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INSTITUTO UNIVERSITARIO DEL ESTADO DE MÉXICO

ESCUELA PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA

ANTOLOGÍA:
HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA

ABRIL 2015
ÍNDICE

PRESENTACIÓN 3

UNIDAD I BASES FILOSÓFICAS DE LA PSICOLOGÍA

HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA. ANTECEDENTES FILOSÓFICOS DE LA 4


PSICOLOGÍA

ORÍGENES DE LA PSICOLOGÍA 39

LAS ENFERMEDADES MENTALES SEGÚN SANTO TOMAS DE AQUINO- 42


SOBRE LAS ENFERMEDADES (MENTALES) EN SENTIDO ESTRICTO

SAN AGUSTÍN 53

UNIDAD II INICIOS DE LA PSICOLOGÍA

WILHELM WUNDT, EDWARD TITCHENER Y EL ESTRUCTURALISMO 59

LA EVOLUCIÓN Y LA PSICOLOGÍA 63

LA EVOLUCIÓN DEL CONDUCTISMO 75

LA PSICOLOGÍA HUMANISTA: HISTORIA, CONCEPTOS Y MÉTODO 95

ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA PSICOLOGÍA COGNITIVA: PARADIGMA, 131


SIMBOLOGÍA Y PROCESAMIENTO DE LA INFORMACIÓN

UNIDAD III LA PSICOLOGÍA EN EL SIGLO XXI

LA PSICOLOGÍA APLICADA EN AMÉRICA LATINA 156

PSICOLOGÍA CRITICA EN MÉXICO: REALIDADES Y POSIBILIDADES 174

GÉNESIS DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN MÉXICO 200

MAPA CONCEPTUAL Y CLASIFICACIÓN DE LA PSICOLOGÍA 213

REFERENCIAS 214
PRESENTACIÓN
Cimentar las bases del aprendizaje de cualquier
disciplina científica es fundamental para el desarrollo
profesional, ya que el individuo en formación debe
conocer el inicio, desarrollo y fundamentos teóricos que
dieron estructura a la ciencia que estudia.

Este breve recorrido histórico pretende ser; además de


una introducción, una guía para el estudiante, ya que
además de la lectura que se encuentra dentro de estas
páginas; propone otras lecturas, videos o actividades a
desarrollar que pueden ayudar a complementar los
aprendizajes adquiridos dentro del aula.

Esta antología elaborada para la asignatura de “Historia


de la Psicología”, está dividida por unidades para facilitar
la localización de los temas, dicha división está de
acuerdo al programa académico de la asignatura que
se encuentra actualmente en marcha en esta casa de
estudios.

Por lo que la presente antología ha sido diseñada para


introducir al estudiante de la Licenciatura en Psicología,
dentro de la historia de la psicología como disciplina
científica y de igual forma como se fueron
conformando las diferentes corrientes que se han
convertido en parte esencial de la misma, con el fin de
que, con el apoyo de otras asignaturas pueda
adentrarse en el estudio de las corrientes teóricas y
áreas de aplicación.

“SOCIEDAD, TRABAJO, CULTURA”


UNIDAD I: BASES FILOSÓFICAS DE LA PSICOLOGÍA

HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA.
ANTECEDENTES FILOSÓFICOS DE LA PSICOLOGÍA
José Moya Santoyo

INTRODUCCIÓN

LA PSICOLOGÍA DE LA ANTIGÜEDAD GRIEGA Y LATINA


Por Luis García Vega, José Moya Santoyo y Sandalio Rodríguez Domínguez

Históricamente el estudio de la Psicología comienza por la admiración que siente el hombre ante
dos realidades que llaman poderosamente su atención: el mundo de los objetos materiales y su
propia conciencia, dos realidades que se le presentan inabarcables y desorganizadas. La primera
labor de la conciencia es poner orden en el mundo; para ello el hombre, según la expresión
bíblica, da nombre a los objetos que se presentan ante él. De esta clasificación y categorización
de los fenómenos de acuerdo a sus regularidades surge la forma más primitiva de ciencia física.
Un problema distinto urge cuando el hombre se enfrenta a su propia conciencia, es entonces
cuando se descubre como parte del mundo y al mismo tiempo distinto del mundo. Ante un
fenómeno tan extraño y tan novedoso, el hombre necesita dar una explicación que encontrará
en la mitología o en la reflexión filosófica. En los griegos aparecen claramente estos dos
momentos históricos, siendo la mitología de Homero y la explicación filosófica de Aristóteles dos
momentos cumbres de la antropología filosófica de los griegos. Pero el camino hasta Aristóteles
pasa por diversos momentos importantes de la reflexión en la filosofía de los filósofos
presocráticos, en la que vamos a detenernos brevemente.

Los filósofos presocráticos

En el siglo IV a.C. el desarrollo del pensamiento médico condujo al reconocimiento de la


importancia del cerebro y los órganos de los sentidos para el razonamiento y la percepción, dos
funciones que se distinguían la una de la otra. Los griegos introdujeron además la doctrina
empirista en la Psicología, doctrina que propugna que todos los contenidos de la mente se
derivan de los sentidos. Heráclito (535-474 a.C.) sostenía que todo conocimiento le llega al
hombre “a través de la puerta de los sentidos” y Protágoras afirmaba que toda la vida psíquica está
compuesta de percepciones. Los estoicos utilizaron la expresión “tabula rasa”, la tableta lisa (tabla
recubierta de cera para escribir) donde se escriben todas las experiencias. Esta es la doctrina que
será retomada por los empiristas británicos del siglo XVII.

Empédocles De Agrigento (495-435 a.C.) avanzó la hipótesis de que hay un sentido de la


percepción, afirmando que lo igual es percibido por lo igual. Los sentidos perciben porque los
efluvios emanados de los cuerpos penetran por los poros de varios de los sentidos.
Demócrito “el Abderita” (460-370 a.C.) concibe la mente (psique), lo mismo que el resto de las
cosas, constituida por átomos. La percepción se produce a partir de la fuerza que sale de los
objetos y se pone en contacto con los átomos de fuego de la psique, creando un fenómeno
(apariencia) de realidad. Los efluvios emanados por los objetos ponen el órgano de los sentidos
en movimiento, y a través del vehículo de los átomos de fuego se producen copias de la realidad
de la psique.
Anaxágoras de Clazomne (499-428 a.C.) fue agonista como Leucipo y Demócrito. Teofrasto
explica la teoría de la percepción de Anaxágoras de la siguiente manera: La percepción se
produce por los contrarios, porque lo igual no se ve afectado por lo igual... La visión, por ejemplo,
se produce por la imagen en la pupila del ojo; pero no se distinguen las imágenes cuando son del
mismo color, sino cuando son de distinto color.
Los demás sentidos discriminan los objetos de la misma manera. El calor lo detectamos cuando la
mano está más fría, y lo mismo el frío, cuando la mano está más caliente. Por otra parte, todas las
sensaciones están acompañadas de miedo... El contacto de lo distinto con lo distinto produce
miedo. El miedo es evidente cuando se producen sensaciones prolongadas o muy intensas; los
colores brillantes y los ruidos fuertes causan miedo, y no se pueden aguantar estas sensaciones
durante mucho tiempo.

Todas estas teorías de la percepción, mediante representaciones de los objetos con los que
guardan una estrecha semejanza, son tan sencillas y atractivas que han perdurado durante 15
siglos, habiendo sido negadas por Johannes Müller y otros psicólogos de nuestro siglo.
La explicación de la psique humana no se centró en la percepción de los objetos, sino que hubo
un interés bastante generalizado en cuestiones fisiológicas para determinar la influencia del
cuerpo y su forma de interacción con el espíritu.
Alcmeón de Crotona, que vivió en el siglo VI a.C., posiblemente fuera el primero en realizar
disecciones anatómicas con propósitos de investigación. Su teoría más conocida afirma que la
normalidad, o buena salud, consiste en el equilibrio o isonomía del hombre con las leyes de la
naturaleza.
Íntimamente ligadas a aspectos fisiológicos aparecieron muy pronto las doctrinas de los cuatro
temperamentos básicos, dependientes de cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis
negra. Desde Hipócrates (470-377 a.C.) se ha venido distinguiendo el carácter de los individuos
de acuerdo con el predominio de uno de estos cuatro humores que originaban los cuatro
temperamentos: sanguíneo, flemático, bilioso y melancólico. La teoría de Hipócrates será
retomada por Galeno (131-201) en el siglo II, y tendrá vigencia, entre otros, en Juan Huarte de
San Juan, quien la utiliza en su libro Examen del Ingenios, hasta que se presenten otras teorías
anatómico-fisiológicas en el siglo XX de mano de Kretschmer, Sheldon, Pende, Pávlov, entre
otros.

La psique como objeto de la psicología en la Grecia antigua

La idea de un alma como ente sustancial residente en un cuerpo con capacidad de existencia
independiente comenzó a ser considerada a partir de Pitágoras, al final del siglo V a.C. Platón
desarrolló esta concepción, distinguiendo en el alma las funciones nutritiva, sensitiva y racional, y
asignando el alma nutritiva a las plantas, la sensitiva a los animales y la racional a los hombres.
Estas funciones representan una jerarquía evolutiva, pues cada nivel superior incluye los
inferiores. Pero con la aparición de la racionalidad propia del hombre se introduce una fuente de
conflictos con el deseo, propio también de los animales.
Platón presenta la actividad del alma como constitutiva de las funciones básicas del hombre, lo
mismo que la noción de que las actividades más simples evolucionan hacia actividades más
complejas. Por otra parte, el alma, absolutamente perfecta en sí misma, se encuentra en el
cuerpo como en una cárcel, a través de la cual va reconociendo el mundo que le rodea
(reminiscencia). Las cosas son un reflejo de las ideas, porque su ser consiste en su participación
en ellas. La teoría de las ideas en Platón no es una teoría de los conceptos, pero tampoco una
teoría de las puras posiciones del pensamiento. Las ideas son esencias existentes, por tanto, el
conocimiento platónico es un conocimiento metafísico, no un conocimiento trascendental.
La diferencia trascendental entre lo eterno, lo inmutable, el alma, y lo puramente aleatorio, el
cuerpo, lo establece claramente Platón en este texto del Fedón:

Una vez que se juntan alma y cuerpo en un solo ser, la naturaleza prescribe a éste el servir y el
ser mandado, y a aquélla, en cambio, el mandar y el ser su dueña... Es a lo divino, inmoral,
inteligible, uniforme, indisoluble y que siempre se presenta en identidad consigo mismo y de
igual manera, a lo que más se asemeja el alma y... por el contrario, es a lo humano y de igual
manera ininteligible, disoluble y que nunca se presenta en identidad consigo mismo, a lo que a
su vez, se asemeja más el cuerpo.

Platón establece la necesidad de que exista algo permanente y algo mudable, algo que
permanece para siempre y algo que muere. Por otro lado, el conocimiento requiere el uso de
categorías con que ordenar lo sensible, lo que captan los sentidos. Platón une las ideas del ser y
del no ser, de lo idéntico y lo diverso en aquellas categorías que ofrece el alma, pues “no hay
para estas categorías ningún órgano especial como para aquéllas, sino más bien que el alma por
sí misma me parece que contempla lo que es común en todas las cosas... Y por eso, no será
nunca la misma cosa sensación y conocimiento”. Mientras el conocimiento a través de los
sentidos es empírico, la categorización requiere un sustrato ideativo que Platón encuentra bajo la
idea de la reminiscencia.

La doctrina psicológica de Aristóteles

La psicología se constituye como ciencia por obra de Aristóteles (384-322 a.C.), nacido en
Estagira (Macedonia). Discípulo de Platón en Atenas, escribió una obra sistemática de Psicología,
πεġí ής, se trata de un tratado sobre el alma. En Homero se destaca con vigor singular la
distinción entre ψυχή, como ser individualizado, singular, irreducible, y el θυμός como el impulso
indiferenciado que caracteriza a todo ser viviente. En la doctrina Aristotélica el cuerpo tiene un
πνεύμα (animus, spiritus) efectúa la integración del organismo mediante sus movimientos
apropiados con el cuerpo.
Aristóteles parece haber creído que el πνεύμα mueve el cuerpo a través de los vasos sanguíneos,
puesto que él no conocía el funcionamiento de los nervios.
Por otra parte, Aristóteles se separa de la concepción que Platón tiene de alma. El alma, de
acuerdo con Aristóteles, es una entelequia del cuerpo; eso es, lo que da unidad a las distintas
funciones del cuerpo. El énfasis en la unidad del alma y del cuerpo y la importancia de
considerar el organismo como un todo para comprender la percepción y la acción es lo más
característico de la concepción de Aristóteles.
Según el principio del hilemorfismo, la forma es el principio sustancial del ser (como cuando se
dice que el alma es forma del cuerpo orgánico). La forma, en su más amplio sentido, es lo que
hace que un ser sea lo que es, a saber, aquello que hace que un ser concreto sea precisamente
este ser determinado y no cualquier otro. La forma es, por consiguiente, la naturaleza del ser. En
la forma alcanza el ser toda su realidad y recorre todos sus grados.
La forma determina la especie, lo mismo que sus virtualidades y diferencias con el resto de los
seres que comparten con él la misma materia.
Además, algunas sustancias tienen en sí un principio de movimiento, son cambiantes dentro de
un orden. Entre los distintos movimientos es especialmente importante la génesis y desarrollo de
nuevos individuos vivos en los cuales se transmite la misma forma sustancial a una nueva
materia. Para explicar que las sustancias pueden cambiar sin dejar de ser lo que son, Aristóteles
utiliza los conceptos de potencia y acto. El ser potencial es, en rigor, ser actual: sólo por la
actualidad puede ser entendida la existencia de la posibilidad. Es evidente que la potencia tiene
que ser anterior al acto, ya que la potencia sólo puede actuar porque es una potencia:
solamente ven que tienen la potencialidad de ver.
Para que un organismo tenga vida es necesario que existan posibilidades de cambio, de
movimiento; la vida no se presenta como algo acabado, un ser en acto, sino un ser con enormes
posibilidades de existencia. El alma es principio de movimiento: en sí misma es vida y posibilidad
de cambio. Aristóteles advierte que existen tres categorías diferentes de seres vivos: las plantas, los
animales y el hombre. Por ser seres vivos todos tienen las capacidades de nutrición, generación y
crecimiento, pero cada una de ellas presenta un paso respecto a los seres inferiores. Así, las
plantas superan a los minerales porque poseen además un alma vegetativa, los animales
superan a las plantas porque poseen además un alma sensitiva y, finalmente, los hombres tienen
un alma intelectiva. El alma de los hombres hace posible que éstos vivan, sientan y piensen en
sentido primero y radical.
Aristóteles localizó las funciones psíquicas en el corazón, mientras su maestro Platón y los
pitagóricos las habían colocado en el cerebro. Galeno sintetiza las dos posiciones diciendo que
los espíritus animales se encuentran almacenados en los ventrículos cerebrales, que fluyen hacia
los ventrículos del corazón, de donde son distribuidos por el cuerpo a través de las arterias.

Los procesos de conocimiento comienzan con el movimiento de los objetos que afectan los
órganos de los sentidos. Percibir es recibir la forma de los objetos sin recibir su materia. Los
objetos dejan su huella en los sentidos (imagen impresa), sobre esa imagen actúa el sentido
común que une varias sensaciones para formar una imagen expresa en la que se ha eliminado
lo accidental y accesorio, conservando por abstracción, las formas inteligibles permanentes en
que está envuelto lo sensible. La sensación se produce mediante cinco receptores especializados
(vista, oído, gusto, olfato y tacto), de modo que cada uno percibe una cualidad sensorial
específica de los objetos.
Algunos sensibles son percibidos por más de un órgano sensorial, como es el caso del
movimiento, la extensión, la unidad, etc. El logos o razón unirá distintos conceptos para formar
estructuras complejas de raciocinio. El espíritu o νοϋς se distingue del alma, como su parte
superior, como aquello que es propiamente razón y pensamiento frente a lo emocional y
afectivo, que está más directamente vinculado a la materia ϋλη o carne. Psicológicamente, el
espíritu solamente es la parte superior y pensante del alma.
El método de la psicología aristotélica

Aristóteles sigue la tradición de los filosóficos estoicos, concibiendo la mente como una “tabula
rasa”, donde no hay nada escrito, todo el conocimiento viene de la experiencia como fruto del
aprendizaje. Lo aprendido se acumula en la memoria, que tiene la virtualidad de hacer que
imágenes presentes se refieran a objetos del pasado. Los animales solamente tienen memoria
pasiva, mientras que la memoria del hombre es también voluntaria. Las huellas de la memoria
mantienen un orden a través de leyes de semejanza, contraste y contigüidad.
Aristóteles parte del análisis de la realidad concreta y, por inducción, llega a la existencia de
potencias o facultades que radican en un alma o forma sustancial de establecer dependencias
causales entre eventos con contigüidad espacio-temporal, lo que exige del filósofo establecer
relaciones de necesidad entre causa y efecto, es decir, que los hechos observados no pueden ser
de otra manera de cómo suceden, dándose entre ellos una relación esencial. Con esto se intenta
analizar las esencias de las cosas, o, con otras palabras, qué son de verdad las cosas. La esencia
no se da directamente a los sentidos sino a la inteligencia, los sentidos solamente pueden captar
los accidentes, las apariencias sensibles, pero la inteligencia puede extraer de estos elementos la
esencia de las cosas, con lo cual se hace posible la ciencia.

Aristóteles distinguió claramente entre los aspectos cognitivos y motivacionales del alma.
Por una parte, señaló una serie de funciones cognitivas que van desde la sensación a la razón; y
por otra, una serie de aspectos motivacionales que van desde la simple necesidad al deseo y la
voluntad. A partir de los aspectos motivacionales, Aristóteles derivó una psicología dinámica, en
la que se aúnan el placer y la verdadera vida moral.
Aristóteles identifica a veces hábito, pero otras establece una clara distinción entre ellos. El hábito
es de mayor duración que la mera disposición. Los actos repetidos generan disposiciones, más o
menos permanentes, a obrar de cierta manera: practicando la justicia se llega a ser justo, sabio,
cultivando la sabiduría, valeroso, cultivando el valor... En una palabra, de la repetición se los
mismos actos nacen las disposiciones a reproducirlos. Se podría afirmar que los hábitos son el
elemento fundamental de la personalidad, entendidos éstos no en un ámbito puramente
biológico, sino enmarcados en el ámbito social. El hombre es eminentemente un “animal
político” y es la polis donde se realiza el hombre plenamente, interrelacionando, a través del
lenguaje y las obras, con el resto de los ciudadanos. La vida fuera de la sociedad solamente es
posible para los que son más que hombres, los dioses, o menos que hombres, las fieras.
La psicología post-aristotélica

Después de Aristóteles vino el período Helenístico, que se distinguió, entre otras cosas, por la
importante manifestación científica de Alejandría en el siglo III a.C. Herófilo y Erasistrato
descubrieron el sistema nervioso, los nervios que conducen al cerebro y a la médula espinal. Estos
autores distinguieron incluso entre nervios sensoriales y nervios motores, una distinción que no
sería válida hasta 1811, por Charles Bell. Galeno realizó vivisecciones de los nervios a nivel modular
y comprobó empíricamente que unos son encargados de la transmisión del impulso sensorial y
otros conducen el impulso motor a los músculos. Sin embargo, en general, la ciencia de
Alejandría no promovió el estudio de la psicología, pues se consideraba que la mente no debía
estudiarse como un objeto natural sometido a las leyes de las ciencias naturales.

Los estoicos (hacia el 300 a. C.) contribuyeron también al desarrollo de la psicología con la
noción de conciencia y la noción de instinto; el último debía ser ante todo un sentimiento
interior de conformidad con la razón innata expresada en las leyes de la naturaleza. En el siglo III
d.C. Plotino volvió sobre la filosofía de Platón y estableció la psicología como una ciencia de la
experiencia basada en la introspección descrita sin referencia a los procesos filosóficos. En esta
línea se inscribe también la psicología de Platón y Plotino, pero, posteriormente, en la Edad
Media, la psicología consistió en una repetición más o menos elaborada de lo expuesto por
Aristóteles y San Agustín.

LOS COMIENZOS DE LA CIENCIA MODERNA

JUAN LUIS VIVES (1492-1540)

Juan Luis Vives nació en Venecia, aunque pasó gran parte de su vida en Inglaterra, en Francia y
en los Países Bajos; estudió Humanidades en Erasmo y enseñó en las universidades de Lovaina y
de Oxford. Su aportación fundamental a la psicología es la introducción del método empírico e
inductivo en la investigación psicológica a través de una aproximación fenomenológica. Rompió
con la tradición escolástica, cuyo interés estaba casi exclusivamente en determinar la naturaleza
del alma y comenzó una investigación más fenomenológica en la psicología, como aparece en
su obra De Anima et Vita (1538). Lo importante para el psicólogo no es investigar qué es el alma
en sí, sino sus fenómenos, o como él dice: “lo que es el alma no nos concierne a nosotros
conocerlo; lo que aparece, sus manifestaciones, es lo que realmente tiene importancia”. El
método de investigación preferido es la introspección, a través de la cual se manifiesta al propio
sujeto su interioridad.
Luis Vives es uno de los primeros escritores que al hablar de la asociación de ideas introduce
elementos motivacionales. Estos adquieren gran importancia porque son capaces de evocar
pensamientos relacionados con es tas emociones e ideas asociadas. Nos recuerda que, cuando
era joven, estando enfermo con fiebre, le dieron cerezas que le resultaron de un sabor
desagradable, a las que relacionó con su enfermedad, por lo que comenzó a odiarlas. A partir de
entonces siguió odiando las cerezas que, más que recordarle la fiebre, parecía como si se la
volvieran a producir. De alguna manera las emociones potencian la memoria. En el plano
emotivo, Luis Vives estudió también los impulsos egoístas del ser humano, las apetencias, y la
ambivalencia de los sentimientos, como, por ejemplo, el amor que se puede transformar en odio.
Luis Vives también promovió un tratamiento más humanitario de los enfermos mentales. Su
psicología empírica contribuyó al desarrollo de la psicología posterior e influyó grandemente en
pensadores como Michael de Montaigne (1533-1592). A Luis Vives se considera, con razón, el
iniciador de la psicología española y el inspirador del método inductivo aplicado a la ciencia
psicológica; su figura y su obra representaron un tránsito del Renacimiento a la psicología
moderna, que tendrá como máximo representante a Descartes.

DESCARTES (1596-1650)
La idea central del pensamiento del siglo XVII era el espíritu del mecanismo, tener la imagen del
universo como una gran máquina. En este siglo comenzaron a aparecer una serie de ingenios
que funcionaban cada vez con mayor perfección y que provocaban la admiración de los
ciudadanos: termómetros, barómetros, micrómetros, relojes de péndulo, fuentes, etc. Así, pues,
en el siglo XVII la ciencia tuvo un gran desarrollo, de modo que la gente comenzó a cambiar de
forma de pensar. Hasta entonces se miraba hacia atrás en busca de respuestas en Aristóteles, los
escolásticos, santo Tomás o la Biblia; pero en adelante, se mirará hacia el futuro representado por
la técnica capaz de dominar y organizar la naturaleza.
En este ambiente de euforia apareció la figura de Descartes, nacido en marzo de 1596, en
La Haya, en Turena, Francia. La aportación más importante en Descartes para el desarrollo
posterior de la psicología fue su intento de resolver el problema de la interacción cuerpo-mente,
que fue tema de controversia durante siglos. El problema se planteaba de la siguiente manera:
¿La mente y el cuerpo -lo material y lo mental- son dos esencias o naturalezas completamente
distintas? La posiciones anteriores a Descartes sostenían que la mente puede ejercer influencia
en el cuerpo, pero el cuerpo influye muy poco en lamente. La mente tiraba de los hilos del
muñeco (cuerpo), mientras el cuerpo era prácticamente pasivo. Descartes aceptó la posición
dualista. La mente y el cuerpo son desde luego distintos, pero las relaciones entre cuerpo y
mente son mucho más estrechas de lo que se pensaba en el pasado. Él fue el primero en ofrecer
un acercamiento al problema mente-cuerpo en el terreno físico-psicológico. Al hacer esto centró
el estudio de la mente en las operaciones que ésta lleva a cabo. Los métodos de investigación se
trasladaron desde el campo metafísico al campo objetivo y de la observación.

Mente y cuerpo, según Descartes, son dos entidades distintas, que no tienen nada en común. La
materia y el cuerpo son entidades extensas, que operan de forma material y que se explican
desde los principios físicos y mecánicos. La mente es inextensa, libre, e insustancial o carente de
sustancia. Pero lo nuevo en Descartes es que la mente y el cuerpo, a pesar de ser
completamente distintos, pueden interactuar en el organismo humano. La mente puede influir
en el cuerpo y el cuerpo en la mente, de donde surge la teoría del interaccionismo mente-
cuerpo.
Si se considera el cuerpo independientemente de la mente, se comporta como una máquina, y
sus operaciones se pueden explicar perfectamente a través de las leyes mecánicas del
movimiento de los objetos en el espacio. Siguiendo esta línea analógica del funcionamiento del
cuerpo como una máquina perfectamente diseñada, llegó Descartes a la idea de la “ondulatio
reflexa”, un movimiento que no necesita la voluntad para moverse.
Algunos descubrimientos filosóficos apoyaban la teoría mecanicista de Descartes. Miguel
Servet había descubierto la circulación pulmonar de la sangre y otros médicos habían hechos
avances considerables sobre el proceso de la digestión. También se conocía que los músculos
del cuerpo trabajan en pares opuestos y que la sensación y el movimiento dependían de los
nervios. Todo esto estaba en consonancia con la idea más general de que el cuerpo funcionaba
como una máquina. El cuerpo se mueve mecánicamente y sus movimientos, por tanto, se
pueden predecir, pues el cuerpo se moverá de acuerdo con los impulsos (sensaciones) que
reciba. Los animales pertenecen completamente al área de los fenómenos mecánicos, por tanto
los animales no tienen inmortalidad, no son capaces de pensar, y no tienen ni libertad ni
voluntad.
La mente inmaterial tiene las capacidades de pensamiento y de conciencia, y por tanto nos
ofrece el conocimiento del mundo exterior, aunque su más importante capacidad es la de
pensar; algo absolutamente distinto del mundo material. El pensamiento no pertenece al mundo
material, por tanto es inmaterial, libre e inextenso, pero no puede conocer el mundo sino a través
del cuerpo.
Descartes sostiene la interacción de estos dos elementos completamente distintos, pero ha de
encontrar un punto de interaccionen en que la mente y el cuerpo puedan intercambiar sus
influencias mutuas. Descartes pensaba que el punto de interacción debía estar en el cerebro,
porque muchas de las investigaciones habían demostrado que los nervios llevan las sensaciones
al cerebro y muchas de las vías nerviosas del movimiento parten también del cerebro. Dentro del
cerebro, la única glándula que no está dividida y duplicada en ambos hemisferios es la glándula
pineal, y a esta glándula le otorgó la función de ser punto de conexión entre el cuerpo y la
mente.
La forma de interacción entre la mente y el cuerpo es tratada por Descartes de forma
mecanicista. Los movimientos de los espíritus animales en los nervios huecos producen una
impresión en la glándula pineal, y de esta impresión la mente obtiene una sensación. Lo
relevante es que un movimiento cuantitativo (el flujo de los espíritus animales) se transforma en
una cualidad puramente mental (la sensación). También la mente puede producir una impresión
en la glándula pineal, que a su vez, por la inclinación hacia un lado u otro, influye en la dirección
del flujo de los espíritus animales hacia los músculos, y de esto resulta el movimiento. De esta
manera, una cualidad puramente mental puede influir en el movimiento, una propiedad del
cuerpo.
Otra formulación importante de Descartes que influyó poderosamente en el desarrollo de la
psicología es la doctrina sobre las ideas. Descartes creía que en la mente tenemos dos tipos de
ideas: innatas y adquiridas. Las adquiridas se producen mediante la aplicación de un estímulo
externo, y, por tanto, son producto de la experiencia obtenida a través de los sentidos. Las ideas
innatas, por el contrario, no las producen los objetos del mundo externo, sino la mente o
conciencia, y son independientes de la experiencia, aunque pueden ser actualizadas o
contrastadas con experiencias concretas. Entre las ideas innatas, Descartes señala la idea de Dios,
de sí mismo, los axiomas geométricos, la idea de perfección, de infinito, etcétera.
El mecanismo de Descartes fue continuado en Francia durante el siglo XVII por las
contribuciones de Nicolás de Malebranche (1638-1715). Pero este siglo, además, tuvo
innovaciones importantes dentro de la ciencia y la tecnología que aportaron datos y métodos de
estudio importantes para la psicología.
Johann Kepler (1571-1630) había notado que el cristalino del ojo era simplemente la lente y no
el órgano fundamental de la visión, y que proyectaba una imagen invertida en la retina, por lo
cual dedujo que era la retina el órgano de la visión. Kepler formuló la pregunta sobre ¿cómo
vemos de forma correcta cuando las imágenes retinianas están invertidas?, cayendo en el error
común de pensar que los objetos debían estar representados con similares patrones en el
cerebro. Posteriormente, Descartes demostró, usando un ojo de toro, que la imagen invertida la
producen las lentes en la parte posterior del ojo.
En este siglo se produjeron otros dos descubrimientos de la percepción. En 1638, Galileo
(1564-1642) mostró que la altura de los tonos depende de la frecuencia de la vibración de aire, y
que la razón es de dos a uno para la octava y de tres a uno para la quinta. En 1672, Isaac
Newton (1642-1727) presentó en el Royal Society su teoría sobre la percepción del color,
demostrando, a través de sus experimentos con un prisma, que el blanco es una mezcla de
colores.
La tradición mecanista francesa se continuó con J. O. De La Mettrie (1709-1751), que publicó su
conocida obra L ́homme machine en 1748; con E. B. Condillac (1714-1780), a quien se le
conoce por su analogía del organismo humano con una estatua, que, provisto de un solo
sentido, adquiere por la experiencia los atributos de la mente humana; y por P. J. G. Gabanis
(1757-1808), quien extendió el conocimiento sobre la acción refleja y argumentó que la
conciencia depende únicamente de la acción del cerebro y no de la médula espinal, basándose
en la observación de guillotinados. Contemporáneo a Cabanis fue M. F. X. Bichat (1771-1795), a
quienes algunos consideran fundador de la psicología filosófica.
Aún cuando la filosofía del siglo XVII tuvo sus centros en Francia, sin embargo, durante el siglo
XVII los hechos más importantes se produjeron en la psicología fenomenológica, especialmente
en conexión con el desarrollo del empirismo y asociacionismo británico.

INFLUENCIA DEL EVOLUCIONISMO EN LA PSICOLOGÍA

Orígenes del evolucionismo

En la historia del pensamiento evolucionista podemos ver uno de esos casos en los que una idea
surge ya desde muy antiguo y se va repitiendo, bajo formas más o menos diversas, de tiempo en
tiempo, pasando por períodos de olvido hasta que en un cierto momento propicio, se constituye
sólidamente.
En efecto, la teoría de la evolución tiene antecedentes remotos: desde Anaximandro, que
pensaba que la vida había tenido su origen en el agua y que los peces habían sido los primeros
habitantes, hasta Lucrecio, que nos dio su visión del desarrollo del Cosmos en De rerun natura.
Pero, en realidad, no llega a ser una característica notable del pensamiento occidental hasta la
segunda mitad del siglo XVIII. Durante este tiempo, y aún más en la primera mitad del siglo XIX,
atraviesa ese momento propicio en el que se asienta con solidez. Entonces, la idea de
evolucionismo invade diversos campos:
- Las sociedades experimentan cambios profundos y rápidos: es la época de las
revoluciones. Y en ese sentido, la Revolución Industrial significa un gran paso adelante.
- El Romanticismo había extendido la idea de diversificación y progreso, la valoración de
la naturaleza y el afán científico por escudriñar en sus secretos; todo ello como consecuencia del
lugar privilegiado que asignó al hombre en el Universo.
Y es así como Goethe, gran romántico, llegó a elaborar una teoría evolucionista orgánica
y a utilizar conceptos de este tipo en sus investigaciones botánicas.
- También llega la influencia a la filosofía, y Hegel (1770-1831) piensa que la civilización
ha sido lograda paso a paso (evolución de la idea).
- La evolución del mundo inorgánico e inanimado, a partir del mundo físico, tiene su
representante en el marqués de Laplace (1749-1827), matemático y astrónomo francés que
elaboró la conocida hipótesis de la nebulosa original. Igualmente, en Sir Charles Lyell (1797-
1875), geólogo inglés creador de la visión moderna de esta ciencia, que escribe Principles of
Geology entre 1830 y 1833, pero cuyas investigaciones se extienden hasta 1860, y que defiende
el evolucionismo geológico. Lyell piensa que ha habido una serie de cambios en la Tierra por los
cuales se han ido formando los estratos de rocas, pasando progresivamente de un estado
caótico a otros diferenciados. Por tanto, lo que Lyell defendía era un “principio de uniformidad”
en la historia de la Tierra, diciendo que los acontecimientos del pasado se deben a causas
naturales que siguen operando en el presente y que son responsables de los cambios
efectuados desde entonces y de los que puedan venir, sin que debamos acudir a “catástrofes”
para explicarlos. Lyell fue una influencia directa para el evolucionismo de la materia orgánica en
la obra de Charles Darwin. Hay que advertir que, si bien el “principio de la uniformidad” lleva,
cuando se aplica a los seres vivos, a la teoría de la evolución, Darwin no debe a la teoría de Lyell
nada de lo referente a cómo discurre ésta, ni el valor de las pruebas aportadas. Es más, Lyell
rechazó la evolución en sus Principles quizá por culpa de las versiones de Lamarck, y tampoco
admitió que los fósiles hallados representaran pruebas del progreso evolutivo, que demostraran
el paso de formas simples a otras más complicadas, porque habiéndose hallado restos de peces
en estratos silúricos y de plantas fanerógamas en los carboníferos, ello inducía a creer que tales
especies se daban ya en el principio de la vida.
Es sobre todo en el campo de la biología donde el evolucionismo alcanza un desarrollo más
importante y sistemático. Sigamos sus pasos más importantes.
G. L. Leclerc, conde de Bufón (1707-1788): en su Historia Natural, de 44 volúmenes, publicada
en Francia entre 1749 y 1804, intentaba integrar los hechos y observaciones aislados en un
desarrollo histórico continuo y afirmaba que las especies cambian en relación al medio.
Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829), naturalista francés, depuró las creencias de Erasmus
Darwin. Creyó y difundió una teoría de la evolución relacionada con el comportamiento, que
levantó mucha polémica, llegando a ser la teoría evolucionista más importante antes de Charles
Darwin. En 1809, aparece Philosophie Zoologique, donde se expone el sistema. Su teoría se basa
sobre lo que ha venido a llamarse “herencia de los caracteres adquiridos”, cuyas fases son las
siguientes:
1. Adaptación al medio físico (el organismo se encuentra frente al medio, siente sus
necesidades y precisa resolverlas).
2. La función crea el órgano (al hacer frente a las exigencias, el animal ejercita ciertas
partes de su organismo, y tal ejercicio perfecciona la función y crea el órgano, esto es, el
comportamiento de una generación modifica o afecta sus estructuras somáticas).
3. Transmisión de caracteres (estos pequeños cambios se transmiten luego a la
descendencia).
4. Este proceso, manteniéndose de generación en generación, logra un efecto
acumulativo suficiente como para que dé lugar a una especie considerada como nueva.
En 1828, Carl Ernsr von Baer (1792-1876) hace públicas sus leyes de embriología comparada, y
en ellas dice que los embriones de un mismo grupo formado por animales distintos se parecen
entre sí más cuanto más jóvenes son, y que a medida que se desarrollan se diferencian
progresivamente. Igualmente, afirmaba que los embriones de los animales situados en los
puestos superiores de la escala no se parecen a las formas adultas de los animales de los puestos
inferiores, sino a los embriones de éstos.
En 1852, Herbert Spencer (1820-1903), filósofo inglés, publica un artículo donde la evolución era
un principio explicativo para la diversidad de formas de los seres vivientes. En 1855 aparecen sus
Principles of Psycology. En ellos se afirma que la mente puede ser comprendida como algo en
evolución. Verdaderamente, Spencer había aceptado la evolución y trataba, pues, en datos, en
pruebas, que era lo que afanosamente y a gran escala trataba de hacer Darwin. La postura de
Spencer es la de un asociacionista sobre ciertas bases procuradas por la biología y las leyes de la
herencia. Así, defiende en los Principles...:
a) La evolución como un cambio “...desde una homogeneidad indefinida hasta una
definida, coherente, a través de continuas integraciones y diferenciaciones...”
b) La adaptación a las condiciones externas impuestas por el medio.
c) Diferenciación: en tal adaptación, cada animal procede de cierta manera peculiar, pero
cuanto más elevada es su posición en la escala evolutiva, tanto más complejas y diferenciadas
son sus respuestas a aquellas condiciones exigentes.
d) Utilidad de la función: cuanto más útil es una función, tanto más agradable resulta.
e) Los reflejos son las reacciones más simples, inflexibles, indiferenciadas y groseras.
Charles Darwin (1809-1882)

Darwin, apasionado por la zoología y la botánica, vive en una época en que en Inglaterra estaba
en boga la afición por los descubrimientos geográficos y viajes científicos. Le preocupan los
problemas de adaptación, supervivencia y continuidad de las especies. Con estas aficiones e
inquietudes, Chales Darwin viaja por los Mares del Sur durante cinco años (1831-1836) como
botánico oficia l del bergantín inglés “Beagle”. Esta experiencia fue el origen de su inmensa y
fecunda obra de la que podemos sacar un grupo de principios:

1. En cada especie nacen más individuos de los que pueden sobrevivir; no hay recursos
naturales para todos los que nacen (en 1838, Darwin lee la obra de Thomas Robert
Malthus, Un ensayo sobre el principio de población..., publicada en 1789, donde
defiende este mismo hecho).
2. Desde el nacimiento, en cada especie, los individuos se diferencian entre sí, estando unos
mejor dotados que otros para la supervivencia.
3. Como consecuencia del primer principio, es necesario que, para que sobrevivan unos
pocos, perezcan los demás: por supuesto, los que sobreviven serán los mejor dotados.
4. En esta lucha continua por la vida se ponen en juego toda clase de habilidades que, con
el ejercicio múltiple y variado, en determinadas circunstancias da como resultado la adquisición
de nuevas habilidades o el desarrollo de las ya tenidas, llegando a un momento en que esa
adquisición o desarrollo se posee de tal manera y forma parte tan íntima de ese ser, que se
transmite a su descendencia.
Este último principio afirma el hecho de que las especies vivientes proceden de la paulatina y
lenta transformación de otras anteriores (de otras inferiores). Con esto quedan asentadas las
bases de la evolución de las especies, objetivo primordial de la obra de Darwin: El origen de las
especies (1859).
En 1858, Darwin había reunido ya cuantiosas pruebas y datos concretos que le permitan apoyar
sus teorías con solidez. Entonces, a punto ya de publicar su obra, recibe un artículo de Alfred
Russell (1822-1913) que, como él, había leído a Malthus, y en el que exponía una teoría basada
también en la lucha por la existencia, a pesar de que nunca llegaría a admitir la hipótesis de
Lamarck, como Darwin hizo.
Darwin se encuentra entonces sin saber qué hacer, pues ambas formulaciones, la de Russell y la
suya propia, son casi iguales, aunque la suya se basa en más datos y es más completa. Se decide
por pedir urgentemente la opinión de Lyell sobre cómo debe comportarse respecto a Russell.
Lyell estudia los manuscritos de éste y aconseja a Darwin mandarlos a la Sociedad Linneana, en
unión de los suyos propios. Allí se acuerda publicar un ensayo conjunto y se hace en la revista
Linnean Society Journal ese mismo año de 1858.
Por fin, el 24 de noviembre de 1859, se publica la primera edición de la obra de Darwin: The
Origin os Species by Natural Selection or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for
life (El origen de la especies por la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en
la lucha por la vida; los 1250 ejemplares de la edición se vendieron ese mismo día), sobre las
bases de las pruebas reunidas como material de investigación que intenta demostrar la transición
de las especies.
Darwin, en La descendencia humana y la selección sexual (1871), aplica la teoría general de la
evolución a la especie humana, considerando al hombre como un animal superior con un
cerebro anormal, haciéndolo descender de un antepasado simiesco, padre a la vez del hombre y
de los simios actuales: el hombre desciende de un cuadrúpedo peludo dotado de cola, arbóreo
probablemente en sus costumbres y habitante del viejo mundo. En aquel entonces, y para la
sociedad ingles a en que vivía Darwin, esta afirmación iba a levantar una protesta general.
Darwin se animó a dar este paso por la obra que en 1863 publicó el catedrático de biología y
paleontología de la Escuela de Minas de Londres, Thomas Huxley: Testimonio de la posición del
hombre en la naturaleza, donde afirma que el hombre es también resultado de la evolución
como los demás animales (a pesar de la polémica a que esta afirmación da lugar, los científicos la
van viendo poco a poco como más natural).
Darwin trata de demostrar esta afirmación valiéndose de datos tomados sobre el
comportamiento de animales superiores y comparándolos con el de los humanos inferiores
(deficientes mentales, salvajes y niños); resultado de esto es su obra: La expresión de las
emociones en el hombre y los animales (1872).
Darwin no fue psicólogo ni intentó hacer psicología, pero sus afirmaciones contienen las llaves
que abrían muchos nuevos campos de investigación en la psicología:
 Al estudiar la vida como función adaptativa y no el contenido de la mente cual era la
misión que Wundt tenía señalada a la nueva psicología, inicia un movimiento en pro del
estudio de los mecanismos de adaptación del organismo al ambiente, que va a culminar
con el funcionalismo americano y con las modernas teorías conductistas.
 Al señalar la continuidad y semejanza entre los animales y hombres (expresión de las
emociones...), rompe la tremenda barrera que Descartes puso entre unos y otros, y así se
inicia la floreciente escuela inglesa de psicología animal (Spalding, Romanes, Morgan y
Hobhouse), que provocará el entusiasmo por la psicología comparada en EEUU desde
finales del siglo pasado, entusiasmo que crecerá progresivamente hasta nuestros días.
 Además de una actitud de observación, recopilación y clasificación de datos, Darwin se
interesa por la génesis de los rasgos (evolución). Tal vez esto animó a los psiquiatras del
siglo pasado a dedicarse, más que a las grandes clasificaciones de enfermedades
mentales, a los estudios etiológicos (Freud) de las mismas. Con ello se da pie al
nacimiento de la psicología clínica y de la psicología moderna.
 La misma actitud genética y evolutiva de los rasgos o habilidades puede servir de base a
la psicología evolutiva. Darwin observó día a día la evolución de un hijo suyo durante
los tres primeros años de su vida. Este mismo procedimiento usó casi un siglo antes
(1781) el filósofo alemán F. Tiedemann, observando los primeros años de su hijo
Federico. Taine publica en 1876 las observaciones que hizo con su hija. W.Preyer,
filósofo de Jena, presenta en Berlín (1880) un esquema y procedimiento de cómo debe
observarse a los hijos cada día y anima a que así se haga para educarlos bien. Baldwin
(1890), Binet (1892), W. Stern y su esposa (1907-1908), son otros que se dedican a
observar pacientes a sus hijos, para ver y controlar la evolución de ciertas pautas de
comportamiento.
 El problema de cómo se adapta el ser vivo al ambiente va a interesar a la moderna
pedagogía, interesada en el problema de la adquisición (aprendizaje) de hábitos y
destrezas.
 El hecho que sea fundamental para la supervivencia el tener algo que otro de la misma
especie no posee de esa manera, nos lleva al terreno del estudio de las diferencias
individuales, antes sólo tratado, unas veces ocasionalmente (Bessel: “ecuación personal”
de los astrónomos), otras descriptivamente por aquellos que buscaban leyes generales
(Weber, Fachner, Helmholtz, a quien incluso este problema de las diferencias
individuales desanimó a seguir sus estudios sobre la velocidad del impulso nervioso);
otros, por fin, como Donders y De Jeager, en áreas muy limitadas (tiempo de reacción).

La Psicología Comparada

Cuando Descartes estableció una distinción esencial entre los animales y el hombre, diciendo
que el comportamiento de los primeros se podría explicar sólo en función de la materia, mientras
que el segundo abarcaría la doble dimensión materia-conciencia, lo que hizo fue reafirmar la
discontinuidad de la escala biológica y conservarle al hombre el “puesto privilegiado”. Pero con
ello construyó una barrera al avance de la ciencia, que hubo de ser derribada para desarrollar,
por ejemplo, la psicología animal y abordar problemas como el estudio filogenético de la
inteligencia.
La psicología animal nace de modo relativamente sistemático en Inglaterra muy ligada a la
influencia de Darwin y al problema concreto de la continuidad de la escala biológica.
Aunque, puestos a buscar antecedentes (considerando como tales los estudios referentes la vida,
costumbres, clasificación, etc., de los animales), los encontraríamos ya en épocas muy remotas:
Aristóteles; Plinio el Viejo, en Naturalia Historia; Lucrecio, en De retum natura; Virgilio, en sus
descripciones de la vida de las abejas, etc. Durante la Edad Media son conocidas las Questiones
Naturales, de Abelardo de Bath; el tratado De Animalium, de San Alberto Magno.
Fue famosa la Historia animalium (que comenzó a escribirse en 1551) del naturalista que hizo
Gesner, que consta de cinco volúmenes con cerca de mil ilustraciones. En el siglo XVII fue escrita
la Historia Natural, de Bufón (44 volúmenes), que comenzó a parecer en 1749. Fue muy popular
por su amenidad y es un maravilloso estudio de las costumbres de los animales.
En el desarrollo histórico de la psicología comparada podemos destacar varios enfoques.
Después de que Darwin publicar a su obra sobre las emociones en el hombre y los animales,
algunos psicólogos ingleses, basándose en anécdotas más o menos fiables sobre ciertos
comportamientos de animales domésticos, llegaron a la conclusión de que el animal tenía un
cierto grado de inteligencia, naciendo así la denominada escuela anecdotista de psicología
comparada. Otros, partiendo del principio científico del reduccionismo, opinaban que el
comportamiento natural dependía del instinto; para otros, el animal aprendía por casualidad o
por ensayo-error y éxito. Otros explicaban el comportamiento como una especie de tropismo
que movía el animal en una u otra dirección. En Norteamérica se trabajó especialmente con
animales en el laboratorio, mientras que, en Europa, Lorenz formó una interesante escuela (la
etología) que prefería observar al animal en su medio natural. Para explicar la génesis del
comportamiento ontogenético de los animales algunos hacían recaer todo su peso en el medio
ambiente (ambientalistas), mientras que otros preferían recurrir a la herencia como principal
determinante de las habilidades de cada individuo.

La escuela anecdotista y otros psicólogos ingleses

Esta escuela se basa en la teoría darwinista, según la cual la escala filogenética forma un
continuo, llegando a firmar que los animales superiores poseen una cierta capacidad, aunque
rudimentaria, de razonamiento. Para probar esto, recogen con frecuencia historias anecdóticas
de comportamiento de animales, a veces de dudosa procedencia y en las que se enfatiza una
supuesta conducta inteligente, emocional y ética de ciertos animales. Entre los más destacados
representantes de esta escuela se encuentran: el propio Darwin y Sir John Lubbock (1834-1913),
que en 1882 escribe una obra sobre la vida de las hormigas, avispas y abejas, en la que al hablar
de la vida social de estos insectos les atribuye cierto grado de inteligencia. El que, sin duda, es
más conocido, es el filósofo y naturalista inglés George John Romanes (1848-1894). En 1882
publicó la obra Animal Intelligence, considerada por muchos el primer libro de psicología
comparada, y en él se usa por primera vez este término. En esta obra aparecen anécdotas y
también a veces observaciones científicas que le sirven de base para interpretaciones
antropomórficas de las actividades. También es importante su obra Mental Evolution in Animals
(1883), donde estudia la evolución del pensamiento y del lenguaje. Observa que el animal tiene
capacidad para formar lo que él llamó “receptos”, que obtiene a partir de una especie de
abstracción inconsciente basada en una asociación espontánea no intencional, común a los
animales y niños (en los primeros meses de la vida de éstos); son así como conceptos primitivos,
pero que en el animal no se desarrollan por carecer de lenguaje. También Romanes observó y
experimentó con varias especies de animales marinos en un laboratorio que hizo en la costa
noroeste de Escocia, y donde en los veranos obtenía el material para las conferencias que sobre
este tema daba durante el curso en Londres y Oxford.

Carl John Warden señala cinco aspectos que sirvieron de criterio a esta escuela para suponer
cierto grado de inteligencia de los animales.
- El poder utilizar lo mejor posible el medio ambiente para sus fines (por ejemplo, el castor
elige el lugar más apropiado para construir el dique).
- Ciertos comportamientos raros de animales, que exigen la presencia de inteligencia.
- Imitación de acciones del hombre y de otros animales, lo que supone una cierta
aplicación de inferencia racional.
- Intercomunicación, en algunos animales, de planes de acción, lo que supone una
conciencia de cooperación.
- A veces, en los animales se dan ciertas reacciones sentimentales: altruismo, sentido de
justicia, vergüenza, engaño, etcétera.
Warden considera a Darwin como pionero, o mejor, predecesor de la psicología
comparada, mientras que los auténticos fundadores serían Lloyd Morgan y L. Loeb (ambos
opuestos a la tendencia humanizadora del animal).

Escuela instintivista

Douglas Spalding (1840-1877), a principios de 1870, escucha en Aberdeen (Escocia) unas


conferencias de A. Bain, en las que defendía que el comportamiento de los animales es
aprendido por imitación de sus congéneres. Spalding, no estando de acuerdo con tal afirmación,
observa que los pollos recién nacidos buscan alimentos picoteando el suelo, a pesar de que los
aisló de otros adultos tapándose los ojos al nacer. Igualmente, comprobó cómo esos animales
huían ante la presencia del halcón, su enemigo natural, incluso sin verla reacción de los pollos
adultos. De ahí que pensara que el instinto era algo real. Surgirá una polémica en la historia de la
psicología en torno a este tema del instinto que aún hoy día existe. Tal vez Douglas Spalding
(1873) sea el pionero de este procedimiento, privando a los pollos recién nacidos de la compañía
de sus congéneres para así observar lo que hacían sin la interferencia de la imitación. Se
comprobó que muchas pautas de conducta eran específicas y obedecían a un mecanismo
nervioso central que se transmite hereditariamente. Un ejemplo muy clarificador es el hecho de
que, en cautiverio, las aves aprenden a cantar, a hacer el nido, etc., de la misma manera que lo
hace su especie. Es curioso el fenómeno de seguimiento “imprinting” observado sobre todo en
aves, pero también en insectos, peces, incluso en perros y primates. Estos animales quedan
impresionados, siguen como a su madre a cualquier tipo de objeto o animal que actúe ante ellos
en el momento determinado del nacimiento. Sorprende que, a veces, esta experiencia temprana
determine ciertos modos de conducta no típico de la especie del animal, por ejemplo, algunas
clases de aves imitan el canto de esa falsa madre y no el de sus congéneres. Este fenómeno de
seguimiento fue descubierto por D. Spalding (1873), pero los trabajos más importantes los hizo
Lorenz (1935). Lorenz observó también que los estorninos en cautiverio ejecutaban todos los
movimientos necesarios para cazar una mosca, aun en ausencia de ésta, y sin haberlos
aprendido prácticamente. W. R. Hess (1949) y Holst y Saint Paul (1959), mediante la estimulación
eléctrica de distintos puntos del cerebro, provocaron mecanismos básicos de la conducta
instintiva.

Escuela experimentalista

Entre 1885 y 1890, el psicólogo inglés Conwy Lloyd Morgan (1852-1936), profesor de Zoología
y Geología en el Colegio Universitario de Bristol desde 1884 y lector en Sudáfrica de 1878 a
1883, pensando en que era precisa una investigación concienzuda que reemplazase a las
simples anécdotas si se quería establecer una verdadera ciencia del estudio del comportamiento
animal, realizó la mayor parte de su trabajo experimental observando animales en su medio
ambiente y controlando variables. Trató de que fuese aceptada la llamada “ley de parsimonia”,
como William Hamilton bautizó en 1853 al viejo aforismo escolástico entia non sunt
multiplicanda, proeter necesítate, que aplicado al caso que nos ocupa, decía: “En ningún caso
debemos interpretar una acción como el resultado del ejercicio de una facultad psíquica superior
si podemos interpretarla como el resultado del ejercicio de una facultad que se halla más por
debajo de la escala psicológica”. Tiene esta ley la importancia de ser el comienzo de un punto de
vista objetivo (reduccionista) para las investigaciones en este campo de la psicología. En 1896,
publica la obra Habit and Instinct, en la que se distinguen reacciones innatas y reacciones
adquiridas en los animales; éstas se consiguen por ensayo y error y refuerzo de reacciones
exitosas (que explica como una especie de memoria asociativa) y no por “percepción de
relaciones”, como en el hombre. También admite la imitación como fuente de adquisición de
experiencias.

Lloyd Morgan es el iniciador de la psicología experimental animal en el campo, mientras que E. L.


Thorndike lo será (1898) de la psicología experimental animal en el laboratorio o con aparatos
(laberintos con libros y la famosa jaula de Thorndike).
Leonard Trelawney Hobhouse (1864-1929), después de observaciones cuidadosas del
comportamiento de varias especies animales en el zoológico de Manchester, publica en 1901 un
interesante libro titulado Mind in Evolution, en el que comenta que los gatos y los perros pueden
solucionar un problema (conseguir carne tirando de una cuerda), observando cómo lo hacía
Hobhouse. Como antecedente de los famosos experimentos de Köhler (1914-1919), describe
que un mono pudo alcanzar un plátano usando un palo largo que, primeramente, atraía hacia sí
con otro más corto. Pero él no interpreta, como Köhler, la conducta animal como inteligente.
La psicología experimental animal se inicia a finales del siglo pasado. No pretendemos presentar
aquí una historia completa de esta rama de la psicología, tan sólo ofrecemos algunos psicólogos
que han destacado. En este apartado no incluimos tampoco a algunos autores que van a ser
estudiados aparte, por ejemplo Köhler (que será estudiado dentro del capítulo de la gestalt),
Watson, Guthrie, Tolman, Hull y Skinner, ni tampoco Pávlov, porque de ellos hablaremos más
adelante.
Los psicólogos experimentales trabajan en laboratorios especialmente diseñados, someten las
variables a un control rígido, utilizan distintas clases de aparatos, cajas problema, laberintos, etc.,
y, a veces, complicados instrumentos electrónicos para presentación y registro de variables. El
tema preferido de estudio es el aprendizaje en sus múltiples modalidades. Generalmente, son
estudios de psicología comparada, buscando en el comportamiento animal leyes válidas para el
comportamiento humano (Thorndike desde 1904 y, un ejemplo clarísimo, los trabajos de
Skinner), o haciendo estudios comparados de especies animales (Bitterman).
No es fácil determinar quién hizo los primeros experimentos con animales. Desde Aristóteles se
usaron controles simples y observaciones controladas de campo. Muchos trabajos de Loeb,
Morgan, Faber y Lubbock podían ser considerados auténticos experimentos; lo mismo podía
decirse de los estudios de clasificación auditiva de animales que Galton hizo en el zoológico de
Londres (1885). Pero E. L. Thorndike (1874-1949) es considerado el pionero en psicología
experimental con animales. Su tesis doctoral señala el primer paso de lo que va a ser gran
preocupación de la mayoría de los psicólogos norteamericanos. De Thorndike tendremos
ocasión de hablar más adelante. Aquí señalaremos que, para él, los animales solucionan los
problemas por ensayo-error y éxito, sin tener que acudir a explicaciones antropomórficas, es
decir, sin intervención de la actividad inteligente.
W. S. Small (1870-1943) usó por primera vez (Universidad de Clark, 1898) la rata como animal de
experimentación en laboratorio. También fue el primero en construir un laberinto (copia exacta
del laberinto de Hampton Court, donde la corte inglesa organizaba sus diversiones) para
experimentar con ratas. Ya antes, en su época de estudiante, Thorndike hacía laberintos con
libros para observar el comportamiento de los pollos, pero la primera maqueta laberinto la hizo
Small.
Robert Mearns Yerkes (1876-1956) estudió en Harvard, donde fue profesor (1902-1917). En
1909 publica, con Segius Margulis, un artículo sobre el método de estudio de las apreciaciones
sensoriales de los animales. Durante la primera guerra mundial es psicólogo del ejército,
encargándose de la elaboración de los test de selección de militares. En 1925, consigue un
laboratorio en New Haven, donde cuenta con varios chimpancés, En 1929-1930 realiza el sueño
de su vida: con la ayuda de la Fundación Rockefeller crea los famosos Laboratorios Yale de
Biología de Primates (desde 1942 se llamarán Laboratorios Yerkes de Biología Primates). Yerkes
dirigió los laboratorios hasta 1941. Le sucedió Lashley, que investigó aspectos de psicofisiología
de los primates. En 1955 le sucedió H. W. Nissen, que trabajó en psicología evolutiva de los
chimpancés, reproducción y comportamiento en general. A éste le sucedieron, primero, A. J.
Riopelle y, después, G. H. Bourne. En estos laboratorios se ha trabajado sobre muchos temas,
entre otros: reflejos condicionados, programas de refuerzo, conducta social, signos
prelingüísticos, solución de problemas, aprendizaje de discriminación, etcétera.
Según Boring, Yerkes es el líder de la psicología comparada americana por su influencia y por el
volumen de su obra. Entre otros resultados, creyó que los antropoides no sólo tienen “insight”,
como había intentado demostrar Köhler, sino también un comienzo rudimentario de
pensamiento simbólico. Ésta es la interpretación que dio al experimento en el que el chimpancé
busca fichas (símbolo) para conseguir alimento; y, además, prefiere ciertas fichas con las que
consigue más cantidad de alimento que otras con las que consigue menos.
M. E. Bitterman, director del Instituto de Ciencias Sensoriales en la Universidad de Hawai (Manoa,
Honolulu). Es un investigador muy fecundo por la cantidad enorme de trabajos realizados y
publicados en artículos. Sujeto de sus experimentos fueron muchas clases de animales (desde la
cucaracha, al mono); son famosos sus experimentos sobre el pez dorado. Es asombroso el
dominio que tiene de la técnica experimental: usa las técnicas de Thorndike, Pávlov, Skinner, etc.,
técnicas de evitación y otras. Según Bitterman, las leyes del aprendizaje no son comunes a todas
las especies, como se admitía tácitamente desde Thorndike. Es la obra de Bitterman y sus
colaboradores una auténtica investigación comparada de especies (curvas de aprendizaje,
comparación en capacidad discriminativa, solución de problemas, aprendizaje de inversión), en
la que, después de condicionar positivamente un estímulo (A) y otro negativamente (B) se
invierte el valor de los estímulos. A pasa a tener valor negativo y B positivo, para comprobar así el
nivel de flexibilidad de hábitos que tiene cada especie. También son famosos sus experimentos
de aprendizaje de probabilidad, en donde ciertos animales tienden a elegir siempre, entre dos
estímulos, el que fue recompensado en primer lugar (y no según el porcentaje de veces que fue
reforzado); otros animales, como los peces y las cucarachas, eligen en este caso uno u otro
estímulo al azar.

Escuela mecanicista

El mecanismo iniciado por Loeb es una lucha contra el antropomorfismo de la escuela post-
darwinista, ennoblecedora del comportamiento de muchos animales. Jacques Loeb (1859-
1924), biólogo alemán (profesor de Wurzburgo hasta 1891, año en que marchó a
Norteamérica, donde trabajó en el Instituto Rockefeller, de Nueva York, en Chicago y en
California), esbozó una teoría sobre el tropismo animal. Loeb adopta una postura mecanicista,
más inclinada a la psicología de la acción que al pensamiento y muy ligada a la fisiología, física y
química. Esta posición había sido la ilusión de Hobbes y La Mettrie. El tropismo es un proceso
dirigido de aproximación o alejamiento respecto a ciertos objetos del medio circundante. El
ambiente llega a imponer estos “movimientos forzosos”, que son la explicación de los
comportamientos de los seres vivos. El término “tropismo” fue introducido en la ciencia moderna
por el botánico De Condolle (1835) para referirse a ciertas reacciones de orientación mecánica
de las plantas, provocadas por agentes físicos o químicos (luz, calor, etc.). Loeb cree que tal
término puede ser aplicado a muchos animales invertebrados. Lubbock, Bert, Graber y otros no
aceptan este mecanismo animal; en su lugar proponen cierto grado de conciencia que elige las
situaciones basándose en el principio de placer y dolor. Para Descartes, ningún animal poseía
conciencia psicológica; para Loeb, sólo los animales más bajos parecen no poseerla, son
autómatas. H. J. Hennings (1868-1944), en 1904, en su obra Behavior of the Lower Organisms
(“La conducta de los organismos inferiores”), se opone al mecanismo de Loeb y afirma que,
según sus experiencias, los celentéreos, infusorios y otros organismos inferiores no demuestran
tener en sus reacciones el carácter de tropismo riguroso que éste defiende, sino que tiene lugar
en ellos un auténtico aprendizaje de “ensayo y error”.

Se ha insinuado que es Loeb el primer conductista. De cualquier modo, sus aportaciones fueron
importantes, como lo demuestra el hecho de que, casi inmediatamente, sus ideas fueron
acogidas por los biólogos –sobre todo alemanes- para desarrollar una ciencia “objetivista”, y así,
A. Bethe. Th. Beer y J. V Uexkull publican en 1899 un artículo titulado “Proposiciones para una
objetivación de la nomenclatura en la fisiología del sistema nervioso” donde pretenden
reemplazar la terminología típicamente psicológica e introspeccionista –y, por tanto, subjetivista-
fono-recepción, y en vez de visión, foto-recepción, etc. La postura mecanicista fue definida en sus
extremos por J. P. Nuel, que pretendía explicar el comportamiento humano, también como un
tropismo. M. Claparede criticó y ridiculizó esta postura en un interesante artículo: “Les animaux
sont-ils conscients”. También A. H. Forel, naturalista suizo, en Las hormigas y otros insectos
(1904), rechaza la postura mecanicista, afirmando que en estos animales es posible demostrar la
existencia de memoria, imaginación, percepción, hábitos, cierto poder de inferencia por
analogía, utilización de experiencias pasadas, etcétera.

Genetistas y ambientalistas

El comportamiento de los animales se estudió desde una perspectiva ambientalista o geneticista.


Para los ambientalistas, el factor determinante de la conducta es el ambiente. En 1924, Tolman
cruza entre sí ratas que demuestran ser más hábiles en solucionar problemas en el laberinto y,
por otro lado, entre sí, ratas menos hábiles y comprueba que la descendencia de las más eficaces
es más hábil que la de las otras. Estos estudios fueron continuados por Tryon y Jeffres, y también
por Heron (1931-1941) y Thompson (1954). En 1933, Rundquist cruza entre sí ratas activas y, por
otro lado, ratas inactivas.

En la actualidad, se está estudiando mucho la base genética de los patrones de conducta.


W. von de Vall cruzó entre sí dos especies de patos, y los híbridos demostraron una conducta
que no se parecía a la de ninguna de sus padres. William C. Dilger (1962) cruzó dos especies de
pájaros que acarrean de distinta manera los materiales para el nido, y observó ambas tendencias
en la descendencia.

Etólogos

En Europa, Lorenz estudia el comportamiento de los animales en su medio habitual,


desarrollando la conocida escuela de etiología animal. La palabra etiología es usada en Francia
desde la mitad del siglo XVIII, refiriéndose con ella al estudio de la conducta animal y como un
capítulo dentro de la zoología. En los primeros años del siglo XX se independiza de la zoología,
convirtiéndose en ciencia independiente, gracias a las investigaciones del médico y zoólogo
alemán Konrad Z. Lorenz, que fueron publicadas en un artículo de divulgación y que su alumno
Nicolás Tinbergen recogió y sistematizó en su obra El estudio del instinto(1951), considerado el
primer manual moderno de etología. Los etólogos reconocen el papel importante del
aprendizaje en la psicología animal, pero su preocupación se centra preferentemente en
aquellas pautas de conducta no aprendidas, comunes a todos los individuos de una especie, lo
que se llamó desde época muy remota el instinto, noción tan criticada por los psicólogos
conductistas. Un etólogo trabaja recogiendo y descubriendo lo más completamente posible el
comportamiento del animal a lo largo de su ciclo vital, lo que pasa a construir el “etograma” de
esta especie. Al animal se le estudia preferentemente en su medio ambiente. A veces, para el
mejor estudio de algunas pautas de conducta, se introducen en la observación algunas
situaciones experimentales como, por ejemplo, la utilización de modelos para saber
concretamente cuál es el estímulo específico (llamado “estímulo semiótico o activador”) que
determina un comportamiento. Magnus (1958) descubrió que la mariposa del género Argynnis
se atraía sexualmente ante el color negro y anaranjado de las alas de la hembra cuando ésta
vuela; el modelo artificial que ofrecía este detalle provocaba la misma reacción. El pez epínoche
macho se siente atraído por un modelo artificial sólo cuando en el vientre aparece una mancha
roja. A veces es necesaria la presentación conjunta de dos o más estímulos. El llamado
“experimento de privación” es útil para distinguir entre el comportamiento innato y el adquirido.

La Psicología Diferencial

El triunfo de las ideas evolucionistas y las nuevas perspectivas teóricas y prácticas plantearon una
serie de problemas, de los que hasta entonces se ignoraba el verdadero enlace. Tal es el caso,
por ejemplo, del estudio de las diferencias individuales.

Efectivamente, las modificaciones que llevan a la mejor adaptación otorgan al sujeto


“diferenciado” más posibilidades de proliferar y un mayor margen de supervivencia. Era preciso,
por tanto, saber cuáles de esas modificaciones son favorables y cuáles no, y también conocer su
amplitud, su influencia y los mecanismos transmisores, si los hubiere. Cierto que no fue el
evolucionismo el primero en hablar de las diferencias individuales, pero sí el que dio el empuje
necesario para el estudio profundo y peculiarmente matizado que habría de emprenderse desde
entonces.
Si retrocediéramos en la historia, tratando de encontrar antecedentes, podríamos llegar hasta los
médicos y filósofos griegos. Platón, en el libro II de la República, dice que no hay dos personas
que nazcan exactamente iguales, sino que cada una difiere de las demás en dotes naturales.
Aristóteles hace referencia a las diferencias individuales, que juzga, en gran parte, innatas, y habla
de diferencias entre grupos, razas, sexos, etcétera.
Hipócrates y Galeno hicieron una tipología que clasificaba a las personas según diferencias de
predominio de sangre, flema y bilis (negra o amarilla) y que daba lugar a los tipos sanguíneo,
flemático, colérico y melancólico, respectivamente.
Ni la escolástica medieval ni las teorías asociacionistas de los siglos siguientes favorecieron el
estudio de las diferencias individuales, dado su afán de buscar principios generales explicativos
del comportamiento de los humanos. Podríamos citar, no obstante, entre estos últimos a Thomas
Brown, que en el siglo XIX hablaba sobre las diferencias constitucionales al tratar las leyes
secundarias de la asociación, y Alexander Bain, que en su obra Los sentimientos y el
entendimiento (1885) habla de fuerzas naturales de adhesión, específicas a cada constitución,
que distinguen a un individuo de otro.
También Herbart, Weber, Fechner, Helmholtz..., sabían de las diferencias individuales, aunque
nunca se dedicasen a su estudio particular. Weber, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo
XIX, en experimentos que le llevaron al descubrimiento de la ley conocida con su nombre, se
dedicó al estudio de la “constancia de la fracción que hay en cada sujeto, y para cada sentido
expresa las “mínimas diferencias perceptibles”, pero no se ocupó de investigar por qué variaba de
unos sujetos a otros, aunque fuese constante en cada uno de ellos.

El médico español Juan Huarte (1529-1588), natural de San Juan de Pie de Puerto (villa de la
Baja Navarra que entonces pertenecía a España y, desde 1530 a Francia) y médico de Baeza
(1571-1588), publicó en 1575 una interesante obra que en el título refleja su contenido: Examen
de ingenio para las ciencias. Donde se muestra las diferencias de habilidades que hay en los
hombres y el género de letra que a cada uno corresponde en particular.
Las almas de los hombres son todas iguales en perfección, pero, como cada una reside en un
cuerpo distinto (por la distinta combinación y predominancia de los humores: calor-humedad-
sequedad), es el cuerpo el que le obliga a manifestarse de manera diferente. Si en el cerebro
predomina el calor, la imaginación destaca sobre las otras potencias. Si predomina la sequedad,
es la inteligencia la que se manifiesta más claramente; y si la humedad predomina, tenemos al
individuo con memoria fácil. Basándose en este mismo criterio, Huarte clasifica las ciencias y artes
según precisen más la memoria (por ejemplo, las lenguas), la inteligencia (filosofía y otras) o la
imaginación (literatura, etc.). Huarte da una interesante lista de señales para identificar cada
ingenio o habilidad. El temperamento depende de los padres; la preparación para la concepción
con una dieta alimenticia específica y los cuidados del recién nacido. El género de vida,
alimentación, clima, etc., pueden hacer cambiar el temperamento y, consiguientemente, la
habilidad de cada uno para un arte o ciencia.
Huarte debe ser considerado, justamente, padre de la psicología diferencial y, concretamente, de
la orientación profesional. Al localizar las potencias superiores del alma en los ventrículos
cerebrales, se adelantó a las hipótesis localizacionistas de muchos fisiólogos de tiempos más
recientes. En su obra aparecen datos muy interesantes para los fisiólogos y frenólogos (Méndez
Pelayo llama a Huarte “padre de la frenología”). El último capítulo de su libro está dedicado a la
eugenesia, tema que a partir de Darwin y Francisco Galton tanto apasionó a muchos biólogos y
a algunos psicólogos eminentes.
La primera medida sistemática de las diferencias individuales fue hecha en el campo de la
astronomía. En la historia ha pasado a ser famosa con el nombre de la “ecuación personal”.
Parece ser que, en 1795, Maskelyne, astrónomo del Real Observatorio de Greenwich prescindió
de su ayudante, Kinnebrook, porque las anotaciones que hacía del paso de las estrellas diferían
de las suyas en casi un segundo. Nadie prestó la menor atención al asunto hasta que, en 1816,
el alemán Bessell, que trabajaba en Königsberg, leyendo la historia que Von Lindemau había
escrito sobre el Observatorio de Greenwich en el Zeitschrift fur Astronomie, se enteró del suceso.
Bessell se preocupaba por aquel entonces de los errores instrumentales de medida y de la teoría
matemática del error que Laplace y Gauss habían estudiado. Pensó en investigar el problema, y
para ello comparó en Königsberg (1820) sus observaciones con las del astrónomo Walbeck; en
1823, con las de Argelander y con otros observadores entrenados. Recogió datos y publicó su
estudio en la obra Astronomische Beobachtungen in Konigsberg (1823), dando cuenta de la
“ecuación personal del error” entre dos observadores y de la modificación de unos a otros
momentos dentro de cada observador.

Frenología, fisiognomía y tipologías


Estas orientaciones agrupan una gran cantidad de trabajos que en el fondo se preocupan por el
problema de las diferencias individuales. Según la frenología, las facultades de una persona
podían ser deducidas de la forma de su cráneo. Tal vez el origen de estas inquietudes haya que
buscarlo en Gall (1758-1828) que ya siendo estudiante se sorprende de que, entre sus
compañeros, aquellos que tienen ojos prominentes son los que mejor memoria tienen. En 1800
trabaja en Viena con Spurzheim sobre estos temas, llegando a hacerse tan populares que la
Iglesia presiona sobre el Gobierno para que prohíba que se continúen haciendo estudios,
debido a que la opinión tradicional defendía que las facultades superiores del hombre tenían su
sede en el alma y eran espirituales y, por tanto, independientes de los órganos corporales. En
1807 se establecen en París e intentan ocupar un puesto en el Instituto de Francia (sociedad
oficial y científica, promotora de trabajos sobre matemáticas y física); para ello presentan una
interesante memoria que publicaron en 1809 con el título de Investigaciones sobre el sistema
nervioso en general y sobre el cerebro en particular. El comité encargado de juzgar este trabajo
opina que no tiene suficiente peso científico y desestima su petición.
En 1810 empiezan a publicar el primer gran trabajo de frenología, titulado Anatomía y fisiología
del sistema nervioso en general y del cerebro en particular, con observaciones sobre la
posibilidad de reconocer muchas disposiciones intelectuales y morales del hombre y de los
animales por la configuración de sus cabezas (original en francés). Los primeros volúmenes los
escriben Gall y Spurzheim juntos, pero en 1813 se separan. Gall sigue trabajando en esta obra y
consigue terminar cuatro volúmenes en 1819.
En 1815, T. Forster inventa el término frenología. Gall corrige y reedita su obra añadiendo dos
volúmenes más a los cuatro ya existentes (1822-1825). Entre 1847 se publica en Inglaterra el
Phrenological Journal American Phrenological, que en 1880 se une al Phrenological Magazine,
para desaparecer en 1911 en su 124 volumen. En 1928, se funda en el Estado de Ohio una
sociedad frenológica, que publicó una revista.
Actualmente, este tema, que tuvo éxito en la década de 1820, ya ha dejado de tener
importancia.
En fisiognomía destacan:
- Juan Gaspar Lavater (1741-1801), filósofo, poeta y escritor suizo; se hizo famoso por su
obra Physiognomische Fragmente. Por los rasgos fisonómicos pretendía conocer las
inclinaciones y el carácter de las personas.

