Los Primates constituyen un conjunto de mamíferos que por gran parte de sus
características anatómicas, especialmente de su sistema locomotor, han sido llamados
“mamíferos generalizados”, es decir, que conservan algunos atributos comunes a
mamíferos primitivos e incluso a los reptiles mamiferoídeos que le dieron origen, tales
como extremidades pentadáctilas (con cinco dedos), persistencia de la clavícula, radio y
ulna en el antebrazo, vértebras caudales, entre otras, siendo parte de estas características
compartidas por otros grupos de mamíferos afines, como los insectívoros o los quirópteros
(murciélagos), lo que en cierta medida dificulta reunir un conjunto de características
privativas del Orden. Sin embargo, se puede decir que la mayor parte de los primates
comparten, además de los caracteres referidos, una barra post orbitaria, la que muchas
veces constituye un tabique óseo que separa la órbita de la Fosa temporal (ver figura 1 a),
decusación parcial de la vía óptica (ver figura 1 b), incisura calcarina en el lóbulo occipital
del cerebro, cerebros relativamente grandes, dedos con pulpejos y dermatoglifos (huellas
digitales), sin pérdida de sensibilidad y uñas planas en ves de garras en al menos uno de sus
dedos. Una de las características más frecuentes en los primates, con excepción del Hombre
es la de poseer un alux (dedo gordo del pié) divergente a los demás dedos (ver figura 1 c).
b) c)
El Orden Primates se divide en dos Subórdenes, los prosimios (Prosimii) y los
monos antropomorfos, (Anthropoidea), pero sus subdivisiones menores no siempre cuentan
con el acuerdo de los zoólogos, diferencias que se derivan de las dificultades de asignar
grupos fósiles y actuales en una clasificación que de cuenta de las relaciones evolutivas,
generadas por una parte por los fenómenos como paralelismos y convergencias evolutivas,
las limitaciones propias del registro evolutivo y en el caso de los grupos más cercanos a
nuestra propia especie en que en ciertos investigadores parece primar un criterio más bien
de tipo antropocéntrico. En la tabla 1 aparecen las principales subdivisiones de los
primates, basada en una clasificación propuesta por Geoge Gaylord Simpson (1945) y
actualizada por Robert Martin (1990) (en: R. Martin y D. Pealbeam, 1992),
tradicionalmente aceptada.
En la actualidad, producto del análisis cladístico de los grupos vivientes, existe una
tendencia a reagrupar los primates en dos sub grupos: Strepsirhinos (piel desnuda húmeda
bajo aperturas nasales o rinario), los que agrupan a Lemuriformes y Lorisiforme y los
Haplorrinos (piel bajo aperturas nasales con de pelo) que incluyen a Tarsiiformes,
Platyrrhini y Catarrhini, sin embargo estas designaciones no gozan de amplia aceptación.
También existen propuestas para reagrupar las Familias Pongidae y Hominidae, así como
las categorías bajo ellas.
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Sinópsis de la Evolución de los Primates no Homínidos:
(Para una filogenia resumen, ver figura 2)
Figura 2 (Tomada de J.J. Bahain et al, 1993 y modificado)
Los Primeros Primates aparecieron a finales del período Cretáceo, hace unos 69
millones de años. Se originaron a partir de insectívoros primitivos, de hábitos nocturnos y
de vida terrestre y sus ancestros están vinculados a otros Ordenes, como Chiróptera,
Rodentia y Dermoptera (Lémures voladores), este último estrechamente emparentado con
el Orden Primates, en particular con sus primeros representantes.
Durante el período Cretáceo, las principales masa de tierra del planeta estaban
agrupadas en dos sub continentes: en el Norte Laurasia, formada por Norteamérica, Europa
y gran parte de Asia; en el Sur el subcontinente Gondwana, que al principio del período
incluía Sudamérica, Africa, Australia, Antártica y el subcontinente Indio, pero a finales de
este, cuando aparecieron los ancestros de los primates, se habían separado. Durante el
período el clima era subtropical y abundaban los Ginkos y Cicadaceas, aunque las plantas
con flores ya eran también una parte importante de los ecosistemas, proveyendo nuevos
alimentos como los frutos, los que serán ampliamente incorporados a la dieta de los
primates durante su evolución.
