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Agárrate a tu palmera

Agárrate a tu palmera y no la sueltes, que no hay temporal que dure cien años

Emen.- El país está en crisis. La velocidad del colapso parece semejar a los efectos destructivos de un
huracán. En estas circunstancias todo esfuerzo parece irrelevante. Y el entorno contextual, el inmediato,
no ayuda demasiado. El salario no es suficiente, las relaciones laborales están estresadas, opera dentro
de los grupos de trabajo un “sálvese quien pueda” que es corrosivo y perturbador, y para colmo, la oferta
de bienes y servicios es escasa. La respuesta a casi todas las preguntas tiene dos variantes, igualmente
catastróficas, o te anuncian que “no hay” eso que estás buscando, o te enteras “que se fue” el que hasta
hace poco atendía cualquiera de tus asuntos. Nadie escapa al abrir un correo donde te informan que
nuevamente deben aumentar la matrícula escolar, y que deben hacerla para el próximo mes, y
seguramente, más de una vez has pasado por el restaurante que antes frecuentabas y que ahora mismo
luce inalcanzable. Te sabes empobrecido.

En el trabajo siguen reduciendo personal, anoche se fue de nuevo la luz en tu casa, debes meter el carro
en el taller para resolver un defecto mecánico que amenaza con dejarte varado, sabes que eso cuesta
plata, y por eso mismo cruzas los dedos apostando a que ninkedes apagar. Te distraes un instante,
porque pasan cinco guacamayas que trastocan los azules de tu horizonte, y en el mejor y más extático
momento llama tu mamá para anunciarte asustada la nueva cota que ha alcanzado DolarToday. Cierras
los ojos y sientes como los vientos se van acelerando, el cielo luce absolutamente gris, y el aguacero cae
con toda su fuerza sobre tu cara y tu cuerpo, totalmente empapados. Dios mío, ¿Por qué me has
abandonado? Es un grito que sale de tu boca, como si fueras el mismo Cristo clavado en el Gólgota.

¿Qué hacer? Hay un dicho popular que asegura que lo único que no tiene remedio es la muerte.
Mientras haya vida, hay posibilidad de seguir jugando, con la seguridad adicional de que todo pasa,
incluso la circunstancia más penosa y el dolor del duelo más profundo. Por lo tanto, en la adversidad
corresponde mantener en alto nuestra perseverancia. Cada vez que te sientas devastado, recuerda, vives
tiempos buenos para mantenerte firme y constante en tu manera de ser y de obrar. San Ignacio
recomendaba “en épocas de conmoción, mejor no hacer mudanzas”. Dicho de otra forma, cuando la
situación está tan difícil que a veces luce insoportable, “agárrate a tu palmera”.

No debemos dejarnos agobiar. Debemos hacer lo posible para no darnos por vencidos. ¿Cómo lograrlo a
pesar de un entorno tan hostil? ¿Cómo aguantar esta arremetida tan brutal? Mantén el foco en lo
importante, reencuentra tu mirada con la esencia de tu felicidad, y encuentra las razones que hacen
valiosa tu vida. Cada uno puede hacer su propio inventario. Cuando se trata de sobrevivir, y de eso se
trata, hay que mantener la cabeza despejada, porque se deben tomar decisiones cruciales, y ese tipo de
decisiones no pueden ser asumidas desde la desbandada de emociones extremas, tales como el miedo y
la rabia. ¿Qué ganas, qué pierdes? Debe ser una pregunta siempre presente en cada paso que des. Si te
sueltas de la palmera te puede llevar la ventolera.

La cabeza tiene que concentrarse en mantener el propósito esencial: ser todo lo eficaz posible para
seguir cuidando los aspectos valiosos de tu vida. ¿Cómo sobrevivir? Nadie que esté deprimido lo puede
lograr. Hay que aprender a ser adaptable, flexible, sencillo y muy humilde. Son tiempos buenos para
aceptar ayuda, para congregar esfuerzos, para compartir las angustias y también para organizar
soluciones contingentes. Por eso la familia, los amigos y todo el capital relacional que hayas acopiado
asume un valor capital para estos tiempos. La empresa en la que trabajas comienza, por lo tanto, a ser
clave. Son tiempos en los que los jefes van a demostrar su buen talante en la medida que son exigentes a
la par que compasivos.