- Cesare Lombroso (1836-1909), médico, antropólogo y criminalista italiano, hizo una


catalogación de los rasgos somáticos y craneanos que caracterizaban a los diversos tipos
de delincuentes. Sus obras son: El genio y la locura (el genio y el loco tienen muchas
coincidencias) y El hombre criminal (donde habla del “criminal nato”).

- Charles Goring. En 1913, con espíritu de crítica, comparó 3000 presidiarios con
estudiantes universitarios. Las diferencias anatómicas que encontró se debían, en su
opinión, a unas condiciones de vida más precarias de aquellos, sobre todo en su primera
infancia (falta de vitaminas, etc.).
Con todos estos antecedentes va a surgir en el siglo XX una gran preocupación por las
tipologías somáticas.
Uno de los pioneros de este movimiento es Achille de Giovanni (1838-1916), psicólogo de la
escuela italiana de Padua a quien se le deben los conceptos de “normotipo” y “ectipo”; el primero
se refiere al hombre equilibrado somática, funcional y psicológicamente, y el segundo sirve para
representar las desviaciones del normotipo. Jacinto Viola (1893), discípulo de Giovanni y
catedrático después de la Universidad de Bolonia, continúa trabajando sobre la tipología
somática aplicando un riguroso método a las medidas del cuerpo humano y utilizando la
estadística. A partir de los datos así obtenidos, hace una interesante clasificación de las “ectipias”,
o desviaciones del normotipo:
- Según la masa del cuerpo: Megalosómico (grande), Normosómico (normal).
Microsómico (pequeño).
- Según la estructura: Longilíneo, Normolíneo, Brevilíneo.
- Según el desarrollo del tronco: Megaloplácnico, Normaplácnico, Microplácnico.
A cada una de estas tipologías somáticas corresponde un modo de ser psíquico determinado.
Nicolás Pende (1880), endocrinólogo italiano y discípulo de Viola, en 1922 define la biotipología
como la ciencia que estudia lo anatómico, humoral, funcional y psicológico que hace que un
individuo se distinga de los demás alejándose del tipo humano genérico (hombre-especie). Al
“biotipo”, lo define como “la resultante morfológica, fisiológica y psicológica, variable de individuo
a individuo, de las propiedades celulares y humorales del organismo”. Para Pende, los cuatro
biotipos son: Longilíneo (esténico, o asténico) y brevilíneo (esténico, o asténico).
En Francia destaca como morfólogo Claudio Sigaud (1862-1921), médico de Lyon, que, aunque
sigue muy de cerca la escuela italiana, en vez del método antropométrico, como aquellos,
prefiere considerar los grandes aparatos de la vida orgánica (digestivo, muscular, etc.), y de la
preponderancia de cada uno de ellos derivan los tipos fundamentales. Da en sus conclusiones
importancia primordial al principio de que “la función crea el órgano”; el ambiente es quien va a
desarrollar de una u otra manera cada sistema. Y así, entre los nómadas predomina el tipo
respiratorio; en las clases acomodadas, el tipo digestivo; en las clases trabajadoras, el tipo
muscular, y el tipo cerebral en los estudiantes.
En Alemania destaca el neurólogo y psiquiatra E. Kretschmer (1888-1964), profesor, primero del
Instituto Neurológico de Tubinga y, luego, de Marburgo. En su tipología parte de las
observaciones de enfermos de psicosis maníaco-depresiva y de esquizofrenia. Se basa en que la
“psicosis no presenta más que casos acentuados de diferentes tipos, que ordinariamente están
difundidos en los grandes grupos constitucionales de individuos normales”. En su metodología
no utiliza, como en la escuela italiana, elaboraciones estadísticas, ni medidas antropométricas,
sino que sigue el método de observación visual del cuerpo del individuo, completado con una
amplia descripción de cada parte del organismo. La obra más importante de Kretschmer es
Constitución y carácter (Barcelona, Labor).
Los famosos tipos de Kretschmer son: Tipos puros, en los que se distingue: Pícnico (gordo, bajo,
alegre, sociable...). Atlético (fuerte...). Asténico (que luego llamó leptosómico). Tipos mixtos (reales,
que participan de varios puros). Tipos displásticos (malformados, que presentan anomalías
orgánicas considerables).

En los EEUU llega a ser famoso, por su tipología, W. H. Sheldon, profesor de la Universidad de
Harvard, que en 1942 publica el libro: Las variedades del temperamento. Una psicología de las
diferencias constitucionales. Se basa en el método de observación ocular y también en la
valoración comparativa mediante el examen de fotografías de 4000 estudiantes universitarios,
usando para ello una técnica estandarizada y uniforme; de aquí obtiene datos morfológicos, que
después compara con la observación prolongada del comportamiento de un grupo de
estudiantes, teniendo como base un esquema de 50 rasgos específicos sacados de la literatura.
Así, se obtienen los tres elementos estructurales en que se basa la tipología:

- Endomorfismo (que corresponde al pícnico de Krerschmer).


- Mesomorfismo (el atlético de Kretschmer).
- Ectomorfismo (el leptosomático de Kretschmer).

Estudios del tiempo de reacción

Helmholtz, en la década de 1850, intenta medir la velocidad del impulso nervioso. Para ello, aísla
un músculo y su correspondiente nervio motor en una rana; estimulando en distintos puntos el
nervio (unos más distantes que otros del músculo), observa el tiempo exacto que mediaba entre
la estimulación y el movimiento muscular pudiendo registrar así el tiempo de reacción fisiológico.
F. C. Donders y De Jaeger, en la década de 1860, comprueban la importancia de otros factores
de índole no exclusivamente fisiológica, sino también psíquica y de planteamiento experimental
acerca de los tiempos de reacción.
Para dilucidar todos estos problemas, se diseñan tres experimentos con sujetos humanos:
•Experimento de reacción sencilla: El sujeto tiene que responder de una manera
determinada (oprimiendo o soltando un interruptor) lo más pronto posible al presentársele un
estímulo (una luz, un zumbido...).
•Experimento de reacción de discriminación de Donders: Al sujeto se le pueden
presentar varias clases de estímulo (notas distintas, luces de distinto color, etc.), teniendo que
responder rápidamente sólo a uno.
•Experimentos de reacción de elección: Ante la presentación de cualquiera de dos
estímulos (luz verde, roja...), se dice al sujeto que, cuando aparezca uno, responderá con mano
derecha, y con la izquierda cuando aparezca el otro.

Una modalidad experimental muy practicada fue el experimento de reacción de tipo asociativo.
El sujeto, ante una palabra o frase, debe responder rápidamente con otra palabra (sinónima,
contraria, homónima...). El aparato más usado para medir el tiempo de reacción entre el estímulo
y la respuesta fue, en un principio, el cronoscopio, diseñado en 1942 por el famoso relojero y
mecánico Matías Hipp, basado en el inventado dos años antes por C. Wheatstone. Este aparato
medía el paso del tiempo en centésima de segundo.
Con los datos obtenidos según los distintos procedimientos, Donders y De Jaeger pretendían,
mediante el método de “eliminación por sustracción”, saber exactamente el tiempo invertido en
la reacción simple, en el proceso de discriminación de un estímulo y en el de elección de
respuesta, según el estímulo presentado. Las fórmulas serían:
- Duración de la discriminación = tiempo invertido en un experimento de discriminación,
menos el tiempo invertido en un análogo experimento de reacción sencilla con un mismo sujeto
y parecidas circunstancias.
- Tiempo invertido en la elección = tiempo de experimento de elección, menos el
invertido en una discriminación análoga en parecidas circunstancias.

Así, por ejemplo, si un sujeto tiene un tiempo de reacción simple de 30 centésimas de segundo,
en el experimento de discriminación 40 centésimas de segundo, y en el de elección 80, el tiempo
que invierte en discriminar sería de 40 – 30 = 10 centésimas de segundo, y en elegir 80 – 40 =
40 centésimas de segundo.
Este procedimiento fue posteriormente muy criticado porque, entre otras razones, sólo se hizo
con 30 sujetos, y no se controló la influencia del ejercicio sobre la velocidad de respuesta, factor
éste muy importante.
En los laboratorios de Leipzig, Wurzburgo, y en los primeros laboratorios americanos, sirven los
experimentos de reacción para estudiar, en unos, los procesos mediadores entre el estímulo y la
respuesta, y en otros, para determinar las condiciones que pueden alterar ese tiempo de retardo
de la respuesta. Condiciones tales como: sentido estimulado, órgano de respuesta, intensidad de
la estimulación, período preliminar entre la voz de “¡listo!” y la presentación del estímulo, efectos
del entrenamiento, incentivo, castigo, drogas, té, café, alcohol, etc., circunstancias todas ellas que
interesan para mejorar los tiempos de reacción en ciertas profesiones como pilotos, conductores,
en la práctica de la artillería antiaérea y en muchas actividades de la moderna industria. Al
cronoscopio de Hipp pronto se suman otros más modernos, como los ideados por Bergstron y
Dunlap. En la actualidad se usan muchas marcas de cronoscopios electrónicos que permiten
una rica variación y combinación de situaciones de estímulo y de respuesta. Para darnos una
visión panorámica sobre este tema hasta 1890, es interesante la publicación de J. Jastrow: Time-
Relations of Mental Phenomena (1890).

Naturaleza y medida de las habilidades

Sir Francias Galton (1822-1911) es una de las figuras relevantes que siguieron a Darwin.
Representa mejor que nadie la actitud evolucionista en psicología, siendo el primero en aplicar
sus principios (variación, selección, adaptación, etc.) al estudio de las diferencias individuales
entre los hombres.
Se dedicó a la ciencia por afición –era el hijo de un afortunado banquero- y fue sucesivamente
estudiante de medicina, geólogo, explorador, geógrafo, astrónomo, biólogo y antropólogo.
Galton creía que las características psíquicas –como las físicas- eran heredadas y medibles. Por
eso, puso todo su empeño en buscar modos de medir objetivamente estos caracteres. En 1869
apareció su obra Hereditary Genius (“El genio hereditario”). Allí investigaba con el método
genealógico las líneas familiares de hombres excepcionales, tratando de demostrar con los datos
obtenidos que las cualidades eminentes de estos genios se encuentran frecuentemente y con
claridad en sus antepasados, y que no sería posible explicar su existencia por la mera influencia
del medio ambiente. Para ello rastreó en las historias familiares de Bach, de los magistrados del
Tribunal Supremo (desde 1860 a 1865), de los lores, jueces, etc. En su opinión, había pruebas
suficientes para creer en el genio hereditario; y aún más, que se hereda un tipo concreto y
específico de talento: musical, jurídico, etc. De los casos estudiados, se deducía que el 48 % de las
veces los hombres ilustres habían tenido padres ilustres, por lo que los grandes hombres tienen
más posibilidades de tener hijos superdotados que las personas normales. Galton había partido
en esta obra de unos presupuestos bastantes dudosos, como, por ejemplo, el de identificar la
eminencia, el talento, el genio, con el éxito y la superioridad alcanzada; o como el de creer que
las variaciones que se habían dado en alguna época entre los hombres se habían ido
transmitiendo posteriormente, y se aplicaban igual a los caracteres psíquicos humanos que a las
características físicas animales. Obtuvo conclusiones estadísticas sobre mediciones subjetivas del
talento, y valoraba el grado de superioridad de un sujeto por el porcentaje de población que le
superaba. Fue el fundador de la eugenesia (creyó en una efectiva mejora de la raza humana).
Para él todo estaba condicionado biológicamente: los sujetos nacen con caracteres definidos y
predisposiciones concretas. Era cuestión, pues, de seleccionar los más positivos para poder
alguna vez lograr seres excepcionalmente dotados, no sólo física, sino también espiritualmente.
En 1883, Galton publicó la obra Investigaciones sobre el talento humano y su desarrollo.Con
esta obra se convierte en el gran precursor de la psicología científica. Son varios los problemas
que aborda, pero sobresalen, por su novedad, la medición de la asociación y el estudio de las
imágenes mentales. Respecto a estas últimas, ideó el uso –por primera vez en gran escala- de un
cuestionario. Eligió sus sujetos experimentales entre las personas que él suponía que podrían
responder con más exactitud y que pertenecían al ambiente científico. Les pidió entonces que
imaginasen un objeto lo más definida y cuidadosamente posible. A continuación, solicitaba de
ellos respuestas a preguntas sobre nitidez, iluminación, color, etc., de sus imágenes, comparadas
con las recibidas en directo en la presencia física del objeto. Organizaba las respuestas por
semejanza a las sensaciones directas, de menor a mayor. Encontró, con sorpresa, que los sujetos
no eran siempre capaces de tener claras y exactas imágenes mentales; es más, cuando aplicó sus
cuestionarios a gente de todas clases, halló que las personas más sencillas (mujeres, niños...)
demostraban poseer imágenes claras, detalladas, muy “vivas”, en tanto que sus amigos científicos
y académicos no las conseguían. Había entre los grupos y entre los individuos tales diferencias,
que hacían imposible pensar en una “imaginación típica” de los hombres. Lo que Galton trató
entonces de hacer fue aplicar estas conclusiones a la defensa del carácter hereditario, y encontró
que entre familiares había más similitud que entre extraños. Si bien el valor de este último
empeño es discutible, el hecho es que el abordaje del estudio de las imágenes mentales entró
desde entonces a formar parte de los programas de laboratorios alemanes y luego americanos, y
que fue uno de los capítulos de mayor riqueza para la psicología diferencial, por demostrar la
posibilidad de la aplicación de la estadística.
En cuanto al estudio de la asociación, es la primera vez que intenta la aplicación del método
experimental a las teorías asociacionistas. Escribió palabras en papeles que luego guardó dentro
de los libros hasta olvidarlas. Después descubría cada palabra y anotaba las dos ideas o
imágenes que primero se le ocurrían, cronometrando el tiempo invertido en formar
asociaciones. Fue curioso comprobar que a menudo aparecían recuerdos e imágenes de su vida
anterior y, en especial, de su niñez. Wundt acogió este método de Galton y, mejorándolo, lo usó
en su laboratorio de Leipzig.
En 1884 se celebra en Londres la Exposición Internacional de la Salud. Galton instala en ella un
“Laboratorio antropométrico” donde todo el que lo deseara podía someterse, por tres peniques,
a 17 medidas de diversos aspectos de su persona; altura, peso, vista, oído, longitud de mano,
fuerza (descargando un golpe, apretando, tirando), capacidades respiratorias, etc. Casi todas las
medidas correspondían a los procesos elementales que Wundt buscaba en su laboratorio. La
posición de Galton es la de un antropólogo físico: quiere datos, medidas de las características
físicas y metales de las personas, y busca entre ambas las relaciones que estaba seguro de
encontrar... En esto, así como en la aplicación estadística, sigue los pasos del matemático belga
Adolph Quetelet (1796-1874) que, estudiando la estatura de muestras muy numerosas de
personas, llegaba a la conclusión de que los datos se repartían según la ley de Laplace y Gauss,
esto es, según la curva normal. Quetelet supuso entonces que las diferencias se debían a “errores
accidentales” y que todo parecía indicar que el “propósito inicial” de la Naturaleza era obtener el
“hombre medio”. Galton creyó que esto era cierto, y no sólo en lo referente a los rasgos físicos,
sino también en los psíquicos. Así es que lo primero que hizo con los datos del Laboratorio
Antropométrico fue construir las curvas correspondientes.
Con estos datos obtenidos en 1884 también pudo ofrecer a cada interesado el porcentaje de
sujetos que en esa medida era superior e inferior a él (método de percentiles, tan usado
posteriormente en las pruebas psicométricas).
También, con los mismos datos, pretende ver si los rasgos entre sí pueden relacionarse
mutuamente y si esta covariación es determinable estadísticamente. Así queda esbozado por
primera vez en la historia de la psicología el concepto de correlación.
Charles Spearman (1863-1945), fue profesor del University College de la Universidad de Londres
desde 1907 hasta su muerte. En 1897 y años siguientes estudia en Wurzburgo, Gotinga, Berlín y
Leipzig, sin llegar a interesarse demasiado por el estructuralismo alemán.
Le llama la atención, sin embargo, la hipótesis de Galton de que la capacidad intelectual estaba
correlacionada con las diferencias de sensibilidad para apreciar tonos, colores, etc.
Spearman trata de comprobar esta hipótesis relacionando ciertos tipos de sensibilidad y las notas
obtenidas por alumnos de una escuela elemental. Por este y otros procedimientos llega a la
conclusión de que el grado de cada habilidad depende de un factor “general” (g) y de otro
específico de esa habilidad concreta, al que llamó factor (s) (“specific”). A esta teoría se la
denominó “teoría de los dos factores” (a la que también denomina M. Yela “teoría del factor
único”), frente a la doctrina de Thurstone, denominada “teoría de los factores múltiples”*. T. L.

*
Con dos trabajos de Spearman se inicia la técnica del análisis factorial: “The Prof. Measurement of the Association between two
Things”, AMER. J. of Psychol., 1904, 15: pp. 72-101, y “General Intelligence, Objetively Measured and Determined”, Amer. J. Psychol., I,
1904, pp. 201-293. Su obra más conocida es The Habilities of Man, Their Nature and Measurement, Nueva York, MacMillan, 1927. Para
una explicación breve y clara, ver M. Barbado, “La teoría factorial de Spearman”, Rev. de Filosofía, del Instituto Luis Vives. Madrid,
1974, t. VI, núm. 21, pp. 181-221. Sobre la técnica de análisis factorial son desuma claridad e interés las obras de M. Yela, Psicología de
las aptitudes. El análisis factorial y las funciones del alma, Madrid, Gredos, 1956; y La técnica del análisis factorial, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1957.
Kelley, en Crossroad in the Mind of Man (Stanford Univ. Press, 1928), apunta la exigencia de más
de un factor común cuando las correlaciones así lo pidan. Boring señala que en la década de
1930 el análisis factorial se desarrolló bajo el liderazgo de tres grandes psicólogos: Cyril Burt,
opuesto a la teoría del factor único de Spearman; Godfrey H. Thompson, catedrático de
Psicología de la Educación de la Universidad de Edimburgo, y Louis Leon Thurstone (1887-
1955), profesor de psicología de la Universidad de Chicago desde 1924. Thurstone, ayudado por
su esposa Thelma Gwinn, desarrolla un nuevo método para detectar los factores de la
inteligencia: la técnica del análisis factorial múltiple, llegando a aislar ocho habilidades mentales
primarias (comprensión verbal, espacial, razonamiento, numérica, fluidez verbal, memoria,
velocidad perceptiva y motora), aclarando que, según la investigación progresara, se podrían ir
añadiendo más. Tal vez, la más completa y definitiva exposición del análisis factorial de Thurstone
esté en su libro Múltiple Factor Análisis (Chicago, The Univ. of Chicago Press, 1947).

Podemos decir que Galton señaló los más importantes problemas generales y vías que la
psicología moderna iba a atacar. En el caso concreto de las aplicaciones prácticas podemos ver
como continuador a James McKeen Cattell (1860-1944), que en 1890 puso en circulación un
término afortunado: “test”. Fue el gran difusor de los tests. Al principio, éstos se parecían a los de
Galton y medían –como Wundt en su laboratorio- procesos elementales. En 1896, Binet y Henry,
en un artículo publicado en el Année Psychologique titulado “La psicología individual”, afirmaron
que era mejor diferenciar a los sujetos por sus facultades superiores.
Alfred Binet (1857-1911) comenzó su carrera científica en el laboratorio de psicología fisiológica
de la Soborna, fundado en 1889. En 1894, sucede en la dirección de este laboratorio al profesor
de fisiología Henri Beaunis (1830-1921). En 1900, su afición se centra en el laboratorio de
pedagogía experimental anexo a la escuela primaria de la calle Grangeauz-Belles. Fruto de sus
experiencias aquí fue la famosa escala de inteligencia. En 1904, el ministerio francés de
Instrucción Pública pide a Binet que confeccione un test para detectar en los primeros grados a
niños deficientes mentales, con el fin de enviarlos a escuelas especiales. En 1905 publica en el
Année Psychologique el primer test de inteligencia, en colaboración con Simon (escala de Binet
Simon). Esa escala contiene 30 pruebas de dificultad creciente, en la que se utilizaban diversos
procedimientos. Cada grupo de pruebas podía ser resuelto exitosamente con niños de una edad
determinada.

Para determinar cada nivel de pruebas se servían de 10 niños que, en opinión de los maestros,
eran normales en esa edad (inteligencia corriente en esa edad). En la revisión de 1908, cada
edad mental venía determinada por el número de pruebas que eran solucionadas por la
mayoría de los niños de esa edad.
Estas pruebas se aplicaban verbalmente y el niño respondía también verbalmente; esto supone
una serie de inconvenientes que el inglés Cyril Burt, en 1911, quiere solucionar ofreciendo a los
niños test impresos en los que la respuesta era sencilla: “sí” o “no”. En 1912, el alemán W. Stern
aporta el valioso concepto de coeficiente de inteligencia.
Binet no tiene mucha confianza en las conclusiones que puedan sacarse de mediciones hechas
a millares de niños; prefiere estudiar y trabajar con un número de sujetos bien conocidos por él.
Su obra Estudio Experimental de la Inteligencia (1903), se basa en cuidadosas observaciones que
hizo a sus dos hijas.
Los experimentos de laboratorio se combinan con encuestas mediante cuestionarios y entrevistas
para que sean más fiables. Binet acepta, también, el método de la introspección experimental
para “sondear” de esta manera el interior de un espíritu en acción (Année Psychologique, 9,
1909), pero en vez de utilizarlo, como en Leipzig se hacía, para estudiar los procesos sensoriales,
él lo aplica, como hará también en la escuela de Wurzburgo, a las funciones superiores de la
mente. Binet opina que a esta modalidad se la debería llamar, más justamente, “método de París”
que “método de Wuezburgo”.
ORÍGENES DE LA PSICOLOGÍA

Tomado de: Psicología conceptos y aplicaciones.

La historia de la psicología no tiene un origen definido: no podemos marcar su


nacimiento en ningún calendario. Podemos especular que es muy probable que la
historia comenzara cuando los primeros seres humanos desarrollaron la capacidad de
reflexionar sobre su propia naturaleza. Tal vez sintieron curiosidad, como muchos de
nosotros la sentimos ahora, sobre lo que hace reaccionar a la gente. Pero lo que
pudieron pensar o decir acerca de la naturaleza de los seres humanos aun se
desconoce, pues no existe registro alguno de esas cavilaciones.

La palabra psicología se deriva de dos raíces griegas: psyche, que significa “mente” y
logos que significa “estudio” o “conocimiento”, por lo tanto, es apropiado acudir a los
filósofos del periodo clásico de la antigua Grecia, alrededor de los años 500 y 300 a.C.
Los filósofos de la antigua Grecia que ejercieron la influencia más profunda en el
pensamiento psicológico fueron Sócrates (alrededor de 496-393 a.C.), Platón (alrededor
de 428-348 a.C.) y Aristóteles (alrededor de 384-332 a.C.)

Sabemos que Sócrates por medio de los escritos de su discípulo prominente, Platón.
Sócrates, cuyo creado más famoso fue “conócete a ti mismo”, enfatizó la importancia del
autoexamen y la reflexión personal. El creía que la vida no examinada no valía la pena
vivirla. Su tema de la autoexploración permanece como uno de los más perdurables en
la psicología moderna. Platón también aprendió de Sócrates que no debemos confiar en
nuestros sentidos para adquirir conocimientos sobre el mundo, dado que este, que nos
es dado a través de aquellos es una copia imperfecta de la realidad. La noción de que no
debemos confiar en nuestra percepción como ventana hacia la verdad hace eco en los
psicólogos modernos, quienes estudian cómo los sentidos pueden engañarnos en
forma de ilusiones visuales. Como Sócrates antes que él, Platón creía que, para adquirir
verdaderos conocimiento, bebíamos apoyarnos en el pensamiento y la razón, no en la
información que llega a nosotros por medio de nuestros imperfetos sentidos.

Aristóteles, el discípulo más famoso de Platón, pensaba distinto. Fue instruido como
naturalista, de manera que no es sorprendente que creyera que el conocimiento podía
ser adquirido por los sentidos mediante la observación atenta. Aristóteles sostenía que la
búsqueda del conocimiento debía basarse en la experiencia del mundo que nos rodea,
no en el puro pensamiento o razonamiento. La filosofía aristotélica llego a influir en el
desarrollo de las ciencias modernas, como puede verse en el énfasis que dichas ciencias
hacen a la experimentación y en la observación atenta como senderos hacia el
conocimiento.

A pesar de que la mayoría de los antiguos griegos creía que los dioses inferían en la vida
cotidiana de la gente, Aristóteles afirmaba que la gente debía creer solo en lo que podía
ver. Fue uno de los primeros en escribir acerca de las causas naturales de la conducta
humana en lugar de apelas a las explicaciones divinas o sobrenaturales. Incluso explico
como un pensamiento conduce a otro; sus conceptos sobre la asociación de ideas aún
se encuentran en las perspectivas contemporáneas del aprendizaje y el pensamiento.
Aristóteles también señaló que las motivaciones primarias de la gente y los animales
inferiores son la búsqueda de placer y la evitación del dolor. Este enfoque se ha
convertido en un pilar de las teorías modernas de la motivación.

Incluso, al considerar las contribuciones de los antiguos filósofos griegos, no debemos


olvidar que otros sistemas de pensamiento acerca de la naturaleza humana se
enraizaban por todas partes al mismo tiempo: en África, medio y el Lejano Oriente,
donde Confucio, filósofo y ensayista (alrededor de 551-479 a.C.) se convertiría en el
pensador más influyente y respetado en la historia china. Confucio creía que la gente
tiene una capacidad innata para hacer el bien, y que el mal es el producto de un
ambiente negativo o de la falta de educación, no de una naturaleza maligna.

Como ya veremos, la creencia en que las influencias del ambiente desempeñaban una
función esencial en la determinación de la conducta encuentra su experimento de las
escuelas modernas de psicología. Confucio también sostenía que las personas debían
gobernarse por principios morales (más que por motivos de beneficio propio), y que
debían cultivar su mente al grado máximo. Los psicólogos contemporáneos también
han vuelto su atención hacia los temas del razonamiento y desarrollo morales.

La psicología fue un tema de profundo interés para filósofos, teólogos y escritores


durante varios cientos de años. No comenzó a surgir como disciplina científica sino hasta
finales del siglo XIX. Uno de los primeros científicos que estudio los procesos psicológicos
fue el fisiólogo alemán Gustav Theodor Fechner (1801-1887). El estudió psicofísica, la
rama de la psicología que estudia las relaciones entre la intensidad y otras características
físicas de la luz, el sonido y otros estímulos y las sensaciones que experimentamos como
respuesta a estas (su brillo, volumen, etcétera). En 1860, Fechner publicó sus
descubrimientos en su libro Elements of psychophysics. En la década de 1850, otro
fisiólogo alemán, Hermann von Helmholtz (1821-1894), desarrollo una teoría sobre
cómo percibe la gente el color.

Por lo regular se acredita a un científico alemán, Wilhelm Wundt (1832-1920), la función


de la psicología como una ciencia independiente. Otorgamos el crédito a Wundt (se
pronuncia Vunt) porque estableció el primer laboratorio de psicología, donde comenzó
a aplicar métodos experimentales para hacer estudios al respecto (E. Taylor, 2000). Con
la inauguración del laboratorio de Wundt, en Leipzig, Alemania en 1879, la psicología
hizo la transición de filosofía a ciencia (Benjamín, 2000).

En ciertos aspectos, Wundt era un candidato improbable para fundar una nueva ciencia.
Cuando era niño fue un estudiante mediocre e incluso se le solicitó repetir un grado. El
problema para el joven Wundt era que tendía a soñar despierto en clase. Con frecuencia
podía encontrársele senado, con un libro abierto en las manos y en el acto de
contemplar el espacio en lugar de leer el texto asignado (una práctica que este autor
espera que usted no emule demasiado cuando abra su libro de texto de psicología).

Sin embargo, perseveró y, con el tiempo, se graduó de la escuela de medicina. A partir


de entonces tuvo una brillante vida profesional como investigador en psicología. Más
tarde, aplicó su instrucción científica a su verdadera pasión: la comprensión de la
experiencia consciente. Al establecer el primer laboratorio de psicología, el hombre que
en alguna ocasión se había retrasado en la escuela (porque estaba demasiado absorto
en sus propios pensamientos), se convirtió en el primer científico de la mente.

Como cualquier disciplina científica, el campo de la psicología es un relato evolvente de


exploración y hallazgo. En este texto, usted encontrará a muchos de los exploradores y
descubridores que han dado forma a la historia continua de la psicología. El puente
entre el pensamiento antiguo y el presente inicia con Wundt; allí encontramos a su
discípulo, Edward Titchener, y al estructuralismo: la escuela con la cual ambos están
asociados.
Las enfermedades mentales según Tomás de Aquino
Sobre las enfermedades (mentales) en sentido estricto1
Martín F. Echavarría

Resumen: Continuando un artículo anterior en el que se definió el concepto de


enfermedad, en orden al esclarecimiento del de enfermedad mental, en el presente
estudio se desarrolla el tema de aquellas que pueden ser llamadas enfermedades en
el estricto sentido del término. En un primer parágrafo, se mencionan los trastornos
que son mencionados por Santo Tomás, y se los explica colocándolos en el contexto
de la medicina medieval, con particular referencia al Canon de Medicina de Avicena.
En un segundo parágrafo, se desarrolla el tema de las enfermedades psicosomáticas,
es decir aquellas causadas por una “pasión animal”. Se deja para un tercer artículo el
esclarecimiento de la naturaleza de lo que el Aquinate llama “aegritudo animalis”.
Palabras clave: Tomás de Aquino - Enfermedades mentales – Enfermedades
psicosomáticas – Medicina medieval – Pasiones del alma

Abstract: Continuing whit a previous paper where the concept of disease has been
defined in order to clarify that of the mental disease, this work develops the subject of
what can be name as diseases in the strict sense of the word. The first paragraph
refers to the disorders that are mentioned by Saint Thomas and explains their
meaning by placing them in the context of medieval medicine, with special reference
to Avicenna ́s Canon of Medicine. The second paragraph studies the topic of
psychosomatic diseases, which are those caused by an “animal passion”. It has been
left for a third paper the explanation of the nature of what Aquinas calls “aegritudo
animalis”.
Key Words: Thomas Aquinas – Mental disorders – Psychosomatic diseases–
Medieval medicine – Passions of the soul nature of what Aquinas calls “aegritudo
animalis”.

1. Referencias tomasianas a la enfermedad mental strictiore sensu


a) Introducción
En Santo Tomás no encontramos un desarrollo sistemático del tema de la enfermedad
mental, en el sentido estricto y preciso que se ha dado a la enfermedad en un artículo
anterior2. Ni siquiera podemos encontrar desarrollos parciales completos que den a
entender una concepción propia del Aquinate en este tema. Sin duda, el Angélico sigue
en esto las concepciones médicas de su tiempo, sintetizadas en el Canon Medicinae de

1 Este estudio se realizó gracias a una beca de la fundación San Pablo CEU para una estancia de investigación en la
Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), bajo la supervisión de Juan José Sanguineti
2 Cf. M. F. Echavarría, “Las enfermedades mentales según Tomás de Aquino [I]. Sobre el concepto de enfermedad”, en

Scripta Mediaevalia, 1 (2008); pp. 91-115.


Avicena. Como veremos, la aportación original de Santo Tomás está en la enfermedad
propiamente psíquica (aegritudo animalis), de la que trataremos más adelante. Aquí nos
detendremos sólo en las pocas referencias que se encuentran en Santo Tomás a la
llamada “psicopatología dura”, e intentaremos rastrear a través de sus fuentes su
significado.
Santo Tomás no utiliza siempre los términos en el sentido técnico más o menos preciso
que tenían en la medicina de su tiempo. Si utiliza las palabras clásicas “ insania”3y
“amentia”4 para referirse a la “locura” en general5, a veces utiliza algunos términos que
designaban enfermedades específicas (como la mania o la phrenitis) como sinónimos de
locura6. No es mi intención elencar aquí los sitios en que Santo Tomás usa estos
términos, cosa que se puede hacer fácilmente con los medios informáticos a disposición
de todos. Mi intención es entrever el significado de cada trastorno en su sentido
específico.
b) Phrenitis y lethargia
Los phrenetici son los que están afectados de phrenitis. Esta categoría nosológica
antigua, establecida por Hipócrates7, que se caracteriza por la presencia de un delirio
(paraphrosyne) continúo con fiebre aguda8.
Según Eduardo Krapf:
Parecería a veces como si los phrenetici formaran un grupo aparte, en cuanto este tipo de
alienados tiene al parecer ciertas relaciones etiopatogenéticas con las afecciones de los órganos
internos. Este grupo, que desde el punto de vista sintomatológico se caracteriza al parecer por
abundantes alucinaciones, sería pues comparable a cierto tipo de nuestras ‘psicosis sintomáticas’, y
se diferenciaría netamente del grupo de los ‘lethargici’, caracterizado por el predominio de
trastornos mnésicos y hasta cierto punto asimilable a ciertos tipos de demencia: ‘Videmus enim
quod impedito actu virtutis imaginativae per laesionem organi, ut in phreneticis, et similiter

3 Cf., por ejemplo, Summa Theologiae,IIª-IIªe, q. 157, a. 3, ad 3. Este término es generalmente usado por Santo Tomás para referirse a
una especie de “locura” moral, opuesta a la prudencia; cf. Sententia Ethic., lib. 3, l. 20, n. 11.
4
Summa Theologiae, Iª-IIªe, q. 77, a. 1: “Impeditur enim iudicium et apprehensio rationis propter vehementem et inordinatam
apprehensionem imaginationis, et iudicium virtutis aestimativae, ut patet in amentibus”.
5 5Términos usados ya por los clásicos; por ejemplo, cf. M. T. CICERÓN, Tusculanae disputationes, III, 4, 8: “Quia nomen insania

significat mentis aegrotationem et morbum, id est insanitatem et aegrotum animum, quam appellarunt insaniam.” Cicerón utiliza
también la palabra “dementia”, ib., 5, 10: “Nec minus illud acute, quod animi adfectionem lumine mentis carentem nominaverunt
amentiam eandemque dementiam.”
6 Cf. E. KRAPF, Tomás de Aquino y la psicopatología. Contribución al conocimiento de la psiquiatría medieval, Index, Buenos Aires 1943;

p. 35: “Se habrá notado que en las varias citas que acabamos de dar, se hablaba ya de ‘insani’, ya de ‘amentes’ y también de
‘phrenetici’ y de ‘furiosi’, sin que entre todas estas denominaciones se haya hecho diferencia alguna. Podríamos aún agregar los
términos ‘lethargici’, ‘arreptitii’ y ‘mente capti’ que aparecen en los escritos de Tomás de Aquino con igual promiscuidad que los
anteriores, y también carecen, al parecer, de un significado claro desde el punto de vista de la psicopatología especial.” Este artículo del
psiquiatra germano-argentino Eduardo Krapf es de los pocos que tratan de modo sistemático el tema de las enfermedades mentales en
Santo Tomás
7 7Cf. J. PIGEAUD, La maladie de l’âme. Étude sur la relation de l’âme et du corps dans la tradition médico-philosophique antique, Les

Belles Lettres, Paris 32006; p. 73: “La phrénitis est un concept hippocratique. Un des textes ondamentaux est le Régime des Maladies
Aiguës: ‘Sont aiguës les maladies que les Anciens ont appelées pleuritis, péripneumonie, phrénitiset casus, et toutes les autres qui en
dépendent et dont les fièvres sont, pour la plupart, continues.’ Il faut remarquer l’ancienneté de ces noms, l’existence.
8 Cf. PIGEAUD, La maladie...,p. 75: “Et si l’on devait en extraire une définition, il faudrait dire: Phrénitis: délire continuel (diάpant, avec

fièvre d’abord sub-aiguë puis aiguë. La continuitéός du délire est un élément très important de la phrénitis, car elle permet de
distinguer la phrénitis du délire dans les autres maladies aiguës.”
impedito actu memorativae virtutis, ut in lethargicis, impeditur homo ab intelligendo in actu etiam
ea, quorum scientiam praeaccepit’ [I q. 84 a. 7 in c]9.

Aunque no es posible establecer una correspondencia exacta entre la nosología


medieval y la actual, es interesante la aparente proximidad entre la phrenitis y la psicosis
paranoica10, caracterizadas ambas por el delirio y la alienación mental (aunque la
presencia de la fiebre en la phrenitis nos aleja de las psicosis), y la lethargia y la demencia,
con sus trastornos de la memoria. En todo caso, en el texto citado por Krapf, Santo
Tomás atribuye tanto la phrenitis como la lethargia a lesiones orgánicas, de las que se
sigue un impedimento para el perfecto uso de la razón, igual que en este otro texto:

Pues aunque el intelecto no sea una fuerza corporal, sin embargo en nosotros la
operación del intelecto no se puede cumplir sin la operación de unas fuerzas
corporales, que son la imaginación, la fuerza cogitativa y la imaginativa, como es
evidente por lo ya dicho. Y es por eso que, impedidas las operaciones de esas
facultades por alguna indisposición del cuerpo, se impide la operación del
intelecto: como es patente en los frenéticos y en los letárgicos, y otros trastornos
semejantes. Y por eso también la buena disposición del cuerpo humano hace
apto para entender bien, en cuanto por esta causa las mentadas facultades son
más fuertes. Como se dice en II De animaque los que tienen carnes blandas
vemos que son mentalmente más aptos”11.

En el caso de la phrenitis, estaría lesionado el órgano de la imaginación (ventrículo


anterior del cerebro); en la lethargia, el de la memoria (ventrículo posterior del
cerebro)12. A partir de los textos de Santo Tomás no se puede deducir nada más de estos

9 KRAPF, Tomás de Aquino..., 35


10 El griego “paranoia” se suele traducir justamente como “delirio”
11 Contra Gentiles, l. 3, c. 84, n. 14: “Licet enim intellectus non sit virtus corporea, tamen in nobis operatio intellectus

compleri non potest sine operatione virtutum corporearum, quae sunt imaginatio et vis memorativa et cogitativa, ut ex
superioribus patet. Et inde est quod, impeditis harum virtutum operationibus propter aliquam corporis indispositionem,
impeditur operatio intellectus: sicut patet in phreneticis et lethargicis, et aliis huiusmodi. Et propter hoc etiam bonitas
dispositionis corporis humani facit aptum ad bene intelligendum, inquantum ex hoc praedictae vires fortiores existunt:
unde dicitur in II De Anima quod molles carne bene aptos mente videmus.”
12 Estas localizaciones cerebrales se remontan a la medicina árabe, pero tienen raíces antiguas. Cf. AVERROIS

CORDUBENSIS, Commentarium Magnum in Aristotelis De Anima Libros, The Mediaeval Academy of America 1953; p.
415, L. III, 6, 47-78: “Et quidam dubitaverunt in hoc quod fuit dictum (scilicet quod intellectus non habet instrumentum)
ex hoc quod dicitur quod virtus ymaginativa est in anteriori cerebri, et cogitativa in medio, et rememorativa in
posteriori”. Galeno y Nemesio habían puesto en el cerebro la “imaginativa” o sentidos (ventrículos anteriores), la
“excogitativa” (ventrículo medio) y la “memorativa” (ventrículo posterior). Cf. NEMESIUS D’ÉMESE, De Natura Hominis,
Traduction de Burgundio de Pise, E. J. Brill, Leiden 1975; p. 71 (caput V, 53-56): “Organa autem eius [es decir, de la
imaginativa] sunt anteriores cerebri ventres et qui in eis est animalis spiritus et hi qui ex his sunt nervi, perfusi ad animali
spiritu, et constructio membrorum sensuum”. Es interesante observar que para Nemesio el término imaginación no
designa una potencia especial, sino que es intercambiable con “sentidos”. Sobre el poder “excogitativo”, ibidem, p. 86
(caput XI, 61-67): “[...] excogitativi auntem sunt generaliter quidem iudicationes et depositiones et fugae et impetus
actus, specialiter vero intelligentiae intelligibilium et virtutes et disciplinae et artium rationes et consiliativum et
electivum; hoc autem est quod per somnia censet nobis quod futurum, quam demum solam veram vaticinationem
trastornos, aunque cuanto dice es coherente con las afirmaciones de la medicina de su
tiempo. Para completar los datos es necesario recurrir a tratados como el Canon de
Medicina de Avicena13. En éste se afirma que la phrenitis y la lethargia son enfermedades
del cerebro causadas por un absceso o tumor.

Este tumor sería una acumulación de humor sanguíneo, en la frenitis14, y de humor


colérico, en la letargia15. Las enfermedades tienen muchos síntomas (accidentia)
corporales, y también psíquicos, entre los que están los que menciona Santo Tomás.

c) Manía y melancholia

Otro trastorno clásico es la manía (que los latinos solían traducir como furor16).
Según Pigeaud, mientras que para Hipócrates la manía era un delirio acompañado por
un comportamiento anormalmente violento que formaba parte de otra enfermedad17,

Pythagorici dicunt, Hebraeos sequentes. Organum autem et huius est medius cerebri ventriculus et animalis spiritus qui
est in ipso.” Este excogitativo tal vez sea un antecedente de la vis cogitativa de árabes y escolásticos.
Sobre la memoria, ibidem, p. 88 (00-31): “Organum autem et huius est posterior ventriculus cerebri, quem
parenkephalida et parencranida vocant, et qui in eo est animalis spiritus.” A pesar de estas “localizaciones” hay que
tener presente que, en la postura de tendencia dualista de Nemesio, estos órganos no son tanto “sede” de estas
facultades, cuanto sus “instrumentos”. San Juan Damasceno, en De fide orthodoxa, sigue casi a la letra la teoría de las
localizaciones de Nemesio
13 Avicena trata el tema de las enfermedades mentales al comienzo del Libro III del Canon, entre las “enfermedades de la cabeza”.
Sobre la clasificación de estos trastornos en Avicena, cf.d. JACQUART, “La reflexión médica medieval y la aportación árabe”, en J.
POSTEL – C. QUÉTEL(Coord.), Nueva historia de la psiquiatría, Fondo de Cultura Económica, México 2001; 51-52: “Los médicos más
galenistas intentan fundar su clasificación, por una parte, en la presencia o ausencia de una lesión anatómica y, por la otra, en la
función perturbada. Encontramos el ejemplo más claro en Avicena (Canon, III, 1). Las enfermedades que provocan trastornos mentales
se clasifican en tres grupos: - los apostemas o inflamaciones de una parte del cerebro (membranas, sustancia, etc.), como el frenesí o la
letargia;
- las afecciones que traen consigo una perturbación de los sentidos (facultades mentales), entre las que cabe contar la alienación del
espíritu o confusión de la razón, la estupidez o reducción de la razón, la corrupción de la memoria, la corrupción de la imaginación, y
luego, la manía, la melancolía, la licantropía y el amor;
- las afecciones que entrañan una perturbación del movimiento, como el vértigo, la epilepsia o la apoplejía”.
14 Por lo que Avicena recomienda como tratamiento la flebotomía, cf. AVICENNA, Canon Medicinae, a Ioanii Iostaeo, & Ioanne Paulo

Mongio annotationibus,Venetii, 1595, L. III, Fen. I, Tract. 3, cap. 3 (p. 473): “Communis quidem cura specierum eius verarum est
phlebotomia ex cephalica, & [egressio sanguinis aliquantula,] immò multa valde.”
15 Ibidem, L. III, Fen. I, Tract. 3, cap. 7: “Lethargia dicitur apostema phlegmaticum factum intra cranium, & est sirsen phlegmaticum. Et

plurimum quidem eius fit in meatibus substantiae cerebri, absque uelaminibus, & ventriculis, & subtsantia cerebri, quoniam phlegma
rarò congregatur, & penetrat in panniculos cerebri propter ipsorum duritiem, neque in substantiam cerebri propter ipsius uiscositatem,
sicut etiam pleuresis secundum plurimum & cholerica, & raro fit phlegmatica propter paruitatem penetrationis phlegmatis in
substantiam sifachiam.i.sifac neruosum durum: licet sit possibile, ut fiat illud in paucis ambarum, possibile est enim, ut cadat hoc
apostema in substantia cerebri, & in eius uelaminibus. Et haec aegritudo nominatur nomine sui accidentis. [Veruntamen lethargia
uniuersaliter] est obliuio. Et hanc aegritudinem comitatur obliuio: & propter nomen eius errant in ipsa plures medicorum ignorantes,
quòd [intentio] in ipsa est aegritudo facta ex apostemate frigido: immo existimant, quod haec aegritudo in seipsa sit
obliuio. Et [quod] quidam medici sunt, qui nominant lethargiam omne apostema frigidum in cerebro: siue sit melancholicum, siue
phlegmaticum; ueruntamen plures antiquorum phlegmaticum hoc nomine appropiauerunt, & tuum est, ut in ipso nomines utrumque.
[...] Et haec aegritudo generatur ab omni, quo generatur humor
phlegmaticus, & in quo sunt vaporatio, & putrefactio.”
16 Cf. CICERÓN, Tusculanae dispituationes, III, 5, 11: “Graeci autem manίan unde appellent, non facile dixerim; eam tamen ipsam

distinguimus nos melius quam illi. Hanc enim insaniam, quae iuncta stultitiae patet latius, a furore disungimus”, sin embargo, a
continuación Cicerón identifica equivocadamente el furor de los latinos con la melancolía de los griegos: “quem nos furorem,
melancolίanilli vocant”
17
PIGEAUD, La maladie..., p. 101: “Chez Hippocrate, il semble que la manie, le transport comme l’on disait au XIXe siècle, désigne le
comportement violent et aberrant d’un individu, dans des contextes pathologiques différents, et même dans la phrénitis”; ib.:
en tiempos de Asclepíades se habría fijado definitivamente el concepto de manía como
patología específica, caracterizada como una alienación sin fiebre18. La medicina clásica
la llamaba “demonio lupino”, porque por su fiereza el aspecto de la persona era
semejante al de un lobo. Santo Tomás sólo suele usar la palabra manía para referirse a
un tipo de ira de los mencionados por san Gregorio Niseno19. Para referirse a este
trastorno, en cambio, usa la palabra “furia”20.

La melancholia es quizás uno de los trastornos más difíciles de estudiar a causa de la


abundancia de desequilibrios que a lo largo de los siglos se han asociado a la bilis
negra21 y por las enormes repercusiones culturales que la representación de este mal ha
tenido22. Según el aforismo hipocrático “si el temor (fobos) y la tristeza (distimia) duran
mucho tiempo, esto es melancolía”23. Los médicos clásicos solían definir a la melancolía
como un trastorno que, desde el punto psicológico se caracterizaría por vehementes
temores, malestar y tristeza, y desde el punto de vista orgánico por dolores en el
estómago causados por la bilis negra, que es expulsada por el vómito. Algunos autores
antiguos habían aproximado melancolía y manía24. Junto a la melancolía-enfermedad,
tenemos la melancolía como constitución y carácter natural. Hay quien tiene un
“temperamento” melancólico, que lo hace inclinado a determinados modos afectivos de
reacción.

En Santo Tomás aparecen ambas variedades de melancolía: la enfermedad y el


temperamento (en el sentido que tiene en Santo Tomás que es el de complexión
corporal, aunque de ella se deriva también un cierto “carácter” psíquico). Cito aquí un
par de textos como ejemplo: “La complexión debida al cuerpo humano es
temperadísima. Sin embargo, hay muchos grados de temperamento, según los cuales

“Darenberg remarque que, pour les auteurs anciens, y compris Hippocrate, manίa désigne le plus souvent un délire violent. Ces
maladies maniaques pouvaientaussi bien désigner la phrénitis. Ce sont toutes les maladies qui comportent des manifestations
délirantes”; ib., 102: “La manie désigne donc plutôt, dans le Corpus hippocratique, un comportement violent, une brutalité, des gestes
incohérents, des cris, une agitation sans but. [...]. En faits le terme de manieà l’origine n’est pas spécifiquement médical; c’est un mot
de la langue commune; de même sans doute que phrénitis; de même aussi que mélancolie”.

18 Ibidem, p. 100: “La manie semble caractérisée définitivement au temps au temps d’Asclépide, dont nous avons vu qu’il la définit par
rapport à la phrénitis: ‘Elles sont toutes des maladies dans le sens; mais si la maladie est à évolution lente et sans fièvre, on l’appelle
manie’, cela, dans son livre Des définitions.”
19 Summa Theologiae,IIª-IIªe, q. 158 a. 5.

20 Por ejemplo, cf. Super Sent.,l. IV, dist. 34, q. 1, a. 4; Summa Theologiae, IIIª, q. 68, a. 12, co.

21
Cf. PIGEAUD, La maladie..., p. 123: “L’histoire de la formation médicale du concept est beaucoup plus complexe que pou celui de
phrénitis et de manie. C’est que nous sommes devant plusieurs apories, qui concernent surtout la bile noire; car, comme son nom
l’indique, c’est une maladie qui met en évidence, de quelque façon que ce soit, l’humeur bile noire.”
22 Ibidem., p. 122: “En fait, nulle maladie n’a été aussi présente dans l’histoire de la culture, et l’on pourrait dire qu’elle est le véhicule et

le refuge des névroses où les médecins pensent reconnaître, sous un concept très flou et très variable en extension, les maladies les
plus diverses, et où les grands rêveurs de la mélancolie viennent soigner leur propre angoisse, en cherchant à mettre un nom à leurs
malaises. Ainsi s’est fabriquée une énorme littérature de la mélancolie.”
23
HIPÓCRATES, Aforismos, 6ª sección, #3, IV L 568 (citado por PIGEAUD, p. 124, nota 447)
24 El peripatético Problema XXX como dos momentos del mismo humor melancólico; cf. PIGEAUD, La maladie, pp. 129-133
algunos se llaman melancólicos, otros coléricos, y así siguiendo, según la proximidad
a los términos de la complexión de la especie humana [...]”25.
Desde el punto de vista psicológico, podemos encontrar muchos
textos. Me limito a citar uno:
Luego pone la segunda especie, cuando dice: Pero los amargos, etc. Y dice que son
llamados amargos en la ira aquellos cuya ira se disipa con dificultad, y permanecen
enojados mucho tiempo, porque retienen la ira en el corazón. Su ira sólo cesa cuando
devuelven la venganza por el castigo recibido, pues la punición hace descansar el
ímpetu de la ira, porque en lugar de la tristeza precedente causa placer, en cuanto se
deleita en la venganza.
Pero si no consiguen castigar, se afligen más gravemente en su interior, pues como no
manifiestan su ira, no pueden ser persuadidos por nadie a mitigar su ira, porque la
ignoran, y por eso es necesario que pase un largo tiempo para que digieran su ira, a
través del cual poco a poco se calme y extinga la ira encendida. Quienes de este modo
conservan la ira durante mucho tiempo, son muy molestos para sí mismos y sobre todo
para sus amigos, con los que no pueden convivir placenteramente, y por eso se los
llama amargos. A esta especie de exceso parecen estar dispuestos sobre todo los
melancólicos, en los que las impresiones recibidas permanecen más tiempo por la
solidez del humor26.

d) Otros trastornos
Contrariamente a lo que mucha literatura de historia de la psicopatología
pretende a veces hacer pensar, los autores medievales, y Santo Tomás en particular,
consideran a las enfermedades mentales como enfermedades en el sentido propio, y no
necesariamente como el efecto de una posesión demoníaca, como se viene de ver. Esto
no implica, por parte de Santo Tomás, la negación de la posibilidad de que la causa
demoníaca también se dé, aunque para ello los espíritus malignos se deban servir de las
leyes de la naturaleza. Explicando esto, Santo Tomás pone el ejemplo de los “lunáticos”.
El lunático es uno que cae en la locura en determinada fase del ciclo lunar. Se trata, para
Santo Tomás, de un fenómeno natural, que, como cualquier otro fenómeno natural, el

25Super Sent., lib. 2, d. 15, q. 2, a. 1, co: “[...] complexio debita corpori humano est complexio temperatissima; et tamen sunt multi
gradus temperamenti, secundum quos quidam dicuntur melancholici, quidam cholerici, et sic de aliis, secundum propinquitatem ad
terminos complexionis humanae speciei [...]”

26 Sententia Ethic., lib. 4, l. 13, n. 11: Secundam speciem ponit ibi, amari autem et cetera. Et dicit quod amari secundum iram dicuntur
quorum ira difficile solvitur; et diu irascuntur, quia retinent iram in corde. Tunc autem eorum ira quiescit, quando retribuunt vindictam
pro iniuria illata: punitio enim facit quiescere impetum irae, dum loco tristitiae praecedentis inducit delectationem, in quantum scilicet
aliquis delectatur de vindicta. Sed si hoc non fiat quod puniant, graviter affliguntur interius; quia enim non manifestant iram suam,
nullus potest persuadendo eorum iram mitigare quae ignoratur, sed cum hoc ad hoc quod eorum ira digeratur necessarium est longum
tempus per quod paulatim tepescat et extinguatur accensio irae. Tales autem, qui sic iram retinent diuturnam sunt sibiipsis
molestissimi et praecipue amicis cum quibus delectabiliter non possunt convivere, et propter hoc vocantur amari. Ad hanc autem
speciem superabundantiae maxime videntur disponi melancolici, in quibus impressiones susceptae diu propter humoris grossitiem
perseverant.”
demonio puede utilizar para influir sobre un individuo27. Pero atiéndase a que este tipo
de influencia puede darse también en enfermedades que no tengan síntomas mentales.

En todo caso, puede llamar la atención de quien no conozca el rigor de Santo


Tomás el que, al referirse a enfermedades como la epilepsia, no se encuentren
menciones a la influencia demoníaca y se las considere simple y sencillamente como
enfermedades. Respecto de la epilepsia, observa Krapf:
Otra enfermedad orgánica que menciona Tomás de Aquino es la epilepsia. A este respecto se
adhiere, en lo esencial, a la información que pudo recoger de la literatura clásica: “Quidam
morbus, qui vocatur epilepsia, qui est morbus caducus, it propter multas evaporationes
ascendentes ad cerebrum. Talis morbus est similis somnus; quia cum deberet somnus naturalis fieri
propter super abundantiam vaporum densorum descendentium et obtenebrantium venas, quod
arteria, per quam fit respiratio vitae, intantum stringitur, quod pene deficit spiralem vitae, et ita fit
per somnus morbus. Unde et frequentius dormientibus accidit talis passio, et raro vigilantibus” 28.
Sin querer insistir en detalles, es digno de destacar hasta qué punto prevalece en esta teoría el
criterio vasomotor, hoy tan en boga, y cuán interesante resulta la relación establecida entre la
epilepsia y el sueño.”29

Aunque no sean propiamente enfermedades, sino problemas constitucionales, es


necesario mencionar también las inclinaciones contra natura, de la concupiscencia y de
la ira, de las que se ocupa Santo Tomás al comentar el Libro VII de la Ética Nicomáquea.
Como la causa de estos desórdenes puede ser no sólo orgánica sino también “psíquica”,
tanto para Aristóteles como para Santo Tomás, me ocuparé de ellas en un próximo
artículo30.

2. La enfermedad psicosomática La enfermedad (en sentido estricto) psico-somática

En el mentado comentario al l. VII de la Ética, el Aquinate llama a un determinado


desequilibrio “aegritudo animalis”31. ¿Qué significado tiene esta expresión? ¿Cuál es la

27 Cf. Super Evangelium Matthaei, c. IV, l. 3: “Lunatici proprie dicuntur qui patiuntur infirmitatem cuiusdam amentiae in defectu lunae:
et tunc arripiuntur a Daemonibus. Et diabolus tunc magis affligit propter duas rationes. Unam assignat Hieronymus, et est ut infamet
creaturam dei; et hoc etiam fit in effectibus magicae artis, qua invocantur Daemones sub certis constellationibus et Daemones veniunt
ad hoc ut extollant creaturam, et inducant ad idololatriam. Secunda ratio est melior, quia diabolus non potest aliquid, nisi per virtutes
corporis. Non est autem dubium, quod corpora inferiora immutantur secundum diversas immutationes corporum superiorum. Et ideo
tunc diabolus invocatus libenter venit, quando videt superiora corpora operari ad illum effectum pro quo invocatur. In defectu autem
lunae, sicut patet, humiditates deficiunt; et ideo defectus lunae facit ad talem infirmitatem, quando terra non abundat humoribus; et
ideo diabolus tunc magis vexat: et hoc est et lunaticos.”
28 En realidad, a quien está citando Krapf es a ADAM DE BUCKFIELD, In De somno et vigilia, l. 5. En Santo Tomás las referencias a la

epilepsia o “morbus caducus” no entran en demasiados detalles; cf. Summa Theologiae IIIª, q. 14 a. 4 co; Super Sent., lib. 4 d. 27 q. 2 a.
3 ad 3.
29 KRAPF, Tomás de Aquino..., pp. 37-38

30 Sorano y Celio Aureliano, que claramente tienden a atribuir un origen orgánico a prácticamente todas las enfermedades mentales, sin

embargo consideran a la homosexualidad como un vicio del alma y, en cuanto tal, ajeno a la competencia del médico, y propio del
tratamiento filosófico.; cf. PIGEAUD, La maladie..., pp. 120-122
31 Sententia Ethic, lib. 7, l.5, n. 7: “Exemplificat de his quae fiunt contra naturam delectabilia ex consuetudine. Et dicit, quod quibusdam

accidunt innaturales delectationes propter interiorem aegritudinem vel corruptionem provenientem ex consuetudine. Sicut quidam
propter consuetudinem delectantur evellere sibi pilos, et corrodere ungues, et comedere carbones et terram, nec non et uti coitu
naturaleza de esta aegritudo animalis? ¿Es aegritudo en sentido propio o analógico?
¿Qué significa allí “animalis”? Me parece que hay dos maneras posibles de entender la
expresión aegritudo animalis. En este apartado me referiré al primero de ellos. El otro lo
dejo para el tercer artículo de este estudio32.Si se entiende aegritudo como “enfermedad”
en el sentido estricto, se podría llamar aegritudo animalis a toda enfermedad causada
por una pasión animal. Santo Tomás, siguiendo a la medicina de su tiempo (no se trata
de algo original suyo), habla de algunas enfermedades causadas por excesos pasionales,
como grandes tristezas (la tristeza es la emoción que daña más al cuerpo, y que por eso
es más propiamente “pasión”), una gran concupiscencia o incluso por excesos de
alegría. Estas citas son un ejemplo de ello:
La tristeza, es la que más daña al cuerpo de todas las pasiones del alma. La razón es que la
tristeza se opone a la vida humana en cuanto a la especie de su movimiento y no sólo en
cuanto a la medida o cantidad, como las demás pasiones.
Pues la vida humana consiste en cierto movimiento, que desde el corazón se difunde
hacia los otros miembros, movimiento que conviene a la naturaleza humana según una
cierta determinada medida. Por lo tanto, si se impidiera el proceso de este movimiento,
repugnaría a la vida según su especie. En todas las pasiones del alma se debe atender que
la transmutación corporal, que es su aspecto material, es conforme y proporcionado al
movimiento del apetito, que es lo formal; como en todas las cosas la materia es
proporcionada a la forma. Las pasiones del alma que comportan un movimiento del
apetito para conseguir algo (como el amor, el gozo, el deseo, etc.) no repugnan al
movimiento vital según la especie, aunque puedan contradecirlo por su exceso. Y por eso,
según su especie ayudan a la naturaleza del cuerpo, aunque lo puedan dañar si son
excesivas. Pero las pasiones que comportan un movimiento del apetito de fuga o
retracción, repugnan al movimiento vital no sólo si son excesivos, sino también
específicamente, y por eso son absolutamente dañinos: como el temor y la desesperación,
y sobre todo la tristeza, que oprime al alma por un mal presente, cuya sensación es más
fuerte que la de un mal futuro33

masculorum. Omnia autem praedicta, quae sunt contra natura delectabilia, possunt reduci ad duo. Quibusdam enim accidit ex natura
corporalis complexionis, quam acceperunt a principio. Quibusdam vero accidunt ex consuetudine, puta quia consueverunt ad
huiusmodi a pueritia. Et simile est de his qui in hoc incidunt ex aegritudine corporali. Nam prava consuetudo est quasi quaedam
aegritudo animalis.” ibidem n. 12: “quaedam enim sunt sunt dispositiones bestiales propter perniciosam naturam, quaedam vero
aegritudinales quae sunt propter aegritudinem corporalem vel animalem quae est ex mala consuetudine.”

32 De este tema, sin embargo, ya me he ocupado en publicaciones anteriores; cf. M. F. ECHAVARRÍA, “Principios filosóficos para una
teoría de la enfermedad psíquica”, Actas de la XXXII Semana Tomista “Filosofía del Cuerpo”, Buenos Aires 2007; “La enfermedad
psíquica (aegritudo animalis) según Santo Tomás”, en Proceedings of the International Congress on Christian Humanism in the Third
Millennium: The Perspective of Thomas Aquinas, Pontificia Academia Sancti Thomae Aquinatis, Vatican City 2006, pp. 441-453; “Santo
Tomás y la enfermedad psíquica”, en aa. vv., Bases para una psicología cristiana, Ediciones de la Universidad Católica Argentina, Buenos
Aires 2005, 113-152; La praxis de la psicología y sus niveles epistemológicos según Santo Tomás de Aquino, Documenta Universitaria,
Girona 2005, 444-451.
33 Summa Theologiae, Iª-IIªe,q. 37, a. 4, co: “Respondeo dicendum quod tristitia, inter omnes animae passiones, magis corpori nocet.

Cuius ratio est, quia tristitia repugnat humanae vitae quantum ad speciem sui motus; et non solum quantum ad mensuram seu
quantitatem, sicut aliae animae passiones. / Consistit enim humana vita in quadam motione, quae a corde in cetera membra
diffunditur, quae quidem motio convenit naturae humanae secundum aliquam determinatam mensuram. Si ergo ista motio procedat
ultra mensuram debitam, repugnabit humanae vitae secundum quantitatis mensuram; non autem secundum similitudinem speciei. Si
autem impediatur processus huius motionis, repugnabit vitae secundum suam speciem. Est autem attendendum in omnibus animae
passionibus, quod transmutatio corporalis, quae est in eis materialis, est conformis et proportionata motui appetitus, qui est formalis,
sicut in omnibus materia proportionatur formae. Illae ergo animae passiones quae important motum appetitus ad prosequendum
Si la concupiscencia quita totalmente la cognición, como sucede en los que por la
concupiscencia se vuelven dementes, se seguiría que la concupiscencia quitaría lo
voluntario”34
“La pasión del apetito sensitivo mueve a la voluntad desde esa parte en que la voluntad es
movida por su objeto, es decir, en cuanto el hombre dispuesto de algún modo por la
pasión, juzga que algo es conveniente y bueno, que fuera de la pasión no juzgaría ser tal.
Este tipo de inmutación del hombre por la pasión sucede de dos modos. Primero, como
sucede en los que por una ira o una concupiscencia vehemente se hacen furiosos o
dementes, como también, por alguna otra perturbación corporal; pues estas pasiones no
acaecen sin transmutación corporal. Y para estos vale el mismo discurso que para los
animales brutos, que siguen necesariamente el ímpetu de la pasión, pues en ellos no hay
ningún movimiento de la razón, y en consecuencia tampoco de la voluntad” 35. “Pero si las
pasiones crecen tanto que quitan totalmente el uso de la razón, como sucede en los que
por la vehemencia de las pasiones caen en la demencia, no permanece la razón de
continencia ni de incontinencia, porque no se salva en ellos el juicio de la razón, que el
continente conserva y el incontinente abandona” 36.

“Porque las cosas que son muy pequeñas se reputan casi como inexistentes, por eso, de
un cuarto modo se llaman pasiones, no cualquier alteración nociva, sino las que producen
un gran daño y una gran tristeza. Porque también una alegría excesiva se hace nociva,
como cuando, por exceso de alegría, algunos se han muerto o enfermado. Y de modo
semejante, la sobreabundancia de prosperidad se transforma en un daño para aquellos
que no saben usarla bien”37.
“Esas cosas que son deleitables no-naturalmente, algunas son producidas por carencias, es
decir por algunas enfermedades corporales que sobrevienen, o también por tristezas
animales, por las cuales la naturaleza es transmutada hacia otra disposición” 38

aliquid, non repugnant vitali motioni secundum speciem, sed possunt repugnare secundum quantitatem, ut amor, gaudium,
desiderium, et huiusmodi. Et ideo ista secundum speciem suam iuvant naturam corporis, sed propter excessum possunt nocere.
Passiones autem quae important motum appetitus cum fuga vel retractione quadam, repugnant vitali motioni non solum secundum
quantitatem, sed etiam secundum speciem motus, et ideo simpliciter nocent, sicut timor et desperatio, et prae omnibus tristitia, quae
aggravat animum ex malo praesenti, cuius est fortior impressio quam futuri.”

34 Summa Theologiae, Iª-IIªe, q. 6, a. 7, ad 3: “Ad tertium dicendum quod, si concupiscentia totaliter cognitionem auferret, sicut
contingit in illis qui propter concupiscentiam fiunt amentes, sequeretur quod concupiscentia voluntarium tolleret”
35 Summa Theologiae, Iª-IIªe, q. 10, a. 3, co: “Respondeo dicendum quod, sicut supra dictum est, passio appetitus sensitivi movet

voluntatem ex ea parte qua voluntas movetur ab obiecto, inquantum scilicet homo aliqualiter dispositus per passionem, iudicat aliquid
esse conveniens et bonum quod extra passionem existens non iudicaret. Huiusmodi autem immutatio hominis per passionem duobus
modis contingit. Uno modo, sic quod totaliter ratio ligatur, ita quod homo usum rationis non habet, sicut contingit in his qui propter
vehementem iram vel concupiscentiam furiosi vel amentes fiunt, sicut et propter aliquam aliam perturbationem corporalem; huiusmodi
enim passiones non sine corporali transmutatione accidunt. Et de talibus eadem est ratio sicut et de animalibus brutis, quae ex
necessitate sequuntur impetum passionis, in his enim non est aliquis rationis motus, et per consequens nec voluntatis”.
36 Summa Theologiae, IIª-IIªe, q. 156, a. 1, co: “Si vero passiones adeo increscant quod totaliter auferant usum rationis, sicut accidit in

his qui propter vehementiam passionum amentiam incurrunt, non remanebit ratio continentiae neque incontinentiae, quia non
salvatur in eis iudicium rationis, quod continens servat et incontinens deserit”.
37 “Et quia illa, quae sunt modica, quasi nulla reputantur, ideo quarto modo dicuntur passiones, non quaecumque nocivae alterationes,

sed quae habent magnitudinem nocumenti, sicut magnae calamitates et magnae tristitiae. Quia etiam excedens laetitia fit nociva, cum
quandocumque propter excessum laetitiae aliqui mortui sint et infirmati; et similiter superabundantia prosperitatis in nocumentum
vertitur his qui ea bene uti nesciunt”
38
Sententia Ethic., lib. 7, l. V, n.3: “Eorum vero quae sunt delectabilia non naturaliter, quaedam fiunt propter orbitates, idest propter
aliquas supervenientes aegritudines corporales, aut etiam tristitias animales, ex quibus transmutatur natura ad aliam dispositionem.
Así como algunos enferman por una pasión corporal producida por un agente físico,
como hemos explicado en el artículo anterior, algunos pueden enfermar por una pasión
animal. Pero enferman en el sentido estricto de la palabra enfermedad. Se da entonces
una alteración corporal (que en el caso de las pasiones es, para Santo Tomás, un
calentamiento o enfriamiento de la sangre en torno al corazón) que desequilibra el
organismo, enfermándolo. Esta pasión del alma puede ser excesiva porque es contraria
al orden de la recta razón; pero también, permaneciendo dentro de la recta razón,
puede producir enfermedad por una predisposición precedente del cuerpo. En este
campo caen las hoy llamadas “enfermedades psicosomáticas”, y todo desequilibrio
corporal “psicógeno”, entre los que podría haber alguno que afectara, a su vez, las
facultades psíquicas39 (pero, atención, no toda enfermedad psicosomática es
necesariamente mental; las pasiones pueden producir también otras enfermedades).
Todas estas son enfermedades “animales”, porque son causadas por los movimientos
corporales que son parte material de todo acto apetitivo sensitivo. Con términos
modernos podríamos decir que se pueden llamar animales (o psíquicas) aquellas
enfermedades (en el sentido estricto de la palabra) que consisten en un desequilibrio
biológico consiguiente a actos emocionales negativos o intensos; como si uno cayera en
una depresión después de pasar muchos momentos intensamente duros, o en
trastornos de ansiedad después de períodos de un estrés muy fuerte; etc.

Conclusiones

Hemos visto que en la obra de Santo Tomás hay muchas referencias al tema de la
enfermedad mental, entendiendo aquí por enfermedad el estado de desequilibrio
orgánico causado por la alteración de las cualidades sensibles, como se ha explicado en
un artículo precedente. Santo Tomás sigue, con notable conocimiento para un lego en
39 A este tipo de enfermedades parece reducir Mario Sacchi el conjunto de las enfermedades “mentales” (competencia de la
psiquiatría); cf. M. E. SACCHI, “El sujeto de la psiquiatría”, en Sapientia, L (1995) 382: “Las enfermedades de incumbencia de la
psiquiatría adquieren la actualidad con que inhieren nocivamente en sus sujetos merced al ejercicio de un movimiento apetitivo”; ib.
384: “Lo novedoso de esta teoría tomista estriba en que con ella las enfermedades de interés psiquiátrico han sido definidas y
especificadas con exactitud a través de la compenetración de la inteligibilidad de su misma esencia, es decir, como alteraciones
defectuosas de los movimientos del apetito sensitivo. En cuanto involucran una cierta corrupción del sujeto por la pérdida de una
disposición que le es natural, son verdaderas alteraciones defectuosas que introducen una morbositas, aegrotatio o infirmitas en el
paciente [...]. Si no se vigilara circunspectamente esta relación de causalidad –una relación por la cual los agentes patógenos de las
afecciones del apetito sensitivo se vinculan con sus efectos-, no habría modo alguno de poder establecer la condición propia de las
enfermedades que la psiquiatría procura sanar”. ¡Ojalá las cosas fueran así de sencillas! Pero lo cierto es que ni la psiquiatría se ocupa
sólo de enfermedades psicógenas, pues muchas de ellas parecen proceder de una pasión física y no animal; ni sólo atiende las psicosis y
las neurosis (ib. p. 381), más allá de que estas denominaciones estén hoy sujetas a serias críticas; ni es tan pacífico que todas ellas
consistan principalmente en un desequilibrio del apetito sensitivo (piénsese en los trastornos cognitivos de la paranoia o de la
esquizofrenia –delirios, alucinaciones-, que parecen sus síntomas principales). El estatuto epistemológico de la psiquiatría sigue siendo
ambiguo, no menos que el de la psicología y la psicoterapia (que no es sinónimo de psiquiatría, como tiende a afirmar este autor). La
psiquiatría comienza como especialidad médica moderna como aquella parte de la medicina que se ocupa de los “alienados mentales”.
El “alienista”, el psiquiatra, es al principio el médico que cura a los que están encerrados en un asilo para enfermos mentales, más allá
de la causa de esa “alienación”. De allí surgen conflictos de competencias, no sólo (a partir de mediados del siglo XX) con los psicólogos
clínicos, sino también con otras especialidades médicas como la neurología y la endocrinología.
medicina, las concepciones “psiquiátricas” de su tiempo, como se pudo comprobar a
partir de las referencias hechas a la tradición médica greco-latina y árabe.

Por otro lado, también en línea con la medicina de su tiempo y con penetración
psicológica asombrosa, Santo Tomás considera que puede haber enfermedades (de
nuevo, en el sentido estricto de este término) que sean psíquicas, en cuanto su origen
está en el ejercicio de las pasiones, que son
hilemórficas. Lo formal en las pasiones es el
movimiento animal, pero éste va siempre
acompañado, como de su principio material, por Para conocer más de
una transmutación orgánica, que puede originar éste tema visita:
la alteración que provoca la enfermedad. A estos
https://prezi.com/xurikxr7xm
desequilibrios se los podría denominar aegritudo
mc/sto-tomas-de-aquino-y-san-
animalis, enfermedad animal o psíquica. Pero, a agustin-de-hipona/
mi juicio, este no es el sentido que Santo Tomás
da a esa expresión. Esto se ve claramente en la
frase antes citada a pie de página: “prava
consuetudo est quasi quaedam aegritudo animalis” (“una mala costumbre es como
cierta enfermedad animal”).

