A T R A M P A D E L O S C A U D I L L O S
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Entretanto, los ciudadanos tendrán que cumplir con el sagrado ritual de la claudicación.
Primero que todo, habrán de girarle un cheque en blanco a su líder, habrán de extenderle una
patente de corso para que él pueda obrar a sus anchas y salvar la patria: “No más leyes, pues, ni
más mecanismos institucionales que puedan estorbar sus procederes”. El segundo mandato es
que nunca más deberá preguntársele públicamente por asuntos que no apunten concretamente a
la cruzada. Todos los demás ámbitos de la vida social tendrán que pasar a un segundo plano, ya
que serán considerados preocupaciones menores. Estos pasos mencionados equivalen, como
puede advertirse, a herir de muerte una democracia. Con ellos, los demás intereses e inquietudes
de la colectividad quedarán diluidos o subordinados ante las veleidades del caudillo.
Con todo, algunos países como el nuestro incurren
El desarrollo de las una y otra vez en este recurso al caudillismo.
naciones jamás llega Probablemente tenga esto que ver, entre otras cosas, con
una comprensión demasiado instrumental de la
como una dádiva democracia. Pareciera que una buena parte de la
otorgada por un ciudadanía entiende el voto como su fin último. Como si
se perdiera de vista que las urnas son sólo un instrumento
caudillo generoso. ─uno muy importante, desde luego, pero un instrumento
Todo lo contrario, se al fin y al cabo─, como si se olvidara que la democracia es
una extraordinaria y compleja manera de concebir la vida
forja en largos y social. Y esta manera tiene que ver con la libre elección de
difíciles procesos los gobernantes, sí; pero también con la necesidad de
tramitar pacíficamente los disensos, con la obligación de
sociales cuyos estimular el debate público, con la división de poderes
protagonistas ─concebida precisamente para evitar el advenimiento de
esenciales son siempre una tiranía─, con el deber de impartir justicia de manera
eficaz e imparcial, con la exigencia de generar inclusión en
los ciudadanos. la dinámica social, con el imperativo de producir equidad
en la distribución de los bienes materiales y simbólicos
que permiten el bienestar de las personas, con el cometido de construir instituciones sólidas y
confiables; en fin, con garantizar el pleno ejercicio de los derechos por parte de toda la ciudadanía.
Miradas así las cosas, se nota que las nuestras son democracias muy embrionarias y
frágiles. Constituyen un valor en sí mismas frente a las atroces dictaduras de otros tiempos; no
obstante, está claro que son demasiado perfectibles. Todavía estamos muy lejos del
funcionamiento que presentan las democracias modernas. Y es precisamente dicho
funcionamiento el que ha permitido a las naciones más avanzadas de Occidente el gran desarrollo
de sus sociedades. También podrían decirse las cosas del modo inverso: las sociedades
desarrolladas de Occidente lo son porque han logrado consolidar democracias modernas; es decir,
sistemas políticos en los cuales es posible verificar el cumplimiento de los indicadores sociales que
se han señalado atrás.
El desarrollo de las naciones jamás llega como una dádiva otorgada por un caudillo
generoso. Todo lo contrario, se forja en largos y difíciles procesos sociales cuyos protagonistas
esenciales son siempre los ciudadanos. Mientras el caudillismo procura la disolución de lo público
para convertirlo en dominio personal de un líder y sus allegados, la democracia se afirma
mediante el fortalecimiento de lo público a través de las dinámicas institucionales. De manera que
es indispensable superar el mesianismo político para que una democracia llegue a consolidarse
plenamente. Y esto implica que la colectividad se ocupe de buscar soluciones a sus conflictos y
actúe críticamente frente a sus gobernantes. Sin ciudadanos no hay democracia.
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