FABULAS
El picador de piedra
La cigarra y la hormiga
La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las flores desprendían su
aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña
hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.
- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras
canto algo para ti. – Le decía la cigarra a la hormiga.
- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería – le
respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían
quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por
campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a
pedirle ayuda.
- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha
comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.
- Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías
mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.
- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno-
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección
El león y el ratón
Los dos hijos de un labrador vivían siempre discutiendo. Se peleaban por cualquier
motivo, como quién iba a manejar el arado, quién sembraría, y así como todo. Cada vez
que había una riña, ellos dejaban de hablarse. La concordia parecía algo imposible entre
los dos. Eran testarudos, orgullosos y para su padre le suponía una dificultad mejorar
estos sentimientos. Fue entonces que decidió darles una lección.
Para poner un fin a esta situación, el labrador les llamó y les pidió que se fueran al bosque
y les tajeran un manojo de leña. Los chicos obedecieron a su padre y una vez en el
bosque empezaron a competir para ver quién recogía más leños. Y otra pelea se armó.
Cuando cumplieron la tarea, se fueron hacia su padre que les dijo:
- Ahora, junten todos las varas, las amarren muy fuerte con una cuerda y veamos quién
es el más fuerte de los dos. Tendrán que romper todas las varas al mismo tiempo.
Y así lo intentaron los dos chicos. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo
consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las
rompieron fácilmente.
- ¡Se dan cuenta! les dijo el padre. Si vosotros permanecen unidos como el haz de varas,
serán invencibles ante la adversidad; pero si están divididos serán vencidos uno a uno
con facilidad. Cuando estamos unidos, somos más fuertes y resistentes, y nadie podrá
hacernos daño.
Y los tres se abrazaron.
LEYENDAS
Siendo una noche como todas, pero en especial, ésta era una noche un poco más fría,
más obscura, cerca de la 1 de la madrugada, un taxista regresaba a su casa después de
todo un día de arduo trabajo, en la calle ya no había ni alma de gente, pero al pasar frente
al cementerio general de la ciudad se percató que una chica le hacía la parada, éste se
siguió pensando que ya estaba muy cansado y que era muy tarde para hacer otra dejada.
Sin embargo reflexionó y pensando en su sobrina de 17 años que fué violada y asesinada
3 años atrás, dijo, "pobre chica, no la puedo dejar ahí expuesta a no se qué miserable".
Retrocedió su taxi y llegó hasta ella, tenía aproximadamente entre 18 - 19 años. Al
contemplar su rostro, el taxista sintió un frío intenso y cierto sobresalto, al que no le dió
importancia, pues la niña era dueña de un rostro angelical, inspiraba pureza, de piel
blanca, muy blanca, cabello sumamente largo, era delgada, facciones finas, con unos ojos
grandes, azules, pero infinitamente tristes, tenía un vestido blanco, de encaje, y en su
cuello colgaba un relicario bellísimo de oro, que se veía de época.
El taxista acongojado le preguntó adónde la dejaba, y le dijo que quería que la llevara a
visitar 7 iglesias de la ciudad, las que él quisiera, su voz era suave, muy triste, pero
dejaba notar un timbre muy extraño, que le dejó una sensación de miedo y misterio.
Para no hacerla larga, el taxista la llevó a cada una de las siete iglesias sin replicar, en
cada una pasaba cerca de 3 minutos y salía con una expresión de serenidad, de
tranquilidad, pero sin abandonar de sus ojos esa mirada de infinita tristeza.
Al final del paseo, ella le pidió un favor. "Discúlpeme si he abusado mucho de su bondad,
mi nombre es Alicia, no tengo dinero para pagarle ahora, sin embargo le dejaré éste
relicario, y podría hacerme un último favor? Vaya a la colonia Jazmines # 245, ahí vive mi
padre, entréguele mi relicario y pídale que le pague su servicio, ah, y dígale que lo quiero
y que no se olvide de mí. Déjeme donde me recogió por favor."