Aquí no se dice que la costumbre sea causa de la enfermedad, sino que ella misma es
“casi” (quasi) una “cierta” (quaedam) enfermedad animal. Aunque, como he señalado en
el presente artículo, este es un tema del que ya me he ocupado en escritos anteriores, mi
intención es definirlo mejor y distinguirlo de los trastornos mencionados aquí, en una
tercera parte de este estudio. Se trata de un punto en el que Santo Tomás es original,
aun dependiendo, como su punto de inspiración, del texto aristotélico. El tema, más allá
de su indudable interés histórico, puede ser de utilidad también para definir mejor en la
actualidad el rol del psicólogo en cuanto psicoterapeuta, pues entre los trastornos que
pueden ser aegritudo animalis, Santo Tomás menciona muchos de los que hoy se
colocan en las categorías de neurosis y trastorno de la personalidad (fobias, parafilias,
sadismo, etc.), que suelen ser campo de acción de la psicoterapia.i

i
MartínF. Echavarría es Profesor de Historia de la Psicología y Vicedecano de Psicología
de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universitat Abat Oliba CEU (Barcelona). E-mail:
echavarria@uao.es.
Recibida: 20 de diciembre de 2008.
Aceptado para su publicación: 18 de marzo de 2009.
SAN AGUSTÍN

Tomado de: Historia de la Filosofía 2º Bachillerato del IES Francisco Giner de los Ríos

MARCO HISTÓRICO, SOCIOCULTURAL Y FILOSÓFICO

San Agustín es el principal representante de la Patrística y su obra supone una


admirable aproximación entre la filosofía platónica y la fe cristiana.
Históricamente la vida de San Agustín (354-430) coincide con la decadencia del
Imperio Romano de Occidente que quedó definitivamente dividido a la muerte del
emperador Teodosio en el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente. Entre las
causas de su caída podemos citar la amenaza exterior de los pueblos bárbaros, el
desmembramiento político, la crisis económica, el descontento social y la anarquía
militar. El hecho histórico más importante es la privilegiada situación institucional en
que queda el Cristianismo a partir del siglo IV. El reconocimiento en el 313 de la
libertad religiosa por Constantino y Licinio pone al Cristianismo en situación de
igualdad frente a las otras religiones y es el paso previo a su transformación en
religión oficial del Imperio en virtud del Edicto de Tesalónica de 380. A partir de este
momento, con el emperador Teodosio, el Imperio se convierte en un Estado
confesional: la religión cristiana es impuesta por el poder a sus súbditos, se prohíbe
el paganismo, se clausura o destruye sus templos y se persigue la herejía. La Iglesia
llegó a constituir una sociedad particular dentro del Estado con organización y
bienes propios. Los últimos emperadores la favorecen e intentan apoyarse en ella
para dar cohesión al Estado, aunque desde luego no faltan los conflictos internos
manifestados en la proliferación de herejías.
Desde el punto de vista cultural la actividad científica decae notablemente en favor
del pensamiento religioso y de las controversias sobre los principales dogmas del
cristianismo (la Trinidad, la figura de Jesucristo, la Virgen María, el pecado original) y
la lucha contra las herejías: arrianismo (el Hijo de Dios no es igual al Padre),
nestorianismo (niega la divinidad de Jesucristo), pelagianismo (negó el pecado
original y la necesidad de redención).
En lo filosófico destacan el neoplatonismo de Plotino y la Patrística. Se conoce con el
nombre de Patrística a los primeros pensadores cristianos que vivieron entre los
siglos I al VI. Fueron obispos en su mayoría y su principal objetivo fue la creación de
una filosofía cristiana mediante una sistemática adaptación de la filosofía griega. El
pensamiento de la Patrística persiguió:
-Fijar el contenido doctrinal y la ortodoxia religiosa de la Iglesia en lucha contra las
múltiples herejías surgidas en el seno del propio cristianismo.
-Defender la ortodoxia religiosa frente a los ataques del paganismo y de las herejías
internas.
-Transmitir y difundir la doctrina cristiana entre los no creyentes.

PRINCIPALES LÍNEAS DEL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN

1. EL CONOCIMIENTO (EPISTEMOLOGÍA):

El problema de las relaciones entre la razón y la fe como fuentes de conocimiento


es, sin duda, una de las cuestiones más importantes tanto para la Patrística como
para los filósofos de la Edad Media. Razón y fe son dos fuentes de conocimiento:
-La razón: Fuente natural de conocimiento para el ser humano. Produce
la filosofía, conjunto de verdades a las que se llega investigando por
medio de nuestra propia razón.
-La fe: Fuente de conocimiento sobrenatural. Produce la Teología
Revelada, conjunto de verdades reveladas por la autoridad de los libros
sagrados.
Para San Agustín razón y fe colaboran en el esclarecimiento de la única verdad que
existe, el cristianismo. Una verdad a la que se puede acceder por dos caminos: la
razón, que nos acerca a ella parcialmente, y la fe, que nos la da a conocer en
plenitud. Por lo tanto, fe y razón no sólo son compatibles sino que, además, la
verdadera religión es también la verdadera filosofía ya que la filosofía, si es correcta y
no se desvía de la verdad, estará necesariamente de acuerdo con los contenidos de
la fe. Esta colaboración se realiza del modo siguiente:
-La fe ilumina a la razón y la precede ya que es preciso creer para poder
entender, puesto que la razón humana es limitada sólo la fe permite
entender todas las preguntas relativas a Dios, al mundo y al hombre.
-Pero, por otro lado, la fe se vale de la razón ya que la comprensión
racional de la doctrina cristiana es la forma más elevada y auténtica de la
fe. La verdadera fe del cristiano no debe limitarse a la fe ciega del
ignorante. Esa es la tarea que se propone San Agustín: la comprensión
racional de la revelación cristiana.

Para San Agustín, el logro de un conocimiento pleno y absoluto consiste en una


dialéctica ascendente que consta, como en Platón, de las siguientes etapas:

-Conocimiento sensible: Compartido por el hombre con los animales, es el


grado más bajo del saber, no puede considerarse un conocimiento fiable
y válido debido a la inestabilidad de las cosas sensibles y a que los sentidos
corporales son imperfectos y engañosos.
-Conocimiento racional inferior: Es el conocimiento propio de las ciencias
particulares (física, biología...). En parte es sensible ya que se refiere a las
cosas del mundo y en parte es racional ya que aspira a verdades
generales o universales.
-Conocimiento racional superior: Es el conocimiento inteligible,
puramente racional. Trata sobre las esencias, verdades absolutas,
necesarias y eternas.

San Agustín sitúa las ideas o esencias eternas e inmutables en la mente de Dios
(Platón las había situado en el Mundo de las Ideas), ya que si son eternas e
inmutables, no pueden tener su origen en el alma humana, finita y limitada, sino
sólo en la inteligencia divina. Para resolver el problema de cómo el alma puede
conocer tales ideas si están en la mente de Dios, San Agustín elabora la Teoría de la
iluminación (Platón elaboró la teoría de la reminiscencia). Según esta teoría, el
conocimiento intelectual de las ideas o verdades eternas es posible porque Dios las
ha puesto en el alma y nos permite comprenderlas iluminando nuestro
entendimiento superior, que así puede alcanzar unos conocimientos que
sobrepasan con mucho sus facultades.
La teoría de la iluminación está inspirada en la Idea de Bien platónica como el sol
que ilumina el mundo inteligible, teoría compatible con el dogma cristiano que
identifica a Cristo con la luz que ilumina al hombre en el mundo.

2. EL PROBLEMA DE DIOS (TEOLOGÍA)

Para San Agustín la razón puede demostrar la existencia de Dios mediante ciertas
pruebas o argumentos:
-Argumento histórico. Todos los pueblos han creído en la existencia de
un Ser Supremo.
-Argumento psicológico. El ser humano descubre con absoluta
evidencia a Dios en su alma, prueba segura y firme de su existencia.
-Argumento cosmológico. El orden interno del Universo es la prueba
palpable de la existencia de su creador.
-Argumento epistemológico. Solo es posible explicar las ideas
permanentes y eternas en mi alma, ser finito y contingente, si las ha
puesto allí un ser infinito y necesario que además me permite conocerlas
mediante la iluminación de mi inteligencia.
Sobre cómo es Dios (su esencia y sus características) San Agustín afirma:
- Nunca podremos alcanzar un conocimiento pleno de Dios, siendo Él
infinito y nuestro entendimiento finito.
-Dios es el creador de todo ya que crea a partir de la nada siguiendo
como modelo las ideas o esencias de todas las cosas presentes en su
mente desde la eternidad. Esta doctrina sobre la Creación está inspirada
en Platón. Pero mientras que el Demiurgo platónico tiene dos
condicionamientos, la materia eterna y las ideas que son superiores a él,
en el caso de San Agustín Dios no tiene ningún condicionamiento pues
las ideas se encuentran en Él y la materia es también creada por Él.
-Dios es inmutable, Uno, Perfecto y es el sumo Bien.

3. EL HOMBRE (ANTROPOLOGÍA O PSICOLOGÍA)

En la estructura jerárquica de la creación, las más nobles criaturas creadas por Dios
son los ángeles. A continuación está el ser humano, pero mientras que el ángel es
espíritu puro, el ser humano es un compuesto de materia y espíritu, es decir, de
cuerpo y alma.
San Agustín adoptó y adaptó el dualismo antropológico de Platón y su visión del ser
humano, afirmando que: El ser humano es un compuesto de cuerpo y alma, es ésta
la que nos hace semejantes a Dios. El alma humana es espiritual, simple e inmortal
(existe separada del cuerpo). Es principio vital e intelectual (la vida y el conocimiento
racional dependen del alma). Se encuentra unida accidentalmente a un cuerpo
mortal.
Agustín sin embargo no cree que el alma esté unida al cuerpo como un castigo,
idea que supone que el cuerpo es malo en sí mismo. La razón es que según el
cristianismo Dios no crea el mal, por tanto no puede haber creado un cuerpo malo.
Ahora bien, aunque el cuerpo no es malo, sí puede ser un obstáculo para la
salvación a consecuencia del pecado original. La salvación del alma es el fin último
del ser humano y se logra con la búsqueda y reencuentro con Dios para lo cual hay
que apartarse de los efectos moralmente perniciosos del pecado original sobre el
cuerpo.
En cuanto al problema del origen del alma, San Agustín negó la teoría platónica de
la preexistencia y transmigración de las almas por ser contraria al dogma cristiano y
dudó entre dos teorías alternativas: el traducianismo y el creacionismo.

-El traducianismo afirma: el alma es engendrada por los padres al


igual que el cuerpo en el momento de la concepción y pasa de los
padres a los hijos. Esta teoría explica el pecado original, mancha
que se transmite de padres a hijos desde el primer pecado de
Adán y Eva. Pero no explica cómo los padres transmiten el alma a
los hijos.
-El creacionismo afirma: el alma es engendrada completamente
por Dios cuando es engendrado un nuevo ser humano. El
problema de esta teoría es que entonces Dios crea almas con el
pecado original, por tanto imperfectas.

Por lo que respecta al destino final del alma, consiste en el encuentro con Dios tras
la muerte del cuerpo. Ahora bien debido al pecado original, el alma no puede
salvarse por sus propios méritos, necesita la gracia divina, un don que Dios otorga a
cambio de la fe. Mediante la gracia, el alma, supera los efectos del pecado original y
es impulsada de forma sobrenatural a la unión definitiva con su creador.
El alma, lleva a cabo sus funciones mediante tres facultades: memoria, que hace
posible la reflexión; entendimiento que permite la comprensión (incluye la razón
inferior y la razón superior); voluntad que permite el amor.

4.- ÉTICA (MORAL):

La ética de San Agustín es una síntesis de platonismo y cristianismo.


El fin último de la vida humana es la consecución de la felicidad y ésta consiste en la
salvación. Es decir, la felicidad no es asequible en la existencia terrena y sólo puede
alcanzarse en la otra vida, en el encuentro con Dios. Para salvarse hay que practicar
la virtud que consiste en dar primacía al alma sobre el cuerpo. El principal obstáculo
para conseguirlo son los deseos corporales (concupiscencia) y la ignorancia, ambos
efectos del pecado original.
La virtud se logra con el amor a Dios, del cual surge el amor a nuestros semejantes,
y con el conocimiento o esfuerzo permanente de la razón por alcanzar las verdades
eternas. Además para alcanzar la virtud se necesita la ayuda de la gracia divina, un
don sobrenatural que Dios otorga gratuitamente a cambio de una fe auténtica.
San Agustín se interesó también por la existencia del mal (en qué consiste, de
dónde proviene y por qué lo permite Dios). Según él, Dios no puede haber creado
algo malo, Dios sólo crea cosas buenas, por tanto, lo que llamamos mal es
simplemente una carencia o privación de ser. Respecto al mal moral, el que el
hombre hace, es decir el pecado, es la consecuencia del libre albedrío. Dios nos ha
hecho libres y por ello nuestras buenas acciones tienen gran valor pero como
contrapartida también podemos escoger obrar mal. Es la libre voluntad de cada
uno la que escoge cómo obrar. Se rompe así con el Intelectualismo Ético de los
griegos que hacía depender el obrar bien del conocimiento del bien.

5. POLÍTICA: LA SOCIEDAD Y EL ESTADO

San Agustín escribió La Ciudad de Dios para defender al cristianismo de la


acusación formulada por los paganos de que la religión cristiana era la principal
responsable de la decadencia y desaparición del Imperio Romano.
Al igual que Platón, comienza con un análisis de la naturaleza humana: el ser
humano está compuesto de cuerpo y alma; en consecuencia, hay en el hombre
unas tendencias e intereses terrenales y materiales, unidos al cuerpo; y unos
intereses espirituales y sobrenaturales, propios del alma.
La historia de la humanidad, sus sucesivas civilizaciones y Estados, siempre ha estado
dominada por este conflicto de intereses que San Agustín expresa con la metáfora
de las dos ciudades:
-De un lado, la Ciudad Terrena, basada en el predominio de los intereses
mundanos, formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí
mismos y llegan hasta el desprecio de Dios.
-De otro, la Ciudad de Dios, basada en el predominio de los intereses
espirituales, formada por aquellos hombres que aman a Dios por encima de
sí mismos. Está Representada por la Iglesia visible (jerarquía eclesiástica) e
invisible (comunidad de fieles), y, por último, como culminación, por el
imperio cristiano.
San Agustín, no separa política y religión, ya que si un Estado aspira a la justicia
social debe convertirse en un Estado cristiano, pues sólo el cristianismo hace buenos
a los hombres. Añade que la Iglesia es la única comunidad perfecta y claramente
superior al Estado que debe inspirarse en ella.
San Agustín admitió la legitimidad del Estado para exigir al cristiano obediencia a las
leyes civiles (de acuerdo con la máxima evangélica de dar al César lo que del César
y a Dios lo que es de Dios); sin embargo, su obra es el punto de partida de una
reivindicación que será fuente de constantes conflictos históricos: la supremacía del
poder espiritual sobre el temporal, es decir, la superioridad del poder del Pontífice
sobre el Emperador que debe estar al servicio del reino de Dios en el mundo, es
decir, de la Iglesia.
UNIDAD II: INICIOS DE LA PSICOLOGÍA

WILHELM WUNDT, EDWARD TITCHENER Y EL


ESTRUCTURALISMO
Wilhelm Wundt estaba interesado en el estudio de las experiencias mentales.
Empleo un método llamado introspección o el cuidadoso autoexamen y reporte de
las experiencias conscientes de la persona. Por ejemplo, el presentaba objetos a las
personas como fruta, y les pedía describir sus impresiones o percepciones del objeto
en términos de su forma, color o textura, y como sentían el mismo al tocarlo. O
pedía a los sujetos que olieran una esencia y describieran las sensaciones o
sentimientos que dicha esencia provoca en ellos. De esta manera Wundt y sus
alumnos buscaban dividir las experiencias mentales en las partes que las componen
– sensaciones, percepciones, y sentimientos-, y después descubrir las reglas que
determinan como se combinan estos elementos para producir el rango completo
de experiencias conscientes.

Edward Titchener (1867-1927), un inglés que fue discípulo de Wundt, llevó las
enseñanzas y los métodos de introspección de su maestro a Estados Unidos y a
otros países de lengua inglesa. La escuela de la psicología identificada con Wundt y
Titchener fue conocida como estructuralismo, un enfoque que intentaba definir la
estructura de la mente al dividir la experiencia mental en las partes que la
componen. Los estructuralistas buscaron diseñar una tabla periódica de los
elementos de la conciencia, de manera muy semejante a cuando los químicos,
algunos años antes, construyeron la tabla periódica de los elementos (Willingham,
2007).

El primer estadounidense que trabajo en el laboratorio experimental de Wundt fue


el psicólogo G. Stanley Hall (1844-1924) (Johnson, 2000). En 1892, hall fundó la
American Psychological Association (APA), actualmente la organización más grande
de psicólogos en Estados Unidos, y fungió como su primer presidente. Nueve años
antes, en 1883, Hall estableció el primer laboratorio de psicología en Estados
Unidos, en la Universidad John Hopkins (Benjamin, 2000). Resulta claro que Hall
desempeñó una función definitiva como padre de la psicología de aquel país. Por lo
regular ese honor se le ha adjudicado al afamado psicólogo estadunidense William
James.

WILLIAM JAMES Y EL FUNCIONALISMO

William James (1842-1910) fue capacitado como médico, pero realizó importantes
contribuciones tanto a la psicología como a la filosofía. A pesar de emplear la
introspección cambio su enfoque hacia las funciones de la conducta. A diferencia
de los estructuralistas no creía que la experiencia consciente debiera ser dividida en
elementos separados. En lugar de ello, sostenía que la experiencia mental puede
comprenderse mejor en términos de las funciones o propósitos para los que sirve.

James creo el funcionalismo, la escuela de la psicología que se enfoca en como la


conducta ayuda a los individuos a adaptarse a las demandas que enfrentan en el
ambiente. Mientras los estructuralistas se ocupan en comprender la estructura de la
mente humana, los funcionalistas se dedicaban a estudiar las funciones de los
procesos mentales (Willingham, 2007). Los funcionalistas examinaban el rol de las
funciones de los procesos mentales, es decir, por qué hacemos lo que hacemos. Por
ejemplo, James creía que desarrollamos hábitos, como las maneras características
de emplear una cuchara o un tenedor, porque estos utensilios nos permiten
desempeñarnos con mayor eficacia para satisfacer las numerosas necesidades que
enfrentamos en la vida diaria.

JOHN WATSON Y EL CONDUCTISMO

A principios del siglo XX, una nueva fuerza en la psicología adquirió relevancia. Se le
llamo conductismo y su credo era que la psicología debía limitarse al estudio de la
conducta evidente que los observadores pudieran registrar y medir. El fundador del
conductismo fue el psicólogo estadunidense John Broadus Watson (1878-1958).
Razono que, dado que no es posible observar los procesos mentales de otra
persona, la psicología nunca avanzaría como ciencia, a menos que eliminara los
conceptos mentalistas como mente, conciencia, pensamiento y sentimiento.
Rechazó a la introspección como método de búsqueda científica y propuso que la
psicología se convirtiera en una ciencia de la conducta, no de los procesos
mentales. A este respecto, compartía con el antiguo filósofo griego Aristóteles la
creencia en que la ciencia debía basarse en sucesos observables. El problema de la
introspección es que no hay manera de observar de manera directa las experiencias
mentales de un individuo o saber cómo los sentimientos o sensaciones de una
persona se comparan con los de alguien más. Watson conminó tanto a sus colegas
psicólogos como científicos a enfocarse en lo que podemos observar, es decir,
respuestas, reflejos y otras conductas observables.

Watson creía que el ambiente moldea las conductas de los seres humanos y de
otros animales. Incluso alardeo que si tuviera el control de las vidas de los bebés,
podría determinar el tipo de adultos en que se convertirían:
Denme una docena de bebés saludables, bien formados, y mi propio mundo especifico
para criarlos, y les garantizo que elegiré a cualquiera de ellos al alzar y lo instruiré para
convertirse en cualquier tipo de especialista que yo pudiera sugerir: médico, abogado,
comerciante en jefe y, sí, incluso limosnero y ladrón, sin importar sus talentos, predilecciones,
tendencias, capacidades, vocaciones ni la raza de sus ancestros (Watson, 1924).
Nadie, desde luego, aceptó el desafío de Watson, de manera que nunca sabremos
cual hubiera sido el destino de “una decena de bebés saludables” bajo su
definición. Los psicólogos de la actualidad, sin embargo, creen que el desarrollo
humano es mucho más complejo de lo que él pensaba. Muy pocos opinan que
hubiera tenido éxito en el desafío que propuso.

Para la década de 1920, el conductismo se había convertido en la escuela principal


de la psicología en Estados Unidos, y continuo siendo la fuerza dominante en la
psicología estadounidense durante varias generaciones. Su popularidad se debió,
en gran medida, al trabajo del psicólogo de la Universidad de Harvard, B.F. Skinner
(1904-1990). Skinner estudio como se forma la conducta mediante recompensas y
castigos, las consecuencias ambientales que siguen a respuestas especificas. Mostro
que podía entrenar animales para desarrollar comportamientos simples al
recompensar respuestas particulares. Entonces, por ejemplo, una rata podía
aprender a presionar una barra, y una paloma, a oprimir un botón, si obtenían una
recompensa de raciones de alimento por estas respuestas. También demostró como
las conductas más complejas podían ser aprendidas y mantenidas por medio de la
manipulación de las recompensas, a las cuales llamó reforzadores. En algunas de
sus demostraciones más pintorescas del uso del reforzamiento, entrenó a una
paloma para que oprimiera la tecla de un piano de juguete, y a un par de palomas
a jugar una especie de ping-pong, en el cual las aves hacían rodar una pelota de
ida y vuelta entre ellas. Estos métodos pudieron ser utilizados para enseñar a un
mapache a lanza una pelotita como en el basquetbol, aunque es probable que el
tiro de tres puntos esté más allá de su alcance.

A pesar de que Skinner estudio principalmente a palomas y ratas, creía que los
mismos principios de aprendizaje que observó en los animales de laboratorio
podían aplicarse también a los seres humanos. Skinner declaró que la conducta
humana es producto de las consecuencias ambientales, como sucede en otros
animales. Todo lo que hacemos, desde decir “discúlpeme” cuando estornudamos
hasta asistir a clases o prepararnos un emparedado, representa respuestas
aprendidas por medio del reforzamiento, aunque no podemos esperar recordar las
múltiples ocasiones de reforzamiento implicadas en la adquisición y conservación de
dichas conductas.

MAX WERTHEIMER Y LA PSICOLOGÍA DE LA GESTALT

Más o menos en la época en la cual Watson conminaba a los psicólogos a


abandonar el estudio de la mente, otro joven psicólogo, el alemán Max Wertheimer
(1880-1943), llevaría al incipiente campo de la psicología hacia una dirección
diferente. En 1910, Wertheimer viajaba en tren con su familia a través de Alemania
central para tomar unas vacaciones en los territorios del rio Rhin (Hunt, 1993). Lo
que vio desde el tren lo llevaría a fundar la psicología de la Gestalt, escuela que
estudia las maneras en que el cerebro organiza y estructura nuestras percepciones
del mundo.

Lo que cautivo a Wertheimer en el tren fue la ilusión de que los objetos a distancia-
postes de telégrafo, casas y las cimas de las colinas- parecían moverse con el tren, a
pesar de que era evidente que
estaban inmóviles. Incontables
personas han observado el mismo
fenómeno de movimiento aparente,
Para aprender más consulta:
pero le han prestado muy poca
atención.  Psicología - Sigmund Freud - Analysis of a
Mind . Disponible en:
A Wertheimer le intrigo descubrir https://www.youtube.com/watch?v=GlBwF5V
HVVA
por qué ocurría ese fenómeno. Tuvo
 Introducción a la psicología:
la idea de que la ilusión no era una http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/12
jugarreta del ojo sino que reflejaba 917/1/Tema%201.%20Introducci%C3%B3n%
procesos de nivel superior del 20a%20la%20Psicolog%C3%ADa..pdf
 Brennan, James. Historia y sistemas de la
cerebro que creaban la percepción
psicología. Disponible en:
de movimiento. Pronto Wertheimer http://wikinidiapsi.wikispaces.com/file/view/
canceló sus vacaciones e inicio HISTORIA+Y+SISTEMAS+DE+LA+PSICOLOG%
estudios experimentales sobre el C3%8DA.pdf
 Textos de apoyo didáctico “Historia de la
fenómeno con dos asistentes, Psicología”:
Wolfgang Köhler (1887-1967) y Kurt http://www.psicol.unam.mx/pdf1/Historia%2
Karfka (1886-1943). Sus estudios los 0de%20la%20Psicologia%20Alvarez%20Diaz...
pdf
condujeron a descubrimientos sobre
la naturaleza de la percepción, es
decir, los procesos por medio de los
cuales el cerebro organiza las impresiones sensoriales para formar representaciones
o percepciones significativas del mundo que nos rodea.

Los psicólogos de la Gestalt rechazaron la creencia estructuralista de que la


experiencia mental podía ser comprendida al desglosarla en las partes que la
componen. La traducción aproximada de la palabra alemana Gestalt es “forma
unitaria” o “patrón”. Los psicólogos de la Gestalt creen que el cerebro organiza
como vemos el mundo, de manera que todo lo percibimos unificado u organizado
y no una suma de fragmentos o piezas individuales de experiencias sensibles. La
muy conocida máxima de la Gestalt de que “el todo es más que la suma de las
partes” expresa su filosofía fundamental.
LA EVOLUCIÓN Y LA PSICOLOGÍA

Capitulo 9: Psicología de la adaptación, en Historia de la psicología.


Esta psicología fundacional ha demostrado ser la más duradera e influyente en la
psicología académica. El enfoque que los psicólogos académicos, primero en
Inglaterra y posteriormente en Estados Unidos, han encontrado más atractivo y útil
es el de la psicología basada en la evolución, ya sea lamarckiana o darwinista.
Toda teoría evolucionista plantea dos cuestiones que pueden generar programas
de investigación psicológica:
1) La cuestión de la especie. Si el cuerpo y el cerebro son producto de la evolución orgánica,
cabrá preguntarse de qué modo esta herencia determina el pensamiento y la conducta de
los organismos. Esta pregunta conduce a la psicología comparada, a la etología y a la
psicología evolucionista, que estudian las diferencias entre las especies en cuanto a sus
capacidades mentales y conductuales

2) La cuestión del individuo. En individuo se va desarrollando pero, ¿en qué sentido puede
considerarse que su adaptación psicológica al medio es análoga a la evolución orgánica?
Esta cuestión nos lleva al estudio del aprendizaje, que se orienta a descubrir cómo se ajusta
el individuo a su entorno.

Ambas cuestiones están interrelacionadas. Si las diferencias entre las especies no son
muy grandes, se necesitarán diferentes psicologías de la adaptación individual para
las distintas especies. Si, por el contrario, las diferencias entre las especies son
pequeñas, entonces resultarán aplicables a todos los individuos las mismas leyes del
aprendizaje independientemente de la especie a la que pertenezcan.

EL ORIGEN DE LA PSICOLOGÍA DE LA ADAPTACIÓN EN GRAN BRETAÑA


La psicología lamarckiana: Herbert Spencer (1820-1903)
Spencer escribió su obra antes que Darwin, integró el asociacionismo y la fisiología
sensomotriz con la evolución lamarckiana. Por consiguiente, anticipó la psicología
de la adaptación.
En 1854 Spencer escribió: “La implicación inevitable, si la doctrina de la evolución es
cierta, es que se puede llegar a conocer y comprender la mente sólo con observar
cómo ha evolucionado”.
He aquí el punto de partida de la psicología de la adaptación.
Con respecto al individuo, concebía el desarrollo como un proceso por el cual las
conexiones entre las ideas llegaban a reflejar con exactitud las conexiones entre los
sucesos dominantes y el entorno. Estas conexiones entre las ideas se establecían por
contigüidad. En general, el análisis que hace de la mente individual es propio de un
asociacionismo atomista.
Al igual que Bain, Spencer intentó deducir las leyes de la asociación mental a partir
de la constitución sensomotriz del sistema nervioso y del cerebro. Lo que añade a
las ideas de Bain es su concepción evolucionista, entendiendo el desarrollo de la
mente como un ajuste adaptativo a las condiciones del entorno.

Spencer describía el cerebro humano como un registro organizado de infinitas


experiencias.
Esta concepción tiene dos importantes consecuencias:
1) Los reflejos e instintos innatos son simplemente hábitos asociativos tan bien aprendidos
que han pasado a formar parte del legado genético de la especie. Tales hábitos pueden no
haber sido adquiridos durante la vida del individuo, pero lo pueden haber sido a lo largo de
la vida de la especie de acuerdo con las leyes de la asociación. Las ideas innatas ya no tenían
por qué aterrorizar a los empiristas.

2) Las diferencias entre los procesos mentales de las distintas especies se reducen al número
de asociaciones que puede llevar a cabo el cerebro. Todos los cerebros funcionan del
mismo modo, por asociación, y difieren cuantitativamente, por la riqueza de sus
asociaciones. Por lo tanto, su respuesta a la cuestión de la especie consiste en negar la
existencia de diferencias cualitativas, tanto dentro de una misma especie como entre
especies, y en reconocer sólo la existencia de diferencias asociativas de carácter cuantitativo.

La psicología comparada iba a dirigirse al estudio del aprendizaje y a orientarse a la


cuantificación de una única dimensión de “inteligencia” asociativa a lo largo del cual
pudieran ordenarse las especies. Sus conclusiones fueron:
-‐Si el cerebro no es más que un mecanismo asociativo de estímulos y respuestas
inicialmente vacío, este tipo de estudios podrían realizarse en laboratorio sin tener en cuenta
el medio propio del organismo estudiado.

-‐Si todos los organismos aprenden del mismo modo, los resultados de los estudios sobre los
procesos de aprendizaje simples en animales, con su precisión, rigor y replicabilidad, podrán
extenderse sin grandes modificaciones al aprendizaje del ser humano.

Spencer aplicó sus ideas evolucionistas a los problemas sociales contemporáneos


(darwinismo social). Postulaba que los gobiernos no deberían intervenir intentando
ayudar a los pobres, los débiles y los desvalidos, para que la selección natural
siguiera su curso en el género humano.
La psicología darwinista
Darwin y el ser humano
El objetivo de Darwin en El origen del hombre era mostrar que “el hombre
desciende de alguna otra forma de organización inferior”, una conclusión que, se
temía, iba a ser “sumamente desagradable para muchos”. En ella comparaba en
líneas generales la conducta humana y la animal.
Consideraba que Spencer ya había sentado las bases para una psicología
evolucionista. Sin embargo, su obra contrasta significativamente con los principios
de psicología de Spencer. Darwin siguió las líneas de pensamiento de la psicología
filosófica de las facultades, relegando la asociación a un segundo plano. También
concedió gran importancia o los efectos de la herencia.
Por otro lado, Darwin, coincidía con Spencer en que la naturaleza de las diferencias
entre las especies es cuantitativa, no cualitativa, y en que los hábitos bien
aprendidos pueden llegar a convertirse en reflejos innatos.
La principal diferencia consiste en que la psicología de Darwin es parte de una
biología evolucionista y materialista, mientras que la de Spencer, en contraste,
formaba parte de una amplia metafísica que tendía hacia el dualismo y postulaba la
existencia de algo “incognoscible” que siempre estaría fuera del alcance de la
ciencia. Darwin extirpó ese tumor metafísico de la psicología de la adaptación.
El espíritu de la psicología darwinista
Francis Galton fue primo segundo de Charles Darwin. El cuerpo de sus
investigaciones era tan ecléctico que no se puede considerar como un programa
de investigación, por lo que no se le puede considerar como psicólogo en el mismo
sentido que Wundt, Titchener o Freud. Pero Galton realizó importantes
contribuciones al desarrollo de la psicología de la adaptación. Amplió la psicología
para abarcar temas que Wundt había excluido ya que éste solo quería entender la
mente adulta y normal y Galton investigó sobre cualquier tipo de mente humana.
Spencer inició la psicología de la adaptación pero Galton la personificó. Su actitud
ecléctica tanto hacia los métodos como hacia el objeto de estudio, así como su uso
de la estadística, se convertirían a partir de entonces en características destacadas de
la psicología darwinista.
Galton guiado por la teoría de la evolución y especialmente por el concepto de
variación, se interesó por todos aquellos factores que diferencian a unas personas
de otras. El estudio de las diferencias individuales es una parte esencial de la ciencia
darwinista, porque sin variación no puede haber selección diferencial ni, por tanto,
perfeccionamiento evolucionista de las especies.
El perfeccionamiento de la especie humana era precisamente el objetivo de Galton.
Estaba convencido de que las diferencias individuales más importantes no eran
adquiridas. Su principal objetivo era demostrar que estas características son innatas,
y medirlas luego para que pudieran informar la conducta procreadora del ser
humano.
La eugenesia. El principal interés de Galton era el perfeccionamiento de los
individuos, y creía que la reproducción selectiva podría mejorar el género humano
con mayor rapidez que la educación.
El ascenso de la psicología comparada

Una psicología basada en la evolución debería requerir investigaciones orientadas a


comparar las diversas capacidades de las distintas especies animales. La psicología
comparada surgió en 1872 como la publicación de “La expresión de las emociones
en el hombre y en los animales” de Charles Darwin. En él examinaba los medios de
expresión emocional que poseen los seres humanos y los animales, señalando la
continuidad entre ellos y demostrando su universalidad en las distintas razas
humanas. Esta teoría era lamarckiana: “acciones que en un principio fueron
voluntarias se convierten pronto en habituales y finalmente en hereditarias,
pudiendo entonces ser ejecutadas incluso en contra de la voluntad”.

La incursión de Darwin fue continuada por George John Romanes con su obra
“Inteligencia animal”
(1883). Estudió las capacidades mentales de los animales e intentó determinar la
evolución gradual de la mente a lo largo de miles de años. Lloyd Morgan (su
albacea literario, ya que Romanes murió antes de terminar su obra) criticó la
sobreestimación de Romanes de la inteligencia animal.
Por analogía con su propio pensamiento, Romanes había atribuido con mucha
generosidad pensamientos complejos a los animales. Morgan, al formular lo que
desde entonces se ha llamado canon de Morgan, defendió que las inferencias que
se hicieran sobre la existencia de pensamiento animal deberían ser sólo las
estrictamente necesarias para explicar alguna conducta observada.
El último de los primeros fundadores británicos de la psicología comparada fue
Leonard T. Hobhouse que utilizó los datos de la psicología compara para construir
una metafísica general evolucionista. También realizó varios experimentos sobre el
comportamiento animal que, en algunos aspectos, anticiparon el trabajo de la
Gestalt sobre el insight animal, y que fueron diseñados en contra de la artificialidad
de los experimentos conductistas con animales.
Estos psicólogos comparados combinaron en sus teorías la psicología de las
facultades con el asociacionismo y recogieron algunos datos interesantes. Lo más
importante y controvertido de sus trabajos, sin embargo, fueron sus métodos y sus
objetivos.
Metodológicamente, la psicología comparada comenzó con el método anecdótico
de Romanes. Éste recopilaba anécdotas de la conducta animal que le
proporcionaban numerosos observadores con los que mantenía contacto; luego las
analizaba para obtener información verosímil y fiable que pudiera utilizar para
reconstruir el funcionamiento de la mente animal. El problema de este sistema s que
es muy fácil atribuir a los animales procesos mentales complejos que tal vez no
posean.
El canon de Morgan constituyó un intento de remediar este problema exigiendo
más prudencia a lo hora de realizar inferencias. Las inferencias objetivas son
legítimas, según Morgan, porque no dependen de la analogía, no son emocionales
y son susceptibles de ser verificadas después experimentalmente. Las inferencias
proyectistas, en cambio, no son científicamente legítimas porque son consecuencia
de atribuir nuestros propios sentimientos a los animales y no pueden ser evaluadas
con mayor objetividad.
LA NUEVA PSICOLOGÍA ESTADOUNIDENSE
La filosofía autóctona de Estados Unidos: El pragmatismo
El club metafísico
En 1871 y 1872 un grupo de jóvenes se reunían para hablar de la filosofía en la
época de
Darwin. Eran: Oliver Wendell Holmes, Chauncey Wright, Charles S. Peirce y William
James.
Los tres últimos fueron decisivos para la fundación de la psicología en Estados
Unidos. Wright articuló una de las primeras teorías conductuales estímulo-respuesta,
Peirce realizó los primeros experimentos psicológicos en el continente americano y
James sentó las bases de la psicología estadounidense en su obra “Principios de
psicología” (1890).
El fruto del Club Metafísico fue la única filosofía nacida en Estados Unidos: el
pragmatismo, un híbrido de las ideas de Bain, Darwin y Kant.
-‐De Bain tomaron la idea de que las creencias eran disposiciones para la acción.

-‐De Darwin aprendieron a considerar la mente como parte de la naturaleza y adoptaron la


teoría de la supervivencia de los más aptos como modelo para entender la mente.

Chauncey Wright (1830-1875)


Wright combinó la definición de Brain con la teoría de la selección natural de
Darwin y propuso que las creencias de las personas evolucionan exactamente de la
misma manera que las especies. A medida que maduramos, nuestras creencias
compiten para ser aceptadas, por lo que las creencias que resultan surgen de “la
lucha por la supervivencia entre todas nuestras creencias originarias”.
Ésta es la idea fundamental del enfoque individual de la psicología de la adaptación,
y si sustituimos “creencias” por “conductas”, estaremos anticipando las ideas
centrales del conductismo.
Wright también intentó demostrar cómo la conciencia era producto de una
evolución a partir de los hábitos sensomotores. La autoconciencia surgía cuando
una persona llegaba a darse cuenta de la conexión entre el estímulo y la respuesta.
Las ideas de Wright contribuyeron en gran medida a establecer la concepción de la
mente como parte de la naturaleza y apuntan a la importancia que la psicología
norteamericana iba a conceder en el futuro a la dimensión conductual.

Charles Saunders Peirce (1839-1914)


El resultado escéptico de las meditaciones del Club Metafísico fue que no se podía
estar totalmente seguro de ninguna creencia. A lo más que podía aspirar el ser
humano era a tener creencias que le condujeran a actuar con éxito en el mundo,
ya que la selección natural fortalece unas creencias y debilita otras en su lucha por
la aceptación. Darwin había demostrado que las especies evolucionan y el Club
Metafísico llegó a la conclusión de que la verdad, a diferencia de lo que creía Kant,
también evolucionaba. Así, lo único que quedaba para la epistemología era la
creencia pragmática de Kant, que Peirce redefinió como “la máxima pragmática”
reflejando las conclusiones del club.
En 1878 Peirce publicó esas conclusiones en un informe, “como hacer que nuestras
ideas sean claras”. Su idea principal era: “la regla para conseguir ideas claras es la
siguiente: considerar que efectos tiene, a nuestro entender, el objeto que
concebimos. Así la verdad de una creencia “reside exclusivamente en su posible
incidencia sobre la dirección de nuestra vida”.
La máxima pragmática de Peirce era revolucionaria porque renunciaba al viejo
objetivo platónico de establecer una filosofía fundacional y anticipó el giro
conductista que adoptaría la psicología norteamericana, al mantener que las
creencias se manifiestan siempre en la conducta, por lo que la reflexión sobre la
conciencia por la conciencia misma es inútil.
El psicólogo estadounidense: William James (1842-1910)
Los principios de psicología de James
La publicación en 1890 de su obra “Principios de psicología” fue un hito en la
historia de la psicología norteamericana y marcó el estilo de la psicología
estadounidense de entonces a hoy. James compaginaba los intereses habituales en
un fundador de la psicología: la fisiología y la filosofía. En sus principios, James
comenzó a desarrollar su filosofía pragmática.
Su método principal es la introspección ordinaria acompañada del “ingenio
diabólico” del experimentalismo alemán y de los estudios comparados de hombres,
animales y salvajes. Anticipándose a los psicólogos de la Gestalt, James afirmó que el
atomismo sensualista tomaba las partes discernibles de los objetos como si fueran
objetos permanentes de la experiencia, desmenuzando así de manera engañosa el
flujo de la experiencia.
Conceptos sobre la conciencia:

-‐El contenido de la conciencia es menos importante que lo que ésta hace.

-‐La principal función de la conciencia es elegir.

-‐La conciencia crea los fines del organismo y se pone al servicio de ellos. El
primer fin es la supervivencia mediante la adaptación al entorno.

-‐La conciencia elige al actuar siempre dirigida hacia algún fin.


La naturaleza de la conciencia es adaptativa en dos sentidos:
1) La conciencia dota de intereses a su poseedor y ha surgido porque sin ella
no podríamos adaptarnos al entorno.
2) La elección, depende del deseo de supervivencia. La conciencia surge
cuando los instintos y los hábitos no pueden hacer frente a nuevos retos.
Pero al mismo tiempo James defendía el camino de la fisiología y afirmaba que la
psicología debe ser “cerebralista”: “el cerebro es la condición corporal inmediata del
funcionamiento mental”. Esto parecía llevar a James a una contradicción: la
máquina cerebral tiene que elegir. James defendía que la conciencia incrementa la
eficacia de la máquina cerebral.
Como psicólogo de la conciencia, James quería explicar cómo y por qué surge la
emoción en la experiencia consciente. Para ello le dio un giro dinámico a la
concepción pasiva del cerebro al sostener que todo estímulo percibido actúa sobre
el sistema nervios para provocar automáticamente una respuesta corporal
adaptativa, aprendida o innata. Debido a que concebía el cerebro como un simple
dispositivo conector, no localizaba las emociones en el cerebro sino fuera de él, en
las vísceras (nudo en el estómago) y en los músculos que se ponen en
funcionamiento para que podamos reaccionar (salir corriendo).
Las emociones son estados corporales.
En términos más generales, James afirmaba que los estados mentales tienen dos
tipos de efectos corporales:
1) Si no existe algún tipo de inhibición, el pensamiento de un acto conduce
automáticamente a su ejecución.
2) Los estados mentales provocan cambios corporales internos, entre ellos
respuestas motoras encubiertas, cambios en la presión sanguínea,
secreciones glandulares y, tal vez, “procesos aún más sutiles”.
James se encontró atrapado en el mismo dilema que otros pensadores reacios a
creer en el mecanicismo: el dilema entre el sentimiento de libertad, que brota del
corazón, y la declaración científica de determinismo que hace el intelecto. Por su
experiencia personal, James se hallaba profundamente comprometido con el libre
albedrío. No obstante, en su psicología, comprometido con el cerebralismo, se vio
prácticamente obligado a aceptar el determinismo como la única concepción de la
conducta científicamente aceptable.
Se resistió fieramente a esta conclusión, denunciando las concepciones mecanicistas
de la conducta humana y, como hemos visto, proclamando que la conciencia
decretaba la supervivencia y gobernaba el cuerpo. Tras escribir los
Principios James abandonó la psicología por la filosofía en 1892 y desarrolló su
propia variante del pragmatismo.
El legado de James a la psicología
James había escrito su obra: Principios de psicología, con el deseo de, “al tratar la
psicología como una ciencia natural, contribuir a que llegue a serlo”.
La teoría cerebralista de la acción refleja posee un valor inestimable porque, al
considerar la conducta como el producto de impulsos y hábitos motores
fisiológicamente arraigados, se orienta hacia “el control y la predicción prácticos”
que constituyen el objetivo de todas las ciencias naturales. La psicología ya no
debería considerarse como parte de la filosofía, sino como “una rama de la
biología”. En los Principios se ocupaba de la atención, un proceso importante
mediante el cual, al parecer, decidimos libremente prestar atención a unas cosas y a
otras no. James se ocupó también del futuro de la psicología como disciplina
aplicada. Lo que la gente quiere, decía, es una psicología práctica que indique
cómo actuar, que sea relevante para la vida. Las ideas verdaderas son las ideas
relevantes para vivir. La siguiente tarea de James, pues, fue el desarrollo pleno de la
filosofía típica de Norteamérica: el pragmatismo. A mediados de las década de 1890
comenzaron a perfilarse los signos distintivos de una nueva psicología de carácter
genuinamente americano. Los contenidos mentales estaban perdiendo relevancia
en comparación con las funciones mentales. Esta nueva psicología funcional era el
fruto natural del darwinismo y de la nueva experiencia americana. La mente, la
conciencia, no existiría si no sirviera a las necesidades adaptativas de que la posee.
En este universo heraclíte o lo único constante y eterno era el cambio y, la única
realidad de la experiencia era el ajuste al cambio.

El pragmatismo de James El pragmatismo había nacido con la actitud


rigurosamente científica de Peirce como una manera de determinar si los conceptos
humanos tenían algún contenido empírico. Ya había quedado claro que no había
platónicas verdades eternas, pero al ser humano le resulta difícil vivir sin una
certidumbre. Con su pragmatismo, James propuso un nuevo tipo de certidumbre,
ofrecía un método que, más que descubrir verdades, las hacía, y al reformular el
pragmatismo de Peirce incluyó en él los aprendizajes emocionales que éste no
podía aceptar.
En su obra Pragmatismo (1895), James, aseguraba que las ideas carecían de valor, o
más exactamente, de sentido, a menos que influyesen en nuestras vidas. Una idea
sin consecuencias era inútil y sin sentido. James fue más allá de Peirce al afirmar que
la verdad de una idea debía ponerse a prueba contrastándola con su concordancia
con todas las experiencias del sujeto (sin omitir nada). Según James: “las ideas se
convierten en verdaderas en la medida en que nos ayudan a entablar relaciones
satisfactorias con las demás partes de nuestra experiencia”.
Por lo tanto, el criterio de verdad de James era mucho más amplio que de Peirce y
podía aplicarse a cualquier concepto por fantasioso o metafísico que pareciese. Los
psicólogos funcionalistas y sus herederos, los conductistas, depreciarían igualmente
el intelecto. El aprendizaje y la resolución de problemas pronto se explicarían en
términos de ensayos y errores ciegos con sus correspondientes recompensas y
castigos, no en términos de una actividad cognitiva dirigida.

EL ESTABLECIMIENTO DE LA PSICOLOGÍA ESTADOUNIDENSE


La nueva y la vieja psicología
En Estados Unidos, a la psicología experimental se la llamó “nueva psicología” para
distinguirla de la “vieja psicología” de los realistas escoceses del sentido común.
Para los seguidores norteamericanos de los escoceses, la psicología es la “ciencia del
alma” y su método, la introspección ordinaria, revela “el alma como una emanación
divina y creada a la imagen de Dios”. La tarea de la psicología será mostrar qué son
las facultades, y la de la filosofía moral mostrar cómo deben utilizarse para lograr sus
fines. No es de extrañar que los partidarios de la vieja psicología se mostraran
recelosos ante la nueva psicología, que llevaba el estudio de la mente a los
laboratorios e investigaba la conexión entre los estados mentales y los procesos
nerviosos.
Tras la guerra de secesión, la educación superior se secularizó en alguna medida y
la balanza intelectual se inclinó hacia el naturalismo de la nueva psicología. Harvard
tuvo su primer doctor en filosofía en un discípulo de James: Stanley Hall. Su
psicología iba mucho más lejos que la de Wundt e incluía, de un modo ecléctico
típicamente norteamericano, estudios experimentales sobre los procesos mentales
superiores, antropología y psicopatología o “fenómenos morbosos”. Hall también
cultivó enérgicamente la psicología evolutiva, impulsó el movimiento para el estudio
de la infancia y acuñó el término adolescencia. En los “campos de batalla”
académicos la nueva psicología derrotó a la vieja, convirtiendo la psicología en una
ciencia naturalista y objetiva. Sin embargo, el espíritu de la vieja psicología
transformó profundamente la nueva psicología, alejándola de la limitada
experimentación con sensaciones y percepciones realizada en los laboratorios y
reorientándola hacia los estudios socialmente útiles sobre la persona en su totalidad.
Los escoceses y sus seguidores norteamericanos siempre habían dado más
importancia al uso de la mente que a sus contenidos.

La experimentación era algo nuevo en la psicología norteamericana, pero los


psicólogos estadounidenses han conservado hasta hoy el interés de los escoceses
por la actividad mental y por hacer de la psicología una ciencia útil a la sociedad y al
individuo.
Hacia el futuro: la percepción y el pensamiento sólo existen por la conducta
En 1892, la psicología norteamericana estaba ya en marcha mientas que en Europa
la psicología científica avanzaba a un ritmo muy lento. La psicología norteamericana
no iba a ser la tradicional psicología de la conciencia. Después de la llegada de la
evolución a la psicología, la tendencia a estudiar la conducta en vez de la
conciencia fue abrumadora.
Tradicionalmente, los filósofos, se habían ocupado del conocimiento humano, de
cómo formamos las ideas y cómo sabemos si son verdaderas o falsas.
Por el contrario, en un contexto biológico y evolucionista, las ideas sólo son
importantes si conducen a la acción. La esencia de la psicología de la adaptación
era la idea de que la mente es importante para la evolución porque lleva a realizar
acciones eficaces y, por lo tanto, es adaptativa.
La psicología de la adaptación, continuó siendo, sin embargo, la ciencia de la vida
mental, no la ciencia de la conducta. Bajo la tendencia principal del mentalismo, sin
embargo, fluía una tendencia secundaria que se dirigía al estudio de la conducta.
Con el tiempo, esta corriente secundaria se convirtió en la corriente principal y,
finalmente, en una inundación que prácticamente hizo desaparecer la Ciencia de la
Vida Mental.
LA EVOLUCIÓN DEL CONDUCTISMO
Por: Mariano Yela
El conductismo es el intento más ambicioso y tenaz de la historia de la psicología -y
tal vez en toda la historia de la ciencia- de construir un sistema científico
estrictamente lógico y objetivo y el proyecto más ilusionado de mejorar con su
aplicación, eficaz y comprobablemente, la conducta humana.

1. Una promesa incumplida

El conductismo es el intento más ambicioso y tenaz de la historia de la psicología -y


tal vez en toda la historia de la ciencia- de construir un sistema científico
estrictamente lógico y objetivo y el proyecto más ilusionado de mejorar con su
aplicación, eficaz y comprobablemente, la conducta humana.

No es extraño que el libro de Watson, Behaviorism (1925), el primero en que se


expusieron coherentemente ambas pretensiones, fuera saludado como «quizás el
libro más importante que se ha escrito nunca. Uno se queda por un instante
cegado por una gran esperanza »1.

Esa gran esperanza ha durado algo más de un instante. Ha seguido alumbrando y


«cegado» -como dice Mackenzie (1977, p. XI)- a muchos de los más importantes
psicólogos e inspirado miles de los más rigurosos e influyentes trabajos en
psicología, durante medio siglo.

Watson lo había pronosticado en el artículo Psychology, as the behaviorist views it


(1913), que constituye el manifiesto a la vez fundacional y misionero del
conductismo: Toda la psicología previa había sido inadecuada y estéril por no
atenerse a lo observable, que es lo propio de la ciencia. El conductismo se atiene a
ello. Los cincuenta años, más o menos, de tanteos inciertos de la psicología
introspectiva precedente, dejarán paso, por fin, con el nuevo enfoque, a un
progreso continuado y seguro de la psicología como ciencia natural teórica y
aplicada. Y, efectivamente, durante otros cincuenta años, menos o más, se ha
seguido esperando y buscando, por la vía conductista, ese progreso y esa
seguridad. Pero, después de ese nuevo medio siglo, no parece, sin embargo, que la
esperanza se haya cumplido. A partir de 1950 se inicia el desaliento en las mismas
filas conductistas y, en ellas y en todos los demás, cunde y se generaliza después.
Hoy, la desilusión es casi completa.

Desde hace algunos años se vienen haciendo a Watson y al conductismo los


mismos o parecidos reproches que Watson hizo a la psicología anterior.

Staats, tal vez el psicólogo actual que con más ahínco e ingenio trata de unificar las
diversas corrientes conductistas en un sistema común, hace poco se lamentaba de
que «en conclusión, se puede decir que actualmente el campo del aprendizaje (y el
de la Psicología, en general) consiste en buena parte en intentos desorganizados y
en grandes separatismos. Está (todavía) en un estadio precientífico en el que
abundan las idiosincrasias...» (1970, p. 234).

Staats, después de sesenta años de frustrada esperanza, confía aún en el futuro de


un nuevo conductismo. No está sólo. Pero la mayoría ha dejado de confiar. Bower,
otro experto del aprendizaje -el tema conductista por excelencia- reconoce «la
tendencia del conductismo hacia análisis menudos y al estudio de unidades
pequeñas de la conducta en condiciones artificiales». Y añade: «Se ha argumentado
que las conductas más complejas, como el pensamiento y la solución de problemas,
se entenderán más fácilmente una vez que se comprendan mejor las conductas
simples en condiciones especialmente abreviadas (p.e., aprendizaje de rutina, ratas
que aprenden laberintos, etc.). Después de treinta o cuarenta años sin avances
notables en nuestra comprensión de las capacidades de la mente, tal argumento ha
comenzado a sonar con tintineos engañosos» (Hilgard y Bower, 1976, p. 465).

Otro psicólogo, que también viene del conductismo y hace lo posible por no
alejarse mucho de él acaba de firmar lo mismo en el campo de la psicología
aplicada: «La...modificación de conducta lleva consigo contradicciones y
complejidades que representan muchos de los mismos problemas que la posición
sistemática de las terapias de condicionamiento había intentado evitar» (Kanfer,
1978, p. 11).

Desde la perspectiva de la psicología social, Berkowitz reconoce, con cierta


amargura, que, incluso las más autorizadas antologías de los años sesenta, como los
Studies in Social Psychology, patrocinados por la American Psychological
Association, no contienen ya ni un solo artículo sobre los enfoques conductistas en
la formación y cambio de actitudes (1970, p. 291).

Otros van más lejos. Ya ni se quejan. Constatan la muerte del conductismo y, a pesar
de haber sido formados en él, celebran su defunción. Así, entre otros muchos,
Lashley, Pribram o Gilgen. «La psicología, después de pasar por un período de
mentalismo prematuro (1860-1915) y un período de provechoso, pero limitado,
conductismo (1915-1970), entra ahora, si mi análisis es correcto, en período de
mentalismo maduro caracterizado por procedimientos fiables para el estudio del
funcionamiento total (conductual y mental) del organismo. Las investigaciones y el
pensamiento de Pribram, que pueden ser descritos como una psicología cognitiva
físico-conductual, son un buen ejemplo de este desarrollo» (Gilgen, 1970, p. 5; víd.
Pribram, 1970).

Empiezan, en fin, a publicarse trabajos, dentro de la psicología anglosajona, que no


sólo certifican el fracaso del conductismo como sistema, sino que tratan de mostrar
que este fracaso era intrínsecamente inevitable. El reciente libro de Mackenzie
(1977) tiene ese exclusivo objeto.

¿Qué significa esta extraña aventura del conductismo? He tratado diversos aspectos
del tema en otras ocasiones (Yela, 1948, 1958, 1963, 1974, 1975a, 1975b, 1979). En
ésta procuraré ceñirme al título del trabajo: la evolución del conductismo. Aunque
tal vez un título mejor sería, con permiso de Gibbon, «Grandeza, declive y caída del
imperio conductista».

2. Las grandes fases del conductismo

Creo que en la evolución del conductismo pueden distinguirse, grosso modo, las
cinco fases siguientes:

La del nacimiento y difusión, de 1910 a 1930, representada por Watson y


caracterizada por el objetivismo antimentalista de lo que pudiera llamarse el
conductismo clásico, contestatario, dogmático y programático.

La era de las teorías, de 1930 a 1950, en la que, admitido y depurado el nuevo


enfoque, se elaboran los grandes sistemas -Hull, Tolman, Guthrie, Skinner-
caracterizados por el objetivismo positivista de lo que cabe denominar el
neoconductismo sistemático.

La fase de la crisis, entre 1950 y 1960. Está representada, primero, por una crítica
interna, según la cual los intentos conductistas habrían resultado defectuosos por
no cumplir adecuadamente las reglas objetivas en que pretendían basarse: es el
argumento principal de la célebre obra colectiva Modern Learning Theory (Estes et
al., 1954). La segunda crisis es, en gran parte, opuesta; intenta mostrar que la
insuficiencia del conductismo se debe, más bien, a la insuficiencia de sus propias
reglas y a la pretensión de ajustarse demasiado tercamente a ellas: los argumentos
de este tipo, incluidas las confesiones de mea culpa de los grandes conductistas,
abundan en la enciclopedia dirigida por Koch, Psychology: A study of a Science,
cuyos primeros volúmenes aparecieron en 1959.

De entonces acá es más difícil abarcar el panorama y distinguir las etapas. Los
trabajos son demasiado numerosos, variados y cercanos. Es, en general, la época
del declive y la caída del conductismo como sistema, aunque siga siendo una
fuente importante de inspiración, al menos metodológica, y aunque alcance
incluso, un tanto paradójicamente, un nuevo período de esplendor en la psicología
aplicada.

Hará falta esperar algún tiempo para esclarecer con cierta seguridad esta etapa. A
mi juicio, cabe distinguir en ella, tentativa y provisionalmente, dos fases, sobre todo
en lo que a la teoría fundamental se refiere. La fase del declive, en que se pasa del
conductismo sistemático a la psicología de la conducta: se rechaza cada vez más la
interpretación conductista del comportamiento, pero suele retenerse la conducta,
diversamente interpretada, como el objeto de la psicología. Y la fase de la caída, en
que la inmensa mayoría de los psicólogos, incluso muchos de los que siguen
llamándose, de forma más o menos metafórica, conductistas, consideran la
conducta, no como el objeto único, ni en muchos casos el objeto principal, de la
investigación psicológica, sino como una de las vías y, en general, la fundamental,
para la verificación de las hipótesis psicológicas.
Consideremos brevemente cada una de estas fases.

3. El nacimiento del conductismo: Watson

La psicología, como ciencia autónoma, nace con Wundt en la segunda mitad del
siglo XIX.

Surge en la tradición del paralelismo psicofísico, descendiente legítimo de la filosofía


cartesiana. Distingue dos realidades irreductibles entre sí: la conciencia, inextensa,
cualitativa, subjetiva y privada, accesible solo por introspección, y el cuerpo, extenso,
cuantitativo y mecánico, objetivo y públicamente observable (Yela, 1963).

Wundt elabora sistemáticamente un cierto método introspectivo para el examen de


la propia conciencia y el análisis de sus contenidos, estados y procesos. La
conciencia, así examinada, aparece como una estructura de elementos -
básicamente, sensaciones y afectos- coordinados en diversos conjuntos mediante
leyes de asociación y síntesis, al modo de una física o una química mental.

La pretensión de Wundt es científica y objetiva. La introspección ha de articularse,


complementaria y congruentemente, con la observación de las condiciones
externas y fisiológicas, y todo ello someterse a los procedimientos usuales de la
ciencia: observación sistemática en circunstancias experimentales previamente
preparadas y controladas, públicas y repetibles, y admisión exclusiva de los datos,
relaciones y leyes obtenidas en estas condiciones y reiteradamente confirmados por
los demás investigadores.

La psicología wundtiana pasa al mundo anglosajón, al que se adapta de muy


diversa manera. En Inglaterra se incorpora, sobre todo, a la corriente darwiniana en
la que se subraya predominantemente, no tanto las cualidades subjetivas y privadas
de la conciencia, cuanto la búsqueda de las capacidades y operaciones mentales
necesarias para explicar los grados evolutivos de la adaptación del ser vivo a su
ambiente. Así, por ejemplo, los trabajos de Galton o Spearman, en psicología
humana, y, más directamente, los de Romanes y Lloyd Morgan en psicología animal
y comparada.

En América, por obra principal de Titchener, se mantiene más fielmente la psicología


de Wundt. Por una parte, se acentúa incluso, en la escuela estructuralista, el
carácter sensista, elementalista y asociativo de la conciencia - el "is" de la
consciousness-; por otra, se considera más bien, en la escuela funcionalista y muy
particularmente en el campo de la psicología animal, su valor utilitario -el "is for" de la
conciencia-.

Watson, en los primeros años del siglo XX, comienza a trabajar en la corriente de la
psicología animal funcionalista, característicamente representada por las
investigaciones de Small, Angell y el mismo Watson (1903, 1907). Las pretensiones
de objetividad, propias de toda ciencia empírica, y patentes ya en Wundt, se habían
acentuado, especialmente en psicología animal, donde no cabe obtener informes
introspectivos de los sujetos. De las observaciones naturalistas y anecdóticas de
Romanes (1882), se había pasado el control más riguroso de Lloyd Morgan (1894,
1900) y a los trabajos estrictos de laboratorio de Thorndike (1898) o Small (1899-
1900), en situaciones experimentales cada vez más simples y controladas. El
psicólogo va limitándose progresivamente a describir los estímulos que constituyen
la situación del animal -cajas experimentales y laberintos-, las respuestas motoras del
organismo y las asociaciones regulares entre unos y otros que se observan de
hecho en la conducta. A esta descripción se añade finalmente un análisis de la
experiencia subjetiva del animal, de las sensaciones y afectos que en su conciencia
acontecen, para explicar psicológicamente la conducta observada.

En estos trabajos resulta cada vez más clara -y más artificiosa- la dualidad de
procedimientos y el empobrecimiento de los mismos en que había venido a parar,
no del todo inconsecuentemente, el inicial dualismo wundtiano.

Por una parte, un análisis de los estímulos manipulados del ambiente, de los
movimientos del animal y de los factores externos que controlan las variaciones
observadas de su conducta. Todo ello perfectamente objetivo, público, repetible y
confirmable empíricamente.

Por otra parte, una descripción de la experiencia interna del animal, de las
sensaciones, afectos, impulsos y asociaciones que ocurren en su conciencia privada.
Todo ello inferido por analogía con la conciencia humana, y, en el fondo, aunque
más o menos plausible, puramente supuesto, de precisión indeterminada y, sin
remedio, incomprobable. Todo ello, además y tal vez sobre todo, perfectamente
inútil. Pues a la descripción objetiva previa de la conducta del animal, de la que ya
se ha dado cuenta y razón mediante el control de los factores externos, sólo se
añade después, por pura inercia de escuela, una repetición de lo mismo, en
lenguaje mental.

Watson que, como dije, empezó a trabajar según este procedimiento, termina por
rechazar, con razón, el añadido mental gratuito y supérfluo. Lo que rechaza es el
análogo de la conciencia analítica y sensista de Titchener, en los estudios de
psicología animal. Lo que admite, es lo que queda en estos estudios, cuando se
prescinde de esa conciencia: la conducta observable. Entiéndase bien, la conducta
observable que correspondía a aquella conciencia elementalista y sensista,
justificadamente rechazada; es decir, la conducta como movimiento físico: los
estímulos y las respuestas elementales sentidos, sin el añadido de la cualidad privada
de esas sensaciones.

Se comprende, por lo dicho, que Watson tiene razón sobrada para prescindir de
ese duplicado mental inverificable. Pero Watson no se queda ahí. Da varios pasos
más, cuya justificación es menos clara. Alega argumentos pertinentes para rechazar
como inútil la superflua referencia a una conciencia animal análoga a la conciencia
humana revelada por el introspeccionismo de Wundt y de Titchener. Sin examen
detenido similar, extiende luego este rechazo, más bien dogmáticamente, de la
psicología animal a toda posible psicología y de la conciencia titcheneriana a toda
posible conciencia, a toda posible actividad mental y a toda posible introspección.
No examina temáticamente, por ejemplo, como hubiera debido, el método
introspectivo de Wurzburg (Kulpe, Binet, Woodworth), los varios tipos de
intencionalidad y descripción fenomenológica, o la posibilidad de realizar
inferencias objetivamente fundadas acerca de capacidades, operaciones, estrategias
y procesos mentales, a partir de la conducta, referidos a ella y controlados y
confirmados por sus efectos en ella, como venía haciéndose de forma más diversa
en los estudios de Lloyd Morgan, Thomdike, hobhouse (1901) o Yerkes (1905), en
psicología animal, y de Cattell (1904) en psicología humana.

La razón general que esgrime Watson para rechazar todo mentalismo es que la
psicología ha de ser una ciencia como las demás, especialmente como la física. La
regla es atenerse a lo objetivo; lo objetivo es lo observable; lo único observable es lo
físicamente designable, que todos pueden pública y repetidamente señalar con el
dedo y comprobar. De ahí que objetivo, para Watson, va a significar principalmente
no mental. La mente es rechazada, en sus primeros escritos, por inobservable y
supérflua; es negada después como inexistente, porque o bien tendría que entrar
en interacción con los procesos físicos de la conducta, lo que iría, según Watson,
contra el principio de conservación de la energía, o bien habría que admitir dos
mundos independientes y paralelos, lo que conduce, en último término, para dar
cuenta de la experiencia, a explicaciones ocasionalistas y a la intervención de un
Deus ex machina que trasciende el campo de la ciencia y la hace depender de
teorías metafísicas vitandas. Todo lo cual no deja de revelar en Watson una postura
metafísica, bastante burda, por lo demás, como dirá años después un psicólogo y
filósofo de la ciencia americana y estudioso del conductismo: «el error de Watson
fue que, para demostrar que no hay mentes que interactúan, lo que es verdad,
creyó necesario afirmar que no hay mentes, lo que no sólo es falso, sino estúpido
(silly)» (Bergmann, 1956, p. 266).

Prescindir de la conciencia y de la mente significa para Watson, como he dicho,


quedarse con la conducta. Pero, como también he advertido, no con una conducta
cualquiera, como, por ejemplo, las acciones biológicas o personalmente
significativas del ser vivo en su ambiente natural o en su mundo (Yela, 1975b), sino
con la conducta correspondiente a la rechazada conciencia sensista de los animales
en el laboratorio: movimientos físicos en el espacio, tal vez más complejos, pero en
el fondo indistinguibles de los de una piedra.

El conductismo teórico de Watson -otra cosa es lo que realmente hace en sus


cuidadosos experimentos- termina por consistir en una psicología caracterizada
exclusivamente por su método, el objetivismo antimentalista. Su objeto es lo que
este método permite estudiar: la conducta. Su contenido, la observación y control
de la conducta como movimiento físico, sucesión de estímulos y respuestas
asociados por leyes de contigüidad, frecuencia y recencia, y, más precisamente, a
partir de su descubrimiento de Pávlov, en 1916, como cadena de reflejos innatos y
condicionados.
Watson apenas tuvo tiempo para hacer otra cosa que enunciar el programa de la
nueva psicología, iniciar una traducción apresurada de los conceptos mentales en
términos físicos -por ejemplo, el pensamiento no sería más que lenguaje subvocal- y
realizar unos pocos experimentos, algunos especialmente valiosos como el que se
refiere al condicionamiento de miedos infantiles (Watson y Rayner, 1920). Su vida
académica fue demasiado corta para más. Pero expuso incisiva, elocuente y
fervorosamente su mensaje. La Psicología, ciencia de hechos físicos en el ambiente
físico de los seres vivos, no sólo podrá ser, como la física, perfectamente objetiva,
sino que, al prescindir de hipótesis fisiológicas, conseguirá una completa autonomía,
y, al atenerse exclusivamente a los estímulos y las respuestas, llegará a predecir para
cada estímulo la respuesta correspondiente y para cada respuesta el
correspondiente estímulo. Con lo cual, mediante el control de los estímulos
ambientales, podrá, por fin, avanzar con seguridad en el control de la conducta y
elaborar técnicas eficaces para educar, socializar y modelar el comportamiento de
los hombres y evitar o eliminar sus anomalías y fallos. Para ello la psicología habrá de
ser reduccionista y fisicalista (el psiquismo se reduce a la conducta, y ésta a
movimientos físicos), elementalista, asociacionista y mecanicista (la conducta es un
conjunto de elementos, energías físicas y movimientos musculares y glandulares,
que se asocian mecánicamente en un organismo reactivo y pasivo), periferista y
ambientalista (todo acontece en el ambiente, en él se observan los estímulos y las
respuestas; las leyes de su conexión son las que son, independientemente de lo que
pase entre medias, dentro del organismo, que a efectos psicológicos, es algo vacío,
una black box).

Con estas características, muy ambiguamente cumplidas, por cierto, en la práctica y


en la terminología de Watson -por ejemplo, llama respuesta a un movimiento
muscular, pero también a «dar una conferencia» o «construir un rascacielos» (Yela,
1974)-, la psicología entrará en el «seguro camino de la ciencia» y será por fin útil.
«El conductismo preparará a los hombres para comprender los primeros principios
de su propia conducta, debe hacerles aspirar impacientes a reordenar sus propias
vidas, debe especialmente hacerles desear prepararse para educar a sus hijos de
modo sano...» (Watson, 1925, p. 248).

Aparte de que cabe preguntarse qué pueden significar para un conductista, en el


código de energías físicas y torsiones musculares, las palabras que he subrayado --
comprender, deber, aspirar, impacientarse, reordenar la propia vida, desear- frases
como ésta, muy abundantes en la obra de Watson, justifican la observación de
Woodworth de que el conductismo propuesto era en el fondo «una religión para
sustituir a la religión» (Marx y Hillix, 1963, p. 166).

Lo que no cabe duda es que el mensaje conductista, pese a polémicas sin fin,
prendió en la psicología americana. Los tiempos le fueron propicios. Lo he
examinado en otros lugares (Yela, 1963, 1974, 1975a). Las demandas de rigor
experimental y objetivo crecían por doquier. Los estudios psicológicos versaban
cada vez de forma más directa y explícita sobre la conducta, cualquiera que fuese el
papel y la importancia que se concediera a lo mental. La misma física atravesaba la
convulsión relativista y cuántica y se replanteaba sus fundamentos metodológicos y
epistemológicos, con la búsqueda, sobre todo por el neopositivismo lógico, de
criterios formales de observabilidad y verificabilidad, en cierto modo, orientados a
resolver el tipo de problemas que abordó Watson.

Admitido, en principio, el programa; desechada por inútil e incomprobable la


descripción de la conciencia privada del otro, se da por sentado, hacia finales de los
años veinte, la adhesión de muchos de los principios psicológicos americanos al
objetivismo metodológico.

Hace falta, sin embargo, poner en práctica el método, cumplir el programa,


desarrollar el trabajo experimental concreto y construir la teoría psicológica
anunciada.

Para ello se busca un objetivismo formal, crítico y riguroso. No hay que rechazar
sólo lo mental, sino todo lo inobservable. Lo cual significa, a la vez, que no hay que
rechazar lo mental qua mental, sino en la medida en que sea inobservable. El rigor
objetivo y el atenimiento a lo observable -que es el núcleo más firme del
conductismo de Watson- lleva a la búsqueda de un método que sea suficiente para
definir y comprobar lo que es observable y para desechar lo que no lo sea.

Se recurre para ello a la filosofía de la ciencia física y, muy especialmente, al


neopositivismo lógico. Se aspira a utilizar, en la construcción de una nueva ciencia
psicológica, un procedimiento válido para toda la ciencia, unas reglas explícitas y
formales para elaborar conceptos, enunciados y teorías que tenga, por lo pronto,
sentido (meaning) científico, y para comprobar, después, su validez efectiva.

Comienza, así, la segunda fase del conductismo.

4. La era de las teorías. El neoconductismo sistemático

Entre 1930 y 1950, numerosos psicólogos, entre los que sobresalen Hull, Toman,
Guthrie y Skinner, abordan la tarea de construir la nueva ciencia.

Todos mantienen el conductismo de Watson y todos lo depuran. La depuración


consiste en preservar el objetivismo metodológico y prescindir del objetivismo
metafísico. Todos reconocen explícitamente la conciencia y la mente; todos las
excluyen de sus sistemas, por inobservable, o tratan de reducirlas a conceptos de
contenido observable en la conducta y a relaciones públicamente verificables.
Todos concuerdan en el propósito común de transformar el conductismo
programático de Watson en un conductismo sistemático cuyos datos sean,
exclusivamente, estímulos y respuestas físicamente designables y cuyos conceptos,
enunciados y teorías tengan un «significado» estrictamente empírico. Recurren para
ello a la aplicación de criterios de verificabilidad, tomados del neopositivismo lógico -
sólo lo empíricamente verificable tiene significado científico y sólo empíricamente
verificado es científicamente válido-, definiciones operacionales, tomadas de
Bridgman (1927) -un concepto se define por las operaciones empíricas que hay que
realizar para identificarlo- y variables intermedias, ideadas por los propios
neoconductistas (Tomman, 1932, 1936): si para dar cuenta de las relaciones entre
las variables independientes y dependientes, es decir, los estímulo y respuestas, hace
falta introducir otras variables no directamente observables, el significado de éstas se
reduce a expresar las regularidades constatadas entre aquéllas, sin que posean
ningún significado adicional ni existencia propia.

Todos mantienen, asimismo, la pretensión de Watson de elaborar una psicología


que dé cuenta de la conducta de todos los seres vivos, incluido el hombre. Así lo
delatan los mismos títulos de sus obras sistemáticas: Principios de la Conducta (Hull,
1943), La conducta Intencionada de los Animales y del Hombre (Tolman, 1932),
Psicología del Aprendizaje (Guthrie, 1935), La conducta de los Organismos (Skinner,
1938). Pero todos, como Watson, prácticamente se limitan, de hecho, a estudiar el
comportamiento de unos pocos animales -perros, gatos y, sobre todo, ratas y
palomas- en tareas simplificadas de aprendizaje y en situaciones artificiales de
laboratorio, muy distantes e indeterminadamente diferentes de su ambiente natural:
cajas de las que el animal tiene que aprender a salir, o en las que tiene que
aprender a bajar una barra o a picotear en un círculo, y laberintos que el animal
tiene que aprender a recorrer.

La evolución del conductismo no se limita, sin embargo, a lo dicho. Hasta aquí, he


destacado la relativa continuidad metodológica y la unidad formal de los
neoconductistas. Hay que añadir en seguida que esta unidad es, en efecto,
meramente metodológica y formal. En todo lo demás se quiebra y fracciona. Ni
Watson y los neoconductistas, ni éstos entre sí, comparten un cuerpo común de
conocimientos, explicaciones y resultados fundamentales, que pudieran ir
progresando y se articulara, por fin, como se pretendía, en una psicología
conductista.

