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2017

Centro de Estudios Hemisféricos y y


sobre Estados Unidos

Danae Dovale de la Cruz

MÉXICO Y LA FIRMA DEL TRATADO DE LIBRE


COMERCIO DE AMÉRICA DEL NORTE: ANTECEDENTES Y
PROCESO DE NEGOCIACIÓN.
Trabajo Final de la Asignatura “Historia de América Latina y el
Caribe”
Introducción:

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), suscrito en


diciembre de 1992 por los Estados Unidos, Canadá y México, se inscribe dentro
de las organizaciones regionales de integración en el continente americano, y en
su esencia constituye un mecanismo de liberalización comercial para los países
que lo firman1.
A partir de la entrada en vigor del TLCAN, las relaciones entre México y EE.UU.
llegaron a alcanzar un nivel de integración sin precedentes, debido al aumento
considerable del volumen del comercio bilateral, el incremento de las inversiones
derivadas del comercio intrafirma, así como la integración de las cadenas de valor
en casi todos los segmentos fundamentales de la economía mexicana (textiles,
autopartes, turismo, petróleo y manufacturas de diversos tipos) A ello debe
añadirse la consiguiente eliminación de las barreras no arancelarias y el
otorgamiento del trato de nación más favorecida para ambos países. (Dovale,
2015)
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos
en enero de 2017 trajo consigo un cambio en la política comercial de ese país
hacia un enfoque proteccionista del cual no escapó el TLCAN. Es así como luego
de fuertes declaraciones del presidente estadounidense amenazando su retirada
del tratado, finalmente los tres países involucrados (Estados Unidos, México y
Canadá) acordaron modernizarlo en lugar de eliminarlo. Aunque se espera que
este proceso de renegociación pueda concluir en el primer semestre del 2018, las
interrupciones derivadas de puntos controversiales planteados por Estados Unidos
(temas relacionados con aspectos laborales, la solución de controversias y
amenazas de mayores aranceles a productos mexicanos y canadienses) ha
ocasionado hermetismo y falta de consenso entre los tres países, así como la
inexistencia de un documento tripartita como resultado de las negociaciones.
En este complejo proceso, México podría considerarse el más perjudicado, debido
a que en el marco de este tratado, su intercambio comercial de bienes depende en
un 80% de Estados Unidos.2 Asimismo, la intención de Trump de que grandes

1
Entre los aspectos sustantivos del TLCAN se cuentan, el acceso a mercados con concesiones arancelarias
preferenciales, la apertura a la inversión extranjera tanto directa como de cartera y la eliminación de
restricciones a la libre movilidad del capital. Asimismo, otro aspecto importante es el referente a las reglas
de propiedad intelectual, así como los mecanismos de resolución de disputas, este último considerado como
uno de los grandes aportes del tratado.

2
En términos comerciales, Estados Unidos es el primer destino de las exportaciones mexicanas y Canadá el
segundo; al tiempo que México es un importante destino de las exportaciones de estos países: tercero para
EUA y quinto para Canadá. Estos dos países son además fuentes de Inversión Extranjera Directa claves para
México (primera y cuarta fuente, respectivamente). (Saltalamacchia, 2017).
transnacionales norteamericanas, incluido el sector automotriz, tengan que pagar
altos impuestos a fin de obligarlas a retornar e invertir en ese país, ha conllevado a
la cancelación de importantes inversiones, como fue el caso de las empresas Ford
y General Motors en el año 2017.
El presente trabajo tiene como objetivo general identificar los antecedentes
históricos que marcaron las relaciones económicas entre México y Estados Unidos
y particularmente, el proceso de negociación y firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. Para ello, se describirán los tratados comerciales
bilaterales firmados a partir de la propia independencia mexicana y su aplicación
según el contexto histórico, para luego particularizar con el proceso de
negociación y firma del TLCAN.
Antecedentes del TLCAN:
La inserción de México en el sistema internacional como nación independiente a
partir de 1821, estuvo marcada por la gran deuda que la hacienda pública
mexicana contrajo con las potencias europeas y los EEUU en su guerra de
independencia.

