Anda di halaman 1dari 22

San Agustín de Hipona.

Agustín de Hipona considera que el objetivo de la filosofía es conocer la verdad única. Se llega a
ella mediante la fe y la razón, utilizando la filosofía platónica. Es heredero de la Patrística e
iniciador de la Escolástica, corriente filosófica cristiana que pretende explicar racionalmente la
doctrina cristiana.

El ser humano es un alma encerrada en un cuerpo. Para Agustín hay dos grados de realidad: Dios,
que es realidad inmutable, y lo creado, que es realidad mudable y cambiante. Pero el ser humano
es una realidad intermedia: con la razón se comunica con Dios y dirige su cuerpo.

Siguiendo a Platón, el conocimiento sensible no lleva a la verdad. Solo es conocimiento verdadero,


el conocimiento universal, necesario e inmutable, y ese solo está en Dios. Por tanto, aunque el ser
humano llegue a conocer “algo”, sólo llegará a lo verdadero con ayuda de Dios, esto es, iluminado
por Dios (Teoría de la Iluminación)

Ya hemos dicho que la realidad es Dios y lo creado. Para demostrar la existencia de Dios propone
tres pruebas: 1. El “orden del universo” constata que hay un Ser Ordenador, Dios. 2. Todos los
seres humanos creen en algún Dios, hay un “consenso” de todos los seres humanos sobre la
existencia de Dios. 3. El ser humano conoce verdades inmutables, eternas y necesarias, que no ha
producido él, sólo pueden provenir de Dios, que se las da (las ilumina) al ser humano .

La ética de san Agustín tiene tres partes: la felicidad, que no la encuentra el hombre en sí mismo,
sino en Dios; el libre albedrío, capacidad de poder obrar rectamente; y el mal, que es el
alejamiento de Dios.

Para defender a los cristianos, acusados por algunos romanos de ser los causantes con su religión
de la caída del Imperio Romano y el abandono de los dioses tradicionales, Agustín escribe La
Ciudad de Dios, primera reflexión sobre filosofía de la historia: según él, en toda sociedad hay dos
“ciudades”, la de aquellos que se aman a sí mismos y se alejan de Dios, y la de aquellos que aman
a Dios, y forman la ciudad de Dios. La historia es la lucha entre esas dos “ciudades”.

Santo Tomás de Aquino.

El problema filosófico más importante de este filósofo es el problema razón y fe. Afirma que
ambas son independientes, pero tiene que haber armonía entre ambas. La Escolástica es la
corriente filosófica cristiana que pretende explicar racionalmente la doctrina cristiana, resolver el
problema de la relación entre razón y fe.

La realidad en santo Tomás es Dios, cuya existencia no es evidente, pero debe ser demostrada,
para lo que propone cinco vías: del movimiento, de la causalidad eficiente, de los grados de
perfección, del orden cósmico, y de la contingencia.

El mundo, la naturaleza, se compone de sustancias que están compuestas de materia y forma.


Conocer es captar la forma. Esto se realiza por medio de la abstracción. La abstracción es el
proceso de adquirir el conocimiento intelectual. Para Tomás de Aquino, el objeto último del
conocimiento es la verdad, que la define como “adecuación entre la realidad o las cosas con el
entendimiento”.

El ser humano según Tomás de Aquino es una sustancia en la que el cuerpo es la materia y el alma
es la forma, como decía Aristóteles, Pero en santo Tomás el alma es independiente del cuerpo,
puede existir después de morir el cuerpo. El alma tiene tres funciones: Vegetativa, Sensitiva, e
Intelectiva.

En ética, propone el concepto de ley natural, que consiste en conservar la existencia, procrear y
cuidar a los hijos, conocer la verdad y vivir en sociedad. Esta ley es evidente, universal e inmutable.
La ley natural es la parte de la ley eterna puesta por Dios referida a los hombres. Las leyes que
hacen los hombres serán correctas si no van contra la ley natural.

Descartes.

Descartes abandona la filosofía escolástica porque ésta no resuelve los problemas de la época, y
busca una nueva filosofía basada en el método matemático, riguroso y seguro.

También abandona la experiencia sensible como fuente de saber, y busca en la razón, común a
todos los seres humanos, el fundamento de todo conocimiento.

