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Espacializando Estados:

hacia una etnografía de la


gubernamentalidad neoliberal
James Ferguson
Akhil Gupta

L os años recientes han visto un nuevo alcance en la preocupación


antropológica por el Estado moderno. En parte, este nuevo inte-
rés surge del reconocimiento del rol central que los Estados juegan en la
configuración de las “comunidades locales”, la cuales históricamente han
constituido los objetos de la investigación antropológica; en parte, refleja
una nueva determinación para crear una mirada etnográfica que influya
sobre las prácticas culturales de los propios Estados. Un importante tema
que se desarrolla a lo largo de la literatura más reciente ha sido que los
Estados no son simples aparatos burocráticos funcionales, sino podero-
sos lugares de producción simbólica y cultural, siempre representados y
comprendidos culturalmente en formas particulares. Es aquí donde se co-
mienza, posiblemente, a hablar de Estados y no solo de naciones (Ander-
son 1991) como “imaginadas” —esto es, como entidades construidas que
se conceptualizan y y se hacen socialmente efectivas a través de dispositi-
vos imaginativos y simbólicos particulares que requieren estudio (Bayart
1993, Bernal 1997, Cohn 1996, Comaroff 1998, Coronil 1997, Corrigan y
Sayer 1985, cfr. Fallers 1971, Geertz 1980, Joseph y Nugent 1994, Nugent
1997, Scott 1998, Taussig 1996).
En este artículo, nuestra contribución bibliográfica es doble. Prime-
ro, sostenemos que las discusiones sobre cómo se imagina el Estado no

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han atendido adecuadamente a las formas en las cuales estos se espacia-


lizan.1 ¿Cómo es que las personas llegan a experimentar el Estado como
una entidad con ciertas características y propiedades espaciales? ¿A través
de qué imágenes, metáforas y prácticas de representación el Estado llega
a comprenderse como una realidad concreta, dominante, espacialmente
abarcadora? A través de específicos conjuntos de metáforas y prácticas, los
Estados se representan como entidades reificadas con propiedades espacia-
les particulares —específicamente, las que describiremos como propieda-
des de “abarcamiento vertical”—.2 Haciendo esto, ayudan a asegurar su
legitimidad, a naturalizar su autoridad y a representarse como superiores a
y abarcadores de otras instituciones y centros de poder. Nos referiremos
a la operación de estas metáforas y prácticas como “la espacialización del
Estado”. En la primera parte de este artículo, identificaremos algunos mé-
todos clave a través de los cuales los Estados logran esta espacialización y

1. Hay una larga y rica tradición de estudios de geógrafos y teóricos sociales sobre la
construcción social del espacio bajo las condiciones de la modernidad y la posmoder-
nidad. Sobre la base de una antigua aunque subestimada tradición de pensamiento
espacial dentro del marxismo (Henri Lefebvre 1991), geógrafos sociales como David
Harvey (1985a, 1985b, 1990) y Doreen Massey (1984, 1994) han mostrado cómo for-
mas cambiantes de producción capitalista han estructurado los espacios urbanos y las
experiencias sociales que se despliegan dentro de ellos. Mientras tanto, teóricos de la
globalización, tales como Sakia Sassen, han señalado cómo las prácticas estatales de
regulación —desde el control de la inmigración hasta las regulaciones financieras—
se intersectan con flujos transnacionales de capital para generar zonas económicas
nacionales y subnacionales altamente diferenciadas dentro de un espacio económico
cada vez más global (1991, 1996, 1998). Pero aunque tales contribuciones ayudan a
mostrar cómo los Estados pueden actuar para construir el espacio social y económi-
co, y para configurar la forma en que los lugares son construidos, experimentados y
poblados, no abordan la cuestión relacionada pero distinta que nos preocupa aquí:
¿cómo los propios Estados son espacializados?
Asimismo, nos hemos beneficiado grandemente de un reciente conjunto de
trabajos en antropología que buscan comprender etnográficamente las consecuen-
cias espaciales de las políticas de Estado (Bernal 1997, Darian-Smith 1999, Grant
1995, Herzfeld 1991, Merry 2001 y Verdery 1996). Es esta bibliografía la que nos ha
permitido perseguir nuestra propia, ligeramente diferente, pregunta sobre cómo el
propio Estado se espacializa.
2. Ann Anagnost presenta un maravilloso ejemplo de este fenómeno en su discusión
sobre la grandiosa China (1997: 161-175).

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buscaremos mostrar, a través de un ejemplo etnográfico, que las rutinarias


burocráticas de las prácticas estatales son integrales a dichos objetivos.
En la segunda parte del artículo, nos basaremos en esta discusión para
mostrar su relevancia para el tema de la globalización. Sostenemos que
una economía política cada vez más transnacional plantea nuevos desafíos
a las formas familiares de espacialización estatal. Después de desarrollar
un concepto de gubernamentalidad transnacional, discutimos la relación
entre Estados africanos débiles y una emergente red de organizaciones
internacionales y organizaciones no gubernamentales (ONG), y mostra-
mos cómo estos desarrollos alteran las comprensiones convencionales de
espacialidad estatal. Sugerimos que la atención a las formas cambiantes
de espacialización estatal puede enriquecer la antropología del Estado y
aclarar ciertos aspectos de la política contemporánea de la globalización.

El Estado espacializado

Cuestiones conceptuales

Dos imágenes vienen juntas en los discursos populares y académicos so-


bre el Estado: las de la verticalidad y abarcamiento. La verticalidad se refiere
a la idea central y generalizada del Estado como una institución que de
alguna manera está “por encima” de la sociedad civil, la comunidad y la
familia. Entonces, la planificación estatal es inherentemente de “arriba
hacia abajo”, y las acciones estatales son esfuerzos para manipular y pla-
near “desde arriba”, mientras que “las bases” contrastan con el Estado
precisamente en que están “por debajo”, más cerca del suelo, más autén-
ticas y más “enraizadas”. La segunda imagen es la del abarcamiento, aquí el
Estado —fusionado conceptualmente con la nación— se localiza dentro
de una cada vez más amplia serie de círculos que comienzan con la fa-
milia y la comunidad local, y terminan con el sistema de Estados-nación.3

3. Un diferente tipo de crítica de esta posición ha sido lanzada por Marilyn Strathern
(1995), quien sostiene que, solo porque la antropología pareciera encaminar su
conocimiento a través de personas, no se supone que la persona constituyan una
escala elemental de organización social. Maurer (1998) ofrece un ejemplo de cómo
proyectos espaciales y estatistas convergen cuando el abarcamiento se realiza a
través de la incorporación.

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Se trata de una comprensión profundamente dependiente de la escala, una


donde la localidad es abarcada por la región, la región por el Estado-nación
y el Estado-nación por la comunidad internacional.4 Estas dos metáforas
trabajan juntas para producir una imagen de espacio y escala, que se da por
sentada, de un Estado que tanto se asienta por encima como contiene sus
localidades, regiones y comunidades.
Dichas imágenes de un abarcamiento vertical estatal son evidentes,
por ejemplo, en las discusiones académicas sobre las así llamadas relacio-
nes Estado-sociedad, un tópico que ha dominado las discusiones recientes
en ciencias políticas y teoría política. La idea de la “sociedad civil” ha sido
adoptada tanto por neoliberales defensores del ajuste estructural en África e
India como a causa de diferentes razones, por varios de sus más duros crí-
ticos (Ferguson, en prensa). Pero, al margen de cualquier otra cosa más que
pudiera decirse acerca de la oposición entre Estado y sociedad civil, es evi-
dente que normalmente trae consigo una muy específica, aunque frecuente-
mente no reconocida, imagen de abarcamiento vertical, donde el Estado se
sitúa, de alguna manera, “por encima de” una entidad “en la base” llamada
“sociedad”.5 El Estado, por supuesto, ha sido largamente concebido en Oc-
cidente mediante una “transcodificación” no reconocida del cuerpo político
en el cuerpo humano en su dimensión orgánica (Stallybrass y White 1986),
poseyendo funciones “superiores” tales como razón, control y regulación,
en contra de la irracionalidad, las pasiones y los apetitos incontrolables de

4. El que este abarcamiento espacial sea frecuentemente imaginado en función de


tales círculos perfectamente anidados no implica que las regiones, localidades o
comunidades realmente encajen dentro de los ámbitos “más altos” que supuesta-
mente los abarcan —en efecto, un grupo de fenómenos que va desde las fronteras
nacionales hasta las comunidades transnacionales en la práctica confunde esta ima-
gen—. La parte dos desarrolla las implicaciones de esta observación.
5. El concepto de “sociedad civil” claramente surge de una historia específica, eu-
ropea; como Chatterjee (1990), enfatizamos la particularidad histórica y cultural
del concepto, así como nos preocupa su universalización como parte del paquete
estandarizado de formas institucionales e ideológicas que han llegado a ser tan am-
pliamente distribuidas como el propio Estado moderno. Pero no es simplemente la
categoría, “sociedad civil”, la que requiere verse en su particularidad cultural sino
un más grande imaginario topográfico a través del cual el Estado se visualiza en
relación con cada uno de los otros.

