“En “Casi una diosa / Historias íntimas del paraíso”; Espiral Fundamentos;
1993; p.69-143
***
A tantas Liliths que defienden la dignidad de la mujer, en esta injusta
sociedad nuestra.
J.
PRÓLOGO
por Victoria Sau (Profesora de Psicología
de la Universidad de Barcelona)
Robert Graves y Raphael Pata en Hebrew Myths: The Book of Génesis dice
que según los relatos, Adán y Lilith nunca encontraron juntos la paz. Ella no
aceptaba, entre otras cosas, la postura tradicional del coito cuya finalidad
primera es la de la procreación. De ahí podría haber surgido la superstición de
su poder dañino sobre los niños. Sin embargo, el Talmud babilónico dice que de
su unión con Adán surgieron Asmodeo e innumerables demonios que todavía
atormentan a la Humanidad.
Como muy bien dice Jaime Salom en su obra, los dioses (as) o héroes
(ínas) de los vencidos son representados como monstruos peligrosos por los
vencedores, de modo que Lilith, a quien los propios judíos toman de la
tradición asirio-babilica, por una especia de «masaje» cultural de cientos de
años pasa a ser, en el nuevo orden de cosas, un fantasma nocturno que puede
hacer perder en sueños su potencia viril a los hombres y/o como derivación de
los primero, ser peligrosa para los niños. Otra variante diabólica puede ser, tal y
como lo insinúa Jaime Salom, en plena coincidencia con Kurnitszky en este
sentido, la propia serpiente del Paraíso: la mujer arcaica, sabia, no domada
todavía instruye a la joven y nueva. Una especie de suegra prepatriarcal para un
hombre que luchaba por hacerse una identidad viril y un lugar en la naturaleza
a cualquier precio, aunque éste fuese el de la guerra de los sexos.
no puedo amarte
Por último, cabe decir que Jaime Salom. juega con ventaja, y hace
partícipe de ella al público: se remonta a los orígenes, al Paraíso, habiendo
descendido como Orfeo a los infiernos, sabedor de lo que les ha deparado el
futuro a los humanos después de la escisión de la mujer en dos personas como
resultado de la partición masculina de la humanidad en dos sexos destinados a
no entenderse: la amante y la esposa, la bruja y la santa, la suegra y la nuera;
Circe y Pénélope; el Caos (¿qué caos?) y el Orden (¿qué orden?); la feminista y
la acomodada en su segundo sexo.
CITAS
Génesis I.
«Por tanto, el Señor Dios hizo caer sobre Adán un profundo sueño; y
mientras estaba dormido le quitó una de sus costillas y llenó de carne aquel
vacío. Y de la costilla aquella que había sacado de Adán, formó el Señor Dios
una mujer».
Génesis II.
»Algunas leyendas hebreas nos dicen que hubo otra mujer en la vida de
Adán antes de que Eva apareciera. Su nombre era Lilith. Se supone que Lilith
haya sido la primera mujer de Adán, creada de la tierra como él y
conjuntamente. La primera esposa de Adán permaneció a su lado sólo un corto
tiempo y luego lo abandonó por haber insistido en gozar de completa igualdad
con su marido».
Jaime Salom
Esta obra fue estrenada, bajo la dirección de Santio Doria, en el Teatro
Marquina de Madrid, la noche del 6 de octubre de 1978.
PERSONAJES
ÁNGEL
ADÁN
LILÍ
EVA
ACTO PRIMERO
(El ÁNGEL, vestido muy convencional, con chaqueta negra y pantalón de corte
a rayas negras y grises, con aspecto de Director de Hotel, está despidiendo a alguien que
acaba de subirse a un helicóptero, como si despegara del patio de butacas).
(El ruido del motor es cada vez más fuerte, lo que le obliga a chillar y a
gesticular.)
¡Maestra! ¡Que es una obra maestra! Lo mejor que ha creado hasta ahora,
de veras, lo mejor. ¡Digo que es lo mejoooor! Y gracias, muchas gracias por la
confianza que me demuestra al darme este cargo! ¡Gracias! ¡¡No, nada, que
muchas gracias!! Y feliz fin de semana, Señor. Se merece un buen descanso.
¡¡Feliz fin de semana!! ¡¡¡Adiós, adiós!!!
ÁNGEL.— En realidad, soy Arcángel, pero si hemos de estar aquí los dos
solos, mejor será que me apees el tratamiento.
ÁNGEL, inquieto.)
ÁNGEL.-Ya, ya...
ADÁN.— Ah, pues muy bien. Me alegro. Porque estoy de un pez... (Otra
pausa.) ¿Cómo se llama eso?