Desarrolla un método basado en cuatro reglas: evidencia, análisis, síntesis y enumeración; y


propone como operaciones fundamentales de nuestra mente laintuición y la deducción.
El sujeto individual, es entendido como sustancia pensante, por lo que también ese sujeto en sí es
el origen de todo conocimiento, a partir de la primera verdad: “Pienso, luego existo”.

Para salir de sí mismo, el sujeto, el ser humano pensante, descubre en él la idea innata de Dios,
que va a ser la garantía de la existencia del mundo, la sustancia extensa.

Hay pues tres niveles de realidad: Dios, que es la sustancia infinita; el ser humano, que es la
sustancia pensante; y el mundo, que es la sustancia extensa, llena de cuerpos que son como
máquinas, regidas por las leyes de la física. El ser humano tiene un cuerpo que es una máquina,
unida a su alma por la glándula pineal.

Agustín de Hipona
(354 - 430)

Textos y fragmentos de Agustín de Hipona

La ciudad de Dios, libro XIX, capítulo XII

La paz, aspiración suprema de los seres

Quienquiera que repare en la cosas humanas y en la naturaleza de las mismas, reconocerá conmigo
que, así como no hay nadie que no quiera gozar, así no hay nadie que no quiera tener paz. En efecto,
los mismos amantes de la guerra no desean más que vencer, y, por consiguiente, ansían llegar
guerreando a una paz gloriosa. Y ¿qué es la victoria más que la sujeción de los rebeldes? Logrado
este efecto, llega la paz. La paz es, pues, también el fin perseguido por quienes se afanan en poner
a prueba su valor guerrero presentando guerra para imperar y luchar. De donde se sigue que el
verdadero fin de la guerra es la paz. El hombre, con la guerra, busca la paz; pero nadie busca la
guerra con la paz. Aun los que perturban la paz de intento, no odian la paz, sino que ansían cambiarla
a su capricho.

Su voluntad no es que haya paz, sino que la paz sea según su voluntad. Y si llegan a separarse de
otros por alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus cómplices una especie de paz.
Por eso los bandoleros procuran estar en paz entre sí, para alterar con más violencia y seguridad la
paz de los demás. Y si hay algún salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe y
saltee y mate y se dé al pillaje él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos
a quienes no puede matar y a quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura vivir en paz
con su esposa, con los hijos, con los domésticos, si los tiene, y se deleita en que sin chistar obedezcan
a su voluntad. Y si no se le obedece, se indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la
paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no puede existir en la familia si los miembros no se
someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o pueblo quisiera sometérsele como
deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se escondiera ya como ladrón en una caverna,
sino que se engallaría a vista de todos, pero con la misma cupididad y malicia. Todos desean, pues,
tener paz con aquellos a quienes quieren gobernar a su antojo. Y cuando hacen la guerra a otros
hombres, quieren hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego las condiciones de su paz.

