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C a p ítu lo 5

E L IT IS M O C O M P E T I T IV O
Y L A V IS IO N T E C N O C R A T IC A

U na concepción optim ista y progresista de la historia hum ana


configuró el pensam iento de Jo h n Stuart Mili, K arl M arx y muchos
otros liberales y radicales del siglo xix. G uiados p o r la ciencia, la ra­
zón y ia filosofía, los seres hum anos podrían crear una vida m arca­
da p o r la expansión «más elevada y arm oniosa» de sus capacidades y
de las form as cooperativas de autorregulación, aunque, p o r supues­
to, la form a de interpretar esto últim o estaba sujeta a las disputas
más profundas. Por el contrarío, m uchos de los que exam inaron las
perspectivas de la dem ocracia a finales del siglo x ix y principios del
xx ten ían una visión m ucho más som bría del futuro, una visión de­
term inada por la sensibilidad no sólo hacia algunas de las caracte­
rísticas negativas de la vida en una civilización tecnológicam ente
desarrollada, sino tam bién incluso hacia las consecuencias impre-
decíbles de las acciones políticas m ejor intencionadas.
Max W eber (1864-1920) y Joseph Schum peter (1883-1946), en
cuya obra se centra este capítulo, com partían una concepción de la
vida política en la que había poco m argen para la participación de­
m ocrática y el desarrollo individual o colectivo, y en la que ese
m argen estaba sujeto a la amenaza de una erosión constante por
parte de las fuerzas sociales poderosas. A m bos pensadores creían
que inevitablem ente se debía pagar un alto precio por vivir en una
sociedad m oderna industrial. Su obra tiende a afirm ar un concepto
m uy restrictivo de la dem ocracia, concibiendo ésta, en el mejor de
176 V a ria n te s c o n te m p o rá n e a s

los casos, com o un m edio para escoger a los encargados de adoptar


las decisiones y para lim itar sus excesos. Esta concepción tiene m u ­
cho en com ún con aspectos de la teoría de la dem ocracia p ro tecto ­
ra, pero fue elaborada de form a bastante distinta. ..........
Fue fundam entalm ente en el pensam iento dejVtax W eber d o n ­
de un nuevo m odelo de dem ocracia, al que me referlre^ o rlo ^g en e­
ral com o «elitismo com petitivo», recibió su expresión más p ro fu n ­
da. W eber escribió relativam ente poco sobre este m odelo en co n ­
creto, pero m uchos de sus escritos sobre ia naturaleza y la estructura
de la sociedad m oderna tienen que ver con la existencia de la dem o­
cracia. Se ha llam ado a W eber u n «liberal desesperado» (M om m sen,
1974, pp. 95ss.). Estaba preocupado p o r las condiciones de la liber­
tad individual en una época en la que, tal com o él lo veía, m uchos
desarrollos so c ia le se c o n ó m ic o s y políticos estaban m in ando la
esencia de la cultura política liberal; qu es la libertad de elección y la
libertad para llevar a cabo distintas líneas de acción. Llegó casí a
aceptar que, en la época m oderna, n i los principios del liberalism o
podían ser ya defendidos. Si bien estaba firm em ente com prom etido
con los ideales de la individualidad y la diferenciación social, se
mosjirab_a^ preocupado p o r su sujpervivencia_en_una época con orga-
oizacjones cada vez^mayores,_ya fueran cqmpamas,_sÍndicatos, p a r­
tidos de masas jp_estados nacionales. E staba especialm ente p reo ­
cupado por el destino de los valores liberales en su A lem ania
nativa.
Al contrario que m uchos teóricos políticos liberales anteriores,
que partían de consideraciones acerca de la form a más deseable de
organización política, para llegar a la caracterización de las organi­
zaciones políticas reales, W eber, com o M arx, seguía en su argum en­
tación líneas de razonam iento inversas: de relatos descriptivos-
explicativos de fenóm enos reales a valoraciones sobre el carácter
factible de varias opciones políticas contrapuestas (véase la obra de
W eber «Politics as a Vocation»). Al contrario que M arx, W eber
creía que esos estudios del «carácter factible» estaban libres de valo­
res, en el sentido de que no especificaban, ni podían hacerlo, qué es
lo que se debía hacer. Pero resulta bastante evidente en su obra q u e
el «ser» y el «deber» se entrem ezclan de m anera m ucho más com ple­
ja de lo que él sugería. N o pensaba que la ciencia en cualquiera de
sus form as, ya fuera la física o la nueva disciplina de la sociología,
con la que estaba fuertem ente com prom etido, pudiera contestar la
pregunta: «¿Qué debemos hacer y cóm o debemos vivir?» («Science
B litism o c o m p e titiv o y ia v isió n te c n o c rá tic a 177

as a V ocation», p. 207). Sin em bargo, parece claram ente haber he­


cho de «necesidades históricas aparentes, virtudes teóricas positi­
vas» (K rouse, 1983, pp. 76-77), tai com o había hecho Hobbes, en ­
tre otros, antes que él. Al hacerlo, llevó a cabo u n a transform ación
fundam ental en la teoría de la dem ocracia. Su caracterización de los
procesos de la m odernidad le llevó a una concepción m uy p articu­
lar de la form a ideal de ía política y la dem ocracia.
W eber tr ató de rearticu lar el dilem a liberal de en co n trar un
equilibrio entre ia fuerza y el derecho, el poder y la ley, el gobierno
de expertos y la soberanía popular.. Pensaba que los problem as p lan­
teados p o r la persecución de esta m eta eran aspectos ineludibles de
la vida m oderna, y que únicam ente podían ser correctam ente com ­
prendidos bajo la luz de las tendencias sociales dom inantes, inclu­
yendo aquellas iniciadas p o r el m ism o liberalism o y p o r su p rin c i­
pal alternativa: el m arxism o (véase Beetham , 1985). La reflexión de
W eber sobre estos problem as sugiere u n a revisión fundam ental de
las doctrinas liberales: revisión que habría de tener gran influencia
en el desarrollo de la teoría política y social en el m undo anglosa­
jón, especialm ente en los años que siguieron a la segunda guerra
m undial. T am bién constituyó uno de los retos más coherentes y
convincentes para el m arxism o. Lo que hizo que este reto fuera tan
im p ortante, aunque en absoluto acertado en todos los aspectos, es
su com prom iso y la valoración de las circunstancias sociales y polí­
ticas en las que los valores liberales y m arxistas deben sobrevivir.
Es, en últim o térm ino, una mezcla concreta de sociología, política y
filosofía lo que da fuerza a la obra de W eber; u n a mezcla que, fo r­
m alm ente al m enos, W eber habría desaprobado con energía.

Clases, poder y conflicto

¿Q ué sentido se le puede dar a la libertad en un m undo cada vez


más dom inado po r la rivalidad entre el capitalism o y el socialismo,
y en donde existe, prácticam ente con independencia del tipo de ré­
gim en político, un florecim iento de grandes organizaciones que
im p onen roles lim itados a los individuos? W eber aceptaba bastante
de lo qu e M arx tenía que decir sobre la n a tu raleza del capitalism o,
aunque rechazó de form a decisiva cualquier in ten to de argum entar
que esto im plicaba aprobar las ideas políticas de Marx. Si el capita­
lism o era en algunos aspectos un sistema socioeconóm ico proble­
178 V arian tes c o n tem p o rán e as

mático, juzgado en térm inos de igualdad y libertad, existían aún m e­


nos razones para, según W eber, recom endar el socialismo (en su
disfraz socialdem ócrata o bolchevique). C on el fin de com prender
su postura general, resulta útil ap u n tar algunas diferencias im p o r­
tantes entre sus Jdeas y las de Marx*
En prim er lugar, W eber aceptaba que las intensas luchas de cla­
ses habían tenido lugar en varias fases de la historia y que la rela­
ción entre capital y trabajo asalariado es de considerable im p o rtan ­
cia para explicar m uchas de las características del capitalism o in ­
dustrial. Estaba de acuerdo en que la clase es ante todo una caracte-
rística «objetiva» de las relaciones económ icas, fundadas en las rela­
ciones de propiedad, y que el surgim iento del capitalism o m oderno
implicaba ia creación de una masa de trabajadores asalariados no-
propietarios, que tienen que vender su trabajo a los propietarios del
capital para ganarse la vida. N o ..aceptaba, sin em bargo, la_teoría_de
ia plusyaJ ía, basándose en cam bio en la econom ía «margmalista»
fundam entalm ente, y conceptualizando la clase, p o r lo tanto, en
térm inos no «explotadores». Según W eber, las clases_consisten en
agregados de in d ividuos que com parten conjuntos similares de «pq,-
a i b i l i d a d e s de vida» en cuanto al trabajo y Jos productos del m erca­
do. Las clases no son grupos, aunque la acción grupal puede apoyar­
se en intereses com unes de clase; es decir, en intereses económ icos
que son el resultado de una m ism a posición en el mercado.
W eber no creía en la posibilidad, o la conveniencia, de la revo­
lución proletaria, y ofrecía una visión más diversificada del conflic­
to en 1as sociedades capitalistas; cuestionaba enérgicam ente la idea
de que el análisis del conflicto puede reducirse al an álisis de las cla­
ses, ya que, p ara él, las clases constituyen tan sólo un aspecto de 1a
distribución y de la lucha por el poder. Lo que él d enom inaba «gru-
pos de estatus»©, los part idos políticos y los estados-naciones, son al
píenos tan im p o rtan tes, si es que no lo son más. E l fervor creado
por el sentim iento de solidaridad grupal, com unidad étnica, presti­
gio del poder o nacionalism o, es en general una parte absolutam en-

0 / Los grupos de estatus se basan e q ias re la c io n es de c o n su m o q ue to m a n la


fo rm a d e «estilos de vida» y se p aran a u n g ru p o de o tro . W eb er m a n te n ía q ue los
g rupos de estatus (en la fo rm a de estados feudales, o de castas en la In d ia) h ab ían
sido elem en to s fu n d am e n tales de todas las sociedades precap italistas. Si b ien, en ¿1
cap italism o m o d e rn o te n d ía n a ser ecijpsados p o r las re la c io n es d e clase, la afilia­
ción a los g rupos de estatus n o p ierd e en n in g ú n caso su im p o rta ncia.
E litis m o c o m p e titiv o y la v isión te cn o c rá tic a 179

te vital de la creación y m ovilización del poder y del conflicto en la


época m oderna (véase «Class, Status and Party» y «Status, G roups
and Classes» en G iddens y Held, 1982, pp. óOss.). Si bien la clase y
el conflicto de clases son im portantes, no son el «motor» principal
del desarrollo histórico.
^ E n segundo lugar, W eber veía el capitalism o in dustrial com o
í i\ \ un fenóm eno distintivam ente occidental en sus orígenes, que in-
/ c o rp o raba valores y m odos de actividad específicos, diferentes de
los generados p o r otras civilizaciones (La ética protestantey el espíritu
del capitalismo) y pp. 56-58 de este volum en). La característica m ás
im p o rtan te de esta «occidentalidad» es lo que él denom inaba la «ra­
cionalidad» característica de la producción capitalista, algo que se
extiende más allá de la m ism a em presa económ ica. La racionaliza­
ción es un fenóm eno que im pregna cada u na de las grandes institu­
ciones de la sociedad capitalista. La «racionalización» es un concep­
to form ulado de form a ambigua en los escritos de W eber. Pero su
significado central hace referencia a la exten sió n de las actitudes
calculadas de carácter técnico a más y más esferas.de actividad, con-
densadas en los procedim ientos científicos y cuya expresión sustan­
tiva es el cada vez más im portante papel que la especialización, la
ciencia y la tecnología juegan en la vida m oderna (G iddens, 1972,
pp. 44ss.).
La racionalización del m undo m oderno tiene consecuencias
profundas, que incluyen la erosión de la credibilidad del sistema de
creencias, que trata de p ro p o rcio n ar una interp retació n clara del
«significado de la vida». Las creencias religiosas, al igual que las
doctrinas'políticas y filosóficas, que p ro p o n e n una solución concre­
ta a los asuntos naturales o hum anos, dejan paso a una visión más
fluida de las cosas. El concepto de la tierra com o un «jardín encan­
tado» — com o un lugar en el que «fuerzas m isteriosas incalculables
en tran en juego»— se ve m inado de form a irreversible por el ethos
instrum ental, una postura firm e de que «todo puede ser dom inado
m ediante el cálculo» («Science as a V ocation», p. 139). La actitud de
W eber ante este proceso era am bivalente. P or un lado , el m u ndo se
«intelectualiza» progresivam ente, liberando a las personas de la car­
ga de las ilusiones teológicas y metafísicas. P or otro, ta^aci o na liza -
ción supone ta m bién una pérdida q u e W eber denom inada «desen-
canto» («Science», pp. 138ss.). E n un m u n d o progresivam ente do­
m inado p o r la razón científica y técnica, ya no existen «visiones del
m undo» q ue puedan im poner legítim am ente el acuerdo general; las
180 V aria n tes c o n te m p o rá n e a s