A pesar de que muchos paleontólogos creen que los primeros Primates se originaron
en África, el género más antiguo conocido es Purgatorius ceratops, con dos especies, cuyos
fósiles fueron encontrados en el estado de Montana en los Estados Unidos de Norteamérica
y que tienen una antigüedad de 65 millones de años. Estos pequeños primates, no más
grandes que un ratón, tenían sus dientes anteriores centrales alargados y los laterales
puntiagudos, lo que podría implicar que consumían tanto insectos como vegetales, como lo
hacen algunos prosimios. Los restos conocidos de Purgatorius no han permitido conocer
detalles de su anatomía esqueletal y en particular de su locomoción.
Los primeros rasgos típicos de los euprimates (primates verdaderos, más similares a
los modernos) aparecen en este período, tales como barra e incipiente tabique postorbitario,
allux oponible en el pié, así como algunas características dentarias, entre otros. Grupos
característicos de este período son Omomydae y Adapoidea (similares a los lemures
actuales), persistiendo aún los principales grupos paleocénicos de primates arcaicos, con
excepción de Carpolestidae y Picrodontidae.
Es posible que tanto la línea evolutiva que dio origen a los Platirrinos (monos del
Nuevo Mundo) se separara, a mediados de esta época, de la que conduce a los ancestros de
los Catarrinos (monos del Viejo Mundo).
Durante el Mioceno (25 a 10 millones de años), el clima fue similar al actual, algo
más cálido al principio y mas frío al final, asociándose esto último a una progresiva
desertificación de diversas zonas del planeta, ocasionada por la retención de agua en los
polos. En esta época se inicia la formación del Sahara y de las sabanas Africanas, cuestión
que algunos paleontólogos han interpretado como una presión de selección que favoreció la
hominización en la siguiente época: el Plioceno.
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En el Mioceno los catarrinos diversifican y aparecen diferentes sub , grupos como
los ancestros de los actuales cercopithecidos, cuyo ancestro probable es Mesopithecus (16
millones de años), y de los hylobattdos, estos últimos vinculados con Pliopithecus (15
millones de años (ancestro probable de los actuales gibones). In enbargo, el grupo de mayor
interés para la comprensión del orígen del Hombre es el de los Driopithecinos, grupo de
primates antropoides de los que parecen descender directamente los Homínidos
Pliocénicos, siendo el ya mencionado Proconsul (18 millones de años) uno de los fósiles
que podría estar en los inicios de este grupo.
Otro fósil que fue vinculado a la evolución humana es Oreopithecus bamboli, fósil
encontrado en Toscana, Italia que presenta algunas peculiaridades locomotoras que fueron
interpretadas como propias de los ancestros directos de los homínidos, las que se vinculan
con su postura semi erguida similar a la de los gibones actuales, pero con los que no está
vinculado ya que este grupo no dejó descendencia.
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3.- Algunos aspectos de la evolución de los Primates que posibilitaron la aparición de
los Homínidos
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Los dedos de los primates se modificaron, reemplazando las garras por uñas y el
desarrollo de pulpejos de piel resistente pero sin pérdida de sensibilidad, lo que
seguramente facilitó los desplazamientos, proporcionando a la vez superficies
antideslizantes como los dermatoglifos (huellas digitales) y los pulpejos mismos, así como
a la vez información táctil sensible, sobre textura y condición del medio de soporte.
Desde el Eoceno ya es posible apreciar la aparición de una barra post orbitaria (Fig.
1 a) y algo más tarde, un septo o tabique óseo aislará definitivamente la cavidad orbitaria de
la fosa temporal, lo que redundó en una mejor protección del ojo, si no que, también de un
mejor control de su movilidad al evitar la interferencia del músculo temporal durante la
masticación como sucede en otros mamíferos. También, a partir de la segunda mitad del
Eoceno, es posible advertir un gradual adelantamiento de las órbitas, ligado a un
acortamiento y descenso de la cara, posibilitado en parte por la disminución del número y
tamaño de las piezas dentarias (vinculado a cambios en la dieta) y a la menor importancia
que debió tener el olfato como fuente de información en el complejo medio arbóreo frente a
las obvias ventajas de la visión como sentido remoto en este medio.