La precaria situación económica mexicana derivó en una constante intromisión de


potencias como Gran Bretaña, Francia y España en los asuntos internos de la
joven nación; así como por la permanencia de compañías estadounidenses en
suelo mexicano. En 1829 España llevó a cabo el intento de invasión de Barradas y
en 1838 México entró en guerra con Francia a causa de las reclamaciones de
súbditos franceses ante los perjuicios padecidos durante la lucha de la
Independencia mexicana. (Avella Alaminos, 2008) Por su parte Gran Bretaña,
interesada en la plata y el mercado mexicano, reconoció a la nación mexicana en
1825 y en 1826 firmó un Tratado de Amistad y Comercio.

Lo anterior no resultaba nada conveniente para los Estados Unidos, que en 1823
recién proclamaba la denominada “Doctrina Monroe” o “América para los
Americanos”. De ahí que los primeros intentos de institucionalizar las relaciones
económicas entre México y la Unión Americana se realizaran a propuesta del
segundo en el año 1825, cuando inician las conversaciones oficiales para la firma
de un tratado comercial entre ambos países. Para los Estados Unidos, dos puntos
de conflicto fueron la inclusión de la cláusula de la nación más favorecida 3 y la
intención de México de dar más prebendas a los países sudamericanos que a su
contraparte estadounidense. Paralelamente José Manuel Zozaya, en aquel
entonces embajador de México en los Estados Unidos, señaló dos inconvenientes

3
Esta cláusula estipulaba que un país signatario debía brindar al otro contratante todas las reducciones de tarifa que concediese a
terceras naciones no asociadas, garantizando así las menores tarifas posibles para las exportaciones de los países suscriptor es y la
eliminación de la discriminación comercial. (Avella Alaminos, 2002)
de un posible acuerdo bilateral: su redacción en función de las leyes
estadounidenses y el hecho de que México no contara con una marina mercante
propia, lo que impediría la reciprocidad comercial. (Avella Alaminos, 2008)

El “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” fue aprobado el 1931 luego de


que se arribara a un consenso en las discusiones, incluyéndose la cláusula de la
nación más favorecida, el compromiso de México de brindar protección militar a
las caravanas que viajaran de Missouri a Santa Fe y la venia, también por parte de
México, para entregar a esclavos y fugitivos que hubiesen entrado en su territorio.
(Avella Alaminos, 2008) El tratado fue ratificado en Washington el 5 de abril de
1835, aunque su puesta en práctica enfrentó grandes dificultades pues coincidió
con la disputa mexicano- estadounidense por el territorio de Texas y la posterior
ruptura de relaciones diplomáticas que conllevaron al deterioro de la relación
comercial. El tratado fue finalmente suspendido en el año 1880.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876- 1911) y con el pretexto de salir de la


deuda, México se inserta en la economía internacional como exportador de
materias primas agrícolas y minerales. De igual modo, el país se abrió a la
penetración de la inversión extranjera, se fomentó el trazado ferroviario para
facilitar el intercambio comercial con los EEUU y se establecieron las bases de
una tímida industrialización. A pesar del desarrollo económico que se produjo, éste
fue desigual y “…benefició sólo a algunos sectores, regiones y grupos” (Escalante
Gonzalbo, 2006).

“En 1882, los gobiernos de los dos países, por iniciativa del segundo, comenzaron
a negociar un nuevo acuerdo comercial, que se suscribió en enero de 1883. A
diferencia del primero, el nuevo tratado antepuso en importancia la reciprocidad a
la cláusula de la nación más favorecida, e hizo a un lado los derechos mercantiles
de los extranjeros y el tema de los privilegios consulares. Asimismo, el texto
dejaba fuera a los sectores productivos más relevantes de México -los granos
básicos y los productos textiles-, de tal suerte que no los perjudicaba, y, desde la
óptica mexicana, constituía la oportunidad de incrementar las exportaciones hacia
Estados Unidos”. (Avella Alaminos, 2008) Sin embargo, propio del proteccionismo
que caracterizó la política comercial de Estados Unidos durante el siglo XIX
(Avella Alaminos, 2008) el senado estadounidense se negó a discutir la legislación
necesaria para que entrara en vigor el convenio, de manera que éste quedó
congelado.
“No obstante la ausencia de un acuerdo formal, los vínculos entre los Estados
Unidos y México se estrecharon cada vez más en el largo plazo, pese a que hubo
momentos de contracción. Durante el Porfiriato, las exportaciones y las
importaciones de los Estados Unidos hacia México aumentaron de manera
importante; en efecto, entre 1880 y 1909 la tasa promedio de crecimiento decenal
de las exportaciones mexicanas hacia la Unión Americana fue de 6.1% -contra -
0.7% entre 1870 y 1879-, y la de las importaciones fue de 5.6%, contra 1.9% en la
década de 1870.” (Avella Alaminos, 2008)