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las regiones más inferiores de la sociedad.6 No es sorprendente entonces


que donde la teoría política occidental había opuesto sociedad civil y Estado,
esto se hubiera tratado frecuentemente de un tipo de amortiguador entre lo
bajo y lo alto, una imaginada zona media de contacto o mediación entre el
ciudadano, la familia o la comunidad, por un lado, y el Estado, por el otro.7
Según Hegel (tomando uno de los ejemplos fundadores), el Estado era lite-
ralmente “mente objetivada“ (1942: 156), y la sociedad civil, precisamente,
mediaba, desde su fundación, la particularidad natural de la familia y la ideal
universalidad del Estado. El Estado era, entonces, “superior” a la sociedad
civil —ética como políticamente—, y también la abarcaba.8
Hoy, pocos investigadores, por supuesto, avalarían la concepción de
Hegel de la burocracia estatal como la encarnación de los ideales colectivos
más altos de la sociedad, y el criticismo feminista hace tiempo que puso al
descubierto las maniobras a través de las cuales la separación de una “socie-
dad” pública, política, de la “familia” privada, personal, naturalizó la domi-
nación patriarcal (Ferguson 1984, Pateman 1988, Rosaldo 1980, Yanagisako
y Collier 1987). Pero la vieja metáfora topográfica que permitió a la sociedad
civil aparecer como una zona de mediación entre un Estado “allí arriba”
y una comunidad “allá abajo” continuó omnipresente y sorprendentemen-
te resistente al escrutinio crítico. Los participantes de los recientes debates
sobre la esfera pública (Calhoun 1992) y la sociedad civil (Chatterjee 1990,
Cohen y Arato 1992, Harbeson et ál. 1994, Taylor 1990) lanzaron diversas
posiciones políticas y teóricas, pero compartieron, en gran parte, un sentido
común topográfico dentro del cual el objeto de su teorización se encontra-
ba, en algún sentido, “entre” el Estado y las comunidades, grupos de interés
y espacios vitales que estos deben gobernar.
Una imaginada topografía de escalas apiladas y verticales también es-
tructura varias imágenes de lucha política que se dan por sentadas y que es-
tán inmediatamente imaginadas para venir “desde abajo”, como “basadas”

6. Verdery relaciona interesantemente la nación y el cuerpo (1996: 63).


7. No todos los teóricos han hecho tal oposición; de hecho, los primeros escritores
sobre la sociedad civil (Locke) vieron a la “sociedad civil” como sinónimo de “so-
ciedad política” (véase Taylor 1990: 105).
8. Sobre la historia del concepto de sociedad civil, véase Burchell 1991, Chatterjee
1990, Comaroff y Comaroff 1999 y Seligman 1992.

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en auténticas y enraizadas vidas, experiencias y comunidades. Mientras


tanto, puede imaginarse el propio Estado bajando hacia las comunidades,
interviniendo de arriba hacia abajo, para manipular o planificar la socie-
dad. La sociedad civil, en esta topografía vertical, aparece como la latitud
media, la zona de contacto entre “allá arriba” y la gente “allá abajo”, có-
modamente instalada en sus comunidades. Si esta zona de contacto se
concibe como el dominio de los grupos de presión y políticas pluralistas
—como en la teoría política liberal—, o en lucha de clases en guerra de
posiciones —como en el marxismo gramsciano—, la topografía vertical
del poder ha sido enormemente importante.
Dibujar la relación del Estado con la sociedad a través de la ima-
gen del abarcamiento vertical fusiona en una sola y poderosa representa-
ción una serie de proposiciones analíticamente distintas. ¿Es la altura del
abarcamiento del Estado una cuestión de rango superior en una jerarquía
política?, ¿de escala espacial?, ¿de abstracción?, ¿de generalidad del co-
nocimiento y el interés?, ¿de distancia desde la naturaleza? La confusión
engendrada por agrupar estas proposiciones distintas de manera conjunta
es, de hecho, productiva, en el sentido foucaultiano, ya que construye un
Estado de sentido común, que simplemente está “allí arriba” en algún lu-
gar, operando en un “ámbito más alto”. El punto no es que este retrato
del Estado “allí arriba” sea falso —menos aún que no haya allí una cosa
tal como jerarquía política, generalidad de intereses—, sino que es cons-
truido. La tarea no es denunciar una falsa ideología, sino llamar la atención
sobre los procesos sociales e imaginativos a través de los cuales la vertica-
lidad estatal se hace efectiva y adquiere autoridad.
Las imágenes de abarcamiento vertical estatal son influyentes no solo
por su impacto sobre cómo los investigadores, periodistas, funcionarios,
activistas y ciudadanos imaginan y pueblan los Estados, sino porque se
incrustan en las prácticas que se vuelven cotidianas en las burocracias esta-
tales. Las metáforas por las que los Estados se imaginan son importantes, y
los investigadores en esta área recientemente han realizado grandes avan-
ces.9 Pero la comprensión de las prácticas sociales a través de las cuales

9. Véase especialmente contribuciones tales como la discusión de Bayart (1993) sobre


la comida como una metáfora del poder estatal en África y el análisis de Mbembe

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dichas representaciones se hacen efectivas y se experimentan está menos


desarrollada. Esta relativa desatención hacia las prácticas estatales parece
rara, porque los Estados invierten, de hecho, una buena cantidad de es-
fuerzo en desarrollar procedimientos y prácticas para asegurarse de que
son imaginados en algunas formas más que en otras (Scott 1998). Estos
parecen reconocer que una serie de rituales y procedimientos comunes se
necesitan para dar vida y naturalizar metáforas si quieren tener éxito en ser
imaginados como superiores a la sociedad y abarcadores de esta.
La importancia de los rituales cotidianos y rutinas de espacialización
estatal se reconoce fácilmente cuando se trata de la regulación y supervi-
sión de los límites de los Estados-nación. Pero la vigilancia de la frontera
está íntimamente ligada a la supervisión de la calle principal, en el sentido
de que son actos que representan el poder represivo del Estado, tanto
extensivamente con las fronteras territoriales de la nación como intensiva-
mente penetrando cada pulgada cuadrada de este territorio.10 Hay más en
la espacialización del Estado que vigilancia o represión. La benevolencia
estatal, no menos que la coerción, debe también hacer sus rondas espacia-
les, como es claro, por ejemplo, en los paseos rituales de los presidentes de
los EE. UU., quienes descienden del cielo en helicópteros para dispensar
ayuda cuando hay desastres naturales.
Aunque tales espectaculares ejemplos ilustran convenientemen-
te, puede ser más importante mirar a los menos dramáticos, múltiples y

(1992) sobre cómo la imaginería de lo vulgar y lo grotesco en la cultura popular de


Camerún viene a decorar los símbolos del poder estatal. Las formas en que las me-
táforas espaciales de abarcamiento vertical que discutimos aquí pueden coexistir
con otras metáforas para representar el Estado son un rico terreno para la investi-
gación futura. Otras importantes contribuciones para una reciente y vivaz discu-
sión sobre el Estado en el África poscolonial incluyen Bayart et ál. 1999, Chabal y
Daloz 1999, Mamdani 1996 y Werbner y Ranger 1996.
10. Un ejemplo particularmente claro de tal vigilancia es el tratamiento recibido por
los trabajadores mexicanos en los Estados Unidos en manos del Inmigration and
Naturalization Service (INS) y la policía, que demuestra muy claramente que la
frontera no es solo una línea que uno cruza en una zona de seguridad, sino una
zona de exclusión que permea el interior del territorio del Estado-nación (véase
Chávez 1998). Heyman (1998) va más allá haciendo una explícita relación entre el
control de la frontera EE. UU.-México y las guerras extranjeras tales como la de
Vietnam a través de la metáfora de la ilegalidad.

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triviales dominios de la práctica burocrática por los cuales los Estados


reproducen órdenes espaciales y jerarquías de escala.11 Cualquier intento
para comprender la espacialización estatal debe, por lo tanto, atender si-
multáneamente a las comprensiones teóricas y la encarnación burocrática.
La fuerza de las metáforas de verticalidad y abarcamiento resulta tanto del
hecho de que están arraigadas en las prácticas diarias de las instituciones
estatales como del hecho de que la operación rutinaria de las instituciones
estatales produce jerarquías espaciales y de escala.
A causa de que las prácticas estatales se complican con las órdenes y
metáforas espaciales, un análisis del imaginario del Estado debe incluir no
solo representaciones discursivas explícitas de este, sino también prácticas
implícitas, no marcadas, pero significativas. Dichas prácticas rutinarias fre-
cuentemente se deslizan por debajo de la discursividad, pero alteran pro-
fundamente cómo los cuerpos se orientan, cómo las vidas se viven y cómo
los sujetos se forman. Tal concepción orientada a la práctica exige una
aproximación etnográfica. No intentamos proveer un tratamiento etno-
gráfico completo aquí, porque este artículo está principalmente orientado
a identificar un programa de investigación antes que a presentar resulta-
dos. Pero este trabajo puede ayudar a proveer una breve muestra de cómo
una visión etnográfica de las prácticas estatales es capaz de iluminar las
mecánicas de la espacialización estatal.