ÁNGEL.—¿Qué?
ÁNGEL.— ¿Pero otra vez con el dichoso popó? Eres de ideas fijas. Ya
basta de popó. Te prohíbo que vuelvas a hablarme del popó, ¿entendido?
ÁNGEL.— Ya basta.
ÁNGEL.— Te diré...
ADÁN,— Qué pena. Porque son hermosísimos. ¿Qué tal sigues, Árbol?
Uy qué arbolito tan chiquitín eres tú, precioso.
ÁNGEL.— Pues no lo sé muy bien. Allí cada uno cumple con su trabajo,
sin hacer preguntas. Calculábamos con logaritmos las rutas elípticas y las
velocidades en años luz...
ÁNGEL.— Yo qué sé. Era así y se acabó. Mira, ya basta, con tanto ¿para
qué? Yo no soy un rebelde ni un contestatario, ¿te enteras? Y si quieres que
tengamos la fiesta en paz mejor te calles y obedezcas sin preguntar. Si yo te
contara lo que les ocurrió a unos compañeros que querían saberlo todo e
intentaron una especie de huelga allá arriba, no te lo ibas a creer. Conque chitón
y a otra cosa.
ADÁN.— Y todos son distintos. Mira ese gracioso con las orejas, Y aquel
tan grande de la nariz tan larga y ese tan acolchadito... ¿Cómo se llaman?
ÁNGEL.— ¡No me las vayas a romper! (Se las da.) Lo van a poner todo
perdido. ¡Menudo oficio el mío!
(Ha hecho mutis el ÁNGEL. ADÁN se sienta en el suelo, se cala las gafas y
lee.)
ÁNGEL.— Mira, ahora se han bajado. Por las buenas. ¡Qué capricho!
Mientras no les haya pasado nada grave...
ADÁN.— Pues no parece. Yo diría más bien que se han puesto la mar de
contentos.
ADÁN.— No, señor Ángel. Es usted muy ameno y muy simpático... pero
sería otra cosa, compréndalo.
ÁNGEL.— Pues eso, que hay otro igual, igual que tú.
ÁNGEL.— (Rojo de ira.) ¡Habráse visto, el tío ese...! Da gracias a que soy
un Ángel, que si no... Pero ten cuidado conmigo, que aunque no lo parezca,
tengo un pronto muy vivo. (Transición.) Con tantas cosas, uno no puede estar en
todo... Deja que piense...
ADÁN.— Pero qué cosa tan rebonita. Dios mío, qué belleza, qué
maravilla.
ÁNGEL.— Cálmate.
ADÁN.— Oiga, que no es como yo, que hay diferencias, que eso es otra
cosa.
ADÁN.— Y esos bultos que tiene por delante. Tóqueme, tóqueme. Liso,
completamente liso.
ÁNGEL.— Bah.
ADÁN.— ¿Me la desempaqueta?
MUJER.— Hola, buenos días. Muchas gracias por sacarme de ahí. Hacía
un terrible bochorno ahí dentro, tan cerrado. Ay, qué gusto. Le apetece a una
estirar las piernas de vez en cuando. (A ÁNGEL.) Tú eres Ángel, ¿verdad?
(Dándole la mano.) Encantada de conocerte. ¿Y tú Adán, no es cierto? (Le besa en
la mejilla.) Mucho gusto. Soy tu mujer.
LILÍ.— Lilí, sí, ¿de qué os extrañáis? Ay, qué flores tan preciosas y qué
bien huelen. Me encanta la primavera, soy una romántica, no puedo negarlo.
(Se ha adornado el pelo con unas flores.) ¿Qué tal me sientan?
ADÁN.— Pero...
LILÍ.— Es una alegría ver los árboles tan floridos. Los cerezos, los
castaños, los almendros...
LILÍ.— Muy sencillo. Porque unos dan cerezas, otros castañas y otros
almendras.
LILÍ.— ¡Qué cosas dices! Como si no supieras que acabo de ser creada.
Igual que tú. En el mismo momento y del mismo barro. Somos gemelos. Que
por cierto esa es otra de las cosas de nuestro matrimonio. No es que una sea una
estrecha, pero ¡vamos!, una boda entre hermanos, hijos de un mismo Padre...
Aunque a lo mejor eso sea sólo un tabú de los más absurdos. Vete tú a saber...
LILÍ.— Las mujeres sabemos muchas cosas. Y las que no, las adivinamos.
A propósito, Ángel, guapo, ¿dónde puedo encontrar al Señor?