bases tradicionales para resolver la «lucha» entre el. inm enso c o n ­


junto de actitudes posibles sobre la vida se ha debilitado considera­
blemente. Hoy en día, argum entaba W eber, no existe una justifica­
ción últim a, más allá de la elección del indiv id u o , acerca de a «cuál
de los dioses rivales deberíam os servir» («Science», pp. 152-153). Es
responsabilidad de cada individuo juzgar y decidir qué valores es
más conveniente defender. E ste es, escribía m em orablem ente, «el
destino de una época que ha com ido del árbol de la sabiduría».
Si bien, desde una perspectiva, la postura de W eber representa­
ba «la apoteosis del individualism o», desde otra sugería una ru p tu ra
radical con la tradición liberal clásica que, tal com o hem os visto,
concebía ínicialm ente los fundam entos del individualism o en la ley
natural y los derechos naturales (véase el capítulo 2 y B eetham ,
1985, p. 4ss.). E n una época de valores co n trapuestos, en la que
ninguno puede considerarse objetivam ente válido, la idea de que la
ALÍ.4^-.P.9Íí.tica se funda en una m oralidad dada o acordada, no puede
sostenerse. Encestas circunstancias, la política liberal sólo puede de- ;
fenderse, sostenía W eber, sobre la base de los procedim ientos
— poniendo el énfasis en su im portancia com o m ecanism o para
prom over la «com petencia entre los valores» y la «libertad de elec­
ción» en un m undo racionalizado (véase R oth y Schluchter, 1979).
La dem ocracia es un com ponente vital de jo s arreglos institucjona-
les necesarios para el logro de estos fines, es decir, para el m a n ten i­
m iento de una cultura política liberal.
E n tercer lugar, W eber p e n saba que la racionalización iba ine^V \
v ia b lem en te acom pañada. de la extensjtónde la burocracia. C uandó\J^J
M arx y Engels escribían sobre la «burocracia», tenían en m ente la
adm inistración pública, el aparato burocrático del estado. Pero W e­
ber aplicaba el concepto de fo rm a jn u c h o más extensa^, caracte ri­
zando todas las formas de organización a gran escala: el estado, p o r
supuesto, pero tam bién las em presas industriales, los sindicatos, los
partidos políticos, las universidades y los hospitales. Estaba de
acuerdo con M arx en que la burocracia no es e^encialn^nte^derno-
crática, porque los buró cratas no son responsables ante la m asa de
la población afectada p o r sus decisiones. Sin embargo, insistía en
qucfa%cl problem a de la dom inación b urpcrática es m ucho más o m -
niprdsente_de lo que M arx im aginaba, y & ’ }) no existe n inguna form a
de trascender la do m in ación b u ro crática^salvo lim itando la exten­
sión de la burocracia misma. E n concreto, no puede existir la posi­
bilidad de «trascender el estado». Los logros de la sociedad socialis­
E litism o c o m p e titiv o y la v isió n te c n o c rá tic a 181

ta, en opin ió n de W eber, tendrían justo el efecto contrario al gredi-


cho p o r ios p en sadores socialistas: una m ayor extensión de la dom i­
nación burocrática. P or dom inación W eber entendía una «estructu­
ra de ordenam iento y subordinación sostenida p o r una variedad de
m otivos y m edios para hacerla cum plir», que puede adoptar m u­
chas form as, siendo la más eficaz la adm inistración burocrática
(W eber, Economía y sociedad, parte I, p. 43 y parte IX, pp. 695ss.). A
pesar de que no consideraba que la dom inación opresiva de la buro­
cracia fuera ineludible, pensaba que la política m oderna debe idear
estrategias para contener y lim itar su desarrollo. Estaba absoluta­
m ente convencido de una cosa: si el socialism o o el com unism o sig­
nificaban la regulación directa y equitativa de los asuntos económ i­
cos, sociales y políticos p o r parte de todos los ciudadanos, entonces
eran doctrinas excesivam ente ingenuas y peligrosam ente engaño­
sas.

Burocracia, parlamentos y naciones-estado

La concepción de que el estado y la organización burocrática,


en particular, constituyen entidades «parasitarias» de la sociedad, es
una postura que han expuesto M arx y m uchos otros marxistas (es­
pecialm ente Lenin). Pero las adm inistraciones centralizadas p o ­
drían ser ineludibles. W eber llegó a esta posición en parte a través
de la apreciación de la naturaleza im practicable de la dem ocracia
directa:

cuando la organización social sobrepasa cuantitativamente una cierta medida


o cuando la diferenciación cuaiitativa de las tareas de gobierno dificulta su
realización mediante el sistema de turno, insaculación o elección de
miembros por breves períodos en forma satisfactoria. Las condiciones que
rigen el gobierno en las organizaciones de masas son radicalmente distin­
tas de las que rigen el gobierno de las asociaciones basadas en la relación
personal o de vecindad... El desarrollo cuantitativo y cualitativo de las ta-1
reas del gobierno, que exige una superioridad técnica a causa de la crecien­
te necesidad del entrenam iento y de la experiencia favorece inevitable­
mente la continuidad, por lo menos de hecho, de una parte de los funcio­
narios. Con ello surge siempre la posibilidad de que se forme una organi- 1
zación social permanente para los fines del gobierno, lo cual equivale a de- J
cir para el ejercicio del dom inio {Economíay sociedad, parte II, p. 704).
¡82 'f/iC ''( ^ !> '• V arian te

W eber no creía que la dem ocracia d irecta2 fuera im posible en


las circunstancias; creía más bien que no podía funcionar en
organizaciones que cum plieran las siguientes condiciones:

1) limitación local, 2) limitación en el núm ero de participantes, 3) poca


diferenciación en la posición social de los participantes. Además, presupo­
ne: 4) tareas relativamente simples y estables y, a pesar de ello, 5) una no
escasa instrucción y práctica en la determ inación objetiva de los medios y
fines apropiados {Economíay sociedad, parte II, p. 701).

La dem ocracia directa requiere la igualdad relativa de todos los


participantes, cuya condición clave es una diferenciación económ L
ca y social m ín im a. C onsecuentem ente, ejemplos de esa form a de
«gobierno» pueden encontrarse en tre las aristocracias de las ciuda­
des-estado de la Italia m edieval, entre ciertos m unicipios de los E s­
tados U nidos y entre grupos profesionales m uy selectos, p o r ejem­
plo, los profesores universitarios. Sin em bargo, el tam año, la com ­
p lejidad y la tot_al_diversidad de las sociedades m odernas hacen que
la dem ocracia directa sea sim plem ente inapropiada como_m odelo
general de regulación y control político.
W eber com prendía que el objetivo de la dem ocracia directa era
la reducción de la dom inación al m ínim o posible, pero en u n a so­
ciedad heterogénea la dem ocracia directa llevaría a u n a adm in istra­
ción ineficaz, a una ineficiencia no deseada, a la inestabilidad p o líti­
ca y, en últim o térm ino, a un increm ento radical en la probabilidad
(tai com o Platón y otros críticos habían señalado de ía dem ocracia
clásica) del gobierno opresivo de una m inoría. Esto últim o era p o ­
sible precisam ente por el vacío en la coordinación creado p o r la au ­
sencia de una adm inistración técnicam ente eficiente. Además, la
dem ocracia d irecta tiene o tra característica im portante que la hace
especialm ente inadecuada para la política m oderna: _su m odelo de
representaciónjpolítíca impide^_t o da posibilidad de negociación y
com prom iso p o lítico. E sto es particularm ente evidente cuando la
dem ocracia directa se estructura en una jerarquía de m andato o de­
legados «instruidos» (véase el m odelo IV en el capítulo 4). El m a n ­

2 P o r «dem ocracia directa» W eber e n te n d ía u n sistem a de to m a de d ecisio n es


sobre las «cuestiones públicas», en el que los c iu d ad a n o s p a rtic ip a n de fo rm a d irec-
ca. (E n lo q ue respecta a este libro, la d e m o crac ia d irec ta, así en ten d id a , ab arcaría
los m od elo s I, I lla , IV y elem e n to s del V III.)
E litism o c o m p e titiv o y la v isió n te cn o c rá tic a 183

dato directo m ina el ám bito que deben tener los representantes para
resolver el conflicto, equilibrar los intereses contrapuestos y desa­
rro llar políticas suficientem ente flexibles com o para hacer frente a
circunstancias cam biantes (véase Economía y sociedad, parte I, pp.
289-290, 292-293; parte II, pp. 948-952, 983-987). La democracia
directa no dispone de un m ecanism o adecuado para m ediar en las
luchas entre fa c d o nes.
Es e rróneo mezclar los problem as referentes a la naturaleza de
la ad m in ist ración con los p roblem as refe rentes al co ntrol del apara­
to del estado (véase A lbrow , 1970, pp. 37-49). E n opinión de W e­
ber, M arx, Engels y L enin confundían estos temas al mezclar la
cuestión sobre la naturaleza clasista del estado con la cuestión sobre
si una adm inistración burocrática centralizada es una característica
necesaria de la organización política y social. El com prom iso de
L enin con la «destrucción» del estado es quizá el ejemplo más claro
de la incapacidad de verlas com o dos cuestiones distintas. Más aún,
W eber se resistía a toda sugerencia acerca de que la organización del
estado m oderno podía e x p lie a rse d i.rec ta m en te en térm inos cíe las
actividades de las clases. Con el fin de entender esta postura, resulta
útil com prender su concepción del estado.
W eber desarro lló una de las definiciones más im portantes del
estado m oderno, poniendo el énfasis en dos elem entos distintivos
de su historia: ja territorialidad y la violencia. El estado m oderno,
al contrario que sus predecesores, agitados por la lucha constante
entre facciones, tiene la capacidad de m onopolizar el uso legítimo
de la violencia en un territo rio dado; es un estado-nación en las re­
laciones arm adas con otros estados-nación, más que con segmentos
arm ados de su propia población. «Por supuesto», destacaba Weber,
«...la violencia no es, naturalm ente, ni el m edio norm al ni el único
m edio de que el Estado se vale, pero sí es su m edio específico... el
E stado es aquella com unidad hum ana que, dentro de un determ ina­
do territo rio, reclam a (con éxito) para sí el m onopolio de la violencia
física legítima» (es decir, considerada legítim a) («Politics as a Voca-
tion», p. 83). El estado m antiene la conform idad o el orden en un
territo rio dado; en cada sociedad capitalista esto im plica, de forma
crucial, la defensa del sistem a de propiedad y el apoyo a los intereses
económ icos dom ésticos en el extranjero, aunque en ningún caso
pueden reducirse a esto todos los problem as de orden. La red de
agencias e instituciones estatales encuentra su sanción últim a en la
pretensión del m onopolio de la coerción, y un orden político es, en
184 V a ria n te s c o n te m p o rá n e a s