El taxista se sintió como en un trance, en donde actuaba automáticamente a la petición de
la chica, y la dejó ahí, frente al cementerio. El hombre se fue a su casa, se sentía
mareado, le dolía intensamente la cabeza, y su cuerpo le ardía por la fiebre que
empezaba a tener, su esposa lo atendió de ese repentino mal, duró así casi 3 días.
Cuando al fin pudo reaccionar y se sintió mejor, recordó su última noche en el taxi,
recordó a la niña angelical de las iglesias, y recordó su última petición, que le hizo sentir
un escalofrío intenso que hizo que se simbrara de pies a cabeza, aunque él no
comprendía nada, pensó "que raro fue todo, seguro se fue de su casa, o tiene problemas,
pero, ¿por qué en el cementerio? ¿Quién era?, ¡¡El relicario!!", sí ahí estaba, sobre su
mesita de cama, el relicario de Alicia, que ahora tenía restos de tierra.
Se paró como un resorte, tomó su taxi y fue a la dirección que le diera la chica, pero no
con la intención de cobrar, sino de descubrir, conocer, aclarar la verdad detrás de ese
misterio que le inquietaba, que le estremecía, que no quería ni pensar.
Tocó, era una casa grande, estilo colonial, vieja, entonces abrió un hombre, de edad
avanzada, alto, de aspecto extranjero, con unos ojos, si los ojos de Alicia, así de tristes. El
taxista le dijo "Disculpe señor, vengo de parte de su hija Alicia, ella solicitó mis servicios,
me pidió que la llevara a visitar siete iglesias, así lo hice y me dejó su relicario como
penda para que usted me pagara". El hombre al ver la joya rompió en llanto incontrolable,
hizo pasar al taxista y le mostró un retrato, el de Alicia, idéntica a la de hace 3 noches.
¿Es ella mi Alicia?, le dijo el hombre, "Sí ella, con ese mismo vestido".
"No puede ser, hace tres noches cumplió 7 años de muerta, murió en un accidente
automovilístico, y este relicario que le dio fue enterrado con ella, y ese mismo vestido, su
favorito... hija, perdón, debí hacerte una misa, debí haberme acordado de tí, debí...."
El hombre lloró como un niño, lloró y lloró, el taxista estaba pálido, pasmado de la
impresión, “había convivido con una muerta" eso lo explicaba todo.
Volviendo de su estupor, le dijo al padre de Alicia, "señor, yo la ví, yo hablé y conviví con
ella, me dijo que lo amaba, que lo amaba mucho, y que no se volviera a olvidar de ella,
creo que eso le dolió mucho".
Se dice que el padre de Alicia recompensó al taxista, le regaló toda una flotilla de taxis
para que iniciara un negocio, todo en agradecimiento por haber ayudado a su niña
adorada a visitar las iglesias en su aniversario fúnebre.
Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior
los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la
lluvia y de las aguas de los ríos.
Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas
hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan.
Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y
sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos
tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos
cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran
28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.
Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que
esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos
de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y
poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los
animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.
Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas
noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se
desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres.
Ycuanto mas arrastraban los cueros mayor era el ruido que producian los torrentes y
cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos
cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.
Pasaron los siglos...
Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo
consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras
tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres
y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más
felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil
penurias en las aguas borrrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las
costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima
hermoso.
Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos
mismos se dijeron totonacas. Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del
trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo
una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y
torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos.
En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y
durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas
tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de
los truenos.
No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y
dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se
perdieron para siempre. Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las
lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se
reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría
hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor
rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese
pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios
del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín,
que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al
Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene
este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia,
cuando es menester fertilizar las cementeras.
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o
templó de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los
truenos y las lluvias torrenciales. Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con
veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho
antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas,
cuando el mundo parecía comenzar a existir.
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra. Pero no sonaban ni los
teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y
en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del
Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco,
Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila,
el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos
destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de
tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible
figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el consejo de
los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban
ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su
vergonzosa derrota. Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de
guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde
moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso
ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se
pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los
guerreros abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a
pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que
era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las
macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de
sus enemigos. Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca
que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas
multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe. Ocultaban los
hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos
para que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con
su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid
contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada
del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así
se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de
improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno. Se
revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho
su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el
guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.