Cuida de ti mismo. Te puedes sentir sofocado. No dudes tampoco que te vas a sentir maltratado. Los
tiempos de la escasez demuestran la verdadera esencia del ser humano. Tal vez no te guste, pero es un
aprendizaje valioso, no para acumular resentimientos sino para incorporar al carácter el verdadero
significado de la fortaleza: resistir cuando los otros han cedido; seguir creyendo cuando los otros dudan;
rebelarnos cuando los otros se han entregado, y habernos mantenido puros cuando los otros se han
prostituido. Augusto Mijares definía de esta forma al héroe encarnado en muchos venezolanos. En eso
consiste el protegerse: Inmunizarse contra la infamia, hacer siempre lo correcto, administrar las fuerzas,
saber cuales batallas se tienen que dar, y reconocer que todo tiene un límite. Aprende a disfrutar de las
pequeñas cosas que en realidad son las grandes. Contempla lo que está a tu alrededor a nivel de detalle
y aprende a sacar buenos saldos. Lo positivo esta allí, donde tú solo sabes, resistiendo porque tú resistes,
aguantando porque tú aguantas, sonriendo porque tú sonríes y construyendo su propia vida desde las
lecciones que tú estas legando. Cuida que tu conducta pueda ser narrada como una historia excepcional.

Epícteto, filósofo estoico del primer siglo de nuestra era, nos heredó un concepto minimalista de la
felicidad y la libertad: Todo reside en comprender que algunas cosas están bajo nuestro control y otras
no. Sólo si sabemos diferenciar unas cosas de otras serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia
exterior. Concéntrate en lo que puedas resolver. Es eficaz quién consigue realizar aquello que desea.
Agarrarse a la palmera significa resistir porque algo valioso es tu propósito trascendente. ¿Tú crees que
esto va a durar eternamente? Eso es imposible. Pero tampoco es lo más importante. Son tiempos de
concatenar cada segundo que vivamos viviendo cada día con intensidad. La eficacia también habla de
una disposición para la acción: No solo se trata de sobrevivir. También hay que hacer todo lo que esté en
nuestras manos para que pase pronto. Trabaja mejor que nunca y asume la responsabilidad de ser
ciudadano como nunca.

Los malos tiempos obnubilan. El mal convertido en crisis desarma a los menos precavidos de la
imaginación y el ingenio. Siempre se puede ser feliz. Siempre se puede tomar una buena decisión.
Siempre se puede ser compasivo. Siempre se puede ser productivo. Siempre se pueden conseguir
razones para estar orgullosos. Siempre se pueden conseguir argumentos para la esperanza. Siempre se
puede seguir luchando. Pablo, el gran apóstol de los gentiles, a quien debemos el consuelo de vivir como
cristianos, respondió en su epístola a los romanos, capítulo 12, la carcomida pregunta ¿y tú que
propones? Seguramente también se la hicieron a él. La respuesta es portentosa, pero no espectacular:
Tienes el deber de hacer lo que efectivamente sabes hacer. Todos somos parte del mismo país, corriendo
la misma suerte, llenos de interrogantes y de mutuos reproches. De eso no se trata. Cada uno tiene sus
dones. El deber es usarlos intensamente. Si tu don es el de profecía, tienes que plantarte en medio de la
gente para decir la verdad. Si tu don es el de saber prestar servicio de calidad, entonces tienes que servir
con la mejor aptitud imaginable. El que enseña, debe realizarse en la enseñanza. El que exhorta, que
colabore en la exhortación; el que reparte, que lo haga con justicia y liberalidad; el que preside, que
dirija con solicitud y sin prepotencia; el que hace misericordia, que la practique con alegría. Que el amor
sea genuino y que el repudio por lo malo se haga sin atenuantes. Las cosas que se deban hacer, que se
hagan con diligencia y fervor. Practica la esperanza con gozo y el sufrimiento con modestia y pudor.
Mantén constancia en la oración; comparte con generosidad y se espléndido en la hospitalidad. Rían con
los que están alegres y lloren con los que tienen razones para llorar. No pierdan el tiempo en maldecir al
mal y a quienes lo hacen. Ellos ya están malditos. Abandonen la arrogancia, practiquen la humildad y
tengan siempre los oídos atentos al prójimo. No practiquen la venganza, hagan el bien en la medida de lo
posible, no guarden rencor y dejen todo lo demás en manos de quien dijo: Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor. Esto es todo lo que se te pide.

Aún en estas terribles circunstancias hay mucho que se puede hacer. No te des por vencido, agárrate a tu
palmera, y vive un día a la vez, sin olvidar que tienes propósito, que eres valioso y valiente, y que otros te
están mirando para aprender de ti. Agárrate a tu palmera y no la sueltes, que no hay temporal que dure
cien años.

Víctor Maldonado C.

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