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El sentimiento individualista

Pierre Lemieux

¿Qué un individuo aceptaría reconocer -- si se le fuera presentada la


posibilidad -- un número que el Estado elige para identificarlo? Esto habría de
parecerle un desafío a la conciencia de su propia dignidad, la cual no es
reducible a un componente numerado de la maquinaria social. No obstante, la
mayoría de la gente parece pensar que no hay nada que objetar a esto, bien
porque no poseen una conciencia clara de su propia dignidad o bien porque
realmente creen que ésta queda reforzada con la identidad que el Estado les ha
asignado. Trataré de probar que tal reacción es incoherente con el sentimiento
individualista, sentimiento del que depende la supervivencia de la libertad
individual.

En el análisis a más bajo nivel, puede entenderse el sentimiento individualista


simplemente como la conciencia del individuo de su existencia separada y de
la necesidad de preservarla. Aunque esta conciencia proporciona ciertamente
una base para el sentimiento individualista, yo lo entenderé como algo más, a
saber: esta conciencia incluye un sentimiento de profundo apego [attachment]
hacia la dignidad personal, la independencia y la propia responsabilidad.

Me centraré aquí en el individualismo como sentimiento, no en el


individualismo como teoría o como sistema social, aunque estas diferentes
categorías pueden reforzarse mutuamente. Pasaré de largo cuestiones
filosóficas y psicológicas sobre la relación entre percepciones, sentimientos e
ideas, cuál es causa de cual, etc. Me contentaré con asumir que existen ciertas
relaciones entre percepciones, sentimientos e ideas, que existen otras
relaciones entre éstas y los resultados sociales, y me ceñiré a las siguientes
preguntas: ¿necesario tal sentimiento individualista para la existencia de un
sistema social basado en la libertad individual?, ¿compatible con la sociedad y
el Estado?, ¿por qué ése sentimiento ha descendido aparentemente durante las
últimas décadas?

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1. Sentimiento individualista e individualismo
El individualismo se refiere a cosas de diferentes categorías: la palabra
"individualista" puede calificar un sentimiento, una teoría o un sistema social.
Aunque parece seguro suponer que el sentimiento individualista, la teoría del
individualismo y la experiencia de vivir en una sociedad basada en tal teoría
se refuerzan mutuamente, las relaciones entre esas clases de individualismo no
están siempre claras.

Por ejemplo, el sentimiento individualista, tal como lo he definido, no


coincide en extensión con el individualismo metodológico. El individualismo
metodológico es un enfoque heurístico según el cual sólo podemos
comprender los fenómenos sociales partiendo de las percepciones y acciones
individuales. Aunque es difícil imaginar a un individualista sentimental que no
se adhiera, por pura experiencia, al individualismo metodológico, un
individualista metodológico podría estar dispuesto --como recomienda
Friedrich Hayek-- a someterse a reglas sociales que ni comprende ni puede
justificar racionalmente. Un paso más en esa dirección, y esa postura se vuelve
incoherente con el sentimiento individualista. Pues supongamos que el Estado
del Bienestar se subsume en esas reglas: nuestro individualista metodológico
podría entonces verse obligado a admitir que el sentimiento individualista está
equivocado y es socialmente ineficaz.

El sentimiento individualista está más estrechamente relacionado con el


individualismo político. El individualismo político es la teoría que defiende
que --o el sistema social en el que -- el bienestar individual es el fin de la
sociedad y del Estado (si éste último fuese necesario). En un sistema político
individualista, los individuos son libres de organizar sus vidas de acuerdo a
valores no-individualistas (esto es mucho menos cierto, mutatis mutandis, en
un sistema socialista); y, dicho sea entre paréntesis, algunos individualistas no
tienen la suerte de vivir en sociedades individualistas. Pero es más difícil
imaginar a alguien que, creyendo en el individualismo político, no albergue un
fuerte sentimiento individualista, pues esto significaría que otorga más valor a
las individualidades de otra gente que a la suya propia. De forma similar, un
individualista sentimental creerá normalmente en el individualismo político, a
no ser que tal vez mantenga la posición "individualista-aristocrática" de que
sólo unos pocos elegidos son capaces de cuidar de su propio bienestar; pero
incluso entonces podría querer reforzar su postura de modo que, bajo un
sistema diferente, no fuese considerado como partidario de ella. En otras
palabras: hasta el "individualista aristocrático" se ve inclinado a elegir el
individualismo político.

2
La pregunta acerca de quién ha de evaluar el bienestar individual está
relacionada con la existencia de dos clases de individualismo político. Esta
bifurcación del individualismo político es la que rompe la relación natural
entre la teoría individualista y el sentimiento individualista. Lo que llamaré el
"individualismo libertario" permite a cada individuo ser el único juez de su
propio bienestar, y es totalmente coherente con el sentimiento individualista.
El "individualismo estatalista", por otro lado, otorga al Estado un papel en esta
evaluación y, por consiguiente, chocará frecuentemente con el sentimiento
individualista. Lo estrecho de la relación entre el individualismo político y el
sentimiento individualista depende entonces del tipo de teoría de que estemos
hablando. En esta ocasión me interesa fundamentalmente el individualismo
libertario, el cual está estrechamente relacionado con la concepción moderna
de la libertad individual.