Rituales y representaciones de la espacialización del poder estatal en la India

En 1975, el gobierno de la India lanzó el programa Servicios Integrados


de Desarrollo Infantil (CDI), popularmente conocido como programa
Anganwadi, poco después de la formulación de la Política Nacional para
la Infancia. Esta política fue estimulada por la toma de conciencia de que
la India exhibía una de las más altas tasas de mortalidad, morbilidad y
desnutrición infantil, y valores extremadamente altos de mortalidad ma-
terna durante el parto. El objetivo del programa Anganwadi era proveer
un paquete bien integrado de servicios de nutrición suplementaria para

11. El término “orden” es aquí usado tanto en su intención directiva como en sus
connotaciones organizadoras.

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mujeres embarazadas y niños pequeños, así como educación, inmuniza-


ciones y medicina preventiva para los niños pobres y de castas inferiores.
Dicho programa ilustra adecuadamente la preocupación por el bienestar
de la población que Foucault identifica como el aspecto central de la “gu-
bernamentalidad” en el mundo moderno.12
La estructura de mando de la burocracia del CDI en el ámbito dis-
trital seguía una forma piramidal típica. El jefe del programa de distrito
(JPD) lideraba la oficina. Dos jefes del Proyecto de Desarrollo de la Infan-
cia (JPDI), quienes encabezaban los programas a nivel de bloque rendían
informes al JPD.13 Los JPDI supervisaban una oficina conformada por
personal administrativo y un chofer, y también supervisaban a los cuatro
supervisores (mukhya sevikas), quienes a su vez se ocupaban de los 86 tra-
bajadores de Anganwadi y un número igual de asistentes en el bloque.14
La jerarquía de forma piramidal del programa visibiliza a los empleados
a través de dispositivos representacionales y burocráticos estandarizados
como los gráficos organizacionales.15 Pero, más importante, la jerarquía se
lograba a través de una panoplia de prácticas de abarcamiento espacial, de
las cuales se ofrecen algunos ejemplos más abajo.
El programa Anganwadi operó a través de los Anganwadis o Centros,
manejados por un trabajador y su asistente de 9:00 a. m. a 1:00 p. m., seis
días por semana. Poner en marcha el centro suponía estar al cuidado de un
número de 45 niños, instruirlos, prepararles su comida de mediodía, su-
pervisar su cuidado médico y mantener los registros. En Mandi, el bloque
del cual han sido recolectados los datos, todos los asistentes, trabajadores

12. El punto no es ni reducir uno al otro, ni afirmar algún tipo de relación privilegiada,
en comparación con la relación de espacio con capital.
13. El bloque es la más pequeña unidad administrativa en la India y comprende, apro-
ximadamente, un centenar de pueblos.
14. El número de trabajadores y asistentes de Anganwadi varía de un bloque a otro,
dependiendo de la población que se atiende y de los fondos asignados al programa.
15. La estructura piramidal de la burocracia siguió un patrón clásico, fordista, de or-
ganización industrial. A diferencia de las burocracias de las firmas del capitalismo
tardío o de otras organizaciones posfordistas, no había ningún indicio de una es-
tructura organizacional horizontal o de toma descentralizada de decisiones.

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de Anganwadi y supervisores, al igual que el JPDI, eran mujeres; el resto


del personal administrativo eran hombres.16
Explorar este proyecto en el contexto de un análisis de la espacialidad
estatal enseguida levanta varias preguntas: ¿cómo estaba espacializado el
programa CDI? ¿Mediante qué procedimientos y técnicas de racionalidad
burocrática la verticalidad y el abarcamiento estatal se vuelven reales y tan-
gibles? ¿Cómo ciertas personas y poblaciones se fijaron a un lugar, se hi-
cieron “locales”, mientras que otras, más arriba, pudieron concebirse para
ser más móviles, más abarcadoras? Los trabajadores estatales en el ámbito
de los pueblos, en particular, representaban una interesante paradoja. Por
un lado, su presencia hacía más difícil sostener la imagen de un Estado
que permanece por encima de la sociedad civil y la familia; por el otro, como
miembros marginales del aparato estatal, proveyeron un ejemplo concreto
para otros pobladores de la verticalidad y abarcamiento del Estado. Los
trabajadores Anganwadi, quizá incluso más que otros pobladores, experi-
mentan al Estado como una organización “por encima de ellos”, preocu-
pada principalmente por la vigilancia y la regulación, a pesar de que ellos
mismos servían como agentes del orden.
Para contextualizar los ejemplos etnográficos que siguen, comenza-
remos con una breve descripción de la oficina CDI en Mandi.17 Cuando,
en principio, buscaba la oficina de la CDI, el etnógrafo (Gupta) pasó justo
por delante de ella. No podía localizar la oficina porque el jeep no estaba
disponible y, a diferencia de otras dependencias del gobierno que exhiben
grandes señales, no había indicio externo de que una oficina existiese en
ese edificio. Era un espacio sin ninguna característica distintiva; consistía
de una pequeña entrada apenas suficientemente grande para un vehículo
y un estrecho tramo de escaleras a un lado. Las escaleras llevaban a una
terraza que conducía a tres cuartos, el más lejano pertenecía a la dinámi-
ca y elocuente JPDI del bloque de Mandi, Asha Agarwai. Sentada detrás
de un amplio escritorio en un cuarto escasamente amoblado y decorado,

16. Siguiendo la convención antropológica, el nombre “Mandi”, así como los nombres
de las personas y pueblos mencionados más abajo, son seudónimos.
17. El siguiente texto se basa en las observaciones del trabajo de campo dirigido por
Akhil Gupta.

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tenía un timbre sobre su escritorio que presionaba siempre que necesitaba


conseguir la atención del peón.
Haciendo el trabajo de campo en la oficina de CDI, era posible ver
cómo el abarcamiento llegó, en realidad, a mostrarse en las prácticas dia-
rias del programa. El más importante mecanismo fue el de la inspección
sorpresa. Los trabajadores de Anganwadi fueron posicionados en la parte
inferior de la jerarquía burocrática en la cual el ritual de vigilancia y regula-
ción como un instrumento de control era central. Ellos estaban sujetos a
inspecciones sorpresivas por una gran cantidad de funcionarios superiores
visitantes. Una de las preocupaciones principales de los funcionarios era
monitorear el grado de recolección de datos de los trabajadores Angan-
wadi, especialmente información acerca de las mujeres y niños que eran el
público objetivo del programa CDI. De este modo, el objeto de la vigilan-
cia de los funcionarios era la ejercida por el trabajador Anganwadi sobre
“sus” poblaciones. La lógica de este tipo de regulación recursiva no puede
explicarse en términos funcionales porque la mayor parte de esta actividad
era irrelevante para las necesidades del Estado. Quizá tales rituales real-
mente conseguían representar y encarnar la jerarquía y abarcamiento estatal.
Fue posible acompañar a Asha Agarwai en un par de inspecciones.
Ella había planeado cuidadosamente el itinerario para incluir los centros
de Anganwadi que habían tenido un buen desempeño. Pero el hecho de
que estas eran visitas sorpresivas significaba que no podían servir como
ejercicios de relaciones públicas no problemáticas. El primer viaje fue en
un día de febrero de 1992, frío y nublado, poco después de que la oficina
hubiese recibido un fresco desembolso de fondos para adquirir gasolina
para el jeep.
El primer pueblo fue Kalanda. Había dos Anganwadis en Kalanda
que habían estado operando desde 1985, cuando el proyecto CDI comen-
zó en el bloque de Mandi. El pueblo era muy atípico por el buen estado de
sus calles y la completa ausencia de aguas residuales y basura en el espacio
público. Muchos de los hombres que lo habitaban eran albañiles, repatria-
dos desde el golfo, los cuales habían ofrecido su trabajo para tender los
caminos y los desagües.
La primera inspección fue la de un Anganwadi alojado en una oscura
habitación que servía como área de almacén para una familia de granjeros.

