Beatriz R. de Moreno
Lectura crítica: Ana Lía Crippa y Leonardo Biondi.
La etimología de la palabra articulación es: unión, lo que sirve para unir, enlazar, atar. Desde esa definición, por
una parte su función es bien tangible, es unir elementos de dos dimensiones variadas, pero al mismo tiempo,
provoca la diversidad de opiniones al no quedar claro qué alcances tendrá esta unión de elementos cuando en
realidad no se conoce qué se ubica en sus extremos.
Centrándonos en el ámbito educativo, nos preguntamos: ¿qué unimos, que conjugamos, cuáles son los polos a
articular entre los diferentes niveles? ¿y al interior de ellos?
Creemos que esta es una discusión importante a plantear en contextos de formación docente ya que existen
variadas concepciones en torno al término articulación.
Para algunos docentes es sinónimo de acuerdos respecto a los contenidos a enseñar en cada nivel, ciclo o
sección/año/curso de una institución. Para otros el término solo refiere a la articulación entre niveles e implica
organizar la participación de los alumnos en alguna de aquellas "actividades propias" de cada nivel o ciclo (de
jardín a primero o de sexto a primer año, etc.), en general por un corto período de tiempo, suponiendo que de
esa manera el impacto, al pasar de un nivel a otro, no dará lugar a rupturas o conflictos. Para otros, es una
cuestión no debatida ni tenida en cuenta en la institución en la que trabaja.
La intención de muchos de los docentes a quienes preocupa el tema, es la de establecer una continuidad a
pesar de existir especialmente entre los niveles, culturas institucionales completamente distintas,
conocimientos característicos de cada nivel, o bien, abordajes diferentes que profundizan conocimientos
trabajados en el nivel anterior.
¿Cómo encontrar entonces cohesión o congruencia, ante cuestiones tan diversas?
¿Cómo alcanzarla en el marco de la tensión continuidad/diferenciación característica del acto de articular?
Sabemos que son múltiples los factores que dificultan el logro para esta cohesión en el sistema educativo. Sólo
mencionaremos algunos:
Las distintas trayectorias de formación de los docentes y sus diferentes concepciones respecto del
aprendizaje y la enseñanza.
Las representaciones sociales, que tiene cada Nivel y a veces cada ciclo.
Los diversos cambios que se producen para el alumno a medida que transita por los diferentes niveles
del sistema que van desde lo estructural (edilicio, funciones de cada nivel, métodos de trabajar) hasta
lo personal (emocional, la relación con otros pares y con adultos)
La forma de organización en cada nivel. (La organización en materias a cargo de un profesor
especializado, es propia de la escuela media. La escuela primaria históricamente ha condensado en "un
maestro" las cuatro áreas básicas,)
Los tiempos de la enseñanza de cada nivel (Un maestro de primero y segundo ciclo pasa con
su grupo de alumnos entre 20 a 25 horas reloj por semana; un profesor de secundaria entre 2 a 5 horas
reloj por semana).
La escasa disponibilidad de espacios institucionales sostenidos destinados a la producción conjunta de
conocimientos por parte de los docentes (planificaciones, evaluaciones, etc.)
La aceptación y naturalización del mito: “cada maestrito con su librito” signo de la soledad en la que
nos deja la consideración restringida que tenemos sobre la articulación.
…
En el Nivel Primario, el Régimen Académico regula las trayectorias de los alumnos en las Escuelas. Dice en el
capítulo 4: “Considerar estas trayectorias completas supone asumir que existen diversas intervenciones, desde
los Niveles y Modalidades del sistema sobre un sujeto único que es el alumno. Como consecuencia de esta
complejidad es necesario un trabajo sistemático que apunte a la articulación entre los actores e instituciones en
torno a las condiciones de enseñanza para generar continuidad en los procesos de aprendizaje. La articulación
pedagógica supone generar situaciones de trabajo compartidas con los Jardines de Infantes, las Escuelas de
Educación Primaria, Las Escuelas de Educación Secundaria, Centros Educativos Complementarios, Escuelas de
Educación Especial, Las Escuelas de Educación Estética, y Centros de Educación Física. En ellas, se deben
garantizar prácticas compartidas en torno a la maneras de atender las trayectorias escolares de los alumnos, a
los propósitos y perspectivas de enseñanza, a la progresión de los contenidos de las distintas áreas curriculares,
a los criterios de evaluación y a los modos de organizar el trabajo y de convivir con la escuela”1
La articulación entre distintas instituciones y entre los diferentes niveles, ciclos y secciones/años permite dar
coherencia y unidad al sistema educativo. La construcción de la articulación implica pensar simultáneamente
en la unidad y la diversidad de este sistema. Los docentes debemos de tener en consideración que el alumno,
es el mismo en los diversos niveles de escolaridad, que transita y va modificándose interna, gradual y
progresivamente en la medida de sus propias construcciones cognitivas y de su desarrollo personal y social.