Si las teorías, las experiencias y los sentimientos se refuerzan mutuamente, la


carencia de una dimensión acabará por amenazar a las demás. Consideremos
el sentimiento individualista vis-à-vis el sistema social. Es probable que una
sociedad individualista-libertaria no pueda mantenerse a sí misma si no hay en
ella muchos individuos que posean el sentimiento individualista. A la inversa,
es menos verosímil que el sentimiento individualista actúe en una sociedad
colectivizada. O consideremos las relaciones entre el sentimiento
individualista y las teorías del individualismo político. Un adepto de la teoría
individualista-libertaria está más expuesto a desarrollar el sentimiento
individualista, y un individualista sentimental está más expuesto a acercarse a
las ideas individualista-libertarias.

Esta última apreciación nos devuelve a la relación entre sentimientos e ideas,


entre emociones y razón, la cual habíamos decidido eludir. No obstante, hay
algunas razones para creer que no son reinos independientes, al menos porque
la gente, por lo general, intenta mantener cierta coherencia entre sus valores y
creencias y sus vidas e ideas. Promover el sentimiento individualista es tan
útil, y quizás aún más útil, que defender un libre mercado
desinstitucionalizado [disembodied].

2. Sentimiento individualista, sociedad y Estado


¿opone el sentimiento individualista a la sociedad? Algunos autores lo han
creído así. Quizá el más representativo de todos ellos sea el sociólogo francés
Georges Palante (1862-1925). Lo que Palante llamó "la sensibilité

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individualiste" era una reacción contra todas las constricciones sociales,
constricciones a las que las individualidades vigorosas no pueden someterse.
Aunque a menudo se encuentre cercano al individualismo libertario, él mismo
no distinguió explícitamente entre sociedad y Estado: "La sociedad --escribió -
- es tan tiránica como el Estado, si no más. Esto es porque entre la coerción
estatal y la coerción social no hay más que una diferencia de grado."[1]

Al definir el sentimiento individualista en una versión tan fuerte, en oposición


tanto a la sociedad como al Estado, se diría que Palante parece negar que el
hombre es un animal social. O quizá que aquellos a quienes llama
"individualidades superiores" no son tan animales sociales como la gente
normal: de ahí su defensa del "individualismo aristocrático". En cualquier
caso, tal caracterización deja poco espacio para reglas de conducta que los
individuos, e incluso los individualistas, adopten voluntariamente en razón a
que las perciben como beficiosas para sus intereses personales en un medio
social. La postura de Palante es que el individuo siempre está oprimido por el
grupo, como si la única alternativa fuese o bien la completa autarquía, por un
lado, o bien la dominación del grupo, por el otro. Esto ignora la posibilidad de
que los individuos participen en las relaciones sociales mediante reglas de tipo
individualista que no les exijan ponerse incondicionalmente a merced del
grupo. Sabemos, al menos desde la teoría económica, que tales reglas existen,
se desarrollan espontáneamente y no son incompatibles con el desarrollo
individual. En otras palabras: si el hombre es un animal social con intereses
propios, su sentimiento individualista no se opondrá a la sociedad como tal,
sino sólo a ciertas clases de sociedad.

Al rechazar tomar parte en ella, un individuo puede abandonar un grupo social


o una sociedad en la cual, a su juicio, el coste de la conformidad sea superior
al beneficio de la cooperación. Hay sólo dos casos donde esto no es una
opción digna de tener en cuenta. El primero se da en el contexto de una
sociedad primitiva y aislada donde no hay ningún lugar hacia el cual huir,
donde ignorar al grupo significa morir de inanición: la opción de huir está
disponible, pero normalmente no se ejercerá porque el coste de la opresión es
siempre (o casi siempre) más bajo que los beneficios de la cooperación.

El otro caso es el Estado. Incluso si piensas que los costes que el Estado te
impone son mayores que los beneficios que te proporciona, e incluso si
pudieras establecer relaciones sociales fuera del Estado, éste no te permitiría
hacerlo: uno no puede ignorar al Estado de igual modo que uno no puede
abandonar una sociedad primitiva. Pero las restricciones subyacentes son
distintas: el Estado te fuerza a comprar su paquete de costes y beneficios

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incluso si piensas que te las arreglarías mejor fuera de él. Podría ser que la
relación coste/beneficio del Estado mínimo sea menor de uno [lower than one
] si consideramos a todo el mundo; en cualquier caso, asumamos que esta
clase de Estado podría justificarse así. Pero conforme el Estado crezca, llegará
un momento en el que uno, dos, diez o cien individuos juzgarán que los costes
no merecen la pena. Ya que, a su juicio, podrían establecer relaciones sociales
beneficiosas fuera del Estado (o formar otro Estado), estos individuos no son
oprimidos por el grupo ni por la sociedad: están tiranizados por el Estado.

