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UNA PERSONA REAL

LA GRAN CADENA DEL SER

1. Naturaleza.
Naturaleza física y formas de vida inferior;
pleromática, material, urobórico-reptiliana.

2. Cuerpo.
Formas de vida corporalmente superiores, SUBCONSCIENTE
especialmente tifónica y mágica. (Prepersonal)

3. Mente temprana.
Verbal, mítica, pertenencia,
paleológica, bicameral.

4. Mente Avanzada.
Racional, egoico-mental, autorreflexiva. AUTOCONSCIENTE SUSTRATO
(Personal) INCONSCIENTE

5. Psíquica.
Nirmanakaya, chamánica.
Alma
6. Sutil.
Sambhogakaya, santidad

SUPRACONSCIENTE
7. Causal. (Transpersonal)
Dharmakaya, sabiduría.
Espíritu
8. Último.
Svabhavikakaya, absoluto
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HISTORIA Y EMERGENCIA DEL EGO

La emergencia histórica y ontogénica de la estructura egoico-mental va acompañada de


un nuevo nivel de intercambio de reconocimiento cuyo paradigma es la autoconciencia reflexiva
y cuya esfera es la de la autoestima personal mutual.
Éste es un avance incuestionable, un gran paso adelante, un paso que comenzó
históricamente en el período egoico bajo y llegó a establecerse durante el período egoico
medio.i No vamos ahora a detenernos el los pasos históricos concretos de este desarrollo sino
que bastará con revisar la obra de Hegel y Habermas (en particular la reelaboración que
Habermas ha hecho de Hegel) porque, en sus diversos escritos, ellos han asentado los
fundamentos teóricos de los puntos que me parecen más significativos. Tampoco podremos
dedicarnos a revisar exhaustivamente, en esta sección, la relectura de Habermas, pero debo
decir que, en mi opinión, su punto de vista no sólo es esencial para la comprensión de ese
período histórico sino –y más importante todavía- para la comprensión de la presencia y la
persistencia de este nivel de intercambio en el desarrollo ontogénico del compuesto humano
individual. Estamos hablando, claro está, del nivel de la estima egoica y del reconocimiento
mutuo basado en una comunicación exenta de coacciones y de distorsiones.
En esta sección señalaremos brevemente cuatro de los puntos fundamentales de (mi
reconstrucción de) la postura de Habermas/Hegel más relevantes para la cuestión que ahora
nos ocupa.
El primero de ellos tiene que ver con la comprensión de que “nuestra conciencia no es
un entidad innata sino el fruto de un largo proceso evolutivo”. Tal vez este punto nos parezca
hoy en día una obviedad pero debemos tener en cuenta que esta visión evolutiva –la columna
vertebral de esta obra- era inconcebible para todos los filósofos anteriores a Hegel.
El segundo punto es que la autoestima egoica no es un acto autosuficiente de
invulnerabilidad y mucho menos –como sostienen los freudianos- una forma de defensa de los
sentimientos narcisistas, sino un verdadero sistema de intercambio recíproco. No es posible
alcanzar la autoestima en soledad y aislado del resto de los seres humanos porque la
verdadera autoestima consiste realmente en el intercambio de estima con los demás. La
auténtica autoestima se asienta “sobre la base del reconocimiento mutuo, es decir, sobre la
aceptación de que mi identidad sólo es posible a través de la identidad del otro que me
reconoce, quien depende, a su vez, de mi propio reconocimiento.
La autoestima, de hecho, el lo opuesto de la “asertividad” porque “la asertividad nos
separa de los demás”, la asertividad niega e invalida “la complementariedad de la
comunicación sin restricciones y de la satisfacción recíproca de intereses”. Y quien interrumpe
este proceso de intercambio experimenta “en la represión de las vidas de los demás las
deficiencias de su propia vida y en su alejamiento de los demás su propia alienación de sí
mismo”. “La identidad personal (en suma) sólo es posible sobre la base del reconocimiento
mutuo”, y éste es nuestro próximo nivel de intercambio (nivel 4).
El tercer punto es que el reconocimiento mutuo y el intercambio de comunicación no pueden
reducirse a los niveles inferiores, como han tratado de hacer los marxistas, los freudianos, los
científicos, etcétera. Habermas es muy escrupuloso en este punto al diferenciar con cuidado
las epistemologías, las metodologías y las estructuras de interés cognitivo propias de lo que
nosotros denominamos nivel 1/2 (naturaleza, trabajo, cuerpo, propiedad, techne, etcétera) y las
características del nivel 3/4 (comunicación, praxis, lenguaje, interacción, reconocimiento,
etcétera).