LILÍ.— Una lista de cosas así de larga. Para empezar, a mí me han casado
a dedo, lo que se dice a dedo. Éste y se acabó. ¿Es que alguien me ha
preguntado, Lilí, preciosa, cómo desearías que fuera tu marido? ¿Alto, bajo,
gordo, flaco, calvo, peludo, blanco o negro? ¿Y si a mí me hubiera gustado un
piel roja, pongo por caso? Pues a fastidiarse, Lilí, y apechuga con lo que te toca
(A ADÁN.) Perdona, Adán. No es nada personal.
LILÍ.— Pero nos han hecho de artesanía, ¿no? Pues por lo menos tener el
detalle de interesarse por nuestras preferencias.
LILÍ.— No, si eres un ángel majísimo, pero... ¿no te cansas, siempre solo?
LILÍ.— Pues, mira, ya que hablamos de esto... ¿qué me dices del asunto
del sexo?
ADÁN.— Ni idea.
LILÍ.— Pues, mira, para que lo entiendas... sexo es... lo que hay debajo de
la cremallera. ¿No has sentido la curiosidad de bajártela alguna vez?
LILÍ.— Sí, hijo, se sube y se baja... según las ocasiones. (Se pone de espaldas
al público.) ¿Ves? Así... (se baja y se sube la cremallera.)
ADÁN.— (dando botes como enfebrecido.) Dios mío, ¡lo que he visto!
ADÁN.— (con mucho miedo y con mucho pudor, de espaldas a todos.) Ay, mi
madre, lo que hay aquí. Cuántas cosas y qué feas son. Se ha equivocado, Ángel.
El Señor estaría cansado de tanto trabajar, aquí hay un error...
LILÍ.—¡A ti, Adán, te han preguntado por un casual qué sexo querías?
ADÁN.— A mí no.
ÁNGEL.— ¡No!
ADÁN.— Yo estoy muy inquieto. Esto mío no puede ser normal. ¿Te
molestaría mucho echarte una ojeada?
ADÁN.— De acuerdo.
ÁNGEL.— ¿Visto?
ADÁN.— Visto.
ADÁN.— Ya basta.
(ADÁN se ríe.)
LILÍ.— Pues vaya profesor que nos han enviado. Todo un experto.
ADÁN.— Muchísimo.
ÁNGEL. (Que no entiende nada.) Pero bueno, ¿qué tonterías son éstas?
Qué conversación más estúpida. Si tanto os aburrís, tú te vas a dar una vuelta
por eso lado, tú por el otro y en paz.
ADÁN.— Fenómeno.
ÁNGEL.— (Nervioso.) Claro que está bien aquí, como que es el Paraíso.
(Sigue leyendo el prospecto.) Abajo, esto que están pisando, la tierra, arriba, el
cielo, también llamado por los científicos firmamento...
(ÁNGEL se la da.)
LILÍ.— (Poniéndose las gafas, lee.) «Los habitantes podrán gozar de todos
los servicios e instalaciones, comer y beber lo que deseen. Excepto manzanas».
No lo puedo creer.
ÁNGEL.—Pero, Lilí...
LILÍ.— Mira por dónde, ahora me apetecen más que nunca y fíjate bien
en lo que hago yo con la manzana. (Come.)
ADÁN.— Lilí, come otra cosa, ¿a ti qué más te da? Esto está delicioso.
LILÍ.— Que no quiero.
ÁNGEL.— Hazlo por mí. Que como se enteren allá arriba me pueden
relevar del cargo.
LILÍ.— (Cogiéndola otra vez,) Oye, ¿pero qué te has creído? Que queda
claro que no me como la fruta por capricho, sino por principios. Hace unas
horas, ¿qué era yo? Nada, lo que se dice nada. De pronto, al Señor le da la
ventolera de crearme y aquí estoy. Sin consultarme, por supuesto. Bien, ya soy
Lilí, la primera mujer del mundo. Con mi sexo, mi marido y todo lo demás... así,
a barullo, a lo que toque. Luego me ponen, como una gran cosa, en esta especie
de Jauja, llamada Paraíso, para pasarlo fenómeno. Pero enseguida me salen con
que de eso puedes comer, de eso no, por aquí sí, por aquí no... ¿Queréis decirme
qué clase de broma pesada es ésta de la vida?
LILÍ .— ¿Por qué? Sólo quiero ser dueña de mí misma, y de todo lo que
he recibido. No creo que sea pedir demasiado.
ÁNGEL.— Cielo.
LILÍ.— Eso. Y también lo de abajo, la tierra. Creo que voy a ser una
entusiasta de todo... pero también he de ser una entusiasta de Lilí. Si no lo
fuera, entonces sí que podrías llamarme ingrata a la generosidad del Señor.