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Un enorme montón de lentejas ocupaba media habitación, cubriendo


completamente una pared y una considerable proporción del piso. La tra-
bajadora local del Anganwadi, una agradable y enérgica mujer, rápidamen-
te envió al asistente a buscar a más niños para añadirlos a los 14 que ya
estaban allí. Asha pidió a los niños que contaran y recitaran el alfabeto, lo
que hicieron con soltura. Un niño en particular, quien era un poco mayor
que el resto, había anotado todos los números hasta el cien en su pizarra
y también había memorizado todos los poemas y canciones que estaban
aprendiendo. Durante la visita, una serie de niños entraron, luciendo lim-
pios e impecables. Asha me contó que el profesor solo tenía estudios de
secundaria, pero parecía estar haciendo un buen trabajo. Regañó al trabaja-
dor por no remover los cuadros, que funcionaban como complementos de
enseñanza, del muro donde las lentejas habían sido apiladas. “Es tu trabajo
guardar después los cuadros”, le dijo ella. “Cuando supiste que el cultivo
iba a almacenarse allí, ¿por qué no quitaste los cuadros de antemano?”.
Después de inspeccionar los registros de asistencia y escribir un breve
reporte en el registro de inspección, que constataba cuándo había tenido
lugar la inspección, cuántos niños había allí y lo que ellos habían manifes-
tado, Asha indicó que era tiempo de dejar ese centro y moverse al segundo.
El segundo centro en Kalanda operaba en el porche de una casa,
pero el trabajador del Anganwadi no estaba por ningún lugar. Solo estaban
presentes unos pocos niños pequeños. El asistente afirmaba no saber el
paradero de la trabajadora de Anganwadi. Asha y el supervisor intentaron
convencer a algunos de los niños para que se pusieran de pie y recitasen
la tabla numérica o identificasen los objetos en un cuadro alfabético. Nin-
guno de ellos accedió. Era difícil determinar si esto fue por miedo a los
visitantes o porque tenían nula familiaridad con la tarea. Asha dejó una
nota en el registro de inspección en la que exigía que la trabajadora expli-
cara dentro de las 24 horas siguientes por qué había desaparecido de su
estación. Justo cuando el equipo de Asha se dirigía al jeep, la trabajadora de
Anganwadi llegó. Se disculpó efusivamente y culpó de su retraso al hecho
de que el bus en que viajaba se descompuso. Asha la reprendió en términos
muy claros. Aun cuando su bus se descompusiera, le dijo, no era excusa para
llegar al centro a las 11:15 a. m. en lugar de a las 9:00 a. m. La trabajadora
lamentó su suerte, arguyendo que era mala fortuna que el único día que

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llegaba tarde, a Asha se le ocurriera hacer la visita. Asha comparó con ironía
cuanto mejor le parecía el centro que era operado por una mujer que solo
había pasado la escuela secundaria a diferencia del segundo centro, a pesar
de que su trabajadora tenía un grado de máster. Ella parecía sorprendida
por esto, porque en el pasado había encontrado que los profesores mejores
educados desempeñaban un buen trabajo.
Una de las principales funciones de los trabajadores del Anganwadi,
y de lejos la actividad que les demanda mayor tiempo es documentar y ge-
nerar estadísticas. Abundantes registros consignan diferentes aspectos del
funcionamiento de los Anganwadi. Un Registro de Asistencia consigna datos
como cuántos niños acudieron a un centro cada día y quiénes fueron —sus
nombres, nombres de sus padres y castas—. Un Registro de Nutrición docu-
menta cuánta comida y combustible se consumió; un tercer registro se usa
para anotar las fechas de nacimiento de cada niño nacido en el pueblo, los
nombres de sus padres, sus edades y castas. Registros similares se llevan de
todos los muertos. El nombre, la edad y la casta de cada mujer embarazada y
un informe del resultado del embarazo se consignan en otro registro. Un Re-
gistro de Viaje registra cuándo y por qué un trabajador de Anganwadi faltaba
a un centro. Se mantuvo un Registro de Inspección en el cual supervisores, JPDI
y otros visitantes registraban sus impresiones sobre el funcionamiento del
Anganwadi. Los registros fueron dispositivos para tecnologías de automoni-
toreo y autodisciplina que fueron simultáneamente portafolios para registrar
la efectividad del cuidado de la población, por un lado, y para permitir la
vigilancia y control de los trabajadores, por el otro.18
Las inspecciones sorpresas y los registros fueron dos dispositivos me-
diante los cuales se practicaron la verticalidad y el abarcamiento. No solo
los funcionarios de los niveles “más altos” viajaban en jeeps, de modo que
establecían su control sobre el espacio geográfico del bloque, el distrito y
el Estado —cualquiera que fuera su jurisdicción—; también viajaban para
inspeccionar, disciplinar, recompensar, animar y castigar. Los registros

18. Aunque hemos elegido enfocarnos en la vigilancia del trabajador de Anganwadi,


quizá más que en el bienestar de la población, nuestro punto acerca de la vertica-
lidad y el abarcamiento estatal igualmente habría sido demostrado enfocando los
aspectos “positivos” de la gubernamentalidad.

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274James Ferguson y Akhil Gupta

contribuían a realizar eso porque permitían confrontar sus observaciones


con lo que anotaban. Asha se quejaba de que las trabajadoras que mane-
jaban los centros Anganwadi en sus viviendas frecuentemente traían más
niños cuando veían el polvo del jeep que se aproximaba a la distancia. Así,
para cuando el JPDI llegaba al centro, varios niños estaban presentes inclu-
so si el Anganwadi no había estado apto; empero, ella se las arreglaba para
descubrir el “engaño” de la trabajadora en dichos casos, contrastando los
nombres de los niños presentes con los nombres (si existían) consignados
en el Registro de Atención. La habilidad del JPDI para abalanzarse en el
espacio del trabajador del Anganwadi estaba entonces mediada por la se-
miótica del polvo, una señal de humo enviado por ese mismo dispositivo
—el jeep— que le permitía entrar repentinamente al espacio profesional
del trabajador del Anganwadi local.
La inspección sorpresa fue un ritual de control que establecía y de-
mostraba jerarquía, pero el modo de conducirla, el repentino “abalanza-
miento” en la dimensión geográfica del trabajador de Anganwadi, era una
demostración de la desigualdad de los espacios. Dichos trabajadores iban a
la oficina principal de CDI en un momento prescrito cada mes, su capaci-
dad de entrar al espacio del funcionario superior era limitada y circunscri-
ta, en marcado contraste con la inspección sorpresiva. La capacidad para
transgredir el espacio —la prerrogativa de los “más altos” funcionarios—
era también un dispositivo de abarcamiento, así como lo era su posición
en la jerarquía vertical que otorgaba a los funcionarios el privilegio de un
cierto tipo de movilidad espacial, una movilidad cuya función y objetivo
era regular y disciplinar.
La conjunción de jerarquía con circuitos de movimientos cada vez
más amplios encuentra un tipo diferente de expresión en el sistema de
transferencias, que es un aspecto importante en la vida de los empleados
estatales en la India. Se estipula que los funcionarios públicos deben ser
transferidos cada tres años; en la práctica, este periodo es incluso más
corto. Lo que es interesante para pensar la espacialización del Estado es la
circunferencia de lo que Benedict Anderson (1991) ha llamado “peregrina-
ciones burocráticas”. Cuanto “más arriba” están funcionarios, más amplio
el rango geográfico de sus peregrinaciones y mayor el abarcamiento de sus
ópticas sobre el dominio de la actividad estatal y su relación con lo que es

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal275

simplemente “local”. Una vez más, encontramos que verticalidad y abar-


camiento están íntimamente ligados entre sí.
Uno de los mecanismos principales por los cuales los funcionarios
ubicados “más arriba” en la burocracia llegaron a encarnar los peldaños
más altos del Estado —con su connotación de mayor visión; mejor com-
prensión del bien general, e interés nacional como opuesto a local— fue
ubicar a los trabajadores de “ámbitos más bajos”, a los políticos “locales”
y a los aldeanos “locales” como personas que pertenecen a, y articulan
sus intereses en comunidades particulares con visión limitada a través de
áreas geográficas o a través de clases y divisiones de castas. ¿Cómo trabaja
dicha localización en la práctica? ¿Mediante qué mecanismos algunas per-
sonas son marcadas espacialmente como “locales”, con intereses locales,
mientras otras empiezan a verse, y autoperciben con intereses “más am-
plios” que atraviesan el espacio geográfico y político? Algunos ejemplos
concretos de localización en el programa CDI podrían ayudar a visibilizar
esta dinámica.
Por su misma etimología —la palabra angan significa “patio”, el es-
pacio en las casas de las aldeas del norte de la India donde las mujeres
pasan la mayor parte de su tiempo—, el programa Anganwadi enfatizaba
su relación con un espacio confinado, cercado y doméstico. Al contrario
de la imagen que sale de esta asociación, los centros Anganwadi fueron, de
hecho, usualmente manejados en espacios públicos, o bien en porches de
casas o, cuando estaban disponibles, en centros comunitarios. Una de las
expectativas del CDI fue que estos espacios para Anganwadis fueran dona-
dos por la comunidad. Entonces, no estaba previsto en el presupuesto del
CDI el alquiler. Aparte de reducir el costo de administrar el programa, tal
requerimiento estaba orientado a proveer a la comunidad de participar en
la operación de los Anganwadis y fue, muy posiblemente, influido por el
diseño de los organismos internacionales y bilaterales como Unicef, Usaid
y Danida. De acuerdo con la ortodoxia del desarrollo, uno de las lecciones
aprendidas del elevado índice de fracaso de los proyectos de desarrollo en
el pasado es que estos carecían de participación de la comunidad local. De
ahí que el CDI tenga un “espacio” para su participación, en la forma de
provisión de espacio. Esto creó muchas dificultades para los trabajadores
de Anganwadi y fue una de sus principales quejas, porque el espacio libre

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276James Ferguson y Akhil Gupta

era escaso y frecuentemente reivindicar para banquetes de boda y almace-


namiento de cosecha.
¿Es sorprendente que los agentes de localización fueran precisamente
aquellas entidades —el Estado indio y las agencias de ayuda multilateral—
que reclamaban para sí geografías e intereses que son nacionales y univer-
sales? El programa entonces trabajaba para crear una locación estructural
y espacial para el trabajador de Anganwadi como un funcionario marcado
por sus vínculos con la localidad y la particularidad. La localización del
trabajador es precisamente lo que permite a aquellas instituciones globales
rechazar lo particular y pretender representar el “mayor” bien para el “más
grande” dominio de la nación y el mundo.