Discrepan los neoconductistas, para empezar, en la interpretación del método


común. Para Hull, la teoría ha de establecerse en forma hipotético-deductiva,
mediante la enunciación inequívoca de un conjunto de postulados empíricamente
verificables, independientes y compatibles, la deducción lógica o lógico-matemática,
a partir de ellos, de teoremas y la verificación final de los mismos.

Tolman y Guthrie, en principio de acuerdo con Hull, apenas formalizan sus sistemas.
Tolman presenta un conjunto de hipótesis, puestas ilustrativamente en conexión
mediante diagramas y aclaraciones verbales, y lo sustenta mediante la
comprobación empírica de deducciones cualitativas. Guthrie se limita a repetir
incansablemente un solo principio explicativo -la contigüidad-, a criticar
agudamente a los demás y a presentar ingeniosos pero anecdóticos ejemplos
experimentales.

Skinner, veinte años más joven que los otros, adopta una postura metodológica
opuesta a todos ellos. Rechaza, como innecesaria o prematura, toda pretensión
teorética, renuncia al método hipotético-deductivo, se niega a formular hipótesis y a
proceder a verificaciones, y se ocupa, exclusivamente, en comprobar, con el
máximo rigor experimental posible y con el mínimo uso de variables intermedias -
que, por lo demás, abandonará después-, las relaciones empíricas entre las variables
escogidas para representar, en una primera aproximación, el comportamiento de
los seres vivos.

Las diferencias entre los neoconductistas son aún mayores respecto al contenido.
Todos estudian el aprendizaje animal en parecidas situaciones de laboratorio. Pero,
incluso en este simple contexto, discrepan en todo. Discrepan en cuanto a lo que el
animal aprende: respuestas, conexiones estímulo-respuesta (S-R), asociaciones entre
estímulos (S-S), expectativas, relaciones. Discrepan en cuanto al mecanismo por el
que el animal aprende: contigüidad, reforzamiento, ensayo y error vicario,
confirmación de expectativas, transposición. Y discrepan en cuanto a la
interpretación de ese mecanismo: muestreo de estímulos y respuestas en el
establecimiento incremental de conexiones entre los patrones de energías y de
movimientos, o refuerzo como reducción de necesidades, reducción de impulsos,
satisfacción hedónica, mantenimiento de la propia actividad, cambio significativo en
la estructura de la estimulación o mera comprobación empírica del aumento de la
probabilidad de la respuesta. Unos, como Guthrie, se inclinan por subrayar los
elementos; otros, como Tolman, por destacar el carácter molar de la conducta;
mientras otros, como Hull y Skinner, vacilan entremedias. Para Guthrie y Skinner, y
ambiguamente para Hull, la conducta es más bien una cadena de conexiones
mecánicas y periféricas entre estímulos y respuestas; para Tolman, por el contrario, la
conducta es intencionada y dirigida centralmente por un animal activo y, como
alguna vez dijo, «sumido en un mar de hipótesis».

Durante toda esta fase son constantes las disputas entre los grandes
neoconductistas, a propósito de estos y otros puntos substantivos de sus sistemas.
Cada cual idea experimentos cruciales en que su teoría se ve confirmada y las
contrarias falsadas. Los otros no tardan, sin embargo, en acomodar su propia teoría,
con las adiciones ad-hoc necesarias, para hacerla congruente con los hechos.
Recuérdense, por ejemplo, las célebres polémicas entre Hull y Tolman sobre el
aprendizaje latente.

Y así, después de veinte años de trabajo, agudez e ingenio, el conductismo,


finalmente, no ha conseguido su propósito de construir una teoría científica bien
establecida que, progresiva y autocorrectivamente, pudiera sustituir con ventaja a
todas las demás. Su evolución indica, por el contrario, que, primero, ha tenido que
resignarse a convivir con todas las psicologías que pretendía desplazar o hacer
innecesarias -funcionalismo, introspeccionismo fenomenológico y de
autoobservación, Gestalt, psiconeurología, psicologías personalistas, psicoanálisis,
etc.- y, segundo, y lo que es peor, que el mismo conductismo se ha dislocado
internamente en varias escuelas antagónicas e irreconciliables.

La cuestión inquieta, por supuesto, a los propios neoconductistas y, sobre todo, a


sus inmediatos sucesores. Tratar de contestarla es el objeto de la tercera fase.
5. La era de las crisis

La primera respuesta a la cuestión de por qué los neoconductistas fracasaron en la


consecución de un sistema, es que no fueron suficientemente conductistas; es decir,
que no se atuvieron con rigor a sus propias reglas. Es lo que concluyen, en esencia,
Koch, Maccorquodale y Meehl, Mueller y Schoenfeld, y Verplanck, en su famosa
obra Modern Learning Theory (Estes et al., 1954), en la que someten a crítica los
cuatro grandes sistemas. Trataré de resumirla.

Por descontado, las teorías de Tolman y Guthrie carecen de la mínima formalización


y, por lo demás, en sus conceptos teóricos y variables intermedias se deslizan
«constructos hipotéticos» (Maccorquodale y Meehl, 1948) con significado adicional
al que explícitamente se les asigna en la teoría. Todo ello impide la verificación
inequívoca de sus hipótesis e introduce confusiones inevitables.

Los empeños más rigurosos y fieles a la estricta metodología positivista son, aunque
en formas dispares, los de Hull y Skinner.

Pero, de nuevo, en Hull, los postulados no son inequívocos, ni todos son


consistentes ni independientes, ni su conjunto es suficiente; las variables
independientes y dependientes no son exclusivamente empíricas; las «intermedias»
tienen connotaciones «existenciales», y las relaciones entre todas ellas no están
definidas de forma cumplidamente operacional. «Estrictamente hablando, no es
posible derivar ningún teorema concreto en la teoría (de Hull). Ello se debe a la
indeterminación de los postulados, al carácter incompleto de las estructura formal y
a la vaciedad empírica de muchas de las variables» (p. 88).

El caso de Skinner es muy distinto. Su sistema consta solamente de leyes


comprobadas y conceptos teóricos que se limitan a resumir los datos y leyes. Nada
más. Skinner muestra, no explica. Ha mostrado que se dan ciertas leyes entre ciertos
aspectos de la conducta y ciertos aspectos del ambiente. Conducta es lo que
obedece a esas leyes. Lo que no las obedezca, si existe, simplemente no es
conducta en el sistema de Skinner. Por consiguiente, no se ocupa de ello (p. 288). Si,
por ejemplo, los experimentos sobre aprendizaje latente muestran que hay
adquisición de aprendizaje sin refuerzo, el caso cae, por definición, fuera de su
sistema y no se puede tratar.

Por otra parte, Skinner estudia unos pocos animales -perros, primero; luego, casi
exclusivamente, ratas; después palomas-, en un solo ambiente -la caja de Skinner-,
con cierto tipo de refuerzos -comida, bebida y pocos más- y averigua y muestra las
relaciones entre los programas de reforzamiento y los cambios en la conducta
operante -tasas de respuesta, curvas acumuladas y moldeo (shaping) de la
respuesta. No se interesa por los resultados obtenidos en otro tipo de experimentos,
ni por las implicaciones de otras teorías. No aporta ninguna indicación acerca de si
es posible, y como, extender sus leyes a otros casos. Y ello, a pesar de que su
pretensión es exponer las leyes sistemáticas que den cuenta de «todo el
comportamiento de todos los organismos en todos los ambientes» (p. 270). Y, a
pesar de que, de hecho, Skinner es el que más osadamente ha generalizado sus
hallazgos a los fenómenos y casos más complejos, incluido el comportamiento
lingüístico, simbólico y ético del hombre y el «diseño» y planeamiento de la cultura.

El rechazo de toda formalización y teoría hace muy difícil coordinar el sistema de


Skinner con los demás y es otro factor que explica la disgregación del conductismo
en varias escuelas neoconductistas.

La crítica minuciosa de Modern Learning subraya, además, un defecto común a los


cuatro sistemas. Todos declaran explícitamente que sus conceptos teoréticos o
sistemáticos y sus leyes se refieren a los estímulos y respuestas en tanto que
«observables físicos», -energías y movimientos mientras que, por el contrario, sus
datos observados se refieren casi siempre a estímulos y respuestas «globales», es
decir, a las «situaciones y objetos» a los que el animal responde -barras, laberintos- y
a las «acciones» con que responde -doblar a la izquierda, llegar a la meta, apretar la
barra-. Ahora bien, estos objetos y acciones solo son designables e identificables por
su sentido psicobiológico, pero no por su variable contenido físico.

Es, precisamente, lo que se va a reprochar a los diversos neoconductismos, en la


segunda fase crítica (Koch, 1959). No que no hayan aplicado con rigor las leyes en
que pretendían basarse, sino el haber creído demasiado en ellas. Se arguye que la
pretensión de montar desde la nada un sistema científico lógicamente perfecto
había sido, cuando menos, prematura. Se les acusa de haber simplificado en exceso,
para lograrlo, el complejo campo psicológico. Se les recuerda que una psicología de
la conducta, estrictamente objetiva, exige considerar la conducta precisamente qua
conducta, es decir, como algo, desde luego, físico, pero solo identificable por su
significación psicológica, como acción biológica o personalmente significativa con la
que el ser vivo responde a una situación definible por lo que para él, o para su
adaptación, biológica o personalmente significa (Yela, 1974).

Es lo que vienen a reconocer al final de sus vidas los propios neoconductistas. Hull,
que había muerto en 1952, confiesa en un libro póstumo del mismo año, lo
prematuro de su intento y la necesidad de esperar, si acaso, a una mayor madurez
de la psicología para proseguirlo. Tolman y Guthrie que fallecen en 1959, declaran
en el volumen segundo de Koch (1959, p. 98 y p. 769, respectivamente), que sus
constructos hipotéticos y teóricos son efectivamente «cognitivos» y que eso es lo
que confiere significado psicológico (meaning) a los estímulos y a las respuestas.
Skinner se hace cada vez más radicalmente empirista y subraya que sus leyes se
refieren a las «clases» o unidades funcionales que el psicólogo percibe como más
pertinentes y representativas de la conducta animal.

Ahora bien, si el estímulo incluye su significación para el organismo y la respuesta su


acción significativa sobre el medio, entonces «se elimina toda base para diferenciar
en su valor epistemológico el lenguaje S-R y el lenguaje que se ha llamado
subjetivista» (Koch, 1959, vol. 3, p. 569). De ahí que se aprecie una cierta
convergencia entre el conductismo y otras corrientes. Pero, como añade Koch, «la
convergencia presente es una buena parte unilateral: son los teóricos S-R los que se
han desplazado y son los teóricos preocupados por el hombre los que se han
mantenido (relativamente) quietos» (p.763).

No es extraño que, por estas fechas, Miller, Galanter y Pribram (1960, p. 211) se
confiesen «conductistas subjetivos» y que Hebb, en su discurso presidencial a la
Sociedad Americana de Psicología (1960) declare: «La mente y la conciencia, las
sensaciones y las percepciones, los sentimientos y las emociones, todas son variables
intermedias y constructos y, hablando con rigor, forman parte de la psicología de la
conducta».

El conductismo crítico sigue, pues, manteniendo su pretensión objetivista y


abarcadora. Pero, en esta fase, va abandonando su carácter fisicalista y perdiendo
tanto su ambición de elaborar un sistema completo, rigurosamente construido con
reglas formales, como su neta distinción respecto a toda otra corriente psicológica
que se apoye y fundamente en el estudio experimental de la conducta.

El conductismo, como sistema, va desapareciendo, a medida que desaparecen sus


grandes artífices. Sólo Skinner queda vivo y vivaz. Solo persiste, en cierto modo, ya
veremos cómo, su sistema.

6. El conductismo hoy

En los últimos veinte años la bibliografía es, como dije, demasiado próxima,
abundante y diversa. Cualquier juicio sobre ella será, sin remedio, dudoso. Creo, sin
embargo, que la evolución del conductismo prosigue y acentúa la orientación de la
fase precedente: El conductismo está en declive y, tal vez, en vías de desaparición.

Entre las varias perspectivas que podrían adoptarse para resumir la historia de estos
años, quizás la más pertinente sea la de considerar las investigaciones en torno al
aprendizaje y al condicionamiento, los temas preferidos del conductismo.

La tradición conductista se ha apoyado siempre en dos tipos de procesos básicos, el


condicionamiento clásico, pavloviano o respondiente, por el que se incorporan
nuevos estímulos a la conducta, y el condicionamiento instrumental, skinneriano u
operante, por el que se mantiene, modifica y enriquece el repertorio de respuestas.
Aunque estos dos procesos no han sido descubiertos por el conductismo, que los
toma de Pávlov y Thorndike, y aunque su diferenciación había sido reconocida ya
por Troland (1928), Schlosberg (1934) y Konorski y Miller (1937), su uso y distinción
sistemática es una característica muy saliente del neoconductismo, sobre todo
desde Skinner (1938): la conducta o es respondiente o es operante y, en todos los
casos, obedece a las leyes de uno u otro mecanismo.

Pues bien, la investigación de los últimos veinte años, incluso en los ambientes más
o menos conductistas -que son los únicos que venimos examinando- muestra que
ni estos dos modos de condicionamiento son los únicos, ni se puede dar cuenta de
ellos sin recurrir a procesos centrales, psiconeurológicos y cognitivos.
De Bandura (1962, 1977) a Mussen (1967), Rotter y Hochrreich (1975) o Tarpy y
Mayer (1978), una abundantísima indagación subraya la importancia de otro tipo
de condicionamiento, el llamado vicario o por observación, ya insinuado por
Tolman, en el que el sujeto aprende sin dar ninguna respuesta manifiesta y sin que
ninguna pueda, por consiguiente, ser reforzada. El aprendizaje por observación, la
imitación, la identificación y otros fenómenos similares, irreductibles a los
condicionamientos respondientes y operantes, parecen, sin embargo, necesarios
para explicar una buena parte del aprendizaje social y suponen la intervención de
procesos cognitivos, como la asociación e integración de experiencias sensoriales,
imágenes y recuerdos, la codificación de señales y, sobre todo, cuando el sujeto
dispone del lenguaje, la codificación y la comprensión verbales.

El condicionamiento clásico procede obviamente de Pávlov. Pero el conductismo lo


ha desgajado de todo contexto histórico, que es el que en su descubridor le da
sentido. El estímulo condicionando era fundamentalmente una señal y el reflejo, un
instrumento fisiológico de adaptación y conocimiento: «Cuando se forma una
conexión o asociación, ésta representa, indudablemente, un conocimiento de la
cosa y un conocimiento de las relaciones definidas que existen en el mundo
exterior. Y cuando se utiliza a la vez siguiente, entonces aparece lo que se llama
comprensión (insight)» (Pávlov, citado por Holgar y Bower, 1976, p. 86).

El condicionamiento pavloviano, articulado en una teoría psicológica, ha sido


aprovechado en la investigación soviética más bien que en la conductista. De
Vygotski a Luria, por ejemplo, el concepto capital de «segundo sistema de señales»
se ha utilizado, no sólo para indagar el condicionamiento semántico o el refuerzo
de respuestas verbales, sino para averiguar el papel del lenguaje en el desarrollo de
la conducta y, a través del lenguaje interno, en el desarrollo del pensamiento, la
asimilación de la cultura y la autorregulación voluntaria (Hilgard y Bower, 1976, p.
83; Luria, 1974, 1979).

Este sentido psicobiológico se va recuperando asimismo en la tradición conductista,


la cual, como señala Estes (1972b), reconoce cada vez más que, para lograr la
asociación S-R, no basta la contigüidad; es preciso, además, que los estímulos
condicionado e incondicionado se distingan, sean «salientes» -para lo cual hay que
admitir procesos de orientación, percepción y atención activa del organismo
(Konorski, 1967)- y que el resultado del ensayo proporcione nueva información al
sujeto y lo «sorprenda», reduciendo su «activa incertidumbre» acerca de qué seguirá
al estímulo condicionado (Egger y Miller, 1962; Kamin, 1969; Wagner, 1969).

La contraposición entre las teorías hullianas y skinnerianas del reforzamiento S-R,


más bien periféricas, mecánicas y pasivas, y las teorías tolmianas S-8, más bien
centrales, cognitivas y activas, se va resolviendo a favor de estas últimas, como ya
indicaron Melton (1950), Macdorquodale y Meehl (Estes et al., 1954) y reconoce
Estes, cada vez más tajantemente (1972a, 1976).

Los partidarios de la teoría S-R admiten crecientemente procesos centrales, como,


por ejemplo, de «esperanza» y «miedo», memoria y selección de respuestas
(Mowrer, 1960), mecanismos hedónicos hipotalámicos (Miller, 1963) y de memoria
y selección de estímulos (Estes, 1972b). Es típica a este respecto la evolución de
Estes, un discípulo directo de Skinner. En sus modelos matemáticos del aprendizaje
se basa, primero, en la mera contigüidad de Guthrie (1950), luego, en el refuerzo
hulliano y skinneriano (1959), y, finalmente, en el valor informativo y cognitivo del
refuerzo y la experiencia (1972a, 1976).

La admisión creciente de constructos psiconeurológicos centrales, revela una cierta


convergencia entre la teoría S-R y la psicofisiología de la actividad mental, en la que
cada vez se acentúa más la importancia de procesos cognitivos, definidos como
unidades de «equivalencia funcional» de patrones neurológicos (Fodor, 1968). Estos
patrones, física y fisiológicamente variables, por lo general, en sus elementos, son
sólo identificables por su significación psíquica en la vida del organismo, como
procesos orgánicamente reales de atención, percepción, memoria, toma de
conciencia, alerta, vigilancia, activación, arousal, elaboración activa de información y
decisión reflexiva y voluntaria (vid. Yela, 1974, págs. 67-71).

En el aprendizaje humano se acentúa aún más la interpretación cognitiva del


reforzamiento, en el sentido de reconocer que los premios y castigos contribuyen al
aprendizaje en función principal de su valor informativo (p.e. Nuttin y Greenwald,
1968; Buchwald, 1969; Atkinson y Wickens, 1971; Estes, 1976) e incluso que el
evento reforzante tiene distintas consecuencias conductuales y subjetivas según
que el sujeto lo perciba como meramente ulterior a su actividad o como efecto
intencionado de su propia acción (Nuttin, 1974), hecho, por lo demás, subrayado
en numerosas aplicaciones clínicas de la terapia de conducta.

Más directamente cognitiva es, dentro de la tradición conductista, la línea de


trabajos que, sobre el aprendizaje como proceso de comprobación de hipótesis, va
de Lashley, Tolman y Krechevsky a Levine y colaboradores, pasando por ciertos
modelos matemáticos de cadenas de Markov con varios estadios, como los
propuestos por Bower y Trabasso, cuya exposición y bibliografía ofrece Levine
(1975).

Esta corriente, al principio opuesta, viene a confluir, aunque con matices propios,
con las teorías S-R, en la medida en que éstas van admitiendo, como acabamos de
ver, interpretaciones cognitivas. Confluye asimismo con las múltiples concepciones
de la conducta como elaboración de «planes» y «proyectos» y su comprobación en
la experiencia. Recuérdese, por ejemplo, el TOTE de Miller, Galanter y Pribram
(1960).

Hay que añadir que el estudio de un sinfín de cuestiones particulares de la teoría del
aprendizaje está replanteando en nuestros días los conceptos y problemas de la
psicología de la mente en el contexto de la investigación experimental de la
conducta. Por ejemplo, la cuestión del autorrefuerzo y la resistencia a la extinción,
que se enfoca en función de la frustración del sujeto (Amsel, 1958, 1962), de la
disonancia cognitiva de los estímulos (Capaldi, 1967; vid. Fernández Trespalacios y
cols., 1978), o incluso los temas de la conciencia (Natsoulas, 1978) y de la
introspección (Lieberman, 1979). Este último trabajo, que se titula El conductismo y
la Mente, lleva el significativo subtítulo Una (parcial) llamada en favor de un retorno
a la introspección.

El ejemplo de conceptos y términos mentales es, por supuesto, más directo y


explícito, en los modelos y teorías que se apoyan, dentro de los círculos allegados al
conductismo, en el procesamiento de la información; la simulación del aprendizaje,
la memoria y el pensamiento; la inteligencia artificial; las teorías de sistemas y de la
decisión; la psicofísica del riesgo y, a fortiori, las múltiples orientaciones de la
psicología deliberadamente «cognitiva» (Vid. amplia exposición y bibliografía en
Turpy y Mayer, 1978, y en los seis volúmenes dirigidos por Estes, 1975-1978).

Creo que el resumen de Dodwell (1972, p. 13) es hoy tan válido o más que cuando
lo hizo: El desarrollo más significativo en la psicología del aprendizaje se caracteriza
«porque el acento se desplaza de las teorías del control de la conducta por medio
del premio y del castigo a una visión más "cognitiva", a preguntarse cuál es la
información que los organismos recogen de su ambiente y cómo esta información
les sirve para guiar sus varias acciones».

No parece haber mucha duda. El conductismo sistemático acentúa su declive y,


prácticamente, ha desaparecido; se inserta en corrientes más amplias de la
psicología de la conducta, adquiere un tinte cada vez más «cognitivo», crece su
interés directo por variables, fenómenos y procesos de significación claramente
mental y, finalmente, se disgrega en muy diferentes orientaciones y trabajos, cada
cual ocupado, con las características dichas, en elaborar la microteoría
correspondiente a sus temas de estudio.

Sólo Skinner permanece, impertérrito, en su conductismo empirista. Y, ciertamente,


mientras no sale de él, es inatacable. Más que una teoría, lo que propone es una
tecnología. Y, en el ámbito comprobado, la tecnología que ha descubierto es
ampliamente útil y fecundamente prometedora. El problema que plantea es el de
su generalización.

Porque Skinner, que suele subscribir el newtoniano hypothesis non fingo y


aconsejaba atenerse a lo comprobado y evitar toda extrapolación (1938, p. 442), ha
olvidado con frecuencia su propio consejo y ha extrapolado con fruición, analógica,
imaginativa y sobreabundantemente, de la conducta operante de la rata blanca y la
paloma a la vida total del hombre, la sociedad y la cultura: Walden Dos, 1948
(edición española, 1968); Ciencia y Conducta Humana, 1953 (ed. esp. 1970); La
Conducta Verbal, 1957; Más allá de la Libertad y la Dignidad, 1971 (ed. esp. 1972).

Estas generalizaciones no parecen justificadas. Encierran, desde luego, un núcleo de


verdad, pero contienen innumerables equívocos y limitaciones.

La interpretación teórica meramente ambientalista y mecánica del reforzamiento -


que, en verdad, nunca ha defendido explícitamente Skinner, pero que está implícita
en sus trabajos- queda fuertemente en entredicho y en muchos casos refutada, en
las investigaciones a que aludí más arriba.

A la conducta respondiente y operante hay inevitablemente que añadir la conducta


biológicamente peculiar y naturalmente adaptativa de cada especie, y el
aprendizaje vicario, que no se ajustan - Skinner diría que ni tienen por qué ajustarse -
a las leyes del sistema skinneriano.

Numerosos autores, entre ellos discípulos y colegas de Skinner, como los Breland y
Herrnstein, señalan los límites biológicos del aprendizaje, asunto del que han
tratado ampliamente los etólogos y sobre el cual la bibliografía reciente es tan
copiosa como demostrativa de la insuficiencia y falta de generalidad de las leyes del
condicionamiento operante (p.e. Breland y Breland, 1961; García y Koelling, 1966;
Seligman y Hager, 1972; Bolles, 1970, 1972; Herrnstein, 1977).

Todo ello pone de relieve que, si no explícitos en el sistema de Skinner, sí, al menos,
implícitos en sus generalizaciones analógicas, subyacen tres grandes supuestos
encubiertos. Dicho brevemente -aunque la concisión les preste un cierto matiz
caricaturesco- son los siguientes. El supuesto de la generalización ambiental: la caja
de Skinner es representativa de todos los ambientes; el supuesto de la generalidad
específica: la rata y la paloma son representativas de todas las especies de seres
vivos; y el supuesto de la generalidad comportamental: las operantes, estímulos y
refuerzos empleados por Skinner, y la tasa de respuestas, como variable
dependiente, son representativos de los aspectos importantes de todo
comportamiento.

Ninguno de estos supuestos -u otros más rigurosamente formulados, que exigirían


amplio espacio (vid., p.e. Meehl, 1950; Seligman y Hager, 1972; Heemstein, 1977;
Mackenzie, 1977)- encuentran justificación en los resultados experimentales.

O bien el conductismo de Skinner propone una explicación teórica que permita


pronosticar y generalizar, cosa que no ha hecho, o bien es preciso proceder, caso
por caso, al examen experimental riguroso de cada comportamiento, cada
ambiente y cada organismo.

Es lo que, en buena parte inspiradas por el conductismo, están haciendo la teoría y


la práctica de la «modificación de conducta», tanto en el laboratorio como en
situaciones prácticas, clínicas, educativas y comunitarias, y lo mismo en el mundo
anglosajón que, cada vez con más frecuencia, en todas las latitudes. Hace sólo unos
meses Petermann (1979) encontraba, por ejemplo, que en el ámbito alemán, el
cincuenta por ciento de las publicaciones psicológicas de tipo terapéutico en los
últimos años versan sobre terapia y modificación de conducta.

Pero ello va exigiendo el estudio preciso de lo que Kanfer (1978) viene llamando
factores alfa, beta y gamma, es decir, variables y procesos ambientales,
autogenerados y biológicos, así como el examen de sus mutuas interacciones. Lo
cual va descubriendo un panorama complejísimo de relaciones entre variables y
cuasi-variables (Pinillos, 1979) y entre sujetos y situaciones, que, lejos de mostrar la
eficacia de la mera aplicación de cualquier sistema conductista, está replanteando
toda la problemática del método, contenido y sentido de la investigación
psicológica teórica y aplicada 2.

En todo caso, la terapia de conducta, que tiene claros precedentes en el


conductismo (Watson y Rayner, 1920; Skinner et al., 1954), ni empieza con él, ni se
reduce a su aplicación. Empieza mucho antes, por ejemplo, desde 1890, con
Morton Prince y Boris Sidis (Freedberg, 1973), y, más específicamente, como un
intento de complementar las psicoterapias tradicionales y psicoanalíticas, de dudosa
eficacia, con técnicas de condicionamiento y relajación tomadas de Pavlov y
Jacobson (Salter, 1949; Wolpe, 1952). Y, desde luego, no consiste hoy
principalmente en la aplicación de procedimientos conductistas. Incluso los que así
se autodenominan lo hacen de una manera cada vez más metafórica (Locke, 1971).

El panorama de la terapia y modificación de conducta es en la actualidad


sumamente complejo y variado y presenta un evidente matiz ecléctico. Lo ha
expuesto con claridad y competencia Pelechano (1978). La tendencia es aceptar
toda técnica que resulte eficaz, sin reparar demasiado en su procedencia, con tal de
que consten sus fundamentos científicos y aún, en bastantes casos, sin que se sepa
bien cuáles son esos fundamentos o, incluso, se sospeche que no existen (vid., p.e.
Rimm y Masters, 1974; Bergin y Suinn, 1975; Foreyt y Rathjen, 1978; Brengelmann,
1978).

Entre las orientaciones más rigurosas sobresalen las que pretenden fundamentar en
un análisis funcional cuidadoso la capacitación del cliente para la propia
autorregulación y autocontrol y para ayudarle a que sea él mismo quien dirija su
conducta, cambie su ambiente y se haga más independiente del medio que le
rodea.

Que es, después de todo, lo que soñaba Watson y sueña Skinner. Este último, en
Más allá de la libertad y la dignidad (1972, p. 255) subraya la importancia del
autocontrol y distingue entre el yo que controla y el yo controlado, «aunque ambos
queden dentro de la misma piel». Lo que recuerda, como en otros términos señala
agudamente Carpintero (1978, p. 9), el orteguiano «yo soy yo y mi circunstancia».

Sólo que el autocontrol, al que analógicamente alude Skinner, se logra de hecho,


en las técnicas de modificación de conducta, penosamente y por sus pasos
contados, a través, desde luego, de contingencias ambientales y fisiológicas, pero,
sobre todo, mediante procedimientos complejos de auto observación,
autoevaluación y autorrecompensa, que implican el juego de numerosas variables
cognitivas y sus interacciones e, incluso, en forma todavía poco conocida, el uso y
dominio de la propia actividad consciente, la apropiación subjetiva de parte del
proceso y la atribución del control al propio cliente (Kanfer, 1978).

Parece que tampoco el sistema de Skinner, el último baluarte del conductismo, logra
mantenerse incólume. Ni es, ni lo pretende, una teoría psicológica. Y, como
tecnología, se va transformando, en contacto con los casos reales, en una serie de
formulaciones teóricas y de procedimientos prácticos cada vez más alejados de los
supuestos conductistas.

No resulta quizás exagerado afirmar que el conductismo ha muerto. En los últimos


años varios autores tratan incluso de escribir su epitafio. El que más incisivamente lo
ha hecho es Mackenzie (1977). Intenta mostrar este autor que el conductismo no
sólo ha fracasado, sino que tenía forzosamente que fracasar. No ha llegado nunca a
ser una corriente científica normal; no ha constituido nunca un «paradigma», en el
sentido de Kuhn. No ha dispuesto nunca de un logro científico substantivo y
metodológico a partir del cual la comunidad científica hubiera podido seguir
acumulando un cuerpo progresivo de conocimientos. Desde el principio, se ha
escindido en teorías dispares y polémicas, a vueltas siempre con los fundamentos
mismos de la psicología, que han formado, por consiguiente, más que una ciencia,
un conjunto de escuelas precientíficas y pre-paradigmáticas. No podía ser de otro
modo, dada la pretensión común -la única común- de elaborar un sistema
mediante criterios lógicos y formales, según las normas del neopositivismo. Porque
estos criterios de «sentido» (meaning) y «validez» son incapaces de generar una
doctrina científica substantiva. Todos ellos - verificabilidad, falsabilidad,
confirmabilidad, etc.- son insuficientes, primero, porque ellos mismos, por su propio
enunciado, carecen de «sentido» científico. Por ejemplo, el criterio «solo tiene
sentido científico lo empíricamente verificable», no es verificable empíricamente.
Segundo, porque su aplicación ni es suficiente, ni lógicamente segura. Por ejemplo,
los juicios universales no pueden ser verificados, ni los existenciales falsados. Los
mismos positivistas y filósofos de la ciencia han terminado por admitir que los
criterios formales pueden servir, a lo más, como orientación. Son útiles para revisar,
en un contexto teórico, los conceptos dudosos de una ciencia ya hecha. Son en
gran parte estériles para construir una ciencia nueva. Ninguna regla metodológica
formal puede sustituir en la elaboración de una ciencia a las grandes ideas, al
atenimiento a la realidad investigada, a la comprensión y agudeza del científico para
decidir qué es lo importante y qué lo trivial, a qué hechos atender con preferencia,
cuáles son las hipótesis que merece la pena poner a prueba, qué discrepancias
entre la teoría y los datos son soportables y cuáles son inadmisibles, etc.

El excesivo apego a los principios formales ha llevado al conductismo a elaborar


sistemas artificiosos en los que las intenciones substantivas de cada autor
permanecían en gran parte implícitas y, cada vez que se proponía un
experimentum crucis, se iban modificando ad hoc, para mantener indemne la
propia teoría y rebatir la del contrario. Lo cual tenía que impedir, forzosamente, toda
convergencia y todo progreso común.

El conductismo, según Mackenzie, ha hecho tan sólo dos grandes aportaciones a la


psicología. Una, la más importante, es negativa: haber demostrado prácticamente la
imposibilidad de construir un sistema científico sobre los supuestos conductistas.
Otra, positiva, pero secundaria, consiste en el entrenamiento que ha proporcionado
a los psicólogos, sobre todo en la corriente del análisis experimental y de la
tecnología de Skinner, para «percibir» con suma finura las unidades significativas del
comportamiento. El conductismo ha sido, velis nolis, algo así como una
fenomenología práctica, que puede servir y está sirviendo de propedéutica al
estudio experimental y teorético ulterior.

¿Es este el saldo final del conductismo?

7. Balance y futuro

Creo, en resumen, que, efectivamente, el conductismo no ha llegado a constituir un


paradigma científico consistente. Es obvio que no ha logrado sustituir a las otras
escuelas, ni se ha convertido en el cauce común de la investigación psicológica. No
ha conseguido siquiera la unidad interna. Se ha fraccionado en escuelas dispares,
en continua discrepancia y polémica. Lejos de conseguir esa pretendida unidad, sus
varias ramas se van diluyendo cada vez más en el caudal de indagaciones que
procede de las más diversas tendencias, abandonando su carácter sistemáticamente
conductista e integrándose en múltiples microteorías, más atentas a la investigación
del problema psicológico del caso que a la fidelidad de escuela.

Es verdad, a mi juicio, que el conductismo como sistema ha dejado de existir. Creo,


sin embargo, que su contribución no se reduce a la demostración de su inviabilidad
y a la propedéutica fenomenológica que pueda proporcionar. El saldo de su influjo
es mucho más amplio y puede ser importante para el futuro de la psicología.

Yo lo cifraría en cinco puntos. El primero consiste en el inmenso repertorio de


conocimientos rigurosos que, al margen de su contexto sistemático, ha
proporcionado a la ciencia psicológica. El segundo es su aportación tecnológica
teórica y aplicada, que, de nuevo, independientemente de sus conexiones con los
sistemas conductistas, es ingente y fecunda. El tercero es el influjo que ha tenido y
sigue teniendo en todas las corrientes psicológicas; a todas ha obligado, de alguna
manera, a preocuparse por el atenimiento a lo observable. En cuarto y muy
eminente lugar, yo pondría el influjo que en la psicología contemporánea ha tenido
la característica pretensión del conductismo, sobre todo en Watson y Skinner, de
orientar la indagación teórica hacia la intervención práctica en la conducta, para
dominarla y modificarla eficazmente. Y en quinto y principal lugar, hay que
reconocer la hazaña histórica que supone el haber desplazado, tal vez
definitivamente, el acento verificador desde la conciencia privada a la conducta
patente. A mi parecer, todas las corrientes psicológicas actuales, en la medida en
que pretenden contribuir a la elaboración de una ciencia positiva, admiten que,
cualquiera que sea la fuente de sus datos e hipótesis, y cualesquiera que sean sus
recursos y campos de verificación, la piedra de toque final e insustituible ha de ser,
en último término, la conducta del ser vivo como actividad pública y repetiblemente
observable del sujeto. Esa es, creo, la mayor contribución del conductismo.

No creo demasiado aventurado suponer que la mayoría de los psicólogos


describiría hoy, de una u otra forma, la vieja frase de Woodworth (1924, p. 264): «Si
se me pregunta si soy conductista, tengo que contestar que ni lo sé ni me importa.
Si lo soy, es porque creo en varios de los proyectos que los conductistas proponen.
Si no lo soy es, en parte, porque creo también en otros proyectos que los
conductistas parecen soslayar».

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LA PSICOLOGÍA HUMANISTA: HISTORIA, CONCEPTO Y
MÉTODO
MANUEL VILLEGAS BESORA
Facultat de Psicología
Universitat de Barcelona

0. Introducción:
Resulta algo artificioso asignar una fecha concreta al momento preciso de la
aparición histórica de la Psicología Humanista. El largo periodo de gestación que
lleva consigo la formación de cualquier fenómeno o movimiento científico y social
convierte indefectiblemente en convencional toda pretensión de exactitud. Sin
embargo, pueden tomarse como criterio cronológico aquellas fechas en las que se
producen las primeras manifestaciones públicas o deliberadamente fundacionales.
De acuerdo con este criterio, podemos hablar ya -en 1986- de 25 años de
Psicología Humanista.
En efecto, aunque el primer Encuentro Nacional de la American Association for
Humanistic Psychology (AAHP) tuvo lugar en 1962, la Asociación se había
constituido ya como tal en verano de 1961. Con anterioridad en la primavera del
mismo año, había aparecido el primer número del Journal of Humanistic
Psychology. De manera que puede considerarse 1961 como el año en que la
Psicología Humanista nace a la luz pública.
Esta datación histórica discrepa de la de 1962, que, aunque errónea, viene
dándose tradicionalmente. El origen de este error parece estar en el
desconocimiento, o al menos desconsideración, por parte de muchos historiadores
(Buhler y Allen, 1972; Misiak y Sexton, 1973) de los hechos que antecedieron a la
celebración del Primer Encuentro Nacional de la AAHP en 1962. Según datos
revelados recientemente por Clark Moustakas, hechos públicos por Tom Greening
(1985), editor del Journal of Humanistic Psychology, los artículos de la Asociación
fueron formulados y aceptados oficialmente por el Comité Organizador en agosto
de 1961. Este comité estaba compuesto por cinco miembros, a saber: Abraham
Maslow, Anthony Sutich, Joe Adams, Dorothy Lee y el propio Clark Moustakas.
Otro punto, generalmente poco conocido, es la polémica que precedió a la
elección del calificativo humanistic aplicado tanto a la Revista como a la Asociación.
El nombre escogido inicialmente por el comité organizador, aunque después de
muchas discusiones y sin llegar a alcanzar un acuerdo pleno, fue el de The
American Association o f Orthopsychology. Esta denominación tuvo que ser
sustituida, sin embargo, a causa de las protestas de la Association o f
Orthopsychiatry. Después de nuevas reuniones polémicas, donde según el
testimonio de Anthony Sutich (1975) se barajaron otros muchos nombres, tales
como Ontopsychology, Axiopsychology, Metapsychology, Self Psychology,
Autonomous Psychology, Self-directive Psychology y Person Psychology, se llegó al
acuerdo, no unánime, de sustituirlo por el de American Association for Humanistic
Psychology.
Vicisitudes semejantes habían acompañado la decisión relativa al título definitivo
que debería llevar la revista de la Asociación. Fundada por Abraham Maslow y
Anthony Sutich en 1958, no publicó su primer número hasta 1961. El comité de
redacción, en el que intervenían además de los organizadores, Kurt Goldstein,
Andras Angyal, Gordon Allport y Carl Rogers, tenía serias dificultades en encontrar
un titulo apropiado. The Journal of Self Psychology era el propuesto inicialmente en
consonancia con el título del libro colectivo The Self, editado por Clark Moustakas en
1956, en el que habían participado la mayoría de los autores que ahora estaban
comprometidos en la redacción de la Revista.
En una carta del 29 de diciembre de 1959, dirigida a Anthony Sutich,
Stephen Cohen, estudiante de la Universidad de Brandeis donde enseñaba Maslow
y yerno suyo, propuso el titulo de The Journal of Humanistic Psychology. Según el
testimonio de Cohen, recogido por Tom Greening (1985), Herbert Marcuse en una
conversación con Maslow en Brandeis había sugerido el de The Journal of Human
Studies. Maslow, sin embargo, se inclinó finalmente, tal como consta en carta suya
del lo de mayo de 1960, dirigida a Anthony Sutich, por el de The Journal of
Humanistic Psychology, por encerrar una mayor intencionalidad crítica respecto a
los principios de la American Psychological Association (APA) y por circunscribirse
específicamente al campo de la psicología.
El término Humanistic Psychology había sido utilizado ya anteriormente por
el propio Maslow (1956) en un artículo titulado Toward a Humanistic Psychology.
Pero el primero en aplicarlo había sido Hadley Cantril en un artículo de idéntico
titulo, aparecido en 1955 en la Review o f General Semantics.
La problemática relativa a la elección del apelativo humanistic no era
puramente nominal, sino que traducía una polémica de fondo. Maslow era
partidario del denominativo humanistic a causa de su identificación con el
humanismo secular, en el que se contraponían humanistic y transpersonal. En el
polo opuesto se hallaba Clark Moustakas y Dorothy Lee, para quienes la
denominación preferida era la de Self Psychology o bien Holistic Psychology, puesto
que no concebían la distinción entre lo humano y lo sobrenatural.
De acuerdo con las manifestaciones del propio Moustakas, ambos eran teístas, no
humanistas. Anthony Sutich, como ya hemos visto fue inducido por Stephen Cohen
a aceptar el apelativo humanistic. Finalmente el voto de Joe Adams dirimió por
mayoría la contienda, pero al precio de la dimisión de Dorothy Lee un año más
tarde. La aceptación de los puntos de vista de Maslow parece que pudo estar
condicionada por el propósito inicial de que la revista fuera administrada en
conjunción con el comité editorial por el Patronato de la Universidad de Brandeis.
La carta de Stephen Cohen a Anthony Sutich lo insinuaba con estas sutiles palabras:
"Si este nombre le parece bien, significara que sus sentimientos son parecidos a los míos y a los del
Dr. Maslow".
Con el tiempo Anthony Sutich terminaría por abandonar la dirección de la
revista y fundaría la suya propia, el Journal of Transpersonal Psychology en 1969, de
nuevo con Abraham Maslow en otro momento de su evolución.

1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS E IDEOLÓGICOS DE LA PSICOLOGÍA HUMANISTA


1.1. El Zeitgeist de una época
La Psicología Humanista es fundamentalmente un movimiento
programático, surgido en Norteamérica en la década de los sesenta, orientado a
promover una psicología más interesada por los problemas humanos, que sea "una
ciencia del hombre y para el hombre" (B. Smith, 1969). Michel Fourcade (1982) la
define como:
"un acercamiento al hombre y a la experiencia humana en su globalidad. Un movimiento científico y
filosófico que comprende la psicología en sus dimensiones dinámica y social, basada en una visión
holística del hombre, redescubriendo así formas tradicionales occidentales y orientales de
conocimiento. Un conjunto de técnicas de cambio individual y social, un conjunto de valores que
conciernen las relaciones del individuo y de la sociedad con una moral implícita o explicita... Un
movimiento contracultural, que se ha extendido bajo la forma de lo que se ha venido en llamar
Movimiento del Potencial Humano".

Como programa de amplio espectro filosófico-científico y socio-cultural, la


Psicología Humanista no pretende constituirse propiamente hablando en ningún
nuevo paradigma. (Caparrós, 1979, 1980; Rosal, 1982). A diferencia de éstos, la
tercera fuerza no nace de la cabeza minervea de ningún Freud.
El mismo Maslow (1970), considerado generalmente su inspirador, nos
recuerda que el movimiento de la Psicología Humanista "no es obra de un solo líder
o de un gran nombre que lo caracterice, sino de muchas personas", como Erich
Fromm, Kurt Goldstein, Karen Horney, Gordon Allport y Henry Murray entre sus
antecesores y Carl Rogers, Rollo May, Gardner Murphy o Erik Erikson entre sus
coetáneos.
Esta "tercera psicología" en palabras de Maslow (1962) es considerada
"una Weltanschauung global, una nueva filosofía de la vida, una nueva concepción del hombre, el
inicio de otros cien años de trabajo, siempre que podamos, naturalmente, evitar antes un
holocausto".

Como cualquier movimiento científico o social, la Psicología Humanista no


surge de forma repentina, desconectada de su entorno histórico y contextual.
Su aparición pública se produce en un momento particularmente receptivo,
después de un largo periodo de incubación ideológica.
La década de los sesenta es especialmente sensible a este respecto y
presenta una apertura inusitada hacia el optimismo y la esperanza. Responde a un
cambio de las actitudes políticas y sociales y debe ser interpretada de acuerdo con
lo que Juan XXIII llamó "el signo de los tiempos".
No es necesario recordar aquí los acontecimientos sociopolíticos y culturales
que caracterizaron la situación mundial durante la década de los sesenta, ni lo que
afectaron especialmente la sociedad americana. Después de dos guerras mundiales,
el mundo occidental, inmerso en una oleada de crecimiento económico y bienestar
social, experimentaba desde dentro una revolución de sus costumbres y
aspiraciones. El cuerpo, sometido en las décadas anteriores a la represión sexual y
militar, se rebelaba, libre de tabúes, deseoso de nuevas estimulaciones sensoriales
internas y externas. Las personas podían encontrarse libremente, conocerse y
amarse, más allá de las divisiones raciales, políticas y de clase.
Un informe elaborado a petición del presidente de los EE.UU. por la
Scranton Comission (1970) sobre las causas de la huelga estudiantil en mayo de
1970 concluía que no se trataba de un problema específico, sino de una condición
social de la vida moderna. El movimiento juvenil, se puede leer en el informe,
responde a "una celebración romántica de la vida, de los sentidos y de la
naturaleza". Este movimiento juvenil se presenta corno un rechazo de los ideales
operacionales de la cultura americana, tales como "el materialismo, la
competitividad, el racionalismo, la tecnología, el consumismo y el militarismo".
Esta crisis, escriben Bühler y Allen en 1972:
"no ha estallado de repente. En Europa, desde principios de siglo, como ahora entre los jóvenes
americanos, se piensa que vivimos en una gran hipocresía, con una moral a la que adherimos solo
de forma superficial... Los jóvenes europeos se dieron cuenta leyendo a Hesse, hace ya medio siglo,
de que la sociedad industrial era deshumanizadora. Ahora, los americanos claman por rejuvenecer la
existencia, luchan por una vida genuina, honesta y humana. La Psicología Humanista presta su
apoyo a estas reivindicaciones desde sus postulados filosóficos, psicológicos y éticos. Espera
desarrollar un papel principal contribuyendo a realizar las metamorfosis necesarias para la
supervivencia del hombre. Confía igualmente en que la capacidad inherente de la persona humana
para dar sentido más allá de lo absurdo llegara a ser una fuerza positiva para la historia
contemporánea".

Durante los años de apogeo contracultural, que acompañaron a la guerra del


Vietnam, la Psicología Humanista atrajo a los estudiantes a quienes disgustaba el
conductismo mecanicista y anhelaban una psicología centrada en la persona, que
creyera en la libertad y la dignidad humanas, protesta que encontró en Chomsky
(1971) uno de sus portavoces mis destacados. En una entrevista concedida a Frick
(1971), Maslow se hacía eco del impacto social de la Psicología Humanista en la
juventud americana:
"Mi libro Toward a Psychology of Being, por ejemplo, ha sido muy vendido y leído y, sobre todo,
según creo seguido entre los jóvenes. Se han vendido ya unos 150.000 ejemplares y,
aparentemente, se lo usa para ayudar a esa clase de comprensión profunda en los grupos hippies Y
entre muchos jóvenes de los más educados, universitarios, por ejemplo".

¿De dónde había extraído la Psicología Humanista unos postulados filosóficos,


teóricos y éticos a los que se atribuía un poder tan trascendente para la vida
humana? Una lectura heurística de los escritos de los pioneros del movimiento de la
Psicología Humanista americana nos pone sobre la pista. En ellos se revelan lo que
podríamos denominar influencias directas e indirectas.
1.2. Las pretendidas raíces fenomenológico-existenciales
Contrariamente a lo que suele afirmarse (Buhler y Allen, 1972; Misiak y
Sexton, 1973; Fourcade, 1982) los psicólogos humanistas americanos no se
inspiraron directamente en la psicología fenomenológica ni en la filosofía existencial.
Es más, su conocimiento de estas corrientes de pensamiento, es tardía y superficial.
En una entrevista publicada en este mismo' Anuario (Villegas, 1982) Rogers lo
confesaba abiertamente:
"En realidad no he recibido una gran influencia de la filosofía existencial. La descubrí cuando ya
había formulado mis propios puntos de vista y encontré que existían grandes coincidencias. Pienso
que los autores que causaron mayor impacto en mi fueron Kierkegaard y Martin Buber... Ni
Heidegger, ni Sartre, en cambio, influyeron nunca en mi investigación".

Maslow (1962), que consideraba a los filósofos existenciales "muy difíciles o


imposibles de entender", admitía que había sido muy poco tenaz en el esfuerzo por
conseguirlo. Para él:
'La conclusión número uno es que los filósofos europeos y los psicólogos americanos no se hallan
tan alejados los unos de los otros, como podría parecer a primera vista. Nosotros los americanos
hemos estado hablando en prosa todo este tiempo Y no lo sabíamos. Naturalmente, en parte, este
desarrollo simultaneo en diferentes países indica que las personas que con independencia mutua
han llegado a la misma conclusión, están todas ellas respondiendo a algo real, exterior a ellas
mismas".

Entre los psicólogos que hablaban en prosa, Maslow (1962,1968b) cita a


Allport, Rogers, Goldstein, Fromm, Erikson, Murray, Murphy, Horney y May, que
resultan "mucho mis inteligibles". Su acercamiento al Existencialismo se produjo,
según confesión del propio Maslow (1968b), inducido por algunos de sus colegas,
entre ellos: Adrian Van Kaam, Rollo May y James Klee. En el Simposium sobre
Psicología Existencial en la Convención de 1959 de la APA, Maslow (1961) se
expresaba así:
"No soy existencialista, ni siquiera un estudioso dedicado Y cabal de este movimiento. Así mismo,
debo confesar que estudié el existencialismo, más que por su valor intrínseco, por el propósito de
saber qué puede darme como psicólogo. Por eso trate de traducirlo constantemente en términos
que yo pudiera usar. Ello explique acaso, porque no encontré en él una nueva y total revelación,
sino una acentuación, una confirmación y un redescubrimiento de diversas tendencias existentes en
la psicología norteamericana".

Maslow llega incluso a declarar explícitamente en reiteradas ocasiones


(1961, 1962, 1968b, 1970) su disconformidad con el pensamiento existencial,
particularmente con el de Sartre, por no tomar en cuenta "los hechos de la
genética y de la psicología constitucional, su negación de la naturaleza humana y
en última instancia suprimir el término a causa de la ambigüedad de sus
significados". La razón de esta oposición está en el ahistoricismo profesado por
Maslow (1962):
"Creo justo afirmar que ninguna teoría de la psicología estará jamás completa, sino incorpora en su
centro la idea de que el hombre tiene su futuro en su propio interior dinámicamente activo en el
momento actual. En este sentido puede tratarse el futuro como ahistorico al modo de Kurt Lewin".
La corriente del pensamiento fenomenológico-existencial europeo llegó a
Norteamérica tarde y mal, a través de múltiples mediaciones, casi todas ellas
psicológicas, como observa Caparrós (1980), que en no pocos casos "han llegado a
desprenderla de su sentido originaria". Maslow (1961) reconoce que la
fenomenología "tiene su propia historia en el pensamiento americano, pero que en
general ha languidecido".
La razón de que la fenomenología americana no haya seguido un curso
histórico superponible a la europea radica, como dice Caparrós (1979) "en el hecho
de que la psicología en este país (EE.UU.) carece de un pasado filosófico".
En realidad el primer contacto de la psicología americana con el método
fenomenológico se hace a través de la Gestalt, cuyas lecciones, dice Maslow (1957)
"todavía no han sido plenamente integradas en la psicología".
La traducción al inglés de algunas obras sobre la Gestalt, así como el
establecimiento de algunos de sus autores en EE.UU. constituyen el principal
puente de unión fenomenológica entre ambos continentes. Pocos estudiosos
americanos lo habían tendido antes, durante el periodo de apogeo de la
fenomenología alemana. Entre ellos hay que citar a G. Allport, alumno de W. Stern
en Alemania y más tarde profesor de Harvard y a R. B. MacLeod, traductor de Katz,
defensor de la fenomenología en el desierto americano y reivindicador de la figura
de William James.
Además de los gestaltistas, otros psicólogos y filósofos alemanes y austriacos
emprendieron el viaje americano a causa del nazismo. Entre ellos los esposos
Bühler, M. Arnold, Heider, Sherer, W. Stern, Werner, etc., buenos conocedores de la
fenomenología. Filósofos como A. Gurwitsch, discípulo de Slumpf y Husserl, K.
Goldstein y el neokantiano Cassirer. Su influencia directa, sin embargo, en el
panorama de la psicología americana es escaso. En 1959 A. E. Kuenzli edita The
phenomenological problem, una selección de catorce artículos publicados entre
1937 y 1957 por autores como Mac-Leod, Snygg, Combs, Cantril, Newcombe,
Luchins y Rogers.
Dentro del pensamiento más específicamente existencial hay que destacar la
presencia en EE.UU. de M. Buber y P. Tillich. Puede considerarse a este último,
nacido en Alemania y residente en EE.UU. desde 1933, como el verdadero
introductor del existencialismo. Al lado de estos filósofos y teólogos europeos cabe
considerar además la obra de William Barret (1958)
Irrational man: a study in existential phylosophy, que había sido precedida por una
serie de artículos en 1947, titulados genéricamente What is existentialism?, editados
posteriormente en forma de libro, bajo el mismo título (Barrett, 1964).
Las figuras más destacadas del existencialismo americano en relación a la
psicología son, sin duda, Rollo May, editor de Existence (1958), largos años profesor
en Europa, buen conocedor de la filosofía continental, y Adrian Van Kaam, de
origen holandés, profesor de la Duquesne University, editor de Humanitas y de la
Review o f existential Psychology and Psychiatry. La relación de estos autores, sin
embargo, con la Psicología Humanista ha sido poco comprometida y, en general,
no ha ido más allá de la simpatía o el apoyo circunstancial. El propio Rollo May
(1981, 1982) ocupa un lugar minoritario y critico dentro de la AHP y ha llegado a
alejarse, en ocasiones, del movimiento.
El hecho de que existan algunos elementos comunes entre la Psicología
Humanista y la Existencial no es mis, como hemos tenido ocasión de examinar
detalladamente en otra parte (Villegas, 1981), que un paralelismo o convergencia,
producto del Zeitgeist de una época, pero en ningún caso, fruto de una influencia
directa. Weckowickz (1981) ha empleado la misma expresión converging para
referirse a la relación entre filosofía existencial y Psicología Humanista americana,
"que se ha originado con independencia de ella". Ch. Bühler (1972) reconoce
implícitamente la independencia de fuentes cuando afirma:
"Algunos de nosotros llevamos nuestra forma de pensar a América. Éramos E. Fromm, K. Horney, K.
Goldstein y yo. En América nuestro pensamiento convergió en aspectos esenciales con el de Allport.
Maslow, Rogers, Bugental, Jourard. Moustakas y otros. Más tarde se nos añadió V. Frankl".

La prioridad en el tiempo, dada la distancia geográfica e idiomática, no


conlleva, en efecto, necesariamente, influencia directa.
Maslow (1961) no veía en la filosofía existencial más que "la base filosófica
que actualmente le falta (a la psicología)" y, en la psicología derivada de ella, "un
apoyo adicional al establecimiento de otra rama de la psicología: la psicología del
completo y auténtico desarrollo del self y de su modo de ser" para la que Sutich
sugería el nombre de Ontopsicología. Estas palabras de Maslow, pronunciadas en el
Simposium ya referido de la APA en Cincinnati en 1959, hacían una clara referencia
al tipo de psicología que Maslow pretendía promover: la Psicología Humanista.
¿Puede afirmarse, pues, como hace Matson (1981) que "sin los precedentes y
antecedentes europeos es dudoso que ninguna de las versiones americanas de la
Psicología Humanista se hubiera desarrollado en absoluto?" O, de acuerdo con
Fourcade (1982), ¿puede considerarse acertado afirmar que los psicólogos
humanistas americanos estuvieron muy influidos en sus orígenes "por el
pensamiento existencialista europeo, en particular por el de Merleau-Ponty y Sartre"?
Nuestra opinión al respecto es que la Psicología Humanista se fraguó en el seno de
la sociedad americana en base a sus propias tradiciones, sus propias crisis y sus
propios referentes ideológicos. Ello no significa que la psicología fenomenológica
europea no fuera utilizada como factor amplificador y marco justificativo. Sin
embargo, tanto el curriculum de sus principales promotores como la posterior
evolución del movimiento de la Psicología Humanista, prueban no sólo la
independencia de sus fuentes, sino también la ignorancia de las bases filosóficas y
de las exigencias metodológicas de la filosofía fenomenológico-existencial. A lo
sumo puede concederse con Misiak y Sexton (1973) que "el movimiento migratorio
europeo contribuyó a acelerar su aparición y difusión".
1.3. Fuentes americanas de la Psicología Humanista
El movimiento de la Psicología Humanista con sus grandezas y sus miserias
es, en consecuencia, un fenómeno genuinamente americano. Lo es por sus
promotores y por las fuentes en que éstos se inspiraron.
Matson (1981) encuentra la matriz cultural del movimiento humanista en la
dialéctica específica realismo e idealismo, que en América nacía, curiosamente, del
mismo tronco común: el pragmatismo, con su correlato psicológico el
funcionalismo. Aunque pudiera parecer que el pragmatismo había de favorecer la
tendencia conductista, a causa del énfasis que se ponía en la acción, la mentalidad
americana acentuaba más bien la acción humana sobro el medio, que no la del
medio sobre la acción. La escuela funcionalista personificaba la convicción del
hombre como actor y sus procesos mentales como agentes instrumentales que le
ayudan a enfrentarse con el mundo. Esta alternativa, que demostró el carácter
social, activo y volitivo de la conducta humana, se enraizó posteriormente en las
psicologías sociales de Charles H. Cooley y Georges H. Mead. En el campo de la
psicología individual William MC. Dougall sostuvo un conductismo "intencional".
Para MC. Dougall (1923) existían dos alternativas a la ciencia, la mecánica y la
intencional.
John Dewey (1896), en particular, insistía en el carácter volitivo e intencional
de la acción ya desde su crítica inicial al concepto mecanicista del arco reflejo. Esta
visión pragmática entroncaba con la Weltanschauung, americana, los mitos de la
igualdad de oportunidades, el individualismo y la libertad: en una tierra prometida,
en una época de empresas y descubrimientos la psicología tenía que orientarse
principalmente al esfuerzo, la acción y la creatividad. No había lugar para el
fatalismo o el determinismo, sino sólo para la potencialidad y la adaptabilidad.
La aportación de los funcionalistas a la psicología se refería a la psicología del
self, considerado como centro activo de la experiencia personal. William James
dedicaba su Principies o f Psychology (1890) a la descripción de los estados de
conciencia a través de la introspección. Para James la importancia y significación
personal (idiosincrasia) era el criterio primordial, así como la libre voluntad, la
capacidad de compromiso y decisión.
Paul Tillich (1944) escribía a propósito de William James y de John Dewey:
“Lo mismo que estos filósofos americanos, los filósofos de la existencia rechazan la conclusión del
pensamiento racionalista que identifica la realidad con el objeto pensado, con las relaciones o las
esencias y aceptan la realidad tal como los hombres la vivencían de forma inmediata en sus vidas.
Por consiguiente, están entre los que consideraron la experiencia inmediata del hombre como una
revelación mas íntegra de la naturaleza y características de la realidad, que la dada por la experiencia
cognitiva".

Al igual que James, Stanley Hall quería una psicología de la totalidad del ser
humano. Ambos pensaban que la psicología debía explorar la rica vida afectiva, que
subyace al intelecto, en orden a comprender la esencia de la humanidad. Estos
puntos de vista prestaban las bases para las formulaciones posteriores de teorías de
la personalidad, tales como las de Gordon Allport, Gardener Murphy, Abraham
Maslow, George Kelly, Henry Murray, Hadley Cantril o Carl Rogers, todos los cuales,
excepción hecha de Kelly, se encuentran entre los promotores inmediatos de la
Psicología Humanista.
Si nos centramos en la figura de Abraham Maslow, al que sin duda cabe
considerar, de acuerdo con Rogers (1982), como el principal iniciador y promotor
del movimiento de la Psicología Humanista, aunque no, como hemos visto, su único
fautor, podemos conocer en detalle las fuentes ideológicas que contribuyeron a la
formación de su pensamiento.
En una entrevista en profundidad Maslow relataba así a Frick (1971) sus
orígenes:
"Mi tendencia era socialista dentro del socialismo americano. Norman Thomas era
un gran héroe para mí y también Upton Sinclair y Eugene Debbs en la universidad.
Existe la tradición judía de lo utópico y lo épico y yo aspiraba con gran decisión al
progreso de la humanidad. Quería una filosofía empírica en el sentido del siglo XIX,
esto es trabajar de manera empírica en los problemas filosóficos.
Había hecho antes un intento en Cornell con Titchener y luego simplemente hui...
El gran momento en que regresé a la psicología fue cuando leí la obra de Watson Y
tuve una gran iluminación. Era algo pragmático y parecía muy claro... Pero siendo
estudiante en Wisconsin, tropecé con Freud y Adler. El primer trabajo que hice fue
sobre psicoanálisis... Así tuve una actitud abierta respecto a la psicología desde el
comienzo mismo y la utilice en términos de un ideal que todavía no existía... Me
dediqué a la psicología teniendo muy claras en mi mente cuestiones que ahora
llamamos humanistas. El conductismo parecía entonces un programa para el
humanismo y solo cuando comprobamos que no funcionaba, me sentí
desencantado... No soy contrario al conductismo, excepto como filosofía y no me
siento sectario al respecto... La idea de autorrealización se origino en el simple
hecho de admirar y amar a dos personas en particular y, mis tarde, a otras: Ruth
Benedict y Max Wertheimer".
La relación con Adler, a la que alude Maslow en este texto, no fue
puramente libresca. "Nunca conocí a Freud, ni a Jung", confiesa Maslow a F. G.
Goble (1970), "pero estuve en casa de Adler con quien mantuve innumerables
conversaciones".
En el prólogo a la primera edición de Motivation and personality Maslow
(1954) hace una relación detallada de sus fuentes intelectuales. Según ella Max
Wertheimer y Kurt Koffka le enseñaron Gestalt. Kurt Goldstein con su libro The
Organism (1939) ejerció una influencia "que todavía es decisiva en la actualidad, al
permitirme establecer un nexo entre la holística y la dinámica". Testimonio de la
influencia fundamental de Goldstein sobre su concepción psicológica esta frase de
Maslow (1962) en el prólogo de la primera edición de Towards a Psychology of
Being: "Mi deuda intelectual para con Kurt Goldstein es tan grande que le he
dedicado este libro". Aprendió Psicoanálisis con David Levy y Abraham Kardiner y
más tarde con Erich Fromm y Karen Horney. Estudié antropología con Ruth
Benedict y también con Margaret Mead, Gregory Bateson y Ralph Linton, llevando a
cabo un estudio de campo entre los indios Blackfoot del Norte de Alberta (Canadá).
Califica de decisiva su amistad con Gardner y Lois Murphy. Participó en seminarios
con E. Frenkel-Brunswik, D. Krech, D. Mackinon, R. S. Sandford y E. Tolman. Conoció
los escritos de Gordon Allpport, Henry Murray, Andras Angyal y Carl Rogers.
Entre sus lecturas literarias y filosóficas, Maslow destaca en su conversación
con M. H. Hall (1968) las obras de A. N. Whithead, H. Bergson, Th. Jefferson, A.
Lincoln, Platón y Spinoza. Folkways de W. G. Summers es descrito como "el Everest
de mi vida". Sobre su relación con la filosofía existencial ya nos hemos pronunciado
anteriormente; sólo recordar que fue introducido en ella por Adrian Van Kaam y
Rollo May. En la entrevista mantenida con Frick (1971) dice haber conocido,
además, a M. Buber y haber trabajado con Aldous Huxley. Su formación académica,
como se sabe, se forjo dentro del conductismo y llevó a cabo su tesis doctoral sobre
la conducta sexual y de dominancia de los monos, bajo la dirección del Profesor
Harlow, con quien colaboró algún tiempo.
La influencia más básica de todas, aunque la mis distante en el tiempo, es sin
duda la de W. James, quien en una pequeña monografía publicada en 1907 con el
titulo The energies of men sentaba las bases de su obra. James se preguntaba por
las condiciones especiales que permitían la manifestación de insospechadas fuentes
de energía, amor y creatividad en la vida ordinaria de las personas y describía los
métodos para desarrollar estos poderes, concluyendo con profética visión:
Tenemos dos cuestiones, la de la posible amplitud de nuestro potencial y la de las diversas formas
para aproximarnos a él... Necesitamos un estudio de varias formas de existencia humana que haga
referencia a los diferentes caminos a través de los cuales las personas actualizan sus reservas de
energía. La biografía y las experiencias individuales de cualquier otro tipo pueden proporcionarnos
luz en esta cuestión. Se trata de un estudio concreto..., de un programa para una psicología
individual, superior en importancia a cualquier otra cosa que conocemos".

A esta propuesta de James respondían, sin duda, las primeras investigaciones


de Maslow (1950, 1954) sobre la gente autorrealizada. La experiencia cumbre era
definida como el momento en que el potencial humano se actualiza.
Finalmente hay que destacar la relevancia que Maslow concede a Moreno.
En una carta dirigida al director de Life Maslow (1968a) comenta a propósito de un
extenso artículo sobre Psicología Humanista aparecido en la revista:
"Muchas de las técnicas descritas en el articulo fueron inventadas originalmente por el Dr. Jacob L.
Moreno, quien todavía está actuando Y probablemente inventando nuevas técnicas e ideas".

Estas son las principales influencias directas a las que Maslow alude
repetidamente. Aunque reconoce haber aprendido de todos y no haber aceptado
"ninguna invitación a pertenecer a ninguna organización", no cabe duda de que
sus fuentes son casi todas americanas o, al menos, americanizadas en Última
instancia.
Otro tanto sucede con Rogers, tal vez el segundo autor mis representativo
de la Psicología Humanista después de Maslow, para quien los pensadores
europeos que mis directa, aunque tardíamente, influyeron, fueron Buber, de quien
tomó la teoría de las relaciones interpersonales, Kierkegaard, de quien le impresionó
su sentido de la individualidad y Otto Rank, tal vez la influencia más primitiva de
todas, de quien recibió el concepto de voluntad positiva. De entre sus
contemporáneos, Rogers cita con frecuencia a G. Allport, Rollo May y al propio A.
Maslow. M. Polanyi, L. Whyte, A. Angyal y A. Szent-Gyorgi influyen en su
concepción de la ciencia. En sus escritos actuales Rogers (1980) se remite con
frecuencia a físicos y filósofos contemporáneos en quienes cree hallar una
confirmación de sus posiciones teóricas, particularmente la fundamentación de la
tendencia actualizante. Estos son:
F. Capra, físico teórico, M. Murayama, filósofo de la ciencia eI Prigogine, premio
Nobel de química. En cualquier caso no hay que olvidar que para Rogers la
principal fuente de conocimiento la constituye su propia experiencia, y como tal no
tiene demasiado interés la investigación de las fuentes bibliográficas e ideológicas.
En líneas generales, sin embargo, se puede afirmar, de acuerdo con Oatley (1981),
que su posición personal se halla dentro de la tradición americana encabezada por
John Dewey. En efecto, como se sabe, Rogers asistió durante su estancia en el
Teachers College de Columbia en 1925 a los cursos dirigidos por H. Kilpatrick,
discípulo de Dewey, quien, como se sabe, concebía la perfección no como una
meta final, sino como un proceso perpetuo de crecimiento.

2. GÉNESIS Y DESARROLLO DE LA PSICOLOGÍA HUMANISTA

2.1. El periodo prefigurativo o de gestación


Aunque planificada durante la década de los cincuenta y ampliamente
difundida a partir de los sesenta, la Psicología Humanista se incuba en la de los
treinta con la obra de Gordon Allport (1937) y Henry Murray (1938). Su
concepción de la personalidad y de la motivación o de las necesidades
específicamente humanas era un primer paso en la confrontación con el
conductismo.
Durante la década de los años treinta, escribe Maslow (1971):
"empecé a interesarme en ciertos problemas psicológicos, que no podían ser manejados ni resueltos
por la estructura científica clásica, propia de la época: la psicología conductista, positivista, científica,
libre de valores Y mecanomórfica".

En la década siguiente (1940-1950) empiezan a abrirse paso las nuevas


tendencias terapéuticas de Rogers (1 942). Un artículo de Maslow (1 943) sobre
motivación lleva por título A theory of human motiuation. El primer año de la
década de los cincuenta ve la aparición del estudio de Maslow (1950) Self-
actualizing people: a study of psychological health, en el que expresa los principios
que llevan a la autorrealización. Otras obras o escritos de cariz humanista, aunque
todavía no han recibido este calificativo, van sucediéndose unas otras. Rogers
(1951) publica la primera de sus dos obras básicas, Client-centered therapy. En 1954
sale la primera edición de la obra mis trascendental de Maslow Motivation and
personality. Allport (1955) plantea las cuestiones fundamentales para una psicología
de la personalidad en su célebre Becoming. En un libro titulado The Self Moustakas
(1956) recoge diversas aportaciones de distintos autores que podríamos denominar
pre-humanistas sobre la psicología del sí mismo. El concepto de potencial humano
aparece ya en el título del libro de Murphy (1958),
Human Potentialities. Mientras tanto, Rogers ha recibido el premio de la APA a la
investigación en el curso 1956-57 y en el libro de Koch (1959) publica una extensa
exposición sistematizada de su pensamiento.
Aunque fruto de inquietudes diferentes cabe reseñar la obra de John Cohen
(1958), profesor de la Universidad de Manchester, titulada Humanistic Psychology,
en la que pone de manifiesto su disconformidad con la orientación reduccionista de
la psicología contemporánea, que descuida lo específicamente humano del objeto
de estudio de la psicología.
El resto de los acontecimientos ya no puede considerarse entre los
antecedentes del movimiento de la Psicología Humanista, sino que constituye sus
primeras manifestaciones. La década de los sesenta se convierte en la de su
lanzamiento y consolidación, de forma que, a su término, Maslow (1971) puede
decir:
"La Psicología actual se encuentra fragmentada Y prácticamente se puede decir que hay tres (o más)
ciencias o grupos científicos, separados .y sin ninguna comunicación entre sí. En primer lugar está el
grupo conductista. En segundo lugar está el conjunto de psicologías originadas en Freud Y en el
Psicoanálisis. En tercer lugar están las psicologías humanistas o la llamada tercera fuerza, que es la
unión de varios grupos psicológicos en una sola filosofía. De esta tercera psicología es de la que
quiero hablar. Considero que incluye a la primera y a la segunda y he inventado para denominarla
los términos epiconductista Y epifreudiana".

El texto de Maslow refleja, claramente, un intento de superación de la crisis


que la psicología académica empezó a experimentar a partir de los
replanteamientos autocríticos del conductismo en la década de los cincuenta. Estos
y otros replanteamientos escribe Caparrós (1980):
"No eran ajenos a los que venían dándose hacia ya algún tiempo en el área del saber, que le
proporciono al neoconductismo su epistemología, la filosofía de la ciencia y sus tesis sobre la
naturaleza del método científico. Filósofos e historiadores de la ciencia, así como científicos en
general, desde finales de los cuarenta, empezaron a distanciarse de los rigores del positivismo lógico,
mostrándose más conscientes de los límites del conocimiento científico".

En el año 1955 el físico R. Oppenheimer (1956) advertía a los psicólogos


reunidos en la Convención Anual de la APA sobre la necesidad de no edificar la
psicología a partir de modelos físicos anticuados y de abrirse al pluralismo
metodológico.
La psicología, en efecto, según reconocían Berelson y Steiner (1964) en un
trabajo en el que se pasaba revista a más de mil aportaciones de la psicología
científica, presentaba una visión "muy incompleta" del ser humano.
Contra esta visión reductora y limitada pretendía inicialmente reaccionar la
Psicología Humanista, llevada por la aspiración a superar la orientación determinista,
deshumanizante y despersonalizadora de la psicología empírica del momento y dar
respuesta a cuestiones más específicas, derivadas de la naturaleza creativa, libre y
personal del sujeto humano.
Esta visión restrictiva de la psicología científica había sido expuesta por Allport
(1955) en términos de oposición entre dos tradiciones filosóficas, la lockeana
(reactiva) y la leibnitziana (activa). Según esta dicotomía, tanto el psicoanálisis como
el Conductismo presentarían una imagen pasiva y reduccionista del ser humano,
propia de la tradición lockeana. Ambos serian deterministas, en el sentido de
abandonar al sujeto humano a merced de estímulos interiores (pulsiones) o
exteriores (medio-ambiente) dejando poco o ningún lugar para la espontaneidad,
creatividad y responsabilidad. La oposición a esta visión seria, de acuerdo con
Berlyne (1981), casi el Único punto en común en que coincidirían todos los
humanistas.
La ruptura leibnitziana se habría producido ya inicialmente en el seno del
Psicoanálisis, particularmente entre los disidentes del círculo original de Viena (Adler,
Jung, Stekel, Rank, Ferenczi). Pero, sobre todo habrían sido, según Matson (1964)
los teóricos psicoanalistas de la segunda generación, próximos a la figura de Adler
(Fromm, Horney y Sullivan) quienes lucharon más denodadamente por restablecer
la imagen fragmentada del hombre, concebida "como un todo".
Paralelamente la crisis se extendía a amplias capas de la psicología clínica y
de la personalidad. El momento álgido de esta oposición se plantea en 1956, a
propósito de la controversia surgida entre Rogers y Skinner en la Convención Anual
de la APA, ampliamente difundida a través de la revista Science. Refiriéndose a ella,
y después de resumir las posiciones de Skinner, Rogers (1961) concluye:
"Hasta el momento he intentado dar una imagen objetiva de algunos desarrollos en el terreno de las
ciencias de la conducta y del tipo de sociedad que surgiría de la aplicación de estos avances... A mi
juicio, esto destruiría la persona humana, que he llegado a conocer en los momentos más profundos
de la psicoterapia. En estos momentos entro en relación con una persona espontánea y
responsablemente libre, que es consciente de su libertad de elegir y de las consecuencias de su
elección. Jamás podré creer que, como afirma Skinner, todo eso sea solo una ilusión, ni que la
espontaneidad, la libertad, la responsabilidad y la elección no tengan existencia re al... Por lo tanto,
sostengo que la ciencia no puede existir sin una elección personal de los valores por los que hemos
de regirnos. Estos valores que escojamos permanecerán siempre fuera de la ciencia que los utiliza... A
menos que renunciemos a nuestra capacidad de elección subjetiva como individuos y como grupos,
siempre seremos personas libres, no simples objetos de una ciencia de la conducta que nosotros
mismos hemos creado".