Habermas se ocupa de detallar con cuidado las diferencias existentes (entre


nuestros niveles 1/2 y los niveles 3/4, en una serie de niveles. En un nivel
“cuasitrascendental”, la teoría de los intereses cognitivos distingue el interés técnico en la
predicción y el control de los procesos objetivados (1/2) del interés práctico de mantener
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una comunicación libre de distorsiones (3/4). En un nivel metodológico, subraya la


diferencia existente entre la investigación empírico analítica (adecuada sólo a los niveles
1/2) y la investigación hermenéutica o crítica (que toma específicamente como “objeto” a
los niveles 3/4). En un nivel sociológico, distingue los subsistemas de acción racional del
contexto institucional en el que se hallan imbricados. Y en el nivel de la evolución social,
diferencia el crecimiento de las fuerzas productivas y la capacidad tecnológica (nivel 1) de
la extensión de la interacción libre de dominio (3/4).

En términos más simples diríamos que, cuando Habermas afirma que la praxis no puede
ser reducida a techne, que la hermenéutica no puede ser reducida a la investigación empírica
analítica, que la interacción simbólica no puede ser reducida al trabajo físico y que el
intercambio de comunicación no puede ser reducido a los intercambios materiales, está
simplemente diciendo que el nivel 3/4 no puede ser reducido al nivel 1/2, es decir, que la
mente, en suma, no puede ser reducida al cuerpo.
El cuarto punto es que los niveles inferiores configuran el sustrato de los intercambios
superiores y, por consiguiente, interactúan y se interrelacionan con ellos. Veamos un solo
ejemplo relativo al trabajo físico (nivel 1) y a la autoestima personal (nivel 4). Según Habermas,
Hegel, el reconocimiento personal mutuo se asienta y estabiliza precisamente sobre las
infraestructuras del trabajo y la propiedad. (Desde mi punto de vista se asienta sobre todos los
niveles inferiores, pero estamos limitando nuestro ejemplo a los intercambios propios del nivel 1
y a su influencia sobre el nuevo ego personal emergente característico del nivel 4).
Así pues, en este ejemplo, “Hegel afirma que la relación existente entre el trabajo (nivel
1) y la interacción (reconocimiento mutuo, nivel 3 y especialmente nivel 4) tiene lugar por medio
de “las normas legales que permiten el establecimiento de una relación social basada en el
reconocimiento mutuo”. La institucionalización del reconocimiento mutuo entre personal legales
sólo puede tener lugar entre “aquellos individuos que se reconocen mutuamente como
propietarios de las posesiones producidas mediante su trabajo o adquiridas mediante el
intercambio comercial”. En otras palabras, el respeto de la personalidad egoica depende del
reconocimiento legal –o institucional/convencional- y se asienta inicial –aunque no
exclusivamente- sobre la propiedad privada y sobre el reconocimiento de la propiedad privada.
“Así pues, las posesiones derivadas del trabajo (nivel 1) constituyen (un) sustrato del
reconocimiento legal (de la personalidad)”.
El hecho es que “el intercambio de bienes (posesiones del nivel 1) institucionalizado
formalmente mediante el contrato (legal) se convirtió en el modelo de reciprocidad sobre el que
se asentó esta interacción (el intercambio de reconocimiento egoico mutuo). De este modo, el
resultado de la “lucha por el reconocimiento (personal) – la autoconciencia legalmente
reconocida- incorpora los productos del proceso laboral por medio de los cuales nos liberamos
de los dictados inmediatos de la naturaleza”. Adviértase que este es un punto que hemos
señalado en cada uno de los distintos niveles de conciencia por los que hemos ido transitando:
cada nivel de conciencia incluye pero, trasciende, incorpora pero, al mismo tiempo, supera a
todos sus predecesores. No es sorprendente, pues, que tanto Hegel como Habermas
sostengan que el intercambio egoico de reconocimiento mutuo “incorpora los productos del
proceso laboral por medio de los cuales nos liberamos de (o trascendemos) los dictados
inmediatos de la naturaleza”.
Abandonemos ahora la reelaboración que Habermas hace de Hegel sin olvidar, no
obstante, sus rasgos fundamentales en lo que hace a los cambios históricos que comenzaron a
tener lugar durante el nuevo y emergente período egoico.
Del mismo modo que el reconocimiento y la protección no violenta de la propiedad sólo
fue posible gracias a la ley, la violación agresiva de la personalidad pasó a estar prohibida por
convención social-legal. Ya no era necesario que los bienes fueran apropiados por el más
fuerte o el más agresivo porque ahora una persona legal disponía ya del derecho a disfrutar de
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los bienes producidos primariamente por su propio intercambio físico (o adquiridos