Gubernamentalidad transnacional —desafíos contemporáneos


para la espacialización estatal

Previamente, mostramos algunos de los medios a través de los cuales


un Estado puede ser capaz de crear, utilizando prácticas ordinarias, una
poderosa impresión de abarcamiento vertical de lo “local”. Pero esos
esfuerzos de los Estados para establecer sus demandas superiores de espa-
cialidad a la autoridad no fueron inobjetadas. Esto es especialmente cierto
cuando nuevas formas de conexión transnacional están permitiendo cada
vez más a los actores “locales” desafiar las demandas establecidas del Es-
tado de superioridad vertical y de abarcamiento en formas inesperadas
como demuestran hoy la muchedumbre de experimentadas y conectadas
organizaciones “de base”. Si los funcionarios del Estado pueden contar
siempre con invocar el interés nacional en formas que buscan abarcar
—y, de este modo, devaluar— lo local, los astutos agentes de base pueden
colocarse por encima de lo nacional con apelaciones a “la opinión mun-
dial” y con vínculos de correo electrónico con las sedes internacionales de
agentes de vigilancia formidablemente abarcadores como Amnistía Inter-
nacional, Africa Watch o World Vision International. La medida en que
los Estados son exitosos en establecer sus demandas para abarcar lo local
no está entonces predeterminada, sino que es un resultado contingente
de específicos procesos sociopolíticos. Y, como la precaria situación de
muchos Estados en África, que hoy es especialmente claro, el Estado no

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal277

tiene asegurado el derecho automático al éxito al demandar las alturas


verticales de la soberanía.
Al pensar la relación entre los Estados y un número de organizacio-
nes supranacionales y transnacionales contemporáneas que significativa-
mente coinciden en sus funciones tradicionales, hemos encontrado útil
desarrollar una idea de gubernamentalidad transnacional, que toma prestada y
extiende la idea de “gubernamentalidad”, introducida primero por Michel
Foucault (1991). Este autor llama la atención sobre todos los procesos por
los cuales la conducta de una población es gobernada: por instituciones y
organismos, incluyendo el Estado; por discursos, normas e identidades; y
por autorregulación y técnicas para el disciplinamiento y la asistencia del
yo. La economía política como conocimiento y dispositivo de seguridad
como medios técnicos han operado sobre la población con el objetivo de
construir gubernamentalidad como el modo dominante del poder desde
el siglo XVIII (Foucault 1991: 102). La gubernamentalidad se preocupa
sobre todo por la “conducta de la conducta” (Dean 1999: 10), esto es,
por las innumerables formas en que la conducta humana es dirigida por
medios calculados. Foucault estaba interesado en los mecanismos de go-
bierno que se encuentran dentro de las instituciones del Estado y fuera de
ella, mecanismos que, de hecho, atraviesan dominios que consideraríamos
separados: el Estado, la sociedad civil, la familia, hasta los detalles íntimos
de lo que vemos como vida personal. La gubernamentalidad no nombra
una relación negativa de poder, una caracterizada enteramente por disci-
plina y regulación; quizá, el énfasis está en su dimensión productiva.
Recientemente, los trabajos de los investigadores en esta tradición han
buscado refinar el análisis de la gubernamentalidad para lidiar con el cam-
bio del Estado de bienestar keynesiano hacia las llamadas políticas de libre
mercado en las democracias occidentales. Aunque este paso al neolibera-
lismo ha sido frecuentemente comprendido —y diversamente celebrado o
lamentado, dependiendo de la posición política— como una “retirada” o
“retroceso” del Estado, Barry et ál. enfatizan que esto quizá ha conllevado
a una transferencia de las operaciones de gobierno —en el sentido exten-
dido de Foucault— a entidades no estatales, a través de “la fabricación
de técnicas que producen un grado de “ autonomización” de entidades
del gobierno desde el Estado” (1996: 11-12). La lógica del mercado se ha

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278James Ferguson y Akhil Gupta

extendido hacia el manejo de las funciones estatales, de modo que inclu-


so las instituciones tradicionalmente centrales del gobierno, tales como
las oficinas postales, las escuelas y la policía son —sino privatizadas— al
menos manejadas de acuerdo con un modelo empresarial (Burchell 1996).
Mientras tanto, las operaciones sociales y regulatorias del Estado son cada
vez más “desestatizadas” y tomadas por una proliferación de “cuasi-autó-
nomos organizaciones no gubernamentales” (Rose 1996: 56).19 Pero este
no es un problema de menos gobierno, como sostienen las formulaciones
ideológicas usuales. Quizá indica una nueva modalidad de gobierno dedica-
da a crear mecanismos que trabajan “todos por sí mismos” para producir
resultados gubernamentales a través de la devolución del riesgo a la “em-
presa” o el individuo —ahora construido como el empresario de su propia
“firma”— y la “responzabilización” de los sujetos que son cada vez más
“empoderados” para disciplinarse ellos mismos (véase Barry et ál. 1996,
Burchell et ál. 1991, O’Malley 1998, Rose 1996, Rose y Miller 1992).
Tales extensiones del concepto foucaltiano de gubernamentalidad al
neoliberalismo son indudablemente iluminadoras y sugerentes. Pero sor-
prendentemente continúan siendo eurocéntricas y cercanamente vincula-
das a la idea del Estado-nación territorialmente soberano como el centro
para la operación del gobierno.20 Proponemos extender la discusión de la
gubernamentalidad a modos de gobierno que están siendo establecidos
a escala global. Estos incluyen no solo nuevas estrategias de disciplina y

19. Un buen ejemplo es la privatización de las prisiones: cada vez más, compañías pri-
vadas se han encargado del trabajo de construir y operar prisiones para el Estado.
Una vez que un modelo empresarial se vuelve dominante, hay pocas razones para
que muchas de las funciones estatales sean desempeñadas por las instituciones
estatales.
20. Es llamativo, por ejemplo, que Rose (1996: 53) caracterice el “avance del liberalis-
mo” como un conjunto de estrategias que “pueden ser observadas en contextos
nacionales, de Finlandia a Austria” —sin ninguna discusión de los vastos contextos
nacionales (la mayor parte del mundo, parecería) en los cuales su análisis no apli-
ca—. Tampoco hay ninguna consideración de las relaciones entre el fracaso de las
nociones de bienestar en el ámbito nacional y aquellas de desarrollo en el internacio-
nal, o de las formas en que la proliferación de cuasiautónomas ONG podrían estar
vinculada con cambios en el rol y función del Estado-nación dentro del sistema
global.

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal279

regulación, ilustrados por la Organización Mundial del Comercio (OMC)


y los programas de ajuste económico estructural implementados por el
Fondo Monetario Internacional (FMI), sino también alianzas transnacio-
nales forjadas por activistas y organizaciones de base, y la proliferación
de organizaciones de voluntarios apoyadas por complejas redes de finan-
ciamiento y personal internacional y transnacional. La tercerización de las
funciones del Estado en las ONG y otros organismos evidentemente no
estatales, argumentamos, es un rasgo clave no solo de la operación de los
Estados nacionales sino de un sistema emergente de gubernamentalidad
transnacional.
Esos procesos cada vez más prominentes deberían problematizar los
marcos espaciales de los Estados soberanos que se dan por sentados. Pero
en lugar de estimular una sistemática reconsideración de las imágenes es-
paciales y escalares, lo que encontramos es que las nociones comunes de
verticalidad y abarcamiento han sido estiradas —lo que es frecuentemente
improbable— para adaptarse a nuevas realidades. Entonces, las institucio-
nes de gobernanza global tales como el FMI y la OMC son comúnmente
vistas “por encima” de los Estados nacionales, al igual que los Estados se
concibieron en relación con las bases. Del mismo modo, lo “global” fre-
cuentemente se considera como si fuera un ámbito de escala superior que
abarca los Estados-nación, tal como los Estados-nación se conceptualiza-
ron para abarcar regiones, ciudades y pueblos.
Las luchas entre los organismos que están intentando fomentar el
gobierno global y sus críticas han sido noticia primero en Seattle, en no-
viembre y diciembre de 1999; después en Washington D. C., en abril de
2000; y en septiembre de 2000 en Praga. Uno de los aspectos más in-
teresantes de estas protestas, así como de la cobertura documental y la
opinión sobre ellas, es la dificultad experimentada tanto por participantes
como por observadores para articular el rol del Estado nacional en rela-
ción con los acuerdos “globales” y las protestas de “las bases”. ¿Las ins-
tituciones que promueven la globalización, tales como el Banco Mundial,
el FMI y la OMC, están tomando decisiones políticas que afectan las vidas
de las personas alrededor del mundo sin los mecanismos normales de la
responsabilidad democrática como afirman quienes están en contra? ¿O
estos organismos internacionales están simplemente facilitando esfuerzos