Aunque pueden concebirse sociedades sin Estado en las cuales las normas
sociales fuesen totalitarias,[2] por lo general sólo el Estado puede imponer un
poder grupal ineludible. De cualquier modo, ése es el caso en una sociedad
abierta y civilizada. Por ejemplo, lo políticamente correcto, la persecución de
los fumadores u otras formas de Puritanismo no podrían enardecer a la
sociedad americana como lo hacen ahora si no fuera por el apoyo de las leyes
y el poder del Estado. En otras palabras: el Estado es una condición necesaria
para el poder grupal en cualquier sociedad civilizada; es más difícil ignorar a
una parte del Estado que a una parte de la sociedad. El Estado es el poder más
peligroso de la sociedad, lo cual explica porqué el sentimiento individualista
es precisamente anti-Estado.

Por supuesto que, en nuestros paises, los individuos pueden abandonar un


Estado para irse a vivir bajo otro. Pero su Estado original tratará a menudo de
dificultar esto, por ejemplo, obligándoles a renunciar a su ciudadanía, es decir,
a tomar una decisión irreversible. Además, como no hay un lugar en el mundo
donde no haya un Estado, como el mundo entero es un cártel de Estados, uno
tiene también que encontrar un Estado que lo acepte. Cada Estado defiende un
monopolio territorial, y no permitirá a nadie abandonarlo mientras permanezca
en una sociedad civil local. El Estado prohibe a uno quedarse donde está, en
su propia propiedad, aunque rechace los costes y los beneficios del Estado. (Si
lo intenta, le trasladarán a otra propiedad llamada "cárcel".) Al legislar que
cualquiera que esté fuera del grupo no es --en el mejor de los casos -- más que
un turista, el Estado define literalmente al individuo en términos de
pertenencia al grupo.

Incluso si el Estado institucionaliza y refuerza de algún modo la identidad de


un individuo, el sentimiento individualista chocará con ello tan pronto como
su dignidad individual llegue a definirse en términos de acuerdos políticos.

Otro modo de llegar a la misma conclusión acerca del antiestatalismo del


sentimiento individualista es mediante el concepto de responsabilidad

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personal, la cual dificilmente puede disociarse de la dignidad individual. La
sociedad como tal no disminuye la responsabilidad individual; es más, le
otorga nuevas dimensiones. El Estado, por su propia naturaleza, niega cierta
responsabilidad individual, como mínimo la responsabilidad de asegurarse la
propia protección; naturalmente, el Estado de Bienestar va mucho más allá.
Hasta la numeración de los individuos por parte del Estado, junto con otras
formas de identidad definida por él, son consecuencia de negar a los
individuos su propia responsabilidad para hacerse cargo de su jubilación o
para gastarse su propio dinero. En la medida en que la dignidad individual
implique la responsabilidad individual, negar la última también supone negar
la primera. Consecuentemente, el sentimiento individualista chocará con el
Estado, y cuanto más poderoso sea el Estado, más violento será el choque.

3. El descenso del sentimiento individualista


He definido el sentimiento individualista como una preocupación por la propia
dignidad personal, la independencia individual y la responsabilidad de uno.
Podría caracterizarse el sentimiento individualista de manera diferente,
reemplazando por ejemplo la responsabilidad y la independencia individual
por una preocupación egoísta y narcisista por el confort material y la
seguridad propia (preocupación asociada a la noción de cocooning ). Este
sentimiento, que podríamos llamar el "sentimiento narcisista" para distinguirlo
del sentimiento individualista, es antisocial pero no necesariamente antiestatal.
Está estrechamente relacionado con el tipo de individualismo que Tocqueville
temía y que, efectivamente, caracteriza nuestra época.[3] El sentimiento
narcisista es al libertarismo estatalista lo que el sentimiento individualista es al
individualismo libertario.

Algunos autores han defendido que el sentimiento narcisista, al situar los


logros individuales por encima de los ideales colectivos, en realidad trabaja
junto con el sentimiento individualista hacia el individualismo libertario.[4]
Esto está lejos de ser obvio. El individualista narcisista no se opone a contar
con el Estado y depender de él para su seguridad y confort. Pensará, por
ejemplo, que el número de la seguridad social refuerza su identidad narcisista.
Como escribe un estudioso de este fenómeno, "el Estado policial no es sólo el
efecto de una dinámica autónoma del `monstruo frío', es desado por los
individuos aislados y pacíficos", y toda "la sociedad [cae] bajo la tutela del
Estado."[5]

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Históricamente, la distinción entre individualismo narcisista y el sentimiento
individualista es paralela a la existente entre los valores individualistas
americanos y europeos, aunque esta distinción requeriría algunas reservas.
Pues el sentimiento individualista acompañó la extensión de ideas libertario-
individualistas por todo el mundo occidental moderno, pero ciertamente
alcanzó su más alta cima en el espíritu y las tradiciones americanas. Benjamin
Franklin, a quien estamos conmemorando al celebrar este encuentro Junto,
puede ser citado en este punto: "Aquellos que renuncian a la esencial libertad
para adquirir una ruin seguridad temporal, no se merecen ni la libertad ni la
seguridad."[6]

La diferencia entre el auténtico sentimiento individualista y su versión


narcisista puede también ilustrarse con el ideal de Henry David Thoreau de ser
un buen vecino y un mal súbdito. Los individualistas narcisistas permutan los
adjetivos: no les importa ser malos vecinos y buenos súbditos mientras ello
convenga a sus intereses.

