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5/11/2017 Hora de desmentir a la intelectual de cabotaje

 03/11/2017 - 23:30 Ι Clarin.com Ι Revista Ñ

Cosmopolitismo a la argentina

Hora de desmentir a la
intelectual de cabotaje
Beatriz Sarlo prefiere afirmar el dominio de la escena local
sobre la proyección en el exterior.

Límites del cosmopolitismo. Sarlo admite que ha sido “poco cultivadora de contactos personales”.Foto:
Pepe MateosSARLO CUL ARCH.MATEOS

Por Analía Gerbaudo

Durante una de las tantas consultas que le hice a Beatriz Sarlo


para mis trabajos de investigación sobre la institucionalización
de los estudios literarios en Argentina y su internacionalización
(procesos en los que ella jugó un papel central, en especial en
ciertos períodos), advierto la recurrencia a una autofiguración
deslizada en varias conversaciones previas, que ella sostuvo con
colegas de otras disciplinas.

Por ejemplo, en una entrevista que María Pia López y Sebastián


Scolnik publicaron en la revista La biblioteca en 2008, Sarlo
señala: “Soy una persona de cabotaje. En este sentido, no hago
más que continuar una tradición de intelectuales argentinos. Mi
cosmopolitismo es el de esos intelectuales a los que no les
alcanza para ser cosmopolitas, no les alcanza para ser
intelectuales fuera de los límites, fuera de Buenos Aires, o de
Argentina y Brasil, digamos”. Y agrega: “Pero el cabotaje tiene
una ventaja, te da la certeza de que estás muy parada en un
terreno. Nunca tuve la intención de superar ese cabotaje, y ya
hoy sería imposible. Siendo cosmopolita de una manera

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tradicional, hablando y escribiendo en dos idiomas, además del


castellano, conocí el mundo muy tarde; salí al mundo después de
los 40 años”.

Alejandro Grimson retoma este pasaje durante una entrevista


que publicó en Otra Parte. En esa ocasión, Sarlo se incluye en un
grupo amplio, el de los “intelectuales argentinos”, y desde allí
agrega una hipótesis incisiva acerca de la relación entre
cosmopolitismo, nacionalismos y regionalismos: “Los
intelectuales argentinos somos cosmopolitas en el sentido de que
leemos y hablamos en otras lenguas, seguimos la bibliografía;
pero lo que tenemos organizado de manera poco cosmopolita
son los intereses temáticos”. Nuevamente desde la primera
persona del singular, vuelve sobre el concepto del “cabotaje”
durante mi consulta, aunque con un nuevo matiz: ante la duda
sobre un dato respecto de sus operaciones de importación de
textos teóricos a través de la traducción, le pregunto si el gran
sociólogo francés Pierre Bourdieu se había enterado de la
difusión casi inmediata que ella le daba a sus trabajos en
Argentina vía Punto de Vista (estamos hablando de un tiempo
previo a la aparición de la web). También le pregunto cómo
conseguía esos materiales.

En su respuesta aparecen dos viajes: uno a fines de los setenta y


otro en 1981, ambos destinados principalmente a actualizar
bibliografía. Pero también irrumpen las librerías porteñas y su
papel en la difusión de teoría en la Buenos Aires de la dictadura
junto a la figura del repliegue: “Aunque resulte difícil de creer
hoy, Leçon sur la leçon llegó a Buenos Aires, a librería Fausto
(donde también compré la Lección de Barthes)”. Y agrega: “A
Bourdieu no lo conocí, aunque supe de su existencia muy
temprano. En realidad, soy poco cultivadora de los contactos.
Soy una intelectual de cabotaje, una criollita”.

Si rodeamos esta respuesta con los datos cuantitativos sobre sus


operaciones intelectuales (datos derivados de la investigación
citada al inicio), se podría observar que Sarlo es una de las
figuras del campo de los estudios literarios en Argentina más
traducida en el extranjero, además de publicar en más de una
lengua y en los más prestigiosos circuitos de consagración
internacional.

Si traigo, entonces, esta autofiguración recurrente,


aparentemente desmentida por la trayectoria internacional que
se verifica al analizar su currículum, es para señalar su
congruencia con una de sus apuestas más constantes: la
publicación de textos destinados a un público expandido.

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Primero, estudiantes y profesores universitarios para los que


escribió, junto a Carlos Altamirano, desde un género poco
valorado en el campo académico: el manual (se destacan, entre
otros, Conceptos de sociología literaria, publicado en 1980, y
Literatura/sociedad, en 1983). Luego, no es el público
universitario el destinatario privilegiado de sus notas
periodísticas, que comprenden desde sus escritos para Perfil,
Página/12 y Página/ 30, La Nación, etc., hasta su intervención
más controversial, su columna en la revista Viva, iniciada en el
mismo momento en que renuncia a su cátedra de Literatura
argentina II de la Universidad de Buenos Aires (dos actos
encadenados e inescindibles, parte de una decisión laboral que
supone preguntas como dónde trabajar, desde qué ángulos del
campo cultural intervenir de modo más productivo estando lejos
de las aulas, y desde qué lenguaje hacerlo).

De los comentarios que esta columna generó en el mundillo


académico, repongo tres que esquivan la descalificación para
entender el sentido de la práctica: “Al escribir en la revista Viva,
recibió críticas pero no nos sumamos a ellas. Esas notas,
creemos, insinuaban un proyecto de cambio de tono”, apunta
Horacio González. También Daniel Link reivindicará la famosa
columna que une a otros de sus “ejercicios” que, “para salvar su
relación con la literatura”, ponen “entre paréntesis el esteticismo
en el que la crítica literaria se desmaya fatalmente”. Por último,
la valoración en la mención de este rescate de Link por Martina
López Casanova desde el siempre más o menos protocolar tono
al que obliga una tesis doctoral (y más aún cuando ésta se
enmarca en las ciencias sociales con sus exigentes formatos de
demostración): Link afirma que “su columna semanal en Viva es
su ‘experimento (…) más intenso, el más fascinante, el más
difícil’”.

Hay en esas columnas un desplazamiento del lugar desde donde


interviene. Un cambio de punto de acción que mantiene, no
obstante, una fantasía abrigada desde la revista Los Libros
pasando por Punto de Vista y también por la cátedra
universitaria: la de contribuir a modelar lectores críticos de los
bienes culturales. Y es en este punto donde la autofiguración
como la “criollita” aporta a volver complejo el problema: quien
hubiera podido optar por una circulación internacional
patrocinada por el circuito mainstream elige no sólo el circuito
regional (si se entiende por tal el que se configura en el Cono
Sur) sino, en especial, la intervención en el debate de ideas en
Argentina.

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Se compartan o no sus posiciones (ese es el punto menos


importante de esta cuestión: como aprendimos del Gilles
Deleuze inspirado por Spinoza, “para moralizar, basta con no
comprender”), hay algo en la apuesta “de cabotaje” que sigue
produciendo actos de enseñanza.

Hay en esa decisión un gesto ético-político a contracorriente de


los habitus globalizados; un modelo intelectual que sigue siendo
inspirador de prácticas y que, tal vez exija, para su lectura
profunda, la reinvención de la fórmula deleuziano-spinoziana:
para no comprender, basta con moralizar.

Analía Gerbaudo es Investigadora del CONICET y profesora en


la Universidad Nacional del Litoral.

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