últim a instancia, vulnerable a las crisis únicam ente cuando se ero ­


siona este m onopolio.
Sin em bargo, existe un tercer térm ino clave en la definición del
estado de W eber: la legitim idad. E l estado se basa en el m onopolio
de la coerción física, legitim ado (es decir, se sostiene) p o r la creen­
cia en el carácter justificable y /o la legalidad de ese m onopolio.
Hoy en día, argum entaba W eber, las personas ya no obedecen la au­
toridad reclam ada p o r los poderes, sim plem ente sobre la base, tal
com o era com ún, del hábito y la tradición o el carism a y el atractivo
personal de los dirigentes individuales. Más bien se da la obediencia
general en «virtud de 1a “legalidad”, en v irtu d de la creencia en la
validez de preceptos legales y en la “com petencia" objetiva fundada
sobre norm as racionalm ente jcreadas» («Politics as a V ocation», p.
85). La legitim idad del estado m oderno se funda p red o m in an te­
m ente en la «autoridad legal», es decir en el com prom iso con un
«código de regulaciones legales». P or lo tan to , las actividades del es­
tado m oderno están lim itadas por el im p erio de la ley, u n complejo
proceso de lim itaciones. P or un lado, el im perio de la ley im plica
que los agentes del estado deben conducir sus asuntos, de acuerdo
con los principios propios del procedim iento legislativo, al tiem po
que, por otro lado, im plica que las personas, en ta n to que «ciudada­
nos», deben respetar la autoridad del estado en v irtu d del m a n ten i­
m iento de estos principios. Los funcionarios del estado m oderno
pueden reclam ar obediencia, debido no a un d eterm inado atractivo
que puedan poseer, aunque esto sea a veces de hecho m uy im p o r­
tante, sino debido a la autoridad que tem poralm ente tienen, com o
resultado del cargo que ocupan, autoridad que las personas aprue­
ban o al menos generalm ente aceptan.
Más aún, entre las instituciones del estado están los aparatos ad­
m inistrativos: una vasta red de organizaciones dirigidas p o r funcio­
narios designados. A pesar de que estas organizaciones h an sido, en
m uchas épocas y lugares en la historia, fundam entales para los esta­
dos, «tan sólo Occidente», según W eber, «conoce el estado en sus
dim ensiones m odernas, con una adm inistración profesional, un
funcionariado especializado y un derecho basado en el concepto de
ciudadanía». Estas instituciones «tuvieron sus com ienzos en la a n ti­
güedad y en Oriente», pero allí «nunca lograron desarrollarse» (H is­
toria económica general, p. 232).
El estado m oderno no es, argum entaba W eber, un resultado del
capitalismo; precedió y contribuyó a pro m o v er eljdesarrolio capita-
E litis m o c o m p e titiv o y la v isión te cn o c rá tic a 185

lista {Economíay sociedad, parte II, pp. 1381ss.). E l capitalism o, sin


em bargo, proporcionó un en orm e ím petu, tanto en la vida pública
com o en la privada, a la expansión de la adm in istración racional, es
decir, el tipo de burocracia fundada en la autoridad legal. E n el
m undo contem poráneo, creía W eber, la adm inistración pública y
privada se estaban burocratizando cada vezjmás {Economíay sociedad,
parte II, p. 1465). Es decir, existe un crecim iento de las siguientes]
estructuras organizativas: una jerarquía ordenada eja una pirám ide
de autoridad; la existencia de reglas de procedim iento, im persona­
les y escritas; lím ites estrictos a los m edios de coacción, a disposi­
ción de cada funcionario; la designación de ios funcionarios tenien­
do en cuenta su form ación y unas cualidades especiales {no por el
sistema del patronazgo); tareas especializadas claram ente definidas,
que requieren em pleados a tiem po com pleto; y, significativam ente,
la separación de los funcionarios de la «propiedad de los medios de
adm inistración» {Economíay sociedad, parte I, pp. 220-221).
El últim o p u n to necesita alguna aclaración. W eber generalizaba
la idea m arxista de la «expropiación del control de los medios de
pro ducción al trabajador» más allá de la esfera de la producción
m ism a, relacionándola con la expansión general de la burocracia en
el m undo m oderno. La «expropiación al trabajador», argum entaba,
es característica de todas las organizaciones burocráticas y es un
proceso irreversible. La «alienación» del trabajador debe entenderse
com o un elem ento ineludible de la centralización de la adm inistra­
ción. Los individuos en el nivel más bajo de las organizaciones bu­
rocráticas pierden inevitablem ente el co n tro l del trabajo que reali­
zan, que está determ inado po r los que ocupan escalones superiores.
Las burocracias, además, tienden a convertirse en fuerzas im perso­
nales; sus reglas y procedim ientos adquieren una vida propia, co n ­
form e contienen y lim itan las actividades de todos los que están su­
jetos a ellos, ya sean funcionarios o clientes. Más aún, el proceso de
tom a de decisiones burocrático es «rígido» e «inflexible», y no con­
sidera frecuentem ente (y necesariam ente) las circunstancias p arti­
culares de cada individuo. E n suma, la burocracia, de ^cuerdo con
W eber, constituye una «jaula de acero» en la que la gran mayoría de
la población está destinada a pasar la m ayor parte de su yida. Este es
el precio, al que hacíam os referencia anteriorm ente, que se tiene
que pagar p o r los beneficios de v iv ir en un m undo económ icam en­
te y técnicam ente desarrollado.
N o existe una form a plausible de que el ciudadano m oderno
186 V a ria n te s c o n te m p o rá n e a s

cree adm inistraciones «no-burocráticas», ya que en todas las cir-


cunstancias im aginables en teoría, la burocracia es «com pletam ente
indispensabloy>JEconomía y sociedad, parte. I, p. 223). La única elec­
ción «en el cam po de la ad m in istración es entre burocracia y dile­
tan tismo». W eber explicaba la extensión de la burocracia en los tér­
m inos siguientes:

La razón decisiva que explica el progreso de la organización burocráti- j


ca ha sido siempre su superioridad técnica sobre cualquier otra organiza­
ción. Un mecanismo burocrático perfectamente desarrollado actúa con
relación a las demás organizaciones de la misma forma que una máquina
con relación a los métodos no mecánicos de fabricación. La precisión, la }
rapidez, la univocidad, la oficialidad, la continuidad, la discreción, la uni- \
formidad, la rigurosa subordinación, el ahorro de fricciones y de costes |
objetivos y personales son infinitam ente mayores en una adm inistración \\
severamente burocrática... {Economíay sociedad, parte II, pp. 730-731)

C onform e la vida económ ica y política se hace más compleja y


diferenciada, la adm inistración burocrática es cada vez más im pres­
cindible.
W eber relacionaba la indispensabilidad de la burocracia con losl
problem as de 'ppídinación planteados por los sistemas económ icos
m odernos y po r la ciudadanía masiva. Es esencial para el desarrollo
de las empresas económ icas un m edio política y legalm ente prede­
cible; sin él, no pueden adm inistrar con éxito sus asuntos y sus rela­
ciones con los consum idores. La eficacia y estabilidad organizativa,
que a largo plazo sólo la burocracia puede garantizar, era (y es) n e:^
cesaria para la expansión del com ercio y la industria (véase Economía
y sociedad, parte II, pp. 969-980; Beetham , 1985, cap. 3). La ciudada­
nía masiva llevó al increm ento de las dem andas al estado, tan to de
tipo cuantitativo com o cualitativo. Los que acababan de adquirir el
derecho ai voto no sólo pedían más del estado, en áreas com o la
educación y 1a sanidad, sino que tam bién pedían la u n iform idad en
el trato a las personas con niveles de necesidad sim ilares {Economíay
sociedad, parte II, p. 975)3. La estandarización y «rutinización» de las

3 La b u ro crac ia se d esarro lla «de fo rm a m ás perfecta», escrib ía W eb er, « cu an to


m ás d esh u m an izad a esté, c u a n to m ás éx ito tenga en co m p le ta r ia e lim in a c ió n de ia
tarea b u ro c rá tic a el am o r, el odio, y to d o s los elem en to s p u ra m e n te p erso n ales,
irra cio n ale s y em o cio n ales, que escapan al cálculo {Economíay sociedad, p a rte II,
p. 975).
E litisra o c o m p e titiv o y la v isió n te c n o c rá ú c a 187

tareas adm inistrativas era crucial para el logro de este fin. Además,
las crecientes dem andas hechas al estado eran tan to de tipo interna­
cional, com o nacional; y cuantas más dem andas, más necesaria es
u na adm inistración especializada para su cuidada interpretación y
adm inistración:

JEs evidente que el gran estado m oderno depende tanto más de una
base burocrática técnica cuanto mayor es y ante rodo cuanto más es o tien­
de a ser en potencia... cuanto mayor sea la superficie de fricción con el ex­
terior y cuanto más urgente sea la necesidad de una unificación adminis­
trativa en lo interno. {Economíay sociedad, parte II, pp. 728-7299.)

Si bien el gobierno de los fu ncionarios no es in evitable, les co­


rresponde un poder considerable en base a su espec i alizac ió n , i n f or-
m ación y acceso a los secretos. Este poder puede pasar a se r, pensa­
ba "Weber «excesivam ente dom inante». Los políticos y los actores
políticos de todo tipo pueden encontrarse en una situación de de­
pendencia respecto a la burocracia. U na cuestión central (si no una
preocupación) para W eber eran las posibles form as de controlar el
poder b u ro crático . Estaba convencido de que, en ausencia de con­
troles, la organización pública caería presa de funcionarios dem a­
siado celosos o de poderosos intereses privados (entre otros, capita­
listas organizados y grandes terratenientes) que no tendrían el inte­
rés nacional com o su prim era preocupación. Más aún, en m om en­
tos de em ergencia nacional, habría un liderazgo ineficaz: los buró­
cratas, ai contrario que los políticos en general, no pueden tom ar
una postura firm e. No tienen la form ación — ni las burocracias es­
tán diseñadas estructuralm ente— para la consideración de criterios
políticos, técnicos o económ icos. Sin em bargo, la solución de W e­
ber al problem a de la burocratización ilim itada no dependía única­
m ente de la capacidad de in n o v ar de los políticos. Al escribir sobre
A lem ania, abogaba p o r un parlam ento fuerte, que crease las bases
com petitivas para la preparación de un liderazgo fuerte y que sir­
viera de equilibrio entre la burocracia pública y privada (véase
M om m sen, 1974, cap. 5).
La postura política de W eber puede clarificarse aún más, exami­
nando su crítica del socialismo. Creía que la abolición del capitalis­
m o privado «significaría sim plem ente que... la m áxima dirección
de las empresas nacionalizadas o socializadas se burocratizarían»
{Economíay sociedad, parte II, p. 1402). La dependencia de los que
188 V aria n tes c o n te m p o rá n e a s

co n trolan los recursos aum entaría, ya que la abolición del m ercado


supondría la abolición de un contrapeso clave al estado. El m erca­
do genera cam bio y m ovilidad social: es la fuente m ism a del d in a­
m ism o capitalista.

La burocracia es tata1_gobernaria sola sí se eliminara el capitalismo pri­


vado. Las burocracias privadas y públicas, que .ahora funcionan conjunta­
mente, y potencialmente unas contra otras, controlándose mutuamente
por io tanto hasta cierto punto, convergerían en una única jerarquía. Esta
situación sería similar a la del antiguo Egipto, pero tendría lugar de una
forma mucho más racional — y por lo tanto más duradera {Economíay socie­
dad, parte I, p. 143).

Si bien W eber argum entaba que el desarrollo capitalista da un


ím petu enorm e al «progreso» hacia el estado burocrático» creía que
este m ism o desarrollo, asociado al gobierno parlam entario y al sis­
tema de partidos, proporcionaba el m ejor obstáculo a la usurpación
del poder del estado p o r los funcionarios. Lejos de acabar con la do­
m inación, el socialism o la transform aría en u n a form a burocrática
im perm eable, que en últim o térm in o suprim iría toda expresión de
los intereses legítim am ente en conflicto, en nom bre de u n a solida­
ridad ficticia — el estado burocrático gobernaría solo. J

La democracia elitista competitiva

Al abogar p o r una econom ía de dirección_cagitaiista> así com o


P° LU SPÍ2Í?.r PP.. Pi^P!am e 11tari o y un sistema d ep artid o sjco m p etiti-
vo, W eber se situaba en un terren o fam iliar para m uchos liberales
de los siglos xxx y xx. Pero su defensa de estos nexos institucionales
residía en argum entos nuevos. A ntes de exam inar algunas lim ita­
ciones de sus ideas, es im portante decir algo más sobre su m odelo de
dem ocracia, un m odelo que el creia «inevitable» y deseable.
W eber dio varias razones p ara justificar p or qué_ei parlam ento
era vital. E n p rim er luga£\el parlam ento garantiza un grado de ac­
cesibilidad al gobierno. C om o foro para el debate de la política p ú ­
blica, asegura una oportunidad para la expresión de las ideas e in te ­
reses rivales. E n segundo luga^H a estru ctu ra de la discusión parla­
m entaria, la naturaleza del debate y el requisito de que para ser
«persuasivo» es preciso lograr un alto nivel en la oratoria, hacen del
parlam en to un im po rtan te cam po d e p rueba para los aspirantes a jí-
E lirism o c o m p e titiv o y la v isió n te cn o c rá tic a .; 189