(Transición.) Y ahora, con vuestro permiso, me voy a ver el lago. (A ÁNGEL.)
¿Tienes sales de baño?
LILÍ.— Por cierto, también soy una entusiasta de Adán. No digo que sea
guapo, pero es resultón. (Mutis.)
ADÁN.— (Muy excitado,) ¿Has oído? Le gusto, le gusto... (Le besa en
ambas mejillas.) ¡Oh, Ángel, cómo te quiero! (Y hace mutis, corriendo detrás de
LILÍ.)
ÁNGEL.— (Limpiándose las mejillas). ¡Uhaf! Este tío está majara. Y la otra
igual. ¡Qué par! Ay, Ángel, como Dios no lo remedie, te veo otra vez en
estadística y contabilidad.
OSCURO. MÚSICA.
II
(Al hacerse la luz, es de noche, LlLÍ comiendo una manzana está leyendo los
libros, como una loca, a la luz de una vela. Con gafas, como siempre que alguien lee
estos libros. Poco después, entra ADÁN.)
LILÍ.— Uf, un montón de cosas. Ahora comprendo por qué Dios es tan
famoso. ¡Qué talento! Cómo está todo de bien combinado. ¡Qué tío!
ADÁN.— Ya.
ADÁN.— ¡Ay!
LILÍ.- ¡Ay!
(LILÍ lo besa.)
ADÁN.— ¿A qué?
LILÍ.— A eso...
(Él lo mira.)
LILÍ.—¿Y yo debajo?
ADÁN.— Natural.
ADÁN.—¿Y por qué no? Mira, tengamos la fiesta en paz. Si hay dos
cosas superpuestas, una de ellas tiene que estar abajo. Por lógica.
LILÍ.— ¿Y bien?
LILÍ.—Jajay, jajarajay.
ADÁN.— ¿Cómo?
LILÍ.— Pues que en eso del amor no hay generales ni soldados. Los dos
tenemos la misma graduación. Somos iguales...
ADÁN.— Estoy hasta el moño de tus dichosos libros. Has leído cuatro
cosas, se te han indigestado y ya te crees poco menos que la reina del Universo.
ADÁN.— Esto se acabó, Lilí. Ahora mismo vas a ver lo que hago yo con
tus libros. Así que tráemelos inmediatamente. ¡Todos!
ADÁN. — Muy bien. Iré yo a buscarlos. Y fíjate bien lo que voy a hacer
con toda esa basura de literatura barata.
LILÍ.— Pero no seas loco. Que los ha escrito el Señor. ¡Ángel! ¡Ángel!
LILÍ.— Mira.
LILÍ.— Anda, Adán, termina de una vez. Ya has hecho bastante niñerías.
LILÍ.—¿Yo?
LILÍ.— Pero, tonto... ¿por qué seréis los hombres tan tontos?
ADÁN.— Testaruda... ¿Por qué seréis las mujeres tan testarudas? (Se la
queda mirando.)
ÁNGEL.— ¿Dónde van? Como los deje solos se van a matar. (Les sigue.)
¡Pero qué cosas! hace un momento estaban riñendo como perro y gato y ahora
haciendo el amor. Y de qué manera, y qué variado... A los humanos no hay
quién les entienda... Bueno, menos mal. Oye, que os estáis pasando. ¡Que esto
ya es demasiado! Ay, Dios, ¡qué gente!
OSCURO. MÚSICA.
III
ÁNGEL.— Esto marcha, amigo Adán. Seguro que arriba van a estar
satisfechos de mi trabajo. A lo mejor hasta me suben de categoría en el
escalafón.
ADÁN.— Felicidades.
ADÁN.— Estupendo.
ADÁN.— Bah.
ÁNGEL.— ¿Te digo por qué los rompiste? Porque lo que allí venía
escrito no te gustaba nada.
ADÁN.— Lo sé y basta.
ADÁN.— Una flauta. Soplas por la punta y salen ruidos por los agujeros,
como cantos de pájaros. La voy a dejar con la boca abierta. Las mujeres no saben
inventar. No sirven para estas cosas.
ÁNGEL.— Pero bueno, tú y ella, ¿no? (Gesto juntando los dedos índice de
acoplamiento.)
ADÁN.— ¿A esa? Más que el comer. Como a mí. En eso no hay nunca la
menor discusión. Es un ejercicio muy divertido, ¿sabes? ¿Tú no lo has probado
nunca?
¿Cómo?
ÁNGEL.— Habrá sido el eco.
