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Benjamín Casadiego

Caracolí
Los caminos del libro
La investigación e impresión de esta obra ha sido posible gracias al apoyo financiero de la Gobernación
del Cesar, a través de la Corporación Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, Red Departamental de Bibliote-
cas Públicas del Cesar, Colección BRCL – Investigación 2012.

Gobernador del departamento: Luis Alberto Monsalvo Gnecco

Caracolí: Los caminos del libro. Benjamín Casadiego © 2012


Fotografías (portada, contraportada e interiores): Benjamín Casadiego © 2011.
Portada: Taller de lectura en las afueras de Gamarra.
Concepto de diseño: Benjamín Casadiego
Revisión final del documento: Angie Arévalo

Coordinadora de la Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Cesar y directora de la


Biblioteca Pública Departamental Rafael Carrillo Lúquez: Mónica Morón Cotes

Bibliotecarios: Aguachica: Martha González, Rubiela Arias (Auxiliar); Astrea: Luis Alfonso Estrada Na-
varro; Becerril: Trinidad del Carmen Gil; Bosconia: Jaime Vásquez Escorcia; Chimichagua: Yadira Merca-
do; Chiriguaná: Arleth Cecilia Argote Padilla, Adamis Álvarez (auxiliar); Codazzi: Sol Mar Solano Bolaño;
Curumaní: Luz Leyis Quiroz; Elías Arengas (Auxiliar); San Roque: Yoleida Méndez; El Copey: Lida Escaño;
El Paso:Yolima Almanza; Gamarra: Sandra Milena Parra; González: Maribeth Rojas Osorio; La Gloria: María
Bohórquez; La Jagua de Ibirico: Yaneth Quintero; Osmeiry Tamayo Argote (auxiliar); La Paz: Luz Marina
Julio B; Manaure: Neidis Belén Vega; Pailitas: Miriam Mora; Pelaya: Dora Puentes Urueñas; Pueblo Bello:
Imer José Ardila Clavijo; Río de Oro: Diosa Lorena Chacón; San Alberto: Keila Ortiz; San Diego: Martha
Guerra; San Martín: María Gabriela Cárdenas; Tamalameque: Mayra Guevara.

Coordinador General de Talleres: Carlos Ramón Guevara Támara

Responsables regionales de los talleres “CARACOLÍ DEL CESAR”: Mariela Muñoz Benavides,
Luis Eugenio Imbrechts Del Valle, Leonid Martínez Ochoa, Diógenes Pino Ávila, Julia Pastora Hernández,
Hugo Enrique Niño Fuentes, Ángel David Fuentes Pinto, Germán Lajud Rico, Bartolomé Monterrosa Silva,
Benjamín Casadiego Cabrales.

Promotores de lectura y escritores que participaron en este libro: Viviana Restrepo, Rodolfo
Lara Mendoza, Orlanda María Agudelo Mejía, Javier Naranjo, Beatriz Helena Robledo, Pilar Lozano, José
Javier Sánchez, Frank Daza, Sylvia Mora de Landazabal, Edgardo Támara Gómez, Ulises Rafael Ospina
Arzuaga, Ricardo Vergara Chávez, Fernando Hoyos Salazar, Ignacio Verbel Vergara, José Luis Molina Torres,
Eduardo Rangel Velásquez, Luis Barros Pavajeau, José Ropero Alsina, Félix Molina-Flórez.

Preparación editorial: Mónica Morón Cotes

Correo electrónico: bibliotecacesar@yahoo.es


Página web: www.cbibliotecarcl.org
Blog institucional: http://caracolidelcesar.blogspot.com

ISBN:

Primera edición 2012


Copyright © Benjamín Casadiego
Copyright © Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez Valledupar, Cesar. Colombia – Mayo de 2012

Colección BRCL- Investigación


Corporación Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez / Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Cesar.

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso expreso y previo de
la Corporación Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez.

Diagramación e impresión
ARFO Editores e Impresores Ltda.
Bogotá, D. C.
casaeditorial@etb.net.co
Contenido

Presentación........................................................................................... 5
Introducción........................................................................................... 7
Capítulo 1
Libros que se expanden....................................................................... 21
Capítulo 2
Lectores y ciudadanía........................................................................... 35
Capítulo 3
Libros y escuela..................................................................................... 45
Capítulo 4
Nos vemos en la biblioteca................................................................. 59
Capítulo 5
Escuela de promotores de lectura comunitarios........................... 71
Bibliografía.............................................................................................. 83
Capítulo 6
Crónicas de lectores en el Cesar...................................................... 85
Capítulo 7
Escrito en las márgenes....................................................................... 235

Caracolí: Los caminos del libro 3


Presentación

Los usuarios de las bibliotecas y la calidad de la lectura hacen parte


del interés de la gobernación del departamento a través de la Red de
Bibliotecas Públicas del Cesar. Nuestra meta es mejorar la calidad del
servicio que prestamos en cada una de las bibliotecas municipales y
con ese fin buscamos tener una mirada cercana de la manera como
circulan los libros, los hábitos de lectura, el significado de las biblio-
tecas en las comunidades, la relación escuela-biblioteca y lectura; nos
estamos preguntando por los caminos de los libros en el Cesar y por
el sentir de los usuarios de nuestras bibliotecas.

Desde la Red entendemos la lectura como un acercamiento al mundo,


esto significa, una comprensión del lugar en que estamos y una posi-
bilidad de transformarlo. Leer es leer la comunidad cercana y lejana, al
hacerlo estamos comprendiendo nuestros congéneres, entendiendo
la diversidad, siendo capaces de ponernos en los zapatos del otro.

Sabemos que una comunidad de lectores tiene un abanico de posi-


bilidades de calidad, desde la expresión con sus congéneres y las ca-
pacidades reales para acceder a otros espacios en la vida profesional,
pero también sabemos que los libros leídos y compartidos generan
cambios en la sociedad. Entendemos que no basta con tener libros
y bibliotecas para que existan los lectores. Esa es una lección que
hemos aprendido en estos años. Es necesario construir un hábito lec-
tor desde la biblioteca, con personal capacitado para promocionar el
amor por los libros.

Los talleres de lectura Caracolí del Cesar han servido de puente en-
tre la biblioteca y el lector, es desde esos encuentros donde los par-
ticipantes han comenzado a aventurarse por la biblioteca y por los
libros; desde esos talleres los libros han llegado a hogares por primera
vez, con toda la magia de la palabra y la imagen. Un libro en la casa

Caracolí: Los caminos del libro 5


genera encuentros afectivos, espacios de comunicación, uso adecuado
del tiempo libre. Un libro en la escuela genera otras dinámicas para el
aprendizaje y una relación horizontal entre el profesor y el estudiante.
Una biblioteca en la comunidad genera asombro y cohesión, siempre
y cuando los bibliotecarios entiendan que su misión es promover la
lectura en la biblioteca y fuera de ella, en los barrios donde nunca llega
un libro. Este documento está lleno de esas historias de seres huma-
nos que con un libro han encontrado su camino, de bibliotecarios que
más que administrar libros están acercándose a seres humanos.

Los resultados de nuestro proyecto pueden revisarse en este docu-


mento, pero algunas evidencias significativas nos llenan de esperanza:
nuestros jóvenes lectores están en capacidad, en estos momentos, de
fungir como promotores de lectura en sus colegios, sus hogares y en
el barrio. Por otra parte, los niveles de lectura, desde la experiencia
Caracolí del Cesar, superan con creces la media nacional, en un depar-
tamento con serias dificultades en materia de lectura y calidad de la
educación. Estas evidencias suponen por supuesto un reto: debemos
trabajar más para mantener un nivel de calidad que los mismos usua-
rios nos están exigiendo desde sus hábitos lectores.

Mónica Morón Cotes


Coordinadora Red Departamental de Bibliotecas del Cesar

6 Caracolí: Los caminos del libro


Introducción

Los lectores y sus espacios, los libros como tejido en la historia del
lector, son los grandes temas que este documento indagará a partir
del programa de promoción de lectura Caracolí, de la Red Depar-
tamental del Bibliotecas del Cesar. Para acercarnos a tal propósito
hemos construido 5 grupos de preguntas:

1. ¿Qué hace un libro en comunidades urbanas rurales? ¿Cuál es su


papel en el desarrollo de una comunidad?
2. ¿Cómo mediamos entre una práctica solitaria como es la lectura
y una experiencia de construcción de ciudadanía que se da entre
grupos humanos?
3. ¿Qué hace un libro de ficción en la escuela? ¿Cómo cohesiona, si
lo hace, cómo margina? ¿Cómo abre otras historias de sensacio-
nes y de pedagogía dentro del aula?
4. ¿Cómo perciben estas comunidades a la biblioteca? ¿Cómo per-
ciben a los bibliotecarios? La biblioteca como espacio público, la
bibliotecaria como profesora.
5. ¿Quiénes son los promotores de lectura en estas comunidades?
¿Cómo comenzaron a leer? ¿Cómo se preparan?

Las preguntas, por supuesto, se han ido revelando sobre el terreno y


la acción a lo largo de los tres años que tiene de iniciado este progra-
ma de lectura de la Red de Bibliotecas del Cesar en las 26 de las 28
bibliotecas adscritas. Son entonces, un encuentro, una concertación y
un diálogo con los actores implicados en esta experiencia: la biblio-
teca y sus bibliotecarios, las familias que participan con sus niños y la
escuela que viene a ser el lugar donde se formaliza la práctica lectora,
de allí que podamos sentir en esas preguntas un matiz de cercanía
antes que un cuerpo de inquietudes técnicas para impartir recomen-
daciones al final. Las búsquedas se centran en el lector y su libro, en
esa historia privada.

Caracolí: Los caminos del libro 7


Tenemos la certeza de que, exceptuando algunos países del primer
mundo, cualquier indagación sobre la práctica lectora va a dejar un
saldo preocupante (el promedio de lectura en Colombia es de 1.6
libros al año por persona, mientras en Japón es de 47 y en Argentina
de cuatro1; por otro lado según la actual ministra de Cultura, Mariana
Garcés, el 70% de los niños no tiene una biblioteca en su casa2). Ante
estas cifras escuetas, sin contexto y sin discriminación cualitativa que
nos puedan hablar de un real análisis del comportamiento lector, vale
la pena reflexionar si nos estamos preguntando por el consumo de
libros o por la experiencia de leer, una frontera difusa que no tiene
un indicador claro para definir al lector. Pongamos por ejemplo, la
lectura intensiva frente a lectura extensiva: la primera, una práctica
propia de la Edad Media, donde el restringido acceso a manuscritos
y códices convertía al lector en un relector de unos cuantos textos
canónicos, en contraste con la lectura extensiva que se da después de
la revolución de Gutemberg. ¿Frente a ambos contextos cómo definir
la calidad del lector? Estamos, al parecer, en el tiempo de la lectura ex-
tensiva, donde el lector se mide por la cantidad libros leídos: ¿manua-
les, novelas, audio-libros, libros de texto, libros de referencia? ¿Cómo
clasificar un lector que en el año se haya dedicado a estudiar tres o
cuatro clásicos? ¿Ese sería, a la luz de las encuestas, un lector poco
competente que está por debajo de la media del mundo desarrollado?
Por otra parte está el tema de las bibliotecas en casa: ¿qué nos dice la
ausencia o presencia de ellas para revisar los niveles de lectura de una
nación? Sabemos, desde los talleres Caracolí, que el porcentaje en el
Cesar puede alcanzar más del 95% de niños sin biblioteca propia, una
cifra que nos pondría a pensar en ausencia de lectores. Es fácil caer en
engaños: podemos comprobar, a lo largo de este documento, que los
niños leen a partir de la promoción de lectura en las bibliotecas mu-
nicipales; el libro llega a estas casas por medio de préstamos y luego
se devuelven, son bibliotecas ambulantes, flotantes, pero que cumplen
con el objetivo de leer. De aquí nace nuestro primer hallazgo: se lee
porque hay acompañamiento en las bibliotecas, en forma de talleres
de promoción de lectura, para un grupo de niños y jóvenes que hacen
parte de un núcleo familiar identificado. Esto significa que los altos
niveles de lectura observados en algunos lugares del departamento

1
Revista Arcadia N. 72.
2
Revista Arcadia N. 66.

8 Caracolí: Los caminos del libro


corresponden a un grupo, si bien abierto, reducido. Es decir, son cifras
que corresponden a una experiencia cuidada, pero que no se corres-
ponde con una cultura lectora en el departamento. Este hallazgo nos
pone ante dos niveles de evaluación. El primero, que tiene que ver
con la pertinencia de estos talleres de promoción de la lectura para
que los libros se abran a la comunidad. El segundo, que tiene que ver
con la calidad real de estos talleres de promoción y su reflejo en una
alta incidencia en algunos municipios y su discreta presencia en otros.
Estos dos puntos los retomaremos en el capítulo 5.

Desde la indagación por la experiencia del leer, para entender la perti-


nencia de un programa y la calidad real de éste, hemos puesto énfasis,
menos en lo que dicen los índices de lectura y más en esos lectores
que acuden a la biblioteca, que llevan libros para sus casas y llaman a
los demás a leer; hemos preguntado por lo que hace una profesora
con un libro, lo que hace un estudiante con su libro y lo que un libro
hace con ellos desde que sus páginas son desplegadas. ¿Por qué leen
los que leen?

“Más que preguntarnos si la gente lee o no lee –dice Graciela Mon-


tes–, o por qué lee o no lee, sería mejor que nos preguntáramos, por
ejemplo, cómo circulan los libros, los diarios, las revistas, la educación,
etc., antes de otras consideraciones. La lectura, que es cuestión espe-
cífica y hasta privilegiada, de ciertos circuitos sociales, no está instala-
da, hoy, como cuestión de la sociedad en su conjunto”3.

Lo anterior nos deja ver un marco de trabajo que desplegaremos de


manera transversal a los grupos de preguntas expuestas arriba:

1. Hemos conversado con el lector real que hace parte de este


programa, el que se refugia en las páginas y está en su comunidad,
desde ese respeto no hemos considerado al lector como una
cifra que hace parte de metas por alcanzar.
2. El lector está, es real no es un deber ser, entonces: ¿qué está ocu-
rriendo con él? ¿Cómo imaginamos su vida como lector? ¿Cómo

3
Graciela Montes. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético.
México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

Caracolí: Los caminos del libro 9


imaginamos la vida de la comunidad con seres que están leyendo,
descifrando historias?
3. Si bien leer es un ejercicio que va más allá del formato escrito
(leer calles, imágenes, rostros, ciudades, momentos), aquí nos re-
ferimos a las “prácticas discursivas” de la cuales nos habla Roger
Chartier: lectura de soportes impresos ya sea libro, periódico,
folleto, etcétera4.
4. Si bien los datos estadísticos no hacen parte de este documento,
la pregunta es ¿cómo abordarlos? ¿Cómo trazar un acercamiento
entre dos abismos que se abren, por un lado los niveles bajos
de lectura en el departamento y por el otro el incremento de
lectores a partir de un programa de promoción de lectura como
Caracolí?

Este documento ha construido, con los usuarios, beneficiarios, pro-


motores y administradores de las bibliotecas públicas del departa-
mento del Cesar, una revisión de las actuales prácticas de promoción
de lectura y propondrá acciones que mejoren el servicio en las biblio-
tecas y la manera como desde allí se desarrolla ese acercamiento a la
comunidad.

Territorio de lectura: centros urbanos con alta ruralidad

Leer, ¿dónde, por qué, para qué? El lugar geográfico puede marcar mi
relación cercana o distante con el libro, puede trazar los usos que
yo le doy al formato escrito y puede definir las utilidades que pue-
den generar: hablar, mejorar mi rendimiento académico, abrir otros
horizontes, desencadenar otras acciones como realizar un programa
radial, una idea para una obra teatral, una película, o disfrutar a solas
y luego olvidar.

Nos centraremos en el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011,


para pensar palabras como territorio, ruralidad y centros urbanos en
Colombia con el fin de aproximarnos a los municipios del Departamen-
to del Cesar donde están ubicadas las 26 bibliotecas adscritas a la Red
Departamental. Desde ese informe el territorio es entendido “como

4
Roger Chartier. Cultura escrita, literatura e historia. México, Fondo de Cultura Económica, 2000.

10 Caracolí: Los caminos del libro


una construcción social en un espacio donde múltiples actores esta-
blecen relaciones económicas, sociales, culturales, políticas e institucio-
nales, condicionadas por determinadas estructuras de poder y por las
identidades de aquellos actores. Además del área geográfica se trata de
las interacciones entre actores, instituciones y estructuras de poder”5.

El Informe (INDH) propone que la ruralidad incluya densidades de


población y distancias promedio a ciudades de 100.000 habitantes o
más, con lo que la ruralidad sería casi el doble de la medida oficial:
esto transformaría, de entrada, la manera de percibir los centros ur-
banos como antípodas con el campo y sus costumbres. Cuando el
informe hace un ejercicio estadístico para fijar una línea de separación
entre los que serían municipios rurales y los que serían municipios
no rurales, los resultados dejan ver cifras interesantes: a partir de esa
frontera, el 75,5% de los municipios colombianos serían rurales; en
ellos vive el 31,6% de la población y cubren el 94,4% de la superficie
del país. “Estos resultados llaman a la reflexión sobre varios aspectos:
las tres cuartas partes de los municipios son rurales; el porcentaje
de población que vive en ellos es superior al que indican las cifras
oficiales, y casi la totalidad del territorio nacional está ocupado por
municipios rurales”6.

El índice de ruralidad, continúa el informe, obliga a pensar el municipio


como un todo con el territorio.Y a partir de allí, las políticas sectoria-
les tienen que concebirse con una mirada territorial. Así, la población
rural bien puede tener su residencia en centros urbanos menores
aunque trabaje en el campo o derive de allí sus ingresos; o cuando se
desempeñe en actividades complementarias (transporte, comercio u
otros servicios); e incluso, a pesar de que trabaje en labores agroin-
dustriales de agregación de valor.

Para el informe es claro que las relaciones entre lo rural y urbano, no


solo se ven afectadas por el intercambio diario sino por fenómenos
como narcotráfico y conflicto: “el surgimiento de nuevos actores que
han introducido en la sociedad rural actividades ilícitas vinculadas a la

5
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo – pnud, Informe Nacional de Desarrollo
Humano 2011 Colombia rural Razones para la esperanza. Bogotá: septiembre de 2011.
6
Ibid.

Caracolí: Los caminos del libro 11


producción y el tráfico de drogas; el despojo de tierras y el desplaza-
miento forzado de la población que han impulsado procesos de re-
poblamiento y reubicación, y el control de territorios o porciones del
mismo por parte de actores armados que compiten con el Estado”7.

Para nuestro documento que indaga por los rituales de lectura y la


gestión de promoción de lectura en el departamento es clave tener
en cuenta la aseveración que cruza transversalmente el informe de
Naciones Unidas: “La gran mayoría de quienes viven en zonas rurales
no llevan el tipo de vida que les gustaría y, en este sentido, el ejercicio
de su libertad es muy restringido. La lucha por la subsistencia no les
permite hacer lo que consideran bueno y la trampa de pobreza, en
la que vive el 64,3% de ellos, obstaculiza el ejercicio de su libertad”8.

Si revisamos el gráfico que aparece en dicho informe (Índice de rura-


lidad vs. Índice de los Objetivos del Milenio departamental, ODM, Pág.
69), nos damos cuenta que el Departamento del Cesar está en todo
el centro de la línea de ruralidad, con un 43,13% de población rural y
está sobre la línea del índice ODM con aproximadamente el 64 de los
objetivos logrados (sobre el 80%).

En términos de pobreza esto significa que en los centros urbanos, en


promedio, la pobreza es 2,3 veces menor que en municipios de alta
ruralidad, debido a que en estos últimos persisten amplias diferencias
en las condiciones de las viviendas, en el acceso y disponibilidad de
servicios públicos, en la baja escolaridad y en las escasas posibilidades
de generación de ingresos y empleo dignos y permanentes.

En términos de Educación, tener altos niveles de ruralidad significa


que las tasas de cobertura bruta en educación media en dichos muni-
cipios son 2,7 veces menores que en los centros urbanos. Las largas
distancias que aún recorren niños, niñas y adolescentes para llegar a
las escuelas y el costo de oportunidad de ingresar o permanecer en
el sistema educativo comparado con el de trabajar, gravitan sobre la
deserción en secundaria que, según la teoría del capital humano, per-
petúa los círculos de pobreza.

7
Ibid.
8
Ibid.

12 Caracolí: Los caminos del libro


En términos de mortalidad en menores de 5 años (las edades en que
los niños están fascinados por la lectura en voz alta que susurran para
ellos sus padres antes de dormirse) se muestra que en municipios de
alta ruralidad los niños se mueren 2,4 veces más que en los centros
urbanos. Los costos de las atenciones y servicios prenatales se mul-
tiplican cuando se trata de llegar a las gestantes ubicadas en zonas
rurales dispersas, como sucede con la búsqueda activa de menores de
5 años para completar los esquemas de vacunación.

¿Cómo se lee entonces en espacios geográficos y culturales de las


características que hemos descrito? ¿Cómo ocurre el milagro de leer,
el placer de la lectura en las dimensiones en que se está desarrollando
el programa Caracolí de la Red Departamental de Bibliotecas con un
nivel por encima de la media nacional? ¿Qué buscan esos usuarios? In-
tentaremos aproximarnos a algunas respuestas a lo largo de este do-
cumento teniendo en cuenta, de acuerdo al anterior marco territorial,
que las 26 bibliotecas adscritas a la Red Departamental están ubicadas
en centros urbanos-rurales con incidencia directa en los corregimien-
tos de su jurisdicción. Pero también, acercándonos a los conceptos de
Amartya Sen sobre desarrollo humano (entendido como el proce-
so de expansión de la educación, la asistencia sanitaria y otros aspec-
tos de la vida humana) y capacidad humana que, sin ser un lujo de
los países ricos, como lo demuestran economías del este asiático, nos
ponen a pensar en decisiones que socavaron prejuicios estratégicos:
“Estas economías comenzaron relativamente pronto a expandir en
gran escala la educación y, más tarde, la asistencia sanitaria y, en mu-
chos casos, tomaron esta medida antes de romper las ataduras de la
pobreza general”. (…) “La perspectiva de la capacidad humana centra
la atención en la capacidad –la libertad fundamental– de los individuos
para vivir la vida que tienen razones para valorar y para aumentar las
opciones reales entre las que puedan elegir”9.

Lectores, lectura, escritura

¿Cómo pensar un lector en nuestro país altamente rural y en el


departamento del Cesar cruzado por antiguas tradiciones cultu-

9
Amartya Sen. Desarrollo y Libertad. Bogotá, Planeta, 2000.

Caracolí: Los caminos del libro 13


rales que compiten con la modernidad? Pierre Bordieu nos dice
que interrogarse sobre las condiciones de posibilidad de la lectura
equivale a interrogarse sobre las condiciones sociales de produc-
ción de lectores: “Una de las ilusiones del lector consiste en olvidar
sus propias condiciones sociales de producción, en universalizar in-
conscientemente las condiciones de posibilidad de su lectura. In-
terrogarse sobre las condiciones de ese tipo de práctica que es la
lectura, es preguntarse cómo son producidos los lectores, cómo
son seleccionados, cómo son formados, en qué escuelas, etcétera”10.
Por su parte Roger Chartier se pregunta si no debería dársele más
importancia, no tanto a la lectura en sí misma, como a sus prácticas
ordinarias que destacan a los individuos respecto de un orden cul-
tural establecido.

Preguntémonos entonces, ¿qué es leer? CERLAC-UNESCO conside-


ra que la lectura es “una práctica sociocultural con efectos educati-
vos, económicos y políticos. Esto significa que es una acción histórica,
contextuada, intencionada, optativa, y que permite a la persona su
individuación y socialización”. Mientras que leer y escribir, son “prácti-
cas sociales que permiten a las personas ‘habitar’ las dimensiones sim-
bólicas de la lectura y la escritura. Quien practica es el lector, lo que
practica es el leer, que sucede dentro de la dimensión de la lectura.
Las personas pueden leer y escribir desde perspectivas productivas
o reproductivas, transformativas o sustentadoras de un cierto orden
de cosas”11.

Acercamos esta otra definición de lectura y cultura desarrollada por


Graciela Montes: “Me permito definir lectura como la conducta social
por la cual las personas nos apropiamos de algunos discursos signifi-
cantes (o sea, de parte de la cultura) de la sociedad en que vivimos.
Cultura sería algo así como el dibujo que hace una sociedad de sí
misma, o su reflexión, sus gestos particulares”12.

10
Pierre Bourdieu. Lectura, lectores, letrados, literatura. Universidad Autónoma de Querétaro.
Revista virtual, 2002.
11
CERLALC-UNESCO. Metodología común para explorar y medir el comportamiento lector
Bogotá, 2011.
12
Montes, texto citado.

14 Caracolí: Los caminos del libro


¿Qué significa leer y escribir en el Cesar? El programa Caracolí ha
tenido dos historias con relación a la práctica lectora. En los primeros
dos años el énfasis fue en la creación literaria, el tercer año lo fue la
lectura. Como se puede comprobar en las páginas que siguen con los
testimonios de los actores involucrados, la lectura lleva a la escritura
creativa. Si eso es así no vemos la razón para dividir ambas experien-
cias: la lectura es una actividad comunicativa que debe conducir hacia
la expresión de las ideas del lector en la escritura. Al escribir, el lector
está contando, creando y debatiendo su mundo, algo propio de una
sociedad democrática y alfabetizada. Escribir es un aprendizaje que se
diferencia del aprendizaje del habla en su complejidad: “La escritura es
también habla sin interlocutor –nos dice Vigostky–, dirigida a una per-
sona ausente o imaginaria o a nadie en particular, una situación nueva
o extraña para el niño. El habla escrita es monólogo; es una conver-
sación con una hoja de papel en blanco. Así, la escritura requiere una
doble abstracción: la abstracción del sonido del habla y la abstracción
del interlocutor. (…) Los motivos para escribir son más abstractos,
más intelectualizados, más alejados de las necesidades inmediatas”13.
Dejar a un lado la escritura es marginar un proceso de creación fun-
damental para el crecimiento personal del niño en particular y del ser
humano en general: no solo nos ayuda a comprender el mundo sino
a nosotros mismos, es decir, a pensar sobre los textos14. ¿Tendrá esto
que ver con una reaparición de esas ideas hechas práctica en el siglo
XIX donde los varones escribían y las mujeres leían? Armando Pe-
tucci se pregunta cómo es que en las campañas de alfabetización tipo
UNESCO, tanto en países desarrollados como los del Tercer Mundo,
se ha incidido fundamentalmente en potenciar y difundir la capacidad
de leer y no la capacidad de escribir. Eso es algo que tendremos opor-
tunidad de pensar a lo largo de este documento15.

Luego de definir los cinco grupos de preguntas y el esquema concep-


tual, hemos organizado el libro en seis capítulos:

13
Lev Vigostky. Pensamiento y Lenguaje. Barcelona, Paidos, 1995.
14
David R. Olson. El mundo sobre el papel. Barcelona, Gedisa, 1997.
15
Citado en: Cavallo, Guglielmo; Chartier, Roger. Historia de la lectura en el mundo occidental.
Madrid, Taurus. 2001.

Caracolí: Los caminos del libro 15


Capítulo 1: Libros que se expanden

El libro, como multiplicador de sentidos y como lector de sus mismos


lectores, es junto con el lector, el centro de este primer capítulo. Re-
cogemos aquí los relatos de los lectores que nos ayudan a rastrear la
ruta del libro desde que sale de la biblioteca y se adentra en la sala, en
las habitaciones, en la esquina, en la escuela. Desde allí, lector y libro
se abren, las palabras se aposentan en el cuerpo, el cuerpo entonces
habla, con lo que el misterio se cierra.

Capítulo 2: Lectores y ciudadanía

La lectura es una experiencia privada, pero el libro como instrumento


crea espacios para diálogos de toda índole: en la casa, en la biblioteca,
en la escuela. El capítulo indaga por el debate, a partir de la construc-
ción del yo, que puede generar la lectura cuando los libros circulan
y el papel de los mediadores (profesores, bibliotecarios, padres de
familia) en la riqueza de estos encuentros con la palabra.

Capítulo 3: Libros y escuela

La escuela es el espacio donde se formaliza el acto de leer y escribir


pero no siempre es lugar donde se puede leer. Sabemos que la idea
del libro como encuentro personal está lejos de las paredes escola-
res; los lectores prefieren la soledad de sus espacios, sin embargo, la
promoción de la lectura se está dando en esos espacios, partiendo de
iniciativas de los mismos profesores-lectores con lo que la ruta vital
del libro regresa a la escuela.

Capítulo 4: Nos vemos en la biblioteca

Las bibliotecas en los municipios del Cesar se han convertido en espa-


cios de encuentros de los niños y los jóvenes que hacen parte del pro-
grama Caracolí. Los viernes y los sábados son los días de encuentro,
sin embargo durante la semana las bibliotecas desarrollan actividades
de promoción de lectura allí mismo y por fuera, en barrios alejados.
Las bibliotecarias, son llamadas seño, en alusión a un perfil de maestras
que han ido adquiriendo a partir de los programas de promoción de
lectura y su encuentro con niños y niñas. Ellas representan confianza
y seguridad en el vecindario.

16 Caracolí: Los caminos del libro


Nos preguntamos por los usos que la comunidad da a la biblioteca,
pero entonces, ¿qué hacer cuando esos espacios son solicitados en
préstamos para reuniones que muchas veces no tienen nada que ver
con el lector?

Capítulo 5: Escuela de promotores de lectura comunitarios

El centro vital de las bibliotecas son los bibliotecarios y los usuarios;


podemos decir que la calidad y satisfacción de los usuarios se centra
en los bibliotecarios que han pasado de simples encargados de abrir,
cerrar, traer y llevar libros a una parte activa en el proceso lector de los
usuarios. El programa Caracolí del Cesar ha entendido que más allá de
buscar promotores de lectura por fuera del ámbito regional, es impor-
tante mirar a los bibliotecarios como promotores de lectura. Ese pri-
mer paso se dio en el año 2011, donde el bibliotecario era acompañado
por un promotor de lectura. La experiencia fue exitosa, pero además
dejó ver otras oportunidades: los mismos usuarios como promotores
de lectura. ¿Cómo afrontar este significativo reto en el Departamento?

Capítulo 6: Crónicas de lectores en el Cesar

En el segundo semestre de 2011 se realizaron en el Cesar cuatro


rondas de lectores en cuatro municipios (Aguachica, septiembre 24;
La Jagua, octubre 8;Valledupar, octubre 22; Caracolicito, noviembre 5);
allí asistieron la totalidad de los niños, jóvenes y familias que partici-
pan en este programa de lectura. A esos encuentros fueron invitados
escritores, investigadores y promotores de lectura de todo el país.
El día se dividió en dos jornadas. En la mañana realizaron talleres de
lectura y en la tarde los promotores se sentaron a conversar con los
chicos y chicas sobre su experiencia como lectores, una promoción
de lectura intergeneracional que les sirvió a los promotores para te-
ner una idea del estado actual de esa experiencia con los libros. Las
crónicas vienen a ser, más que una recapitulación y otra forma de
leer los anteriores capítulos, un acercamiento vital a ese enigma de
por qué y para qué leemos desde que los sumerios sospecharon que
las tablas de arcilla donde estaban anotadas sus asuntos eran mágicas
porque les hablaban.

Caracolí: Los caminos del libro 17


Metodología para construir este relato

El documento tiene como antecedentes inmediatos dos libros. El pri-


mero, Pensamientos y voces: Ejes culturales para unas políti-
cas de lectura y bibliotecas en el departamento del Cesar,
que desarrolla una línea base del estado de bibliotecas y usuarios en
el Departamento del Cesar, con el diagnóstico y las recomendaciones.
El segundo, Caracolí, Historias de lectores en el Cesar, es la
memoria de lo ocurrido en los años 2009 y 2010, con los anteceden-
tes históricos de esa experiencia de lectura en el departamento que
se remonta a la época del bibliobús de Colcultura, 30 años atrás con
Carlos Guevara como líder.

Este tercer documento sistematiza y deja ver los logros, dificultades,


desfases y alcances reales de una experiencia de lectura que va más
allá del ámbito regional y nos pone a pensar como país en un proyecto
lector.

Para lograr este panorama realizamos más de cien entrevistas durante


los meses de septiembre a noviembre en los municipios y en cada una
de las Rondas de Lectura, con lo que se pudo tener un contacto cara
a cara con el 100% de los participantes del programa. De igual manera,
pensando en esta sistematización, se diseñaron las Rondas de Lecto-
res, es decir con dos jornadas, una de taller y la otra de revisión de
prácticas lectoras, para poder tener una visión cercana y externa des-
de los promotores invitados. Los promotores de lectura escribieron
durante tres meses sus crónicas que fueron colgadas al blog Caracolí
del Cesar por ese tiempo y que aquí reproducimos en su totalidad en
el capítulo 6.

Estamos tratando de ir más allá de las evidencias y las fotografías para


contar la experiencia. Desde esa certeza del lector que está y el que
falta por llegar pero que ya se asoma, debemos agradecer a todos,
niños, padres de familia, bibliotecarios, promotores de lectura, que nos
regalaron la palabra llena de esperanza a lo largo del año. Pensaríamos
en el subtítulo del informe de Naciones Unidas que hemos citado en
esta introducción: la manera como se lee y se inventa la escuela en el
Cesar desde el programa Caracolí nos dan razones para la esperanza.

18 Caracolí: Los caminos del libro


Un bechuana un día preguntó qué era eso sobre la mesa. Cuando le dijeron que
eran libros, y que esos libros contaban novedades, puso uno de los libros contra
el oído, pero como no podía oír ningún sonido, dijo: este libro no me dice nada, y
lo puso de nuevo sobre la mesa diciendo: “¿Está durmiendo?”.

(M. Harbsmeier, Inventions of writing,


relato del siglo XVIII de un liberto llamado Equiano,
citado por David Olson)
Capítulo 1

Libros que se expanden


Las bibliotecas en el Cesar están ubicadas en centros urbanos del
departamento que se constituyen en lugares de confluencia regional.
La carretera al mar, el Río Magdalena, la ciénaga de Zapatosa, la Sie-
rra Nevada, las estribaciones de la cordillera Oriental hacen que los
municipios donde están las bibliotecas sean centros urbano-rurales,
lugares de acopio de productos agrícolas, donde sus habitantes de-
sarrollan prácticas culturales que tienen que ver con el campo y con
la vida urbana en formación. Los públicos que vamos a encontrar en
las bibliotecas hacen parte de esa geografía: hijos de pescadores, de
agricultores, de ganaderos, de comerciantes, de profesores, de cho-
feres; padres y madres que tienen que ver con los anteriores oficios,
familias cruzadas por expresiones culturales que muchas veces no
tienen nada que ver con ese ideal de folclor que tenemos grabado en
nuestra nostalgia (cumbia, vallenato del viejo, chandé) sino que nos va-
mos a encontrar con la fuerza de las culturas híbridas: pop, reguetón,
vallenato moderno. El ganador del concurso departamental juvenil de
cuento corto en 2010, un muchacho rescatado de las garras de la va-
gancia mediante la lectura y la creación literaria, tenía claro en qué iba
a invertir el dinero del premio: “Comprar reses, mi papá tiene tierras
por Medialuna”1.

Una clausura de actividades de la Red de Bibliotecas puede incluir


dentro del programa, lecturas de cuentos y poesías de los niños, dan-
zas folclóricas, participación de escritores locales y el infaltable re-
guetón bailado por niños y niñas con la misma sensualidad con la que
hace 50 años se bailaba el mapalé en la costa Caribe. La vida allí está
conectada por celulares, por la internet y sus redes sociales, por las

1
Benjamín Casadiego. Caracolí, Historias de lectores. Valledupar, Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez,
2011.

Caracolí: Los caminos del libro 23


telenovelas, pero también por la esquina, el barrio, las mecedoras que
dan al río o a la calle y en algunas casas, pocas pero significativas, por
un libro que es leído en voz susurrante por la mamá, mientras al fondo
el papá, que ha regresado del trabajo, representa la historia para que
los niños se mueran de la risa antes de irse a dormir.

Aura Ibeth Ordóñez, tiene 15 años y es estudiante de 10 grado en el


colegio Salazar de Gamarra. Uno de esos días pidió prestado un libro.
Lo leyó y le gustó tanto que lo volvió a leer, entonces lo leyó en voz
alta a los papás y los hermanos. Desde esa primera vez en la casa se
acostumbraron a que ella les leyera en voz alta en la noche antes de
irse todos a la cama. Así como ésta, hay muchas historias que cuentan
los papás:

Los niños les leen al papá que llega cansado del trabajo, leen en la cama; luego los
ponen a leer a ellos, cuando los papás se equivocan ellos les dicen, ¡uy papi qué
oso, así no se lee! Todos sueltan la risa. Miriam Guzmán, madre de familia El Copey.

Soy padre de tres niñas, ellas eran muy tímidas y a través de este programa han
podido desarrollar su identidad, a una le gusta cantar, a otra tocar, otra pintar,
a partir de la lectura han podido desarrollar esas capacidades que antes no
podían expresar. Ezequiel de la Hoz, padre de familia El Copey.

A los niños míos les encanta leer los libros que la bibliotecaria les presta, ellos
siempre están pendientes de eso, están más pendientes que hasta yo misma
de ir al taller. Y cada vez que me dicen, Mami nos vamos para el taller, yo los
dejo ir y siempre les pregunto qué hicieron en el taller; ellos me dicen, Mami
hoy nos enseñaron tal libro, y vamos a hacer un drama. Yolides, madre de familia
de Curumaní.

Mi mamá y mi hermanita se animaron a leer porque me vieron leer. Todo este


año, desde que entré a Caracolí y con la profesora Mariela, todas las semanas
yo llego con algún libro a la casa, y mi mamá se queda impresionada, ¿cuándo
me había visto ella leer si yo me la pasaba viendo telenovelas? Ahora ellos
me preguntan qué trajiste para leer, y sobre todo mi hermanita, imagínese
que ahora ella está leyendo los cuentos completos de Oscar Wilde. A ella le
encanta el juego, pero cuando llego con un libro ella se emociona y lo agarra
para ella. Karen Lorena Rengifo, Gamarra, 10 grado.

Otros, jóvenes que están cruzando el umbral de la infancia, prefieren


esconderse a la luz de su cuarto, a leer una novela, como Iván David,
de Pueblo Bello, un niño de 13 años que quiere ser médico y escritor:

24 Caracolí: Los caminos del libro


Busco libros en la biblioteca, me los llevo a la casa, me voy a los ríos y prefiero
leer en la naturaleza, yo soy el único en la casa que leo, solamente yo, en mi
casa me dicen que lea, me animan, pero ellos no se atreven a leer, no tienen
esa pasión, a veces les he leído pero a ellos no les gusta. Pienso que el mundo
de los libros es muy diferente al real, porque allí, en los libros uno puede crear
el mundo a su manera. Pero no me quedo en el mundo de los libros, me acos-
tumbro rápido al mundo real sin problemas. El mundo real es muy diferente.
Escribo cuento y poesía.

Sven Birkets se pregunta: “¿Qué diferencia existe entre el yo cuando


lee y el yo cuando no lee? ¿Dónde estoy cuando estoy implicado en
un libro? Cuando me hallo en el mejor momento de la lectura siento
como si mi vida entera –el pasado y el futuro desconocido– estuviese
a mi disposición de una forma u otra”2.

Cuando leo me relajo, a veces hay lecturas que coinciden con la vida que uno
tiene. El mundo real está relatado en la escritura. Cuando leo me desahogo y
luego escribo. Leo en cualquier lugar. Mi mamá lee, fue docente, pero no lee
mucho. A mi padrastro no le gusta leer, pero me anima a leer.

Cuando uno lee se encuentra con la realidad, porque allí ocurren cosas que le
ocurren a uno. Eso se ve a diario. He reconocido personajes de un libro en la
calle. Cuando un libro muestra drogadictos, yo veo a algunos de mis compañe-
ros allí. Geraldine Stéfani, participante taller de lectura en Becerril.

Un pasaje de la novela de J. M. Coetzee, El maestro de Petersburgo, nos


ilustra ese estado entre lector poseído por la historia y el lector que
se mantiene al margen: “Es usted un hombre muy inteligente, Fiodor
Mijailovich. Pero habla usted de la lectura como si fuera lo mismo
que estar poseído por un daimon. Según esa medida y ese criterio,
me temo que soy un pésimo lector, sin duda, un lector aburrido y
pedestre”3. El que habla así es un consejero de una oscura inspección
de policía de la Rusia del siglo XIX, que parece estar muy preocupado
porque el espíritu de un personaje salte de la página y se apodere del
lector que en esos momentos compadece ante una diligencia judicial.
¿Qué podemos decir de ese momento? ¿Qué sentido tiene leer sin
abrigar la sospecha de que los personajes nos van a saltar del libro? Si

2
Sven Birkerts. Elegía a Gutemberg. El futuro de la lectura en la era electrónica. Madrid, Alianza edito-
rial, 1999.
3
J. M. Coetzee. El maestro de Petersburgo. 2009. Bogotá: Mondadori.

Caracolí: Los caminos del libro 25


no saltan dejamos el libro, cualquier niño lo sabe, esa es la libertad del
lector de la que nos habla Hans Magnus Enzensberger: “Forma parte
de la libertad del lector hojear el libro por cualquier parte, saltarse
pasajes completos, leer las frases al revés, alterarla, reelaborarlas, con-
tinuar entrelazándolas y mejorándolas con todas las posibles asocia-
ciones, recavar del texto conclusiones que el texto ignora, enfadarse y
alegrarse con él, olvidarlo, plagiarlo, y, en un momento dado, tirar el li-
bro en cualquier rincón”4. Daniel Pennac lo resume: derecho a no leer,
derecho a saltarse las páginas, derecho a no terminar el libro, pero
también, derecho a releer5. Nos dice Gisela Carolina Corso Otálora
participante del taller de Pueblo Bello:

Cuando estoy leyendo me imagino todo lo que ocurre en el libro. Me gustaría


ser pintora, porque mi papá me ha inspirado, él quería ser acordeonero y
pintor, pero no pudo, entonces me anima a que sea pintora, me regala cua-
dernos y colores. Mis hermanos quieren ser médicos, mi hermanita quiere ser
profesora, yo como leo les voy guiando en esas profesiones para cuando les
toque en serio.

Para Michel de Certau, los lectores son viajeros; “circulan por tierras
ajenas, nómadas dedicados a la caza furtiva en campos que no han es-
crito”. Dice que mientras la escritura almacena y acumula, “la lectura
no se garantiza contra el desgaste del tiempo (se olvida y se la olvida)
no conserva la experiencia lograda (o lo hace mal) y cada uno de los
lugares es una repetición del paraíso perdido”6.

Estas historias de lectores se cruzan en el tiempo y en el espacio


geográfico. Basta asistir a una Ronda de Lectores en el Cesar para
entender el profundo sentido de la comunicación que genera un li-
bro, contar lo que dice un libro de ficción, más allá de los niveles de
profundidad y de larga tradición como lectores que los participantes
puedan tener, el caso es que a los lectores los une una complicidad
que está oculta en las páginas de un libro, algo que va más allá de
cualquier frontera geográfica. El primer párrafo del discurso de Vargas
Llosa cuando recibió el premio Nobel posee la belleza de la sencillez:
“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en

4
Citado en Cavallo y Chartier.
5
Daniel Pennac. Como una novela. Bogotá, Editorial Norma, 2004.
6
Michel de Certau. La invención de la cita. En: Historia de la lectura en el mundo occidental. Citado.

26 Caracolí: Los caminos del libro


el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más impor-
tante que me ha pasado en la vida.”7.

Si se reúnen los niños de aquí con ese otro niño que es Vargas Llosa se
van a encontrar con esa verdad que cada cual, sin importar raza, edu-
cación o credo, lleva en su espíritu, como lo refleja en el discurso ci-
tado: “Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos
mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra,
donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz”8. ¿Qué sientes al leer?

No sé –nos dice la joven Lina Marcela Socarrás, de Agustín Codazzi–, una


sensación como de transporte a otro lugar y me da la libertad de ir y buscar
en otro universo, algo que no puedo encontrar en la realidad cercana. A veces
ocurre un encuentro con ese yo interno que tiene sed de búsqueda y que le
encanta escudriñar, descubrirse a sí mismo, lo de evasión podría ser, pero no
es del todo evasión, es más una búsqueda interna, un encuentro. Me parece
más interesante el mundo de los libros. Leer un libro para mí es como leer el
universo.

Y cuando nos preguntamos, como adultos, cómo es posible leer en


espacios y condiciones inadecuadas, tenemos que saber que esa in-
quietud está allí aposentada en nuestra cultura de lectores intimistas,
algo avergonzados de poder ser tan felices mientras leemos y afuera
el mundo se despedaza. Sigamos este camino con Vargas Llosa: “Algu-
nas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores
y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privile-
gio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista”9. Rosmira Carrillo
Gil, es madre de familia de dos niñas que asisten al taller de lectura
en Pueblo Bello, estratificado por el PNUD como el municipio más
pobre del Cesar:

Mis hijas, Yulitza y Juliana, están muy entusiasmadas en el taller de lectura, yo


las dejo ir los viernes, ellas llegan con libros y muchas veces, cuando tengo
tiempo libre, leo con ellas. A mí siempre me ha gustado la lectura, más que
la escritura. Leo periódicos, libros. Con los pequeños que no saben leer me
pongo a leerles para que ellos me escuchen.Yo no tengo esposo, vivo con mis
cinco hijos. Mi marido se fue y me dejó sola con los hijos.Vivimos en una pie-

7
Mario Vargas Llosa. Elogio de la lectura y la ficción. Fundación Nóbel, 2010.
8
Ibid.
9
Ibid.

Caracolí: Los caminos del libro 27


cita de bahareque. Me gusta que mis hijos lean para que desarrollen la mente,
hay libros que les enseñan cosas buenas a los niños. Nunca he pensado que los
libros no sirven para nada; cuando los veo por ahí sin hacer nada los mando a
leer, váyanse a coger un libro, eso les digo.Yo a la biblioteca no voy, me la paso
muy ocupada con los otros niños.

Pero ocurre que los lectores de todas partes también se encuentran


en la acción que es lo que queda después de leer libros: dan ganas de
continuar las historias, mejorarlas, ¿por qué no? Sigo citando a Vargas
Llosa: “Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las
muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de
una sola.”

La lectura me llevó a la escritura, comencé escribiendo cartas –nos dice Lina


Marcela Socarrás, de Agustín Codazzi–, luego hice cuentos, después descubrí
la poesía, con Rubén Darío.

Hay veces que uno se pone a escribir libros –dice Catrina del Carmen Mur-
gas, una niña de 10 años nacida en San Diego–, uno se imagina y no tiene que
leer otros libros, pero hay que escribir para aprender, si no nunca podremos
escribir. Quiero ser profesora, es una profesión muy linda. Mis papás leen mu-
cho, leen las tareas que yo hago, lo que escribo, los problemas que dejan en el
colegio. A veces le llevo libros a mi papá o a mi mamá.

A veces nos encontramos con ese perfil clásico de lector que descri-
be George Steiner en Pasión Intacta: “Leer bien es contestar al texto,
ser equivalente al texto, ‘una equivalencia’ que contiene los elementos
cruciales de respuesta y de responsabilidad. Leer bien es participar en
una reciprocidad responsable con el libro que se lee, es embarcarse
en un intercambio total”. Las anotaciones que el lector hace en el
libro o en su cuaderno son para Steiner, “los primeros indicios de
la respuesta del lector hacia el texto, del diálogo entre el libro y él
mismo”10.

Me gusta copiar los pasajes bonitos e interesantes mientras voy leyendo. Mien-
tras apunto se me vienen ideas a la cabeza y esas ideas las voy copiando
también para que no se me olviden. Acumulo apuntes y luego dejo pasar un
tiempo, luego releo y busco armar algo, otra historia. Es como todo. A veces
me gustan, a veces no. Aura Ibeth, 15 años, Gamarra

10
George Steiner. Pasión intacta. Ensayos 1978-1995. Madrid, Ediciones Siruela, 1997.

28 Caracolí: Los caminos del libro


Entonces ocurre que el libro, además de transformar espacios y tiem-
pos en las casas, cambia las relaciones de aprendizaje entre adultos
y niños. Ya no es la mamá la que viene a “enseñar” sino a compartir
aprendizajes y lecturas, ya no es la profesora la que desde arriba les
dice a los niños lo que hay que leer, sino es ella la que desliza libros a
los pequeños y son ellos, los jóvenes los que le dicen a la profesora:
“Mire profe, este libro que saqué de la biblioteca”.

Los hijos ven lo que uno muestra. Yo trabajo en ECOPETROL y allá nos dan
libros de experiencias aprendidas. A veces llevo libros que me dan en la em-
presa y mis hijos los leen conmigo, me señalan cosas importantes. Manuel
Herrera, padre de familia de Caracolicito.

Yo estudio en la universidad del Magdalena y una vez llegué con un ejercicio


que nos pusieron allá y resulta que mis niños ya habían hecho el ejercicio y
me lo explicaron, me dijeron otras cosas y yo me decía, esto es lo que ha-
cemos allá y mis hijos ya lo están practicando. Iniris Pacheco, madre de familia
de El Paso.

A mí me gusta leer, pero cuando mi niña entró ella me ha hecho animar más
en la lectura, lleva los libros de la biblioteca, leemos, ella los lee y comentamos
entre todos. Malgy Oliva Díaz, madre de familia de Curumaní.

Si bien, el viaje de un libro cuando sale de la biblioteca es impredeci-


ble, socialmente tiene implicaciones evidentes que pueden mejorar
las relaciones de crianza. Nada hay más complejo para los padres
de familia que construir su proyecto familiar si afuera y adentro las
condiciones son adversas para poner algún orden: la televisión con
su esquema de pereza conceptual, la vagancia en la calle, las drogas,
la prostitución, la pobreza y el dinero fácil se unen para encandilar al
niño y estrellarlo.

Leer para mi es un programa súper bueno, los días que no hubo clase por las
inundaciones en Gamarra, que fueron tres semanas, yo venía a la biblioteca
y buscaba libros prestados. No me aburrí ni un solo día. No estuve por ahí
dando vueltas buscando qué hacer, nada de eso; yo abro un libro y ya, se abre
otro mundo. Laura Ibeth, participante en los talleres de Gamarra.

San Roque es un corregimiento que no tiene entretenimiento para los niños,


por eso el gran valor de una experiencia como Caracolí. Con este taller ellos
han podido experimentar muchas cosas, nuevas ideas, han dejado penas, han

Caracolí: Los caminos del libro 29


aprendido a leer más. Tienen ocupada la mente en algo bueno. Cindy Paola
Pérez, madre de familia de San Roque.

A los niños en los pueblos les gusta estar en la calle, motivarlos con un libro
los anima a que busquen otras cosas. Mi niña está en quinto primaria, antes se
la pasaba correteando en la calle, ahora con la lectura está pendiente de la es-
critura, lleva libros a la casa, cómo se escriben las palabras, cómo se organizan
las oraciones, está pendiente de todo y ella va grabando esa información. Le
encantan los libros que tienen dibujos. Uno de mamá no sabe cómo evitar que
los niños anden en la calle inoficiosamente. Entonces uno tiene que motivar-
los, acompañarlos, yo les digo a los padres de familia que tenemos que sacarle
el tiempo a los hijos, porque los hijos solos pues se sienten mal, de pronto ven
que el otro compañerito va con la mamá y ellos no; uno tiene que dar mucho
tiempo de uno y dárselos a sus hijos, y eso más tarde los hijos se lo van a
agradecer, y lo mismo lo van a repetir con sus hijos y eso será una cadena de
buenas costumbres que nunca se irá a romper. Cuando le digan a uno, mami
llévame a la biblioteca, pues uno tiene que hacer el esfuerzo, dejar el oficio
que estaba haciendo, y acompañarlos. He visto en mi hija el compromiso y
responsabilidad con lo que está haciendo, responde por el colegio y por el
taller. Martha, madre de familia de Chimichagua.

Nini Yohana, madre de familia de Caracolicito: Mi hija me arrastra a todas estas


actividades.

Un libro arrastra a la niña y la niña arrastra a la madre, van en volandas,


¿a dónde? Además de los encuentros diarios, está el encuentro con
los libros, un ejercicio que no deja de ser misterioso, un reencuentro
con el tiempo desde la calidez de la voz que reúne al grupo humano
desde hace miles de años. Roger Chartier en El orden de los libros,
piensa en esas maneras de leer desaparecidas ya de nuestro mundo
contemporáneo: “Por ejemplo, la lectura en voz alta, en su doble fun-
ción: comunicar el escrito a aquellos que no saben descifrarlo, pero
también cimentar formas de sociabilidad imbricadas que constituyen
igualmente figuras de lo privado, como la intimidad familiar, la charla
de sobremesa o la connivencia letrada.”11.
Leemos en la cama, allí es donde ellos están más concentrados; allí escuchan
con atención; muchas veces les gusta representar el cuento que leen, o el
libro que han traído, me lo muestran y representan a los personajes favoritos.
Yolides, madre de familia de Curumaní.

11
Roger Chartier. El orden de los libros. Barcelona, Gedisa, 2000.

30 Caracolí: Los caminos del libro


Mi niño lee a la perfección, se lleva hasta 6 libros (tiene seis años), me toca
ir a acostarlo porque sigue leyendo casi dormido. Margarita Romero, madre de
familia de Chimichagua.

Pero ese acto de leer en voz alta de la mamá a los niños viene siendo
como el cierre de una vieja tradición del siglo XIX donde eran los
varones quienes poseían el poder de la escritura, un acto viril cargado
de responsabilidades tales como la administración de las cuentas en el
hogar y la memoria de las actividades comerciales, mientras que a la
mujer le era permitido el aprendizaje de la lectura como parte de su
papel maternal y cohesionador de la familia: siguiendo este precepto
leían en voz alta la Biblia, cuando ya la noche llegaba y solo restaba
prepararse para ir a dormir en paz; pero leían en privado las novelas
románticas y las exóticas historias de lugares desconocidos. La pelí-
cula I am Dina (2002) del director danés Ole Bornedal, escenificada
a mediados del siglo XIX en Noruega, nos muestra a la protagonista
en su niñez intentando leer la Biblia; ante el arduo deletreo el padre
pide explicaciones al tutor y este se excusa explicando que, además
de leer, ella está aprendiendo matemáticas; el padre deniega la excusa
por considerar que “las niñas no necesitan aprender matemáticas”.
Leer en casa, ¿un oficio exclusivo para mujeres? Sabemos que no, pero
desde nuestra memoria cultural siempre habrá una voz femenina que
seguirá reuniendo al grupo familiar en torno a cálida palabra hablada.
Para el premio Nobel de economía Amayrta Sen, las actividades de las
mujeres influyen –como están influyendo en la experiencia Caracolí
del Cesar– de manera significativa en la vida social: trabajo, ahorro,
sentido de futuro, administración de la economía, cohesión espiritual,
aprovechamiento de oportunidades12.

En el barrio leen más mujeres –dicen Luz Leyis Quiroz, la bibliotecaria de


Curumaní–. Los hombres prefieren el fútbol, dicen que leer es perder el tiem-
po, que eso es para bobos.

Yo leo con mis hijos –dice Miriam Guzmán, madre de Familia de El Copey– y
a veces les represento a ellos el cuento que estamos leyendo. Nos reímos, la
niña tiene 10, el niño tiene 9. Personificamos animales.

12
Amartya Sen, citado.

Caracolí: Los caminos del libro 31


Cuando un adulto le lee a un niño, ocurren tres cosas simultáneamen-
te y sin esfuerzo: Se crea una conexión placentera entre el niño y el
libro; tanto el niño como el adulto están aprendiendo algo del libro
que comparten; el adulto vierte sonidos y sílabas llamadas palabras en
el oído del niño13. Nada hay más claro en la historia de la lectura que
el continuo restablecer aprendizajes. Si en la antigüedad se leía en voz
alta ahora redescubrimos los beneficios de esa práctica en la calidad
del habla y de la escucha.

Desde niña –nos dice Wendy Paola Fandiño de Gamarra–, me dejaban donde
mi abuela; ella me contaba historias y en la casa colocaban cuentos en la gra-
badora. Por ahí le va llegando a uno las ganas de buscar historias. Leer es como
sumergirme en otro mundo diferente al mío, es como salir de la cotidianidad,
como si dijera me voy de viaje.

En los siglos II y III la misma contextura del libro, su piel, hacía que
el hecho de leer en profundidad a un autor complejo significara no
detenerse en la piel, sino llegar hasta la “sangre” y la “médula” de la
expresión verbal. Como ahora, cuando acariciamos la portada de un
libro y olemos las páginas, adentrándonos en el cuerpo del libro. “El
placer del texto es ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir
mis propias ideas –nos dice Roland Barthes–. El placer del texto pue-
de definirse por una práctica (sin ningún riesgo de represión): lugar y
tiempo de lectura: casa, provincia, comida cercana, lámpara, familia –allí
donde es necesaria- (…) Todo se juega, se goza, en la primera mirada”14.

Me siento en la sala y comienzo a leer en voz alta y por ahí se van acercando,
mi hermano menor, mi mamá y en la noche mi papá. Ahora mismo estamos
todos leyendo en casa un libro del profesor Chemo que hizo una recopilación
de cuentos de Pamplona. Audrey Campo, participante en el taller Caracolí de
Gamarra.

A Johan de 12 años le interesan los libros de mitos y leyendas. Hace


parte del grupo de lectura de la biblioteca pública de Río de Oro.

Leer me gusta porque al leer estoy aprendiendo a leer; puedo aprender a


interpretar cuentos y lo más importante es que uno despeja la mente. Por

13
Jim Trelease. Manual de la lectura en voz alta. Bogotá, Fundalectura, 2008.
14
Roland Barthes. El placer del texto y lección inaugural. México, Siglo XXI Editores, 2000.

32 Caracolí: Los caminos del libro


ejemplo, si uno no tiene nada qué hacer se pone a leer un libro. Muchas per-
sonas dicen que los libros son dañinos, pero no, los libros le pueden ayudar a
uno para tener un buen desempeño en el salón de clase.

Desde que era pequeño, mi abuelo nos contaba historias de espantos, ellos
vivían en el campo y desde esa época me gustan los mitos y las leyendas.

Nos sumergimos entonces en el silencio, pues la lectura genuina exige


silencio desde que San Agustín nos relató la impresión al descubrir a
San Ambrosio leyendo sin mover los labios.

Leo de todas las formas. Llego del colegio, me baño, almuerzo y me pongo a
leer. A veces me siento afuera en una mecedora, cuando me da calor. A veces
me quedo dormida leyendo. Me gusta leer acostada, encerrada en mi cuarto.
Dejo el libro señalado en una página, voy a comer, pero siempre quedo con la
ansiedad de saber qué pasará en la siguiente página. (Wendy Paola Fandiño, 16
años, cursa el grado décimo en el colegio Rafael Salazar de Gamarra)

Duvan, de 11 años vive en Río de Oro, al sur del Cesar, en plena


cordillera oriental: le hemos preguntado cuál libro nos recomendaría
para cerrar este capítulo, entonces duda, se pasa el dedo índice por
los labios y nos dice con una mueca:

No recomendaría esta novela que pedí prestada de Daniel Defoe, Las aven-
turas de Robinson Crusoe, porque tiene mucha violencia, mucha maldad. Me
gusta leer poesías, también cuentos e interpretarlos. Recomiendo La alegría de
querer, de Jairo Aníbal Niño. Me gustó este poema:

Mira la luna llena


Tiene la forma
de una brillante y triste rueda
de bicicleta.

¿Por qué leen los niños y los jóvenes? Los del proyecto Caracolí, y
cualquier niño que busque un libro de aventuras en las bibliotecas lo
hace por el placer de leer, que no es simple, que no es puro. Lo hacen
desde esa dimensión espiritual que de pronto hay en los lectores de
todos los tiempos, pasando tal vez por encima de esa rigidez utilitaria
que desde el siglo XVII se aposentó en la práctica lectora, cuando se
fue concediendo mayor importancia a la adquisición de saber y la lec-
tura superficial y en diagonal, en detrimento del conocimiento profun-

Caracolí: Los caminos del libro 33


do de las obras, cuando la meditación fue reemplazada por el examen
escolar, por las calificaciones universitarias. Si leemos entre líneas a
los padres de familia que hasta ahora han hablado les entendemos esa
cultura utilitarista del libro, si leemos a los niños nos damos cuenta
que el libro para ellos es un juguete; tiene la utilidad simple y compleja
del jugar, es decir de entrar al mundo desde el lenguaje.

34 Caracolí: Los caminos del libro


Capítulo 2

Lectores y ciudadanía
De esa experiencia tan íntima del leer, ¿cómo puede desplegarse un
libro y su lector en propuestas para la vida pública que vive un niño y
un joven en su comunidad? Podemos llegar a realizar un acercamiento
entre dos prácticas que se dan en la experiencia Caracolí del Cesar.
Una de ellas es la que vimos en el capítulo anterior, donde el usuario
se lleva el libro a su casa y allí genera un espacio comunicativo pro-
fundo, la otra ocurre con los talleres de fin de semana en la biblioteca.
Una lectura íntima y una lectura pública, donde la segunda comporta
historias del libro en la calle, en la escuela y en la biblioteca, donde el
libro genera conversaciones y debates. ¿Qué puede generar la pala-
bra leída en la construcción ciudadana? La posibilidad de reconciliarse
con la propia palabra, no como la imaginamos desde nuestra solitaria
vanidad: perfecta, definitiva y sabia, sino como en realidad la oyen los
demás: imperfecta y en constante construcción1.

Nos preguntaremos por la capacidad de este proyecto para empren-


der un trabajo a este nivel. Revisaremos varios ejemplos para llegar a
algunos hallazgos.

Una mirada desde el libro nos pondrá en calor. “La ficción es más que
un entretenimiento –dice Vargas Llosa en el discurso citado–, más que
un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu
crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga
existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo
humano.” El libro sería entonces una defensa ante la barbarie de la
incomunicación: “Seríamos peores de lo que somos sin los buenos
libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y

1
Oscar Brenifier. Filosofar es reconciliarse con las palabras de uno. www.pratiques-philosophiques.
com

Caracolí: Los caminos del libro 37


el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que
escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”.

Cuando los niños dicen:“me encanta leer” es que se ha desencadenado


una red de afectos y convicciones profundas nacidas de un encuentro
con la libertad: el recuerdo de la voz del abuelo que cuenta historias, la
voz de la mamá en la noche, la bibliotecaria que le mostró, con amor
inusitado, una a una las ilustraciones de un libro. Allí donde los cami-
nos se cierran saltan los ojos de un niño y nos dice, me encanta leer.
¿Cómo entonces podemos mejorar esos encuentros con los niños?

Me encanta leer, me gustó mucho leer El viejo y el mar. Con los talleres de
lectura he aprendido a comportarme mejor y a leer mejor. He compartido
experiencias. Me gustan los libros de amor, hay allí muchos temas para dedi-
cárselos a los padres. A mi papá le encanta leer, mi mamá no estudió, pero le
encanta que yo le lea a ella; mi papá me dice que es bueno leer porque allí
están las respuestas a todo, para que pueda responder todas las preguntas que
me hagan. Gisela Carolina Corso Otálora, participante en el taller de Pueblo Bello.

El tema hace parte de las inquietudes de la Red Departamental de


Bibliotecas del Cesar: ¿Cómo desarrollar un proyecto de capacitación
donde el mediador entre el libro y el usuario sea competente para
el diálogo posterior a la lectura? Conversamos con promotores de
lectura externos a la experiencia, comprobamos en esos diálogos la
preocupación general: aunque no se camina a ciegas, no hay fórmulas,
tal y como lo expone Orlanda Agudelo Mejía, promotora de lectura
en Medellín:
La idea que se tiene dentro del grupo de promotores de Medellín es que la
lectura tiene que generar discusión y tiene que generar una postura en el
individuo respecto a la vida, pero uno no puede esperar que un libro le diga
a uno cómo ser buen marido o cómo lavarse los dientes, pues un libro tiene
que ser un buen libro de por sí, independiente de lo que cuente, a partir de un
libro cualquiera vos podés hacer un debate sobre política, economía, civilidad,
buenas prácticas de salud, sin que necesariamente se tengan que comprar una
cantidad de libros que vayan orientados a eso, depende de tu capacidad como
promotor para orientar esa conversación, sin que te vuelvas entonces un psi-
cólogo, y que la madre resulte preguntándote cómo hago que mi niño es muy
grosero: No, uno tiene que ser muy conciente de su labor como promotor
de lectura pero simultáneamente tener una capacidad y un recorrido como
lector que le permita facilitar esas múltiples lecturas a partir de los diferentes
materiales que se encuentran en una biblioteca, entonces allí a lo que hay que

38 Caracolí: Los caminos del libro


apostarle es a que los promotores primero se formen como ciudadanos y que
sea un gran lector, creo que depende de allí.

Javier Naranjo, escritor y promotor de lectura de Medellín, piensa


que en la promoción de lectura lo que se trata es de saber hacer las
preguntas pertinentes.

Si las sabés hacer podés guiar la discusión a que el mismo grupo sea el que
se responda a propósito de cualquier cosa. El promotor de lectura no lleva
respuestas sino que con las mismas lecturas invita a que los participantes se
respondan, pero debe estar despojado de una visión maniquea del mundo, de
esa moral laxa, de esa mirada estrecha del mundo.

Voy a dar un ejemplo, hay un colegio cercano a la biblioteca donde trabajo,


allí llegaron unos chicos de un municipio cercano que se llama La Ceja, llega-
ron a ese colegio campestre echados de La Ceja, ningún colegio los recibía,
con problemas de droga, de violencia, pero había que acogerlos y recibieron
como ocho muchachos y los papás del colegio pusieron el grito en el cielo
porque les iban a dañar a sus muchachos y entonces empezó un movimiento
para sacar a estos muchachos de allá. El colegio tomó la opción de darles la
oportunidad de que continuaran allá, y nosotros hablábamos con la gente del
colegio, como diciéndoles: bueno es que les han dado pata en todos lados
y los han tirado, hagamos el ensayo de recibirlos aquí. Las directivas me in-
vitaron a una reunión de padres de familia proponiéndome que los ayudara.
Yo no soy psicólogo, les dije, pero lo que podemos hacer es lo siguiente: hay
una serie de libros, quizás podamos encontrar uno que sin ser conductista
(le temo mucho a eso, a esas relaciones tan evidentes en un libro), que pueda
llevar a los padres de familia a sacar sus propias conclusiones sobre el pro-
blema presentado. Entonces encontré un libro que se llama La Isla, donde sus
habitantes sacan al personaje porque es distinto, lo arrinconan y lo encarce-
lan, finalmente lo echan y construyen murallas y así todo el mundo se siente
tranquilo.

Yo pienso en la idea de un promotor que haya caminado un poco en la vida


y por los libros. Cuando les leí La Isla los padres llegaron a sus propias con-
clusiones y dijeron, “es que esto es lo que está pasando en nuestro colegio”.
Yo no había dicho nada, no había mencionado nada del problema y los padres
comenzaron a hablar, a preguntarse, “y esos muchachos entonces qué” y em-
pezó un debate entre ellos en el que yo fui un espectador, apenas preguntaba
algunas cosas, simplemente el libro logró disparar sentimientos e ideas para
solucionar el problema. Allí vemos que el promotor solamente debe llevar
las preguntas justas y nada más, lo otro lo da el libro, y la lectura logra sanar
heridas, eso lo he notado yo. El problema se calmó en el colegio, la biblioteca
apoyó para que entraran a recibir cursos en cerámica.

Caracolí: Los caminos del libro 39


¿Tiene Caracolí del Cesar un trabajo serio de debate alrededor del
libro? Conversamos con German Lajud, responsable de lectura en El
Copey y Bosconia.
Hemos tratado de redireccionar cosas para que haya una conexión generacio-
nal y para ello hemos diseñado una propuesta orientada a reunir los ancianos
para que conversen en la biblioteca con los jóvenes. En esas reuniones va a
llegar un momento en que vamos a hablar de la vida social de nuestra región,
esa memoria hay que construirla con una experiencia como el Caracolí. Yo
pienso en el tema Ciudadano lector.

En Bosconia involucramos a profesores, algo que no habíamos hecho antes.


Gente que entiende el tema, para que sus jóvenes vean en la biblioteca un
espacio de construcción de ciudadanía.