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280James Ferguson y Akhil Gupta

de “buena gobernanza” propuestos e impuestos por gobiernos naciona-


les, tal como argumentan? Los observadores y comentaristas luchan por
dar sentido a esta situación. Los periodistas notan que los manifestantes
están conformados por grupos aparentemente no relacionados que pro-
testan por causas y razones muy diferentes; por otra parte, muchos de
los “grupos de base” opuestos a la globalización son ellos mismos, po-
dría decirse, destacados ejemplos de esta: organizaciones transnacionales
bien organizadas con oficinas o afiliaciones extendidas por todo el mundo,
coordinando sus manifestaciones por Internet e, incluso, en tiempo real
—durante los sucesos— por teléfonos celulares y walkie-talkies.
La evidente confusión en la comprensión de la importancia de los agen-
cias de globalización y de los grupos de activistas que se oponen a ella —así
como también de aquellos que informan sobre ella y la estudian— refiere,
al menos en parte, acerca de cómo los Estados son espacializados y qué
relaciones existen entre espacio y gobierno. Los procesos de globalización
han perturbado las metáforas y prácticas familiares de abarcamiento verti-
cal —las que todavía dan por sentadas los participantes en debates sobre
globalización, incluyendo periodistas y académicos—, y el nuevo paisaje
que está emergiendo puede comprenderse solo tras repensar las cuestiones
de espacio y escala. Para lograr repensar dichas categorías, será necesario
cuestionar tanto las suposiciones de sentido común sobre la verticalidad de
los Estados, así como varias ideas comunes de “bases”, “comunidad” y lo
“local”, cargadas, como están, de nostalgia y un aura de autenticidad.21
Al hacer esto, encontramos útil pasar de nuestro ejemplo etnográfico
indio, donde un Estado relativamente fuerte tiene éxito en espacializarse
de modos familiares, hacia una visión de conjunto del África, donde mu-
chos Estados contemporáneos ya no son, en formas significativas, capaces
de ejercer los poderes normalmente asociados al Estado-nación soberano,
o incluso,(en unos cuantos casos, de funcionar en absoluto como Estados

21. Recientemente, una gran mayoría de antropólogos se ha preocupado por proble-


matizar la tradicional noción antropológica de lo “local” —aunque usualmente sin
relacionar esta noción a la cuestión de la espacialización estatal—. Por razones de
espacio, no revisaremos esta bibliografía aquí, pero remitimos a nuestra extensiva
discusión de este tema en Gupta y Ferguson 1997.

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal281

en sentido convencional del término. Dichos casos, indudablemente ex-


tremos, nos ayudarán a descentrar el Estado y a destacar nuevas formas de
gubernamentalidad transnacional que, sugerimos, no son exclusivamente
de África aunque sean especialmente visibles e importantes allí. Nuestro
objetivo no es hacer una comparación entre África e India. Quizá, la discu-
sión de la precaria situación de los Estados africanos ilustra acertadamente
una parte de nuestro argumento —la creciente prominencia de la guber-
namentalidad transnacional—, al igual que el material de la India ilustra
útilmente otra parte del mismo —la forma cómo los Estados aseguran su
autoridad y legitimidad a través de prácticas espaciales no marcadas que
crean efectos de abarcamiento vertical—.22

Más allá del abarcamiento vertical: gubernamentalidad transnacional en África

Los investigadores contemporáneos de políticas africanas continúan ba-


sándose en imágenes de Estados verticalmente abarcadores, aun cuando
las situaciones empíricas que están describiendo sean cada vez menos sus-
ceptibles de ser capturadas en esos términos. Queda lo suficientemente
claro que existe un grupo de fenómenos en el África contemporánea que
no puede comprenderse desde la vieja óptica de “construcción de la na-
ción” que las políticas africanas poscoloniales ven como una batalla entre
un Estado modernizado y los grupos étnicos principales. Pero para este
evidente hecho la respuesta dominante ha recurrido a la idea de “sociedad
civil” para abarcar una mezcolanza de grupos sociales dispares e institucio-
nes que tienen en común entre ellas que existen de alguna forma fuera del
Estado o más allá de él (para un examen crítico, véase Comaroff y Coma-
roff 1999: 1-43). Definiciones de “sociedad civil” en la literatura sobre el
Estado y la sociedad son usualmente amplias y vagas, pero en la práctica,
los escritores se mueven con bastante rapidez desde las generalidades hasta
una visión más específica que se restringe casi enteramente a organizaciones

22. No hay duda de que son las diferencias empíricas entre la situación del Estado en
los dos contextos regionales las que explican por qué cada uno ilustra mejor una di-
ferente parte de nuestro argumento —en general, la fuerza relativa del Estado indio
frente al despertar institucional y financiero de unos cuantos Estados africanos—,
pero no es nuestro propósito explorar sistemáticamente tales diferencias aquí.

Sandoval.indb 281 12/04/2017 03:23:42 p.m.


282James Ferguson y Akhil Gupta

pequeñas, de base, voluntarias. Este limitado uso deja fuera de la foto, quizá,
algunos fenómenos importantes y obvios. Uno nunca está completamente
seguro: ¿La Corporación Angloamericana de Sudáfrica es parte de esta so-
ciedad civil? ¿El ejército de John Garang en Sudán es parte de ella? ¿Lo es
la Oxfam? ¿Y los movimientos étnicos que no son anteriores, ni se oponen
con firmeza, a los Estados modernos, sino que fueron producidos por es-
tos (véase Vail 1991, Wilmsen y McAllister 1996)? ¿Y las organizaciones de
misiones internacionales — podría decirse que es una parte tan importante
de la escena africana hoy como siempre, pero extrañamente relegadas al pa-
sado colonial en muchas investigaciones africanistas—? Estas cosas encajan
incómodamente en el “Estado” frente a la red de la “sociedad civil”, y de
hecho no pueden etiquetarse coherentemente como fenómenos “locales”,
“nacionales” o “internacionales”. En su lugar, estos ejemplos, como tantos
otros de interés en el África contemporánea, encarnan una dinámica local
significativa y son indisputablemente un producto y expresión de poderosas
fuerzas nacionales, regionales y globales.
El Estado, mientras tanto, cuando es comprendido empírica y etnográ-
ficamente comienza a mirarse a sí mismo sospechosamente como “sociedad
civil”. Esto puede ser literalmente así, como cuando los funcionarios del
gobierno usan su capital educativo e institucional para comenzar —y ganar
recursos a través de— sus propias organizaciones “de base”. —Como lo
puso un informante de Zambia, “¿Una ONG? Ah, es solo un burócrata
con su propio membrete”—. Más profundamente, como ha sostenido Ti-
mothy Mitchell, la misma concepción del “Estado” como un conjunto de
reificadas y desencarnadas estructuras es un efecto de las propias prácticas
estatales (1991). En lugar de oponer al Estado contra algo llamado “socie-
dad”, necesitamos ver Estados compuestos ellos mismos de manojos de
prácticas sociales, cada una tan local en su materialidad y contextualización
social como cualquier otra (Gupta 1995).
Para romper con la división convencional entre niveles analíticos ver-
ticales del Estado y la sociedad, se irá más allá del campo de cuestiones
que dicha división impone —cómo gobiernan los Estados, qué relaciones
existen (o deben existir) entre Estado y sociedad, cómo puede la sociedad
civil obtener capacidad para maniobrar desde el Estado, etc.— y se abrirá
hacia algunas de las relaciones transnacionales que sugerimos son cruciales

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal283

para comprender tanto la supuesta parte “superior” de la imagen vertical


(el Estado) y la parte “inferior” (organizaciones voluntarias “de base”).

El Estado

Si, como algún teórico del Estado y la sociedad sugiere, la dominación


está arraigada en el poder estatal, entonces el retroceso del poder del Es-
tado naturalmente conduce a mayor libertad y, en última instancia, a la
“democratización”. Pero el argumento se revela falaz cuando se observa
que, en África y en otros lugares, la dominación ha sido largamente ejerci-
da por entidades distintas del Estado. Zambia, para tomar un ejemplo, fue
originalmente colonizada no por algún gobierno, sino por la British South
Africa Company, una corporación multinacional privada dirigida por Ce-
cil Rhodes. Equipada con su propio ejército, y actuando bajo los términos
de la “concesión” británica, esta corporación fue la que conquistó y “paci-
ficó” el territorio, y creó el sistema de propiedad privada y los privilegios
de raza que se convirtieron en el sistema colonial. Hoy, Zambia —como
la mayoría de otras naciones africanas— continúa siendo gobernada, en
algunas partes significativas, por organizaciones transnacionales que no
son gobiernos en sí, sino que trabajan con los poderosos Estados del Pri-
mer Mundo dentro de un sistema global de Estados-nación que Frederick
Cooper ha caracterizado como “imperialismo internacionalizado”.23
Quizá más comúnmente, organismos internacionales como el FMI y
el Banco Mundial, aliados a bancos y gobiernos del Primer Mundo, hoy
imponen directamente políticas a los Estados africanos. Este proceso en
años recientes se ha llamado “ajuste estructural”, y ha sido posible por
la debilidad fiscal general de dichos Estados y por la más específica res-
tricción creada por la crisis de la deuda. Esta reafirmación del FMI se ha
vinculado, con alguna justificación, a procesos de “recolonización”, que
implican una seria erosión de la soberanía de los Estados africanos (Saul

23. Tomamos prestado este evocativo término de las observaciones hechas por Coo-
per (1993). Debería mencionarse, sin embargo, que estamos aquí relacionando el
término con afirmaciones más amplias acerca de gubernamentalidad transnacional
que Cooper podría no haber previsto en su propio uso del término.