La articulación debería ser necesariamente el espacio donde nuevos aprendizajes ensamblarán con los ya
obtenidos sin cortes o fragmentaciones, considerando siempre la continuidad pero también la diferenciación
entre los mismos. Debemos tener en cuenta que, muchas veces y con las intenciones de hacer todo más
simple, los docentes establecemos tantas similitudes entre los saberes viejos y los que estamos enseñando que
replegamos estos últimos a los anteriores, lo que conduce a que los alumnos no aprendan nada nuevo
(Steinberg, 1988).
Transitar con los alumnos el recorrido de sus aprendizajes implicará introducirlos en un modo particular de
hacer y producir conocimientos que han sido elaborados por la cultura. Este modo particular, es el mismo
independientemente del Nivel de enseñanza que se trate, considerando por supuesto las herramientas
conceptuales que los alumnos tienen disponibles.
La categoría “alumno” es una construcción histórica y social. Se trata de un efecto de la escolarización masiva,
que se instaló a partir de un dispositivo –el escolar– el cual fijó a los niños en la posición de alumnos (Baquero,
2007). De esta manera se vincula la extensión masiva del formato escolar a los procesos de constitución de la
infancia moderna y con ello, entonces, a la producción de formas específicas de vivir, sentir y representar la
niñez. Tanto la escuela como la infancia no son fenómenos naturales, sino construcciones históricas, sociales,
con notas características mutables que varían según el contexto histórico en que se inscriben. Esto lleva a
considerar que hay diversas formas de hacer escuela y pensar infancias y por tanto de hacer (se) o producir (se)
alumno.
Cuando se hace referencia a las “condiciones pedagógicas” se comprende que los sujetos se constituyen como
“alumnos” bajo ciertas condiciones propias del proyecto escolar, el cual, involucra decisiones sobre la vida de
los sujetos, sobre sus márgenes de acción, sobre la manera en que forjamos su identidad. Por eso resulta
3 Ver cap. 4 del Régimen Académico del Nivel Primario.
central revisar esas condiciones y ponerlas en discusión en pos de avanzar efectivamente hacia una plena
inclusión educativa (Terigi, 2009).
Desde esta posición intentamos colaborar con los directivos para ayudarlos a desnaturalizar la mirada sobre la
escuela y también sobre quienes asisten a ella en calidad de alumnos.
Los niños, adolescentes o adultos que llegan a la escuela, lo hacen con sus modos particulares de crianza de
acuerdo con su etnia, cultura, clase social, barrio, familia. En la escuela aprenden lo que P. Perrenoud (1990),
denominó “el oficio de alumno”. Es necesario observar que tener éxito en la escuela no significa solo aprender
los contenidos académicos (los que, normalmente, aparecen en el curriculum formal), sino también aprender a
desempeñar adecuadamente el oficio de alumno. Este autor con esta categoría muestra el particular
desempeño que se espera de los niños/jóvenes en clase y la importancia de entender los rasgos de este oficio
para tener éxito en la escuela.
Consideramos central plantear este asunto en los encuentros con directores: desde la perspectiva de un
alumno, desempeñar esta tarea es sumamente complejo si pensamos en que dependiendo de la escuela; del
Nivel; del ciclo; de la sección/año; del docente; de la materia; … el oficio de alumno tendrá “versiones”
diferentes.
Es una forma de concebir lo que algunos especialistas han dado en llamar la “cultura escolar” o “matriz
escolar”: las tradiciones, prácticas, rituales y principios que permanecen y no logran ser alterados por los
intentos de reforma. Pasan los años y estos modos de ser escuela y posicionar los lugares de los sujetos no se
modifican con facilidad.