deres; los líderes deben ser capaces de m ovilizar la opinión y de


ofrecer un program a político plausible. E n tercer lugar, el parla-
ment<o^Jproporciona u n espacio para la negociación de posturas
atrin c h eradas. Los representantes políticos to m an decisiones de
acuerdo con criterios distintos de la lógica de los procesos burocrá­
ticos y de las operaciones de m ercado. Pueden m ostrar las alternati­
vas políticas a los individuos o grupos con intereses contrapuestos,
creando de ese m odo una oportunidad para el com prom iso. Son ca­
paces de form ular conscientem ente objetivos que respondan a las
presiones cam biantes y que se correspondan con las estrategias para
el éxito electoral y nacional. C om o tal, el parlam ento es un m eca­
nism o esencial para preservar la com petencia entre los valores.
El papel del parlam ento no debe concebirse en térm inos ro ­
m ánticos. Según W eber, la concepción del parlam ento com o un
centro de discusión y debate — el lugar en el que se form ulan los
program as políticos autorizados— es, hasta cierto p u n to , una tergi­
versación de la naturaleza de las cuestiones parlam entarias moc|er-
ñas («Politics as a V ocation», p. 129). N o puede afirm arse con cer­
teza si los parlam entos fueron o no alguna vez «centros de razón».
C ontrariam ente a la opinión de personas com o J. S. Mili, W eber a r­
gum entaba que ía extensión del sufragio y el desarrollo de los p a rti­
dos políticos m inaba la concepción liberal clásica del parlam ento
com o lugar donde la reflexión racional, guiada ú nicam ente p o r el
interés público o general, define la política nacional. Si bien fo r­
m alm ente el parlam ento es el único cuerpo con legitim idad para
prom ulgar la ley y definir la política nacional, en la práctica la p o lí­
tica de partidos predom ina (véase M om m sen, 1974, pp. 89-90). El
sufragio masivo altera fundam entalm ente la dinám ica de la vida
política, situando al partido en el centro de la cuestión política.
U nicam ente com prendiendo la naturaleza de los partidos p o lí­
ticos m odernos podem os entender plenam ente el significado de la
extensión del sufragio en los siglos x ix y xx. Lejos de garantizar «la
soberanía popular» — una idea que W eber consideraba bastante
sim plista— , ía extensión del sufragio se ha asociado fundam ental-
m ente con el surgim iento de un nuevo tipo de político de carrera.
¿Por qué ha sido así? Con la extensión del sufragio, se hizo necesaria
«la creación d e u n e n o rm e aparato de asociaciones políticas». Estas
asociaciones o partidos se dedicaban a la organización de la repre­
sentación. E n todas las com unidades de m ayor tam año que los pe­
queños distritos rurales, la organización política es., afirm aba W e-
190 V aria n tes c o n te m p o rá n e a s

bcr, «necesariam ente una empresa de interesados... N o es im aginable


que en las grandes asociaciones puedan realizarse elecciones pres­
cindiendo de estas empresas, en general adecuadas a su fin. P rácti­
cam ente esto significa la división de los ciudadanos con derecho a
voto en elem entos políticam ente activos y políticam ente pasivos»
(«Politics as a V ocation», p. 122-123).
La exte nsión del sufragio su p o n e ineludiblem ente la prolifera-
ción de asociaciones políticas que o rganizan el electorado, cuyos in ­
tereses, en ia m ayoría de las circu n stan c ias (siendo la excepción las
situaciones de em ergencia nacional y las grterras), están fragm enta­
dos y d ivididos. U na pluralidad de fuerzas sociales com pite p or ob ­
tener influencia sobre los asuntos públicos. Con el fin de lograr in-'
fluencia, esas fuerzas necesitan m ovilizar recursos, reunir los m e­
dios financieros, reclutar seguidores y tratar de ganar personas para|
sus causa(s). Pero, al organizarse, pasan a depender de los que tra b a -5
jan de form a continuada en el nuevo aparato político; y estos apara- j
ios, al tratar de ser eficientes, se convierten en burocráticos. Los
partidos pueden esforzarse po r llevar adelante un program a de
principios políticos «ideales», pero, a no ser que sus actividades se
basen en estrategias sistemáticas para lograr el éxito electoral, esta-?
rán condenados a la insignificancia. P or consiguiente, los partidos)
se transform an, fundam entalm ente, en m edios para com petir y ga-l
nar elecciones. El desarrollo de partidos opuestos entre sí cambia;
irreversiblem ente la naturaleza de la política parlam entaria. Lasj
m áquinas de partido desechan la afiliación tradicional y se estable-:
•cen com o centros de lealtad, desplazando a otros com o base funda-í
m ental de la política nacional. Crece la presión para defender la lí-j
hea del partido, incluso sobre los representantes electos; los repre-í
sentantes se vuelven «por lo general, unos borregos votantes perfec-j
tarnente disciplinados» («Politics as a V ocation», p. 136). Las claves
del argum ento de W eber están resum idas en la figura 5.1.
A pesar de que W eber creía firm em ente que el avance de la bu-
rocratización significaba más o m enos el descenso progresivo de la
autonom ía de las personas en los escalones más bajos de la organiza­
ción social, era crítico con los escritos de M ichels cuya propia fo r­
m ulación de esta tendencia, «la ley de h ie rro de la oligarquía», debía
mucho a W eber (M ichels, Political Partiese véase R oth, 1978, pp. Ixxi
y xci i). M ichels form uló la «ley de hierro» en los térm inos siguien­
tes: «Es la organización lo_ que da lugar al dom inio de los elegidos
sobre los electores, d e jo s m andatarios sobre los m andados, de los
E litism o co m p e titiv o y la v isió n te c n o c rá tic a 191

D e sa rro ü o del su frag io m asivo:


d e m o c ra c ia electora)

Las fuerzas so ciales c o m p ite n p o r \


ia in flu en c ia , a p e sa r d e q u e existe
u na d iv is ió n e n tre «ios e le m en to s
p o lític a m e n te a ctiv o s y
p o lític a m e n te pasivos»

S urgen ios p a rtid o s


p o lític o s p a ra o rg a n iz a r
la re p re se n ta c ió n
d e grupos
v clases

Se refu erza la d iv isió n


e n tre los p o lític a m e n te activ o s El p o d e r de los p a rtid o s
y los p o lític a m e n te reside en los q ue trabajan
V p asiv o s c o n tin u a m e n te en ellos,
y se c o n c e n tra m ás
c o n el su rg im ie n to
de los po lítico s
p rofesionales
/ M ied o a la d e m a g o g ia ab ierta
/ c o n tro la d a p o r el sistem a
/ p a rla m e n ta rio en e¡ q u e los líd eres
* d e b en s o b re v iv ir, p o r eS «m ercado»
ele v o to s y p o r los lím ites de u n a
a d m in is tra c ió n p ú b lica Los p a rtid o s a d o p ta n una
d e «expertos» «un id ad de acción» y una
(disciplina estricta»: se
c o n v ie rte n en o rg a n iz a cio n e s,
bu ro c rá tic a s
Los p a rtid o s d o m in a n el p a rla m e n to \
y los líd eres d o m in a n los p a rtid o s: 1
« d ictad u ra electa» J
La « m á quina» de! p a rtid o

D e te rio ro de
establece m ec an ism o s para
c o n tro la r a sus p ro p io s seguidores, \
in c lu y e n d o ;s los m ie m b ro s del
c o n c e p c ió n de!
p a rla m e n to : ios re p re sen ta n te s
I p a rla m e n to c o m o c e n tro ¡ se c o n v ie rte n en «borregos v otantes
\ de d e lib e ra c ió n j
p e rfe c ta m e n te disciplinados» >
y d eb ate

F i g u r a 5.1 . E l s i s te m a d e p a r t i d o s y la p é r d i d a d e la i n f l u e n c i a d e l p a r la m e n t o .
192 V arlan tes c o n tem p o rán e as

delegados sobre los que delegan. Q uien h a b la d e organización, h a ­


bla de oligarquía» (P oliticalParties, p. 365). Para W eber, esta afirm a­
ción suponía una excesiva sim plificación; la burocratízación no
sólo era un proceso muy complejo, _sino que tam b ién era com pati­
ble con_un_grado de dem ocratización política y con el surgim iento
de líderes capaces.
Los partidos políticos m odernos refuerzan, de hecho, la im p o r­
tancia del liderazgo. £1 liderazgo debe ser entendido com o un co n ­
com itante necesario, tanto de las organizaciones a gran escala, que
requieren una dirección política firm e, com o de la pasividad de la
m_asa_del electorado. Esta pasividad es en p arte el producto del
m undo burocrático m oderno. Pero a pesar de que el análisis de W e­
ber ofrecía, a prim era vista, una explicación razonable de p o r qué la
masa de ciudadanos es pasiva (tienen pocas oportunidades signifi­
cativas de participar en la vida institucional, a saber, no tienen sufi­
ciente poder com o para que esa participación merezca la pena), el
m ismo W eber tendía a incluir en su explicación una escasa estima
por el grueso del electorado. E n su fam oso ensayo «Politics as a V o­
cation», hacía referencia al «carácter em ocional» de las masas com o
u n a base poco adecuada para com prender o juzgar los asuntos pú~
blicos. Parece haber pensado que el electorado era en general in ca­
paz de discrim inar entre políticas,, y únicam ente capaz de hacer al-
gún tipo de elección entre posibles líderes. P o r lo tanto, describe la
dem ocracia com o un terreno de prueba para los líderes potenciales.
La dem ocracia es com o el «m ercado», un m ecanism o institucional
para elim inar a los más débiles y para establecer a los más com pe­
tentes en la lucha com petitiva p o r los votos y el p o d er. E n las cir­
cunstancias actuales sólo existe la elección, escribía, «entre la dem o­
cracia caudillista con “m aquinaria” (de partido) o la dem ocracia sin
caudillos, es decir, la dom inación de “políticos profesionales57 sin
vocación» («Politics as a V ocation», p. 150).
W eber describía la^dem ocracia rej)resentativa_ com o u n a «de-
m ocracia de liderazgo plebiscitario»: de «liderazgo» p o rque lo que
en las elecciones estaba en juego era la pop u larid ad y credibilidad de
un determ inado grupo de líderes, a saber, las élites políticas; «ple-
biscitaria» porque las elecciones periódicas en los países pccidenta-
les_ (G ran Bretaña, A lem ania, Estados U nidos) se diferenciaban
cada vez menos de los votos de confianza directos y ocasionales.al
gobierno (o ía m oción de censura). W eber llegó incluso a describir
la dem ocracia contem poránea com o «cesarista». Lejos de ser la base
E litism o c o m p e titiv o y ia v isió n te c n o c rá tic a 193

del desarrollo potencial de todos los ciudadanos, la dem ocracia se


en tien de mejor com o un m ecanism o clave para garan tizar el lide­
razgo p o lítico y nacional efectivo. Al servir a la función de seleccio­
nar, y al legitim ar a los elegidos (a través de las elecciones), la de­
m ocracia es indispensable. E n las acertadas palabras de un com en­
tarista, «Weber era un abogado de la dem ocracia en el sentido de
que, en las condiciones sociales y políticas de las sociedades b u ro ­
cráticas m odernas, ofrecía un m áxim o de dinam ism o y liderazgo»
(M om m sen, 1974, p. 87). Y tal com o apuntaba otro, «el entusiasm o
de W eber po r el sistem a representativo, se debe más a su convicción
de que la grandeza nacional depende de que se encuentren líderes
capaces, que a cualquier preocupación po r los valores dem ocráti­
cos» (A lbrow , 1970, p. 48). W eber tuvo com o interés prim ordial el
establecim iento de un liderazgo com petente, capaz y con voluntad
de m antener poder y prestigio.
La tensión entre la fuerza y el derecho, entre el p oder y la ley, ia
resolvió hasta cierto punto, en favor de la fuerza y el poder. A pesar
de que estaba firm em ente com prom etido con el «im perio de la ley»,
lo im p o rtan te del proceso dem ocrático era que establecía una for­
m a de «dictadura electa». W eber apoyaba claram ente esta tenden­
cia. La defendía argum entando que las condiciones sociales que ge­
nera son irreversibles, y exponiendo los beneficios de ese sistema.
E ra bastante consciente de la desaparición de una época «heroica»
del individualism o liberal, una época que prom etía desatar los im ­
pulsos y capacidades individuales. Pero en las circunstancias con­
tem poráneas, W eber creía que, sim plem ente, los costes tenían que
pagarse. Ya no era posible preservar la libertad de acción y de in i­
ciativa para todos los individuos p o r igual. Más bien, la cuestión
central a la que se enfrentaban los liberales era cóm o preservar el
ám bito de iniciativa en los «pináculos del poder».
W eber estaba preocupado p or com p render y en co n trar vías
para garantizar un equilibrio efectivo entre la autoridad política, un
liderazgo cualificado, una adm inistración eficiente y un grado de
responsabilidad política. D ebe subrayarse que de ningún modo re­
chazó la im portancia de que el electorado tuviera la p o sibilidad d e_
prescindir de los líderes in co m petentes. Pero éste era virtual mente
el único papel que preveía para el electorado. Tenía que encontrar­
se u n equilibrio entre la autoridad política y la responsabilidad sin
ceder dem asiado poder al demos. Al argum entar así, W eber se situa­
ba de lleno en la tradición dem ocrática liberal clásica que de form a
194 V arian tes co n te m p o rá n e a s

consistente ha tratado de defender y lim itar los derechos políticos


de los ciudadanos. Sin em bargo, en un sentido im portante alteró
esta tradición , ya que articuló u n^iuevo m odelo de dem ocracia muy
restrictivo. Es restrictivo p o rq u e x oncibe la dem ocracia com o poco
más que un mcxpT^cie establecer líderes políticos cualificados. Es
restrictivo porq u^ é l papel del electorado y las posibles vías para ex­
tender ía par ticipación p o lítica son tratados con bastante escepticis­
mo. Es restrictivo porque, a pesar de que W eber pensaba que el sis­
tema electoral proporcic^naba una apariencia de protección para el
electorado, sostenía qué^ssta protección debía entenderse única­
m ente com o la posibilidad de destituir a los ineficientes de sus ca r­
gos. E n este sentido, la obra de W eber se sitúa, tal com o se ha seña­
lado correctam ente, «en el p u n to de partida, más_que__en la conclu­
sión, de una serie de desarrollos de la teoría_y práctica^deja dem o-
cracia liberal en la era de ía política de masas y las organizaciones
burocráticas; debe ser entendido com o un precursor más que com o
un “epígono”» (Beetham , 1985, p. 7).
Los escritos de W eber representan un reto, tanto para las ideas
liberales tradicionales com o para los que veían la posibilidad de
crear sociedades de autogobierno, libres de la burocracia. A pesar
de que algunos teóricos políticos, particularm ente los de la co rrien ­
te m arxista tradicional, tienen tendencia a rechazar, de una form a
bastante superficial, las apreciaciones pesim istas de W eber sobre el
m undo m oderno, es seguro que plantean problem as de gran im p o r­
tancia. E scribiendo antes de la era del stalinism o y del surgim iento
de las sociedades de estado socialistas en el este de E uropa, la obra
de W eber fue bastante profética. Su in ten to de recuperar la n atu ra­
leza de la dem ocracia liberal en un m undo de conjuntos de institu­
ciones nacionales e internacionales altam ente complejos, se hace
eco de las posturas de m uchos que no creen posible una reorganiza­
ción radical de la sociedad.

