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30 de abril de 2019

Nacer de nuevo
Santo Evangelio según San Juan 3, 5. 7-15. Martes II de Pascua

Por: H. Camilo Palomino, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, en este día me pongo en tu presencia y te pido la gracia de experimentar


una vez más tu gran amor por mí. Aumenta mi fe, Señor, para que pueda vivir y
anunciar con alegría tu resurrección; fortalece mi esperanza para que, al
contemplar tu triunfo sobre la muerte y el pecado, pueda corresponder a tu
voluntad, y al experimentar tu amor, ayúdame a transmitirlo a los demás.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 3, 5. 7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios". El viento sopla
donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa
con quien ha nacido del Espíritu".

Nicodemo le preguntó entonces: "¿Cómo puede ser esto?". Jesús le respondió: "Tú
eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de
lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no
aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra,
¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo
del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que
todo el que crea en Él tenga vida eterna".

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En su diálogo con Nicodemo, Jesús habla de la necesidad de nacer de nuevo, de


nacer en el espíritu. Estas palabras sorprenden a Nicodemo que no entiende
exactamente a lo que Jesús se refiere. Nicodemo, un gran conocedor de las
tradiciones judías y de la ley, pensaba que podía entender con claridad las cosas de
Dios. Sin embargo, al encontrarse con Cristo y al escuchar su palabra, un deseo de
conocer más y de entender mejor brota en su corazón. Este deseo lo lleva a
acercarse a Cristo y preguntarle; y al oír su respuesta, se da cuenta que, para
seguirlo y para poder entender su mensaje, es necesaria una profunda conversión,
una conversión que requiere nacer de nuevo. Este nacer de nuevo del que se habla
no implica un nacimiento biológico como al inicio pensó Nicodemo, sino un
nacimiento en el espíritu.

De la misma forma, Jesús nos invita a nosotros a nacer de nuevo para poder entrar
en su reino. Este nacer implica dejar atrás todo lo que nos aleja de Dios, nuestro
egoísmo, nuestra soberbia, nuestra vanidad. Ciertamente éste no es un proceso
fácil, pero es posible, ya que por este motivo el Hijo del hombre fue elevado en la
cruz para redimirnos y transformarnos con su gracia.

Jesús, con su vida muerte y resurrección, nos invita a nacer de nuevo, a nacer en el
espíritu. Esto implica dejar atrás nuestras seguridades, nuestras ideas y nuestra
forma de ver y hacer las cosas para acoger lo que Dios nos pide y nos presente, y
así Él pueda ser nuestra única seguridad y nuestro modelo.

Aunque por el bautismo ya nacemos en el espíritu y nos hacemos hijos de Dios, es


necesario renovar esa gracia bautismal para poder vivir en plenitud las gracias que
Dios nos concede a diario. De esta forma, al renacer en el espíritu con nuestra
renovación y constante transformación, podremos irradiar con mayor intensidad el
amor de Dios por la humanidad y convertirnos, así, en instrumentos de su
misericordia.

«El único, el único que nos justifica; el único que hace renacer de nuevo es
Jesucristo. Nadie más. Y por esto no se debe pagar nada, porque la justificación —
el hacerse justo— es gratuita. Y esta es la grandeza del amor de Jesús: da la vida
gratuitamente para hacernos santos, para renovarnos, para perdonarnos. Y este es
el núcleo propio de este Triduo pascual. En el Triduo pascual la memoria de este
advenimiento fundamental se hace celebración llena de reconocimiento y, al mismo
tiempo, renueva en los bautizados el sentimiento de su nueva condición, que el
apóstol Pablo expresa siempre así: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba [...] Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” Mirar
arriba, mirar el horizonte, ampliar los horizontes: esta es nuestra fe, esta es
nuestra justificación, ¡este es el estado de gracia! Por el bautismo, de hecho,
resucitamos con Jesús y morimos para las cosas y la lógica del mundo; renacemos
como criaturas nuevas: una realidad que pide convertirse en existencia concreta
día a día. Un cristiano, si verdaderamente se deja lavar por Cristo, si
verdaderamente se deja despojar por Él del hombre viejo para caminar en una vida
nueva, incluso permaneciendo pecador —porque todos lo somos— ya no puede ser
corrupto, la justificación de Jesús nos salva de la corrupción, somos pecadores,
pero no corruptos; ya no puede vivir con la muerte en el alma y tampoco ser causa
de muerte.»
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor
con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si


crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Buscaré estar muy atento a la voz del Espíritu Santo e invocaré su ayuda y su
presencia con mayor intensidad.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los
siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!


¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.


Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Una sola mente un solo corazón


(Hch 4,32-37; Jn 3,7-15)

Introducción
Basados en nuestras experiencias decepcionantes, sabemos lo difícil que es formar una
verdadera comunidad. Somos diferentes, con diferentes personalidades, diferentes ideas,
talentos, actitudes… El mayor obstáculo somos nosotros mismos: queremos que la gente siga
nuestro camino, imponemos a los demás nuestros criterios y puntos de vista, etc. --- En
nuestras comunidades cristianas hay uno que nos puede unir en sí mismo. Es Jesús, nuestro
modelo y nuestro Señor. Creemos que venimos aquí juntos a la eucaristía por él y en su
nombre. Él está vivo y presente entre nosotros. Él nos une a todos juntos en una misma fe y en
un mismo amor. Ésta es, por otra parte, una tarea para toda la vida. ¿Igual que la primera
comunidad cristiana de Jerusalén, acaso no podemos ser, en Jesús, una sola mente y un solo
corazón?
27 de abril de 2019

La incredulidad es una trampa


Santo Evangelio según San Marcos 16, 9-15. Sábado de la octava de Pascua

Por: H. Hans Candell, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor Jesús, ayúdame a escuchar con claridad tus palabras que para mí son vida y
gracia.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Marcos 16, 9-15

Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció


primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a
llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la
tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le
creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino
hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a
ellos les creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en
cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo
habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: "Vayan por todo el mundo y
prediquen el Evangelio a toda creatura".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio


El epílogo del Evangelio de Marcos subraya la experiencia de la duda que paraliza a
los seguidores de Jesús al día siguiente de su resurrección, manteniéndolos en luto
y en lágrimas. Los discípulos, señala el evangelista, no querían creer que su
Maestro, crucificado, muerto y sepultado, estaba vivo y había sido visto por María
Magdalena.

Su «incredulidad y dureza de corazón» se hacen eco del reproche de Jesús.

Sin embargo, no nos sorprendamos: después de dos mil años, la reacción a este
anuncio es la misma. La incredulidad sigue siendo una trampa, un desafío y una
lucha para el cristiano. Y así debe ser, porque la turbulenta combinación de fe y
duda es la prueba de que para nosotros la resurrección de Jesús no es un hecho
teórico, adquirido de una vez por todas en lo abstracto, sino una experiencia viva
que nos sorprende y nos consterna continuamente. En este terreno escarpado, el
Resucitado, de hecho, se entrelaza con nuestra libertad, ciertamente sin ahorrarnos
el reproche. Y lo hace proponiéndonos una misión: «Id por todo el mundo y
predicad el Evangelio». Como diciendo: tu fe se fortalece y madura dándola.

«Se necesita el alma de un niño» - sostiene el filósofo francés Jean Guitton - «para
que la incredulidad no inunde el corazón y la fe se exprese en la franqueza de la
proclamación. Necesitamos apertura, intuición, inteligencia, virtud, confianza, amor
y mucha voluntad, trabajo y perseverancia».

En este tiempo representado por los cincuenta días después de la Pascua que nos
separan de Pentecostés, vive en lo más profundo de tu corazón la experiencia
espiritual de los Once, su llanto, su incredulidad, su miedo, y al mismo tiempo
percibe el reproche de Jesús como un estímulo contra la autocompasión y el miedo
taimado a la muerte, siempre latente en el crepúsculo de tu corazón. Que esta sea
tu oración:

Señor Jesús, que el asombro sostenga mi mirada intrépida hacia tu tumba vacía.
Que crea y viva mi fe con el alma de un niño. Que me exponga con confianza a la
acción vivificante del Espíritu que hace fructificar mis días, permitiéndome anunciar
el Evangelio, celebrar el misterio y dar testimonio de la caridad.

«“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Este reproche de Jesús a sus
discípulos nos permite comprender cómo el obstáculo para la fe no es con
frecuencia la incredulidad sino el miedo. Así, el esfuerzo de discernimiento, una vez
identificados los miedos, nos debe ayudar a superarlos abriéndonos a la vida y
afrontando con serenidad los desafíos que nos presenta. Para los cristianos, en
concreto, el miedo nunca debe tener la última palabra, sino que nos da la ocasión
para realizar un acto de fe en Dios… y también en la vida. Esto significa creer en la
bondad fundamental de la existencia que Dios nos ha dado, confiar en que él nos
lleva a un buen final a través también de las circunstancias y vicisitudes que a
menudo son misteriosas para nosotros. Si por el contrario alimentamos el temor,
tenderemos a encerrarnos en nosotros mismos, a levantar una barricada para
defendernos de todo y de todos, quedando paralizados. ¡Debemos reaccionar!
¡Nunca cerrarnos!»
(Homilía de S.S. Francisco, 25 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor
con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si
crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Anunciar con alegría y esperanza la gran noticia del Evangelio: ¡Cristo a resucitado!

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los
siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!


¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.


Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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