Dentro de las condiciones pedagógicas, uno de los aspectos centrales son las formas o modos que tiene el
alumno para adquirir conocimientos escolarizados. Decimos el modo de aprender del “alumno”, y por lo tanto
nos referimos a esa forma de aprender dentro de un contexto particular como es la escuela, no estamos
aludiendo a un niño o joven en su contexto de crianza, sino que pensamos en un niño/joven en su condición de
alumno.
Dentro de este marco, una cuestión entonces que no habría que dejar de tener en cuenta, es considerar que la
articulación implica no sólo vínculos y conexiones entre los contenidos, sino también entre las concepciones de
enseñanza y de aprendizaje; con la idea de sujeto que le subyace y con acuerdos acerca de qué significa
“saber”.
Preocuparse por la trayectoria escolar es avanzar en que los alumnos logren una apropiación del espacio
escolar coherente, articulado, y en simultáneo, producir una diferencia en las formas de acompañar el
recorrido y el tránsito del proceso de enseñanza y el de aprendizaje, según las particularidades marcadas por
las situaciones. El reto es mantener constante la relación entre lo común y lo diferente. Estamos convencidos
de que la igualdad sigue siendo un valor fundamental para una sociedad más justa y más plena y sabemos que
no es un concepto unívoco. Nos cuestionamos y debemos cuestionar en los espacios de formación, la
equivalencia entre igualdad y homogeneidad y entre desigualdad y heterogeneidad. Para ello es imprescindible
considerar las formas de aprender de los alumnos, las cuales no pueden disociarse de una mirada dirigida hacia
ellos como niños o jóvenes que están inmersos en una cultura plural, diversificada, atravesada por realidades
sociales complejas, críticas y en ocasiones donde se han vulnerado sus derechos.
Visualizar esto conlleva a reflexionar no solo sobre los cambios sociales culturales y generacionales, sino en
particular sobre la enseñanza y en especial sobre las categorías disciplinares-curriculares que forman parte del
mundo escolar y que constituyen la práctica de enseñanza. Se trata de mirar de otra forma las áreas o
disciplinas curriculares, el objeto de conocimiento, los procedimientos, los objetivos, las formas de la
transmisión y las de participación. En síntesis, mirar con otra perspectiva la situación educativa.
El reto está en pensar entonces los pasajes, estas transiciones de una escuela a otra; de un nivel a otro, de un
ciclo a otro, de una sección/año a otro; de un docente de una materia a otro de la misma materia; o entre los
docentes de las otras materias; con una responsabilidad colectiva política e institucional. Sosteniendo una vez
más que todos pueden aprender bajo condiciones pedagógicas adecuadas, lo que nos debe llevar, por tanto, a
revisar en cada nivel aquello que es propio como aquello que une, entrelaza. Lo cual implica no diluir la
especificidad de cada nivel pero sí comprender que el proceso formativo de los niños y adolescentes es
continuo.
De esta manera se considera a la articulación como un proceso complejo y sistémico, en el cual la enseñanza,
entendida como un modo particular de transmisión de saberes, ocupará un lugar central, haciendo foco en un
proceso de enseñanza que evite dar fractura a la identidad de cada nivel y al mismo tiempo respete las
continuidades a lo largo de todos los niveles que el mismo alumno transite.
Dentro de la dimensión Curricular, todo esto supone decisiones institucionales y áulicas entre docentes que
optimicen las prácticas de enseñanza en cada nivel e incluyan así, la apropiación particular que elige y acuerda
cada colectivo institucional para implementar en cada uno de los niveles, estableciendo progresiones y
complejizaciones de los contenidos y de los procesos de enseñanza. Es importante no solamente hacer una
selección de contenidos, sino revisar en torno a qué se enseña y cómo en cada nivel, con qué grado de
complejidad, con qué secuenciación y cuáles son las formas de abordar la enseñanza.
Ahora bien, centrarnos en los sujetos, en sus recorridos, articular, supone poder acompañar el acto mismo de
ese pasaje desde las propias instituciones. El trabajo de las trayectorias escolares acontece siempre entre
instituciones y sujetos, produciendo subjetividad. Al decir de M. Greco y S. Nicastro: “ Cada trayectoria abre a
un recorrido que es situado, particular, artesanalmente construido y que remite al mismo tiempo a dimensiones
organizadas previamente más allá de las situaciones y las particularidades. En ese territorio intermedio, por
momentos incierto e indefinible, sin fronteras claras entre sujetos y organizaciones es que la trayectoria se
despliega”. (Greco y Nicastro, 2009)
Por eso desde las escuelas se puede proponer que ese pasaje no implique sobresaltos innecesarios o se
constituya en instancias traumáticas. Es preciso ayudar a distinguir entre aquello que se percibe como estable,
conocido y seguro, y también el cambio, aquello que está por venir, lo que implica expectativas como una
variable necesaria de todo proceso vital.