La democracia liberal en la encrucijada ¿ ¡J / y

W eber tem ía que la vida política, tanto en O ccidente com o &n\


el Este, cayera cada vez más en la tram pa de un sistema de adm inis- j
tración burocrático y racionalizado. C ontra ello, defendía el poder*,
de contrapeso del capital privado, el sistema com petitivo de parti- i
dos y un liderazgo político fuerte, que im pidiera el control de la p o -j
E litis m o c o m p e titiv o y la v isió n te c n o c rá tic a 195

lítica po r ios funcionarios del estado. Al plantear el caso de esta for­


ma, las lim itaciones de su pensam iento político se hacen evidentes:
algunas de las intuiciones y principios clave, tan to del marxismo
com o de la teoría política liberal, parecen haber sido despreciados.
La im p o rtancia de jas enorm es desigualdades de poder político y de
clase está m in usvalorada, debido a la prim acía de la política de po ­
der — a saber, entre líderes y entre estados. Bsta prim acía deja, en
! últim o térm ino, el equilibrio entre la fuerza y el derecho al juicio de
l los líderes políticos «carismáticos», atrapados en la confrontación
• entre estado y burocracias económ icas, una situación que se acerca
i peligrosam ente a aceptar que incluso ios principios centrales del ii-
' beralism o clásico no pueden defenderse ya en la época contem porá-
i nea. Parece com o si tan sólo aquellos que «alcanzan la cima» tuvie-
' ran cam po para prosperar com o individuos «libres e iguales». Esto
puede entenderse com o una afirm ación «realista» de las tendencias
em píricas, o puede considerarse una transform ación de ciertos de­
sarrollos sociales y políticos en virtudes teóricas inadecuadam ente
justificadas. Es esta últim a postura la que yo considero correcta.
/ El supuesto de W eber de que el desarrollo de la burocracia con-
I duce a un increm ento del poder de aquellos que están en los niveles
: más altos de la adm inistración, le lleva a rechazar las formas en las
; que aquellos que ocupan las posiciones subordinadas pueden incre-
i m entar su poder. E n los sistemas burocráticos m odernos parece ha-
; ber «oportunidades» considerables para aquellos «en posiciones for-
; m alm ente subordinadas para alcanzar o recuperar el control sobre
x las tareas organizativas» (por ejemplo, im pidiendo o bloqueando la
recopilación de inform ación vital para la tom a de decisiones cen­
tralizadas) (G iddens, 1979, pp. 147-148). Las burocracias pueden
au m entar el potencial de desorganización desde «abajo» e incre­
m en tar los espacios para burlar el control jerárquico. W eber no ca­
racterizó adecuadam ente los procesos de organización interna, ni su
im portancia para los desarrollos en otras esferas políticaáS
(¿)Se busca en v a n o en sus escritos una ex p licació n satisfacto ria del carácter
preciso de la rela ció n en tre la crecien te cen traliza ció n b u ro crática dei estado y del
ca p italism o m o d e rn o (véase K ríeger, 1983). E n su rela to h istó ric o de las pautas de
b u ro c ra tiz a c ió n en diversas sociedades, n o aisló en qué m e d id a ciertos procesos
b u ro c rá tic o s p o d ía n ser específicos, o estaban in flu id o s p o r el d esarro llo capitalista
per se. N o lo g ró se para^ el « im pacto de las fuerzas c u ltu ra les, e c o n ó m icas y tecn o ló ­
gicas» en el crec im ie n to de la b u ro cracia, ni d e c ir h asta qué punto éstas eran in d e­
p e n d ie n te s del d esarro llo capitalista. A l final, la rela ció n específica en tre el estado,
la b u ro c ratizac ió n y el ca p italism o p e rm a n e c e confusa.
196 V a ria n te s c o n te m p o rá n e a s

Más aún, su subestim ación del poder de los «subordinados» estáf^


relacionada con otra dificultad: una aceptación sin críticas de la v>'
«pasividad» de la m asa de los ciudadanos — su aparente falta de co­
nocim ientos, com prom iso y participación en la política. La expli-
cación de W eber de este tem a es dobledléxisten relativam ente pocas;
.personas capaces e interesadas al m ism o tiem po en la política; y tañí
V^ólo un liderazgo com petente, asociado a una adm inistración públi-j
ca y a un sistema parlam entario, puede hacer frente j i la com pleji-1\
dad, los problem as y las decisiones de la política m oderna. É sta pos-; i
tura plantea varios problem as que serán estudiados a co ntinuación i
y en capítulos posteriores. ‘
E n prim er lugar, la postura de W eber depende en parte de unan^y
dudosa afirm ación sobre la capacidad del electorado para discrim i­
nar e n tre grupos de líderes alternativos y su in cap acidad para deci­
dir entre políticas de acuerdo con sus m éritos. ¿Cóm o puede defen­
derse de m odo satisfactorio esta afirm ación? Si partim os de la idea
de que el electorado es incapaz de pensar acerca de cuestiones de
im portancia política, ¿por qué habríam os de creer en el juicio del
electorado en lo que respecta a la elección de los líderes políticos,
con sus pretensiones rivales de com petencia e im aginación? Parece
inconsistente y, de hecho, dogm ático considerar al electorado capaz
de esto últim o, al tiem po que se rechazan sus consecuencias para
una apreciación más general (y elevada) del conjunto de sus capaci­
dades.
En segundo lugar, podría in terp retarse que el relato de W eber
de la separación o enajenación de los individuos de «la propiedad de
los medios de adm inistración» im plica un círculo vicioso de parti-
ci paci ó n p o li ti c a l im i t ada^oi nexiste n te. La linea de p u n to s en la fi­
gura 5.1 revela hasta qué p u n to la división entre los políticam en te
«activos» y .lp.s..<<pasivos» podría ser el resultado de la falta de o p o r­
tunidades im portantes para participar en la política, más que de una
«pasividad» o «emocionalidad» natural (?}. La subordinación de lal
mujer se ha relacionado norm alm ente con esta pasividad, con el finj ,
de enm ascarar y legitim ar las condiciones sociales, económ icas yj \
políticas que im pidieron la participación política activa de las m u-j
jeres (véase los capítulos 3 y 9). Hay evidencia clara de que para m u ­
chas personas la política denota una actividad, con respeto a la cual
sienten una mezcla de cinism o, escepticism o y desconfianza (véase
Held, 1984). Las cuestiones de gobierno y la política nacional no
son cosas que m uchos digan entender, ni son objeto co n tin u o de in ­
E litis m o co m p e titiv o y la v isió n te cn o c rá tic a 197

terés. D e form a significativa, las personas más cercanas a los cen­


tros de poder y privilegio (sobre todo, los varones de las clases altas)
son los que m uestran un m ayor interés y los que están a favor de la
vida política. Sin em bargo, podría ser q u e los que m anifiestan falta
de interés en la política lo hagan precisam ente po rq ue exp e rim en­
tan la «política» com o rem ota, porque sienten que no afecta directa­
m ente a sus vidas y /o que. son im potentes para influir en su cur­
so.
Es bastante significativo que la participación en la tom a de de-^
cisiones (de cualquier tipo) es m ucho más am plia cuanto más rela­
cionada esté con asuntos que afectan directam ente a la vida de las
personas, y cuanto más seguros estén los afectados de que su input
contará realm ente en el proceso de tom a de decisión; es decir, si tu ­
vieran u n peso equitativo y no fueran sim plem ente evitados o ig n o -j
rados por los más poderosos (véase Patem an, 1970; M ansbridge,
1983; D ahl, 1985). Este descubrim iento es especialm ente p ertin e n ­
te para los que han exam inado de form a crítica algunas de las co n ­
diciones de la participación política: defensores de la dem ocracia
clásica (que destacan, p o r ejemplo, la necesidad de tener no sólo
tiem po para la política, sino tam bién los recursos para poder p erm i­
tirse la participación); m arxistas (que subrayan los enorm es obs­
táculos que plantea la concentración del poder económ ico para la
p articipación igual en la vida política); y críticos de los sistemas de
d o m inación masculina (que m uestran cóm o la división sexual del
trabajo en la vida «privada» y «pública» im pide la plena p articipa­
ción de la vasta m ayoría de las mujeres en la política local y nacio­
nal) (véase las pp. 101-109,123-127 de este volum en; Siltanen y Stan-
w o rth , 1984; Patem an, 1985). Es de sum a im portancia considerar
influidos entonces, si es posible rom per el círculo vicioso que
m uestra la figura 5.1, y todas las circunstancias institucionales que
crean círculos viciosos de participación lim itada o inexistente. Al
descartar esta posibilidad, W eber rechazó dem asiado deprisa otros
m odelos de dem ocracia alternativos, y aceptó con dem asiada facili-
dad la com petencia entre grupos^deJUderes rivales com o la ún ica
form a en que la historia podía seguir abierta a la voluntad humana-
V a la lucha por los v alores.
La com plejidad y gran escala de la vida m oderna podría hacer"
inevitable u n control, com o sostenía W eber, y un sistema de tom a
de decisiones político centralizado. Los argum entos de W eber sobre
estas cuestiones son poderosos. Pero no debe en nin g ú n caso darse
198 Variantes contemporáneas

por supuesto el hecho de que la forma y los límites de esa organización j


política centralizada tengan que ser tales com o W eber los describió, i
W eber tendía a asum ir un p atró n de desarrollo burocrático ilim ita- j
do. Si bien sería un erro r negar todos los aspectos de esta postura, j
las form as organizativas han resultado ser m ucho más variadas de j
lo que 1a «lógica de la burocracia» de W eber sugiere (véase Crozier, |
1964; Albrow, 1970; G iddens, 1979). Adem ás, existen m uchas for- \
mas de dem ocracia representativa, basadas en distintos tipos de sis- !
tema electoral, que precisan especificarse y valorarse con cuidado. ¡
W eber no proporcionó una adecuada descripción de los posibles ti- j
pos y form as de la organización política, ya sea a nivel central o lo- ^
caJ-
A pesar de ello, su mxfe1Tto~3é analizar ¿Tfuncionam iento ín te r-jU
no de las organizaciones públicas (y p riv adas), y sus observacion e s | \
acerca de las tendencias burocratizadoras, constituyen u n a g ra n ' n
contribución para com prender el gobierno y la dem ocracia. Su obra f
p roporciona u n contrapeso al énfasis m arxista, y principalm ente le­
ninista, en la relación ín tim a entre ja s actividades del estado, las
formas de organizacióp y las relaciones de clase (véase W right,
1978, cap. 4). El argum ento de que las adm inistraciones privadas y
públicas están estructuradas de form a sim ilar — frente al a rg u m e n -;
to de que están determ inadas causalm ente por el poder de clase—
es im portante, com o lo es su argum ento, que desarrolla ideas de la ;
tradición liberal, de que una adm inistración cualificada y predeci-i
ble es una condición necesaria para otros objetivos im portantes: el;
fin de la arbitrariedad, d.el carácter fortu ito y del excesivo patronaz-;
go político en la regulación de los asuntos públicos; la disponibili-^
dad de procedim ientos de conocim iento público para enfrentarse a
las dificultades rutinarias y para exigir, a cuerpos com o los consejos
o los parlam entos, que se enfrenten o resuelvan problem as serios; el
establecim iento de reglas públicas relativam ente claras, que p erm í­
tan a las personas investigar la legitim idad o lo contrario de las de­
cisiones y.jdel proceso de tom a de decisiones. Sin una ad m in istra­
ción cualificada y. previsible, ios asuntos públicos pueden conver- :
tirSe rápidam ente, tal com o argum entaba correctam ente W eber, en ;
un cenegal de facciones luchando cuerpo a cuerpo, y totalm ente ■
ineficiente para resolver asuntos colectivos aprem iantes — parecí- t
do a algunos aspectos de la dem ocracia clásica, al m enos de acuerdo
con el relato de Platón. P o r supuesto, la form a de esa ad m in istra­
ción adm ite discusión.
Blitismo competitivo y ia visión tecnocrática 199

Los escritos de W eber han tenido enorm e influencia en ia so­


ciología y la ciencia política del m undo anglosajón. H an estimulado
una rica variedad de desarrollos, dos de los cuales m erecen aten­
ción: la teoría de la dem ocracia desarrollada p o r Schum peter (que
explora aspectos del concepto de dem ocracia de liderazgo plebisci­
tario de W eber) y la teoría de la dem ocracia em pírica o «pluralis­
mo» (que tom ó com o p u n to de partida las ideas de W eber acerca del
carácter m ultidim ensional del poder). Juntos, estos desarrollos re­
presentan claram ente las tensiones del pensam iento político de
W eber, a pesar de que elaboran líneas bastante distintas de su pen­
sam iento. La obra de Schum peter se discutirá inm ediatam ente, y el
pluralism o en el capítulo 6.