Durante el siglo XX, el sentimiento individualista ciertamente ha ido


menguando en todas partes, América incluida. Los americanos, que
rechazaron tener un DNI, le han dado la bienvenida ahora bajo la forma del
número de la seguridad social. Este descenso ha tenido lugar en el mismo
momento que el sentimiento narcisista estaba alcanzando su posición
dominante; lo cual confirma la incompatibilidad de éste con el sentimiento
individualista.

¿Cómo explicar entonces el descenso del sentimiento individualista? Una


respuesta lo relaciona con el descenso de la religión.[7] El argumento no
estriba sólo en que la tradición judeocristiana proporcionaba una base teórica
para la defensa de la propia dignidad de cada persona, sino también en que la
moralidad transcendental asociada a la religión es necesaria para el
mantenimiento de la libertad y el orden social. Puede haber algo de cierto en
esta hipótesis, pero yo sostendría que se trata, como mucho, de una verdad
parcial. No todas las religiones o interpretaciones religiosas son
individualistas. Las cazas de brujas de los siglos XVI y XVII no fueron
precisamente empresas individualistas. Además, muchas de las iglesias
contemporáneas han asumido gran parte del ethos anti-individualista que se
nos viene encima. Más aún, ¿el sentimiento individualista de la religión?,
¿podría ser justo a la inversa? (¿en la vida eterna porque creemos en Dios, o es
al revés?) Tal vez el racionalismo sea un callejón sin salida, pero también hay
algo incómodo en la idea de que la fe ciega sea necesaria para preservar la
libertad individual.

7
Otra explicación, implícita en gran parte del discurso contemporáneo, es que
el progreso de la civilización obra de forma natural en detrimento del
sentimiento individualista. La civilización --viene a decir este argumento --
implica interdependencia social, relaciones pacíficas y un creciente poder
estatal, todo lo cual contradice el sentimiento individualista. He sostenido que
el sentimiento individualista no es incompatible con la interdependencia
social. Podríamos invocar aquí el argumento de Hayek de que, contrariamente
a lo pensaba Mussolini, la libertad individual --y por lo tanto el sentimiento
individualista -- es una condición necesaria para la complejidad social,
mientras que la intervención del Estado la socava.[8] De manera similar, la
historia del siglo XX sugiere que el Estado es mucho más peligroso para la
paz que el sentimiento individualista.[9] Este último dificilmente puede
oponerse a la civilización cuando ha sido uno de los principios fundamentales
de la civilización occidental.

Ahora bien, si contemplamos el descenso del sentimiento individualista como


una consecuencia del crecimiento del Estado, todavía tendremos que explicar
por qué el primero ha sido incapaz de contrarrestar el último. Para ello
disponemos de una interesante teoría sobre cómo el crecimiento autónomo del
Estado socava automáticamente el sentimiento individualista: la teoría del
Estado como droga adictiva.

Primero debemos admitir que las condiciones y normas sociales influyen en


las preferencias individuales. Esto, naturalmente, no es lo mismo que decir
que la sociedad determina completamente las preferencias individuales. Pero
sí niega la asunción neoclásica de que las preferencias individuales vienen
dadas y son inmunes a los fenómenos sociales (como la persuasión o la
publicidad). En otras palabras: entre la visión marxista de la completa
determinación social y la asunción neoclásica de que las preferencias
individuales no cambian, adoptaremos una posición intermedia austríaca en la
que las preferencias individuales no vienen dadas pero pueden cambiar en
respuesta a influencias externas.

Siguiendo a Michael Taylor, Anthony de Jasay ha desarrollado la teoría del


Estado adictivo en su original libro El Estado.[10] La idea es que cuanto más
intervenga el Estado para producir bienes públicos o proporcionar asistencia,
tanto más indispensable parecerá. Hay muchas razones para esto. La
intervención estatal ahogará los esfuerzos voluntarios: por ejemplo, la
beneficencia privada (que se vuelve menos urgente cuando el Estado de
Bienestar se extiende); o la iniciativa de las compañías de seguros (que se
frustra por la seguridad social y los programas sociales). Los individuos se

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acostumbrarán a contar con la asistencia del Estado y planificarán sus asuntos
de acuerdo con esas expectativas de derechos y de ayuda. Y la interferencia
del Estado en mecanismos sociales delicados y complejos necesariamente
tendrá efectos insospechados, que a su vez exigirán otras intervenciones;
como cuando el Estado amablemente ayuda a gente que se ha ido al paro
precisamente por causa de la legislación laboral.

En tanto que las preferencias de la gente cambian con la experiencia y los


hábitos, la intervención del Estado afectará al sentimiento individualista: la
confianza en el Estado sustituirá al amor por la responsabilidad y la
independencia individual, y la dignidad individual será contemplada como
función de las garantías del Estado. Se genera así un fenómeno recursivo de
crecimiento estatal: cuanto más Estado tienes, más quieres. El Estado es
adictivo; y, podríamos añadir, de un modo mucho más peligroso que el tabaco,
el alcohol o la heroína.