Todos, incluso los animales, aspiran a la paz

Ruinas de Hierapolis

Supongamos a uno descrito con las pinceladas de la fábula y de los poetas. Quizá por su invariable
fiereza prefirieron llamarle semihombre a hombre. Su reino sería la espantosa soledad de un antro
desierto, y su malicia tan enorme, que recibió el nombre griego xaxos (malo). Sin esposa con quien
tener charlas amorosas, ni hijos pequeñitos que alegraran sus días, ni mayores a quienes mandara.
No gozaba de la conversación de algún amigo, ni siquiera de Vulcano, su padre, más feliz al menos
que este dios, porque él no engendró otro monstruo semejante. Lejos de dar nada a nadie, robaba
a los demás cuando y cuanto podía y quería. Y, sin embargo, en su antro solitario, cuyo suelo, según
el poeta, siempre estaba regado de sangre, sólo anhelaba la paz, un reposo sin molestias ni
turbación de violencia o miedo. Deseaba también tener paz con su cuerpo, y cuanta más tenía, tanto
mejor le iba. Mandaba a sus miembros, y éstos obedecían. Y con el fin de pacificar cuanto antes su
mortalidad, que se revelaba contra él por la indigencia y el hambre, que se coligaban para disociar
y desterrar el alma del cuerpo, robaba, mataba y devoraba. Y aunque inhumano y fiero, miraba, con
todo, inhumana y ferozmente por la paz de su vida y salud. Si quisiera tener con los demás esa paz
que buscaba tanto para sí en su caverna y en sí mismo, ni se llamara malo, ni monstruo ni
semihombre. Y si las extrañas formas de su cuerpo y el torbellino de llamas vomitado por su boca
apartó a los hombres de su compañía, era cruel no por deseo de hacer mal, sino por necesidad de
vivir. Mas éste no ha existido o, lo que es más creíble, no fue tal cual lo pinta el poeta, porque, si no
alargara tanto la mano en acusar a Caco, serían pocas las alabanzas de Hércules. Este hombre, o por
mejor decir, este semihombre, no existió, como tantas otras ficciones de los poetas. Porque aun las
fieras más crueles -y éste participó también de esa fiereza, se llamó semifiera- custodian la especie
con cierta paz, cohabitando, engendrando, pariendo y alimentando a sus hijos, a pesar de que con
frecuencia son insociables y solívagas, son no como las ovejas, los ciervos, las palomas, los
estorninos y las abejas, sino como los leones, las raposas, las águilas y las lechuzas. ¿Qué tigre hay
que no ame blandamente a sus cachorros y, depuesta su fiereza, no los acaricie? ¿Qué milano, por
más solitario que vuele sobre la presa, no busca hembra, hace su nido, empolla los huevos, alimenta
sus polluelos y mantiene como puede la paz en su casa con su compañera, como una especie de
madre de familia? ¡Cuánto más es arrastrado el hombre por las leyes de su naturaleza a formar
sociedad con todos los hombres y a lograr la paz en cuanto esté de su parte! Los malos combaten
por la paz de los suyos, y quieren someter, si es posible, a todos, para que todos sirvan a uno solo.
¿Por qué? Porque desean estar en paz con él, sea por miedo, sea por amor. Así, la soberbia imita
perversamente a Dios. Odia bajo él la igualdad con sus compañeros, pero desea imponer su señorío
en lugar de él. Odia la paz justa de Dios y ama su injusta paz propia. Es imposible que no ame la paz,
sea cual fuere. Y es que no hay vivir tan contrario a la naturaleza que borre los vestigios últimos de
la misma.

La paz es indispensable incluso en aquello que no tiene orden

El que sabe anteponer lo recto a lo torcido, y lo ordenado a lo perverso, reconoce que la paz de los
pecadores, en comparación con la paz de los justos, no merece ni el nombre de paz. Lo que es
perverso o contra el orden, necesariamente ha de estar en paz en alguna, de alguna y con alguna
parte de las cosas en que es o de que consta. De lo contrario, dejaría de ser. Supongamos un hombre
suspendido por los pies, cabeza abajo. La situación del cuerpo y el orden de los miembros es
perverso, porque está invertido el orden exigido por la naturaleza, estando arriba lo que debe estar
naturalmente abajo. Este desorden turba la paz del cuerpo, y por eso es molesto. Pero el alma está
en paz con su cuerpo y se afana por su salud, y por eso hay quien siente el dolor. Y si, acosada por
las dolencias, se separara, mientras subsista la trabazón de los miembros, hay alguna paz entre ellos,
y por eso aún hay alguien suspendido. El cuerpo terreno tiende a la tierra, y al oponerse a eso su
atadura, busca el orden de su paz y pide en cierto modo, con la voz de su peso, el lugar de su reposo.
Y, una vez exánime y sin sentido, no se aparta de su paz natural, sea conservándola, sea tendiendo
a ella. Si se le embalsama, de suerte que se impida la disolución del cadáver, todavía une sus partes
entre sí cierta paz, y hace que todo el cuerpo busque el lugar terreno y conveniente y, por
consiguiente, pacífico. Empero, si no es embalsamado y se le deja a su curso natural, se establece
un combate de vapores contrarios que ofenden nuestro sentido. Es el efecto de la putrefacción,
hasta que se acople a los elementos del mundo y retorne a su paz pieza a pieza y poco a poco. De
estas transformaciones no se sustrae nada a las leyes del supremo Creador y Ordenador, que
gobierna la paz del universo. Porque, aunque los animales pequeños nazcan del cadáver de animales
mayores, cada corpúsculo de ellos, por ley del Creador, sirve a sus pequeñas almas para su paz y
conservación. Y aunque unos animales devoren los cuerpos muertos de otros, siempre encuentran
las mismas leyes difundidas por todos los seres para la conservación de las especies, pacificando
cada parte con su parte conveniente, sea cualquiera el lugar, la unión o las transformaciones que
hayan sufrido.
San Agustín de Hipona:
Biografía, Filosofía y Aportes

San Agustín de Hipona (354-430) fue un filósofo y teólogo cristiano,


considerado uno de los santos más influyentes tanto en el catolicismo como
en la filosofía occidental. Escribió más de 232 libros, siendo los más
destacados Confesiones y La ciudad de Dios.