Inevitablemente, toda práctica pedagógica está determinada por concepciones acerca de cómo se enseña y
cómo se aprende. Cada perspectiva refleja una creencia diferente acerca de la naturaleza del conocimiento,
del modo en que se adquiere el conocimiento y de lo que significa saber acerca de algo.
Estas concepciones muchas veces terminan por constituirse en teorías implícitas que condicionan y regulan el
accionar docente, al no mediar espacios de reflexión que permitirían hacerlas explícitas. Recordemos que, las
opciones de enseñanza que plantean los diferentes enfoques, no son diferentes caminos para enseñar los
mismos conocimientos. Por el contrario, diferentes enseñanzas configuran distintos objetos de conocimiento y,
por lo tanto, posibilitan aprendizajes muy diversos.
En tal sentido, a la hora de pensar en la articulación de los aprendizajes, se hace necesario detenernos en las
siguientes cuestiones:
¿Cuál es nuestra concepción acerca del aprendizaje? ¿Qué significa “saber”?
La idea central de J. Piaget, según la cual los conocimientos no se producen solamente por la experiencia que el
sujeto tenga sobre los objetos, ni tampoco por una programación innata preexistente en él, sino por
construcciones sucesivas que se dan por la interacción de ese sujeto con el medio, son conceptos
fundamentales, que sin embargo, no son suficientes para explicar el complejo acto de la enseñanza y el
aprendizaje de contenidos escolares.
Construir un aprendizaje en clase, cuyos resultados sean previsibles por lo menos con una alta probabilidad y
cuyas particularidades sean reproducibles, exige un análisis riguroso del problema de la relación entre la
enseñanza y el aprendizaje -relación acerca de la cual no se ocupa la Psicología Genética-, y es en cambio uno
de los objetos de estudio esenciales de todas las Didácticas específicas.
Así, el objetivo central de esas didácticas es poder identificar las condiciones en las que los alumnos movilizan
conocimientos bajo la forma de herramientas que conduzcan a la construcción de nuevos conocimientos.
G. Brousseau (1986) define así su concepción de aprendizaje: “El alumno aprende adaptándose a un medio que
es factor de contradicciones, de dificultades, de desequilibrios, un poco como lo hace la sociedad humana. Este
saber, fruto de la adaptación del alumno, se manifiesta por las respuestas nuevas que son la prueba del
aprendizaje (...)”
Esta concepción de aprendizaje toma de la teoría de Piaget el fundamento de que el conocimiento se construye
a través de la acción de un alumno enfrentado a situaciones que le provocan desequilibrios. Estos
desequilibrios se producen si existe una situación que el alumno tenga que resolver, pero además, si dispone
de algunos conocimientos de base para enfrentar el problema que al mismo tiempo se muestren insuficientes.
Los límites de su saber frente a la situación, son los que provocan que el sujeto ponga en duda sus
conocimientos y se aboque a la búsqueda de nuevas formas de resolución. Se aprende por necesidad y
carencia.
Todo conocimiento nuevo se construye apoyándose sobre los conocimientos previos, a los que al mismo
tiempo modifica. En la interacción que un alumno despliega con la situación de enseñanza, utiliza sus
conocimientos anteriores, los somete a revisión, los modifica, los rechaza o los completa, los redefine,
descubre nuevos contextos de utilización y de esa manera construye nuevas concepciones. Este proceso
dialéctico por una parte, descarta toda ilusión de una construcción lineal del conocimiento en el sentido de
suponer que se los favorece estableciendo una secuenciación que vaya de lo más simple a lo más complejo. Por
otra parte, pone de relieve la necesidad de articular lo “nuevo” con lo “viejo” a lo largo de toda la escolaridad.
