Silvia Cislaghi
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Basándose en Lacan y en otros autores, presenta otra versión del duelo
basada en considerarlo un “acto”, acto que conlleva un sacrificio. En ese
sentido, el que finaliza un duelo estaría en posición de erastés, de deseante. Le
han sustraído un “trozo de sí”. Uno está de duelo por alguien que al morir se
lleva consigo un “pequeño trozo de sí”. Ese trozo de sí tiene pertenencia
indeterminada (como el objeto transicional), al menos hasta el acto de
cedérselo al muerto. Acto que pone término al duelo.
Es en el Seminario de “El deseo y su interpretación”, y particularmente
basándose en Hamlet que Lacan trabaja más a fondo esta cuestión. Luego lo
retomará en el de “La Angustia”. Pero lo principal es que es el ternario RSI el
que le permite a Lacan aclarar y resolver los escollos en los que había quedado
el tema antes de él. Allí no refuta directamente la teoría freudiana sobre el
duelo, sino que aduce que antes de la introyección del objeto perdido habría
una condición previa, y es que se haya constituído el objeto. El objeto perdido,
no como resultado de la acción de la prueba de realidad, sino de otra
operación. Operación que todos los duelos reactualizarán.
Es así que Lacan plantea una “función subjetivante del duelo”. Este es el
punto clave de su elaboración. Por eso, es la escena del cementerio en Hamlet
la que ocupa el lugar central de su análisis, porque allí Hamlet recobra su
deseo, y por lo tanto pone fin a la procastinación. Via la identificación
imaginaria con Laertes (que se arroja sobre el ataúd de su hermana (relación
narcisista), ese objeto que fue rechazado por él (Ofelia en tanto falo), aparece
ahora causando el deseo. Dice Lacan “De alguna manera, en la medida en que
el objeto de su deseo se ha vuelto su objeto imposible, vuelve a ser para él
objeto de su deseo”.
Es a partir de allí que Lacan define al duelo como un “agujero en lo real”.
Agujero que implica un proceso emparentado con la forclusión, pero de un
modo inverso. Por eso lo llama “parapsicosis”. Mientras que en la psicosis hay
un agujero en lo simbólico que trae como consecuencia un retorno desde lo
real, en el duelo el sujeto se encuentra frente a un “agujero en lo real”.
Entonces un elemento simbólico es convocado por esa apertura en lo real. Se
trata del significante fálico.
En el Seminario 10, va a precisar la distinción entre falo y objeto “a” que
en el seminario 6 se superponían. Entonces dirá que en el entierro de Ofelia
por identificación narcisista con Laertes, Hamlet pasa a identificarse con Ofelia
en tanto objeto desprendido. Es una identificación con la falta en el Otro, en
tanto el Otro está castrado. El objeto es objeto del deseo en cuanto perdido, en
cuanto causa al sujeto. Lo dice así: “Sólo estamos de duelo por alguien de
quien podemos decir yo era su falta. Estamos de duelo por personas a quienes
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hemos tratado bien o mal y respecto a quienes no sabíamos que cumplíamos
la función de estar en el lugar de su falta”.
O sea que estamos de duelo por aquel de quien fuimos su falta, de aquel
cuyo deseo causamos. Esto quiere decir que no se trata tanto de lo que el otro
era para nosotros sino de lo que nosotros éramos para él. Lo importante que fui
yo como objeto para ese otro. En cada situación de pérdida lo que se actualiza
es esa operación de constitución del sujeto, porque cuando desaparece ese
otro al que causé, ocupando el lugar de su falta, lo que pierdo es su falta, su
deseo, y la castración retorna sobre mí. Eso es lo que me lleva al duelo.
Es decir que el objeto no es sustituíble en tanto el sujeto fue causa de
deseo de ese otro. El sujeto perdió junto con ese otro ese lugar de falta. A partir
de ahí, podrá ser causa de deseo de otro u otros pero nunca de la misma
manera. Ese es un punto incurable del duelo, que tiene que ver con un resto
real. Lo insustituible no es sólo el objeto perdido, sino lo que el sujeto era para
ese otro que se perdió. Estrictamente en ese sentido es que podemos decir
que todo duelo es interminable.
Por último, y desde lo que Freud expresa en las cartas que mencionaba
al inicio, me pregunto: ¿Habría diferencias cualitativas que podrían hallarse
cuando el objeto perdido es un hijo? O sea ¿Hay un incurable más allá que el
de todo duelo?