Sus ideas y escritos fueron importantes para la dominancia del Cristianismo


tras la caída del Imperio Romano. A menudo se le considera como el padre
de la teología ortodoxa y el más grande de los cuatro padres de la Iglesia
Latina.
San Agustín fue fuertemente influenciado por las tradiciones filosóficas latina
y griega, y las utilizó para comprender y explicar la teología cristiana. Sus
escritos aun siguen siendo pilares destacados de la ortodoxia en la Iglesia.

Biografía
Agustín de Hipona, mejor conocido en la historia como san Agustín, nació el
día 13 de noviembre del año 354 en África, en la ciudad de Tagaste. Su
nombre es de origen latino y significa “aquel que es venerado”.

Familia

La madre de Agustín se llamó Mónica, y la historia de su vida también fue


fascinante. Cuando Mónica era joven, decidió que quería dedicar su vida a la
oración y que no quería casarse. Sin embargo, su familia dispuso que debía
hacerlo con un hombre de nombre Patricio.

Patricio se caracterizó por ser trabajador, pero a la vez era no creyente,


fiestero y promiscuo. Aunque jamás le golpeó, solía gritarle y estallar ante
cualquier molestia que sintiera.

El matrimonio tuvo 3 hijos, el mayor de estos fue Agustín. Patricio no se


había bautizado, y años después, quizá por convencimiento de Mónica, lo
hizo en el año 371. Un año después del bautizo, en el año 372, Patricio murió.
En ese momento Agustín tenía 17 años.

Estudios

En sus años tempranos, Agustín se caracterizó por ser un joven


extremadamente desordenado, rebelde y muy difícil de controlar.

Cuando aún Patricio vivía, él y Mónica decidieron que se trasladara a Cartago,


que era la capital del estado, para estudiar filosofía, oratoria y literatura.
Estando allí Agustín desarrollo su personalidad rebelde y alejada del
cristianismo.

Además, en Cartago comenzó a interesarse por el teatro, y tuvo éxitos


académicos que le hicieron ganar popularidad y halagos.

Posteriormente, Agustín viajó a la ciudad de Madaura, en donde estudió


gramática. En esta época se vio atraído por la literatura, especialmente la
que tenía origen griego clásico.

El contexto que vivió Agustín en su época de estudiante estuvo enmarcado


en la entrega a los excesos y al placer de la fama y la notoriedad, aunque
jamás abandonó sus estudios.

Formación en filosofía

Agustín había destacado en ámbitos como la retórica y la gramática, y había


estudiado algo de filosofía, pero no era su punto más fuerte. Sin embargo,
esto cambió en el año 373, cuando Agustín tenía 19 años.

En ese momento tuvo acceso al libro Hortensius, escrito por Cicerón, obra
que le inspiró en gran medida y le hizo querer dedicarse por entero al
aprendizaje de la filosofía.

En medio de este contexto, Agustín conoció a quien fuera la madre de su


primer hijo, una mujer con quien se relacionó durante unos 14 años. Su hijo
se llamó Adeodato.

En su búsqueda constante de la verdad, Agustín contempló distintas filosofías


sin encontrar aquella con la que se sintiera satisfecho. Entre las filosofías que
consideró estuvo el maniqueísmo.

Maniqueísmo
Agustín se unió a la creencia maniqueísta, que era diferente del cristianismo.
Cuando volvió a casa de vacaciones y le contó a su madre sobre ello, esta lo
expulsó de su casa, porque no admitía que Agustín no se adhiriera al
cristianismo. La madre siempre albergó la esperanza de que su hijo se
convirtiera a la fe cristiana.

De hecho, Agustín siguió la doctrina maniqueísta durante varios años, pero


la abandonó con decepción al darse cuenta de que era una filosofía que
apoyaba el simplismo, y favorecía una acción pasiva del bien con relación al
mal.