--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así
se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo
porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre!
Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su
huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.
Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de
Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del
marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de
la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de
los dos. Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable
cuando les dio alcance el guerrero azteca. No hubo ningún intercambio de palabras
porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba
bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y
de Coyámetl que así se llamaba al jabalí. Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca
mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su
amada haciendo uso de arteras engañifas.
Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas
donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas
limosas.
Mucho tiempo duró aquél duelo.
El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.
El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo
al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia
su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.
El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.
Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que
amó como ella no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro
hombre, cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.
El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó
maravillas y flores de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa
Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del
corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado
Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues
cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago
atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los
Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus
pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los
cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura.
Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la
forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta
y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados
de una impresionante escultura de hielo. Las flores de las alturas que llamaban
Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero,
cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve
hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño. Desde entonces,
esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres
Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña
que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir
desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le
pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente
Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos
amantes a quienes nunca podrá ya separar. Eran los tiempos en que se adoraba al dios
Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían
tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza
los campos. Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en
amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de
Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea
montaña de perenne armiño.
La Mujer Xtabay
Dice pues la leyenda que la mujer tabay es la mujer hermosa, inmensamente bella que
suele agradar al viajero que por las noches se aventura en los caminos del Mayab.
Sentada al pie de la más frondosa ceiba del bosque, lo atraé con cánticos, con frases
dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo destruye.
Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecen al día siguiente con las
más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como
garras.
Muchos ladinos, gentes que desconocen el origen verdadero de la mujer Xtabay, han
dicho que es hija del Ceibam que nace de sus torcidas y serpentinas raíces pero eso no
es verdad, la auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace de una planta
espinosa, punzadora y mala y si es que la Xtabay aparece junto a las ceibas, es porque
este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en
cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil
árbol.
Vivían en un cierto pueblo de la península yucateca dos mujeres siendo el nombre de una
de ellas Xkeban o mejor decir su apodo ya que Xkeban quiere decir prostituta, mujer mala
o dada al amor ilícito. Decían que la Xkeban estaba enferma de amor y de pasión y que
todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo
se lo solicitaba. Su verdadero nombre era Xtabay.
Muy cerca de la casa que ocupaba esta bellísima mujer, habitaba en otra casa bien
hecha, limpia y arreglada continuamente, la consentida del pueblo que llamaban Utz-
Colel, que en la traducción hispana sería mujer buena, mujer decente y limpia. Erase esta
mujer la Utz-Colel, virtuosa y recta, honesta a carta cabal y jamás había cometido ningun
dezlis ni el mínimo pecado amoroso.
La Xtabay tenía un corazón tan grande, como su belleza y su bondad la hacía socorrer a
los humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que
abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos a
donde llegaba para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus
enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los desheredados.
Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta
humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes. En cambio bajo las ropas
de la Ut-Colel se dibujaba la piel dañina de las serpientes, era fría, orgullosa, dura de
corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía repugnancia por el pobre.
Y ocurrió que un día las gentes odiosas del pueblo no vieron salir de su casa a la Xkeban
y supusieron que andaba por los pueblos ofreciendo su cuerpo y sus pasiones indignas.
Se contentaron de poder descansar de su ignominiosa presencia, pero transcurrieron días
y más días y de pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, un perfume
delicado y exquisito que lo invadía todo. Nadie se explicaba de dónde emanaba tan
precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a la casa de la Xteban a la que hallaron,
muerta, abandonada, sola. Más lo extraordinario era que si la Xkeban no estaba
acompañada de personas, varios animales cuidaban de su cuerpo del que brotaba aquel
perfume que envolvía al pueblo.
Entrada la Utz-Colel dijo que esa era una vil mentira, ya que de un cuerpo corrupto y vil
como el de la Xkeban, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal
cosa era como todos los vecinos, decían, debía ser cosa de los malos espíritus, del dios
del mal que así continuaba provocando a los hombres.
