Reflexión
Hay un viejo dicho que dice: Hace más ruido un árbol que cae que un
bosque que crece.
Juzgar y hablar mal sobre sucesos o personas tiene, regularmente, un efecto
negativo. La tendencia natural que tenemos es pensar mal sin haber
conocido todas las circunstancias. No se trata de dejar de ser críticos y
nunca juzgar lo que es incorrecto, sino de hacer un esfuerzo por promover
el bien que muchas veces queda en el olvido.
Cristo fue juzgado en el pensamiento de las personas que le veían y vio
claramente la obra del demonio en estos actos aparentemente inapreciables.
No dudó al corregir este defecto y fue radical en el momento de señalar el
error. O promovemos el bien o promovemos el mal; no existe término
medio. O recogemos el bien que encontramos en cada momento de nuestra
vida o dispersamos en el olvido todo acto generoso que pudimos haber
valorado.
Es difícil fijarnos siempre en lo bueno de las mil noticias que nos llegan.
Pero, si hacemos el hábito de buscar el bien, podremos llegar al punto en
que veremos la mano de Dios llena de bondad por detrás de cada desastre o
incomprensión, porque todo contribuye al bien para aquellos que aman a
Dios.(Rm. 8,28).
Siempre existirá el bien, pero es nuestra misión hacerlo resplandecer.
Ayuda bastante dejar de lado los juicios e intentar ponernos sencillamente
delante del sagrario, llevar al altar todo lo que no entendemos en el
momento y esperar pacientemente, así como María lo hizo junto al pesebre,
junto a la cruz y, hasta el día de hoy, junto al sagrario.