Como el sentimiento individualista es, por diferentes razones, más fuerte en


unas personas que en otras, no todos los individuos se volverán igualmente
adictos al Estado. Como señala de Jasay, algunos desarrollarán, por el
contrario, una reacción alérgica: llegarán a odiar al Estado cada vez más
violentamente. Esto explicaría (aunque no necesariamente justificaría) la
psicología de, digamos, Randy Weaver o sucesos como el de Oklahoma City:
personas de sentimiento individualista que terminan combatiendo o haciendo
volar cosas, incluso si hacen volar la cosa equivocada o lo hacen por razones
equivocadas.[11]

Me he preguntado a menudo (especialmente cuando era miembro del


establishment y gozaba de una buena posición) por qué los individualistas
parecen ser con tanta frecuencia gente rara, extraña, singular y excéntrica.
Benjamin Constant vivió una vida emocionalmente torturada. Los amigos de
Albert Jay Nock comentaban jocosamente que éste vivía en Central Park.[12]
Lysander Spooner fue demasiado pobre para poder casarse con la única mujer
de su vida. Georges Palante corregía los exámenes de sus alumnos en la
compañía de prostitutas, y se suicidó en 1925. Ayn Rand no era exactamente
"la chica de al lado". Todos estos individuos, excepto Nock, murieron sin
descendencia, una mala forma de transmitir sus genes individualistas, si es que
tales cosas existen.[13] En una sociedad estatalista, tener alergia al Estado es
una bonita minusvalía, que bien merecería incluirse entre las cubiertas por la
ley americana de atención al deficiente, si no fuera porque la causa de la
alergia es también la causa de la ley. Así que no es necesario que uno sea

9
individualista por ser un excéntrico, sino que la causalidad más bien podría ser
de sentido contrario.

A pesar de que para un economista con una formación neoclásica la ideología


es bastante más difícil de situar en los procesos sociales que los sentimientos,
debo decir una palabra acerca de cómo la ideología igualitarista ha contribuido
al fenecimiento del sentimiento individualista. Los igualitarios quieren que los
individuos sean igualados en algunos aspectos además de en los derechos
formales. Anthony de Jasay ha demostrado brillantemente cómo la igualdad
en algunos aspectos (digamos, "igual paga para igual trabajo") implica una
creciente desigualdad en otros aspectos ("a cada uno según sus necesidades",
por ejemplo). Pero la igualdad impuesta por el Estado siempre incrementa la
igualdad en una dimensión, a saber: la igualdad en la sumisión al Estado. Este
ataque frontal al sentimiento individualista ha sido probablemente la principal
consecuencia de la ideología igualitaria.[14] Más aun, cuando no hay
restricciones para el contenido de la ley, hasta la igualdad ante la ley puede
conducir al mismo resultado. En cierto sentido, la ideología igualitaria no ha
producido la abolición de la esclavitud, sino su extensión a los hombres libres.

4. Una pequeña aplicación: el derecho de poseer y portar armas

El fenecimiento del derecho de poseer y llevar armas (aunque menos


pronunciado en los EE.UU.) proporciona un interesante caso para el estudio
del sentimiento individualista y su descenso durante nuestro siglo.
Contrariamente a lo que piensa mucha gente, éste fue un derecho
extensamente reconocido en la Europa del siglo XIX, y de manera muy
notable en Inglaterra. Sus dos justificaciones, la autodefensa contra los
criminales comunes y la resistencia a la tiranía, eran teóricamente
incuestionables y constituían dos consecuencias naturales del sentimiento
individualista.[15]

Efectivamente, la dignidad individual requiere el reconocimiento del derecho


de poseer y portar armas, como queda ilustrado a contrario por las leyes de los
EE.UU. que negaban este derecho a los esclavos.[16] Hay circunstancias en
las que es difícil hacer valer la libertad individual sin ellas. "Por mi parte --
escribió Henry David Thoreau -- no me gustaría pensar que alguna vez haya
de contar con la protección del Estado."[17] O, como el dicho que corría entre
los judíos rusos perseguidos por los invasores nazis, "¡arma es un pasaporte
para el bosque!"[18] En cuanto a la responsabilidad individual, existe una

10
contradicción insuperable entre, por una parte, la mística del ciudadano
soberano y, por la otra, que su amo real no confíe en verlo armado. La
coherencia lógica en este esquema de cosas (aunque no los principios
libertarios) exigiría, tal como yo lo veo, que cualquier ciudadano que se
acerque a las urnas sea cacheado para ver si tiene armas de fuego, pues si no
es lo suficientemente responsable para llevar un revólver, ciertamente no es lo
suficientemente prudente como para permitírsele votar.

Ahora bien, este tan obvio derecho de poseer y portar armas ha sido más o
menos eliminado en la mayoría de los países occidentales, y ha sido
restringido en los EE.UU. (severamente en algunos casos). Una razón de
estado oficial es que las armas de fuego causan un incremento neto de
crímenes, pues son ineficaces para la autodefensa. Tal excusa desafía tan
obviamente los hechos que hay que sospechar la existencia de otros motivos.
Una segunda razón, implícita pero no oficial, es que ya no necesitamos resistir
a la tiranía. Aunque esto contradice la experiencia histórica, probablemente
nos estemos acercando a los verdaderos motivos de los abolicionistas y de
quienes les apoyan. Me temo que el motivo básico del control estatal de las
armas de fuego es dar la puntilla al sentimiento individualista; y que el Estado
ha tenido éxito en el control de las armas porque el sentimiento individualista
ya estaba empequeñecido en las mentes de la mayoría.