2.2. La formación del movimiento de la Psicología Humanista


El primer esbozo general de lo que debería ser la Psicología Humanista fue
descrito por Maslow en 1954 en el encabezamiento de la lista de los destinatarios
de su correspondencia: "gente interesada en el estudio científico de la creatividad, el
amor, los valores mis elevados, la autonomía, el crecimiento, la autorrealización y la
gratificación de las necesidades básicas".
A mitad de la década de los cincuenta, según refiere Matson (1973)
Abraham Maslow y Anthony Sutich, junto con otros colegas establecieron una red
de intercambios ideológicos a través de canales epistolares, por los que circulaban
artículos que dieron más tarde origen al Journal of Humanistic Psychology.
Los primeros encuentros formales donde se propuso el lanzamiento de la
Psicología Humanista se desarrollaron en Detroit bajo el patrocinio del Merril Palmer
Institute en 1957 y posteriormente en 1958. Abraham Maslow y Clark Moustakas,
que actuaba de anfitrión, invitaron a un grupo de colaboradores del libro editado
por este Último en 1956, titulado The Self, entre los que se encontraban Dorothy
Lee, Ros Mooney, Marie Rasey, Carl Rogers, David Smille y Frances Wilson. En 1960
con la aprobación y bajo el patrocinio de la Universidad de Brandeis, se organizó un
comité para el establecimiento de la Asociación para la Psicología Humanista y de
su revista, compuesto por Clark Moustakas, Abraham Maslow, Anthony Sutich,
Dorothy Lee y Joe Adams.
Los acontecimientos se desarrollaron posteriormente de acuerdo con las
fechas que ya hemos establecido. En la primavera de 1961, aparición del primer
número del Journal o f Humanistic Psychology, que debía servir de portavoz oficial
de la American Association o f Humanistic Psychology, constituida oficialmente en
Gosto de 1961. Los principios programáticos de la Asociación, elaborados por
Charlotte Buhler y James Bugental, a modo de las Cuatro Nobles Verdades de
Buda, se sintetizan en los siguientes puntos:
1. Centrar la atención en la persona que experimenta Y, por lo tanto, en la vivencia como
fenómeno primario del estudio del hombre. Tanto las explicaciones teóricas, como la
conducta manifiesta se consideran subordinadas a la experiencia misma y a su significado
para la persona.

2. Acentuar las cualidades específicamente humanas, tales como la elección, la creatividad,


el valor acción y la autorrealización, como opuestas a la concepción de los seres humanos
en términos mecanicistas y reduccionistas.

3. Mantenerse fiel al criterio de significación en la selección de problemas y procedimientos


de investigaciones, en oposición al énfasis primario en la objetividad.

4. Comprometerse con los valores Y la dignidad humana e interesarse por el desarrollo del
potencial inherente a cada persona. El punto central de esta visión es la persona tal como se
descubre a sí misma Y se relaciona con otras Personas o grupos sociales.

James Bugental redactó este mismo año, 1962, el primer manifiesto del
movimiento humanista, titulado Humanistic Psychology: a new breahtrough,
presentándolo a la Orange County (California) Psychological Association y
aparecido un año más tarde en el American Psychologist (Bugental, 1963).
En noviembre de 1964 se organizó la Old Saybrok Conference, creada para
reexaminar la filosofía de la AAHP, así como para reconsiderar los temas y
direcciones que estaba tomando. Se considera esta conferencia como el acto de
presentación en sociedad y su lanzamiento como "movimiento".
El reconocimiento definitivo de la American Association for Humanistic
Psychology se obtuvo en 1970, al ser aceptada como miembro de la American
Psychological Association, División 32. La AAHP se constituyó, también por estas
fechas en Asociación Internacional, desprendiéndose de la primera A (American) y
quedando como Association for Humanistic Psychology (AHP). Como tal ha
celebrado ya diversos Congresos y Encuentros Internacionales, los primeros en
Holanda y Alemania. Recientemente se han establecido contactos e intercambios
con la Unión Soviética a través del Instituto de Psicología de Moscú y el de Tblisi en
Georgia (Greening, 1984). La existencia en Europa de diversas Asociaciones de
ámbito nacional, así como la celebración de varios congresos bienales (Ginebra,
Roma, Paris, Londres, Zúrich) son un claro exponente de su arraigo. La AHP
mantiene también una importante presencia en el continente asiático,
particularmente en la India, el Japón e Israel.
Puede sorprender que hasta el momento casi hayamos limitado la
exposición del desarrollo histórico de la Psicología Humanista al de una Asociación,
la AHP y a su Revista JHP. Pero es que en cierta manera la historia de la Psicología
Humanista no es mis que la de las asociaciones que la promueven y sus revistas.
Críticamente hablando, en efecto, la Psicología Humanista no posee ni un cuerpo
teórico especifico, ni una metodología o tecnología comunes. En rigor, tal vez
excesivo, puede decirse que la Psicología Humanista no existe, sino múltiples
prácticas psicológicas, sobre todo en el campo de la psicología aplicada
(psicoterapia, crecimiento, counseling, enseñanza, grupos, etc.) con sus respectivos
postulados teóricos y, sobre todo, sus técnicas especificas, que se remiten
vagamente al ideario fundacional de la AAHP. Muchas de estas prácticas,
particularmente las de origen oriental, son milenarias y no le deben a la Psicología
Humanista otra cosa mis que .un campo abonado para su difusión en Occidente.
Así puede afirmarse, paradójicamente, que no es que la Psicología Humanista posea
muchas técnicas, sino que es la Psicología Humanista la que es poseída por ellas.

2.3. Evolución posterior del movimiento de la Psicología Humanista


La amplitud e imprecisión programáticas de la Psicología Humanista
permitieron en un momento histórico determinado, la década de los sesenta,
agrupar bajo la etiqueta común de "humanista" a un conjunto de autores, que
hasta entonces habían actuado de forma autónoma e independiente en los
diversos campos de la psicología, preferentemente en psicoterapia y psicología de la
personalidad. Maddi y Costa (1972), citan como mis notables a Allport, Maslow y
Murray. De entre los asistentes a la Old Saybrook Conference (1964), B. Smith
(1982) destaca la presencia de los principales psicólogos de la personalidad: Allport,
Murray, Murphy y Kelly, que estaban dispuestos a unirse a Rogers, Maslow y May en
una tercera fuerza, que todavía no había levado anclas de sus aspiraciones
científicas. Prevalecía en todos ellos una insatisfacción por la marcha de la psicología
académica en general, pero creían también en una compatibilidad entre
humanismo y método científico. Lo que sucedió después fue algo imprevisto por la
mayoría de ellos, que abandonaron consternados el movimiento ante la dirección
irracional y trascendentalista que tomaba.
Aunque se debe al propio Maslow la expresión "tercera fuerza" aplicada a la
Psicología Humanista (Bugental, 1964), esta no es concebida por él como
antagónica a las otras dos supuestas fuerzas. "Soy freudiano, soy conductista, soy
humanista", decía Maslow (1969), intentando significar su concepción de la
Psicología Humanista como la de una superestructura más amplia, en cuyo seno
podían albergarse todas las demás:
"Aun entre los psicólogos humanistas, hay algunos que se oponen al conductismo Y al psicoanálisis
en lugar de incluir estas dos psicologías en una estructura de rango superior y más amplia. Creo que
algunos de ellos rondan los límites de la anticiencia y hasta de las Posiciones antirracionales en su
nuevo entusiasmo por la experiencia". (Maslow. 1971).

De modo semejante se expresaba George Kelly (1969), quien no creía que la


Psicología Humanista se fuera a permitir el lujo "de prescindir del estudio de la
conducta". Y James Bugental (1967) afirmaba que la Psicología Humanista se
distinguía "mas por lo que es, que por aquello a lo que se opone".
El ideario programático de la Psicología Humanista no se dirigía, pues,
inicialmente contra las aportaciones del psicoanálisis o del conductismo como
métodos de trabajo, sino contra la autolimitación voluntaria de su objeto de campo
de la patología o de la conducta observable. Lo que proponían los promotores del
movimiento para la Psicología Humanista era, en palabras de Rugental (1967) "una
completa descripción de lo que significa existir como ser humano".
Probablemente sea esa amplitud de miras lo que permitió la rápida
expansión del movimiento, así como su aceptación poco reticente por parte de la
psicología académica, quizá porque, como observa Caparrós (1979) veía en ella
"una simple Weltanschauung humanista, mis que una auténtica alternativa
científica". Una muestra elocuente de este reconocimiento fue la elección de
Maslow como presidente de la APA el año 1968 y el establecimiento posterior, al
que ya nos hemos referido, el año 1970 de la División
32 para la Psicología Humanista.
La vaguedad de los propósitos iníciales de Maslow se pone de manifiesto en
un texto suyo de 1957. En él propone una serie de "deberías" para que la psicología
sea más humanista "si quiere madurar como ciencia y aceptar sus plenas
responsabilidades". Para ello la psicología debe interesarse mis por los problemas
humanos en general y menos por los corporativistas, fijar mis su atención en las
cuestiones filosóficas, estéticas y éticas, atreverse a ser mis creativa y menos
precavida, centrarse más en los problemas reales de las personas y no tanto en los
métodos, ser mis positiva y menos negativa. La psicología académica, concluye
Maslow (1957):
"es exclusivamente occidental. Necesita beber igualmente de las fuentes orientales. Esta
excesivamente orientada a lo objetivo, lo manifiesto, lo conductual y necesita aprender mucho más
acerca de lo subjetivo, lo privado, lo interior, lo reflexivo. La introspección, rechazada como una
técnica, debería retomarse en la investigación psicológica.

La psicología debería estudiar al ser humano, no como determinado por fuerzas exteriores,
sino como activo y autónomo, regulador de sí mismo, capaz de elegir Y centro de su propia vida...
Los intelectuales tienden a perderse en abstracciones y palabras, olvidando la experiencia real
original, que es el principio de toda ciencia. Peligro Este especialmente nocivo para la psicología. Los
psicólogos deberían dedicar más tiempo al estudio intensivo de la persona singular y única y
equilibrar con ello su preocupación por las cuestiones generales.
Finalmente, dado que empezamos a conocer mejor las necesidades legítimas de
crecimiento personal Y autorrealización... deberíamos imponernos la tarea de crear una cultura
capaz de promover la salud".

Era fácil para una serie de autores, principalmente aquellos que permanecían
alejados de los círculos académicos o que se movían en sus ámbitos más periféricos,
sentirse identificados con las propuestas de Maslow. De acuerdo con Maslow
(1962) pueden distinguirse tres grupos: los disidentes freudianos y los neo-
freudianos, los gestaltistas y lewinianos y, finalmente, los fenomenólogos y
existencialistas.
Sin embargo, esta misma generosa amplitud respecto al objeto de la
psicología y absoluta imprecisión relativa al método, al mismo tiempo que atraía con
fuerza a gran cantidad de entusiastas seguidores, la dejaba en total indefensión.
¿Qué se entiende, en efecto; por Psicología Humanista? Nadie puede definirlo, hoy
en día, a ciencia cierta.
Para empezar, ya hemos hecho mención de los serios problemas que
existían relativos a su denominación: pudo haberse llamado metapsicología, onto-
psicología o psicología del self entre otras muchas formas. La elección del apelativo
humanista fue, finalmente, resultado de un consenso convencional, no de la
especificidad de su objeto.
En segundo lugar, pretendía inspirar con su hálito a todo el campo de
investigación psicológica. A la larga, esto se demostraría impracticable y aparecerían
las inevitables polémicas dentro y fuera del movimiento sin posible reconciliación.
Por último, las características apuntadas del movimiento de la Psicología
Humanista se prestaron fácilmente a dar cobijo, más allá de las pretensiones iníciales
de sus pioneros, a todo tipo de tendencias y prácticas que proliferaron en la década
de los sesenta. Así, al lado de sistemas bien estructurados aparecieron multitud de
técnicas, principalmente grupales, orientadas a provocar experiencias o a aumentar
los estados de conciencia de una forma indiscriminada. El propio Maslow hacia el
final de su vida se mostraba cada vez más llevado hacia una psicología
trascendental, actualmente llamada "transpersonal". Así en 1968 expone en un
memorándum dirigido al Salh Institute of Biological Studies su dedicación al
desarrollo de lo que podría llamarse "una cuarta psicología trascendental". Y en el
prólogo de la segunda edición de su obra Toward a Psychology of being (1968b):
"También debo confesar que considero a la Psicología Humanista, esta tercera fuerza
psicológica, como algo transitorio, como un allanamiento del camino hacia una cuarta psicología
aun más elevada, una psicología trans-personal, trans-humana, centrada en el cosmos, más que en
el bien y las necesidades del hombre, que trasciende su naturaleza, su identidad Y su
autorrealización".

Esta tendencia transpersonal de la Psicología Humanista, sin embargo, sólo


se ha ido acentuando con el tiempo, particularmente a partir de la década de los
setenta. En sus momentos iníciales predominaban en el ámbito de la Psicología
Humanista las técnicas orientadas al "crecimiento personal", provenientes en su
mayoría del movimiento del Potencial Humano. La sensación de irracionalidad y
desconcierto que introdujeron en su seno hicieron exclamar a Sigmund Koch
(1969):
"Este completo y extenso movimiento del Potencial Humano es, en realidad,
una amenaza a la dignidad humana, pues desafía cualquier concepción de la
persona que haría la vida digna de ser vivida, en un mayor grado que el
conductismo. No obstante, su mensaje es parecido sorprendentemente al del
conductismo: destruye el contenido Y limite del yo, trasportándolo fuera del
organismo, no solamente a su periferia, sino exactamente al espacio social, público.
Genera una retorica militante de antirrigor y se burla tanto de las exigencias
académicas, como de la vida. Como hombres preocupados por la obstrucción
desde arriba tienen una pasión por la colección interminable Y la elaboración de
ingeniería de grupos".
La conciencia de esta tendencia autodestructiva de la Psicología Humanista
no escapaba al propio Maslow, quien en 1970, poco antes de su muerte, reconocía
que la Psicología Humanista "está siendo agotada por sus propias fuerzas interiores".
Y en la entrevista con Frick (1971) añadía:
"Muchos jovenes se fijan estas metas de una manera muy consciente: las metas idealistas de
estos valores B. estas metas finales de verdad, honestidad Y justicia, el abandono de la hipocresia Y la
false dad. Los jóvenes lo estan haciendo pero de una manera estúpida e ineficaz: lo quieren ahora. Y
no se dan cuenta que es un proyecto para toda la vida y que no se logra en una única Y enorme
experiencia pico, En términos psicoanalíticos ponen demasiado acento en el insight y muy poco en
la elaboración. La elaboración lleva toda una vida Y no hay otra salida que trabajar... Vi un distintivo
que lo resumía a la perfección. Alguien en la costa Oeste lo fabricaba y decía: Nirvana, ahora".

De forma similar se expresaba Perls (1969) a propósito de los activadores de


sentidos:
"Tenemos bastante gente correteando y coleccionando trucos Y más trucos Y abusando de
ellos...El proceso de crecimiento es un proceso que lleva tiempo... Entre la pseudo-espontaneidad de
los incitadores y el condicionamiento de los conductistas hay una persona de verdad, una persona
que toma posición y se define".

En todas estas citas hay una alusión directa a lo que supuso en la década de
los 60 la profusión de recursos tecnológicos provenientes del Movimiento de
Potencial Humano, encuadrado en el contexto más general de la Contracultura
(Roszak, 1969). Una definición estricta del Movimiento es prácticamente imposible.
De acuerdo con Mann (1979) es un término global, creado para designar un
amplio espectro de enfoques, métodos y técnicas relativas al pleno desarrollo de las
capacidades humanas. La suposición básica es que el ser humano no desarrolla
todo su potencial a causa de las restricciones sociales a que se ve sometido en su
vida ordinaria ya desde el nacimiento y a través de la educación. Se trata, por tanto,
de proporcionarle nuevas experiencias -peak experiences- que posibiliten su
renacimiento y reeducación.
El Movimiento del Potencial Humano se interesa por todos los campos
donde: pueda producirse una expansión de la existencia humana: conciencia
sensorial, expansión emocional, movimiento espacial, visualización e imaginación,
empatía, habilidades paranormales, expresión creativa, inteligencia, valores éticos,
atención y voluntad, meditación, etc.
Para ello pueden utilizarse cualquier tipo de técnicas que de una manera u
otra contribuyan a esta finalidad. Mann (1979) las distribuye de acuerdo con la
siguiente clasificación:
- Manipulación fisiológica: acupuntura, drogas psicodélicas, rolfing.
- Conciencia sensorial: avivamiento sensorial, hasta yoga, biofeedback.
- Expresión emocional: terapia primal.
- Conducta personal: terapia conductual, role playing, terapia de constructos
personales.
- Creatividad: solución creativa de problemas, sinéctica.
-- Autoimagen: Maharishi, Gestalt, hipnosis.
- Interacción: grupos de encuentro.
- Reestructuración social: comunas, estilos alternativos de vida, universidades
abiertas.
- Transpersonal: meditación, parapsicología, estados alterados de conciencia.
Las técnicas del Potencial Humano no van dirigidas a la curación
propiamente dicha, sino al crecimiento. Los centros donde se practican reciben el
nombre genérico de Centros de Crecimiento Personal (Grow Center). Estos centros,
surgidos al margen de instituciones oficiales terapéuticas, educativas y
administrativas se dirigen a un sector social especialmente sensible a las propuestas
de perfectibilidad: clases medias, económicamente bien remuneradas, que aspiran a
la promoción personal que no hallan en su vida ordinaria.
Su dependencia de los procesos socio-culturales concomitantes se hace
patente a través de su corta historia. Durante la década de los sesenta predominan
los grupos de encuentro no-directivo en consonancia con el espíritu comunitario y
anárquico de los movimientos contraculturales. A partir de los setenta el foco se
desplaza hacia lo intra y transpersonal, de acuerdo con el rearme religioso y moral
de la sociedad americana. Al Centro de Crecimiento le sucede el Ashram, que, en
cierto modo, es su antítesis; a la permisividad no directiva, la disciplina rígida
impuesta por la fe y el líder religioso.
2.4. Situación actual
El enorme arsenal de técnicas o "trucos" como les llamaba Perls (1969),
desarrollados durante estos Últimos años, orientados a la autoexpresión, la
autorrealización y la autogratificación han producido la imagen popular en la que
se identifican o confunden Psicología Humanista y Movimiento del Potencial
Humano. Esta situación plantea un verdadero dilema, relativo a la delimitación
actual de la Psicología Humanista. ¿Continúa siendo un programa psicológico o se
ha disuelto en la práctica en un movimiento sociocultural? No es fácil responder a
esta pregunta.
Floyd Matson (1981) defiende la distinción entre ambos en base a la
originalidad programática de la Psicología Humanista, como alternativa a las
psicologías tradicionales. Alternativa o propuesta programática que todavía no ha
producido todos sus frutos y, como tal, continúa teniendo su justificación en el
campo especifico de la psicología.
Alternativa psicológica o propuesta social, ¿qué queda de todo el esfuerzo
histórico que supuso el nacimiento de la Psicología Humanista? En una revisión de
los Últimos veinte años de Psicología Humanista Elizabeth Campbell (1984), al
tiempo que reitera su fe en los principios básicos de la tercera fuerza, se muestra
temerosa de que sus objetivos no se hayan conseguido y sus buenas intenciones
no siempre hayan producido los efectos deseados".
La misma autora hace un reparó de un estudio prospectivo llevado a cabo
por ella entre 1973 y 1974 con la finalidad de detectar las tendencias que en aquel
entonces se abrían a la Psicología Humanista para la siguiente década. El estudio,
resultado de 36 entrevistas en profundidad a los principales líderes del movimiento
humanista, señalaba siete objetivos principales: el desarrollo de una teoría unificada
para la Psicología Humanista, una mayor tendencia hacia el tratamiento holístico de
los aspectos cognitivos, afectivos, físicos y espirituales, un desplazamiento de lo
personal hacia lo socio-político y el medio ambiente, una mayor aceptación
sociocultural de la Psicología Humanista aplicada, un aumento de la investigación
en el campo de la Psicología Humanista y el desarrollo de metodologías mis
adecuadas para el estudio de la totalidad del ser humano, incluso en su dimensión
transpersonal, un diálogo mis abierto entre las diferentes escuelas psicológicas y el
humanismo, una mayor comunicación en el seno de la Psicología Humanista. La
contrastación de estas predicciones con la realidad actual lleva a E. Campbell (1984)
a concluir que, aunque no haya indicios de que la Psicología Humanista haya
conseguido un papel predominante en la sociedad, sin embargo se observa una
creciente aceptación, aunque difusa, de su enfoque.
La valoración que ha hecho recientemente Rogers (1985) con motivo de la
Quarter Century of Humanistic Psychology Conference coincide fundamentalmente
con la de Campbell. Para Rogers la Psicología Humanista no ha producido un
impacto profundo o significativo en la corriente psicológica de los EE.UU., a juzgar
por lo que se refleja en las universidades, escuelas superiores y textos académicos.
Igualmente se echa de menos un programa de investigación y de doctorado,
aprobado por la APA, a pesar de admitir entre sus criterios la investigación
desarrollada en contextos naturales, no necesariamente experimentales:
"Pienso que una de las causas por las que la Psicología Humanista es tenida en tan poca
consideración por la psicología académica radica en la falta de contribuciones científicas significativas
al campo del conocimiento psicológico".
Por el contrario, la Psicología Humanista, constata Rogers (1985) ha
producido un impacto enorme en el ámbito sociocultural, en el aprendizaje y
conocimiento experiencial. A través de los grupos intensivos, de la autoexpresión, de
las diversas formas de terapia, la vida de miles o tal vez millones de personas ha
experimentado cambios importantes. "Nuestra cultura es hoy muy diferente, gracias
a la Psicología Humanista".
Los análisis de Campbell y Rogers se dirigen fundamentalmente al eco social
o exterior de la Psicología Humanista desde los inicios de su existencia hasta
nuestros días. Si observamos las tendencias interiores del movimiento, en cambio,
podemos constatar una fuerte tensión que lo divide. Mientras para unos el
movimiento debe permanecer dentro del campo psicológico, so pena de destruirse,
para otros hay que sobrepasar las fronteras de la Psicología y abrirlo a nuevos
horizontes, desprofesionalizándolo y convirtiéndolo en un movimiento (contra-,sub-)
cultural, patrimonio de la sociedad. De la actualidad de esta problemática se hace
eco la misma publicación oficial de la AHP, el Journal of Humanistic Psychology en
el número de primavera de 1985, en un breve articulo de su director Tom
Greening:
"Su ha sugerido suprimir la palabra psicología del título de la Asociación. Pero los miembros
más antiguos continúan remitiéndose al propósito inicial de Maslow de integrar la tradición
humanista con la psicología... La AHP, el JHP Y la División 32 de la APA siguen afirmando
explícitamente la gloriosa herencia y desarrollando la orientación que echa sus raíces en la
experiencia humana pasada Y en futuras aspiraciones".

Nuestra postura personal, como historiadores, es la de considerar que la


Psicología Humanista ha sido, en la práctica, invadida por tendencias surgidas al
margen de su inspiración, al no haber desarrollado, a diferencia del Psicoanálisis o
del Conductismo, una metodología propia. Este hecho produce la ilusión en los
practicantes de la Psicología Humanista de la existencia de una Psicología
Humanista, claramente diferenciada de las otras psicologías y produce el extraño
efecto de ver ceremonialmente hermanados en los congresos a grupos de las mis
diversas orientaciones. Es frecuente también observar movimientos
transfugacionales dentro del sistema en la suposición de que todo, absolutamente
todo, a pesar de la heterogeneidad, es con propiedad Psicología Humanista. La
realidad, sin embargo, es que en el seno de la Psicología Humanista anidan
actualmente multitud de técnicas, particularmente de psicoterapia o de "crecimiento
personal" de las mis diversas procedencias, cuyo denominador común es muy difícil,
por no decir imposible, identificar. Por esta misma razón, como observa Caparrós
(1980) resulta poco menos que inútil cualquier intento de trazar una panorámica
de su status actual.
La tendencia presente es todavía hacia una mayor diversificación progresiva,
de modo que nos encontramos ante un ingente corpus pragmático sin un
referente teórico bien definido. Ya en 1967 Bugental observaba que la Psicología
Humanista "se encontraba en la situación paradójica de poseer un enorme caudal
de técnicas, por una parte, pero de presentar, por otra, serios problemas
metodológicos.
Finalmente, otra característica determinante de la situación actual es el
predominio creciente, al que ya nos hemos referido, que está adquiriendo en
EE.UU. la llamada Psicología Transpersonal, orientada hacia el misticismo cósmico o
religioso.
A la vista, pues, de la trayectoria histórica seguida por la Psicología
Humanista desde sus orígenes hasta nuestros días, podemos concluir con
Moustakas (1985) que "humanista" no significa ya lo mismo en 1985 que en 1959,
sino que continúa mis bien entendiéndose de acuerdo a las concepciones y valores
propios de cada uno, relativas a la libertad, la ciencia, la fe, la naturaleza y
experiencia humanas.

3. BASES CONCEPTUALES Y EPISTEMOLÓGICAS DE LA PSICOLOGÍA HUMANISTA


3.1. Un humanismo naturalista
La Psicología Humanista se remite habitualmente a la teoría organísmica
como su marco de referencia conceptual. Su principio fundamental es la tendencia
actualizante del organismo. De hecho fue Goldstein (1940) el primero en introducir
el concepto de autoactualización según el cual todas las características y motivos del
organismo están al servicio de esta tendencia suprema:
"Las tendencias que mantienen en funcionamiento el organismo no son más que las fuerzas
que surgen de su tendencia a actualizarse tan plenamente como sea posible en términos de sus
potencialidades".

La Psicología Humanista, dice Campbell (1984), tiene un solo y Único


principio, a saber:
"que dadas unas circunstancias nutritivas, el ser humano posee el potencial para
desarrollarse como una persona sana, que se autodetermina, autorrealiza y trasciende".

A este principio Rogers (1980) lo llama "tendencia formativa'" verdadera vis a


tergo, que para él no sólo se halla presente en los organismos vivos, sino en todo el
universo:
"Mi hipótesis es que en el Universo hay una tendencia direccional formativa, que puede
observarse en el espacio estelar, en los cristales y microorganismos, en los organismos mis complejos
Y, finalmente, en los seres humanos".

La tendencia actualizadora no sería más que un derivado de ella:


"Podemos decir que en todo organismo, a cualquier nivel, existe un flujo subyacente hacia la
realización constructiva de sus posibilidades inherentes. En los seres humanos existe también una
tendencia natural hacia un desarrollo más complejo y pleno. El termino que más se ha utilizado es el
de tendencia acttiolizante Y está presente en todo organismo vivo".

Esta tendencia en el plano psicológico significa que cada ser humano "posee
una tendencia autodirigida hacia la totalidad, hacia la actualización de sus
posibilidades". Es, además, selectiva y actúa sólo en una dirección constructiva. Las
posiciones actuales de Rogers (1980) buscan su apoyo en la biología, la física y la
cosmología. Pero inicialmente estaban basadas en la experiencia en psicoterapia.
Rogers (1951) había observado que bajo ciertas condiciones, llamadas por 61
"facilitadoras", se producía un movimiento espontaneo del cliente hacia una mayor
integración.
Esta tendencia que él llamaba actualizante encontraba su paralelismo en la
teoría motivacional de Maslow que llevaba también inexorablemente hacia la
autorrealización. Ambas teorías se hallan potencialmente contenidas en la
concepción holística de J. C. Smuts (1926). "Aunque reconozco mi deuda con el
historiador británico Lancelot Whyte", dice Rogers (1980):
"quede sorprendido al saber tiempo después que casi las mismas ideas se encontraban en
un libro anterior de Jan C. Smuts, el legendario soldado sudafricano, cuyo tema era la tendencia
holística, totalizadora en todos los estados de la existencia, fundamental en el universo".

Las ideas o conceptos básicos de la teoría holística pueden resumirse de la


siguiente forma: El organismo humano tiene una naturaleza interna intrínseca de
necesidades y tendencias direccionales. El modelo holísta de la organización y el
crecimiento de la personalidad es biológico. Las tendencias direccionales
organísmicas orientan y controlan el desarrollo de la personalidad humana. El
organismo ha de afirmarse en estas direcciones para asegurar un crecimiento sano.
Existe un impulso natural hacia la autorrealización. El concepto de
autorrealización incluye la necesidad de establecer unidad y coherencia. Los
impulsos y tendencias básicas del organismo humano son de naturaleza positiva. El
impulso humano tiene una orientación claramente social. La conducta negativa y
destructiva es consecuencia de una reacción a la frustración de necesidades
estrechamente vinculadas a las tendencias direccionales básicas, o producto de una
reestructuración incongruente ante un medio social hostil.
La personalidad humana se concibe como una organización y un proceso.
El hombre tiene enormes potencialidades de crecimiento, todavía no realizadas. La
Psicología Humanista acentúa el desarrollo de este potencial, al tiempo que la
concepción de una personalidad sana en oposición a la visión psicopatológica del
hombre y la sociedad.
La teoría organísmica, formulada por Goldstein, coincide fundamentalmente
con la teoría holística: el organismo está compuesto de distintas partes articuladas
entre sí, que no actúan de forma disociada sino en condiciones experimentales
patológicas o bajo fuerte ansiedad. La autorrealización es el Único y auténtico
impulso del organismo. Los impulsos descritos por la psicología (hambre, sexo,
poder, curiosidad, logro, etc.) no son distintos, sino manifestaciones de un Único y
básico impulso, el de la autorrealización, hacia el que tiende el organismo de forma
unitaria. Esto lleva a que las necesidades pasen de uno a otro plano, según el lugar
que ocupen en cada momento. La autorrealización es la tendencia creadora de la
naturaleza humana, el principio orgánico según el cual el organismo llega a su
pleno y cabal desarrollo.
El concepto de autorrealización resulta pues nuclear en la concepción
humanista. Aparece originariamente en la teoría motivacional de Maslow (1943,
1954), como el remate de la pirámide jerárquica de necesidades y se ha ido
repitiendo en sucesivos trabajos suyos de forma insistente. Conceptos semejantes a
los de Maslow pueden ser rastreados, según Frick (1982), en el pensamiento de
Adler (personalidad creativa), en el de Jung (individuación) o en el de Karen
Horney.
Aunque el concepto ha experimentado Últimamente una evolución desde el
inmanentismo al trascendentalismo, sus bases continúan siendo las mismas: el
organismo moviéndose naturalmente hacia la consecución de sus fines. Pero
¿cuáles son esos fines?

3.2. Un humanismo axiológico y trascendental


A pesar de posibles matices diferenciales entre los autores que utilizan el
concepto (Rogers, Maslow, Frankl, Fromm), la suposición básica o general de la que
parten es la misma: existen valores cuya realización o alcance constituyen la
finalidad de la vida humana. La referencia a los valores se halla ya en los
documentos fundacionales y la bibliografía primigenia de la Psicología Humanista.
En el folleto que acompañaba al boletín de inscripción de la American Association
for Humanistic Psychology podían leerse estas frases de Bugental y Bühler:
"Quizás es más importante para nosotros la convicción de que todos los seres humanos son
básicamente creativos y que la intencionalidad y los valores son determinantes básicos de la acción
humana".

La misma Ch. Buhler (1962) es autora de un libro titulado Values in


Psychotherapy, que obtuvo notable resonancia en el momento de su aparición.
Tanto Fromm con su concepto de conciencia humanista (1947) o el de sociedad
del ser y del tener (1976), como V. Frankl con su insistencia en la necesidad de los
valores para una existencia significativa, o Maslow con su abundante literatura sobre
motivaciones B y teoría Z, New knowledge in humun values (1959), Religious values
and peak experiences (1964, 1970), parten del supuesto que existe una meta o
estado a alcanzar, predeterminado organisticamente (Maslow) o incluso
cosmológicamente (Teilhard de Chardin).
Para resumirlo en unas cuantas palabras, dice Maslow (1971):
"El hombre tiene una naturaleza elevada y trascendente y esta es parte de su esencia, esto es de su
naturaleza biológica, como miembro de una especie que se ha desarrollado. Esto implica para mí
algo que vale más que exprese claramente: un rechazo absoluto del existencialismo tipo Sartre".

Muy esquemáticamente el presupuesto antropofilosófico de la teoría de


autorrealización puede expresarse de la siguiente manera: El ser humano se halla
en un punto culminante de la evolución cósmica. Su naturaleza organísmica lleva
genéticamente inscrita la potencialidad de un desarrollo todavía más elevado que
está llamado a desplegarse durante la existencia individual y colectiva hasta alcanzar
su plenitud.
Esta visión globalizadora del proceso de autorrealización es un calco perfecto de la
visión teilhardiana de la evolución. Con razón Frank Severin (1967) pudo hablar de
la Psicología Humanista de Teilhard de Chardin.
Según Severin, Darwin nos ofreció una comprensión unificada de la naturaleza, "el
universo aparece como un gigantesco átomo, solamente comprensible en su
integridad total". En 61, el ser humano ocupa un lugar complementario como todos
los otros seres o elementos:
"constituye la noosfera o esfera de la conciencia, cuya función no se justifica por sí sola, sino en
función del conjunta. La antropogénesis es una continuación de la biogénesis y ésta de la
cosmogénesis. Las leyes de la biología continúan aplicándose a la evolución, aun cuando ésta entre
en las esferas de la psicológico y lo social".

Las consecuencias últimas de la concepción holística del "fenómeno


humano" llevan inexorablemente a una visión trascendentalista, tal como
histéricamente ha sucedido con todos los autores humanistas. Maslow (1967,
1968b, 1971), Rogers (1980), Fromm (1960,1976), Anthony Sutich (1968), Frankl
(1966), excepción hecha de Rollo May (1982) han seguido el mismo camino. Como
observa May (1985), el humanismo significa para ellos la pertenencia sin solución de
continuidad del ser humano a los dos reinos, el natural y el sobrenatural.
Para estos autores la dimensión religiosa de la Psicología Humanista (Fuller,
1982) es intrínseca a cualquier consideración del ser, del sí mismo, de la
autorrealización y de la naturaleza humana. Maslow (1970) considera que una
psicología holística debe combinar las dimensiones "humanística, transpersonal y
transhumana" en una sola, puesto que el ser humano "posee una naturaleza más
elevada y trascendente que constituye su esencia".
De este modo, la controversia inicial en el seno de la Psicología Humanista
entre humanismo secular y teísta, que tantas disensiones implícitas y explicitas
suscitó, se está diluyendo en favor del segundo en la dirección de un panteísmo
orientalista.
La tendencia actual de la Psicología Humanista se coloca en lo que Smith
(1985) llama la "tradición primordial", en la que psicología, filosofía y teología
constituyen un todo continuo indiferenciado. En clara alusión a la critica que
Leonard Geller (1982) hace del concepto de autorrealización, admite que puede ser
correcta aplicada a las posiciones iníciales de Rogers y Maslow en las que se
ignoraba el origen de la personalidad en la interacción social. Pero este origen no
demuestra que en 61 se agote toda la realidad.
Para Smith existe una realidad espiritual a la que llama "el inconsciente sagrado". Así
como Marx desenmascaró el inconsciente social y Freud el individual, la suprema
oportunidad humana es profundizar todavía mis y llegar a adquirir conciencia del
inconsciente sagrado".
El proceso histórico seguido por la Psicología Humanista hacia lo espiritual o
transpersonal parece indicar, justamente, que las primitivas teorías de la
autorrealización propuestas por Rogers o Maslow estaban inexorablemente
condenadas a derivar hacia el trascendentalismo, dada su enunciación
intrínsecamente contradictoria. En efecto, si se concibe un ser en "perpetuo proceso
de llegar a ser" (Rogers) es imposible que nunca llegue a ser, puesto que implicaría
automáticamente la paralización del proceso de devenir. Por el contrario, si se
concibe una meta o vértice de la pirámide motivacional (Maslow) en la que se
alcanza la plenitud del ser, esto conlleva la negación de la continuidad del proceso
y el cierre de toda ulterior evolución. El Único proyecto, dice Maslow (1970) en clara
alusión al lenguaje existencialista de Sartre, que puede llevar a cabo el ser humano
"esta biológicamente predeterminado: es el de llegar a ser hombre".
Pero, ¿qué significa ser hombre en un marco naturalista y esencialista, al
margen de la historia y de la cultura? Como quiera que el postulado organismico-
biologicista, con el que Maslow pretendía, todavía, mantenerse dentro de una
postura científico-naturalista, es incapaz de explicar la dimensión histórica y cultural
del ser humano, no queda otra opción que dar un salto hacia adelante. La
continuidad progresiva del proceso de autorrealización implica necesariamente la
ruptura de los límites naturales o inmanentes en una dirección trascendental.

3.3. Un humanismo no-dialéctico


Como es sabido el modelo de Maslow (1954, 1968b) concebía la motivación
humana estructurada en un sistema jerárquico de necesidades instintoides que
emergían en un orden decreciente de control biológico: 1) necesidades fisiológicas,
2) necesidades de seguridad, 3) necesidades de pertenencia y amor, 4) necesidades
de aprecio, 5) necesidades de autorrealización. Según Maslow la progresión es
hacia "llegar a ser completamente humano, todo lo que la persona puede llegar a
ser". A nivel de autorrealización, por tanto, el foco se desplaza de las motivaciones
de déficit hacia el cultivo de las potencialidades y la satisfacción de las
metanecesidades. El nexo jerárquico que Maslow establece entre las necesidades,
así como el carácter progresivo o dinámico de la motivación, en explicita oposición
a las teorías homeostáticas, postula que la satisfacción de las necesidades inferiores
conlleva automáticamente la emergencia de las superiores.
Sin embargo, esta inexorable trayectoria de la motivación hacia niveles
superiores no parece responder a la evidencia empírica de la vida de la mayoría de
las personas. Smith (1973) y Geller (1982, 1984) en sendas revisiones de la teoría
motivacional de Maslow, desde el campo mismo de la Psicología Humanista, la
critican duramente. Existe constancia de que el propio Maslow poco antes de su
muerte, ocurrida en 1970, era consciente de esta incongruencia de su teoría. En la
entrevista publicada por Frick (1971), grabada el 23 de noviembre de 1968, Maslow
reconocía, como ya había hecho públicamente el año anterior 1967, que la meta
motivación no parece sobrevenir de una forma automática luego de la gratificación
de las necesidades básicas:
"Es posible sentirse amado y respetado, y a pesar de eso tener una actitud cínica y nihilista y sentir
que nada vale la pena... Y no sólo cinismo Y nihilismo, sino también anomia, desesperanza Y
pesimismo que, lleva a la apatía... Puede ocurrir. Y de hecho ocurre a una porción considerable de
jóvenes, que desertan de la sociedad Y en muchos casos avanzan hacia la muerte... Eso ha sido una
sorpresa. Y no lo hemos aprendido real Y plenamente hasta hace tres o cuatro años. .. En realidad no
tuve conciencia de esta cuestión hasta hace un par de dos... En mi caso me hace sentir más
misionero que nunca. Y usted sabe, por Dios, que eso está mal, porque hay valores".

Si las teorías de la auto actualización fallan tanto en sus pretensiones


trascendentales, como en su fundamentación organísmica, ello se debe a sus
presupuestos filosóficos de base. En efecto, ¿puede sostenerse en el campo de las
ciencias histórico-sociales una filosofía estrictamente naturalista o esencialista?
El concepto de potencialidad se basa en la suposición de un código
genético llamado a desarrollarse en el seno de un medio ecológico favorable, pero
sin confundirse con 61. En 1962 Maslow escribía:
"El hombre no se encuentra en la práctica moldeado de acuerdo con la humanidad, ni se le enseña
a ser humano. El papel del medio ambiente es en la práctica permitirle o ayudarle a realizar sus
propias potencialidades, no las del ambiente. El ambiente no le infunde potencialidades ni
capacidades, sino que conforma embrionaria o incipiente Ya las posee, al igual que posee brazos y
piernas en embrión.

La creatividad, espontaneidad, conciencia de su, autenticidad, interés por los demás y anhelo de la
verdad son potencialidades pertenecientes a su condición de miembro de la especie... Un maestro,
una madre o una cultura no crean un ser humano, lo que hacen es más bien permitir, promover o
facilitar la actualización de aquello que ya existe en embrión... La cultura es el sol, el agua Y el
alimento, pero no es la semilla".

Esta concepción biologicista concibe el medio como un factor auxiliar, no


interactiva (Smith, 1985). En la moderna biología existe una tendencia a superar
este planteamiento aislacionista y concebir el código genético, no conto un
conjunto de direcciones a desarrollar, sino como un conjunto de reglas interactivas.
(Murayama, 1977).
Huston Smith, aunque admite que tal vez sea cierta la crítica de Geller (1982)
al concepto de auto actualización, basada en el hecho de que la interacción social
es necesaria para la formación del ser humano, considera que, sin embargo, no es
por sí sola suficiente. Para 61 esta cuestión remite a la polémica entre racionalismo y
empirismo, que ha tenido en psicología, apropósito de los universales lingüísticos de
Chomsky, uno de sus máximos exponentes o, en el campo de la filosofía, entre
esencialismo y existencialismo, en el que Smith encuadra la crítica de Geller. Sin
embargo, de acuerdo con Geller (1984), la teoría de Maslow no admite una
interpretación emergentista, sino que es reductivamente biológica: tanto las
estructuras como los contenidos de las necesidades humanas, incluso las más
elevadas, son innatas y están genéticamente determinadas.
En este supuesto, cuáles serian las condiciones auxiliares presentes en el
ambiente que actuarían de facilitadores, tales como el agua, la tierra y el sol para
usar el símil propuesto por Maslow? Rogers ha respondido a esta cuestión a través
del enunciado y de la descripción de las condiciones o actitudes "facilitadoras" del
proceso terapéutico centrado en la persona, que han constituido el núcleo de su
trabajo durante más de cuarenta años. En una reciente reelaboración de sus
postulados Rogers (1978, 1980) lo resume así:
"Para que el clima facilite el crecimiento deberían cumplirse tres condiciones, las cuales son
apropiadas, tanto para describir las relaciones entre terapeuta y cliente, como entre padres e hijos,
lideres Y grupo, profesores y alumnos, administrados Y staff. En general serán adecuadas en
cualquier situación en la que el propósito sea el desarrollo de la persona".

Las condiciones facilitadoras, como es sabido, se reducen para Rogers


básicamente a tres: congruencia, empatía y aceptación. La cuestión critica que se
plantea al respecto es saber si estas condiciones se bastan por sí mismas, si son las
necesarias y suficientes para facilitar por si solas el desarrollo de la persona. Que
estas actitudes juegan un papel facilitador de la relación terapéutica parece que está
fuera de toda duda después de los cuidadosos trabajos del propio Rogers (1967) y
colaboradores (Rogers, Gendelin, Kiesler, Truaux, 1967; Truaux y Mitchell, 1971). Sin
embargo, ello no significa que porque la relación sea buena o positiva, necesaria y
automáticamente se produzca el desarrollo, crecimiento o maduración de la
persona.
Existe en la concepción de Rogers, lo mismo que en la de Maslow, un salto
epistemológico que reduce todo el proceso a un despliegue interno de
potencialidades innatas e impide darse cuenta de la complejidad interactiva del
proceso. Los padres, maestros o terapeutas no son puramente facilitadores, sino
que, aún en contra de su supuesta voluntad explícita de no interferir en el proceso
autónomo de sus pupilos, actúan como verdaderos "agentes" de su desarrollo.
Para dilucidar mejor esta cuestión puede sernos Útil el concepto vygotskiano
de "zona de desarrollo potencial". Para Vygotsky (1934) la maduración por sí sola no
sería capaz de producir las funciones psicológicas que implican el empleo de signos
y símbolos, que son originariamente instrumentos de interacción, cuya apropiación
exige inevitablemente el concurso y la presencia de los otros. La noción de zona de
desarrollo potencial sintetiza la concepción del desarrollo como apropiación e
internalización de instrumentos proporcionados por agentes culturales de
interacción, de forma que en cierto modo el desarrollo de las funciones superiores
humanas es, necesariamente, artificial. El papel del lenguaje en todo este proceso
en la teoría de Vygotsky es suficientemente conocido para que necesite una mayor
explanación.
El error de la Psicología Humanista estaría en el hecho de postular una "zona
de desarrollo potencial" organísmica, que sólo podría ser favorecida s entorpecida
por la acción social, pero no potenciada y desarrollada instrumentalmente por ella a
través de la interacción mutua. Las condiciones positivas o negativas actuarían de
facilitadores o inhibidores, pero no transformarían instrumentalmente el proceso de
evolución psicológica. Según esto las actitudes exigidas por Rogers para facilitar el
desarrollo serian necesarias, pero no suficientes por sí mismas, al menos en todos los
casos, para facilitar el desarrollo del potencial humano.
Resumiendo, y muy sintéticamente, podría decirse que la Psicología
Humanista presupone una identidad entre filogénesis y ontogénesis, mientras que
la teoría de Vygotsky las distingue, sosteniendo que la segunda no es reflejo
necesario de la primera. Para 61, el desarrollo humano sólo puede entenderse
como síntesis producida por la confluencia de dos Órdenes genéticos diferentes: la
maduración orgánica y la historia cultural. Si esta contraposición la hacia Vygotsky a
propósito de la psicología genética de Piaget, cabe concluir, como señalan Varela
(1979) y Ginsburg (1984), que la Psicología Humanista se halla más próxima de la
segunda que de la primera.

3.4. La cuestión del método en Psicología Humanista


Delimitada la Psicología Humanista por sus principios básicos como una
teoría esencialista, naturalista u organísmica, debería darse por supuesto que sus
métodos se mueven en el contexto de las ciencias naturales. Maslow lo expresaba
así en su entrevista con Frick (1971):
"La Psicología Humanista que estoy desarrollando y que confío en sistematizar incluye, mejor dicho,
es una estructura metodológica teórica y filosófica más amplia que abarca la psicología positivista sin
rechazarla".

En el apéndice de Motivation and Personality, titulado Problems generated


by a positive approach to Psychology, Maslow (1954) proponía un replanteamiento
holístico de los temas básicos de la psicología: aprendizaje, percepción, memoria,
motivación, cognición, personalidad, psicología clínica, social y animal. Para 61 las
técnicas de estudio "in vitro" eran Útiles y licitas, pero menos significativas que las
realizadas "in situ". Los estudios de disección, dice, son válidos, pero deben ser
integrados en una visión organísmica. El cuerpo no es una colección de Órganos
independientes, sino integrados. Esta analogía le sirve a Maslow para distinguir
entre el método analítico reductivo y el holístico, que para 61 es el más adecuado
para el estudio de las cuestiones psicológicas, especialmente las relativas a la
personalidad.
El punto de vista holístico era descrito por Maslow en contraposición al
atomístico como funcional mis que taxonómico, motivacional mis que causal,
dinámico más que estático, propositivo mis que mecanicista. El concepto de
causalidad "múltiple" postulado por la física y la química modernas lleva a Maslow
(1970) a rechazar el modelo causa-efecto o estimulo-respuesta, en base a la
concepción del organismo "no como un agente pasivo, en quien los estímulos
producen respuestas, sino como un agente activo, inmerso en una compleja
relación mutua con la causa".
Esta visión interaccionista de Maslow, sin embargo, apenas ha dado lugar a
ninguna investigación seria en Psicología Humanista, puesto que sus intereses han
ido por otros derroteros, centrándose en el desarrollo solipsista del potencial interno
o innato de la persona en un contexto ecológico o naturalista, a veces por medio
de estimulaciones psicodélicas, experiencias extrasensoriales, regresiones,
renacimientos, procesos desconectados todos ellos de su dimensión intramundana.
Por otra parte, el trabajo en grupos ha perseguido en ocasiones experiencias de
realidades ilusorias, producidas más bien bajo los efectos sugestivos de maratones
vivenciales, en los que toda interacción grupal o interpersonal está desprovista de su
dimensión dialéctica real.
La Psicología Humanista, decía Kelly (1966), necesita una tecnología a través
de la cual pueda expresar sus intenciones humanas. La humanidad necesita
concretarse, no sólo ser descrita o elogiada. El genuino respeto por la dignidad
humana exige el desarrollo de instrumentos de acción eficaces, no solo "proclamas
encendidas de su elevada naturaleza o estatuas ecuestres en su honor, erigidas en
un ángulo del parque".
Desgraciadamente la señal de alerta emitida por Kelly, casi a los inicios de la
Psicología Humanista, apenas ha sido tomada en cuenta y el producto tejido y
destejido innumerables veces durante estos veinticinco años de Psicología
Humanista ostenta un aspecto más estético que científico. Con lo cual se ha
producido el efecto doblemente paradójico de que la psicología científica por un
lado se haya desentendido de los dominios más humanos u holísticos que le
proponía la Psicología Humanista y, por otro, que la Psicología Humanista se haya
ocupado de ellos de una forma puramente experiencial. A la Psicología Humanista
se le puede aplicar aquella sutil observación, que un vendedor de alfombras persas
le hacía a un periodista polaco en 1980, poco después de la revolución islámica del
Irán:
"¿Que hemos aportado nosotros los persas al mundo? Tres cosas: poesía, el arte de la
miniatura y alfombras. Tres cosas improductivas, sin ninguna utilidad inmediata, incapaces de hacer
un mundo automatizado, pero que lo han hecho más hermoso. Y si no entendéis esta distinción no
podréis entender porqué hemos rechazado la gran civilización moderna a donde nos quería llevar a
palos el Shaw y hemos adoptado los valores tradicionales".

La Psicología Humanista pasará probablemente a la historia como una bella


revolución. Es prematuro todavía señalar qué quedará de ella. En cualquier caso,
podrá decirse en contra de lo que pensaba Maslow (1968), que no se ha tratado de
una revolución interna desde el seno de la ciencia misma, por lo que no dar origen
a un nuevo paradigma en el sentido de Kuhn, sino externa a ella o contra ella. Y
esta actitud de rebeldía la llevará a su propia disolución en un ámbito mis holístico
que el de la psicología, a saber el de la filosofía o la religión, tal como apuntan ya sus
tendencias actuales.
En efecto, si repasamos los principales alegatos programáticos de la
Psicología Humanista (Maslow 1954, 1968, 1970, 1971; Matson 1964, 1973; Giorgi
1970; Frick 1971; Chein 1972; Martinez 1982), observamos que dedican la mayor
parte de sus esfuerzos, espacio y tiempo a poner de manifiesto las limitaciones del
método científico, impuesto a la psicología "por decreto" (Matson 1973). En
contrapartida, nada o apenas nada es lo que proponen como alternativa. Algunos,
incluso, como Douglas y Moustakas (1985) llegan a descartar la necesidad de un
método para enfatizar la importancia "de una actitud comprensiva de la existencia y
conducta humanas". Ni siquiera el método fenomenológico es aceptado por estos
autores por considerarlo reductivo, analítico y objetivizador, aún reconociéndole su
adecuación para la comprensión del mundo de significación subjetiva.
Frick (1971) sintetiza muy bien los argumentos habituales de los psicólogos
humanistas frente a las autolimitaciones de la ciencia psicológica con estas palabras:
"La ciencia psicológica se ha mantenido extrañamente silenciosa y reacia a considerar estos
problemas humanos reales y complejos, los dilemas existenciales en la experiencia humana y en las
relaciones interpersonales. Partiendo de un concepto anticuado de la ciencia, los psicólogos han
elegido un camino de operacionalismo menos valiente y menos creativo, donde solo la conducta
cuantificable y fácilmente mensurable se considera un tema respetable, digno de atención de la
ciencia y de su compleja metodología. En general la psicología moderna se ha vuelto erudita, pero
pedante: compleja, pero sin trascendencia; muy profesional, pero en gran parte ignorante e
insensible frente a su tema, la persona. En términos históricos, los psicólogos han librado una larga Y
dura batalla para lograr que se les respetara y es en parte esta lucha por el reconocimiento Y el status
científico lo que ha dado lugar a esta situación tan irónica".

Los razonamientos de Frick son realmente incisivas, pero no aportan por si


mismos ninguna alternativa, que es lo que cabria esperar de ellos. Ciertamente, el
hecho de que la ciencia fracase en su intento de dar cuenta por si sola de la
totalidad, no justifica la ignorancia de una metodología rigurosa. Niel Jerne, premio
Nobel de Medicina en 1984, comentaba en una entrevista reciente con Antoine
Dulaure (1985) a propósito de Kierkegaard, a cuyo pensamiento otorgaba mayor
influencia que a la de ningún otro filósofo o científico:
"Kirkegaard no creía que se pudiera acceder nunca a una comprensión profunda del mundo a
través de la ciencia. El me enseño, a la vez. la seriedad de la ciencia Y una cierta distancia irónica de
ella Nuestra pequeñez no nos permitirá mis que llevar a cabo cosas pequeñas; no estamos solos en
el mundo Y hay otras muchas cosas más importantes que la ciencia".

Desde una Óptica histórica, Sigmund Koch (1971) arguye similarmente que
la idea que la psicología, como las ciencias naturales en las cuales se basó, es una
disciplina acumulativa o progresiva "simplemente no ha sido comprobada por su
historia". Sus argumentos son parecidos a los de Frick, pero en contraste con 61
concluye mis humildemente que: "la psicología no puede ser una ciencia
coherente":
"Desearía poder ofrecer un final constructiva Y feliz, pero no puedo; estoy condicionado por
mi propia visión de la verdad... La Psicología Humanista empezó como una revuelta contra la
asignificación, en contra de casi un siglo de constricción por la prejuiciosa hipótesis de J. S. Mill (la
extensión Y generalización de los métodos físicos a las ciencias sociales) y cincuenta años de
conductismo reductivo.

En ninguna ocasión, sin embargo, logro la Psicología Humanista una concepción completa de la
naturaleza humana".

De modo que la "revolución" científica que según Maslow (1962, 1968b) se


estaba esbozando "al construir una filosofía de la ciencia lo suficientemente amplia
como para incluir el conocimiento basado en la experiencia", no se ha cumplido. Tal
vez porque se había planteado desde arriba, también por decreto, esta revolución
humanista no ha sido sentida por la ciencia como una exigencia de su propio
progreso. Utilizando una terminología marxista-leninista podría decirse que no
existían las condiciones objetivas para ella, cuando Maslow en 1954 con la
publicación de Motivation and personality proponía "edificar sobre las bases
verificables de la psicología científica, antes que oponerse a ella o desarrollar una
psicología rival".
El propósito inicial de Maslow (1954, 1962) de mantenerse fiel a la ciencia,
expresado en sus reiteradas propuestas de "ampliar el campo de jurisdicción de la
ciencia hasta incluir en él los problemas y datos de la psicología personal y
experiencial" se ha diluido en la mis estridente fragmentación tecnológica. La razón
de este doble fracaso parece que debe buscarse, como ya hemos apuntado, en un
factor fundamental: la falta de método.
En efecto, ni la psicología científica ha sido capaz de desarrollar un método
adecuado para incluir en su campo de análisis el mundo significativa de la
experiencia subjetiva, ni la Psicología Humanista ha podido deshacerse de sus
prejuicios contra la actividad analítica por considerarla antihumana, impidiéndose a
si misma cualquier desarrollo metodológico.
La interpretación exclusivamente subjetivista que hace la Psicología
Humanista de la experiencia humana, anatematiza en principio cualquier intento de
aproximación analítica, ni que sea cualitativa. Ya nos hemos referido al rechazo que
la Psicología Humanista hace del método fenomenológico. En contrapartida las
únicas alternativas que considera viables, son aquellas en las que no hay ningún
grado de objetivación: la comprensión empática (Rogers), el enfoque dialógico
(Buber, 1923; Martinez, 1982; Stanton, 1985; Friedman, 1985), el focusing (Gendlin),
el awareness del ahora y aquí de la Gestalt (Perls) o la heurística (Douglas y
Moustakas, 1985).
Con estos presupuestos la Psicología Humanista elude cualquier intento de
experimentación v verificación empírica de sus datos, lo que de acuerdo con
Rychlak (1977) constituye un error grave, al privarse de una fuente importante de
conocimiento, limitándose el acceso a una cantidad ingente de datos empíricos,
que en muchos casos, según Child (1973) podrían ser mejor interpretados por ella.
Con la notable excepción de Rogers, las teorías humanistas, observa Smith (1981),
han menospreciado la contrastación o validación de sus resultados. Podrían
mencionarse también como excepción algunos trabajos sobre la teoría motivacional
de Maslow (Biesheuvel, 1980; Wahb y Bridwell, 1976; Mathes, 1981; Roberts, 1973,
1977), o los trabajos sobre los efectos de la psicoterapia (Johnson, 1979),
generalmente poco concluyentes.

4. EPILOGO
Hasta el momento la Psicología Humanista constituye una comunidad
extremadamente diversificada, que presenta una matriz disciplinar amorfa, pero
reconocible gracias a ciertos principios filosóficos, conceptos generales y valores
científicos, pero sin modelos identificables de investigación, capaces de validar
sistemáticamente la adecuación de sus proposiciones.
En estas condiciones la única posibilidad de continuar hablando de la
Psicología Humanista es remitiéndose, a nuestro juicio, a sus orígenes
programáticos, inspirados en el funcionalismo, puesto que sus desarrollos concretos
escapan a cualquier intento de sistematización que no sea el más puro y simple
sincretismo. La Psicología Humanista, al igual que en su momento la Antipsiquiatría,
tiene un valor critico o testimonial y como tal, destinado a desaparecer en cuanto
haya cumplido su misión, la de elevar la Psicología a preocuparse de problemas
sustancialmente humanos. Cabria incluso apuntar con Caparrós (1979) la
posibilidad de considerar la Psicología Humanista como una necesidad histórica
mientras haya psicologías "científicas":
"Para los psicólogos que se identifican con e: método científico y hacen ciencia a través de
las vicisitudes de la historia, contrapuntos críticos como Maslow les pueden resultar beneficiosos en el
sentido que les recuerdan que su ciencia apunta a un objeto que es un sujeto y un sujeto personal".

No parece, sin embargo, y a la vista de cómo se han ido desarrollando


históricamente las cosas en el campo de la Psicología Humanista, que ésta haya
conseguido actuar de revulsivo de la psicología científica. De modo que podemos
acordar con Caparrós (1984):
"Mucho nos tememos que la cosa no pase de una queja testimonial. Quizá necesaria como
un recordatorio de los límites de la ciencia natural en su pretensión de conocer al hombre. Pero
también es necesario recordar que no basta con apuntar a la dimensión subjetiva Y significativa de la
conducta humana. Hay que hacer posible su conocimiento descriptiva Y explicativo de una manera
fundada".

Y hacerlo, no de forma alternativa al conocimiento científico, sino


elaborando las mediaciones entre ambos tipos de conocimiento, entre ambas
formas posibles de leer e interpretar la conducta humana (Bolton, 1979; Brown,
1974). Las dicotomías en psicología (científico vs. humanista), así como la
multiparadigmaticidad que la caracteriza tienen una justificación puramente
histórica. La psicología, como dice Grauman (1981) tiene que ser humana en toda
su amplitud y profundidad. Debe ser una psicología basada en el estudio científico
de la persona en situación (Linschoten, 1953), una psicología que desplace el
acento de la disposición al contexto (Brunner, 1982), una psicología que reconozca
su objeto en el sujeto mismo de la conducta (Caparrós, 1979). Esta psicología no
será la psicología denominada Humanista que conocemos ahora y que contrasta
en algunos aspectos con el rigor de la psicología científica (Nuttin, 1982). Será,
simplemente, una psicología humana.

RESUMEN
El artículo plantea una revisión del proceso de gestación de la Psicología
Humanista a través de la reconstrucción histórica de sus antecedentes ideológicos y
del contexto social en que aparece a principios de la década de los sesenta.
Introduce, por otra parte, un análisis teórico-critico de los conceptos
fundamentales de la Psicología Humanista, poniendo de relieve sus dimensiones
organísmicas, axiológicas y trascendentales, que implican una concepción
antropológica naturalista y a-histórica.
Examina, finalmente, los planteamientos programáticos de la Psicología
Humanista, que resultan extremadamente ambiciosos a nivel de objetivos, pero
excesivamente cortos y difusos a nivel de realizaciones metodológicas.
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Orígenes históricos de la psicología cognitiva:
paradigma simbólico y procesamiento de la
información
Ángel Rivikre 1
Universidad Autónoma de Madrid
La psicología cognitiva supone la recuperación de una vieja tradición epistemológica en
psicología. Sin embargo, implica un enfoque nuevo del supuesto de que gran parte de la conducta
puede explicarse en virtud de representaciones internas e intencionales. La aproximación cognitiva
es nueva por dos razones: 1) Explica mediante un vocabulario intencional observaciones establecidas
en términos extensionales, y 2) incluye los elementos de ese vocabulario en nociones de cómputo,
que implican el compromiso con un mecanicismo abstracto y formal. Los modelos sintácticos,
formules y racionales predominaron en la primera fase de la historia de la psicología cognitiva. En los
años setenta y ochenta, muchos investigadores respondieron a la necesidad de dar cuenta de las
influencias cognitivas de los contenidos y de ofrecer modelos capaces de explicar las limitaciones y
sesgos del procesamiento de la información. En la década de los años ochenta, el desarrollo de los
modelos conexionistas implico la elaboración de un lenguaje extensional para explicar la mente
como sistema de cómputo.

Palabras clave: Psicología cognitiva, paradigma simbólico, procesa- miento de la información,


conexionismo, Máquina de Turing.

Cognitive psychology means the recovery of an old epistemological tradition in psychology.


However, it implies a new approach of the assumption that behavior -or a great deal of it can be
explained by internal and intentional representations. The cognitive approach is new because of two
reasons: I) It explains observations in extensional terms with intentional lexicon and 2) it includes this
lexicon elements in computational terms, which imply a bind with abstract and formal mechanicism.
Syntactic models, formal and rational, prevailed during the first period of the history of cognitive
psychology. In the 70's many researchers provided for information on cognitive influences of mental
contents and offered models which could explain the limitations and biases of information
processing. In the 80's, the development of connectionist models implied the working out of an
extensional language to explain the mind as a computational system.

Key words: Cognitive Psychology, Symbolic Paradigm, Information Processing, Connectionism,


Turing's Machine.

La tradición epistemológica de la psicología


Hace algunos años, Jerry Fodor (1988), uno de los defensores más lúcidos de la
ortodoxia de los cómputos y los símbolos en psicología cognitiva, comentaba un hecho
evidente: las personas empleamos, en nuestras interacciones ordinarias, una psicología
‹‹de sentido común››, cuyo núcleo consiste en la atribución reciproca de creencias y
deseos.

1
Dirección del autor: Angel Riviere. Departamento de Psicología Básica, Social y Metodologia, Facultad de
Psicología, Ciudad Universitaris de Canto Blanco. 28049 Madrid.
Para los propósitos cotidianos de relación, esa psicofília mentalista, que se basa en el
supuesto cartesiano de que ‹‹las personas obran por conocimiento››, es tan perfecta
como un Rolls Royce: La psicología del sentido común funciona tan bien que termina
por desaparecer.

Es como esos míticos coches de Rolls Royce, cuyos engranajes quedan sellados al salir
de fabrica; pero es incluso mejor porque no es mítica)) (p. 3). En realidad, la psicología
mentalista, y en cierto sentido cognitiva)), del sentido común es una herramienta de
comprensión y predicción psicosocial tan poderosa y eficaz que casi se colapsara, ésta
sería, sin comparación, la mayor catástrofe intelectual en la historia de nuestra especie; si
estuviéramos equivocados acerca de la mente, nuestra equivocación seria la mayor que
hemos tenido nunca acerca de algo. Las consecuencias del colapso de lo supra natural,
por ejemplo, no podrían compararse con éstas; el teísmo nunca ha estado tan
encarnado en nuestro pensamiento y nuestras prácticas -especialmente en nuestras
prácticas- como lo están las explicaciones en términos de creencias y deseos)) (1988, p.
12).

Sin embargo, durante buena parte de nuestro siglo, muchos psicólogos han
especulado seriamente con la posibilidad de producir, en el ámbito reducido de la
psicología científica, ese supuesto colapso intelectual; con la idea de romper, en un
sentido muy radical, con la vieja psicología del sentido común y con su noción esencial
de que las personas obran en virtud del conocimiento o, lo que es lo mismo, en gracia
de ciertas representaciones internas, semánticamente relacionadas con el mundo, y de
naturaleza mental.
Es posible que ese ideal, tan acariciado por los conductistas, de ruptura completa de la
ciencia psicológica con respecto a las nociones implícitas más fundamentales y
entrañadas de la psicología natural (nociones tan básicas como la de que la gente
conoce en función de lo que conoce)), entonces mediante representaciones internas))
y ((tales entidades son de carácter intencional))) ... es posible, si, que esa pretensión de
ruptura de- muestre finalmente ser uno más de los monstruos de la razón de nuestro
siglo atormentado. Al fin y al cabo, estamos en un periodo histórico en que algunos de
los ideales mas aventurados y ambiciosos nacidos en el propio siglo -o fina- les del
pasado- se están derrumbando de forma rápida.
Es cierto que todavía no ha llegado el momento en que podamos considerar al
conductismo como un cachivache polvoriento arrumbado en una esquina de la
historia.
Sigue vivo, sobre todo, en la psicología aplicada. Pero si podemos empezar nuestra
propia historia -la historia de la psicología cognitiva- considerando que el conductismo
constituyó, cuando menos, una importante anomalía histórica en el largo pasa- do y la
breve historia de la psicología.
¿Por qué fue el conductismo una anomalía histórica? Para explicarlo,
necesitamos alejarnos algo de la sombra que nos hace la psicología más inmediata (lo
que resulta difícil ante la tarea de historiar algo tan presente como el enfoque cognitivo)
y tratar de hacer historia desde un horizonte más dilatado, con esa larga vista de pájaro
que es la mirada propia de la historia. Desde esa visión lejana, el incidente del
conductismo se nos muestra como un minúsculo episodio de ruptura epistemológica
con una larguísima tradición en que la propia episteme, el conocimiento, había sido un
tema esencial de cualquier indagación psicológica. La entrañable vinculación de la
materia psicológica a la actividad de conocer no sólo se muestra en la obvia propensión
epistemofílica de la psicología natural del sentido común (esa psicología intencionalista
de creencias-deseos, que probablemente se origino en los primeros bocetos de la
filogénesis de nuestra especie, y cuyo valor reivindica tan brillantemente Dennett,
1987), sino también en las primeras especulaciones filosóficas que tematizaron el
concepto de psiqué.

En el Fedón, por ejemplo, Platón sigue el siguiente curso de pensamiento, de


orientación netamente epistemológica: puesto que cosas tales como la justicia y la
verdad (1) son algo, (2) no se ven con los ojos (3) ni se perciben con los sentidos, (4)
son la esencia de las cosas, y (5) solo se conocen con el pensamiento, que (6) debe
desprenderse por entero del cuerpo para conocer la auténtica realidad, (7) ésta se
identifica con la esencia y (8) es de carácter ideal. Por consiguiente, (9) en el hombre
debe haber una realidad no reductible al cuerpo (lo) y radicalmente separable de él,
(11) a la que corresponde el pensamiento, y es capaz de reconocer los objetos ideales:
la psiqué.
Si en el origen filosófico del primer objeto psicológico (la psiqué misma) jugaron
un papel esencial las reflexiones epistemológicas -tales como las relacionadas con la
inmaterialidad del conocimiento y la posibilidad de construir, descubrir o recordar
objetos ideales con el pensamiento-, los temas epistemológicos pasaron a ocupar un
puesto aún mas central en el momento de diferenciación de la mente como objeto de
reflexión, en el pensamiento moderno. Así, en la filosofía racionalista de Descartes, la
mente se define como la sustancia que piensa y se subraya el papel epistemológico del
pensamiento en su capacidad de concebir y deducir objetos lógicos y matemáticos que
habrían de configurar, a largo plazo, las bases de cimentación de la ciencia cognitiva
como un todo (no debemos olvidar que los conceptos de ‹‹algoritmo›› y ‹‹cómputo››,
tienen su entronque en el ideal racionalista, de Descartes y Leibniz, de un lenguaje
automático y completo para el razonamiento). Por otra parte, la versión empirista del
conocimiento acentuó aún más la estrecha relación entre los objetos psicológicos y los
cognoscitivos, puesto que implico una reducción esencial de la epistemología a
psicología.

La larga tradición de reflexión epistemológica fue incorporada a la primera


psicología ‹‹científica›› de los grandes fundadores, como Fechner, Wundt, James y
Brentano.
Boring (1978), por ejemplo, destaca como la psicología experimental de Wundt fue, en
cierta medida, un producto del mestizaje de la epistemología empirista de la tradición
asociacionista con el enfoque metodológico de la investigación fisiológica alemana del
siglo XIX; de manera que no es del todo inexacto decir que Wundt era un epistemólogo
de bata blanca (los factores sociales que determinaron esa hibridación han sido
analizados en un interesante artículo ya clásico de Ben-David y Collins, 1966). Esa
misma pasión epistemológica guía las investigaciones de Kiilpe, Buhler, Wertheimer,
Kohler, Vygotski, Piaget y Bartlett, y su rescoldo nunca se apago del todo en la
psicología europea, ni siquiera en los años de predominio indiscutible del enfoque
‹‹epistemofóbico›› en la psicología objetivista del conductismo norteamericano. Por
todo ello, podemos decir que la psicología volvió a ser cognitiva en la segunda mitad
de nuestro siglo, y de ninguna manera que empezó a ser cognitiva en los años
cincuenta y sesenta. El enfoque cognitivo en psicología ha supuesto la recuperación
explicita de la viejísima tradición epistemológica de la psicología natural de sentido
común, de la reflexión filosófica sobre el alma, la mente y la conciencia, y de a primera
psicología científica. Se enraíza en lo más hondo y viejo de la historia de nuestra
disciplina, pero lo hace de un modo peculiar. La psicología cognitiva lo es de un modo
diferente a la forma en que fueron ‹‹cognitivas›› esas otras psicologías.
Para explicar este galimatías histórico -el rompecabezas de ‹‹una psicología que
volvió a ser cognitiva después de dejar de serlo de forma provisional y local, pero
siéndolo de distinto modo a como lo había sido antes››- conviene que analicemos
brevemente el incidente del conductismo, y que nos detengamos en sus justificaciones
y en las que existen para decir, como hemos dicho sin ánimo ofensivo, que el enfoque
conductista era ‹‹epistemofóbico››.
El problema fundacional del conductismo fue, como bien sabe cualquier psicólogo, el
de la objetividad. ¿Cómo hacer de la psicología una ciencia objetiva? En 1913, Watson
ligaba explícitamente ese problema a lo que podríamos llamar el escándalo de la
introspección, la conciencia y los objetos mentales en general.
El escándalo consistía en que, a diferencia de lo que sucede con los objetos
sobre los que versan las ciencias objetivas de la naturaleza, esas otras ‹‹entidades
aéreas›› (de las que habla ingenuamente la psicología epistemofílica del sentido común
cuando dice que la gente tiene cosas tales como imágenes, representaciones mentales,
pensamientos, etc.) parecen inevitablemente encadenadas al oscuro reducto de la
conciencia y ésta, a su vez, al más que dudoso recurso observacional de la
introspección. La propuesta de Watson era clara, ¿por qué no hacer de lo que
podemos observar y medir el verdadero objeto de la psicología?, ¿por qué no eliminar
un método que es observacionalmente asimétrico, vinculado a la primera persona
de singular (la que se observa a si misma), y por todo ello inútil para hacer de la
psicología una ciencia? ... y, lo que parecía seguirse de todo ello, ¿por qué no
abandonar del todo, o traducir a otro lenguaje las etéreas entidades, vinculadas a ese
método, de la psicología natural y de la primera psicología introspectiva?
A pesar de que existía una tradición histórica que había roto a ecuación mente-
conciencia, y que se remontaba a figuras venerables como las de Leibniz, Herbart y
Freud, por el año 1913 resultaba difícil diferenciar con nitidez los conceptos de ente y
conciencia y comprender como podría desarrollarse una ciencia objetiva acerca de la
mente que no pasara por ese lugar oscuro, impreciso, de la conciencia. Mente y
objetividad parecían sustancias tan incompatibles como el fuego y el agua.
Los objetos incluidos en el vocabulario teórico y en la base observacional de la
psicología introspectiva, como los de la psicología del sentido común, poseen dos
propiedades que parecen invalidarlos como objetos de indagación científica: son
internos y son intencionales (Brentano, 1874), es decir, implican representaciones
acerca de algo que no se identifica con las propias representaciones y a primera vista
solo parecen realmente accesibles por experiencia interna. En su naturaleza interna y su
carácter intencional residen sus posibilidades epistémicas. Para los ingenuos psicólogos
naturales y los sesudos introspeccionistas que pretendieron ser, a la vez, científicos y
psicólogos, las personas son, efectivamente, seres que, como decía Descartes, ‹‹obran
por conocimiento y no por la disposición de sus órganos››. Esa capacidad de ‹‹cobrar
por conocimiento›› era la que separaba, para Descartes, a las personas de los animales,
y su negación en éstos abrió la vía al programa mecanicista de interpretación de la
conducta animal que heredaron los objetivismos reflexológico y conductista.