Con sus palabras parece adivinarse un proyecto de construcción ciu-


dadana, una intención que apenas se está insinuando. Una idea por
hacer. Sin embargo la historia de la lectura en el Cesar viene prece-
dida de una clara experiencia ciudadana que conjugaba el placer de
leer, el juego, el arte con la vida en el barrio. La historia de Carlos
Guevara en el proceso de lectura regional debe seguirse estudiando
para recuperar lecciones. Su historia, narrada en el anterior libro Ca-
racolí: Historias de lectores, nos cuenta de un hombre que usó el libro,
el juego y la creatividad para mejorar las condiciones humanas de los
participantes. ¿Cuáles fueron esas claves para hacer mucho con tan
poco? Suponemos que había una capacidad de ver y de hacer enlaces
constructivos. Vio el barrio, lo leyó y actuó con lo que sabía: la escri-
tura y su pasión por los libros.Vio una calle, que era la calle donde iría
a vivir luego de su llegada de su Sincelejo natal, allí supo de las paleas
entre pandillas, de la infancia difícil de esos chicos. ¿Qué hizo Carlos
con todo ese material que la vida le ofrecía?

Se metió por el lado de la pasión, lo que la gente amaba: el fútbol.


“Cuando el equipo iba a jugar todo el barrio se volcaba a apoyarlo
–nos dice–. No solamente jugaban los muchachos y los niños, también
comprometíamos a los padres de familia, ellos iban a las reuniones y
acompañaban a sus hijos a los juegos”.

Las personas comenzaron a verse y reconocerse, más que como una


oportunidad para zamparle al otro una trompada o robarle la cartera,
como vecinos con quienes se podía intercambiar y vivir.

40 Caracolí: Los caminos del libro


A punta de maldiciones y patadas en la cancha aprendieron a respetar
la ley. Se reunían a revisar manuales de convivencia del colegio, regla-
mentos deportivos, leían por necesidad: al fin de cuentas eran padres
de familia “y si no conoces la ley no puedes respetar la ley”. Leyeron
por física necesidad para poder sobrevivir decentemente y no morir
antes de tiempo.

Con la historia de Carlos Guevara en el Cesar vamos descubriendo


vasos comunicantes con otras historias. Dice Cécile Ladjali en Elogio
de la Transmisión, a propósito de una experiencia de creación literaria
que tuvo en su colegio ubicado en una barriada deprimida de París,
donde impartía clases de francés a chicos venidos del África subsaha-
riana: “La literatura ha permitido que mis alumnos leyeran el mundo,
su mundo, su modernidad, a fin de penetrarlos un poco mejor, y han
otorgado a la cultura una función real”2.

Michèle Petit, también en Francia, nos acerca a una experiencia que se


conecta con los argumentos que tuvo Carlos en su barrio: “Cuanto
más capaz es uno de nombrar lo que vive, más apto será para vivirlo,
y para transformarlo. Mientras que en el caso contrario, la dificultad
de simbolizar puede ir acompañada de una agresividad incontrolable.
Cuando carece uno de palabras para pensarse a sí mismo, para expre-
sar su angustia, su rabia, sus esperanzas, no queda más que el cuerpo
para hablar: ya sea el cuerpo que grita con todos sus síntomas, ya sea
el enfrentamiento violento de un cuerpo con otro, la traducción en
actos violentos”3.

Hablar, debatir, consensuar, diferir hacen parte de expresiones que


pueden ganarle a la agresión física y verbal, la gran diferencia entre la
contradicción y la enemistad. “En esos barrios periféricos las cons-
trucciones no son lo único que a menudo está deteriorado, y tampo-
co el tejido social es lo único que puede ser afectado negativamente.
Para una gran parte de los que viven ahí, también está menoscabada
la capacidad de simbolizar, la capacidad de imaginar y, por lo mismo,
la de pensar un poco por sí mismos, de pensarse, y de tener un papel

2
George Steiner y Cécile Ladjali. Elogio de la transmisión. Madrid: Siruela, 2007.
3
Michele Petit. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, Fondo de Cultura Económica,
1999.

Caracolí: Los caminos del libro 41


en la sociedad.Y la construcción psíquica, o la reconstrucción psíquica,
resultan tan importantes como la rehabilitación de los barrios”4.

El papel de un bibliotecario como un sagaz visualizador de su entorno


y su tiempo es clave para pensar la lectura como una construcción del
yo ciudadano. “Los promotores de libros pueden contribuir a darles los
medios para realizar esos descubrimientos, esas vinculaciones.Vincular,
mezclar, tal es, por cierto, el gesto primordial de toda cultura (…) La
lectura contribuye así a crear un poco el ‘juego’ en el tablero social; a
que esos jóvenes se hagan un poco más actores de sus vidas, sujetos de
sus destinos, y no solamente objetos del discurso de los demás”5.

El bibliobús –nos dice Carlos Guevara– era un universo donde podía estar
todo en un orden perfecto. Frascos de vidrio, colorante rojo, agua, para enten-
der el volcán. Prisma, agua, cuentos del arco iris, para entender y disfrutar los
colores que se desplegaban en el cielo después de la lluvia. El bibliobús convo-
caba a todos: a niños, jóvenes, ancianos, vagos, sacerdotes, madres de familia.
Allí se podía hacer lo que uno quería hacer, no había pierde, podía pasar todo
el día allí que las actividades no tenían fin: se pintaba, se redescubría el entorno,
se hacía teatro, se trabajaban gestos, inflexiones de voz, cambio de roles. Se
prestaban libros, había papel, colores6.

¿Qué nos dice el anterior relato en términos de desarrollo humano?


¿Cuál es el dibujo que al final se traza? Si superponemos esta histo-
ria de Carlos Guevara con esta otra de los indios tiwi del norte de
Australia, distinguimos una búsqueda común a través del tiempo y del
espacio geográfico: “A los neófitos se les enseña los mitos de origen,
el significado de las ceremonias sagradas, en una palabra, la teología
que en la sociedad primitiva se halla inextricablemente mezclada con
la astronomía, la geología, la geografía, la biología (los misterios de la
vida y de la muerte), la filosofía, el arte, y la música, es decir, con la
herencia cultural de la tribu, y cómo el propósito de esta enseñanza
no es el de convertir a los neófitos en hombres de mejor posición
económica, sino en mejores ciudadanos, en mejores portadores de la
cultura a través de las generaciones”7.

4
Ibid.
5
Ibid.
6
Benjamín Casadiego. Caracolí, Historias de lectores. Citado.
7
George Spindler. La transmisión de la cultura. En: Velasco Maillo, García Castaño, Díaz de Rada
(editores). Lecturas de Antropología para educadores. Madrid: Editorial Trotta, 1993.

42 Caracolí: Los caminos del libro


¿Una historia del pasado? ¿Una historia de otros lugares? No estamos
muy lejos, pero hay que seguir aprendiendo de aquí y de allá. Luz Leyis
Quiroz, la bibliotecaria del municipio de Curumaní nos responderá
en el capítulo 4. Ella, como muchas de sus colegas, decidió salir con
sus chicos del proyecto de lectura a buscar lectores en el vecindario.
Lleva libros en su bibliomoto, los niños van con su maleta de libros y
están comenzando a llamar la atención a las comunidades apartadas
sobre ese lugar lejano y difuso que para ellos es la biblioteca y los li-
bros. Luz Leyis, puede decir lo mismo que le confesó una bibliotecaria
en Francia a Michèle Petit: “Antes nos orientábamos más a los libros,
ahora nos orientamos más a las personas”.

Caracolí: Los caminos del libro 43


Capítulo 3

Libros y escuela
La escuela es el lugar donde se formalizan las destrezas para leer y
escribir. “La principal preocupación de la escuela –dice Olson, cita-
do– es la adquisición de las ‘habilidades básicas’ [lectura, escritura y
aritmética]. En lo relativo a la lectura, esas habilidades consisten en la
‘descodificación’, es decir, el aprendizaje de lo que llamamos el princi-
pio alfabético; en lo relativo a la escritura, consisten en el aprendizaje
de la ortografía”1.

Desde esas dos destrezas, leer y escribir, se formaliza el habla y se


ponen en juego las habilidades del hablante para acceder a un canon
estructurado de otros saberes. Pero entonces, ¿qué ocurre antes de
la escuela? Si las condiciones son las apropiadas ocurre el crecimiento
en todas sus dimensiones. Sabemos, por Vigostky, que los procesos
de aprendizaje infantil preceden a la escuela, es decir que el saber se
viene construyendo en la calidez del vientre materno: “Desde que se
nace se está aprendiendo: el niño aprende la lengua, hace preguntas,
consigue apoderarse de los nombres de los objetos que le rodean
y allí ya está insertado en una etapa de aprendizaje, un viaje que ha
partido desde la intimidad y el calor del hogar hasta la complejidad
del lugar que se va creando a medida que lo mira, lo toca y lo nombra.
Aprendizaje y desarrollo no entran en contacto por primera vez en
la vida escolar, sino que están ligados entre sí desde los primeros días
de vida del niño”2.

Para Bernstein, la construcción del discurso en niños y jóvenes, y en


general en los seres humanos, va más allá de procesos sicológicos:
está construido desde los procesos sociales. “El acceso a los códigos

1
David R. Olson. El mundo sobre el papel. Citado.
2
Luria-Leontiev Vigostky. Psicología y pedagogía. Madrid, Ediciones Akal, 1986.

Caracolí: Los caminos del libro 47


elaborados –nos dice– no depende de factores psicológicos sino del
acceso a posiciones sociales especializadas dentro de la estructura
social por medio de las cuales se hace posible un determinado mo-
delo de habla”3. Frente a los códigos elaborados están los códigos
restringidos, un síntoma de la ausencia de experiencias comunicativas
ricas; sabemos que la calidad del habla tiene que ver, entre otros fac-
tores con el acercamiento al libro desde la infancia y a la riqueza del
habla desde la casa. El lenguaje es pues, la contraseña de la inclusión o
exclusión, de la libertad en últimas: “Lo que determina en gran medida
la vida de los seres humanos es el peso de las palabras o el peso de
su ausencia”4.

La capacidad de hablar constituye, entonces, el rasgo esencial del hom-


bre. “Este rasgo distintivo contiene el esquema de su esencia –dice
Heidegger–. El hombre no sería hombre si le fuera negado el hablar
incesantemente, desde todas partes y hacia cada cosa, en múltiples
avatares y la mayor parte del tiempo sin que sea expresado en térmi-
nos de un es. En la medida en que el habla le concede esto, el ser del
hombre reside en el habla”5.

Si moramos, como hombres, en el habla, si nuestra esencia es el


habla, ¿qué pasa cuando ésta no nos es permitida, cuando es defec-
tuosa o no pertenece al territorio de los hablantes? Para Michel
Foucault, “nadie entrará en el orden del discurso si no satisface cier-
tas exigencias o si no está, de entrada, calificado para hacerlo. Más
preciso: todas las regiones del discurso no están igualmente abiertas
y penetrables; algunas están altamente defendidas (diferenciadas y
diferenciantes) mientras que otras aparecen casi abiertas a todos los
vientos y se ponen sin restricción previa a disposición de cualquier
sujeto que hable”6.

“¿Qué es, después de todo, un sistema de enseñanza, sino una rituali-


zación del habla; sino una cualificación y una fijación de las funciones
para los sujetos que hablan; sino la constitución de un grupo doctrinal

3
Basil Bernstein: La construcción social del discurso pedagógico. Bogotá, Prodic, 1993.
4
Michèle Petit, citado.
5
Martín Heideguer. Camino al habla. Barcelona, Serbal, 1990
6
Michel Foucault: El orden del discurso. Tusquets Editores, Buenos Aires, 1992.

48 Caracolí: Los caminos del libro


cuando menos difuso; sino una distribución y una adecuación del dis-
curso con sus poderes y saberes?”7.

La misión de la escuela sería entonces la de ofrecer las condiciones


necesarias para que el desarrollo de las competencias comunicativas
tengan lugar: servir de puente entre los dos códigos a que se refiere
Bernstein, teniendo en cuenta que esas competencias integran distin-
tos tipos de saberes y habilidades: saberes sociolingüísticos (referidos
a las reglas sociales y culturales), saberes discursivos (organizar co-
herentemente los mensajes que se quieren comunicar a los otros),
saberes estratégicos (habilidades en la interacción con el otro para
salvar baches comunicativos cuando hay distracciones) y los saberes
lingüísticos (conocimientos semánticos, léxicos, morfosintácticos, fo-
nológicos)8.

¿La institución escolar entiende su misión de desarrollar habilidades


comunicativas desde esas diferencias de aprendizaje, procedencia
cultural y socioeconómica? ¿Se aceptan las diferencias o se omiten?
¿Hace parte de la agenda escolar el debate por el discurso y la comu-
nicación de calidad?

El libro cualifica el habla y es acceso a un conocimiento estructurado;


sin embargo, en la escuela venimos encontrando desde hace déca-
das una revisión que ha venido ganando espacio y adeptos: el libro
es marginado, se le compara con pesadez, es sinónimo de autoridad
y descontextualización, una manera aburrida de acceder al conoci-
miento, frente a otras formas “más lúdicas y divertidas de aprender”.
Desde esa postura, el libro tiende a desaparecer bajo la complicidad
de los tres actores escolares: los profesores no tienen tiempo de leer,
no invierten en la compra de libros o leen a medias; los padres de
familia aplauden la no incorporación del libro en la escuela por sus
altos costos y los estudiantes lo consideran aburrido y anticuado en
comparación con la internet “donde todo se encuentra”. Frente a la
verdad “unitaria” del libro está, según estas posturas, una verdad cons-

7
Foucault. Citado.
5
María Elena Rodríguez. El desarrollo de la oralidad en la escuela: interacción y diversidad. En:
Varios autores. La formación de docentes. Memorias. Congreso colombiano y latinoamericano de lectura
y escritura. Bogotá, Fundalectura, 1999.

Caracolí: Los caminos del libro 49


truida “entre todos”, con resúmenes de libros “al alcance de todos”,
fotocopias de periódicos, revistas, plegables, etcétera, un escenario
donde al fin de cuentas se confunde opinión con conocimiento, puntos
de vista con el saber estructurado, donde se prefiere la fragmentación a
la coherencia enunciativa.

Para Eliseo Verón allí está la trampa de ese falso debate. “El sujeto
activo e investigador es, en definitiva, productor de opiniones junto
a otros productores de opiniones, en el seno de un equipo de inves-
tigadores que, sin duda, se divierten mucho. La transformación del
conocimiento en opinión traduce otra deformación, resultado esta
vez del funcionamiento perverso de la metáfora democrática”9. Pero
el aburrimiento escolar no se cura eliminando el libro, ni desdibujan-
do la frontera entre aprendizaje y diversión, entre conocimiento y
opinión, entre ciencia y vida cotidiana. “Quiero decir que los meca-
nismos psicosociales e institucionales implicados en un proceso de
aprendizaje eficaz (eficaz significa: que culmine en la adquisición de
conocimientos) y los mecanismos psicosociales que estructuran lo
que la sociedad practica como rutinas del entretenimiento, son de he-
cho radicalmente diferentes.Y no es tratarnos de convencernos (y de
convencer a nuestros hijos) de que ir a la escuela y acudir a la sala de
videojuegos son una misma cosa, como vamos a resolver el problema
del ‘aburrimiento’”10.

Desde nuestra mirada, cuando a la escuela llega un libro se abren


otras ventanas del saber, hipertexto al fin de cuentas que conecta
otros escenarios, libros, disciplinas. Un libro nos puede llevar, como en
una biblioteca abierta o laberíntica, hacia las ciencias, las bellas artes,
las ciencias aplicadas o las ciencias sociales, es decir a un debate con
otros libros y otras disciplinas, al enriquecimiento de la interpretación
y la crítica que es la búsqueda final de la lectura. Interpretación y críti-
ca se aprende dentro o fuera de la escuela, pero a veces no se aprende
nunca.Y allí están, creemos, las consecuencias de no permitir la entra-
da plena del libro por miedo o pereza: miedo a que el niño no entien-
da, pereza y miedo a la polémica. Entonces, el momento enriquecedor
del debate se pasa por alto por prejuicios que muchas veces tienen

9
Eliseo Verón. Esto no es un libro. Barcelona, Editorial Gedisa, 1999.
10
Verón, ibid.

50 Caracolí: Los caminos del libro


origen en la incapacidad del maestro para promoverlo. Un estudio
escolar realizado por Olson, halla que sólo los estudiantes de los más
altos niveles académicos tenían un conocimiento activo de conceptos
como conceder, implicar, hipotetizar, interpretar. La explicación que pare-
ce más evidente es que rara vez estos términos aparecen en los libros
de texto estudiados por esos niños: los conceptos se han sacrificado
en interés de la “legibilidad”. Las discusiones informales con los maes-
tros revelaron dos actitudes contrastantes. Algunos maestros dijeron
no utilizar nunca esos términos porque los niños no los entendían;
otros dijeron que no eran esenciales para la enseñanza11.

En nuestras entrevistas para este documento pudimos corroborar


que la “simple” presencia de un libro que se lee por placer, en el sen-
tido de Barthes, viene a superar dificultades de habla, pronunciación
y lectura:

Vivo en El Paso y soy docente de una vereda. Por las tardes tenía refuerzo
y luego encontré muchos niños con dificultades de lectura, con la biblioteca
buscaba hasta 30 libros y los compartía con los niños, y así fuimos solucionan-
do el problema de lectura. Onaida Bolaños, madre de familia de El Paso.

Nos cuenta la profesora Sindelis Pacheco de Caracolicito, al norocci-


dente del departamento, cómo el libro ha servido como catalizador
de energías:

Tenemos una experiencia en el grado tercero. Era un niño muy inquieto, con
todo el mundo se vivía metiendo, ahora con el libro es cosa de ver la emo-
ción que tiene, de que él está pendiente de hacer el cuento, cómo se escribe;
también tiene problema de lenguaje, hay letras que él las escribe pero al pro-
nunciarlas se le hace difícil y él está feliz, me dice: mami él ya no nos molesta
tanto, ya no nos pega, ya no nos agarra. Porque él está entretenido porque él
quiere leer, y eso es algo que uno ve, la emotividad que él tiene, el mío está
haciendo un cuento, uno veía ya todo en el cuaderno, todo repetido, inicio,
nudo y desenlace, todo perfecto, cómo se hacía el cuento. Uno queda alegre
cuando ya es el niño el que hace el proceso.

¿Dónde queda el juego, entonces, en el proceso de aprendizaje? El


niño aprende jugando, juega hacia un aprendizaje organizado y serio.

11
Olson, citado.

Caracolí: Los caminos del libro 51


No juega para desaburrirse, juega para explorar y llegar a resultados
con eficacia. “Jugar nos ayuda a entender la vida, y también el arte nos
ayuda a entender la vida”, escribe Graciela Montes quien nos explica
la llamada Tercera zona o zona potencial de Winnicott: “El punto de par-
tida de Winnicott es el niño recién arrojado al mundo que, esforzada y
creativamente, debe ir construyendo sus fronteras y, paradójicamente,
consolando su soledad, ambas cosas al mismo tiempo. Por un lado,
está su apasionada y exigente subjetividad, su gran deseo; del otro
lado, el objeto deseado: la madre, y, en medio, todas las construcciones
imaginables, una difícil e intensa frontera de transición, el único mar-
gen donde realmente se puede ser libre, es decir, no condicionado por
lo dado, no obligado por las demandas propias ni por los límites del
afuera. El niño espera a la madre, y en la espera, en la demora, crea”12.

Winnicott llama transicionales a esa zona: los juegos, pero también


la cultura. “Es un territorio en constante conquista, nunca conquis-
tado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse; por
una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el
individuo y el mundo, pero también algo más: única zona liberada. El
lugar del hacer personal. La literatura, como el arte en general, como
la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera.
Una frontera espesa, que contiene de todo, e independiente: que no
pertenece al adentro, a las puras subjetividades, ni al afuera, el real o
mundo objetivo”13.

No puede achicarse esa frontera, pues corremos el riesgo de no po-


der habitarla, entonces, “no nos queda más que la pura subjetividad
y, por ende, la locura, o la mera acomodación al afuera, que es una
forma de muerte. Se escribe un cuento, se lee un cuento para habitar,
precariamente, ese borde”14.

Con la experiencia de lectura de la Red Departamental de Bibliote-


cas, uno de los objetivos es que los libros entren al salón de clases
en tiempo escolar. Las lecciones de esta experiencia nos dicen que
para que ello sea una experiencia exitosa debe haber, más allá de un

12
Graciela Montes. Obra citada.
13
Ibid.
14
Ibid.

52 Caracolí: Los caminos del libro


colegio comprometido con un proyecto de lectura serio y una biblio-
teca atenta a esos ritmos dentro de la comunidad escolar, personas
comprometidas: lectores.

Tenemos ejemplos donde la sola presencia de una maestra emprende-


dora ha puesto a funcionar ese trabajo colaborativo entre la escuela
y la biblioteca. Un ejemplo de esto se da en Gamarra, donde los estu-
diantes que hacen parte del programa Caracolí hacen promoción de
lectura en sus mismos grados y en grados inferiores.

Lo que pasa es que en mi salón hay muchos compañeros que no leen bien,
entonces la profesora Mariela nos pidió que escogiéramos un libro y lo pro-
mocionáramos, a cada uno nos dio 10 minutos para que lo expusiéramos con
nuestros compañeros. Uno tiene libertad para desarrollar la metodología que
uno considere, lo que uno tiene que lograr es transmitir la pasión por leer, así
escogemos novela o cuento, transmitir la pasión es lo que buscamos en esos
10 minutos. Karen Lorena Rengifo, Gamarra (10 grado)

En el aula se dio lo siguiente, nosotros estábamos hablando de un tema que


se llama la retórica: el arte de hablar bien. Con base en la experiencia de estos
alumnos en la promoción de lectura y con base en el entusiasmo que tienen
con la lectura de sus libros, aproveché ese entusiasmo nacido en Caracolí y
lo llevamos al aula. Cada estudiante escoge un cuento y una novela, teniendo
en cuenta los pasos para hablar bien, ellos esos pasos los llevaban al cuento, a
la novela escogida. No se podía repetir libro. Cada estudiante tenía su propio
libro, por consiguiente, ellos llevaban la estructura de la retórica, lo aplicaban
al cuento y había un conversatorio donde hacían su promoción de lectura y
contaban sus experiencias en 10 minutos, partiendo del autor: hacen inter-
textualidad, comparan varios textos con el texto que ellos leyeron. Como
son bloques de 60 minutos, en cada jornada promocionan lectura unos 6 a
7 estudiantes, porque hacemos el espacio para aclarar dudas, los estudiantes
preguntan. Mariela Muñoz Benavides, profesora del Colegio Salazar en Gamarra,
responsable de los talleres de lectura en La Gloria y Pelaya.

Nosotros promocionamos libros en el colegio, miramos qué curso nos toca,


y de acuerdo al curso llevamos los libros de acuerdo a las edades. Es maravi-
lloso ver la manera como ellos se apasionan al escuchar lo que nosotros les
leemos. Les entra esa inquietud por saber qué pasa en la historias, de coger y
leer por su propia cuenta el desenlace de la historia, de luchar por el libro y de
exponerlo entre ellos cuando lo leen ante los demás. Cuando uno se encuen-
tra con ellos la semana siguiente es muy satisfactorio comprobar los avances,
sus lecturas y sus conversaciones sobre los libros y sus autores. Wendy Paola
Fandiño, participante en los talleres de Gamarra.

Caracolí: Los caminos del libro 53


Fue algo maravilloso, ver esa alegría de los niños cuando uno llega con la ma-
leta de libros a compartir lecturas con ellos. Esos niños gritaban ¡yo quiero
este libro! Esa emoción no sé cómo describirla. Audrey Campo, participante en
los talleres de Gamarra.

Varias cosas han ocurrido en este proceso en Gamarra que hemos


puesto de ejemplo. La primera de ellas es la decisión de una profe-
sora de desarrollar por su cuenta una experiencia lectora dentro del
salón de clases, al hacerlo ha imaginado un mundo desde la niñez y
la juventud y no desde sus intereses de adulto. Volvamos a Michèle
Petit: “Creo que un bibliotecario, o un educador no encuentra a los
jóvenes a partir de lo que él imagina que son sus ‘necesidades’ o sus
expectativas, sino dejándose trabajar por su propio deseo, por su pro-
pio inconsciente, por el adolescente o por el niño que fue. Dejándose
también trabajar por las preguntas del tiempo presente”15.

Con eso se le ha dado libertad y autonomía al joven, esa seguridad


íntima de que las ideas propias tienen algún valor, de que con ese
acto, como el de promocionar un libro ante niños menores que ellos
o entre sus pares, ocurre algo muy importante: un descubrimien-
to. Robert B. Everhart, se pregunta luego de una investigación en
una escuela de enseñanza media en el estado de Arkansas, Estados
Unidos: “¿Y si fuéramos capaces de tratar a los adolescentes como
personas responsables, con un sistema de conocimiento que no fuera
considerado inferior al de los adultos, sino diferente? ¿Y si nuestros
procedimientos de socialización formalizada no estuvieran basados
exclusivamente en intereses tecnológicos, como en la mayoría de
las sociedades modernas, sino orientados hacia una competencia
trascendente en la que los individuos fueran más capaces de crear
historia, al aprender críticamente y examinar su lugar en ella? ¿Y si
pudiéramos ritualizar competencias tales como la manipulación de
las habilidades básicas, pidiendo a los estudiantes que pusieran esas
habilidades a trabajar colectivamente en su comunidad y llegasen a
comprender ese proceso de ritualización?” Y concluye: “Nuestras
escuelas, al mantener a los adolescentes en un estado dependiente
durante largo tiempo, difícilmente pueden constituir una preparación

15
Michèle Petit. Citado.

54 Caracolí: Los caminos del libro


adecuada para la vida independiente y asertiva que nuestra cultura
ha idealizado”16.

Trabajar la comunicación en clase desde el relato de historias genera


en el grupo otras habilidades de conocimiento que tienen mucho que
ver con las historias que ellos traen de la calle y de la casa, historias
que hacen parte de una cultura constituida por redes y en donde
los seres humanos están suspendidos en redes de significado que
ellos mismos han tejido17. Al hablar de comunicación escolar esta-
mos refiriéndonos a un proceso de compartir información interge-
neracional. Cuando el profesor incluye el libro de ficción en el aula
está dando la oportunidad a un debate en el que el adulto no tiene
el poder del saber sino el poder de compartir las sensaciones que
deja un libro. Cuando se lee se puede hablar entre unos y otros y la
desnivelación generacional queda, por ese momento, aplazada. “Hoy
en día es dudoso que los jóvenes deseen escuchar a sus mayores aun
cuando no tengan otra cosa que hacer –escribe George D. Spindler-.
Posiblemente eso sucede en parte porque en nuestra sociedad la
mayoría de lo que ‘saben’ los mayores no es verdadero. Las verda-
des cambian con cada generación.” Pero “la narración de historias ha
sido, y continúa siendo, un modo de transmitir información a la gente
joven en muchas culturas, sin que se den cuenta de que se les está
enseñando”18.

Pero el reto de involucrar libros en la escuela requiere del profesor


una disciplina que trasciende sus compromisos estrictamente curricu-
lares: es necesario leer e investigar para mantener un diálogo con los
estudiantes que están leyendo y reorganizando sus saberes. Y al ser
pares en la lectura, el profesor debe permitir el acceso a fuentes de
información diversificada para ir más allá y contribuir a lo que Petit
llama “la formación de su inteligencia histórica, política”19.

16
Robert B. Everhart. Leer, escribir y resistir. En:Velasco Maillo, García Castaño, Díaz de Rada (edi-
tores). Lecturas de Antropología para educadores. Madrid: Editorial Trotta, 1993.
17
Clifford Geertz. La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa, 2005
18
George D. Spindler. La transmisión de la cultura. En:Velasco Maillo, García Castaño, Díaz de Rada
(editores). Lecturas de Antropología para educadores. Madrid: Editorial Trotta, 1993.
19
Ibid.

Caracolí: Los caminos del libro 55


Si nos asomamos a un círculo de estudiantes en el recreo nos damos
cuenta de algo curioso: pocas veces se habla de asuntos académicos,
pues en ese intermedio la calle regresa a la escuela. Con un proyecto
lector escolar ese cuarto de hora del descanso puede ser tema del
libro, pues éste hace parte de sus historias de la calle, como los son
sus hazañas amorosas, sus problemas en el hogar, las telenovelas, los
sueños a futuro. “Hay un terreno en el que para ellos, el libro es más
importante que el audiovisual –dice Michèle Petit–: el terreno en el
que permite acceder a la ensoñación y en el que permite construirse
a sí mismo. La lectura puede incluso resultar vital cuando tienen la
impresión de que algo los singulariza: una dificultad afectiva, la soledad,
una hipersensibilidad, todas estas situaciones que comparte mucha
gente, pero que muy a menudo se niegan. Los libros se ofrecen a ellos,
y muy en mayor medida a ellas, cuando todo parece estar cerrado:
sus heridas o sus esperanzas secretas otros supieron decirlas, con
palabras que los liberan, que develan a aquel o aquella que no sabían
qué eran”20.

Cuando un libro llega a la escuela los tiempos del aprendizaje cambian


y cambian los tiempos de la vida. Se convive allí con los dos tiempos
griegos: chronos, el tiempo de la duración literal, medible mecánica-
mente, el de la campana, el timbre, el de las evaluaciones, la hora de
llegada y la de la salida, y Kairos: el tiempo correcto, el apropiado. El
que los jóvenes y sus maestros necesitan para hacer su mundo. Henri
Bergson definió la duración como el tiempo profundo, experimentado
sin conciencia de su discurrir. Sven Birkets reflexiona sobre ese tiempo:
“Hasta hace poco las personas de este planeta vivían sobre todo en
función del tiempo de duración, un tiempo no fragmentado artificial-
mente, sino formado en torno a los ciclos naturales, tiempo asociado
al funcionamiento integrado de los sentidos y las percepciones”21. Cé-
cile Ladjali le pregunta a Steiner: ¿No debería ser la escuela un lugar
de parsimonia? A lo que éste responde: “Paciencia, duda, lentitud. Mire
usted, como ocurre siempre. Pascal ya lo dejó dicho: Si se consigue
estar sentado en una silla, en silencio y a solas, en una habitación, es que se
ha recibido una buena educación. Es algo terriblemente difícil”22.

20
Petit. Citado.
21
Sven Birkerts. Citado.
22
George Steiner y Cécile Ladjali. Citado.

56 Caracolí: Los caminos del libro


Los lectores sabemos que el tiempo regresa a su cauce, como el río
que un instante antes se hubiera desbordado, cuando abrimos un li-
bro. El cuerpo es el que se abre al libro. El cuerpo tiene su tiempo.
Aprender a leer es una experiencia corpórea que tiene que ver con
la tradición de la civilización, un hecho biológico más que un milagro.
“Cuando el primer escriba garrapateó y pronunció las primeras letras,
el cuerpo humano ya era capaz de actos de escritura y de lectura que
aun pertenecían al futuro; es decir, el cuerpo estaba en condiciones
de almacenar, recordar y descifrar toda clase de sensaciones incluidos
los signos arbitrarios del lenguaje escrito que aún estaba por inven-
tarse” 23. Platón decía que un objeto existía en la mente antes de serlo
en la realidad. El habla, al parecer, evoluciona según esa misma pauta:
“Descubrimos” una palabra porque el objeto o idea que representa ya
existe en nosotros, “dispuesto a enlazarse con la palabra”24.

Siento emoción y le doy gracias a Dios por haberme dado la vida y por saber
leer. Katty, participante en el taller de San Diego.

Cuando leo me satisface el alma. Me abre un camino hacia el futuro.Yo adquie-


ro conocimientos cuando leo y eso me acerca con el grupo, esa transmisión
de conocimientos me acerca a los demás. David Sánchez, participante en los
talleres de Becerril.

23
Alberto Manguel. Una historia de la lectura. Bogotá, Norma, 1999.
24
Ibid.

Caracolí: Los caminos del libro 57


Capítulo 4

Nos vemos en la biblioteca


Los niños llegan a las bibliotecas a consultar sus tareas. Ese es un
esquema que se ha mantenido desde que estos espacios fueron ins-
titucionalizados y las mamás mandan a los niños para que la biblio-
tecaria ayude en los trabajos escolares, a partir de allí las bibliotecas
se han convertido en extensión de la Escuela y las bibliotecarias son
como una especie de maestra auxiliar, de hecho en el departamento
se les llama profe o seño, la que ayuda con las tareas. La idea de esta
conexión Biblioteca-Escuela es necesaria para una comunidad pero
ésta no puede estar circunscrita únicamente al deber escolar, pues así
solo funcionan los libros de texto y los demás libros quedan invisibi-
lizados. Eso es desperdiciar la gran riqueza de una biblioteca. A partir
del programa Caracolí de la Red Departamental de Bibliotecas se ha
tratado de cambiar el paradigma de una escuela rígida extendida en la
biblioteca, con el de una biblioteca creativa extendida en la Escuela y
a la comunidad.

La biblioteca es un lugar donde uno va a nutrirse cada día con los libros. Un
lugar de encuentro, para pasarla sabroso, disfrutar los libros, esa es mi segunda
casa. Un lugar tranquilo. Luz Leyis Quiroz, bibliotecaria de Curumaní.

Siempre hemos pensado que la biblioteca es lo mejor que puede pasarles a


los niños. La biblioteca y la escuela es el centro de aprendizaje de los niños
(padres de familia que asistieron a la Ronda de lectores en Caracolicito).

No tengo biblioteca en mi casa. Pero me gustaría organizar una biblioteca en


casa, organizar los libros por países. A veces llegan niños a la casa en la noche
a buscarme libros prestados. Luz Leyis, bibliotecaria de Curumaní.

La profesora (bibliotecaria) con ellos se porta muy bien; que día que estu-
vieron en La Jagua llegaron felices por todo lo que hicieron, los amigos que
conocieron y por los promotores de lectura que les correspondió. Yolides,
madre de familia de Curumaní.

Caracolí: Los caminos del libro 61


Uno encuentra señores de 60 y 80 años en la biblioteca, son gentes que han
estado acostumbrados a leer y no es raro encontrarlos allí. Algunos van a con-
sultar libros técnicos, como de electrónica, por ejemplo. Luz Leyis, bibliotecaria
de Curumaní.

Cuando el bibliotecario se convierte en gestor y promotor de lectu-


ra esa idea de espacio en un solo sitio cambia para que la biblioteca
se expanda en la ciudad: ya los libros no están en un anaquel deter-
minado sino que se mueven por otros sitios, sobre todo en barrios
alejados de los centros urbanos, por lo general deprimidos y nacidos
a partir del desplazamiento forzado.

Nos ubicaremos en Curumaní para ofrecer una visión clara de lo que


queremos decir, allí la bibliotecaria sale con los libros en una, como
ella la llama, bibliomoto, presta libros a comerciantes que no tienen
tiempo para ir a buscar libros, va a barrios alejados y con los niños de
la Red de Bibliotecas, promociona libros casa a casa. Los sábados sale
con niños, son ellos los que hablan:

“Buenas tardes, nosotros somos de la red de bibliotecas del Cesar, del proyec-
to Caracolí, estamos aquí para ver si nos permiten leerles un libro, el libro se
llama El niño más bello del mundo”, sacamos el libro y si nos dan permiso se lo
leemos. Después de haberlo leído ellos escogen un libro y nos lo leen a noso-
tros en voz alta. Por eso el programa en Curumaní se llama: “Te cuento y me
cuentas”. Si ayer fuimos a Alto Prado hoy vamos al la Feria o Los corazones,
20 de julio y así vamos visitando distintos barrios.

Algunas veces nos dicen que están muy ocupados para esas cosas, o nos dicen
que les leamos a los niños pequeños. Pero no pasa nada, nosotros estamos
preparados. Nunca nos han tratado mal.

Luego de que los niños leen un cuento llegan las preguntas y es allí
donde el sonido de la biblioteca llega a espacios que no estaban dis-
puestos para libros y biblioteca.

Nos preguntan que dónde es eso, que si pueden ir, que si prestan libros, que
dónde queda la biblioteca.

Los que hablan son niños entre los 8 y los 12 años, podemos imagi-
narnos entonces la osadía de coger una maleta de libros y salir a la

62 Caracolí: Los caminos del libro


calle a promocionar libros. ¿Qué puede sentir un niño cuando va a
promocionar libros?

Pena, nervios, pero poco a poco se nos va quitando la pena, pues leemos en
compañía entre nosotros.

En el colegio saben de estas actividades, pero más allá de una inclu-


sión clara de la institución escolar, los niños saben que deben cumplir
con los compromisos escolares, porque la condición de los papás es:
respondes por el colegio y nosotros te permitimos estar en Caracolí.

Tienes que ser ordenado, si tienes todo en orden de lunes a viernes, el sábado
los puedes emplear en el trabajo con la biblioteca. Luz Leyis, Bibliotecaria de
Curumaní.

Un motivo especial impulsa a esos niños a salir a la calle a promocio-


nar libros; uno pensaría en la aventura que eso significa, el sentirse
parte de un grupo, en saberse escuchado por niños de su edad y por
adultos que muchas veces son mayores que sus propios padres. Cuan-
do ellos nos dicen: “sí, claro, nos sentimos importantes con la maleta
de libros pues con el libro podemos formar una sociedad mejor”, en-
tendemos que para ellos el tema es serio, que están convencidos de lo
que están haciendo y lo han comprobado con ellos mismos, en su pro-
pio cuerpo, como parte de su inclusión en un grupo: nada más certero
en esa edad entre la infancia y la adolescencia, donde las apuestas son
corporales, de donde nacen los convencimientos y las rutas futuras.

Por ejemplo, si me siento con rabia y veo un libro, me pregunto, será que lo
leo o me siento a ver televisión, al fin me voy con el libro, comienzo a leer. Y
eso me cambia, las historias me transforman. Lisbeth Dayana Cantor, 13 años,
participante en los talleres de Curumaní.

Nos preguntamos cómo se entiende la biblioteca y los agentes me-


diadores, un espacio que en algunas regiones es percibido como un
no lugar.

Las bibliotecas son espacios múltiples –dice Maribeth Rojas Osorio, bibliote-
caria del municipio de González–, allí funciona cultura y deportes. Se usa la
mañana para otras cosas, y en la tarde se les da cabida a los niños, teniendo en
cuenta que por lo general en la mañana los niños están ocupados estudiando.

Caracolí: Los caminos del libro 63


Tenemos que partir desde el respeto por el espacio. Si viene la policía co-
munitaria a trabajar, yo les digo a ellos muy bien pero a cambio realicen un
taller de señales de tránsito con niños, que sembremos arbolitos con la policía
comunitaria.

Pero a la biblioteca, además de la policía cívica y los clubes deportivos,


también llegan otros grupos a reunirse y muchas veces es un espacio
que sirve de bodega para alimentos a damnificados por el invierno. Es
un espacio múltiple, no muy claro para las alcaldías, donde el bibliote-
cario debe saber negociar para no quedar ahogado en actividades que
muchas veces se salen de su cauce.

Los reinsertados tienen una charla un determinado día del mes –dice Luis
Alfonso, bibliotecario de Astrea–, yo he pedido a la psicóloga que dirige el pro-
grama, que me envíe un cronograma de las actividades, o por lo menos que me
avise con dos días de antelación, pero no; a veces ha ocurrido que nosotros
estamos trabajando con los niños y llegan esas personas con sus botas llenas
de barro, pues ellos vienen del monte, y todo lo dejan vuelto nada, las sillas
sucias. Un día llegaron ellos sin avisar, como siempre, eran como las nueve de
la mañana y había más de 20 niños en la sala, yo les dije que lamentaba mucho
pero que no iba a permitir la reunión pues los niños estaban en su labor y no
íbamos a suspenderla y cerrar el servicio por esa reunión que no fue concer-
tada. Se fueron bravos, se quejaron con la alcaldesa, ella me llamó, me escuchó
y me entendió. A partir de ese momento fui muy claro con la responsable de
esa reunión, le dije si no me avisa con dos días de anticipación yo no presto
la biblioteca. Así se lo dije, con autonomía, y no volvió más, ni me llamó, ni
regresaron más, gracias a Dios me los quité de encima.

Yadira Mercado, bibliotecaria de Chimichagua: A mi me pasó lo mismo, yo hablé


con la psicóloga y ella me entendió y buscaron otro lugar. Pero yo no los sa-
qué, fueron los mismos usuarios los que hablaron conmigo y me dijeron que
no se sentían bien. Pero ellos no llegaban con malas maneras, se sentaban a
leer libros, prestaban libros, solamente que los usuarios no se sentían bien con
ellos. De todas maneras ellos siguieron en contacto con la biblioteca, llegaban
escogían sus libros y se los llevaban a trabajar en la institución donde estaban
trabajando.

Luz Leyis, bibliotecaria de Curumaní: Nos invadía el SENA, los reinsertados,


los alimentos comunitarios que está dando la gobernación ahora con lo del
invierno. Los reinsertados llegaban, se estrechaban con los muchachos del
SENA, entonces un escritor del pueblo hizo una carta y se la mandó al alcalde
quejándose de que la biblioteca se estaba convirtiendo en bodega y en sitio de
reuniones. Allí se solucionó el problema, pues la carta era clara, con copia a los

64 Caracolí: Los caminos del libro


aspirantes a la alcaldía y con la idea de llegar a instancias como el Ministerio
de Cultura. Allí se demostró que cuando la comunidad es la que interviene la
cosa cambia, a nosotros no nos hacen caso, pero cuando la comunidad habla
se le atiende, eso fue lo que pasó en Curumaní.

Maribeth Rojas, biblioteca de González:Yo me fijo en la ley: servicios básicos (se


puede estar mientras no se vulneren ciertos derechos de la biblioteca: leer y
desarrollar las actividades propias de la biblioteca) y complementarios (cafe-
tería, fotocopiadora).

Muchas veces llegan, por ejemplo los de la policía a aprovecharse de las activi-
dades que son de la biblioteca, vienen y toman fotos y las registran como acti-
vidades de ellos.Yo les digo no señores, estas actividades son de la biblioteca.

Lida Escaño, bibliotecaria de El Copey: Le pasé un oficio al alcalde donde de-


cía que no se iba a seguir prestando el espacio. Y con eso se solucionó el
problema, porque pretendían que nosotros prestáramos el videobeam con
el computador, el alcalde pataleó cuando recibió esta carta, me amenazó con
que me iba a botar, el caso es que no regresaron, pues venía gente de todas
las dependencias de la alcaldía a pedirnos prestado el espacio, sin importarles
las molestias que nos causaban a nosotros y a los usuarios.Y es injusto porque
cuando la biblioteca necesita algo entonces no hay presupuesto: prestamos el
espacio sin nada a cambio.

¿Cómo negociar estos espacios y sacarle provecho a la oportunidad?


Algunos bibliotecarios se han parado firmes en su territorio: “tienen
permiso pero no se olviden que esto es una biblioteca y aquí también
se lee”.

María Onulfa Bohórquez, bibliotecaria de La Gloria: Tengo cuatro salones: músi-


ca, eventos, sistemas, biblioteca y el patio. A todos los municipios les pasa lo
mismo, los reinsertados, las víctimas de la violencia, el SENA. ¿Qué hice yo? A
partir de las seis de la tarde, cuando ya mis niños se han marchado, los otros
grupos como el SENA y los reinsertados pueden reunirse, todos ellos tienen
su espacio desde las seis de la tarde hasta las 8:30 de la noche. Pero yo le doy
el espacio a toda esta gente, yo tengo un patio grande, entonces para esos
fines abro el portón y cierro la biblioteca. ¿Qué hago? Yo logro atrapar todo el
personal que llega a la biblioteca, a los reinsertados los tengo leyendo, hice una
actividad de cometas, bueno, los puse a ellos a hacer las cometas.

Luz Leyis Quiroz, bibliotecaria de Curumaní: A veces cuando es el tema de los


alimentos, mientras las mamás hacen cola nosotros nos llevamos a sus hijos y
les leemos libros.

Caracolí: Los caminos del libro 65


No es un tema local, por supuesto. En cualquier parte del país la
biblioteca es un sitio de encuentro comunitario y al parecer las cla-
ves se van dando para que esos sitios dejen de ser un no lugar y se
conviertan en espacios donde leer es la misión. Reuniones: muy bien,
pero con libros. Queriendo tener una mirada que abarque más allá de
las fronteras departamentales, conversamos con algunos de los pro-
motores de lectura invitados a las Rondas. ¿Cómo se negocian esos
espacios en el país?

Hay una posición muy clara desde las administraciones de las bibliotecas en no
facilitar el espacio de las bibliotecas para nada diferente a su misión como tal,
–dice Orlanda Agudelo Mejía–, ni siquiera para reuniones políticas, porque eso
implica marcar a la biblioteca con alguna línea que puede no ser bueno para
la comunicación con el resto de la comunidad. Yo creo que hay que valorar el
trabajo de los administradores de las bibliotecas en el sentido de que han sido
claros con todos, con los de derecha, izquierda, centro, que están allí buscando
beneficios particulares. Los auditorios se prestan solamente para actividades
de tipo formativo. Cuando se trata de actividades comerciales ya se alquilan
esos sitios, pero teniendo muy claro, que no haya una afiliación política.

Por lo general los procesos culturales ocurren fuera de la biblioteca, se va a


centros de bienestar familiar, a sectores aislados, campañas de lectura en las
que tiene incidencia esta biblioteca, cárcel, hospital. Mientras eso ocurre en las
bibliotecas quedan los auxiliares, estudiantes de la universidad a quienes se les
capacita y se les paga para que atiendan dichos espacios. Simultáneamente hay
un promotor de lectura que atiende los programas específicos de lectura y se
contrata de manera temporal a personas que puedan atender otros progra-
mas que el promotor no pueda atender.

Javier Naranjo: Las bibliotecas nunca se cierran, y hay programas que buscan a
los lectores casa por casa, como la historia que nos contaron de Curumaní.
Por ejemplo, en la biblioteca donde nosotros trabajamos, que es una biblioteca
rural, allá hay tres muchachas que trabajan con nosotros y son de vereda, de
origen campesino, entre otras cosas una belleza de personas, en su compro-
miso, en su nobleza, en la manera como tratan a la gente, y entonces eso me
permite, como director de la biblioteca, mucho movimiento, allá quedan ellas
haciendo actividades. A ellas la contrata nuestra corporación que es sin ánimo
de lucro, recibimos fondos y ayudas de entidades, por ejemplo ahora nos do-
naron doce millones de pesos para la compra de instrumentos musicales. Lo
que hace que las entidades nos apoyen es cuando llegan allá y ven la dinámica:
hay muchachos tocando guitarra, otros jóvenes robados a la droga haciendo
cerámica, los profesores de colegio se admiran, dicen estos muchachos son
unas plagas en el colegio y allí encarretados haciendo cerámica. Es entonces

66 Caracolí: Los caminos del libro


una biblioteca y centro comunitario rural. Entonces allá confluyen organiza-
ciones de la comunidad, como la Junta de Acción Comunal que por ejemplo
nos pide el espacio para hablar del acueducto, nuestra condición como cen-
tro cultural es brindárselo, porque tras el espacio para hablar del acueducto
nosotros proponemos lecturas con los participantes. Una vez se me metió
una candidata, y se volvió una reunión política, entonces yo le dije, esto está
mal hecho, no lo consultaron y si ustedes van a traer un candidato entonces
tráiganlos todos, o todos o ninguno; lo mismo con lo religioso, nos estaban
pidiendo el espacio para hacer catequesis allá, dijimos no, porque ya se vuelve
un problema.

Orlanda: Uno se entera que en muchos barrios de Medellín y en varios muni-


cipios del área metropolitana esos personajes están allí. Están haciendo parte
de unos procesos de la ciudad y de alguna manera intervienen en las dinámicas
de las bibliotecas; en ese sentido yo no me atrevería a decir que en las biblio-
tecas hay diseñadas unas estrategias para involucrarlos en sus actividades, sino
que más bien los procesos de la ciudad han terminado tocando las bibliotecas
en sí, hasta el punto de que han tenido que implementar ciertas medidas de
protección a la comunidad de usuarios. La biblioteca de San Javier por ejemplo,
tuvo una época difícil y a veces a los niños usuarios tocaba guardarlos por ho-
ras porque estaban en medio de balaceras. En Itagüí por ejemplo hay un sector
donde está una biblioteca llamada La Aldea, que también ha estado como un
coqueteo tocada por esos procesos, pero también finalmente se ha logrado
respetar esos espacios, se ha permitido que las colecciones permanezcan, que
las mismas administraciones de las Cajas de Compensación hayan decidido no
cerrarlas, pues eso entró en algún momento en el debate por la gravedad del
asunto. Entonces yo creo que se ha aprendido a convivir con ellos, nunca se
les ha cerrado las puertas a los jóvenes que están en esos asuntos, siempre ha
estado abierta, se ha permitido que los jóvenes participen en las actividades
culturales que se realizan allí, entonces creo que eso es como una señal de
que las comunidades pueden apropiarse de esos espacios y convertirlos en
una herramienta de transformación de la misma comunidad. Por ejemplo en
Castilla, en algún momento la caja de compensación tuvo la idea de cerrar esa
biblioteca y la misma comunidad hizo un movimiento tal alrededor de ella que
evitó que la cerraran, hoy en día es una de las bibliotecas que tiene un trabajo
cultural muy fuerte, con jóvenes a nivel de la creación de poesía, se hace tea-
tro, tiene unos niveles de lectura altos, por parte de niños, jóvenes y adultos,
tiene grupo de escritores, artistas alrededor de la biblioteca.

Conversando con los bibliotecarios del Cesar hemos consensuado


en las maneras de abordar un alcalde, desde el dar. La biblioteca da
al municipio: libros, uso creativo del tiempo libre, cohesión familiar. Si
nos convencemos de eso en lugar de llegar a mendigar soluciones,
estamos construyendo procesos: la alcaldía da pero las bibliotecas ya

Caracolí: Los caminos del libro 67


están dando desde siempre. Allí hay equidad. Pero entonces, ¿por qué
esta dificultad de comunicación libre entre la administración munici-
pal y los bibliotecarios? Aquí entraríamos en un tema que es el reto a
enfrentar: bibliotecarios que se nombran más como favor que como
una apuesta municipal para mejorar el nivel de lectura en la región. El
tema, como lo leeremos a continuación no es local, hace parte de la
cultura política de nuestro continente. Dice José Javier Sánchez, pro-
motor de lectura en Venezuela:

El problema de infraestructura es un problema de las bibliotecas en Venezuela.


Lo mismo pasa con los bibliotecarios. Se contrata un bibliotecario por dos
años, se forma por dos años y al cabo se le termina el contrato y se pierde
un recurso valioso. La biblioteca Nacional está haciendo lo necesario para
incorporarlos como empleados públicos, pero las partidas presupuestarias no
dan abasto para absolver esa cantidad. Un empleado público le cuesta mucho
a la nación. De un tiempo para acá eso ha cambiado, y ahora podemos decir
que un bibliotecario formado en la promoción de la lectura, si se le termina
el contrato puede rotar por otras instituciones dentro del campo de la pro-
moción de la lectura.

En seis años que tengo en el proyecto de lectura se ha garantizado la conti-


nuidad de los bibliotecarios, porque estos cargos están muy ligados en la ac-
tualidad a un proyecto concreto de lectura donde el Estado trata de darle una
continuidad. El mismo manejo de la política ha cambiado mucho, ahora hemos
roto el quítate tú pa ponerme yo, hemos avanzado en eso de que se envían
funcionarios que no saben hacer nada o profesores a punto de jubilarse, o con
problemas nerviosos para administrar una biblioteca; entonces esos espacios
se llenaban con neuróticos e incompetentes que opacan el libro y la lectura.
Eso por lo menos ha comenzado a cambiar.

Mónica Morón, directora de la Red Departamental de bibliotecas del Cesar: Aquí


en la región vemos cómo una bibliotecaria llega en calidad de protegida de
tal o cual concejal, sin importar si tiene o no capacidades para asumir esa
responsabilidad. Luego se van acomodando. La concepción de la mayoría de
los alcaldes es que es un espacio para satisfacer las exigencias de un político
determinado.

José Javier: Se subestima la biblioteca, se le ve como una taquilla donde un


funcionario está para entregar los libros que se necesiten, para traerlos de la
estantería a un cliente. Auxiliares de estantería. Un promotor de lectura es
una figura pública, no es un alcalde, pero tiene un grupo de seres humanos que
va todos los días a buscarlo.

68 Caracolí: Los caminos del libro


Entonces, ¿de que está hecho el espíritu de esos bibliotecarios que ha-
cen bien el trabajo? ¿Se explica esto por el número de capacitaciones
recibidas? ¿Cómo hacen para ver la comunidad y entender de entrada
lo que se debe hacer? ¿Qué ven en ellas las familias, los niños?

Es que le ven el amor –dice Luz Leyis en Curumaní–, nos ven el amor, hemos
constituido una familia, es confianza y respeto ganado con los años. Hace tres
meses me enfermé de tanto estrés, se me durmió medio cuerpo, los niños
me fueron a buscar a la casa. Salí de la casa con una sombrilla, los niños me
llevaron abrazados a la biblioteca.

Yoleida Méndez, bibliotecaria de San Roque: Aquí en San Roque hay padres
que no saben leer y los niños les están enseñando a leer. Esta es una co-
munidad demasiado pobre. Visito las veredas. Hemos hecho campaña a la
lectura, llevábamos libros en la moto. Trabajamos en colaboración estrecha
con Curumaní. Tener 70 niños en una población tan pequeña y pobre es
un éxito.

Yadira Mercado, bibliotecaria de Chimichagua: Hemos trabajado con las comuni-


dades más apartadas, llevamos la biblioteca hasta allá, trabajamos con madres
comunitarias. No voy a los colegios, los colegios llegan a la biblioteca, no tengo
asistente para dejar cuidando la biblioteca. Salgo muy poco, solo a la perife-
ria. La gente se acostumbró a ir y se prestan libros sin problemas, lectores
autónomos que llegan a la biblioteca y leen; eso nos obliga a mantenernos al
día leyendo para poder conversar con ellos de libros. He tenido roces con la
alcaldía, nunca me contrataron, me quedaron debiendo, solo hasta este año
me hicieron contrato; les dije si no me pagan no sigo, pero siempre estuve allí
sin cerrar.

Con las historias de jóvenes y niños contando emocionados su ex-


periencia de leer uno entiende lo que está en juego con todo esto
de la democratización de la lectura: esto es que haya libros diversos
para todos, que la biblioteca esté abierta y que adentro nos encon-
tremos en espacios dirigidos por bibliotecarios apasionados por la
importancia de que en la cultura local esté el libro como parte de ese
encuentro de saberes. Por supuesto, nos interesa medir el número
de usuarios que asisten a una biblioteca, para entender los flujos, los
gustos, la percepción que ellos tienen del lugar, pero en últimas nos
fijamos en el individuo que está allí inmerso en el libro. Entendemos a
Michèle Petit cuando nos dice: “La importancia de la lectura no puede
evaluarse a partir de cifras, del número de libros leídos o tomados en

Caracolí: Los caminos del libro 69


préstamo. A veces es una sola frase, que uno apunta en un cuaderno
o en la memoria, o incluso que olvida, lo que hace que el mundo se
vuelva más inteligible”1.

La biblioteca me marcó para toda la vida: antes no leía y ahora leo. Como yo,
hay muchos leyendo. Un niño me dijo: Seño, yo soy un niño que ahora leo, les
leí 12 libros a 12 personas, eso es increíble, nunca me había pasado eso. Luz
Leyis Quiroz, bibliotecaria de Curumaní.

1
Obra citada.

70 Caracolí: Los caminos del libro


Capítulo 5

Escuelas de promotores
de lectura comunitarios
Hasta aquí hemos hecho un recorrido con el libro desde el cuerpo
hasta los espacios habituales de lectura pública. Nos hemos pregunta-
do por las rutas y las ondas expansivas de un libro en la casa y en la
escuela. Hemos comprobado que a lo largo de esa ruta van quedando
aprendizajes que debemos tener en cuenta: cómo negociar con la
comunidad un espacio como el de la biblioteca sin que se pierda el
objeto para la cual fue creada, cómo generar experiencias ciudadanas
mediante el debate que generan los libros. Nos queda una pregunta
que ha estado presente en los anteriores capítulos: ¿Cómo pensar una
escuela de promotores de lectura con los bibliotecarios y los jóvenes
participantes de los talleres? Una experiencia local y al mismo tiempo
universal, una propuesta de sostenibilidad desde los actores locales
que se pueda liderar desde los municipios y la Red Departamental de
Bibliotecas.

En Gamarra, a orillas del río Magdalena la profesora Mariela Muñoz


enamoró a un grupo de adolescentes en la lectura. Ellos sienten que
sus vidas cambiaron desde que comenzaron a leer libros. Conversa-
mos con ellos una mañana, en una esquina, a pocas cuadras del viejo
puerto.

José Leonardo Angarita: Promover un libro a niños es muy interesante, ellos se


quedan con las manitas así en la cara y el mentón, embelesados en lo que uno
les está leyendo, como imaginándose esa aventura y al final me dicen que les
preste el libro y se ponen a mirarlo. Es gratificante ver eso que los niños lo
escuchen a uno.

La lectura misma nos ayuda a promocionar la lectura. Cuando leemos un libro


para nosotros solos es algo íntimo, me interesa lo que contó el libro; pero si
yo voy allá ante los niños a leerles un libro de cuentos infantiles, yo tengo que
leer de otra manera ese libro, me preparo para leérselo a ellos, busco dinámi-
cas para que el libro les guste.

Caracolí: Los caminos del libro 73


Fernando Rincón: Uno debe crear dinámicas para promocionar la lectura. Yo
comienzo mostrando la carátula del libro y los pongo a que me digan de qué
tratará el libro.

Osmen Sierra: Si utilizas el cuerpo eso hace que el niño esté más atento, si lo
pones a dibujar, eso funciona.

José Leonardo Angarita: Un dramatizado funciona mucho, montar una obra tea-
tral, para que los niños se emocionen con el libro y les de ganas de leerlo.

Osmen Sierra: Cuando uno abre un libro y empieza a leerlo, enseguida se abre
un mundo. A veces que con el mero título te sientes intrigado y buscas a ver,
qué sigue después, cuál es la historia.

José Leonardo Angarita: El que me inició en la lectura fue el Caracolí del Cesar,
ya que antes leía únicamente lo que me ponían en el colegio, era un lector de
esos que leía porque me tocaba, cuando comenzó el proceso la lectura me
comenzó como a atrapar, porque yo comenzaba a mirar los libros, a leerlos, y
ya cada vez que yo cogía un libro no lo cogía porque me tocaba leerlo el fin de
semana y entregar un informe sino porque me llamaba la atención.

Comencé leyendo literatura para niños, luego para adolescentes y ahora estoy
leyendo esta novela llamada El quinto hijo de Doris Lessing, he ido evolucionan-
do por decirlo así.

Es importante promocionar la lectura en los niños, si los niños siguen en ese


proceso lo más seguro es que ellos se van a animar a seguir leyendo, como
nos pasó a nosotros.

A mi prima le gustaban los libros que yo llevaba a mi casa, ella leía también y
una vez me pidió que la metiera en Caracolí del Cesar.

Nosotros en Caracolí nos convertimos, sin darnos cuenta, en unos pequeños


talleristas, entonces si nosotros seguimos capacitando podemos sentarnos
con una pequeña comunidad de personas, porque en el Caracolí nos han
dado consejos y bases para promover un libro y hablar claramente. A mí me
ha servido mucho la lectura y estar en Caracolí, porque yo era una persona
que casi no hablaba con la gente, me daba pena, no sé, entonces ahora leer un
libro como que me ha dado cuerda, perdí el miedo con la gente, mientras que
al comienzo sudaba frío cada vez que tenía que pararme frente a los niños a
promocionar un libro.

Orlanda Agudelo Mejía, invitada por la Red a las Rondas de lectores,


ve vasos comunicantes entre estas historias y las historias locales que
ella vive y habita:

74 Caracolí: Los caminos del libro


Orlanda: Lo que sucede allí es un poco lo que ha pasado en otras bibliotecas en
Medellín también, los mismos niños que se han formado en la biblioteca como
lectores han ido creciendo en ese ambiente y se apropian de tal manera que
terminan siendo los auxiliares, a veces voluntarios, y finalmente los empleados
con los que se sigue trabajando, porque ya conocen la comunidad, porque
conocen el manejo de la biblioteca, porque generalmente han elegido carreras
afines, eso ha permitido que las bibliotecas, por pequeñas que sean, puedan
seguir manteniendo los procesos.

Conversamos con Luz Leyis, la bibliotecaria de Curumaní, para que


nos cuente su experiencia con los promotores de lectura.

Tenemos 17 niños promotores de lectura. Cuando nos desplazamos a los ba-


rrios ellos reúnen a grupos por edades, yo cojo a los niños y les digo: usted va
con este grupo de esta edad, ustedes van con aquellos. Una vez les sellé los
libros, les mostré la portada y les propuse que de acuerdo a la portada escri-
bieran un cuento, luego leemos los cuentos, muchas veces no se asemejaba a las
historias que contenían los libros. De todo esto queda un criterio de los niños
en lo que es la lectura y la manera como se debe leer. Le voy a contar una anéc-
dota, cuando íbamos para la Ronda de La Jagua, puse a Elías mi asistente a que les
leyera unos cuentos, los niños protestaron porque decían que así no era como
se leía un cuento, le decían “tú no sabes vocalizar, no dramatizas, no te metes
en el cuento, tú lo haces serio”. Entonces nos damos cuenta cómo es que ellos
exigen a la hora de contarles un cuento y eso es una enseñanza para todos: no
basta con leer un cuento. Eso lo aprendieron los niños y es así como ellos pro-
mueven la lectura: cómo debe cogerse un libro, cómo se ubica, usted vio la foto
en donde sale ese niño promotor de lectura, bien, así es como nosotros hemos
formado esa escuela de promotores de lectura infantil en Curumaní. Tenemos
una niña, Gina, ella cuando lee les muestra el libro, los dibujos a niños como ella.

Con la promoción de lectura los niños deben llevarse de a 15 libros para la


casa, deben leerlos en la semana, pues el sábado esos son los libros que van a
promocionar; hicimos una actividad antes de ir a la Jagua, de investigar quién
es el autor de cada libro, pues uno debe saber quién escribió el libro ya que
un libro no nace de la nada.Yo veía que a veces eran nombres difíciles de pro-
nunciar y ellos se los aprendieron y averiguaron las biografías.

Conversamos en Valledupar con gran parte de bibliotecarias y biblio-


tecarios del departamento para hacer con ellos un balance de apren-
dizajes y expectativas desde que ellos han quedado como bibliote-
carios gestores y promotores de lectura. ¿Cómo se vieron en ese
papel? ¿Funcionó o fue una camisa de once varas? ¿Cómo se ven en el
futuro? ¿Cómo deberían enfocarse las capacitaciones?

Caracolí: Los caminos del libro 75


Maribeth Rojas Osorio, bibliotecaria de González: Ya los niños entendieron que
promoción no es solo lo que hacen conmigo como biblioteca sino que pro-
moción era trabajar en casa y en el colegio. Los niños han aprendido a promo-
cionar un libro sin tener que contar toda la historia

María Onulfa Bohórquez, bibliotecaria de La Gloria: con esto de la promoción de


lectura desde la red, nosotros nos apropiamos del lugar: En un principio noso-
tras estábamos allí como un florero; recuerdo que una vez mi jefa, la secretaria
de gobierno me dijo: usted no tiene que hacer aquí nada más que cumplir un
horario, no se preocupe por más, abrir a las 8 y cerrar a la una. Abrir a las 2 y
cerrar a las 6 y media, eso es todo lo que tiene que hacer. Lo que ella no sabía
es que nosotros nos íbamos desde las seis de la mañana a promover lectura
en los colegios y ese trabajo en los colegios cambió nuestro rol y nuestra
manera de ver una biblioteca, incluso ya no somos bibliotecarias pues yo llego
a Simaña y soy la Seño, voy a Ayacucho y soy la Seño.

Luz Leyis, bibliotecaria de Curumaní: Hacemos promoción de lectura todos los


sábados, nos desplazamos a los barrios más apartados de la biblioteca. Ni los
maestros habían llegado a los barrios. Muchos niños han llegado a los talleres.
Vamos a la emisora comunitaria, promocionamos libros.

La mamá del auxiliar de la biblioteca nos donó un ciclo taxi, entonces en la mi-
tad colocamos tablas, de tal manera que los libros van abiertos y así los pasea-
mos por todo el pueblo. El auxiliar lo maneja y vamos llevando libros puerta a
puerta, ofreciendo los servicios de la biblioteca, diciendo qué libros tenemos
allí, pero también qué otros libros pueden encontrar si van a la biblioteca.

La alcaldía manda 80 refrigerios, todos los sábados. Nos regaló las camisetas.
Pero me rebusco por otros lados: como trabajo en decoración de eventos, le
conté la experiencia a dos empresas que me contrataron, entonces ellos me
expresaron su intención de colaborar, así fue como participaron en el día del
amor y la amistad, nos dieron refrigerios, tortas, bombas.

Con la ola invernal ha sido difícil ir a los corregimientos, los caminos en mal
estado han ocasionado estragos en la bibliomoto, entones ahora la estamos
reparando, pero nunca dejamos de ir, pase lo que pase.

¿Cómo me preparo? He investigado, busco por internet metodologías, miro


en otros países como es la cosa allá, en otros departamentos de Colombia.
Ahora leo mucho, mi nivel de lectura ha aumentado.

Nosotros pensamos que el año entrante continuaremos con las labores, al


margen de si nos nombran en el cargo de nuevo, pero las salidas a los barrios
nos han puesto a pensar en una biblioteca comunitaria, hemos pensado en el
barrio Alto Prado, un lugar muy apartado del municipio.

76 Caracolí: Los caminos del libro


Hay que abrir la biblioteca, alguien llega a leer, así no tengamos contrato hay
que abrir.

¿Cómo piensan las bibliotecarias un esquema de capacitación para


ellas? Ellas piensan que son necesarias las carreras intermedias, en el
SENA sobre bibliotecología. La idea es estar allá por méritos y no por
acomodos políticos.Y que el presupuesto salga de la gobernación y no
del municipio. “Que la biblioteca nos capacite y tengamos estabilidad
laboral. Que dentro del plan de desarrollo queden las bibliotecas. Ellas
están pero bajo el rubro de infraestructura de bibliotecas escolares;
cuando uno va a pedir presupuesto ellos dicen que es para bibliotecas
escolares”.

Imer José Ardila, bibliotecario en Pueblo Bello: Estoy a favor de un acompañamien-


to anual y que estos asesores escuchen con atención las sugerencias de los
bibliotecarios y de la comunidad. Que de pronto sea algo que se planifique
con todos, padres de familia, comunidades, bibliotecario, quien es al fin de
cuentas el que conoce el entorno, sabe de las necesidades de los niños y de
sus familias. Pienso que el éxito radica si en cada una de las acciones que em-
prendamos se tiene en cuenta a la comunidad.

En resumen: hemos recibido capacitación en promoción de lectura y en sis-


tematización de bibliotecas.Yo pienso que la tarea hoy en día que deberíamos
tener en cuenta es en cómo vamos a trabajar en la red, uno de mis grandes
preocupaciones es la misma articulación de la red, es un trabajo meritorio,
pero nos hace falta mucha estructura a nivel de red, yo pienso que las capaci-
taciones se deben enfocar en ese sentido, que nos integremos como un grupo
sólido, con un plan de trabajo y un cronograma, una directriz a seguir. Al tra-
bajar en red vamos a disminuir los esfuerzos, pues cada biblioteca no tendría
que estar haciendo un plan de trabajo de manera particular.

Pienso que si los bibliotecarios se han apropiado adecuadamente de estas


herramientas metodológicas y conceptuales ya estamos listos para iniciar el
proceso, pienso que lo que nos falta es perder el miedo a trabajar con niños,
romper el hielo con las comunidades, pienso que necesitamos eso sí un acom-
pañante temporal que nos esté revisando periódicamente. En la medida en
que eso se haga las cosas dan muy buen resultado.