Charnay (1994) dice: “Los conocimientos no se apilan, no se acumulan, sino que pasan de estados de equilibrio
a estados de desequilibrios, en el transcurso de los cuales los conocimientos anteriores son cuestionados. Una
nueva fase de equilibrio corresponde entonces a una fase de reorganización de los conocimientos, donde los
nuevos saberes son integrados al saber antiguo, a veces modificado. Así, un nuevo saber puede cuestionar las
concepciones del alumno originadas por un saber anterior: por ejemplo, el estudio de los decimales debería
conducir al alumno a cuestionar la idea de que la multiplicación “agranda” siempre (idea que él ha podido
elaborar estudiando los naturales)”.
En suma, se considera al aprendizaje como una modificación del conocimiento que el alumno debe producir por
sí mismo y que el maestro sólo debe provocar (Brousseau, 1988).
La didáctica hace entrar en escena al alumno, a ese niño/joven que al estar “sujeto” al orden de la institución
escolar (Chevallard, 1985) se convierte en sujeto didáctico.
Es un alumno que frente a las situaciones que le plantea el maestro/profesor, realiza una búsqueda dentro de
todo lo que sabe para decidir qué es lo más pertinente y ponerlo en juego.
El trabajo del docente consiste, por lo tanto, en proponer al alumno situaciones de aprendizaje para que
produzca sus conocimientos partiendo de la búsqueda personal de los procedimientos que le permitirán
encontrar la respuesta al problema planteado. La resolución de la situación pone en juego las herramientas de
las que dispone el alumno. El que las haga funcionar o las modifique, no depende del deseo del maestro, sino
de la resistencia que le ofrezca ese medio. Se aprende por adaptación a un medio que ofrezca resistencia.
Para que un sujeto se constituya como sujeto didáctico, es decir, se implique en la resolución de un problema
de manera independiente al deseo del maestro es necesario que tenga un proyecto (implícito) de aprendizaje y
acepte su responsabilidad (Perrin Glorian, 1993)
No será esto posible si piensa que el trabajo consiste en hacer lo que se le pide tal y como se lo piden imitando
los procedimientos o ideas de otros, o que lo que produce es algo que se hace para luego ser abandonado sin
que se pueda establecer ningún vínculo con lo precedente o los aprendizajes futuros, o que su trabajo es
importante realizarlo solamente para “pasar de grado”, “para que mi mamá se ponga contenta”, etc.
Es el docente el que puede lograr que el alumno acepte la responsabilidad de una situación de aprendizaje,
siempre y cuando no esté dispuesto a darle indicios que lo ayuden a averiguar con el menor costo la respuesta
que está esperando de él. Muchas veces como producto de estas “ayudas” el alumno logra una respuesta
correcta sin haber puesto en juego sus conocimientos. La trampa que encierra esto es suponer que el alumno
ha aprendido, la decepción surge cuando frente a una nueva situación se evidencia la ausencia de ese saber.
El alumno construye conocimientos nuevos al adaptarse a un medio que le genera desequilibrios. Se busca que
el alumno funcione de manera científica a través de sus acciones, y no como un mero ejecutor de instrucciones
externas.
Para aceptar su responsabilidad en lo que produce, el alumno debe poder considerar lo que hace como una
elección entre diferentes posibilidades, para así poder establecer una relación de causalidad entre las
decisiones que ha tomado y sus resultados. La situación debe permitir en la búsqueda previa a la toma de
decisión, una anticipación de los resultados que tal elección va a determinar. Son las anticipaciones que el
alumno produce las que le permiten una resolución basada en sus propios saberes y no en intervenciones
externas.
Se trata, entonces, de que los alumnos aprendan haciendo funcionar el saber. Es decir, que para el alumno el
saber aparezca como un medio de seleccionar, anticipar, realizar y controlar las estrategias que utiliza para
resolver la situación que se le ha planteado.
Podemos pensar al recorrido de una trayectoria educativa como uno de los modos de hacer lugar a las
subjetividades y a las legalidades. Y esto nos conduce a retomar la transmisión educativa como el lugar donde
ambas se articulan; entonces, no ya como un traspaso de conocimientos, normas, costumbres o tradiciones
sino como un acto. Es por este acto que decimos “trabajo de la transmisión”: trabajo implica transformación,
producir algo nuevo con lo que hay. Más que solicitud de obediencia a lo que alguien transmite desde un lugar
de autoridad, en lugar de dominación y sometimiento, la transmisión implica el trabajo artesanal entre varios,
más de uno, de un tejido de acciones y palabras, desplegadas, dichas y escuchadas, en silencio y en forma de
voces, de un mundo común que nos incluye a todos por igual y que otorga, política y subjetivamente, espacios
de libertad. El acto de la transmisión incluye en una filiación, nombra y pone en movimiento la búsqueda de
otros modos de estar filiado. Es pasado movilizado en un presente. (Nicastro, y Greco, 2009)
Como resumen, creemos que nuestras acciones de formación deben orientarse intencionalmente a destacar el
rol protagónico que tiene el equipo directivo en que sea real la concreción de una trayectoria educativa más
“amigable” para los alumnos y la incidencia que la articulación tiene en esa concreción.