Dice Allouch “Quien está de duelo (por un hijo) no pierde solamente a un
ser amado o un pasado en común, sino tambien todo aquello que
potencialmente el hijo hubiera podido darle si hubiese vivido…” “Formulemos
al respecto algo así como un teorema: Cuanto menos haya vivido el que acaba
de morir según el enlutado, cuanto más su vida haya seguido siendo para este
último una vida en potencia, más espantoso será su duelo, más necesaria será
la convocatoria de lo simbólico”. Aquí entonces la dificultad del duelo aumenta
en función de lo incumplido de una vida. Y continúa diciendo: “En un instante
de ver al superviviente esa vida se le aparece en lo que tiene de inacabado
definitivamente, en todo aquello que no pudo realizar. El tiempo del duelo será
entonces el tiempo para comprender que desemboca en el momento de
concluir que en verdad esa vida se cumplió y en qué medida”
La paciente, a la que llamaremos Ana, acude a mi, habiendo sido su analista
durante unos 3 años en el pasado. Ha perdido a su hija de 30 años en un
accidente de tránsito en forma repentina. Llegó con vida al hospital pero murió
durante el intento de intervenirla quirúrgicamente. Ana viene a verme una
semana después de la tragedia. En la primera entrevista sólo llora, me abraza,
balbucea su desesperación. Me extiende permanentemente su mano para que
se la tome. En una de esas ocasiones me pregunta ¿Vos me ves?. El contacto
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físico y el sostén de la mirada parecen tratar de recuperar algo de la imagen
especular casi desintegrada.
Al cabo de algunas entrevistas ya empieza a apelar a lo público ¿modo de
convocar al orden simbólico? Lo hace por medio de la búsqueda de justicia, en
la cual se embarcará durante un periodo prolongado. Esa será su principal
ocupación. Tambien, durante ese primer tiempo del duelo se presentan en ella
los fenómenos que Lacan califica como parapsicóticos. Por ej. viene con un
objeto que es una base de madera sobre la que cayó el cebo de una vela
prendida junto a una foto de su hija. Me pregunta si veo la imagen que se
formó, asegurándome que tiene la forma de un ángel. Trae tambien
repetidamente para mostrarme fotos de su hija de todas las épocas, mails que
recibe de la gente que la quería, donde dicen hermosas cosas de ella.
Testimonios de los rastros que esa vida dejó y que ella dá a ver, para que lo
confirme, a ese Otro que es su analista. Intento de saber en qué medida esa
vida se cumplió. Por otro lado, equipara su lucha por obtener justicia a la de las
Madres de Plaza de Mayo, y se contacta con las Madres del Dolor. Es muy
evidente su necesidad de incluírse en algún significante que agrupándola la
nombre, y la ligue a un orden simbólico capaz de empezar a suturar ese
“agujero en lo real”.
Ana retoma la escritura comienzando a asistir a un taller literario. A partir de allí
produce relatos breves o cuentos, y empieza a traer su notebook a las
sesiones, preguntándome si puede leer sus escritos. Cada sesión transcurre
con la lectura de esos textos y las “asociaciones” que surgen espontáneamente
de su parte a partir de ellos.
Sólo mencionaré que el 1ro de esos relatos habla del encuentro amoroso de
dos jovencitos. Entiendo que se trata de comenzar a escribir la historia de vida
de su hija, que efectivamente se inicia en el encuentro de ella con su marido,
siendo dos adolescentes. Luego, el siguiente cuento se basa en una familia en
Chile en los tiempos de Pinochet. Relata situaciones relacionadas con el horror
de los que hacen desaparecer gente. Y el siguiente se refiere a una jovencita
que estaba enterrada y no estaba muerta. Y en la lápida figura el nombre de
otra mujer. Cuento que, al modo de un sueño, realizaría el deseo de que su hija
esté viva, que todo haya sido un error.
Ahora Ana además de esperar sus citas con el abogado, de pegar afiches con
la foto de su hija pidiendo justicia, de escribir notas en Facebook, de juntar
firmas para presentar al juez y de concurrir a sus sesiones, escribe cuentos y
espera tambien el día de su taller literario.
El tratamiento continúa, y habiéndome preguntado por la pertinencia de la
intervención analítica en un duelo, empiezo a pensar que mi lugar es el de un
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testigo que sostiene la posibilidad de que ella realice su duelo lento, trabajoso y
no lineal, como decía Freud.
Podríamos pensar entonces lo que Freud llamó trabajo de duelo como ese
proceso por el cual el sujeto enlutado logra suturar el agujero que esa pérdida
produjo en su existencia. Trabajo lento, que va clausurando y sobreinvistiendo
recuerdos, vivencias y expectativas ligadas al objeto. Sutura de una herida
abierta en lo psíquico, que no tiene un tiempo cronológico para realizarse, que
a veces se interrumpe o se transforma en un síntoma, o en una identificación
con el objeto perdido, pero que otras veces se realiza, nunca sin resto.Y en el
que el “agujero” se convierte en “falta” como resultado del funcionamiento del
orden simbólico. Allí, como en todos los procesos psíquicos se trata del caso
por caso.