¿Realmente el tema central de todo esto es la capacitación o esta-


remos sobresaturándonos de capacitaciones sin sentido que al final
no se reflejan en la calidad del proceso? Una escuela de promotores
de lectura en el departamento, teniendo en cuenta los públicos que

Caracolí: Los caminos del libro 77


aquí hemos podido distinguir: bibliotecarios, jóvenes y padres de
familia, podría significar una respuesta clara a esos vacíos que son
notables a la hora de sugerir lecturas a niños y adolescentes. Si a
vuelo de pájaro nos damos cuenta que el bibliotecario muchas veces
no está allí por formación y vocación y que, sin importar sus capa-
cidades, pende sobre él la espada de Damocles del vaivén político,
la pregunta es cómo enfocar un plan de capacitaciones estratégicas
durante el año.

Un requisito de inclusión, en esa escuela, sería exigir el perfil de lecto-


res. Algunos jóvenes del proyecto tienen ese perfil; los bibliotecarios
han aprendido a gestionar y están iniciándose en la lectura. Allí se pue-
den ir uniendo destrezas. Coincidimos en estas preocupaciones con
los promotores de lectura invitados a las rondas y los hemos puesto
a conversar sobre esto. Javier Naranjo:

Leer; lo que uno comunica es la pasión, uno no llega con argumentos, uno
llega con pasión. Si hay un bibliotecario que solamente recibe capacitaciones
pero él en sí no tiene pasión, pienso que esa persona debería ser cambiada
y trasladada a otro cargo de la alcaldía. Hay que detectar quiénes leen, si vos
querés tener un buen mercado tenés que seleccionar bien la gente, si es gente
que no lee, pues no podés hacer nada.

Orlanda: Las madres comunitarias son especiales con los niños pero no saben
hacer un análisis, allí podemos participar con ellas y darles recomendaciones.
Es que si llegan niños a hacer tareas y si hay un promotor competente puede
recomendar al niño, además de ese libro de consulta, otro libro que le pueda
ampliar su tema.

Javier: Pero hay algo en todo esto, y es que el problema no es solo en el Ce-
sar, es general, en Medellín también hemos padecido eso del bibliotecario
comodín que está allí porque lo mandaron como un favor político y no por
vocación. Yo hacía trabajo en municipios de Antioquia entregando bibliotecas
rurales, me tocaba ir a la porra a entregar una dotación de libros; dotábamos
y hacíamos capacitación, pero nos encontrábamos con que las bibliotecarias,
las escolares, eran nombradas por el rector, por el concejal, nombradas a dedo,
sin ninguna habilidad, sin capacidades, sin pasión por ningún tipo de lectura;
uno al conversar con ellas notaba que no tenían ninguna cercanía con los
libros y la única preocupación era saber qué iba a pasar cuando cambiaran de
alcalde. A veces pasaba que esa bibliotecaria lograba, para que no cerraran la
biblioteca, atraer a un teatrero que hacía las veces de auxiliar, con la ventaja de
que a él sí le gustaba la lectura.

78 Caracolí: Los caminos del libro


Orlanda: en estos momentos estoy trabajando en un proceso de formación
en promoción de la lectura a 16 bibliotecarias escolares del municipio de
Rionegro. Entonces uno llega y se encuentra con personas que vienen de ser
secretarias o de ser docentes de primaria, con un mínimo conocimiento de
lo que es una biblioteca y de lo que se está proponiendo actualmente para
su manejo, pero sobre todo de la formación de usuarios; las que tienen una
mínima formación, por lo menos en pedagogía tienen al menos un indicio,
pero lo hacen de una manera muy pobre, “cobrando la lectura” como deci-
mos nosotros: dígame qué dijo el libro, pero realmente no hay una formación
en ciudadanía, de generar crítica, argumentación, de promover la escritura.
Convertir una biblioteca escolar que funcione como biblioteca pública es muy
complicado, pues los alcaldes tienen la obligación de mantener esos espacios
abiertos, aportan recursos a los rectores y estos dicen que no hay recursos
para comprar libros, entonces toda la vida las bibliotecas siguen funcionando
con un montón de libros escolares desactualizados y que no son apropiados
para promover la lectura, que no te van a permitir que conformes un grupo
de señoras para promover la lectura, que no te permiten hacer promoción
cultural, y si llega una buena colección el rector no permite que la toquen
porque si se daña quién va a pagar esos libros.

Javier:Yo creo que sí ha habido pequeños cambios en este sentido, como ha ha-
bido tanta propuesta alrededor de la lectura, los cambios es que algunos sí lo-
gran permanecer, uno que otro en medio de un programa más bien desolador.
Es una lucha muy dispareja y que lleva tiempo y paciencia, ir y venir, cambios de
programas, de administración, de remachar, de volver aquí con un programa,
de volver aquí con el otro, en fin. Conozco el caso, en un municipio cercano,
de una bibliotecaria que tiene más de 20 años de estar en la biblioteca y ha
recibido todas las capacitaciones del mundo, pero ella tiene una mentalidad
que no le da, no tiene la pasión, no lee; ha permanecido allí por encima de
los avatares políticos, va a todas las capacitaciones, pero uno no ve que haya
cambios reales, porque eso le resbala.

Orlanda:A los encuentros nacionales de promotores de lectura invariablemen-


te llegan docentes esperando que los promotores les digan cómo hacer las
cosas en sus colegios, entonces cuentan que el colegio está en medio de una
comunidad muy dura, y la pregunta es: qué leo, cómo leo, cómo hago con ellos,
y eso es imposible, uno no puede lograr responder a esas preguntas en una
charla con un docente o con una comunidad, lo que uno puede es buscar que
cada sujeto, cercano o lejano, se vuelva lector de los libros, de su propia vida
y de su comunidad. Pero a lo que iba es que nos hemos preguntado mucho,
bueno cómo hacemos para que la comunidad se forme y casi como la serpien-
te que se muerde la cola hemos terminado preguntándonos: pero cómo así
que estamos pretendiendo ser evangelizadores de la lectura, estamos preten-
diendo ser salvadores de qué, son procesos que pueden tomar caminos muy
distintos, caminos a veces inesperados. Creo que el compromiso tiene que ser

Caracolí: Los caminos del libro 79


el estarse cuestionando todo el tiempo su propio quehacer y no pretender
que vas a salvarle la vida a nadie, hacer con cada grupito, con cada espacio, con
cada momento de tu quehacer lo que vos sabés hacer, cuestionándote todo el
tiempo qué estás leyendo, cómo lo estás leyendo, qué ideas estas promovien-
do.Yo creo que todo eso debe conducir a promover la autonomía, a que cada
quien sea un lector de su propia existencia.

Javier: Un día llegamos a un club, grande, con varias piscinas, algo complicado
para promocionar lectura. Cuando llegamos había un poco de gente en las
piscinas, disfrutando, tomándose su cerveza, ¿qué se puede hacer allí? ¿Ir con
el libro debajo del brazo a joderle la vida al que esté mal parqueado? Y ese es
un extremo en el que los promotores de lectura podemos caer, en ese asunto
de salvarles la vida a todos a punta de la lectura, si sabemos que hay viejitos
sabios que no se han leído un solo libro en su vida, con la lectura del mundo
que tienen a vos te dejan frío, entonces es como un asunto de respeto, yo sé
que nosotros tenemos una religión, de alguna manera, que gira alrededor de
los libros, es una pasión nuestra, pero de allí a pretender ser los mensajeros del
libro, eso es otra cosa.

Orlanda: Se forma una dinámica que nace de los grupos económicos, que dan
fondos para la compra de libros y ese hecho hace que los promotores de
lectura nos sintamos en la obligación de promover libros para que se vean
resultados en cifras. Entonces volvemos al hecho de leer como un artículo de
venta, nos obligan a comercializar la lectura, entonces ya no podés irte con
el romanticismo y la bacanería con la que te ibas antes a hacer una ronda de
lectura en alguna institución educativa, sino que te toca llegar como vendedor
de capacitaciones. Creo que allí hay unos riesgos grandes.

Javier: Es que la pasión y el romanticismo se empieza a estrellar con la con-


tundencia de la parte económica. Tengo la fortuna, donde trabajo, que lo im-
portante es la gente y no los papeles. Y llega gente y ve lo que está pasando
y dice, yo quiero ayudar, sin proyecto, sin papeles. Hacemos unos bazares una
vez al mes, con cosas que conseguimos, ropa, cerámicas, objetos de casa, le
vendemos a la gente de la comunidad. Entonces las empresas mandan cosas,
por ejemplo: fábricas de ropa nos mandan mil prendas, nosotros con eso no
nos financiamos pero sí nos sirve para comprar un equipo de sonido, una
guitarra. La comunidad gana en estos bazares porque son bajos precios, es una
comunidad muy pobre, víctima de la violencia, eso es lo que llamo inclusión,
porque también reciben talleres y otros tipos de cosas que les ofrecemos. Así
han venido ocurriendo historias alrededor de la biblioteca; otro ejemplo, una
diseñadora de fama internacional decide hacer una pañoleta con textos de
nuestros niños, unos cuadernos que tienen el diseño de la pañoleta y que no-
sotros vendemos al municipio para que ellos los repartan en sus escuelas. Para
nosotros este momento es muy importante porque están surgiendo formas
de financiarnos un poquito menos angustiosa, todo esto porque los niños y los

80 Caracolí: Los caminos del libro


usuarios están haciendo obras de arte a cada rato. Con eso queremos hacer
una tienda. Vamos a tener un fondo educativo para ayudarles a los niños. Esto
porque conocemos a los niños, no son una cifra únicamente, les sabemos su
nombre, su historia, para nosotros eso es esencial, el trato humano, la dignifi-
cación campesina: hemos logrado con fondos internacionales la capacitación a
un grupo de 200 campesinos en tecnologías de la comunicación; otra empresa
de Medellín donó 11 computadores. Entonces van llegando las cosas, una tras
otra, y eso nos tiene sorprendidos.

Primera pausa en el camino al libro. Nos quedan varios apren-


dizajes después de leer las anteriores historias alrededor del libro y
los lectores. Para los bibliotecarios: solo podemos motivar a la lectura
si somos lectores. Para las políticas de las bibliotecas públicas: la bi-
blioteca trasciende sus anaqueles, la biblioteca es la comunidad y para
que esto se haga realidad hay que salir, gestionar, sacar el libro. Para
las políticas regionales de capacitación a bibliotecarios y promotores
de lectura: es necesario la creación de una escuela de lectores con
un plan de trabajo anual en donde se incluyan debates alrededor de
textos, talleres de escritura creativa, talleres de arte, con metas por
periodo, con eficacia en sus resultados. Para gobernadores y alcaldes:
la biblioteca es un asunto serio, es la presencia formal de las políticas
culturales de los gobiernos locales en la comunidad, y como tal no
se pueden dejar en manos de inexpertos con el fin de cumplir con
favores políticos. Las pérdidas que ocasionan estas prácticas son casi
invisibles a corto plazo, pero catastróficas en el largo plazo.

Segunda pausa. Las diversas voces que hasta aquí hemos escuchado
nos permiten dibujar mentalmente un proyecto en su escenario coti-
diano, es decir, cruzado de dudas, luces, logros, desfases y dificultades.
Lo real no es perfecto, es vivo. Si hemos sido atentos a todo lo ante-
rior podemos estar construyendo una valiosa historia que nos lleve a
ver los alcances de un programa regional de lectura, no la ilusión de
una historia sin peso y sin poder narrativo. Desde esa perspectiva, la
Red de Bibliotecas Públicas del Cesar, y todos los proyectos de lectu-
ra regionales en el país, tiene un reto a la vista: continuar en la cons-
trucción de un acercamiento, cercano y real con los libros, un acerca-
miento con calidad, un encuentro respetuoso con la comunidad.

Tercera pausa. Las voces que escuchamos, de aquí y de allá, nos di-
cen que leer es, después de todo, una experiencia íntima. El camino al

Caracolí: Los caminos del libro 81


libro nos lleva a ese lector, pero antes, un árbol de Caracolí propicia
la lectura. Bajo el árbol que simboliza este programa de lectura en el
Cesar sabemos que no es una cifra en la estadística lo que importa,
es un ser humano el que cuenta. Por fortuna, puede ocurrir que un
libro cambie la vida de una persona y tal vez el modo de vida de una
comunidad. Si eso sucede, que sea bajo la sombra de este árbol, que
es la sombra de la palabra.
Me di cuenta de que había un mundo, escribir me sacó a la calle, miraba la
gente, buscaba los rostros, qué me decía el rostro del vendedor de pescado, el
de la yuca, las voces y los colores de la calle: el bullicio, tu rostro, qué leo allí,
qué me dice el lugar este. Leer me conectó con el mundo y con otras perso-
nas que ahora me agradecen el compartir con ellos mis lecturas y escritos.
Me salvó la literatura. Era un vegetal, apenas hacia mis necesidades fisiológicas.
Iba derechito al suicidio. Adiel Zambrano, de Chimichagua, tiene parálisis cerebral
desde que nació. Aprendió a leer a los 20 años, a los 25 comenzó a escribir.

82 Caracolí: Los caminos del libro


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84 Caracolí: Los caminos del libro


Capítulo 6

Crónicas de lectores
en el Cesar
Viendo leer desde la lluvia
Por: Viviana Restrepo.
escritora y promotora de lectura de Medellín,
invitada a las Rondas de Lectores Villa de San Andrés, corregimiento de Aguachica.

-Profe: cuando uno lee, no piensa en nada más, lo único que le preocupa a
uno es pasar la hoja. José Darío Benavidez, 11 años. Río de Oro.

Durante varios días he dilatado esta crónica… ahora, en esta tarde


de domingo cierro mis ojos, y puedo verlo como en una fotografía,
imágenes que siguen fieles a la cálida jornada de lectura en Aguachica.

A mí que me gusta la lluvia, esa mañana llovió y después de un café con


los demás promotores de lectura, llegaron los niños, los niños con su
canto y su risa. Todavía tenía en la mente la pregunta de cómo sería el
encuentro, cuando vi que mi nombre pendía del tronco de un árbol y
me indicaba que ese era el lugar para la actividad. Por grupos de a tres
o cuatro fueron llegando niños de Aguachica, González y Río de Oro.
El grupo llegó a unos treinta y en compañía de Leonid, el promotor de
lectura encargado, empezamos la actividad, primero, cada niño dijo su
nombre, de dónde venía y cuál era su libro o historia favorita, me llevé
gratas sorpresas, porque estaba frente a un grupo que ya había vivido
la lectura de una manera distinta.

Vengo de Bucaramanga y vivo acá en Villa de San Andrés, soy un árbol y


quisiera que todos los días fueran iguales para oler el aire y disfrutar la
sombra. (Luis Antonio Forero Padilla, 12 años. Aguachica)

Entonces mi primer libro fue Guillermo Jorge Manuel José, –algunos


ya los conocían– y hablamos de la memoria y lo valioso que es te-
ner un amigo. Terminada esta lectura, eché un vistazo y vi a los niños
cubiertos por un manto de alegría y palabras, y saqué mi segundo
libro, Espejo, un libro álbum que permitió al grupo hilar una historia
colectiva, y con cada hoja que pasaba nos vimos reflejados, a veces

Caracolí: Los caminos del libro 87


era la protagonista del cuento, a veces uno de nosotros, otras, nuestra
sombra o la pura imaginación quien hablaba. Los comentarios, las risas
y una que otra pregunta alimentaron esta lectura.

Había ya una calidez, un afecto –inmediato– que sólo se da con los


niños, entonces conversamos un poco y propuse un ejercicio escrito,
yo soy, tenía ansiedad y expectativa de lo que pudiera resultar y me
encontré con tesoros como estos:

Yo soy la luz que alumbra tu mirada


Yo soy la sangre que corre por tus venas
Yo soy un ave que guía tu camino
Yo soy el pensamiento de todos tus días
Yo soy la inspiración de tu vida
Yo soy el ángel que te cuida, que siempre
está detrás de ti para cuidarte
yo soy el agua que alimenta tu ser.
(Stefanía Osorio Casadiegos, 10 años. González)

Yo soy una sombra que se mueve a cada lado.


Y cuando camino, ella también camina conmigo
Y cuando paro ella también.
Yo soy bonita y cuando llego mi mamá me tiene
preparada mi comida y yo me siento feliz.
Y cuando yo gano las evaluaciones y mi mamá me da
un regalo y me lleva a pasear
yo me siento feliz.
Y cuando un niño está enamorado de mí yo me siento feliz.
(Greisith Serna Salcedo, 10 años. Aguachica)

Yo soy una mariposa que vuela en las plantas y en el aire


Yo soy una angelita para mis padres.
Yo soy el viento que pasa cuando llueve.
Yo soy el lápiz que escribe cosas de las personas
Yo soy la luna que brilla de noche
Yo soy el sol que brilla en las mañanas

88 Caracolí: Los caminos del libro


Yo soy la estrella que está en el cielo
Yo soy la alegría que sonríe siempre
Yo soy el árbol que está en la tierra
Yo soy la leche que comen
Yo soy el piso cuando me van a barrer
Y también soy el agua.
(Jazmín Yaruro Vergel, 11 años. Aguachica)

Yo soy la luz que alumbra en tu mirar


Yo soy las hojas de un árbol que se arrastran por el suelo.
(Edwar Mauricio Ortiz Castillo, 11 años. González)

Después del almuerzo, volvimos a reunirnos bajo el kiosko, esta vez


para hablar del proceso lector de los niños, aun así, leí dos cuentos
más, Antonio y el ladrón de Cuentos de enredos y travesuras y ¿Por qué
los sapos no tiene cola? De la tradición oral colombiana. Estas historias
amenizaron la charla. Los niños mencionan sus libros favoritos con
naturalidad, Hip Hipopótamo vagabundo, fue uno de los primeros en la
lista, pasamos por las historias de Franklin, la famosa tortuguita, por La
piedra filosofal, libros históricos, en especial de historia Colombiana y
el encantador Roal Dahl… La tarde era eterna, cálida, tranquila, me
hubiera quedado bajo el gran palo de mango, abrazada a los niños y
cantando.

Caracolí: Los caminos del libro 89


El mar es como un cuento
que cantan sus caracoles
Por: Rodolfo Lara Mendoza
Escritor cartagenero invitado a las Rondas de lectores en Aguachica.

No ha sido fácil traer el mar en bus desde Cartagena: pesa dentro de


mi morral y me maltrata con sus puntas las costillas y la espalda. El
temor a que se derrame con cada frenada, como el café que compré
hace un rato en Bosconia, me mantiene en vilo. Pese a todo, siento que
valdrá la pena el esfuerzo de llevarlo hasta Aguachica si allá encuentro
un solo niño que quiera –como la niña del cuento de Berdella que el
maestro Guevara me contó– tener en su jardín su propio mar.

Atravesar de noche el departamento del Cesar es ir saltando sobre


islotes de luz que flotan entre un mar de sombras: es la noche cesa-
rense que abraza un sin fin de pueblos olvidados. Apenas un instante
atrás, todavía en el Magdalena, mientras el bus atravesaba las espesas
selvas y los monótonos cultivos de palma o de plátanos, pensaba en
que la mejor recompensa que he recibido de estos talleres ha sido
conocer tanta gente linda, personas entrañables como Mónica Morón,
Carlos Guevara, Eliana Villaroel y Benjamín Casadiego, para nombrar
sólo a algunos de estos gestores y promotores, ausentes de los no-
ticieros en los que se muestra sólo el lado flaco de este maravilloso
país del cual vivo cada día más enamorado. Por eso, mientras palpo
con la mano a través de la tela del morral el gigantesco caracol en el
que traigo el mar, les agradezco en silencio por la posibilidad de sacar
con los niños esto que yo mismo tengo de niño, esta torpeza que me
hace perder aviones y tropezar a cada tanto con las paredes y las co-
sas. Eliana puede dar constancia de esto último que digo.

Tras casi doce horas en bus, Aguachica aparece ante mis ojos como
una calle larga que siempre está de fiesta. Es noche de viernes y en
cada una de sus esquinas la vida se celebra. Ya en el hotel entablo

90 Caracolí: Los caminos del libro


conversación con Frank Daza, compañero de cuarto y, al igual que yo,
promotor de lectura. Aunque no nos hemos visto antes, descubrimos
que nos conocemos de siempre, tal vez de otra vida. Hablamos un
rato de las expectativas que tenemos para este taller, y luego Frank
saca su guitarra y entona media docena de vallenatos. Yo trato de re-
tener algo de esa música en el caracol.

A la mañana siguiente, cuando les enseño el caracol a los jóvenes asis-


tentes al taller, lo primero que hacen es llevárselo al oído. Ahí está el
eco de la música de Frank y el de las voces que he venido recogiendo
a lo largo del camino. Pero, principalmente, ahí está el eco del mar; lo
he traído desde Cartagena para que ellos lo escuchen. El lugar de este
encuentro es el Parque Recreacional El Limonar, ubicado en Villa de
San Andrés, una población del municipio de Aguachica, Cesar. Al igual
que yo, también estos muchachos, con edades entre los 13 y los 15
años, han hecho un largo viaje desde La Gloria, desde González, desde
Gamarra, aun así ninguno se muestra cansado y todos tienen ganas de
participar. Son diecinueve en total. Cuando les pregunto si conocen el
mar, sólo cinco levantan la mano. Uno de ellos le pone la nota de color
al encuentro diciendo: “Conozco el mar… el mar-eo que me dejó el
bus”, y todos estallamos en risas.

Hemos hecho un círculo con las sillas junto a uno de los senderitos
que llevan al interior del parque. Llovió copiosamente al principio,
pero ya escampó, y nuestras sillas descansan sobre una gruesa capa de
piedrecillas que esporádicamente resuenan bajo nuestros pies hacién-
dose notar. Les explico a mis muchachos que aunque vivamos lejos
del mar y nunca lo hayamos visto, todos tenemos en la sangre, al igual
que el caracol, una memoria del mar, y no sólo del mar sino también
de todas las demás cosas que hay en el mundo. Ellos me miran sor-
prendidos cuando les comento que nuestros abuelos, o los abuelos de
nuestros abuelos, conocieron el mar y todas las demás cosas, que las
sintieron vibrar en su sangre, y que nosotros recibimos de ellos esa
vibración. Les pregunto si saben por qué los cachacos cuando van al
mar no quieren salir de él, y una de las niñas responde que es porque
ellos no tienen mar y tratan de aprovecharlo al máximo. Les propongo
entonces sumergirnos de ese mismo modo en el taller, porque al igual
que los cachacos, que no tienen mar, nosotros no tenemos la oportu-
nidad de compartir las letras y la vida de esta manera todos los días.

Caracolí: Los caminos del libro 91


Luego de la presentación de rigor, iniciamos el taller con un ejercicio
de sensibilización en el que cada uno de los jóvenes, a su turno, sostie-
ne junto a su oído el caracol por un instante, mientras cierra los ojos
para escuchar el eco del mar. Algunos se retiran el caracol sorprendi-
dos, y otros simplemente sonríen o guardan enigmático silencio. Una
de las jóvenes se retira el caracol del oído e interviene para afirmar
que, según la ciencia, no es el mar el que suena dentro del caracol.
Yo le pregunto qué cree que es entonces lo que ha escuchado, y ella
responde, con actitud seria, que el mar. Todos quedamos satisfechos
con esa respuesta. Entonces les leo en voz alta “La función del arte”, de
Eduardo Galeano:

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur.

Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,


después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la
inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de her-
mosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su


padre:

–¡Ayúdame a mirar!

Hablamos del título del cuento y de la solicitud del niño al final, y aca-
bamos por concluir que el arte y la belleza se aprestan principalmente
para acercar a las personas, para hacernos más humanos. Leemos a
continuación el cuento de Leopoldo Berdella “La niña que quería tener
su propio mar”, y hablamos del poder del pensamiento y la imagina-
ción. Entonces les narro el pasaje inicial de “Las mil y una noches”, para
mostrarles la voluntad de sacrificio de una doncella, a quien la sola
imaginación le ayudó a salvarse a sí misma y a salvar a las jóvenes de
su pueblo por medio del arte de narrar. Y es que a medida que lee-
mos, les digo, a medida que escuchamos historias, éstas van llenando
nuestro universo interior a la manera de un caracol que, tarde que

92 Caracolí: Los caminos del libro


temprano, alguien se acercará al oído para recibir noticias de lo que ha
sido nuestra vida. No más decirles esto pienso en el maestro Carlos
Guevara, quien gentilmente me ha sugerido algunos textos para el
taller, pienso en las miles de historias que poco a poco he ido escu-
chando en su voz de padre bueno, irreverente y genial, en su memoria
de caracol repleto de anécdotas y saberes.

A partir de allí empezamos a dar rienda suelta a las historias. Germán


Lajud, mi compañero de taller, les cuenta a los jóvenes una historia de
brujas y rezanderos; yo les cuento la del hombre que se enamoró de
una muchacha en una fiesta, y al visitarla al día siguiente se enteró de
que la muchacha llevaba varios meses muerta; Raquel Martínez, una
niña de mirada embrujadora, se anima a su vez a contar la historia de
la Leonelda, una bruja popularizada a través de la narración oral en La
loma de González.

Hacemos un receso para el almuerzo, y entre cucharadas de sopa,


platos con arroz, y muslos de pollo que vienen y van, los promotores
intercambiamos impresiones de esta primera sesión. Luego nos reuni-
mos otra vez con los niños y jóvenes y les preguntamos por lo último
que han leído, por esa reciente experiencia. Me sorprenden en especial
las muchachas de González, pues son la prueba fehaciente de que las
encuestas que hablan de los bajos índices de lectura en los departa-
mentos de la costa Caribe deben empezar a ser revisadas. Las lecturas
mencionadas por estas jóvenes son: “Dios ve la verdad pero no la dice
cuando quiere”, de León Tolstoi; “El matadero”, de Esteban Echeverría;
“Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cóle-
ra” y “El coronel no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez;
“El perfume”, de Patrick Suskind; “El diablo de la botella”, de Robert
Louis Stevenson; “Los de abajo”, de Mariano Azuela; “Crepúsculo”, de
Stephenie Meyer, y, como si fuera poco, “El ingenioso hidalgo don Qui-
jote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra, entre otras lec-
turas más. Los jóvenes de La Gloria hablan de “El viejo y el mar”, de
Hemingway, y de “El amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel Gar-
cía Márquez. Los de Gamarra cuentan a su vez sus experiencias con “El
Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, y “La odisea”, y los niños de
Aguachica, que son los más pequeños de mi grupo, me enseñan unos
bellos cuadernos en los cuales tienen resumidos los cuentos que han
leído e ilustrado de acuerdo con su percepción.

Caracolí: Los caminos del libro 93


A media tarde damos por terminado el encuentro, instando a los ni-
ños a seguir leyendo, a seguir escuchando las historias que cuentan los
abuelos, y a seguir comulgando con esa naturaleza que los habitantes
de las grandes ciudades no tienen la oportunidad de disfrutar; allí tam-
bién hay un mar, verde, envidiable como el mar azul que les he traído
de mi ciudad.

Un rato después, mientras el resto de promotores se congrega en


torno a la guitarra de Frank, y Fillipo Casadiego y yo tomamos fotos
a una mata de bonches, una de las jóvenes asistentes al taller me lla-
ma desde el otro lado del jardín. Es Raquel Martínez, la joven que me
habló de la bruja Leonelda, quien, a riesgo de que el bus la deje, se ha
devuelto para pedirme un regalo, algo para recordar. No tiene que
decírmelo, lo leo en sus ojos verdes: quiere mi caracol. Sé que con él
le entrego parte del mar de Cartagena y todos los temores y expec-
tativas que me generó este viaje. Pero para eso vine. Así que con gusto
se lo entrego, no puede ser de otra forma.Y ella se va sin saber que su
sola mirada me ha devuelto un mar más profundo, mucho más puro,
todavía incontaminado: el mar que lleva guardado en su alma.

94 Caracolí: Los caminos del libro


Regalo de cumpleaños
Por: Orlanda Agudelo Mejía
Promotora de lectura, Medellín.

La travesía de casi un día, viajando por variaciones de clima y de pai-


sajes, anunciaba sorpresas. La mejor de todas fue la risa de los niños,
su abrazo, la alegre compañía de las bibliotecarias.Todo esto vino a mí
como un regalo –de cumpleaños– como si alguien hubiera previsto
hasta el más pequeño detalle: comienzo de día con lluvia, fuerte como
un redoble de tambores; enseguida, el abrazo de un grupo de niños,
los más pequeños y activos, que parecían conocerme desde siempre.
Abrebocas de un día de lecturas y lectores.

Habíamos apenas terminado de saludarnos, cuando uno de los chicos


propuso que nos fuéramos a jugar afuera, con la tierra y la lluvia que
ya se alejaba y los árboles, que se quedaban para acompañar este día
de fiesta. Los chicos eligieron: primero, Chumba la cachumba, con juego
de rimas incluido; enseguida, por pedido general, vino el misterio de
La bruja rechinadientes; luego, nos fuimos de paseo y amores con El día
de campo de don Chancho, donde niñas y niños compartieron secretos;
y para finalizar, un trabajo arduo, con precisión de cirujanos y deleite
de nombradores, la creación de personajes fantásticos, bautizados y
descritos: Pato-robot-mujer, comedor de clavos (obra de Sirly Cris-
tina); Mono-astronauta que come pescado y vive en el espacio, (de
Estiven Javier), Hombre Flaco (de María Fernanda); Hombre Patalarga
(de Margy Eliza); La Prince del Pantano (de Andrea Aletsa); el Hombre
Hormiga (de Laura Mariana), y otros tantos.

El resto fue una tarde donde nosotros, los pequeños, nos dejábamos
cuidar por los grandes árboles que complacientes asistieron al en-
cuentro de los promotores de lecturas de todas las edades, de San
Martín, Río de Oro, La Gloria, Aguachica, San Alberto… Una tarde de
historias nacidas de palabras que abrazan y se quedan.

Caracolí: Los caminos del libro 95


Hasta que llegó la hora de despedirnos, con el gustico en el cuerpo de
sonidos y colores. Con la promesa de encontrarnos otra vez, quizás
aquí, en el recuerdo del agua, de las voces infantiles, y del vallenato
bien contado en la guitarra.

96 Caracolí: Los caminos del libro


Los niños en El Limonar
Por: Javier Naranjo
Escritor y promotor de lectura invitado a las Rondas de lectores en Aguachica.

Fascículo I

“Soy el aire que refresca la mañana”.


Andrea Paola Martínez Pinto, 10 años.

Con los niños llegó la lluvia, pero primero se oyeron sus risas. Ellos
venían de varios municipios del Cesar, y las nubes que habían estado
cuajando mientras los esperábamos, se resolvieron en agua mientras
los chicos dudaban si escamparse o disfrutar la alegría de un agua in-
esperada que prometía juego. Los adultos que íbamos a leer con ellos,
a conversar con ellos, a asombrarnos con la potencia de sus palabras,
desayunábamos mientras el viento sembraba más nubes sobre nues-
tras cabezas. El aire se oscureció. Sentimos que iba a ser imposible
trabajar bajo los árboles…Va a tocar ir a una institución cercana, que
ya contactamos, dijo Mónica, y enseguida nos tranquilizó: no se puede
hacer nada en este momento…ya veremos. Nos recogimos todos en
un corredor afuera del único salón que había, mientras le hacíamos el
quite a las goteras. El techo resentía el chubasco.

“Nos amaneció muy temprano” el sábado 24 de septiembre. En la sede


campestre del Limonar éramos como doce talleristas llegados de dis-
tintas partes del departamento, y algunos desde otras ciudades del país.

Tan rápido como llegó el aguacero, cesó, mientras los niños tomaban
un refrigerio. El grupo organizador dispuso sillas debajo de los árboles
que aún goteaban, pero la tierra generosa absorbió el agua y lo que
pensamos que podría volverse un pantanero no fue así. Cada talleris-
ta fue llamado al grupo que había sido definido con anterioridad. A
mí me tocó en uno de los corredores donde habíamos desayunado,
pero era un sitio de paso de mucha gente y preferí –con el apoyo de

Caracolí: Los caminos del libro 97


Hugo Niño coordinador de talleres de los municipios de San Diego
y Manaure–, llevar bajo un árbol, unas sillas, mesas, y los materiales
necesarios para escribir. Cerca, pero sin estorbarnos otro grupo ya
se organizaba.

Fascículo II

“Soy como la madre de las estrellas”.


Breiny Mariana Serna, 9 años.

“Yo soy como el agua de tus ojos”.


Mayran Alejandra SÁnchez, 9 años.

Nos sentamos en círculo, me presenté y los niños me dijeron que ve-


nían de Aguachica y San Alberto. Eran 24 chicos de 9 años a 12 años.
Alegres, dicharacheros. Rápido entramos en confianza ayudados por
dos juegos de palabras: el primero se llama palabras encadenadas y
permite que los participantes ganen en atención, silencio y concen-
tración, porque el juego lo exige para poder ser llevado con fortuna.
Se estimulan también la velocidad de pensamiento y las reflexiones
sobre las palabras que surgen, su validez o no, su construcción, su per-
tinencia. Cada jugador debe decir una palabra basado en la última letra
de la palabra precedente. Ejemplo: vaca…andar…risa… Por supuesto,
como todo juego éste tiene reglas: no se pueden repetir palabras, a
pesar de ser oral la ortografía importa, las palabras deben existir en
la lengua y hay un corto tiempo para decirlas. El juego debe ser ágil,
veloz. Salen del juego quienes no cumplan las condiciones. Gana quien
al final quede solo. Jugamos un ratico, pero había otras tareas. Hicimos
entonces otro juego tratando de encontrar libres asociaciones que
estimularan la imaginación, ese chispazo que surge cuando dos pala-
bras se juntan por primera vez, como propugnaban los surrealistas. El
juego se enuncia –inicialmente– de la siguiente manera: digo sol y la
palabra arde, quien continúa dirá (por ejemplo), digo arde y la palabra
es roja. Rápidamente se tratará de ir llegando a que las relaciones
sean cada vez más ajenas y por ende sugestivas, digo roja y la palabra
es gato…En este juego, nadie sale, nadie gana, nadie pierde… Simple-
mente jugamos, y algunos de los chicos hicieron unas relaciones que a
todos nos maravillaron por las posibilidades poéticas que suscitaban.

98 Caracolí: Los caminos del libro


Fascículo III

“Yo soy la tapa que cubre la botella”.


Juan Andrés Alcina, 9 años.

“Soy triste y lloro por dentro.


Soy como un libro callado y sencillo”.
Daniela Osorio Casadiegos, 11 años.

El aire bajo el árbol era fresco. No hacía calor, ni frío. El clima era per-
fecto y los chicos jugaban-trabajaban. Les conté de algunos ejercicios
de escritura hechos con estudiantes de escuelas de Medellín y en la
biblioteca del Laboratorio del Espíritu en El Retiro, Antioquia, donde
trabajo ahora. Y luego les leí algunos de esos ejercicios cuyo nombre
genérico es Yo soy. En él los niños se describen a sí mismos pero no
es una descripción externa, se hace con analogías, metáforas y algunos
de los recursos propios del género poético. Conversamos un poco, di
las instrucciones. Y los niños concentrados y en silencio escribieron
cosas hermosas y sorprendentes que leímos para todos. A medida
que transcurría la lectura íbamos hablando, discurriendo en los feli-
ces hallazgos. Algunos de los textos del primer ejercicio de escritura
han ido apareciendo aquí y allá en esta crónica, salpicando como las
gotas. Y aquí se hace evidente mi pulsión por invitar a los niños a es-
cribir. Difícilmente cumplo con “sólo leerles”. No puedo sustraerme
a la búsqueda en ellos de esa chispa de donde saltará en combustión
lo poético. Pero para quitarle a la frase solemnidad y rimbombancia,
digamos más bien que como en un acto de magia, estoy siempre es-
perando a que el conejo de la poesía brinque de la mano de un niño.

Fascículo IV

“Yo soy el árbol que cubre la sombra”.


Haany Alexandra Ardila, 9 años.

Para el segundo ejercicio les leí en voz alta de Ediciones Ekaré el


cuento Nana Vieja de Margaret Wild, una historia dulcetriste de amor
y libertad. El tranquilo relato de dejar partir lo que amamos y recibir
de ese amor el aprendizaje de vida que todos merecemos. Pero esto
es algo que quizás los niños inferirían. La fuerza de la propia historia

Caracolí: Los caminos del libro 99


debía contarlo y sugerirlo a sus corazones casi en un susurro, pero
con la potencia perturbadora de lo que arrasa equívocos e instala
adentro de uno semillas de verdad. Les propuse tras la lectura un
ejercicio de escritura cuyo título era: Si tuvieras 24 horas de vida,
¿qué harías? Escribieron atentos, buscando las palabras que supieran
decirlos. A veces veía una carita que se alzaba del papel e interrogaba
muda. Uno veía los ojos velados al mundo exterior, volcados hacia
adentro, atados a su más secreta intimidad. Cada uno se preguntaba
qué sería lo más importante para hacer en las últimas 24 horas en la
tierra. Había que escoger y así escribió Karen Liseth Martínez de la
institución educativa José María Camposerrano:

Haría:

Visitar al parquecito.
Hablar con mi familia.
Estar con mis amigas.
Salir a la calle a ver por ejemplo:
Los árboles, las flores, a ver los columpios.
Ir donde mis profesores.

Fascículo V

“Soy el sancocho que comes todos los días”.


Yessica Aseneth Lucas, 10 años.

en la mañana. Hablamos de libros leídos. Con entusiasmo y claridad


contagiosa los niños mencionaban los que les habían gustado, los que
no, los aburridores, los mejores, los largos, los corticos, los divertidos,
los serios. Porqué era bueno leer, qué era lo maluco de leer (que na-
die supo responder, en verdad). Conversamos con risas y al final de la
tarde nos invitaron a una reunión bajo la generosa fronda de un gran
árbol.Tres niñas del grupo se me acercaron: “Profe, ¿sabe que yo quie-
ro ser escritora?”, dijo una menudita de rostro delicado y unos ojos
profundos. “Yo también”, dijo una monita de cola de caballo. Me hice
una fotografía con ellas para guardar su transparencia. Y después de
que conversaron con Beatriz Robledo y Pilar Lozano, dos escritoras
que nos acompañaban en la ronda, nos despedimos de las niñas.

100 Caracolí: Los caminos del libro


Bajo el árbol umbroso, y mientras escuchaba la historia del cable, hice
votos porque el milagro de los niños tan cerca a la lectura (y a sí mis-
mos), pudiera ocurrir en muchas partes, así como pasaba y pasa en
tantos municipios de El Cesar.

Caracolí: Los caminos del libro 101


Caracolí del Cesar
Por: Beatriz Helena Robledo
Invitada a la Ronda de lectores en Aguachica

Llevo muchos años haciendo talleres. Hay siempre una promesa de lo


inesperado cuando uno se va a encontrar con un grupo que no co-
noce, del que sabe algo por referencias porque, quienes organizan, te
dan unos datos que te permiten preparar el taller siempre imaginando
quiénes serán, qué sabrán, qué habrán vivido, qué esperan…

Esta vez la invitación era a participar en la ronda literaria Caracolí del


Cesar. Solo el nombre es un poema. Caracolí, el árbol mágico que da
sombra, que cobija.Y el Cesar, una tierra inmensa, calurosa, con gente
amable y cadenciosa.

Llegamos a Aguachica después de varias horas de viajar en un peque-


ño bus, con la grata compañía de Pilar Lozano, amiga querida, periodis-
ta, escritora, tallerista y quien desde el inicio compartió el entusiasmo
de hacer parte de una ronda literaria con niños y jóvenes.

Primero, el encuentro con los otros, los adultos unidos, porque cree-
mos en el poder liberador del lenguaje. Esa intención compartida se
volvió cofradía, pacto fraternal, expectativa. Al día siguiente, el encuen-
tro con los niños.

El espacio se hizo cómplice de la ronda. No logro imaginar cómo


pudo haber sido este taller en un salón de clase o en un auditorio. El
escenario elegido por los organizadores rimaba con la alegría del en-
cuentro de cientos de niños y niñas venidos de los diferentes lugares
del sur del Cesar quienes llevan un largo trasegar por los libros, las
lecturas, las conversaciones, los escritos.

Tuve la fortuna de hacer el taller bajo la sombra de un árbol. No era


el Caracolí real porque no podía serlo. Caracolí se volvió símbolo: a la

102 Caracolí: Los caminos del libro


sombra del Caracolí nos reunimos niños y jóvenes desde los 12 a los
16 años a disfrutar con el lenguaje, a crear y a imaginar mundos posi-
bles, a partir de las historias y poemas entretejidos con sus palabras
y sus deseos.

Les propuse un Festival de adivinanzas. Cada grupo recibió un libro


de adivinanzas con la propuesta de leerlo, disfrutarlo y luego elegir
cuatro adivinanzas bien difíciles para lanzarlas –como una piedra en el
estanque– a sus compañeros. Las adivinanzas comparten la magia del
Caracolí. Te atrapan y te hacen olvidar del tiempo real. Toda tu mente
y tus emociones se concentran en tratar de encontrar la respuesta
que no es más que el conjuro para lograr la epifanía de la imagen.

Vengo de padres cantores


Pero yo cantor no soy
Tengo blanca la capita y amarillo el corazón.

En el campo yo me crié
Metida entre verdes lazos
Y aquél que llora por mi,
Es el que me hace pedazos.

No soy de vidrio
Ni de cristal
Mas al nombrarme me rompen.

Las imágenes son metáforas, crean resonancias que te acercan a la


palabra y al encontrarla, rompe el encantamiento, dejando un eco de
sonidos, sabores, texturas, olores, formas, que aparecen al intentar
adivinar.Y este intento produce placer.

Los niños gozaron el festival. Reinó la alegría y la concentración.

Grupo 1 lanza su adivinanza al grupo 2. Si adivinan ganan el turno para


lanzar la suya. Si no lo logran, pasa el turno al grupo 3

Y así… la ronda literaria se teje esta vez en el mundo del enigma, del
rompecabezas de imágenes que te conectan con la poesía. Porque la
adivinanza es metáfora en proceso, es símil, es analogía. Conocer el

Caracolí: Los caminos del libro 103


proceso creativo que lleva en sí una adivinanza le da a los niños una
vivencia que es, a la larga, conocimiento para crear sus propios textos,
sus propias imágenes.

Una chica llevaba la cuenta del grupo ganador. No hice eco a este
deseo, porque hace tiempo aprendí con esta ronda de las adivinanzas,
con este festival, que no era bueno presentarla como competencia.
Nuestros niños deben aprender otras maneras de relacionarse que
no sea compitiendo. Quizás en este país tan violento y tan desbara-
tado recrear los espacios gratos, amorosos y creativos puede trazar
rumbos más vitales a estos niños que tienen una realidad dura y difícil.
Como lo es para la mayoría de nuestros niños.

Al terminar el festival me di cuenta que el Caracolí acababa de entre-


garles una vez más el poder de la palabra.

Entonces el Caracolí empezó a florecer…

104 Caracolí: Los caminos del libro


Ronda de lectores en Villa de San Andrés
Esto ocurrió, sucedió, pasó y fue un día sábado,
bajo la sombra de un árbol de mango...

Por: Pilar Lozano


Escritora invitada a la Ronda de lectores en Villa de San Andrés (Aguachica).

“Tengo una biblioteca en mi cartera”. Fue lo primero que dije –luego de


las serias presentaciones– al grupo de niños entre 8 y 12 años que me
acompañó en este taller. Me miraron sonrientes; primera señal mágica:
estaba frente a niños y niñas familiarizados con los libros, con la lectura.
Y empezamos el juego: “Tengo un libro especial para los enamorados”
y saqué de mi cartera La alegría de Querer de Jairo Aníbal Niño. Leí
uno de sus poemas. Éxito total: en el grupo varios estaban enamorados.
Y sorpresa: ¡cuatro de la misma niña! En secreto me contaron que esta-
ba en el grupo vecino embrujada con un juego de adivinanzas plantea-
do por Beatriz Helena Robledo. Prometí guardar el secreto. Siguieron
preguntas y comentarios de otros niños y niñas de Aguachica y por
fortuna se fue aclarando tamaño enredo amoroso: la competencia por
el corazón de la niña era sólo entre dos. No hubo discusión: el libro de
Jairo Aníbal quedó en manos de este cuarteto de enamorados.

“Este libro tiene trucos para desaparecer, para no ir a la escuela para


adivinar el futuro...”, anuncié emocionada la siguiente aparición: Con-
juros y sortilegios de Irene Vasco. Para atraparlos más en la red leí
el más atractivo: sirve para no ir al colegio: Los niños de La Gloria
se quedaron con él. Les pregunté entonces: cuando van a la biblio-
teca, donde hay tantos libros, ¿cómo hacen para escoger uno solo? Y
contestaron como verdaderos expertos: “porque la promotora nos
cuenta de qué se tratan”; “porque leo lo que dice por detrás”; “por los
dibujos, si son bonitos...”

De la biblioteca enmaletada salió entonces un libro largo , flaco , lleno


de dibujos y textos cortos. No se aburra de Maite Dautant y María

Caracolí: Los caminos del libro 105


Helena Repiso. Para picar la curiosidad leí adivinanzas, trabalenguas...
De inmediato un grupo de niñas y niños de Aguachica se apropió de él.

Cuarto libro que salió de mi cartera-biblioteca: El mundo del tío co-


nejo de Rafael Rivero. Fallé yo; no logré entusiasmarlos y el libro vol-
vió a su escondite (prometo que la próxima vez lo haré mejor) Y para
que no se notara mi embarrada saqué rápido Caperucita Roja y otras
historias de Triunfo Arciniegas. Bastó decir que en este libro Caperu-
cita era la mala y el lobo el bueno para que me lo arrebataran de las
manos.

Último libro enredado en mi cartera; me limité a decir su nombre:


Socaire y el Capitán Loco –y a resumir la historia. No me atreví a
confesar mi autoría ¿qué tal que nos les gustara..? “¿Por qué ese no lo
muestra?”, protestaron algunos- Yo apenas sonreí y seguí con el resu-
men de la historia: Una niña estaba una mañana jugando golosa en la
playa– supe entonces que en el César este juego tiene otro nombre-
aparece un capitán de barco, todo vestido de blanco y juguetón y se
hacen amigos. ¡Era el capitán de un barco oceanográfico ¡“Un barco
para estudiar el mar”, gritó uno adelantándose a mi explicación. Un
barco donde viajan oceanógrafos; como son tan serios prohíben a los
niños viajar en él. “Molestan mucho y no dejan trabajar”, dicen. Socai-
re para poder viajar en ese barco se convierte, gracias a una tortuga
sabia, en una niña chiquitica, como un granito de arroz. Viaja así escon-
dida en la oreja del capitán loco. Las niñas de grupo de González- se
encarretaron con la historia.

Resultado de este ejercicio de lectura: Los enamorados luego de ana-


lizar con lupa cada uno de los poemas de La alegría de querer esco-
gieron, cada uno, el verso perfecto para atrapar a su enamorada y lo
leyeron después delante de todos. Otro, del mismo grupo de Aguachi-
ca, recordó entonces que lo había leído: “¿No hay un poema como de
de uno más uno...? “Sí”,respondieron en coro los enamorados.

Los lectores de Conjuros y Sortilegios encontraron un truco perfecto


para desenredar el triángulo amoroso de sus compañeros de Aguachi-
ca: el sortilegio para adivinar el futuro, “si sabemos quién se quedará
con ella el otro deja ya de molestar”, concluyeron sabiamente. Este
grupo de La Gloria, que durante todo el taller estuvo pilo, sacó otras

106 Caracolí: Los caminos del libro


sabias conclusiones: los conjuros son como en verso, son cortos. ¡Y
las palabras mágicas son siempre enrevesadas...!

No se aburra; pues como su título lo anuncia es un libro pura diver-


sión. Ni pestañearon los que lo leyeron ; eso sí alborotaron a los de-
más con sus carcajadas... Al final nos corcharon con algunos acertijos.

Y los que se decidieron por Caperucita Roja y otros historias “casi


saltan de emoción cuando descubrieron que sí, que caperucita era
mala. La prueba: ¡le dijo pendejo al Lobo!

Las niñas de Socaire y el Capitán loco, por ser un libro más largo, le-
yeron los primeros capítulos, y escogieron otro que, por el título, les
llamó la atención: casi la encuentran, se llama y es justo el de mayor
tensión: ¡casi pillan a Socaire escondida en la oreja del capitán loco!

Para descansar y cambiar jugamos a los trabalenguas... Y un ejercicio


final. Un poco sobre el tiempo, nos dedicamos a jugar con las palabras.
Tratamos de escribir una historia. Conté un cuento que amo: El pe-
queño elefante de Rudyard Kipling. Me costó un poquito de trabajo
lograr el silencio necesario para empezar a narrar: “Cuando el mundo
era nuevecito y todo estaba aún sin estrenar, los elefantes tenían la
nariz así, chiquita, como nosotros los humanos...” Abrieron los ojos
como platos cuando narré lo más dramático del cuento: el pequeño
elefante enreda su nariz en la boca de un cocodrilo de pantano y de
tanto jalar le crece, le crece le crece... Y rematé con preguntas: ¿Y
saben qué? Cuando el mundo era nuevecito y todo estaba aún sin
estrenar las jirafas tenían el cuello cortico, las cebras no tenían rayas,
la piel del rinoceronte era lisa...

¿Qué les ocurrió? Invité a tomar papel y lápiz y responder este in-
terrogante. Resultados: El interés por escribir no fue parejo: algunos
prefirieron pintar. Dos cosas me sorprendieron: un escrito sobre por
qué a las cebras les salieron rayas en la piel, y el trabajo de cuatro
niños que decidieron escribir sobre un león que cuando el mundo
estaba nuevecito no tenía melena y además no era agresivo. Escribie-
ron rápido: El león se bañaba en una quebrada, le creció el pelo y se
volvió agresivo. “No me convence” les dije. “¿Qué tenía esa quebrada
que le creció el pelo y se volvió agresivo?” Casi no me dejan terminar

Caracolí: Los caminos del libro 107


la pregunta: “era mágica”, respondieron. Borraron lo escrito y en se-
gundos me entregaron la nueva versión: el león que, cuando el mundo
era nuevecito no tenía melena y era manso, empezó a bañarse en una
quebrada mágica. Y como le creció una melena larga y tan linda, los
demás animales se pusieron celosos y envidiosos; empezaron a moles-
tarlo. ¡Claro!, el pobre león se volvió agresivo.

Me sorprendió cómo cogieron, al vuelo, mi indicación y cómo modifi-


caron lo escrito. Un lindo final para una mañana mágica.

Libros leídos:

– Expreso polar
– El globito azul.
– El terror de sexto B.
– La paloma despistada y la sardina mensajera.
– Me llamó Simón Bolívar ... Me llamo La Pola ... José Antonio Galán...
– Los fantasmas en mi cuarto y La comadreja comegallinas de Cel-
so Román- fue el único autor que reconocieron-
– Clara dijo que sí.
– La sirena de agua dulce.
– Huellas de nuestro pasado –es la historia de La Gloria–
– El Principito
– El viejo y el mar
– Tintín en el Congo
– El grupo de González leyó en el colegio El Túnel pero ninguna
supo contar de qué se trataba...

Cuento de Omar Yesid Gutiérrez

En la antigüedad las cabras eran blancas y se parecían a los caballos.


Les gustaba mucho correr y se fueron a un lugar del mundo en don-
de los árboles brotaban de sus hojas tinta negra. Cuando de repente
se formó un charco inmenso de tinta negra y pasaron las cebras tan
rápido que la tinta les cayó en su cuerpo. Las cebras creían que eran
manchas de barro y fueron a un río a bañarse. Pero algo muy extraño
pasó. La tinta no se les quitó y toda la tinta se formó en forma de rayas
en su cuerpo. Pero ellas se sintieron muy felices con sus rayas en su
cuerpo. FIN

108 Caracolí: Los caminos del libro


Hablemos de lectores.
Escribir sobre la lectura
Por: José Javier Sánchez
Escritor venezolano, invitado a las Rondas de lectores en Aguachica

Aguachica nos recibió con suma delicadeza. Llegamos a un Parque a


cielo abierto “El Limonar” y apenas entramos fuimos bendecidos por
la lluvia de una mañana que amenazaba con humedecernos la jornada
pero que terminó siendo un cáliz de frescura para el resto del día. Las
emociones brotaron por toda la grama del parque, los niños y jóvenes
no se intimidaron con las aguas, sino que cual peces de un mar abierto
o semillas de un caracolí, nadaron por todo el parque y brotaron para
florecer en sus experiencias de lectura.

Lo más importante de estas rondas literarias es que un grupo de pro-


motores de lectura fuimos a validar, sin aspirar a ser dioses o jueces,
la relación de una comunidad de niños y jóvenes sensibilizada con los
libros y la lectura, pero también a reafirmar la vigencia e importancia
del trabajo de promotores de lectura y bibliotecarias entregados a pro-
yectos de esta índole y a reconocer el valor de políticas acertadas en el
campo de la promoción del libro y la lectura por instituciones oficiales.

Por cosas de la literatura me tocó coordinar la jornada con un grupo


de jóvenes de edades comprendidas entre 13 y 17 años, provenientes
de las poblaciones de Gamarra y Río de Oro.

El sitio donde nos reunimos no pudo ser mejor, más especial, un árbol
frondoso que por suerte contenía la lluvia que acababa de caer en
Aguachica nos dio cobijo. Allí nos dimos sombra, sitio fresco donde
corría brisa, expansivo donde fue imposible atropellarnos. Nos sen-
tamos en círculo, sobre sillas blancas, en rededor de este árbol, que
fue techo para nosotros, y que nos ayudó al igual que la lluvia previa a
sentir el frescor del ambiente durante todo el desarrollo de la ronda

Caracolí: Los caminos del libro 109


Nuestra jornada se inició con una presentación informal para que
los jóvenes se integraran a partir de actividades lúdicas, que pudieran
decir sus nombres gesticulando de forma histriónica y que a su vez, a
manera de eco, el grupo repitiera el nombre de cada joven que pasara
a la ronda.

Nombrarnos, llamarnos por nuestro nombre real, reconocernos con


ese nombre ante el público, sentir orgullo de él, nos da un aire de
representación personal que una vez asumido abre paso a cualquier
experiencia comunicativa, dentro del colectivo, nos ayuda romper el
miedo al ridículo y nos aglutina como generación o grupo humano
que se reúne con el fin de recrearnos, escucharnos, discutir.

Después de la primera presentación, los jóvenes se distribuyeron en


parejas y conversaron sobre su sitio de procedencia, el lugar donde
estudiaban y sus últimas lecturas, tratando de familiarizarse en la co-
municación con intereses y necesidades comunes.

Al hablar en este espacio de la lectura y los libros traté de que lo hi-


cieran sin más pretensiones que socializar y sin mayores evaluaciones
que compartir experiencias de lectura, por más pequeñas o grandes
que parecieran, pero valorando la importancia de que el aporte, por
más pequeño que pueda llegar a ser, alimenta el quehacer del lector.
En esta conversación surgieron sus últimas lecturas con énfasis en lo
académico y en las tareas escolares. Luego, por parejas socializaron las
conversaciones y cada uno habló del otro.

Las mayores lecturas al momento de socializar fueron: María de Jorge


Isaac. El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez. El
túnel de Ernesto Sábato. Alguno de ellos nombro a Paulo Coelho y
otros un material instructivo.

Lo gratificante fue que este intercambio se desarrolló entre un joven


de Gamarra y uno de Río de Oro. Para este momento ya el ambiente
de encuentro y de intercambio comenzó a materializarse y las rondas
fueron dinámicas de grupo donde se socializaron las expectativa con
las que habían llegado al encuentro y se comenzó a encender en ellos
la necesidad de seguir intercambiando en un futuro próximo.

110 Caracolí: Los caminos del libro


Luego hablamos de la lectura sensible, del leer, del sentir, del pensar y
del escribir. Escribir en un principio con palabras de otros y después
buscar nuestras propias palabras como vía de expresión escrita. Ha-
blamos de escribir como ejercicio de comunicación y expresión de
nuestras ideas.

Como tributo a la lluvia desarrollamos una dinámica llamada pesca


de ideas. Para este ejercicio tomé como referencia el “Manual de ex-
presividad literaria y poética” de Juan Antonio Calzadilla Arreaza, que
consiste en capturar, a partir de la lectura de un poema, frases o imá-
genes al azar que tengan que ver con lo que más llame la atención, lo
que más guste a los participantes. Las mismas deberán ser escritas tal
cual como se escuchan y serán colocadas en forma de poema sobre
el papel en blanco. Les pedí que las imágenes no deberían ser menos
de tres, para por lo menos pescar un pequeño Haikú y para ello,
como referencia un poema que me gusta mucho y que he trabajado
con grupos de jóvenes en Venezuela, porque a su vez fue una manera
de rendir tributo a la lluvia y al espacio que nos dio hospedaje en ese
parque, esa mañana. El poema seleccionado fue escrito por el poeta
venezolano Elí Galindo

HOY ME SIENTO UN ÁRBOL CARGADO DE LLUVIA


De Eli Galindo

Hoy me siento tendido bajo una gran oscuridad


estoy como una piedra
y fluye sobre mí cubriendo todas las aguas y se hunde
es un sonido suspendido igual a esos animales
que viven del aire y se desplazan

Hoy me siento un árbol cargado de lluvia


que alguien sacude bruscamente.
Pienso en mis antepasados
un soplo que recorre mi sombra
esa línea puesta allí como un animal sediento
por manos extrañas
que será cortada por manos extrañas
Cerrado como un círculo.

Caracolí: Los caminos del libro 111


hoy no doy paso
sino a esas cosas vagas
que levantan mi cabeza
que descienden
sobre mis cinco espíritus muertos.

Después de la lectura pedí a los jóvenes que leyeran lo que habían


logrado escribir y estas fueron algunas respuestas:

Hoy me siento tendido bajo una gran oscuridad


Cerrado como un círculo
sobre mis cinco espíritus muertos

II

Bajo una gran oscuridad


estoy como una piedra
Hoy me siento un árbol cargado de lluvia
que alguien sacude bruscamente

III

Hoy me siento un árbol cargado de lluvia


un soplo que recorre mi sombra
que levanta mi cabeza.

Debo reconocer que no todos hicieron este primer ejercicio y no


todos quisieron leer, pero yo estaba convencido de que sus lecturas,
su edad, su vivencia, daba para escribir y para leerse mucho mas y con
gran profundidad.

Después de esa lectura hablé con ellos sobre los afectos y sobre un
tema común en la adolescencia: los primeros amores y el desamor. Les
pregunté su concepto de ruptura, despecho y guayabos. Les pedí que
conversaran sobre la música vallenata y sobre los poemas de amor y
desamor que conocían. Para complementar esa conversa les dije que

112 Caracolí: Los caminos del libro


la gente escribe poesía muchas veces tal cual como siente poesía, que
en un primer momento se debe expresar todo lo que se lleva conte-
nido en el pecho, en el corazón, en el cerebro, y que luego uno puede
limpiar, editar, borrar, corregir, mejorar, pero que ese primer impulso
es el que nos lleva a expresar lo que realmente estamos sintiendo y
que de una u otra forma nos libera de cargas, de sensaciones y nos
permite socializar nuestro verdadero sentido.

Para poner un ejemplo de esas sensaciones les leí el poema de un jo-


ven venezolano, Ennio Tucci, nacido en el estado Mérida, que tenía una
forma muy particular de hablar del despecho, del guayabo y de pedir
retorno o reconciliación y les leí el poema de la flaca.

POEMA DE LA FLACA. De Ennio Tucci

Flaca
córtame una pierna
hoy quiero faltar al trabajo
y hacerte desayuno
me quedaré contigo
y el sonido del día al otro lado de la ventana
córtame la pierna por hoy
mañana regresaré al trabajo y al mundo
sabes que no puedo pasar tanto tiempo fuera del mundo
por eso te digo flaca
córtame una pierna y deja el cepillo donde está
hoy no me lavaré la cara
no cepillaré mis dientes
sólo te prepararé el desayuno
córtame una pierna y regresa a la cama
no la prepares para el almuerzo
quédate conmigo y ayunemos juntos
sólo por hoy
hazlo
córtame una pierna y regresa a la cama.

Allí socializamos sobre las distintas lecturas o nombres que se le pue-


den dar a las cosas en distintas partes no solo del mundo sino del país.

Caracolí: Los caminos del libro 113


Hicimos énfasis en el hecho de que en cada uno de nosotros pueden
existir lecturas personales del mundo que se complementan una vez
socializadas y que eso no nos hace ni más pequeños ni más grandes,
sino que nos hace seres socializadores ya que al final lo más impor-
tante es que cada quien pueda expresar su punto de vista de cómo ve
las cosas, de cómo percibe e interpretas el mundo.

Luego, uno de los jóvenes participantes en la ronda, Roque Rizo


leyó un poema de su autoría que tocaba de manera especial el tema
de la casa. A partir de esta lectura y dándole continuidad al ritmo
de conversa, intercambiamos sobre la lectura que cada joven tiene
de su casa. La casa como ese primer territorio donde recibimos
la primera formación, los valores humanos y los rasgos que forjan
nuestra personalidad. La importancia de los objetos y los símbolos
que se encuentran en ella. Los espacios de calidez y de tormento.
Los personajes que la habitan los que imaginamos. Los fantasmas
que viven en ella, las mascotas. La casa en nosotros y nuestra casa
en la comunidad.

Les invité no a socializar sino que reflexionar. A realizar una lectura


personal e íntima de cómo ven cada uno su casa. Qué salvan de ella.
Qué sobresale para sí. Cuánto afecto contienen sus paredes. Qué
valor tiene cada casa para cada uno de ellos hoy.

Después de la reflexión personal e íntima los invité a escribir un breve


poema de exaltación a su casa, inspirado en la reflexión que acababan
de sostener con ellos mismos y el producto final me sorprendió. To-
dos escribieron. Todos tenían algo que contar. Todos tenían algo que
exaltar que valorar y sobretodo todos lograron construir imágenes
poéticas que tienen que ver no solo de como perciben su realidad
sino de cuanto han ganado a nivel del lenguaje en sus escritos. Este
ejercicio tiene que ver con sus percepciones con su sentimiento pero
también con su lectura no solo la personal la propia sino la que le han
dado los libros.

Algunos ejercicios de escritura fueron los siguientes:

114 Caracolí: Los caminos del libro


CASA

Tienes ladrillos de barro y yo los poseo de miedo...


tienes cuartos pequeños y los míos son vacios de gracia
tienes un lugar sagrado la cama y mi lugar sagrado la conciencia
tienes muebles viejos y yo tengo recuerdos...
tienes una mascota Yo sólo tengo soledad...
tienes adornos que te hacen bella yo solo tengo huellas que no me embellecen...
tienes a alguien que te limpia y yo sólo me siento limpio cuando escribo...
Casa eres perfecta y yo sólo un agobiado de imperfección

Alexandra Bujato Rizo 15 años


Río de Oro, Cesar

CASA VIEJA

El tiempo pasa por cada una de tus paredes,


rincones, aquellos oscuros tenebrosos
que con solo verlos penetraban en mi terror.
Aquella puerta que desde niña veo
aquel sonido en las noches en el techo
ese de zinc que con el mínimo paso de mi gato
retumba mis oídos
El baño que no soy capaz de ver a media noche
Mi aliado perfecto, el computador
mi hermosa casa vieja
con cada uno de sus objetos que en ella lleva
no es lujosa ni brillante
pero sí calurosa y tierna
donde en cada una de sus paredes lleva mis anhelos y metas
aquella con oídos y ojos
aquella cuya parte de mi vida debo
eres tu quien me ha visto crecer
Mi casa vieja

Maira Alejandra Badillo Quintero. 15 años


Gamarra, Cesar

Caracolí: Los caminos del libro 115


La Casa

No tiene una gran puerta


No tiene largos pasillos
No tiene nada en el patio
pero a pesar de todo eso
ella inspira confianza
ella inspira calor
ella es una bella casa

Tania Liceth Durán García 15 años


Río de Oro, Cesar

Mi casa

Mi casa es un castillo de naipes


que se va cayendo paso a paso
carta a carta
adios a una voz alta

mi casa es un mapa
cada espacio con su río
algunos rincones mas húmedos

Poco espacio seco


fea para todos memos para mí
que te he hecho a mi semejanza

Roque Rizo Osorio


Río de Oro, Cesar

Después de sus lecturas nos despedimos con una dinámica que te-
nía como fin llevarlos a almorzar, convertidos en un equipo mínima-
mente cohesionados y desarrollamos un juego cooperativo llamada
“el nudo”, reunidos en círculo cada participante colocó las manos al
frente y todo el grupo caminó al centro del círculo. Cerraron los ojos
y movieron las manos en distintas direcciones. Seguido de esto cada

116 Caracolí: Los caminos del libro


participante tomó al azar una mano con su mano izquierda y otra
mano con su mano derecha. Abrieron los ojos y tuvieron conciencia
de que estaban enredados el juego consistió en lograr de desenredar
el nudo sin soltarse las manos, sin gritarse, sin atropellarse. El grupo
logró desenredarse y al final se habían logrado formar tres círculos.
Lo más importante fue que pudieron desenredarse sin agredirse y sin
desesperarse. Lo que nos dejó ver que estaban listos también para
desenredar cualquier otro problema que se les presentara en la jor-
nada y sobretodo que estaban dispuestos a escucharse.

El almuerzo fue gratificante. Nos reunimos los facilitadores e inter-


cambiamos impresiones sobre los grupos. ¿Cómo te fue? se convirtió
en pregunta obligatoria para cada uno de los que llegábamos animados
con los grupos y con el entusiasmo de validarnos como hacedores de
un oficio que recuperaba una vez más su vigencia en ese parque. Entre
los facilitadores intercambiamos la crónica oral de nuestras rutinas y
nos quedó en el paladar el sabor del intercambio futuro de nuestras
experiencias, o tal vez el deseo de seguir siendo jóvenes y leernos en
los parques bajo la sombra de los árboles colmados de lluvia.

La tarde nos recibió con la dinámica veloz de intercambiar las expe-


riencias lectoras de los jóvenes en los años anteriores. Orientado
por los responsables de los nodos, por la directiva de la biblioteca y
por el espíritu de estos jóvenes, recurrí a la dinámica de pedirles que
recomendaran lecturas compartidas en su experiencia lectora y que
argumentaran el por qué las recomendaban. Nuevamente organizados
en pares, tríos y uno que otro grupo de cuatro jóvenes, iniciaron pe-
queños debates grupales que luego fueron presentados en asambleas
o rondas literarias.

Al escucharlos recomendar lecturas, imaginé mi experiencia en ins-


tituciones como Banco del Libro Cenal y Biblioteca Nacional de Ve-
nezuela, mis encuentros entre especialistas del Cerlalc y organizado-
res de planes de lectura de América Latina. Lo cierto es que estaba
presenciando discusiones de lectores, conscientes de su experiencia
lectora, con argumentos de altura, sobre todo para su edad y lo más
importante, jóvenes convencidos de que no eran dramatizaciones sus
discursos sino sentimientos y apreciaciones reales, maduradas en un
proceso lector de acompañamiento con el libro, con la socialización

Caracolí: Los caminos del libro 117


de la experiencia y con la argumentación precisa, que no dejaba duda
de que la mayoría poseía una experiencia personal, íntima y profunda
con la literatura y con los libros.

Lo más resaltante dentro de sus recomendaciones fue el debate ge-


nerado a partir de la lectura de El Quijote, la apreciación del papel del
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Sus sueños libertarios,
la interpretación, manifestación del deseo. El ejercicio de Libertad al-
canzado por el autor a través de la escritura. Libertad que no poseía
en ese momento, pues Miguel de Cervantes escribió el quijote desde
la cárcel, pero que logra trasladarla al Ingenioso Hidalgo, y a su humil-
de escudero Sancho Panza.

Las lecturas y los argumentos que estos jóvenes expusieron en sus


rondas son un abre boca, un primer paso para cualquier creación de
papel o periódico literario que pueda difundir sus experiencias en la
red departamental. Este grupo de jóvenes posee un nivel de lectura
que les permite colocarlos en otro nivel de lectores y que deja un
testimonio sembrado para la posteridad, del valor de estas rondas
y de los talleres literarios. Sus gustos se expanden desde la ficción.
La novela picaresca. El realismo mágico. García Márquez es querido
hoy, reconocido por este grupo de jóvenes. Cien años de soledad es
una novela que nos les atemoriza, se lee como la historia familiar. La
personalidad de Remedios la bella, la construcción del personaje, su
psicología cautiva y enamora a estos jóvenes. La relación del Coronel
con su gallo, con su esposa y la espera infinita de una carta que no
termina de llegar, que es la esperanza a la que se aferra la derrota
en El Coronel no tiene quien le escriba tiene una verosimilitud en la
realidades de estos jóvenes que la ven cercana a sus comunidades, a
sus casas.