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Durante su evolución, a partir de mamíferos de hábitos nocturnos, los primates
desarrollaron secundariamente una visión del color, apareciendo una fóbea central en el ojo
con abundantes conos y tres tipos de éstos. Si bien no podemos saber con precisión cuando
ocurrió este cambio, sin duda contribuyó a posibilitar la vida diurna de los primates y un
eficiente aprovechamiento de los recursos del bosque.
En los primates, junto a un natural incremento del tamaño del cerebro asociado a su
incremento en la talla de sus principales grupos, durante su evolución, se puede apreciar un
importante incremento en el tamaño relativo de este órgano, cuestión que se puede apreciar
en los cráneos fósiles. Así mismo el cerebelo es otra estructura encefálica que incrementa
su tamaño relativo.
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proyectada a partir de los últimos cambios desde dryopithecinos a póngidos y
australopithecinos. Cuando se produce una inflexión en la curva de incremento del tamaño
del cerebro (estimado indirectamente por la capacidad craneana) es a partir de la aparición
de los primeros representantes del genero Homo (ver figura 3): Homo rudolfensis y Homo
habilis, así como la aparición sistemática de herramientas o el uso de ellas, en el registro
arqueológico asociado a estos fósiles. A partir de esa inflexión, el tamaño del cerebro
aumenta con la aparición de las especies sucesivas, hasta llegar a las dimensiones actuales,
en un proceso que parece haber sido retroalimentado, en términos selectivos, por la
capacidad de generar y usar eficazmente elementos culturales.
Figura 3
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premolares y molares), con reducción del número de piezas, particularmente de incisivos y
premolares y apareciendo especializaciones cuspideas asociadas a los distintos tipos de
dieta vegetal.
La reducción del número y tamaño relativo de las piezas colaboró sinérgicamente al
proceso general de acortamiento de la cara en los primates, facilitando los cambios que
condujeron al adelantamiento de las órbitas, facilitando también, más tarde, durante la
evolución de los homínidos, aligerar las estructuras craneales de soporte, mejorando la
mecánica masticatoria y facilitando de paso, las expansiones de la bóveda craneal al
disminuir el tamaño relativo del músculo temporal y por ende la presión que este ejerce
sobre ella.
Los primeros homínidos tenían una dieta similar a la del chimpancé actual, pero ya
presentaban algunos rasgos propios, más similares al género Homo. A partir de
Australopithecus africanus aparecen rasgos dentarios indicativos de una mayor ingesta de
carne, en un tránsito a una dieta más omnívora, se reduce el tamaño de los dientes y
desaparece la sectorialidad de los molares (cúspides unidas por crestas de esmalte). Con la
aparición del genero Homo los dientes adquieren más o menos los mismos rasgos actuales,
el canino no sobresale y en general el tercer molar es igual o más pequeño que los otros
molares (en los póngidos, prehominidos y homínidos tempranos el tercer molar es más
grande que el primero). En las etapas más tardíos de la evolución de nuestro género, los
dientes continúan una gradual disminución de tamaño, aumentando ligeramente el grosor
del esmalte. Algunos autores piensan que el uso de instrumentos definitivamente aligeró las
presiones selectivas sobre los dientes, posibilitando la disminución de su tamaño hasta la
situación actual.
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3.5.-Postura y marcha bípeda
Figura: 4
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Sin duda una de las características más conspicua de nuestra especie y de todos los
homínidos es la bipedestación y marcha bípeda. Posiblemente la postura semi erguida que
adquieren ocasionalmente los póngidos para desplazarse permita visualizar las dificultades
que implicó el tránsito a la postura bípeda. Músculos como los glúteos, erectores espinales,
vasto bíceps femoral y otros debieron cambiar de función y reorganizarse sus inserciones
óseas; la proporción de distintos segmentos óseos de la pelvis, fémur y resto del pié, así
como también las vértebras debieron reacomodarse para alcanzar su curvatura
característica, permitiendo colocar el eje del centro de gravedad entre las dos patas
posteriores y erguir el tronco permanentemente.
Muchos son los cambios anatómicos relacionados con la marcha bípeda y sin duda
el desarrollo de las capacidades encefálicas de los primates superiores contribuyeron a
posibilitar el desarrollo de un buen control de la postura. No obstante uno de los cambios
más notorios es el desplazamiento del agujero magno a la base del cráneo, cuestión que
caracteriza a los homínidos.