¿El último vestigio de dem ocracia?

Schum peter, nacido en A ustria, pero posteriorm ente de nacio­


nalidad norteam ericana, trató de desajcrolla.r un m o d elp de demo-
cracia «realista», fundam entado em píricam ente. Al contrarío que
las principales corrientes de la teoría política desde la época clásica,
pretendió liberar el pensam iento acerca de la naturaleza de la vida
pública de lo que él consideraba una excesiva especulación, así
com o de preferencias norm ativas arbitrarias. Su tarea fundam ental
era explicativa: dar cuenta del funcionam ien to de las democracias
reales. Q uería producir una teoría que fuera, en sus palabras, «mu­
cho más fiel a la realidad» que los m odelos existentes. A pesar de
que su objetivo no significaba una ruptura tan radical con la trad i­
ción com o la que él pretendía — B entham , M arx y W eber, por
ejemplo, hasta cierto p u n to lo co m p artiero n — , su obra hizo m ucho
p o r revisar las nociones aceptadas de la democracia. Su clásico Ca­
pitalismo, socialismo y democracia (publicado p o r prim era vez en 1942)
tuvo un im pacto extraordinario en el desarrollo de la teoría de la
dem ocracia tras la segunda guerra m undial, especialm ente en las in­
cipientes disciplinas de ciencia política y sociología (a pesar de que
en su disciplina fundam ental — econom ía— no se le prestó m ucha
atención). Posteriorm ente, m uchos científicos sociales trataron de
explorar y am pliar la hipótesis fundam ental de Schum peter acerca
de cóm o se com portan los líderes políticos y los votantes y cómo se
influyen los unos a los otros (véase, p o r ejemplo, Berelson et al.,
1954; D ahl, 1956, 1961; A lm ond y V erba, 1963).
224 Variantes contemporáneas

cuestiones públicas por parte de los ciudadanos o de las élites com ­


petitivas, ju n to con Max W eber, captó im p o rtantes tendencias en la
política m oderna — el desarrollo del sistema de partidos co m p etiti­
vo, ía habilidad de aquéllos en el poder para establecer la agenda, el
dom inio de las élites en la política nacional— y las encasilló de fo r­
ma j^crí tica en m odelos rígidos: que es el fundam ento para la p re ­
tensión de que, en últim o térm in o , tan sólo un determ inado m o d e­
lo de dem ocracia es adecuado para la época contem poránea. T o m a­
das en su conjunto estas posturas, resum idas en el m odelo V, consti­
tuyen algunas de las contribuciones más interesantes y p ro b lem áti­
cas al análisis de ia política m oderna.
Capítulo 6 ¿
P LU R A LISM O , C A P IT A L IS M O C O R P O R A T IV O :h.
Y ESTAD O

E n la teoría de Schum peter se sitúan pocas cosas entre el ciuda­


dano individual y el liderazgo electo. Se describe al ciudadano
com o un ser aislado y vulnerable en un m und o m arcado por el cho- i
que com petitivo entre élites. E n esta descripción apenas se presta 5
atención a los grupos «interm ediarios» com o las asociaciones co- I
m unitarias, los cuerpos religiosos, los sindicatos y las organizado- I
nes em presariales que atraviesan las vidas de las personas y las reía- j
cionan de form as complejas a una variedad de instituciones. Juzga- j
da únicam ente en relación a este tema, la teoría de Schum peter esj
parcial e incom pleta.
U na escuela de analistas políticos, a la que se denom ina general­
m ente la teoría em pírica de la dem ocracia o «pluralismo», trató de
subsanar esta deficiencia exam inando d irectam ente las ..dinámicas
de la «política de grupos». Los p lu ralistas exploraron las in terrela-
ciones entre la com petencia electoral y jas actividades de los_grupos
de interés o r ganizados, y argum entaron que la p o lítica dem ocrática
m oderna es en la realidad m ucho más com petitiva, y las políticas
resultan tes son m ucho más satisfactorias para todos los partidos, de
lo que sugería el m odelo de Schum peter. La estructura fluida y
abierta de las dem ocracias liberales ayuda a explicar, afirmaban, el
alto grado de conform idad en O ccidente con las instituciones polí­
ticas dom inantes. Los pluralistas alcanzaron una posición conspi­
cua en los estudios políticos am ericanos en los años cincuenta y se­

225
226 Variantes contemporáneas

senta. Si bien su influencia no es, hoy en día, de nin g ú n m odo tan


extensa com o entonces, su obra ha tenido un efecto duradero en el
pensam iento político contem poráneo. M uchos, especialm ente
marxistas, han rechazado el pluralism o com o una celebración ideo­
lógica ingenua y /o estrecha de las dem ocracias occidentales, pero
esta tradición ha aportado algunas ideas im portantes.
N o se han seguido con detenim iento los antecedentes intelec­
tuales del pluralism o, a pesar de que pueden detectarse fácilm ente
un núm ero de líneas de influencia. La crítica de Schum peter al ca-|>'¡ \
rácter «irreal» de los ideales dem ocráticos y de la concepción del g o -\y
bierno representativo de los escritos de liberales del siglo x ix com o
Jo h n Stuart Mili tuvo un im pacto decisivo. Los pluralistas acepta­
ron el planteam iento general de Schum peter de que lo que d istin -
gue a las dem ocracias de las no-dem ocracias son las form as (m éto­
dos) por las que los líderes políticos son elegidos. Es más', co n firm a­
ban com o em píricam ente correctas las ideas de que el electorado es
más apático y está m enos inform ado de lo que los teóricos de la de­
m ocracia habían adm itido po r lo general, que los ciudadanos in d i­
viduales tenían poca, si es que tenían alguna influencia directa en el
proceso político _y que los representantes son a m enudo «creadores
de opinión». Pero no pensaban que la concentración de p o d er en
m anos de las éliteF ^o IlH cá^er ^ ó m g etencia fueraTn^vitabíe. Si­
guiendo a W eber, tom aron com o p u n to de partida ía existencia de
m uchos d eterm inantes en la distribución del poder y, p o r lo tan to ,
de m uchos centros de poder. Ü tilizaron las ideas de W eber para
co n tribuir a cuestionar las doctrinas que sugerían la abrum adora
prim acía en la vida política de determ inados grupos de élites (o cla-
ses).
Si bien la obra de Schum peter y de W eber constituye una fuente
cercana del pluralism o, sus térm inos de referencia intelectuales los
establecieron fund am entalm ente dos corrientes de p en sam iento: la
herencia de M adison en la teoría de la d em ocracia am ericana y las
concepciones utilitaristas del carácter ineludible—d -eja búsqueda ^
com petitiva de la satisfacción de los interesé-s^JM a d iso n ^ ro p o rc io - Ü/
naba, según R obert D a hl (uno de los prim eros y m as~prom inentes
exponentes del pluralismo^), «una razón de ser básica del sistem a p o ­
lítico am ericano» (D ahl, 1956, p. 5). A diferencia de m uchos libe­
rales que destacaron la im portancia en la política dem ocrática de la
relación del individuo con el estado, los pluralistas, siguiendo a M a­
dison, se han preocupado por el «problema de las facciones» (véase
Pluralismo, capitalismo corporativo y Estado 227

ipp, 82-93). Los pluralistas dan una im portancia especial a los pro­
ceso s que generan, y que resultan de la com binación de los esfuer­
z o s individuales en grupos y en instituciones en la com petencia por
;el poder. Ai igual que M adison, destacaban que las facciones — en
su disfraz m oderno, los «grupos de interés» o los «grupos de pre-
jsión»— son « la co n trap a rtid a n a tu r a la la libre asociación», en un
m un d o donde la m ayoría de los bienes más deseados son escasos y
idonde un com plejo sistem a industrial fragm enta los intereses socia­
les y crea una m ultiplicidad de dem andas. Al igual que M adison,
¡a ceptaban que un p ropósito fundam ental del gobierno es proteger
las libertades de las facciones para que desarrollen sus intereses p o ­
líticos^ al_ tiempo_que im pedir que cualquier^facción individual so­
cave la libertad de las demás. A diferencia de M adison, sin em bar­
go, lo s p lu ralistas argum entaban (a pesar de ciertos desacuerdos en ­
tre ellos) que las facciones, lejos de suponer una gran amenaza para
las asociaciones dem ocráticas, constituyen una fuente estructural
de estabilidad y la expresión central de i a dem ocracia. Para ios plu­
ralistas, la existencia de in tereses com petitivos diversos es la base
del equilibrio dem o crático y de un desarrollo favorable de la políti­
ca publica (véase H eld y K rieger, 1984). T endían a dar por supuesta
la idea de que al igual que la econom ía se ocupa de que los indivi­
duos satisfagan al m áxim o sus propios intereses, ja política se ocupa
de que grupos de in dividuos satisfagan al m áxim o su interés co­
m ún. Por consiguiente, se presupone tam bién una concepción utili-
taria m uy p articular de ios individuos, com o «maxim¿zadores de su
satisfacción», que actúan en intercam bio com petitivo unos con
otros en el mercado, y en ..la .p o lític a . (véase Elster, 1976).
E n el m undo com petitivo m oderno, caracterizado por la com ­
plejidad y las divisiones de interés, la vida política, adm itían los
pluralistas, no podrá nunca acercarse a ios ideales de la democracia
ateniense o al tipo de dem ocracia previsto por Rousseau o Marx. El
m un d o es, sin lugar a dudas, «imperfecto» de acuerdo con esos idea­
les, pero no debem os juzgarlo así. Más bien, debe analizarse con un
«m étodo descriptivo» que considere las características distintivas y
el fun cionam iento real de todas esas naciones-estado y organizacio­
nes sociales que los científicos sociales denom inan com únm ente
dem ocráticas (D ahl, 1956, p. 63). Los pluralistas tenían com o obje­
tivo describir el funcionam iento real de la dem ocracia y valorar su
co n trib u ció n aJ desarrollo de la sociedad contem poránea. Por lo
tanto, se refirieron a su propia teoría de la dem ocracia como una
228 Variantes contemporáneas

«teoría empírica cíe la dem ocracia», un relato descriptivo-


explicativo de la actualidad de la política dem ocrática. Al igual que
Weber y Schumpeter, su objetivo era ser «realistas» y «objetivos»
Frente a todos aquellos pensadores que valoraron determ inados
ideales, sin la debida atención a las circunstancias en las que se e n ­
contraban. Por lo tanto, la crítica de los pluralistas a esos pensado­
res es similar en m uchos aspectos al tratam ien to crítico ofrecido
por M ontesquieu, M adison, Mili, W eber y Schum peter. A co n ti­
nuación me centraré en la com presión positiva de 1a dem ocracia
por los pluralistas. (Se puede e n co n trar un relato sucinto de la c ríti­
ca de Dahl a la «democracia populista», tal com o él la llam a, en
Dahl, 1956, cap. 2).