El compromiso fue de volver a encontrarse, de seguir leyendo y tratar


de forjar espacios que les permitan publicar sus experiencias de lec-
tura. Para ello el “Taller de Creación Literaria Caracolí del Cesar”, su
página web, sus coordinadores y su directora tienen todo el empeño,
todas las ganas y lo más importante para materializar un proyecto,
toda la posibilidad de seguir haciéndolo real y visible.

118 Caracolí: Los caminos del libro


Leyendo el corazón: su diástole y sístole
con los niños y niñas el nodo sur
Por: Frank Daza
Psicólogo y promotor de lectura.

Cuando recibí la noticia de que sería tallerista en Aguachica con Ca-


racolí del Cesar, estaba pensando que este septiembre había sido muy
largo, que no parecía un mes de solo cuatro semanas, sino que muy
seguramente culminaría no en día 31, como el fugaz y musical abril,
sino que llegaría hasta día 38 ó 40. La verdad es que había percibido
este septiembre como aquel del año 1987, en el que mi profesora de
transición, nos anunció una celebración del día del amor y la amistad,
además tendríamos un amigo secreto y como si fuera poco comparti-
ríamos algunos dulces alrededor de esta celebración con esa persona
en especial. Esos días me parecieron eternos, después de que supe
el nombre de a quien debería darle el regalo. Era ese nombre al que
yo esperaba darle ese regalo, y fue aquel el nombre, que saqué de la
pequeña bolsita que pasó mi profe justo a la altura de mi pecho, como
si el corazón ejerciera un magnetismo sobre los nombres, atrayén-
dolo hacia mis manos, lo miré escrito en una tirilla de papel blanco,
ese nombre que yo quería junto con la persona a quien pertenecía, la
niña más divina del grado. Para entonces ya yo sabia leer y claro está,
si hacen un cálculo rápido de mi edad, seguramente se darán cuenta
de que ese nombre, fue una de las primeras palabras que leí en mi
vida, por lo tanto, una de las palabras que quedaron bien escritas en
la contraportada de mi memoria. Desde entonces me di cuenta que
las palabras se acercan al corazón cuando uno las desea y si ellas se
sienten deseadas se quedan a vivir en tu alma.

Teniendo en cuenta aquel año y este mes, y pensando en provocar


este deseo en los niños y niñas enmochilé los libros para el taller
que titulé Leyendo el corazón. Hasta el momento, este septiembre
negrito en el almanaque, porque tenía ausente el color rojo de sus

Caracolí: Los caminos del libro 119


filas, no me había dado la oportunidad de celebrar el día del amor y la
amistad, no me había permitido comerme ni un confite con mi esposa,
así que, decidí sublimar lo acontecido con dos libros excelentes que
tocan el tema al lado de los niños que Mónica me había asignado para
el taller. Fue así como el día 24 de este septiembre ya más dilatado,
leí para un grupo de 15 niños y niñas de Aguachica, San Alberto y La
Gloria El aprendizaje amoroso de Leticia Bourget y Con el sol entre
los ojos, un cuento ubicado en No somos irrompibles, 12 cuentos
para niños enamorados de la argentina Elsa Borneman. Estos dos li-
bros marcaron mi entrada al mundo de la literatura infantil y juvenil,
dos libros con los que sabía cumpliría el objetivo del taller “Leer el
corazón” pues los relatos están muy bien escritos, atraen fácilmente la
atención y presentan como un prisma la multiplicidad de colores del
amor, con sus ilusiones, tristezas, temores, logros, frustraciones, dudas
y gratificaciones; pero siempre mostrando el amor como una fuerza
transformadora que nos define y redefine a través de sus encuentros
y desencuentros.

Sabiendo que esta celebración sería en el centro recreacional El Li-


monar y al aire libre, me dije: ¡no hay fiesta sin música!, pues todas las
solemnidades del hombre Caribe están acompañadas de música, no
porque no seamos profundos, sino porque es la forma que tenemos
de recrear nuestra realidad y hacerla mas comprensible. Así cogí la
guitarra y me lleve tres canciones para acompañar la lectura en voz
alta de estos libros, dos al estilo del escritor y cantautor Luis Pescetti
(Ay, Lilí y Raquel, Martín, Pedro y Mabel) y una que escribí después de
una experiencia que tuve al enamorarme un día y quedarme sin pala-
bras al ver a esa chica que me gustaba (El problemón).

Después de preparar y estimular el oído con juegos de conciencia


fonológica, leímos en voz alta la historia El aprendizaje amoroso de
Leticia Bourget, que está en formato de libro álbum, permitió a los
chicos y chicas elaborar un diálogo entre la imagen y las palabras e ir
respondiendo las preguntas que el libro plantea alrededor del amor, al
final pensaron en nuevos títulos para ese libro, volvimos a cantar las
canciones de Pescetti, pasamos a la lectura del segundo cuento, lle-
nando espacios vacíos en la historia, destapamos una cajita negra que
tenía creencias de la gente sobre qué es enamorarse y qué se siente
cuando se está cerca de la persona que a uno le gusta, ellos dieron y

120 Caracolí: Los caminos del libro


escribieron sus puntos de vista, en fin, esto fue más que un taller, fue
una reunión de amigos.

Al final agradecí la compañía de Olga Villamizar, Bibliotecaria de San


Alberto, que participó como una niña más del encuentro. Pero yo
sabía que ellos no podían regresar a sus casa sin un regalo, además, la
costumbre en este tipo de celebraciones es dar regalos, así que rifé
la edición numero 22 de Las aventuras del capitán calzoncillos de Dav
Pilkey, y el primer niño de San Alberto le atinó al numero que había
anotado la bibliotecaria en la parte de atrás de la hoja de la canción
que escribí para el taller, por lo que los demás chicos no alcanzaron a
decir nada, pero el compromiso que adquiría el ganador, era prestar a
sus amigos y a la biblioteca el libro para que todos tuvieran la opor-
tunidad de leerlo.

La tarde de ese mismo día nos tomó debajo de un palo de mango


con la compañía de Ángel Fuentes Pinto, coordinador y promotor de
lectura en algunos Municipios de Caracolí del Cesar, sin duda, una ex-
periencia muy grata hablar de los libros que se han leído. Esta reunión
de amigos continuó con una charla de 45 minutos en donde varios
chicos dieron su experiencia a través de los libros leídos. Inició Bryan
de San Alberto: “yo leí Un Mundo sin trampas de Soto Aparicio’’, Jer-
son: “yo leí Zoró de Jairo Aníbal Niño’’, Siervo sin tierra, de Eduardo
Caballero Calderón, dijo Sandra; entablamos la conversación con los
aspectos que les habían llamado la atención de los libros y qué criterio
utilizaban para escogerlo, Brayan replicó “por la portada’’. Inobjetable-
mente, la experiencia me decía una vez más que para los chicos que
se forman como lectores es importante la estética, que parte de una
forma sencilla, un título llamativo, aspectos de la edición que “atrapa”
al Lector que desprevenidamente sale a cazar, es como si uno pasara
de ser depredador, a ser presa.

Angel aportó datos claves de su experiencia como lector curtido par-


tiendo de este punto, anotó que muchas películas exitosas han partido
de los libros, que están en las bibliotecas, pero que era más completo
leer el libro, comentamos entonces sobre Roald Dahl y Charlie y la fá-
brica de chocolate y Alicia en el país de las maravillas; todos miraban y
escuchaban con atención, una niña de la Gloria habló sobre dos histo-
rias de las que ni Ángel ni yo teníamos referencias, Mi mamá es Mágica

Caracolí: Los caminos del libro 121


y la bruja de la televisión, ella finalizó diciendo algo importante, que en
esas historias se veía que el escritor había imaginado muchas cosas y
que había inventado lo que pasaba; fue el espacio para recomendarle a
ella y al resto de chicos asistentes Cuentos para jugar de Gianni Roda-
ri. Así, nos extendimos un poco recordando argumentos de Pinocho
el astuto y de cómo este escritor nos mostraba la fantasía como una
posibilidad para crear y escribir nuevas historias, se sorprendieron
cuando saqué del bolsillo delantero de mi guitarra, otro libro que des-
pertaba la escritura partiendo de la lectura de imágenes, les dije: este
libro es fácil de leer, tiene pocas palabras pero muchas imágenes, que
valen por esas palabras, esa niña de La Gloria, se asombró al ver Los
misterios del señor Burdick de Criss Vans Allsburg, y haciendo un breve
paneo con el libro abierto mostré un par de imágenes que concen-
traron la admiración de todos esos ojitos, “de aquí han partido miles
de historias”, les dije, y les conté de las veces que lo había utilizado
en las escuelas de Valledupar y como los chicos después de leer las
imágenes, escribían sus propios cuentos.

Así, que si esta reunión debajo de uno de los árboles de mango del Li-
monar era para hacer promoción de lectura, se consiguió el objetivo.
Nos despedimos de los muchachos con una sonrisa a flor de labios,
con la que bien hubiésemos podido ganar el concurso de Mr. foto-
génico entre un grupo de conejos, así que todos se despidieron muy
alegres y agradecidos por el taller y la charla de la tarde.

Al sentarnos con el resto del grupo, repentinamente comenzaron a


aparecer chicos y chicas para pedir autógrafos y firmar libros, eso
realmente me sorprendió, no parecíamos ya promotores de lectura,
sino verdaderas estrellas del cine, sin embargo, terminaba cada rúbri-
ca, en cada papelito o portada, mirando a los ojos a los niños y niñas,
recordándoles empuñando uno de mis libros, que ellos y los libros,
eran las verdaderas estrellas, que ellos y los libros son los verdaderos
protagonistas de esta historia que vislumbra y sueña con un final feliz.

122 Caracolí: Los caminos del libro


La magia de la palabra
Por: Sylvia Mora de Landazabal
Promotora de lectura de Bucaramanga, invitada a las Rondas de lectores en Aguachica.

Esta nueva experiencia se confirma una vez más aquel viejo adagio
que dice: “cada día se aprende algo nuevo”. Es este mi caso. Recibo la
llamada de Nestor Saúl Solano, quien me refiere al nombre de Mónica
Morón Cote, gestora del Taller de Creación Literaria Caracolí del
César, términos que de inmediato me transportan a ese mundo ma-
ravilloso que disfruto plenamente, porque allí queda inmerso el arte
de enseñar, placer inherente a mi existencia que aún no he podido
fragmentar desde el atisbo de mis escasos 5 años cuando empezaba a
enseñar a mis seres imaginarios.

El ansiado momento para compartir experiencias ha llegado. A través


del e-mail podemos establecer una línea que nos acerca a la misma cau-
sa, a su vez, la llamada de Benjamín Casadiego rompe el hielo y accedo
a la convocatoria de estos gestores cuando me acercan a su cometido:
Reunirme en Aguachica con un grupo de niños ávido de conocimiento
y deseoso de irrumpir en el mundo maravilloso de la lectura.

Entonces la emoción y el deseo de estar en esta tierra, me invaden


y m e atrevo a compartir tal felicidad con mi hija menor (Marcela),
quien disfruta como yo estas vivencias lectoras, al igual que su mundo
de las artes. Comentamos con Mónica la posibilidad de ir juntas y
emprendimos el esperado viaje, disfrutando el soleado paisaje, llegó
el momento de trasladarnos al Hotel Calle Real, donde nos encontra-
mos con otros compañeros convocados al mismo evento. La emoción
estaba latente por el encuentro con los pequeños, no sin antes una
breve orientación antes del Sábado 24 de Septiembre cuando se rea-
liza este encuentro.

El día ha llegado y en horas de la mañana nos disponemos a reunirnos


con estos chiquillos para trabajar en pro de la comunicación, a pesar

Caracolí: Los caminos del libro 123


de la lluvia, pues ésta no fue un obstáculo para compartir la actividad
en campo abierto. Allí todo era alegría, risas y comentarios. El co-
lorido de sus morrales apareció a la par de sus bromas y pequeñas
travesuras. El Limonar – la sede recreativa fue el escenario para este
evento y con nuestros chicos comenzamos la dinámica de calenta-
miento para manejar cercanía.

A continuación se encienden los motores para crear y recrear el uni-


verso del mito y la leyenda, al leer (MITO), ellos en su fantástico uni-
verso, recurren a su invención y memoria para reinventar personajes
como: “La Jirafa que va a la Escuela”, “La Olla con Piernas”, “El elefante
que vuela”, “El sombrero que baila”, “La Montaña que salta de Alegría”
entre otras, y con ello relatar historias, mitos y quizá comenzar a
construir leyendas.

Luego, se dio lugar para el ejercicio de Lectura en Voz alta, para ello se
utilizó el cuento “Los Viajes de Ara”, texto que sirvió para compartir,
con los niños y niñas, la connotación de una especie de ave endémica
que está bajo protección ambiental, el cuento es una historia fantás-
tica que vincula varias especies animales de nuestra fauna colombiana
y personifica en Ara, una guacamaya, todas las peripecias que se atra-
viesan cuando se quieren alcanzar los sueños, esta historia fue escrita
por una amante de la Naturaleza, de La Biología, pero fundamental-
mente de los pequeños.

Siguiendo el mismo escrito, los chicos conformaron 6 grupos de 5


niños para reinventar el final del cuento, y dando rienda suelta a su
imaginación, entre lápices de colores y cartulinas se comenzaron a
conformar los 6 finales del SUPER LIBRO. Esta actividad los atrapó y
sedujo para trabajar en grupo, para sacar sus habilidades de organiza-
ción, liderazgo, imaginación, organización, cooperación y la responsa-
bilidad de llevar en equipo una meta cumplida.

Al cierre del Taller se hizo la actividad: Descubriendo mi Mensaje. Un


dulce de caramelo convertido en sorpresa trae consigo en su envol-
tura multicolor un incentivo para animar la lectura, esa lectura dulce
que surge a la par de un caramelo. A esos detalles también se les
llama tesoros, pues son pequeñas gotas que alumbran un momento

124 Caracolí: Los caminos del libro


de creación, de contemplación y reflexión. Es con esas gotas mágicas
de diversión que comienza a fomentarse el gusto por el hábito lector.

Cabe mencionar, que se escapó del morral mágico del plan de Lectura,
“Eclipse” de Augusto Monterroso, el tiempo corrió más rápido que
nosotros y llegó entonces la hora del almuerzo. Luego, con mucho
ánimo y respeto, los pequeños compartían la socialización de sus lec-
turas individuales, contaban sus anécdotas y compartían sus libros fa-
voritos, se tejía una red de comunicación, una semilla de lectores para
el futuro. La escucha se hizo presente y con ello, el descubrimiento
de un potencial de curiosos aventureros que desean explorar infinita-
mente los mares de la lectura.

Caracolí: Los caminos del libro 125


Con el sol radiante en la Jagua de Ibirico
Por: Ulises Rafael Ospina Arzuaga
Poeta y docente sandiegano, invitado a las rondas de La Jagua

Convocados por los hilos invisibles de la lectura y el mecenazgo de la


Corporación Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, la bella población de
La Jagua De Ibirico, nos recibió con un sol radiante, como quien tiene
ganas de asomarse y conocer de primera mano los secretos escondi-
dos en las mochilas de quienes pisábamos sus territorios. Llegaros los
niños y con ellos las sonrisas, la mirada que indaga y las palabras de
Julia Pastora, pintando con los colores de su voz el espacio donde nos
habíamos congregado. Alguien que no recuerdo ahora, me indicó que
siguiera hasta el final de un pasillo. Una vez allí, junto con veintisiete
jóvenes que me acompañaban, nos ubicamos bajo la sombra del árbol
de mango. Los nombres fluyeron con espontaneidad, y con el paso
de los minutos ya hablábamos de lo bonito de Tamalameque, de San
Roque con sus sembradíos de plátano, de Curumaní con su despensa
agrícola y Rincón Hondo, con sus secretos ancestrales. Hablamos de
los amigos comunes, esos que por extraña razón llegan y se quedan
con nosotros por el resto de nuestras vidas, llevándonos a conocer
otros espacios maravillosos; uno de los jóvenes habla de “Viaje al Cen-
tro de la tierra”, de veinte mil Leguas de Viaje Submarino, La Vuelta
al Mundo en Ochenta Días, La Guerra de los Mundos, El Hombre
Invisible”. Los títulos dados a conocer, despiertan otras voces que
aseguran: “yo también leí… Crónica de una muerte Anunciada, La últi-
ma Noche, Desbarrancadero, El Túnel, Eclipse, Ángeles Empantanados,
Caperucita Roja, Cien Años de Soledad, La Cándida Eréndira, el Laza-
rillo de Tormes, La Armadura de Hierro, El Viejo y el Mar. En la medida
que las voces van pasando, noto que los títulos empiezan a repetirse y
entonces me atrevo a preguntar de dónde los obtienen. Muchos res-
ponden que de las bibliotecas de su municipio, que a través del taller
de Promoción de Lectura les ha sido fácil conseguirlos y sienten que
comparten y hacen amigos por medio del taller; desde un lado del

126 Caracolí: Los caminos del libro


circulo que hemos improvisado, la voz de Amanda Miguel, expresa con
tono lastimero que en Rincón Hondo no tienen biblioteca y al final
nos dice: “No se pierde la esperanza de tenerla”.

Todavía con el efecto que han dejado las palabras de la joven Amanda,
pasamos a compartir lo que ha sido la experiencia de la llegada de
los libros a la casa: “A mis Padres les parece interesante que yo lea”.
“Mis padres me felicitan”. “A mis padres les parece perfecto, porque
estamos aprendiendo a leer y a comprender lo leído”. Al decir estas
frases, alcanzo a percibir lo orgullosos que se sienten como lectores.
¿Y en el colegio cómo les va con profesores y amigos? La respuesta es
unánime –¡Bien! Los profesores nos felicitan–, dicen todos.

Luego del refrigerio hablamos del Principito (Antoine De Saint Exu-


pery) y el encuentro con el zorro. Empezamos a indagar ¿Qué es
crear vínculos? ¿Qué significa domesticar? ¿Qué es un rito? ¿Por qué
lo esencial es invisible para los ojos? Surgieron entonces anécdotas
del comportamiento humano, se habló de lo que significan para ellos
sus mascotas, sus relaciones de amigos y de noviazgos y hasta como
se pone el corazón ante la cercanía de un ser querido. La lectura mis-
ma nos llevó a “Buen día Tortuguita “ del escritor venezolano Aquiles
Nazoa y ésta a su vez nos remitió a un ejercicio pictórico de la poesía
“Para Hacer el Retrato de un Pájaro”.

Las horas pasaron veloces. Los nubarrones se alzaron sobre la tarde


y el sonido de un trueno en la distancia nos avisaba que era tiempo
para el regreso a casa.

Caracolí: Los caminos del libro 127


Estar a la sombra de las palabras
Por: Javier Naranjo
Escritor y promotor de lectura, invitado a las Rondas de lectores de La Jagua de Ibirico.

“Ni el sol, ni la muerte pueden mirarse fijamente”.


Francois de La Rochefoucauld.

Es algo que casi siempre molesta, que afrenta las “buenas conciencias”.
El taller que hicimos fue sobre la muerte. No el crimen, no el asesina-
to, aunque ahí se muere y de mala manera. La muerte inevitable de la
que no conviene hablar, y con los niños menos porque pensamos que
a ellos hay que ocultarles todo. Sin embargo creo que muchas cosas
sanan cuando las hacemos visibles con las palabras. Dice Fernando
Savater: “Todos los niños se creen inmortales (los muy pequeños in-
cluso piensan que son omnipotentes y que el mundo gira a su alrede-
dor; salvo en los países o en las familias atroces donde los niños viven
desde muy pronto amenazados por el exterminio y los ojos infantiles
sorprenden por su fatiga mortal, por su anormalveteranía...) pero lue-
go crecemos cuando la idea de la muerte crece dentro de nosotros.
Por otro lado, la certidumbre personal de la muerte nos humaniza, es
decir nos convierte en verdaderos humanos, en «mortales». Entre los
griegos «humano» y «mortal» se decía con la misma palabra, como
debe ser”.

Relato nuestro encuentro en el rico pero empobrecido municipio de


la Jagua de Ibirico.

La mañana

Sol reverberante. No hay agua en el colegio para mitigar el bochor-


no. En un salón de clases nos sentamos en círculo. Son 19 chicos de
La Jagua, de Curumaní y de Tamalameque, y el escritor Luis Barros y
la profesora Mayra Guevara Ospina. Los abanicos funcionan a media
marcha sin poder aliviar casi nada. Tenemos que refugiarnos en las

128 Caracolí: Los caminos del libro


palabras, buscar su sombra para poder abordar el tema de la muer-
te sin que –como el sol– lastime. Nos presentamos brevemente, los
ojos inquietos de los niños quieren saber hacia dónde deriva el taller.
Leo saboreando las palabras, hablando un poco, deteniéndonos en las
imágenes y en las voces en las que todos nos guardamos. Afuera en la
cancha juegan unos chicos, se oyen sus risas, pero nosotros estamos
en la conversación tranquila que sucede entre El Pato y la Muerte.

Hablamos, preguntamos, pensamos cosas que tienen que ver con la


mortalidad. Mortalidad de 9 años, mortalidad de 12 años y de quienes
ya no están, muerte de los adultos que los acompañamos.

En otro libro que leemos (Sapo y la Canción del Mirlo), varios animali-
tos descubren entre dudas que todo muere, porque su mirlo amigo
que parece dormido está muerto: “Liebre señaló el cielo azul. –Todo
muere– dijo. –¿Nosotros también?– preguntó sapo. Liebre tenía dudas.
Quizás cuando seamos viejos –dijo”. Y hablamos de duelos, de cere-
monias que acompañan la muerte, de la tristeza y de que la vida debe
seguir, como lo expresan varios de los niños.

En el salón vecino mi amigo Fernando ríe con su grupo, nosotros es-


tamos en otra cosa. No hay nada tremebundo, ni dramático. En el aire
se siente la tristeza de lo perdido, la voluntad de que las palabras ayu-
den a sanar con el bálsamo de lo dicho y tal vez tan callado. Y tal vez
tan oculto. Y tal vez tan dolido. No hurgamos en la herida, queremos
aliviarla un poco con el fluir tranquilo de lo que da sosiego.

Las palabras evocan:

“Para: un ser muerto.

Hola Zoila aunque estés muerta yo te sigo queriendo, te llevo en el Corazón,


pero yo no puedo estar contigo porque estás muerta, y con Dios. Él te está
cuidando allá arriba, pero cuando yo vaya otra vez al cementerio, te voy
a visitar también. Te quiero decir que cuando te atropelló el carro, cuando
pasaron unos días tu mamá parió una niña y el nombre es así: Zoila. El
mismo nombre tuyo. Cuida a tu hermana desde el cielo. Chao”. (Yina Salcedo
Hernández de Curumaní)

Caracolí: Los caminos del libro 129


¿Si fueras inmortal que harías?

“A ver, si fuera inmortal no me gustaría pasármela de andante por el mun-


do. Pero si tuviera la oportunidad la rechazaría, porque como dicen en los
cuentos de los hermanos Grimm, que la vida es una vela hasta que la llama
o la luz de mi vela se apague. Porque no me gustaría tener en vez de vela
velón, porque no querría. Sólo quiero disfrutar la luz de mi sendero hasta
que la luz se vaya y se apague la luz de mi camino.

Ya que no me gustará tener un velón jamás o nunca se apagara, porque ya


mis amigos y familiares del alma estarían en el cielo”. (Yaneth Barraza)

Termina la mañana con algo de humor que aligere.Y le entrega un po-


quito de picardía y rostros alegres al día. El escritor Luis Barros (quien
me ha traducido todo el rato (del “Cesarense al Paisa”), presta su voz
al cuento Mi día de Suerte de Keiko Kasza. Todos sonreímos.

La tarde

Almorzamos, volvemos al salón. Tarea para un par de horas: rastrear


sus lecturas, lo que hacen con los libros de la biblioteca que llevan a
sus casas. El calor del día ha crecido y sólo provoca dormirse o salir.
Conversamos un poco, les explico qué debemos hacer.

Algunos de los niños escriben estas cosas:

-Zunilda Cerpa Vargas (no anotó de donde venía).

Libros Leídos:
Sopa de Calabazas, El Hada de la Fuente, La señora Contraria, El Co-
nejo Buscando a su Familia, Los Tres Cerditos, Rapunzel, Caperucita
Roja.

¿Llevás libros a casa? ¿Qué hacés con ellos?

No llevo libros a casa porque si yo llevo libros a mi casa los cogen mis
hermanos y dañan el libro, y después a mi padre le toca pagar el libro.Y lo
que hago con los libros es: leo los libros, aprendo de los libros por los libros.
Puedo aprender a inventar cuentos. Ingri Marcela Miranda (Tamalameque).

130 Caracolí: Los caminos del libro


Libros leídos:

Cien Años de Soledad, El General en su Laberinto, Serafín es un Dia-


blo, Estaba el Señor don Gato,Vamos a Cazar un Oso, Willy el Tímido,
Cosas que me Gustan, Oliva Salva el Circo.

¿Llevás libros a casa? ¿Qué hacés con ellos?

No llevo Libros a mi casa porque los leo en la biblioteca. Yaneth Barraza Co-
ronel (Tamalameque).

Libros leídos:

Mi perro Míster, El Coronel no Tiene Quien le Escriba, Willy y Hugo,


Willy el Mago, Las Historias de Willy, Vamos a Cazar un Oso, Willy el
Tímido, Mambrú se fue a la Guerra, Las Historias del Pirata sin Barba.

¿Llevás libros a casa? ¿Qué hacés con ellos?

No porque no me gusta. Mis padres dicen que qué bueno porque yo les co-
mento sobre lo que leí. A mi abuela también. Siempre les cuento, se alegran
y me dicen que siga así. Enaida Carolina Villanueva (La Jagua de Ibirico).

Libros leídos:

El Coco: es un libro fantástico y también lleno de aventuras.


Caperucita Roja: es una historia fantástica, también te llena de ideas y
sonrío mucho con mi papá.

¿Llevás libros a casa? ¿Qué hacés con ellos?

Sí porque me gusta leer con mi hermana. Evis Morales Blanco (Curumaní).

Libros leídos:

Piojos, La Niña Valiente, El Hombre que Vuela, La Señora Contraria, El


Molinillo, Mamá Mágica, La Familia, Sopa de Calabaza,Tres Cerditos, La
Monalisa.

Caracolí: Los caminos del libro 131


¿Llevás libros a casa? ¿Qué hacés con ellos?

Si porque me gustan. Mis papás no paran bolas sólo los leo yo.

Al final de la jornada leo el cuento ecuatoriano de María Angula. Hay


una atención inmediata que nace del silencio temeroso de todos. La
gracia de la “incredulidad suspendida”, como decía Coleridge.

Salimos. Los niños quieren descansar, la jornada fue intensa, hecha de


cosas ardientes, pero en las palabras encontramos cobijo y reposo.
Hay que estirar los músculos. Una niña me pide el libro de Cuentos de
Espantos y Aparecidos, se queda en el salón. Lee absorta, la veo estar
en otra tierra, olvidada del sol, de la muerte, de las risas que se riegan
por el colegio. Sentada y sola y ajena al afuera. Bendecida de presente.

132 Caracolí: Los caminos del libro


Cuando un libro llega a casa
Por: Edgardo Támara Gómez
Historiador y escritor sincelejano, invitado a las Rondas de La Jagua

Al grupo concurrieron 28 jóvenes entre lo 10 y los 12 años, en un


primer momento, mas una hora después se completaron 34 partici-
pantes provenientes de la Jagua de Ibirico, San Roque, Rincón Hondo.

Según pude oír algunos de estos jóvenes fueron incluidos con miras
a fines de introducirlos en la lectura como una estrategia para lograr
mejoría ante sus problemas de comportamiento. Esto se hizo eviden-
te en el desarrollo del taller, donde se expresó en una expresa hipe-
ractividad y su agresividad frente a sus compañeros. Esta situación se
presentó en especial en el grupo de la Jagua.

La actividad no se desarrolló de una manera pareja en todas las activi-


dades. La primera relativa al desciframiento de los grafemas o código
de escritura, donde se enfrentaron a problemas de la lectura de letras
y modos de escribir del siglo XVI, fue muy concentrada, competitiva e
impresionante para ellos. Aprendieron rápidamente que el idioma ha
evolucionado, que los problemas de lectura en ese siglo fueron muy
distintos y apremiantes.

Luego les tocó leer y resolver jeroglíficos en donde el desciframiento


y el entendimiento de la frase o la palabra eran la clave del proceso
lector.

Por último se vieron enfrentados a interpretar un texto donde no ha-


bía problemas al descifrar o entender las letras, palabras o frases pero
sí para hallar un sentido al texto. Se usó un texto clásico desarrollado
por Lewis Carrol, incluido en su célebre obra Alicia a través del espejo
llamado Jabberwocky, traducido como Galimatazo.

Caracolí: Los caminos del libro 133


El texto originó varias lectura que se expresaron en cuentos basados
en la interpretación que extraían del original tema de Carrol. La ma-
yoría logró vencer las dificultades interpretativas de este complejo
pero singular texto, que ha originado películas completas y varias pa-
labras en inglés y en otros idiomas.

De aquí en adelante, se leyeron algunos poemas y se propuso la idea


de desarrollar minicuentos a partir de figuras, incluidas las propia le-
tras según la imagen o connotación que cada uno le diera al referente.
Fue un ejercicio novedoso donde se destacaron la jovencitas de Rin-
cón Hondo en especial la niña Quenis, muy dotada para la creación
literaria al igual que sus compañeras Rosa y Paola.

Por la tarde se desarrolló según lo previsto una encuesta para indagar


4 tópicos: cantidad de libros leídos, persona o personas que apoyan
o estimulan el hábito lector del niño, personas lectoras en el núcleo
familiar, persona con hábito lector en el entorno del niño, y personas
a quiénes se expande el libro prestado.

Los resultados fueron los siguientes, en los 31 jóvenes presentes:

Cantidad de libros leídos en el año.

Grupo que ha leído más de 10 libros en el año: 5 (16,2%)


Grupo que ha leído más de 5 libros en el año: 5 (16,2%)
Grupo que ha leído entre 3 y 4 libros en el año: 11 (35,2%)
Grupo que ha leído entre 1 y 2 libros en el año: 10 (32,4%)

Este resultado indica un bajo nivel de lectura puesto que más de 67%
de los jóvenes leen menos de 4 libros, más todavía si se supone que
estos jóvenes son los que más leen en su entorno. Sin embargo, esto
se debería contrastar con los resultados de grupos más extensos y
con la disponibilidad de lectura que tengan según el sitio donde estu-
dian o viven. En este caso, del total de 5 jóvenes, niñas todas, que pa-
san de 10 libros, 4 son del grupo de Rincón Hondo y una niña de San
Roque (Melani). Esto se correlaciona muy bien con mi percepción del
grupo pues estas mismas niñas fueron las que tuvieron unas lecturas
y escrituras más elaboradas.

134 Caracolí: Los caminos del libro


Persona o personas que apoyan o estimulan el hábito lector
del niño(a)

Lo hemos clasificado según la respuesta recibida en tres categorías:


madre, padre, madre y padre.
Apoya básicamente madre: 19 (61,3%)
Apoya básicamente padre: 4 (12.9%)
Apoyan madre y padre: 6 (19,3%)
Ninguno: 2 (6,4%)

Como se aprecia la labor de acompañamiento y estímulo se centra en


la madre pero es también destacable como, según la percepción de los
niños, estos jóvenes se sienten apoyados todos por algún miembro de
la familia y solo 2 de ellos no perciben ese apoyo.

Tampoco es significativa la relación entre apoyo y nivel lector en tanto


que de las 5 que más leen 3 se sienten apoyadas por la madre y las otras
2 por padre y madre, pero no hay ninguna de las que más leen que se
perciba el apoyo centrado en el padre. Los jóvenes que se sienten apo-
yados por su padre obtuvieron un promedio de 3,5 libros en el periodo.

Persona con hábito lector en el entorno del niño

SSe pretende indagar sobre el ambiente personas que puedan apoyar


el hábito lector o ser paradigmas o sujetos ejemplo para el niño en
su empeño lector.

Acá las respuestas son mucho más heterogéneas pero permiten esta-
blecer algunas correlaciones interesantes como para hacer posterio-
res indagaciones. Los sujetos involucrados incluyen abuelos, tías y muy
frecuentemente hermanos.

Los discriminamos de la siguiente manera:


Solo madre: 9 (29,0%)
Solo padre: 1 (3,2%)
Madre y padre: 6 (19,4%)
Hermano(a): 5 (16,2%)
Madre, padre y otro pariente: 10 (32,4%)

Caracolí: Los caminos del libro 135


Es un resultado muy difícil de analizar pero que indica un entorno
más complejo de personajes intervinientes en el proceso de la posible
formación de hábitos. Es bien interesante la aparición de un herma-
no lector, caso del cual no conozco referencias investigativas pero sí
abundantes por experiencia propia, pues en mí mismo el hábito lector
se puede referir mucho a mis hermanos mayores y a libros poco lite-
rarios como las novelitas de vaqueros.

La madre domina de nuevo el panorama sobre todo cuando conside-


ramos que entre el grupo último se ubica su presencia. Igual podría
decirse del personaje del hermano. Un panorama dominado por el
padre nunca se encuentra.

Un seguimiento transversal no arroja mayores luces.

Si tomamos el grupo de las más lectoras hay algunos datos sugerentes.


La mejor lectora que es la niña Quenis de Rincón (20 libros leídos)
dice que en su casa leen padre y madre y menciona una prima. Del
mismo centro escolar, Rosa, dice que lee mucho un hermano; pero
Paola del mismo centro educativo referencia solo padre y madre. Mé-
lani, que parece ser una lectora aislada pues el resto del grupo de San
Roque no manifiesta leer mucho, ubica a sus padres pero también
a sus hermanos. Por otro lado, el grupo de menor lectura es poco
concluyente pero 5 mencionan como lectoras a sus hermanos(as)
posiblemente por no percibir alguna lectura en alguno de sus padres.
AQUÍ SE EVIDENCIA LA FALTA DE UNA PREGUNTA CLAVE SOBRE SI
SUS PADRES SABEN LEER.

Personas a quienes se expande el libro prestado

Esta pregunta se orientaba a indagar sobre hasta dónde irradiaba la


lectura del libro que el joven llevaba a casa. Sin embargo solo es po-
sible analizarla conociendo la actividad de la biblioteca, pues una gran
parte de los interrogados no sacan libros de la biblioteca sino que
leen dentro de ella.

Veamos primero éste aspecto:


Leen solo dentro de la biblioteca: 11
Leen fuera (préstamo) de la biblioteca: 20

136 Caracolí: Los caminos del libro


De estos 20 que llevan libros 16 reportan que alguna vez alguien del
núcleo familiar lee también el libro, pero no se discriminó quién, aun-
que generalmente –recuerdo personal– les oí decir que lo tomaba un
hermano o la madre.

A continuación mostramos los resultados para los casos de mayor y


menor lectura:

IE # de libros ¿Quién ¿Quiénes leen? ¿Lee


leídos apoya? alguien más?
Rincón 20 M P+ M+ prima La madre
Rincón 10 M M + Hermano La madre
Rincón 12 P+M M+P La madre
S Roque 20 P+ M M+P+ Hermanos La madre
Jagua 10 M M+P La madre

Aquí se puede notar la omnipresencia de la Madre entre los que apo-


yan y leen libros. Es muy posible que en ese alguien más que lee los
libros que se llevan también se encuentre ella. Por los demás es con-
tundente que todos los que leen mucho están relacionados con la po-
sibilidad de llevar los libros a la casa y no solo leerlos en la biblioteca
del colegio.

Los peores casos:

IE # de libros ¿Quién ¿Quiénes leen? ¿Lee


leídos apoya? alguien más?
Jagua 0 M M No
Jagua 0 Nadie Hermana M+P
Jagua 1 M P No
Rincón 1 M M No
Jagua 1 M M Solo ella

Este cuadro por ejemplo negativo muestra que se correlaciona la va-


riable expansión del libro en casa con número de libros leídos, o sea,
entre menos libros se llevan menos se lee y se reduce el impacto de la
lectura en la familia. Las madres que apoyan no alcanzan a compensar
la situación negativa de la falta de libros.

Caracolí: Los caminos del libro 137


Recomendaciones

A partir de todo lo anterior lo que se podría recomendar es una


estrategia de enseñarles a las madres a mejorar las lecturas de sus
hijos y a incentivarlos aún más, al mismo tiempo a expandir aún más
la lectura en el grupo familiar.

Otro aspecto es facilitar la circulación de libros hasta los hogares pues


mejora el “clima” de lectura dentro de la familia.Valdría la pena inves-
tigar mejor cómo se usa el libro en ese viaje, como se comparten las
narraciones y se “socializa” en las familias.

El caso de La Jagua hay que investigarlo, pues muestra la situación más


vulnerable.

La muestra en todo caso no puede tomarse como representativa por


lo que todo lo plantado aquí solo es válido como dato exploratorio
de esta situación específica.

138 Caracolí: Los caminos del libro


Señales y signos que perduran
Por: Ricardo Vergara Chávez
Escritor sucreño invitado a las Rondas de La Jagua y Aguachica

Con el nombre de Caracolí conozco a un árbol de verde perenne y


sombra abarcadora, muy común en la Costa Caribe colombiana. Con
el mismo nombre, también un proyecto que La Corporación: Biblio-
teca Carrillo Lúquez, desarrolla en consonancia con el resto de la red
departamental de bibliotecas públicas de Cesar. El nombre del árbol,
y el proyecto sería lo más incongruente, sino fuera –digo yo– por la
correspondencia que guardan proyecto y árbol. Pues, en su lozanía, el
árbol no sólo transfiere frescura, sino que también da cobijo a quienes
lo deseen, sobre todo, cuando el trópico se torna avasallante y atosiga
en cada jornada. El Caracolí proyecto, también transmite frescura, es
lozano y da cobijo, esencialmente, a aquellos que más lo requieren:
los niños y la juventud. Basta indagar en su naturaleza, la gente en que
se sustenta, los espacios que cubre y los beneficiarios que alcanza. Él,
con su filosofía, basada en lo creativo de la lectura, en su interrelación
de prácticas y saberes, que para otros parecen antagónicos, logra que
el saber ancestral y mítico, el académico y lo más coloquial del diario
existir, dialoguen.Y, en interacción con el heterogéneo campo educati-
vo, se complementen: Institucionalidad gubernamental, Escuelas y Co-
legios, Estudiantes, Bibliotecas, Familias y agentes diversos del ámbito
intelectual.

Uno que ha vivido bajo la tradicional enseñanza fragmentaria, que


privilegia lo que el mercado laboral prefiere, no puede menos que
registrar con regocijo, el hecho de que, en el departamento del Cesar,
se desarrolle un proyecto que procura acercar a los niños a través de
la lectura, a algo que les es sustancial: descubrir el universo, creo que
eso forma parte del énfasis. Así lo he palpado las veces que he tenido
ocasión de sentirme en este espacio que también me ha ayudado a
crecer.

Caracolí: Los caminos del libro 139


Desde el primer momento, cuando en Bosconia, una parvada de niños
y yo, anteponiéndonos al ruido del tren que pasaba con su carga de
carbón, traído desde la Jagua de Ibirico, nos dispusimos a explorar
cuanto había en nosotros de saber y tiempo acumulado, me di cuenta
que podíamos tocar la vida como cuando se toca un dolor o una ale-
gría y te invaden sus laceraciones. Aquí, su flujo, sus ganas de ser.

Entonces, como en los días en que de asombros estaba lleno el mun-


do, nos pusimos de pronto a recordar, a contar, a leer, escuchar y
sentir el acontecer.

Así, entre el camino de la indagación y aproximación al mundo del


entendimiento, nos detuvimos en aquello que nos era común, bien
por lo cercano o procedente del entorno, o por haberlo vivido o por
estarlo viviendo. Empezamos por lo que estaba junto a nosotros, de
tal forma que pudimos acampar en nuestra experiencia y cada quien
tuvo ocasión de expresar o contar cual era su nivel de contacto con
los libros y de acercamiento a la lectura y los escritores de la loca-
lidad. Hablamos de lo propio como afirmación de lo particular en el
amplísimo universo de la cultura humana. Dijimos que era importante
reconocer nuestra procedencia y no sentir vergüenza de ello, y con-
tamos anécdotas de nuestras vidas, al tiempo que reconocíamos que
podíamos afirmar ser de Astrea, del Paso, de Bosconia o del Copey, o
de Chimichagua, según se fuere, y que aquello, lejos de minimizarnos
nos enalteciera. Cada quien dijo lo suyo. Yo dije ser de un pueblo del
departamento de Sucre, llamado Las Piedras, y que había estado en
Bosconia por primera vez, recolectando algodón. Es decir intentamos
reconocernos.

En Valledupar, reiteramos que entre los bienes supremos de la huma-


nidad, se hallaba la lectura, y que ésta nos concedía el privilegio de
viajar, de entrar en contacto con lo múltiple y transcender, tanto, que
con ella podíamos conocer de los griegos como de los egipcios, saber
de la cultura oriental como de la nuestra y proseguir hasta el infinito.
Nos dimos a reconocer otras lecturas que no derivaban del texto
escrito o del libro, sino que devenían de otros contextos y manifesta-
ciones: un fenómeno físico, una película, obra de teatro, el gesto, una
pintura, lecturas de símbolos, en fin.

140 Caracolí: Los caminos del libro


Creo que la vida en cada jornada retrata la entraña de este proyecto
y la naturaleza de los que han optado ir por los pueblos en un viaje
que parece de ensueños, invitando a sus congéneres a leer, a desvelar
con las palabras el Universo y construir entre sus pliegues el porvenir.
Esto es lo que los labriegos del Caracolí del Cesar hacen, y en ello
permanecen , pretendiendo volver costumbre la lectura y la creación;
ya sea en el trabajo, el descanso, la conversa o el cuchicheo. Lo he
palpado en su devota entrega, como cuando en el Limonar de Villa
de San Andrés (Aguachica) esperábamos a que la lluvia amainara para
dar inicio a la jornada. Ahí, otra vez, aquel indagar por la lectura, sus
infinitos caminos, el vínculo de ésta con la creación; y lo necesario de
ella entre lo familiar y corriente.

Seguimos insistiendo en quiénes somos, de dónde provenimos, por


qué estamos aquí y la virtud de la lectura. Lo necesario de hacernos
a ella para encontrarnos, para saber qué ha acontecido en la historia,
cómo se nos revelan las cosas, la cultura y lo nuestro en la gran aldea
del Universo.

Discurrimos, asumiendo actitud de búsqueda de lo complementario,


hurgando siempre en lo vivido y lo soñado. Y, entre indagaciones, se
nos fue dando el nivel de conocimiento de cada niño asistente al ta-
ller: su comunicación con los libros y la biblioteca, si éstas existían en
los lugares donde vivían, quienes las atendían y cómo era su dotación.

En esta jornada, hicimos nuestro, por su alusión a la lluvia, el poema


“Barrio Recuperado” de Jorge Luis Borges, complementado ello, con
lecturas de Bartolomé Monterrosa y algunos niños:

Barrio Recuperado
Nadie vio la hermosura de las calles
hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo.
Pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,

Caracolí: Los caminos del libro 141


y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío.

Con este poema y otros textos viajamos, desglosando, acorde con


nuestro entendimiento. El mundo referenciado.

Hicimos alusión a los hermanos Grimm y otros autores de literatura


infantil. Regalamos los siguientes libros: Los cuadernos del descreído,
del poeta Jorge del Río, Antología de la poesía sucreña contemporá-
nea, tomo II, de Jorge Marel, El ritmo de los girasoles de Ricardo Ver-
gara Chávez; contamos anécdotas, nos burlamos de nosotros mismos
y hasta hubo lugar para la impertinencia.

***

Estar en todas partes parece ser el destino del Caracolí. En todas par-
tes como el tiempo: aquí, allá y acullá. Creo que es lo más itinerante,
realmente inmenso. En su entraña todo tiene asiento: lo más antiguo,
lo antiguo el ayer, el ahora constante, el porvenir.

Por ello alcanza a tantos su voz, uno puede sentirlo, y olerlo, en lo que
acumula de aliento la presencia de Carlos Guevara Támara, Mónica
Morón Cotes, Eliana Villarroel Acosta y Benjamín Casadiego: sope-
sando, equilibrando, atentos a cada latido y al otro cuerpo que va
fluyendo, latiendo en su espíritu de vida. Yo lo he sentido las veces
que he estado en el Caracolí. En la Jagua de Ibirico, por igual, cuando
entre aquella bruma de niños, Julia Pastora aparece cantando, y con su
voz determinante, llamando, invitando, al inicio de ese viaje de andar
leyendo el mundo. En ellos y los otros: Bartolomé Monterrosa, Dióge-
nes Armando Pino, Hugo Niño y tantas hojas de ese árbol centenario.

Ahora desde la Jagua de Ibirico, nombre de árbol y hombre, me llega la


sonoridad de una multitud de seres empujando el momento del inicio.

142 Caracolí: Los caminos del libro


Volver a ese tiempo, o retratarlo en imágenes, pudiese regalarnos otra
vez, lo que convertido en almas es el Caracolí del Cesar. Más el deseo
no garantiza que regrese lo vivido. Luego, es bueno contarlo, dejar
alguna señal. Por tanto, con la preocupación del que olvida, registro,
que aún siento vibrando la voz de Julia Pastora y el coro de niños
repitiendo, como diciendo: aquí estamos con la disposición y las ganas
del que algo anda buscando y presiente ya su aire, o su lumbre en el
cuerpo del camino.

En La Jagua, también fuimos aldeanos universales. Preguntamos por el


mundo local, por aquello que nos topamos a diario. Por la familia, los
vecinos, el barrio, la ciudad, los gobiernos, los escritores, las bibliote-
cas. Leímos y contamos nuestras lecturas. Una niña leyó un poema de
su autoría (Fueron las que más participaron). Dejaron registro de los
textos leídos. Entre ellos:

Así nació Curumaní, El niño más bello del mundo, Molinillo mágico,
Ciudad sometida, El día de campo de un chancho, Los amigos, Cierren
los caminos, Poemas de origen, Lilia, El Ratoncito Pérez, Aprendiendo
Inglés, ¿Que tanto sabes? ¿Dónde está el libro de clara?, Niña bonita,
Juan Salvador gaviotas ¿Quién se ha llevado mi queso, La media perdi-
da, Rosa está hecha un lío, Lilia y yo ponemos la mesa, Hansel y Gretel.

Algunos manifestaron que visitaban las bibliotecas y prestaban libros


que compartían con sus familiares, y con la vecindad. Dijeron en la
familia y aulas de clases que pertenecían al taller literario del Caracolí
del Cesar.

Yo veo en éstas criaturas, algo alucinado que husmean en el infinito.


Es lo que descubro cuando me cuentan historias que se inventan. Re-
cursos que utilizan, aun cuando se hastían. Son persistentes invasores,
cuando se les halaga. Reticentes e incrédulos, cuando se les excluye.

Ahora deben estar leyendo o transitando por algún sueño.

Caracolí: Los caminos del libro 143


Un camino que no termina
Por: Orlanda María Agudelo Mejía
Promotora de lectura, Medellín.

La Jagua de Ibirico es un municipio con muchos recursos. Ese fue el


primer dato que conocimos los promotores de fuera del departa-
mento, acerca del territorio donde íbamos a desarrollar esta segunda
ronda literaria de Caracolí del Cesar 2011.También nos contaron que
encontraríamos una zona de contrastes, cosa que quedó probada en
el paisaje que tan generosamente regala a la vista de los visitantes
llanuras extensas y montañas antiguas. Así también la participación de
niños y jóvenes en este encuentro con la palabra leída, escrita, canta-
da y jugada. Representantes de municipios como Pailitas, San Roque,
Tamalameque, Rincón Hondo y La Jagua, mostraron ampliamente las
dinámicas alrededor de la lectura en esta parte del país, promovidas
por la Red Departamental de Bibliotecas.

Comenzamos el día antes que el sol, en un viaje que nos llevó desde
un Valledupar fresco por la lluvia nocturna, hasta una Jagua calurosa
y seca, pero activa, como el más nutrido de los grupos de este en-
cuentro, justamente el de los más jóvenes, pero no por ello menos
experimentado en asuntos de historias y juegos del lenguaje. Con
ellos hicimos un recorrido decididamente risueño; un poco escatoló-
gico al principio, con lecturas como ¡No, no fui yo!, El libro apestoso, y La
planta del pie; enseguida vino el suspenso, con Tío lobo y María Angula
(de Cuentos de espantos y aparecidos), y al final, un espacio para la
creación: primero, de recetas repugnantes, y luego, de un particular
bestiario, símil del Animalario del Profesor Revillod.

Terminada esta primera sesión, un poco maratónica, y luego de la


abundante comida, hicimos juntos el esfuerzo (porque había más ga-
nas de jugar que de quedarnos en un salón) de conversar acerca del
camino lector que individual y grupalmente han hecho estos peque-

144 Caracolí: Los caminos del libro


ños.Acosada, pero gratamente sorprendida, me encontré en medio de
un grupo de jovencitos que pedía mi atención para que tomara nota
de la lista de libros que más recordaban. Entre ellos destacan varios de
la colección Buenas Noches (¡No te rías, Pepe!, Estofado de lobo, Estela
la estrella de mar, El día de campo de don Chancho), también El libro de
Clara, Las ranas cantan de noche,Willy el mago, Sapo tiene miedo, La prin-
cesa Ana, Amy y la anciana, Tío conejo, El libro de Antón Pirulero, Chumba
la cachumba, El secuestro de la bibliotecaria, y clásicos como La sirenita,
Caperucita Roja y Los tres cerditos, entre otros. Así mismo, aunque con
menos pasión, hablamos de la lectura en casa, que en general dicen
hacer solos o en compañía de hermanos o primos. Llama la atención
que no mencionaran a padres o abuelos.

Hubo además un dato muy llamativo, y es que el grupo de Rincón


Hondo, en su mayoría niñas muy conversadoras, no diera muestras
de una cercanía cotidiana con el libro, es decir, no tienen la posibi-
lidad, por ejemplo, de llevar libros a casa y hacer lo que con tanta
naturalidad hacen los niños en sus familias, que es promover lecturas
diversas. Esto, valga decirlo, me hace volver sobre una conversación
que recientemente tuvimos con el grupo de promotores y biblioteca-
rios de este proyecto.Y es que, si bien en el proceso de formación de
lectores los padres y cuidadores son un factor fundamental, es claro
también que una de las riquezas que entrañan proyectos como Cara-
colí, es precisamente lograr el reconocimiento de prácticas lectoras,
generadoras de procesos permanentes, pero que demandan acciones
mayores, del Estado local y nacional, para que se preserven y sigan
irradiando efectos hacia otros sectores de la población que quizás re-
quieran otros esfuerzos. En fin, para que el proceso no quede trunco
y, como el “Anacardium excelsum” (según la sabiduría de San Google),
siga dando frutos.

Caracolí: Los caminos del libro 145


Juego de palabras o apalabrarnos en el juego
Por: Fernando Hoyos Salazar,
Promotor de lectura invitado a las Rondas de lectores en La Jagua

Venían llenos de una alegría única, como las palabras Jagua de Ibirico,
Tamalameque, Pelaya, Rincón Hondo, Curumaní, llegaban felices aque-
llos lectores de palabras –que parecían nacer cuando las pronuncia-
ban–, llegaban los lectores con mentes y ojos despiertos, desde ese
momento supe con absoluta certeza que todos llegaban con ganas de
hacer que la lectura siguiera siendo una de las formas de la felicidad.

Entramos en el auditorio del colegio del municipio de los calores


indomables, allí estábamos, en un salón amplio con más de un cente-
nar y medio de almas para la nueva ronda de talleres de Caracolí del
Cesar, abrazados por la potente voz de una mujer –que se me anto-
jaba como salida de historias del trueno y del agua–, ella canturreaba
un alegre coro que respondían los racimos de voces –recuerdo con
nitidez–, allí entre palabras que cantan estábamos los invitados al ban-
quete de las palabras.

Saludos, miradas, llamadas a voces, paredes blancas, risas, curiosidades,


más cantos a viva voz, calor, repartición de grupos, minutos después,
30 niños y niñas, algunas madres y dos talleristas nos disponíamos a
jugar con las palabras el resto del día.

Ya en el salón, un saludo especial nos abrió el camino para un breve


juego con los Neonimos: nuevos nombres para cada participante, lo
que nos permitió proponernos la extrañeza de las palabras, y enton-
ces nos dedicamos a descubrir y escribir palabras bellas o feas, pala-
bras ausencia o presencia, palabras cajón (donde caben muchas otras
palabras), en fin… palabras fantasía, buscamos palabras como tratando
de atrapar aves de muchos colores en los plumajes.

Fue entonces, el momento preciso para adentrarnos en otro juego,


descubrir las adivinanzas visuales, bastó con mostrar las imágenes del

146 Caracolí: Los caminos del libro


libro del maestro Leonel Estrada, y los Logografismos, fueron la ocasión
para descubrir que las palabras tuercen sus letras para dibujar lo que
las mismas palabras no alcanza a nombrar… y entre Logografismos y
dobleces de papel adivinamos los trazos que poco a poco sin darnos
cuenta hicieron posible que de las manos salieran las cajas de las pa-
labras -un origami para guardar las nuevas palabras-, una caja de papel
que como un objeto apalabrador, puede servir para sacar palabras
cada vez que éstas puedan escasear.

De las palabras ilustradas e inventadas pasamos a sus canciones en-


cantadoras, pudimos descubrir que muchas palabras se hacen cancio-
nes con palabras impensadas, luego todos como “por arte de magia”,
nos desatamos en una fiesta en pleno taller, cantamos a treinta voces
mientras bailábamos en círculo…. hasta allí llegaron los ecos de “El
Negro Cirilo” (el que va a lomo de caimán rumbo al Amazonas), “Ma-
querule” (el panadero de Andagoya), Mi gallo tuerto (esa canción del
animal cantor de las 5 de la mañana), La serpiente de tierra caliente
(La única serpiente de risa dentada), entre otras…

Apalabrarnos, hacer de las palabras un juego, una casa, un viaje, un


taller de palabras, cuando las palabras “nos hicieron ojitos” en los ros-
tros de los lectores, se hizo presente el mejor momento del día, suele
suceder que los libros se hacen palabra leída en voz alta, entonces
entramos en los libros y en los “Ronquidos” (Michael Rosen y Jhona-
than Langley), y luego hicimos “Conjuros y sortilegios” (Irene Vasco) y
jugamos a “Adivínalo si puedes” (apasionante libro de adivinanzas de los
cubanos Sergio Andricain y Antonio Orlando Rodríguez).

Pero las palabras son intrépidas y buscan a sus lectores, así que les
contamos las historias de las palabras en la obscuridad de los ojos,
ellas también son para los ciegos, así que niños y niñas, mamás y ta-
lleristas disfrutamos “El libro Negro de los Colores” (Menena Cottin
y Rosana Faria), descubrimos en el alfabeto Braille, el poder de las
palabras que se filtran para ser leídas por las yemas de los dedos de
los invidentes.

Después de un almuerzo colectivo y de un merecido descanso bajo


los árboles, regresamos al salón de los abanicos blancos y las venta-
nas abiertas y jugamos a escribir la historia del libro cuando llega a

Caracolí: Los caminos del libro 147


nuestra casa, estos son algunos de los muchos escritos de este valioso
ejercicio de escritura creativa:

“Había una ves un libro mágico y histórico y muy inteligente y pequeño y


un dia lo lei con mi mama y con mi hermana pero ese hera mi libro favorito
de cuentos y de chistes…”
Antonio Zambrano Vanegas

“Hoy voy a contar lo que aprendi de mi gran amigo el libro se llama Un dia
con pele llo comparto el cuento con Dios y la birgen también con mi familia
me gusta mucho leer lo guardo muy bien asegurado para que no se balla a
perder me gustan mucho los libros”
Marilin Yulieth Garcia

“Un dia muy triste yegue a mi casa y como no abia un amigo prendi la
televisión pero vi que nada bueno ni chebre estaban dando y yo al apagar
el televisor me puse a leer un libro el libro mas importante me puse a leerlo
y no me importo la hora, minuto, segundo nisiquiera me acorde del televisor,
de leer y leer no quería parar y me llevo a un lugar mágico…” El cuento
mas importante.
Isaac Caleb Pacheco

Leímos, escribimos, ahora nos entregábamos a las palabras del libro


álbum Papa (Anthony Browne) y a la alegría de descubrir la lectura en
“las manos que hablan” tal como lo harían los niños sordos, a través
de la Lengua de Señas Colombiana (L.S.C), también aprendimos el
alfabeto dactilológico, deletreamos nuestros nombres, pudimos hacer
de los ojos, la manera de escuchar.

Al finalizar la tarde rendida en el horizonte, se fueron los alegres


rostros de los lectores, tengo la certeza de que enmarañadas en sus
cabezas iban nuevas palabras, muchas de ellas hicieron nido en los
corazones fértiles de la infancia…pero por primera vez en sus vidas
las palabras se hacían letras en sus dedos, pude ver como se fueron
deletreando sus nombres en el alfabeto dactilológico colombiano y
poniendo en sus manos la palabra que los convido a esta tarde inolvi-
dable, los niños y niñas de estos municipios con nombres de conjuro
se fueron tejiendo entre dedos esta mágica palabra: CARACOLÍ.

148 Caracolí: Los caminos del libro


Leer es navegar en la luz y hacia la luz
Por: Ignacio Verbel Vergara
Narrador, poeta, ensayista y promotor de lectura de Sincelejo,
invitado a las Rondas de lectores en La Jagua.

Amaneceres de Valledupar, surcados por una fina niebla que parece


llegar en alas del viento desde las cimas níveas de los montes que
circundan la mayor parte del territorio.

Al amanecer, Valledupar es un universo de blancura y de verdor en el


que confluyen perfumes diversos y en el que algunos sonidos propios
de la ciudad se enroscan, se encabritan y luego se esfuman entre la
sordina de la lluvia fina que empieza a caer.

Diligentes, contentos, pensando en los niños con los que compar-


tirán el delicioso plato de la lectura, Mónica Morón Cotes: Coordi-
nadora de la Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Cesar,
Eliana Villarroel Acosta, Asistente Administrativa, los promotores, los
coordinadores de nodos, el Coordinador General de Talleres Carlos
Guevara Támara y los escritores invitados, suben al bus que ha de
llevarlos a La Jagua de Ibirico. Sopla una brisa vestida de humedad
y de lluvia en la que a veces confluyen aromas de acacias, uvitas,
mangos y cítricos. El bus va lento, no lleva mayor prisa: hay algunos
responsables de la actividad de hoy, retrasados. “Hay que darle en la
turra al Turry”, dice alguien. “Para que sea más cumplido”.Y hay risas,
camaradería.

Al rato, avanzan por una senda a cuyos lados pastan hermosas vacas,
esbeltos becerros, corceles de firmes músculos, asnos que los obligan
a recordar al Platero de Juan Ramón Jiménez. Se suceden sin cesar te-
rrenos de pastos verdes, es posible contar algunos cañahuates y coto-
prixes, aunque después aparecen hectáreas y hectáreas de palmas.

Caracolí: Los caminos del libro 149


2

El historiador Edgardo Támara y yo nos asombramos de todos los


accidentes geográficos que vamos encontrando y nos conmovemos
cuando hallamos a lado y lado de varios kilómetros, millares de cadá-
veres de palmeras que murieron incineradas.

Vamos pensando en La Jagua, en los infantes y jóvenes con los que


compartiremos. Adivinamos las miradas ofrendadas a los libros, los
oídos dispuestos a escuchar nuestras palabras y las de los autores
que leamos. Imaginamos sus rostros perlados de alegría, sus voces
complacidas, sus gestos dinámicos. De súbito se nos solicita bajar del
bus. “A desayunar”, dice alguien. Nos situamos alrededor de cómodas
mesas que al rato se llenan de apetitosas viandas. Por aquí festonea
un enorme bocachico guisado que nada entre una salsa gratinada, ro-
deado de fulgurante cebolla y de tomates. Por allá, un sápido hígado
circundado de yuca harinosa o un trozo de lomo fino de cerdo asado
rodeado de patacones y abundante ensalada. Luego de la comilona, al
bus nuevamente. Ya estamos cerca de los anfitriones de nuestras pa-
labras y de las de los maestros de la literatura y el conocimiento que
van en nuestras mochilas, en nuestros bolsos.

La Jagua es un municipio poblado densamente; por aquí y por allá hor-


miguean hombres, mujeres, viejos y niños. Existen estimativos de que
su crecimiento demográfico ha sido inmenso en los últimos cinco años.
La explotación del carbón se ha constituido en la principal fuente de
ingresos del lugar, pero las enormes y fabulosas regalías no se han cons-
tituido necesariamente en garantía de bienestar para sus habitantes.
Algunos días deben hacer milagros para obtener una pimpina de agua o
para acceder a servicios primarios requeridos por cualquier ser huma-
no. Algunos vecinos con los que conversamos, nos dicen que hay inne-
gables cordones de miseria y que no es raro encontrar rostros donde
se apelmaza la tristeza, en los que el dolor y la desesperación habitan.

Pero llegamos a nuestro destino y he allí centenares de dulces cari-


tas, de miradas anhelantes, de correteos festivos. Los niños y jóvenes
lectores de La Jagua de Ibirico y de otros municipios circundantes,

150 Caracolí: Los caminos del libro


afiliados a los ejercicios y clubes lectores impulsados por la Red de
Bibliotecas Públicas del Cesar. Restallan las sonrisas, la risa, gritos al-
borozados. No importa el calor avernal que nos acosa. La mañana es
resplandeciente. El sol despliega todas sus galas y su fuerza. Los susu-
rros de niños y jóvenes van en crescendo. Mónica y Eliana, con vigor,
con dinamismo admirable, distribuyen los distintos grupos y los entre-
gan a los promotores y escritores invitados. Alguien dice que hoy no
habrá servicio de agua en La Jagua, pero todos nos vamos llenos de
ánimo y con el corazón fresco y con ganas de trabajar con nuestros
nóveles o experimentados lectores.

Los niños y adolecentes que forman el grupo que me correspon-


dió llegaron desde Pelaya, Pailitas y Curumaní. Todos me cuentan que
madrugaron para poder tomar el bus que los traería a La Jagua. “Yo
anoche casi no dormí, estaba emocionada con lo del viaje y con lo que
haremos hoy”, me dice Laura Pérez, que llegó desde Pelaya. “Desde
hace varios días pensaba con emoción en este día”, expresa Sharon
Villanueva, quien viene desde Pailitas.

Son niños y jovencitos de mansa mirada, de maneras agradables. Para


conocernos mejor, todos quienes estamos en el grupo, fijamos nues-
tro nombre en el pecho, escrito sobre papel marfil con marcador
verde. Bartolomé Monterrosa es el acompañante que se me ha de-
signado para desarrollar el taller. Bartolomé me ayuda en todos los
menesteres: es un hombre convencido de su papel de promotor de
lectura, se le nota el amor con que hace cada actividad, sus mensajes al
respecto son claros y didácticos, no desperdicia la más mínima opor-
tunidad para impulsar la praxis lectora, la asocia a la vida de los niños,
al entorno, aprovecha los pre-saberes para situarlos en el mundo y
espacio de lo que leen.

Luego de la presentación, dialogamos acerca de la lectura como ejer-


cicio lúdico, intelectual y de aprehensión del conocimiento. La lectura
como herramienta para acercarnos al legado de nuestros predeceso-
res. Algunos niños dicen que leen para entretenerse. “Para matar el
aburrimiento”, dice Angie Xileni Solano. “Y para saber más de todo”,
asegura Ingrid Dayana Rudas.

Caracolí: Los caminos del libro 151


Entre las obras y autores a los que se han acercado, descuellan Jairo
Anibal Niño (La alegría de querer), Francisco Montana Ibañez (El coco-
drilo amarillo en el pantano verde), Yolanda Reyes (Una cama para tres),
Annn Cameron (El lugar más bonito del mundo), Leopoldo Berdella de
la Espriella (Aventuras del Tío Conejo), David Sánchez Juliao (Roberto, el
terco), Oscar Wilde (El fantasma de Canterville).

Luego, les leo un poema que Luis Roberto Mercado, un poeta del
departamento de Córdoba, me dio dos días antes en Montería con el
pedido de que se los leyera a los niños y adolescentes del Cesar con
quienes me tocara compartir. “Es mi regalo para ellos y para las her-
mosas actividades que hacen en torno a la lectura”, me dijo el poeta
Mercado.

EL ÁRBOL INSEPULTO

Aquel árbol
que nos dio tanta sombra
fue asesinado
Sin compasión
le metieron el hacha por todos los costados
y le rompieron las ennudadas raíces
Lentamente
se estremecía aferrado a la vida
Indefenso
manaba agua como sangre resentida
Al desplomarse
se llevó la alegría de los pájaros

Muchos comentaron este poema. Manifestaron que era desgarrador


que los pájaros se quedaran sin su casa, sin su ciudad. “Porque el ár-
bol era como una ciudad de pájaros”, manifestó Ezli Johanna Rivera.
Y otros expresaron que era un poema muy bonito porque hacia un
llamado a lo ecológico. “Tenemos la obligación de cuidar la Natura-
leza, si la destruimos nos estamos destruyendo a nosotros mismos”,
manifestó Silvia Cuellar. También nos acompañaba una madre de fami-
lia de Pailitas (Mónica Patricia Ríos Colina, quien en todo momento
participó e hizo interesantes planteamientos) y ella argumentó: “Es
un poema dedicado a la vida, al respeto a la vida. Nos enseña que no

152 Caracolí: Los caminos del libro


debemos derramar la sangre de los seres humanos ni de otros seres
cercanos a nuestros afectos y a nuestra existencia o a la de los demás.
Un árbol parece cosa sin importancia, pero cuando se corta o mata
uno de ellos el paisaje queda triste y se entristecen quienes estaban
acostumbrados a verlo y a alegrarse todos los días con su presencia.
Y los pajaritos que tenían sus nidos o que dormían en sus ramas se
quedan a la intemperie”.

Después leímos un cuento de mi autoría titulado El Cangrejito san-


dunguero. Pero antes de la lectura aclaramos o precisamos el signi-
ficado de algunas de las palabras que aparecerían en el mismo. Eso
conllevó a que los niños hablaran sobre animales del mundo fluvial y
del mundo marino, de bailes y de cantos, de la sandunga y su origen,
de las costumbres de algunos cefalópodos y crustáceos. Recordaron
algunas lecturas que habían efectuado y en las cuales los animales eran
los protagonistas. Realizaron algunas predicciones de lo que podría
pasar en el cuento.

Posteriormente, Bartolomé y yo hicimos algunas recomendaciones


de cómo hacer de la lectura una práctica cada vez más gozosa, libre
y personal, sin imposiciones, sin imperativos externos a la decisión
de cada quien como lector. Les recordé las apreciaciones de Ernesto
Sábato sobre el acto lector. Les recordé que Sábato afirmaba: “Fueron
los libros quienes me ayudaron a comprender y a querer la grandeza
de la vida. Quienes sembraron en mi alma lo que luego los años pu-
dieron expandir. Leía cuanto llegaba a aquellas bibliotecas de barrio,
donde primero a través de libros de aventuras, y luego, porque un
libro lleva, inexorablemente, a otro libro, a través de los más grandes
de todos los tiempos, esos que nos entregan los abismos del corazón
humano, y la belleza y el sentido de la existencia. Leer les dará una
mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayu-
dará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación,
esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del
mundo. A través de ella puede fijarse una novedad que alienta nuestro
compromiso”.

Ahí aprovechamos para indicar la importancia de la existencia de las


bibliotecas públicas como oportunidad para que millares de personas
se unten de saber y de gozo, de fantasía y realidad, de maravillas y

Caracolí: Los caminos del libro 153


verdades, de luz y de reflexión. Sábato hablaba de ese sendero mágico
y feliz que se le abrió a través de esos libros de humildes pero impor-
tantes bibliotecas de barriada.