Muchas son las hipótesis que se han esgrimido para explicar la postura bípeda de los
homínidos, las que van de la facilidad de transportar alimentos y objetos desde espacios
abiertos a refugios, a caminar en aguas someras, sin embargo ninguna ha logrado concitar
un consenso entre la mayor parte de los paleontólogos y más que buscar una explicación en
el origen de una característica que pudo ser tan fortuita como la braquiación o la marcha
sobre nudillos en los póngidos, debemos poner énfasis en lo exitoso que resultó esta
estrategia de locomoción la que no sólo permitió una nueva forma de desplazamiento si no
que permitió liberar las manos para un uso más intensivo de las herramientas que ya
incipientemente debieron fabricar los ancestros comunes al chimpancé y los homínidos,
como lo sugiere la etología comparada y más adelante lo confirma el registro fósil, cuestión
que representa el orígen del nuestra línea evolutiva.
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Cambios en la conducta sexual y vida en sociedad
Los primates superiores, incluido el Hombre, son animales sociales y para la mayor
parte de ellos el éxito individual depende de una adecuada socialización. Sin embargo,
conocer el origen del comportamiento social tiene un fuerte componente especulativo, a
pesar de los conocimientos aportados por la etología y otros campos de la biología y de los
indicadores indirectos que se derivan del registro fósil. No obstante es importante discutir
algunos aspectos de esta característica básica para la emergencia de la sociedad humana, a
partir de primates que podemos presumir sociales.
El lenguaje
Tal vez uno de los aspectos más importantes a considerar, dentro de las
características de los homínidos es el del lenguaje y a la vez uno de los aspectos más
difíciles de estudiar, no sólo por las limitaciones que a este respecto tiene el registro fósil, si
no que el lenguaje articulado, tal como lo conocemos, es un atributo de nuestra especie, sin
menoscabo de la capacidades de comunicación de los primates superiores u otros
mamíferos contemporáneos.
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Resulta indudable que tanto la vida en sociedad como la propagación de lo que
llamamos cultura, requieren para su sustentación y desarrollo a escala humana del lenguaje
articulado, cuestión que debió estar fuertemente impulsada durante la hominización a partir
del incremento del uso de herramientas, hasta llegar a los niveles actuales.
En el registro fósil de los homínidos existen pocas evidencias directas del desarrollo
de un lenguaje articulado como el nuestro, la mayor parte de ellas se pueden inferir solo de
los incipientes comportamientos culturales, a partir del desarrollo de la industria
Oluwaience (Olduwan. 2.5 m.a.; ver figura 6) y de los desarrollos posteriores, que hubo un
gradual desarrollo de esta capacidad, cuestión que puede verse refrendada con los
antecedentes respecto a las complejas habilidades comunicacionales de los chimpancés que
permiten proyectar a un ancestro común habilidades análogas.
La aparición del lenguaje debió ser un fenómeno gradual, construida a partir de las
habilidades comunicacionales que desarrollaron los primates al intensificar sus
comportamientos sociales durante su evolución, comportamientos que posibilitaron
extender los períodos de crianza y por ende de aprendizaje y su desarrollo, todo
íntimamente ligado al crecimiento del cerebro. Sin el lenguaje articulado no hubiera sido
factible alcanzar la complejidad cultural de los últimos estadios del género Homo..
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Breve filogenia de los homínidos
Existe un vacío importante en el registro fósil entre los 10 y los 5 millones de años,
debido a las condiciones ambientales que dificultaron la preservación y por otra parte, a
falta de trabajo paleontológico en sedimentos de dicho período. Sin embargo, un fósil
encontrado este año (2001) en Kenya, denominado Orrorin tugenesis (B. Senut y M.