P olítica de g ru p o s, g o b ie rn o s y p o d e r '"Wfí'i.Oá}

Se han expuesto varias teorías pluralistas, pero yo exam inaré


inicialm ente lo que podría considerarse la «versión clásica» que
puede encontrarse en los escritos de, entre otros, T rum an y D ahl
(véase, por ejemplo, T rum an, 1951; D ahl, 1956, 1961, 1971). Esta
versión ha tenido una influencia penetrante, aunque serían relati­
vamente pocos los científicos políticos y sociales que 1a aceptarían
hoy en día sin m odificaciones (a pesar de que en los medios de co­
m unicación m uchos políticos, periodistas y otros todavía parecen
hacerlo). Algunos de sus representantes originales han desarrollado
ei pluralism o, estableciéndose una nueva variante, a ia que frecuen­
tem ente se denom ina «neopluralism o» o «pluralism o crítico»; este
últim o m odelo se discutirá en las páginas siguientes.
La esencia de ios planteam ientos pluralistas clásicos tiene su
raíz en la investigación acerca de la distribución del poder en las de­
mocracias occidentales. Por p oder, los pluralistas han entendido
generalm ente la capacidad de alcanzar las propias metas, haciendo
frente a la oposición. E n palabras de D ahl, p o r “poder” entende-
mos una... relación realista, la capacidad de A para actuar de tal fo r­
ma que controle las respuestas de B» (D ahl, 1956, p. 13)3 La capa-
— jfac—j- —- -------- -
/ y'Hay ocras fo rm ulaciones del p o d e r en la literatu ra p luralista. B1 m ism o D a h l
se refería tam bién al po d er im p lica n d o «el in te n to ex itoso de A de co n seg u ir q u e B
haga algo q ue n o b a ria de o tro m odo» (D a h l, 1957; cf. N a ge!, 1975, pp. 9-15).
T an to si destacam os los resulta d os reales de] comportamiento en el ejercicio del
'< A'° ^ y iá ^ M J s\ \ A - W n l
^ ' y :..;-.)(w •
P lu ra lism o , ca p italism o co rp o ra tiv o y E sta d o 229

cidad de actuar de A depende de los m ed ios a disposición de A y, en


particular, del equilibrio relativo de recursos entre A y B . Los plu­
ralistas señalaban que los recursos pueden ser de muy distintos ti­
pos; los medios financieros son sólo un tipo de recursos, y pueden
ser fácilm ente aventajados, po r ejemplo, po r una oposición con una
base popular im portante. C laram ente, existen m uch as desigualda­
des en la sociedad (en educación, salud, renta, riqueza,. etc.)_y no to-
dos los grupos tienen el m ism o acceso a todos los tipos de recursos,
ni m ucho m enos recursos iguales. Sin em bargo, casi todos los gru ­
pos tienen alguna ventaja que puede ser utilizada para influir en el
proceso dem ocrático. Puesto q u e jo s distintos g ru p o sjien en acceso
a distintos tipos de recursos, la influencia de un determ inado grupo
variará por lo general _de__un_ asunto a o tro.
E n la concepción pluralista, el pode,r no.se organiza de form a je­
rárquica o com petitiva. Es u n a parte inextricable de un_«proceso_in-
term inable de intercam bio» entre num erosos grupos que represen -
tan diferentes intereses, entre los que se incluye, p o r ejemplo, las o r­
ganizaciones empresariales, los sindicatos, los partidos políticos, los
grupos étnicos, los estudiantes, los funcionarios de prisiones, los
institutos de la mujer y los grupos religiosos. Estos grupos de interés
pueden estructurarse alrededor de determ inadas divisiones econó­
micas o culturales, com o las clases sociales, la religión o la raza.
^ ero’ a ^argo plazo, las constelaciones de fuerzas sociales tienden a
cam biar su ^composición, a alterar sus_intereses jy^_m odificar sus
posturas. Por lo tanto, la determ inación de las decisiones políticas a
nivel nacional o local no refleja (ni puede reflejar) una «marcha m a­
jestuosa» del «público» unido en determ inadas cuestiones políticas;
básicas, tal com o im aginaban, aunque de form a bastante distinta,
Locke, B entham y Rousseau. Incluso cuando en una elección hay
una mayoría num érica, rara vez es útil, subrayaba D ahl, «construir
esa mayoría com o algo más que una expresión aritm ética... la ma­
yoría num érica es incapaz de em prender cualquier acción coordina­
da: son los distintos com ponentes de esa m ayoría num érica los que
tienen los medios para la acción» (D ahl, 1956, p. 146). Los resulta-

p o d er, tai co m o sugiere esta ú ltim a d e fin ic ió n de D ah l, o las cap acid ades, tai com o
especificaba su d e fin ic ió n o rig in a l, ia de fin ic ió n p lu ralista del p o d er tiende a de­
p e n d e r dei ejerc icio del c o n tro l sobre sucesos in m e diatos: 1a cuestió n es ia supera­
ció n de la resistencia i n m e d iata.d e B a ja v o lu n ta d o p ro p ó sito de A (véase Lukes,
1974, cap. 2).
230 Variantes contemporáneas

tíos políticos son el resultado del gobierno y, en ú ltim o caso, del eje­
cutivo que trata de m ediar y juzgar entre las dem andas contrapues­
tas de los grupos. E n este proceso, el sistem a político o, el estado
apenas puede distinguirse ya del flujo y reflujo de la negociación, de
la présión.com petitiva de los grupos de interés. De hecho, a veces es
mejor considerar a cada uno de los departam entos del gobierno
como otro tipo de grupo de interés, ya que tam bién ellos com piten
p or los recursos escasos. P or lo tanto, la tom a de decisiones guber­
nam entales dem ocráticas im plica el intercam bio continuo, y el apa­
ciguam iento de las dem andas de grupos relativam ente pequeños,
aunque probablem ente en n ingún caso todos los intereses serán ple­
nam ente satisfechos.
E n el m odelo pluralista clásico no existe, en ú ltim o térm ino, un
poderoso centro de tom a de decisiones. Puesto que el poder está
esencialm ente disperso a lo largo de la sociedad, y puesto que existe
una pluralidad de puntos de presión, surge una' variedad de centros
de form ulación de políticas y adopción de decisiones rivales.
¿Gómo puede alcanzarse^ entonces, el equilibrio o la estabilidad en
una sociedad dem ocrática com o la de Estados Unidos? Según
D avid T rum an, otro de los prim eros analistas de la política de
grupos:

Unicamente las actividades gubernamentales muy rutinarias muestran


cierta estabilidad... y éstas pueden subordinarse tan fácilmente a elementos
del legislativo como del ejecutivo... grupos de interés organizados... pue­
den enfrentar a una parte de la estructura contra otra según lo perm itan las
circunstancias y las consideraciones estratégicas. El patrón completo de
gobierno en un período de tiempo presenta por lo tanto un complejo pro­
tésico de relaciones que cambia en fuerza y dirección con las alteraciones
en el poder y en la posición de los intereses, organizados y sin organizar
(Truman, 1951, p. 508).

La clave de p o r qué la dem ocracia puede alcanzar una estabili­


dad relativa reside, argum entaba T rum an, en la existencia m ism a
de un «complejo protésico» de relaciones. P artiendo del presupues­
to de M adison de que la m ism a diversidad de intereses en la socie­
dad protegerá probablem ente a la política dem ocrática frente a «la
tiranía de una m ayoría facciosa» (fragm entándola en facciones),
T ru m an sugería que «la pertenencia solapada» a distintas facciones
es una variable explicativa adicional im portante. Puesto que, en pa-
Pluralismo, capitalismo corporativo y Estado 231

ilabras de T rum an, todas las personas «tolerablem ente normales»


¡pertenecen a m últiples grupos con intereses diversos — e incluso
incom patibles, cada, grupo de interés perm anecerá probablem ente
¡demasiado débil y dividido internam ente com o para asegurarse una
participación en el poder que no guarde relación con su tam año y
objetivos. La dirección general de la política pública surge com o re­
sultado de una serie de im pactos en el gobierno, relativam ente des-
^coordinados desde todos los lados de las fuerzas en com petencia, sin
¡que n inguna posea una influencia excesiva. Por consiguiente, de la
¡lucha entre intereses surge la política — hasta cierto punto inde­
p e n d ie n te de los esfuerzos de determ inados políticos—
¡dentro «del m olde dem ocrático» (T rum an, 1951, pági-
nas 503-516).
N ada de esto im plica que las elecciones y el sistem a de partidos
^com petitivo tengan una im portancia trivial en la determ inación de
lia política. Siguen siendo cruciales para garantizar que los represen­
ta n te s políticos sean «de alguna form a sensibles a las preferencias de
líos ciudadanos comunes» (D ahl, 1956, p. 131). Pero p o r sí solos las
¡elecciones y los partidos no garantizan el equilibrio de los estados
jdemocráticos. La existencia de grupos activos de distinto tipo y ta-
|m año es crucial para que el proceso dem ocrático se sostenga y los
ciudadanos prom uevan sus objetivos.
P or supuesto, algunos ciudadanos ni son activos ni están intere-
Isados en 1a política. U na serie de estudios a gran escala, iniciados en
A m érica del N orte, sobre el com portam ien to electoral dentro del
¡marco pluralista, descubrieron que los votantes eran a m enudo hos­
tile s a la política, apáticos y que estaban desinform ados sobre las
¡cuestiones públicas (véase, p o r ejemplo, Berelson et a/h 1954;
iCampbell et aL¡ 1960). La evidencia m ostraba que m enos de una
¡tercera parte del electorado estaba «ñrm em ente interesado» en la
p o lítica. Sin em bargo, nada de esto se tom ó com o evidencia contra
la caracterización pluralista de las dem ocracias liberales y, sobre
¡todo, de la de Estados U nidos, puesto que los pluralistas clásicos
¡sostenían que, únicam ente desde la perspectiva de los ideales abs­
tra c to s de la «dem ocracia clásica» estos descubrim ientos podrían
¡juzgarse lam entables. E n el m undo contem poráneo, las personas
ison libres para organizarse, tienen la oportunidad de presionar a fa­
vor de las dem andas de los grupos de interés y disfrutan del derecho
;a destituir de sus cargos a los gobiernos que consideren insatisfacto-
¡rios, m ediante su voto. La decisión de las personas de participar en
232 Variantes contemporáneas

el proceso político y en las instituciones es una decisión personal.


Es más, un m argen de inacción o apatía podría ser incluso funcio­
nal para la continuidad estable del sistem a político. U na participa­
ción extensa podría llevar fácilm ente a un increm ento del conflicto
social, a una excesiva desorganización y fanatism o, tal como se ha
visto claram ente en la A lem ania nazi y la Italia fascista (véase Be-
relson, 1952; Berelson <?/#/., 1954; Parsons, 1960). La falta de p arti­
cipación política puede interpretarse, además, de form a bastante
positiva: puede estar basada en la confianza en los que gobiernan
(véase A lm ond y Verba, 1963). E n palabras de un autor, «la apatía
política podría reflejar la salud de la dem ocracia» (Lipset, 1963, p.
32, n. 20). Esta argum entación pone claram ente de m anifiesto la
com binación de lo norm ativo y lo em pírico (frecuentem ente p re­
sente, pero a m enudo negada en los escritos sobre la dem ocracia).'
Los teóricos em píricos de la dem ocracia sostenían que, in d ep en ­
dientem ente del ám bito de participación real de los ciudadanos, la
dem ocracia pluralista era un gran logro. E n efecto, la «democracia»
no parece precisar de un alto grado de p articipación activa de todos
los ciudadanos^ puede funcionar bastante bien sin ella.
Fue D ahl, quizá más que ningún otro, el que trató de concretar
la naturaleza exacta de las «democracias pluralistas». A diferencia
de T rum an, y de otros m uchos escritores de 1a tradición pluralista,
Dahl insistía en la im portancia de separar los intereses. A rgum en­
taba que:id) si un sistema electoral com petitivo se caracteriza por
una m ultiplicidad de grupos o m inorías, que sienten con suficiente
intensidad diversas cuestiones, entonces se protegerán, los derechos
dem ocráticos estarán protegidos y se evitarán las enorm es desigual­
dades económ icas con m ayor garantía que la que ofrecen las meras
disposiciones legales y constitucionales; y ¿?);hay evidencia em pírica
para sugerir que al m enos determ inados sistemas políticos, por
ejemplo los de Estados U nidos y G ran B retaña, satisfacen estas co n ­
diciones. Preocupado en descubrir quién tiene exactam ente el p o ­
der sobre los recursos (y de ahí el títu lo de su fam oso estudio de la
política local en A m érica, Who Governs?), D ahl descubrió que el p o ­
der está efectivam ente disperso y no es acum ulativo; num erosos
grupos de la sociedad que representan intereses diversos lo com par­
ten e intercam bian (D ahl, 1961). Who Governs? reveló la existencia
de m últiples coaliciones que tratan de influir en la política pública.
Había, por supuesto, conflictos intensos acerca de los resultados de
las políticas, puesto que cada grupo hacía presión en defensa de sus
Pluralismo, capitalismo corporativo y Estado 233

