Existen muchas maneras de ver una misma situación, en la vida son muy
pocas las que se pueden considerar verdades absolutas y mucho dependerá
del cariz con que se observen y evalúen. Para ello, los conocimientos previos,
los prejuicios, la experiencia y las preferencias, entre otras, influirán de manera
directa sobre las conclusiones que vayamos a sacar.
En ese sentido uno de los mayores retos de los agentes de salud es dar
soluciones verdaderas a nuestros clientes o pacientes y si vemos que algo no
está funcionando de manera adecuada, plantear opciones diferentes, siempre
con sólido sustento científico, aplicarlas, evaluar evolución y de acuerdo a ello
tomar nuevas decisiones, desde allí parte mi convencimiento que ser agente de
salud es más un arte que una ciencia exacta.
Imaginemos un caso, tenemos una persona que mide 170 cm. sexo femenino,
pesa 62 kg. y por cambios en su vida (laborales, personales, etc.) empieza a
comer gran cantidad de alimentos, muchas veces “por ansiedad”, sobre todo
hidratos de carbono. Como saben, no soy partidaria de contar calorías, pero
para que se entienda mejor, hablemos de una dieta de 4000 kcal. de esas 60%
provenientes de los hidratos de carbono y nuestra amiga solo tiene un gasto
calórico de unas 1800 kcal. Además, esta persona es totalmente sedentaria,
tiene un trabajo muy estresante, duerme poco, come por ansiedad, etc.
Imaginen que esta persona está en ese ritmo durante 12 meses e imaginen
que no aumenta ¡¡ni un solo gramo de grasa!! ¿No se preocuparían? ¡¡Yo sí me
preocuparía!! Simplemente porque cuando recibimos un exceso de energía,
sobre todo en forma de hidratos de carbono, tenemos una capacidad muy
limitada de almacenarlos como tales (apenas unos cientos de gramos en
hígado, músculos y sangre) y luego empezamos a convertir ese exceso de
hidrato de carbono ¡en grasa!
En resumen