Alguien empezó a decir que pronto llegaría el almuerzo; sin embargo,


invitamos a los lectores a acercarse a varios textos escritos por niños
y jóvenes, entre ellos dos textos ganadores en concursos de cuentos
del departamento de Sucre. Uno, titulado “Las aventuras de un virus
enredado en el aparato respiratorio de un humano” y el otro “Con
cuerpo de chocolate”.Previo a la lectura, los chicos intentaron expli-
car qué es un virus, dónde viven, cómo se forman, por qué son malos,
cayeron en cuenta de que no todas las enfermedades son provocadas
por ellos y enumeraron los títulos de varios textos que habían leído
en los que aparecía algún virus. También manifestaron las bondades
del chocolate, su utilidad y su necesidad y una niña habló levemente
sobre un cuento llamado la fabrica de chocolates. “En la película tra-
baja Jhonny Deep”, agregó otra. Después de la lectura de estos textos,
el compañero Bartolomé realizó unos interrogantes muy puntuales
que estimularon a hablar a los participantes sobre algunos hechos
de las narraciones. Volvió a haber un falso rumor sobre la llegada del
almuerzo. Llegó un refresco que suavizó las gargantas y que posibilitó
cierta recuperación de calorías, lo que devino en nuevos bríos para
continuar la actividad.

Antes de iniciar las lecturas motivadoras, yo había desplegado sobre


el piso del aula múltiple en la que desarrollamos todo nuestro trabajo
muchas obras, entre ellas las siguientes:

Coincidencias (Amaury Pérez Banquet), Querido yo (Galila Ron


Feder),Las ballenas cautivas (Carlos Villanes Cairo), El tiempo vuela
(Diana Briones), Tiempo sin Tiempo (Ignacio Verbel Vergara), Aurelio
tiene un problema gordísimo (Fernando Lalana, et al) El cuaderno de
Pancha( Monique Zepeda), ¡Pide otra pizza, por favor! (Jesús Carazo),
Hermanos hasta en la sopa (Teresa Broseta), Las palabras mágicas (Al-
fredo Gómez Cerdá). Invitamos a los niños y jóvenes a escoger una
de aquellas obras y adentrarse en sus páginas, en sus mundos, lo que
hicieron con presteza y avidez.

154 Caracolí: Los caminos del libro


Cada quien escogió el espacio que le pareció más propicio para leer,
sin alejarse mucho del núcleo que nos servía de escenario. Bartolomé,
Mónica la madre acompañante y yo, también leíamos. De vez en cuan-
do uno que otro niño se acercaba a mí para consultarme el significado
de una palabra.Y de vez en cuando yo levantaba la vista y los observa-
ba: estaban concentrados, dichosos, con los rostros iluminados. Pasa-
do un tiempo prudencial, suspendimos la lectura y cada niño o joven
tomó la palabra para decirnos el título del libro que había estado
leyendo y el nombre del autor, algunos, hicieron breve recuento de lo
leído. Llegó al fin el almuerzo y cada quien se aprestó a devorarlo, con
ganas, con placer.

Pronto concluiría la jornada de trabajo. La tarde pasaba de la infancia


a la madurez, el sol decreció en su fuerza candente.Volvimos a reunir-
nos con los lectores y les formulamos dos preguntas que la coordina-
ción del evento nos solicitó les hiciéramos:

a) ¿Qué libros has leído últimamente?


b) ¿Qué pasa cuando sacas un libro de la biblioteca y lo llevas a tu
casa? ¿te dedicas a él? ¿Qué dicen o hacen los otros miembros de
la familia cuando lo ven?

Todos los niños escribieron sus respuestas. Los últimos libros por
ellos leídos fueron:

La varita mágica, Poesías (Autores Diversos), Visita al museo, ¿Dónde


está el libro de Clara? Cuentos, de Óscar Wilde.

La mayoría coincidió en que cuando llevaban el libro a la casa, lo leían


con la familia. Estas son algunos de los testimonios:

Cuando llevo un libro a mi casa, lo leo yo, pero también lo leen mis primas.
(Leidis Tatiana Cerpa, Curumaní.)

Cuando llevo un libro a mi casa lo leo. Me siento alegre y me gusta ver las
mascotas que haya en él.También lo leen mi mamá y mis amigas.
(Silvia Juliana Cuéllar Rincón, Pelaya.)

Caracolí: Los caminos del libro 155


El último libro que llevé a casa me lo leí yo solita. Mis padres me pregunta-
ron: ¿qué estás leyendo? La monja en el hospital, les contesté.
(Sharon Villanueva Ríos, Pailitas)

Yo llevé a mi casa el cuento Mamá, quiero un canguro. Lo compartí con mi


mamá y mis hermanos. Fue una corta reflexión, pero muy bonita.
(Ángela Toscano P. Pailitas)

El último libro que llevé a mi casa lo leí yo, lo leyó mi mamá, lo leyeron mis
hermanos.
(Marcia Pineda Pérez, Pailitas)

Cuando yo llevo un libro a mi casa, primero me lo leo yo, luego lo leo en voz
alta a mis hermanos y a mis padres.
(Elizabeth García, Pailitas)

El último libro que llevé a mi casa fue La sirenita y mi mamá me dijo: Cuí-
delo.Yo lo leí y después mamá me pidió que se lo prestara y también se lo
leyó y me dijo: ¡Qué libro tan espectacular!
(Laura Vanessa Pérez, Pelaya)

El último libro que llevé a mi casa me hizo llorar porque mi hermana lo


cogía sin mi permiso, me llenaba de ira por su atrevimiento, porque era
un libro que tenía que cuidar y mi hermana quizá no sabía cuidarlo, pero
después lo leímos las dos.
(Ingrid Dayana Rudas, Pelaya)

Cuando un libro llega a mi casa lo leemos mi mami y yo.


(Angie Xileni Solano, Pailitas)

Después rifamos entre los participantes un ejemplar de Coincidencias


de Amaury Pérez Banquet y otro de mi poemario Tiempo sin Tiempo.
Todos se esforzaron por ser los ganadores, pues no recurrimos al azar
sino a respuestas relacionadas con la actividad realizada durante todo
aquel intenso e interesante día.

156 Caracolí: Los caminos del libro


A los pocos minutos despedidas, abrazos, besos. Que vuelva pronto,
Ignacio, me dijeron varios. No nos olvide, pidió Leidy. Otra vez carre-
ras, los responsables por municipio organizando a los niños y com-
probando sus presencias antes de autorizarlos a subir a los buses para
retornar a Pailitas, Curumaní, Pelaya.

La noche que pide vía. Vuelta a Valledupar donde hay fragor de luces,
proliferación de automóviles, rumor de fiesta por todos lados, parejas
que bailan en las terrazas, oferentes ambulantes de comidas y otros
artículos, gentes que pasan acicaladas quien sabe a qué festín, uno que
otro mendigo, rostros arrebolados por la dicha, ojos que contemplan
el cielo. No hay ninguna huella de la fina niebla del amanecer, pero
entre olores de aceites, gases, productos industriales, frituras, licores,
colonias caras y baratas, afeites femeniles de primera calidad, subsis-
ten los olores de las acacias, de los cotoprix y de los mangos y otros
árboles que despliegan sus ramas hacia el cielo. Y por allá, en la con-
ciencia, perviven las voces infantiles y juveniles que nos acompañaron
todo el día, que leyeron, que hablaron de la lectura y de lo leído y que
dieron testimonio de que leer es vivir, de que leer es navegar en la luz
y hacia la luz.

Caracolí: Los caminos del libro 157


La vida puede ser cuento
Por: José Luis Molina Torres
Pintor y poeta sandiegano, invitado a las Rondas de lectores en La Jagua de Ibirico.

Son las 6 am ya el bus ha partido y aún estoy en la calle 17 esperando


un taxi, no han pasado más de dos minutos pero el desespero hace
que cada segundo tenga el valor de una tonelada. Con alegría veo
la mototaxi que pita y se detiene (En Valledupar está prohibido el
parrillero masculino pero no lo pienso), tres o cuatro segundos más
y mis pensamientos van a toda prisa flotando sobre la avenida que
conduce al terminal de trasporte. Al llegar encuentro a un taxista que
está a punto de partir a La Jagua, seré su único pasajero. Los pensa-
mientos se apretujan en cada rincón del vehículo, buscando el lugar
adecuado para digerir el sentido oculto de mis acciones, tratando de
reconstruir los sucesos de esa mañana para comprenderme, pero las
explicaciones se escapan como un pez enjabonado. El taxista pasa a
toda por la variante de Codazzi y ya en la cercanía de La Jagua, con el
corazón más en calma, encuentro el lado amable del asunto: “no hay
explicación para esta llegada, pero tal vez pueda servirme de esta ex-
periencia para la trama de un cuento”. ¿Qué había pasado? La alarma
del despertador del celular no sonó esa madrugada, se activó a las 4
de la tarde cuando ya había concluido toda la actividad.

Iniciamos el taller a las 9:30 de la mañana de un sábado nublado, lo que


es una bendición en un pueblo que normalmente pasa de los 45° en la
sombra. Mi grupo contaba con 25 jóvenes entre los 13 y 16 años de
edad, perteneciente a las poblaciones de Tamalameque, Pelaya, Curu-
maní y Rincón Hondo, no podría decir que todos tuviesen el mismo
nivel, pero sí que la gran mayoría habían sido iniciados en la experien-
cia de la lectura como goce, y es fácil imaginarlos en sus encuentros
semanales con las historias fabulosas que propicia el Caracolí del Ce-
sar. Muchos de estos jóvenes ya son lectores consumados que hablan
con propiedad de los libros que les gustan.

158 Caracolí: Los caminos del libro


Cuando se me sugirió la posibilidad de dirigir uno de los taller en el
encuentro que se realizaría en La Jagua, lo primero que me plantee
para trabajar con estos chicos y chicas iniciados en el gusto por las
letras, fue centrarme en algo que ellos no podrían encontrar ni en
los libros o en los buscadores de internet, les hablaría de mi propia
experiencia, de lo que había significado para mi vida el encuentro con
la literatura.

Llegué a la Jagua en el momento del desayuno, los más allegados me


trataron con el recibimiento que se les da a un pollo en gallinero nue-
vo.Ya desayunados nos dirigimos al colegio Guillermo Castro Monsal-
vo. Este que es un colegio como muchos de la costa Caribe, resalta
en su deterioro por estar ubicado en uno de los municipios más ricos
del país. Estando allí cualquier visitante comienza a entender por qué
todos los alcaldes de la Jagua uno a uno han ido desfilando por los
juzgados y las cárceles. Tropezar con esa realidad es una muestra pal-
pable de la necesidad que tienen los municipios del Cesar de generar
cambios en las mentalidades, de allí la importancia de los talleres de
promoción de lectura.

En el aula múltiple del colegio encontraríamos a un mar de jóvenes


y niños que nos esperaban ansiosos, la doctora Mónica Morón en un
instante pasó de directora de la biblioteca Rafael Carrillo y Coordina-
dora de la red de bibliotecas a capitán de barco, de pie sobre una silla
escolar se erigió como en una proa para organizar los grupos.

En el taller todo marchaba conforme a lo previsto hasta que uno


de los jóvenes lanzó la inquietud que a todo creador le encanta es-
cuchar –¿nos puede leer algunos de sus escritos?–, hinchado de sa-
tisfacción tomé uno de los que consideraba el más efectivo de mis
poemas “Receta para el cerdo en salsa”, al finalizar su lectura en
vez del apoteósico aplauso que había obtenido en otros escenarios,
solo se dejó escuchar una tímida voz, casi imperceptible –¿pero eso
es poesía?–. Intenté dar una explicación de cómo había armado el
poema, escuché una voz aún más fuerte: “¡pero usted cometió un pla-
gio!”, con el ego un tanto aporreado, comencé argumentar sobre las
posibilidades de la intertextualidad en la escritura contemporánea,
mientras a manera de escudo, sacaba un poema de Oliverio Girondo,

Caracolí: Los caminos del libro 159


pensando –“qué peligro es que los jóvenes lean, pueden terminar por
no tragar entero”–.

El tiempo se paseó con su humedad calurosa y al terminar la jornada


los niños y jóvenes continuaban radiantes de sonrisas. Al momento de
la partida una de las niñas me tomó del brazo, caminamos lentamente
rumbo al bus que la llevaría a su municipio mientras me leía uno de
sus poemas que no había podido mostrarme en el transcurso del
taller.

Toda la realidad es una invención de nuestro cerebro, la forma como


percibimos los colores, los sonidos, son interpretaciones de nuestro
aparato biológico, por encontrar una lógica al caos que gobierna la na-
turaleza. Construimos un sentido organizando los sucesos que se dan
en forma caótica, espontánea para ser explicada, para que los otros
intuyan lo que nos ha acaecido. De igual forma lo que nos sucede o
nuestras acciones tienen que ser reelaboradas para ser texto o arte.

En el taller había intentado mostrarle a los chicos que los escritores


toman parte de sus experiencias y de otros sucesos que en apariencia
no tienen ninguna conexión: las organizan, les dan un orden para mos-
trarla en su construcción literaria.

El regreso a Valledupar fue calmado, en la noche mientras llovía a can-


taros, tuvimos una cena con todos los talleristas que habían participa-
do del encuentro, pedí una pizza con cerveza, fue una sola cerveza y al
terminarla ya tenía un leve dolor de cabeza. Al despertar el domingo
estaba más que intoxicado no pude cumplir la cita en el café y mucho
menos continuar con “El enigma de la llegada” de Naipaul.

160 Caracolí: Los caminos del libro


La lectura nos hace mejores
ciudadanos y ciudadanas
Por: Eduardo Rangel Velásquez
Docente y promotor de lectura en Caracolí de la Gloria y Pelaya,
invitado a las Rondas de La Jagua.

Hoy siento en carne propia como el CARACOLÍ ha trascendido en


la vida de los habitantes del Cesar… Es como un bálsamo que mitiga
nuestras penas.

¡La lectura nos ha facilitado el desarrollo de competencias ciudadanas!

Cuando me dieron la oportunidad de animar la lectura con chicos y


chicas de 7 a 9 años de edad fueron muchas las ideas que se me cru-
zaron en la mente, después de cranear unas y otras, me decidí por la
caja mágica, herramienta pedagógica que encierra el valioso poder de
la palabra.

El ruido y el clima nos indicaban que la jornada sería intensa, La Jagua


de Ibirico nos daba una calurosa bienvenida. Julia nos deleitaba con su
animación bien particular y paulatinamente nos fuimos desplazando
con cada uno de los grupos asignados.

Magia, imaginación, fantasía, juegos, palabras, creatividad, fueron algu-


nas de las expresiones que los chicos y chicas afloraron al inicio de la
actividad; como era de esperarse el juego nos sirvió para romper el
hielo e inmiscuirnos en el maravilloso mundo de la lectura.

Con la dinámica biblioteca y lector, comenzamos a jugar en procura


de contextualizar el taller a desarrollar, nos enumeramos del uno al
tres, 1 y 3 representan la biblioteca y el 2 es el lector, de esta manera
al decir en voz alta biblioteca, el 1 y el 3 salen a buscar otro lector di-
ferente al que tienen en medio, y al decir lector, el numero 2 se despla-

Caracolí: Los caminos del libro 161


za a otra biblioteca, quien falle en el ejercicio debe contar un cuento,
declamar una poesía, compartir una leyenda, etc. Una experiencia de
entrada bastante agradable, puesto que en el desarrollo del taller me
acompañaban la señora bibliotecaria de Pelaya y 5 madres de familia
quienes se integraron a la dinámica.

Debajo de un frondoso árbol nos refugiamos e iniciamos el recorri-


do por el árbol mágico, lectura silenciosa, lectura en voz alta y luego
lectura dramatizada para fortalecer las palabras mágicas que sin duda
alguna nos hacen mejores seres humanos, mejores ciudadanitos, GRA-
CIAS y POR FAVOR, palabras que nos hacen asequibles al proceso
comunicativo, que fortalecen los valores del respeto, la tolerancia y la
prudencia, bastante extraños en el momento histórico que nuestros
niños y niñas están vivenciando. De la caja mágica seguimos extra-
yendo elementos fantásticos y presentamos el mito kogui sobre la
cosmogonía y el origen del sol, actividad que estuvo rodeada de la
participación de todos los talleristas.

Luego le correspondió el turno a la creatividad y vino el juego de


roles, representaron el cuento del zorro y el caballo, allí demostraron
toda su potencialidad, de lectores en ejercicio a excelentes actores
en lo que le correspondió a cada uno de ellos. Nos divertimos con
la lectura socializada de El pajarito perezoso, La pobre viejecita, El
ladrón de sábado, hasta cuando le llegó el turno a la creatividad con
la lectura del texto de León Tolstoi, Las riqueza que Dios nos ha dado,
allí la soltaron con entusiasmo, vivenciaron esta lectura y expresaron
en voz alta cada uno de los puntos de vista frente al texto, esto de por
sí es maravilloso y enriquecedor que estos jovencitos hagan lectura
comprensiva de la forma tan clara y precisa como lo hicieron. La re-
creación de los textos hizo más interesante el ejercicio.

Pero la sorpresa no terminaba ahí, el presupuesto de libros leídos por


estos niños y niñas es realmente asombroso, el que menos ha leído
tiene 5 libros en su haber y lo destacable del ejercicio es escuchar a
mamá e hijo entablando una conversación sobre determinado texto
que llevó de la biblioteca. Alicia en el país de las maravillas, Mis mascotas,
Ramón recuerda, Willy el campeón, Willy el mago, son algunos de los re-
comendados por estos chicos y chicas que hoy transitan con todo el
placer del mundo el bello universo de la lectura.

162 Caracolí: Los caminos del libro


De bibliotecas y amores
Por: Orlanda Agudelo Mejía
Promotora de lectura, invitada a las Rondas de lectores en Valledupar

¿Usted ha dicho mentiras? Yo sí. Pero esta vez no puedo mentir por-
que no se me ocurre nada mejor que juntar retacitos de esta historia.
Mentiría si digo que recuerdo cada una de las palabras de los chicos,
los títulos muchos que refirieron al inicio del encuentro, –muy orgu-
llosos, reunidos nada menos que en la oficina de la doctora Mónica
Morón y de su asistente, Eliana Villarroel, en la Biblioteca Departa-
mental. No puedo, porque cuando uno conecta las emociones con lo
que hace termina dejándose llevar por ellas, sin saber a dónde va a
parar.

Se me escapan muchas cosas de la primera conversación con mis


compañeros de Ronda, en la que además de nombres propios (algu-
nos cargados de cosas enormes) y municipios, hablamos de lo que
nos gustaba leer. Los que sí recuerdo muy bien es la mención que
hizo Katrina (lectora de San Diego con nombre estremecedor) de un
libro que leí hace muchos años y no volví a ver en ninguna biblioteca.
Se llama Tomás aprende a leer, que es la historia de un anciano que
descubre la lectura y va a la escuela con los niños de su vereda. La
evocación de ese libro me trajo de golpe un montón de recuerdos, de
sensaciones, no sólo por su belleza, sino porque me devolvió a mi pri-
mer trabajo como promotora de lectura, a las cosquillas en la barriga
por el susto y por el gusto. Me lo enseñó una persona que sabía de la
pasión necesaria para hacer esto, y del brillo en los ojos que tienen
los niños ante una buena historia; justo lo que mostraban ahora los
asistentes a la Ronda de Valledupar. Dora Luz Aristizábal, mi amiga y
maestra, sigue viviendo para mí en esos libros.

Lo de las mentiras no es gratuito. Fue lo primero que pregunté, luego


de la charla inicial.¿Y sabe qué contestó la mayoría? ¡Que no, ni una

Caracolí: Los caminos del libro 163


mentira recordaban! Hasta que los sonsaqué, diciéndoles que esa era
la mayor mentira, que confesaran. Desde luego, empezaron a aparecer
en un rostro tras otro, miradas de complicidad, risitas nerviosas, y
hasta una que otra mentira, inventando supuestos embustes dichos
a padres, hermanos o maestros… La risa, en fin, nos desentendió de
alguna pequeña culpa, y nos dejó meternos de lleno en las artimañas
del tío Conejo, en su encuentro con el Mapurite, por allá en las saba-
nas cálidas de la Guajira.

Y así seguimos, conversando, recordando, leyendo y dibujando las


emociones que antes o después nos causaron las lecturas.Y entre una
y otra cosa, se fueron filtrando episodios curiosos.

***

“A mí no me gusta leer, sólo escribir cuentos”, decía contundente Yo-


lenis Zequeira Quiroga(otro nombre con fuerza) de La Paz. La misma
que al final de la jornada se mostrara como una de las más grandes
lectoras. (¿Qué será lo que mueve la lectura en una niña que apenas
empieza a deletrear, a decodificar, para tener un deseo tan claro como
el de ser tejedora de historias?)

***

De las travesuras del tío Conejo pasamos a otras aventuras, como


la del cerdito tramposo de Mi día de suerte, o la de Guillermo Jorge
Manuel José, el niñito que decide rescatar la memoria perdida de su
amiga de cuatro nombres.Y hablamos de juegos.Y hablamos de cuen-
tos. Contamos los juegos que cada uno prefiere y que no escapan al
ámbito de las bibliotecas, felizmente. Jugamos a contar, también, en
cartas y dibujos, el amor que inspiran, por ejemplo, los abuelos. Aun-
que, como decía una niña de once años -al parecer sobrina de un mú-
sico famoso-, a veces estos queridos viejitos son un poco rezongones.
Sin embargo escribió:

“Queridos abuelos y abuelas quiero que sepan que los quiero con todo
mi corazón y los extraño mucho, ojalá algún día pueda ir a verlos con mi
familia, de pronto voy a ir en vacaciones donde están ustedes, mi papá me
va a llevar donde mi abuela Carmen y de pronto mi mamá a donde mi

164 Caracolí: Los caminos del libro


abuela Elvia, por fin los voy a volver a ver. Los quiero los amo mucho ojalá
que vengan algún día acá donde estoy en La Paz, los extraño y los quiero
ver de pronto le digo a mi mamá y a mi papá que llame a mi abuela y mi
mamá también. Chao.”
Att: Carmen Elisa Arciniegas Oñate.

Otros hablaron de lo contrariado que a veces es el amor familiar:

“Para Felipa
Ciudad La Paz
Hola agüela te mando esta carta para decirte que te quiero mucho y te
pido perdón por lo que te dije antes de ayer, ¿me puedes perdonar? me
duele mucho. También quiero decir que le digas a mi mamá que la quiero
con todo mi corazón, ¿cómo están mis hermanos, mi papá sí le ha ido bien?
Güeno saludo para todos güeno adiós.”
Lifaneth Quintana H, 10 años, La Paz

O del amoroso temor que tienen los niños de perder a sus seres
queridos:

“Para mis padres.


Les quiero decir que los quiero mucho y que estoy orgullosa de tener unos
padres maravillosos que me consienten, que me quieren, y también les
quiero decir a mis abuelos que los quiero mucho, que son los abuelos más
maravillosos del mundo y nunca se me vayan para el cielo. Los quiero mu-
cho a todos…”
Att: Jennifer (11 años, La Paz)
Para: mis padres y abuelos

***

De otras lecturas supimos. Generadoras también de actitudes deci-


sivas. Hacia el final del encuentro de la mañana, Julia Pastora, nuestra
querida promotora de palabras y juegos, y yo, asistimos más que sor-
prendidas a una discusión que comenzó más o menos así:

“-…el próximo alcalde de San Diego será…”, -dijo de repente Katty


Ustariz.
“-no, va a ser…”, -replicó Katrina Murgas.

Caracolí: Los caminos del libro 165


(Por esos días estábamos a una semana escasa de que se eligieran al-
caldes y gobernadores en el país.) De nuevo venían preguntas: ¿cómo
proponemos una “formación ciudadana” a través de lecturas varias,
sin pararnos primero a pensar el entorno de nuestras localidades, con
ellos, sí, con los niños, de quienes habitualmente pensamos que no se
enteran de lo que acontece?

***

Entre los libros más leídos por los niños están los de mitología griega,
donde coincide todo el “Nodo”, y cuentos como Rosa Caramelo, El
rey sapo, Hansel y Gretel, La bicicleta verde limón, El ratón Pérez, Patito feo,
Leopoldina la argentina, Piel de asno, Los hipopótamos caen al agua, en La
Paz. De San Diego sobresalen Los olvidos de Alejandra, La abeja haraga-
na, Clarice y el viento, Cómo era yo cuando era bebé, El más poderoso, La
estupenda mamá de Roberta, Me gustan los animales. Mientras que los
chicos de Pueblo Bello recomiendan La paloma mensajera, Una piraña
en mi bañera, Un cuento de osos,Winny Puh, Caperucita roja.

Una sorpresa tras otra; con los muchos libros recomendados, su capa-
cidad argumentativa y, contrario a la baja expectativa de escritura, por
la juventud de los asistentes y por la inicial negativa que mostraron al
principio, recopilamos una serie de muestras de amor, no sólo a sus
familiares, sino a sus bibliotecas, pero especialmente a lo que ellos
sienten como un regalo: el encuentro con “Profes” y libros en la visita
a la Gran Biblioteca Departamental:

“Querido Profesor
Estoy tan agradecido
Por todo lo que me ha
Enseñado y por permitirme
Estar con usted en esos días
Tan desagradable que he
Pasado por consolarme
Y por eso lo quiero mucho.

Autora: Katrina del Carmen Murgas Delgán, 10 años


Municipio: San Diego”

166 Caracolí: Los caminos del libro


“Red de Bibliotecas Públicas del Cesar.
Lo que más me gustó en la Biblioteca. Fue todo súper bien con la profesora,
bien bonita la biblioteca, primera vez que veo una biblioteca súper, con la
comida bonita, me gustaría venir de nuevo, todos son muy amables, son
amables todos, tienen la amabilidad, la biblioteca tiene unos paisajes bien,
son hermosísimos.Y gracias por darle un trabajo a mi papá Hugo Enrique
Niño.
Gracias por dejarme venir a la Biblioteca.”
Tasshari Andrea Niño F, 11 años, Codazzi.

“Mi biblioteca
Me gusta mucho mi biblioteca. ¿Por qué?
Porque jugamos mucho, leemos
y aprendemos mucho de unos con otras
por eso nos divertimos.
La biblioteca es de dos pisos
El piso de arriba y el de abajo,
La bibliotecaria Martha nos empresta
Los libros y ella
Nos quiere y
Nosotros a Ella.”

De: Edith Johanna


Para: Mi biblioteca
Edad: 10 años
Municipio: San Diego.

Caracolí: Los caminos del libro 167


Bajo las palabras del Caracolí
Por: Luis Barros Pavajeau
Novelista invitado a las Rondas de lectores en Valledupar.

Quedé desconcertado. No era que la sesión no estuviera saliendo


a pedir de boca. Era, ni más ni menos, que la sesión olía a naufra-
gio. La veintena de muchachos de Manaure, Becerril y Pueblo Bello,
parecía no conmoverse. Sí, quedé desconcertado. Y desconcentrado.
Tanto que incluso llegué a decir que Octavio Paz era un señor que se
había ganado el premio Nobel de la paz. Me lo dijo después Ángel, el
coordinador del grupo de Pueblo Bello. Puede reírme entonces, pero
antes no.

Antes vi que ni siquiera el lenguaje descarnado de Rubem Fonseca


consiguió reclamar su atención. Me pareció insólito. Hasta ese mo-
mento, en cualquier auditorio, Fonseca siempre me funcionó como un
as debajo de la manga… Ni Fonseca, ni Mastretta, ni mucho menos
las micro ficciones de Jaime Echeverry. No era un asunto de historias
largas o cortas… Un misterio se abría ante mí.

Entonces, desmonté lo que traía en mente. Me acordé que el ejercicio


del teléfono roto, para demostrarles las diferencias entre oralidad y
escritura, logró entusiasmarlos. Ese era la ruta del camino a seguir…
Escucharon las recomendaciones para armar un cadáver exquisito,
técnica surrealista en tiempos de entreguerras que… Y de pronto me
callé. Me di cuenta por fin, que no les interesaba la teoría. O querían
que no me demorara tanto en ese asunto. Deseaban acción.

Revolvimos artículos, verbos, adjetivos y sustantivos. La mayoría de las


veces asomaron frases sin sentido que los divirtieron. Daniel Marín
Chima de Pueblo Bello armó las cartageneras son virtuales al caminar,
y Jesús Edimer Rodríguez Acuña de Manaure, ordenó Él busca lima
grande para afilar un machete. Todos quisieron leer sus frases: Manuela

168 Caracolí: Los caminos del libro


compra la canela (Sandy Lenuska Márquez); La Narnia decolorada su-
bastará su nueva película (Andrea Paola Vides Hernández); Harry quiere
un desensueño en París (Ángela María Becerra Carvajal); Los europeos
llegaron sin amparo (Geraldine Stephany Cabana Ortiz).

Sin embargo, estaba atragantado con la espinita de la lectura de los


cuentos. Les conté que uno entraba a la literatura escuchando los
cuentos narrados por los abuelos y/o los padres. Les conté mi expe-
riencia con mi abuelo paterno. También les dije que la lectura es un
acto de amor; no en vano las palabras van cosidas a los sentimientos.
Quise volver a intentarlo, a seducirlos por los oídos. Esta vez, lo hice
con mis obras; Ciudad baabel y Los salmos de la sangre. Había fogueado
la lectura de mi novela entre auditorios aparentemente insensibles y
con el consenso de las palabras, terminaba por echármelos al bolsillo.
O para ser más específico, al lenguaje. En cuanto a Los salmos de la
sangre, leí una de las crónicas situada entre algunos de los municipios
del departamento. Pensé que la cercanía geográfica y el lenguaje, los
podía enganchar.

Afortunadamente no me equivoqué. Después me dijeron que les ha-


bía gustado la historia de la buseta por lo rápido del lenguaje y porque
allí se hablaba común y corriente. Ahí me llegó la otra clave de la jor-
nada. El grupo se inclinaba más hacia la oralidad. Pedí que escribieran
cuentos de sus poblaciones. Entre las lecturas, aparecieron leyendas y
mitos; el Siborcito, La Bola de Candela y la culebra Doroy, que cuando
silba y es escuchada por una mujer embarazada, el hijo nace cantante.

Era un Viernes Santo. Mis amigos y yo nos fuimos a jugar al escondite por
la noche. Mamá nos dijo que no jugáramos porque ese día era malo estar
en la calle. No le paramos ni miguita de atención. Nos fuimos a jugar de-
trás de la casa. De repente vimos una bola de candela. Salimos corriendo.
Mi hermano mayor y un amigo no aparecían. Fuimos a buscarlos con los
vecinos. Los encontramos desmayados en el patio de la casa. Desde ese día
no nos dio más ganas de jugar con ese susto tremendo que nos pasó. (Ingrid
Marcela Carvajal Correa, Becerril)

Quise también que además de escribir, contaran de viva voz sus histo-
rias. Se sentían más cómodos. Su oralidad es indiscutible. Es más pode-

Caracolí: Los caminos del libro 169


rosa para capturar la atención general. Entre el grupo de los veintidós
muchachos, aparecieron sólo dos poesías:

Sentir tu risa, sentir tu mirada


Sentir tus regaños, sentir tu aliento
Y saber que no estás aquí…
¿Por qué no puedo estar contigo?
Sólo me hace pensar que debo seguir adelante
Y superar los obstáculos que me pone Dios,
Sólo así sé que debo ser fuerte y poner todo sobre mí,
Sin imaginar que Dios nos quita al ser más amado que tenemos en la vida
Y ese ser amado para mí eres tú, mamá,
Sólo quiero pensar que esto es un sueño,
Despertar de él y encontrarte a mi lado
Y que nunca te vayas de mí,
Sólo quiero que estés conmigo,
Te voy a seguir amando, estés donde estés,
Mi madre querida…
(Sandy Lenuska Márquez, Manaure).

El color verde le da sentido a su alrededor,


Bañado de un río hermoso
Y adornado de un coliflor,
Tiene un aroma encantador
Que lo hace ver un pueblo amañador,
Las noches estrelladas hacen descansar a los hombres campesinos
Son gentes muy humildes y unidas,
Porque más que vecinos, son amigos,
Las riquezas naturales son apreciadas por los turistas,
Disfrutan de la frescura y comida
Que los estaderos brindan,
Creo que es el mejor de los pueblos
A mí esa idea, nadie me la quita…
(Jesús Edimer Rodríguez Acuña, Manaure).

Muchos de los cuentos escritos narran la violencia que se vivió en


esos municipios, considerados en un tiempo como zona roja. Se leen

170 Caracolí: Los caminos del libro


asaltos e incursiones guerrilleras, pescas milagrosas y/o situaciones de
desplazamiento:

En el 2002 a principios de año, comenzaron los comentarios que la gue-


rrilla se iba a meter al pueblo. En esa época yo tenía siete años de edad.
Estudiaba en el Trujillo en el segundo grado. Mi profesora era mi tía Rosana.

Era un miércoles como a las siete de la mañana. La guerrilla se metió en


todo el pueblo y anduvo por los alrededores del colegio combatiendo con el
ejército. Las balas se intercalaban por los calados de la pared. Al principio no
sentimos miedo. Nuestra maestra tenía los nervios alterados pensando que
nos fuera a pasar algo, y dijo ¡Tírense al suelo! Pero no prestamos atención
y ella nos arrojó al suelo.

Cuando se calmó el combate, todas las mamás fueron a buscar a sus hijos.
Pero a mí nadie me fue a buscar. Era la última. Sentí que no le importaba
a nadie. Mi vida sólo me preocupa a mí. (Geraldine Stephany Cabana Ortiz,
Becerril)

El 25 de septiembre de 1990 a las ocho de la mañana a la casa del señor


Andrés llegaron unos tipos que hacían parte de las FARC diciendo que les
entregara su finca junto con su ganado. Sino lo hacía se llevarían a sus hijos
y los matarían delante de sus ojos. Éste decidió entregarlo todo, lo que con
gran esfuerzo él y su familia habían logrado.

Después tomaron la decisión de irse muy lejos, donde este tipo de gente
no los siguiera molestando. Ni mucho menos extorsionando. Fue así como
el señor Andrés y su familia siguió adelante. (Tatiana Andrea Costa Pacheco,
Manaure)

En cuanto a la pregunta de qué pasaba cuando llevaban libros a sus


casas, respondieron que leían sus padres y sus hermanos. Sólo Sandy
Lenuska Márquez de Manaure afirmó que en su casa es la única per-
sona que lee. El papel de la madre es primordial a la hora de escuchar
cuentos. La figura materna siempre inicia en ellos el gusto por la lec-
tura. Los muchachos de Becerril me dijeron que no les prestan los
libros. Tienen los libros guardados porque adelantan trabajos en las
instalaciones de la biblioteca. Los libros que han leído son los de Los

Caracolí: Los caminos del libro 171


hermanos Grim; Cien años de soledad; El viejo y el mar; Popol Vuh, La palo-
ma despistada y La sardina mensajera de Pilar Lozano; La silla de plata
de Clive Staple Lewis; La máscara de la muerte roja; La gallina degollada;
Los niños en el bosque; La rebelión de las ratas; Crónica de una muerte
anunciada; Crónicas de Narnia;Tintin; Zoro; El expreso polar.

Al final tuve una gran experiencia, después de ese inicio desconcer-


tante. Es importante programar un plan alterno. Creo que en estas
edades adolescentes hay que darles un cierto tiempo para que se
relajen y ya sin vergüenzas, decidan participar en la dinámica del taller.
A la pregunta de qué era un libro para ellos y cuales habían leído,
respondieron:

“Un libro es una navegación de la mente… Tu imaginación va creando esa


película en la medida en que vas leyendo.” Ingrid Arias Rodríguez, Becerril.

“Un libro es un ser humano porque todo ser humano tiene su historia.”
Geraldine Stephany Cabana Ortiz, Becerril.

“Cuando leo un libro siento que la mente se abre y el corazón se coloca


en marcha… Se sienten e imaginan muchas cosas.” Freddy Puerta Guerrero,
Pueblo Bello.

“Para mí un libros es como viajar a otra parte del mundo… Puedo imaginar
todo lo que leo y vivir una realidad comparada con un libro.” Jaider Nieto,
Becerril.

“Un libro me hace volar la imaginación y da mucho aprendizaje.” Daniel


Marín Chima, Pueblo Bello.

La jornada estaba salvada. Pero me equivoqué. Mi grupo no iba a dejar


de desconcertarme, por fortuna. Esta vez hasta las raíces de mis hue-
sos. Ocurrió sin escándalos, suavemente, de palabra a palabra, otra vez,
en el acto cómplice de lector y escritura:

“Un libro está lleno de las cicatrices que causa la vida.”


Michael Jhordan Jiménez Borja, Becerril.

172 Caracolí: Los caminos del libro


Ronda la ronda en el Valle de Upar
Por: Javier Naranjo
Escritor y promotor de lectura, invitado a las rondas de Valledupar.

Empecemos con un lugar común y verdadero: hacía un día espléndido


cuando llegamos a la biblioteca Rafael Carrillo Lúquez a esperar a los
niños que venían de los municipios del nodo norte. Llegaron los buses
y nos sentamos muy juiciosos a escuchar las precisas instrucciones de
Mónica Morón. Cada grupo cogió su camino, a nosotros nos corres-
pondió la sala de Literatura, un amplio espacio para lo que nos convo-
caba. Los muy queridos Leonid y Mariela nos acompañaban. Hicimos
un círculo y después de nuestro saludo, cada uno de los 24 niños se
presentó. Hablamos luego del lenguaje particular de cada región, de
los giros tan singulares que a veces toma, de la parte de Colombia de
donde vengo yo: Antioquia, y de algunas de sus tradiciones literarias
compartidas por muchos pueblos, y vertidas a la cadencia, a la música
propia de cada zona.

Advertí en la seguridad que muchos de los niños manifestaron cuando


se presentaron, y en sus edades, que podían escuchar cuentos e histo-
rias sin ilustraciones que los acompañaran, elegí entonces leerles del
Testamento del Paisa el cuento de tradición oral: El Hijo de los Calzones.
Debo aquí aclarar algo para eliminar suspicacias: la defensa de “lo pai-
sa”, de sus supuestos valores, de la raza, de la viveza, de la “verraquera”
y otros tantos ditirambos que muchos en mi tierra esgrimen, a mí en
realidad me avergüenzan. No creo en la supremacía de “nuestra raza”
sobre nadie. Todas esas expresiones grandilocuentes nos han hecho
mucho daño, distanciándonos de otros pueblos. En su imaginario el
paisa es sospechoso. Además, no me imagino siquiera qué pasaría si
subiera un presidente de nuestra tierra con aire de amansador de
bestias, y modales de dueño de un país como si fuera una finca…o una
bestia. Pero bueno, sigamos, no nos distraigamos con cosas que nunca
pasarán, y pertenecen más al reino de la ciencia aflicción.

Caracolí: Los caminos del libro 173


Volvamos al Hijo de los Calzones que nos cautiva a todos. Cuento traído
de Europa y narrado a nuestra manera en las fondas de los caminos
de arriería de Antioquia. Nos deleitamos con la historia, y las palabras
que íbamos hallando y que las conversábamos y las saboreábamos
y traducíamos el lenguaje común del Cesar. Disfrutamos mucho la
historia, conversamos un poco de lo que leímos y les propuse que hi-
ciéramos un ejercicio por parejas: sobre un pliego de papel periódico
cada uno silueteaba a su compañero que se acostaba sobre el papel, y
luego sobre lo esbozado acababa de hacer su propio dibujo, y adentro
de él pintaba las cosas que le gustaban y las que no. Por fuera de la
silueta, cada uno escribía lo que consideraba que eran cosas buenas
que le habían pasado y cosas malas. Se encantaron, concentrados en
sus dibujos y en los textos que los acompañaban. Antes de salir a al-
morzar, pegamos en las paredes del salón sus retratos, y cada uno de
los niños exponía orgulloso su trabajo. En medio de dibujos de una
gran fuerza expresiva y de una conmovedora estética, encontramos
textos maravillosos, duros, contrariados con la vida. Una niña no fue
capaz de leer, el dolor que le causaba su hermano vinculado a uno de
los grupos armados y muerto, luego de desmovilizado, era demasiado.
Yo continué la lectura, después de abrazarla, y de que Mariela en otro
abrazo la acogiera.Todos los niños respetaron sus sollozos, su silencio
entrecortado. Que en ese momento y mientras continuamos también
fue nuestro silencio.

En la tarde después de almorzar nos congregamos alrededor de un


cuento del Tío Conejo, que nos hizo sonreír por las picardías de este
tradicional personaje común a tantos pueblos. Conversamos sobre
lecturas preferidas, recomendaciones de algunos libros y un poco de
su historia lectora. Les propuse que lo escribiéramos todo y que hi-
cieran una pequeña carta a la persona o personas que les enseñaron
a leer. Dejo aquí una somera muestra de sus preciosas respuestas en
este pequeño relato del día.

María Inés Ariza Suarez, 11 años, Pueblo Bello:

Hola querido Imer:


Gracias por enseñarme que la escritura y la lectura es muy importante para
nuestras vidas. Dios te bendiga donde vayas. Gracias Imer porque cuando

174 Caracolí: Los caminos del libro


me sentía sola tú me alegrabas con esos libros tan lindos que me leías,
porque me enseñaste que la lectura es algo maravilloso.T.Q.M.
Att:Tu amiga que te quiere.

Y escribió sobre sus lecturas y lo que hace con los libros en casa:

Cuando voy a la Biblioteca Imer el bibliotecario le pido un libro emprestado


y él me lo empresta.
Los libros que me gusta leer son:
Zoro de Jairo Anibal Niño, El Maravilloso Viaje de Rosendo Bucurú, La Avispa
Ahogada, Novela de Kike, El poema de los cazadores y la Perrilla, El Viejo y
el Mar.
Cuando Imer me empresta los libros, mi ma me dice que me vaya a solas
a leerlo, porque después me interrumpen.

Gina Marcela Ramos Gutierrez, 13 años. La Paz:

Queridos Padres:
Hago esta carta para decirle lo mucho que los quiero. Les pido las gracias
por enseñarme a leer con una vara y yo les digo: ya no importa, pero gracias
si es por ustedes no podría estar aquí donde estoy.Y también les digo que
no me gustaba que me trataran mal. Muchas gracias por esta experiencia.
Y el cuento que me contaban era Caperucita Roja.
Atte: Gina Marcela Ramos.
Para: mis padres queridos.

Y escribe:

Los libros que llevo a casa los leo, los comparto con mi papá, mi mamá y mis
hermanos, primos.Y a veces con mis abuelos me pongo a leerles los libros.

Los libros que he leído son: La María, El Carnero.Y los libros que más me gustan
son: El Principito, Los Tres Cerditos y el Lobo, Caperucita Roja, Blanca Nieves.

Liceth Paola Niño Fernández, 13 años. Codazzi:

Hola,
Hola querido papá, gracias por hacerme aprender a leer y te agradezco
que nunca me pegaste para aprender.Yo si me porte mal no fue culpa mía.

Caracolí: Los caminos del libro 175


Si yo estaba pequeña.
Att: Liceth Paola Niño.
Gracias por su atención.
Te quiero papá.

Y sobre los libros que ha leído y los préstamos que hace de ellos,
escribe:

La biblioteca de Codazzi me prestó un libro y yo lo compartí con mi papá,


mi mamá y mi hermana.

Y me he leído: Willy Sueña, Quiero a los Animales, Willy el Campeón, Atlas,


La Paloma Despistada y la Sardina Mensajera.

Finalmente otra carta:

Iván David Ruiz Ramos, 12 años. Pueblo Bello.

Estimado profesor:
Recuerdo cuando pequeño estaba sentía tus reglazos, y tus regaños y tus
maltratos. Lograste enseñarme a leer, qué extraño pero aún le aprecio y
si, los pensamientos sobre ti eran despreciables, solamente algunas veces
quise amarte pero recordaba que me hacías bien, y no hay nada más que
decir. Que lo quise y con esto me despido.

Y escribe también:

En mi hogar los libros me llevan a un mundo imaginativo y en tanto no se


puede llegar al fin.
Yo leo los libros y a veces los comparto, pero lo que más me gusta es devo-
rarlos solos en la naturaleza.
Los tipos de libros que leo son de acción y guerras.
Los libros que he leído son:
Narnia el príncipe Caspian, Crónicas de Narnia, El Viajero del Alba,Las Cró-
nicas de Narnia, La Silla de Plata. A Carl Lewis. El capitán Calzoncillos. A
Jairo Anibal Niño.

Son muchas las cartas y testimonios valiosos que hay. Textos plenos
de belleza creativa, afecto y dolor también. Textos que ganan fuerza

176 Caracolí: Los caminos del libro


gracias a sus particulares y poco ortodoxas construcciones sintácti-
cas. Fue un grupo de muchachos que estuvo atento todo el tiempo.

Muy concentrados, interesados, y por su madurez y evidencias en lo


escrito, buenos lectores en general.

Caracolí: Los caminos del libro 177


El viaje de la conspiración
Por: Luis Barros Pavajeau
Novelista y promotor de lectura, invitado a las Rondas de Caracolicito

Íbamos a conspirar. Ni siquiera yo lo sabía. La etimología de la palabra


la soltó Fernando Hoyos. Lo dijo entre el fragor de su sonrisa. Cons-
pirar significa respirar juntos. La palabra me tocó como agua en mitad
del desierto. Así no estuviéramos en desierto alguno… Estábamos en
Caracolicito, ubicado en la ruta del hambre de Rafael Escalona, antes
de meterse en un tren diablo en Fundación que bufaría en Santa Marta
en las horas de la tarde.

Debajo de unos ficus se armaron las mesas para el desayuno. El tripaje


de Escalona con Liceo incluido, se desvaneció en mi memoria cuando
alguien me puso un plato frente a mis ojos; costillitas de marrano y
yuca bañada en suero. La banda de la escuela Chimila afinó sus ins-
trumentos. Un rato más tarde, saxo, clarinetes, trombón, redoblantes,
platillos y trompetas, ejecutaron un porro que llovió sobre los comen-
sales. La música estrenó el día de fiesta.

De regreso al patio del colegio José Agustín Mackencie, el coordina-


dor general de Caracolí, Carlos Guevara Támara, me dijo que el hom-
bre detrás del nombre de la institución educativa fue un capuchino
que levantó un diccionario wayuu-español. Los indígenas lo llamaban
el guare; el amigo que ayuda a pasar en el territorio de fronteras que
es el desierto guajiro. Otra vez el desierto desafiando la realidad de
Caracolicito… Ese sábado pensé que las casualidades no existen. Si
el padre Mackencie era un amigo que ayudaba a transitar por bordes
y lenguajes, nosotros, los promotores de lectura, hacíamos lo mismo.
Tendíamos palabras para trasegar desde la realidad hacia la fantasía. Se
aparejaba el viaje de la conspiración.

Después del olor a pólvora de los cohetes impregnando los discursos


de bienvenida a la jornada literaria, me trasladé a mi curso con una

178 Caracolí: Los caminos del libro


veintena de participantes. Efectivamente les dije que íbamos a cons-
pirar. Respiración, lenguaje, creación y alma. Esas eran las puntas del
hilo que estiraríamos hasta la mitad de la tarde. Despegamos de la
realidad con Esa horrible costumbre de alejarme de ti de Vicenta María
Siosi. El desierto ahora, daba cuenta sobre el proceso de la acultura-
ción de la etnia wayuu. Seguimos con la lectura de unos trabalenguas
para demostrarles, que igual que el ejercicio de la escritura, repetir,
reescribir, borrar y volver a repetir, eran verbos imprescindibles para
consolidar el oficio.

Ya sincronizados, respiración a respiración, emprendimos el primer ejer-


cicio. A las preguntas ¿Qué significaba para ellos un libro? y ¿Cómo en-
traron al mundo de la literatura? Entre otras, estas fueron sus respuestas:

“Un libro es el hilo con el que la vida teje páginas de asombro y misterio.”
“La profesora Uvaldina me inició en este mundo de la literatura… Aún
recuerdo aquella mañana de brisa cuando establecí claras fronteras entre
la regla de guayacán de la seño y mis manos, al destrojar el maravilloso
misterio de las letras.”
José Hernando González, El Copey.

“Un libro es inspiración tallada en páginas.”

“Inicié el aprendizaje de la lectura en el colegio, con el esfuerzo y el des-


espero cotidiano por saber qué querían decir esas hormiguitas negras que
veía correr tras las líneas de aquel papel.”
Ángela Jiménez, Astrea.

“Un libro es un sueño vivido.”


Yonairo de Jesús Sosa, Chimichagua.

“Un libro es árbol muerto convertido en vida.”

“Mi mamá me motivó a leer…Un día uní varios sonidos, los leí y fui corrien-
do hasta donde la vecina Aura donde se hallaba mi madre. Le dije mami,
mira lo que descubrí. Por primera vez entendí que la lectura es la acumula-
ción de letras y sonidos con significados.”
Yeimy Rafael Peña, Chimichagua.

Caracolí: Los caminos del libro 179


“Un libro es un mundo donde habitan otros mundos.”

“Inicié la lectura para llenar el vacío que dejó la muerte de mis tías abuelas,
que eran portadoras de una oralidad ancestral y me contaban cuentos y le-
yendas de Tamalameque. Al morir ellas, tuve que suplir su magia de oralidad
con la lectura de libros de cuentos y novelas.”
Diógenes Pino, Tamalameque.

Escuchándolos, me sentí orgulloso. Aunque no los había ayudado ni


siquiera con una vocal, no pude evitarlo. Me unía a ellos a través de las
circunstancias de sus lenguajes. De hecho, andaba más redondo que
un pavo tensando plumas por el patio. Proseguimos viaje, tutelados
por unas estrofas del poema Kotidianidad II del poeta Adiel Zambrano
Arias:

He vuelto a abrir
La vieja ventana de la vida
Y a hurtadillas…
Y a rabillo de ojo
Miro nuevo día
Y su fanfarria:
Kantos, gritos, pitos, juegos,
Odios irisas, prisas, toses, voces
¡Fluye, vida fluye!
Pero el día,
-Kon sus nubecillas cotidianas
Camina contra el tiempo
Hacia la nada.

Seguimos leyendo los mini cuentos de Versiones y perversiones de Jaime


Echeverri y el libro de crónicas Del Llano llano de Alfredo Molano. Ar-
mamos un poema con la técnica del cadáver exquisito y antes de que
emprendieran sus propios relatos, pedí que describieran sus pueblos
de origen, tratando de evadir definiciones obvias. Estos fueron algunos
resultados:

“Chimichagua es un barco encallado.”


Adiel Zambrano Arias

180 Caracolí: Los caminos del libro


“El Copey es un silencio blanco.”
José Hernando González

“Chimichagua es un poema esquivo.”


Yeimy Rafael Peña

El receso del mediodía llegó a nosotros con la bullaranga de los niños


a la espera del almuerzo. Decidimos adelantar los cuentos para que
en la tarde sólo quedaran pendientes, las preguntas en torno al viaje
de un libro desde la biblioteca hasta la casa de cada uno de los parti-
cipantes.

Aquel tipo esperaba siempre sus mensajes. Los esperaba por las mañanas
o en los mediodías en el tablero de su celular. Intensamente los esperaba.
Llegaban por sus ojos, corrían por el torrente de su sangre, atravesaban el
corazón. Su cuerpo fertilizaba de alegría.

Era una alegría pirotécnica.

Cuando no llegaban, la horrible manía de mirar el teclado del celular. Sacar-


lo del pantalón, meterlo a la camisa. Se había convertido en un ritual. Cómo
dolía el cuerpo sin sus mensajes. Cuanto pesaba el tiempo sin aquellas
señales. ¿Qué clase de amor era aquel? No lo sabía. Como su presencia era
escasa, itinerante y limitada, bastaban los mensajes.

Muy entradas las noches, el ruido de abejorro del celular lo despertaba de


su sueño. Él llevaba sus dedos al celular. Su emoción se encendía. La mente
simulaba un invierno repentino. Y así todas las noches iban y venían como
alimentando el estómago del alma.

Tan extraño e inusual aquel amor. Tan de otros lares que al estar frente
a frente, venían los bloqueos del lenguaje, las sensaciones raras y el terco
enmudecimiento de la palabra. Pero por las noches, celular en mano, la con-
versación fluía y las declaraciones volaban. Mares de palabras, mares azu-
les, rosados, mares que se colgaban en las paredes de la mente de ambos.

(Yeimy Rafael Peña, Chimichagua)

Caracolí: Los caminos del libro 181


Temores primitivos
-¡Mamá me tragué una pepa!- Gritó horrorizado.
-¡Mamá me tragué una pepa!- Volvió a gritar.
Nunca nadie le prestó atención a sus temores…
Sólo hasta cuando las punzantes espinas del limón, le empezaron a herir
las paredes estomacales.
(José Hernando González, El Copey).

Estaba sola y frágil. Quería huir pero tropezaba con la indecisión. Esa inse-
guridad me marcaba. Sentía que cargaba el alma en las manos porque el
corazón perdía fuerzas para sostenerla. Se cargaba mi rostro de nostalgia.
Sólo quería permanecer distante. Contemplar ese rostro que me decía adiós.
Sepultaba la esperanza de contemplarlo despierto, y no en el recuerdo de
ese ataúd. Me encontraba en ese cruel cementerio, escenario de la tristeza.

Ahora me encuentro aquí, escribiendo en unas líneas, un sentimiento frus-


trado parecido al olvido. Pero tiene más cara de soledad divagando en las
palabras y en el encierro de aquella sonrisa plasmada en mi memoria.
Contemplo los días con ganas de amar la vida. Sin derrochar el tiempo, que
a veces, nos entierra sin rancheras ni flores.
(Ángela Jiménez, Astrea)

Al final de la tarde, la conspiración era un hecho consumado; respi-


ración, lenguaje, aventura, creación y alma. Nos despedimos un poco
afanados porque un viaje en ciernes aguardaba por todos. Estaba sa-
tisfecho. Había sido una jornada impecable. Sellada quizás por el hálito
del Dios poeta de Álvaro Herrera Pino que ni más ni menos, en seis
versos creó el poema perfecto.

182 Caracolí: Los caminos del libro


Expresión: Desenrollar-Comprender
Por: José Ropero Alsina
Poeta y promotor de lectura, invitado a las Rondas de lectores en Caracolicito

Contertulio Bart Monterrosa

Crónica

“Ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo,


o algo dijeron que no hubiéramos debido perder o están por decirnos algo” .
Jorge Luis Borges

Noviembre abrió sus puertas y ventanas para decirnos que se avecina


el cierre final de las actividades culturales en pueblos y ciudades del
país. El primer día de este mes recibí de parte del Taller de creación
literaria Caracolí del Cesar una llamada de invitación especial. El emi-
sor es el profesor Benjamín Casadiego, ciudadano notable de grata
recordación en el barrio las Llanadas de la ciudad Hacaritama cuna
del General Garay.

En ese momento pensé en el Fervor de Alejandría, las requisas de los


agentes aduaneros a los barcos para decomisar los pergaminos de Sófo-
cles como si fueran hojas de coca, llevarlos para la biblioteca para sacar
respectivas copias por orden de los Tolemaicos. Entonces le di rienda
suelta a la palabra Expresión, esta palabra sería clave para la realización
de un taller de promoción de lectura con niñas, niños y jóvenes de Ca-
racolicito, Cesar. Redunda decir que en voz antigua desenrollar equivale
a explicar, y que comprender lo leído continúa siendo creación, lo que
quiere decir que quien comprende es desde ya una persona creativa.
¿Vamos? peguntó el profesor.Vamos respondió el perceptor.

La salida es al amanecer, cinco y quince del día cuatro. De acuerdo.


Siempre que viajo –que es de vez en cuando– pienso en una línea rec-

Caracolí: Los caminos del libro 183


ta. Ocaña Valledupar es un largo monólogo surcado de orilla a orilla
por arboles de mata ratón. En Rio de Oro empieza el peregrinaje, en
el cerro Sanín Villa desciende Alicia por una garganta con los pelos
de punta; cuando llegan las lluvias se escurre el barro de la montaña
cortando el vuelo al Ícaro soñador. Desde el antiguo Puerto nuevo
empezamos a ver potreros y corrales con ganado - infinitos -en una
sacudida larga de sol. Las estaciones de gasolina anuncian los poblados
que ascienden de estrato movimiento. Llegamos a la ciudad de los
Santos Reyes Vallenatos a las once y cincuenta y nueve. Desde una
tienda se escucha un canto con un relato que trae rostros de ayer
inaugurando la llegada:

“El maestro va a la escuela a llevar la educación que ningún padre a su hijo


le puede enseñar en casa…”.

Ya sabemos,Valledupar lleva música en el cuerpo. En las esquinas hom-


bres que antes fueron capitanes de chalupa llevan más de treinta y
cinco sin dejar el canto que anuncia agua de coco para Filippo y su sed.

El hotel donde llegamos es de formato grande, por algo la ciudad es de


santos reyes. Por eso apenas pasé el umbral me declaré rey. El profesor
Ben me invita, quiere presentarme la Corporación Biblioteca Rafael
Carrillo Lúquez, pero son los ojos de Mónica Morón Cotes quienes
ofrecen la lectura, piensa en la región de niños que nos dan plena exis-
tencia, el saludo, el recorrido por la ciudadela del conocimiento, y un
libro del poeta José Javier Sánchez con una dedicatoria que dice:

José.

Espero goces estos poemas en los que el barrio, la urbe, la casa, la familia
trascienden la vida y el amor.

Con cariño, Mónica Morón Cotes.

Noviembre 4 de 2011

¡Silencio poetas trabajando! parece decir la consigna del momento en


que los escritores de la academia de Platón aconsejan con su poética
a flor de labios la lectura que no acaba de pasar

184 Caracolí: Los caminos del libro


En la noche la ciudad es una novia en el atrio de la iglesia mayor.
Alguien irrumpe para hablar de callejones, casas con indicios republi-
canos y árboles que crecen en un mural. Un candidato a la alcaldía ha
prometido:

”Las avenidas serán surcadas con árboles de mango para que sus frutos
sean alimento de transeúntes”.

Salida para la Ronda Literaria. Hora cinco y treinta de la mañana.

“Adiós morenita me voy por la madrugada no quiero que me llores porque


me da dolor…”.

Un periódico local muestra en primera plana una fotografía del presi-


dente en cuclillas felicitando a su perro ladrador.

Caracolicito es un pueblo antiguo posada de caminantes, que ha sido


trasteado de pronto en busca de un rayo de luz.

Caracolicito está de fiesta los niños caracolíes nos reciben con fervor
de biblioteca. El animador del evento ha dado gracias al creador por
protegernos de derrumbes y volteadas de mula durante el acarreo.
Una papayera acompaña la hora del desayuno, el himno del colegio
es un grito de bienvenida. La doctora Mónica Morón ha recibido una
corona de laurel por sus éxitos en el fomento del arte y la cultura
desde su biblioteca.

Llega la hora del cuerpo en movimiento, buscamos el salón nos ha


correspondido en su orden el número 5. El profesor Bart está a la
espera con 31 niñas, niños y jóvenes que han llegado de Bosconia,
Astrea, El Copey, Sabanitas, Chimichanga, Caracolicito. Listos para
tallerear. Lo primero deshacerse de los zapatos ha dicho el tallerista.
Ni cortos ni perezosos los zapatos vuelan, se trata de quitarle peso
al cuerpo y airearse del espeso calor que se adentra en el salón.
Los niños han cerrado los ojos. Es tradición de las raíces mágicas
que antes de un taller sea leído un poema, esta vez el turno es para
Octavio Paz:

Caracolí: Los caminos del libro 185


Hermandad

Homenaje a Claudio Ptolomeo

Soy hombre: duro poco


y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

El objetivo del Taller de Expresión es que la lectura y la escritura se


generen desde el cuerpo en movimiento. Calentamiento para la ac-
ción.

He traído como fondo musical los “Fuegos artificiales” pero se pre-


sentó una dificultad… Los niños empiezan a moverse al ritmo del
idiofóno. Ahora están en la gran ciudad en tempo ritmo, enrollan y
desenrollan su cuerpo, nacen a la vida para saber quiénes son y quie-
nes están con ellos. Posan el silencio como en una fotografía, enredan
sus cuerpos para sentirse y ser sentidos. Les hablo de los ptolemaicos,
de la biblioteca fervor de Alejandría, de la timidez y los arrepentimien-
tos. Toman aire y lo expulsan suavemente para despejar los canales
de la circulación, runrunean las vocales para calentar la musculatura
de los pliegues vocales. Practican los trabalenguas yo tenía un gato…
había una caracatrepa… cuando cuentes cuentos… Omagoma uwiki
waca upayaca zucuzaca imokoca…. Los niños están en su salsa, han
salido bien librados, notamos que están despertando sus imaginarios.
Llega el momento anhelado de los refrigerios, les he dicho que hagan
una pausa larga para no atragantarse.

Empezamos la expresión del juego creativo. Les digo que pregunten


sus inquietudes, que seguro algunas cosas las entenderán después. Un
compañero de viaje ha dicho que él cuando niño leyó el libro la Ra-
zón Pura y no entendió ni jota pero fue una gran motivación para
entusiasmarse por la lectura. Ahora los niños voluntarios han salido
al centro del círculo, representan el espíritu sufrido de un camello,

186 Caracolí: Los caminos del libro


el resto de compañeros son el jurado. El segundo grupo representa
el espíritu rebelde de un león, el tercer grupo representa el espíritu
de inocencia y olvido de un niño. El jurado declara desierto el juego
de roles. Les digo que no es fácil actuar y que este juego solo es una
metáfora de Federico para dar pautas para alcanzar un pensamiento
filosófico. ¿Pensamiento qué? Pregunta Fernando un niño que ha dicho
que quiere parecerse al instructor. En este momento empezamos a
soltar el rollo.

Pausa para pensar. Desenrollamos la bibliomaleta que hemos traído


de Ocaña, son 20 textos que tratan de gastronomía, poética, historia,
cuentos, relatos policiales, trabalenguas, adivinanzas, crónicas, parado-
jas, teatro… cuyos temas se acercan al interés y la motivación de los
participantes. Un momento de lectura extensiva, actitudinal, orientada
con la filosofía que propone la Biblioteca Carrillo. Estos libros los en-
tregamos por parejas, pero fueron ellos mismos los que los seleccio-
naron e intercambiaron. Bart lee y hace una comprensión del poema
¿Cuántos pájaros has matado en tu vida Justina? De Juan Rulfo.

¿Cuántos pájaros has matado en tu vida, Justina?


–Muchos, Susana.
–¿Y no has tenido tristeza?
–Sí, Susana.
–Entonces ¿qué esperas para morirte?
–La muerte, Susana.

Juan Rulfo

El salón se llena de luz para los vagabundeos de la memoria. La biblio-


maleta lleva siempre libros motivadores de lectura natural. En pleno
fervor concluimos la jornada de la mañana.
Después del almuerzo volvemos a conversar.

Pensamos en la revelación, un libro elige a sus lectores.

¿Cómo están leyendo los libros en casa?


¿Con quién comparten lo aprendido?

Caracolí: Los caminos del libro 187


¿Qué han comentado sus padres de las lecturas?

¿Qué aprendieron de las lecturas?

¿Qué personas los han motivado para que lleven libros y los compar-
tan en casa?

Como a veces la memoria se torna porosa, las niñas, niños y jóvenes


que asistieron a la ronda de Caracolicito Cesar, prefieren dejar por
escrito para el Taller de creación literaria Caracolí, las siguientes im-
presiones:

Libros leídos

Yo leí el canto de los cántaros y el escritor se llama Nicolás Buenaventura


Vidal. El libro lo compartí con mi profesora y también se los leí a todos mis
compañeros, sin dejar a mi papá y mi mamá que son los que me ayudan.
El libro es muy bueno porque nos enseña acerca de la envidia y a hacer
cántaros, cómo se mide el agua, la masa y el barro. Me gusta leer porque
leer aumenta nuestra autoestima. A mí me motiva a leer mi mamá y mis
amigos, también le comenté el libro al bibliotecario y le pareció muy bien
que le explicara la lectura. (Katy Siado, Quinto A, Colegio San Luis Beltrán Bos-
conia, Cesar)

Un día fui a la biblioteca, estaba leyendo cuando sentí que me tocaron el


hombro, desde entonces asisto a los talleres Caracolí, leo poemas, trabalen-
guas y leyendas, me divierto mucho. Gracias a los talleres de Caracolí he
mejorado mucho en castellano y mis profesores… (Sharoll Nicolle D Miranda,
Grado tercero 1, Institución Sabanitas, Cesar)

Yo voy a la biblioteca por un motivo, y cuando llego y pregunto por un libro


para llevar me dicen que los libros ya están prestados y por eso no me los
prestan, entonces voy donde el profe y no lo encuentro. (Sebastián)

He prestado pocos libros, anteriormente los buscaba para realizar tareas,


trabajos y otras labores, la mayoría de las veces enciclopedias. Ahora no
busco libros por que hay que dejar una identidad y esto se me dificulta,
entonces los dejo para otra ocasión, pocos libros compro y pocos tengo en
mi casa.

188 Caracolí: Los caminos del libro


He leído El viejo y el mar, Sangre de campeones, quién se ha llevado mi
queso, mientras llueve. El libro que más me ha llamado la atención es San-
gre de campeones porque prácticamente es una reflexión para la vida de
los adolescentes, dice cómo escoger las amistades y cómo comportarse, no
ser rebelde, enseña cómo comportarse uno como persona decente. (Jaidy
Vanessa Zuleta Morales, El Copey Cesar).

No he buscado prestados libros en ninguna biblioteca, normalmente inter-


cambio los libros con mis compañeros más allegados que son amantes a
la lectura como yo. Algunos libros son: Secuestrada, El caballero de la arma-
dura oxidada, Cien años de soledad, Sangre de campeones, Crónica de una
muerte anunciada, Rebelión de las ratas. Todos estos libros resultados de
actividades escolares me han dejado un gran aprendizaje para reafirmar
mi desarrollo como estudiante y como escritora.

Para mi leer un libro es meterme en otro mundo olvidando todos los pro-
blemas que me agobian. En cada libro hay una reflexión que nos enseña a
vivir de manera correcta por intermedio de los sucesos que le suceden a los
protagonistas. (Camila Rodríguez, Noveno A, Idesco. El Copey Cesar).

Yo leí El estofado del lobo y me pareció súper, yo no quería ir a los talleres


de Caracolí pero mi amiga Luisa me insistió que fuera para aprender a leer
y fue por eso que mis papás me dijeron vaya, fui y todo me salió muy bien,
por eso estoy hoy aquí. (Luz Miriam Ochoa Ribera, Quinto 2. Colegio Sabanitas,
Cesar).

Les voy a decir la verdá, yo no busco libros en la biblioteca porque me toca


dejar la tarjeta de identidá y esto no me gusta.

Leí un libro que se llama El hombre caimán que trata de un hombre que
se iba todos los días al rio Magdalena a ver como se bañaban las mujeres.
(Andreselpropio1@hotmail.com Idesco, El Copey Cesar).

No busco libros en la biblioteca porque me queda muy lejos y porque para


poder prestarme un libro me toca dejar la tarjeta de identidad y a mí no
me gusta dejarla, prefiero quedarme y leer los libros en la biblioteca. Leí
El caballero de la armadura oxidada que dice que uno tiene que dejar de
llevar doble vida. Aprendí que cuando uno tiene doble vida siempre va a te-
ner muchos problemas. Leí otro libro que se llama Cuentos de la selva, este

Caracolí: Los caminos del libro 189


trata de un hombre que vive en Buenos aires y está muy enfermo, entonces
decide irse a la selva. Un día que tiene mucha hambre se acerca a una
laguna donde ve una tortuga muy grande y un tigre se la quería comer, el
hombre mató al tigre y arrastró la tortuga hasta su cambuche, el hombre
se volvió a enfermar y la tortuga agradecida se encargó de llevarlo hasta
Buenos aires. De este libro aprendí que uno tiene que ayudar para que lo
ayuden. (Gina Montenegro)

Yo no busco prestado libros en la biblioteca porque nunca he visto la nece-


sidad pues gracias a Dios en la casa tengo la oportunidad de tener muchos
libros para entretenerme y como en la biblioteca me dan un tiempo estipu-
lado para leer y no me gusta que me presionen, ni me obliguen. Opino que
cada libro tiene su tiempo para uno leerlo, y si me obligan o me dicen tenés
que leértelo para tal día siento que pierdo el gusto porque me lo ofrecen
por obligación. Tengo compañeros que les gusta leer, como Omy con quien
intercambio los libros.