LILÍ.— La he fabricado yo. Soplas por la punta y salen ruidos por los
agujeros, Pero si tú también tienes una. ¡Qué maravilla!
ADÁN.— (Echando al suelo los pedazos.) Para que sepas de una vez por
todas quién manda aquí.
LILÍ.— ¿Por qué lo has hecho? ¡Bestia, energúmeno! ¿Has visto, Ángel?
ÁNGEL.— Claro que lo he visto, Lilí. ¡Una salvajada!
LILÍ.— Claro.
ÁNGEL.— Entonces...
ÁNGEL.— Quizá, si hicierais el trabajo entre los dos. Una vez el paquete
tú y otra él...
LILÍ.— La verdad que no renunciaría tener hijos, por todo el oro del
mundo. Y eso que luego termina en una cosa gordísima que la llaman parto.
ÁNGEL.— Cuéntame.
ADÁN.— ¿Y a ti no?
ÁNGEL.— ¿Cómo?
ÁNGEL.— Pero eso sería una catástrofe, un cataclismo. ¿Qué iba a ser de
la raza humana?
LILÍ.— ¿Sabes lo que ocurre, Adán? ¿Sabes por qué quieres marcarme a
fuego, como a una res de tu propiedad? Porque aquí (Por su vientre.) están todos
los humanos... Aquí está toda la historia del mundo. Y en el fondo te sientes
envidioso.
ADÁN.— Tú eres la que tienes envidia de mi sexo por ser mucho más
grande que el tuyo. Algún día lo dirá algún sabio, ya verás.
LILÍ.— ¿De esa cosa fea que te cuelga y te asustó a ti mismo la primera
vez que la viste? Esa payasada no te la crees ni tú. Adiós, Adán.
ADÁN.— Adiós, Lilí. Vete cuanto antes, vete al cuerno. ¡No quiero verte
nunca más!
ADÁN.- ¿Tú?
ÁNGEL.— Comprenderás que si no os reproducís, esto se acabó.
ÁNGEL.— ¿Y cómo?
ÁNGEL.— ¿Y si se entera?
ÁNGEL.— No me atrevo.
ADÁN.— Hola, Eva. Vete a hacer la comida. Eva, échate en la cama. Eva,
tráeme un whisky, Eva... No suena mal... ¿Eh? Anda, Ángel, guapito, sé bueno
como un favor personal, ¿quieres tener la amabilidad de crearme a Eva?
TELÓN
ACTO SEGUNDO
ÁNGEL.— ¿Qué voy a traer? Tierra del barranco. Y un cubo de agua del
lago para amasar el barro.
ADÁN.— Pues ahí está la cosa. Que como sea la misma, ya la hemos
armado. También ésa querrá ser igual que yo y empezará a darme el rollo.
ÁNGEL.— Pero, vamos a ver si nos aclaramos... ¿Tú no quieres que Eva
sea como tú? ADÁN.— Más o menos. Pero distinta.
ADÁN.— Pues lo típico, con el pelo largo y las ideas cortas. ¿Me
entiendes?
ÁNGEL.— No.
ADÁN.— (Por otro libro.) «Partos». Mira por dónde éste es el único
asunto que me inquieta. Porque si es ella la que pare los hijos, un día u otro
pretenderá subirse a la parra, como la otra.
ÁNGEL.— ¿Y no es así?
ADÁN.— Igual que yo vengo del Señor, ella tiene que venir de mí.
ÁNGEL.— Pero...
¡Pues vamos a ver qué cortamos! Tiene que ser una costilla que te sobre,
que no sirva para gran cosa, que te cuelgue...
ÁNGEL.— Vale.
ADÁN.— Una sola costilla. La más pequeña, esa que sobra. Y sin dolor,
que no se te olvide.
ÁNGEL.— Lo procuraré. (Se ha puesto las gafas y lee.) «Se coge el bisturí
con la mano derecha y se separa la epidermis de la zona esternal con la
izquierda.» Yo no entiendo nada. Ay, Dios, qué trajines...
(Y mientras se queda muy preocupado y atolondrado, como un cirujano en su
quirófano, con las tijeras. Se hace oscuro y suena fuerte música. Poco después se hace de
nuevo la luz. Es el atardecer. ÁNGEL y ADÁN están dándole a la comba mientras
EVA salta como una niña. Es una hermosa muñeca. Viste falda tejana y camiseta,
ribeteadas ambas prendas con femeninos y cursis volantes.)
Y lo vuelvo a recoger».
EVA.— De mil amores. (Le besa la mano con gran respeto.) ¿Tienes sed? ¿Te
traigo agua fría del manantial o prefieres unas frutas?
