Desde simples variaciones de temperatura hasta el acto de
envejecer, el cambio está presente en casi todo cuanto constituye el universo. No es de sorprender pues que la humanidad haya invertido un montón de tiempo, esfuerzo y dinero al estudio de este fenómeno.
Hubo en tiempo en el que la gente soñaba con controlar y
aprovecharse de esa criatura llamada cambio. La química, nacida de la alquimia, no es más que la consumación de esos sueños.
Gracias a la química, hoy en día, se distingue dos tipos de
cambio: los físicos y químicos. Los cambios físicos son todos los procesos que involucran una variabilidad en las propiedades físicas de la materia como el volumen, el punto de fusión, el punto de ebullición… sin que dichos cambios provoquen una alteración a nivel fundamental. Los cambios químicos, por otro lado, son resultado de un cambio en la composición de la materia, cambio que transforma sustancias en otras nuevas con propiedades que pueden ser muy distintas a las de las originales.
A los cambios químicos se les suele llamar reacciones
químicas, y una reacción química no es más que la ruptura y formación de enlaces entre dos o más átomos para formar nuevas sustancias a partir de otras que, con frecuencia, son más simples.
Pero para que una sustancia reaccione con otra, se deben
satisfacer ciertas condiciones que varían de acuerdo con la identidad de las sustancias involucradas. Y, definitivamente, puede darse el caso en que dos o más sustancias, independientemente de las condiciones, jamás interactúen entre sí. No obstante, sin importar cuáles sean las sustancias que reaccionen, toda reacción química necesita de un estímulo para ser generada: un intercambio de energía, generalmente en forma de calor, entre la mezcla reaccionante y el entorno en el que esta se encuentra.