Sandoval.indb 283 12/04/2017 03:23:42 p.m.


284James Ferguson y Akhil Gupta

1993). Debería anotarse que la imposición de las políticas de los bancos


y organismos internacionales han involucrado no solo grandes interven-
ciones macroeconómicas, tales como el establecimiento de los tipos de
cambio, sino también requerimientos detallados para restringir el gasto
social, reestructurar la burocracia estatal, etc. En otras palabras, quizá los
aspectos significativos y concretos de la política estatal de muchos países
africanos están siendo formulados en lugares como Nueva York, Londres,
Bruselas y Washington.
Como han señalado los críticos, tal “gobernanza” de las economías
del África desde lejos representa un tipo de transferencia de la soberanía
económica lejos de los Estados africanos y en las manos del FMI. Sin em-
bargo, debido a que estos gobiernos permanecen nominalmente a cargo,
son los primeros en ser culpados cuando las políticas de ajuste estructural
comienzan a ser contraproducentes. En este punto, las elecciones demo-
cráticas —otro “ajuste” presionado por los donantes internacionales—
proveen el medio por el cual un gobierno puede reemplazarse por otro;
pero a causa de que el gobierno sucesor será bloqueado por la misma
tenaza financiera que su predecesor, es poco probable que las políticas rea-
les cambien —ciertamente, el FMI y su cartel de capital asociado pueden
poner rápidamente de rodillas a cualquier gobierno que intente afirmarse,
como ilustra vívidamente el caso de Zambia—. De esta forma, las políticas
que son, de hecho, elaboradas e impuestas por banqueros internacionales
completamente no electos y, al mismo tiempo, incomprensibles, pueden
presentarse como democráticamente elegidas por el consentimiento po-
pular. Por ello, las políticas hechas e impuestas por banqueros internacio-
nales no electos y que no rinden cuentas pueden presentarse como una
decisión democrática por aprobación popular. De esta manera, la “de-
mocratización” sirve irónicamente para aparentar legitimidad popular de
políticas que son, de hecho, elaboradas de un modo menos democrático
que cualquiera (Ferguson 1995).

Las bases

La sociedad civil frecuentemente aparece en los estudios africanos de


hoy en día como un ir y venir de las bases de las organizaciones locales

Sandoval.indb 284 12/04/2017 03:23:42 p.m.


Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal285

democráticas. Como ha señalado Jane Guyer, esto ignora “lo obvio: que la
sociedad civil está compuesta por organizaciones internacionales” (1994:
223). Por ejemplo, las organizaciones voluntarias en África, muy aprecia-
das por los teóricos de la sociedad civil, frecuentemente resultan estar,
cuando se indaga, vinculadas integralmente a entidades de escala nacional
y transnacional. Se podría pensar, por ejemplo, en los numeroso grupos
comunitarios de Sudáfrica que son financiados por Usaid o grupos de
iglesias europeas (Mayekiso 1996, Mindry 1998); o en la abundancia de
ONG de desarrollo cristiano local en Zimbabue, que pueden concebirse
igualmente bien que la mayoría de las expresiones locales de base de la
sociedad civil, o como parte de las vastas organizaciones burocráticas in-
ternacionales que las organizan y sostienen (Bornstein 2001). Cuando tales
organizaciones comienzan a tomar el control de las más básicas funciones
y poderes del Estado, como significativamente hacen, por ejemplo en Mo-
zambique (Hanlon 1991), se hace más que evidente que las ONG no son están siglas
no-gubernamentales como podrían desear que creyéramos. Ciertamente, el utilizan
Banco Mundial se refiere sin rodeos a lo que ellos llaman BONGOs (Bank- plural o son
organized NGOs) e incluso GONGOs (Government-organized NGOs). igual a las
Que estas organizaciones voluntarias vengan de “arriba” (organiza- ONG
ciones internacionales) como de “abajo” (comunidades locales) es un he-
cho extremadamente significativo de la así llamada sociedad civil en el
África contemporánea. Por ello, al mismo tiempo que las organizaciones
internacionales (a través del ajuste estructural) erosionan el poder de los
Estados africanos (y usurpan su soberanía económica), están ocupadas en
evadir a esos mismos Estados y financiar directamente sus propios pro-
gramas e intervenciones a través de distintas ONG en un amplio rango de
áreas. El rol jugado por las ONG en la ayuda a los organismos occidentales
de desarrollo para que puedan moverse por gobiernos nacionales no coo-
perativos arroja luz sobre el desdén actual por el Estado y la celebración
de la sociedad civil que se encuentra tanto en la literatura académica como
en la de desarrollo actualmente.
Pero los rivales de los Estados africanos hoy no son solo organizacio-
nes internacionales y diversas ONG. Como consecuencia de lo que amplia-
mente se acepta como un cierto colapso o retirada del Estado-nación en
todo el continente, encontramos formas de poder y autoridad que surgen

Sandoval.indb 285 12/04/2017 03:23:43 p.m.


286James Ferguson y Akhil Gupta

por todas partes, y que no han sido bien descritas o analizadas hasta la fe-
cha. Estas son usualmente descritas como “subnacionales” y usualmente
concebidas o bien como esencialmente étnicas (la vieja perspectiva pri-
mordialista) o bien alternativamente (más esperanzadoramente) como
manifestaciones de una sociedad civil nuevamente renaciente, largamente
suprimida por un Estado de mano dura. Sin embargo, ¿podemos realmen-
te suponer que las nuevas formas políticas que desafían la hegemonía de
los Estados-nación africanos son necesariamente concebidos adecuada-
mente como “locales”, “de base”, “civiles” o incluso “subnacionales”?
Por ejemplo, las insurrecciones de la guerrilla, no famosas por su ci-
vilidad, frecuentemente no son estrictamente locales o subnacionales, ni
armadas y fundadas, como lo son desde el extranjero. Consideremos el
movimiento de la Savimbi’s União Nacional para a Independência Total de
Angola (Unita), largamente ayudado por la CIA, originalmente entrenado
por el gobierno chino, con años de apoyo militar y logístico de la Sudáfrica
del apartheid, y financiada por fuentes que van desde el comercio inter-
nacional de diamantes hasta las donaciones de grupos de iglesias de los
Estados Unidos. ¿Es esta una organización subnacional? ¿Un fenómeno
de una sociedad civil emergente? O considérese las formas transnacionales
de criminalidad altamente organizadas que muy frecuentemente existen
en una asociación simbiótica con el Estado, que incluso pueden llevarnos
a hablar, como recientemente han sugerido Bayart et ál. (1999), de “cri-
minalización del Estado” en muchas partes del África. ¿Pueden captarse
tales desarrollos dentro de las polaridades Estado-sociedad o local-global?
¿Qué hay acerca de las organizaciones transnacionales cristianas como
World Vision International, que juega un rol importante en muchas partes
del África contemporánea, organizando los asuntos locales y construyen-
do y operando escuelas y clínicas donde los Estados habían fracasado?
(Bornstein 2001). ¿Pueden conceptualizarse como locales esas gigantescas
organizaciones transnacionales? ¿Qué de las organizaciones humanitarias
tales como Oxfam, la Copperative for Assistance and Relief Everywhere
(CARE) o Médicos sin Fronteras, que desempeñan funciones cuasiestata-
les en todo el África?
Tales organizaciones no son Estados, pero son incuestionablemen-
te cuasi-Estados en algunos aspectos. Sin embargo, no se les describe

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal287

adecuadamente si se dice que son subnacionales, nacionales o incluso su-


pranacionales. Ignoran la lógica de construcción de la nación de los anti-
guos estados desarrollistas, que buscaban vincular a sus ciudadanos en una
red nacional universalista (cfr. Scott 1998) y, a su vez, construir formas rápi-
das, desterritorializadas punto por punto, de conexión (y desconexión), las
cuales son centrales para la nuevas tecnologías de la comunicación y para las
nuevas prácticas neoliberales de movilidad de capital (Ferguson 1999, 2001).
Locales y globales al mismo tiempo, tales entidades son transnacionales
—incluso en algunas formas anacionales—; ellas no pueden ubicarse den-
tro de la familiar división vertical de niveles analíticos presentada más arriba.
No por casualidad, estas organizaciones y movimientos que quedan fuera
del esquema común de niveles analíticos son también conspicuamente in-
suficientemente estudiados, y ciertamente han sido invisibles en gran parte,
hasta hace poco, en la investigación teórica sobre la política africana, y han
tendido a ser relegados en los estudios aplicados, orientados a problemas.
En todos estos casos nos topamos con entidades políticas que pueden
ser mejor conceptualizadas no por “debajo” del Estado, sino como partes
integrales de un aparato transnacional de gubernamentalidad. Este aparato
no reemplazó el viejo sistema de Estados-nación (que —seamos claros—
no está a punto de desaparecer), pero se superpone y coexiste con él.
En esta óptica, podría tener sentido pensar en las nuevas organizaciones
que han surgido en años recientes no como rivales apremiantes contra
el Estado desde abajo, sino como coetáneos horizontales de los órganos
del Estado —algunas veces rivales, algunas veces sirvientes, algunas veces
carceleros, algunas veces parásitos—. Pero, en cualquier caso, son agentes
de la misma escala y en el mismo espacio global.
La consecuencia no es simplemente estudiar las ONG y otras organi-
zaciones transnacionales no estatales o incluso trazar sus interrelaciones y
zonas de contacto con el Estado. Quizá es necesario tratar al Estado y a la
gubernamentalidad no estatal dentro de un marco común, sin hacer supo-
siciones injustificadas acerca de su alcance espacial, su altura vertical o su
relación con lo local. Tomar la verticalidad y abarcamiento de los Estados
no como un hecho que se da por sentado, sino como un objetivo precario,
que hace posible plantear la cuestión de la espacialidad de las prácticas
contemporáneas de gobierno como un problema etnográfico.