secundariamente mediante el intercambio comercial). Y esto significa que, para no violar la ley,
los individuos deben reconocerse mutuamente a través del intercambio de estima. Una
persona tiene propiedades y el respeto de esas propiedades exige el reconocimiento y el
respeto de la personalidad.ii Y ni la persona ni la propiedad legal existieron antes del período
egoico.
Los datos de que disponemos indican claramente que, en los comienzos del período
egoico bajo y especialmente en el período egoico medio, el padre (que todavía es el patriarca)
se convirtió en el primer detentador de la propiedad. Y la propiedad del padre no estaba
protegida por la fuerza de sus músculos sino por una conciencia colectiva encarnada en la ley.
El rey dejó entonces de ser “el propietario del mundo” y debió ceder parte de sus posesiones al
padre como “señor y dueño de su propio castillo”.
De la misma manera –y más importante todavía-, el padre, dueño legal de la propiedad,
se convirtió, por vez primera en la historia, en una persona legal, “una autoconciencia
legalmente reconocida”, el ego. Esto significa, en primer lugar, que la autoconciencia individual
–el heroico ego por el que la evolución había trabajado tan duro y durante tanto tiempo- fue
reconocida y preservada por derecho legal y quienes reconocían la ley reconocieron la
autoconciencia personal y participaron en el proceso de intercambio mutuo de esa conciencia.
Y, en segundo lugar, una persona legal era alguien que no podía convertirse en un esclavo,
alguien que no podía ser propiedad material de otra persona. Dicho de otro modo, la persona
legal era, entre otras muchas cosas, propietaria de sí misma. Como dijo Locke, “cada ser
humano es propietario de su propia persona” o, en el argot actual, cada persona puede llegar a
ser su propio self.
En resumen, cada persona legal, cada “yo” egoico, era propietaria de sí misma, de su
propio self, era “suya” y podía apropiarse de bienes externos y hacerlos “suyos”. Es decir, cada
“yo” tiene su propio “mi” y su propio “mío”. Comprendo que todo esto puede parecer muy
egocentrado para aquellas personas muy espiritualmente orientadas, pero debo recordarles
que estamos hablando de un momento evolutivo en el que el ser humano recién estaba
comenzando a abandonar el reino prepersonal y a dar sus primeros pasos en el dominio de lo
personal, un avance que condujo desde el animal y el mundo subhumano hasta el mundo
individual y personal. Y el egoico “yo-mí-mío” desaparecerán en la supraconciencia pero sólo
después de haber cumplido con su función provisional).
El hecho es que la conciencia estaba batallando heroicamente para liberarse de su
fusión infantil en la naturaleza instintiva, luchando por escapar del dominio del “todos contra
todos” y establecer el poder de la ley, un poder que defendía la propiedad. Lo que resulta
deplorable –aunque tal vez inevitable- no es la aparición del “yo-mí-mío” y su reconocimiento
legal sino que ese derecho no se extendiera a la totalidad del género humano; lo lamentable no
mes que el padre se convirtiera en una persona sino que no ocurriera lo mismo con la madre;
la verdadera tragedia no es que el padre estuviera protegido por la ley sino que los esclavos no
lo estuvieran. Y esta tragedia no se corrige despojando a alguien de la personalidad sino
extendiendo la personalidad a todo el mundo.
Que una persona legal tuviera propiedades significa que su autoconciencia egoica
estaba socialmente sancionada, que era reconocida en el intercambio libre de autoestima. Eso
significa que su centro de conciencia ya no se hallaba necesariamente fundido y confundido
con la naturaleza, por un a parte, ni tampoco podía ser propiedad de otra persona, por la otra.
Dentro de este marco legal, la personalidad no podía ser violada por otras personas. (No creo
que sea necesario mencionar que todavía existen personas, gobiernos e instituciones que aún
no han llegado siquiera a alcanzar este nivel).
De la misma forma, la persona legal es el causante autorizado de sus propias acciones.
“Persona –dice Hobbes- es lo mismo que actor”. Por ello el término latino persona significa “el
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rol del actor”, ya que, en sus comienzos, el ego es necesariamente un conjunto adecuado de
personae, un complejo de roles sociales adecuados para determinadas interacciones, una serie
de acciones mutuamente reconocidas como importantes, apropiadas y “legales”. De aquí que
los esclavos, según el derecho romano, carecieran por completo de persona (o, dicho de otro
modo, que su persona perteneciera a sus amos).
Ahora bien, del mismo modo que una persona legal puede poseerse a sí misma,
también tiene la capacidad potencial de ser el autor de sus propias acciones. Ni la naturaleza
instintiva, ni la pertenencia conformista, ni el rey, ni los dioses míticos de la naturaleza poseían
el ego legal del que estamos hablando y, en consecuencia, ninguno de ellos era el artífice de
las acciones de su ego. “Porque –como dijo Hobbes- lo que hablando de bienes y posesiones
se denomina Propietario, hablando de acciones es llamado Autor.” Así pues, según el derecho
romano, un esclavo no solo carecía de persona sino que legalmente tampoco era el autor de
sus propias acciones (no podía votar, por ejemplo). El nuevo ego legal era propietario de sí
mismo y también autor de sí mismo, es decir, tenía la capacidad de organizar, hasta cierto
punto, su propia autonomía: elegir liberarse de los dictados de la naturaleza (id), del rey
(superego) y asumir la responsabilidad o autoría de sus propias acciones. En la jerga
psicológica actual, podía llegar a ser una persona auténtica.