En el año 383, cuando tenía 29 años, Agustín decidió viajar a Roma para dar
clases y continuar con su búsqueda de la verdad.

Su madre quiso acompañarlo, y al último momento Agustín hizo una


maniobra a través de la cual logró abordar el barco en el que iba a viajar y
dejar a su madre en tierra. Sin embargo, Mónica tomó el siguiente barco con
dirección hacia Roma.

Estando en Roma, Agustín sufrió una enfermedad que le hizo estar en cama.
Al recuperarse, el prefecto de Roma y amigo personal, Símaco, intercedió
para que Agustín fuese nombrado magister rethoricae en la ciudad que hoy
es Milán. En este momento Agustín seguía siendo adepto a la filosofía
maniqueísta.

Conversión

Fue entonces cuando Agustín comenzó a interactuar con el arzobispo de


Milán, Ambrosio. Por intervención de su madre, que se hallaba ya en Milán,
asistió a las conferencias dadas por el obispo Ambrosio.

Las palabras de Ambrosio calaron hondo en Agustín, quien admiró a este


personaje. A través de Ambrosio, conoció a las enseñanzas del griego Plotino,
que era un filósofo neoplatoniano, así como los escritos de Pablo de Tarso,
mejor conocido como el apóstol san Pablo.

Todo esto fue el escenario perfecto para que Agustín decidiera dejar de seguir
la creencia maniqueísta (luego de 10 años de ser adepto) y abrazar la fe
cristiana convirtiéndose al cristianismo.

Su madre estaba muy contenta por la decisión del hijo, le organizó la


ceremonia bautismal y le buscó a una futura esposa, que según ella se
adaptaba a la nueva vida que Agustín quería llevar. Sin embargo, Agustín
decidió no casarse, sino vivir en abstinencia. La conversión de Agustín se dio
en el año 385.

Un año después, en el año 386, Agustín se dedicó por entero al aprendizaje


y al estudio del cristianismo. Se mudó junto con su madre a Casiciaco, una
ciudad ubicada cerca de Milán, y se entregó a la meditación.

Fue el 24 de abril del año 387 cuando Agustín finalmente fue bautizado por
el obispo Ambrosio; tenía 33 años. Mónica, la madre, murió poco después.

Vuelta a África

Agustín volvió a Tagaste y, al llegar, vendió sus bienes, donó el dinero a los
pobres y se trasladó a una pequeña casa junto con unos amigos, en donde
llevó una vida de carácter monástico. Uno años después, en el 391, fue
nombrado sacerdote, como consecuencia de la postulación hecha por la
misma comunidad.

Se dice que Agustín no quería ese nombramiento, pero al final lo aceptó;


igual sucedió al ser nombrado obispo, en el año 395. A partir de ese momento
Agustín se mudó a lo que era la casa episcopal, que él convirtió en un
monasterio.
Vida episcopal

Como obispo, Agustín tuvo mucha influencia en diversos tópicos y predicó en


distintos contextos. Entre los espacios más importantes destacan los III
Concilios Regionales de Hipona, celebrados en el año 393 y los III Concilios
Regionales de Cartago, que tuvieron lugar en el año 397.

Además, también participó en los IV Concilios de Cartago, celebrados en el


419. En ambos concilios de Cartago, cumplió las funciones de presidente. En
este época fue cuando escribió las obras más importantes de su vida: La
ciudad de Dios y Confesiones.

Agustín murió el 28 de agosto del año 430 a los 72 años de edad.


Actualmente, su cuerpo se encuentra en la basílica de San Pietro in Ciel
d’Oro.

Filosofía
Agustín escribió sobre las llamadas instancias arbitrales de la razón, que son
las matemáticas, la lógica y el sentido común.

Estableció que estas instancias no provienen de los sentidos, sino que vienen
de Dios, dado que son elementos universales, perennes y no pueden venir
de la mente del hombre, sino de algo que sea superior a este.

La particularidad que tuvo este acercamiento de Agustín a Dios es que le


atribuye el origen de las que llamó las instancias arbitrales de la razón a
través del pensamiento, no de elementos de la naturaleza o que pueden ser
percibidos por los sentidos.

