55:4; Ec 7:26), no solo por el dolor que normalmente la precede (Sl 73:4, 5), sino por la
pérdida de toda actividad y libertad que produce su paralizante agarro. De modo que es posible
que fuera en este sentido como la resurrección de Jesús le ‘desató’ de los “dolores de la muerte”
y le liberó de su angustioso agarro.