PERSONA ACEPTABLE, SOMBRA INACEPTABLE

Ya hemos visto que, desde un punto de vista histórico, la persona auténtica 1) poseía y era su
propia propiedad; 2) disponía de la capacidad potencial de ser el autor de sus propias acciones
y 3) existía como un sistema de intercambio de reconocimiento y autoestima recíproco con
otros actores/personas. Nada de eso había existido a gran escala hasta la aparición del
período egoico medio y todo ello supuso un notable avance evolutivo que representaba
esencialmente la interrelación y el intercambio de la nueva conciencia emergente
autorreflexiva, una combinación intersubjetiva de la autoconciencia legalmente reconocida, una
forma nueva y superior de unidad en el camino que conduce hacia la Unidad.
En cierto modo, cada niño que nace hoy en día tiene que atravesar este mismo procesa
hasta construir un “yo, mí, mío”, cada niño debe convertirse en su propia persona, en su propia
propiedad, en su propio autor, en el agente responsable de sus propias acciones. Para ello
debe comenzar este proceso alejándose de su inmersión inicial en el entorno material, en la
fusión materna, en el animismo, en la magia y en el mito tiene que transferir la propiedad de su
conciencia desde los demás hasta su propio self. En segundo lugar, debe también asumir la
responsabilidad de esa propiedad, es decir, dejar de conferir la autoría de sus acciones a la
madre, al padre, al rey o al estado y convertirse en el autor de sus propias acciones. Ser una
persona auténtica es asumir la propiedad de uno mismo y la autoría de sus propias acciones y
pasar, de ese modo, desde la esclavitud prepersonal hasta la autonomía personal, un proceso
que conduce, en suma, al establecimiento del intercambio egoico libre.
Ahora bien, las perturbaciones del intercambio egoico (histórica u ontegenéticamente) a
través de la represión o del surplus de represión terminan dividiendo al ego en personas
aceptables y personas inaceptables, indeseables o temidas. Las personas inaceptables son
alienadas como “sombra” o “personalidad subconsciente” (en ocasiones llamada
“subpersonalidades” aunque, en cualquier caso, se trata claramente de personas alienadas).
La persona subconsciente, o sombra, se convierte así en una “cara oculta”, una “personalidad
secreta”, que continuamente altera, distorsiona y corrige las comunicaciones conscientes del
ego. La sombra es la forma en que el individuo oculta información sobre sí mismo, un texto
personal cuya autoría se niega, una voz cuya propiedad se repudia, una fachada ilegal. La
sombra es la forma en que el individuo rechaza la propiedad y la autoría del texto de su vida,
su propio self. La sombra es la causa de las correcciones, las malas interpretaciones y las
traducciones incorrectas de (aspectos del) propia self lingüístico y de su historia narrativa. La
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sombra es una pesadilla hermenéutica, el asiento de la interpretación intencional (aunque


