UN ENFOQUE
COGNITIVO-CONDUCTUAL.
Ansiedad y autismo son dos palabras, que, indudablemente, van de la mano. Es tan
evidente la asociación, que existe una preocupación creciente por evaluar y tratar la
coocurrencia de una condición psiquiátrica como es la ansiedad en personas en las
personas con trastornos del espectro autista (TEA). Producto de estas indagaciones, en
los últimos años, los clínicos han tomado conciencia del número significativo de
personas con diagnóstico de TEA que tiene que batallar diariamente con una variedad
de síntomas ansiosos, de mayor o menor intensidad.
Sin embargo, aunque sea un “hallazgo” reciente, ya Kanner sugirió en los años cuarenta
que algunos de los síntomas nucleares del autismo, muy especialmente el deseo de
invarianza ambiental y los repertorios de comportamiento, actividades e intereses
restringidos o estereotipados, pudieran estar relacionados con un trastorno obsesivo -
ansioso de base. Autores posteriores, como Despert (1945) o Schopler y Mesibov
también lo atribuyeron a este trastorno, mediatizado por la incertidumbre. Fue Rescorla,
en su análisis factorial, quien demostró la relacione entre grado de ansiedad y lo
gravedad del cuadro de autismo. Actualmente sabemos que un 39,6% de los individuos
con autismo tienen al menos un trastorno de ansiedad. Entre ellos, los tres tipos más
comunes de estos trastornos son la Fobia específica (29,8%), Trastorno obsesivo-
compulsivo (17,4%) y el Trastorno de ansiedad social (16,6%).
Para mejorar la calidad de vida de estas personas es fundamental disminuir o eliminar
esta ansiedad de base. Y es necesario partir del conocimiento y comprensión de las
causas que desencadenan su aparición. Como veremos, los niños con autismo
expresan su ansiedad o nerviosismo de forma cualitativamente parecida, que los niños
normotípicos, a menudo también por los mismos motivos:
- La dificultad para entender situaciones, sobre todo de índole social
- Las reglas que no son claras para ellos
- Los problemas de procesamiento sensorial, pues a menudo son hipo o hiper
sensibles a algunos estímulos. Así, los espacios llenos de gente, o los espacios
demasiado grandes, demasiado pequeños, con olor demasiado fuerte, con
demasiada luz, demasiado ruidoso… pueden desencadenar una crisis.
- la necesidad de tiempos más largos para procesar la información (que a menudo
no se les proporciona en sus interacciones diarias)
- los momentos sin horario o propósito explicito, como esperar el autobús, los
espacios de tiempo entre clases, el recreo…
- la dificultad para hacerse entender.
- Separarse de la figura de apego
- Los niños pequeños, a menudo impredecibles.
- Los sitios, planes o situaciones nuevas.
Como respuesta a estas situaciones, los niños con autismo pueden desencadenar en
reacciones iguales o parecidas a las de los niños normotípicos, como esconderse, callar,
temblar, llorar, patalear, gritar e incluso agredir. Pero también pueden exhibir conductas
más específicas, como las acciones repetitivas, muchas de las cuáles no tienen una
función evidente a primera vista, como puede ser romper papeles, rasgar algún tejido,
autobalancearse, cayendo así en las denominadas conductas estereotípicas.