Como vimos, un aporte sustancialmente valioso que pueden realizar los directores al sostenimiento de las
trayectorias se vincula al fortalecimiento de la continuidad de las propuestas de enseñanza a lo largo de toda la
escuela.
Nos referimos a que los alumnos puedan transitar la escuela sabiendo qué se espera de ellos. Y que
efectivamente en términos de su quehacer de alumno, se espere lo mismo a lo largo de toda su trayectoria
reconociendo por supuesto, las diferencias propias de cada nivel/ciclo. Sabemos que hay versiones diferentes
de ese quehacer. A lo largo de su trayectoria un alumno puede ser convocado a realizar el despliegue de un
trabajo de tipo exploratorio: probar, ensayar, abandonar, representar para imaginar o entender, tomar
decisiones, conjeturar, explicar, comparar con las producciones de otros, identificar errores, reutilizar lo
aprendido en nuevos contextos, etc. Pero también puede sucederle que -incluso en el mismo año que cursa-,
otro docente espere de él que reproduzca lo enseñado tal y como se lo enseñó, que el funcionamiento del aula
no sea el de una “comunidad de producción de conocimientos” sino un ámbito silencioso en el que cada uno
obtiene la devolución de su trabajo en el cuaderno/carpeta a través de un “bien”, “regular” o “mal”.
Es el director quien puede portar el cuidado de cierta memoria pedagógica, de una mirada integral de las
propuestas de trabajo a lo largo del año, de los ciclos y, en suma, del recorrido de cada alumno por la escuela.
Eso es articular.
En este sentido, sostener esa memoria facilita que para cada alumno la escuela no empiece cada año de cero,
que no sea cada vez una nueva vez, evitando que los conocimientos y las experiencias obtenidos en años o
materias o con docentes diferentes no sean tenidos en cuenta, sino que por el contrario, se acumulen
proactivamente, de manera de aprovechar mejor el tiempo de enseñanza.
En tiempos interrumpidos, sostener la continuidad de ciertas condiciones se vuelve imperioso. Con niños o
adolescentes que viven a sobresaltos, la calma y seguridad de un ambiente escolar que vuelve previsible ciertas
condiciones parece una estrategia pertinente y valiosa.
Saber lo que los alumnos han leído cada año, para volver a ello solo si es intencionalmente necesario y no por
casualidad debido al desconocimiento del docente de este año de lo que hizo el del año anterior y el anterior,
armar bancos de problemas que aumentan progresivamente su dificultad entre años y ciclos, “tironear” de los
conceptos construidos a propósito de la resolución de otros problemas para abordar los problemas actuales,
apelar a los conocimientos construidos en otro tiempo, con otro docente, consensuar modalidades de trabajo
que se secuencien a lo largo de los años, acordar qué permanece invariable y qué necesita ser modificado año
a año, conforme los niños o los adolescentes crecen, son discusiones que entendemos prioritarias para dar
entre los grupos de directivos de manera que puedan trasladarlas a la escuela que conducen.
Bibliografía
Baquero, R. (2007): “La educabilidad bajo sospecha”, Cuaderno de Pedagocía Nº 9, Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes.
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Brousseau, G. (1988): “Fondements et méthodes de la didactique des mathématiques”, Recherches en
didactique de mathématiques, N° 7.2, Grenoble, La Pensée Sauvage.
Nicastro, S. (2006): Revisitar la mirada sobre la escuela. Exploraciones acerca de lo ya sabido, Rosario,
Homo Sapiens
Terigi, Flavia (1999): Currículum, itinerarios para aprender un territorio, Buenos Aires, Santillana.
—— (2006): Diez miradas sobre la escuela primaria, Buenos Aires, Siglo XXI.
—— (2008): “Lo mismo no es lo común”, en Graciela Frigerio y Gabriela Diker (comps.), “Educar:
posiciones acerca de lo común”, Buenos Aires, Del Estante.