inconscientemente) incorrecta.iii
Y por consiguiente, la sombra lleva a cabo acciones y comunicaciones personales cuyo
significado no es comprendido conscientemente por el individuo apareciendo entonces en
forma de síntoma. Y los síntomas de la sombra son desconcertantes, confusos y están escritos
en un lenguaje desconocido porque el individuo ha malinterpretado conscientemente su propia
texto vital y su historia narrativa. Es por ello que califico a la sombra como un asunto
hermenéutico. Recordemos que la hermenéutica es la ciencia de la interpretación. ¿Cuál es el
significado de Hamlet, de Crimen y castigo, de nuestra conducta, de nuestras acciones, de
nuestra propia vida? No existe ninguna forma empírica posible de responder a estas preguntas.
Demuéstrenme, si no, que han llegado a descubrir científicamente el significado concreto de
Hamlet, de Un tranvía llamado deseo o el sueño que tuvieron la pasada noche. El hecho es
que, una vez que alcanzamos niveles superiores al nivel sensorial (nivel 1/2), una vez que
alcanzamos el estadio de pertenencia y el nivel de la mente (nivel 3/4), estamos tratando con
estructuras de significado que ninguna evidencia empírico-sensorial puede decidir y, en
consecuencia, nos vemos obligados (o mejor dicho, tenemos el privilegio) a recurrir a la
discusión y a la interpretación simbólica, mental y comunicativa para decidir los asuntos
cruciales. Esto es precisamente la hermenéutica. No debe sorprendernos que Habermas (entre
otros) haya trazado una línea tan clara entre la investigación empírico analítica y la
investigación hermenéutica porque, a fin de cuentas, se trata de la diferencia entre la
investigación basada en modalidades subhumanas y la investigación propiamente humana. La
razón por la cual la psicología ortodoxa occidental no puede ayudarnos a comprender el
significado de nuestra propia vida es que se ha limitado a la investigación empírico-analítica, es
decir, a la investigación basada en modalidades y procesos sensoriales, objetivos y
subhumanos. Y la comprensión auténticamente liberadora es que la vida del individuo como ser
mental se basa en el intercambio hermenéutico transempírico.
Así pues, cuando una persona se oculta información sobre sí misma a través de la
sombra, oculta también simultáneamente el significado de diversos aspectos de su vida, de su
conducta, de sus pensamientos y de sus sentimientos. La sombra se convierte así en el foco
de la mala interpretación, de la falsa hermenéutica y de la lectura errónea del texto de su propia
vida. Éste es el motivo por el cual la sombra genera simultáneamente diversos “síntomas” –
acciones y sentimientos que el individuo no comprende, no aprehende y no interpreta
correctamente- y, de este modo, las acciones y los sentimientos parecen ajenos, alienados,
peligrosos y amenazantes.
No hay que confundir a la sombra con el id (tifón). El id es energía sexual emocional
mientras que la sombra, por su parte, tiene una estructura fundamentalmente verbal y
sintáctica.iv Todas las represiones del id tienden a apoyar y a estimular las correspondientes
estructuras de la sombra (es decir, sólo puedo ocultar el sexo de mí mismo si oculto ciertos
aspectos de la comunicación conmigo mismo), pero una represión de la sombra puede tener
lugar sin referencia alguna al id (es decir, puedo ocultar amplios y significativos aspectos de la
comunicación mental conmigo mismo sin ocultarme, sin embargo, el sexo). No obstante, una
vez que la narrativa de la persona se aliena y se disocia del ego (es decir, se convierte en
sombra), se ve ineludiblemente contaminada y “fundida” con las descargas urobóricas y
tifónicas y todo ese complejo configura el núcleo fundamental de la neurosis o, más
exactamente, de los desórdenes del carácter.
UNA PERSONA REAL