Imaginar algo, pensar sobre algo, recordar algo, son actividades epistémicas e
intencionales -como decía Brentano-, mientras que responder a energías físicas no lo es.
En esta perspectiva, el programa conductista consistía, en esencia, en hacer una
psicología cuyos enunciados teóricos y empíricos fueran escuetamente extensionales, es
decir, potencialmente exteriorizables a una observación en tercera persona (y no en
primera) y no consistentes en representaciones acerca de, sino en respuestas a. En la
obra de Watson se muestra esta pretensión con la mayor claridad: resulta muy
reveladora, por ejemplo, su intención de reducir el pensamiento a habla subvocal.
¡Claro! ... la acción de hablar no es, en sí misma, una actividad intencional – y, sin
embargo, si lo es la de decir algo- y el verbo hablar expresa el componente más
periférico, externo y ‹‹desintencionado›› de la acción de decir. La formulación
watsoniana final de que ‹‹pensamos con todo el cuerpo›› es la explicitación más clara
de una concepción de la psicología ingenuamente ‹‹realista›› y que establecía unos
criterios de justificación de las entidades psicológicas muy ajenos a los de la psicología
introspectiva primera.

¿Cuáles eran los nuevos criterios para las entidades psicológicas? Esencialmente
dos: (1) que tales entidades fuesen real o potencialmente observables (como por
ejemplo lo es la acción de ‹‹hablar›› y no la de ‹‹pensar››, (2) y que sus mecanismos de
formación y transformación fuesen reductibles, en último término, a procesos
asociativos simples de aprendizaje y condicionamiento. Bever, Fodor y Garrett (1968)
han denominado ‹‹metapostulado terminal›› del asociacionismo al siguiente conjunto
de proposiciones, que definen la posición conductista: (1) Proposición sensista: los
elementos requeridos por una explicación psicológica pueden situarse en
correspondencia biunívoca con elementos potencialmente observables (estímulos,
respuestas o derivados de ellos), (2) Proposición conexionista: dichos elementos se
conectan o asocian entre sí solo cuando se dan en contigüidad, (3) Proposición
mecanicista: cualquier conducta observable puede explicarse por concatenación de
tales vínculos asociativos.
La posibilidad de éxito de la ambiciosa operación de reducción objetivista del
viejo vocabulario intencionalista de la psicología natural dependía de una reducción
previa, a términos puramente extensionales, de las nociones de estimulo y respuesta.
Como ha demostrado lúcidamente Yela (1974), esa pretensión, en la que se basaba
toda la operación conceptual del conductismo, nunca pudo lograrse del todo, y las
nociones de ‹‹estimulo›› y ‹‹respuesta›› eran muy ambiguas en Watson, que definía, por
ejemplo, la primera en términos de ‹‹las energías físicas›› que inciden sobre los sentidos
(es decir, objetos claramente extensionales), unas veces, y como ‹‹aquello a lo que
responde el organismo››(es decir, un objeto intencional), en otras ocasiones.

Las observaciones anteriores nos sirven para caracterizar muy brevemente la


novedad de la nueva psicología cognitiva de la segunda mitad de nuestro siglo, con
relación tanto a la vieja psicología introspectiva como al conductismo. Mientras que
aquella pretendió, sin éxito, basarse en un vocabulario observacional intencional (el
proporcionado por la introspección, que define objetos tales como ‹‹pensamientos››,
‹‹imágenes››, bewusstseinslagen, etc.) para desarrollar una psicología con un
vocabulario teórico también interno e intencional, y éste -el conductismo- pretendió
una psicología escuetamente extensional, tanto en su lenguaje observacional como en
el teórico (compuesta de entidades físicas y reduciendo el problema del significado al
de la reinstauración de respuestas o a la relación funcional entre éstas y las condiciones
estimulares), la novedad de la psicología cognitiva ha consistida esencialmente en tratar
de hacer una psicología que fundamentase un lenguaje intencional acerca de la mente
en observaciones establecidas en términos estrictamente extensionales. Es eso, por
ejemplo, lo que hace el psicólogo cognitivo que fundamenta sus conceptos de
‹‹proposición››, ‹‹esquema››, ‹‹rasgo semántico››, en los tiempos de respuesta de sus
sujetos en tal o cual tarea, o en los errores que cometen, etc. Los esquemas, las
proposiciones y los rasgos semánticos son objetos internos e intencionales, es decir,
entidades mentales de naturaleza epistémica. Los tiempos de respuesta y los errores
admiten descripciones extensionales.
La explicación anterior es completamente equivalente a la que se ha propuesto
tradicionalmente, cuando se ha dicho que la psicología cognitiva trata de ser una
ciencia objetiva de la mente. Intenta resolver el viejo nudo gordiano que no sabían
cómo desatar los psicólogos de comienzos de nuestro siglo: el de hacer compatibles
fuego y agua, mente y objetividad. Pero el proceso histórico que condujo a la
recuperación de la mente no fue solo un episodio interno de la historia de la psicología.
La interpretación histórica tradicional, según la cual la vuelta de lo mental fue
principalmente un resultado de las anomalías e insuficiencias del conductismo y de una
rebelión estrictamente interna contra la exigente dieta conceptual a la que obligo el
intento objetivista de prescindir de los objetos mentales, presenta sólo una parte, y muy
parcial, de la verdad. El origen histórico de la psicología cognitiva no puede entenderse
si se analizan los hechos con la visión limitada de la historia interna de la psicología. Muy
al contrario: representa el momento en que irrumpe con mayor fuerza, en psicología, la
historia externa, exigiendo una nueva concepción de la mente que no era compatible
ni con el reduccionismo extensional del conductismo ni con las vagas intuiciones
mentalistas de la psicología introspectiva natural o científica.
En suma, para comprender los orígenes históricos de la psicología cognitiva no
solo es necesario remontarse, en el tiempo, a la vieja tradición epistemológica de la
psicología, sino también salirse de la lógica interna de la historia de nuestra disciplina,
analizando los factores externos que han dado lugar al desarrollo de un modo de
hacer psicología que forma parte de un proyecto científico más general, el de la ciencia
cognitiva como un todo, y que se relaciona con las tecnologías del conocimiento que
configuran quizá los utensilios que definen, de manera más peculiar, la tecnología
propia de la segunda mitad de nuestro siglo. Con el desarrollo del enfoque cognitivo, la
psicología ha pasado a formar parte de uno de los proyectos interdisciplinares más
ambiciosos de nuestro siglo y de ese conjunto privilegiado de ciencias que producen
tecnología. Las consecuencias históricas de este hecho son enormes. ¿Cómo se ha
producido ese peculiar proceso de maridaje entre mente -o intencionalidad- y
tecnología? Frente a las visiones tradicionales -como la del propio Descartes- que
contraponían cualquier visión mecanicista de la naturaleza al concepto de mente, la
psicología cognitiva se ha basado en una forma especial de mecanicismo que parecía
justificar, con nuevos bríos, la vieja pretensión de hacer una ciencia objetiva y rigurosa
de la mente.
La mente como máquina abstracta y el proyecto de la psicología cognitiva
Se dice normalmente -y nosotros acabamos de hacerlo- que el enfoque
cognitivo supuso la restitución de los derechos de lo mental en el ámbito disciplinar de
la psicología. Esta afirmación es muy cierta, pero puede resultar equivoca si no se
cualifica. En realidad no fue la vieja idea de la mente la que resucitó con el enfoque
cognitivo.
La psicología cognitiva tiene una actitud tan escéptica como la conductista -aunque por
otras razones- hacia esa huidiza mente fenoménica, que se ofrece a la introspección
ingenua del psicólogo natural o a la más sistemática del introspeccionistas avezado.

Una razón de la importancia histórica del enfoque cognitivo es que implicó la


delimitación y definición de un nuevo plano de lo mental, al considerar a la mente
como un sistema de cómputo. Como dice Johnson-Laird, ‹‹la invención del ordenador
digital, y de manera más importante, de su precursora, la teoría matemática de la
computabilidad, ha obligado a la gente a pensar de una forma nueva sobre la mente.
Antes de la computación había una distinción clara entre cerebro y mente; uno era un
órgano físico y la otra una ‹‹no entidad›› fantasmática que difícilmente resultaba un
tema de investigación respetable. (Se consentía que los adultos pudiesen hablar de ella
en privado, siempre y cuando comprendieran que, en realidad, no existía.) Después de
la llegada de los ordenadores no cabe semejante escepticismo: una máquina puede
controlarse mediante un ‹‹programa›› de instrucciones simbólicas, y no hay nada de
fantasmal en un programa de ordenador. Quizá, y en gran medida, la mente es para el
cerebro lo que el programa es para el ordenador. De esta manera, puede haber una
ciencia de la mente›› (1990, pp. 13-14).

Uno de los aspectos del origen de la psicología cognitiva que merece una
interpretación histórica es éste: por qué la mente había dejado de ser respetable en
1913 y volvió a serlo en los años sesenta de nuestro siglo. Como tuvieron que vestirse
esos peculiares y fantasmáticos miembros de su cohorte (los pensamientos, las
imágenes, los recuerdos y creencias) para ser readmitidos en el recinto respetable de la
ciencia. La respuesta, como sugiere Johnson-Laird, es muy clara: tuvieron que
presentarse como objetos computables o como productos de algoritmos de cómputo.
Este ropaje si era respetable: por una parte, desligaba los conceptos mentales de la
dudosa fenomenología de la conciencia, además permitía simular su funcionamiento
mediante algoritmos rigurosos que dieran cuenta de sus ‹‹productos extensionales›› (en
especial, de los tiempos de respuesta) y los revestía del prestigio de la tecnología
emergente del conocimiento. Finalmente, los incluía en un contexto preciso de
interpretación mecanicista, aunque se tratara de un mecanicismo muy diferente,
mucho más complejo, elaborado y abstracto, que el empleado por los psicólogos
objetivistas de la primera mitad del siglo.

La noción de cómputo se ligó intuitivamente a lo mental desde su nacimiento.


Fue formulada rigurosamente, en 1936, por un matemático inglés excéntrico y genial,
Alan Turing, que magino una máquina abstracta muy simple, capaz de simular
cualquier actividad que pudiera descomponerse en un procedimiento efectivo, es decir,
en un algoritmo consistente en una serie de transformaciones discretas de cadenas,
también discretas, de símbolos. Es computable todo aquello que es realizable por tal
máquina abstracta y universal.
Turing intuyó enseguida las posibilidades que abría su máquina abstracta para una
nueva comprensión de la mente, y planteó un desafío de consecuencias históricas aún
incalculables: ¿por qué no romper con la tradicional división entre ‹‹mentes›› y
‹‹maquinas››, tan trabajosamente lograda por una ciencia de la naturaleza que había
tardado siglos en deshacerse del todo de sus últimos residuos animistas?, ¿por qué no
imaginar una máquina que produce prototipos de lo mental, es decir, ‹‹pensamientos››?
Para la historia de la psicología, el desafío de Turing en ‹‹Computing Machinery and
Intelligence›› (1950) tenía una importancia enorme, porque parecía abrir perspectivas
de solución a un viejo problema nunca resuelto: el de acomodar la explicación
mecanicista, requerida por la necesidad de desarrollar una ciencia objetiva, con el
concepto de mente. Hasta Turing, los intentos mecanicistas y objetivos (tales como los
de la reflexología y el conductismo) se habían saldado inevitablemente con soluciones
eliminacionistas: con la eliminación de lo mental o su reducción a términos puramente
extensionales y, por consiguiente, no-mentales.
Turing (1950) proponía un juego estrictamente objetivo (muy conductista, en
realidad) para provocar la reflexión y cuestionar las ideas tradicionales sobre la
irreductible separación entre mentes y máquinas. Supongamos que estuviera
encerrada, en una habitación, una cementen (es decir, una persona) y una máquina en
otra, y que alguien, quizá un psicólogo objetivista, hiciera preguntas a las dos sin saber
quién respondía. Si ese ‹‹psicólogo objetivo›› fuera incapaz de distinguir a la mente de la
máquina, ¿con qué derecho podríamos decir que la primera piensa y la segunda no?
Para Turing, si los ‹‹pensamientos›› de las personas pueden descomponerse en
procedimientos efectivos o algoritmos precisos, podrán ser simulados por una máquina
universal como la ideada previamente por él mismo (Turing, 1936), capaz de computar
cualquier procedimiento efectivo. Por otra parte, si el pensamiento no pudiera
descomponerse en procedimientos efectivos, seria literalmente incomprensible. La
metáfora de Turing de la ‹‹maquina que piensa›› planteaba un desafío importante a la
psicología, y abría nuevas posibilidades para ella. En realidad, la pregunta ‹‹ ¿pueden
pensar las maquinas? ›› admitía una lectura propiamente psicológica: ‹‹Si las personas
también piensan, ¿qué hay de misterioso en esta actividad? ››. En una palabra: la
formulación de Turing era la primera expresión de lo que se ha llamado, en psicología
cognitiva, ‹‹la metáfora del ordenador››.

La máquina imitadora del pensamiento, ideada por Turing, no era una máquina
energética, sino simbólica. En realidad, consistía en cadenas de unos y ceros que, con
arreglo a los automatismos prefijados, serian capaces de computar cualquier algoritmo.
La naturaleza simbólica de esa máquina que trataba información, su carácter abstracto
e independiente de la sustancia material en que pudiera instanciarse, fue uno de los
aspectos que, a la larga, habría de tener consecuencias más importantes para el
proyecto primero de la psicología cognitiva. Permitía imaginar una alternativa
mecanicista para lo mental, pero independiente de los aspectos extensionales y del
substrato material en que lo mental se encarna.

Por otra parte, la ilimitada universalidad de aquel autómata, capaz de tratar cualquier
procedimiento efectivo, constituía una propiedad importante: recordemos que
Descartes, por ejemplo, afirmaba el carácter mecánico de los animales, y les negaba el
atributo de pensar, basándose en que ‹‹aunque (los animales) hagan muchas cosas
igual de bien, o quizá mejor que alguno de nosotros, carecerían infaliblemente de otras,
por lo que se descubriría que no obran por conocimiento, sino por la disposición de sus
órganos. Porque mientras que la razón es un instrumento universal que puede servir en
toda clase de situaciones, esos órganos necesitan una disposición particular para cada
acción particular, de donde se deriva que es moralmente imposible que haya suficientes
en una máquina para hacerla obrar en todas las situaciones de nuestra vida, de la
misma manera que nuestra razón nos hace obrar›› (Discurso del Método, pp. 73-74 de
ed. española de 1989).
¿Era una máquina, la de Turing, con ‹‹razón universal››? Si, lo era en cierto
modo, si la razón es algorítmica. Pero la condición de posibilidad para la nueva
concepción mecanicista de la mente, que a la vez era aparentemente capaz de dar
cuenta de ese carácter universal de la razón de que hablaba Descartes, fue despojar al
concepto de ‹‹máquina›› de toda connotación material. Con arreglo a la vieja distinción
aristotélica, la máquina de Turing no es materia sino forma. Es una máquina formal y
que, precisamente por su forma, es capaz de imitar a la mente.

Así, la psicología cognitiva se caracterizó, desde sus primeros esbozos, por un


mecanicismo abstracto y por la tendencia a ofrecer explicaciones formales de los
fenómenos, definiendo su génesis en virtud de la forma de los algoritmos que los
producen. Esta posición, que ya se atisbaba en el artículo de Turing de 1950, estaba tan
lejana del mecanicismo fisicista de Watson o Setchenov, como de la manera de explicar
los fenómenos mentales en la vieja psicología introspectiva. Zenon Pylyshyn (1984) ha
comentado, con mucha claridad, la importancia histórica que tenia la obra de Turing
para la ciencia cognitiva como un todo, y para la psicología cognitiva en particular: ‹‹La
obra de Turing -dice Pylyshyn- puede considerarse como el primer estudio de la
actividad cognitiva, en que ésta se abstraía en principio por completo tanto de sus
fundamentos biológicos como de sus implicaciones fenomenológicas ... representa la
emergencia de un nuevo nivel de análisis, independiente del físico pero de espíritu
mecanicista. Hace posible una ciencia de la estructura y la función divorciada de la
sustancia material /.../ dado que habla el lenguaje de las estructuras mentales y los
procesos internos, puede dar respuesta a cuestiones planteadas tradicionalmente por
los psicólogos›› (p. 68). Esta misma caracterización es la que ofrece Howard Gardner,
en una de las pocas aportaciones al análisis histórico de la ciencia cognitiva, La nueva
ciencia de la mente (1987): esta nueva ciencia se caracteriza esencialmente por
‹‹concebir representaciones mentales y por postular un nivel , de análisis totalmente
separado del nivel biológico o neurológico›› (p. 22). También se caracteriza por su
adhesión a la metáfora del ordenador, es decir, a la noción de cómputo. Sin embargo,
desde los comienzos de la ciencia cognitiva, hubo intentos de encarnar esa nueva
versión formalista de la mente (la versión computacional) en modelos abstractos del
sistema nervioso, saltando la barrera que separaba a la mente como mecanismo
simbólico, de la mente como función del cerebro. El más influyente de aquellos intentos
fue el realizado por el neurofisiólogo Warren McCulloch y el matematico Walter Pitts,
en un artículo de 1943, titulado ‹‹Un cálculo lógico inmanente en la actividad
nerviosa››, (reeditado en Boden, 1990). McCulloch y Pitts consideraban el cerebro como
un sistema que incorpora principios lógicos en sus neuronas y redes neurales,
defendiendo la idea de que todas las funciones computables por la máquina de Turing
podrían ser realizadas por redes neurales, que serian capaces de tratar también todas
las funciones del cálculo proposicional (de poder equivalente al de la maquina universal
de Turing).

La relevancia histórica de la aportación de McCulloch y Pitts residía en que abría


dos vías posibles de investigación para el nuevo enfoque objetivista de la mente que
comenzaba a perfilarse por aquellos años: (1) una, centrada en la idea de proposición,
entendida como herramienta simbólica de una mente descontextuada de su sustrato
biológico, o funcionalmente independiente de 61, (2) y otra que entendiera que el
propio sistema nervioso puede concebirse, a nivel abstracto, como un sistema de
cómputo, estableciendo para la psicología cognitiva un doble criterio de justificación: la
adecuación a los datos comportamentales y la compatibilidad con los conocimientos
neurobiológicos. Estos dos enfoques pueden identificarse, respectivamente, con el
paradigma clasico C-R (es decir, de ‹‹cómputos sobre Representaciones›› simbólicas, en
una maquina de caracter digital y esencialmente secuencial) y con la alternativa
conexionista.

A pesar de las aparentes ventajas que hubiera podido tener la segunda versión -
mas ‹‹realista›› en lo neurobiológico y que daba una cierta solución no dualista al
problema de relación entre cuerpo y mente computacional-, fue la primera opción la
que predomino en el enfoque cognitivo desde finales de los años sesenta a mediados
de los ochenta, en que la opción ‹‹neural›› fue retomada por el conexionismo. Ello se
debió a dos factores: por una parte, el lenguaje intencionalista y simbólico de la
alternativa clásica era mucho más directo y atractivo, para el psicólogo, que el mas
molecular y extensional de las redes neurales (de modo parecido a como el lenguaje de
la física clásica es más directo e intuitivo, para el físico, que el de la mecánica cuántica).
Por otra, los modelos de redes desarrollados en los primeros años sesenta, y en
concreto el ‹‹perceptrón›› de Franz Rosenblatt (1962), compuestos por solo dos capas
de unidades, se demostraron pronto incapaces de realizar tareas simples tales como
‹‹comprender›› la disyunción no-excluyente de la lógica de proposiciones (Minsky y
Papert, 1969). El entusiasmo exagerado, y algo provocativo, de Franz Rosenblatt, el
inventor del perceptrón, contribuyó bastante a que el proyecto de desarrollar modelos
abstractos del sistema nervioso capaces de cómputo se desacreditara en cuanto
aparecieron las primeras dificultades (McCorduck, 1991). Así, el camino quedo expedito
para una versión de la psicología del conocimiento como ciencia objetiva de la mente,
entendida esencialmente como sistema de cómputo de representaciones simbólicas, y
situada en un plano funcionalmente independiente del nivel neurobiológico.

Esta alternativa, a pesar de revestirse desde muy pronto de una nueva forma de
dualismo (el dualismo funcionalista), que hubiera resultado inaceptable para el paladar
de cualquier psicólogo objetivista de los años cincuenta, contaba con el prestigio
algorítmico de los cómputos y, en seguida, con la presencia real de los ordenadores,
para justificar la nueva empresa de hacer una ciencia objetiva y rigurosa de la mente
que superase las estrechas limitaciones conceptuales y metodológicas impuestas por el
conductismo y el funcionalismo objetivista de los años cuarenta y cincuenta.

El origen del paradigma simbólico-computacional de la psicología cognitiva


Pero, ¿significaba realmente la nueva psicología cognitiva, que apuntaba en los
años cincuenta, una ruptura con el conductismo y sus criterios de justificación
observacionales y teóricos?, ¿fue, de verdad, una ‹‹liberación››? Las interpretaciones
tradicionales sobre el origen histórico de la psicología cognitiva han tendido a acentuar
su vertiente revolucionaria con respecto al conductismo, y es cierto que un factor que
influyó en su origen fue la percepción, por parte de muchos psicólogos, de que era
demasiado lo que no podía decirse en el vocabulario conductista. Pero hay también
otra versión de la historia: la que acentúa los rasgos de continuidad entre el paradigma
cognitivo emergente y el enfoque conductista. Por ejemplo, Leahey presento, en una
reunión de la APA del año 1981, una ponencia con un titulo más bien provocativo: ‹‹La
revolución que nunca existió: el procesamiento de la información es conductismo››.
¿Es conductismo la nueva psicología cognitiva? Y, si lo es, ¿en qué sentido? De
hecho hay rasgos de continuidad importantes: la mayoría de los psicólogos cognitivos
han conservado la premisa conductista, según la cual los enuncia- dos observacionales
de la psicología como ciencia deben ser extensionales y formulados en tercera persona
de singular, es decir, la exigencia del objetivismo de método. En áreas limitadas de
estudio (como la solución de problemas) se han utilizado, desde algunos enfoques,
informes depurados de naturaleza introspectiva (Newell y Simon, 1972; Ericsson y
Simon, 1984), pero esta alternativa -que es la excepción más que la regla- suele
compensarse con una acentuación de las exigencias sintácticas y formalistas de los
modelos teóricos, y corresponde a investigadores que no recogen tanto la tradición
psicológica, propiamente dicha, como la de la Inteligencia Artificial (IA). También se
produce una continuidad, mucho más matizada, en la pretensión mecanicista de los
dos paradigmas, aunque se trate en un caso de un mecanicismo fisicista y en otro de
un mecanicismo simbólico y abstracto.
Estas observaciones permiten definir los nuevos criterios de justificación que
estableció el enfoque cognitivo para la psicología científica: podemos denominarlos (1)
criterio de extensionalidad de la base empírica, y (2) criterio de justificación algorítmica
de los conceptos teóricos. El primero se ha acentuado en la ‹‹versión débil›› de la
metáfora del ordenador, de propensión mas empirista, y que subraya la importancia de
la base semántica de las teorías cognitivas (De Vega, 1982). Es ésta la posición de la
mayoría de los psicólogos empíricos que construyen teorías de la mente con el llamado
‹‹ Enfoque de procesamiento de la información››. Valorando mas la exigencia de rigor
observacional que la de rigor conceptual, y siguiendo la vieja tradición empirista de la
psicología científica, justifican los resultados de sus experimentos en una analogía mas
bien vaga entre el ordenador y la mente, pero no están dispuestos a aceptar una
versión literal del desafío de Turing. El criterio de justificación algorítmica es, en cambio,
el que predomina en lo que podemos llamar ‹‹Paradigma computacional-
representacional››, en que se incluyen investigadores como Newell y Simon, Fodor o
Pylyshyn. Son teóricos de propensión mas racionalista que, asumiendo una versión
fuerte y literal de la metáfora del ordenador, acentúan la importancia de la forma
sintáctica de las teorías de la mente, aunque se sientan al tiempo más liberados de dar
una justificación extensional de la base empírica (no es extraño así que Newell y Simon
recurran a la introspección, o Chomsky a la ‹‹intuición del hablante para justificar sus
modelos de cómputos sobre representaciones››.
Estos dos modelos han convivido, no siempre de buena gana, a lo largo del
desarrollo de la psicología cognitiva. Un representante prototípico del paradigma C-R,
Zenon Pylyshyn, comenta con disgusto que ‹‹a pesar del empleo generalizado de una
terminología computacional (por ejemplo, términos como ‹‹almacenamiento››,
‹‹proceso››, ‹‹operación››, en gran parte de estos usos, los términos se emplean
dándoles, como mucho, un contenido metafórico. Ha habido una resistencia a tomar la
computación como una descripción literal de la actividad mental, y no sólo como una
metáfora con un valor puramente heurístico... La falta de consideración de la tesis de la
computación en un sentido literal ha posibilitado una amplia gama de actividades
realizadas bajo la rúbrica de la ‹‹teoría del procesamiento de la información›› algunas de
las cuales representan una desviación significativa de las ideas que considero básicas en
toda teoría computacional de la mente›› (1980, p. 114).
Con independencia de esas importantes diferencias de matiz, que permiten
defender la idea de que en la psicología cognitiva han convivido dos sub paradigmas
diferentes, lo cierto es que su caracterización histórica solo puede hacerse tomando los
dos criterios anteriores: modelos teóricos de propensión algorítmica y datos
generalmente extensionales. La ruptura mentalista de la psicología cognitiva solo puede
entenderse cuando se sitúa en relación con esos dos criterios. La recuperación de los
constructos explicativos que implican o predican conocimiento (esas entidades perdidas
en el principio de la travesía conductista) solo fue posible en el contexto de dos
pretensiones científicamente respetables: (1) explicar la conducta, y (2) explicarla en
términos mecánicos. Solo así fue posible una tercera pretensión: (3) explicarla como
producto del conocimiento. La recuperación de los viejos conceptos de la psicología
natural mentalista, de los ‹‹planes›› y propósitos (Miller, Galanter y Pribram, 1960), las
estrategias activas de elaboración del conocimiento (Bruner, Goodnow y Austin, 1956),
los símbolos mentales, como objetos portadores de conocimiento (Newell, Shaw y
Simon, 1958), estuvo avalada por esos criterios de justificación.
Estas consideraciones, al tiempo que sirven para destacar los rasgos de
continuidad entre el enfoque cognitivo y el conductista, ayudan a explicar el significado
de las primeras críticas propiamente cognitivas de las explicaciones conductistas y el
sentido de las primeras propuestas de una psicología del procesamiento de la
información. Por ejemplo, en el importante simposio precursor celebrado en Hixon, en
1948, Karl Lashley explico que los modelos explicativos conductistas ‹‹de izquierda a
derecha›› eran incapaces de dar cuenta de conductas organizadas, reclamando la
necesidad de recurrir a organizaciones jerárquicas internas para explicar esas
conductas. En contra de la tendencia anterior a reducir el lenguaje a conductas más
simples, de naturaleza asociativa, Lashley reclamaba la necesidad de emplear un
modelo gramatical o ‹‹lingüistico››-es decir, componencial, estructurado y jerárquico-
para explicar esas otras conductas motoras supuestamente más simples.
La posición de Lashley en la reunión de Hixon prefiguraba aspectos importantes
de la que habría de ser la actitud cognitiva que se desarrollaría en años posteriores: la
consideración del lenguaje como foco de interés, y de los modelos lingüísticos como
modelos explicativos

ejemplares, la insistencia en mecanismos de determinación ((de arriba a abajo)) y en


sistemas jerárquicos de organización de la conducta, el gusto por la complejidad, iban a
definir aquella nueva actitud, que se explicito de forma mucho más completa ocho
años después, en las Jornadas sobre Teoría de la Información, realizadas en 1956 en el
Massachusetts Institute of Technology (MIT), institución que se configuro desde el
primer momento como el ‹‹sancta sanctorum›› de la nueva ciencia cognitiva.
La revisión de las comunicaciones presentadas en las Jornadas del MIT ofrece
un balance muy preciso de las preocupaciones y posiciones que configuraban, por el
año 1956, la nueva posición cognitiva. Un joven lingüista, Noam Chomsky, desarrollaba
rigurosamente algunas intuiciones adelantadas por Lashley, al demostrar que las
gramáticas de estados finitos y de izquierda a derecha, empleadas por los teóricos de la
información, eran incapaces de generar el lenguaje. El modelo de gramática
generativo-transformacional, que él proponía, se convirtió poco después en un
prototipo básico de modelo cognitivo de determinación jerárquica. La idea de que las
explicaciones cognitivas deben consistir en teorías de cómputo sobre representaciones
simbólicas se prefiguraba también en aquella presentación de Chomsky.
En realidad, la idea de Chomsky era un producto histórico de las mismas
reflexiones sobre lenguajes formales, iniciadas en el racionalismo y desarrolladas por
lógicos y matemáticos, que se encarnaron, por aquellos años cincuenta, en la fría piel
de los primeros ordenadores digitales (von Newmann murió el mismo año de las
jornadas del MIT, cuando aún estaba muy reciente su importante aportación a este
desarrollo). Desde el comienzo mismo de la psicología cognitiva, la relación intima entre
el nuevo enfoque psicológico y la nueva inteligencia artificial quedo asegurada por el
trabajo incansable y el entusiasmo de dos pioneros de ambos campos: Newell y Simon,
que en la reunión del MIT describían su ‹‹teórico lógico››, que constituía la primera
demostración completa de un teorema realizada por un programa de ordenador. Y, en
la misma reunión, George Miller ponía de manifiesto limitaciones importantes del recién
descubierto ‹‹sistema humano de procesamiento de la información››, en su
presentación sobre el mágico número 7 ± 2.
La reunión del MIT en 1956 no era un episodio aislado, sino una expresión del
zeitgeist naciente, que reflejaba, si, la sensación en muchos científicos de la conducta de
que el viejo objetivismo era insuficiente e innecesariamente limitativo, pero sobre todo la
convicción de que se contaba con un nuevo lenguaje con el que hablar de la mente.
En aquel mismo año de 1956, se celebro en Darmouth una importante conferencia de
los primeros visionarios que trabajaban en el desarrollo de sistemas de Inteligencia
Artificial. La reunión, organizada por John McCarthy, Marvin Minsky, Nathaniel
Rochester y Claude Shannon, y magníficamente descrita por Pamela McCorduck
(1991), reflejaba las primeras aspiraciones de un proyecto, el de la IA,
estrechísimamente vinculado hasta hoy con la psicología cognitiva -hasta el punto de
que los limites entre una y otra son completamente ctborrosos))- y de enormes
consecuencias prácticas. En Darmouth, Newell y Simon defendieron un enfoque de la
IA que deslindaba la noción de computo de la de cálculo, y defendieron una versión
abierta de la IA, como versando sobre maquinas simbólicas en general, del tipo del
‹‹teórico lógico››, que ellos mismos habían desarrollado. También en aquel mismo año,
1956, Bruner, Goodnow y Austin (1956) formulaban con claridad un enfoque
cognitivo del pensamiento, describiendo en A Study of Thinking las estrategias activas
de elaboración de la información que los sujetos emplean en los procesos de formación
de conceptos clásicos.
La segunda mitad de los años cincuenta constituye el momento histórico en
que se define con claridad la naturaleza de la psicología cognitiva emergente. Una
influencia decisiva en ese proceso de definición fue la del lingüista Noam Chomsky, que
en 1957 publicaba Syntactic Structures, y en 1959 su demoledora critica a la posición
de Skinner sobre el lenguaje en Verbal Behavior. Conviene que nos detengamos
brevemente en la significación de estas dos aportaciones para comprender la influencia
de Chomsky.
La definición de la competencia lingüística en Syntactic Structures se convirtió
enseguida en una especie de paradigma o modelo ejemplar de la nueva definición de
la mente que entreveía la psicología emergente. Chomsky presentaba al sujeto
lingüístico como una entidad, o sistema, esencialmente formal, definido por un
conjunto de reglas precisas sobre representaciones simbólicas de carácter discreto.
Definía la competencia lingüística como un conocimiento de reglas y representaciones,
totalmente independiente del marco de la conciencia, y con una propiedad inherente
de creatividad, que permitiría en principio construir infinitas oraciones gramaticales a
partir del conjunto finito, y formalmente definido, de tales reglas y representaciones no
conscientes. Además demostraba que los modelos asociacionistas y las gramáticas de
estados finitos eran incapaces de dar cuenta de esa creatividad intrínseca al lenguaje.
Establecía así un marco conceptual en el que iban a situarse enseguida los primeros
psicólogos cognitivos: un marco que acentuaba el papel del conocimiento y de la
actividad interna en el origen de la conducta, la naturaleza inherentemente creativa,
jerárquica y componencial de los procesos cognitivos y la existencia de un depósito de
reglas y representaciones, no directamente accesibles a la indagación consciente, y que
serian requisitos necesarios para la nueva definición computacional de la mente.
Por otra parte, la crítica más bien desabrida de Chomsky a Verbal Behavior tuvo
una relevancia histórica cierta tanto por su influencia como por su contenido: en
esencia, consistió en demostrar que las propiedades extensionales, con las que Skinner
había tratado de caracterizar la conducta verbal y el significado (propiedades tales
como la ‹‹fuerza de respuesta››) eran absolutamente irrelevantes para definir la
naturaleza del lenguaje. Para Chomsky, el intento de hablar de la ‹‹conducta verbal›› -
que no del lenguaje- prescindiendo de la mente había terminado en un sinsentido. Con
una notable competencia critica, Chomsky se convertía en paladín de lo que bastantes
psicólogos pensaban en voz más baja y quizá con argumentos menos definidos, al
tiempo que golpeaba la posición del conductismo más radical -y quizá también más
coherente- donde mas podía doler el golpe: en su intento fundamental de reducir a un
vocabulario puramente extensional todos los productos de la mente, entre los que el
lenguaje ocupa un lugar prominente.

Así, en los años en que se constituía la nueva psicología cognitiva, Chomsky


presentaba un enfoque formalista de lo mental, que se había opuesto con éxito a las
pretensiones conductistas de explicar el lenguaje, y que no solo era compatible sino
modélico para el mecanicismo naciente de la nueva psicología. Del mismo modo que
una maquina de Turing es una maquina formal, la gramática generativo-
transformacional también lo es. El primer enfoque chomskiano situaba la sintaxis en el
núcleo de la explicación del lenguaje. Se ofrecía así como paradigma de los que
habrían de ser enseguida -especialmente en el modelo C-R- modelos esencialmente
sintácticos de la mente. Esos modelos formalistas eran hijos del mismo pathos
racionalista que guiaba las poderosas intuiciones de Chomsky y que había originado el
viejo sueño de construir una maquina universal ‹‹capaz de resolver cualquier duda
sobre los resultados del razonamiento›› y de manejar los símbolos escritos en un
supuesto lenguaje universal del pensamiento: la intuición histórica de racionalistas
como Descartes y Leibniz, que fue a parar en los sistemas digitales de computación de
propósitos generales, que eran ya una realidad a finales de los años cincuenta.

Lo que en la formulación de Chomsky puede señalarse como ‹‹gramaticalismo››


o ‹‹sintacticismo›› tuvo un equivalente claro en el ‹‹logicismo›› que fue una marca de
fábrica de la nueva psicología en sus primeras fases. La influencia del modelo lingüístico
de explicación se reconocía explícitamente en una obra que ya era una formulación
clara del enfoque cognitivo en psicología: Plans and the Structure of Behavior de Miller,
Galanter y Pribram (1964). Probablemente no hay ninguna otra obra psicológica en
que se exprese de manera más evidente el intento que caracterizaba al planteamiento
naciente: el esfuerzo por insertar los viejos conceptos mentalistas de la psicología
natural (tales como los planes, las intenciones y las imágenes) en los nuevos modelos
explicativos de carácter cibernético o laxamente computacional. Del mismo modo que
el propósito esencial del conductismo fue el de traducir el vocabulario de la mente a
términos puramente extensionales, ‹‹desmentalizándolo›› por así decirlo, el de la
psicología cognitiva consistía en asimilar ese vocabulario a los esquemas trazados por
los nuevos algoritmos de cómputo y bucles de retroalimentación.

En cierto modo, la fuerza de la nueva psicología (quizá como la de algunas


formaciones políticas de amplio espectro) se basaba en su ‹‹equivocidad constitutiva››,
en un gran equivoco, que ha sido destacado lúcidamente por Kintsch, Miller y Polson
(1984): el equivoco consistía -y consiste en mezclar los conceptos propositivos y
mentalistas de la psicología natural con las categorias del paradigma C-R, es decir, con
las categorías derivadas de la noción de computo.

Términos que solo tienen sentido en un plano personal de explicación, como ‹‹plan›› y
‹‹propósito››, o que están inevitablemente vinculados a la fenomenología de la
conciencia, como ‹‹imagen››, se entremezclan e insertan en las mismas explicaciones en
que se emplean nociones tales como las de TOTE (el bucle definido en Plans and the
Structure of Behavior) o cómputo, que solo pueden tener sentido en un nivel
subpersonal de explicación.
Esa propensión equivoca se manifiesta con mucha claridad en el libro de Miller,
Galanter y Pribram: los autores recurren constantemente a ilustraciones muy expresivas
de sus ideas, vinculadas a las intuiciones intencionalistas que los humanos tenemos
como psicólogos naturales. Nos parece que hablan de los pla- nes de que somos
conscientes, de las imagenes que nos vienen a la mente ... pero su aportación
fundamental consiste en definir la forma general (la organización TOTE) de los
mecanismos subpersonales relevantes para estudiar los procesos de conocimiento. La
convivencia de estas dos fuerzas, como la de liberales y socialistas en algunos partidos
europeos, era un factor poderoso para explicar el atractivo político de los nuevos
planteamientos sobre la mente, pero dejaba abierta la puerta a numerosos problemas
de las explicaciones cognitivas (como los relacionados con los papeles respectivos de
formas y contenidos en la dirección de los procesos mentales, con la tarea real de la
conciencia en el curso del procesamiento, o con el estatuto cognitivo de las imágenes
mentales) que aún hoy siguen sin estar resueltos conceptualmente del todo.
La formulación más clara del nuevo modelo computacional de explicación fue
la que realizaron, en 1958, Newell, Shaw y Simon, en ‹‹Elements of a Theory of Human
Problem Solving››. En aquel artículo se ofrecía una explicación de la solución humana
de problemas basada en el supuesto de que la mente es una especie de ‹‹paquete de
software escrito en lenguaje simbólico de alto nivel››, y la psicología la ciencia que
estudia ese software.

Se prefiguraba una idea que después ha sido desarrollada mucho mas


concienzudamente por Newell y Simon (1976): la idea de que las mentes, como los
ordenadores, corresponden a sistemas que son, a un tiempo, físicos y simbólicos. Es
decir, mecanismos que se rigen racionalmente por cadenas de símbolos, las cuales
corresponden, en último término, a estados físicos que funcionan con arreglo a las leyes
ordinarias de causalidad física. Tales símbolos serian esencialmente intencionales, al
estar situados en mundos de objetos a los que designan o interpretan, y al tiempo se
manipularían con arreglo a algoritmos computacionales bien definidos.
La aportación de Newell, Shaw y Simon al impreciso campo fronterizo entre la
psicología cognitiva y la inteligencia artificial presentaba tres características muy
relacionadas y que fueron prototípicas de los primeros modelos cognitivos de los años
sesenta: la propensión formalista, una inclinación fuertemente logicista y, por último,
una formidable ambición explicativa. Las primeras explicaciones cognitivas reflejaban la
huella del viejo y ambicioso proyecto racionalista de definir un ‹‹lenguaje universal del
pensamiento››, inmune a los contenidos y liberado de las impurezas de los factores
semánticos y pragmáticos que en el pensamiento intervienen. Del mismo modo que
Chomsky había tratado de definir una especie de ‹‹lenguaje universal del lenguaje›› en
Syntactic Structures, Newell, Shaw y Simon intentaron ofrecer un sistema algorítmico
capaz de resolver un amplísimo conjunto de problemas: el ‹‹Genera1 Problem Solven››.

Así, los primeros modelos explicativos de la psicología cognitiva se basaron


generalmente en el supuesto de que es posible definir mecanismos extremadamente
generales de inferencia, solución de problemas y generación lingüística cuyo
funcionamiento estaría determinado por la forma (se trataba, por tanto, de modelos
esencialmente sintácticos). La hipótesis de la complejidad derivacional, de la que se
nutrió la ciencia recién inaugurada de la psicolingüística (que no se identificaba con los
intentos reduccionistas de la psicología del lenguaje anterior), era, por ejemplo, un
intento de trasladar a la psicología el enfoque gramaticalista de Chomsky en su aspecto
más puro. En el campo del pensamiento y el razonamiento, los primeros estudios
cognitivos se basaron en el postulado logicista implícito de que ‹‹las representaciones
y/o procesos mentales humanos son isomorfos respecto del sistema de reglas formales
lógico o matemático (vg.: lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de
primer orden››) (De Vega, 1981, p. 347).
De este modo, las explicaciones sintácticas y formalistas definieron la primera
fase de la psicología cognitiva. En la dialéctica que siempre ha caracterizado a este
enfoque, que es la dialéctica entre sintaxis y semántica, entre reglas y contenidos, entre
forma e intencionalidad, fueron los tres primeros miembros de estos pares -sintaxis,
reglas y formas- los que impusieron una abrumadora presencia en los años sesenta,
constituyendo una imagen del sujeto psicológico como sujeto esencialmente racional y
racionalmente independiente de los contenidos procesados. Es posible que esa imagen
resultara históricamente útil para corregir tanto los excesos del conductismo (en el
dibujo de un sujeto reducido en gran parte a objeto de las manipulaciones y el control
de su medio) como la versión irracionalista del sujeto psicológico desarrollada por
muchos teóricos del psicoanálisis.

Así, el sujeto psicológico de las concepciones cognitivas de los años sesenta era
una especie de pequeño monstruo racional (Rivikre, 1987): un sujeto que, para hablar y
comprender, emplearía sus conocimientos tácitos de las reglas morfosintácticas de: la
gramática generativa y transformacional (Miller y McKean, 1964; Savin y Perchonock,
1965; Mehler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966), que crecería
acercándose progresivamente a un modelo final de sujeto competente en los
esquemas de inferencia definidos por las lógicas de clases, proposiciones y relaciones
(Inhelder y Piaget, 1955); en realidad, un procesador optimo de la información (Levine,
1975), que elaboraría conceptos limpios, semejantes a clases lógicas, mediante
estrategias activas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y
Austin, 1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hunter,
1957). Un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo métrico euclidiano
(Attneave, 1950; Shepard, 1962) y sus predicciones intuitivas a las leyes bayesianas del
cálculo de probabilidades (Edwards, 1968; Peterson y Beach, 1967) ... un modelo, en
suma, de virtudes racionales.

Esta imagen, solo un poco caricaturesca, expresa la realidad histórica de una


psicología en la que se impusieron, en un primer momento, modelos canónicos -
lógicos, matemáticos, lingüísticos- de naturaleza racional, que eran los más a mano para
explicar las teorías sobre las cuales debían explicitarse algoritmos concretos (por seguir
la distinción de Marr, 1982) de los nuevos modelos de procesamiento. Pero, por otra
parte, refleja también nuestra caricatura otra realidad histórica importante: la de una
nueva psicología que salía de su reducto particularista para vincularse a otras ciencias, y
muy específicamente a ciencias formales, en un proyecto común, aún titubeante y
naciente por aquellos años, de desarrollar una ciencia cognitiva unitaria. Sin duda, el
enfoque cognitivo ha sido el más ‹‹importador de conceptos ajenos››, y especialmente
de sistemas canónicos formales, de todos los desarrollados a lo largo de la historia de la
psicología. Sin embargo, a esta primera fase de importación conceptual de modelos
canónicos y racionales de la mente siguió pronto otra en que, sin renunciar al modelo
computacional, la psicología cognitiva tuvo que empezar a reconocer las prerrogativa~
de los significados -y no sólo de las formas-, los contenidos y los aspectos intencionales
de lo mental. Una fase que desarrollaría un modelo mucho más flexible -pero también,
en cierto sentido, más limitado- del sujeto cognitivo.

Rasgos de desarrollo del enfoque cognitivo en psicología: los años


setenta y ochenta
Siempre ha sido una intención osada la de tratar de historiar el presente, sobre
todo cuando es el de un sistema aun en fase de rápido crecimiento. El proceso de
desarrollo de la psicología cognitiva en los años setenta y ochenta, determinado por
índices cuantitativos, tales como los relacionados con la ley de crecimiento exponencial
de la producción científica, establecida por Price (1973), demuestran que la psicología
cognitiva creció con una rapidez inusitada en los momentos inmediatamente
posteriores a su definición como alternativa para estudiar objetivamente la mente
(Rivikre, 1987). La magnitud de ese crecimiento exponencial puede explicarse
históricamente por el efecto sinérgico de la atracción de las nuevas tecnologías del
conocimiento, a las que el enfoque cognitivo estuvo vinculado desde el principio, y por
el hecho de que la nueva psicología se mostrara, al tiempo, más respetuosa con la
complejidad que intuitivamente atribuimos a lo mental, más cercana, al menos en
apariencia, a supuestos optimistas tradicionales sobre la naturaleza humana (como los
de actividad, autodirección y racionalidad) y más objetiva que cualquiera de las
alternativas mentalistas anteriores en psicología, siendo capaz de resolver
aparentemente la vieja antinomia entre mente y objetividad.

De forma parecida a lo que sucede en el desarrollo físico y psicológico de los


organismos, que generalmente no solo crecen cuantitativamente sino que sufren
cambios cualitativos en ese desarrollo, sin perder por ello su identidad, el nuevo
enfoque sufrió variaciones importantes en los años setenta y ochenta, sin perder en
ellas su identidad cognitiva y la referencia, más o menos lejana según los investigadores,
a las nociones de cómputo y procesamiento de la información. Debemos limitarnos
aquí a establecer los aspectos más generales y sobresalientes de esos cambios
cualitativos. En una síntesis rápida señalaremos que los cambios afectaron enseguida a
la imagen logicista de ‹‹sujeto racional›› que ofreció en un primer momento la
psicología cognitiva, y que implicaron un nuevo equilibrio en la dinámica entre forma e
intencionalidad, o entre factores sintáctico-formales, por una parte, y variables
semánticas y pragmáticas, por otra. Ya desde finales de los años sesenta, los aspectos
semánticos (los relacionados con los contenidos de lo que se procesa, y no solo con su
forma) comenzaron a reclamar un papel en las nuevas explicaciones de la mente,
aunque hay que reconocer que no es tarea fácil la de entender ese papel desde los
modelos de la mente como sistema de cómputo (definido por algoritmos formalmente
guiados) de representaciones simbólicas. La intrusión de estos factores tuvo mucho que
ver con un tercer aspecto que definió a la nueva etapa: muchos investigadores
renunciaron a la ambición primera de ofrecer modelos mecanicistas de la mente
extremadamente generales -que pronto demostraron sus insuficiencias- dando lugar a
una psicología de aspecto más bien ‹‹mosaico›› y minimalista en muchas de sus
aportaciones.

El primer cambio al que nos hemos referido implico romper con la ecuación
primera entre ‹‹sujeto algorítmico›› y ‹‹sujeto hiper-racional››. Los psicólogos cognitivos
se dieron cuenta, enseguida, de que es posible formular explicaciones algorítmicas y
modelos computacionales de conductas que no corresponden a modelos lógicos o
canónicos de racionalidad. Desde finales de los años sesenta, empezó a perfilarse una
imagen más versátil, flexible y limitada del sujeto cognitivo que la que se tuvo en un
primer momento: se demostró que las estructuras con que produce y comprende el
lenguaje están agujereadas por difusas y punzantes influencias semánticas y
pragmáticas (Clark y Clark, 1977), que su competencia final en el manejo de tareas
lógicas es bastante limitada, especifica de tareas y dependiente de contenidos (Wason,
1966, 1968), que emplea categorías naturales difusas y de limites imprecisos (Rosch,
1978), que su razonamiento es frecuentemente alógico (Evans, 1972) y se guía por
‹‹modelos mentales››, de naturaleza semántica, más que por reglas formales (Johnson-
Laird, 1983), y que sus estimaciones de semejanza y juicios intuitivos se dejan influir por
sesgos irrepresentables en la métrica euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky,
1977; Al crecer, el sujeto de la psicología cognitiva -siguiendo, en cierto modo, un
proceso contrario al que siguen los niños- se hizo cada vez menos serio, mas difícil de
formalizar, menos predictible y se alejo del modelo de racionalidad canónica que se le
había marcado en un principio. En cierto modo, abandono el ‹‹estadio de las
operaciones formal es ››, que había pretendido ocupar nada más nacer.
Este proceso evolutivo -que no involutivo- tuvo mucho que ver con el segundo
aspecto al que hacíamos referencia: la constatación de la importante influencia de los
contenidos y factores semánticos en los procesos cognitivos. Por ejemplo, la hipótesis de
la complejidad derivacional, que había jugado un papel decisivo en el origen mismo de
la psicolingüística cognitiva, tuvo que ser abandonada, al demostrarse que, en ciertas
condiciones semánticas, oraciones complejas, desde el punto de vista transformacional,
pueden ser mas fáciles de comprender -o igual de fáciles- que otras simples (Wason,
1965; Greene, 1970; Johnson-Laird, 1968; Clark, 1965; Johnson, 1967). En el estudio
del pensamiento, los modelos sintácticos mas ambiciosos y generalistas, como el ‹‹
Solucionador General de Problemas ›› de Newell y Simon (1972), demostraron pronto
que su ámbito explicativa era mucho más reducido que lo que se pretendió en
principio, y que solo eran capaces de explicar la solución de problemas cerrados y de
poca ‹‹ densidad semántica ››, comportándose de forma aleatoria y muy poco ‹‹
inteligente›› en situaciones en que se aumentaba la carga semántica de los problemas.
Además, las investigaciones sobre razonamiento terminaron por convertir en un lugar
común la idea de que el razonamiento humano es extremadamente sensible a los
contenidos, cambios de contexto y factores pragmáticos.

Si la mente es un instrumento tan versátil que modifica esencialmente sus


estrategias en función de los contenidos que procesa, y de los contextos pragmáticos
en que realiza su tarea, ¿hasta qué punto es posible formular modelos generales de
cómputo para ella? La nueva imagen de la mente, que se dibujaba en la psicología
cognitiva de los años setenta y ochenta, se correspondía estrechamente con la imagen
mosaica, fragmentaria, dependiente también de contenidos y contextos, de la propia
psicología cognitiva.
Bien es verdad que no dejaron de formularse, en aquellos años, modelos generales,
con la ambición de explicar una amplísima gama de actividades mentales a partir de un
conjunto limitado de supuestos. Es destacable, por ejemplo, el enorme esfuerzo de
John Anderson (Anderson y Bower, 1973; Anderson, 1976, 1983) en esa dirección:
armado con un arsenal limitado de proposiciones y reglas de producción (de poder
computacional equivalente al de la máquina de Turing) intento, una y otra vez, la
ambiciosa tarea de formular una teoría general de la mente. Todavía no existe
perspectiva histórica suficiente para valorar el éxito de esa ambición, pero si para señalar
que era excepción más que regla en la psicología cognitiva de los años setenta y
ochenta (si exceptuamos, desde luego, el caso especial del conexionismo, al que nos
referiremos luego).
Hay quizás otros dos rasgos que deben destacarse, en la fase de consolidación
del enfoque cognitivo, y que, en cierto sentido, configuran una tendencia opuesta a
ese mosaicismo de los micro-modelos de mini-mentes, al que nos hemos referido. Son
dos rasgos también muy relacionados entre sí: la tendencia a emplear nociones cada
vez más molares o acroestructurales y la creciente demanda de validez ecológica en las
observaciones y modelos de la mente. En cuanto a lo primero, las influencias de los
significados y conocimientos previos en los modelos cognitivos, hicieron cada vez más
patente la necesidad de explicitar mecanismos de ((arriba a abajo)) que, en cierto
modo, habían sido, desde los orígenes de la propia psicología cognitiva, motivos
importantes para el desarrollo de la nueva concepción de la mente. La explicitación de
tales mecanismos hizo conveniente recurrir a nociones de vieja raigambre
epistemológica, como la de esquema, que se hicieron precisas, tanto en psicología
cognitiva como en IA, para explicar, por ejemplo, como pueden procesar los sistemas
cognitivos unidades de discurso. En cierto modo, las propiedades funcionales de la
mente a la que estos conceptos daban respuesta -propiedades tales como la capacidad
de integrar conocimientos en totalidades significativas amplias, de anticiparse a
informaciones nuevas y de añadir ‹‹ contenidos no-explícitos››, que constituyen
inferencias necesarias o convenientes para comprender lo real o el lenguaje- eran
propiedades a las que, desde un principio, había tratado de hacer justicia el enfoque
cognitivo. El problema que se planteaba era que el coste que había que pagar para dar
cuenta de esas propiedades era, paradójicamente, una cierta inflexibilidad que siempre
han manifestado las diversas versiones de la noción de esquema, y que ha intentado
ser resuelta por la reinterpretación de esas nociones en los nuevos modelos cognitivos
del enfoque conexionista.

El conjunto de observaciones anteriores nos permite establecer un fenómeno


histórico de singular importancia en el desarrollo de la psicología cognitiva y de las
tecnologías del conocimiento: mientras que, en su primera fase, los nuevos modelos de
la mente fueron principalmente importadores netos de nociones que provenían de
otras ciencias cognitivas, y en especial de las mas formalistas, en la segunda, el paisaje
mucho más diverso, menos monótono y racional de la mente, que se iba configurando,
reclamaba un esfuerzo de formalización a esas otras ciencias, de modo que la
psicología empezó a exportar conceptos basados en una versión algo más realista de la
mente.
Esa versión realista resultaba Útil, por ejemplo, para los investigadores de la IA:
no hay que olvidar el hecho de que la propia psicología cognitiva es la principal
responsable de establecer la base semántica de datos de la ciencia cognitiva como un
todo. Ello es así, en tanto que es la disciplina que tiene la misión de formular versiones
explicativas de las mentes reales como sistemas de conocimiento; versiones basadas en
los datos obtenidos a partir de la investigación empírica sobre la conducta o, en último
término, sobre la propia mente. Probablemente no es una exageración (aunque si un
peligroso ejercicio histórico de uso de un contrafactual) decir que, si la psicología
cognitiva no hubiera sido sentida como necesaria por la propia lógica interna de la
disciplina, hubiera sido reclamada, antes o después, por las nuevas tecnologías del
conocimiento.

El conexionismo: un vocabulario extensional para la mente cognitiva


Es poco frecuente que un historiador de la ciencia pueda afirmar, con un
sentimiento de certeza, la relevancia histórica de un episodio muy reciente en la
disciplina que estudia. Creo, sin embargo, que pocos historiadores de la psicología
negarían que la aparición del conexionismo, la publicación en 1986 de la ‹‹ Biblia ››
conexionista Parallel Distributed Processing de Rumelhart, McClelland y el grupo de
investigación PDP, constituye uno de esos casos de transformación revolucionaria (mas
que evolutiva) que se producen ocasionalmente en las ciencias.

Desde la perspectiva de análisis empleada en este examen histórico de la


psicología cognitiva, el conexionismo tiene una significación especial: implica, ni más ni
menos, que la vuelta de un lenguaje extensional, pero para hablar, esta vez, de la
mente o, quizá, del punto en que la mente como sistema funcional de cómputo
establece su intersección con el sistema nervioso.

¿Un vocabulario extensional para hablar de la mente?, ¿no es esa una


alternativa muy poco intuitiva? ¿no se define la mente, acaso, por una propiedad
esencial de intencionalidad?, ¿qué puede implicar, entonces, un lenguaje al tiempo
mental y extensional? Si, la alternativa es poco intuitiva, de forma semejante a como es
poco intuitiva la alternativa física de la mecánica cuántica. Y, del mismo modo que el
paisaje propio de la mecánica cuántica es el micromundo mas molecular de la física, ese
plano en que casi la física deja de serlo en el sentido tradicional, así también el medio
propio de los modelos conexionistas es precisamente el plano más molecular en que
podemos hablar de mente, el nivel de la ‹‹ microcognición ››, por emplear un término
de Clark (1989): es decir, aquel punto en que la psicología casi deja de ser psicología,
para empezar a ser neurología teórica. Y... sin embargo, el conexionismo parece ser
aún psicología, porque si trata de la mente. No, desde luego, de la mente fenoménica
definida por la milenaria psicología natural o la secular psicología filosófica o científico-
introspectiva (si es que tal adjetivo tiene algún sentido). No de esa mente, pero sí de la
mente computacional, definida previamente en la alternativa clásica de la psicología
del procesamiento de la información, y sobre todo del paradigma simbólico, a la que
nos hemos referido en estas páginas.

Sin embargo, y aún versando sobre la mente, lo cierto es que los parámetros de
los que hablan los conexionistas, cosas tales como los patrones de conectividad, las
unidades subsimbólicas definidas por niveles de activación, las fuerzas de conexión, los
umbrales de input y output de tales unidades, no son, desde luego, objetos
intencionales. No son como los esquemas, las imágenes y las proposiciones mentales
de los psicólogos cognitivos clásicos. Tampoco son estímulos o respuestas
potencialmente exteriorizables, como lo eran las construcciones extensionales de los
conductistas. Ni son nada a lo que tengamos -ni mucho menos- un ‹‹acceso
fenoménico›› a través de la introspección (resulta del todo insensata la idea de acceder
por introspección a los niveles de activación, por ejemplo, de esas unidades que
funcionan en una maravillosa actividad paralela cooperativa-competitiva, ¡nos
volveríamos locos si accediéramos a esas minucias mentales!). No son, ni siquiera
parámetros realistas del funcionamiento neuronal definido a un nivel puramente
fisiológico. Son, en realidad, los objetos y parámetros que definirían a la mente como
sistema de cómputo, en tanto que se encarna en un tipo particular de procesador: en
un sistema nervioso.
¿Hasta qué punto representa este nuevo punto de vista una auténtica ruptura
con los modelos tradicionales de la psicología cognitiva?, ¿en qué, por el contrario, los
continua? Es importante destacar el hecho histórico cierto de que la pregunta por las
propiedades computacionales de una red neural sencillamente no hubiera sido
posible sin la pregunta previa sobre la mente como sistema de computo. La metáfora, o
descripción literal, de la mente computacional ha sido la que ha hecho posible un
enfrentamiento nuevo al viejísimo problema histórico de la psicología de las relaciones
entre una sustancia extensional, el cuerpo, y un conjunto de funciones intencionales, al
que llamamos mente. Un aspecto importante -e insuficientemente destacado- de la
importancia histórica del conexionismo es el hecho de que representa, en efecto, una
alternativa realista, y no dualista, a ese problema secular, que a lo largo de la historia se
había mostrado como intratable. Una alternativa que solo tiene sentido cuando se sitúa
el problema en el plano de lo mental ‹‹ descubierto ›› o ‹‹ inventado ›› (no sé qué
término sería más exacto) por el enfoque cognitivo en psicología: el plano
computacional. En los modelos conexionistas, sin embargo, los que se computan no
son ‹‹ símbolos ›› -como sucedía en los clásicos- sino variables subsimbolicas de
unidades moleculares de cómputo, que actúan en paralelo y con arreglo a leyes
precisas.

¿Dónde quedan entonces los esquemas y conceptos, las proposiciones y, en


general, los objetos intencionales de la psicología cognitiva del paradigma simbólico y
de la vieja psicología natural? Desde la perspectiva molecular del conexionismo serian
sencillamente propiedades emergentes, funciones resultantes de un modo de
procesamiento holístico y paralelo de un sistema que tiende a alcanzar estados de
equilibrio, con arreglo a modelos probabilísticos de funcionamiento, propios de ciertos
sistemas complejos. Los conceptos, los esquemas, los ‹‹ conocimientos ›› en definitiva, ‹‹
almacenados ›› en las clásicas memorias del modelo tradicional de procesamiento, se
entienden, así, como metáforas con las que nos referimos al tipo de características
globales, propiamente cognitivas e intencionales, que emergen del funcionamiento
global de sistemas, o subsistemas, de procesamiento, cuando éstos actúan como
totalidades.

Históricamente, el modelo conexionista se enraíza en los precedentes, de los


que hablábamos en el apartado segundo, de ‹‹ Un cálculo lógico inmanente en la
actividad nerviosa ›› de McCulloch y Pitts (1940) y el provisionalmente malogrado ‹‹
perceptrón ›› de Rosenblatt (1962). Supone, por consiguiente, la continuación de un
proyecto, interrumpido durante cerca de un cuarto de siglo, pero con el que nacieron
desde un principio la psicología y la ciencia cognitiva: la ambiciosa pretensión de
desarrollar modelos de cómputos que fueran, al tiempo, respetuosos con los datos de
conducta y con los aspectos computacionalmente relevantes del funcionamiento del
sistema nervioso.
Este intento se retoma con la pretensión, declarada de forma explícita y hábil, de
resolver algunas de las anomalías principales acumuladas por el paradigma simbólico-
computacional clásico en sus treinta años de existencia: la ‹‹ mente serial››, descrita por
éste, presenta dificultades importantes para enfrentarse a condiciones que son muy
naturales y frecuentes en el medio adaptativo del hombre. Situaciones, por ejemplo, en
que es necesario tener en cuenta a la vez diversas restricciones simultaneas, o en que se
hace preciso reconstruir o recordar informaciones a partir de partes de ellas que
pueden, incluso, no ser correctas, en que la información está parcialmente degradada
(o lo está el propio funcionamiento del sistema nervioso). Además es difícil explicar
cómo esa mente serial y simbólica puede ser tan diestra como lo es la mente real, para
captar rápidamente los significados globales de las situaciones, y tan flexible como la
mente real, si sus esquemas y conceptos son tan discretos y rígidos como lo son las
representaciones que emplean los ordenadores digitales de la ‹‹ familia von Neumann››.
Es difícil que éstos simulen completamente el estilo heurístico de procesamiento de las
mentes reales. Y su funcionamiento esencialmente secuencial no parece realista como
modelo del funcionamiento de un sistema nervioso que, a pesar de sus impresionantes
habilidades cognitivas, es mucho más lento que los propios ordenadores en su
velocidad de transmisión.
Los modelos conexionistas tratan de ofrecer una alternativa a estas cuestiones
propiamente psicológicas, acerca de la mente, que habían surgido como dificultades de
los enfoques cognitivos anteriores. Sin embargo, plantean desde un principio sus
propias anomalías como modelos de lo mental: ¿cómo es posible que surjan formas
regladas, estructuras netas, formalmente definibles, de su modo de funcionamiento
esencialmente estocástico? ¿Cómo puede acceder un sistema conexionista a formas
rigurosas, intuiciones de necesidad lógica, estructuras gramaticales? Es cierto que la
solución conexionista da solución a muchas de las anomalías del modelo C-R clásico (las
paradojas sobre el aprendizaje, la falta de resistencia a la degradación del sistema
cognitivo, sus dificultades para explicar fenómenos como los de accesibilidad de la
memoria en función del significado, etc.). Pero también es cierto que resulta difícil
explicar el funcionamiento mental de ‹‹ estructuras representacionales combinatorias››
(es decir, con clausulas bien definidas, partes separables, reglas sintácticas precisas,
como las que se dan en el lenguaje) si no es recurriendo a los modelos clásicos. Los
defensores más enérgicos del paradigma C-R, Jerry Fodor y Zenon Pylyshyn (1988) se
han apresurado a destacar esta dificultad del enfoque emergente.

La psicología cognitiva vive ahora mismo un momento apasionante de choque


de paradigmas, e interrelación entre ellos. Parece haber logrado dar pasos importantes
en temas nucleares de la psicología: cómo definir la mente para hacerla accesible a un
análisis objetivo, como entenderla, incluso, como función natural de una materia
extensional. En sus aun pocos años de existencia, la psicología cognitiva ha acumulado
una enorme cantidad de conocimiento acerca de la mente: en gran parte, se trata
además de conocimientos profundos, completamente inaccesibles a la ingenua mirada
de esos astutos psicólogos naturales que somos los miembros de nuestra especie. Sin
embargo, su tarea pendiente es todavía ingente. No ha logrado explicar, por ejemplo,
qué sentido computacional tiene esa astucia introspectiva, ni qué papel juega la propia
conciencia cuando emerge por encima de los complejos cómputos que se realizan en
la sala de máquinas oscura de la mente.

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UNIDAD 3: LA PSICOLOGÍA EN EL SIGLO XXI

La psicología aplicada en América Latina


Ana María Jacó-Vilela
Universidade de Estado do Rio de Janeiro
Tomado de: Revista de Historia de la Psicología

Resumen
El presente artículo pretende acompañar el desarrollo de la psicología aplicada en
América Latina desde su inicio en el siglo XIX, con los médicos que tenían como
objetivo la comprensión de la mente del loco y del criminal, pasando por los
educadores y la comprensión del niño-problema y, en medios del siglo XX, la
industrialización y la aplicación al contexto organizacional. Desde ahí emergen
también los primeros cursos de psicología. A partir de las décadas de los 60/70, se
plantea una cuestión: ¿qué hace el psicólogo, a quienes atiende? La respuesta
hegemónica implica dirigir la atención a la especificidad latino-americana.
Palabras claves: Psicología aplicada, psicología latino-americana, intervención social.

Abstract
This article follows the development of applied psychology in Latin America since its
start in the beginning of the 19th century, when doctors were determined to
understand the mind of the insane and the criminal. Later, with educators, applied
psychology turned to the understanding of problem-children. By the middle of the
20th century, industrialization allowed new fi elds of application, namely, the
organizational context. That was when the fi rst psychology courses were
organized. As of the 60s and 70s, with the crisis in the western culture and the
dictatorships in Latin America, there emerged a question: what does the
psychologist do? Whom does this professional attend? The hegemonic answer
implies directing one’s attention to Latin American specifi c conditions.
Keywords: Applied Psychology, Latin America psychology, social intervention.