intereses sectoriales, pero el proceso de intercam bio de intereses, a


través de los organism os gubernam entales, creaba una tendencia
hacia el «equilibrio com petitivo», así com o un conjunto de políticas
que eran, a largo plazo, positivas para la m ayoría de los ciuda­
danos.
C om o m ínim o, según D ahl, «la teoría de la dem ocracia se ocu­
pa de los procesos por ios que ios ciudadanos com unes ejercen un
grado de control relativam ente alto sobre los dirigentes» (Dahl,
1956, p. 3). En su opinión, la investigación em pírica dem uestra que
el co ntrol puede m antenerse, si el ám bito de accióp. de los políticos
está lim itado por dos m ecanism os fundam entales: las elecciones re­
gulares y la com petencia política entre partidos, grupos e indivi­
duos. Subrayaba que, si bien las elecciones y la com petencia política
no contribuyen de form a significativa a un gobierno de mayorías,
«increm entan am pliam ente el tam año, el núm ero y la variedad de
las m inorías cuyas preferencias deben ser consideradas p o r los d iri­
gentes al decidir las políticas» (D ahl, 1956, p. 132). Es más, afirm a­
ba que, de tom ar constancia de todas las im plicaciones de esto, en­
tonces se aclararían finalm ente las diferencias esenciales entre la ti­
ranía y ia democracia, la preocupación de la m ayor parte de la teo­
ría política.
U na vez que el liberalismo alcanza la victoria sobre los viejos
«poderes totalitarios» del estado, m uchos pensadores liberales — se
recordará— com ienzan a expresar sus tem ores p o r el creciente po ­
der del demos. M adison, Tocqueville y J. S. Mili, entre otros, estaban
preocupados por los nuevos peligros que el gobierno m ayoritarío
planteaba a la libertad: la prom esa de 1a dem ocracia podía ser recor­
tada po r «el pueblo» mismo, actuando en conjunto contra las m ino­
rías. Según D ahl, esta preocupación en gran m edida se ha exagera­
do. U na m ayoría tiránica es im probable porque las elecciones ex­
presan las preferencias de varios grupos en com petencia, más que
los deseos de una m ayoría firm e. Los partidarios de la democracia
no tienen por qué tener m iedo de una «facción'excesivam ente p o ­
derosa». Más bien, lo que D ahl denom ina «poliarquía»— una situa­
ción de lucha abierta p o r el apoyo electo ra!en tre una gran propor­
ción de la población adulta— garantiza 1a com petencia entre los
grupos de interés: la salvaguardia de la democracia. Por lo tanto, es­
cribía,

La cuestión del mundo real no ha resultado ser sí una mayoría, y mu-


234 Variantes contemporáneas

cho menos «la» mayoría, actúa de forma tiránica utilizando los procedi­
mientos democráticos para im poner su voluntad en una (o la) minoría. En
lugar de eso, la cuestión más relevante es la medida en que varias minorías
de una sociedad frustran, mutuam ente sus ambiciones con el pasivo con­
sentimiento o indiferencia de una mayoría de adultos o votantes.
3r. . ... si hay algo que'decir acerca de los procesos que realmente distin-
| | guen a la democracia v(o poliarquía) de ia dictadura.... la distinción está
| f (muy cerca)... de ser la que existe entre el g o É T e r n o u n a m inoría y el go~
11 bierno de minorías. En com paración con los procesos políticos de una
J ‘ ^rctaHuHriáVcaracterísticas de la poliarquía amplían enormemente el n ú ­
mero, tamaño y diversidad de las minorías cuyas preferencias influyen en
el resultado de las decisiones gubernamentales. (Dahl, 1956, p. 133.)

El carácter dem ocrático de un régim en está garantizado p o r la


existencia de m últiples grupos o m últiples m inorías. E n efecto, a r­
gum entaba D ahl, la dem ocracia puede definirse cóm o el «gobierno
de las m inorías», ya que el valor del proceso dem ocrático reside en
el gobierno de «m últiples oposiciones m inoritarias» más que en el
establecim iento de la «soberanía de la mayoría». El escepticism o de
W eber y de Schum peter acerca del concepto de soberanía popular
estaba justificado, si bien po r razones distintas de las que ellos m is­
mos dieron.
D ahl apoyaba 1a idea de que la com petencia entre grupos de in ­
terés organizados estructura las políticas resultantes y establece la
naturaleza dem ocrática de un régim en. Sean cual fueren sus dife­
rencias, casi todos los teóricos em píricos de la dem ocracia defien­
den una interpretación de la dem ocracia com o un conjunto de dis­
posiciones institucionales que crean una rica textura de la política
de los grupos de interés y perm iten, a través de la com petencia por
influir y seleccionar líderes políticos, el gobierno de m últiples m i­
norías. E n la valoración de D ahl, se trata de una situación deseable,
a la que se aproxim an en la realidad la m ayoría de las dem ocracias
liberales.
Si bien las m ayorías rara vez gobiernan, si es que gobiernan al­
guna vez, en un im portante sentido a pesar de todo «gobiernan»; es
decir, determ inan el m arco en el que se form ulan y adm inistran las
políticas. E sto es así debido a que la política dem ocrática opera,
hasta el pu n to de que perdura a lo largo del tiem po, dentro de los lí­
mites del consenso establecido sobre los valores de los m iem bros
políticam ente activos de la sociedad, de los cuales los votantes son
el cuerpo clave (D ahl, 1956, p. 132). Si los políticos se apartan de
Pluralismo, capitalismo corporativo y Estado 235

este consenso o persiguen activam ente sus propios objetivos, sin te­
ner en cuenta las expectativas del electorado, fracasarán casi con
toda seguridad en cualquier nueva tentativa de perm anecer en el
poder:

lo que com únm ente describimos como «política» democrática es mera­


m ente ia paja. Es la manifestación superficial, que representa los conflic­
tos superficiales. A nterior a ia política, por debajo de ella,: envolviéndola,
limitándola, condicionándola, está el consenso esencial sobre las políticas
que norm alm ente existen en la sociedad... Sin ese consenso ningún siste­
ma dem ocrático podría sobrevivir m ucho tiempo a los interminables eno­
jos y frustraciones que producen las elecciones y la competencia entre par­
tidos. Con ese consenso, las disputas sobre las alternativas políticas son
casi siempre disputas sobre un conjunto de alternativas que ya han sido
aventadas, reducidas a las que disfrutan de un amplio margen de acuerdo
básico. (Dahl, 1956, pp. 132-3.)

Al contrario que Schum peter, que sostenía que la política de-


ijjj m ocrática está dirigida en últim o térm ino por élites competitivas,
||^ D ahl (al igual que m uchos otros pluralistas) insistía en que está an-
j|| ciada en u n valor de consenso que estipula los parám etros de la vida
1 política. Es cierto que siem pre han sido los políticos o las élites po-
* líticas las que han tenido un im pacto profundo en la dirección de la
nación; sin em bargo, su im pacto sólo puede entenderse adecuada­
m ente en relación con ia cultura política de la nación con 1a que ar­
m onizan.
Los prerrequisitos sociales para el funcionam iento de una po~
; b arquía — consenso sobre las reglas de procedim iento; consenso
j sobre el m argen de opciones políticas; consenso sobre el ám bito le-
; gítim o de la actividad política— son los obstáculos más profundos
; a cualquier form a de gobierno opresivo. C uanto más extenso sea el
; consenso, más segura estará la dem ocracia. La protección contra la
tiranía de que disfruta una sociedad”hay que buscarla, fundam ental-
; m ente, en factores no-constitucionales (D ahl, 1956, pp. 134-135).
i D ahl no negaba, en absoluto, la im portancia de, p o r ejemplo, la di-
; visión de poderes, un sistema de frenos y equilibrios entre la legisla-
; tura, el ejecutivo, el poder judicial y la burocracia adm inistrativa.
; Las norm as constitucionales son cruciales para determ inar el peso
í de las ventajas y desventajas a que se enfrentan los grupos en un sis-
; tem a político; p o r lo tanto, se discute a m enudo encarnizadam ente
; sobre ellos. Pero la im portancia de las norm as constitucionales para
236 Variantes contemporáneas

el desarrollo exitoso de la dem ocracia es, argum entaba D ahl, «tri­


vial» en com paración con la de las norm as y prácticas no-
constitucionales (D ahl, 1956, p. 135). Y, concluía, siem pre que se
m antengan intactos ios prerrequisitos sociales de la dem ocracia,
ésta seguirá siendo un «sistema relativam ente eficiente para reforzar
el acuerdo, favorecer la m oderación, y m an ten er la paz social»
p. 151).
El planteam iento de D ahl no exige que el control sobre las deci­
siones políticas esté equitativam ente distribuido; ni exige que todos^
los individuos y grupos tengan el m ism o «peso» político (Dahl,.1
1956, pp. 145-146). Además, reconocía claram ente que las organi­
zaciones y las instituciones pueden em prender «su propia vida» que;
puede llevarlas a separarse, tal com o predicaba W eber, de los deseos
e intereses de sus m iem bros. Existen «tendencias oligárquicas»: las
estructuras burocráticas pueden anquilosarse y los dirigentes pue­
den convertirse en élites insensibles a los sectores públicos o p riv a­
dos. Por consiguiente, la política pública puede estar sesgada hacia
ciertos grupos de interés que tienen la mejor organización y los re ­
cursos más abundantes; puede estar sesgada hacia ciertos organis­
mos estatales políticam ente poderosos; y puede estar sesgada por in ­
tensas rivalidades entre los distintos sectores del m ism o gobierno.
La form ulación de políticas com o proceso estará siem pre afectada y
limitada por un núm ero de factores, entre ios que se incluyen: la in­
tensa com petencia política; las estrategias electorales; los recursos
escasos, y la lim itación de los conocim ientos y la com petencia. El
proceso dem ocrático de tom a de decisiones es inevitablem ente p ro ­
gresivo y frecuentem ente inconexo. Pero la postura pluralista clási­
ca no explora con m ucho detenim iento estos asuntos, potencial­
mente muy significativos. N o se consideran sus im plicaciones, ya
que las premisas centrales de esta postura — la existencia de m ú lti­
ples centros de poder, de intereses diversos y fragm entados, la acu­
sada propensión de un grupo a contrarrestar el poder de otro, un
consenso «trascendente» que une al estado y a la sociedad, el estado
como juez y árbitro entre las facciones— no p o drían explicar un
m undo en el que hubiera m uchos desequilibrios sistemáticos en la
distribución del poder, la influencia y los recursos. La plena consi­
deración de estos asuntos es incom patible con los presupuestos y ios
térm inos de referencia del pluralism o clásico.
Pluralismo, capitalismo corporativo y Estado 237

P o lític a , c o n se n so y d is trib u c ió n d e l p o d e r

La descripción de la política de los grupos de interés que ofre-i


cían los pluralistas clásicos era un correctivo im portante al énfasis
unilateral en la «política elitista», y al excesivo énfasis en la capaci­
dad de los políticos de m odelar la vida contem poránea, que encon­
tram os en los escritos de los elitistas com petitivos. Los pluralistas
subrayaban correctam ente las m uchas form as en que determ inadas
pautas de interacción, com petitividad y conflicto se «inscriben» en,
es decir, están inm ersas en, la organización, la adm inistración y las
políticas del estado m oderno. Las lim itaciones electorales y la p o lí­
tica de los grupos de interés im plicaban que la capacidad de los d iri­
gentes políticos para actuar independientem ente de las dem andas y
presiones de la sociedad estaría casi siem pre com prom etida, con la
excepción quizás de las épocas de guerra y otro tipo de catástrofes
nacionales. La dem ocracia, com o conjunto de instituciones, no
puede entenderse adecuadam ente sin hacer una referencia detallada
a este complejo contexto.
Sin embargo, el énfasis pluralista en la naturaleza «empírica» de
la dem ocracia introduce una dificultad en el pensam iento dem ocrá­
tico, una dificultad creada, en parte, p o r W eber y Schum peter. Al
d efinir la dem ocracia en térm inos de lo que en O ccidente se deno­
m ina convencionaím ente «democracia» — las prácticas y las insti­
tuciones de la dem ocracia liberal— , y al centrarse exclusivam ente
en los m ecanism os a través de los cuales los ciudadanos, se dice,
pueden controlar a los dirigentes políticos (elecciones periódicas y
política de grupos de interés), los pluralistas no exam inaron de fo r­
ma sistem ática, ni com pararon, la justificación, las características y
las condiciones generales de los distintos modelos democráticos.
Los escritos de los autores pluralistas clave tendían a deslizarse, de
un relato descríptivo-explicativo de la dem ocracia, hacia una nueva
teoría norm ativa (véase D uncan y Lukes, 1963, pp. 40-47). Su «rea­
lismo» im plicaba concebir la dem ocracia en térm inos de las carac­
terísticas reales de los sistemas políticos occidentales. Al concebir la
dem ocracia de esta form a la vaciaron de contenido y, al hacerlo, re­
nu n ciaron a la rica historia de la idea de dem ocracia por lo ya exis­
tente. Las preguntas sobre el grado apropiado de participación de
los ciudadanos, el ám bito adecuado del dom inio político y las esfe­
ras más convenientes para la regulación dem ocrática — preguntas
que han form ado parte de la teoría de la dem ocracia desde Atenas

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