Hemos llegado ahora a un punto crucial porque la autoestima no puede tener lugar si el
ego está disociado en una persona aceptable y una sombra inaceptable puesto que, en tal
caso, uno no puede reconocerse exacta y honestamente a sí mismo y, en consecuencia,
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tampoco puede reconocer exacta y sinceramente a los demás. El hecho de no poder ver
claramente la totalidad de uno mismo impide entrar plenamente en el intercambio recíproco de
reconocimiento con los demás; una se oculta de sí mismo, por tanto, de los demás, y éstos a
su vez también permanecen ocultos. De este modo, el flujo global de reconocimiento mutuo
que realmente permite el establecimiento de la autoestima, se ve interrumpido y distorsionado.
Es como si estuviéramos residiendo en un país extraño y tratáramos de establecer relaciones
significativas con los demás –relaciones sobre las cuales deberé asentarse nuestra autoestima-
recurriendo a un intérprete mentiroso (la sombra) y nunca prestáramos atención ni
desconfiáramos siquiera de lo que dice el intérprete. Nosotros mismos somos ese intérprete.
El ego cae inconscientemente en esa trampa y piensa que se está comunicando sincera
y abiertamente con los demás y consigo mismo pero, como su sombra está oculta de sí mismo,
no comunica tanto mentiras como medias verdades. En tal caso, la totalidad del flujo de
intercambio de comunicación está plagado de “textos ocultos” y se ve saboteado por
correcciones, omisiones y distorsiones inconscientes. El individuo ya no es transparente ante sí
mismo ni ante los demás y esta opacidad frustra todo intento de autoestima, de integridad, de
reconocimiento exacto de uno mismo y de valoración mutua. De este modo, al relatar la historia
de su vida con medias verdades sólo descubre en sí mismo una estima a medias.
Este estado de cosas sólo puede corregirse cuando el ego incluye en el texto de su vida
la historia de la sombra, cuando se reconcilia con la sombra y vuelve a aceptar su narrativa
como un texto legítimo de la historia del ego o, por decirlo de otro modo, cuando la sombra
pasa de ser un forajido a ser una persona legal, un aspecto de la “autoconciencia legalmente
reconocida”.
Esto significa, al mismo tiempo, que el ego está dispuesto y es capaz de interpretar
correctamente la sombra, cuando está en condiciones de comprender conscientemente su
significado y de integrarlo en el contexto global de la propia historia personal. No quisiera entrar
más en este punto pero me parece evidente que el núcleo fundamental de cualquier
psicoterapia realmente significativa debe basarse en la interpretación hermenéutica. La terapia
psicoanalítica se basa fundamentalmente en lo que explícitamente denomina “la
interpretación”, en cuyo caso el ego comienza a reconciliarse con la sombra aprendiendo a
interpretar correctamente los síntomas (depresión, ansiedad, etcétera) detrás de los cuales se
oculta). El terapeuta, por ejemplo, puede afirmar que “sus sentimientos de depresión son
realmente sentimientos enmascarados (ocultos) de ira y resentimiento”, ayudando así a
reinterpretar los síntomas y facilitar que el paciente descubra la sombra distorsionante que les
ha dado origen. En el caso de que esa interpretación “cale hondo” en el paciente, el significado
del síntoma de la sombra se hace más transparente al ego y éste puede agregarlo a su arsenal
hermenéutico reconciliándose entonces con la sombra porque puede comprenderla. Entonces
puede decirse que “¡hemos descubierto al enemigo y que éramos nosotros mismos!”.
La interpretación de la sombra puede implicar “una indagación en el propio pasado”
simplemente porque uno debe buscar en la historia narrativa del texto de la propia vida hasta
encontrar la página de ese texto en que comenzó la distorsión, la corrección y la interpretación
incorrecta haciéndose entonces también cargo de la sombra. Descubrir claramente esa página
es descubrir la génesis de la sombra, leer las primeras líneas de la historia engañosa y darse
cuenta de su posterior autoría por parte de la sombra. A partir de ese momento uno puede
reconstruir y reinterpretar con más facilidad las interpretaciones incorrectas y los relatos ocultos
de la sombra para terminar últimamente integrando ambas narraciones –la de la persona y la
de la sombra- en una interpretación global más exacta del significado del texto completo de la
propia vida. A partir de entonces desaparecen las sombras y los síntomas. Freud estaba
preocupado por “recuperar el recuerdo del pasado” porque era muy consciente de la
necesidad de hacerse cargo de la autoría de la sombra ya que “quien no recuerda su pasado
está condenado a repetirlo.