Estos son los libros que he leído y que recuerdo muy poco los autores: Mi
abuelo y yo, cien años de soledad, crónica de una muerte anunciada, el coro-
nel no tiene quien le escriba. Mientras llueve, el viejo y el mar, el lazarillo de
Tormes, el caballero de la armadura oxidada, la rebelión de las ratas, sangre
de campeones, la culpa es de la vaca, y varias fabulas y cuentos infantiles.
En realidad todos los libros me encantan, pues de cada libro algo se apren-
de, y lo podemos aplicar en la vida diaria. El libro que me ha cautivado es
La María de Jorge Isaac, es una novela que desde que comencé a leerla no
me quería despegar. Otro libro que me fascino fue Juan Salvador Gaviota,
de este aprendí mucho para aplicarlo a mi vida diaria, el cómo ser y marcar
la diferencia. Mi papá me ha dicho una frase muy cierta: “Los libros están
muy cerca pero te llevan muy lejos” Hay que soñar. (Manuela Silva)

Yo leí la carta de la señora González y me pareció súper chévere. Las per-


sonas que me impulsaron a leer fueron mis papás y mis abuelos porque yo
no asistía a los talleres literarios y ellos insistieron para que fuera, por eso
estoy aquí. Tengo un hermano que se llama José Rodolfo Navarro Pérez, él
asistía a los talleres el año pasado pero ya no puede asistir porque siempre
tiene que ir al Valle por el problema de los niños. Un día le dijo a mamita
yo quiero escribir un cuento y mamita le contestó: Si tu quieres escríbelo y
él lo escribió, yo lo leí y me pareció súper chévere el cuento de mi hermano.
Bueno, el día que tuvimos que viajar para Caracolicito, llegamos, y me pa-

190 Caracolí: Los caminos del libro


reció muy bacano el colegio, hice nuevos amigos y el profesor que me dio
la clase es súper, tuvimos un recreo, ah, olvidaba que antes del recreo nos
dieron comida y estaba muy rica, luego entramos otra vez a clases y en este
momento se me está antojando escribir un cuento. (Luisa Fernanda Navarro
Pérez, grado quinto 2, Colegio Sabanita, Cesar).

El nombre del libro que leí es La hermana del principito, su autor Jairo
Aníbal Niño. Se trata de la historia de una niña muy despelucada que se
creía muy dura, un día se montó en un avión y cuando estaba despegando
empezó a reírse y el avión tenía como una falla y la gente que estaba abajo
estaba paralizada y la risa de la hermana del principito era un ruido fuerte
y ella se sentía muy feliz porque es muy bacano subir en avión.

Por aparte les digo que yo le preste este libro a mi hermana y ella dijo que
era un libro muy bueno y que era muy necesario leerlo porque se aprende
a desarrollar las palabras y las vocales, y que los libros tratan también del
amor y es el amor el que todo el mundo necesita porque el amor es una
cosa impresionante. (Luis Fernando Martínez Ortega, grado quinto B Institución
La inmaculada, Chimichagua, Cesar).

Yo no tengo necesidad de ir a la biblioteca porque tengo muchos libros


para leer en la casa. He tenido una gran experiencia, mis profesores y mis
padres me han animado a leer libros, he aprendido mucho, me arrastran a
conocer otro mundo. He leído La maría, el principito, Juan salvador Gaviota,
Sangre de campeones. Cuando estoy leyendo me imagino lo que ahí pasa y
entonces quiero leer más y más.

Los libros son mágicos, nos enseñan a escribir y a saber en qué mundo
vivimos.

Leí un libro que se titula Lo que los jóvenes piensan, me gustó mucho por-
que se trata de jóvenes que se preguntan Si deben prestar atención de lo
que dicen de ellos, si deben probar las drogas, si deben probar el alcohol,
para qué los regañan sus papas, porque no les prestan atención.Y a todas
estas preguntas había soluciones y también decía que tenemos que pensar
lo que vamos a hacer y tratar de no arrepentirnos de lo que hacemos. Que
los jóvenes no debemos tomar los malos ejemplos de los demás. Por los
libros es que yo no voy mal en el colegio. (Paola Andrea Silva Tapias, Sexto A
Institución Las delicias, San Carlos, Cesar).

Caracolí: Los caminos del libro 191


Mi nombre es Ronald Estiven. He leído el libro Mamíferos. El autor se llama
Jim Bruce. La enseñanza que me ha dejado es que los mamíferos se alimen-
tan de la mamá. Me gustaría leer un poemario.

Quienes me motivan a leer son mi mamá Michel Elena Castrillos y la seño


Mabel Andrades. Este es mi poema.

Poema para Michel

Como tú no hay otra


Como tú no hay dos
Tú eres la preferida
Porque Dios te escogió
(Ronald Estiben)

El día miércoles 2 de Noviembre de 2011, leí un libro muy interesante sobre


Mitos y leyendas, quien me lo prestó fue Daniela mi compañera de clase.
En este libro encontré leyendas como La llorona, el cazador, la patasola, la
tunda, la india Catalina, la muelona, etc.

Lo que más me llamó la atención fue la Tunda, una historia basada en una
mujer que tenía una pata de molinillo y quien realizaba una serie de he-
chizos y cosas así para atraer a los hombres y hacerlos sus amantes. Este
libro lo compartí con mis compañeros Paula Luna, Davinson Herrera. Fue
muy chistosa la anécdota que pasó pues mi compañero reaccionó, penoso
y avergonzado, pues la lectura decía cosas que lo hicieron que se pusiera
pálido. (María Fernanda Medina Polo mafeme1999@hotmail.com Sexto A,
IDESCO, El Copey, Cesar).

Buzón de cartas y comentarios de libros leídos

Buenos días o tardes, en el día de hoy me dirijo a ustedes para contarles


una experiencia maravillosa que he vivido hoy 5 de Noviembre de 2011
en la institución Mackenzie. Quede fascinada pues no me lo esperaba, a
mí solamente me habían invitado a asistir la docente de Lenguaje por lo
que ella conoce que a mí me encanta leer. Me dirigí en la mañana a la

192 Caracolí: Los caminos del libro


biblioteca y de ahí con otro grupo de estudiantes de otras instituciones nos
dirigimos hacia Caracolicito. Cuando llegamos me llevé una sorpresa pues
no conocía el colegio y me encantó, en ese lugar habían otros niños y niñas
estudiantes de otros sitios como Chimichagua, Coreas, Bosconia, etc. Nos
dividieron en grupos y a mí me tocó en el salón No 5 con el instructor escri-
tor José Ropero, maravilloso señor por cierto, el cual nos enseñó y le colocó
a la dinámica como nombre: Expresión. Nos contó que para poder ser una
persona que comparte literatura debe expresarse con el cuerpo (Expresión
corporal) con la voz (Expresión oral) y con los juegos creativos, con este
tema tuvimos varias dinámicas, y luego en grupos de dos nos entregó un
libro. El libro que a mí me correspondió se titula Cómo hacer un análisis li-
terario, el cual cuenta cosas muy ciertas, dice que los jóvenes cuando hablan
de literatura inmediatamente se imaginan unos viejos sin nada que hacer,
viejos encerrados solo escribiendo y con muchas montañas de libros, viejitos
montados en un caballo con un gordito que los acompaña, y pues eso no es
la literatura, la literatura se clasifica en varios géneros: Lirico, épico y narra-
tivo.También dice que la literatura no surgió de la nada, que en los tiempos
de antes todo era por tradición oral, y hay narraciones muy antiguas que
expresan todo, como la Odisea, y la Ilíada que narran todo lo que sucedió en
ese entonces, esta es la literatura escrita por Homero, un gran escritor en la
historia. Bueno te dejo, quedé encantada con esta experiencia, ¡qué regalo!
Muchos jóvenes pudieron vivirla. Me despido con un beso y un abrazo, te los
mando, cuídate. Me divertí mucho y me gustaría que se volvieran a hacer
muchos de estas eventos más, no todo es tecnología, sepan que los jóvenes
estamos olvidando lo maravilloso que es leer. (Manuela Silva Tapias. IDESCO,
grado noveno A. El Copey, Cesar)

Hola mamita:

Quiero contarte lo bien que me fue. Al comenzar el taller nos dijeron que
nos quitáramos los zapatos para estar relajados. No dijeron que cerrára-
mos los ojos y escuchamos un poema. Comenzamos a estirarnos, a trabajar
la voz con trabalenguas. Jugamos, leímos libros, dijimos de qué se trataban,
si los recomendábamos, tomamos refrigerios, jugamos a interpretar, almor-
zamos, y salimos afuera a descansar un rato. Cuando volvimos a entrar nos
sentamos fuera del salón y en una hoja escribimos algo de los libros que
hemos leído en la casa y de qué trataban, qué nos dejó el mensaje, si lo
recomendamos, con quién lo leíamos, anotamos el nombre y apellidos, el
grado, y la institución educativa.

Caracolí: Los caminos del libro 193


A mí me gustó mucho mamita, yo quería que tú estuvieras conmigo pero no
importa. Aquí me despido, te quiero mucho, mucho…Adiós. (Lorena Yesenia
Pacheco Escalona, Grado sexto A, Institución Álvaro Araujo Noguera, Astrea, Cesar)

¿Qué es la escritura para mí?

Más que una forma de expresión es una forma de desahogarme para ex-
presar los momentos de tristeza, de nostalgias, de alegría y de sufrimiento.
Siempre he destacado y valorado la atención y las enseñanzas de personas
que por su larga trayectoria escriben con diferentes matices de la escritura,
nos enseñan y demuestran cosas buenas a través de la experiencia que
dejan este largo recorrido… Agradezco las enseñanzas que se me han
brindado en el día de hoy, ya que gracias a esta puedo ir formando mi de-
sarrollo como persona principalmente a través de la escritura. Desde muy
temprano pensé que iba a ser un día como cualquier otro, sin pensar que
iba a ser motivo de inspiración para más adelante. En el día de hoy se me
enseñó primero algunas cosas de expresión corporal, expresión oral, y ex-
presión del juego creativo. A lo largo de la jornada me divertí mucho, aprendí
muchas cosas nuevas, y valiosas, la atención fue excelente, sé que no voy a
poder olvidar este día durante mucho tiempo. Gracias a los caracolíes por
sus atenciones.

Con cariño

María Camila Rodríguez, Noveno A, Idesco, El Copey Cesar.

Caracolicito, Cesar, 5 Noviembre 2011

Hola: les voy a contar lo que he hecho hoy en Caracolicito. Bueno, aprendí a
compartir los libros como si fueran unos amigos, a leer, hicimos ejercicios de
Expresión corporal, oral y juego creativo con los profesores. Hemos escrito
cartas y cuentos. Les recomiendo el libro Las ánimas también mueren.

Atentamente,

María José Oliveros, grado séptimo,


Institución Álvaro Araujo Noguera. Astrea, Cesar.

194 Caracolí: Los caminos del libro


Caracolicito, Cesar, 5 Noviembre 2011

Hola Taller Caracolí del cesar. Imagínate que hoy me ha pasado algo súper
chévere leí un libro que me gustó porque me dio a entender lo que es una
reflexión, titulado EL MOMENTO MÁS GRAVE DE MI VIDA, del libro Juguemos
a la poesía de Guillermo Bernal. Se trata de varias opiniones de diferentes
hombres que comentan sobre lo más grave que les ha pasado en su vida.
Uno de ellos cuenta que lo peor que le pudo pasar fue estar en una batalla
donde fue herido de muerte. Otro dice que lo más grave fue haber conocido
el perfil de su padre y por ultimo dice otro hombre que no se arrepiente
de nada porque no ha llegado el momento más grave de su vida. Si tuviera
la oportunidad de compartir este libro lo compartiría con mis amigos más
allegados. Para mí que no hay de que arrepentirse y tampoco hay momen-
tos graves en la vida.

Bueno amigo profesor te dejo, seguimos hablando en la próxima ocasión a


ver qué libro nos leemos. Hasta un pronto taller Chao.

Jaidy Vanessa Zuleta Morales, Col. Idesco. El Copey, Cesar.

Caracolicito, Cesar 5 de Noviembre 2011

Hola Mamá Yenis Judith Polo Andrade

Te quiero contar la experiencia tan maravillosa que tuve en el taller literario


Caracolí del Cesar, del cual aprendí sobre la expresión corporal, expresión
oral y la creatividad. Pasé momentos muy divertidos junto a nuevos amigos
y compañeros, además este colegio Mackenzie es hermoso, lleno de arboles,
amplio, muy limpio y conservado.

Conocí nuevos compañeros y personas que me enseñaron mucho sobre la


literatura, los libros y muchísimas cosas más, interactué con otras personas.
Pienso que las personas de Caracolicito son muy amables y me encantó la
clase que tuvimos con el profe José Ropero a quien le agradezco por haber-
me motivado a leer y a aprender más, pronto iré a casa y quiero volver de
nuevo.T.Q.M. Atentamente,
María Fernanda Medina Polo, Sexto B, IDESCO, El Copey, Cesar

Caracolí: Los caminos del libro 195


El supremo camino de la lectura
Por: Ricardo Vergara Chávez
Escritor y promotor de lectura, invitado a las Rondas de lectores en Caracolicito.

Hay aconteceres donde lo supremo agencia las fuerzas de lo vital.


Hechos como festejos disidentes de lo común. Uno los vive y siente,
los paladea y asume irrenunciablemente. No son recurrentes pero se
dan. Y cuando suceden, la evasión no cabe; pues nos invaden como
tonificantes que amainan la dureza de la cotidianidad, que con tantos
sedimentos, la mayoría de la veces se torna pesada y obstaculiza a
quienes trabajan o acometen acciones en procura del bien general.

De ello, lo supremo, debiéramos nutrirnos y airearnos, cosa de acopiar


otras presencias, algo que nos ayude a direccionar de mejor manera
el rumbo y no quedarnos entre la congoja de los que se quejan de la
vida y sus afectaciones. Sería bueno que esto aconteciera y que nues-
tro hacer estuviese asistido siempre, no tímidamente, si no total, por
aquello que enaltece, y así cuando elevemos plegarías a los sueños,
conversemos con las cosas que nos lo permiten. Esto intento cuando
converso con el ritmo del caracolí del Cesar, ese proyecto que, con
amor hacia un pueblo, el gobierno, con la asistencia y devota entrega
de Mónica Morón Cote, Carlos Guevara Támara -Gran Señor- Eliana
Villarroel, Benjamín Casadiego y la eficiente presencia de instructo-
res, bibliotecarios, forjadores de lectura y escritores, viene ejecutando,
procurando lo trascendente.

Ahora mientras paladeo en él, tan igual a cuando saboreo los dulces
del Caribe, e imagino las techumbres bajo las cuales se cobijan los
seres que tienen la virtud de transformar las cosas, derivo en elucu-
braciones que me conducen a insinuar lo significativo que sería para el
Gobierno y la paz de la nación, tomar como modelo, de entre los pro-
yectos que en el país se ejecutan, este del Caracolí del Cesar, donde la
comunidad toda participa, tarareando casi siempre de satisfacción en

196 Caracolí: Los caminos del libro


cada jornada, tal si vertieran en ello la vida o ésta fuese alegría consu-
mada rezumando toda vez.

No es de otra manera, simplemente es así. Uno que ha tenido la suer-


te de asomarse a su esencialidad y a la correspondencia que guarda
con la comunidad educativa, población objeto del proyecto, apenas
habla de lo que alcanza a percibir; pues el zumun de éste, no son las
palabras, en ocasiones emotivas, son los hechos allí latiendo, tocando
al ser en su cosmogonía.

Registros van quedando de cada acción, y cada hecho atestigua lo


grande del árbol y sus ramas. En Caracolicito, por ejemplo, pareciera
haberse alcanzado toda altura, pues nadie pudo sustraerse del acon-
tecer de un día lleno de fiesta, con esa multitud convergente de seres,
en ejercicio de la búsqueda del conocimiento. Ahí autoridades civiles,
militares, educadores, escritores, bibliotecarios, estudiantes, coordi-
nadores y demás, se conjugaron en una especie de sinfonía de la cual
aún me llega el eco.

De cuanto se puede argumentar, a más de la lectura, eje esencial del


proyecto, está la correspondencia de éste con las preocupaciones de
la comunidad: su historia, los caminos y viajes emprendidos en procura
de una mejor existencia, la búsqueda del saber, sus orígenes y vínculos
con lo propio, sin violentar nada, más bien, sumando todo en una gran
complementariedad que enriquece. Así lo he sentido y presenciado
en la indagación, los procederes, las formas de buscar, propiciar los
nexos de la comunidad con su entorno, el mundo contemporáneo y
sus hemisferios. En ese actuar, los lenguajes en su multiplicidad, afinan
y surten la expresividad, en una convivencia qué se torna celebración.

Reconocerlo es digno, porque ello patentiza lo que se puede lograr


cuando se trabaja con amor y disciplina, ya sea en lo individual o co-
lectivo.

Cómo evitar que la emotividad y la alegría nos inunden cuando algo


es bello y ese algo te afecta candorosamente. Yo no lo evito, por el
contrario me sumerjo en ello, cuando recuerdo, no sólo la bienvenida
brindada a quienes estuvimos en Caracolicito, si no también la presen-
cia latente de la comunidad y específicamente de los niños, naturaleza

Caracolí: Los caminos del libro 197


básica y sustentadora de un proyecto que no excluye, ni siquiera al
enfatizar en su filosofía.

Puede uno ahondar en detalles, dado que existen. Pero de sólo ver el
fragor y denuedo de los niños en el viaje imponderable de la lectura,
consigue vislumbrar lo que trasciende y se torna transferible a la so-
ciedad. ¿Cómo se logra alcanzar altos niveles de lectura? se pregunta
uno y la respuesta la encuentra en los años vertidos en esta función.
No hemos de extrañar entonces que de 21 niños que compartieron
con quien escribe esta nota, el 98% demuestre su tendencia a la hacia
la lectura.

Gozo siente uno cuando indaga en ellos y encuentra que, dan razones
de múltiples autores. En lo particular destaco la dicha que me causó
encontrar en sus indagaciones, además de autores de literatura infan-
til, entre comillas, hallar algunos como: Fiódor Dostoyevski, Gabriel
García Márquez, Pablo Neruda, Horacio Quiroga, William Shakespea-
re, Albert Camus, entre muchos, incluidos los de acá, los del terruño.

A este proyecto, que hunde sus raíces en otro tiempo y que asoma
vigoroso en el ahora, y a los artífices de la dinámica del mismo, rica
en logros y realizaciones, los premiaran los futuros profesionales del
Cesar que se cuecen en los núcleos formativos de cada nodo, donde
tienen ocasión las semillas que se aprestan a germinar.

Para ellos y los beneficiarios un abrazo en esta navidad que comienza


y el deseo de un buen camino en el futuro.

198 Caracolí: Los caminos del libro


Ronda lectora en las entrañas
y esencias de Caracolicito
Por: Ignacio Verbel Vergara
Narrador, poeta, ensayista y promotor de lectura sucreño.

Caracolicito y caracolito son palabras hermanas. La primera nos asalta


bellamente con olores a corteza, a flores, a hojas que palpitan verdor
y frescura. La segunda huele a marisma, a arena de río y de arroyo, de
mar y ciénaga. Con caracolicitos se hacen canoas, mesas, sillas, mórbi-
dos lechos. Con caracolitos se fabrican collares, hermosos ornamen-
tos, audífonos que nos remitan a los sonidos de milenios pasados. Los
caracolicitos (anacardium excelsum) dan sombra y hermosean el paisaje.
Los caracolitos ponen un toque mágico en la arena. Los caracolicitos
crecen más lozanos y alegres a orillas de las corrientes fluviales. Los
caracolitos abundan en las arenas de todos los colores y matices.

Caracolito y caracolito, palabras untadas de ritmo, de emoción y de


poesía. La primera está asociada a mi vida, desde mi infancia. La segun-
da empecé a escucharla más tarde y me pareció maravillosa. En Ca-
racol, un humilde pueblo a orillas del Arroyo Pichilín nací, pero todos
sus habitantes, por amor le dicen Caracolito. A orillas de Caracolicito
pasé por primera vez a inicio de los ochenta siendo un púber que an-
siaba llegar a la adolescencia. Los algodonales con su albura majestuo-
sa acariciaban mis ojos y los cantos vallenatos se elevaban de la tierra
como eufónicas espirales. Pero este 5 de noviembre de 2011, por fin
puedo llegar a Caracolicito con los escritores invitados a esta ronda
lectora, con promotores de lectura, directivos y activistas de diversa
índole de la Corporación Bibliotecas Públicas del Cesar. En la entrada
al pueblo esplenden vitales matas de ahuyama, por algún lado cantan
canarios y azulejos, ladra festivo un perro, una gallina y sus pollitos
orillan la calle mientras van rebuscando granitos, cantan los gallos, un
asno rebuzna sosegado.

Caracolí: Los caminos del libro 199


A dos cuadras de la entrada, niños de ojos alegres y bondadosos nos
hacen una calle de honor. En las puertas de las casas y por las ven-
tanas entreabiertas se asoman rostros sonrientes. Los saludamos y
nos contestan complacidos. Todos saben que hoy es día de fiesta en
Caracolicito. Hoy, la lectura y la escritura tienen la palabra. Pero no es
un evento cerrado. Es un evento que todos los habitantes saludan y
del que se sienten partícipes. Avanzamos. El maestro Carlos Guevara
nos va contando anécdotas y nos hace relación del paisaje que hay del
otro lado del pueblo. Llegamos a la sede de la praxis lectora y escri-
tora de la fecha. El Rector de la institución educativa que nos acoge y
los profesores navegan en una atmósfera de fraternidad y en ella nos
introducen. Nos hacen sentir como si fuéramos hijos del pueblo que
hemos regresado después de varios lustros de ausencia y a los que
todos quieren complacer, abrazar, saludar.

De súbito es el desayuno abundante y saludable bajo unos árboles


coposos mientras una banda de música toca en el fondo, para ameni-
zarnos el condumio. Varios colibríes llegan y besan con presteza algu-
nas flores que brillan en las ramas intermedias de los árboles que nos
abrigan. Más allá, mariposas de todos los colores gravitan sobre las
flores tiernas de las matas de candia y de frisol.

Después de ese jolgorio, viene el jolgorio esencial que nos ha traído


aquí. La ronda de lectura y de escritura. Me premian con un grupo
de 17 personas, que proceden de El Copey, Astrea, Chimichagua y
Caracolicito. 6 tienen 14 años. 6 son de 15 años y además hay 1 de
13. 1 de 11. 1 de 16. 1 de 41. 1 de 50. Sus niveles académicos van del
6o grado al 10º.

Después de una cálida autopresentación de cada uno de quienes for-


mamos el grupo, intentamos responder a tres preguntas:

a. ¿Para qué leer?


b. ¿En qué medida la lectura ha cambiado mi vida?
c. ¿Por qué quienes leen son más ricos intelectual y espiritualmente que
quienes no lo hacen?

El cúmulo de respuestas que salen a relucir, son interesantes, variadas,


evidencian el ejercicio lector en que muchos de ellos están imbuidos.

200 Caracolí: Los caminos del libro


Entre ellas: “Leo para ser mejor persona y mejor ciudadano”. “Leo para
jamás ser esclavo de nada ni de nadie y para fabricarme una armadura
que me proteja de la ignorancia y la estupidez”. “La lectura ha cambiado mi
vida porque desde que la practico ya no soy tan triste y puedo comprender
mejor a mis amigos y seres queridos”. “La lectura cambió mi vida porque a
través de ella no tengo tiempo para aburrirme ni para pensar en cosas sin
importancia, además yo mismo, sin ser vanidoso, me creo más importante
y útil para mi familia y mi patria”. “Quienes leemos somos más ricos en lo
intelectual porque los textos a los que nos acercamos, acrecientan nuestros
conocimientos sobre la vida, sobre Dios y el hombre, sobre la ciencia y cómo
solucionar los problemas y somos ricos en lo espiritual porque nos volvemos
mejores personas, capaces de ver lo valioso que es cada ser, cada acto
bueno”.

Después les propongo varios textos para leer en la fecha, pero ade-
más les hablo de la importancia de conocer a los narradores y poetas
más destacados del Caribe, sin que ello signifique descuidar o ignorar
a los de otras latitudes. Acordamos leer textos del gran José Félix
Fuenmayor (narrador, - con Ramón Vinyes, alma del Grupo de Barran-
quilla al que perteneció Gabriel García Márquez-, poeta, periodista) y
del maestro Héctor Rojas Herazo (poeta, narrador, pintor, periodista,
ensayista, conversador insigne).

Iniciamos con el cuento Muerte en la calle de José Félix. Lo leemos, lo


comentamos, hacemos un parangón entre la realidad, la época y el
espacio descritos por el escritor y la realidad, la época y el espacio
fundamental de cada uno de los integrantes del grupo. Se establecen
semejanzas, diferencias, se intenta explicar cómo un tema tan aparen-
temente trivial le sirvió al autor para crear una obra de esa naturaleza.
Se establecen las principales características positivas del texto, que
según los participantes son: lenguaje sencillo y gracioso, pero cuidado
y preciso; utilización afortunada de un personaje sin mayor importan-
cia social para delinear varios estratos sociales, costumbres, valores y
disvalores, creación perfecta del personaje y de su psicología. Algunos
chicos mencionan a personajes similares que existieron o existen en
sus municipios.

De Héctor Rojas Herazo leemos en voz alta y por turnos voluntarios,


primero los tres siguientes poemas:

Caracolí: Los caminos del libro 201


¿QUÉ SOMOS?

¿Qué somos?
Este poco de mar, estos crustáceos,
estas islas de fosfato que llevamos dormidas.

Somos también, estas pedrezuelas impasibles


y ese niño que atesora un naufragio en su memoria.
De aquí somos y esto somos.

Lo demás es tristeza, ruido de nadie, mundo.


Levantamos, en cada respirar, en cada poro nuestro,
un poco de estos grumos,
de estas chozas con vientres olorosos a fiebre.

Miramos un camino con un hombre cantando,


extendemos los ojos,
vemos un árbol, ¡un árbol solamente en la playa insaciable!

Y más allá los barcos, el mar de olas eternas.


Nos sentimos totales, furiosamente solos.
Solos como si nada nos doliese en la frente.
Somos de aquí, de este orbe rumoroso,
de esta arena con olas y naranjas,
de este diario morir frente a la sal,
de este podrirse con caracoles y totumos,
de estas paredes rotas,
de estos trozos de esquifes
que siguen navegando por las calles.

De este patio enlutado donde ronda la abuela,


donde mataron una casa
y aventaron sus puertas, su quicio y sus ventanas.

Esto somos no más: mar que se pudre


que camina y se pudre con nosotros.

202 Caracolí: Los caminos del libro


LOS CORCELES DE ESPUMA

El caballo corre, el caballo vuela.


El caballo grande que patea las camas.
El caballo de las ardientes crines de harina.
El caballo que ríe a grandes carcajadas tras los escaparates.
El caballo que destroza los árboles con furiosos mordiscos.
El caballo que tiene clavos y serruchos en la cola.
El caballo que tiene dos fogones en la frente.
El día es un colosal caballo que relincha encendido.
Cada uno de nosotros es pelo de caballo.
La música de su relincho en los pozos dormidos.

¡Ah, el gran caballo en su verde establo de salitre!


Pateando nuestras vísceras y diciendo furioso:

“Tu cráneo es yerba mía,


dame la roja espiga de tus dedos,
la cáscara de tus uñas,
la cebada que maduran tus miembros”.

¡Oh, gran caballo solo, sin rumbo entre las olas!

AGONÍA DEL SOLDADO

Esto pedimos, esto no más:


Un niño
viendo pasar el aire dulcemente
una mujer, un surco y una flauta.
Un pan bajo la lámpara.
El saludo de un amigo, su risa fatigada.
El llanto por un muerto.
La sombra de la casa y un camino
para llegar, para soñar con todos.
Esto pedimos, recuérdalo, esto sólo.

Caracolí: Los caminos del libro 203


Más tarde leemos del mismo autor El hombre se recuenta como un
cuento y Sentencia. Fue importante constatar que los participantes en
su mayoría saben que es diferente leer sónicamente un poema que
una narración y tres de ellos hacen modulaciones bastante aproxima-
das a las que se requieren para la recitación o la declamación. De cada
poema, los muchachos y adultos hacen interpretación, emiten juicios
sobre su intencionalidad, sobre los mundos y vivencias que reflejan.
Realizan paralelos entre las imágenes usadas en la lírica y las propias
de la narrativa. Es muy productivo el paralelo que efectúan sobre la
manera en que se cuentan las acciones y en que se tejen los escena-
rios en la una y en la otra. Además, sobre las sensaciones que una y
otra provocan en el lector y el lenguaje y el ritmo que usan.

Les propongo el ejercicio de crear cada quien un texto a partir de la


pregunta ¿Qué somos? , que sirve de título a uno de los poemas de
Héctor Rojas Herazo. La mayoría se aplica con voluntad al trabajo y
surgen multiplicidad de textos. A continuación, una muestra:

Somos
agua clara y borrosa al tiempo.
Somos cielo nublado y estrella interminable.
Aire libre y tren apresurado somos.
Somos frutos descarnados por el calor
y también agua quieta.
(Angie Paola Payares Miranda)

***

Somos
avalancha de sueños
desbordando la mar.
Somos
un único sentir de gozos,
elocuentes parlanchines en pos de la felicidad.

Somos
tesoro de oro puro
sin saber de quilates.
(Julio C. Serna, El Copey)


204 Caracolí: Los caminos del libro
Somos
senderos interminables,
estatuas inmóviles
perdidas entre la avaricia, la envidia y la pobreza.

Somos seres llenos de remordimiento


que buscan una pequeña luz en medio de la oscuridad.
Somos buscadores de perdón,
buscadores de salvación.

Pero somos más que nada oscuridad


y parece que no hay marcha atrás.
(Ferneiris Rodríguez Campo, Astrea)

***

Somos
turpiales que cantan tristes
y que lloran metidos en las jaulas.

Somos
como dijo Carlos Vives, la tierra del olvido.

Somos esclavos del pasado, noche sin estrellas,


sin luna ni luceros.

Somos brisa que pasa suave al mediodía,


pero ante todo somos empedernidos soñadores.
(Alexander Vega, El Copey)

***

Somos caminantes que van en busca de un horizonte


y se entrelazan entre la alegría y el miedo.

Pero las ganas de querer llegar


supera el temor de no llegar.

(Yuranis Paola Rubio Puello, Astrea)

Caracolí: Los caminos del libro 205


A las 12 y 20 pm, varios chicos que vieron entre los textos que exhibí
sobre el piso del salón en que trabajamos, mi poemario Tiempo sin
Tiempo, me solicitaron que les brindara un pequeño recital. Julio Ce-
sar Serna, quien también es poeta y editor, así como Alexander Vega
Jiménez, quien ya ha publicado dos poemarios, también insistieron en
ello. Así que culminamos esa primera parte con varios de mis poemas.
Pasamos al patio, nos situamos bajo unos palos de mango pródigos en
sombra y frescor, a esperar el almuerzo.

Posteriori al almuerzo, los chicos y adultos del grupo nombran los


libros leídos durante este año. Y , son: Cien años de soledad, Azul
(Rubén Darío), ¿Por quién doblan las campanas? (Ernest Hemingway),
Antología Poética de Eladio Mendoza, Isabel viendo llover en Macon-
do (GGM), La sirena de agua dulce (Triunfo Arciniegas), El terror de
6º B (Yolanda Reyes), El verdadero cuento del gato con botas, Lazari-
llo de Tormes, Crónica de una muerte anunciada, Vivir para contarla
(GGM), Cuentos de la selva(Horacio Quiroga), La hojarasca (GGM),
El viejo y el mar (Ernest Hemingway), Juan Salvador Gaviota (Richard
Bach), El Principito (Antoine du Saint Exupery) , La Metamorfosis
(Franz Kafka), El Mío Cid, La Biblia, Antología de poetas y narradores
del Cesar, Viaje al centro de la tierra (Julio Verne), Un capitán de 15
años (Julio Verne)Antología de cuentos (Horacio Quiroga), Otras la-
titudes (Germán Lajud), El gato negro (Edgar Allan Poe), Tengo piojos,
Clara la flacuchenta, Óyeme con los ojos, Todos los cuentos (GGM).
Cuentos (Maupassant), El Popol Vuh, Una rosa para Emily (William
Faulkner), Tabaré (Zorrilla), Antología Poética ( José Asunción Silva),
Poesía Piedracielista, 17 fábulas del rey León, Antología (Julio Cortá-
zar), Los siete instantes de Sara, Isla Negra (Pablo Neruda)Primer día
en un planeta extraño (Jan Llaccarino).

Es notable comprobar que la mayor parte de estos lectores acuden


a clásicos como Poe, Maupassant, Cortázar, García Márquez, Faulkner,
Julio Verne, Pablo Neruda, Silva, Rubén Darío, du Saint Exupery, Hora-
cio Quiroga y Kafka. También llama mucho la atención que son lecto-
res que no se circunscriben a lo narrativo sino que exploran también
textos líricos. Disfrutan tanto de los relatos de aventuras como de los
textos que demarcan lo íntimo y subjetivo. Gustan de lo mágico y ma-
ravilloso, pero también de los universos de lo misterioso y de lo ab-

206 Caracolí: Los caminos del libro


surdo. No se cierran a los autores de textos juveniles, pero prefieren
las obras de autores de gran prestigio y genialidad que han urdido y
consagrado personajes y hechos que han pasado a ser paradigmáticos.

Cuando se les pregunta ¿qué ocurre cuando ellos llevan libros a sus
cosas?, ¿qué dicen o hacen los padres y demás familiares ante ese
suceso?, responden en su gran mayoría que comparten la lectura de
ellos con los familiares, aunque hay algunos que cuentan indiferencia
de la gente de sus hogares respectivos. Aparecen testimonios como
los que siguen:

“Cuando llevo libros a mi casa, se los leo a mis hermanos, ellos se los gozan,
a veces mi mamá también escucha”.
(Karelis Castro, El Copey)

“Llevo los libros a casa, pero nadie se interesa por ellos aparte de mí.”
(Ferneiris Rodríguez, Astrea).

“Mi hermano también aprovecha leer los libros que llevo a la casa y a veces
los comentamos entre los dos”.
(Iván Mendoza Martínez, El Copey)

“Yo leo los libros con mis hermanos y entre todos los comentamos”
(Carlos Cantillo Salcedo, El Copey)

“En mi casa todos leen: mamá, papá, mis hermanos y primos.


(Josué Arias Pacheco, Chimichagua)

“Yo no llevo libros a mi casa, pero los que leo por fuera los comento con mi
madre.Yo le cuento a ella lo que pasa en el libro que me leí y entre los dos
sacamos lo bueno de lo que leí”
(Agustín Martínez, Chimichagua)

“Libro que llevo a la casa, libro que también leen mi hermana y una prima.
Después nos pasamos horas analizando lo que hemos leído.”
(Angie Payares, Astrea)

Caracolí: Los caminos del libro 207


“Si llevo un libro a la casa, ya sé que tengo que prestárselo a mis hermanos
menores y contestar las preguntas que mis padres me hacen acerca del
sentido del libro.”
(Iván Rivera, Chimichagua)

“Llevar un libro a casa es siempre bueno: lo comparto con una prima y con
mis padres y después hablamos entre todos sobre él.”
(Fabio Capera Cárdenas, Chimichagua)

“Bueno, mis padres están pendientes de la clase de libros que leo. Un día
me regañaron porque llevé uno que tenía un dibujo sensual en la portada,
ellos creían que era sobre cosas inmorales, pero cuando les leí varios párra-
fos se dieran cuenta que no era lo que habían imaginado.”
(Luz Mery Mejía Clavijo, Caracolicito)

“En mi casa, cuando llevo un libro, los leemos todos los de la familia. Y no
nos quedamos en la simple lectura, todos hablamos de lo que hemos leído
y cómo nos pareció”.
(D’Angela Sotomayor, Caracolicito)

Cae la tarde con efluvios de rosas y de cánticos. Vamos a la plaza del


pueblo donde se han reunido la mayor parte de los habitantes y casi
todos quienes estuvimos en la ronda de lectura y de creación literaria.
Se ofrece una obra teatral en honor de los visitantes. Los artistas son
muchachos del pueblo, gran parte de ellos vinculados a los grupos lec-
tores. En alguna casa cercana, alguien destaza tomates y los echa sobre
trozos humeantes de carne que se guisan. Una rolliza cerda trisca la
hierba joven que verdea a orillas de la iglesia. Chiquillos semidesnudos
corretean en las calles cercanas. Bartolomé y Lajud sonríen satisfe-
chos. Mónica suspira hondo y feliz. Eliana siente que se llega al fin de
todo un año surcado de realizaciones. Benjamín toma fotos sin cesar.
Orlanda no se queda atrás en ese menester. Sopla una brisa olorosa a
grosellas y a agua pura.

Al filo de la tarde: Hasta pronto, chicos de Astrea, de El Copey, de


Chimichagua. Feliz viaje, muchachos, van cargados de sueños, de voces

208 Caracolí: Los caminos del libro


diversas, de personajes inmortales, de versos, de canciones, de frater-
nidad. Huelen ustedes a libro, muchachos, huelen a páginas sublimes
de la literatura universal y nacional.

Cuando salimos del poblado, noto dos gigantescas flores amarillas


que sobresalen de la mata de ahuyama, no hay canto de azulejos ni
de canarios, pero sí de gallinas que presienten el acabóse del día y la
irrupción de la noche; un perro de ojos dulces juega con un niño, en
algunos patios lucen tiestos llenos de azucenas y jazmines, gigantescas
nubes blancas con formas de osos y de animales mitológicos adornan
el cielo y voy pensando en la sencillez, la alegría y la amabilidad de la
gente de Caracolicito, nombre que suena parecido a caracolito y per-
cibo aromas de campo y de marisma, de lozanía y de arena, de verdes
hojas y de pétrea y vistosa concha dextrógira o levógira.

Arranca el bus que nos devolverá a Valledupar. Los niños lectores de


Caracolicito se quedan, pletóricos de alegría. Este día de fiesta de la
inteligencia no lo olvidarán jamás. Tampoco los demás habitantes del
poblado en el que después de la ronda de lectura de hoy, runrunean
con mayor ímpetu los espíritus de Moby Dick, Sancho Panza, Don
Quijote, Gregory Samsa, Remedios la bella, el capitán Nemo, Santiago
Nasar, la Bella Durmiente, Alí Babá y sus cuarenta ladrones, los perso-
najes de Fuenmayor, la esencia de la poética de Héctor Rojas Herazo.
Tantos y tantos retazos, moléculas y cuerpos surgidos de la inventiva
de los más connotados cerebros de la literatura de todos los tiempos.

Alburas de Diciembre de 2011.

Caracolí: Los caminos del libro 209


Palabras… Pa-labrar…Palabras…
Por: Fernando Hoyos Salazar
Promotor de lectura, invitado a las Rondas de lectores en Caracolicito

“En las palabras me pierdo,


en las palabras me encuentro”.
Thiago de Mello

“Pueblo con tus calles encantadas / sabes que tú has sido mi ilusión
cantaremos… gritaremos /Copey tu eres el mejor” Este fue el coro
del Himno de Copey, cantado a todo pulmón por una tropilla de lec-
tores (invadidos por la más bella alegría) los mismos niños y niñas que
minutos antes nos esperaban a todos los invitados de la fiesta de la
lectura y la escritura, haciendo una calle de honor con banderas en las
manos a la entrada de Caracolicito.

Después de los himnos, las palabras de bienvenida, el ramo de flores


para la mujer que orienta esta “fiesta de la cultura”, la pólvora que
avisaba de la última ronda de Caracolí del Cesar, en el patio del co-
legio anfitrión José Agustín Mackencie, esperábamos el llamado que
propiciaba el encuentro de promotores de lectura y escritores con
los niños y niñas venidos de sonoros destinos: Astrea, Chimichagua,
Copey, El Paso, Bosconia y por supuesto Caracolicito.

“Estamos tejidos por los secretos susurros de las palabras”…así ini-


ciamos el taller con la grata compañía de mi bella Mariela (atenta al
más mínimo detalle), iniciamos con la permanente invitación a extra-
ñarnos de la realidad, a bordear los terrenos de la fantasía a través de
la exploración de las palabras, entre inspirar y expirar se gestan las
voces que nos permiten entrar en el misterio y el esplendor, adentrar-
nos en las palabras nombradas, cantadas, tatuadas en el papel…leer
y escribir, para explorar nuestro propio interior, para buscar adentro
lo que no sabíamos que éramos…el tesoro de las palabras que crean
universos.

210 Caracolí: Los caminos del libro


Después de los conjuros y los sortilegios pasamos a leer los enreve-
sados trazos de los logografismos, para deslizarnos luego a las bichonan-
zas y adiviplantas, pasamos a descifrar en el acto, esta última adivinanza
“llanura blanca con flores negras y cinco bueyes aran en ella” (arutirc-
se) y entonces, escribimos nuestra biografías fantásticas a partir del
pre-texto de nuestro Neonimo (nombre fantástico escrito al revés) y
de la descripción de los lugares que habitaban estos personajes, co-
menzamos a adentrarnos en el mundo fantástico a través de los libros
Zoom (Istvan Banyai) e Imagina un día (Rob Gonsalves)… He aquí,
algunos escritos resultantes de este ejercicio de escritura creativa.

“Inin Anahoj Anedac Setnavrec: Guerrera gritando frente al mar con voz
de gitana. Vive en un paraíso envidiado de todo el mundo; Gitana que ve
mas allá que nosotros, Guerrera china peleando al frente de su palacio con
soldados enemigos.

La guerrera jamás suelta un bate que tiene para defenderse, ese bate tiene
poderes mágicos, por ejemplo: los secretos de su vida y un magnífico poder
para mandar.

Tiempo después los súbditos se dieron cuenta que ella mandaba con su
bate mágico, entonces ellos la mataron, descuidada ella se fue al infierno
por su maldad instantáneamente.”
(Nini Johana Cadena Cervantes.)

“Había una vez un hombre llamado Esoj Divad Ollitnac ed al zurc, quien
vivía en una casa muy grande, vivía solo no tenía ningún amigo.

Pero un día se decidió salir de su casa para conocer el mundo, cuando


salió se encontró con un grupo de personas, las personas le preguntaron
qué le gustaba más, él dijo que conocer el mundo. Un hombre le dijo que
él también quería conocer el mundo pero no tenía dinero. Pero ellos dos
comenzaron a trabajar en la casa de un hombre rico durante muchos años.

Un día salió un concurso de los nombres más extraños y él se escribió, Esoj


Divad Ollitnac ed al zurc, y él fue el ganador y se ganó mucho dinero y pudo
viajar con su amigo para conocer el mundo.”
(José David cantillo de la Cruz)

Caracolí: Los caminos del libro 211


“Había una vez una niña que le gustaba el idioma de su nombre Aerdna
Ecnay Sevahc y se encontró a un profesor y le dijo el idioma de su nombre
y se lo dijo rapidito Aerdna Ecnay Sevahc y ella tenía muchos poderes, era
como una guerrera luchadora y peliaba frente al mar y dijo el nombre y
apareció la diosa guerrera anciana.”
(Andrea Melisa Yance Chávez)

Este viaje por las palabras lo saben disfrutar los niños y niñas, a la ma-
nera de un colibrí en su primer día de vuelo, escribir desde adentro
para crearnos en las palabras, convocar esa extraña fuerza de las pa-
labras en nuestras vidas, algo especial acontece en la escritura, en esa
visión de mundo que solo sabe la infancia, escuchar el vientre de las
palabras, digámoslo con las palabras del maestro José Manuel Arango:
“El poema está hecho no solo de enunciados, de afirmaciones y ne-
gaciones, sino de los verbos y sustantivos de una lengua que tiene su
historia, de palabras que por sus sonoridades y cadencias despiertan
ecos y asociaciones, está hecho de imágenes y de ritmos, de rupturas
y de silencios”. Las palabras del poeta nombran ese misterio, aquello
que intentamos bordear en el taller de Palabras…Pa-labrar…Palabras.

Antes del almuerzo, salimos al patio debajo de la sombra de un fron-


doso árbol, para jugar a unirnos en un tejido de palabras ciegas, anu-
dándonos entre manos y palabras que se encuentran de improviso en
la página de algún libro añorado.

Ya en la tarde, hablamos de los libros leídos en las diferentes bibliote-


cas públicas de sus municipios y, como una manera de ritualizar este
encuentro, de sellar esta conversación, nos animamos a escribir una
carta a la biblioteca o al libro preferido, construyendo así puentes en-
tre estos poderosos espacios y cada uno de nosotros… sus lectores.

Finalmente, compartimos las cartas escritas, luego para despedirnos


leímos el hermoso cuento de La Oveja Selma (Jutta Bauer), quien nos
enseña lo esencial para ser felices, actuando conforme lo que dicta, lo
que brota del corazón… compartimos dos cartas felices, para reme-
morar, “para volver a pasar por el corazón” en el secreto susurro que
las palabras guardan para nosotros, sus amados palabreantes… los
queridos lectores de Caracolí del Cesar.

212 Caracolí: Los caminos del libro


Señor Libro
Cuentos de la Selva

Le doy las gracias por este hermoso libro Cuentos de la selva, porque tiene
una forma diferente de enseñarme la protección de la naturaleza, de los
animales y todas las especies.

Le agradezco a Horacio Quiroga por haber escrito estos cuentos y lo felicito


por que fue algo inspirador para muchas personas y que despertó su esen-
cia ecológica y de protección de la naturaleza.
María José Pumarejo de León

Otra carta, esta vez para la biblioteca, un texto de agradecimiento a la


biblioteca pública, una verdadera acción de gracias para este paraíso
de las palabras.

Saludos a la biblioteca.

Querida y recordada biblioteca, tú que eres quien me faculta, mi aprendi-


zaje, te dirijo esta hermosa y humilde carta, para recordarte que estoy muy
orgulloso de usted.
Tu sencillez y tranquilidad, me lleva a tenerte un respeto tal como el de una
ardilla a su árbol o una hormiga a su hormiguero.
Te doy y te daré muy sinceras y gratas gracias.
Gracias Biblioteca por ser mi lucero en las horas de oscuridad.
Filippo Casadiego

Para finalizar deseo agradecer de manera especial a Mónica Morón y


a su excelente equipo de trabajo por tan valiosa cruzada en favor de
la lectura y la escritura desde la Red de Bibliotecas Públicas del Ce-
sar. A todos y todas las personas que hacen parte de esta inolvidable
experiencia de las Rondas Literarias de Caracolí del Cesar, mis más
sinceras felicitaciones por tan amoroso y contundente programa de
formación de lectores en la tierra de las palabras que cantan.

Caracolí: Los caminos del libro 213


Letras, números y hallazgos en Caracolicito
Por: Edgardo Támara G.
Historiador invitado a las Rondas de lectores en Caracolicito

PROCESO

Llegamos al pueblo de Caracolicito y sentimos la bella impresión de


que éramos especiales y formábamos con ellos, niños, jóvenes, docen-
tes y padres, una familia universal de lectores. La calle de honor de los
niños fue un acto simbólico que le daba un sentido y valor superlativo
a nuestra labor y al mismo tiempo enaltecía la lectura como acción
social. Gracias Caracolicito por tu ternura y tu disposición. El Rector
del Colegio me impresionó mucho por encarar su liderazgo directa-
mente movilizando a todos los participantes. ¡Felicitaciones!

Finalmente después de todas la ritualizaciones simbólicas que se le die-


ron al acto me encaminé con mi grupo de muchachos a un salón amplio
y limpio donde se propiciaría la liturgia mayor, el acto mágico de leer.

El grupo se componía de 21 jóvenes: uno de 11, uno de 12, 17 de tre-


ce años, una de 14 y un joven adulto de 23, quien no participó de la
indagación. En total, eran 12 varones y 9 mujeres.

Perspectiva de la lectura y animación

La animación o acompañamiento se hizo desde una visión de la lec-


tura considerada como un acto complejo que parte no solo la selec-
ción de textos en el sentido de una garantía de textos con calidad
reconocida por pares adultos connotados, sino el acompañamiento
ante el acto analítico de leer, una especie de insinuación inmediata de
hasta donde se puede “exprimir” un texto. No es muy complicada la
idea. Leer es descifrar el código de escritura (grafemas del castella-
no); es también el entendimiento del texto o sea saber qué sucede
y, por último, interpretar o sea darle un sentido a ese entendimiento.

214 Caracolí: Los caminos del libro


La aspiración –objetivo máximo– no se agotaría en el entendimiento
placentero de la historia, el placer del texto entendido, sino intentar
una exploración de un significado global del texto desde su trama.
Hay otros niveles, como una lectura de la estructura narrativa, que
es la lectura de un escritor potencial. Esto no es inabordable, pero se
ubicó solo como una posibilidad de lectura para un eventual lector
interesado o practicante de la escritura.Tampoco implica, para nada, el
menosprecio del placer del texto por sí mismo, sino intentar darle un
valor agregado que se articulara a la ontología personal del lector. En
ese sentido seleccioné textos que retaran el entendimiento placente-
ro, los cuales indique con números, pero también textos más comple-
jos que obligaran o incitaran a la interpretación, los cuales indique con
letras. Además agregué dos textos que impresionaran por permitir,
de una manera despreocupada, una lectura de escritor, caso del texto
“Solo vine a llamar por teléfono” de García Márquez, el cual edité
cortándolo en partes, que se pueden leer sumativamente formando
historias autónomas completas. Al igual la parte referida a la masacre
de las bananeras de Cien años de soledad, muy situado en la región,
que constituye un texto independiente.

Para el efecto de una lectura de entendimiento y goce seleccioné


crónicas, cuentos, poesías narrativas. Pero además incluí entre ellos
textos de filosofía superacionista que generalmente toman la forma
de alegorías y un texto de lectura filosófica como es la paradoja, que
puede tomar la forma de un cuento corto. En estos últimos casos
el texto puede hacerse perfectamente en un nivel de entendimiento
pero propicia el paso hacia una lectura de interpretación GLOBAL,
NO NECESARIAMENTE MORAL O ÉTICA, como era la moraleja, sino
humanística en general, básicamente ontológica.

Después de las presentaciones busqué diferenciar de alguna manera


el grupo, entre algunos que se “atrevieran” a adentrarse en textos
indicados por letras. ¿A quién le gusta textos misteriosos, un poco
enredados pero muy buenos? pregunté. Cuatro jóvenes levantaron la
mano. Les entregué textos marcados con letras. A los jóvenes que vi
muy pequeños les entregué crónicas y a dos que habían revelado, en
su presentación personal, su interés por la composición de vallena-
tos una crónica de Juan Gossain sobre Alejo Durán. A cada uno se le
entregó un texto, en algunos casos iguales al que leía otro joven, a fin

Caracolí: Los caminos del libro 215


de comparar su entendimiento o interpretación. Fue entonces que
llegó el joven adulto, y me comunicó que era estudiante de Licencia-
tura Español y Literatura. Una breve charla me indicó que a él podía
interesarle una lectura estructural y le entregue la primera parte de
Yo solo vine a llamar por teléfono. Tenía así los 3 niveles de lectura de
la perspectiva asumida.

Todos se concentraron en su goce lector. Solo a 2 jóvenes vi con ne-


cesidad de estímulo y las asistí con preguntas o cambiándoles el texto
propiciador.

Luego de media hora o más de lectura los animé a que en una hoja
que les proporcioné me relataran en sus palabras resumidamente el
suceso del texto leído. Cuando al menos la mitad había concluido esta
labor, invité a los jóvenes que tenían textos indicados por letras a de-
cirme qué le enseñaba el texto, qué habían aprendido para su vida del
texto. Me interesaba en particular el resultado de 3 copias del texto
Galimatazo (4) de Lewis Carrol, donde, al menos, el 40% del texto
son palabras inventadas por el escritor pero que pueden ser resig-
nificadas apropiadamente si se le encuentra una comprensión global
o una interpretación. En este caso el entendimiento está ligado a la
interpretación y no son posibles independientemente.

Esta fue el resultado del entendimiento, expresado en el resumen


hecho en propias palabras.

Comprensión. “Esta historia se basa en un monstruo llamado Galima-


tazo que se encontraba en el viejo oeste. De pronto un viejo señor le
dice a su hijo que se cuide del Galimatazo y de sus dientes, cuando su
hijo escucha estas palabras se llena de valor y se va en busca del Gali-
matazo y ya con mucho de andarlo buscando se sentó bajo la sombra
de un árbol y se encuentra con el monstruo de frente con ojos que
brotaban fuego, él se enfrenta con el monstruo, lo vence y regresa a
casa triunfante”.

La lectura desentraña el contenido básico: Alguien sale a buscar y


combatir a un monstruo muy peligroso y lo derrota. Luego vuelve y
es aclamado por la gente a quien perjudicaba.
¿Qué te enseña? le pregunté. A ser valiente, respondió el niño.

216 Caracolí: Los caminos del libro


Me volví sobre el otro participante y le hice la misma pregunta: A mí
me enseña que uno debe defender su comunidad. No cabía de gozo
pues los dos niños de 11 años no solo entendían el texto sino que sus
conclusiones eran sorprendentemente ubicadas. Les entregué otros
textos que también leyeron e interpretaron.

Me interesaba la lectura del joven universitario del texto sumativo. Le


entregué un tercio del texto hasta donde la protagonista es asumida
como una loca más del manicomio. Le oculte que el texto prose-
guía con dos segmentos más. Conversé con él sobre su impresión del
texto. Le había gustado mucho. Entonces le pregunte si creía que si
consideraba lo leído como un texto completo. No me entendió. Le
pregunté, entonces directamente, si ese texto terminaba allí o le hacía
falta otra parte. Asombrado me dijo que sí, que era completo, que
podía terminar allí. Le dije, con una sonrisita intrigante en los labios,
que no, que el texto tenía una segunda parte.Y se la entregué. Treinta
minutos después, le hice la misma pregunta. Y ahora el sonriente fue
él. ¿No me diga que hay una tercera parte? No le contesté. Se la traje.
Al final del ejercicio estaba maravillado. No era para menos, pues es
uno de los textos mejor escritos en la historia de la literatura. Quedó
a mandarme sus escritos por Internet.

En general, todos gozaron la lectura. Un caso especial se dio en una


joven de 12 años, muy alta y desarrollada para su edad. Tuve que apo-
yarla varias veces y no entraba en una relación ensimismada con los
textos. Al final se quejó de la estrategia de lectura individual adoptada
por el resto del grupo. Expuso que creía que iba a jugar y divertirse
con los textos. Que ella lo disfrutaba así. Sacó un libro de cuentos,
lujoso y muy bien dibujado y colorado, titulado Ulises. Era sobre el
semihéroe griego. Propuso leerlo en común. Le pregunte al grupo
y este se mostró de acuerdo. Quedé a la expectativa. Acompañada
de una amiga comenzaron a leer en voz alta, turnándose, los resú-
menes de las páginas dibujadas. Cuando encontraban una palabra o
una situación extraña el grupo intervenía aclarando el sentido. Me
sumé a la estrategia. Al explicar cómo Ulises es protegido de todas
los ataques menos en el talón, escenificamos la escena con el más
liviano de los niños. Los adjetivos también fueron teatralizados. Se
divertían con las escenificaciones, una especie de teatro de la lectura.
Jugamos a entender el texto. Luego intentamos una interpretación

Caracolí: Los caminos del libro 217


con el grupo: Ulises debió proteger su talón. Al fin y al cabo, nuestra
civilización usa botas.

LA INDAGACIÓN

Se formularon 4 preguntas. 1) ¿Saben leer su padre y su madre?; 2)


¿Cuántos libros ha leído este año?; 3) ¿quién lo apoya en sus activida-
des lectoras? y 4) ¿quién, además de usted, lee los libros que presta
en la biblioteca?

Resultados:

1ª. Agregamos esta vez la primera pregunta para intentar hallar una
relación entre la capacidad de leer de los padres y su acompañamien-
to a la lectura. En este caso, no fue posible ninguna inferencia pues la
respuesta a la pregunta fue que todos los padres y madres saben leer
o sea un valor igual constante.

2ª. A la segunda pregunta las respuestas las ordenamos según los re-
sultados entre los que habían leído más de 8 libros; los lectores entre
5 y 6 libros: los lectores entre 3 y 4 libros: los lectores de 2 libros. Las
siguientes son los resultados:

2ª. ¿Cuántos libros ha leído este año?


Categorías # Procedencia Lugar de procedencia
Leen más de 8 libros 2 Procedencia 1 de El Copey y 1 de Caracolicito
Leen entre 5 y 6 libros 5 Procedencia 2 de Astrea; 1 de Caracolicito, 2 de El
Copey
Leen entre 3 y 4 libros 8 Procedencia 1 de Bosconia, 3 de Caracolicito y 4 de
El Copey
Leen 2 libros 5 Procedencia 1 de Bosconia, 3 de Caracolicito, 1 de
El Copey

El grupo presenta un promedio de 4,25 libros por lector. Solo los


de Astrea están nítidamente sobre el promedio. Los dos jóvenes de
Bosconia están en el más bajo nivel. Los de Caracolicito tienen una
cúspide de 2 estudiantes por encima del promedio pero 6 por debajo
de él. Sin embargo, para un análisis general tomaríamos que es bueno
un resultado de más de 2 libros anuales (promedio 2,2 libros anua-

218 Caracolí: Los caminos del libro


les en 2005 (1), 2.0 en 2007 (2) para estudiantes colombianos según
Fededesarrollo;), y en este caso la mayoría estaría por encima de ese
tope. Por edad, lo más cercano a nuestros resultados es el dato del
mismo Censo que nos informa que de los niños menores de 12 años
solo el 54,88% leyó libros durante los últimos 12 meses en el 2007.
El último reporte (3) para el año 2010 dio 1,8 libros anuales como
promedio general de toda la población. Si eso es así podría concluirse
que algún factor está haciendo que estos jóvenes estén por encima
de esos promedios generales. En este caso los únicos factores po-
drían estar incidiendo son los impulsos dados por los profesores, los
bibliotecarios y las Rondas que como estrategia y política cultural que
articulan toda la tarea de docentes y bibliotecarios.

3ª. La pregunta trata de indagar sobre quién está detrás de la activi-


dad lectora del joven. Es decisivo para una actividad institucional de
promoción saber cuál es la red que cubre el interés lector, en tanto
actividad social.

3ª. ¿Quién lo apoya en sus actividades lectoras?


Padre Madre Madre y padre Otro Total
2 (10%) 6 (30%) 9 (45%) 3 (15%) 20

El resultado indica que la incentivación de la lectura es familiar, en tan-


to los jóvenes perciben que el padre y la madre los impulsan, pero de
nuevo se presenta que la madre incide mayormente en la promoción
lectora (30% sola y 75% conjuntamente con el padre). Esto coincide
con los resultados nacionales e internacionales que indican el gran
papel de las madres en el logro de la calidad educativa. La participa-
ción de un padre líder en la promoción puede catalogarse como baja
al aparecer solo en una proporción tan baja (10%). Quizá esto ame-
rite algún entrenamiento de las madres para hacer más efectivo ese
impulso dándole algún entrenamiento o información (folletos) como
animadora.

4ª. En esta pregunta se indagaba sobre el área de influencia del libro


que sale de la biblioteca. En este caso la respuesta no necesariamente
era única, sino que podía incluir otra persona, por ejemplo: leen el li-
bro mi papá y mi abuela; o mi papá y mi mamá, etc. Por eso el número

Caracolí: Los caminos del libro 219


de respuestas no coincide con el número de los participantes que son
los mismos 20 jóvenes.

4ª. Quién además de usted lee los libros que presta en la biblioteca?
Padre Madre Abuela Hermano Prima(o) Total
5 (20,8% 3 (12,5%) 5 (20,8%) 10 (41,6%) 1 24

Las respuestas indican que los hermanos son los pares más asiduos
acompañantes. Esto confirma la idea de que el préstamo amplía el
público lector, en este caso, un círculo muy cercano al portador del
libro, que quizá pernocta con el lector primario en su propia alcoba.
Aparece también acá un actor que no preveíamos, la abuela.Tiene una
presencia tan alta como el padre y superior a la de la madre. Podemos
pensarla como una mujer que se acerca desde su tiempo libre al mun-
do de sus nietos y trama con ellos temas de conversación a través de
los contenidos de los libros.

Es de resaltar el bajo promedio de la madre, promedio que no se co-


rrelaciona con su alta participación como aupadora de la lectura. La
conclusión lógica según estos datos es que la madre impulsa pero pa-
rece detenerse allí, se torna pasiva. Al contrario el padre, aúpa menos
pero es más activo en el acompañamiento lector, se liga más al acto
común de compartir los contenidos del libro con el hijo(a). En vía de
especulación se podría pensar que la lectura puede estar considera-
da como una actividad masculina, pero esto tendría que investigarse
mucho más.

LA EVALUACIÓN

Se propuso una evaluación directa a través de un pedacito de papel


en los que cada uno de los jóvenes colocara una valoración entre 0 y
10 según cada uno creyera, sin necesidad de firmarlo o identificarse.
El “profe” no recogía los papelitos sino otro lector y este me los en-
tregaba como animador.

Los siguientes fueron los resultados: un 2, un 5, un 8,5, tres 9, seis 10,


un 20. Como se ve solo participaron 13 muchachos de un total de 21,

220 Caracolí: Los caminos del libro


pues algunos jóvenes habían salido por hacer parte de una obra de
teatro y otros actos que se preparaban en la plaza del pueblo.

AUTOEVALUACIÓN

Creo que he debido llevar más copias del Galimatazo y de textos de


ese formato. Este texto induce estrategias de lecturas más complejas
y apela a funciones analíticas avanzadas del lenguaje, sin desbordar las
condiciones cognitivas del niño. Se podrían incluso intentar que los ni-
ños mismos intentarán conjeturar porque pueden leer un texto cuyas
palabras no conocen.Y así ser conscientes de vericuetos ocultos de la
lectura y de sus estrategias lectoras.

Creo que debí seleccionar más textos históricos de tal manera que la
lectura remitiera a la comprensión de nuestro pasado.

Por otro lado, me congratulo de proponerme con estos niños tales


situaciones. Aprendí mucho y se lo debo a ellos. Caracolicito ya no
eres solo una ficción en un canto, ahora eres un momento de mi alma.
Gracias a todos. ¡Feliz Navidad!

(1) Gamboa, Cristina y Reina, Mauricio (2006). Hábitos de lectura y consumo de


libros en Colombia. Fedesarollo. Bogotá.
(2) DANE: Primera Encuesta sobre Consumo Cultural en 2007 http://www.mincul-
tura.gov.co/index.php?idcategoria=8246.
(3)http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:P-XyYvKNzwJ:www.la-
republica.co/archivos/TENDENCIAS/2011-04-28/colombianos-leen-en-promedio-
18-libros-en-el-ano_127182.php+numero+de+libros+promedio+leidos+colombia
&cd= 3&hl=es&ct=clnk&gl=co
(4) Es un texto fácil de hallar en Internet por su título.

Caracolí: Los caminos del libro 221


Caracolí del Cesar
Por: Javier Naranjo,
Escritor y promotor de lectura

Cuando un grupo hace de su reunión de trabajo una conversación


sobre libros, creo que algo de entrada está bien. Cuando vas en
un bus rumbo a unos talleres de las rondas, y en la banca de atrás
alguien a quien aún no conocés está hablando con otro alguien
sobre autores, creo que algo está bien. Cuando en las conversa-
ciones con los niños te hablan de libros y de sus escritos y brillan
sus miradas, creo que algo está bien. Y esto y muchas cosas más he
percibido en las cuatro rondas a las que fui invitado. Voy a contarlo
aquí atendiendo más a la percepción desde mi experiencia. No soy
de cifras, cuadros estadísticos, tortas (otros son versados en esto).
Qué saludable que en el mundo haya expertos de todo. ¡Maravillas
de la diversidad que confortan! Trataré de dar una mirada desde
las sensaciones, las conversaciones, las evidencias y las reflexiones
puestas en común.

Estuve en Aguachica, La Jagua de Ibirico, Valledupar y Caracolicito.


Nombres sonoros de los centros de nodo donde recibimos chicos de
todos los municipios del departamento. Pueblos cálidos en todo sen-
tido. No encuentro otra palabra más precisa para describir su clima,
su gente expresiva, amorosa y hospitalaria, la risa franca de los niños,
los colores de los días, las tonalidades de los Crotos en los jardines,
la exuberancia de algunas formas en contraste con la arquitectura de
las casas sencillas, casi austeras donde se privilegia la utilidad sobre el
artificio. No voy a ampliar particularidades de cada ronda respecto a
procesos de lectura, escritura, relaciones con las bibliotecas y con los
préstamos que hacen en ellas de libros para llevar a casa.Voy a hablar
en general, sin decir lo que conviene, esas frases que uno cree que
espera oír el anfitrión. Por total respeto a lo observado, la sinceridad
antes que nada para contar lo vivido.

222 Caracolí: Los caminos del libro


Sé que la historia de los procesos de lectura en el Cesar no es de
ahora, la siembra de todo lo que está sucediendo se inició hace mu-
cho con el señor Carlos Guevara y su bibliobús, y cuando algunos de
los promotores de hoy eran sólo unos pelaitos. Los talleres como
tal sí llevan apenas tres años, y ya se notan unos excelentes resul-
tados. Me acompañan razones: los niños están leyendo, hay pasión
cuando mencionan libros, participan con viveza en las conversacio-
nes sobre textos preferidos, recomiendan sin ambages. Hay que ver
su seguridad cuando sugieren qué leer y porqué. El listado de libros
que hacen es extenso, y es claro que en muchos casos no es una ta-
rea, no es una lista arbitraria dictada por alguien para “quedar bien”.
Escriben con gusto, con soltura y en muchos de ellos ya se advierte
la influencia de lo que logran los libros en el pensamiento, en sus
destrezas, en sus competencias comunicativas (como dicen ahora).
Hay otras palabras, otras dimensiones que alcanza su lenguaje, sin-
taxis afortunadas. Giros, tropos, elaboraciones felices. Pero más allá
de un listado amplio de libros (la mayoría de calidad) que hay en
sus bibliotecas, más allá de los textos que evidencian potencia en el
lenguaje, poesía, lo que se advierte sobre todo cuando se les lee a
los niños, cuando se conversa con ellos sobre lo leído, sobre sus tex-
tos y sus sugerencias, es su atención. Su atención curiosa, inquisitiva
que demuestra respeto por la palabra escrita, por sus virtudes y su
poder. Sus ojos asombrados y ensoñadores, que los llevan contra to-
das las circunstancias adversas: calor, hambre, problemas familiares,
violencia, a territorios donde todos somos libres. Donde podemos
transformar el metal burdo de nuestras dudas, miedos, dolores, en
oro para vivir mejor los días. No es precisamente evasión, es trans-
mutación mediante la alquimia de las palabras y del afecto desde
donde se brindan. Porque es justo aquí, reconocer la mística, la cali-
dad humana que tienen muchos de los bibliotecarios y promotores
de lectura que laboran en los municipios. Se advierte en la mayoría
de ellos su amor por lo que hacen. Saben que sólo así se puede lle-
gar a las personas. No creo tanto en la fuerza de los argumentos, si
no hay ejemplo y entrega amorosa al quehacer, para así poder tocar
los espíritus, y decirles que leer nos cambia, nos da otras coordena-
das, enriquece el mundo que vivimos, nos ayuda a entendernos y a
entender a los otros. Posibilita otras miradas.

Caracolí: Los caminos del libro 223


Es cierto que no todos los niños están cercanos a la lectura, ni todos
los bibliotecarios y promotores, y muchos padres de familia tampoco.
Esta situación es normal, y lo que muestra es que el trabajo continúa.
La lectura no tiene que ser una cruzada, hay muchos que no leen a
quienes podemos llamar maestros de la vida.

Finalmente quiero expresar mi profundo agradecimiento a Mónica


Morón, a su grupo de trabajo, a los promotores y bibliotecarios, por
hacerme partícipe en esa aventura que merece crecer, ser un ejem-
plo de formación de lectores en el país. Ese camino de palabras por
tierras de sabios juglares, que tiene un nombre sonoro: CARACOLÍ
DEL CESAR.

224 Caracolí: Los caminos del libro


Pregones de Caracolicito
Por: Javier Naranjo
Escritor y promotor de lectura, invitado a las Rondas de lectores en Caracolicito

¡Oigan Notición!

El profe Javier pregunta el nombre de una planta:

“Hoy a las 10.45 a.m. el profe Javier va en una excursión con sus amigos
a Junpituribie en Brasil, vio una hermosa planta, pero el profe no sabía su
nombre y le preguntó a la señora Geraldine Paula, y ella al principio no le
quiso decir su nombre, porque quería que viera el profe el jardín. Cuando
el profesor miró todo su jardín con sus amigos, la señora Geraldine Paula le
dice el nombre, él se queda muy asombrado porque tenía mucha curiosi-
dad. Una hora después unos niños le preguntan el nombre, pero no sabe y
se le olvida, y además afirma y dice que no le dijeron el nombre de la planta.
Y le preguntan a Adriana y dice que:

“sí, ella, la señora le dijo su nombre.