Entendimiento
Para Agustín, el entendimiento solo puede obtenerse a través de Dios. Indicó
que el ser humano solo puede comprender la verdad de las cosas si obtiene
ayuda de Dios, dado que este corresponde al origen de todas las cosas y de
las verdades que existen.

Agustín expuso que la obtención de esta verdad se hace a partir de la


introspección, a través de lo que denominó razón o alma, cuya esencia es
Dios.

Es decir, que los sentidos no son la vía para comprender la verdad de las
cosas. Esto es porque lo obtenido a través de los sentidos no es permanente
ni mucho menos eterno; por lo tanto, este conocimiento no es trascendental.

Otra de las ideas que expuso fue la inconformibilidad del hombre todo el
tiempo, en búsqueda de algo que sacie su sed eterna.

Según Agustín, esto es porque el final de esa búsqueda es Dios; el ser


humano viene de Dios, por lo que ya conoció lo más elevado, y en su estadía
en la Tierra no consigue nada que lo sacie porque nada se compara a ese
Dios.

Niveles de pensamiento

Agustín determinó la existencia de tres niveles principales de entendimiento:


se trata de las sensaciones, el conocimiento racional y la sabiduría
propiamente dicha.

Las sensaciones constituyen la forma más básica y primaria de acercarnos a


la verdad y a la realidad. Este elemento es compartido con los animales,
razón por la cual es considerado como uno de los mecanismos más primitivos
para obtener conocimiento.
Por otro lado, el conocimiento racional está ubicado en el punto medio de la
escalera. Es propio de los seres humanos y tiene que ver con llevar a la
acción los pensamientos. A través de la sensibilidad, el ser humano obtiene
conocimiento de lo que Agustín denominó objetos sensibles.

El elemento característico de este conocimiento racional es que se toman en


cuenta los sentidos para comprender aquellos elementos tangibles y
materiales, pero a través de la mente es posible analizarlos y considerarlos
desde los modelos eternos y no corpóreos.

Por último, en la cúspide de la lista se encuentra la sabiduría, que es tomada


en cuenta considerando la capacidad que llegan a tener los seres humanos
de adquirir conocimiento eterno, trascendental y valioso sin hacerlo a través
de los sentidos.

En lugar de utilizar los sentidos, los seres llegan al conocimiento por medio
de la introspección y de la búsqueda de la verdad en el interior de cada quien,
que está representado por Dios.

Para Agustín, es Dios la base de todos los modelos y normas que existen, así
como de todas las ideas que surgen en el mundo.

Alma racional

Es importante recalcar un concepto fundamental del pensamiento de Agustín.


Consideraba que era el alma el vehículo a través del cual era posible alcanzar
el conocimiento, o las ideas de todas las cosas, encarnadas en la figura de
Dios.

Sin embargo, Agustín determinó que solo el alma racional era capaz de llegar
a este conocimiento. Esta concepción de racionalidad es reflejo de que
reconocía ampliamente la importancia de razón, y su concepción de que esta
no era enemiga de la fe.
A la necesidad de racionalidad, Agustín agrega también que el alma debe
estar motivada por completo por el amor a la verdad y el amor a Dios, para
que así pueda acceder al verdadero conocimiento.

Religión y filosofía

Agustín indicó varias veces que la fe y la razón no eran incompatibles, sino


que más bien se complementaban entre sí. Para él, el verdadero opuesto de
la fe no era la razón, sino la duda.

Una de sus máximas fue “entiende para que puedas creer, y cree para que
puedas entender”, haciendo énfasis en que primero debe comprenderse para
luego poder creer.

Además, para Agustín el punto más elevado de la filosofía era el cristianismo.


Por esto, para este filósofo la sabiduría estaba asociada al cristianismo y la
filosofía estaba asociada con la religión.

Agustín estipuló que el amor es el motor que mueve y motiva hacia la


búsqueda de la verdad. Al mismo tiempo, indicó que la fuente de ese amor
esencial es Dios.

Así mismo, explicó que el autoconocimiento era otra de las certezas de las
que puede estar seguro el ser humano, y que debe estar basado en el amor.
Para Agustín, la felicidad plena estaba dada por el amor al conocimiento
propio y a la verdad.