ADÁN.— Agua.
EVA.— Enseguidita. (Le limpia un poco la camiseta con los dedos.) Te habían
caído unas hojas. Quiero llevarte siempre limpio y arreglado como un milord.
ADÁN.— Está más gordita que la otra, más desarrollada, sobre todo por
delante. Quizá debiste ponerle menos tierra a la mezcla.
ADÁN.— Tan dulce, tan delicada, tan obediente. Porque ya has visto,
hasta me besa cuando se lo pido. ¿Tú sabes qué gozada es que la mujer de uno
le obedezca a uno? (Chasqueando los dedos.) Eh, tú, pequeña... y hecho. Es la paz
del hogar.
ÁNGEL.— Claro.
ADÁN.— A esa le podían poner en la mano todos los libros del mundo;
seguro que no abriría uno solo. No como la otra que se las daba de sabihonda.
¡Me revientan las intelectuales!
ÁNGEL .— No me lo recuerdes.
(Pausa.)
ADÁN.— Pues ya ves, ni tanto así. Aunque esa, con lo testaruda que es...
la veo muy capaz de volver por aquí el día menos pensado... ¿no te parece?
ÁNGEL.—Pues...
ADÁN.— Sólo para verla. ¿Es algún mal ver a una persona...?
ÁNGEL.— NO, en realidad, no.
ADÁN.— Lilí será como sea, pero he de reconocer, amigo, ¡que tenía una
manera especial de hacer el amor... de lo más personal!
ADÁN.— Naturalmente.
ÁNGEL.— ¿Yo?
ÁNGEL,— Bravo.
ADÁN.— Ni hay, ni habrá jamás para mí otra mujer como Eva. ¡No lo
olvides nunca!
ADÁN.— ¿Y mi agua?
ADÁN.— Eres una calamidad que te entretienes con cualquier excusa sin
acordarte de que tu marido tiene sed.
(Hace mutis.)
EVA.— ¡ES tan bueno! ¿Qué sería de mí sin él? (Transición.) ¿Sabes
cuántos ha tenido? Siete. A mí también me gustaría tener siete hijos de golpe,
como la oveja.
ÁNGEL.— Mira, Eva, tú eres muy inocente y muy niña, pero la vida
tiene sus secretos... ¡Terribles secretos!
ÁNGEL.— Exacto.
EVA.— No te entiendo.
EVA.— Me asustas.
ÁNGEL.— Tú, mientras, piensa en otra cosa. No olvides que toda casada
decente ha de pasar ese mal trago. ¡Y si no es un mal trago, es que no es
decente!
(Entra ADÁN.)
ÁNGEL.— Ya que hoy es vuestra boda, vuestra luna de miel..., ¿por qué
no la llevas por ahí de viaje de novios?
(ADÁN con EVA en brazos inicia el mutis; cuando se oye la marcha nupcial por
el sonido de la flauta, se detiene como electrizado.)
ADÁN.— ¿Has oído, Ángel?
(El sonido de la flauta desafina al cabo de unos momentos, luego calla y se oye el
galopar de un caballo que se aleja. Cambio de luz. Luz de día. En el árbol del bien y del
mal, LILÍ, con las piernas colgando, está sentada en una rama mientras come una
manzana. Poco después entra ADÁN aburridísimo. Lleva un palo de golf y una
naranja en la mano. Coloca la naranja en el suelo y va a jugar cuando véala mujer.)
ADÁN.— Muy bien. Soy muy feliz, y vamos a tener un hijo. Muchos
hijos. Rebaños de hijos.
ADÁN.— Lo celebro.
LILÍ.—¿Te vas?
LILÍ.— ¿Por qué? ¡Ah, comprendo! No sabe que existo. Aún no te has
atrevido a decirle que es tu segunda mujer y que se ha casado con un
divorciado. Adán, a veces me das pena.
(Transición.)
(ADÁN toma un palo y una naranja y juega como al golf con ella.)
¿Qué es eso?
LILÍ.— ¿Me dejas probar? (Coge el palo.) ¿Y a dónde hay que lanzarla?
LILÍ.— ¿Ves aquel hoyo? Pues allá va. (Echa la naranja con el palo.)
ADÁN.— Bravo. Muy bien. La has metido dentro... (Coge el palo.) Lilí...
Desde que te fuiste me aburro como un enano. No hago más que darme paseos
con palo y sin palo. Tengo los pies doloridos de tanto pasear.
LILÍ.— No digas eso.
ADÁN.— Cuando pienso en los apuntes que tomaste para nuestro uso...