Y el profe mientras tanto sigue negando lo hecho”.
Reportera: Adriana Tapias, 11 años, El Copey.

En el jardín todo era casi silencio, ya sabía el nombre de la flor que


había visto desde hacía años en tantas partes. Pero sólo en Cara-
colicito pudo nombrarla. Y como sabemos nombrar opera sobre la
realidad, se incorpora a vos. Los niños apenas si susurraban. Mientras
recorrían los senderos entre helechos y cuernos, la señora los guiaba
enseñándoles. Al fondo un perro amarrado de un árbol inclinaba sus
orejas mansas.

Caracolí: Los caminos del libro 225


¡Atención, mucha atención, la mejor noticia del corregimiento!

“La Casa más linda de Caracolicito:

Iba yo pasando cuando de repente vi una casa con unas Musaendras y


le dije a la señora llamada Martha Lucía Arias…y le dije que si me podía
dejar entrar a ver si podía ver las rosas. Me dijo que sí, y en el patio era
súper grande que me enamoré de su casa, y tenía una mascota que era un
perro raza labrador llamado Quimber. La señora feliz de que le fuéramos
a visitar su jardín”.
Reportera: María Paola Pinto, 11 años, el Copey.

Una calle de honor hecha de niños recibió a los talleristas. Emociona-


dos, tocados por dentro, desayunaron bajo los árboles calmos y hubo
música que, como en el poema de Vidales se enroscaba entre las patas
de las mesas. El clarinete, las tamboras, las voces serpenteaban y el
clima era perfecto. Hospitalidad amorosa entre las risas. En el colegio
hubo flores, palabras y gestos que conmovieron a todos hasta las lá-
grimas. No había filas. Los niños guardados bajo los árboles de mango
cantaron (y bailaron) los himnos, y en ese pedazo de Colombia, contra
toda violencia y despojamiento, se afirmó la vida, y las ganas de vivirla
acompañándonos.

¡Atención, niña abre diario de su hermana!

“María Cortés de 4 años en Astrea abrió diario de su hermana, ella dijo:


“Yo lo abrí por curiosidad ella lo dejó en la mesa con las llaves y lo abrí”.
Su hermana dice que es verdad pero que no tenía que hacerlo, porque son
cosas privadas de ella”.
Reportera: Andrys Gisela Rojas, 11 años, Astrea.

Entraron en un salón caluroso con dos profesoras de uno de los cole-


gios de la ronda. Leyeron en voz alta el cuento de encanto que es Las
frutas mágicas, y sortearon con dificultad las constantes interrupciones
de una de las profes llena de buena voluntad y mejores intenciones,

226 Caracolí: Los caminos del libro


que propuso el novedoso ejercicio de preguntar por personajes prin-
cipales y cosas de esas. Pero quien conducía el taller, un señor medio
calvo y cincuentón que sudaba a mares, trataba de no dejar que el hilo
se perdiera, y se negó de plano a cobrar a los chicos la lectura. Un
desencanto y un agrio se dibujaron en el serio e importante rostro de
la profe. Su decepción y molestia tuvieron que salir del salón con ella
a cuestas. Uf, y respiraron todos. Y vino más brisa invocada por unos
frescos textos de la agencia Pinocho que alivió los corazones y los
cuerpos.Todos rieron de las noticias bobas y decidieron salir a ver qué
pasaba afuera. Algo bien pequeño, bien simple, para contarlo por escri-
to y divertirse otro rato. Pero antes de salir hablaron de la atención, de
las cosas sencillas que pasan, y de tantos regalos que perdemos.

¡Alerta: Gallina pone un huevo!

“Esta gran noticia ocurrió en una calle cercana a la plaza de Caracolicito


(Cesar) el día 31 de octubre de 2011, a las 3.00 p.m. Mayra Hernández
periodista del Noticiero “Justos Colombia”, le preguntó a Claudia la señora
más chismosa del barrio, cómo sucedieron los hechos. Ella confirmó: “la ga-
llina estaba en el gallinero cuando de pronto escuché la gallina cacariando”.
Felipe el vecino del lado dijo que era mentiras todo lo que Claudia la chis-
mosa había dicho. Al final la periodistas Mayra Hernández se dio cuenta
que todo era mentira y que el huevo era comprado”.
Reportera: Lina María Valle Montes, 11 años. Copey.

Ya en la calle, afuera del colegio, era de risa ver los ojos desmesurados
de todos tratando de no dejar pasar el mundo sin saberlo.Y señalaron
para sí: Ojo que una señora compra carne que cuelga de unos gan-
chos, y un perro debajo dormita paciente. Un burro atado a un árbol
volea la cola espantando el verano, un señor en una moto lleva un
bulto de plátanos en precario equilibrio, en la tienda unos niños pagan
a un tendero gordo por algo que llevan en una bolsa negra, recostados
en los bultos que hacen trinchera los policías saludan, sobre un muro
se derraman unas flores generosas, de las que el profe quiere saber
desde hace tanto el nombre. Un ama de casa franquea la entrada, los
convida tranquila a su pequeño paraíso privado.

Caracolí: Los caminos del libro 227


¡Se dio cuenta que las llantas rodaban!

“En el Copey al señor Alberto Rodríguez le prestaron una llanta y cuando


la llanta se le salió de las manos, el señor pegó un grito que hasta salió co-
rriendo y le preguntamos a Alberto y a su hermano que lo estaba ayudando
a cargar la llanta, y el hermano Felipe dijo: “yo me asusté mucho porque
salió corriendo como un loco”. Y Alberto dijo: “yo me asusté mucho porque
vi que esa cosa rodaba”. Y esto fue lo que pasó en El Copey. Esto es todo
por hoy. Siga con las noticias”.
Reportera: Ángela Angulo Rodelo, 11 años. El Copey.

Y en los rostros de los niños, y en el de los adultos bajo los árboles,


llegó la risa mientras leímos lo que nos dio la caminada con los ojos
atentos. Risa y asombro en oleadas, viendo entre nosotros lo que
cada uno miró. Lo que imaginó a partir de lo que vio, o tocaron las
palabras. Y era bueno entender que uno sólo ve una parte del todo,
que únicamente desde ahí se puede contar. Una historia nos dona lo
que otro mira. Cada persona rescata una imagen, un sonido, un gesto
efímero que puede perecer casi cuando nace. De esta manera, cada
ser completa el mundo que está hecho por todos.

Para él
fue un día de dones
donde tantas cosas encontraron un sitio feliz
en las miradas.

Del Policía de cachucha

¡Atención, noticia de última hora!


“Orita que iba saliendo a la calle, el policía que está en la puerta de entra-
da de el colegio se quitó la cachucha para coger aire en la cabeza”.
Reportero: Jordán Locin Guzmán Caballero, 10 años, Bosconia.

228 Caracolí: Los caminos del libro


¿Lo que me pone feliz?...
Leer en Caracolicito
Por: Orlanda Agudelo Mejía
Promotora de lectura, invitada a las Rondas de lectores en Caracolicito.

Caracolicito es un nombre risueño y dulce, que da como cosquillas.


En la garganta y en los ojos. Pero sobre todo en la memoria. Uno trata
de recordar y de nombrar cada rayo de luz: en las cabezas silenciosas
(quietas a su pesar tal vez, pero curiosas) que hacían “calle de honor”;
en los marranitos que cruzaron la calle sin importar que el pueblo
estuviera muy visitado; en los instrumentos de viento y percusión que
se dejaron tocar para nosotros, a la hora del desayuno; en los rostros
embobados de los visitantes, sorprendidos y casi avergonzados de una
bienvenida tan sonada (es que a veces a uno no le cabe tanta generosi-
dad en el entendimiento); hasta en los perros –tristemente famélicos-,
parte ineludible del paisaje que dice cosas.

En realidad es muy difícil armar un dibujo con todos los colores de


un día tan extrañamente hermoso. Y lo más raro es que uno llega a
creer que para ellos, los “caracoliceños” (¿será ese su gentilicio, o su
don de gentes?), eso es lo más normal, ir por ahí regalando amor por
toneladas. Tan regalado se siente uno, que cuando trata de contarlo
hasta intenta poetizar, busca y rebusca palabras precisas para decir la
belleza, pero no puede; al menos yo, no. Porque la verdadera poesía
está en los niños que se bailan hasta un himno, en su encantamiento
con las palabras.

En fin, la cosa con Caracolicito, con sus gentes, es que da lidia atra-
parlo, y no por chiquito (no se deje engañar con el diminutivo), sino
porque es como una bandada de pajaritos, de esos que le regalan a
uno el brillo de sus plumas y se van, para seguir volando. Esa fue justa-
mente la sensación que tuve con los niños que se reunieron conmigo.
La mayor parte del grupo de tercero del Makenzie, la institución que

Caracolí: Los caminos del libro 229


nos acogió, y otros, que saltonamente representaban a los municipios
de El Paso, Chimichagua y Bosconia. Era el grupo de 6 a 8 años, que
vale decir, se desconcentró únicamente por el deseo de leer: leer so-
los era lo que querían.

¿Y cómo hace uno para mantener un montón de pajaritos en un pun-


to, sin que se escapen? Sencillo: envolviéndolos con madejas de histo-
rias, de canciones.

***

En un salón guardado por árboles, pero tibio como un nido, nos reuni-
mos: veintitrés niños, dos profes, una bibliotecaria (de Astrea), Geño
y yo. Ah, sí, y alguien más. Alguien que asistió desde afuera, recibiendo
sobre sí todo el sol que nosotros veíamos. Era una niña de unos 15
años, con síndrome de Down, a la que su madre no permitió entrar
aunque varios promotores de lectura la invitaran a hacer parte de la
fiesta. Me impresionaba su interés, su persistencia, pegada a la ventana
del salón, atenta a lecturas, juegos y canciones que duraron como tres
horas. Tiempo en el que, mientras leía y conversaba con los chicos,
una parte de mí se detenía en su rostro imperturbable.

Hablamos de fortunas e infortunios y de pequeños tramposos, con


Mi día de suerte; luego propuse: Vamos a cazar un oso, y entonces nos
pusimos a correr y a gritar como si nos hubieran encerrados por días;
les presenté a Fernando furioso, y dibujamos y contamos de lo que
nos irrita, entristece o alegra:

“Furioso: porque no me hablan mis amigos


Triste: porque mi abuela se murió
Feliz: porque es que es mi primer día de suerte”
Naren Jhosep Paba Romero, Chimichagua, 7 años.

“Lo que me pone feliz: cuando abrazo a mi hermano


Lo que me pone triste: cuando se muere un familiar
Lo que me pone furioso: cuando me dicen mentiras”.

Niña de El Copey, 8 años.

230 Caracolí: Los caminos del libro


“Lo que me pone feliz: llegar del colegio y abrazar a mi hermana
Lo que me pone triste es que mi mamá se vaya
Lo que me pone furiosa es que me peguen”.

Astrid Amador, El Copey, 8 años.

Expusimos los trabajos. Luego, nos reunimos alrededor de Zoom, adi-


vinamos nombres de animales con ABZOO, recorrimos un Camino a
casa, y nos preparamos para almorzar con La sorpresa de Nandi. Más
tarde, con la barriga llena y el corazón más contento aun, supimos que,
felizmente, las lecturas de estos pequeños también están llegando a
sus familias, que las mamás y abuelas leen más que los papás, además
de que leen para ellas, y no sólo los libros que llevan sus hijos; también
que los hermanos juegan un papel importante en el “círculo lector”
que se traza en las familias del Cesar, puesto que acompañan las lec-
turas de los otros.

Y cerramos con un homenaje a la memoria. Primero, los niños reco-


mendaron los libros que han disfrutado: Tío ratón, Acto de soberbia, Tío
conejo, Tío lobo, Caperucita roja, Los tres cerditos, La aventura peligrosa de
Sapo, Las piruetas de un niño, El gato con botas, Rosa roja y Rosa blanca,
La historia de Lupe, Cencienta, La Sirenita, Rapunzel, Atrapado, Galletica
de papel, son los que recomiendan los niños de El Copey; Todos los
libros del mundo, por parte de los de El Paso, La princesita, Mi mascota,
Había una vez una nube, Había una vez una llave, Había una vez un barco,
Ramón recuerda, Eco, Amelia cantora, Alejito Pachera, son los favoritos en
Chimichagua; de Bosconia sólo nos acompañó un niño, que recomen-
dó Cocodrilo. Finalmente, de la colección que hizo Guillermo Jorge
Manuel José, para atraer de nuevo los recuerdos de su amiga Ana Jo-
sefina Rosa Isabel.Y otra vez cantamos, y hasta bailamos, con el Profe
a bordo, que también quería aprenderse las canciones.

Creo que no nos despedimos. No había qué ponerle seriedad ni dra-


matismo a la tristecita que, estoy segura, nos iba ganando a casi todos,
pareja a la satisfacción de haber asistido a un día lleno de emociones.
La mejor de todas, el encuentro con toda una comunidad congraciada
con los libros y la lectura, que todavía le hace fiesta a las palabras.

Caracolí: Los caminos del libro 231


***

Ecos de las Rondas

Tuve la fortuna y el honor de participar en las cuatro rondas de Ca-


racolí del Cesar 2011. Y a riesgo de parecer “melcochuda” diré que
nunca me sentí tan obsequiada. Creo que es un verdadero regalo de la
vida, a través de la afectuosa labor de Mónica Morón, haber conocido
una tierra tan bella como el departamento del Cesar, que es su gente,
su alegría, su amorosa forma de estar en el mundo.

Estuve y seguiré estando por algún tiempo, aunque ya de lejos, en el


recuerdo de una experiencia que difícilmente podría describir con
detalle (de tanto que ha crecido en sólo tres años), pero que cada día
me hace pensar en lo que me gusta hacer: promover la lectura. Sé que
conocí personas maravillosas. Entre ellas, un coleccionista de trompos
que gusta de oír tangos (aunque no es “paisa”) y que, entre otras co-
sas, es como el papá de este proyecto; una sicóloga que es capaz de
tener un proyecto bibliotecario-educativo-cultural en la cabeza, y de
hacerlo funcionar como un relojito; una brillante administradora que,
como haciendo magia, y sin la menor angustia, hace que todo esté en
su sitio; a una promotora de lectura que a la vez es animadora, maes-
tra de ceremonias y bailadora; a un promotor, que además de sicólo-
go, es la memoria viva de la tradición vallenata; a un profe de inglés
que también siente pasión por la gastronomía; a un comunicador, y a
un pintor, y unas profes, y otros profes, y un novelista, varios poetas,
una arquitecta, un historiador, bibliotecarios… Perdónenme los que
no ven su “profesión” citada aquí, pero estén seguros de que en la
memoria y el corazón de esta desmemoriada permanecen. También
conocí un río, hermoso, frío y celebrado por todo el pueblo vallenato.
Gracias pues a todos. Al señor Carlos, a Mónica, Eliana, Julia, Frank,
Leonid, Benjamín, Luis, Mariela, Germán, Geño, Bartolomé, Angie, Pe-
trona, Diógenes, a todos. Pero muy, muy especialmente, gracias a los
niños; a los más pequeños asistentes a las Rondas de los cuatro nodos,
porque le dieron sentido a mi trabajo.

Ya. No más melcocha. Era muy importante, primero que todo, ex-
presar gratitud a quienes paciente y generosamente me regalaron un

232 Caracolí: Los caminos del libro


pedacito de sus vidas. Pero también hay que decir que este ejercicio
necesariamente nos tiene que dejar a todos rondando, re-pensando lo
que se ha hecho y lo que podría hacerse. No hay fórmulas ni las pre-
cisamos. Como promotores y docentes cada vez nos afirmamos más
en la idea del disfrute que posibilita otras movidas del pensamiento,
en lecturas, músicas y juegos del lenguaje que, casi siempre, llevan a
mirarse a sí mismos, que ya es mucho decir, y mucho más importante
que la búsqueda de escritores o artistas.Y que conste que esto aplica
para todos nosotros, promotores y bibliotecarios, no sólo para los
chicos.

Las palabras de los niños y jóvenes son sabias y certeras. Quienes


escribieron acerca de su experiencia lectora hallaron más que lite-
ratura; de alguna manera fueron capaces de decirse y decir sus amo-
res y preocupaciones. En mi experiencia particular, con los niños más
pequeños, los que generalmente no dominan el lenguaje escrito, los
hallazgos no fueron escasos. Ya fuera a través de imágenes o de inci-
pientes elaboraciones lingüísticas –pero nunca pobres-, se dejan ver
ideas y sensaciones: tristezas, temores, soledades, gozos. Ahí están ma-
terializados los logros de Caracolí del Cesar.

Cada uno de nosotros volvió a lo suyo con un equipaje renovado.


Otros títulos, nuevas formas de abordar la lectura y la “formación de
usuarios”, como dicen los bibliotecólogos, y un montón de abrazos,
cartas, dibujos, que confirman la idea de que sólo lo que amorosamen-
te se da, florece. Como este Caracolí, que esperamos, siga esparciendo
semillas por todas partes.

Caracolí: Los caminos del libro 233


Capítulo 7

Escrito en las márgenes


La poesía: cuestión de tiempo

Eran cinco poetas los que llegaron al Segundo Festival Internacional de


Poesía en Valledupar en mayo de 2011: Alejandro Luque (España), Este-
ban Moore (Argentina), Humberto Ak’abal (Guatemala), Víctor Rodríguez
Núñez (Cuba), Luis Miguel Madrid (España). La noche del viernes, luego del
recital, a los cinco se los tragó la vieja plaza blanca para devolverlos, al ama-
necer, uno a uno, iguales pero diferentes. De los cinco, tres regresaron por
sus pasos el sábado en la mañana a un encuentro en la biblioteca Carrillo
Lúquez con desconocidos de todas las edades que los sobaron a preguntas
toda la mañana. Después, la tarde volvió por ellos.

Benjamín Casadiego

Diferencia entre poeta íntimo y poeta público

Hay un espacio para la vanidad íntima que es la que se da cuando


“escribimos para nosotros”, sobre cuadernos de apuntes, en guías
telefónicas, en listas de mercado. Allí los interlocutores apenas sa-
len del círculo familiar y de amigos. Otra cosa bien diferente ocurre
cuando se publica y el poeta es conocido más allá del grupo familiar.
Los poetas, en esos espacios, tenemos la obligación de responder por
un legado, no podemos derrocharlo, tenemos que escribir mejor que
nuestros antepasados.

Las distracciones del oficio

La vida está llena de distracciones, por todas partes hay una distrac-
ción dispuesta a sacarnos del oficio de creación. En mi caso, era muy
aficionado al béisbol y ese placer consumía gran parte de mi tiempo
útil para escribir y leer: ir al estadio, leer la parte deportiva de los dia-
rios, ver la sección de deportes de los noticieros. Poco a poco me fui
enfocando en mis temas, ahora no tengo ni televisión. La vida es una,
no hay nada más, hay que estar enfocados.

Caracolí: Los caminos del libro 237


¿Qué queda de escribir?

Los afectos de los amigos, eso es cierto, no es un lugar común. Que-


dan los afectos, las amistades, las complicidades. Con esos amigos uno
no puede pavonearse de nada, si no quiere hacer el ridículo.

¿Quién reconoce las literaturas indígenas?

Ellos mismos se reconocen.

¿Qué es la poesía?

La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre.


Esto lo dijo Luis Cardoza y Aragón. ¿Verdad que es poderoso?

¿Cómo llevarse bien con todo el mundo?

He aprendido a diferenciar la amistad de la práctica poética. Tengo


muy buenos amigos que son pésimos poetas, como también tengo
malos amigos que son excelentes poetas. Necesitamos a ambos.

¿Por qué escribes?

No sé. Nadie lo sabe. No se gana mucho escribiendo.Vallejo, el mejor


poeta del siglo XX, superior a Eliot, murió como un perro. Ahora en
Lima hay una calle sórdida que se llama César Vallejo. Y un equipo de
fútbol, que va en los últimos lugares de la tabla.

¿Tienes en cuenta el tiempo a la hora de escribir?

Pienso en el tiempo presente. Si me descuadro, se descuadra el poema.

¿Qué es el éxito en la escritura?

Es ese momento de soledad donde sabemos que las cosas funcio-


naron, que los tiempos cuadraron. Lo demás son ilusiones pasajeras.
Podríamos decir que Bolaños es exitoso después de muerto, más tra-
ducido que Borges en Estados Unidos. Era buen escritor, claro, pero
no de las dimensiones que quieren venderlo.

238 Caracolí: Los caminos del libro


¿Cómo se llevan los poetas con la política?

Mi generación en Cuba evitó la política explícita en la poesía. Esto no


quiere decir que desconozcamos la vida política.

¿Cómo se vive la política desde la poesía?

Todo lo que se hace en poesía y en arte es político.Tenemos el caso de


Dulcinea. Es mujer. ¿Y por qué las dulcineas no son hombres? Cuan-
do comenzamos a descentrar discursos estamos haciendo política y
sociedad.

¿Son coherentes los poetas?

El poeta es un ciudadano común y corriente, es decir: no podemos


esperar ser más coherentes que el resto de ciudadanos. Algunas veces
decimos una cosa y luego salimos con otra.

Los poetas y la experiencia

No podemos dedicarnos a hablar de las experiencias propias, eso em-


pobrece la experiencia. Como principio: hablar más allá de nosotros.

¿Tienen algún consejo para un escritor joven?

Leer, escribir, soltarse. Juan Gelman me decía: Estás agarrado, ¡soltate!


Gelman también decía: No hay que preocuparse por las estructuras,
el asunto es escribir.

¿Qué conocen de la poesía vallenata?

¡Esta biblioteca hace quince años no estaba!

¿Cómo llega la inspiración poética?

Tengo una anécdota. Un café en Buenos Aires, una pareja conversando


en voz muy baja, un ventanal, la calle afuera era gris. Un amigo mira a
la pareja, la escucha. ¿Qué hacés?, le digo. “Escucho lo que no puedo
escuchar para escribirlo en mis poemas”. Esa es la inspiración.

Caracolí: Los caminos del libro 239


¿Cómo se mantienen en forma los poetas?

No me preocupa escribir versos todo el día. Me preocupa no escu-


char música, no leer, no tener sensibilidad.

¿Se puede vivir sin escribir?

He durado 10 años sin escribir. Pero en esos 10 años estuve atento,


no me dormí.

¿Creen en el talento?

El talento es como tener una finca.Tienes un pedazo de tierra, pero si


no lo cultivas todos los días no tienes nada. Un amigo cubano escribió
una novela en la juventud y luego a los 60 escribió otra, muy buena.
Lo entrevisté: ¿Qué pasó en todo ese tiempo? Aprendí a escribir, me
respondió. ¿Y cómo aprendiste a escribir? Copiando. ¿Cómo así co-
piando? Escribí El Quijote y otras más, así aprendí las costuras. Esa fue
una lección de talento.

¿Leer en otros idiomas ayuda a la creación poética?

Por supuesto que sí. Al leer en otro idioma estamos acercándonos a


otra cultura, a otra forma de pensamiento. Mi voz es diferente cuando
hablo en inglés, mis pensamientos son diferentes. Hay una parte de mi
alma en inglés y otra en español. En lengua inglesa la emoción es re-
servada. Si eres un gringo y te gusta algo, tratas de ocultar la emoción.
Las palabras, diversas y sorprendentes. Borges decía: Me gusta la luna
en inglés, esa oscura palabra que se demora: moon. Las palabras. Dea-
th, que significa muerte, significa también patria. De todas las palabras,
una aparece y nos llena de sentido la vida. Una amiga holandesa me
confesó que la palabra que explicitaba claramente sus ganas eróticas
estaba en el idioma español: “estar arrecha”.

¿Se lo confesó?

Sí. En un perfecto, y maravilloso, español. De hecho no sabía otra pa-


labra.

240 Caracolí: Los caminos del libro


Del mercado a la biblioteca

“Siempre imaginé que el Paraíso


sería algún tipo de biblioteca”.
Jorge Luis Borges

Por: Félix Molina-Flórez


Licenciado en lenguas modernas y escritor,
responsable de la sala general de la biblioteca Rafael Carrillo en Valledupar.

La noche agónica empieza a derrumbarse afuera. Yo, adentro, trato


de alejar su cadáver con la pequeña luz de la lámpara que ilumina
esta hoja que cada vez es más blanca. Miro la taza de café que está
a mi izquierda y pienso en Balzac. Él duraba horas y horas pos-
tergando su sueño para tratar de escribir algo que fuera digno de
leer. Pienso en la locura de Ezra Pound que lo hacía creer que cada
palabra podía ser una pieza inventada para construir una perfecta y
sutil metáfora. Recuerdo que García Márquez dijo en alguna ocasión
que siempre estaba dispuesto a hacer un cementerio de palabras
muertas con aquellos caracteres que no le permitían nombrar los
objetos que imaginaba.

Me incorporo y me hallo en otro tiempo. En un espacio disímil que


se mueve por otras fascinaciones, por otros intereses, por otros
lenguajes que, sin embargo, nos comunican las mismas cosas. Pa-
blo Ramos me recuerda que la infancia es una maleta cerrada que
aguarda el momento para ser abierta; lo mismo me dicta Dai Sijie.
Ahora trato de evocar algunos apartes de mi normalísima existen-
cia y no dejan de inquietarme algunas cosas. ¿En qué momento un
pequeño objeto hecho de hojas empezó a ser significativo para mí?
¿De quién heredé ese afán de husmear en cada cúmulo de palabras
la fascinación por descubrir cosas sin las cuales también podría vivir
felizmente? ¿En qué paraje me bajé del bus de la existencia y tomé
por vez primera uno de esos objetos para desnudar el sensual cuer-
po de una palabra bien tallada?

Caracolí: Los caminos del libro 241


Cuando tomaba el termo de café para ir a venderlo al mercado, (o
ponía bajo mis pies los bultos de papas para lavarlos, o sostenía en mis
manos las canastitas aquellas en las que había buñuelos que debía ven-
der) jamás pensé que hoy estaría adecuando las palabras para contar
esos eventos que bien podrían parecer obtusos para un lector ilus-
trado (si quiera que estas palabras no tienen la pretensión de impre-
sionar). Aquella madruga, cuando ese hombre gordo me tiró encima
el café porque se lo serví muy caliente, no imaginé que años después
sostendría en mis manos un lápiz para contarlo. Sentado sobre ese
andén, donde trataba de apaciguar el ardor, sentí que mis doce años
empezaban a desnudarse frente a mí, ante la mirada impávida de las
estrellas, y descubrí que había nacido por azar en una realidad que no
estaba dispuesto a soportar. En una realidad cuya dinámica vacía me
situaba en medio de una esfera extraña y sin sabor, donde las perso-
nas corrían y hablaban como zombis que se lanzan a una cascada de
silencio.

En el mercado solo podía leer las palabras de los vendedores frustra-


dos: –Hoy el día estuvo pésimo, no vendí ni para pagar la carga– Le oía
decir con frecuencia a El Niño. El niño era un vendedor de guineo que
me pagaba $1000 diarios para que le ayudara a abrir los sacos y las
bolsas donde despachaba a los clientes.Tenía una cara marcada. En una
ocasión le pregunté si alguna vez había ido a una biblioteca y me dijo
que lo único que había leído en la vida era la pequeña etiqueta con la
que vienen contramarcados los plátanos y guineos. Volví saber del El
Niño ayer cuando leí en un periódico amarillista que fue ultimado a
bala en el lugar donde por 15 años vendió sus amados guineos.

Yo siempre llegaba cabizbajo al mercado. No con la alegría maquillada


de otros muchachitos que se les notaba una alegría exorbitante, sobre
todo, cuando contaban los billetes que habían acumulado en el día. No
había magia alguna en ese ambiente. No puede haberlo en un lugar
donde tú vendes la tristeza que otros compran para echarla a la sopa.
No puede haberlo en un lugar donde huele a barro y a sangre de res.
Tampoco en una esfera irrisoria adonde no llegan los magistrados ni
los connotados médicos a vender sus productos. Y lo corroboré, aún
más, aquella mañana cuando escuché tres fuertes disparos. Todavía las
tres detonaciones retumban en mi cabeza.Volteé mi rostro y pude ver,
a menos de 10 metros de donde estaba, el cuerpo yerto de un cotero

242 Caracolí: Los caminos del libro


que había sido acribillado ante la mirada incrédula de todo el mundo.
No podía ser feliz en un lugar en el que la alegría tiene cara moneda.

***

Recuerdo esa tarde cuando entré por primera vez a una biblioteca.
Tomé mi pequeña bicicleta y sin permiso de mi madre me escapé para
la casa de la Cultura. Y ahora me asalta una pregunta: ¿Por qué para
la Casa de la Cultura? ¿Por qué no para el río o para una fiesta o un
baile? ¿Por qué precisamente para un lugar del cual no había tenido
suficientes noticias? Se me ocurre pensar que quizá la fría invitación
que me hiciera un profesor de español en el colegio, haya sido una
razón para hacerlo. Entré al segundo piso. Había allí un hombre su-
mamente pequeño que usaba gafas. Le pedí permiso para mirar los li-
bros: –¿Qué buscas?– me preguntó. –Libros– le respondí. Me miró con
algo de rechazo y me permitió seguir. Ante mis ojos se dibujaban los
rostros mudos de muchos libros. Ojeé algunos, sobre todo aquellos
más viejos. En los libros viejos hay una extraña magia que difícilmente
podría resumir. Tomé uno, de historia: Segunda Guerra Mundial. Hitler.
Y leí hasta que el pequeño hombre me ordenó que saliera. Abandoné
la biblioteca y en ese momento descubrí que ya no era el mismo que
había entrado.

Ese día supe que mi universo debía de ser otro diferente al que la vida
me quería imponer. Quise, enseguida, cambiar los plátanos, –el olor
fétido de la cebolla podrida, el grito ensordecedor de la carne colgada
en los ganchos de la carnicería– por libros. No sabía cómo hacerlo. Ni
siquiera mis padres podían darme algo diferente a lo que ellos habían
conseguido. Pero hubo una revelación que me hizo entender que no
quería seguir madrugando solo para constatar que era un niño infeliz
que debía vender para tener dinero. No me interesaba el discurso de
quienes querían convencerme de que el que no sabe trabajar con las
manos está obligado a más hostilidad.

***

Son las 3 de la mañana. Extrañamente siento que unos pasos torpes


se dirigen del otro cuarto hacia la mesa donde escribo y leo. Es mi
pequeña hija, ha descubierto que una luz interrumpió su sueño. Es

Caracolí: Los caminos del libro 243


posible que quiera reconocer quién fue el osado que se ha atrevido a
despertarla. Siento vergüenza con ella, pues recuerdo que a mí tam-
bién me daba indignación que mi padre me despertara con ese ruido
agotador cuando se alistaba a organizar la chatarra que iba a vender
temprano. Pero mi hija no ve chatarra, ni botellas vacía ni cartones
acomodados. No. Mi hija se para en la puerta y detalla los dos peque-
ños anaqueles donde aguardan los libros que he conseguido en estos
años. Me extiende los brazos para pedir que la cargue. Y recuerdo
que ella, al igual que su hermana, no tendrá porqué madrugar para
ir al mercado. Podrá levantarse a la hora que quiera y extender las
manos y tomar los libros que desee para leerlos. Yo en cambio, en
aquellas noches de insomnio, estaba obligado a permanecer acostado,
porque, aparte de tornillos y latas de cerveza vacías, no había nada
que justificara un momento de soledad frente a un objeto. En medio
de esa oscuridad ensangrentada no tenía mucho en qué pensar. ¿Qué
tanto puede meditar quien no ha hecho que su pensamiento transite
por otras realidades? ¿Qué puede imaginar un pequeño de doce años
cuyo patrimonio es una vieja bicicleta y unos zapatos heridos? Me
percato de que mi hija se ha dormido nuevamente. La aprieto fuerte
sobre mis brazos y la acuesto de nuevo en su lecho donde descansa
un libro álbum medio destrozado.

***

Dentro de unas horas tendré que alistarme para ir al trabajo. ¡Qué


dicha! Ahora sí me alisto con alegría para ir a trabajar. Antes, cuando
hacía muchas otras cosas, era un martirio agotador el simple hecho de
pensar que tenía que ir a trabajar. Cuando escuchaba el reloj ofensivo
que me recordaba lo humano que soy sentía que una cascada se atas-
caba en mi garganta. Dentro de poco tomaré mi vieja moto (que una
vez sirvió como vehículo de transporte urbano para los otros) para
dirigirme a la Biblioteca, ya no como un niño que quiere ser feliz, sino
como un hombre que a veces lo es. No porque quiera oxigenarme
de un ambiente hostil donde crece la angustia, sino porque gozo de
un sitio en el que a veces la tristeza no puede entrar a leer. Me veo
llegando al edificio. Entrando a la sala que hace dos años abro y cierro
a la misma hora (y que sin duda extrañaré cuando no esté). Echaré un

244 Caracolí: Los caminos del libro


vistazo a los más de 9000 mil libros que a diario puedo ver, apreciar,
tocar, acariciar, oler y hasta besar (todas diferentes formas de leer).

Y allí, en medio de ese universo tranquilo donde redescubro lo frágil


que soy, me sentiré con unas enormes ganas de seguir viviendo a pe-
sar de la vida misma. Allí recordaré la imagen de mi madre que con
su débil idioma trataba de leerme pasajes bíblicos que aún recuerdo.
Pensaré en que si no fuera por los libros estaría por ahí inmiscuido
en un fango de disoluciones y fracasos. Sería como Caín que acaba
de matar a su hermano Abel y corre con unas letras en la frente que
jamás podrá leer.

Dedico estas y todas mis palabras a mi madre


a quien debo lo poco que pueda llegar a ser.
In memoriam

Caracolí: Los caminos del libro 245


Palabras en cuarentena

Dos novelas, escritas con más de medio siglo de distancia entre una y otra,
nos ubican sin misericordia ante nuestras debilidades éticas y morales.
Sin ir muy lejos, ambas historias pueden, entre miles de posibilidades,
ponernos ante el espejo colombiano como ciudadanos.

Benjamín Casadiego

Un escritor, ya entrado en años y pequeño dios de los detalles, apuesta


por una pregunta, si la respuesta se desarrolla en un espacio cerrado,
la suma de ambos, pregunta y espacio, dará como resultado una espe-
sa pesadilla macerada con humor negro. La pregunta tiene que ver con
ese si mágico que desarrolló Konstantín Stanislavski a comienzos del
siglo XX en sus laboratorios de actuación en Rusia: ¿Qué ocurriría si?
Saramago se hace esa pregunta que lo llevará a uno de sus más cele-
bres proyectos literarios: ¿Qué ocurriría si un día la gente comenzara
a quedar ciega hasta alcanzar los niveles de epidemia? Luego viene el
diseño de esos espacios, la ciudad donde se desarrollará la epidemia y
el sitio cerrado, un manicomio, en donde los ciegos desgraciados se-
rán recluidos en cuarentena. Un laboratorio de la condición humana.
Un ensayo sobre la ceguera.

La peste y su inmediata medida preventiva, la cuarentena, ha servido


a lo largo de siglos para medir la fortaleza moral y ética de comuni-
dades enteras que tienen la desgracia de vivir en un escenario seme-
jante. A mediados del siglo XX, justo al final de la Segunda Guerra
Mundial, sale a la luz una obra que vendría a traducir en 200 páginas
el sentimiento de un continente como el europeo sometido a esa
“cuarentena” por la guerra y el posterior sentimiento de horror y
frustración cuando los campos de concentración se fueron revelando
y la pregunta laceraba: ¿Dónde estaba yo? ¿Por qué no hice nada? Nos
referimos a La Peste (1947), de Albert Camus.

246 Caracolí: Los caminos del libro


Las cosas, en la vida y en el arte, comienzan con sencillez, luego se
van complejizando, tal como lo aseguraba el padre Brown, un clási-
co personaje de G. K. Chesterton: “Cada obra de arte, sea divina o
diabólica, tiene un sello indispensable: su centro ha de ser simple,
por más complicado que sea su desarrollo”. El tema de Camus es un
ejemplo de lo anterior: un día cualquiera aparece una rata muerta,
al otro día son cinco, luego sesenta, luego sesenta mil. A la semana
siguiente un ser anónimo entre cientos de miles es internado con
40 grados de fiebre y bubas en los ganglios; casi al instante la cifra se
riega en la tranquila y optimista ciudad. En un principio el pánico se
administra con la vieja fórmula, “esto no es conmigo: las ratas y los
muertos vienen de arrabales lejanos a nosotros”, luego la ciudad se
da cuenta de que la muerte está en sus casas, calles y vidas. El final
del primer capítulo nos asoma al terror que se viene con el parte
oficial del gobierno: “Declaren el estado de peste. Cierren la ciudad”.
El escenario para esta ficción es Oran, una ciudad argelina, frente al
Mediterráneo.

Las líneas argumentales son básicamente las mismas en ambas novelas:


primero, un hecho casual que pasa inadvertido para la mayoría de los
habitantes; segundo, la sospecha de que hay un peligro; tercero, las
medidas sanitarias preventivas; cuarto, el encierro del mal; quinto, el
rechazo histérico; sexto, la evidencia de cambios morales y éticos en
la población a partir de la lucha individual por salvarse y por no estar
dentro de los apestados, por último la aceptación y la convivencia
con el mal hasta el final de la cuarentena donde ya nada vuelve a ser
igual: “La alegría general fue sustituida por el nerviosismo,Y ahora, qué
vamos a hacer, preguntó la chica de las gafas oscuras, después de lo
ocurrido yo no conseguiré dormir…” (Saramago). “Oyendo los gritos
que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está
siempre amenazada” (Camus).

Si bien los picos narrativos de ambas novelas son casi idénticos, el


desarrollo de las acciones, el tratamiento de los personajes, el estilo
narrativo y los espacios son, por supuesto, diferentes. La escritura
de Camus está basada en frases cortas, que a veces quedan sueltas
como para que el lector las rehaga y desarrolla los diálogos clásicos
separados de la narración con un punto aparte; la de Saramago es de
párrafos largos que contienen al mismo tiempo narración y diálogos,

Caracolí: Los caminos del libro 247


como es tradición en toda su obra desde la primera novela, Memorial
del Convento (1982), donde un personaje, Blimunda, ve el interior de
las personas y para evitar esa pesadilla diaria debe comer pan al ama-
necer, antes de abrir los ojos.

Camus narra una ciudad con detalles, los lectores paseamos por Oran
en cuarentena, entramos a los bares, caminamos las calles, miramos
desde los puntos altos los bellos atardeceres con fondo marino, nos
mojamos con las lluvias y entramos a misa a escuchar los sermones
del sacerdote. Los lectores seguimos su línea de investigación plan-
teada desde la primera página: “El modo más cómodo de conocer una
ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se
muere”.

Saramago se inventa un manicomio custodiado por militares que


tienen orden expresa de disparar si los ciegos se atreven a salir.
Cuando al final salen, los personajes se encuentran encerrados en la
misma ciudad convertida en muladar habitado por seres fantasmales,
un espacio que al no poderse ver resulta siendo un laberinto, un
espacio gótico al que se reconoce a tientas, por el tacto: “Le dices a
un ciego, Estás libre, le abres la puerta que lo separaba del mundo,
Vete, estás libre, volvemos a decirle, y no se va, se queda allí parado
en medio de la calle, él y los otros, están asustados, no saben adónde
ir, y es que no hay comparación entre vivir en un laberinto racional,
como es, por definición, un manicomio, y aventurarse, sin mano de
guía y traílla de perro, en el laberinto enloquecido de la ciudad, don-
de de nada va a servir la memoria, pues sólo será capaz de mostrar
la imagen de los lugares y no los caminos para llegar”. Pero será la
misma ciudad la que dará solución al problema y son los protagonis-
tas quienes insinúan que la solución es organizarse, como han estado
a tientas organizándose desde que estaban en cuarentena. “Lo malo
es que no estemos organizados, debería haber una organización en
cada casa, en cada calle, en cada barrio, Un gobierno, dijo la mujer,
Una organización, el cuerpo también es un sistema organizado, está
vivo mientras se mantiene organizado, la muerte no es más que el
efecto de una desorganización, Y cómo podría organizarse una so-
ciedad de ciegos para que viva, Organizándose, organizarse ya es, en
cierto modo, tener ojos…”

248 Caracolí: Los caminos del libro


Allí, en esa palabra: organización, organizarse, es donde se evidencia la
apuesta política de Saramago: solo si nos organizamos podemos dejar
de ser ciegos en vida, lo cual parece ser la lección que nos quiere dejar
luego de habernos encerrado en 329 páginas.

Si para Saramago la respuesta a este estado de cosas es organización,


para Camus la palabra de acción es concentración. “Yo sé a ciencia
cierta que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en
el mundo está indemne de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo
sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respi-
rar junto a la cara de otro y pegarle la infección. Lo que es natural es
el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere,
son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe dete-
nerse nunca. El hombre íntegro, el que no infecta casi a nadie es el que
tiene el menor número de distracciones. ¡Y hace falta tal voluntad y
tal tensión para no distraerse jamás!”.

Enseguida aparece otra clave de acción en la tesis de Camus para ha-


cerle frente a una epidemia que trasciende lo físico y se aposenta en
la moral y la ética: hablar claro. Dice el mismo personaje antes citado:
“He oído tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme
perder la cabeza y que se la han hecho perder a tantos otros, para
obligarle a uno a consentir en el asesinato, que he llegado a compren-
der que todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar
claro. Entonces he tomado el partido de hablar y obrar claramente,
para ponerme en buen camino.”

La apuesta ética de Saramago, la responsabilidad civil se expone en


este diálogo entre la protagonista y su esposo: “Llegaré hasta donde
sea capaz, no puedo prometer más, Un día, cuando comprendamos
que nada bueno y útil podemos hacer por el mundo, deberíamos te-
ner el valor de salir simplemente de la vida.”

Lo que uno tomaría como la conclusión de Camus ocurre con su


protagonista, el doctor Rieux, que lo ha visto todo en esa cuarentena
y que aprendió a pensarse a sí mismo en medio de la plaga como
directo involucrado en los sucesos: “Hay en los hombres más cosas
dignas de admiración que de desprecio”.

Caracolí: Los caminos del libro 249


Para ambos, Saramago y Camus, la ceguera por un lado y la peste por
otro, son expresiones de una degradación moral. Si para Saramago
Dios está ciego, para Camus, está enfermo.

Volvamos a Camus: “… Por mi parte me negaré siempre a dar una


sola razón, una sola, lo oye usted, a esta repugnante carnicería. Sí, me
he decidido por esta ceguera obstinada mientras no vea más claro.”
Y más adelante agrega: “He llegado al convencimiento de que todos
vivimos en la peste y he perdido la paz”. (…)

Leamos a Saramago: “Por qué nos hemos quedado ciegos. No lo sé,


quizás un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que
estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que
estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.”

Los lectores de Un ensayo sobre la ceguera (1995), además quedar


contagiados por la epidemia, sospechamos que no hay solución a la
vista. Saramago nos permite cruzar la barrera del papel y de la letra
impresa, tal es su maestría, para confundirnos y mimetizarnos con
esos personajes traspasados por la maldad y el amor: la novela nos
deja saber que las utopías y las distopías están allí, agazapadas en no-
sotros esperando saltar: “Entonces la mujer del médico comprendió
que no tenía ningún sentido, si es que lo había tenido alguna vez, seguir
fingiendo que está ciega, está visto que aquí nadie puede salvarse, la
ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la
esperanza”. Somos ciegos y precarios, lo sabemos pero lo olvidamos
apenas traspasamos los umbrales de nuestra cuarentena, nuestra línea
de sombra, donde recuperamos la condición de seres humanos, arro-
gantes luego del triunfo contra la muerte. Al final de ambas novelas
sabremos lo que siempre hemos sabido: Primero, no estamos prepa-
rados para ver. Segundo: el bacilo de la peste no muere ni desaparece
jamás.

II

Las cuarentenas llaman la atención de los escritores. Nada más ade-


cuado para conocer y narrar las miserias humanas que en el estrecho
marco de un tiempo preciso y de un espacio cerrado. García Márquez
utiliza la cuarentena para que dos ancianos, los protagonistas de El

250 Caracolí: Los caminos del libro


amor en los tiempos del Cólera, puedan consumar su amor a bordo de
un vapor que remonta solitario el Magdalena. Joseph Conrad, encierra
a sus personajes en un barco que ha quedado aquietado misteriosa-
mente en pleno golfo de Tailandia, hasta que por la borda va reptando
la locura y la enfermedad para delimitar esa inquietante línea de som-
bra, el tiempo que dejamos atrás de manera irremediable. ¿De dónde
viene ese noble oficio de encerrar a los personajes para de allí sacar
una parábola del ser humano?

Juan Goytisolo medita sobre esto en La Cuarentena, una hermosa no-


vela sobre la vida después de la muerte en la tradición musulmana:
“El proceso de la creación novelesca, ¿no es una cuarentena? Durante
el lapso necesario a la composición de la obra, el autor ¿no debe re-
traerse del mundo y establecer en torno a él y su material de trabajo
un auténtico cordón sanitario, con protección y barreras? El poder
contaminador de la escritura, del que es la primera víctima antes de
convertirse en instrumento, ¿no impone un retiro similar al de los
reclusos de un lazareto o monjes de clausura poseídos por Dios? Su
aventura insensata de reunir y ordenar los elementos del texto en un
ámbito impreciso e informe (…), ¿no exige la condensación de todo
ello en un locus mental cuidadosamente dispuesto para incubar la
enfermedad contagiosa e impedir su dispersión prematura? Como las
otras epidemias, la germinada en el caldo de cultivo del novelista bus-
ca, pasada la cuarentena, su natural prolongación en la figura receptiva
del lector, destinatario de su propuesta infecciosa y fecunda”.

Tanto Camus como Saramago han cumplido su cometido: establecie-


ron su cuarentena mientras escribían y luego soltaron el virus para
infectar a los lectores. Uno imagina sus risas.

III

En la Inglaterra del siglo XVIII, un oscuro escritor, Horace Walpole se


deleitaba diseñando castillos de donde sus a sus personajes les fuera
imposible salir. Para ello diseñaba, antes de escribir sus novelas, pasa-
dizos que no conducían a ningún sitio, puertas selladas, puentes que
no se descolgaban, fosos profundos infectados de peces carnívoros,
habitaciones oscuras, cargadas de espesos cortinajes. Álvaro Mutis,
siguiendo su ejemplo, encierra a los suyos en La mansión de Araucaima,

Caracolí: Los caminos del libro 251


un relato gótico de tierra caliente, como dice el subtítulo, donde el
lector sabe desde el principio que no hay salida y que debe atender la
máxima del Dueño: “Si entras en esta casa no salgas. Si sales de esta
casa no vuelvas. Si pasas por esta casa no pienses. Si moras en esta casa
no plantes plegarias”. Mutis narra que habló con Luis Buñuel cuando
tuvo la idea de escribir una novela gótica en el trópico: “Quiero hacer
una novela gótica pero en tierra caliente, en pleno trópico”[...]. Buñuel
me contestó que no se podía, que era una contradicción, ya que la
novela gótica para él tendría que suceder en un ambiente gótico. Para
mí el mal existe en todas partes; y la novela gótica lo que se propone
es el tránsito de los personajes por el mal absoluto.”

Si la característica de la novela gótica son los paisajes sombríos, bos-


ques tenebrosos, ruinas medievales de donde es imposible salir y cas-
tillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados
de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios, pode-
mos decir que tanto La Peste como Un ensayo sobre la ceguera harían
parte de un subgénero de novela que me atrevería a llamar de neo-
gótica, donde los castillos cerrados se reemplazan por manicomios y
ciudades cerradas, donde los fantasmas y los ruidos nocturnos son las
enfermedades y la degradación de los seres que habitan esos espacios
hasta convertirse en asesinos inmisericordes que van dejando a su
paso cadenas, esqueletos y demonios.

252 Caracolí: Los caminos del libro


Epifanía en Córdoba
Benjamín Casadiego

Llegué a Montería un medio día sin señales en el cielo, llegaba con la


intención de conocer su plaza de mercado. “Ve a la plaza de mercado
de Montería, no te vas a arrepentir”, me dijo la mujer que conocí
en un viaje; dos meses después estaba allá en plena búsqueda de esa
emocionada pero imprecisa seña, entonces lamenté no haberle pedi-
do su número de celular: La Plaza era la misma plaza de un lugar de la
costa, el caldo de pescado, la carne asada o frita y el hígado encebo-
llado con patacones, los huevos revueltos con arepas de maíz traídas
de al lado: del aséptico almacén Éxito. ¿Qué era lo que quiso decirme
esa mujer? ¿El sitio que me describió estaba en Montería o en otro
lugar? Los taxistas, que todo lo saben, esta vez no daban con esa idea
que yo no podía traducirles. “¿El mercado? Ah sí, el mercado, está aquí
a dos cuadras.” Vi el río, las gaviotas posándose en ramilletes sobre las
ventas de pescado, pasadizos oscuros, bicicletas en reposo, un canasto
tejido por los indios que me llevé para guardar pan en la cocina de mi
casa y una señal:

–Si se va por este pasadizo, llega a las casetas y en la tercera del fondo
está una señora que prepara la auténtica comida cordobesa.

Llegamos al sitio indicado y una joven de candongas amarillas y azules


nos dice mirándonos desde sus ojos negros:

–Ella murió hace dos meses.

Un viaje es un hallazgo. Asistía en Montería al mítico Festival de Li-


teratura de Córdoba en su XIX versión, una verdadera proeza que
organiza El Túnel, dirigido por un escritor al que hemos seguido desde
hace décadas en Colombia: José Luis Garcés. Allí estaba, con su bigote
hirsuto y la mirada alerta, el oído despierto, nervioso, un tigre de la
sabana que va a la caza de palabras. Por tres días ese hombre-tigre

Caracolí: Los caminos del libro 253


exhibía sus piezas ganadas a lo largo del año: las breves imágenes de
la vida cotidiana del profesor José Manuel Vergara, los poemas de un
conocido nuestro: Ricardo Vergara que venía de Sincelejo; un cuento
erótico de Marley Meléndez, una joven escritora que venía de Carta-
gena y cuatro ponencias para no olvidar: Raymundo Gomezcásseres,
Adolfo Ariza, Clinton Ramírez y Guillermo Tedio.Y los libros que esta-
ban a la venta a precio de risa: Juan Goytisolo, Margaret Duras y Lobo
Antunes, entre otras joyas literarias.

Afuera de ese congreso la ciudad era un hallazgo, un respiro al calor


de la tarde. Montería, a orillas del Sinú dejaba ver sus rituales de ciu-
dad ribereña al atardecer. La caminata por la Ronda del Río, un her-
moso paseo con árboles, un césped bien cuidado, teatro, restaurantes,
ciclorutas, al otro lado la blanca catedral de San Jerónimo, la plaza de
Bolívar; a una orilla los planchones sin motor que dejan a la gente al
otro lado. Luego se vino el aguacero y las conversaciones con viejos
del lugar nos fueron acercando a una pista: el mercado que buscan no
está aquí, está en Lorica. Luego la lluvia siguió, las calles se anegaron, la
brisa y el rostro que nunca volveremos a ver.

Mi dedo tocó la región en el mapa; había que buscar la ruta del mar en
esa llanura que fue habitada por los antiguos zenúes, los que ahuma-
ban a sus muertos en el zarzo del techo de sus cocinas. Ayer nada más
miraba el mapa desde la ventanilla del autobús, mis ojos inaugurando
un territorio nunca visto.

El territorio como un hallazgo. La imagen al amanecer desde la venta-


na del bus, el sol iluminando ese territorio de montes y montecitos,
de ríos y de nombres poderosos: Plato, donde un hombre se volvió el
caimán y ahora tapa su miseria con las fotos sonrientes de los candi-
datos a las alcaldías, el puente sobre el Magdalena, Carmen de Bolívar,
Corozal, Sincelejo y las corralejas, los porros de Pacho Galán, Chinú,
Sahagún, Ciénaga de Oro, Cereté, Lorica, San Pelayo, San Antero y la
hermosa bahía, Coveñas y el mar transparente, Tolú, por donde entró
el diablo a Colombia.

Los nombres eran un encuentro: Desde la ventana la imagen al atar-


decer, el bus va dejando atrás Sincelejo, el río Sinú que reaparece

254 Caracolí: Los caminos del libro


tranquilo por los sabanales, trasparentados por el vidrio de la ventana
se imbricaban territorios, voces y fantasmas. Cuando el viaje va ce-
rrando su círculo de hallazgos veo a Carlos Guevara tomando su bus
que lo llevaría a Valledupar a iniciar su gesta de lectores niños que se
volvieron adultos con los años; veo a los demás: David Sánchez Juliao,
Manuel Zapata Olivella, Juan Gossaín, Miguel Happy Lora, (¿cómo no
acordarse aquí en este territorio de su obra maestra, la pelea por el
título contra el mexicano Daniel Zaragoza y la impecable defensa con-
tra el puertorriqueño Wilfredo Vázquez?), el poeta Jorge García Usta
que murió tan joven y tan vital en medio de sus papeles y sus afanes
en Cartagena y el poeta que se fue a coger carretera más allá de estas
sabanas cordobesas: Raúl Gómez Jattin, atragantado por las palabras.

Cuando este paisaje pasa por nuestros ojos los vemos a todos ellos,
escuchamos toda esa música y ese dolor también.

Un viaje es un encuentro con la paciencia, con el tiempo lento. Las his-


torias llegan. Esa tarde en Montería un viejo había dicho: lo que usted
busca está en el mercado de Lorica. Al otro día, bien temprano, un bus
destartalado nos deja en la plaza de mercado de Lorica; entramos en-
tonces cuando el sol estalla, al esplendor de una vieja ciudad llena de
palacios caribeños a orillas del omnipresente Sinú. La fachada amarilla,
cargada de arabescos, señales sauditas y universales, un mercado pú-
blico que parece un palacio veneciano; el interior oloroso a frutos de
la tierra, el sol de la mañana que comienza a extenderse suavemente
por el amplio, tranquilo y casi desierto pasaje, las mujeres acomo-
dando los fogones, los hombres colocando uno a uno los sombreros
sabaneros en sus tenderetes, el comienzo lento del trajín, la imagen
como para Guardí o Canaletto, de pronto una mesa, una mesa grande
llena de especias, detrás un hombre amable, esos que son la patria
como diría Borges y que imaginé cercano a mi amigo Yacine Khellady, a
quien las aguas del Caribe lo arrastraron desde el Mediterráneo . Mis
ojos recorren todo lo que allí hay, disfruto los olores de los palos de
incienso, el comino, la albahaca, la pimienta dulce.

–La pimienta dulce –dice– es especial para guisar carnes y pescados.


Si me permite decirlo, es algo exquisito.
–Déme dos onzas.

Caracolí: Los caminos del libro 255


Pesa los granos de pimienta y me entrega una bolsita, la huelo y escu-
cho el rumor de la tierra, el río, su amable presencia, mucho gusto en
conocerlo, me dice cuando me entrega la bolsita, escucho detrás de
mí la voz de Jorge García Usta mientras retengo en la cuenca de mi
mano los granos de la pimienta dulce, el sentido de mi viaje llegando a
su fin, cerrando su círculo y su pregunta para la cual fue emprendido:

En el azafate, la belleza del trigo,


su don tumefacto, su expresa intención.
Y la letanía del ajo y la almendra
que anulan el nácar banal.
Paladea, guerrero,
este encuentro de tierras.

(Para Mónica y Félix, compañeros de viaje).

256 Caracolí: Los caminos del libro


Leamos la ciénaga de Zapatosa
Benjamín Casadiego

Ya nos vamos profesor, dijo el conductor de la chalupa.

En tres horas que estuve en ese caserío ya me había dado cuenta de


que entre todos allí se decían profesor, pero uno quedaba con una
vaga sensación de ausencia, tanto de profesores como de escuelas.
Tres horas bastan para darnos cuenta de algunas cosas esenciales. Era
un caserío de dos o tres calles sin pavimentar, la punta de la iglesia se
elevaba sobre el resto de casas de madera o bahareque. Un hombre
viejo reparaba una atarraya en el espeso manglar, un grupo de hom-
bres jugaba dominó al otro lado de la calle, debajo de un árbol y en
una tienda de madera una señora jugaba dominó con otros dos hom-
bres, entre los que estaba el conductor de la chalupa con su ayudante,
y golpeaba la ficha contra la mesa con vaga ostentosidad.

En ese tiempo llegó una tractomula que dejó 20 cajas de cerveza


Águila. Era viernes. El chofer, un tipo que saludó cortésmente, fue
subiendo las canastas vacías y el ayudante empujaba las canastas para
que todo quedara ajustado; un gran telón amarillo cubría la tractomu-
la con una imagen de jóvenes riendo cada uno con una cerveza en la
mano. Durante la eficiente operación de descargue nadie de los que
estaban allí jugando se acercó a hacer algún tipo de cuentas o verificar
algo. Los tipos terminaron y se fueron sin bulla. La mujer gorda solo
volteó a mirar cuando el camión se perdía en la calle polvorienta. Al
instante volvió al juego y dijo: paso.

En ese tiempo también llegó un niño en chanclas, como de doce años,


y se puso a mirar a los que jugaban dominó. La mujer gorda le dijo:
¿Traes plata hoy? El niño se recostó al pilar de madera y observó el
juego. ¿A cuánto están apostando? La mujer no miró, dijo: a quinientos
pesos. El niño se alejó hacia los otros jugadores que estaban debajo
del árbol. Juego a doscientos, dijo. Los tipos no dijeron nada. Tiempo

Caracolí: Los caminos del libro 257


después una moto llegaría con una muchacha que se sentó a esperar
debajo de un árbol a que saliera la chalupa. Miraba todo desde sus
gafas oscuras.

Saloa no aparece en los mapas pese a que fue fundada el 5 de abril de


1749, es decir por la época en que nacieron San Sebastián, Chimicha-
gua y Santa Bárbara, sitios que deberían cumplir dos funciones estra-
tégicas claves para los ejércitos españoles de la época: servir como
bastiones para pacificar a los chimilas y como proveedores agrícolas
y ganaderos en toda la región. Ahora, para llegar hasta allí hay que ba-
jarse en un cruce entre Pailitas y Curumaní que se llama Las Vegas, de
allí se toma un colectivo o una moto que lo lleva a uno por carretera
destapada y resbalosa como un jabón, en medio de cantos de pájaros
en planicies onduladas de apretada vegetación, por media hora hasta
llegar al puerto de embarque que consiste en dos tablones extendi-
dos a orillas de la ciénaga de Zapatosa.

El ayudante de la chalupa comenzó a maniobrar por entre espesos


bancos de taruya, hundía un largo palo en el agua que se pasaba con el
conductor a través del techo de fibra, adentro comenzaron a encen-
der el motor sin suerte de tal manera que siguieron empujando hasta
quedar libres de taruya, solo entonces el motor prendió y la chalupa
realizó un giro para enfrentarse a esa inmensidad de azules y verdes
de la ciénaga.

El sol se descolgaba lento hacia el occidente y la brisa nos daba sua-


vemente a los cuatro ocupantes de la chalupa, las garzas blancas ro-
zaban el agua y se posaban entre los juncos. Miré hacia atrás por un
instante y ya todo había desaparecido, se lo había tragado la taruya,
solo sobresalía la torre de la pequeña iglesia que se erguía como aje-
na a ese pequeño y lento mundo y que tal vez hace 300 años habría
servido de advertencia a los indígenas: una espada en el cielo. Estaba
la belleza de la ciénaga y las historias que ella encerraba. A mi derecha
estaba El Banco, el viejo puerto de salida de Guillermo Cubillos con
su enorme piragua con rumbo a Chimichagua, adonde nos dirigíamos
en ese suave ondular de la embarcación. Ese hombre vivió hacia los
años 50 del siglo XX, dijo la profesora Deisi Mabel Fuentes: Cubillos
era un comerciante zipaquireño que había llegado a El Banco y comer-
ciaba pescado, sal, aceite de cerdo, de Chimichagua se regresaba con

258 Caracolí: Los caminos del libro


petates, panela y aceite de pescado, pero era tanta la mercancía y los
pasajeros que decidieron construir la gran piragua que fijó en nuestra
memoria el gran José Benito Barros.

La ristra de espuma que dejaba el motor, la suave brisa. Esto es bello,


dice uno. Una vez por estas aguas ocurrió un accidente, dijo el con-
ductor que siguió diciéndome profesor. Dos chalupas se encontraron
a toda velocidad, ambas giraron en una misma dirección y estas tran-
quilas aguas se llenaron de sangre, latas retorcidas y muertos. Ese ha
sido el único accidente que yo recuerde, dijo.

La ciénaga es una extensión del Río Cesar que corre sinuoso hacia el
Magdalena desde la Sierra Nevada, en dirección norte-sur, para for-
mar la ciénega continental más grande de Colombia, un ecosistema de
gran belleza y riqueza que hace parte de la gran Depresión Momposi-
na. Por aquí usted llega a donde quiera, me dijo al otro día el conduc-
tor de la chalupa; esta ciénaga lo deja en El Banco y por ahí sigue hasta
Plato. Lo que recorrimos hoy es apenas una esquina de la ciénaga; son
8 leguas de largo por 7 de ancho; esto es vida, aquí hay riqueza.

Pero los pobladores de Chimichagua dicen que a los pescadores no


les importa mantener los niveles permitidos de pesca para que esta ri-
queza no se acabe: las atarrayas son elaboradas con un tejido cerrado
para que los peces pequeños queden atrapados allí; esto no importa a
los pescadores, dicen los que no viven de la pesca y que son profeso-
res o funcionarios públicos, lo que quieren es desocupar esta despen-
sa sin pensar en las nuevas generaciones. No solo son los pescadores.
El pato yuyo es un depredador de peces que actúa en bandadas y se
sumerge en las aguas para pescar en grandes cantidades. Pero el pro-
blema no acaba en la pesca indiscriminada. Al ser esta una región de
libre acceso y sin ninguna clase de normatividad, la pesca, la caza y la
tala de árboles para leña se desarrollan sin ninguna talanquera en una
región rica sin oportunidades.

Un caso significativo es la caza de hicotea. Para llevarla a cabo, los ca-


zadores prenden fuego a la vegetación a orillas de las ciénagas, sitios
en donde se refugian las tortugas durante el período seco. Se calcula
que en esta zona la caza ilegal de hicotea ocasiona cada año la quema
de unas 10.000 hectáreas, situación que repercute negativamente en

Caracolí: Los caminos del libro 259


la actividad pesquera, ya que en esta vegetación se encuentra el ali-
mento de diversas especies ícticas.

El economista Joaquín Viloria dice: sería recomendable que los pes-


cadores de la ciénaga de Zapatosa conocieran la experiencia de la
Corporación de Chinchorreros de Taganga, la organización de pesca-
dores más antigua de la región Caribe, fundada por el indígena tagan-
guero José Francisco Perdomo en 1870. La Corporación administra
con eficiencia los ancones de pesca cercanos a Taganga. Los turnos de
pesca se distribuyen de manera aleatoria mediante sorteos, ya que
los ancones no tienen la misma productividad. Otro de los objetivos
es otorgar préstamos a los socios (microcréditos), así como la ven-
ta de materiales de pesca. La Corporación también está a cargo de
la defensa y conservación de los ancones de pesca de Taganga. Para
alcanzar estos objetivos, cuenta con una junta directiva, un comité de
vigilancia y un comité de penas y castigos. El primero revisa con cierta
frecuencia las redes de pesca y hace cumplir el pago en pescado que
le corresponde a cada chinchorro. El otro comité impone sanciones
para aquellos socios que incumplan los compromisos adquiridos con
la organización de pescadores.

La ciénaga mide 310 Km2 y hace parte de una red de ríos que definen
la vida de pueblos y caseríos que crecen en su entorno: El Banco, que
pertenece al departamento de Magdalena, Chimichagua, Tamalame-
que, Curumaní y Chiriguaná, en el departamento de Cesar, hay otras
pequeñas ciénagas que la rodean, como las de Bartolazo, Pancuiche,
Pancuichito, La Palma, Santo Domingo y Tiojuancho. Allí están regadas
las islas que uno ve a la distancia: Barrancones, Concoba, Colchón,
Grande, Las Delicias, Loma de Caño, Las Negritas, Palospino y Punta
de Piedra. Todo esto es una despensa de agua, una red de ríos, caños
y ciénagas, hábitat de numerosas aves migratorias, zona de reproduc-
ción y alimentación de peces, mamíferos y reptiles. Un paraíso en la
tierra.

A la entrada del puerto de Chimichagua, es decir unos tablones y un


terraplén para esperar las chalupas, nos saluda una pequeña imagen
azul y amarilla de la virgen de El Carmen. Hemos llegado justo a tiem-
po para asistir a una clausura de Caracolí, el programa lectura de la
Red de Bibliotecas del Cesar. Se han reunido padres de familia, escrito-

260 Caracolí: Los caminos del libro


res locales, profesores y niños en la biblioteca municipal que tiene una
dotación de libros que envidiaría cualquier municipio del país. Tanto
niños como adultos han leído en voz alta sus escritos, algunos de ellos
tienen que ver con el paisaje que los rodea y los retos ambientales
que la población enfrenta. De todo el grupo que ha participado en ese
compartir de la palabra, llama la atención un poeta que habla y camina
con dificultades: como si tuviera un gancho atravesado en la lengua y
en el cuerpo. Se llama Adiel Zambrano y tiene parálisis cerebral desde
que nació. Aprendió a leer a los 20 años, a los 25 comenzó a escribir.
Antes de los 20 años era un vegetal, dice, pero cuando comencé a
estudiar y aprendí a leer algo se me iluminó en la vida. Lee todos los
días y todos los días escribe. Me di cuenta de que había un mundo,
escribir me sacó a la calle, miraba la gente, buscaba los rostros, qué
me decía el rostro del vendedor de pescado, el de la yuca, las voces y
los colores de la calle: el bullicio, tu rostro, qué leo allí, qué me dice el
lugar este. Leer me conectó con el mundo y con otras personas que
ahora me agradecen el compartir con ellos mis lecturas y escritos.
Ahora estoy leyendo Cartas a un joven poeta de Rilke, dice. Me salvó
la literatura. Era un vegetal, apenas hacia mis necesidades fisiológicas.
Iba derechito al suicidio.

No se parece en nada la historia de la ciénaga de Zapatosa con la de


Adiel, pues aquí es al contrario, una región fértil y rica que ahora está
frente a un futuro incierto. Uno se pone a pensar si estará a tiempo la
región de recuperar, de saltar, de ese estado vegetativo como el que
vivía Adiel antes de los 20 años, a un estado de alerta, un compromiso
con la vida. ¿Podrá este programa de lectura en el Cesar convocar a
los habitantes de la región a mirar la ciénaga por primera vez como
hizo Adiel cuando comenzó a leer y escribir? Mirar de frente, estar
frente a la ciénaga y el río, en lugar de estar de espaldas a ella, viviendo
en ella. Esa es la idea profunda de todo esto, que la lectura cambie pai-
sajes, gentes y comportamientos. Que del suicidio colectivo pasemos
al encuentro vital y responsable. Los niños, los padres de familia, los
escritores y profesores que participaron en ese encuentro de la tarde
nos llenan de esperanza.

Esa noche llovió en toda la región. Pensé en la lluvia cayendo sobre


la ciénaga oscura y en la piragua de Guillermo Cubillos capoteando el
vendaval con doce bogas con la piel color majagua, como dice la canción

Caracolí: Los caminos del libro 261


de José Barros; pensé en el miedo que me provocaba esa canción
cuando era niño. Y allí estaba: cercano a la canción, cercano a esa
ciénaga y al temible Pedro Albundia. Al otro día el cielo amaneció
encapotado y se veían bancos de niebla en el horizonte; el conductor,
erigido ahora como un capitán de barco, anunció que no zarparíamos
hasta que el aguacero que estaba cayendo hacia el occidente, cesara.
Media hora después estábamos avanzando lentamente por la ciénaga,
esta vez el cupo estaba completo y la chalupa se movía con pesadez
por las aguas limpias. El cielo estaba gris y la lluvia golpeaba los ros-
tros. Tiempo después, vimos la aguja erguida de la torre y el caserío
de Saloa estaba otra vez allí, como recién fundado; no vi a nadie de
los que estaban jugando la tarde anterior, tampoco estaba el pescador
que remendaba la atarraya; un viejo automóvil nos sacó entre resba-
lones por la carretera sin asfaltar y media hora después salíamos a la
central: no dejó de sorprendernos el verdor de los campos de arroz
sobre la perfecta línea negra de la carretera, los pastos verdes de las
haciendas ganaderas, el rugir de las tractomulas, hasta el sol tenía otro
color, más brillante. Atrás habíamos dejado una canción perdida en el
tiempo. Una nación, igualmente partida y perdida.

