«Observa si, al batir la leche para hacer mantequilla, aquella se
calienta», anotó en su lista de tareas pendientes.[30]
LA VÁLVULA AÓRTICA
El mayor logro de Leonardo en sus investigaciones sobre el corazón, y en
todos sus estudios de anatomía, fue su descubrimiento del modo en que funciona la válvula aórtica, una proeza que no se confirmó hasta hace relativamente poco. Se debió a su comprensión, por no decir fascinación, de los flujos en espiral. A lo largo de toda su carrera, Leonardo se sintió prendado por los remolinos de agua, por las corrientes de aire y por los rizos que caen en cascada por el cuello. Aplicó sus conocimientos sobre este asunto para determinar cómo el flujo en espiral de la sangre, al atravesar una parte de la aorta llamada «senos de Valsalva», crea turbulencias y remolinos que sirven para cerrar la válvula del corazón palpitante. Llenó seis páginas de análisis, con veinte dibujos y cientos de palabras en anotaciones.[31] En la parte superior de una de las primeras páginas, escribió un aforismo, derivado de la máxima que Platón inscribió sobre la puerta de su Academia: «Nadie que no sea un matemático debe leer los principios de mi obra».[32] Esto no significaba que su el estudio del flujo sanguíneo del corazón implicara abstrusas ecuaciones; su estudio de los principios matemáticos que describen los bucles y espirales no iba más allá de un análisis superficial de la sucesión de Fibonacci. Su advertencia debe entenderse como la expresión de su idea de que las acciones de la naturaleza obedecen a las leyes de la física y a certezas matemáticas. Sus descubrimientos sobre la válvula cardiaca derivaron de las intensas indagaciones sobre la dinámica de fluidos que realizó hacia 1510, como un análisis de los remolinos que el agua crea al pasar de las tuberías a un depósito. El arrastre de fluidos constituía un fenómeno que le interesaba. Cuando una corriente fluye por una tubería, un canal o un río, descubrió que el agua que se encuentra más cerca de los lados fluye más despacio que la de en medio. Esto se debe a que el agua de los lados roza la pared de la tubería, o las orillas del río, y la fricción la ralentiza. La que se halla situada justo al lado de esta también se enlentecerá un poco, mientras que la disminución será mínima en el agua del centro de la tubería o del río. Cuando la que fluye va a parar de la tubería a un depósito, o del río a una poza, la diferencia de velocidad entre el agua del centro, más rápida, y la de los laterales, más lenta, provoca remolinos. «Del agua que mana de una tubería horizontal, la que parte de más cerca del centro de la boca es la que llega más lejos de la boca de la tubería», escribió. También describió la formación de vórtices y remolinos al pasar los fluidos por superficies curvas o por conductos que se ensanchan, y lo aplicó a sus estudios de la erosión de las orillas de los ríos, la representación artística del agua que corre y sus investigaciones sobre el bombeo de la sangre en el corazón.[33] En concreto, Leonardo se centró en la sangre que el corazón expulsa hacia arriba atravesando una abertura triangular situada en la raíz de la aorta, que constituye el gran vaso que transporta la sangre del corazón al cuerpo. «La sangre que brota por el centro del triángulo llega mucho más alto que la que lo hace por los lados», constató, para explicar, a continuación, que eso provocaba que se formasen remolinos en espiral al juntarse esta sangre con la que ya se encuentra en las dilataciones de la aorta. Estas últimas se conocen con el nombre de «senos aórticos o de Valsalva», en honor al anatomista italiano Antonio Maria Valsalva, quien escribió sobre ellos a principios del siglo XVIII. Lo más justo sería denominarlos «senos de Leonardo,» y quizá habría sucedido así si hubiera publicado sus descubrimientos sobre este tema dos siglos antes que Valsalva.[34] Este remolino de la sangre bombeada hacia la aorta hace que las valvas de las válvulas triangulares situadas entre el corazón y la aorta se extiendan hasta cubrir la abertura. «La sangre, al girar, choca contra los lados de las tres válvulas y las cierra para que la sangre no pueda descender», como los remolinos de viento despliegan las esquinas de una vela triangular, comparación que Leonardo empleó para explicar su descubrimiento. En un dibujo que muestra cómo los remolinos de sangre abren las cúspides de la válvula, escribió: «Dar nombres a las cuerdas que despliegan y cierran las dos velas». La teoría más extendida entre los cardiólogos hasta los años sesenta del siglo pasado afirmaba que la válvula se cerraba por arriba en cuanto la sangre se precipitaba en la aorta y empujaba en esa dirección. La