También podemos observar aquí cómo el imperio formal de la ley ha


contribuido a socavar el sentimiento individualista y a facilitar el crecimiento
del Estado. Una vez que se reconoce como legítima toda ley-igual-para-todos
[equal law], el prohibir algo a unos individuos que probablemente vayan a
utilizar ese algo ilegalmente justifica el regular a todo el mundo. Hay sólo dos
vías para escapar de este absurdo: o bien abandonar la idea de igualdad ante la
ley, o aceptar que no todas las leyes-iguales-para-todos son legítimas. En tanto
que se halle extendido en la sociedad, el sentimiento individualista se dirigirá
hacia la segunda alternativa; de otro modo, la minoría de individualistas puede
preferir la primera posibilidad a la de una no menos igual-para-todos
esclavitud.

Conclusión
He sostenido que la libertad individual no puede sobrevivir si el sentimiento
individualista no está extendido entre un gran número de personas. El
sentimiento individualista es compatible con la sociedad --al menos con una

11
sociedad abierta -- pero está en fuerte oposición al Estado tal como lo
conocemos. Y este sentimiento ha estado descendiendo (al menos en parte)
porque los individuos se han vuelto adictos al Estado.

Si esto es cierto, defender la libertad requiere rehabilitar el sentimiento


individualista y romper con la adicción al Estado, una exigencia no pequeña:
como decirle a un drogadicto que tiene que recuperar su confianza en sí
mismo y romper su adicción. ¿Dónde está la gallina y dónde el huevo? Bien
pudiera ser que llevar a cabo esa exigencia requiera (aquí o en cualquier otro
lugar) otra revolución americana, pero éste es ya otro tema.

1. Georges Palante, La sensibilité individualiste (Paris: Alcan, 1909; Éditions Folle Avoine,
1990). Veáse también Georges Palante, L'individualisme aristocratique, editado por Michel
Onfray (Paris: Belles Lettres, 1995). [Volver al texto principal.]

2. Michael Taylor, Community, Anarchy and Liberty, Cambridge (Cambridge University


Press, 1982). [Volver al texto principal.]

3. Gilles Lipovetsky, L'ère du vide. Essais sur l'individualisme contemporain (Paris:


Gallimard, 1983). Trad.esp.: La era del vacío (Barcelona: Anagrama, 1986). [Volver al
texto principal.]

4. Alain Laurent, Histoire de l'individualisme (Paris: PUF, 1993). [Volver al texto


principal.]

5. Gilles Lipovetsky, op.cit ., p. 219. Trad.esp., pp. 194-5. [Volver al texto principal.]

6. Suzy Platt, Respectfully Quoted: A Dictionary of Quotations (Barnes & Noble, 1993), p.
201. [Volver al texto principal.]

7. Jane Shaw, "Faith and Freedom: Can liberty survive without religion", Liberty , enero
1996, pp. 37-41. Veáse también Friedrich Hayek, The Fatal Conceit (Chicago: University
of Chicago Press, 1988). [Volver al texto principal.]

8. Friedrich Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1945).
Trad. esp.: Camino de servidumbre (Madrid: Alianza, 1990). El resto de las obras de Hayek
han sido traducidas y publicadas en Union Editorial, Madrid. [Volver al texto principal.]

9. Veáse Bertrand de Jouvenel, On Power: The Natural History of Its Growth (1945;
Indianapolis: Liberty Press, 1990. [Volver al texto principal.]

10. Anthony de Jasay, The State (London: Basil Blackwell, 1985), especialmente pp. 208-
227. Veáse también Michael Taylor, Anarchy and Cooperation (London: John Wiley &
Sons, 1976). [Volver al texto principal.]

12
11. Un interesante resumen de las fuentes de la violencia política se encuentra en Randy
Barnett, "Foreword: Guns, Militias, and Oklahoma City", Tennessee law Review, Vol. 62,
Nº 3 (primavera 1995), pp. 443-449. [Volver al texto principal.]

12. Robert Thornton recoge una cita de Van Wick Brooks diciendo de Nock que "nadie
supo nunca donde vivía, y en la oficina se oía un chiste acerca de que uno podía entrar en
contacto con él dejando una carta bajo cierta roca en Central Park"; Cfr. "A Note to the
Reader", en Albert Jay Nock, Cogitations (Irvington-on-Hudson: The Nockian Society,
1985), p. 10. [Volver al texto principal.]

13. Si así fuera, a largo plazoquizá medrarán los individuos con los genes necesarios para
aceptar continuas humillaciones por parte del Estado, y tendrán grandes familias de
consumidores de futuro bienestar social; mientras que los individualistas sentimentales
serán, a lo mejor, "inadaptados sociales" y, a lo peor, vivirán una vida "tosca, embrutecida y
breve". Veáse la opinión de Georges Palante sobre el suicidio en L'individualisme
aristocratique, editado por Michel Onfray (Paris: Belles Lettres, 1995, p. 42): "Or, si l'on
pouvait faire une pareille enquête, elle révélerait probablement que l'individu a été
beaucoup plus souvent conduit au suicide par le sentiment d'un lien social devenu
intolérable que par un sentiment pénible d'isolement ou par un sentiment d'inquiétude dû à
des liens sociaux devenus plus précaires." [Volver al texto principal.]