262 Caracolí: Los caminos del libro


Paisaje con poeta: presencia de Fernando
Denis en Valledupar
Benjamín Casadiego

De todas las personas que llegaron ese viernes a la librería Panameri-


cana del centro comercial Guatapurí hubo alguien que preguntó por
un libro específico:

–¿Se encuentra aquí el libro Geometría del Agua?

La joven revisó su base de datos, hizo repetir al recién llegado el nom-


bre del libro y solo entonces respondió:

–En el momento está agotado.

24 horas antes ese hombre había cruzado los estantes de la sala de


literatura de la Biblioteca Pública de Valledupar Rafael Carrillo Lúquez.
Buscaba libros para leer en su hotel pues había llegado apenas con la
ropa. En el recorrido por las estanterías, breve, tal vez de media hora,
afuera el sol de la tarde amarilleaba la calle, revisó y comentó varios
libros. Sacó una novela de Jorge Volpi, dijo: “Soy amigo de Volpi, estaré
en México el mes entrante. Estuve en la India hace quince días pre-
sentado la versión inglesa de mi libro”. En la hilera paralela encuentra
“Una historia de la lectura” de Alberto Manguel: “Es mi amigo, estuve
en Argentina el año pasado. Este año viajaré a Alemania para la feria
de Frankfurt”. Al final del recorrido escogió algunos libros entre los
que figuraban Borges y Truman Capote. Dijo: “Como escritor, esto es
apenas el inicio para mí, lo que se viene es mejor”. Durante su zapping
por los anaqueles, los libros se convertían en personas y en lugares
geográficos a los que iría o había ido. Nada de: quisiera estar, quisiera
conocerlo.

Estuve, estaré. Es. Soy.

Caracolí: Los caminos del libro 263


4 horas después de que la mujer de la librería le dijera con algo de
decepción “en el momento está agotado”, el hombre estaba sentado
luciendo un bluyin negro y una camisa blanca, zapatos perfectamen-
te embetunados. Se disponía a leer algunos de sus poemas ante un
auditorio de unas 60 personas, compuesto por jóvenes estudiantes,
curiosos y escritores locales. Mucha gente. Debió soportar los mo-
mentos previos de su recital, las fotografías de grupo, la compañía
de un hombre con cara de obispo medieval que nos regaló un largo
discurso sobre lo apolíneo y lo dionisiaco, sobre Heidegger, Espinosa,
el cartagenero, y Spinoza, el holandés. Luego el obispo, un ser grande y
blanco, de cabelleras revueltas y gestos ampulosos, se sentó a su lado,
con lo que la composición quedó finalizada. Tres muebles color zapo-
te, una luz, un gigante, un pequeño con mirada de niño y sus palabras,
al fin: “Buenas noches”.

El escenario en silencio, expectante. Estaba allí un bendecido por los


sacerdotes de la palabra. William Ospina dijo de él: “La más evidente
virtud de su poesía es la originalidad”.

No fue un recital poético, ni fueron palabras poéticas, aunque a veces el


tono y el final de cada línea marcara un dejo a lo Pablo Neruda que abu-
rría. Un Pablo Neruda que al día siguiente él descuartizaría sin misericor-
dia. Mientras que a Borges lo acorraló como el mejor escritor después
de Shakespeare. Tal vez por eso, por esos homenajes silenciosos que se
hacen con palabras queridas, usó en el recital dos veces un vocablo muy
querido por Borges para iniciar sus poemas: Al alba. Borges tenía eso:
cada palabra, cada autor leído por él, era convertido en su sello personal.
Decir patio, De Quincy, orilleros, Swedenborg, Berkeley, alba, era decir Bor-
ges. De hecho los escritores que lo precedieron, casi todos, al ser leídos
por Borges se convertían en borgianos. Dante era borgiano.

Bebió agua de una botella que le habían dejado en el piso. La palabra


era traspasada hacia el encuentro con la verdad. Por eso la voz de
quien habló esa noche era dirigida para sí mismo, por eso sufrió las
fotos y los discursos. Mientras el conocimiento se puede comprar, el
saber es apenas un encuentro con la verdad.

El obispo medieval lo miraba grave, amable, condescendiente. Más allá


de ellos dos, el silencio del auditorio. Un hombre salido de las som-

264 Caracolí: Los caminos del libro


bras con la luz de la palabra al lado de un hombre de academia, de la
política, de ese otro mundo real. Afuera en el mundo, la luna llena, un
inmenso globo amarillo flotando en el horizonte de la noche naciente,
había ascendido hasta empequeñecerse. No somos así los humanos:
cuando más subimos, más nos soplamos. Pero la luna no da lecciones
de nada. ¿Quién sale a ver la luna en su ruta nocturna mientras aden-
tro la noche se lee? Más allá de nosotros estaba la luna que vieron los
mismos ojos de Virgilio, Marilyn Monroe, Da Vinci, Cervantes y Sonny
Liston cuando quedó bocarriba con los brazos abiertos después del
puñetazo de Mohamed Ali.

Más allá estaba la luna que vieron los que aún no han nacido en este
instante.

Soy un poeta prerrafaelista, dijo 18 horas después de que la encargada


de la librería le dijera con un tono triste: “en el momento el libro está
agotado”. Ya pasó la noche, la luna siguió su giro silencioso, los que
pudieron dormir durmieron, la tibia luz del sol acarició el mundo, el
frescor de la mañana fue un regalo de la noche antes de irse definiti-
vamente. La luz entraba por las ventanas. El lugar es otro y la gente,
posiblemente, la misma de la noche anterior. Aprendí inglés, dijo, para
leer a mis queridos poetas en su propio idioma.

He recorrido tres continentes para llegar hasta aquí. Su sombra se hace


fuga nítida y sobrepasa la Ofelia de Millais proyectada en la pared, su
sombra se hace más sombra cuando cruza el cuadro y luego desaparece
cuando entra al blanco de la pared con la luz de las nueve de la mañana.
Ofelia se desliza hacia nosotros rodeada de agua, flores y juncos. Muerta.

La poesía está dentro del lenguaje, dijo, la palabra es un instrumento.


Sus ojos pequeños se han iluminado hacia la puerta: una joven indíge-
na vestida de blanco busca un lugar donde sentarse. Morena, rolliza.
El hombre la invita a que lea uno de sus poemas. Cara grande, cabello
negro. Sonríe y mira al suelo, nos mira: “Estoy sudando”, dice ella antes
de comenzar a leer un poema. Luego, el poeta sigue hablando a su
silenciosa audiencia:

Tenía problemas con todo el mundo, menos con la palabra. No tenía


ni para tomarme un café. Iba todos los días a la biblioteca y al leer me

Caracolí: Los caminos del libro 265


olvidaba de todos los problemas. Yo estaba seguro de que dentro de
esa biblioteca había un misterio y tenía que encontrarlo. Lo encontré.

No me gusta trabajar, no tengo tiempo: mi tiempo se va en leer y es-


cribir. Escribo para mí, para recobrar mi inocencia y mi capacidad de
asombro. No se trata de convencer a la gente de nada, simplemente
trato de involucrarme de lleno, de crear conciencia de la poesía. Pien-
so que la poesía es música, hay que escucharla. La poesía se queda en
la palabra. Publico libros para que me lean, pero principalmente para
leerme.

Cuando el hombre va saliendo de la librería, la muchacha le pregunta:

–¿Me puede repetir el nombre del libro y el autor?


–Fernando Denis, “Geometría del Agua”.
La muchacha teclea y la pantalla se ilumina.
–En el momento se encuentra agotado -dice.
–Una lástima –dice el hombre-, me hubiera gustado leerme a mí mis-
mo mientras me tomaba un café.

266 Caracolí: Los caminos del libro


Una calle para leer
Benjamín Casadiego

¿Quiere que lo llevemos a una calle fantasma, profesor?

Habíamos llegado más temprano que de costumbre y la biblioteca


todavía no estaba abierta, así que me dije: ¿Por qué no?

Vamos, dije.

Los chicos caminaron hacia las calles cercanas al río. Las paredes de las
casas tenían una cenefa más alta de lo habitual. Hasta aquí subió el río
en las casas, me dijo una chica. Calculé más de medio metro de lodo.
Ahora que ya es inminente la retirada del río, las familias regresan. La
esquina de una casa rosada, como un cuento borgiano, estaba desierta.
Una vieja construcción de madera. Miré por las rendijas de los grue-
sos tablones y vi una espesa capa de barro cuarteado. En esa oscuri-
dad había antes un bullicioso restaurante. Un gato amarillo se asomó
en la otra esquina, un ciclista solitario, una caja vacía en el andén, un
aviso enorme de una marca de licores, el viento arrastrando polvo y
basura. Un amable hombre con síndrome de Down bajaba mangos y
nos ofrecía. Por esta calle debió pasear el fantasma de William Faulk-
ner cuando el sur de Estados Unidos llegaba a este otro gran sur. Lo
imaginé aquí ajustando un escenario para Mientras Agonizo, su obra
maestra. Imaginé también a otros más que llegaron a descansar antes
de seguir río arriba o río abajo o montaña arriba: conquistadores,
comerciantes, guerreros, asaltantes, poetas a punto de suicidarse, pre-
sidentes en franca huida, generales persiguiendo ejércitos fantasmas.

Gamarra se había doblado como una hoja de papel que un niño ha


arrugado, dejando lo de arriba abajo y de abajo arriba. Un día de este
año de inviernos tristes el puerto desapareció, fue como si se hubiera
metido por debajo o saltado sobre la cresta del río, para reaparecer
en otro punto. Entonces al extremo de la hoja quedó el bullicio. Allá, a

Caracolí: Los caminos del libro 267


la entrada fueron a parar las lanchas, los restaurantes, los vendedores
de pescado, las fritangas, la bulla del vallenato, las frutas, las vendedoras
de minutos, los taxis, las motos. La gente se fue para allá y se llevó
la esencia del viejo puerto para el otro lado. Aquí quedó el silencio,
interrumpido algunas veces por el martilleo de una señora que in-
tenta clavar una puntilla en la puerta de su casa o por una poderosa
explosión de Fruko y sus Tesos que sale de un billar solitario. Al rato
el silencio de nuevo.

En lo que era una tarima de madera, por donde los pasajeros se ba-
jaban de las lanchas o se subían a ellas rumbo a otros puertos, nos
hemos acomodado para leer a la sombra de un mango de azúcar. El
río de barro estaba a nuestras espaldas, al frente una casa de puertas
azules.

¿Quién quiere empezar?

Empiece usted profesor.

Es este libro el que busqué prestado en la biblioteca esta semana.


Mírenlo bien.

Es una caja lo que se ve. Una caja fuerte.

¿Están seguros?

Sí.

En realidad es una cámara fotográfica, de las viejas, les digo. El libro


se llama La caja de los deseos. Todos los dibujos, incluyendo la portada,
los hizo el autor, Gunter Grass. Cuenta la historia de los 8 hijos del
escritor alemán que un día se reúnen a hacer un inventario de sus
vidas con el papá que acaba de cumplir ochenta años, una edad donde
no se puede retroceder mucho en el tiempo porque la mayoría de
cosas se han olvidado. Los hijos, que en el texto se saben escritos e
inventados por su padre, hablan de ellos, de sus hijos, de sus esposas,
de sus profesiones y de sus progenitores; se escrutan sin misericordia,
medio en broma, medio en serio, en 8 capítulos más uno. Poco “in-
terviene” el padre en esa novela autobiográfica, donde el autor juega

268 Caracolí: Los caminos del libro


a ponerse en los zapatos de los hijos para encontrase él como padre
siempre inconcluso y como escritor, igualmente inconcluso y solitario;
tal vez al final se escucha su voz, dolorosa, para decirles a los hijos que
ser papá no es tan fácil, que es algo que se gana día a día y al mismo
instante se pierde.

Bien, ¿qué piensan?

El libro los ha puesto a pensar en la relación con sus padres, algunos


piensan que el papá no los quiere, que les rehuye, mientras la relación
con la madre es perfecta, otros confiesan una absoluta felicidad con
ambos, otros se llevan muy bien con los papás que... viven lejos.

¿Qué podríamos hacer con los papás?

Resulta que los chicos quieren que un día de estos vengan los papás
a leer libros con ellos, para poder hablar de las cosas que ellos siem-
pre han querido. Les gustaría que ellos hicieran el ejercicio que hizo
el escritor del libro: de ponerse en los zapatos de ellos. ¡Que tengan
tiempo!

Bien, mantengamos viva esa idea. Comencemos a hablar con ellos,


compartamos los libros en la casa.

Léanos un párrafo, profesor.

Antes de leer les confieso que el libro me puso a pensar como hijo
y como papá. Les dije que mis hermanos eran tan numerosos como
la familia del escritor y que se presentaban muchas similitudes en la
historia, pero una me sorprendió en particular. El escritor se separa
de la mujer y dividen la vieja casa exactamente por la mitad con un
muro de ladrillos. Los hijos le llaman a esa división, con algo de burla,
El muro de Berlín. Igual pasó en nuestra casa, les digo, mi papá dividió la
casa por la mitad luego de problemas con mamá. Los hijos, nueve en
nuestro caso, bautizamos la paredilla, con sarcasmo, el “Muro de Ber-
lín”. Para ellos y para nosotros, el muro de Berlín estaba allí, como una
yaga pero también como una solución. Eran los tiempos de la guerra
fría en esta aldea global que es nuestro mundo.

Caracolí: Los caminos del libro 269


¿Cómo empieza el libro?

El libro comienza así: “Érase una vez un padre que al cumplir los 80
años reunió a sus 8 hijos…”

¿Y la caja de los deseos?

Era una cámara fotográfica que tomaba las fotos del futuro. Las fotos
las tomaba una amiga de la familia y el escritor pedía que tomara fotos
a todo, con ello organizaba el tema de sus novelas. Las fotos eran su
archivo histórico que tenía varias miradas.

Un poco imaginativo el señor, ¿no?

Así es, eso es la literatura. Ahora el turno es de ustedes.

Uno a uno los quince chicos y chicas se fueron parando, de espaldas a


la puerta azul y de frente al río Magdalena, desde El Perfume de Patrik
Suskind hasta la biografía de María Félix.

Un libro tras otro va dejando caer sus páginas en esa calle fantasma y
en las aguas que se lleva el río hacia el olvido.

270 Caracolí: Los caminos del libro


Una palabra

Benjamín Casadiego

Los niños de Aguachica tienen ya identificado el rincón donde van a


encontrar sus libros, voy con ellos a ese rincón. Cada cual se interesa
por alguno, yo también: Los mejores cuentos árabes. Antes de co-
menzar a leer el primero de ellos, “El burro y el ladrón”, los animo a
explorar las otras estanterías que están fuera de esas fronteras de los
libros para niños. Encontramos un Atlas Universal y un diccionario. El
Atlas nos sirve para ubicar Arabia y conversar sobre esa región: los
turbantes, los camellos, el velo en las mujeres, la religión, la moneda,
los desiertos, el petróleo.

Les leo en voz alta el “El burro y el ladrón”. Cuando termino me dicen:

–Muy bueno, pero se equivocó en una palabra.


–¿En cuál palabra me equivoqué?

No recuerdan con exactitud, la tienen en la punta de la lengua.

–¿Por qué letra comenzaba?


–Creo que por la L.
–¿Cuál era la vocal siguiente?
–Tal vez era la A.
–¡Lanchón!
–Era una i.
–¡Linterna!
–Era una A.
–¡Lanza!
–Bien, allí tenemos una historia. ¿Quién se monta en un lanchón?
–Un pescador con una lanza.
–Él pesca con lanza.
–Tiene una linterna, luego ¿en qué momento del día ocurre la historia?
–¡En la noche!

Caracolí: Los caminos del libro 271


–Un pescador va en su lanchón… ¿Qué pesca?
–¡6 cachamas!
–Se alumbra con la linterna porque es de noche y así se guía hasta
llegar a la casa.
–¿Quién está en la casa?
–La esposa y los hijos.
–¿Cuántos hijos?
–Tres.
–Le dice a la mujer: estas cachamas fritas con yuca son deliciosas. El
pescador reposa en la hamaca y al rato comen todos en familia. Luego
todos se van a dormir.
–¿Qué ocurre antes de irse a dormir?
–¡Ven televisión!
–¡Rezan!
–¡No! El pescador les lee un cuento.
–¿Qué les lee?
–Un cuento de un burro y un ladrón.
–Cuando acaba de leer el niño más pequeño, a punto de quedarse
dormido le dice al papá: te equivocaste en una palabra.
–Cuál palabra.
–No recuerdo, pero creo que comenzaba con L.

272 Caracolí: Los caminos del libro


Historias de mar

Benjamín Casadiego

La otra vez un gigante dejó a su pequeño y asustado hijo en la bibliote-


ca de Gamarra, ante mí lo tenía al pequeño, inquieto y perdido, le dije
simplemente: si te gusta leer aquí hay libros. El niño miró tímidamente
los estantes y no dijo nada. El grupo de los “viejos” lo acogió e hizo
una ronda en torno a él, expectantes, acezantes: ¡Eh, con que un nuevo
chico en nuestra cuadra! Entonces le dije antes que lo devoraran:

–¿Qué cosas te gusta leer?

Silencio. Probé entonces con algo que tal vez no está en los cánones
de la promoción de lectura:

–¿Te gustan las historias de mar, dentro del mar o en la tierra?


–Me gustan las de dentro del mar.

¡Eureka! Eso causó comentarios y movimientos estratégicos.

–Bueno, ya es hora de que vaya pensando en cosas más elevadas –dijo


una “vieja” lectora.

No entendí si por elevadas entendía el ascender del mar hacia la tierra,


como las larvas de los primeros seres humanos arrastrándose hacia la
civilización por las arenas primigenias. Otra se le acercó y le confesó
que ella también prefería las historias submarinas y lo conminó dulce-
mente hacia los estantes para mostrarle otros libros que ella se había
leído y que eran buenísimos: sobre delfines, castillos submarinos, hadas.
Los vi luego sentados: él mirando los libros que ella le recomendaba, él
muy juicioso observando el libro y yéndose a leerlo a solas.

Leer, saber dónde estamos parados y ser coherentes. Eso funciona: no


hay artificios. Así con todo en la vida.

Caracolí: Los caminos del libro 273


Günter Grass aquí entre nosotros

En las bibliotecas del Cesar se pueden encontrar varios libros


del premio Nobel alemán Günter Grass: El Tambor de Hojalata,
La Caja de los deseos, que comentamos hace un tiempo y Pelando la cebolla
que se encuentra en la Carrillo Lúquez de Valledupar.
El comentario a este último libro tiene que ver con una pregunta que desarrollaremos,
por ahora, en dos sesiones y que hacen parte de las inquietudes centrales
de este proyecto de lectura: ¿Pueden cambiar los índices de pobreza y subdesarrollo
los libros que leen nuestros niños y jóvenes en el Cesar?

Benjamín Casadiego

A los 12 años intentó ahorcar a uno de sus profesores, para fortuna


de todos la corbata de su mortal enemigo era de papel con lo que el
crimen no pudo ser consumado. Sin embargo el castigo fue severo:
el concejo disciplinar lo expulsó de manera fulminante. Eran tiempos
difíciles y las corbatas no siempre eran de tela.

Günter Grass (Danzing, 1927) cuenta el camino que lo llevó hacia el


arte y la literatura en uno de los libros más conmovedores y since-
ros que ha producido la literatura contemporánea: Pelando la cebolla
(2006), sus memorias, que como las capas de la cebolla, se va abriendo
hoja a hoja dejando al descubierto en sus transparencias una historia
personal que va creciendo en ese duro laberinto moral que consti-
tuyeron los años de la Segunda Guerra Mundial en Alemania. Allí el
escritor revela verdades que le mordían a dentelladas secas desde
aquellos años, como el hecho de haber participado de voluntario den-
tro del ejército nazi y de haber llegado tardíamente al convencimiento
de que aquél holocausto había sido una realidad y no un invento de
los enemigos de Hitler y del Tercer Reich: “Nosotros, es decir tam-
bién yo, no queríamos creer lo que nos mostraban: fotos en blanco y
negro, imágenes de los campos de concentración … Veía montañas de
cadáveres, los hornos. Veía hambrientos, muertos de inanición, super-
vivientes reducidos a esqueletos de otro mundo, increíble. Nuestras
frases se repetían: ¿Y dicen que eso lo han hecho los alemanes? Eso no

274 Caracolí: Los caminos del libro


lo han hecho nunca los alemanes.” Estas confesiones le valieron hace
5 años el repudio de muchos pacifistas, de muchas víctimas judías, un
rechazo que con el paso del tiempo, cuando fue bajando la tempestad,
vaciló en admiración por la honestidad con que asumió esa historia
íntima que solo él podía contar.

Porque leyendo ahora el libro sin la pasión de los directos involucra-


dos, uno asiste a la historia de un sobreviviente, gracias en algunos
casos a su torpeza, a su desconocimiento de la vida elemental (no
saber manejar cicla lo salvó en una ocasión de morir acribillado
como sí cayeron todos sus compañeros de escuadra) y a sus sabe-
res aprendidos fuera del ámbito escolar. Al final lo vemos disparar
una sola vez en la vida, cuando a punto de casarse por primera vez,
prueba suerte con una escopeta de aire comprimido en un parque
de diversiones y le da, con excelente puntería para su asombro, a
dos patos de peluche, una premonición: los dos primeros hijos con
Ann, su bailarina esposa suiza que siempre bromeó con su buena
puntería. Allí empezó y terminó con esa gracia velada, la historia
bélica de un hombre que creció y se marcó con sangre en medio de
una guerra que dejó millones de muertos y millones de tiros dispa-
rados realmente.

Pero retomemos la historia del fallido asesinato con el que comenza-


mos esta reseña. Luego de la expulsión del colegio, el escritor siente
que se le abre una luz de esperanza. Su madre decide darle trabajo
en su tienda como cobrador de deudores morosos. La decisión de la
madre le abre dos mundos: su idea temprana del valor y el trato de-
bido con el dinero, pues le pagaba un 6% sobre los cobros realizados
y otra joya que definiría su futura profesión: las historias, los rostros,
la vida que estaba oculta detrás de la casa donde el niño iba a cobrar
las cuentas cada quince días.

No es el tema central de la historia pero sí es una clave importante


dentro del libro: ¿qué hacer con un niño cuando es expulsado del
colegio? ¿Qué le queda a un niño por fuera del sistema escolar? A lo
largo de las 450 páginas se ven las respuestas que tienen mucho de
azar y de circunstancias.

Caracolí: Los caminos del libro 275


La guerra, la participación en la guerra, es una de esas respuestas du-
ras, allá en esa lejana Alemania y aquí en esta cercana Colombia; otra
respuesta es la lectura cotidiana, la mirada hacia el arte, la inclusión
tiempo después cuando la guerra ha terminando: porque ellos, per-
dedores en una locura colectiva, comienzan en sus campos de reclu-
sión a gestar el llamado “milagro alemán” que no era otra cosa que
la conciencia del aprendizaje como una pasión más allá del currículo
escolar, más allá de esa experiencia formal. Grupos de estudio se con-
forman en las prisiones: ingenieros, filósofos, arquitectos, artistas de
renombre comienza a dictar clases en espacios improvisados. Grass
se matricula en un curso de cocina, allí aprende a matar cerdos y a
cocinarlos con todas las de la ley, aprendizaje que todavía hoy le sirve
para a agasajar a los amigos reales y los irreales de siglos pasados (por
su afición a la historia medieval), luego asiste a cursos formales de
arte, donde no se necesitaba el grado de bachillerato, a continuación
trabaja como escultor de lápidas en cementerios, en talleres. El grupo
de grandes artistas alemanes y franceses le abre las puertas, Hans
Werner Richter, Gottfried Ben, Bertold Brecht, Paul Celan escuchan
sus poemas, aplauden sus dibujos; hereda la gran biblioteca de su sue-
gro en Suiza; participa como expositor con sus grabados y sus escul-
turas en galerías de Europa, ilustra sus propios poemas (en realidad,
como él lo expresa, no se puede hablar de ilustraciones sino de una
continuación y anticipación de sus poemas); se hace músico y confor-
ma un grupo de jazz en Berlín al que alguna vez visita Louis Armstrong
con su trompeta enloquecida; aprende a fumar, se consolida como un
gran bailarín (lo vimos bailando muerto de la risa con la reina de Sue-
cia cuando le dieron el Nóbel); hasta que en algún momento llega “esa
primera frase” que lo va a poner a escribir, a partir de allí, por toda la
vida en una maquina de escribir Olivetti que todavía conserva.Y en la
que todavía escribe.

Nadie, ni un Estado, ni una familia está preparado para asumir la vida


de un niño expulsado del colegio, es una tragedia silenciosa que no
tiene respuestas claras y eficaces dentro de las políticas públicas, ex-
cepto cuando las cosas se asumen con cabeza fría como hizo la madre
de Grass: no es el fin del mundo, le dijo al niño, ponte a trabajar con
nosotros en la tienda y sigue leyendo, pintando. Lo que ganaba lo em-
pleaba en papel para pintar. Así, fue tejiéndose ese afortunado azar del

276 Caracolí: Los caminos del libro


cual tenemos noticias porque la otra historia no ocurrió: pudo haber
muerto en combate.

Pero más allá del azar había, en esa Alemania arrasada, una disposición
casi natural por la educación, el desarrollo de la ciencia, ese ambiente
por el debate de ideas desde la filosofía y el arte que impidió que la
guerra se hiciera interminable. Ese milagro no venía solo, esas nuevas
industrias no estaban levantándose aisladas del contexto, todo aquello
se estaba construyendo desde hacía tiempo y en el momento de pos-
guerra (posconflicto como decimos en Colombia) aparecieron filóso-
fos como Karl Jaspers que puso a la gente a pensarse como nación:
“Queremos aprender a hablar unos con otros. Eso significa que que-
remos no solo repetir nuestra opinión, sino oír lo que el otro piensa.
Queremos no solo afirmar, sino reflexionar en conjunto, oír razones,
estar preparados para alcanzar una nueva concepción”.

Sus memorias siguen abriendo capas a la cebolla antes de tirarlas al


sartén caliente. En algún momento, a sus 17 años huyendo de los ru-
sos se encuentra con un compañero de desgracia llamado Joseph. Por
mucho tiempo pasan hambre y frío tirados en una lona, pudiéndose
alimentar solo de granos de comino. Joseph, quería seguir la carrera
religiosa, el otro la de artista. En esa soledad fría ambos recitan sus
propios poemas y entonces deciden jugarse el destino al albur de los
dados: Ganó Joseph por tres puntos.Tiempo después, el azar también,
de los dados, de la vida, les da noticias a cada uno del avance de sus
respectivos oficios: Günter Grass gana el premio Nobel de Literatura
y Joseph Ratzinger es elegido Papa. Los unió por un instante la noche
de la guerra y los separó por otro instante largo, las cifras casuales de
los dados.

Caracolí: Los caminos del libro 277


Beowulf está en las bibliotecas del Cesar

Los aficionados a dragones medievales y monstruos abisales tienen la oportunidad


de ver y admirar a dos terribles seres que merodean por estos días
las estanterías de las bibliotecas en el Cesar.
Allí están esperándonos para darnos el zarpazo. ¿Quién dijo miedo?

Benjamín Casadiego

El tiempo escurrió veloz: junto a los riscos emergía la nave;


las olas se agitaban en la orilla;
los hombres se posaron en la proa con atavíos y armas.

Beowulf, la cima de la literatura medieval inglesa, es el nombre del


guerrero más famoso de la antigüedad sajona que se enfrenta a dos
dragones (tres en realidad si contamos a la mamá del primero), salvan-
do a sus pueblos de la desolación que estos monstruos causaban con
solo moverse: eran tan grandes y feos que mataban con solo mirar,
pero además se comían a sus víctimas para que no quedaran dudas. En
la primera parte, el héroe se enfrenta en las profundidades de un lago,
en su misma guarida, a una sierpe que viene acabando con el reino de
Dinamarca y de paso derrota a la madre de éste que enfierecida sale
del lago a vengar la muerte de su hijo. En la segunda parte, ya Beowulf
convertido en rey y venerado por su pueblo, debe enfrentarse a otro
dragón que es despertado de su tranquila y secreta afición: atesorar y
custodiar fabulosos tesoros. En ambos combates el héroe se enfrenta
solitario al monstruo ante la mirada despavorida de sus guerreros que
huyen de la escena de manera vergonzosa; en el combate final, ambos,
monstruo y héroe, mueren uno al lado del otro, con lo que se rubrica
la esencia del héroe: lucha solitaria y muerte heroica. No se hace es-
perar, por supuesto, la belleza elegiaca del final con una pira ardiendo
con los restos del héroe en la cima de una montaña en un hermoso,
pero triste, atardecer de hace 14 siglos. O más.

Hay emociones adjuntas, además de seguir la suerte de nuestro hé-


roe en su lucha contra el mal. Una de ellas es la pregunta por el ser

278 Caracolí: Los caminos del libro


humano que escribió este poema. ¿Quién o quiénes escribieron el
Beowulf (el lobo de la abeja en inglés antiguo)? El texto es descubier-
to en el siglo XI, pero las evidencias remontan si origen al siglo VII. Es
decir que en cuatro siglos es posible que muchas personas pudieron
haber intervenido en la historia, pero es claro que todo lo inició un
ser anónimo, con herramientas culturales y narrativas excepcionales,
poseedor de una fina inteligencia para describir escenas, construir
metáforas hermosas y convencernos del miedo y la valentía en un
momento de la historia humana. Un poeta o scop que hace las veces
de memorialista y vaticinador.

Otra emoción está relacionada con el tiempo. A leer el Beowulf uno


siente que está en la frontera de un tiempo insondable, en el origen de
los mitos, la misma niebla de la narración, el mar, los espacios arquitec-
tónicos, los nombres de los personajes: hay allí una sensación de vér-
tigo que aumenta cuando sabemos, gracias a los estudios que sobre la
obra se realizaron durante el siglo XX, que lo narrado allí hace parte
de un tiempo que ya pasó y que es una historia que le fue contada
al autor y los autores por generaciones anteriores que han tejido un
hilo lejano en donde han tratado de configurar su ética, su estética
y la idea de comunidad. Estamos pues, ante la suma y culminación de
un proceso de oralidad que se remonta hacia la temprana edad media
europea. Un proceso que se cierra cuando alguien decide escribirla.

¿Cómo acercarnos al Beowulf? A un libro se entra como se llega a las


ciudades: por señas, por recomendaciones, por casualidad, por amor:
por una red de historias (de hecho una biblioteca es una red en sí
misma). El Beowulf nos ha llegado a algunos desde el bachillerato; por
fortuna ahora podemos acceder a él por voces más seductoras. Esa
guía está también en las estanterías de las bibliotecas en el Cesar con
la nueva colección de este año: es el libro del poeta irlandés Seamus
Heaney, premio Nobel de literatura en 1996, Al buen entendedor, una
muy buena colección de ensayos sobre su ejercicio de lector y escri-
tor. Leer su ensayo sobre el Beowulf, y su experiencia como traductor
del mismo, nos ubica por la senda perdida. Ese puede ser un buen
inicio que recomiendo.

¿Qué buscar cuando leemos el Beowulf? Poder tener ese texto en


nuestras manos es un milagro por partida doble: fue salvado de las

Caracolí: Los caminos del libro 279


llamas en el siglo XVIII y rescatado de los especialistas que por dé-
cadas encuadraron el texto a una cerrada mirada histórica. El primer
rescate se lo debemos a los bomberos de Londres y el segundo a J.R.
Tolkien, medievalista, profesor de Oxford y escritor de una saga que
los jóvenes y niños de hoy conocen como su helado favorito: El señor
de los anillos. En 1936 Tolkien publica un ensayo en donde logra que
el mundo intelectual vuelva los ojos al Beowulf: un texto literario, dice
el centro de su tesis, puede darnos luces sobre el tiempo histórico,
puede ayudarnos a entender un momento en la historia del mundo
anglosajón pero no nos olvidemos de la esencia: su condición de texto
literario y es desde allí, desde las herramientas literarias como debe
ser leído, estudiado, disfrutado. El ensayo pone el dedo en algo que
aún uno escucha de la gente cuando se refiere a una buena novela:
¡más que una novela es un ensayo histórico! Queriendo decir que en
últimas buscaba el rigor de la verdad que reconstruye momentos del
pasado. Los lectores de literatura sabemos que una ficción, por más
verdadera que sea, es eso: ficción, y que es la belleza y la urdimbre del
lenguaje lo que nos pone a soñar, a pensar en el tiempo y la transito-
riedad de la vida:

La vida se desvanece: todo pasa, la luz y la vida a una.

El Beowulf nos pone a pensar en la vida y en la muerte, en nuestra


ética como ciudadanos, en nuestros miedos y horrores que ayer y
hoy vemos convertidos en esos monstruos que aparecen de vez en
cuando en nuestras pesadillas. Pero también nos habla de la tragedia
de las guerras, pasadas, presentes y futuras, como cuando la anciana,
quizás la madre de Beowulf llora los fríos despojos del guerrero. Nos
acerca al miedo de ser invadidos por el otro.

La robusta tradición británica de monstruos es seguida hoy por nues-


tros jóvenes lectores desde el cine, que es otra forma de leer. Por esas
oscuridades vienen los monstruos góticos de El Señor de los anillos, las
Crónicas de Narnia y Harry Potter (En cine hay una versión de Beowulf
dirigida por Robert Zemeckis, con Angelina Jolie, John Malkovich, An-
thony Hopkins).Ya conocemos la maldición: los lectores guerreros que
se atrevan a despertar de su sueño a estos monstruos pueden quedar
atrapados en sus garras de papel. Esa es la sentencia de un libro. Así que
mejor ábralo ahora, antes de que sea demasiado tarde.

280 Caracolí: Los caminos del libro


Invisibles a la luz

Benjamín Casadiego

Invisible relata la historia de un niño que tiene la facultad de desapa-


recer, eso le da unas ventajas evidentes y unas desventajas igualmente
evidentes. La cosa tiene sus detalles y no me detendré en ellos, me
interesan los reflejos del libro en los lectores y oyentes. Los mucha-
chos comentan el libro que se leyó esta semana José Leonardo. Las
veces que se han sentido invisibles en sus casas: porque sus padres
no los ven a la hora de tomar decisiones, porque no cuentan, porque
hay pequeñas injusticias, porque se desvanece lo bueno y en cambio
lo malo se agranda; cuando en la ciudad el ser humano desaparece,
porque como ciudadanos no cuentan plenamente, porque otros ciu-
dadanos desaparecen de los ojos, de sus propios ojos, por la miseria,
porque son diferentes, porque vienen derrotados de otros lugares;
pero también hablan del deseo de hacerse invisible cuando se quiere
estar solo o sola, del deseo de desaparecer que a veces se viene como
una nube negra o blanca. Así nos pone a hablar un libro. Luego siguen
los otros libros.

La joven que nos mostró el libro de Cortázar no entendía cómo era


que el primer cuento estaba firmado por Mario Vargas Llosa. Pero no
era ese un cuento, le explicamos, era algo de lo que el mismo Cortá-
zar se burlaba, un prólogo, que se escribe al final de un libro, que va al
principio del libro y no se lee ni antes ni al final. Estaba la narración de
la infancia de Coetzee, que es narrada como si él fuera otro niño, un
niño mirado desde los recuerdos de otro que escribe de él mismo; es-
taba otro libro que contaba el miedo de García Márquez, cuando en un
arrebato envía un cuento a El Espectador para probarle a Jorge Zalamea
que sí había en el país buenos narradores; el cuento aparece el domingo
siguiente, y allí estaba el miedo, porque ser el mejor daba pavor.

El paisaje del río y los paisajes de los libros. Para leer nos hemos em-
barcado en una lancha con rumbo a la otra orilla, al otro lado el cami-

Caracolí: Los caminos del libro 281


no nos dejó olor a guayabas y ciruelas, la silueta del puerto asomaba
por los árboles, al fondo la torre de la iglesia, y al fin, a la sombra de
un ciruelo jobo, sentados en los troncos viejos, cada uno de nosotros
leyó.

Luego los libros se cerraron y regresamos a nuestros paisajes. Al río


desde la otra orilla.

El río, que antes de su retirada había dejado en el puerto un sedi-


mento de espeso barro negro. Allí caí, tal vez de acuerdo a un cálculo
previsto por los arcanos, y me volví río de barro como ese río que
se iba silbando de puerto en puerto anunciando el fin de la tempo-
rada invernal. El río se iba de las calles, regresaba a sus andanzas, el
puerto calcinado que había cambiado de sitio se reacomodaba con su
viejo trajín; al medio día, de esos medios días que duelen en la misma
sombra, pudimos presenciar el instante de la epifanía, el regreso a la
normalidad de la vida cotidiana en Gamarra: el taxi se atrevió a cruzar
el terraplén recién construido y se metió por las desiertas calles. Solo
entonces pudimos medir el tamaño del silencio en esos tres meses:
la gente salía de sus casas a saludarnos, a celebrar el regreso del rui-
do. Levanté la mano y saludé a la gente que salía a gritarnos ¡bravo!,
como si hubiéramos regresado de un viaje a través del tiempo, me vi
saludando como un obispo que bendice la muchedumbre emocionada
por la santa imagen de la civilización: un automóvil haciendo bulla al
calor del plomo derretido del medio día.

La vida, otro libro.

282 Caracolí: Los caminos del libro


El viaje secreto de
Miguel Márquez Daza a González

Benjamín Casadiego

Mi amigo, el poeta sandiegano Miguel Márquez Daza, estuvo en Gon-


zález una tarde de la semana pasada en un viaje realizado al vuelo de
sus propias palabras. No lo supo ni su familia, ni sus vecinos, tampoco
él. Había llegado embutido en una caja de libros.

Miguel se encontró, a su llegada a González, con un verdor inusual


después de haber dejado atrás las sabanas del Cesar, el valle del Mag-
dalena y los resecos peladeros que marcan el camino que viene de
Ocaña. Suaves ondulaciones de lomas cultivadas con tomate y cebolla,
vacas ensimismadas pastando al lado de una delgada y limpia quebrada,
casas solitarias de tapia pisada como puestas para un pesebre, flores
al lado de las cercas que le hicieron recordar la flores de San Diego y
luego el pueblo que ascendía por estrechas calles hasta llegar al par-
quecito, la iglesia, las terribles figuras de diablos con alas, las máscaras
de tigres malhumurados exhibidos en la alcaldía y por fin la biblioteca
a donde fue a parar Miguel en uno de los anaqueles.

Pero el viaje de un escritor comienza cuando los ojos del lector posan
su vista en el libro, cuando las manos abren el libro que es como si se
abrieran las ventanas por donde entran todos los paisajes humanos
lejanos y cercanos. Si no hay ojos, si no hay manos curiosas nadie via-
ja: ni el escritor en los ojos del lector ni el lector en las palabras del
lector.

Muy bien puesto en un anaquel al lado de otros ilustres poetas, Miguel


disfrutó el roce de la delicada mano de Yuleida en su lomo y luego
aspiró feliz la suave brisa que invadió cada una de sus páginas cuando
los ojos de la chica deshojaron el libro como una margarita de esas
que hay en los caminos. Allí comenzó el viaje de ambos. Yuleida se
llevó el libro para su casa, lo vieron sus padres, le preguntaron por el

Caracolí: Los caminos del libro 283


visitante, les leyó en voz alta, el libro se fue con ella para el colegio
confundido con los cuadernos de su morral, allí las amigas pregunta-
ron por el visitante, leyeron con ella y luego el libro cerró el círculo
de nuevo en la biblioteca donde Yuleida leyó en voz alta a los niños. El
libro fue pasando de mano en mano, de ojo en ojo, ventanas viajeras
que se abrían con la voz de los niños, con la lengua que saboreaba
cada palabra del libro:

A veces quisiera volar


Y cuando alzo el vuelo
Mis alas se estrellan
Con el muro frío
De mi destino.

Cada uno de los niños leyó un poema del libro “Sentado en la Nostal-
gia”, nadie reparó en esas inútiles clasificaciones que se convierten en
muros infranqueables: literatura para adultos, para niños, para jóvenes.
Los ojos de Deiver, Osneider, Yuleida, Benjamín, Verónica, Maribeth,
Darly, Stefanía recorrieron el libro en cadena de lectura sin haberse
preocupado por saltar el muro de sus edades, de la niñez a la adoles-
cencia y sin detenerse a pensar en quién pensó Miguel en el momento
de escribir su libro. Escribió para viajar y que los ojos de los otros
viajaran.

Cuando Yuleida fue a entregar el libro para pedir otro prestado se dio
cuenta de un detalle importante: el libro había desaparecido; lo busca-
mos por las sillas, en el piso, entre los libros de la mesa. Fue inútil, no
estaba. Una niña o un niño se lo había llevado a toda carrera calle aba-
jo, para leerlo a la sombra de un árbol, o en la penumbra de su cuarto,
en silencio, a escondidas de los demás, como una experiencia íntima,
privada, porque leer es eso también: algo personal, un encuentro con
nosotros, un viaje a solas: un robo a la rutina.

El otro viaje tiene que hacerlo Miguel a González en persona, a leerles


esos mismos poemas y a conversar de las palabras que lo trajeron
hasta aquí, mucho antes de que él viera este verdor en los caminos.

284 Caracolí: Los caminos del libro


Historias de lectores: Wendy

Benjamín Casadiego

Hemos llegado a Gamarra después de tres tiquetes: uno en el parque


principal de Ocaña donde esperamos a que lentamente el taxi se llene
de pasajeros, luego en Aguachica donde hacemos trasbordo y espera-
mos a que se complete el cupo para Gamarra y luego a la entrada de
Gamarra donde esperamos de nuevo a que la lancha se atiborre para
dejarnos al otro lado de la carretera que fue arrasada por la inunda-
ción del Magdalena.Todo tiene un ritmo: a veces todo se mueve. A ve-
ces no. Después nos espera una moto que llega directo a la biblioteca
municipal. Son ya casi las 10 de la mañana y estamos viajando desde las
6. Del frío al calor de la tierra caliente. Esta vez nos ha ido bien, a ve-
ces hay derrumbes, trancones, vías en reparación. Los muchachos que
esperan son los mismos del año pasado, lectores y escritores. Llegan
nuevos y van directo a los anaqueles a buscar libros. Comenzamos.

¿Cómo les fue con los libros? Van contando su experiencia con el libro
que buscaron prestado, la historia del libro en particular y las otras
historias que va abriendo el libro en sus vidas: que en la casa los papás
miraron el libro y lo dejaron luego de hojearlo, que el hermano menor
pidió que les leyeran un cuento, que los papás, luego de la telenovela,
sacaron los taburetes al andén y escucharon lo que la hija les leía en
voz alta, que en el colegio sus compañeros miraron el libro y se tur-
naron para un préstamo, que el libro estaba tan bueno que lo leyeron
dos veces en la semana. Wendy muestra a todos la portada del libro
que buscó prestado en la semana, es la reproducción de un retrato en
familia del pintor francés de arte naif Henri “el Aduanero” Rousseau.
“Miren la imagen –nos dice-, es muy graciosa y yo pienso que tiene
que ver con el tema del libro”. Es la portada de una nueva edición
de Cien Años de Soledad, uno de las novedades que los usuarios de
bibliotecas en el Cesar podrán disfrutar este año con la nueva dota-
ción de libros. “García Márquez es el mejor escritor que he podido
leer –continúa emocionada–. Es el que mejor describe los personajes.

Caracolí: Los caminos del libro 285


No saben lo hermoso que es leer El amor en los tiempos del Cólera.
Sus personajes son muy bien construidos, me impresiona su capacidad
para darle a cada personaje su identidad.Y la historia nunca aburre, se
los aseguro.” La pasión que ha transmitido impacta a los sentidos de
los que allí estamos: de pronto deseamos leer. Su rostro moreno nos
mira al descanso de cada frase. Estamos frente a una lectora.

Wendy Paola Fandiño tiene 16 años y cursa el grado décimo en el


colegio Rafael Salazar de Gamarra. Además de estudiar y vivir su ado-
lescencia, lee.

¿Por qué te gusta leer?

Es como sumergirme en otro mundo diferente al mío, es como salir


de la cotidianidad, como si dijera me voy de viaje.

¿Cómo lees?

Leo de todas las formas. Llego del colegio, me baño, almuerzo y me


pongo a leer. A veces me siento afuera en una mecedora, cuando me
da calor. A veces me quedo dormida leyendo. Me gusta leer acostada,
encerrada en mi cuarto. Dejo el libro señalado en una página, voy a
comer, pero siempre quedo con la ansiedad de saber qué pasará en la
siguiente página.

¿Nunca te has sentido como la rara con el resto de compañeros de colegio?

Pues no. A mi mamá le parece chévere que yo lea y tengo amigas que
leen mucho. Pero en realidad a mucha gente le parece que las novelas
son aburridas. No saben lo equivocados que están.

¿Qué tipo de libros te gusta leer?

Leo novelas. Me gustan los libros que no tienen dibujos. Me gusta


imaginarle las cosas que van ocurriendo con las palabras. Conocer ese
mundo construido con el lenguaje.

¿Cómo piensas promocionar los libros en tu colegio?

286 Caracolí: Los caminos del libro


Les voy a hablar de la magia que significa leer cuentos, poemas, nove-
las. Leer todo tipo de libros nos traslada a un mundo diferente.

¿Te sientes apoyada en el colegio?

Intercambio libros e ideas con la profesora Mariela Muñoz. Ella es la


“culpable” de que a muchos de nosotras nos guste tanto leer.

¿Qué piensas estudiar?

Quiero estudiar muchas cosas, algo que tenga que ver con la natura-
leza, pero también me veo en una oficina. No sé.

¿Cómo comenzaste a leer?

Desde niña, me dejaban donde mi abuela; ella me contaba historias y


en la casa colocaban cuentos en la grabadora. Por ahí le va llegando a
uno las ganas de buscar historias.

A las cuatro de la tarde estamos de nuevo en Ocaña. Es un giro que


damos en un día, tocamos libros, escuchamos historias, leemos ros-
tros mientras ellos nos leen libros. Siempre es diferente y siempre es
igual. Nuestros abuelos hacían el mismo recorrido a comienzos del si-
glo XX. Ellos traían cuentos, pescado, frutas y música. Historias orales,
en esos tiempos no había bibliotecas en Gamarra: bodegas enormes,
oscurecidas por el tiempo. Nosotros casi hacemos lo mismo: traemos
historias, mangos, pescado. Esta vez me traje un libro: “La Ignorancia”,
de Milán Kundera.

Caracolí: Los caminos del libro 287


Rubem Fonseca en tierras del Cesar

Cinco novelas policíacas de Rubem Fonseca (Brasil, 1925) habitan las bibliotecas
del Cesar en este año. ¿Qué estamos esperando para ir a leerlas?

Benjamín Casadiego

La suma de un abogado criminalista más un policía del crimen da


como resultado un exquisito escritor de novelas policíacas: Rubem
Fonseca, que fue ambas cosas en sus anteriores vidas. Estamos hablan-
do de un especialista en agarrar por el cuello al lector que se atreva a
husmear por sus páginas, un narrador escueto preparado para relatar
la perversidad humana, la parte oscura de personas como usted, o
como yo.

Me detendré a comentar uno de ellos que pedí prestado el pasado


fin de semana en una biblioteca del sur. Su largo titulo es tomado de
un poema de Álvarez de Azevedo, poeta romántico brasileño del si-
glo XIX: Y de este mundo prostituto y vano solo quise un cigarro entre mi
mano. Una mezcla perfecta de suspenso y sarcasmo: no puede haber
más humor negro que sacar de su contexto dos líneas de un poeta
pesimista, triste y nostálgico para usarlas como titulo de una novela
policíaca en una urbe brasileña.

La trama es sencilla: un escritor exitoso y engreído, Gustavo Flavio


(no en vano admirador de Gustavo Flaubert) requiere los buenos
servicios de un abogado de nombre ilustre para los comiqueros: Man-
drake, la causa: han sido asesinadas con un tiro en la frente de manera
misteriosa varias de sus ex amantes. La indagación por esos crímenes
y el final, sorprendente, es lo que nos mueve con ansiedad de corre-
veidiles a través de esas breves páginas. Sin embargo, la novela tiene
varios ingredientes a tener en cuenta en ese sofisticado mundo inte-
lectual donde se mueven los personajes: es un manual para escritores,
con claves de oro a la hora de asumir un escrito (oficio de copietas
este el de escritor, donde quien escribe copia en últimas lo que lee);

288 Caracolí: Los caminos del libro


incluso hay un breve taller literario de observación para aprender a
ver lo que escribiremos; otro manual para fumadores de cigarros, con
precisiones sobre las adecuadas marcas de cigarros ante cada estado
de ánimo y la manera de darle fuego, cortar sus puntas, aspirar su
humo; agreguemos un manual de uso para esposas de escritores (esos
seres humanos de genio variable y que viven ensimismados en libros y
que en la mayoría de las veces prefieren las historias inventadas a los
requiebres amorosos de una mujer o de un hombre). Todo esto sin
perder el curso de la flecha que se ha descolgado con fuerza de una
cuerda bien tensa. Una novela donde se abre el alma de los personajes
y nosotros, lectores, sentimos que quedamos desnudos sin la protec-
ción moral que nos pone a ver doble: los buenos y los malos están
aquí muy cerca a nuestros días y nuestras noches, somos nosotros.

Mandrake es un descendiente, algo escéptico y torpe, de una distingui-


da extirpe de investigadores de crímenes literarios que viene desde
1841, cuando Edgar Allan Poe publica en Philadelfia Los crímenes de
la Rue Morgue, un cuento que a mí en particular me asustaba en la
infancia y me sigue asustando ahora cuando son otros los misterios
que deberían asustarme. Este cuento fija, según Jorge Luis Borges, las
leyes esenciales del género: “El crimen enigmático y, a primera vista,
insoluble, el investigador sedentario que lo descifra por medio de la
imaginación y de la lógica, el caso referido por un amigo personal y, un
tanto borroso, del investigador.”

Es bueno leer este libro para revisar esa regla de oro. Es un buen
ejercicio literario y luego leamos a sus precursores, que también están
en las bibliotecas del Cesar: Poe, Conan Doyle, Wilkie Collins, Agatha
Christie, Georges Simenon, y descubramos ese delicado mecanismo
de relojería del que está hecho una novela policíaca.

Leamos y olvidemos, para volver a retomar eso que olvidamos en


otro libro; cuando terminamos de leer esta novela entendemos que
hemos sido engañado y tenemos que empezar de nuevo, como en el
mito de Sísifo, no cargando la misma piedra cuesta arriba sino otra
novela de las que todavía hay en los estantes para fortuna de nuestro
olvido.

Caracolí: Los caminos del libro 289


Un río que busca el mar

Dos libros olorosos a nuevo hacen parte de la nueva colección que disfrutan
las bibliotecas públicas del Cesar. Uno de ellos es una novela corta,
La Ignorancia, el otro un libro de ensayos, Un encuentro,
ambos del escritor checo Milán Kundera. Los une, a pesar de las diferencias de género,
los temas recurrentes y ese estilo lleno de transparencias y pequeños hallazgos.

Benjamín Casadiego

La Ignorancia cuenta la historia de Irena, una mujer checa exiliada en


París que un día regresa con su nuevo marido sueco a Praga. El de-
rrumbe del socialismo y la caída del muro de Berlín hace insostenible
un exilio cuando sus condiciones iniciales se han perdido y esas ciuda-
des enclaustradas comienzan a parecerse a las vecinas de occidente:
Kafka ha comenzado a ser un souvenir que se compra en McDonalds.
El regreso es un encuentro con el pasado, con los que se quedaron,
con los recuerdos que se han olvidado, con las heridas y los rencores
que reaparecen después de haber estado sepultados por más de dos
décadas, las historias familiares, los muertos, las herencias, los amores.
Porque si bien Irena agradece a la vida un nuevo hombre que la ayuda a
traspasar la línea del duelo por su primer marido muerto y la saca a la
otra orilla del dolor, entiende que ese espacio ya se ha desgastado, que
entre ella y él no hay más erotismo, conversaciones y asombro, que la
vida entró en una mortal monotonía que se mantiene pesadamente
en el tiempo. Esa dura revelación de la muerte, se hace evidente en el
aeropuerto Charles de Gaulle en París cuando casualmente Irena se
encuentra con alguien que conoció en Praga la víspera de su viaje a
Francia hace 30 años. Ese encuentro, y la posterior consumación en la
habitación de un hotel desencadena la tesis central del libro y de toda
la iconografía de Kundera: una vez se cruza la frontera en busca de
otros mundos, ya nada vuelve a ser igual: ni las ciudades, ni los amores,
ni lo que quedó ni lo que puede ser. Los espacios se vuelven tierra de
nadie, los seres son territorio sin dueño donde el costo de un intento
por reconstruir lo que pasó se paga con la mortal monotonía. Una
sentencia de la que la novela no se despega desde el primer párrafo:

290 Caracolí: Los caminos del libro


–¿Qué haces aquí todavía?
–¿Y dónde quieres que esté?
–Pues ¡en tu tierra!
–¿Es que no estoy en mi tierra?

El segundo libro para leer, Un encuentro, es una recopilación de en-


sayos donde Kundera nos asoma a sus queridos amores en literatu-
ra, música y arte. De padre músico, Kundera expone aquí una sóli-
da formación artística y espiritual, una inteligencia sin concesiones
que se aleja de cualquier regodeo con el lugar común. Como en sus
ficciones, en este libro asistimos a encuentros que nos dejan ver
el misterio de los seres humanos, su grandiosidad y su decadencia,
personas dotadas de una fuerza tenaz para encontrar sus propios
misterios: Dostoiewski, Fellini, Janáceck, Rabelais, Malaparte, Fuentes,
Schömberg, García Márquez, Cervantes, Celine, Bergson, Goytisolo.
Cada uno de estos seres humanos, vistos desde su luz, traspasan las
fronteras de sus novelas y prestan sus luces a la ficción. Sus breves
encuentros con seres reales nos producen la misma emoción pensa-
da que el encuentro con los seres imaginarios de sus novelas: seres
cotidianos o iluminados que vivieron o viven entre dos fronteras,
seres humanos excepcionales dentro de su cotidianidad o cotidianos
dentro de su fuerza creativa.

Para entender esa idea de frontera en Kundera, revisaremos solo un


nombre.

El compositor austriaco de origen judío, Arnold Schömberg se da el


lujo de hacer parte de ambos libros, la novela y el ensayo. En La Ig-
norancia se lee: “En 1921 Arnold Schömberg proclama que, gracias a
él, la música alemana seguirá siendo la dueña del mundo durante los
próximos cien años”. En la novela, esa declaración es tomada como
la suma de la vanagloria: ajeno, dentro de sus búsquedas creativas, a la
ascendencia del nacionalsocialismo alemán, “quince años después se
ve obligado a abandonar Alemania”. Deja esa nación para entrar en el
olvido, para desde afuera, mirar por primera vez esa evanescencia en
la que se había convertido su patria y hacer música con las cenizas
de lo peor, más allá de eso que alguna vez pensó como la más sólida
tradición musical de occidente. El olvido De Schömberg, el penúltimo
de los ensayos del segundo libro, nos acerca magistralmente a esta ur-

Caracolí: Los caminos del libro 291


dimbre de un tema que queda inconcluso en un libro para reaparecer
y ascender de las cenizas en el otro:

“¿Conoces Un superviviente de Varsovia?” “¿Un superviviente?


¿Cuál?” No sabía de qué le hablaba. Sin embargo, Un superviviente de
Varsovia, un oratorio de Arnold Schömberg, es el mayor monumento
que la música haya dedicado al Holocausto. Toda la esencia existencial
del drama de los judíos del siglo XX está concentrada en él. En toda
su espantosa grandeza. En toda su horrenda belleza. Luchamos para
que no se olvide a los asesinos. Pero hemos olvidado a Schömberg.

¿Dónde está la novela, dónde el ensayo? Dos aguas diferentes, un río


de aguas dulces que se descuelga feroz hacia su encuentro con el mar.
Ambos libros escritos como una novela y como un ensayo, ambos li-
bros como una oportunidad para encontrarnos con personajes llenos
de fuerza y debilidad, como nosotros, como usted que lee estas líneas.
Vale la pena leerse estos dos libros uno detrás de otro, como para
sentir la densidad de esas dos aguas, el paso entre un mundo y otro, la
esencia del olvido, la memoria y la muerte. Para entender la claridad y
el rigor de un pensamiento sin importar los géneros y los empaques.

292 Caracolí: Los caminos del libro


El arte de la burla

J.M. Coetzee está en las bibliotecas del Cesar con tres de sus extraordinarios libros.
¿Qué tal si vamos por ellos?

Benjamín Casadiego

Un pintor se retrata a sí mismo. Pero, ¿cómo lo hace? Da un poco de miedo, la verdad.


Cees Nooteboom, El enigma de la luz.

En 1685 Aert de Gelder se pintó a sí mismo como Zeuxis de Hera-


clea, pintor griego del siglo V a.C. muerto de risa al tener que retratar
a una mujer entrada en años. Este pintor de la antigüedad que, nos
cuenta Plinio el Viejo, acostumbraba a lucir en público una capa con
su nombre bordado en oro, tenía su particular estética: la belleza de
la juventud y la naturaleza era lo único que merecía pintarse, en con-
traste con lo que 2400 años después vendrían a proponer Filippo
Marinetti y los futuristas italianos: en lugar de la belleza femenina, eran
las máquinas y las armas de guerra quienes merecían la mirada de un
artista. Además de morir en ese extraño combate contra la fealdad,
Plinio nos dice que Zeuxis alcanzó a desarrollar una incipiente técnica
de luces y sombras. El descuidado mundo del arte lo recuerda por lo
primero.

Zeuxis, o su representación, nos mira riendo y nosotros, como es-


pectadores cómplices nos reímos con él, con lo que el triángulo de la
burla y el chisme queda trazado: dos cómplices, nosotros y el pintor,
más la causante de la risa que está a un lado. Además está claro un
detalle, condición para que ese triángulo exista: la modelo no debe
saber que nos estamos burlando descaradamente de ella, es por eso
que permanece impasible e ingenua, pues el giro que ha dado el pintor
hacia nosotros ha sido discreto: casi un guiño que luego provocaría su
muerte. Nosotros como espectadores cómplices de esa burla hemos
traspasado siglos como sombras sin que ella se entere de que allí es-
tuvimos y allí estaremos para que ella exista. Si nos trasladamos a ese
curioso instante de la historia del arte podemos imaginar a esa dama

Caracolí: Los caminos del libro 293


altiva y quizás poderosa huyendo aterrada del taller dando por hecho
que el pintor se había vuelto loco. Moriría engañada; la risa no era de
locura, era de burla.

Para Rembrandt Van Rijn, maestro de Gelder, la historia también re-


sultaba cercanamente llamativa, de hecho la pintó 23 años antes que
su discípulo. Le era cercana a él, burlón consumado: cuando pudo,
cuando los cánones sociales de esa opulenta Holanda del siglo XVII lo
agobiaban, pintó sin piedad en son de burla. Los últimos autorretratos
lo muestran junto con su mujer Saskia, en tabernas, muertos de la
risa, bebiendo y mirándonos con festiva complicidad. ¿Carcajada, risa
o ironía es lo que uno percibe en los autorretratos de ambos artistas?
“Más bien se percibe –escribe Cees Nooteboom– entre esos dos
hombres un pacto secreto, una fraternidad irónica, como si para ellos
no contara todo cuanto tiene valor en el mundo exterior. Escuelas,
teorías, sí, sí, todo muy bonito, pero, espectador futuro, ¡mira mis de-
dos! Hay pintura en mis pinceles, pintura en la uña de mi dedo índice,
con el que señalo el tarro de pigmento”.

La ronda de noche (1642), que cuelga solemne en el Rijkmuseum de


Ámsterdam fue encargada a Rembrandt por el poderoso gremio de
la guardia cívica y que el maestro termina retratándolos al borde de
la payasada. Quienes tenemos la fortuna de ser herederos visuales
de ese cuadro no nos importa gran cosa la anécdota perdida en los
tiempos, celebramos con emoción contenida el esplendor del claros-
curo y la composición, aunque en su tiempo haya sido una minuciosa
burla que la burguesía neerlandesa le cobraría por ventanilla hasta casi
dejarlo en la ruina. Pese a todo, sabemos que no lograron derrotarlo.
Persiste la risa, el sentido del ridículo, esa es la imagen que nos queda:
Rembrandt mirándonos, celebrando en interiores de tonos claros y
oscuros, convertido en lienzo, junto a Saskia, su amada, diciéndonos,
sin ánimo de revancha: He visto el mundo y tengo claro lo que puedo
esperar de él.

¿Puede haber placer más intenso y al mismo tiempo delicado que el


de reunirse en grupo a hablar mal de los ausentes, a reírnos de los
defectos y los fracasos ajenos? Tal vez no. El chisme marca un signo
de distinción entre los seres humanos y los animales: mucho antes
del Banquete de Platón hasta las habladurías en nuestras cocinas ur-

294 Caracolí: Los caminos del libro


banas o rurales, el chisme hace parte de los grandes beneficios del
conversar: Según el sociólogo Isaac Joseph, las normas que refuerzan
el chisme son menos normas de comportamiento que normas de co-
municación. Es decir, prima la idea de encuentro y placer, más allá de
lo que ahora pudiéramos llamar lo “políticamente correcto”.Y en esa
arena se mantiene una regla de oro que nació sin reglamento escrito
(puesto que el ejercicio es meramente oral, crece y muere dentro de
la oralidad pura): el ausente, es decir el centro de nuestras burlas o
nuestra rabia frustrada, no puede enterarse, preferible morir: morir
de risa.

Pero hay otro placer, quizás más exquisito y peligroso, que el de re-
unirse a hablar del prójimo ausente. Es un placer que más allá de dife-
renciarnos de los animales, nos diferencia de los otros seres humanos.
Es un placer tan delicado y peligroso como una cena con fugu en
un restaurante de Tokio: podemos morirnos mientras comemos ese
pescado que contiene cantidades letales de veneno en sus órganos
internos, pero podemos salir siendo otro siendo nosotros como si
esa cena hubiera desarrollado, más que acopio de proteínas y deleite
al paladar, un encuentro certero con la sombra de nuestra muerte. Ese
azar es el alto precio que debemos pagar, igual que en el restaurante,
para disfrutar un placer que está un escalón arriba del chisme comu-
nitario: el de mirarnos y reírnos de nosotros mismos. ¿De qué quedan
hablando nuestros queridos amigos cuando dejamos una agradable
velada y allí quedan ellos? ¿Qué piensan de nosotros las mujeres que
han pasado por nuestras vidas? ¿Cómo organizamos el relato de nues-
tro fracaso al final de un día pésimo?

Tal vez hay indicios de que allí esté la nuez en el chocolate.

John Coetzee nos ofrece niveles de sabores y sensaciones a lo largo


de su producción literaria; es, volviendo a los restaurantes, un cocine-
ro que prepara cada noche un plato con delicadas sutilezas, tal vez en
detalles que no tengan que ver con el plato en sí mismo, sino con cier-
tas luces en el ambiente, el trato, el saludo, la música al fondo, aquella
especia desconocida en el fondo del paladar. Uno le agradece a él esa
(¿sinceridad? ¿honestidad?) que define su obra, aunque sabemos que
no basta la sinceridad, lo correcto o la calidez para construir una obra
memorable. “Cuando trata de imaginar el tipo de poesía que fluiría de

Caracolí: Los caminos del libro 295


hacer lo correcto una y otra vez, solo ve un rotundo vacío”. (Juventud,
2002) “De todos modos, de la calidez no nace poesía. Rimbaud no era
cálido. Baudelaire no era cálido. Ardiente, sí, eso sí, cuando hacía falta.”
(Ibíd.).

Coetzee habla directamente de sí mismo en tres de sus obras: él es,


dentro de su real ficción, John Coetzee visto por un novelista que
conoce la técnica de narrar y que conoce muy bien a su personaje.
No es el mejor perfil frente a un espejo el que Coetzee nos presenta.
El tiempo que vive, el sentirse sudafricano, los sueños de juventud, las
relaciones con los otros, la vida en pareja han sido abiertos por un
bisturí sobre su mismo cuerpo, sin un whisky a la mano para amorti-
guar el dolor:

De vez en cuando, por ejemplo, se ve desde fuera: un chico-hombre preocu-


pado, susurrante, tan aburrido y normal que nunca lo mirarías dos veces. Estos
instantes de iluminación le perturban; no intenta alargarlos, trata de enterrar-
los en la oscuridad, olvidarlos. ¿Es el yo que ve en esos momentos la persona
que parece ser o lo que es en realidad? ¿Y si Oscar Wilde tiene razón y no hay
verdad más profunda que la apariencia? (Juventud)

Es un hombre débil –repliqué–. Un hombre débil es peor que un mal hombre.


Un hombre débil no sabe dónde detenerse. Un hombre débil está indefenso
ante sus impulsos, te sigue a donde quiera que lo lleves (Verano)

Trazamos una línea entre su primera obra, Dusklands (1974) y Diario


de un mal año (2007). La primera es una pregunta sobre el colonia-
lismo neerlandés, del cual él tiene su propia historia al ser hijo de
inmigrantes holandeses en Sudáfrica: él es un bóer, un adjetivo que
lleva colgado en el cuello con molestia; es su primera novela y allí se
despliega una incontenible fuerza narrativa, igual de salvaje a esa his-
toria sin misericordia, una fuerza que al pasar de los años se va con-
centrando en historias más íntimas. Diario de un mal año, es su postura
política: democracia, nación, derechos ciudadanos. Una historia en tres
niveles narrativos. Tres planos que se suceden al mismo tiempo y que
el lector ve como transparencias que al superponerse unas con otras
nos dejan ver el dibujo. Entre esas novelas comienza a escribir dos
de los tres libros que conforman su trilogía autobiográfica: Infancia
(2000) y Juventud (2002). Ambas escritas en tercera persona y en pre-
sente continuo, donde se habla de un niño y de un joven llamado John.

296 Caracolí: Los caminos del libro


Si el tono de Dusklands se asemeja al de un gato joven y juguetón, en
las siguientes novelas parece un gato viejo que ya sabe los escondrijos
del idioma y que espera paciente para darle caza a la palabra exacta y
con ella a la historia. Entre la escritura de Infancia y Juventud, aparece
El Maestro de Petersburgo (2001), un retrato de Dostoievski ante la
paternidad: un encuentro a destiempo con el hijo adoptivo. Una de sus
novelas más complejas y hermosas.

Verano (2009), el es final de su trilogía. A diferencia de los dos prime-


ros tomos, en este un joven biógrafo inglés indaga por la vida de un
escritor muerto: John Coetzee y pregunta a las personas que estuvie-
ron cercanas a ese hombre, sus mujeres, su familia, sus amigos, hurga
en los diarios íntimos y construye un perfil al que cualquiera quisiera
acceder en vida: qué dicen nuestros semejantes de nosotros después
de muerto, el asomo final, asomo nada más, de una certeza sobre no-
sotros mismos a través de los otros como una ficción, como el mismo
escritor y los entrevistados, como Sophie, una de los personajes de
Verano:

En general, yo diría que su obra carece de ambición. El control de los elemen-


tos es demasiado férreo. En ningún momento se tiene la sensación de un es-
critor que deforma su medio para decir lo que nunca se ha hecho antes, que, a
mi modo de ver, es lo que distingue a la gran literatura. Demasiado frío, dema-
siado pulcro, diría yo. Demasiado fácil. Demasiado falto de pasión. Eso es todo.

Es el cierre de la trilogía, la burla íntima, en un intento por poner


en orden su mundo privado, único espacio donde puede ser dueño
soberano de su mirada. Atrás ha quedado la risa del otro que ya no
importa, como no le importó a Rembrandt cuando se autorretrata
subiéndole las enaguas a Saskia y levantando la copa: es la felicidad del
trabajo creativo hasta el final.

Caracolí: Los caminos del libro 297

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