mayoría de las válvulas funcionan así, cerrándose cuando el flujo comienza a revertirse. Durante más de cuatro siglos, los especialistas del corazón hicieron caso omiso al argumento de Leonardo de que la válvula no se cerraría de forma adecuada por presión desde arriba: «La sangre que revierte su flujo cuando vuelve a abrirse el corazón no es la que cierra las válvulas del mismo. Esto sería imposible, porque, si la sangre late contra las válvulas del corazón mientras están encogidas y plegadas, la presión de la sangre desde arriba aplastaría y contraería la membrana». En la parte superior de la última de las seis páginas, esbozó cómo se retraería aún más la válvula si el reflujo de sangre la presionara desde arriba (figura 116).[35] Leonardo había desarrollado su hipótesis mediante una analogía: a partir de lo que sabía sobre los remolinos de agua y de aire, supuso que la sangre entraría en espiral en la aorta. Sin embargo, ideó después una forma ingeniosa de poner a prueba su teoría. En la parte superior de esta saturada página de cuaderno, describió y dibujó una manera de confeccionar un modelo de cristal del corazón. Al llenarlo de agua, podría ver cómo gira la sangre, mientras pasa a la aorta. Utilizó el corazón de un toro como modelo y lo llenó de cera; para ello, empleó las mismas técnicas escultóricas que para el modelo de los ventrículos cerebrales. Cuando la cera se endureció, hizo un molde para fabricar un modelo de cristal de la cámara del corazón, la válvula y la aorta. Con el fin de apreciar mejor la circulación del agua, usó semillas de mijo. «Haz esta prueba en el corazón de cristal y llénalo de agua y semillas de mijo», indicó.[36] Los anatomistas tardaron cuatrocientos cincuenta años en advertir que Leonardo tenía razón. En los años sesenta del siglo pasado, un equipo de médicos investigadores, dirigido por Brian Bellhouse, de Oxford, utilizó tintes y métodos de radiografía para observar los flujos sanguíneos. Al igual que Leonardo, utilizaron una maqueta transparente de la aorta llena de agua para analizar los remolinos y el flujo. Los experimentos demostraron que resultaba necesario, para la válvula, «un mecanismo de control dinámico de fluido que aleje las cúspides de la pared de la aorta, de modo que la más mínima reversión de flujo cierre la válvula». Se percataron de que dicho mecanismo era el remolino o el flujo giratorio de la sangre que Leonardo había descubierto en la raíz de la aorta. «Los vórtices presionan tanto la cúspide como la pared sinusal, con lo que el cierre de las cúspides es estable y sincronizado —escribieron—. Leonardo da Vinci predijo de forma correcta la formación de vórtices entre la cúspide y el seno aórtico y se apercibió de que estos ayudarían a cerrar la válvula.» El cirujano Sherwin Nuland afirmó: «De todas las sorpresas que Leonardo legó a la posteridad, esta parece la más extraordinaria». En 1991, Francis Robicsek, del Carolina Heart Institute, demostró lo similares que eran los experimentos de Bellhouse y los descritos por Leonardo en sus cuadernos. Y, en 2014, otro equipo de Oxford pudo estudiar la circulación de la sangre en un ser humano vivo para demostrar, de manera concluyente, que Leonardo llevaba razón. Para ello, emplearon técnicas de resonancia magnética para examinar, en tiempo real, los complejos patrones de flujo sanguíneo en la raíz aórtica de una persona viva. «Confirmamos en un ser humano in vivo que la predicción de Leonardo sobre los vórtices de flujo sistólico era acertada y que proporcionó una representación asombrosamente exacta de estos vórtices en proporción con la raíz aórtica», concluyeron.[37]
Sin embargo, a estos descubrimientos pioneros de Leonardo sobre las
válvulas del corazón los acompañó un fracaso: no descubrir la circulación de la sangre. Sabiendo cómo funcionaban las válvulas unidireccionales, tendría que haber reparado en el error de la teoría galénica, aceptada por todo el mundo en su época, de que el corazón bombea la sangre de un lado para otro del cuerpo. Sin embargo, Leonardo, algo insólito en él, parecía cegado por sus lecturas. El hombre «sin letras», que despreciaba a quienes confiaban en la sabiduría recibida y que se había comprometido a convertirse en discípulo de la experiencia, no lo fue en este caso. Su genio y su creatividad siempre habían partido de la ausencia de prejuicios. Su estudio del flujo sanguíneo, sin embargo, constituyó uno de los raros casos en los que dispuso de tantos libros de texto y de mentores expertos que no acertó a pensar de manera diferente. Para contar con una explicación completa de la circulación de la sangre en el cuerpo humano habría que esperar un siglo, hasta William Harvey.