Mira, aún los guardo.
LILÍ.— Yo soy una mujer liberada, así que te guste o no te guste haré
siempre lo que me pase por las narices por no decir otra cosa peor. Hasta la
vista. (Mutis.)
ADÁN.— La quiero.
ÁNGEL.— ¿Cómo?
ADÁN.— En realidad, quiero a las dos. Una para que me cuide la casa...
y la otra para que me cuide a mí.
(Entra EVA. Lleva puesto un mandil y con un plumerito va limpiando las hojas
de los árboles.)
ADÁN.— ¿Cómo?
ÁNGEL.— Que tú vas a darte todos los paseos que quieras, pero por el
otro lado, ¿estamos? Mira, mejor te acompaño por si acaso.
EVA.— (Hablando con su barriga.) Como siga paseando así, hijo mío, tu
padre llegará a campeón de carreras de fondo. (Sigue limpiando mientras
canturrea.) «Soy la reina...» (Coge algo del suelo: la manzana mordida.) «de los
mares y ustedes...» (La observa con atención.) ¡Válgame Dios, pero si es una
manzana del árbol prohibido! ¡Y está mordida! Adán, ¿pero qué has hecho? (La
observa mejor.) Pero este mordisco no es de Adán. Él tiene la boca mucho más
grande. ¡Qué alivio! Perdóname, querido mío, por haber dudado de ti. Qué
mala soy. (Deja la manzana sobre la mesa y sigue limpiando muy tranquila.) «Tiro mi
pañuelo al suelo...» Pero ¿si no es de Adán...? Porque Ángel como es un espíritu
purísimo ni come ni bebe... Ay, lo que estoy pensando. Ay, lo que se me está
ocurriendo. Líbrame, Señor, de los malos pensamientos y de los falsos
testimonios, Amén... ¡Pero si hasta tiene huellas de lápiz de labios! ¡En este
jardín hay otra mujer! (Dándole un ataque de histeria.) Ay, a mí me va a dar algo.
¡Ay, ay, ay...! ¡Ayyy!
EVA.— Y esto es lápiz de labios. Soy una esposa engañada, Ángel. ¡Soy
la primera esposa engañada de la humanidad! Ay, ay, ay... ¡ayyy!
ÁNGEL.— ¿Pero hasta esta mosca muerta se quiere ir? Esto ya es una
epidemia. ¿Y a dónde irías tú, desgraciada?
ÁNGEL.—No...
ADÁN.— Eva..., un hombre es-un hombre y una mujer, una mujer. Los
hombres tienen cosas de hombres y las mujeres cosas de mujeres. Supongo que
estarás de acuerdo.
ADÁN.— Me halagas.
ADÁN.— (De pronto furioso.) ¡No tengo por qué dar explicaciones a
nadie! ¿Estamos! Y si cuidaras de tu familia, de tu cocina y de tus rezos como es
tu obligación, nunca te hubieras preocupado de esa tontería... ¡Así que ésta va a
ser la última vez que sales de casa sin mi permiso! ¡Además, es hora de
almorzar y ya sabes que soy muy puntual en mis comidas!
EVA.— Todo esto está muy bien, pero, ¿quién es esa que come
manzanas, y qué tiene que ver contigo?
ADÁN y ÁNGEL.—
ES la reina de los mares
y lo vuelve a recoger.
EVA.— (Saltando.) ¡A que no! Sois tal para cual. Pero yo lo descubriré
todo. ¡Granujas! (Mutis corriendo.)
ADÁN.— ¡Eva!
LILÍ.— Menos aire de marquesa, usted. Yo estaba aquí mucho antes que
tú. Soy, ¿cómo te lo diría yo?, tu antecesora.
EVA.— ¿Qué voy a decir? En un matrimonio bien avenido con uno que
hable basta.
EVA.— Claro. Voy a tener un hombrecito pequeño. Está aquí, ¿sabe? (Se
acaricia la barriga.)
EVA.— Da patadas.
LILÍ.— ¿Me dejas que lo toque? Pierde cuidado, no voy a hacerle daño.
(Ha descendido y le toca el vientre.) Qué dulce es... Esto es lo que más me indigna...
que quieran convertir a ese hijo en una trampa para tenerte cada vez más sujeta.
EVA.— No.
EVA.— No quiero.
EVA.— A mí me han enseñado a decir sí. Sí, sí, sí, siempre sí. ¡Estoy más
harta!
EVA.— Me la voy a comer ahora mismo. Voy a comerme todas las del
árbol. ¡Yo también quiero ser libre y darle una lección a ese sinvergüenza!
EVA.— Démela.