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288James Ferguson y Akhil Gupta

Conclusión: hacia un etnografía


de la gubernamentalidad neoliberal

Estudiar la relación entre Estados, espacio y escala abre un enorme pro-


yecto etnográfico y empírico, que no ha sido sistemáticamente continuado
en el análisis antropológico. En este artículo hemos llamado la atención
sobre dos rasgos centrales de la espacialización estatal, verticalidad y abar-
camiento. Estas imágenes de espacio y escala no son “meras” metáforas. El
arraigo en un red de prácticas burocráticas comunes, como demuestran
los ejemplos del programa CDI en la India, dan a la verticalidad y abarca-
miento su eficacia característica de sentido común de los Estados. En lu-
gar de comprender el espacio como un contenedor preexistente y la escala
como un rasgo natural del mundo en el que los Estados operan, hemos
sostenido que los propios Estados producen jerarquías espaciales y de esca-
la. De hecho, la producción de esas jerarquías no es fortuita sino central
al funcionamiento de los Estados; ellas son la raison d’être de los Estados
(y quizá su raison d’état). Podría valer la pena releer el registro etnográfico
para reinterpretar los datos concernientes a cómo los reclamos de vertica-
lidad y abarcamiento del Estado han sido legitimados y corroborados en
la vida diaria, en una multiplicidad de situaciones empíricas alrededor del
mundo (aunque los datos bien podrían ser tenues en muchos casos para
llevar a cabo tal proyecto).
Aunque las ideologías espaciales y de escala de los Estados siempre han
estado abiertas a crítica, las nuevas prácticas asociadas con la globalización
neoliberal han abierto oportunidades para un profundo cuestionamiento.
En un orden global donde la organización del capitalismo coexiste fácil-
mente con la hegemonía de los Estados-nación, los proyectos estatistas
de verticalidad y abarcamiento parecen “naturales”, y fueron usualmente
incorporados fácilmente en las rutinas diarias de la vida social. Sin embar-
go, los conflictos engendrados por la globalización neoliberal han traído
la disyuntiva entre órdenes espaciales y de escalares en la apertura, lo que
revela el carácter profundamente transnacional de lo “estatal” y lo “local”,
y llaman la atención sobre los cruciales mecanismos de gubernamentali-
dad que tuvieron lugar fuera del Estado-nación y junto a él. Reivindica-
ciones de verticalidad que históricamente han sido monopolizadas por el

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal289

Estado (reclamos de alcance espacial superior, supremacía en una jerarquía


de poder y mayor generalidad de interés y propósito moral) están siendo
desafiadas y socavadas por una “lo local” transnacionalizada que fusiona
las bases y lo global en formas que hacen pedazos la topografía vertical del
poder de la cual ha dependido largamente la legitimación de los Estados-
nación. Cada vez más, los reivindicaciones estatales de abarcamiento se
enfrentan con y son perfiladas por organizaciones y movimientos global-
mente conectados y globalmente imaginados —manifestaciones de «lo
local» que pueden reivindicar (en su capacidad de ecológicos “guardianes
del planeta”, indígenas protectores de “los pulmones del mundo” o acto-
res en la lucha universal por los derechos humanos) un lugar quizá más
estrecho espacialmente, pero más amplio moralmente que ese del Estado
meramente nacional.
No pretendemos sugerir que tales actores locales transnacionalizados
ganen siempre sus luchas o que los Estados nacionales se hayan vuelto in-
capaces de ejercer su autoridad sobre sus localidades. Tampoco queremos
decir que las nuevas dificultades de los Estados por espacializar su autori-
dad probablemente marcarán el inicio de una nueva era de progreso y de
mayor bien público. (Por el contrario, es más probable que la disminución
de la autoridad estatal socave la posición de los grupos subalternos en
lugar de mejorarla, como en la historia política reciente de gran parte del
África.) Que las reivindicaciones estatales de abarcamiento vertical sean
hoy cada vez más precarias no significa que ya no existan; como hemos
mostrado, el abarcamiento vertical continúa siendo poderosamente insti-
tucionalizado y demostrado en las prácticas cotidianas. Si la naturaleza de
estas instituciones y los sitios de esta demostración se están transforman-
do, precisamente a estas transformaciones debemos atender en nuestras
investigaciones empíricas.
Es necesario, entonces, no simplemente más o mejores estudios de las
interacciones Estado-sociedad —poner los problemas de esta forma sería
asumir la misma oposición que exige el cuestionamiento—. Quizá se ne-
cesita una etnografía del abarcamiento, una aproximación que tome como
su problema central la comprensión de los procesos a través de los cuales
la gubernamentalidad (por los actores estatales y no estatales) es legitimada
y socavada a la vez por la referencia a reivindicaciones de alcance espacial

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290James Ferguson y Akhil Gupta

superior y altura vertical. Ciertamente, focalizar la gubernamentalidad


pone en cuestión la propia distinción que exige la expresión organización
no gubernamental, enfatizando en su lugar la similitud de las tecnologías de
gobierno a lo largo de todos los dominios.
Una etnografía de la espacialidad de la gubernamentalidad tiene que
confrontar varios problemas. Primero, tal como fue formulada original-
mente por Foucault (1991), la gubernamentalidad como una forma del
ejercicio del poder sobre las poblaciones asume el marco del Estado-na-
ción. Extender este concepto para representar la globalización neoliberal
nos lleva a reformular los presupuestos espaciales y escalares de la guber-
namentalidad24. Por ejemplo, no podemos pensar la gubernamentalidad
transnacional como una forma de gobierno global, un supra-Estado que
se superpone sobre varios Estados-nación, tanto como la Unión Europea
sobre sus gobiernos miembros. Las instituciones de gobernanza global no
son simplemente réplicas a una escala más grande de las funciones y tareas
del Estado-nación, como frecuentemente suponen proponentes y opo-
nentes de la gubernamentalidad transnacional. La verticalidad y el abarca-
miento siguen produciéndose, pero no en la misma forma por las mismas
instituciones o grupos. Grupos “de base” globalizados y organizaciones
no gubernamentales son buenos ejemplos de cómo las escalas han colap-
sado una en otra. Neil Smith ha intentado comprender este fenómeno de
la “activa conectividad política y social de escalas aparentemente distin-
tas” (1992: 66) refiriéndose a tales actividades en función de “saltar esca-
las”. John Ruggie (1993) ha intentado comprender la reconfiguración de
la soberanía territorial en el sistema mundial como “espacios escindidos”,
donde nación y Estado no son homólogos en su control y regulación del
territorio. Otras formas de producción espacial y escalar se imponen clara-
mente sobre la espacialidad y territorialidad estatal (Brenner 1997, Storper
1997, Swyngedouw 1997). Al mismo tiempo, diferentes instituciones y or-
ganizaciones, incluyendo Estados-nación y meta-Estados como la Unión
Europea, intentan recuperar la verticalidad y el abarcamiento en territorios

24. Sally Merry (2001) ha desarrollado la idea de “gubernamentalidad espacial” para


llamar la atención sobre formas de gubernamentalidad que buscan regular a las
personas a través del control y regulación del espacio.

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Espacializando Estados: hacia una etnografía de la gubernamentalidad neoliberal291

que no son necesariamente contiguos o relacionados cultural, política y


económicamente. El desafío etnográfico que nos enfrenta hoy con la glo-
balización neoliberal es comprender la espacialidad de todas las formas de
gobierno, algunas de las cuales pueden estar insertas en las prácticas co-
tidianas de los Estados-nación, mientras otras se superponen o irrumpen
transversalmente sobre la jurisdicción territorial de los Estados nación.
Tal aproximación puede abrir un conjunto de preguntas más ricas
sobre el significado del transnacionalismo que el que ha sido planteado
hasta ahora. No es propio plantearse si una economía política globaliza-
da está volviendo a los Estados-nación débiles e irrelevantes, como han
sugerido algunos, o si los Estados mantienen los bloques del crucial edi-
ficio del sistema global, como han opuesto otros. El efecto central de las
nuevas formas de gubernamentalidad transnacional no es tanto hacer Es-
tados débiles (o fuertes) como reconfigurar las habilidades de los Estados
para espacializar su autoridad y asegurar sus pretensiones de generalidad
y universalidad superior. Reconocer este proceso puede abrir una nueva
línea de investigación en el estudio de la gubernamentalidad en el mundo
contemporáneo.

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