El estallido de la Segunda Guerra Mundial propició el restablecimiento definitivo de


la normalidad en las relaciones entre México y los Estados Unidos, lo que
cristalizó en la firma de un conjunto de convenios en el curso de 1941 y 1942,
siendo uno de ellos un nuevo acuerdo comercial de carácter general.

Dicho tratado se firmó en diciembre de 1942 y entró en vigor el 30 de enero de


1943, en principio por tres años. “Por primera vez, un acuerdo de esta naturaleza
con los Estados Unidos superó con éxito no sólo la barrera de las negociaciones y
las ratificaciones, sino que pudo llevarse a la práctica sin grandes tropiezos,
gracias, paradójicamente, al contexto bélico internacional.” (Avella Alaminos,
2008)

El convenio formó parte de una serie de acuerdos que los Estados Unidos
suscribieron con varios países latinoamericanos a lo largo de 1942 con el
propósito de asegurar la cooperación hemisférica frente al bloque del Eje. Los
Estados Unidos, además de garantizarse el abastecimiento de ciertos artículos
durante la conflagración, aseguraron que dichos bienes no se vendiesen a las
potencias enemigas. México, por su parte, aprovechó el acuerdo para sacar un
mayor provecho de la ventaja natural que representaba el hecho de contar con
una frontera terrestre con la Unión Americana, colocar mercancías cuyos
mercados tradicionales se hallaban bloqueados (por ejemplo petróleo) y adquirir
bienes de carácter estratégico para su economía y de difícil adquisición en
aquellos tiempos bélicos, como maquinaria. Sin embargo, una vez concluida la
guerra, desde 1948 los Estados Unidos empezaron a gestionar la modificación del
acuerdo con México, en gran medida motivado por la prioridad que otorgó a
recuperación de Europa y a la contención de la expansión soviética, en detrimento
de sus vínculos con Latinoamérica. (Avella Alaminos, 2008)

La Segunda Guerra Mundial dio un gran impulso a la economía latinoamericana,


valorizando sus exportaciones y permitiendo la creación de reservas en oro y
divisas (Guerra Vilaboy, 2015). Durante la posguerra se llevó adelante el proyecto
de industrialización más conocido por sus siglas ISI (Modelo de Industrialización
por Sustitución de Importaciones), estrategia concebida con el propósito de
desarrollar la industria nacional mediante el reemplazo de los bienes importados
por bienes producidos localmente; así como disminuir las dependencias del sector
externo en cuanto a las exportaciones.
En el caso de México, durante la gestión del presidente Lázaro Cárdenas (1934-
1940) se transformó radicalmente la política económica de México. Además de
nacionalizar la industria petrolera hizo lo propio en 1937 con los ferrocarriles, al
tiempo que se desarrollaron las comunicaciones, las obras de de irrigación o se
emprendía la reforma agraria. “A modo de ejemplo, entre 1936 y 1937, el
presupuesto federal destinado al gasto económico aumentó más del 40% (…) Por
tanto, el papel del Estado fue central como instrumento del desarrollo económico
independiente.” (Tirado Sánchez, 2007)