Creación del mundo

Agustín era simpatizante de la doctrina del creacionismo en cuanto a que


indicó que fue Dios quien creó todo lo que existe, y que esta creación se
generó de la nada, pues nada pudo haber existido antes que Dios.
Sin embargo, dentro de sus concepciones también había cabida a la teoría
de la evolución, dado que consideraba cierto que fue Dios quien generó los
elementos fundamentales de la creación, pero que posteriormente fueron
estos elementos los que siguieron evolucionando y generando todo lo que
existió luego.

Reencarnación

Agustín estableció que el ser humano ya había conocido a Dios porque se


generó en él, y que a ese Dios es a quien busca regresar durante toda su
existencia en el planeta.

Tomando esto en cuenta, dicho argumento puede relacionarse con uno de


los preceptos esenciales de la teoría de la reminiscencia platónica, que indica
que conocer es igual a recordar.

Sin embargo, en el caso de la interpretación de Agustín esta consideración


no es del todo cónsona con su pensamiento, pues era férreo detractor de la
reencarnación, por lo que se identificaba más con la noción esencial del
cristianismo, según la cual el alma solo existe una vez, no más.

Obras
Las obras de Agustín fueron extensas y variadas. A continuación
describiremos sus publicaciones más importantes y trascendentes:

Confesiones

Esta obra autobiográfica fue escrita aproximadamente en el año 400. En esta


Agustín declara el amor por Dios a través del amor por su propia alma, que
en esencia representa a Dios.
La obra consta de 13 libros, originalmente aglutinados en un solo tomo. En
esta obra Agustín narra cómo fue su juventud rebelde y alejada de la
espiritualidad, y cómo se convirtió al cristianismo.

Confesiones se considera la primera autobiografía que se escribió


en Occidente, y se enfoca en especial en narrar el proceso de evolución que
tuvo su pensamiento desde su juventud hasta su conversión cristiana.

El principal elemento de Confesiones es la importancia dada al ser interior, a


observarlo, escucharlo y meditar en función de este.

Para Agustín, a través del conocimiento propio y del acercamiento del alma
es posible llegar a Dios y, por ende, a la felicidad. Esta obra es considerada
una obra maestra de la literatura de Europa.

La ciudad de Dios

El título original de este libro fue La ciudad de Dios contra los paganos. Está
conformado por 22 libros, que fueron escritos al final de la vida de Agustín.
Necesitó para escribirlo unos 15 años, desde el año 412 hasta el año 426.

Esta obra se escribió en el marco de la caída del Imperio romano, como


consecuencia del sitio perpetrado por los adeptos al rey visigodo Alarico I.
En el año 410 entraron a Roma y saquearon la ciudad.

Algunos contemporáneos de Agustín indicaron que la caída del Imperio


romano se debió al auge del cristianismo y, por ende, a la pérdida de las
costumbres esenciales de dicha civilización.

Leyes históricas

Agustín no estaba de acuerdo con esto e indicó que son las llamadas leyes
históricas las que determinan si un imperio se mantiene en pie o si se
desvanece. Según Agustín, estas leyes no pueden ser controladas por los
seres humanos, dado que son superiores a estos.

Para Agustín, la historia no es lineal, sino que se mueve de forma ondulatoria,


retrocede y avanza, y a la vez es un movimiento que está predeterminado.
El fin último de todo este movimiento de la historia es llegar a lo más elevado:
la ciudad de Dios.

El argumento central de la obra La ciudad de Dios es comparar y enfrentar a


la que Agustín llamó la ciudad de Dios, que corresponde a las virtudes, la
espiritualidad y el buen accionar, con la ciudad pagana, vinculada con el
pecado y otros elementos considerados decadentes.

Para Agustín, la ciudad de Dios estaba encarnada dentro de una motivación


protagonizada por el amor a Dios, representado por la Iglesia.

En cambio, la motivación asociada a la llamada ciudad pagana o ciudad de


los hombres era el amor a sí mismos, y el representante de este amor era el
Estado.

Como se ha visto, las ciudades a las que hace referencia Agustín no son
físicas, sino que se trata de concepciones y formas de pensamiento que
llevan a acercarse o a alejarse de la espiritualidad.

Teología y política

Dentro de este libro Agustín habla sobre el carácter supersticioso y de lo


absurdo que es para él creer en un dios solo porque se recibirá algo a cambio.