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El ego, en suma, debe aceptar la autoría del texto de la sombra y aceptar la propiedad
de las comunicaciones que proceden de ella, es decir, el ego tiene que convertirse en una
“persona real”, asumir la propiedad y la autoría y dar un paso adelante hacia la autonomía y la
integridad, hacia una unidad superior en el camino que conduce hacia la Unidad. Ésta es, en
términos muy generales, la esencia y el objetivo de la terapia existencial-humanista, “el proceso
de convertirse en persona” del que hablaba Rogers. Lo que la humanidad colectiva comenzó a
hacer hace unos tres mil años es lo que debe tratar de hacer cada individuo nacido hoy en día,
establecer u “yo-mí-mío”, convertirse en un actor, un propietario y un autor responsable.
Nos resta ahora, como siempre, ubicar a la persona egoica” en la perspectiva adecuada,
es decir, en el contexto de la Gran Cadena del Ser. Porque el problema con el ego personal es
que, como cualquier otra forma de sensación de identidad separada, no se reconoce a sí
mismo como una fase puntual de un arco evolutiva mucho más amplio, un momento deseable
y necesario pero un momento también, qué duda cabe, intermedio y provisional. Porque el
nuevo ego y sus nuevas posesiones siguen siendo, en última instancia, un nuevo sujeto y un
nuevo objeto sustitutorio, una nueva vuelta de tuerca del proyecto Atman, una nueva obra a
desempeñar en el escenario de la inmortalidad. Esto ha sido algo que siempre han
comprendido los sabios y míticos, algo que Krishnamurti explica perfectamente. Porque, según
él, la realidad última (el Espíritu) es una “conciencia sin elección”, una conciencia
supraconsciente que no está particular ni exclusivamente identificada con ningún sujeto ni con
ningún objeto. En el zen, este estado de conciencia último es conocido como wu-hsin (mushin),
que significa la mente “no bloqueada”, mente “no fijada”, una mente que, como un torrente,
discurre sin tropiezos y sin estancarse y fluye libre e igualmente con toda manifestación. Como
dice el Sutra del Diamante: “La mente despierta no está quieta ni mora en lugar alguno”. Brota
libremente y retorna cristalina e impoluta al Dharmakaya.
Pero al margen de su función provisional, la propiedad y la persona no son más que
“puntos de anclaje”, “resistencias” a la conciencia superior, formas de defender y de fortificar la
sensación de identidad separada en contra de la trascendencia o, dicho de otro modo, intentos
de alcanzar la trascendencia de formas que realmente se lo impiden y obligan a liberaciones
sustitutorias. Cuando Hui-neng definió la esencia del zen como “internamente sin identidad y
externamente sin apego” estaba describiendo las dos vertientes del proyecto Atman, el sujeto
sustitutorio y el objeto sustitutorio, ambos impulsados por la intuición omnipresente de Atman
pero fijada en una dimensión intermedia. Y el individuo, tratando, en última instancia, de
alcanzar el tan anhelado Retorno, la resurrección en la Totalidad supraconsciente, la sustituye
mientras tanto internamente por el ego y externamente por la propiedad.
Es por ello que, para muchos individuos –tanto entonces como ahora- el ego y sus
posesiones (yo, mí, mío) no sólo constituye una etapa pasajera del proyecto Atman sino que es
la única forma concebible del proyecto Atman. Pero, de este modo, la evolución se estanca y
tanto la persona como la propiedad se ven sobrecargadas con el peso del proyecto Atman. En
tal caso, la necesaria persona termina convirtiéndose en una sensación de identidad
permanente y “la persona-ego termina adquiriendo su significado moderno de self auténtico”.
Es como si el ego se colocara la máscara para desempeñar su papel y luego no pudiera
quitársela porque la función debe continuar. De este modo, las palabras “no yo sino Cristo”
referidas al autor último pierden todo su sentido y “ser una persona real” termina significando
“evitar la supraconsciencia”.
Y la nuestra es una de las grandes eras de las que hablaba Rank. La que él calificaba de
“era psicológica”, la era que ha alcanzado su punto culminante en la moderna América, una era
en la que la jerga psicológica se ha convertido en la nueva Newspeak, v en la que las
“reacciones que salen de las tripas” son más importantes que cualquier otra cosa, en la que
uno puede escaparse hipócritamente de todo –y, sin embargo, salir bien parado- con tal que
comience diciendo “aquí y ahora siento que…”. Pero la era psicológica es simplemente la era
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del ego fijado, una era en la que el self personal y aislado se ha convertido en algo supremo,
una era en la que, mirando en la profundidad de nuestra alma, no encontramos nada, no
podemos encontrar nada, sino nosotros mismos, nuestra persona y nuestras propiedades.