Pikfort) y aunque su estatus definitivo está en discusión, este eventual homínido temprano
parece ser de marcha bípeda y con una antigüedad de al rededor de seis millones de años
que se acerca a la predicción realizada por los estudios moleculares en primates actuales, tal
como se señaló arriba. Por otra parte, algunos de sus rasgos anatómicos lo acercan a
Ardipithecus ramidus hasta ahora el más antiguo homínido aceptado, con una antigüedad de
4,4 millones de años. La eventual marcha bípeda de O. tugenensis, tiende a mostrar que
esta fue una estrategia locomotora de primates de gran talla más común de lo que parecía, a
partir posiblemente del Mioceno tardío y con más seguridad en el primer tercio del
Plioceno. Algunos autores piensan que su marcha no sería completamente erguida y que
correspondería al fósil que marca el punto de divergencia entre nuestra línea evolutiva y de
los chimpancés.
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Ardipithecus ramidus kadabba, descubierto en Etipía en 1995, hasta ahora es el
primate bípedo aceptado como el punto de partida de la evolución humana. Desde el punto
de su dentición presenta caracteres más próximos a los chimpancés, con grandes caninos,
mayores en los machos que las hembras, esmalte delgado como en los póngidos y otros
rasgos afines, pero claramente sus tibias poseen características de los homínidos más
avanzados y del género Homo. Su dieta debió ser como la de los chimpancés, con un
importante componente de tallos raíces, bulbos y frutos e ingesta ocasional de pequeños
animales.
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Un representante del grupo de los australopithecinos tempranos, con 3,5 años de
antigüedad aproximada encontrado en 1995 en Chad, en una región alejada del Rift y cuyo
paleoclima corresponde a bosque tropical, plantea nuevos problemas respecto al origen de
la postura bípeda, hasta ahora relacionada con la adaptación de los homínidos primitivos a
la sabana arbolada. Se trata de Australopithecus bahrelghazali, pero aún existen pocos
restos de este fósil para incluirlos aquí.
A. aferensis se extingue cerca de los tres millones de años atrás y al menos dos
grupos de australopithecinos ocupan los períodos posteriores. Uno de estos grupos
corresponde a Australopithecus africanus, fósil que como se mencionó originó la
designación del grupo y eventualmente un nuevo australopiteco A. Ghari (aprox. 2,5 m. a.)
del cual aún se disponen pocos datos. El otro grupo lo constituye la línea robusta,
conformada por tres especies: Paranthropus (Australopithecus) aethiopicus (3,3 a 2,6 m.a.,
Etiopía), Paranthropus (Australopithecus) boisei (2,6 a 1,2 m.a., varios sitios en Africa del
Este) y Paranthropus (Australopithecus) robustus (2,6 a 1,8 m.a., Sudáfrica). Este último
grupo constituye una línea divergente de la que conduce a nuestro género, sin embargo es
importante destacar que estas criaturas, de un tamaño ligeramente mayor a A. africanus,
con capacidades craneales que van desde unos 400cc (P. aethiopicus) a unos 530 cc. (P.
robustus) y grandes superestructuras craneales como crestas sagitales o crestas
occipitomastoideas, análogas a los gorilas, presentan una creciente especialización en una
dieta vegetal con hábitos similares al gorila, aunque eran perfectamente bípedos y
utilizaban herramientas en forma sistemática, cosa que no se encuentra en los sitios de las
formas gráciles de Australopithecus.
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Australopithecus africanus (440 a 485cc. de capacidad craneana) o Kenyantropus
platyops son los mejores candidatos para anteceder a los primeros representantes de nuestro
género ambos plantean problemas interesantes respecto a su eventual vinculación con H.
rudolfensis y H. habilis (considerados ambos, hasta hace poco representantes de una sola
especie, Homo habilis), estos últimos con características anatómicas craneales y post
craneales mas cercanas a nuestra especie , con dieta omnívora, uso sistemático de
herramientas (Industria Olduwaiense), poco dimorfismo sexual en comparación a los
primeros homínidos y póngidos .
Con la aparición de los primeros representantes de nuestro género hace unos 2,2 a
2,5 millones de años, una rápida sucesión de fósiles conducen a la aparición de nuestra
especie y a grupos estrechamente relacionados, siendo una buena parte del proceso,
posiblemente de carácter anagenético. Hoy día la evaluación del registro fósil ha
aumentado la complejidad de las relaciones entre los distintos grupos del género Homo y la
anterior filogenia esquematizada en la sucesión de H. habilis, H. Erectus y H. sapiens
(incluido H. sapiens arcaico y H. sapiens neanderthalensis)
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