Por eso, es acerca de este segundo punto que deseo abordar mi ensayo. Acerca
de la gran variedad de definiciones que existen sobre cultura y como esto ha
impactado la creación y desarrollo de políticas públicas en cultura, al ser políticas
que a pesar de estar fundamentadas en un mismo concepto no están
fundamentadas en una misma explicación, en una misma forma de pensar la
cultura y esto, a mi parecer, disminuye el nivel de eficacia de las políticas y el nivel
de seriedad con que es tomado el sector cultural, porque no se entiende de
manera uniforme y porque se asume que todo puede ser cultura
(Martinellsempere, 2018), así que fácilmente se cae en la trampa del eclecticismo,
del Frankenstein, un híbrido de muchas ideas las cuales carecen muchas veces
de consistencia entre sí, porque la cultura “por su propio nombre a todo lo nombra
y a nada define” (Barrera, 2013), convirtiéndose en un concepto cargado de
relativismo. Por lo tanto, para poder entender este planteamiento un poco radical
que propongo, será necesario examinar algunas de las definiciones más populares
de la cultura y analizar de qué manera las diferencias entre todas ellas han
impactado la manera en que es concebida la cultura como punto de partida para
proponer políticas culturales y así mismo, programas de desarrollo…
Siguiendo la línea de Boas, una de sus discípulas, Ruth Benedict (1932) (citada
por Enguix, 2009. Pag. 13) propone que aquello que llamamos cultura son
configuraciones (configuraciones culturales) que definen el comportamiento de los
grupos, así como la personalidad define el comportamiento de los individuos,
según este planteamiento la cultura sería la unidad de medida grupal equivalente
a la personalidad, relacionando así el concepto con la psique humana dándole un
matiz psicológico que no habían contemplado otros autores. Benedict busca cerrar
el embudo y encuadrar a la cultura en una categoría que se fundamenta en la
relación e interacción entre individuos de un mismo grupo a partir de sus estados
mentales que son individuales pero que al formar parte de un mismo conjunto,
comparten. Dándole así un papel de sujeto activo a los individuos, que de alguna
manera es un hecho positivo pero que limita el concepto de cultura y es allí donde
nuevos autores buscan de nuevo abrir el abanico de posibilidades acerca de lo
que es la cultura.
Es así como empezamos a ver que cada intento por definir la cultura se intercala
con otros abriendo y cerrando los límites del concepto, creando mutaciones y
sumando tanto aportes como obstáculos a la difícil tarea de construir una idea de
cultura uniforme y útil universalmente, si es que eso es realmente posible. De esta
manera surgen nuevos y diversos planteamientos, tanto contemporáneamente con
aquellos de Boas y Benedict, como posteriormente.
Milanowski define la cultura como “…una unidad bien organizada que se divide en
dos aspectos fundamentales: una masa de artefactos y un sistema de costumbres,
pero obviamente también tiene otras subdivisiones o unidades. El análisis de la
cultura en sus elementos componentes, la relación de estos elementos entre ellos
y su relación con las necesidades del organismo humano, con el medio ambiente,
y con los fines humanos universalmente reconocidos que sirven…” (citado por
Enguix, 2009. Pag. 18).
Evidenciando así elementos de otros autores, pero dándole un giro, al plantearla
como una unidad sui generis. Sin embargo, esta definición deja en el aire el
concepto mismo, pues se refiere a qué es más no a de qué esta compuesta la
cultura; plantea dos elementos fundamentales, pero no explica el porqué de que
sean esos y no otros, ni el porqué de la cultura como una unidad organizada, que
son algunas de las críticas que ha recibido su trabajo frente a la definición de
cultura.
De esta manera continúan apareciendo definiciones de cultura que van cambiando
a partir de la mutación de definiciones anteriores, cada quién pone sus cartas
sobre la mesa y espera la reacción de sus pares intentando ser más acertado que
aquellos que lo precedieron. Por su parte un importante referente de la
antropología del siglo XX y aún de la del siglo XXI, Lévi – Strauss, adquiere dicha
relevancia en el campo de la antropología gracias a sus etnografías en tribus
nativas de diversas partes del mundo con las cuales se gana el reconocimiento de
la UNESCO quien le pide dos textos, uno en 1952 y otro en 1971, en los cuales
permite ver de manera difusa su aproximación a una definición de cultura.
De este modo nos acercamos y adentramos en los siglos XX y XXI, donde autores
como Keesing (1993) y Harris (2007) retoman algunos de los planteamientos de
Boas y anteriores a él, proponiendo una perspectiva de la cultura nuevamente
evolucionista y basada en la biología del ser humano (Barrera, 2013). Plantean
que las culturas son sistemas adaptativos que según el entorno nos permiten
acomodarnos (adaptarnos) a las condiciones del medio para garantizar la
supervivencia de la mejor manera, reconociendo ésta como un elemento de
nuestro genoma propiamente dicho que permite a diferentes grupos de seres
humanos adaptarse, explicando así la existencia de culturas diversas y no una
misma para todo el género humano (Berrera, 2013). No nacemos con una cultura
determinada, pero nacemos con la predisposición biológica a adaptarnos por
medio de una cultura, pues aprendemos a partir de la experiencia de otros a
comportarnos de un cierto modo para adaptarnos y sobrevivir en nuestro medio
(Barrera, 2013).