LILÍ.— No por comer manzanas vas a ser más libre, tonta. Si acaso lo
contrarío. Si llegas a ser libre, entonces ya comerás manzanas.
EVA.— ¿Qué puedo hacer?
EVA.— Pues ya verá la vida que le voy a dar de ahora en adelante. A ése
se le ha caído el pelo, se lo aseguro.
LILÍ.— No lo dudo.
EVA.— ¿Yo amiga suya? ¿Pero qué se ha creído? yo soy una mujer
honesta.
ADÁN.—Pero no...
LILÍ.— Está al cabo de la calle. Lo sabe todo. Los tres estamos al cabo de
la calle.
LILÍ.— Yo te ayudo.
(Hace mutis.)
LILÍ.— Si añades una sola palabra más te rompo la copa en las narices.
(Pausa.)
LILÍ.— No creo.
LILÍ.— Pues mira lo que son las cosas. Yo creo que no voy a desearte en
mi vida. ¡Puerco!
EVA.— Amén.
(Ambos se santiguan.)
LILÍ.— Qué apetitoso parece todo. ¡Ay, la familia! Nada tan edificante
como una ejemplar familia. ¡Enhorabuena!
ÁNGEL.— ¿Cómo?
LILÍ.— Pero esta vez me voy del Paraíso. No quiero ver a nadie nunca
más.
LILÍ.— ¡Claro que estoy llorando! ¿Pero qué te figuras? ¿Que soy de
piedra? Lloro de decepción, de tristeza, de rabia... pero sobre todo lloro de asco.
(Hace mutis corriendo. Todos se la quedan mirando. Se oye el ruido de los cascos
de caballos que se pierden a lo lejos.)
ADÁN.— Muy bien. ¿Cuál es la pena prevista por comer manzanas del
árbol prohibido?
ÁNGEL.— El exilio.
ÁNGEL.— Ahí debe haber unos cabos. Coge los que quieras.
EVA.— Estoy asustada, Ángel. Hace frío por primera vez y amenaza
tormenta. ¿Qué suerte nos espera a nosotros y a nuestros hijos? ¿Qué hay fuera
de aquí?
EVA.— Lilí dijo un día que nuestros hijos harían guerras, se matarían
entre sí... ¿Crees que para entonces habrá terminado sus vacaciones?
ÁNGEL.— Bah, no es ningún chollo. Allí los siglos pasan tan despacio...
ÁNGEL.— ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué mordiste la manzana? Lilí tiene
razón, debiste ser más independiente. Dejar que comiera solo.
EVA.— Palabra.
EVA.— ¿Cómo?
ÁNGEL.— Lo intenté, te lo aseguro, pero no pude. Ese libro de cirugía es
un galimatías que no hay quien entienda. ¡Yo soy sólo un Arcángel, no el doctor
Barnard!
EVA.— No te creo.
EVA.—Así que...
ÁNGEL.— Estás hecha del mismo barro. Nada más que de barro. Como
Lilí, como todos los humanos, sea cual sea su raza, su sexo o el color de su piel...
EVA.— Sí, señor. A eso le llamo yo trabajo. Sin sueldo. Pero trabajo.
ADÁN.— Contéstale que mejor nos hubiera ido a todos si nos hubiera
dejado en paz.
ÁNGEL.— ¡Bah!
ÁNGEL.— Pues no había caído en eso. Sí. Aquí está el libro de Actas.
Con letra del Señor... (Aterrado.) ¡Ay, Dios!
ÁNGEL.— (Que lee el libro con las gafas puestas, como siempre.) Aquí no se
la nombra para nada. El Señor sólo escribió que os creó macho y hembra.
EVA.— Pero...
ADÁN.— Y que quede muy claro que fue Eva quien me indujo a comer
la manzana.
ADÁN.— Pero no te olvides de que antes, Lilí había tentado a Eva con
sus ideas revolucionarias.
(Suena el teléfono.)
EVA.— Gracias.
Pero, acércate más a ella, hombre, salid por lo menos del Paraíso cogidos
de la mano...
(Arranca el teléfono y lo pone con los demás paquetes que boy que llevarse.
Empieza a caer una lluvia fina, pero persistente. Cuelga un cartel en el árbol que pone:
“Se traspasa”.)
Y ahora se pone a llover. Lo que faltaba. Y esas pobres criaturas por esos
mundos de Dios... ¿Pero, bueno, a mí qué me importa que se mojen? ¡Pues a
ver! (Se sube el cuello de la chaqueta, se sienta sobre sus enseres y espera.)
(Arrecia la lluvia.)
TELÓN