La historiografía de la psicología en América Latina narra sus comienzos a


partir de la incorporación del conocimiento científico en psicología, producido en
Europa, a las realidades de los países latinoamericanos, lo que justifica la
discrepancia temporal entre la producción y apropiación.
En el caso específico de la región sur del continente –actualmente Brasil,
Argentina, Paraguay y Uruguay– trabajos recientes han demostrado un gran
desarrollo de los conocimientos psicológicos a partir del pensamiento tomista sobre
el hombre y de las pedagogías jesuíticas relativas al indígena (Massimi, 1990). Como
es este un campo todavía restringido en Brasil, no voy a detenerme en él, a no ser
para hacer una referencia que muestra la relevancia de este pensamiento para la
comprensión de los europeos, de la nueva cultura que encontraron:
Manoel da Nóbrega, «para comprobar que los indios tienen alma, se basa en la
observación de que ellos poseen todas las potencias atribuidas al alma, como,
entendimiento, memoria y voluntad (Massimi, 2005: 79).
Por lo tanto, buscando la reconstrucción de la historia de la psicología
aplicada en América Latina, estableceré aquí un recorrido por algunos –no todos–
países de este vasto y diverso continente. Desde luego advertimos que se excluirán
muchas experiencias, ya que nos vamos a detener en el caso brasileño. Será, pues,
un vuelo de pájaro sobre los múltiples caminos recorridos.
Sabemos que la «nueva ciencia» que se desarrollaba en Inglaterra, Francia.
Alemania y, en cierto sentido, también en Italia, llega muy rápidamente a América
Latina. Eran muchos los interesados en las «nuevas ideas» – del evolucionismo, del
materialismo, del positivismo (Alonso, 1999) que compartían la fe decimonónica de
que la ciencia traería el progreso a la sociedad, eliminando todos sus males,
resultantes del atraso, de la superstición, de la ignorancia. Ardila cita explícitamente
a Darwin a respeto, tanto con relación a las bases latino-americanas de su teoría
como a la importante correspondencia que mantuvo con personajes de estas tierras
(Ardila, 1986: 29).
El interés por la psicología emerge inicialmente en Brasil, Argentina y México,
posteriormente en Chile y Perú. Los primeros que se dedican a la nueva ciencia, sin
embargo, no distinguen teoría y aplicación: son médicos autodidactas que
investigan, con el propósito de tratar al enfermo mental o a la mente criminal.
Algunos ejemplos: en Brasil, Henrique Roxo (1877-1969), con la tesis «Duración de
los actos psíquicos elementales en los alienados»; en Argentina, José Ingenieros
(1877-1925) dirige los Archivos de Psiquiatría y Criminología del Instituto de
Criminología de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires.
Por otro lado, la difícil situación de entreguerras en Europa, a su vez, hace
con que muchos científicos, al necesitar de nuevas oportunidades de actuación,
migren hacia diversos países de América Latina. ¿En qué situación encontraron el
conocimiento psicológico?
En este primer período, había médicos y educadores que –debido a sus
intereses particulares o a sus viajes a Europa, o sea, siempre una situación de auto
didactismo– se enteraban y se interesaban por la nueva ciencia.
Los médicos dirigían los laboratorios experimentales, creados con el sentido
original de lugar de producción de conocimientos, de aplicación, de enseñanza. En
Brasil, tenemos por ejemplo Manoel Bomfi m, en el «Pedagogium» (Lourenço Filho,
1955). En México, hay Jésus R. Pacheo, Rafael Serrano, Juan N. Cordero, Ezequiel A.
Chávez (Pick & Givaudan, 1999). Víctor Mercante que, en 1891, tiene el primer
laboratorio de psicofi siología, Horacio G. Piñero, en la Facultad de Filosofía de la
UBA, y Enrique Mouchet con sus investigaciones sobre lenguaje y pensamiento son
algunos de los personajes de esa época en Argentina (Alonso, 1999; Ardila, 1986).
También es por medio de los médicos que el psicoanálisis llega a América
Latina, al principio del siglo XX. Honório Delgado es un psiquiatra peruano (1892-
1969), cuyo énfasis en la reciente psicofarmacología no lo impide de publicar un
libro sobre Freud en 1926, y de ser considerado el primer nombre del psicoanálisis
en Perú (León, 2003). Germán Greve, por su parte, es chileno (1869-1954) y de
hecho es considerado el primer autor que produjo un texto sobre psicoanálisis en
América Latina –«Sobre psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos»–,
presentado y publicado en un congreso de psicoanálisis, que ocurrió en Buenos
Aires en 1910. Freud habría reseñado este trabajo en 1911, con amplios elogios a la
comprensión psicoanalítica presentada por el autor (Ardila, 1986). En Brasil, Júlio
Porto-Carrero crea, en 1924, la Clínica de Psicoanálisis de la Liga Brasileira de
Higiene Mental, pero el psicoanálisis ya estaba presente desde antes, ya que Franco
da Rocha publicó, en 1920, «Adoutrina pansexual de Freud» (Russo, 2005).
Sin embargo, el interés de los intelectuales por la educación hizo con que el
«método de los testes» fuera rápidamente asimilado, reemplazando a los
laboratorios experimentales y propiciando un nuevo espacio para la psicología –la
escuela.
Así, la llegada de psicólogos extranjeros a América Latina encuentra una
realidad en la que ya existía el reconocimiento del valor aplicativo de la psicología,
pero, en que todavía le faltaba la instrucción formal y sistematizada a esta disciplina.
Walter Blumenfeld (1882-1967) es uno de los primeros psicólogos extranjeros que
se estableció en Perú, donde enseñó, desarrolló y validó testes, dedicándose a la
psicología educacional, con trabajos que hoy llamaríamos de psicología intercultural
(León, 2003). Otros, sin embargo, no se fijaron en un mismo país. Así, Waclaw
Radecki (1887-1953) inició su trayectoria latina en Brasil y luego se estableció en
Uruguay, con estancias en Argentina –dirigió un laboratorio experimental, ofreció
atención psicoanalítica, pero, principalmente, procuró constituir un cuerpo teórico
de pensamiento y formar discípulos (Perez, 1999; Centofanti, 1984).
Dos personajes nos llaman la atención: Bela Székely (1892-1955), judío
húngaro que buscó refugiarse de la guerra entre nosotros, circuló entre Argentina
(donde su nombre es relevante en el psicoanálisis), Chile y Brasil (donde es
conocido por sus libros sobre tests psicológicos) (Ardila, 1986). Mercedes Rodrigo
Belido (1891-1982), a su vez, trabajó tanto en la psicotécnica como en la enseñanza
en Colombia (Puche-Navarro, 1999) y Puerto Rico. Es curioso que Roca (1999) no la
mencione en su artículo sobre la psicología en Puerto Rico, del mismo modo que
no hay nota sobre Székely en el «Dicionário Biográfi co da Psicología Brasileira –
Pioneiros».
Tal vez porque, como exiliados de la guerra, su memoria no se ha mantenido. Otra
posibilidad, en relación a Rodrigo: ¿sería un caso más de mujeres que, a pesar de su
rica contribución, poco permanecen en la memoria social?
Mujeres extranjeras también harán parte de otra etapa de la psicología
aplicada, ahora a la educación. Eminentes personajes latinos, graduados en
medicina o leyes, al comprender la importancia de la psicología para la labor
educacional necesaria para la modernización de sus países, se convierten en
autodidactas del nuevo campo del saber. Mientras ocupaban puestos públicos en el
área de la Educación, difundieron la psicología aplicada en este sistema. En México,
Ezequiel A. Chavez (1868-1946) produjo importantes obras sobre psicología
educacional y del desarrollo, y reorganizó las escuelas nacionales cuando ocupó un
puesto relevante en el Ministerio de Educación (Ardila, 1986; Pick & Givandan,
1999). En Brasil, Manuel B. Lourenço Filho (1897-1970) fue un importante actor en
la difusión de la psicología en el sistema educacional, a través del Ministerio de
Educación y Cultura. Su amplia producción intelectual incluyó numerosos libros, la
creación del examen de inteligencia ABC, la coordinación de una colección de
libros sobre Educación, con traducción de obras de psicología, que hasta entonces
había sido accesible únicamente a los miembros de la elite intelectual que
dominaba los idiomas de origen, especialmente el francés y el alemán (Antunes,
2001).
De este modo, sobre todo con el movimiento de los tests y con la Escuela
Nueva, la psicología se convierte en uno de los soportes de la pedagogía científica.
Aquí, se unen el conocimiento psicológico y su aplicabilidad a la situación escolar,
sobre todo para el denominado alumno-problema, con dificultades en el
aprendizaje o en el orden emocional (debido a su situación familiar, social, etc.). Sin
embargo, es necesario señalar que, al pretender explicar psicológicamente las
diferencias individuales, este movimiento terminó encubriendo las desigualdades
sociales, en perjuicio de los intereses de los alumnos de las clases populares (Maluf,
1999).
Es en este contexto Helena Antipoff (1892-1974) llega al Brasil, para dirigir el
«Laboratório de Psicologia da Escola de Aperfeiçoamento de Professores de Minas
Gerais». Helena actuó de forma efectiva en la consolidación e institucionalización de
la psicología, en especial de una psicología volcada para aquellos que, hoy,
denominamos «excluidos»: los niños pobres, que debido a su difícil situación
socioeconómica, tenían dificultades en la alfabetización, no poseían la «inteligencia
civilizada», concepto por ella creado para indicar porqué dichos niños obtienen
resultados inferiores en los tests a los que se sometían. Otro de sus conceptos es el
de «excepcional», con el cual se refería a aquellos niños que, por causas
psicológicas, físicas o sociales, se ubicaban fuera de los límites de una determinada
norma social (Campos & Lourenço, 2001).
Sin embargo, a partir de los años 40, los tests tendrán otro uso principal: la
selección de trabajadores para la industrialización que se desarrollaba en varios
países. El mayor desarrollo ocurrió a partir da creación del ISOP (Instituto de Seleção
e Orientação Profi ssional) de la Fundação Getúlio Vargas en Rio de Janeiro, en
1947 por Emilio Mira y López (1898-1964). Ciertamente el renombre internacional
de Mira, su inmensa capacidad de articulación de personas e intereses –lo que
resultó en incontables instituciones que surgieron como desdoblamientos de su
actuación– asimismo sus estadas anteriores en Cuba, Argentina y Uruguay, hicieron
con que el ISOP sirviera de inspiración para trabajos en psicotécnica, en Brasil y en
otros países. Sin embargo, conviene señalar también el momento en que ocurren
estos hechos. Parece que entre las décadas de los 50 y 60, la psicología se vuelve
autónoma, asumiendo su carácter propio y distinto de la medicina y de la
educación.
De esta manera, observamos que será en el período entre 1940 y 1960 que
se crean los primeros cursos universitarios de psicología en casi todos los países.
Ardila apunta las siguientes fechas de creación de los primeros cursos: 1946,
Guatemala; 1948, Chile y Colombia; 1950, Cuba; 1953, Brasil; 1955, Perú; 1956,
Venezuela; 1958, Argentina y México; 1960, Puerto Rico; 1962, Uruguay; 1965,
Panamá; 1967, República Dominicana; 1970, Nicaragua; 1971, Bolivia y Costa Rica;
1972, Paraguay; 1973, Ecuador; y, fi nalmente, en 1974, Haiti (Ardila, 1986: 66).
Este proceso contará con Radecki (Uruguay), Mira (Brasil) y muchos más.
Suponemos que el proyecto de Radecki se asemeje al que presentó en 1932, en
Brasil, con fuerte presencia de la filosofía y de aplicación a las áreas de Medicina, al
Derecho, a la Educación, a la Industria (Jacó-Vilela, 2002). El de Mira propone que la
distinción tradicional entre ciencia básica y aplicada implique dos cursos realizados
en instituciones diferentes: la parte teórica en universidades y la aplicada, en
institutos especializados. Su proyecto recibió muchas críticas y no fue aprobado. Sin
embargo, se debe reconocer que es a partir de su trabajo que se produjo una
movilización que permitió la reglamentación de la profesión de psicólogo y del
currículum mínimo del curso de psicología en Brasil, dos aspectos legales que
todavía no existen en muchos países latinoamericanos (Jacó-Vilela, 2002).
La mayor parte de los cursos creados, en este momento, es generalista y
ofrecían una formación centrada en el modelo de hombre universal y sin historia,
en la psicometría, en la división tradicional de teorías psicológicas, campos temáticos
(personalidad, desarrollo, social) y áreas de aplicación (clínica, escuela e industria).
En este mismo periodo, el mundo occidental sufrió profundas
transformaciones a partir de la II Guerra Mundial. Las innovaciones tecnológicas y
de las telecomunicaciones permitieron la ampliación del acceso a la información y
generaron el incremento de la posibilidad de consumo, construyendo nuevas
subjetividades. De este modo, la década de los 60 atestigua incontables cambios y
el surgimiento de movimientos sociales de minorías, que por la primera vez se
hicieron escuchar. Por otro lado, en ese mismo momento de perspectivas de un
nuevo mundo, en América Latina se instalaron dictaduras militares en varios países.
Así, la psicología que recién empezaba a ocupar su espacio independiente, se
encontró limitada, no sólo por los percances de cualquier inicio, sino también, y
sobre todo por la represión violenta, con censura, cárcel y tortura de los oponentes
del régimen. Fue un tiempo de terror y de silencio.
Poco a poco, sin embargo, esta situación empezó a cambiar en función de
factores diversos como: el conocimiento de la existencia de psicólogos involucrados
con la tortura (en Chile y en Brasil, por lo menos, como afirman Toro & Villegas,
1999, y Coimbra, 1995); al contrario, cabe señalar la actuación de psicólogos de
izquierda, sobretodo, los que se relacionaban con la vertiente de la Teología de la
Liberación (lo que les podría ofrecer un gran riesgo o una cierta protección de la
Iglesia Católica); se presentaba la noción cada vez más clara de que era necesario
producir una psicología que pudiera comprender y actuar en la especificidad de los
pueblos latinoamericanos.
Surge progresivamente una nueva psicología que apuesta por la renovación
de la articulación entre teoría y práctica. Son muchos los psicólogos que
contribuyen a la nueva vertiente. Resaltamos algunos, de los cuales el principal, sin
duda es Martin-Baró (1942-1989), jesuita español radicado en San Salvador, donde
dirigió el Departamento de Psicología, para quien la neutralidad científica significaba
la negación de la dimensión ética de la actuación del psicólogo (Martin-Baró, 1998).
Citamos también Alberto L. Merani (1918-1984), argentino, que ejerció casi toda su
vida profesional en Venezuela, donde fue un importante propagador de una
psicología crítica basada en el materialismo dialéctico. Este fue el mismo camino
seguido por Silvia Tatiana Lane (1933-2006) en Brasil (Sawaia, 2002). De estas
múltiples influencias resultaron nuevas perspectivas con nuevas denominaciones
como: psicología de la liberación, psicología socio-histórica, psicología comunitaria
(Montero, 2000).
Estos nuevos abordajes, en síntesis, se caracterizaron por la valoración de los
conocimientos locales y, consecuentemente, de la historia de los grupos y de las
personas con quienes iban a actuar. De esta forma, el campo del saber no más se
define por «grandes áreas» o en función de los abordajes teóricos, sino por medio
de diferentes conjuntos de prácticas que se sitúan en articulación con determinadas
demandas sociales.
En una síntesis final, podemos decir que todo este camino resultó en algunos
resultados principales: el direccionamiento de la atención hacia el pueblo
latinoamericano, la dispersión de las prácticas psicológicas y el intento de hacer con
que este nuevo momento fuera representado en la estructura curricular de los
cursos, con el objetivo de institucionalizar una perspectiva específica de lo que sea
psicología, teoría y práctica.
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A Psicologia Latinoamericana: El Primer Medio Siglo
Rubén Ardila 1,2
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia

Tomado de: Revista Interamericana de Psicología/Interamerican Journal of


Psychology

Compendio

Se presentan los principales desarrollos de la psicología en América Latina, desde el


contexto de la psicología interamericana. La Sociedad Interamericana de Psicología
(SIP) fue fundada el 17 de diciembre de 1951 en Ciudad de México. El primer
Congreso Interamericano de Psicología se llevó a cabo en Santo Domingo
(República Dominicana) entre el 10 y el 20 de diciembre de 1953. Este medio siglo
ha marcado un acelerado proceso de desarrollo en la psicología en América Latina,
en todo el continente americano, y en el mundo en general. Se han creado
programas de formación profesional a lo largo y ancho del continente, y podemos
afirmar que hoy existen psicólogos profesionales en todos los países de las Américas
El papel del psicólogo en la sociedad ha logrado tener importancia y relevancia
habiendo partido de comienzos muy modestos. Se está llevando a cabo
investigación científica de alto nivel, especialmente en algunos países líderes, como
son México y Brasil, pero también en Perú, Venezuela, Argentina, Cuba, Chile,
Colombia, y en general en América Latina. La falta de originalidad que señalaba
Alarcón en su libro Orientaciones Teóricas de la Psicología en América Latina, en
1997, ha comenzado a dar paso a trabajos originales y a investigaciones pioneras.
Los siguientes 50 años de la psicología en este contexto cultural probablemente van
a continuar con estos desarrollos, y seguramente llevarán a integrar la psicología
latinoamericana al contexto internacional.
Palabras clave: Investigación; globalización; historia de la psicología

Latin American Psychology. The First Half Century

Abstract

The main developments of Latin American psychology are presented, from the
context of Interamerican psychology. The Interamerican Society of Psychology (SIP)
was founded on December 17, 1951 in Mexico City. The first Interamerican
Congress of Psychology took place in Santo Domingo (Dominican Republic)

1
Dirección: Correo postal. Apartado 88554. Bogot·, Colombia. E-mail: psycholo@latino.net.co
2
Una versión anterior se presentó en el Congreso Interuniversitario de Psicología del Caribe y Centroamérica (Santo Domingo,
República Dominicana, 2001)
between December 10 and 20, 1953. This half a century has produced an
accelerated development of psychology in Latin America, in the Americas as a
whole, and in the world at large. Professional training programs have been created
in all the countries of the Americas. The role of psychologists in society is today very
important and relevant, after modest origins. At the present time high level scientific
research is in process in the leading countries (Mexico and Brazil), and also in Peru,
Venezuela, Argentina, Cuba, Chile, Colombia, and in general in Latin America. The
lack of original developments that Alarcón pointed out in his book Orientaciones
Teóricas de la Psicología en América Latina (Theoretical Orientations of Psychology
in Latin America, 1997) has began to be overcome by original work and pioneer
investigations. In the next 50 years, Latin American psychology will probably
continue along these lines, and will help to integrate Latin American psychology to
the international context.
Keywords: Investigation; globalization; history os psychology..

Medio Siglo de Actividad Científica y Profesional

La psicología en América Latina tuvo un importante punto de desarrollo en


la mitad del siglo pasado. Los primeros programas de entrenamiento profesional se
crearon en 1947 y 1948. La Sociedad Interamericana de Psicología (SIP) se fundó en
1951. Por estas razones hemos decidido centrarnos en estos últimos 50 años de
actividad científica y profesional, para analizar los logros, los aportes, señalar las
limitaciones y tratar de reflexionar sobre las perspectivas futuras de la psicología
como ciencia y como profesión.
Presentaremos los comienzos de la SIP, los desarrollos de los principales
enfoques o escuelas psicológicas que arraigaron en América Latina, las principales
áreas de investigación y aplicación: psicometría y evaluación, psicoanálisis, análisis
experimental del comportamiento, psicología cognitiva, psicología social y
transcultural, psicología política, etc. Daremos importancia a la organización
profesional de la psicología, lo que se denomina psicología organizada.

Características Esenciales de la Psicología en América Latina

De acuerdo con Alarcón (2002) la psicología en América Latina posee las


siguientes características:
— La Orientación Científica: Interés en hacer una psicología empírica, liberada de
la filosofía. Los pioneros de la psicología fundaron laboratorios experimentales,
divulgaron el método científico, utilizaron estadísticas. La psicología
latinoamericana actual es predominante empírica, objetiva y cuantitativa.
— El Carácter Dependiente: La psicología latinoamericana ha utilizado doctrinas
importadas: el racionalismo de Descartes, el empirismo de Locke, el sensualismo de
Condillac. El vitalismo de Bergson fue recibido con entusiasmo y devoción en
épocas más recientes. El positivismo lógico, y luego la psicología angloamericana,
tuvieron gran acogida en decenios posteriores del siglo XX.
— Escasa Originalidad: En su primera etapa la psicología en América Latina se
limitó a adaptar tests y sólo produjo unos pocos originales de la región. En otros
campos esto también se observó. Sin embargo se han propuesto teorías originales:
Díaz-Guerrero postuló la teoría histórico-bio-psico-socio-cultural del
comportamiento humano (1972) y Ardila la síntesis experimental del
comportamiento (1993). “Signos de que la ausencia de originalidad está en vías de
quedar atrás” (Alarcón, 2002. p. 139).

— Entre la Relevancia Social y la Permeabilidad Política:A los psicólogos les


interesó orientar la investigación psicológica hacia problemas ligados al desarrollo
social. El objetivo fue hacer una psicología socialmente relevante. Esto llevó al
compromiso político, a la investigación-acción, al desarrollo de la psicología social
comunitaria y finalmente a la psicología política. Ignacio Martín-Baró (1942-1989) es
probablemente el más distinguido representante de este punto de vista.

— La Preferencia por la Psicología Aplicada: La psicología latinoamericana enfatiza


trabajos prácticos, solución de problemas de aplicación inmediata. Utiliza técnicas
más correlaciónales que experimentales.

— El Ser Humano como Problema Central: Se trabaja más con participantes


humanos que con animales. Los psicólogos latinoamericanos buscan entender al
hombre, describirlo, comprenderlo y explicarlo. Aunque existen importantes trabajos
en psicología comparada y psicobiología, el énfasis se centra en el trabajo con
participantes humanos.

Es posible que estas características de la psicología en América Latina tengan


diferentes énfasis en distintos países y en distintas épocas. Por ejemplo el activismo
político y la psicología comunitaria predominaron en el decenio de 1980. El carácter
dependiente fue característico de la etapa formativa de la psicología
latinoamericana, y era algo inevitable dado que las principales ideas psicológicas se
habían propuesto en Europa y en Estados unidos; sólo cuando existió una masa
crítica de investigadores y profesionales, se pudieron hacer contribuciones originales
a la psicología, procedentes de Latinoamérica. La preferencia por la psicología
aplicada es una constante a nivel internacional a comienzos del presente siglo XXI y
no algo específico de América Latina.

Organización Profesional
Durante los últimos 50 años la psicología latinoamericana se ha organizado
como profesión. Señalemos sus principales características.
- Formación de Psicólogos: Existe en casi todos los países. Se lleva a cabo en
Facultades de Psicología, en su mayor parte. También en Departamentos, Escuelas
Profesionales e Institutos. El modelo de formación es de 5 años, con Tesis de Grado
y Prácticas Profesionales. Se obtiene el título de “Psicólogo” y en algunos casos de
“Licenciado en Psicología”. Existen programas de Maestría y Doctorado en varios
países.
- Asociaciones Profesionales: La más importante es la Sociedad
Interamericana de Psicología (SIP) creada en 1951. Existen asociaciones nacionales
(ej: Sociedad Mexicana de Psicología), asociaciones de áreas específicas (ej:
Asociación Latinoamericana de Análisis y Modificación del Comportamiento,
ALAMOC), etc.
- Numero de Psicólogos: Un estimativo realista de cuántos psicólogos hay en
América Latina, indica que existen 178.000 personas que han recibido este título
profesional (según Alonso & Nicenboim, 1999, p. 384). Los países con mayor
número de psicólogos se presentan en la Tabla 1. Unos datos similares se
encuentran en Jing (2000). Estos estimativos son siempre aproximados y sólo
indican tendencias generales, no información exacta.
- Estatus Legal: Ha sido asunto de gran interés en países como Argentina y
Uruguay. El reconocimiento legal varía de país en país, pero existe en la mayor parte
de ellos.
Incluye registro profesional, áreas de actividad laboral, relaciones con otras
profesiones, y demás temas similares.

Tabla 1
Número de Psicólogos y Proporción por Habitantes, en varios
Países
País Psicólogos Psicólogos por Habitantes
100,000 por
habitantes psicólogo
Brasil 86.290 55 1.808

Argentina 38.000 103 974

Colombia 15.000 43 2.333

México 11.000 12 8.518

- Códigos de Ética: Varios países tienen Código de Ética especialmente


elaborados. Se destacan los de México, Chile y Colombia.
- Áreas de Investigación: Son muy variadas y amplias, y cambian en los varios
países. Podemos afirmar que la psicología social, la psicología del desarrollo, el
análisis experimental del comportamiento, la psicología cognitiva, la psicología
clínica, la neuropsicología, la psicología comparada, el aprendizaje y la psicología
transcultural, son áreas de especial interés. Los énfasis varían en diferentes países y
han cambiado en distintas épocas. Revisando los trabajos presentados a los
diferentes Congresos Interamericanos de Psicología se pueden encontrar las
principales áreas de interés investigativo por parte de los psicólogos
latinoamericanos.
- Áreas de Aplicación: Varían también en distintas naciones. Los campos
tradicionales siguen teniendo prioridad: psicología clínica, psicología educacional,
industrial / organizacional, psicología social aplicada. Pero áreas menos tradicionales
como psicología jurídica, psicología de la salud, psicología deportiva, psicología
ecológica y ambiental, también poseen importancia creciente.
Vamos a presentar a continuación las áreas de la psicología – tanto básica
como aplicada – que han tenido especial relevancia en América Latina, iniciando
con la psicometría que comenzó a desarrollarse hace varios decenios en este
continente. Seguiremos con psicoanálisis, psicología social y transcultural, psicología
evolutiva del ciclo vital, análisis experimental del comportamiento, psicología
cognitiva, y psicología política. No se trata de un orden de importancia sino de un
orden cronológico, en sentido amplio.

Psicometría
En los primeros decenios del siglo XX gran parte de la investigación
psicológica en América Latina, y de su aplicación profesional, estaban centradas en
la psicometría.
Se tradujeron tests psicológicos, se estandarizaron, se desarrollaron nuevas pruebas
originales de autores latinoamericanos. En la psicología educativa, clínica,
industrial/organizacional, el papel de la medición psicológica fue fundamental.
Muchos de los primeros Institutos de Psicología se dedicaron a la psicometría. Esto
ocurrió en México, Guatemala, Colombia, Venezuela, Chile, Brasil, Argentina,
Uruguay y otros países.
Entre las pruebas psicológicas de autores latinoamericanos se encuentran las
siguientes:
- Test ABC (de Lourenço Filho, 1960). Mide madurez para la lectura y la
escritura.
- Test de Intereses Profesionales (de Arrigo L. Angelini, 1954/1960). Mide
intereses.
- Test Rápido Barranquilla (de Francisco del Olmo, 1962). Mide inteligencia.
- Diagnóstico Miokinético (de Emilio Mira y López, 1962). Personalidad,
funcionamiento psicológico.
El Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y
Experimental (Buenos Aires, Argentina) dirigido por Horacio J.A. Rimoldi y fundado
en 1971, ha llevado a cabo importantes trabajos originales en medición y
evaluación psicológica. El Instituto de Selecao e Orientacao Proffisional (ISOP) de Río
de Janeiro, Brasil, fundado en 1947 fue también un importante centro de
investigación y aplicación en este campo.

Psicoanálisis
Se puede afirmar que el psicoanálisis tuvo su primer centro de actividad en
Viena, luego en Nueva York y después en Buenos Aires. El psicoanálisis comienza
siendo parte de la medicina, luego de la psiquiatría, después de la psicología, y
finalmente se convierte en un espacio específico de actividad (diferente de la
psicología, la psiquiatría y la medicina). El psicoanálisis llegó muy temprano a
América Latina:
- Chile: Germán Greve es un médico chileno que presentó en el Congreso
Interamericano de Medicina e Higiene (Buenos Aires, 1910) un trabajo sobre
“Psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos”. Freud se refirió muy
favorablemente a Greve en su Historia del Movimiento Psicoanalítico (1948, Vol. II,
p. 1909).
Fernando Allende regresó a Chile en 1925 tras cursar estudios sobre psicoanálisis
en Europa, y se dedicó a difundir las doctrinas de Freud en su país.
- Brasil: Francisco Franco de Rocha lideró un grupo de estudios
psicoanalíticos en Sao Paulo, dictó cursos formales sobre psicoanálisis en la Facultad
de Medicina.
Publicó en 1919 el libro A Doutrina de Freud.
-Perú: Honorio Delgado (1892-1969) difunde el psicoanálisis en Perú desde
1915, con un artículo en el diario El Comercio de Lima, titulado El Psicoanálisis. Su
libro El Psicoanálisis aparece en 1919, que es ampliación de su tesis de bachiller en
medicina de 1917. Honorio Delgado escribe sobre el tema en la Revista de
Psiquiatría y Disciplinas Conexas entre 1917 y 1924. Freud se refiere a esta revista
como órgano del movimiento psicoanalítico y valora el trabajo de Honorio
Delgado. Este conoce a Freud en 1922 y mantiene correspondencia con él hasta
1924; se vincula también con importantes figuras del psicoanálisis en Europa. Su
otro libro sobre el tema se denomina Sigmund Freud (1926) y fue traducido al
portugués. Más tarde Honorio Delgado se aparta del psicoanálisis y se convierte en
uno de sus más duros críticos.
- Argentina: Angel Garma (1904-1993) es un psicoanalista español que llegó
a Buenos Aires en 1938. Allá se vinculó con Enrique Pichón Riviére (1907-1977),
Arnaldo Raskovsky (1907-), Arminda Aberastury, Teodoro Schlossberg y otros
argentinos interesados en el psicoanálisis. El desarrollo del psicoanálisis, fue
acelerado en Argentina. En 1942 se fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina y
en 1943 la Revista de Psicoanálisis.
El enfoque fue freudiano ortodoxo. Hacia 1956 Pichon Riviére introdujo aspectos
sociales, de familia, etc. Más adelante el enfoque de Lacan adquiere importancia
primordial. Al crearse la carrera de psicólogo en Argentina –comenzando en 1958
en la Universidad del Litoral en Rosario– la mayor parte de los profesores fueron
médicos psiquiatras orientados hacia el psicoanálisis, y el enfoque de la carrera de
Psicólogo en el país fue definitivamente psicoanalítico. Durante muchos años en
Argentina psicología fue igual a psicoanálisis. “En Argentina se llegó al extremo de
confundir psicoanálisis y psicología. Se dejaron de lado otros enfoques de la clínica
que no parten del modelo freudiano y se ignoraron aquellas ramas de la psicología
no pertenecientes a la clínica...
Para muchos argentinos, psicología y psicoanálisis configuraban la misma disciplina
que solamente podían ejercer personas con entrenamiento médico. Los conflictos
profesionales resultantes fueron muy profundos y de amplio alcance. A esto se
sumó la politización del psicoanálisis y la psicología que intentó integrar estas dos
disciplinas con el marxismo. Es posible que tal confusión conceptual no beneficiara
en nada a la psicología, ni al psicoanálisis, ni tampoco al marxismo” (Ardila, 1986, p.
172).
-México: El psicoanálisis en México, no tuvo la importancia que había tenido
en el cono sur de América. Hubo trabajos freudianos durante las décadas de 1950 y
1960. En 1965 llega a México Erich Fromm (1900-1980) quien permaneció durante
gran parte de su vida productiva en ese país; en 1971 se trasladó a Suiza. El
psicoanálisis culturalista y humanista de Fromm tuvo gran impacto en México.

Psicología Social y Transcultural


Ha sido uno de los campos de trabajo más importantes y en los cuales la
contribución y el aporte de los psicólogos latinoamericanos han tenido mayor
reconocimiento internacional. Comienza en la década de 1960, bajo el liderazgo de
Rogelio Díaz-Guerrero. Investigaron entre otros temas los siguientes: 1) Desarrollo
de la personalidad en México y en USA; 2) Dicotomia actividad-pasividad; 3)
Filosofía de la vida; 4) Significado afectivo de los conceptos; y, 5) Diferencial
semántico.
Según Díaz-Guerrero y sus colaboradores (ver Díaz-Guerrero & Pacheco,
1994), la socio cultura establece normas o premisas histórico-socioculturales (PHSC)
que definen la interacción entre los individuos, los roles sociales, las ideas y los
sentimientos. El sistema definitivo de Díaz-Guerrero se concreta en su libro titulado:
Hacia una Teoría Histórico-Bio-Psico-Socio-Cultural del Comportamiento Humano
(1972).
Los últimos desarrollos se presentan en la etnopsicología. Muchos otros
investigadores han trabajado en este campo, en México, Chile, Puerto Rico,
Venezuela, República Dominicana, Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, etc.
Una lista parcial de psicólogos latinoamericanos que han logrado
reconocimiento en psicología social incluyen a Abelardo Brenes (Costa Rica), Julio
Eduardo Cruz (Colombia), Rolando Díaz-Loving (México), Luis A. Escovar (Pana-má),
Fernando González Rey (Cuba), Jorge La Rosa (Brasil), Gerardo Marín (Colombia),
Ignacio Martín-Baró (Salvador), Maritza Montero (Venezuela), Angel Pacheco
(Puerto Rico), Angel Rodríguez Kauth (Argentina), Aroldo Rodrígues (Brasil), José
Miguel Salazar (Venezuela), Jacobo Varela (Uruguay), Julio F. Villegas (Chile).

Psicología Evolutiva del Ciclo Vital


Los psicólogos latinoamericanos han realizado aportes al desarrollo del niño,
desde las perspectivas de Piaget, de Vygotski y de Bijou. Los trabajos sobre
adolescentes y sobre adultos son menos numerosos que los trabajos sobre niños o
ancianos. Un área de interés contemporáneo es el desarrollo del juicio moral,
utilizando el marco de referencia de Kohlberg y sus colaboradores (ver Kohlberg,
1984). Las investigaciones realizadas por Angela Biaggio en Brasil fueron pioneras
en esta área y tuvieron especial importancia. Sus implicaciones internacionales y
transculturales fueron muy relevantes. Para una revisión de estos trabajos ver a
Biaggio (1988) y a Camino (2003). Los trabajos sobre envejecimiento, vejez y
muerte, han cobrado importancia. El aporte de Elisa Dulcey-Ruíz (Colombia) y el
Centro de Psicología Gerontológica, merece especial mención.

Análisis Experimental Del Comportamiento


La análisis experimental del comportamiento tiene sus raíces en: Desarrollos
científicos en la investigación experimental, ante todo en el área del aprendizaje,
con sujetos animales y con participantes humanos; Interés de los psicólogos
latinoamericanos en desarrollar tecnologías científicamente validadas y socialmente
útiles (en clínica, educación, desarrollo comunitario, organizaciones, deportes,
rehabilitación de delincuentes, etc.); Avances realizados en Estados Unidos y otras
naciones; Visita de varios psicólogos estadounidenses, a Brasil y México; Fred S.
Keller estuvo en la Universidad de Sao Paulo en 1961; Fred S. Keller fue invitado a la
nueva Universidad de Brasilia en 1964. Allá desarrolló el Plan Brasilia, con la
participación de Carolina M. Bori y otros destacados psicólogos brasileños; Sidney
W. Bijou participó en varias actividades en México en la década de 1960. Más
adelante se realizaron trabajos originales en muchos países, ante todo en México,
Brasil, Colombia, Venezuela, Perú y Chile.
El líder del análisis experimental del comportamiento (AEC) fue Emilio Ribes
Iñesta. Su trabajo se realizó –sucesivamente - en la Universidad de Veracruz (Xalapa,
México), en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en UNAM -
Iztacala y actualmente en la Universidad de Guadalajara.
Entre los psicólogos que más han trabajado sobre AEC en algunos países
representativos, se encuentran los siguientes: Ricardo Musso, Mirta Granero, J.
Guillermo Blanck (Argentina); Erick Roth, René Calderón (Bolivia); Carolina M. Bori,
Joao Claudio Todorov, Raquel R. Kerbauy (Brasil); Sergio Yulis, Jorge Luzoro (Chile);
Rubén Ardila, Luis Flórez Alarcón, Telmo E. Peña (Colombia); Emilio Ribes Iñesta,
Florente López, Benjamín Domínguez-Trejo (Mexico); Pablo A. Thalassinós,
Alejandro Cantón-Dutari (Panama); José Anicama, Rafael Navarro Cueva (Perú) y
Roberto Ruíz y, Miriam Dembo (Venezuela).

Principales Campos
- Aspectos conceptuales y metodológicos del AEC: investigaciones de
laboratorio con animales y humanos.
- Aplicaciones: en terapia de la conducta, análisis comportamental aplicado a
la educación, modificación de conducta en las organizaciones, psicología social
comportamental, rehabilitación de delincuentes, psicología deportiva,
psicofarmacología, etc.
Principales Revistas: Revista Mexicana de Análisis de la Conducta (fundada
en 1975); Revista Peruana de Análisis de la Conducta (fundada en 1992); Acta
Comportamentalia (fundada en 1993); Analise e
Modificação de Comportamento (fundada en
1976); Aprendizaje y Comportamiento (fundada en
1976).

Psicología Cognitiva Para conocer


Es un desarrollo de las décadas de 1980 y más de este tema
1990. Es la revolución más reciente en la psicología visita:
latinoamericana. Antecedentes: las investigaciones http://www.google.com.mx
sobre Piaget y la epistemología genética son de /url?sa=t&rct=j&q=&esrc=
s&source=web&cd=13&ved
vieja data en el continente. Brasil, Argentina,
=0CF8QFjAM&url=http%3
México, Colombia, han hecho aportes al enfoque A%2F%2Fwww.mdp.edu.ar
piagetiano. Más recientemente la obra de Vygotski %2Fpsicologia%2Fsec-
cobra especial importancia, ante todo a finales del academica%2Fasignaturas
%2Faprendizaje%2FINTRO
siglo XX. Merecen citarse las investigaciones %2520PSICOLOGIA%2520
llevadas a cabo en Puerto Rico, Venezuela, Y%2520TERAPIAS%2520C
Guatemala, etc. OGNITIVAS.ppt&ei=b41sVf
e0EImHsAX_xYKIBw&usg=
AFQjCNHaKx-h2nS-C-
Los trabajos sobre inteligencia artificial (IA) y
3EBJ6xm4A7l5BUfQ&bvm
sobre modelamiento de procesos psicológicos por =bv.94455598,d.b2w
computadoras, tienen lugar en grupos
interdisciplinarios en los cuales participan
psicólogos e ingenieros. El estudio de la conciencia
es uno de los tópicos de mayor interés en este campo. La psicología cognitiva ha
tenido aplicaciones en la instrucción, el aprendizaje y el desarrollo psicológico. Un
cierto número de psicólogos latinoamericanos han contribuido a estos campos
aplicados, en distintos países. Las relaciones entre psicología cognitiva y ciencia
cognitiva necesitan definirse en Latinoamérica.
Psicología Política
Es uno de los campos de trabajo más recientes y mejor valorados en la
psicología de América Latina. La psicología política es un descendiente directo de la
psicología “comprometida” del decenio de 1970, de la psicología comunitaria del
decenio de 1980, de la investigación acción, y además ha realizado importantes
aportes originales. La psicología de la paz puede enmarcarse dentro de la psicología
política en sentido contemporáneo.
Seguramente las figuras más distinguidas de la psicología política latinoamericana
son: Maritza Montero (Venezuela), Ignacio Martín-Baró (España – Salvador), Angel
Rodríguez Kauth (Argentina), Alexander Dorna (Chile – Francia) y León Guzmán
(Chile). Este último compiló Exploraciones en Psicología Política (1997)

Conclusiones
Esta panorámica de la psicología latinoamericana se ha centrado ante todo
en los aportes y contribuciones de la disciplina psicológica durante su primer medio
siglo. Hemos colocado el énfasis en las características esenciales de la psicología
latinoamericana, la organización profesional y los principales campos de trabajo:
psicometría, psicoanálisis, psicología social y transcultural, psicología evolutiva del
ciclo vital, análisis experimental del comportamiento, psicología cognitiva, y
psicología política. Es claro que quedan por fuera aspectos importantes. Remitimos
al lector a los libros de Alarcón (ante todo los de 1997 y 2002), de Alonso y Eagly
(1999), de Ardila (1986, 1993, 2002), de Di Doménico y Vilanova (1999), de Díaz-
Guerrero (1972), de Díaz-Guerrero y Pacheco (1994), de Holtzman et al. (1975), de
Montero (1987), de Toro y Villegas (1999), de Villanova y Di Doménico (2001).
También a artículos publicados en la Revista Interamericana de Psicología, la Revista
Latinoamericana de Psicología Avances en Psicología Clínica Latinoamericana y
otras revistas, tanto en español como en inglés.

Referencias
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Alarcón, R. (2002). Estudios sobre psicología latinoamericana. Lima, Perú: Universidad Ricardo Palma.
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Alonso, M. M., & Nicenboim, E. (1999). Comentario y cronología de la psicología en las Américas. En M. M. Alonso & A. Eagly
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Angelini, A. L. (1960). Inventario de intereses. México, DF: Trillas. (Original publicado en 1954)
Ardila, R. (1986). La psicología en América Latina, pasado, presente y futuro. Ciudad de México, México: Siglo XXI.
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Ardila, R. (2002). La psicología en el futuro. Madrid, España: Pirámide.Biaggio, A. (1988). Desenvolvimento moral: Vinte anos
de pesquisa no Brasil. Psicologia: Reflexão e Critica, 1 (1/ 2),60-69.
Camino, C. (2003). Angela Biaggio: The course of history of Brazil ́s sociomoral development research. Revista
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Del Olmo, F. (1962). Test rápido Barranquilla. Barranquilla, Colombia: Ediciones Pedagógicas Latino-Americanas.
Delgado, H. (1915). El psicoanálisis. El Comercio (Lima), Enero 1.
Delgado, H. (1919). El psicoanálisis. Tesis de Bachillerato inédita en Medicina. Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
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Sigmund Freud. Lima, Perú: Sanmarti. Di Doménico, C., & Vilanova, A. (Eds.). (1999).
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Díaz-Guerrero, R. (1972). Hacia una teoría histórico-bio-psico-socio-cultural del comportamiento humano. Ciudad de México,
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Freud, S. (1948). Historia del movimiento psicoanalítico. Obras completas, Vol. 2. Madrid, España: Biblioteca Nueva.
Guzmán, L. (Ed.). (1997). Exploraciones en psicología política. Santiago,Chile: Universidad Diego Portales.
Holtzman, W. H., Díaz-Guerrero, R., & Swartz, J. D. (1975). Desarrollo de la personalidad en dos culturas: México y Estados
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Jing, Q. (2000). International psychology. En K. Pawlik & M.R. Rosenzweig (Eds.), The international handbook of psychology
(pp. 570-584). London, UK: Sage.
Kohlberg, L. (1984). The psychology of moral development. San Francisco, USA: Harper.
Mira y López, E. (1962). Diagnóstico miokinético. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Montero, M. (Ed.). (1987). Psicología política latinoamericana. Caracas, Venezuela: Panapo.
Toro, J. P., & Villegas, J. F. (Eds.). (2001).Problemas centrales para la formación académica y el entrenamiento profesional del
psicólogo en las Américas.
Buenos Aires, Argentina: Sociedad Interamericana de Psicología.
Vilanova, A., & Di Doménico, C. (1999). La psicología en el cono sur. Datos para una historia. Mar del Plata, Argentina:
Universidad Nacional del Mar del Plata
Psicología crítica en México: realidades y posibilidades
Critical Psychology in Mexico: Realities and Possibilities

Mario Orozco Guzmán, Flor de María Gamboa Solís, David Pavón-


Cuéllar y Alfredo Huerta Arellano1
* Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, México)

Tomado de: Teoría y crítica de la psicología

Resumen. Se explora la psicología crítica mexicana, tanto en sus posibilidades, o en


lo que puede llegar a ser, como en sus realidades, o en lo que es ahora o ha sido
hasta ahora. En la exploración de las realidades pasadas y presentes, se detectan
algunas de las más importantes posiciones críticas, alternativas y radicales, en la
historia de la psicología mexicana. Las posibilidades futuras se consideran desde dos
puntos de vista, el de nosotros, profesores de psicología en una universidad pública
del occidente de México, y el de nuestros estudiantes, inscritos en la licenciatura de
psicología en la misma universidad.
Palabras clave: psicología, psicología crítica, psicología mexicana, psicoanálisis,
ideología.

Abstract. Mexican critical psychology is explored in terms of its potentialities, or what


it could become, as well as in terms of its realities, or what it currently is or has been
to date. In the exploration of past and present realities we will attempt to identify
some of the more important critical, alternative and radical positions in the history of
Mexican psychology. As for future potentialities, they are assessed from two
perspectives: our own, as professors of psychology at a public university in Western
Mexico, and that of our students registered for the degree in psychology at the
same university.
Key-words: psychology, critical psychology, Mexican psychology, psychoanalysis,
ideology.

Introducción
Nuestra convicción es que sí existe algo real y no sólo posible que merece la
denominación de psicología crítica mexicana. Bajo esta denominación, reunimos
todo trabajo teórico psicológico reflexivo que haya sido realizado en México, en el
que se hayan discutido y cuestionado total o parcialmente ciertas ideas psicológicas,
y por el que se hayan adoptado posiciones críticas, alternativas y eventualmente
radicales, con las que se haya resistido a otras posiciones dominantes,

1Los autores quieren señalar que la investigación que respalda este artículo no habría sido posible sin el valioso apoyo de
Leonardo Moncada Sánchez, Rigoberto Hernández Delgado, Karla Ileana Caballero Vallejo, Leonor Pastor Rodríguez y Liliana Ruiz
Guzmán.
reglamentarias o disciplinarias. Todo esto, como veremos en el presente artículo, no
ha tenido lugar tan sólo en el ámbito de la psicología académica actual, sino
también fuera de este ámbito, en terrenos marginales extra-académicos, y en
épocas en las que la psicología todavía no se imponía en la academia como una
disciplina independiente y diferente de la religión y de la filosofía. Desbordando esta
disciplina independiente, así como los ámbitos académicos universitarios en los que
se desarrolla, la psicología es aquí entendida en su sentido más amplio, tal como era
concebida en siglos anteriores, como cualquier discurso, estudio, convicción,
investigación o reflexión acerca del psiquismo y de sus propiedades, facultades y
operaciones. La psicología así entendida engloba creencias religiosas y
consideraciones filosóficas en torno al alma, representaciones culturales y populares
del psiquismo humano, sistemas ideológicos en los que intervienen concepciones
psicológicas implícitas o explícitas, y también, desde luego, todo aquello que suele
ser llamado “psicología” en la actualidad, tanto al interior como al exterior de la
academia. En todos estos ámbitos de la psicología mexicana, como veremos a
continuación, podemos llegar a detectar las posiciones críticas, alternativas y
radicales, que serán el objeto del presente artículo.
En este artículo, intentaremos demostrar que sí existe una psicología crítica
mexicana, y la exploraremos, tanto en sus posibilidades, o en lo que puede llegar a
ser, como en sus realidades, o en lo que es ahora o ha sido hasta ahora. Para
empezar, en la exploración de las realidades pasadas y presentes, intentaremos
detectar algunas de las más importantes posiciones críticas, alternativas y radicales,
en la historia de la psicología mexicana. Esto nos permitirá conocer algunos
ejemplos del trabajo reciente que a sí mismo se presenta como psicología crítica,
pero también diversas incursiones marxistas, freudianas y freudo-marxistas en el
ámbito psicológico, así como posicionamientos beligerantes indígenas anti-
imperialistas, igualitarios anti-discriminatorios, ilustrados anti-escolásticos, anarquistas
y narrativos anti-positivistas, particularistas anti-universalistas, y abiertamente situados,
militantes y comprometidos.
Tras las realidades pasadas y presentes de la psicología crítica mexicana,
consideraremos sus posibilidades futuras desde dos puntos de vista, el de nosotros,
profesores de psicología en una universidad pública del occidente de México, y el
de nuestros estudiantes, inscritos en la licenciatura de psicología en la misma
universidad. Para ocuparnos del punto de vista del estudiantado, analizaremos las
respuestas a un cuestionario que aplicamos a cerca de 200 estudiantes, y con el
que pretendemos entrever indicios de las posibles posiciones críticas, alternativas y
radicales, en la futura generación de psicólogos mexicanos. Finalmente, para
completar este análisis prospectivo, nos referiremos a tres posibilidades de trabajo
crítico-psicológico a las que nos han llevado nuestras propias investigaciones y
reflexiones personales. En primer lugar, abordaremos críticamente la ideología
patriarcal mexicana en relación con la presencia mayoritaria de mujeres en la
psicología en México. En segundo lugar, en una perspectiva psicoanalítica, nos
ocuparemos críticamente de la psicología jurídica y cuestionaremos sus premisas
ideológicas y su complicidad con el poder. En tercer lugar, sobre la base de algunos
pasajes en el discurso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN),
reconstruiremos una psicología crítica zapatista dirigida contra la cultura psicológica
racista, machista y normalizadora imperante en México.

Realidades
No hay un momento en la historia de la psicología mexicana en el que no
detectemos una posición alternativa, crítica y radical, resistiendo a otra posición
dominante, reglamentaria y disciplinaria. Sin embargo, la oposición entre ambas
posiciones no ha sido siempre la misma, sino que ha variado con el tiempo. Las
posiciones también han variado, no sólo en función del sistema vigente y de las
ideologías de cada época, sino en relación a las posibilidades de subversión
ofrecidas por cada coyuntura histórica.
No hay dos momentos iguales en la historia de la psicología mexicana, pero todos
los momentos muestran una oposición entre las posiciones dominante y alternativa.
Esta oposición crea la tensión y la acción de la historia. Como cualquier otra
verdadera historia, la historia de la psicología mexicana es la historia de una lucha
entre posiciones. Esta historia se nos presenta retrospectivamente como una
simultaneidad o sucesión de oposiciones diferentes entre las expresiones también
diferentes de las dos posiciones psicológicas, dominante y alternativa, que se
mantienen en lucha permanente:
1. Oposición entre una psicología imperialista europea y una psicología indígena en
resistencia. Con la conquista española de México, la psicología indígena del
individuo particular y de su deseo, del “in ixtli in yóllotl” (León-Portilla, 1956, pp. 190-
191), se vio prohibida y desplazada por la psicología europea de la normalización
del individuo y de la inhibición de su deseo. La metodología de esta psicología
europea, “a base de género y diferencia específica”, se impuso a expensas del
método psicológico prehispánico de “la mirada viviente” (p. 192). Sin embargo, a
pesar de la colonización y modernización de México, este método indagador ha
conseguido subsistir a través de un nahualismo que ha resistido a la psicología
europea (Ruiz de Alarcón, 1629, I, 6, 94-96), que ha participado en numerosas
insurrecciones indígenas (Sigüenza y Góngora, 1692, p. 117; Reed, 1971, pp. 136-
184; EZLN, 1994-2005, 28/05/94 y 24/08/94) y que ha sido retomado por el
psicochamanismo y demás psicologías alternativas más o menos esotéricas y más o
menos críticas en relación con la psicología europea (Castaneda, 1968, 1971, 1972,
1974; Roquet y Favreau, 1981; Grinberg-Zylberbaum, 1987a, 1987b, 1989, 1991;
Jodorowsky 2001).
2. Oposición entre una psicología discriminatoria y una psicología igualitaria . En el
siglo XVI, inmediatamente después de la conquista española de México, asistimos al
enfrentamiento entre la psicología igualitaria de Fray Bartolomé de Las Casas y la
psicología discriminatoria, racista y etnocéntrica de Ginés de Sepúlveda. Mientras
que esta última se representa a los indígenas como “hombres de poca capacidad”
que tienen “costumbres malas” y que “no viven conforme a la razón natural” (Las
Casas, 1552, p. 68), la psicología de Las Casas defiende los “buenos entendimientos”
de los indígenas, su “capacidad” y su “agudeza de ingenio” (p.113). Al mismo
tiempo, en un análisis precursor de la crítica marxista, Las Casas denuncia el
fundamento económico de la psicología de Sepúlveda, la cual, a través de sus
argumentaciones, pretendería “dar crédito a los mundanos y tiranos hombres” y
“justificar los latrocinios y robos y muertes que han hecho y los estados usurpados a
que han subido” (p. 114).
3. Oposición entre una psicología escolástica y una psicología ilustrada. En el siglo
XVIII, el ilustrado Juan Benito Díaz de Gamarra critica la psicología escolástica, su
dogmatismo, su intolerancia y sus prejuicios, y particularmente la idea aristotélica,
introducida en México por Fray Alonso de la Veracruz (1557), según la cual el
psiquismo se encuentra “en la totalidad y en cualquiera de las partes del cuerpo”
(pp. 20-21). Díaz de Gamarra (1774) se opone a este psiquismo corporal e insiste
que el psiquismo reside “sólo en el cerebro” (§155, p. 155). Para insistir en esto, el
ilustrado no se basa ya en la autoridad de otros filósofos, prefiriendo unos
experimentos realizados recientemente en Francia. En la misma época y en el
mismo espíritu de la ilustración, José Ignacio Bartolache (1772) no sólo realiza
experimentos psicofisiológicos con animales, sino que ofrece un estudio clínico
sobre la histeria en el que encontramos un discurso profundamente moderno,
perfectamente compatible con la incipiente ideología burguesa y capitalista, y
tenuemente coloreado de crítica social, por ejemplo cuando la enfermedad,
observada en “personas de alta y mediana categoría nacidas y educadas en el
regalo”, se atribuye a “la inacción” y a la “perversa costumbre” de “levantarse tarde”
(pp. 68-61).
4. Oposición entre una psicología positivista y una psicología anti-positivista,
racionalista, anarquista o narrativa. En la segunda mitad del siglo XIX y a principios
del siglo XX, ante el creciente predominio de la psicología positivista en México,
vemos surgir tres importantes propuestas psicológicas alternativas. En primer lugar,
el proyecto racionalista del anarquista Plotino Rhodakanaty (1881a, 1881b), que le
critica al positivismo su “ideología sensualista” y su reducción de la psicología a los
“datos empíricos” de un “orden sensible” que se confunde con el “orden intelectual”
(1881a, p. 151). En segundo lugar, están las incursiones de los anarquistas en el
terreno psicológico, desde el mismo Rhodakanaty y sus seguidores Rico (1878) y
Riquelme (1878), hasta el reciente Manifiesto de la Psicología Anarquista de la
Asociación Oaxaqueña de Psicología (Vargas-Mendoza y Aguilar-Morales, 2008),
pasando por la penetrante psicología implícita en los artículos políticos de Ricardo
Flores Magón (1910). En tercer lugar, tenemos la extravagante propuesta narrativa
de Salvador Quevedo y Zubieta (1906-1909, 1912), con una “psicología histórica” y
“social” que se despliega metódicamente a través de la ficción literaria.
5. Oposición entre una psicología universalista del ser humano y una psicología
particularista del mexicano. Ya desde el principio del siglo XX, surge en México una
psicología particularista que reacciona contra la psicología universalista europea o
estadounidense y que vuelca su interés hacia la particularidad del mexicano. Esta
psicología del mexicano es inaugurada por el positivista Ezequiel Chávez (1901),
que dirige ya una crítica severa contra una psicología universalista que “no tiene en
cuenta la cardinal observación de que el carácter, o lo que es lo mismo, la resultante
de todas las condiciones psíquicas de los individuos, varía con los pueblos” (p. 81).
Puesto que hay diferencias culturales entre los psiquismos, entonces debe haber
diferencias entre las psicologías que se ocupan de estos psiquismos. Es así como se
justificará primero una psicología del mexicano que tiene su apogeo a mediados del
siglo XX (Ramírez, 1953, 1955; González Pineda, 1959a, 1959b; Gómez Robleda,
1962), y luego, en la segunda mitad del siglo XX, una etnopsicología mexicana,
desarrollada principalmente por el psicólogo transcultural Rogelio Díaz-Guerrero
(1972, 1989, 1993; Díaz-Loving et al., 2008), que se impuso paradójicamente como
una posición institucional dominante, reglamentaria y disciplinaria, en el ámbito de
la psicología académica en México.
6. Oposición entre una psicología ideológica de la conciencia y una psicología
política del inconsciente. Con la implantación del psicoanálisis en México, se
desarrolla una especie de psicología política del inconsciente que se inspira en Marx
y en Freud para emprender una crítica de las ideologías y del aspecto ideológico de
la psicología. Esta crítica tiene las más diversas manifestaciones: primero la teoría
freudiana-culturalista y marxista-humanista que Erich Fromm (1955, 1964, 1970,
1973) completa en México; luego, bajo la influencia de Igor Caruso, una síntesis de
“la sociología (de tinte marxista)” y de los “aspectos crítico-sociales del psicoanálisis”
(Páramo, 2006a, p. 329) para cuestionar cierta psicología marxista (Suárez, 1966), la
religión y la ideología en general (Suárez, 1971; Páramo, 1981, 2001), etc.; en
seguida, en un libro que se ha vuelto una referencia en México, la crítica directa del
carácter ideológico de la psicología desde la posición del psicoanálisis y del
materialismo histórico (Braunstein et al., 1975); y finalmente, en la Universidad
Autónoma Metropolitana de Xochimilco, el trabajo crítico de un grupo de
investigadores freudianos, entre ellos Guillermo Delahanty, con su “psicología social
crítica” (1980) y su “psicohistoria crítica” (1984), y Enrique Guinsberg, crítico del
control social (1985, 1996) y de los conceptos de normalidad (1996) y de salud
mental en un contexto neoliberal (2001).

7. Oposición entre una psicología empírico-objetiva pretendidamente neutra y una


psicología teórico-reflexiva, abiertamente situada, militante y comprometida. En
México, al exterior del psicoanálisis, hay también una crítica sistemática de los
conceptos de normalidad y de salud mental que remonta a la introducción de una
anti-psiquiatría, principalmente inspirada por los Basaglia, en la que no se realiza tan
sólo una impugnación de la psiquiatría, sino también un cuestionamiento de la
psicología dominante por su connivencia con la psiquiatría y por una pretendida
neutralidad que disimularía su posicionamiento político, su contenido ideológico, su
obediente subordinación al poder y sus funciones represiva, excluyente y
normalizadora (Marcos, 1980, 1982, 1983). Paralelamente, con la penetración del
marxismo en la psicología mexicana, vemos extenderse otro cuestionamiento
sistemático de la pretendida neutralidad de la psicología, y especialmente de la
psicología empírico-objetiva, que habrá de convertirse en el centro de gravedad de
la psicología crítica mexicana en la actualidad. Este cuestionamiento se desarrolla
primero en nombre de un método marxista, crítico y dialéctico (Delahanty, 1976;
Molina, 1980, 1983), y luego simplemente a partir de una psicología teórico-
reflexiva, crítica y auto-crítica, abiertamente situada e implicada en la sociedad
(Fernández-Christlieb, 2003, 2006; Montero y Fernández-Christlieb, 2003), y a veces
además claramente militante y comprometida con la transformación social (Jiménez
Domínguez, 2000; Gómez Pérez, 2004; Vázquez, 2007; Flores Osorio, 2008). Esta
psicología se ha concretado, por ejemplo, en una psicología social de la liberación,
inspirada por Martín-Baró y bien desarrollada en México (e.g. Vázquez, 2000a,
2000b, 2007; Flores Osorio, 2002, 2008, 2009), así como también en una
constelación de psicologías feminista, afirmativa, lesbiana, gay, transexual y queer,
que apenas está empezando a dibujarse en el ámbito psicológico mexicano (e.g.
Careaga Pérez, 2001a, 2001b, 2003). Estas últimas psicologías suelen concentrar su
crítica, lógicamente, en el aspecto ideológico masculino, heterosexual, machista y
androcéntrico de la psicología dominante.

Cuando contemplamos el estado actual de la psicología en México, nos percatamos


de que ninguna de las mencionadas posiciones dominantes o alternativas ha
desaparecido por completo. Las posiciones que no han subsistido son únicamente
las que se han transformado con el paso de los años. De modo que los únicos
destinos posibles para las posiciones psicológicas han sido la transformación con el
tiempo o la subsistencia en el tiempo.

Entre las posiciones alternativas que han subsistido hasta hoy en día, que no se han
transformado sustancialmente y tampoco han perdido su vitalidad inicial, tenemos
la psicología indígena, la psicología política del inconsciente, la psicología teórico-
reflexiva, abiertamente situada, militante y comprometida, y tal vez también la
psicología anarquista. En cuanto a las posiciones alternativas que se han
transformado, cabe mencionar las siguientes: la psicología indígena, retomada por
el psicochamanismo y por otras psicologías más o menos esotéricas; la psicología
igualitaria de Las Casas, cuyo proyecto se ha mantenido y enriquecido actualmente
a través de la psicología de la liberación y de las demás psicologías militantes y
comprometidas; la psicología anti-positivista, ya sea racionalista o narrativa, que
aparece hoy principalmente bajo la forma de las versiones lacanianas de la
psicología política del inconsciente; y finalmente la psicología particularista del
mexicano, cuya perspectiva se ha visto ampliada en la actual psicología social
teórico-reflexiva y abiertamente situada. En cuanto a la psicología ilustrada y su
espíritu de las luces, parece haberse trocado, a través del positivismo, en una
ideología obscurantista que impregna la actual psicología empírico-objetiva y
pretendidamente neutra de muchos cognitivistas, experimentalistas,
neuropsicólogos, etc. En esta psicología empírico-objetiva, por cierto, vemos
coincidir muchas de las posiciones dominantes de otras épocas: la psicología
ideológica de la conciencia, la psicología universalista del ser humano, la psicología
positivista y hasta una psicología imperialista europea que asegura hoy su
continuidad a través del imperialismo psicológico anglosajón y especialmente
estadounidense.
No deja de ser bastante significativo que todas las posiciones dominantes,
reglamentarias y disciplinarias, coincidan en una sola, mientras que las posiciones
más bien alternativas, críticas y radicales, mantengan su pluralidad, sus diferencias y
sus tensiones mutuas. Como suele ocurrir, los proyectos progresistas no suelen
alcanzar con facilidad la unidad y la cohesión a la que tienden espontáneamente
los proyectos más reaccionarios. Tal vez la explicación de esto se halle en la
vocación crítica, y por tanto polémica y combativa, de todo proyecto
verdaderamente progresista. En el caso de la psicología en México, es claro que
toda posición alternativa se ha mostrado también siempre sumamente crítica en
relación con otras posiciones. Esto sigue siendo válido en una realidad presente en
la que no vemos una psicología verdaderamente alternativa que no sea también
una psicología esencialmente crítica.

Posibilidades

Crítica de la descontextualización
Habiendo resumido las realidades pasada y presente de la psicología crítica en
México, debemos pasar ahora a las posibilidades futuras, tal como éstas pueden ser
exploradas a través de los estudiantes y de los profesores de psicología en la
institución pública más importante del estado mexicano de Michoacán, la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Para sondear al estudiantado, aplicamos un cuestionario con cinco preguntas
abiertas y cerradas a 187 estudiantes de tercer año de licenciatura en psicología. En
el cuestionario, se les pedía que indicaran sus posiciones políticas (derecha,
izquierda, comunista, anarquista, zapatista, conservador, feminista, etc.), sus
posiciones teóricas (psicoanálisis, humanismo, neuropsicología, psicología social,
cognitiva, conductual, comunitaria, educativa, etc.), sus opiniones sobre cuestiones
candentes en México (tales como los matrimonios entre homosexuales), la función
que asignaban personalmente a la psicología (como adaptativa o liberadora,
normalizadora o exploradora, etc.), y las críticas que dirigirían a las aproximaciones
psicológicas que han estudiado hasta ahora en la universidad (tales como la
inutilidad, la complicidad con el sistema, la falta de relación con la realidad
mexicana, y muchas otras).
Concentrándonos en las funciones asignadas a la psicología y en las críticas
dirigidas también a la psicología, podemos destacar lo siguiente en las respuestas de
los estudiantes (indicamos entre paréntesis los porcentajes de encuestados que
eligieron cada respuesta):
1. En consonancia con la psicología dominante, la mayoría de los estudiantes
considera que la psicología debería servirle a las personas a estar más equilibradas
(48%), desempeñar mejor su función en la sociedad (44%) o estar mejor adaptadas
(37%). Esta concepción tan sólo rivaliza con aquella según la cual la psicología
debería servirle a las personas a defender sus propias convicciones (40%) y luchar
por lo que desean (37%).
2. Cuando analizamos las correlaciones entre las respuestas de los cuestionarios,
vemos distinguirse tres grupos de estudiantes que se compenetran y que tienen
fronteras bastante imprecisas, pero que parecen corresponder a tres ideologías bien
definidas. En primer lugar, en una ideología dominante y más bien conservadora,
están quienes piensan que la psicología debería servirle a las personas a estar mejor
adaptadas (37%), estar más equilibradas (48%), comportarse normalmente (8%),
desempeñar mejor su función en la sociedad (44%), aceptar su lugar en la sociedad
(28%), resignarse a su destino (1%), obedecer las reglas (3%), respetar a la autoridad
(4%), controlarse (29%) y contener sus emociones (5%). En segundo lugar, en una
ideología emergente que parece más afín al individualismo liberal, están aquellos
que sostienen que la psicología debería servirle a las personas a depender menos
de los demás (22%), pensar más en ellas mismas (18%), liberarse de sus prejuicios
(35%), tener una mayor autoestima (47%), ser más competitivas (22%), ser más
productivas (24%), luchar por lo que desean (37%), tener menos inhibiciones (9%),
tener más sentido común (17%) y ser menos contradictorias (9%). En tercer lugar,
en una posición alternativa, nos encontramos con aquellos para los que la
psicología debería servir, no sólo a defender sus propias convicciones (40%) y no
dejarse manipular (16%), sino también a transformar su entorno (25%), resistir al
poder (5%) y desconfiar de sus propias certezas (4%). Es claro que estos últimos
estudiantes son los más prometedores en lo que se refiere a las posibilidades futuras
de la psicología crítica. Esto se ve confirmado cuando analizamos con detenimiento
las demás respuestas dadas por los mismos estudiantes, los cuales, por lo tanto,
pueden ser considerados como el grupo crítico de los estudiantes encuestados.

3. En el grupo crítico recién identificado, los estudiantes no comparten ni una


posición política precisa ni una opinión sobre temas candentes de la actualidad. Lo
que sí comparten, por lo general, es su atracción hacia el psicoanálisis, la psicología
social o la psicología comunitaria. Verificamos así la profunda afinidad entre estas
corrientes y la actitud crítica. Tal vez tengamos aquí también un indicio positivo con
respecto a las futuras posibilidades de trabajo crítico en el psicoanálisis, la psicología
social y la psicología comunitaria. Finalmente, a la hora de elegir materias y
especializaciones, serán estas corrientes en las que tienden a ubicarse los
estudiantes del grupo crítico.

4. A diferencia de los otros dos grupos que hemos distinguido, el grupo crítico no le
critica a la psicología estudiada en la universidad ni su complejidad ni su inutilidad ni
su falta de actualización, sino más bien su tendencia ideológica, su complicidad con
el sistema, su subordinación a intereses económicos, su ignorancia u ocultamiento
de las variables cultural y de género, su frecuente sometimiento a la psicología
estadounidense y su falta de relación con los problemas reales de la población
mexicana. Vemos aquí abrirse un amplio y variado horizonte de posibilidades para
el futuro de la psicología crítica mexicana. Estas posibilidades corresponden
principalmente a las dos posiciones de la psicología particularista del mexicano, y de
la psicología teórico-reflexiva, abiertamente situada, militante y comprometida.

5. Aun si consideramos al conjunto de los estudiantes encuestados y no sólo a los


del grupo crítico, vemos que lo más criticado a la psicología estudiada en la
universidad es su falta de relación con los problemas reales de la población
mexicana (61%), su frecuente sometimiento a la psicología estadounidense (42%), y
su inadecuación a la cultura mexicana (41%). Es claro entonces que la crítica
predominante y mayoritaria de los estudiantes, que podemos resumir como una
crítica de la descontextualización, coincide con la crítica particularista y culturalista
que los académicos realizaron, desde principios hasta finales del siglo XX, en las
corrientes sucesivas de la etnopsicología mexicana y de la psicología del mexicano.

6. Si analizamos las correlaciones entre las respuestas relativas a la crítica de la


psicología estudiada en la universidad, nuevamente vemos distinguirse tres grupos
difusos de estudiantes que gravitan en torno a ciertos puntos de vista. En primer
lugar, en una perspectiva crítica más bien culturalista y particularista, están los
estudiantes que tienden a criticarle a la psicología su falta de relación con los
problemas reales de la población mexicana (61%), su frecuente sometimiento a la
psicología estadounidense (42%), su inadecuación a la cultura mexicana (41%), su
ignorancia u ocultamiento de la variable cultural (13%), y su ignorancia u
ocultamiento de la variable de género (7%). En segundo lugar, en una óptica
universalista, empírica, modernizadora y más bien pragmática, están quienes
prefieren criticar a la psicología su inutilidad (1%), su falta de cohesión (12%) y de
actualización (27%), y su insuficiente sustento empírico y experimental (16%). En
tercer lugar, en una posición crítica económico-ideológica y aparentemente
universalista, están quienes deciden criticar la complicidad de la psicología con el
sistema (20%) y su subordinación a intereses económicos (20%).

7. Si correlacionamos los grupos diferenciados a partir de la crítica de la psicología


con los grupos diferenciados a partir de las funciones atribuidas a la psicología, nos
encontramos con algunas correspondencias significativas que podemos asociar
también a las grandes tradiciones críticas de la psicología mexicana. En primer lugar,
en la tradición de la psicología del mexicano y de la psicología teórico-reflexiva
abiertamente situada, la crítica más bien particularista y culturalista no es realizada
tan sólo por quienes asumen la posición crítica de la resistencia y la transformación,
sino también por quienes acogen la ideología dominante y conservadora de la
adaptación y la normalización. En segundo lugar, en la tradición de la psicología
ilustrada y positivista, la crítica universalista empírica y más bien pragmática, en
función de la actualidad y la utilidad, suele ser hecha por quienes acogen la
ideología individualista liberal de la independencia, la desinhibición, la
competitividad y la productividad. Finalmente, en el espíritu de la psicología
marxista, la crítica económico-ideológica, en términos de complicidad con el sistema
y subordinación a intereses económicos, viene generalmente de quienes conciben
la psicología desde la posición crítica de la resistencia y la transformación.

Los resultados arrojados por nuestra encuesta muestran un estudiantado


heterogéneo y con posiciones personales diferentes y hasta diametralmente
opuestas. A pesar de la evidente dominación de la psicología adaptativa y
normalizadora, los estudiantes conservan toda su capacidad crítica, y la emplean, en
la mayoría de los casos, para criticar la descontextualización de una psicología que
se mantiene sometida a los modelos estadounidenses y que no parece
corresponder ni a la cultura mexicana ni a los problemas reales de los mexicanos.
Ahora bien, además de ser mayoritariamente criticada por su sumisión a la
psicología estadounidense, por su inadecuación a la cultura mexicana y por su falta
de relación con los problemas reales de la población mexicana, la psicología
universitaria mexicana es también fuertemente criticada por su complicidad con el
sistema y por su subordinación a intereses económicos. Vemos abrirse aquí la
posibilidad de una psicología crítica liberadora que haga un profundo examen de
conciencia y que tenga el valor de acusarse a sí misma por venderse y no sólo por
someterse, es decir, al fin y al cabo, por ser una psicología comprada y no sólo
conquistada, prostituida y no sólo seducida por los nuevos conquistadores de
México.

Mujeres psicólogas: usufructos profesionales del patriarcado mexicano


Además de las posibilidades que conjeturamos a través de los cuestionarios
aplicados a nuestros estudiantes, nosotros(as) mismos(as), como profesores y
profesoras, hemos contemplado otras posibilidades de trabajo crítico-psicológico en
el ámbito de nuestras propias investigaciones y reflexiones. La primera posibilidad
que expondremos concierne la presencia mayoritaria de mujeres dentro de la
psicología mexicana. La práctica de la psicología en México, en efecto, está
dominada por las mujeres en una proporción de tres a uno sobre los varones
(Millán, 1981). ¿Cómo entender esta presencia mayoritaria de mujeres en la
profesionalización de la psicología?, ¿como una tradición, un síntoma, o una
estrategia? Situado y sitiado en el contexto de una cultura sexista y machista como
la mexicana, ¿qué tipo de anhelo vocacional es el que se apuesta en el de “ser
psicóloga”?
Concibiendo la psicología como una forma cultural que supone un saber
organizado e institucionalizado que libera un lenguaje que le es propio dentro de
una cultura determinada (Foucault, 1965), partiremos de una premisa fundamental:
la psicología, como cualquier otra forma cultural que se ha desplegado en nuestro
país, está impregnada de ideología patriarcal. Aquí nuestra idea es problematizar,
desde el pensamiento psicoanalítico-feminista (inscrito en la tercera ola
posestructuralista del feminismo destacando de manera importante el proyecto de
Luce Irigaray), el aspecto vocacional implícito en la apuesta profesional de la mujer
mexicana por la psicología, para argumentar que las psicólogas constituyen
usufructos profesionales del patriarcado mexicano.
Enfatizamos y recuperamos el aspecto vocacional, no solamente porque se trata de
una de las aristas del deseo que es tema central del psicoanálisis, sino porque nos
parece que es en la complejidad de los ordenamientos simbólicos e imaginarios de
la vocación, y por los cuales un sujeto compromete su subjetividad en lo que de
más auténtico puede tener la inscripción de su deseo de ser, de ser lo que quiere
ser y de tejer lazos (sociales) profesionales significativos y satisfactorios, donde
convergen precisamente, y a manera de apretados nudos, procesos de sujeción
patriarcal de la subjetividad femenina.
Para examinar el hecho de que sean más mujeres que hombres las involucradas en
la práctica psicológica, cabe concebir la psicología como una profesión feminizada.
Al igual que otras profesiones también feminizadas, la psicología está revestida por
el cúmulo de valores culturalmente considerados femeninos (un carácter cultural
femenino) que se atribuye a las relaciones sociales y por esa vía a las profesionales
(Lorente Molina, 2004). El empleo del término ‘feminizada’ alude aquí a la
necesidad de destacar que no sólo se trata de un incremento de mujeres al interior
de la práctica o prácticas psicológicas, sino a una pauta cultural que afecta las
identidades profesionales y las subjetividades que de ellas se desprenden. ¿Cuáles
son las pautas culturales profesionalizadas en las prácticas de las psicólogas, en una
sociedad altamente patriarcal y machista como la mexicana?
Bajo el auspicio de las jerarquizaciones de género, algunos de los valores culturales
considerados como femeninos que se encuentran profusa y profundamente
arraigados en nuestro imaginario colectivo son: pacifismo, afectividad, docilidad,
paciencia, entrega, cuidado del otro (Lorente Molina, 2004). Y, como veremos, son
valores que invisten la carrera de psicología, ya que están asociados a los ideales de
su ejercicio profesional y, por lo tanto, situados en el corazón mismo del empuje
vocacional con el cual latirá el deseo de “ser psicóloga”.
Todos éstos son valores que emergen del arreglo dicotómico con el que se razona
la diferencia sexual en el pensamiento occidental, siendo el arreglo activo/pasivo el
más primordial y elemental, pero también el más poderoso, y en el cual la
masculinidad es colocada del lado activo y la feminidad del pasivo. Este arreglo es el
más primordial en el sentido de que aparece permeando toda la historia del
discurso filosófico, que tanto ordena como reproduce todo el pensamiento, y que
“está marcado por una constante absoluta que ordena los valores, la cual es
precisamente esta oposición activo/pasivo” (Cixous y Clement, 1986, p. 64). El
arreglo activo/pasivo es elemental porque remite a la diferencia (definida como
pareja de opuestos) más básica de la realidad humana, que es la diferencia
“hombre/mujer”. Y es la oposición más poderosa, tanto por la extensión y variedad
de los campos que domina (arte, cultura, ciencia, religión, política), como por la
capacidad que tiene de imponer y sostener su lógica oposicional como una ley que
organiza todo lo pensable, al punto de la naturalización y universalización de eso
que se piensa.
En función pues de esta dicotomía, los valores culturales considerados como
femeninos, ya mencionados anteriormente, están asociados a la pasividad. Por esta
asociación abogan en el imaginario masculino, no solamente la disposición
morfológica del sexo femenino (matriz, depósito, envase), ni el carácter funcional y
el papel desempeñado en la procreación por su célula genésica (el óvulo como
célula arredondeada incapaz de moverse por sí misma y en espera siempre de ser
fertilizada), sino también la correlación establecida entre la feminidad y la
maternidad. La maternidad en la ideología patriarcal es representada como el
paradigma de la feminidad. La mujer, o es madre, o no es femenina.
Un último aspecto a considerar en la génesis de los valores culturales considerados
como femeninos, es el componente de no-agresión adjudicado a la constitución
femenina, y por el cual se explicarían un buen número de producciones culturales,
en tanto modificaciones de la pulsión agresiva, “como una contrapartida o una
búsqueda de equivalentes de la función de la mujer en la maternidad” (Irigaray,
1974, p. 16). El que la mujer no tenga permitida ninguna modalidad de agresividad
hacia el exterior, se remonta al hecho de que la feminidad es absorbida por la
maternidad, y que la maternidad, a su vez, está desprovista de la representación de
todo componente agresivo. Una madre que no únicamente ame a sus hijas(os) es
una mujer viril o destructiva. A la constitución psíquica de la mujer le sería inherente
la tendencia a la pacificación y a todas las demás posiciones subjetivas que fungen
de regazos tibios, de remansos de placer, como refracciones de la maternidad;
“lactancia de la criatura, restauración del hombre” (Irigaray 1974, p. 18), una de
cuyas expresiones sociales son precisamente las producciones profesionales.
Entre las producciones profesionales que expresan socialmente las posiciones
subjetivas de la mujer en nuestra sociedad, está la práctica psicológica, que ha sido
absorbida también por algunos de los valores culturales pensados como femeninos.
A partir del análisis de algunas de las respuestas empuñadas en nuestra encuesta,
podemos problematizar la apuesta vocacional de la mujer por la carrera de
psicología, denunciando que aquí, en una sociedad mexicana gobernada por la
ideología patriarcal, se trata de una apuesta que termina fracasando en su más
legítimo propósito, que es el de permitir a la mujer acceder a una nueva
encarnación simbólica del sí mismo (Orozco Guzmán, 1993).
Cuando pedimos a las mujeres estudiantes de nuestra facultad que nos dijeran qué
funciones atribuyen a la psicología, las cuatro funciones más frecuentes
correspondieron a la ayuda a las personas a “estar más equilibradas”, “tener una
mayor autoestima”, “desempeñar mejor su función en la sociedad” y “conocerse
mejor”. En todas estas respuestas, podemos apreciar algo en común: se centran en
torno a un déficit del yo. Déficits de equilibrio, de autoestima, de desempeño social
y de autoconocimiento, que remiten a la esfera del narcisismo, en la que se juegan
los ideales amorosos del sujeto, que fueran esculpidos por la identificación con los
padres y con los ideales colectivos de la cultura y la sociedad. En el fondo cristalino
de estos ideales, se refracta la imagen de omnipotencia o la omnipotencia como
imagen grandiosa de una unidad psíquica que es el yo. Estas respuestas podrían
entonces aludir a que en el plano imaginario de la vocación por la psicología, se
fragua un deseo de reparación o de restitución del narcisismo perdido, es decir, de
la imagen del sí mismo como entidad estable que precipita la constitución del yo. En
el caso específico de la mujer, se trataría de la restitución de la imagen que el
patriarcado ha fabricado sobre la feminidad a través de diversos discursos, y, en este
sentido, son respuestas alusivas a puntos clave del tejido de los ideales colectivos
con los que la mujer se identifica y que dan cuenta de su estructura narcisista. Sin
embargo, como lo hemos dicho antes, este intento de restitución fracasa en su afán
de propiciar el acceso a una nueva identidad femenina, porque, como veremos,
son respuestas que, en tanto rutas de significado desde donde se piensa la
psicología, recuperan en su trazado los valores identitarios que se intenta
inconscientemente subvertir por medio de la práctica profesional. La psicóloga,
pues, no logra despojarse del todo de los ropajes con los que se visten e invisten las
‘buenas’ madres, sólo que, en lugar de (o además de) tener un hijo a quien cuidar,
y por lo que logró pesquisar del llamado vocacional, abraza una profesión que
cuida y que vela que también allí, en el campo profesional, la mujer reproduzca y
no se produzca; que reproduzca el ideal narcisista que el hombre ha confeccionado
para ella (ideal materno), haciéndole creer que es el de ella, y el que ella, la mujer,
como psicóloga, debe creerse obligada a socorrer.
Nuestro argumento es que la imagen narcisista, la imagen grandiosa de sí-misma
que el narcisismo soporta y que la mujer intenta reparar a través de la práctica
psicológica, es en sí misma una imagen deficitaria, que desde el origen existe en
déficit porque no refleja la particularidad de su sexo, del sexo femenino. El espejo en
que la criatura del sexo femenino se mira (recuperando el ‘estadio del espejo’ de
Lacan) es un espejo fálico a través del cual no se captura más que la unidad de un
sí-misma que es y está castrada, porque la madre –quien generalmente presta su
cuerpo de soporte para la unidad imaginaria– está también castrada, es un ser
castrado.
En este sentido, como afirma claramente Irigaray (1974), “la feminidad más lograda
no puede aspirar a la idealidad, no puede conferirse en absoluto un ideal”, pues
“carece de un espejo apropiado”, mientras que “el narcisismo, y su pacto con el
ideal, sería tributario de la eminencia fálica” (p. 92). El narcisismo femenino se
encuentra herido y humillado desde un principio, desde el momento mismo en que
se inscribe como estructura imaginaria del yo, por lo que cualquier proyecto
narcisista de la mujer, como el que parece estar sostenido en la apuesta por la
psicología, es un proyecto cuya elección mantiene a la “mujer amputada de una
representación valerosa de su sexo” (ibid), sosteniendo, en cambio, el proyecto
imaginario de un modelo ‘absoluto’ y único de narcisismo, del cual el hombre es el
único beneficiado.
La idea de que la psicología sirve para “estar más equilibradas”, por ejemplo, la
podemos referir a su contraparte situada, por la connotación patológica del término
‘equilibradas’, en el campo de la enfermedad mental, es decir, del desequilibrio
mental; campo donde la figura de la mujer ha danzado de innumerables maneras,
las más de las veces, emblemáticamente, en su propio detrimento. Es muy común
hoy en día toparse con estadísticas de salud mental que enfatizan la mayor
propensión de las mujeres a sufrir la cresta triste de la locura: la depresión, lo cual es
reiterado en miles de sitios de internet: “las mujeres son dos veces más propensas a
experimentar depresión que los hombres”, “depresión es la principal causa de
discapacidad de las mujeres”, “casi un 15% de las mujeres que sufren de depresión
severa cometerán suicidio” (Appignanesi, 2008, p. 6).
En tonos menos deprimentes, cuando se trata de ‘informar’ sobre aspectos de la
salud mental que no se traducen en un golpe severo al equilibrio psíquico, como
aquellos relacionados con el carácter, la personalidad, etc., en términos de
trastornos, condiciones o tipos, los medios de divulgación, como son las revistas de
circulación popular, insisten en usar la figura de la mujer como portavoz de sus
mensajes e imagen de sus portadas. Es como si la psicología práctica fuese un
asunto de la competencia exclusiva de mujeres, ya sea porque resulta más
interesante para ellas, o porque son ellas quienes más necesitan tener acceso a ese
tipo de información, pero sobre todo porque pareciera que son mujeres quienes
‘saben’ más y/o mejor de esos asuntos de la mente atormentada y de los dolores
del alma, reproduciéndose así la creencia en la propensión más alta de las mujeres
al desequilibrio mental respecto a los hombres, así como la feminización de la
práctica psicológica o de la psicología práctica.
Y como derivado de esta ensañada triquiñuela sexista, a pesar de que los resultados
de las estadísticas como las suscritas arriba puedan ser lo suficientemente ‘verídicos’,
o a pesar de que la mujer realmente posea un saber ‘verdadero’ sobre los ajetreos
de la psique, ciertamente, aunque no sea así, la ilusión cultural, el ideal cultural
persiste. Persiste la creencia vuelta ideal en que la mujer es más emocional y
sentimental, que está más conectada con el mundo intrincado de los afectos que lo
está el hombre, por lo que para bien y para mal, ella sabe más de ‘eso’, porque
también está más expuesta a sus volcaduras, a sus desequilibrios.
Para cerrar este apartado, resta enfatizar que si la mujer psicóloga puede ser
pensada, en algunos casos, como un usufructo profesional del patriarcado
mexicano, es porque su deseo vocacional ha sido despojado de sus bríos de
cambio y transformación, no sólo personales, al reincorporar institucionalmente su
deseo vocacional en la forma de una servidumbre remunerada muy bien
aprovechada por el Estado, sino de la psicología como ciencia. La tajante división
entre teoría (saber racional) y práctica (saber empírico), portadora de fuertes
marcajes de género, resulta en la desestimación de aquello que la experiencia de la
psicóloga puede ofrecer a la transformación significativa de un saber psicológico al
que sólo pueden acceder los psicólogos de sexo masculino, tal como lo ha dejado
evidenciado la historia de la psicología en México.