Ahora bien, como lo expuse al inicio de este texto la idea es explicarle al lector
porque considero que la variedad de definiciones, distantes e inconsistentes entre
sí, acerca de la cultura, derivan en una dificultad para construir políticas culturales
eficientes y afectan el nivel de seriedad con que es asumida la cultura para otros
sectores como la política y la economía. Para empezar, debemos tener en cuenta
que las diferentes definiciones que he expuesto siguen una línea de tiempo y
pertenecen a épocas diversas que vieron evolucionar el concepto. Dicho aspecto
evolutivo del concepto, nos permite evidenciar la dificultad que tenemos como
sociedad para superar paradigmas viejos, pues muchas de las ideas planteadas
por los autores que he abordado se mantienen vigentes y se utilizan aún en
muchos espacios del mundo académico. De manera que no aceptamos en sí
misma la evolución del concepto y conservamos los planteamientos más
recientes, sino que mezclamos conceptos y caemos en un eclecticismo negativo.
No pretendo desmeritar el trabajo de ningún autor, pues considero que cada uno
ha realizado aportes valiosos a la discusión y ha permitido que esta evolucione y
avance. Sin embargo, considero que para valorar los planteamientos pasados no
necesitamos mantenerlos vigentes, sino utilizarlos como referencia y seguir
adelante, adaptándolos al presente y a las necesidades del mundo actual. Si
ponemos nuestra atención sobre algunos aspectos técnicos las definiciones
anteriormente expuestas hacen referencia a la cultura de formas distantes entre sí,
tratándola como manifestación, estado mental, fenómeno plural, fenómeno
singular, como relación entre individuo y grupo, como marco de referencia, como
unidad organizada, sistema adaptativo y como conjunto, y vemos que la dificultad
de consenso se haya en la dimensión ontológica del concepto, pues todos hacen
referencia a características similares del mismo pero difieren en la explicación de
su naturaleza.
Esta falta de consenso ha causado que la cultura sea vista como un tema de
relevancia menor, hasta hace casi dos décadas, cuando la UNESCO decide poner
en el foco de atención a la cultura como factor fundamental dentro del desarrollo
humano. En mi opinión dicha falta de consenso ha generado una concepción de la
cultura como concepto intangible y de importancia netamente filosófica y
antropológica para la academia y no como el concepto relevante para la vida
cotidiana que es, al menos a mi parecer. Por mucho tiempo los especialistas en
desarrollo y la economía ignoraron la dimensión cultural y esto dificultó el
desarrollo de políticas culturales y obstaculizó programas de desarrollo que podían
ser más efectivos teniendo en cuenta esta dimensión (Romero, 2005.
Martinellsempere,2018).
Finalmente se logró que estos sectores dieran a la cultura la atención que merece,
pero tristemente lo han hecho a partir de una concepción utilitaria de la cultura.
Pues ésa se convierte en un indicador más que contribuye al PIB de las naciones
y a la generación de ingresos en ciertos sectores de la economía (Romero, 2005),
y considero que esto se debe a la dificultad generalizada para entender el
concepto de cultura al no contar con una definición homogénea de la misma,
razón por la cual se decide asumir la importancia de la cultura desde dimensiones
alternativas a la ontológica porque a fin de cuentas nadie tiene claro dicha
dimensión.
Por otra parte, una importante dificultad que deriva de las definiciones comunes de
cultura, es el hecho de que escasamente se incluye la dimensión de desarrollo, lo
cual mantiene separados a estos dos conceptos, aunque estén tan estrechamente
relacionados. Para los antropólogos la cultura tiene un enfoque temporal en el
pasado mientras que el desarrollo tiene un enfoque temporal en el futuro (Romero,
2005), lo que los vuelve incompatibles dentro de una misma definición, cuando en
realidad deberían poder complementarse uno al otro. Pues estos dos conceptos
en la práctica no se pueden distanciar demasiado.
Esto se debe a que más allá de ser derechos, éstos se suelen asumir como
sugerencias o intenciones (Cervantes, 2006), y esto en mi opinión, se deriva de la
falta de consenso acerca de qué es la cultura porque esta infinita discusión
académica produce un encierro del concepto en dicho mundo, impidiendo que sea
tomado con la seriedad e implicaciones congruentes que tiene en la vida diaria de
las personas. Y entonces, ¿cómo ejercer nuestros derechos culturales si estos ni
siquiera son asumidos como verdaderos derechos? ¿cómo desarrollar políticas
culturales si solamente la dimensión económica de la cultura suele ser tenida en
cuenta? ¿cómo involucrar la dimensión cultural más allá de lo económico en la
agenda de prioridades de los gobiernos?
Estas son preguntas que como gestores culturales debemos buscar resolver y por
las cuales trabajar en nuestra labor diaria. Tenemos la responsabilidad de dar
orden a nuestro campo de trabajo, educando a la gente en aquello que es la
cultura y en su importancia, no debemos casarnos todos con una misma definición
pero por lo menos tenemos el deber de asegurarnos que en nuestros equipos de
trabajo y en nuestras organizaciones exista consenso acerca de lo que asumimos
como cultura, para así tener claridad sobre los límites de nuestro campo de trabajo
y sobre nuestros deberes y derechos para así poder educar a otros y transmitir la
verdadera importancia de la dimensión cultural en el desarrollo humano y su
impacto en nuestra vida cotidiana, para poder apropiarnos de nuestros derechos
culturales y exigirlos como exigimos cualquier otro derecho cultural.
Bibliografía
- Barrera, R. (2013). El concepto de la Cultura: definiciones, debates y usos
sociales. Revista Clasehistoria publicación digital, artículo n° 343.