14. Veáse Bertrand de Jouvenel, The Ethics of Redistribution (1952; Indianapolis, Liberty
Press, 1990, p. 72): "Cuanto más piensa en el tema uno, más claro queda que la
redistribución está efectivamente mucho más lejos de ser una redistribución de los ingresos
libres de los ricos a los pobres, como imaginabamos, que de ser una redistribución del
poder del individuo al Estado." [Volver al texto principal.]

15. Veáse mi Le droit de porter des armes (Paris: Belles Lettres, 1993); y, sobre la
tradición angloamericana, el sobresaliente libro de Joyce Malcolm To Keep and Bear Arms:
The Origins of an Anglo-American Right (Cambridge: Harvard University Press, 1994).
[Volver al texto principal.]

16. Por ejemplo: "Ningún esclavo poseerá armas de ninguna clase, ni pasará con armas de
un sitio a otro sin la compañía o la orden por escrito de su amo o contratista Las armas que
se encuentren a un esclavo en transgresión de esta norma pasarán a ser propiedad de aquel
que las intercepte." (A Bill Concerning Slaves, capítulo 51, Virginia Assembly, 1779; en
Albert Fried (ed.), The Essential Jefferson (New York: Collier, 1963), p. 140. [Volver al
texto principal.]

17. Henry David Thoreau, A duty of Civil Disobedience (1849), http://www.cs.indiana.edu/


statecraft/civ.dis.html. Trad. esp.: Sobre el deber de la desobediencia civil (Irun: Iralka,
1995), p. 14. [Volver al texto principal.]

18. Lester Eckman y Chaim Lazar, The Jewish Resistance: The History of the Jewish
Partisans in Lithania and White Russia during the Nazi Occupation 1940-1945 (New York:
Shengold Publishers, 1977), p. 117. [Volver al texto principal.]

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Nota del traductor sobre "El sentimiento individualista"

Pierre Lemieux es economista y autor de varios libros y artículos -en inglés y francés-
sobre teoría política y económica. Sus principales áreas de interés son el libertarismo (así
traduciré el inglés libertarianism), el liberalismo clásico y el anarco-capitalismo, así como
la defensa de la soberanía individual y del derecho a poseer y portar armas. Es redactor jefe
de la revista Liberty (Port Townsend, estado de Washington), y actualmente ejerce como
profesor visitante en el departamento de Administración de empresas de la Universidad del
Quebec en Hull (Canadá).

"El sentimiento individualista" es traducción de "The individualist Sentiment", una


conferencia que P. Lemieux pronunció en el encuentro Junto el 1 de febrero de 1996. El
Junto original era un pequeño grupo de personas que, a iniciativa de Benjamin Franklin,
se reunían regularmente para discutir temas de su interés. Dos siglos después, Victor
Niederhoffer, un especulador neoyorquino, ha reavivado la tradición organizando un grupo
de discusión informal que se reune una vez al mes, bajo la misma denominación, en la
ciudad de Nueva York.

La tesis central de la conferencia es una defensa de lo que Lemieux llama el "sentimiento


individualista" como condición de posibilidad de la libertad individual. Hay pues una
defensa del individualismo, mas sólo en su versión antiestatalista (traduce el inglés
antistatist, prefiriéndose a "antiestatista" pues este último término parece oponerse a la
cualidad de lo estático antes que a la de lo estatal), ya que el principal adversario de este
sentimiento individualista es, para Lemieux, el Estado. Cuanto más Estado, menos
sentimiento individualista y viceversa. De ahí que Lemieux critique a los individualistas
que conceden al Estado de Bienestar cierto valor social. Al considerar al Estado como un
conjunto más de reglas sociales, estos últimos podrían llegar oponerse al sentimiento
individualista; ya que este sentimiento, tal como lo entiende Lemieux, es esencialmente
anti-Estado. (Recuérdese que un individualista metodológico como Friedrich Hayek
sostiene que la acción humana cobra inteligibilidad y sentido gracias al papel que las reglas
sociales cumplen en el encauzamiento espontáneo de la actividad humana.)

Para Lemieux las únicas reglas sociales aceptables son las que una sociedad, permitiendo a
cada individuo ser responsable de su propio bienestar, se da espontáneamente a sí misma.
La sociedad ideal consiste en el tipo de relaciones individuales que pueden darse en un
mercado lo más libre posible de cortapisas. Con ello se separa del individualismo
aristocrático de Georges Palante, para quien "la sociedad es tan tiránica como el Estado".
Palante, que se suicidó con un revólver en 1925, sostenía que, caso de hacerse una
investigación sobre el suicidio, ésta probablemente revelaría que la cantidad de individuos
que se han suicidado en virtud de vínculos sociales intolerables es mayor que la de los que
lo han hecho en virtud de un sentimiento de separación o aislamiento social.