Sin embargo, la paulatina recuperación de los mercados internacionales una vez


concluida la Segunda Guerra Mundial, provocó que a partir de los años 1952 y
1953 iniciara una nueva y profunda crisis de la economía latinoamericana,
producto a la caída de los precios de las materias primas, el deterioro de los
términos de intercambio y el escaso desarrollo de las fuerzas productivas. “La
única alternativa para mantener la expansión industrial, en un momento de
acelerada concentración monopolista de la economía, dependía de la capacidad
de la burguesía de América Latina para asociarse al capital foráneo. Para lograrlo,
era necesario abandonar la política nacionalista que auspiciaban los llamados
regímenes populistas o nacionalistas burgueses. Esta solución condujo a un
mayor desarrollo de una nueva modalidad: la penetración del capital foráneo (las
«inversiones mixtas»), que permitió dominar «por dentro» la economía
latinoamericana e impulsar el proceso de monopolización”. (Guerra Vilaboy, 2015).
A ello no escapa México, cuya política económica va paulatinamente transitando
hacia la lógica capitalista neoliberal.

El tránsito de México al neoliberalismo. Negociación y firma del TLCAN.


La década de 1980 sorprendió a México con grandes dificultades económicas
provocadas por la crisis financiera internacional, la caída de los precios del
petróleo y la crisis de la deuda mexicana. Esta es considerada por numerosos
autores “la década perdida para el desarrollo”, y estuvo caracterizada por el
aumento considerable de la deuda externa, el empobrecimiento de la clase media
y la desvalorización del peso. En estos años el PIB de México apenas creció en un
0,3% contra una inflación promedio anual de 84,5% (Anguiano Roch, 2007), lo que
conllevó a la pérdida de la posición económica y comercial internacional del país y
a la búsqueda de nuevas alternativas para salir de la crisis, entre ellas, la
exportación de manufacturas.
En esta década, correspondiente al sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988),
México comenzó una serie de acelerados cambios destinados a liberalizar una
economía tradicionalmente acostumbrada al intervencionismo del Estado. El
proteccionismo inherente al modelo de desarrollo por sustitución de importaciones
fue dando paso a la apertura característica del desarrollo guiado por las
exportaciones y en el caso de la nación azteca, un acercamiento cada vez mayor
a EE.UU y a sus posturas neoliberales. Más allá de que el modelo de sustitución
de importaciones fuera ya insostenible, el aislacionismo económico mexicano
había comenzado a ser un problema en sus tratos comerciales con Estados
Unidos, mercado que concentraba (y lo sigue haciendo) el grueso de su comercio
internacional4.
El desmontaje del Modelo ISI y su sustitución por un estado de corte neoliberal
significó, en primer lugar, la adopción del Consenso de Washington (CW) México
siguió disciplinadamente el paquete de ajuste estructural, priorizando la
privatización de las empresas públicas, la reducción del gasto público y la
reorientación de los gastos sociales. (Alfonso Cuevas, 2015)
“En agosto de 1986 México suscribió el Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio (GATT). Esta tendencia cristalizó en los años siguientes cuando se
sistematizó la nueva política y se transformó una parte de la estructura económica
del país para abrirla al exterior; esos principios en política económica se
mantienen hasta hoy: inserción de la economía del país en el contexto
internacional como productor de manufacturas, a través de una serie de medidas
tendientes a bajar a un máximo la participación estatal en la economía, y la
construcción de un marco institucional mediante tratados de libre comercio con
diferentes países” (Cornejo, 2012).
El neoliberalismo se extiende por el entramado social mexicano por múltiples vías.
La privatización de empresas públicas, la consigna de exportar y estimular la
Inversión Extranjera Directa (IED), la necesidad de la competitividad laboral y la
supremacía del mercado en todas las esferas de la vida social van condicionando
las bases necesarias para afianzar al neoliberalismo en la nación mexicana. “Visto
este modelo no solo como un paquete de medidas económicas para enfrentar la
crisis que ha generado un estado ineficiente, sino como componente estratégico
del sistema de dominación de los Estados Unidos sobre América Latina y en el
cual el TLCAN inicia la era de los tratados de libre comercio.” (Alfonso Cuevas,
2015).

