“Amigo, si usted no quiere morir con todos los huesos pelados y con
dolores insoportables tiene que ponerse desde ya a sembrar todo tipo
de árbol”, le indicó el brujo. Sucedió entonces que el hombre por
recomendaciones del hechicero, le pidió perdón al Gran Dios y San
Arbóreo y empezó a sembrar árboles y a cuidar y a proteger los
animales. Y sembró tantas matas que alrededor de su vivienda se
formó un bosque de todo tipo de plantas, donde revoloteaban variadas
aves de diferentes colores y de distintos y hermosos trinos, sobre lo
cual todo el mundo hablaba en aquel lugar de la antigua Grecia.
Pero, ¿por qué mi Dios hacen esto conmigo, que no tengo la culpa de
nada? ¿No hay castigo divino para tal delito? Como quisiera yo, mi
Señor, tener la facultad de defenderme y así poder evitar que me
causen tan punzantes heridas que me producen llantos silenciosos y
hasta mi savia poco a poco va goteando, sin poder reponer mi corteza
para no tener que sufrir tan terrible muerte.
Y para finalizar quise elevar mi voz pública, antes que mis hojas secas
rieguen mis últimas lágrimas en la tierra que me dio su protección y
sus nutrientes para sostenerme durante varios años; y decir que es
fundamental que las autoridades competentes tomen cartas en el
asunto en casos como el mío y en otros donde se aniquilan árboles sin
ser necesario su sacrificio, y más aún ahora cuando se plantea que
por el recalentamiento del ambiente, es imprescindible sembrar y
sembrar plantas para que la especie humana pueda sobrevivir. He
dicho y me despido de este mundo cruel”.
MORALEJA: El árbol es un ser viviente que debemos de querer y
respetar, porque también siente como nosotros.
EL TERRIBLE ESPANTO DEL GUATACARE
Cuéntase que en un pueblo de Mesopotamia, un leñador que, con el
fin de resguardar leña para todo el año, le dio por cortar no solo
árboles verdes, sino secarlos con la terrible idea de irle cortando la
corteza para que esto se fuesen muriendo poco a poco, lo cual no era
bien visto, pues para ese tiempo la concepción era que los leñadores
buscaran los palos para fuego en los árboles secos o en aquellos que
se comprobaban que estaban enfermos y se notaban que ya su
muerte era inminente.
Pero los niños no hacían caso, hasta que un día, casi llegando al
simbólico árbol, sintieron una lluvia de piedras y hasta observaron que
las ramas de la mata de mango se movían de un lado a otro y de ahí
salían las pedradas, lo cual los hizo huir despavoridos, para no volver
más nunca a tirarle piedras al árbol, sobre el cual nunca supieron que
éste había planeado su venganza, al guardar en sus ramas, varias
piedras tiradas por ellos, para emprender tan increíble acción.
Decíamos que fue triste nuestro final, porque bastante cuido nos
dieron nuestros dueños y nosotros se lo regresamos dándole sombra y
fresco al frente de su casa, y no sólo eso sino a todo aquel que
necesitaba guarecerse de los rayos del sol. Bajo nuestras sombras
estuvieron parranderos, curas, obispos y monaguillos, y nosotros nos
sentíamos orgullosos de protegerlos del radiante rey. Y aparte de eso
nuestros frutos servían de alimentos a paraulatas y tijeretas que
cantaban y revoloteaban dentro de nuestras ramas, por la alegría que
sentían con el sabor de nuestras frutas.
Pero eso, no era todo, pues más sentíamos alegría cuando niños
jugaban alegremente bajo nuestras sombras y daban vueltas por
nuestros troncos y a pesar de todo nunca nos dañaron, al contrario,
con sus manitas más bien nos acariciaban.
NOTA: Esta nota está basada en dos guayacanes que manos impías,
a través de quitarle la corteza y echarle una sustancia nociva, secaron
en la plaza de Tacarigua. El Ministerio del Ambiente tiene la palabra
para que investigue tales hechos.
¿POR QUÉ DEJAN QUE LAS PLANTAS MUERAN?
Pero para ir más lejos, mejor sería sembrar a los responsables hasta
la cintura en las avenidas y dejarlos ahí a sol, sin agua y sereno, y que
se mueran poco a poco. He dicho y chao con ustedes”.
Y hablando del popular fruto, hace unos años se planteó una polémica
de que Simón Bolívar no comió mango porque este fue introducido al
país después de su muerte.