En una sociedad como la nuestra, los individualistas como Palante pueden llegar a vivir una
vida "tosca, embrutecida y breve", dice Lemieux (en clara alusión al capítulo de Leviatán
en el que Hobbes describe el Estado de Naturaleza). Otros ejemplos de individuos que "no

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tuvieron la suerte de vivir en sociedades individualistas" son Benjamin Constant (el
político francés, amigo de Madame de Staël, a quien se atribuye la distinción entre "la
libertad de los antiguos" y "la libertad de los modernos") y Ayn Rand (una novelista y
filosofa rusa, que murio en los EE.UU. en 1982). Lo que hacia diferente a Rand de la chica
de al lado o de cualquier otra fue su individualismo, que la llevo a escribir libros como The
Virtue of Selfishness (La virtud del egoismo) o a cofundar el movimiento libertario
contemporaneo en norteamerica. En su L'anarcho-capitalisme (Paris, PUF, 1988), Lemieux
dedica una breve sección del libro a glosar sus ideas.

Volviendo al Estado, lo máximo que Lemieux parece estar dispuesto a admitir es el tipo de
Estado mínimo cuya diferencia entre costes y beneficios continue dando un balance
positivo para el individuo. Pero como ese Estado mínimo suele tener una irreprimible
tendencia a crecer, llegará un momento en el que un número de individuos considerará que
su relación con el Estado les es desventajosa. Aunque estos individuos deseen establecer
relaciones de mutua cooperación al margen del Estado, éste no renunciará a ellos
fácilmente. A la hora de explicar esto, Lemieux vuelve a criticar a los individualistas que, a
su juicio, le hacen el juego al estatalismo. Seducidos por la tentación del cocooning (la idea
de quedarse en casa, de protegerse del mundo exterior envolviéndose literalmente en un
capullo de seguridad institucionalizada), estos "individualistas narcisistas" son los
auténticos responsables del descenso del sentimiento individualista.

El individualismo narcisista que critica Lemieux es similar al que Alexis de Tocqueville


definió en su penetrante análisis de La democracia en América en los siguientes términos:
"El individualismo es un sentimiento reflexivo y apacible que induce a cada ciudadano a
aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse aparte con su familia y sus amigos; de
suerte que después de formar una pequeña sociedad para su uso particular, abandona a sí
misma a la grande." (II vol., 2e parte, cap. II). Este individualismo es también el estudiado
en nuestros días por Gilles Lipovetsky, quien en una cita recogida por Lemieux se refiere
al Estado moderno como el "mostruo frío", haciendo alusión al discurso "del nuevo ídolo"
de la primera parte de Así habló Zaratustra : "Estado se llama al más frío de todos los
monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su
boca: `Yo, el Estado, soy el pueblo'."

En este punto Lemieux coincide con Henry David Thoreau, el escritor que en 1849 se
enfrentó al gobierno pro-esclavista de los EE.UU. esgrimiendo el lema jeffersoniano de "el
mejor gobierno es el que menos gobierna". Hoy, Thoreau se ha convertido en uno de los
pensadores más citados por los libertarios norteamericanos; pero, desgraciadamente, su
frase "my thoughts are murder to the State" (en mis pensamientos asesino al Estado) resonó
también con la sangrienta explosión de 1995 en un edificio federal de Oklahoma City. A
este respecto, Lemieux menciona a Randy Weaver, uno de los White Supremacists
(fascistas) cuyo refugio en el estado de Idaho fue atacado por la policia federal en 1992,
con el resultado de que su hijo adolescente y su mujer murieron por los disparos de las
fuerzas gubernamentales. Después de que el hijo de Weaver fuese alcanzado por las balas,
los defensores mataron a un policia; pero Weaver fue absuelto por el jurado en base a
razones de legítima defensa.

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De manera consecuente con lo anteriormente expuesto, Lemieux termina defendiendo "el
derecho a poseer y portar armas" como exigencia y garantía de la legítima defensa y del
derecho de resistencia. Según él, muchas matanzas de inocentes -como la reciente de los
niños en Dumblane (Escocia)- podrían haberse evitado si en las cercanías hubiese habido
alguien armado para repeler la agresión. Pero el Estado, sostiene Lemieux, restringe
sistemáticamente los permisos de armas a los ciudadanos para no poner en peligro su
tiránica dominación sobre ellos.

Baste de momento con lo ya dicho. Si tras leer "El sentimiento individualista" el lector
quiere saber más sobre el pensamiento de P. Lemieux, puede acudir a uno de sus libros, La
soberanía del individuo. Ensayo sobre los fundamentos y las consecuencias del nuevo
liberalismo, que ha sido publicado en castellano por Unión Editorial (Madrid, 1992).

Conferencia pronunciada en el encuentro del grupo Junto en la sala Niederhoffer &


Niederhoffer, Nueva York, el 1 de febrero de 1996. Traducción de Antonio Casado da
Rocha. De próxima publicación en Bitarte 10 (diciembre 1996), revista cuatrimestral de
humanidades que se publica en Donostia - San Sebastián. © Pierre Lemieux.

Tomado de: http://www.pierrelemieux.org/artju-sp.html#renvoi8#renvoi8

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