4
Por ejemplo, como México no era signatario del Acuerdo General de Aranceles y Comercio
(GATT, por sus siglas en inglés), no tenía el derecho a la“prueba de daño”4, situación que provocó
muchas pérdidas para los exportadores mexicanos. En una disputa comercial, la “prueba de daño”
se refiere a que el demandante debe demostrar que la acusación de comercio desleal que
presenta afecta directamente a sus negocios, para que la demanda pueda proceder y se pueda
castigar al demandado. Al no contar México con este derecho, muchos exportadores fueron
víctimas de acusaciones poco fundadas y de la vaguedad en la legislación estadounidense en
materia de antidumping y aranceles compensatorios. (Centro de Estudios Internacionales Gilberto
Bosques, 2014)
Para entonces, Canadá llevaba la ventaja en la relación comercial con EEUU, en
vista de que en 1986 había comenzado la negociación de un acuerdo de libre
comercio entre ambos países. El 3 de octubre de 1987, Estados Unidos y Canadá
firmaron su Acuerdo de Libre Comercio (ALC), que entró en vigor el primer día de
1989. Según Villarreal y Ferguson (Centro de Estudios Internacionales Gilberto
Bosques, 2014) se trató del acuerdo de libre comercio más comprehensivo que se
hubiera firmado hasta esa fecha en el mundo.
En tal escenario, el curso de acción para México era claro: debía buscar una
asociación parecida con Washington. Por un lado, para evitar que Canadá ganara
demasiado margen de preferencia ante Estados Unidos; por otro, para sortear las
políticas proteccionistas que, a finales de la década de los ochenta, EE. UU. había
puesto en práctica. Desde el punto de vista político, para el México de Carlos
Salinas de Gortari (1988- 1994), el TLCAN representaba el gran éxito de su
política exterior y su clara incorporación al club de los países desarrollados.
Hacia 1991, después de pláticas preliminares entre el secretario de comercio
mexicano Jaime Serra, y la representante comercial estadounidense Carla Hills,
comenzaron las negociaciones entre ambos países, a las cuales posteriormente
se adhirió Canadá, donde se le dio forma al TLCAN. En este sentido, coincidimos
con Sánchez Ortiz (2014), en que las motivaciones de Canadá para insertarse en
el TLCAN fueron fundamentalmente defensivas. Por un lado, se planteaba la
necesidad de preservar el Tratado de Libre Comercio suscrito anteriormente con
los EE.UU.; y por otro, el acuerdo significaba diversificar sus socios comerciales y
establecer una nueva política, no solamente hacia México sino hacia toda América
Latina, a un mínimo costo político.
Desde la perspectiva de EE.UU., ya desde la década de los 70 se venía
observando cierto retroceso de su hegemonía económica, con el fracaso de los
acuerdos de Breton Woods y el ascenso de otras potencias económicas como
Japón y las Nuevas Economías Industrializadas en Asia, las cuales no ofrecían
todas las preferencias comerciales y económicas que EE.UU. demandaba. De
este modo, se plantea la necesidad de considerar nuevos mercados para sus
productos, al igual que el desarrollo de una nueva agenda de política internacional.
En este sentido, por medio del TLCAN han podido tratarse otros temas como la
lucha contra el narcotráfico, la conservación del medio ambiente, las migraciones y
derechos humanos, donde México juega un rol destacado.
Finalmente en diciembre de 1992 se firmó el instrumento, el cual entró en vigor el
1ro de enero de 1994 luego de ser ratificado por los parlamentos de los tres
países involucrados. “El proceso de aprobación en Estados Unidos fue
sumamente complicado en vista de una opinión, entonces muy popular (que en
última instancia resultó errónea), según la cual el acuerdo motivaría una fuga
masiva de empresas estadounidenses hacia México en vista de los menores
costos laborales y las regulaciones ambientales laxas. Al final, para poder
conseguir la mayoría necesaria en el Congreso estadounidense, Clinton presionó
a sus socios -particularmente a México- para negociar paralelamente dos
acuerdos: uno en materia ambiental; otro sobre los derechos de los trabajadores,
para así calmar a las voces opositoras. Los resultados fueron el Acuerdo de
Norteamérica para la Cooperación Laboral (NAALC, por sus siglas en inglés) y el
Acuerdo de Norteamérica para la Cooperación Ambiental (NAAEC, por sus siglas
en inglés), que entraron en vigor el mismo 1 de enero de 1994.” (Centro de
Estudios Internacionales Gilberto Bosques, 2014)
Con la firma de este tratado “los gobiernos, tanto de México como de Estados
Unidos, empezaron a mostrar mayor interés en su vecino, respectivamente.
Durante las negociaciones el gobierno mexicano envió diplomáticos para tratar de
ganar las voluntades de los congresistas de Estados Unidos, asistieron a los
centros de toma de decisiones y hablaron con actores políticos claves para así
poder llevar a cabo el TLCAN. Por su parte Estados Unidos facilitó la negociación
por medio de una asociación política y económica. (…) También se fortalecieron
los mecanismos de consulta que ya existían y se crearon nuevos. Este nuevo
panorama trajo un diálogo mucho más activo entre los distintos actores de los
Estados, creando diversas fuentes de interacción a diferentes niveles. (Campos &
Fernández de Castro, 1998).