Más allá de la psicología jurídica: los crímenes por deber y los desvaríos de la ley

Otra posibilidad de trabajo crítico-psicológico a la que nos han llevado nuestras


investigaciones y reflexiones personales concierne la psicología jurídica. Ésta nace de
un supuesto desencuentro entre, por un lado, el desdén por lo subjetivo, tal vez por
el cogito, ejercido por los oficiantes de la jurisprudencia, y, por otro lado, la crítica,
desde la psicología, a la posición insensible, dura, severa, impersonal, del aparato de
justicia. Sin embargo, la psicología que se implica en los procesos de administración
y procuración de justicia es aquella que hace de la conducta su objeto de estudio, y
del control de la misma, su pretensión metodológica. A tal grado se implica esta
psicología, que se la hace converger con el discurso de la Ley: “Ley y psicología son
semejantes en que ambas tratan las actividades humanas. Las dos se ven envueltas
en el intento de controlar la conducta” (Kirby, 1978, citado en Eugenio Garrido y
Carmen Herrero, 2006, p. 7). El control que pretende la Ley es a través del poder,
del poder que vigila y sanciona, del poder que impone y castiga. El control que la
psicología busca ejercer también es a través del poder del conocimiento sobre el
comportamiento humano.
El derecho y la psicología se identifican en una apuesta por el poder sobre el otro a
través de la ley que inhibe y coarta, y a través de la ley que explica y predice. El telón
de fondo de este esquema de poder de control y de este control obsesivo del poder
es la presencia de la anomalía bajo la figura del anormal en el siglo XIX. Foucault
(2000) ha penetrado su arqueología bajo las imágenes del monstruo, el
incorregible y el masturbador. El crimen no está fuera de la Ley, puede radicar en
aquel que está dentro de la Ley, en su razón misma, como razón de Estado. El
criminal no está necesariamente fuera de la Ley, puede pretender hacer valer y
pesar con su acto una Ley propia, una Ley despótica, una Ley anti-Ley.
Las premisas que intentan deslindar los ámbitos propios de lo jurídico y lo
psicológico, como ámbitos de competencia presuntamente científica, como ámbitos
de incidencia epistémica, resultan inquietantes: “El derecho es, pues, a) un conjunto
de normas, b) el deber ser y c) las normas obligan aunque no se cumplan. La
psicología es, a) un conjunto de principios naturales b) que explican el
comportamiento y c) que se extraen mediante la observación objetiva del modo de
ser. Dicho brevemente, el derecho es el deber ser de la conducta humana, la
psicología es el ser de la conducta humana” (Garrido y Herrero, 2006, p. 8).
Estamos, pues, ante una bifurcación o frente a una articulación tensa entre cultura y
naturaleza. La cultura, la cultura del deber, de los principios obligatorios, se cifraría
en el aparato jurídico. La naturaleza del comportamiento humano, de sus modos de
ser, se fincaría en una psicología que se objetiva en datos observacionales o que
hace de la observación la medida de su objetividad. La dimensión cultural del
comportamiento humano es del campo del deber, el campo de la Ley, que no es el
campo del ser psicológico. Por eso, la norma que legisla no se destina a sujetos ni se
construye desde sujetos. Se dirige a individuos uniformes, sin contradicciones, y se
construye desde un ideal de congruencia y control. No se sospecha que donde está
el ser está el deber ser, porque se aborda a un ser puro, biológico, no cortado, ni
coartado por la cultura, por el discurso. Ni se plantea que donde se instila el deber
ser, se desliza un ser que se sabe observado, mirado de diferentes modos por el
Otro. Al deber ser subyace un ser objetivado, un ser devenido objeto desde la
mirada del Otro: “la preexistencia de una mirada –sólo veo desde un punto, pero en
mi existencia soy mirado desde todas partes” (Lacan, 1953-1954, p. 80). ¿No podría
representar esto el ideal de control y objetividad de la psicología y del derecho:
mirar panópticamente a un sujeto, para de este modo partirlo, repartirlo en muchas
partes, disgregando su existencia en función de una observación bien calibrada?
En la psicología, el mencionado ideal de control y objetividad se expresa en la
supuesta unidad en su objeto, que permite dar mejor cuenta de sus conductas
observables y cuantificables e incrementar su potencia predictiva y de control. No
podría responder al planteamiento hegeliano de una oposición que nace en la
consciencia “entre lo sabido y lo no-sabido” (Hegel, 1807, p. 274). Esta oposición no
sólo nace en la conciencia, sino que fundamentalmente la destruye. Lo no-sabido,
en el sustrato mismo de la consciencia, finalmente determina lo que la consciencia
no sabe de sí, lo que la deja fuera, excluida. Por eso es que la psicología no se
puede adscribir a los criterios de verdad que encauzan el oficio jurídico en la tarea
de enjuiciamiento: “No se ha dado cuenta de que la ley no trata de hallar la verdad,
sino de que el procedimiento sea adecuado a la norma y de cómo convencer”
(Garrido y Herrero, 2006, p. 16). La palabra del acusado no es fiable en el proceso
de juicio. La posición analítica, y que debe imbuir la práctica psicológica en
cualquier ámbito, incluso el de inserción en la aplicación de justicia, ha sido bien
propuesta por Piera Aulagnier (2007) al indicar un punto de partida de presunción
de verdad como equivalente a presunción de inocencia, en lo que concierne a los
enunciados que el sujeto emite en un encuentro intersubjetivo. Pero no
únicamente en el sentido de que no es preciso pedirle pruebas de sus decires y de
sus dichos, sino también de que mucho de lo que dice y dirá pertenece a este no
sabido que excluye la consciencia.
La declaración de franqueza es también, entre los expertos, de franca impotencia en
la “capacidad para discriminar entre declaraciones verdaderas y falsas” (Masip,
Alonso y Herrero 2006, p. 483). Si la palabra hace equívoco el sentido, incluido el de
realidad, entonces se esperaría que hubiera indicadores, signos, fuera del discurso
articulado, que pudieran delatar al sujeto. El poder en su infatuación tecnificada
cree tener la facultad para descubrir la mentira o la verdad en algún dato
comportamental, en alguna reacción fisiológica ligada a la angustia del sospechoso.
Es cierto que, como Freud lo demostró, la verdad puede salpicar en un acto fallido,
pero en tanto formación del inconsciente, como algo que escapa al dominio y
control del yo. La verdad surge fuera de la volición e intencionalidad, y la mentira
surge en la pretensión suprema de decir la verdad. Por eso, los expertos de este
campo de la psicología han admitido que la mentira, por tanto la verdad, carece de
indicadores, de signos reveladores, y sugieren de modo concluyente: “es preferible
basar nuestros juicios sobre la credibilidad en el contenido verbal de la declaración
en lugar de basarlos en el comportamiento no-verbal del sujeto emisor” (Masip,
Alonso y Herrero 2006, p. 499). Pero si el juicio se basa en la creencia o en la
credibilidad, entonces se expone también a la operación del desmentido, a los
efectos fantasmáticos de reprobación del saber. ¿No se trata aquí sencillamente de
preguntarnos por lo que el sujeto cree saber, por lo que dice saber y por la reserva
de magia, mistificación, ilusión, que atraviesa nuestros sistemas de creencias y que
nos hace siempre sesgar nuestra escucha, seamos analistas o supuestos expertos en
la psicología de lo jurídico? Desde el punto de vista psicoanalítico, si el sujeto no
sabe lo que dice ni desde dónde dice lo que dice, sometido a la Spaltung que lo
constituye, entonces también existe una enorme ruta que la psicología jurídica ha
recorrido, desconociendo a este sujeto dividido como capaz de subvertir sus
premisas valorativas, sus enunciados formales y su compulsión por la mentira.
Como toda psicología, la jurídica niega la división del sujeto, afirma el saber del
mismo sujeto y refrenda su ilusoria unidad. Este funcionamiento de la psicología en
general, y especialmente de la psicología jurídica, no parece coincidir con la
representación de la psicología que encontramos entre los estudiantes a los que
aplicamos la encuesta. Una considerable minoría (1%) piensa que la psicología
debería “servirle a las personas” para “reprimirse cuando hay que reprimirse”, para
“obedecer las reglas” (3%) y para “respetar la autoridad” (4%). Podríamos afirmar
que una considerable mayoría recusa una psicología que sirva de instancia de ley,
de instancia de sometimiento, de instancia represiva cuando sea preciso. La mayoría
no concuerda con estas funciones de control asignables a la psicología. Sin
embargo, un buen porcentaje (37%) establece la importancia de la psicología “para
que las personas estén mejor adaptadas”, lo cual puede suponer una posición de
sometimiento a los criterios de adaptación determinados por las reglas y la
autoridad.
Los resultados arrojados por la encuesta desvelan una subjetividad en
contradicciones que delatan una subjetividad construida por la Spaltung del
inconsciente. La psicología para la sumisión a la autoridad es cuestionable,
recusable, pero no se admite de manera preponderante que la psicología pueda
servir “para hacer resistencia al poder” (4%). Se critica (20%) que la psicología que se
estudia puede “ser cómplice del sistema y estar subordinada a intereses
económicos”, pero no se le reconoce como algo que permita cuestionar y resistir al
poder. Por tanto, se divide a la psicología, se la escinde, tal vez reflejando la
subjetividad en juego: útil para el poder, muy poco útil para resistirle. Por otro lado,
es valiosa para la no escisión del individuo en su equilibrio (48%) y en su autoestima
(47%), para su desempeño social, para su autoconocimiento (42%) y para
defenderse en sus convicciones (40%). Por tanto, es una perspectiva de valía
egocéntrica de la psicología.
Es necesario confrontar la perspectiva anterior con la escasa posibilidad de que la
psicología interrogue las certezas propias. En efecto, pocos estudiantes (4%)
consideran que la psicología sirva para desconfiar de las propias certezas. Para
muchos, sirve para mejorar la estima de sí mismos, para fortalecerse en sus
convicciones, para defender mejor al yo, pero muy poco sirve para empujar la duda
sobre la certeza, para establecer la hendidura al interior del yo. Esto convalida y
revalida una psicología como agente del narcisismo individualista. Al apoyar una
psicología al servicio de las convicciones, para apuntalarlas y para seguir confiando
en las propias certezas, los estudiantes no se percatan de que están reproduciendo
un esquema ideológico del poder dominante, que es lo que ocurre, a nuestro juicio,
al trasladar la autoridad al centro del yo.
Entre los estudiantes encuestados, se puede rechazar la psicología como arma de
autoridad represora, pero no la psicología que pone en el yo la autoridad de las
certezas. Este ideal científico de la psicología deja inmune al Otro, en el sentido
lacaniano de lugar del código simbólico, en beneficio de un Yo indiviso, no
sospechoso de cargar con el poder de la autoridad represora ni de ser su
lugarteniente. ¿No es ésa también una de las posibles apuestas de la psicología
jurídica?

Psicología crítica zapatista: contra la cultura psicológica racista, machista y


normalizadora

La última posibilidad de trabajo crítico-psicológico que expondremos corresponde al


proyecto de una psicología crítica zapatista. Este proyecto descansa en la convicción
general de que los académicos en diferentes campos de las ciencias humanas, entre
ellos el de la psicología y especialmente el de la psicología crítica, podemos
aprender mucho de los movimientos sociales y políticos, pero siempre y cuando no
los reduzcamos a un simple objeto de estudio y reflexión, sino que los aceptemos
como sujetos colectivos tan estudiosos y reflexivos como nosotros. Esto supone
incluirlos en el contexto de nuestras discusiones, tomar posición a favor de ellos o
en contra de ellos, relacionarnos con ellos tal como nos relacionamos con otras
corrientes y escuelas de pensamiento, interesarnos en sus elaboraciones teóricas y
no sólo en sus realizaciones prácticas, y tomarlos en serio como interlocutores y
generadores de ideas que podemos adoptar, seguir, cuestionar o refutar. Es
precisamente así como pretendemos tratar al Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) cuando proponemos una psicología crítica zapatista.
La psicología crítica zapatista que proponemos no es más que nuestra explicitación
y sistematización de intervenciones críticas de índole psicológica detectadas en
mensajes, comunicados y demás bloques discursivos emitidos por el
subcomandante Marcos y por otros miembros del EZLN entre enero de 1994 y
diciembre de 2003. Requerimos entonces de un análisis de este discurso para
obtener aquello que aceptamos, proponemos y concebimos como una psicología
crítica zapatista. Si hablamos aquí de una psicología crítica zapatista, esto es por la
manera en que los mismos zapatistas discuten, cuestionan y fustigan, siempre en
términos psicológicos, todo aquello que nos remite a la psicología dominante que
subyace aparentemente al sistema desafiado por el EZLN. Ahora bien, tal como se la
representa el propio EZLN, esta psicología dominante no es un producto ideológico
simple y unitario, sino una ideología compleja, variada y ramificada, que puede
tener múltiples manifestaciones irreductibles entre sí. De estas manifestaciones, aquí
presentaremos tres psicologías profanas y espontáneas estrechamente ligadas entre
sí que impregnarían la cultura mexicana, que guiarían las decisiones y acciones de
los poderosos y de los demás enemigos del EZLN, y cuya crítica por parte de los
zapatistas nos recuerda otras críticas encontradas en la historia de la psicología
crítica en México y en las respuestas de los estudiantes de psicología que
participaron en nuestra encuesta:
1. Contra la psicología racista. El EZLN denuncia una representación racista de los
indígenas en la que éstos son esencialmente: no grandes, sino “pequeños” (EZLN,
1994-2005, 09.03.01); no adultos, sino “eternos infantes” (17.05.94); no ciudadanos,
sino “ciudadanos en formación” (22.09.94). Como ciudadanos en formación, los
indígenas carecen de “la posibilidad de entender el concepto de Nación”
(22.09.94). Desgraciadamente, para la psicología racista, los indígenas carecerán
siempre de esta posibilidad, ya que se les “impide ver” hacia el “futuro” que puede
unirlos a “la Nación” (22.09.94). Obligados a “mirar hacia su pasado” que los
“separa” de la “Nación” (22.09.94), los indígenas serán siempre ciudadanos en
formación. Los indígenas se estarán siempre formando, jamás dejarán de ser
pequeños, y es por eso que se les considera eternos infantes. Para una psicología
racista que excluye aquí el factor genético, la infancia del indígena es eterna, pues
no hay desarrollo del indígena. Por lo tanto, “en la cabeza del poderoso, mientras
más indígenas desaparezcan, más se desarrolla el país” (26.02.01). El país debe
desarrollarse sin los indígenas, o a pesar de ellos, o contra ellos, pues el indígena, en
esta perspectiva, siempre será subdesarrollado, siempre estará atrasado, siempre
será un niño. Como niño, el indígena “es bueno si obedece y malo si es rebelde”
(10.04.95). Como un niño y hasta peor que un niño, el indígena carece de
“experiencia” y “capacidades”, es incapaz de “organizarse” y “dirigir su propio
destino”, y es por eso que no pudo sublevarse por sí mismo, sino que debió ser
“manipulado” para hacerlo, “manipulado” por los no-indígenas, “por el obispo
Samuel Ruiz” o por “el subcomandante Marcos” (21.04.95). En esta psicología
racista, son los no-indígenas los que pueden manipular, mientras que los indígenas
tan sólo pueden ser manipulados. En general, son los no-indígenas los que pueden
actuar, mientras que los indígenas tan sólo pueden padecer, no actuar o ser
actuados. En esta misma óptica, son los indígenas quienes fueron “descubiertos”,
como si los indígenas “estuvieran quietos” y los otros “fueran los que se movieran”
(09.03.01). Semejante percepción etnocéntrica no es más que una de las tantas que
denigran al indígena y que se anudan en la representación racista de su persona y
de su cultura. En esta representación, las “historias” de los indígenas son “mitos”, sus
“doctrinas son leyendas”, sus “creencias son supersticiones”, su “ciencia es magia”, su
“arte es artesanía”, su “lengua es dialecto”, su “andar es arrastrarse” (09.03.01). Esta
representación de lo indígena determina lógicamente la relación de los no-
indígenas con el indígena: mirarlo es “mirar hacia atrás o hacia abajo”; reconocerlo
es “reconocerse superiores”; verlo es “verlo sometido” (09.03.01). Es así como el
indígena se ve tratado en la psicología racista del no-indígena, del “blanco” o del
“extranjero”, que puede serlo físicamente, pero también psíquicamente, cuando es
el que “tiene la piel morena y la soberbia blanca” (12.10.94), “reniega del color
oscuro en la piel, se avergüenza de su pasado y usa la palabra ‘indio’ como insulto y
descalificación” (02.10.94).
2. Contra la psicología machista. Al igual que el indígena que puede ser
despreciado por los mismos indígenas y no sólo por los no-indígenas, la mujer es
víctima de un “desprecio” que puede recibir de ella misma o de “la madre, la
hermana, la amiga, la otra”, y no sólo del hombre, “padre, hermano, novio, amigo,
amante, esposo, hijo, superior o subordinado” (EZLN, 1994-2005, 22.03.01). Ya sean
femeninos o masculinos, todos éstos son “rostros” que “toma” el “poder” ejercido
sobre la mujer a través del “desprecio”, pero también a través del “acoso” (22.03.01).
Acoso y desprecio, como formas de ejercicio de poder, caracterizan la psicología
machista dominante denunciada por los zapatistas. En esta psicología compartida
por hombres y mujeres, “se hace cazador el hombre y rival la mujer”, sin “entender
que la rival no es rival sino persona”, y que “la presa no es presa sino persona”
(22.03.01). Esta misma psicología despersonalizadora “clasifica” a la mujer entre “las
cosas”, la reduce a un “objeto de placer, burla y desprecio” (22.03.01), o le asigna
una “posición de filigrana, de adorno en el escritorio ejecutivo” (22.09.94). Como
“adorno”, la mujer es “valorada por lo que aparenta y no por lo que es” (22.03.01), y
puede también ser encerrada en el “rincón” que “construyen para ella”, que
“quieren obligarle a habitar” y en el que le “ofrecen todo lo necesario para que
tome el rostro que el poder desea y desprecia” (22.03.01). Pero este rostro no es el
mismo en todas las clases sociales. En el “México de arriba”, por ejemplo, la mujer
puede llegar a jugar el papel de “administradora del bienestar familiar”, mientras
que en el “México de en medio sigue el antiguo ciclo de hija-novia-esposa y/o
amante-madre” (22.09.94). En todos los casos, la mujer se encuentra encerrada en
“microcosmos donde el varón la domina y determina” (22.09.94).
3. Contra la psicología normalizadora. La psicología racista y la despreciativa de la
mujer pueden concebirse como las ramificaciones etnocéntrica y androcéntrica de
una psicología dominante que intenta normalizar a “indígenas, mujeres,
homosexuales, lesbianas, gentes de colores, inmigrantes, obreros, campesinos”
(EZLN, 1994-2005, 01.01.96), a “musulmanes, ancianos, inadaptados” (03.2003), a
“las mayorías que forman los sótanos mundiales” y que “se presentan, para el poder,
como minorías prescindibles” (01.01.96). Si estas mayorías son percibidas como
prescindibles y minoritarias, esto es porque son “otras” y “diferentes” (26.10.99).
Ahora bien, debido a su alteridad y a su diferencia, las mayorías no son tan sólo
reducidas a la condición de minorías prescindibles, sino que son “condenadas” a “la
indiferencia, el cinismo o la hipocresía” (03.2003), o incluso “perseguidas,
despreciadas, golpeadas, encarceladas, desaparecidas” por “el Poder y sus nombres”
(26.10.99). Así, por ejemplo, es el Poder y sus nombres, los nombres de la
Masculinidad y la Heterosexualidad, los que hacen que “homosexuales, lesbianas,
transgenéricos y bisexuales” deban ocultarse, ocultándose incluso “de sí mismos”, al
“ocultar su diferencia” y “soportar en silencio persecuciones, desprecios,
humillaciones, extorsiones, chantajes, insultos” (27.06.99). En todos estos
sufrimientos, “lo diferente debe soportar el ser reducido en su calidad humana por
el simple hecho de no ser según una normalidad sexual inexistente, pero fingida y
convertida en bandera de intolerancia y segregación” (27.06.99). Cuando uno
termina obligándose a ser normal, “la normalidad es una cárcel cotidiana”, pero
cuando uno se atreve a desafiar al poder normalizador, la “hipócrita normalidad del
que es poder convierte en crimen la preferencia sexual, y como criminal es
perseguido el varón que ama al varón, la mujer que a la mujer ama, el otro que con
el otro amor construye” (22.03.01). En este caso como en tantos otros, el “delito es
ser diferentes y estar orgullosos de serlo” (26.10.99). La alteridad y la diferencia, en
efecto, constituyen delitos para una psicología normalizadora que busca
precisamente, no “que todos seamos iguales, sino que todos tratemos de ser iguales
a un modelo” que “se construye por quien es Poder” (03.2003). Aunque “el Poder”
se vea torturado por diversos “complejos y fantasmas” que “tienen muchos nombres
y muchos rostros”, hay entre ellos “un común denominador: el otro”, el “diferente
que no sólo no depende del ‘yo’ del Poder, sino que también tiene su propia
historia y esplendor” (05.2003). Lo que aparece ante el yo como un “espejo odiado”
es “el rostro del ‘otro’, su cultura”, pues “ahí está su diferencia” (05.2005). Esta
diferencia de la cultura es lo que no puede ser tolerado en la psicología
normalizadora inherente al “neoliberalismo de principios del siglo XXI”, para el que
“la única cultura es la del que domina” (01.2003). Y como la cultura que hoy
domina es la del dinero, “el mandato es que todos los colores se maquillen y
muestren el deslucido color del dinero, o que vistan su policromía sólo en la
oscuridad de la vergüenza” (03.2003). El dilema es: “o el maquillaje o el closet”
(03.2003). Éstas son las únicas opciones para los “inadaptados” y “todos los nombres
que toman los otros en cualquier parte del mundo” (03.2003). Todo ellos deben
someterse al “proyecto de la globalización: hacer del planeta una nueva Torre de
Babel” que será “homogénea en su forma de pensar, en su cultura, en su patrón”
(03.2003).

La crítica del EZLN a las culturas psicológicas racista, machista y normalizadora, se


relaciona estrechamente con ciertas posiciones alternativas, críticas y radicales,
detectadas en la historia de la psicología mexicana y entre los estudiantes de
psicología que participaron en nuestra encuesta. En la tradición inaugurada por el
posicionamiento de Bartolomé de Las Casas contra la psicología discriminatoria y
etnocéntrica de Ginés de Sepúlveda, tenemos la crítica zapatista de la cultura
psicológica racista, que a veces coincide con la perspectiva de los estudiantes que le
critican a la psicología su falta de relación con los problemas reales de la población
mexicana (61%), su inadecuación a la cultura mexicana (41%) y su ignorancia u
ocultamiento de la variable cultural (13%). En cuanto a la crítica zapatista de la
cultura psicológica machista, muestra una sensibilidad que encontramos también:
por un lado, en aquellos estudiantes encuestados que le criticaban a la psicología su
ignorancia u ocultamiento de la variable de género (7%); y por otro lado, en la
psicología feminista que apenas está empezando a dibujarse en el ámbito
psicológico mexicano. Esta psicología feminista, y en general la constelación de
psicologías feminista, afirmativa, lesbiana, gay, transexual y queer, se relaciona
también estrechamente con la crítica zapatista de la cultura psicológica
normalizadora, la cual, simultáneamente, nos hace pensar en aquellos estudiantes
encuestados para los que la psicología no debería servir ni para comportarse
normalmente (92%) ni para desempeñar mejor su función en la sociedad (56%) ni
para aceptar su lugar en la misma sociedad (72%), sino para defender sus propias
convicciones (40%), transformar su entorno (25%) y resistir al poder (5%).

Conclusión
Como lo hemos visto, la crítica del EZLN a las culturas psicológicas racista, machista
y normalizadora, no carece de precedentes en la historia de la psicología en México.
Tampoco es ajena a las inquietudes que descubrimos en los estudiantes de
psicología. Lo mismo podemos decir de las otras dos posibilidades de trabajo crítico-
psicológico a las que nos han llevado nuestras investigaciones y reflexiones
personales. Por un lado, en la crítica de la psicología jurídica, encontramos la
preocupación del estudiantado ante la complicidad de la psicología con el sistema
(20%). Por otro lado, en la crítica de la ideología patriarcal por la que se ve
impregnada la psicología, volvemos a encontrar la misma preocupación ante la
complicidad con el sistema, así como la inquietud estudiantil causada por el hecho
de que la psicología ignore u oculte la
variable de género (7%).
Además de mostrar inquietudes próximas
a las de una fracción importante del
estudiantado, nuestras propuestas de
Para conocer más acerca
trabajo crítico-psicológico están
de este tema visita:
emparentadas con algunas de las
Rubén Ardila Psicología posiciones alternativas, críticas y radicales,
Latinoamericana: ¿De Donde Venimos Y que detectamos en la historia de la
Hacia Donde Vamos? Universidad psicología mexicana. En el caso de la
Nacional De Colombia psicología crítica zapatista, ya señalamos
http://www.rubenardila.com/PSICOLO su parentesco más que evidente con las
G%C3%8DA%20LATINOAMERICANA,% psicologías igualitarias y teórico-reflexivas,
20DE%20D%C3%93NDE%20VENIMOS abiertamente situadas, militantes y
%20Y%20HACIA%20DONDE%20VAMO comprometidas. Estas mismas psicologías
S.pdf teórico-reflexivas parecen preceder
nuestras propuestas de crítica de la
ideología psicológica patriarcal y de la
actual psicología jurídica, las cuales,
además, guardan una estrecha relación con la psicología política del inconsciente.
Vemos que algunas posiciones alternativas,
críticas y radicales, en la historia de la psicología
mexicana, reaparecen en nuestras propuestas
de trabajo crítico-psicológico, así como en las
Para conocer más
inquietudes críticas de los estudiantes de
descarga:
psicología. Percibimos, pues, una cierta
continuidad entre las realidades y posibilidades Estado actual de la psicología:
que hemos explorado en este artículo. Sin Opiniones 2011:
www.revistas.unam.mx/index.
embargo, en el contexto de esta misma php/repi/article/download/28
continuidad, observamos también algunas 913/26867
discontinuidades significativas. Hay algo nuevo
e innovador tanto en las inquietudes críticas de
los estudiantes de psicología como en las posibilidades de trabajo crítico-psicológico
a las que nos han llevado nuestras investigaciones y reflexiones personales. Hasta
ahora, en la historia de la psicología en México, no se ha criticado seriamente, por
ejemplo, ni la psicología jurídica ni la ideología psicológica patriarcal, así como
tampoco se ha extraído una psicología crítica del discurso de un grupo subversivo
como el EZLN. Estas posibilidades y muchas más, entre ellas algunas que se
vislumbran a través de las inquietudes estudiantiles, ofrecen un horizonte
prometedor para el futuro de la psicología crítica mexicana.

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Génesis Social De La Psicología En México
La psicología experimental en la Universidad Nacional de México

César Carrascoza V.1


Roberto Manero Brito2
[...] llegar a fundar en México un
instituto de psicología que destacado a
través de toda la República, estudiara
directamente en cada lugar de ella el
alma de los indios, el alma de los
mestizos, el alma de los blancos [...] y les
diera una identidad.
Ezequiel Chávez
Resumen
El presente ensayo pretende realizar una aportación a la inteligibilidad de los
procesos de desarrollo de la psicología en nuestro país. La génesis social y la
institucionalización de la psicología son elementos fundamentales para la
comprensión de su situación actual y el desarrollo explosivo que ha sufrido en los
últimos años. El proceso de institucionalización de esta disciplina no sólo nos revela
su proceso de crecimiento y difusión, sino la forma en la que dicho proceso se
encuentra fundamentado, construido y estructurado a partir de un mandato social.
Dicho de otra manera, la psicología en México no puede pensarse en abstracción
de los mandatos y encargos concretos que la orientan en función de su
constitución en un estado fragmentado, incapaz de asumir su pluralidad y
diversidad. La creación de un sujeto mexicano es, así, su proyecto y su fracaso: es en
este fracaso que la psicología experimental se constituye. Por ello, la revisión de su
génesis social, especialmente su proceso formativo durante el periodo liberal, resulta
de especial importancia.
Palabras clave: psicología experimental, génesis social, institucionalización,
universidad nacional.

Abstract
Social genesis of psychology in Mexico. Experimental psychology at National
University of Mexico. This paper intends to contribute to the intelligibility of the
processes of psychology development in our country. Social genesis and
psychology institutionalization are essential to understand their current situation and
the explosive growth that has suffered in recent years. The institutionalization of this
discipline reveals the process of growth and dissemination, but the way in which
this process is founded, built and structured from a social mandate. Put another
way, the psychology in Mexico can not be an abstraction of specific mandates that
guide it in terms of its constitution as a fragmented state, unable to asume its
plurality and diversity. The creation of a Mexican subject is, thus, its Project and its

1Candidato a doctor en Ciencias Sociales, UAM-Xochimilco. Profesor de la FES Iztacala y de la Facultad de Psicología de la
UNAM.

2 Profesor-investigador en el Departamento de Educación y Comunicación, UAM-Xochimilco.


failure: in this failure experimental psychology is constituted. Therefore a review of its
social origin, especially its formative process during the liberal period, is particularly
important.
Key words: experimental psychology, social genesis, institutionalization, national
university.

Introducción
El concepto de génesis social es uno de los pilares básicos del análisis institucional3.
Describe una situación, una manera de construir las memorias constituyentes de las
formas sociales institucionalizadas. A partir de este concepto, los procesos
institucionales que se estudian desde la perspectiva institucionalista adquieren su
densidad histórica. Pero no se trata de una forma cualquiera de historizar. La
génesis social nos reenvía permanentemente al debate entre historiadores y
sociólogos, entre la historia y la memoria; nos remite a las condiciones sociales e
históricas de posibilidad en la conformación de los procesos institucionales.
De esta manera, la génesis social no solamente reconstruye un pasado intentando
mantenerse fiel a los hechos históricos, sino que remite permanentemente a un
presente desde el cual el pasado adquiere sentido. Completa de esta manera al
concepto histórico, ya que el pasado nos permite, por lo menos en cierta medida,
elucidar algunos aspectos del presente.
Existe en toda génesis social un llamado al imaginario. Por así decirlo, es desde el
presente desde donde elegimos nuestro pasado. Recorremos los antiguos linajes,
establecemos asociaciones directas e indirectas, atribuyendo al pasado rasgos de
nuestro presente, y asumiendo en nuestra dinámica identificaciones con personajes
y situaciones pretéritas.
La psicología en México, afortunadamente, no ha logrado la unificación y
uniformidad que muchas de las mentes más brillantes en nuestro país han soñado.
No existe un consenso en las comunidades de psicólogos sobre los métodos y
teorías apropiados para la disciplina. Los objetos de estudio son cada vez más
disímiles. Además del surgimiento inusitado de una enorme cantidad de escuelas de
psicología, estamos viendo el desarrollo de un gran número de especialidades y
subespecialidades que cada vez tienen menos que ver entre sí.
Este panorama obliga a preguntarse, en el contexto de la psicología social, sobre las
condiciones de la institucionalización de la disciplina. Pregunta tanto más difícil,
cuanto las descripciones suponen un punto de partida tangible, una concepción de
inicio que subtiende todo el esfuerzo de historización. Hablar de los orígenes de la
psicología en México nos remite a una pregunta que no podemos contestar: ¿cuál
psicología?, ¿el psicoanálisis?, ¿la psicología social?, ¿las prácticas psicológicas
asistenciales?, ¿el trabajo promocional sobre la subjetividad?
Por ello, nuestro título tiende a especificar el campo institucional en el que
intentamos movernos. No es una elección azarosa. La psicología experimental,
heredera del positivismo mexicano, tiene una larga tradición en nuestro país.
Acompañó de cerca muchos de los procesos de institucionalización de la
universidad en México. Fue un campo en el que fraguaban formas sociales

3 En este artículo, nos referimos al análisis institucional como la corriente de pensamiento que se inició en Francia alrededor de
la década de 1960, que encontró en su tendencia socioanalítica una de las expresiones conceptuales más acabadas; sus
principales promotores fueron Georges Lapassade y René Lourau.
derivadas de los encargos y mandatos sociales que fueron constituyendo el
proyecto de la psicología. De esta manera, la psicología en México, especialmente la
experimental, se constituye como una memoria de las respuestas, siempre
transitorias y posiblemente incompletas, que grupos de intelectuales y profesionales
daban al Estado, en una tensión entre la conformación de una singularidad propia,
y los mandatos estatales para su constitución como técnicos del saber práctico,
como felizmente retratara Basaglia (1975) a los profesionales psi.
El recorrido sobre la institucionalización de esta disciplina en México nos lleva al
momento fundacional de la Universidad. Es ahí donde la psicología protagoniza el
proceso de constitución de la nueva intelligentsia mexicana, un grupo que al abrir
su propio espacio institucional se constituye en interlocutor y actor privilegiado en la
organización y transformación del moderno Estado mexicano. Así, la génesis social
de la psicología experimental va paralelo de la nueva universidad, de esa
universidad moderna, jaloneada entre el proyecto de convertirse en instrumento
auxiliar de las políticas de un Estado casi fatal y permanentemente autoritario, y sus
formas negativas, que poco a poco fueron constituyendo el proyecto –su más
noble función– de ser la conciencia crítica de la sociedad, la reflexividad de una
sociedad que se quiere autónoma.
En este ensayo, el proceso de institucionalización es uno de los ejes fundamentales
para la caracterización de la génesis social de la psicología experimental. A partir de
la institucionalización, los procesos, los movimientos sociales, los diferentes proyectos
que surgen en la práctica social van adquiriendo una existencia social visible. Esta
conversión de una idea en diversas formas materiales, en diferentes esquemas
relacionales y vinculares no es, sin embargo, un proceso sencillo o unidireccional.
Los procesos de institucionalización se revelan como fenómenos extremadamente
complejos que, sin embargo, resultan especialmente significativos en el estudio
sobre la subjetividad y las dimensiones imaginarias que privan en nuestra sociedad.
Los procesos de institucionalización, de acuerdo con Lourau (1980), deben ser
estudiados a partir de dos conceptos eje: el principio de equivalencia ampliado y el
efecto Mühlmann. El primero de ellos nos remite a la figura de un Estado-
inconsciente que se constituye como modelo imaginario de todas las formas
sociales, como garante de su simbolización y de su existencia material: su institución.
En relación con el segundo, este efecto plantea el fracaso del proyecto fundacional
del movimiento, como condición estructuralmente necesaria (según el
planteamiento de Mühlmann) para su institucionalización; es decir, que la forma
institucionalizada se constituye como negación de la dimensión profética o utópica
del movimiento.
Es desde esta perspectiva que nos acercamos a la génesis social de la psicología
experimental en México. El proceso de institucionalización de esta disciplina no sólo
nos revela su crecimiento y difusión, sino la forma en la que dicho proceso se
encuentra fundamentado, construido y estructurado a partir de un mandato social
(siguiendo la feliz expresión de Basaglia). Dicho de otra manera, la psicología en
México no puede pensarse en abstracción de los mandatos y encargos, bien
concretos, que la orientan en función de su constitución en un Estado
fragmentado, incapaz de asumir su pluralidad y diversidad. La creación de un sujeto
mexicano es, así, su proyecto y su fracaso: es en este fracaso que la psicología
experimental se constituye.
El contexto liberal
Durante el siglo XIX la introducción de la ciencia en América Latina fue una
estrategia para confrontar los antiguos poderes coloniales. Se pretendía sustituir la
religión católica, que promulgaban los grupos hegemónicos antagonistas al
liberalismo, por la religión científica, promovida en ese momento por el liberalismo
juarista.
En el plano filosófico, el positivismo constituye una teoría del conocimiento, a partir
de la cual se asume que el medio del que dispone el hombre para conocer es el
método científico. Aun cuando se pueden establecer leyes del funcionamiento de
los objetos estudiados, la búsqueda de finalidades últimas no es el objetivo de este
modo pensar (Zea, 1993).
En el plano social, para esta doctrina, la sociedad constituía un organismo en
desarrollo –más que una colección de individuos–, y la forma de conocerla es a
partir de una perspectiva histórica, matizada por la filosofía social darwinista
formulada por Spencer.
Según esta doctrina, la sociedad, lo mismo que la mente humana, pasa por tres
estadios de desarrollo: el teológico, el metafísico y el positivo (científico). Por esto,
cada sociedad debe identificar en qué etapa de su desarrollo histórico se encuentra,
y tomar las acciones pertinentes.
La filosofía del positivismo fue adoptada por las clases dominantes tanto en Europa
como en México. Es un campo de pensamiento destinado a justificar el orden social
imperante, pero, como dice Paz (1994), al importarlo de Europa el positivismo
cambió de naturaleza.
Allá, el orden social era el de la sociedad burguesa: democracia, libre discusión,
técnica, ciencia, industria, progreso. En México, el mismo discurso intelectual fue la
máscara de un orden fundado en el latifundismo. Así:
Se produjo una escisión psíquica: aquellos señores que juraban por Comte y por
Spencer no eran unos burgueses ilustrados y demócratas sino los ideólogos de una
oligarquía de terratenientes
[Paz, 1994:324].
El positivismo constituye una filosofía de orden, que era lo que los liberales
victoriosos buscaban imponer. Mediante la adopción de esta escuela de
pensamiento era posible alcanzar tal finalidad, y eso sería posible a condición de
unificar y reducir al máximo las diferencias y la disidencia. La Reforma Educativa,
emprendida a mediados del siglo XIX, se encargaría de llevar a cabo esta misión,
que procuraría el dominio sistemático de la ciencia moderna.
Iniciada en la Escuela Nacional Preparatoria, esta reforma educativa fue
emprendida, a petición presidencial de Benito Juárez, por Gabino Barreda (1810-
1881), quien realizara estudios directamente con Augusto Comte entre 1848 y
1851. El espíritu positivista del cambio sufrido en la educación se manifestó en el
énfasis en el aprendizaje enciclopédico, en el mayor peso dado a lo práctico y
científico, y en cuanto a la comunión con el secularismo. La meta a lograr consistía
en que, mediante esta educación, el estudio sistemático de las ciencias (es decir, en
complejidad creciente) se estimularía en el orden de lo mental y lo social, y se
impediría el desajuste social4.
Evidentemente, la política era considerada como una actividad científica desde esta
perspectiva. Así, la “política científica”, dirigida a las élites gobernantes, implicaba que
el método científico se podía aplicar al estudio y solución de los problemas
nacionales. En esta medida, la política se podía considerar una ciencia experimental,
que se guiaba por la observación y la investigación. Sus postulados, que no dejan
de hacernos pensar en el presente, en particular respecto de las posiciones de
algunos partidos políticos, planteaban que la sociedad debía ser administrada por
representantes elegidos (en vez de gobernada); debía ser una sociedad industrial, y
los industriales sus nuevos dirigentes, dado que estaban familiarizados con las
finanzas y la administración. La relación entre el análisis científico y el político,
necesario para la regeneración social, la realizaría una élite de asesores (sabios). Esta
idea de democracia, tan acorde a los tiempos actuales, prefiguraba una gestión
política y administrativa de la sociedad más de corte aristocrático que republicano.
Tocó a Justo Sierra desarrollar la política científica del país, y con ella se pretendía
acabar con las revoluciones y desórdenes (relacionados con los quebrantos
financieros y económicos, lo mismo que con problemas políticos), llamar a la
conciliación nacional y al fortalecimiento del gobierno (uno que trocara los
“derechos” constitucionales utópicos por orden y seguridad). Todo en respuesta a
las demandas de la sociedad industrial.

Influencia de Spencer en América Latina


El positivismo se instauró en América Latina, lo mismo que las condiciones que lo
auspiciaron. La sociedad se concebía como un organismo de la naturaleza, más
que una colección de individuos, sujeto a cambios en el tiempo. Se concebía así
sobre todo en las clases dominantes. Este punto de vista estaba configurado a partir
de la filosofía de Comte, creador de esta doctrina. Sin embargo, otros pensadores de
esta misma orientación, con algunas diferencias en ciertos puntos, también
resultaron de gran influencia en el pensamiento liberal latinoamericano. Es el caso
de Herbert Spencer, especialmente en lo que se refiere a la evolución humana y al
desarrollo de sociedades particulares. Para Spencer, resultado de prolongadas
etapas de adaptación natural, la culminación de la sociedad humana estaba
representada por la sociedad industrial, que sería individualista, liberal y sin Estado.
Spencer fue importante entre la intelectualidad latinoamericana ya que el sistema
evolucionista que proponía se basaba en el desarrollo de sociedades específicas. Por
esto mismo, este autor resultó una influencia para los latinoamericanos en cuanto
les permitía atender las peculiaridades de su propia sociedad dentro del concierto
universal. El concepto de “raza” era uno de los aspectos que él atendía de manera
prioritaria.
Robert Boakes, importante psicólogo experimental e historiador de la psicología, lo
describe de la siguiente manera:

4
Esta reforma educativa se hacía sobre el proyecto, ya entonces fracasado, de la educación lancasteriana. Los liberales habían
acudido a los modelos de las logias masónicas (y en este punto debemos recordar los aspectos sectarios y clandestinos que
definen a ese tipo de grupos), para estructurar el proyecto educativo de la nación.
El pensamiento social de Spencer era tan radical como su pensamiento científico y
estaba igualmente influido por las implicaciones que él mismo encontraba en su
teoría de la evolución. Para él, el progreso social se alcanzaría mediante un
“liberalismo genuino” que maximizara la libertad individual y minimizara las
interferencias del Estado; las vacunas y el cuidado de los enfermos y los locos servían
únicamente para fomentar la regresión del género humano; las diferencias
económicas y sociales entre las razas, los sexos y las clases eran parte del orden
natural, una parte necesaria de la evolución. En lo que a las instituciones sociales se
refiere, el liberalismo de Spencer no se caracterizaba por su entusiasmo por el
sistema democrático: “El gobierno representativo es el mejor posible para la
administración de la justicia y el peor posible para todo lo demás” [1996:39].
Aunque originario de la Gran Bretaña, su mayor influencia se dio en Estados
Unidos, puesto que en su país de origen ya empezaban a manifestarse los
problemas generados por su laissez-faire. Esto aún no sucedía en norteamérica,
puesto que su proceso de industrialización se encontraba en una etapa inicial, por
lo que el lema “la supervivencia del más apto” tuvo una gran aceptación, donde se
suponía que el más apto era el más rico. Boakes hace ver que la filosofía de Spencer
podría ser usada para justificar la aniquilación de una raza y una cultura, lo mismo
que la competencia ilimitada entre los individuos.
En México, el positivismo se volvió el discurso ideológico mediante el cual se
expresarían también el porfirismo y los científicos. Como señala Zea (1993), en
Spencer y Darwin, el grupo social que sostenía tales doctrinas encontraría la
justificación de su lugar y de los medios usados para alcanzarlo. Sin embargo,
anotemos lo que también dice Zea: “en el fondo de todos los males de México está
una realidad histórica y no una doctrina filosófica”.

La psicología en el siglo XIX


En el siglo XIX la psicología florecía como ciencia proporcionando otra dimensión a
la conciencia de la “raza”. Hale (1990) señala que, a mediados del siglo, con H.
Taine se pretendía analizar el “estado moral elemental” o “psicología” de un pueblo,
que resultaría de tres fuerzas principalmente: la raza (o tendencias innatas
hereditarias vinculadas al temperamento y la estructura corporal), el milieu y el
momento. De manera posterior, junto con Georges Soler y Ortega y Gasset, se deja
sentir en México el “nefasto” impacto, según Bartra (1987), de Gustave Le Bon. Su
doctrina, que tuvo una gran influencia en América Latina, otorgaba un lugar
fundamental a la cuestión de la raza. Para él, el “alma” de un pueblo conforma su
“constitución mental”: es decir, las características morales e intelectuales que
determinan su evolución, que son inalterables y se reproducen de modo constante
por la herencia. De esta forma, Le Bon procede a una clasificación psicológica de las
razas. Las superiores serían las indoeuropeas, seguidas por la anglosajona muy por
encima de las latinas. El carácter de la raza se deriva de las ideas que penetran en el
alma racial y se convierten en pensamientos inconscientes permanentes, tales como
el individualismo, la libertad y el sentido del deber de los anglosajones. Esto en
contraposición a la búsqueda de igualdad y la dependencia del Estado de los
latinos: América del norte y América del sur son la demostración de esta hipótesis.
En la primera, la estabilidad y el progreso son la constante, mientras que en la
segunda, la anarquía y la autocracia constituyen las diferencias en cuanto al
carácter. Estos argumentos produjeron un cierto pesimismo en el pensamiento
latinoamericano de la identidad nacional, especialmente en aquellos que volteaban
los ojos a Europa al buscar sus raíces culturales.
De manera paulatina y como parte de las reacciones al positivismo (que no
implicaban su abandono total, como veremos), tuvo lugar lo que podemos llamar la
“psicología regional” (o el surgimiento de la identidad racial o nacional). Con A.
Arguedas (Pueblo enfermo, 1909) se da la vinculación entre las condiciones
ambientales –el hábitat– y sus características psicológicas, aun cuando al hablar no
de región sino de nación, la determinación racial retomara el lugar preponderante.
Esta psicología regional parecía estar más determinada por factores geográficos que
por raciales (al menos en las culturas regionales de Bolivia, que fue donde se realizó
la investigación). Sin embargo, se seguía considerando fundamental la raza, al
menos al referirse a la nación. La ambigüedad contemplada en esta especie de
sociología positivista refleja una tendencia de la época, en la que ese pensamiento
positivista era puesto en cuestionamiento por diversos sectores, e identifica la
tensión entre el determinismo racial y el ambiental.
Las diversas explicaciones o interpretaciones acerca del carácter o identidad
nacional en los países latinoamericanos, intentaron modificar de varias formas ese
pesimismo intelectual. En el plano político una de estas formas consistía en
proponer el “blanqueo” de nuestras razas mestizas o mulatas. En esta perspectiva,
Porfirio Parra afirmaba, hacia 1900, que el método positivista puede remediar los
males de nuestra raza.
Sin embargo, las críticas a esta doctrina tenían también como fuente los datos
mismos de la investigación empírica, que de alguna manera ponía en duda los
supuestos de superioridad racial. En Brasil, un autor de nombre Euclides de Cunha,
encontraba en la observación de una etnia (Sertanejos) no sólo que este pueblo era
capaz de adaptarse (cosa importante de contrastar en ese momento), sino que tal
vez constituían el núcleo mismo de nuestra nacionalidad, los cimientos de nuestra
raza. El trabajo de De Cunha es importante no sólo porque manifiesta un avance
más en la dirección del cuestionamiento del determinismo racial y una revaloración
de la raza, sino –sobre todo– por la conformación de un nuevo campo de estudio
en el pensamiento social: la base étnica o racial de la identidad nacional.
En la medida en que las influencias del pensamiento europeo se dejaban sentir, el
determinismo racial había sentado sus reales en México. Sin embargo, resultaban
evidentes fuertes contradicciones al respecto. A principios del siglo XIX, en la guerra
de Independencia y la Reforma, un hecho destacado consistió en que estos
movimientos llevaron aparejados la participación de las masas y, paradójicamente
en relación con el determinismo racial, gran parte de sus héroes fueron indios
(Benito Juárez) o mestizos (José Ma. Morelos). Hale (1990) señala algo que tampoco
ha cambiado radicalmente en el presente: la negación del indio por parte de la élite
intelectual, lo que había llevado a asumir un sentido criollo de la nacionalidad:
La verdadera barbarie de esta ideología “civilizada” consistió en que excluía de
la noción de civilización todos los modelos alternativos de existencia, indios,
negros, comunitarios, así como toda relación de propiedad que no fuese la
consagrada por la economía liberal. Notablemente esta postura excluía el estilo
de vida secular basado en la propiedad comunal, como el ejido y el producto
agrario compartido. Estas culturas alternativas se afiliaban con una escala de
valores diferentes a los de las ciudades. La tradición, el conocimiento mutuo, la
capacidad de autogobierno entre comunidades que conocían bien a sus
propios habitantes. La cercanía y el buen uso de la naturaleza y la sospecha
hacia leyes abstractas impuestas desde arriba, fueron parte de esta civilización
alterna negada por la mentalidad progresista del siglo XIX. La cultura alternativa
de indios y negros fue vista como un obstáculo contra el progreso por las élites
liberales que ellos consideraban “científica”. Tal ideología no era sino una
adaptación de la filosofía positivista de Comte [Fuentes, 1992:305-306].

Más adelante continúa:


El lema de esta filosofía “Orden y Progreso” inspiró a todos los gobiernos
modernizantes del siglo XIX. Incluso, terminó plasmándose en el centro mismo
de la bandera nacional brasileña. El positivismo permitió a los altos sacerdotes
de la real politik latinoamericana presentarse envueltos, no en sus banderas
nacionales, sino en una filosofía que disipaba las brumas de un pasado
metafísico. Puesto que era posible predecir científicamente el movimiento de
la sociedad, también era posible administrar el cambio y, subsecuentemente,
eliminar los obstáculos al cambio, el primero de los cuales era la población
indígena. El escritor argentino Carlos Bunge, en Nuestra América, bendijo el
alcoholismo, la viruela y la tuberculosis por haber diezmado a los indios y
negros de las Américas. La propaganda contra los indios fue el contrapunto
de un ferviente deseo de traer inmigrantes blancos europeos a la América
Latina. En México, la dictadura de Porfirio Díaz se proclamó a sí misma
“científica” e inspirada por el positivismo [ibid.:306].

De esta forma, queda claro que los grandes remedios a los males del siglo
antepasado radicaban en el blanqueo de la población y, como Pimentel (1854, en
Hale 1990) lo sugeriría en su tiempo, la eliminación de la palabra raza.
En México, después de 1870, particularmente con Justo Sierra, el pensamiento
evolucionista propició una nueva y optimista concepción de la raza. A diferencia de
otros pensadores proclives al pesimismo racial, como Le Bon que afirmaba el efecto
debilitador de la mezcla de razas, Sierra pensaba que uno de los elementos del
crecimiento de la nación mexicana como “personalidad autónoma” consistía en que
los mexicanos eran vástagos de dos razas, nacidos de la Conquista, frutos de España
y de la tierra de los aborígenes. El hecho de que la población mestiza se hubiese
triplicado durante el siglo XIX, era clara refutación de los supuestos lebonianos sobre
los mestizos, que se habían transformado en el factor dinámico y político
determinante de nuestra historia. Aun cuando Sierra no se alejaba demasiado de los
lineamientos positivos, podemos considerar que uno de los aportes fundamentales
de su pensamiento fue haber “dotado” a México de un germen de identidad
nacional, y ésta residía en el mestizo.

La reforma educativa en el periodo liberal


La historia de México, contemplada desde la perspectiva positivista, hacía suponer
que la historia humana se desarrolla en etapas predecibles y universalmente válidas.
Como ya lo mencionaba Fuentes (1992), para los países de América Latina bastaría
saber en qué etapa de su historia se encontraban para insertarse científicamente en
la búsqueda del progreso. De acuerdo con esto, el desarrollo de la historia de
México podría entenderse a partir de las siguientes etapas: en primer lugar, por el
estado teológico, en el que la política y el dominio social estuvieron en manos del
clero y la milicia. La lucha de liberales contra conservadores –con el triunfo de los
primeros– representa la fase combativa, o estado metafísico, que implica la
destrucción del orden previo (teológico) y su sustitución por un orden positivo. La
construcción del estado positivo, tercera fase, era la tarea del momento, que
consistía en establecer el orden donde el caos y la anarquía habían imperado. Una
de las acciones más importantes a tomar para llevar a cabo la instauración del
orden consistía en uniformar las conciencias de los mexicanos. En este tenor, la
educación adquiría un papel fundamental en los objetivos perseguidos, razón por la
cual la reforma educativa adquiría una importancia crucial.
Los argumentos expuestos en el discurso conocido como la “Oración Cívica”,
pronunciado en 1867 por Gabino Barreda, fueron percibidos por el presidente
Juárez como el instrumento adecuado para cimentar la revolución reformista,
como la base de la doctrina que el cambio educativo necesitaba. En este discurso se
enfatizaba que la Independencia había sido vindicada, que reinaban las Leyes de
Reforma y la Constitución, y que a partir de ahí el lema sería Libertad, Orden y
Progreso. Pero para Barreda la libertad era un logro del pasado: el orden y el
progreso la tarea del futuro (Hale, 1990).
Con ese mismo trasfondo ideológico fue redactada –ese mismo año– la ley que
reglamentaba la instrucción en México, desde la primaria, hasta la profesional,
pasando por la preparatoria (véase en el Apéndice I la Ley de Enseñanza
Preparatoria en el Distrito Federal de 1897). Gabino Barreda fue llamado por Benito
Juárez como parte de la comisión encargada de proponer la reorganización
educativa. En la reforma educativa que éste propondría, Juárez vería el instrumento
que terminaría con el caos y el desorden en el que México había caído.
El clero católico fue objeto de las baterías de Gabino Barreda en el discurso
mencionado (Krauze, 1994; véase también Historia general de México, tomo II), así
como del partido liberal. Si bien la iglesia católica (estado teológico) es uno de los
estados que la humanidad ha tomado en su marcha hacia el progreso, ya no tiene
razón de ser, en tanto la emancipación a la que debiera aspirar la humanidad es de
naturaleza triple: científica, política y religiosa. En este sentido, el liberalismo
mexicano es visto por Barreda como una expresión del espíritu positivo, en tanto el
clero representa el espíritu negativo que se opone al avance revolucionario.
Una secuela de este razonamiento la constituyó el intento por descatolizar a los
mexicanos, dado que desde el púlpito la iglesia seguía representando una fuerte
oposición al orden por establecerse. Melchor Ocampo propuso cambiar la religión
de los mexicanos y establecer el protestantismo, y Lerdo de Tejada, como presidente
de México en 1872, promovió de manera activa la inmigración de los primeros
protestantes. Como sabemos, el resultado conseguido estuvo lejos de ser el
esperado. Sin embargo, debe mencionarse lo anterior en tanto forma parte de la
actitud que debiera tener la nueva educación.
El Partido Liberal, al constituirse en Estado, tuvo que establecer las bases para un
orden social duradero. La burguesía, como dice Zea (1993), clase de la que habían
salido los principales dirigentes de este partido, dotó de principios al movimiento
revolucionario contra la iglesia y la milicia. De las filas de la clase vencedora saldrían
los futuros dirigentes del nuevo orden de cosas: deberían, por esto mismo, recibir
una educación adecuada a esos fines.
Sin embargo, esta nueva educación no sería únicamente para las clases dirigentes,
sino que dado que el desorden social y político se origina en el desorden en las
conciencias, éstas deben uniformarse, para evitar la anarquía. Era necesario que la
instrucción fuera igual para todos, al margen de la profesión elegida, pues todas
deben obrar de conjunto para lograr un mismo fin, que es el bienestar social. Así,
Gabino Barreda había de proponer que todos los mexicanos recibieran la misma
educación y, también, la obligatoriedad de la primaria. Aparece aquí, de manera
reiterada, uno de los encargos, o mandatos sociales que generarían las condiciones
de formación de la intelligentsia mexicana. Está presente, como estuvo referido en
las secciones anteriores, la necesidad de generar una identidad nacional desde la
cual se puedan ejercer los mecanismos de control del Estado. Pero el otro eje es la
uniformidad, la posibilidad de generar, en medio de la desordenada pluralidad y
heterogeneidad de la población, la constitución de un sujeto, a partir de la
organización social de los procesos de educación e instrucción. La formación del
aparato científico y educativo estaría subtendida por el impulso de un modelo que
requería ineludiblemente el rechazo de la pluralidad y la heterogeneidad
constituyente de la población del país.
En la exposición del nuevo plan de estudios para la Escuela Nacional Preparatoria,
Barreda propone que la educación deberá abarcar la enseñanza de todas las
ciencias positivas, empezando por las matemáticas, hasta las ciencias naturales y,
finalmente, la lógica. La enseñanza de los idiomas vivos se va intercalando, mientras
que el latín se daría al finalizar los cursos. El español y la lógica quedan también al
final ya que, en el caso del primero, hasta ese momento el alumno sería capaz de
percibir la importancia del idioma; en cuanto a la segunda, para ser comprendida
primero tenía que ser mostrada en la práctica –las materias positivas. Esta reforma
educativa, expuesta de manera tan escueta, habría de ser objeto de fuertes críticas
en periodos posteriores, que dificultarían su puesta en práctica, y que llevarían a
cambios en los programas de las materias (en el periodo conocido como el
“krausismo”), y a su restablecimiento con ciertas modificaciones. Una vez que triunfó
la Reforma se funda, en 1877, la Asociación Metodolófila “Gabino Barreda”. De sus
integrantes, Porfirio Parra y Manuel Ramos nos interesan especialmente. Para el
primero (1882; en Zea, 1993), discípulo de Gabino Barreda, el positivismo era el
único sistema compatible con la situación política imperante en la época. Debía
adoptarse en los colegios nacionales, puesto que, además, corregía ciertas
tendencias defectuosas de nuestra raza.
Manuel Ramos fue otro de los miembros importantes de la Asociación Metodolófila.
Desde la perspectiva de las ciencias positivas, Ramos pretendía justificar sus ideas
acerca de las ciencias sociales. Para él, la ciencia social es posible de igual forma que
la ciencia biológica; la primera debe estudiar el nacimiento, desarrollo, estructura,
funciones de la sociedad, de la forma que la segunda los estudia en el individuo.
Debe determinar los caracteres comunes a todas las sociedades, los menos
generales que convienen a ciertos grupos, los particulares a cada uno, etcétera, sin
dejar de lado el conjunto de las circunstancias en medio de las cuales se desarrollan
las sociedades, es decir, la influencia del medio. No es esperable de esta ciencia la
exactitud, puesto que en rigor, tampoco las ciencias exactas lo son. En el “Estudio de
las relaciones entre la sociología y la biología” (en Zea, 1993), propone Ramos que
hay que considerar en el hombre un orden de fenómenos de tipo biográfico
(psicológicos, diríamos nosotros), que la biología no puede prever. Lo mismo en las
sociedades, hay dos tipos de fenómenos, unos de los que da cuenta la historia y
que la sociología tampoco puede prever, así como otros relativos a su desarrollo,
estructura y funciones que suministran los materiales de la ciencia social, que
pueden prever la marcha de los fenómenos sociales. Para Ramos, la sociedad es a la
historia lo que la biología a la biografía.
Estas ideas de Ramos sobre las relaciones entre sociología y la biología, lo mismo
que las obras de Parra sobre lógica y psicología nos permiten ir conformando el
perfil de la psicología mexicana de principios de siglo XX basada en el marco
positivista, el método experimental y la reducción de los fenómenos psicológicos a
procesos parabiológicos.
La institucionalización de la psicología experimental en México
Inspirado en los vientos positivistas que soplaban en la época, Parra escribe su
Lógica, retomando principalmente el punto de vista de James S. Mill y Alexander
Bain. Dicho trabajo fue usado como libro de texto en la Escuela Nacional
Preparatoria a partir de 1903. En el campo de la psicología participó también de
manera destacada.Publicó en la Revista Positiva los artículos “Las localizaciones
cerebrales y la psicología” (1901) y “Enumeración y clasificación de las formas de
sensibilidad” (1902). Sin embargo, para nuestros motivos, un aspecto importante fue
que Porfirio Parra formó parte del grupo que educaría a la segunda generación de
positivistas, de la que Ezequiel Chávez formaba parte.
Ezequiel Chávez (1868-1946) es considerado uno de los pioneros de la psicología
experimental mexicana. Fundó la primera cátedra de psicología en 1896, y elaboró
el programa para esta materia que fue presentado a Joaquín Baranda, entonces
secretario de Educación Pública. El presidente Porfirio Díaz aprobó este currículo,
con lo cual se procedió a formalizar el primer curso de psicología en la Escuela
Nacional Preparatoria en 1896. Chávez fue el encargado de impartirlo (Díaz-
Guerrero, 1980; Valderrama, 1994)5.
Ezequiel Chávez, filósofo de orientación positivista, fue uno de los discípulos más
importantes de Justo Sierra. Fue promotor de la enseñanza de la psicología
experimental en México, lo mismo que el punto de partida de los estudios sobre el
carácter (o identidad) del mexicano del siglo XX, como lo plantea Bartra (1987). En
el “Ensayo sobre los rasgos distintivos de la sensibilidad como factor del carácter del
mexicano”, publicado en la Revista Positiva (núm. 3, marzo de 1901), Chávez dice:
Dificilísimo es en todo caso fijar en cualquier pueblo los rasgos distintivos de
su carácter, los que hagan que determinadas formas constitutivas, de
educación o de represión, lo perfeccionen, y que, otras no le sirvan; y de aquí
resulta que pueda afirmarse que no hay un solo país en el que descanse
sobre una base verdaderamente científica la pública organización.
No obstante, en varios pueblos se ha principiado ya a estudiar el carácter
nacional, al que debían adaptarse las instituciones, y es valioso de tal estudio
el fino análisis que, de la psicología de los eslavos ha hecho el hábil
observador Sikorski; pero mejor que en casi toda Europa en los Estados
Unidos se procura en el momento presente, observar y analizar las
condiciones psíquicas de los elementos nacionales tales como aparecen en la
infancia o en la juventud y a ese fin los alumnos en los laboratorios de
psicología experimental de las universidades se someten a múltiples

5
Nos encontramos aquí con un momento culminante en el proceso de institucionalización de la psicología en nuestro país. El
primer curso de psicología, impartido en la ENP, significaba un lugar de visibilidad y un espacio social para la psicología. Adquiría,
entonces, su carta de ciudadanía.
observaciones para adaptar a las circunstancias de cada cual los métodos
apropiados y las dosis y la dirección de trabajos que le convengan.
En México casi nada o a lo menos demasiado poco hay sobre el particular [...]
Importa en consecuencia elaborar el estudio que en el particular no existe;
fruto suyo será la institución científica del tratamiento adecuado, para la
educación de los diversos componentes del cuerpo social, para la represión
de los delincuentes, para la coherencia de los asociados todos.
En 1890 Porfirio Díaz otorgó a Justo Sierra el cargo de secretario de Justicia,
Instrucción Pública y Bellas Artes. Justo Sierra llamó a Ezequiel Chávez a colaborar
como subsecretario de Instrucción Pública y se iniciaron los esfuerzos por crear una
Universidad Nacional. Previamente, en 1903, cuando aún era diputado, Justo Sierra
había comisionado a Chávez para que investigara en Estados Unidos las
universidades de prestigio que permitieran apoyar el establecimiento de la
Universidad Nacional de México. Estos esfuerzos fructificaron en 1910, cuando
Porfirio Díaz aprobó el proyecto y se estableció dicha universidad. Posteriormente,
Chávez ocuparía diversos puestos públicos, entre ellos el de rector de la Universidad
Nacional de México en un par de ocasiones.
La falta de disponibilidad de textos de apoyo para impartir la cátedra de psicología
en la ENP , llevó a Chávez a traducir el libro de Titchener, Elementos de psicología,
obra que se usaría en esa institución como texto durante muchos años. También
con su participación se fundó la primera asociación psicológica mexicana, la
Sociedad de Estudios Psicológicos.
Los cursos de psicología que Chávez impartía se daban como parte de los estudios
de graduados en filosofía en la Escuela de Altos
Estudios, en la que había un laboratorio experimental
a cargo de Enrique O. Aragón, discípulo de Chávez.
De la cátedra impartida por su mentor, Aragón
publicaría la primera obra escrita en México por un
autor aborigen, que se llamó La psicología (en Para conocer
Valderrama et al., 1994). Enrique O. Aragón fue más de este tema:
profesor de psicología de la Escuela Nacional
Preparatoria durante 36 años, así como fundador del  Millan, P. LA psicología
mexicana una proifesion
primer laboratorio de psicología experimental en
en crisis.
México, diseñado a semejanza del de Wundt, y con http://publicaciones.an
aparatos traídos de Alemania. uies.mx/pdfs/revista/Re
El positivismo sirvió de marco para el surgimiento de vista43_S1A4ES.pdf
la psicología experimental en México. El énfasis en el  Preciado, H., Rojas L.
dominio de la ciencia, en la aplicación del método de Notas sobre la
Enseñanza de la
la observación y la experimentación que impactaba al Psicología en México:
total de la sociedad, naturalmente impactó también a Estado actual y
la psicología. Lo mismo que la doctrina positiva, el perspectivas de
antecedente de la psicología experimental practicada desarrollo.
http://publicaciones.an
en México fue europeo. La perspectiva uies.mx/revista/72/1/5
experimentalista de Wundt lo corrobora, lo mismo /es/notas-sobre-la-
que la influencia de Titchener. Pero todo esto se ajusta ensenanza-de-la-
psicologia-en-mexico-
al molde liberalista impuesto durante el siglo XX, estado-actual-y
inclusive la misión que se le asignaba por parte de
Ezequiel Chávez (1937, en Valderrama, 1994) a la
nueva psicología mexicana: “llegar a fundar en México un instituto de psicología
que destacado a través de toda la república, estudiara directamente en cada lugar
de ella el alma de los indios, el alma de los mestizos, el alma de los blancos [...] y les
diera una identidad”.
El proceso de institucionalización de la psicología experimental en México muestra
con nitidez los elementos de su proyecto, de su profecía, en términos de
Mühlmann. El proyecto de esta psicología se muestra subsidiario (¿subalterno?) al
proyecto liberal. Este proyecto político, proyecto de sociedad, tuvo una de sus
expresiones más importantes en el positivismo, “religión” científica que debería
romper las ataduras de la ignorancia cultivada desde el periodo colonial. En este
proyecto, el Estado debería crear a sus sujetos, muy distintos del pueblo, de esos
colectivos que fueron ocultados detrás del estereotipo construido, de ese salvaje en
el espejo que había que anonadar, que había que desaparecer. Y si el proyecto
liberal creó a ese mexicano que debía hacer desaparecer, irónicamente esa figura se
convertiría en el eje de una mitología que daría una nueva legitimidad al Estado
que surgiría en la quiebra del liberalismo.
El proyecto de la psicología en México sería entonces el mejor abanderado del
proyecto educativo del periodo liberal. El sujeto que constituía la pesadilla del
liberalismo, se convirtió en el único capaz de realizar lo que los grupos liberales y sus
“científicos” jamás lograron.

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Zea, L. (1993), El positivismo en México, FCE, México.
UNIDAD IV. CLASIFICACIÓN DE LA PSICOLOGÍA

MAPA CONCEPTUAL
Antecedentes de las tradiciones
contemporáneas psicológicas

Filosofía Fisiología Física

Mecanicismo
Dualismo Empirismo Óptica Psicofísica

Racionalismo Asociacionismo

Apriorismo Positivismo

Psicología

Ciencia Natural Ciencia Social Medición

Tradiciones de Pensamiento Psicológicas Contemporáneas

Psicodinámica Psicobiológica Conductista Cognoscitiva Psicosocial

Antecedentes y Antecedentes y Antecedentes y Antecedentes y autores Antecedentes y


representativos
autores autores autores autores
E. Titchener, F.
representativos representativos representativos representativos
Brentano, E. de
S. Freud,
R. Descartes, C. Darwin, Würzburgo, K. Lewin,
C. Jung, Psicología
A. Adler, W. James, E. Thorndike, F. Heider,
Gestalt,
K. Horney, J. Herbart, J. Skinner, L. Festinger y
J.Piaget,
H. Sullivan, J. Müller, C. Hull, L. Vygotsky, W. Dilthey
E. Fromm y I. Pávlov E. Tolman y F.Bartlett y
J. Lacan J. Kantor G. Kelly

Para conocer más visita: Clasificación de la psicología:

 https://prezi.com/t3viwkf4ah-s/ramas-y-clasificacion-de-la-psicologia/
 https://www.mindomo.com/es/mindmap/clasificacion-de-la-psicologia-
4b057001d4ef4e7bb45f4e757ea98cfa
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5924acn.pdf&titulo_articulo=G%E9nesis%20social%20de%20la%20psicolog%
EDa%20en%20M%E9xico.%20La%20psicolog%EDa%20experimental%20en%
20la%20Universidad%20Nacional%20de%20M%E9xico

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