NOTAS
i
Según afirma L.L. Whyte, durante todo ese período histórico “la atención del individuo fue orientándose
cada vez más hacia su propio pensamiento y hacia los estímulos externos hasta que tomó conciencia de sí
mismo como persona pensante y sensible dotada de la facultad de elegir…entonces se tornó consciente de
sí mismo como persona.(Whyte, K. “Psicología Perennis.” Journal of Transpersonal Psychology, vol. 7, n° 2,
1975.)
ii
Según Fitche, “el derecho a la posesión exclusiva tiene lugar a través del reconocimiento mutuo y no existe
sin esa condición. Toda propiedad se asienta en la unificación de voluntades diversas en una sola voluntad.
iii
¡Por qué un individuo oculta información sobre sí mismo? Oculta precisamente aquellos aspectos del
intercambio de comunicación que parecen amenazar de muerte al ego o al concepto verbal de sí mismo. De
este modo, sacrifica sustitutoriamente a esos aspectos, “los mata”, los deja de lado, los aliena, para
preservar su proyecto de inmortalidad egoico. Es decir, la sombra constituye la modalidad de sacrificio
sustitutorio propia del proyecto Atman del ego-mental.
iv
En este punto coincido plenamente con Jung, Lacan y otros y difiero del primer Freud. El “inconsciente” no
sólo contiene energía e imágenes no verbales sino que, con mucha frecuencia, encierra también sistemas
lingüísticos altamente estructurados. La sombra es uno de ellos. Así pues, el id (tifón) es preverbal y está
constituido por impulsos sexuales y agresivos mientras que al sombra, por su parte, es lingüística y
hermenéutica y está constituida por unidades narrativas significativas pero disociadas.
v
Término acuñado por Orwell en 1984 y que se refiere a una forma retórica en la que, bajo un disfraz de
objetividad, se está sirviendo, de hecho, a objetivos políticos o ideológicos. (N. del T.)

Ken Wilber. Después del Edén


Ed. Kairos. Barcelona 1981

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