Asimismo, puede decirse que el TLCAN fue mucho más que un acuerdo
comercial, pues constituyo el primer acuerdo que estableció reglas sobre la
inversión extranjera, la propiedad intelectual, la posibilidad de producir acuerdos
paralelos sobre derecho laboral y también al derecho ambiental relacionado al
comercio. En aquel momento, no existían tratados que abordasen así los temas,
pues en general lo que se buscaba era reducir las tarifas a la importación para
incrementar la competencia en los mercados internos. (Arès, 2015)

En el plano político, la implementación del TLCAN ha posibilitado a los Estados


Unidos fortalecer su agenda de seguridad y apuntalar sus posiciones en el ámbito
multilateral. La prevalencia del poder económico de este país, que funciona como
el pivote central del acuerdo alrededor del cual tributan los otros dos socios, ha
contribuido al plegamiento de México y Canadá a sus intereses, en ocasiones en
detrimento de sus respectivas agendas bilaterales. El ejemplo más reciente de ello
fue la abstención de ambos países a la resolución de la Asamblea General de las
Naciones Unidas (AGNU) que rechaza la decisión de Estados Unidos de
reconocer a Jerusalén como capital de Israel, actitud que no es acorde a la
posición de ambos favorable a Palestina.
Conclusiones:

Si bien el TLCAN constituyó el paso definitivo para que las economías mexicana y
estadounidense se integraran en un nivel sin precedentes, existe una larga historia
de negociaciones comerciales entre ambos países, donde puede observarse que
existieron divergencias que imposibilitaron su aplicación en el caso de los tratados
de 1831 y 1882; y una mayor durabilidad en el caso del tratado de 1942.

La suscripción de acuerdos comerciales bilaterales ha estado determinada por la


coyuntura histórica internacional y por los intereses de Estados Unidos en la
región. En particular en el caso de México, el acuerdo de 1831 estuvo motivado
por la presencia y el avance del capital foráneo (británico y francés principalmente)
que no estaba en correspondencia con la Doctrina Monroe de los Estados Unidos;
el tratado de 1942 se basó en la preocupación por mantener el control económico
del país (y de América Latina en general) durante la segunda Guerra Mundial;
mientras que el TLCAN posibilitó consolidar su presencia en el mercado mexicano
e igualmente fortalecer su agenda de seguridad en Centroamérica.

La relación de compromiso entre el Estado mexicano, la oligarquía mexicana y las


élites de poder estadounidense fue configurando la creciente dominación de
Estados Unidos en el escenario económico-social de México, lo que unido a la
adopción del neoliberalismo, generó el tránsito económico-social de un modelo de
país que privilegió lo interno, lo nacional, a otro que lo desestima.

El TLCAN se promovió para generar crecimiento, distribución del ingreso y


recuperar el poder adquisitivo que la sociedad mexicana había perdido desde los
años setenta. Sin embargo, las estrategias utilizadas no rindieron dichos frutos;
sus mecanismos e instrumentación contrajeron la economía, el poder adquisitivo y
concentraron más el ingreso y la riqueza. A los Estados Unidos sí le ha resultado
provechoso en el entendido de que ha podido articular su estrategia de
dominación en América Latina y el Caribe, particularmente en Centroamérica, a
partir de la utilización de México como interlocutor clave, y la aplicación de otras
iniciativas como la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del
Norte (ASPAN), el Proyecto Mesoamérica, la Alianza del Pacífico y la Iniciativa
Mérida.
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