Además, en este libro Agustín hace énfasis en la separación que debe existir
entre política y teología, dado que expresó en todo momento que su doctrina
no era política, sino más bien espiritual.
Según indican distintos estudiosos del trabajo de Agustín, la mayor
importancia de esta obra tiene que ver con el hecho de que este filósofo
presentó allí una interpretación particular de la historia, indicando que existe
lo que se ha denominado progreso.

Se estima que Agustín fue el primer filósofo en incluir el concepto de progreso


dentro de la filosofía enmarcada en la historia.

Retractaciones

Este libro fue escrito por Agustín hacia el final de su vida, y en él analizó las
distintas obras que publicó, resaltando los elementos más relevantes de cada
una, así como los elementos que lo motivaron a escribirlas.

Estudiosos de la obra de Agustín han indicado que esta obra, de algún modo
compilatoria, es un material muy útil para llegar a comprender de forma
cabal cómo evolucionó el su pensamiento.

Cartas

Esta corresponde a una compilación de índole más personal, en donde se


contemplan las más de 200 cartas que Agustín envió a diferentes personas,
y en las que habló sobre su doctrina y su filosofía.

Al mismo tiempo, estas cartas permiten comprender cuál fue la gran


influencia que tuvo Agustín en diversas personalidades, dado que 53 de ellas
son escritas por personas a quienes había dirigido alguna epístola.

Aportes
Teoría del Tiempo

En su libro Confesiones, San Agustín señaló que el tiempo es parte de un


orden dado dentro de la mente humana. Para él no hay un presente sin
pasado y mucho menos un futuro sin presente.

Debido a ello, menciona que el presente de las vivencias pasadas se


mantiene en la memoria, mientras que el presente de vivencias actuales se
establece en un futuro próximo.

Con ello logró dar a entender que incluso al recordar se mantiene el hombre
en un presente (revive el momento), y al soñar con acciones futuras.

Aprendizaje del lenguaje

Aportó grandes pensamientos sobre el lenguaje humano, haciendo referencia


a la manera en que los niños aprenden a hablar por medio del entorno y
asociación.
Así mismo, aseguró que mediante el habla solo se busca enseñar, porque al
preguntar incluso por algo desconocido, se le permite a la persona que tiene
la respuesta reflexionar sobre lo que dirá y exponer su punto de vista
libremente.

Por otra parte, señaló que mediante el lenguaje se enseña y aprende por
medio del recuerdo, que se mantiene almacenado en el alma y se exterioriza
con el pensamiento, para comunicarse con las personas.

También recalcó que la oración era un método de comunicación que se


mantenía en el alma, y que servía solo para comunicarse con Dios de manera
directa, para calmar preocupaciones y avivar esperanzas.

Señalamiento de la fe como búsqueda de la compresión

San Agustín afirmó que se debía “creer para entender”, señalando así a la fe
como el método perfecto para el entendimiento, ya que es la base de un
testimonio y verdad, mediante la razón del sentir.

Con base en ello, invitó a los cristianos a entender la realidad conforme a su


fe y las doctrinas impuestas, para que notasen así que todo estaba
relacionado. Siempre y cuando la fe no fuese indiferente a la razón, se
llegaría un entendimiento pleno.

Influyó en el argumento ontológico

Sus escritos relacionados con la fe cristiana, dieron fuerza al argumento


ontológico, dejando claro que Dios era un ser como ningún otro podría existir,
alguien sublime y supremo, explicando a los creyentes que al conocerle se
sabía la verdad.

Ilustró a Dios como eterno y conocedor de la verdad


Para San Agustín el ser humano era capaz de aprender verdades universales,
incluso por encima del propio conocimiento del hombre. Por tanto al
comprender los designios de Dios, se obtenía sabiduría, porque él era la
eterna verdad.

Creó una teoría del conocimiento humano

Debido a su percepción del conocimiento, creo una teoría conocida como


“Iluminación Divina”, donde menciona que Dios es capaz de iluminar y
brindar conocimiento a la mente humana otorgándole las verdades divinas.

Por tanto, quien conozca a Dios y tenga seguridad de su verdad universal,


puede develar misterios.

Reconoció a la sabiduría como un todo que conduce a la


felicidad

Afianzado en la filosofía de Platón, comprendió a la sabiduría como una


felicidad única, por tanto aseguró que el hombre al conocer la verdad sería
feliz, porque en esta también estaba el amor.

Anda mungkin juga menyukai