Agregó la Utz-Colel que si de mujer tan mala y perversa escapaba en tal caso ese
perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más
aromático y exquisito. Más por compasión, por lástima y por su deber social, un grupo de
gentes del poblado fue a enterrar a la Xkeban y cuéntase que el día siguiente, su tumba
estaba cubierta de flores aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que
parecía como si una cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el
Mayab, hubiera caído del cielo. La tumba de la Xkeban duró todo el tiempo florecida y
olorosa.
Poco después murió la Utz-Colel y a su entierro acudió todo el pueblo que siempre había
ponderado sus virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que habia
muerto virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y mucha pena.
Entonces recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver
debería exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de
todas las gentes que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de enterrada
comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nausabundo a
cadáver putrefacto. Toda la gente se retiró asombrada.
En su idioma maya dicen los viejos que aún cuentan la historia con todos los detalles que
debió ocurrir en la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la pecadora
Xkeban, es la actual flor Xtabentún que es una florecilla tan humilde y bella, que se da en
forma silvestre en las cercas y caminos, entre las hojas buidas y tersas del agave. El jugo
de esa florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor embriagador y
dulce de la Xkeban.
Tzacam, que es el nombre del cactus erizado de espinas y de mal olor por ambas cosas,
intocable, es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-Colel, es la florecilla si bien
hermosa sin aroma alguna y a veces de olor desagradable, como era el carácter y la falsa
virtud de la Utz-Colel.
Esto es lo que ha dicho el maya y lo sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo,
sin ponerle ni quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con las
mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el alma de quienes tan
dulcemente han tejido estas historias.
No es pues la Xtabay, la mujer mal que destruye a los hombres después de atraerlos con
engaños al pie de las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus que
rondan por la selva al acecho del peregrino que cruza los caminos aún poblados de
superstición y de leyenda.
Puede ser el ama errante de una de tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote
sagrado, puede ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado.
Pero la Xtabay, jamás.
Esto dicen las mayas, esto han contado y seguirán contando los hombres de esa tierra en
donde conservan el ritual de un relato y defienden sus costumbres de una intromisión que
aniquilo su cultura.
La dama de negro
MITOS
La diosa Eris
Orfeo y Eurídice
Cuentan que cuando Orfeo tocaba no sólo los hombres, animales y dioses se quedaban
embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza detenía su fluir para
disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y hasta las rocas escuchaban a Orfeo y
sentían la música en su interior, animando su esencia. Más de una vez este mágico don le
ayudó en sus viajes, como cuando acompañó a los Argonautas y su canto pudo liberarles
de las Sirenas, o pudo dormir al dragón guardián del vellocino de oro. Pero eso es otra
historia y debe ser contada en otra ocasión...
Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por aprender...
estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y Osiris, y se empapó de
distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su tiempo.
Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran y que tuviera no
pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer junto a él y ser
despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer. Muchas que querían compartir
su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad. Pero sólo una de ellas llamó la atención de
nuestro héroe, y no fue otra que Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como
otras y puede que tampoco tan hermosa... pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y
desde que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y transparente, se
repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con ella. Zeus, reconociendo el
valor que había demostrado en muchas de sus aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y
vivieron juntos muy felices, disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y
apasionado como ninguno.
Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando la tristeza, y la
felicidad perdería su sentido... y también en esta ocasión sobrevino la tragedia.
Quiso el destino que el pastor Aristeo quedara también prendado de Eurídice, y que un
día en que ésta paseaba por sus campos, el pastor olvidara todo respeto atacándola para
hacerla suya. Nuestra ninfa corrió para escaparse, con tan mala fortuna que en la carrera
una serpiente venenosa mordió su pie, inoculándole el veneno y haciendo que cayera
muerta sobre la hierba. No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y
una noche de las muchas que pasó en vela llorando a su amada, decidió que si hacía
falta, descendería él mismo a los infiernos de Hades para reclamar a Eurídice. Fue un
viaje duro, tuvo que enfrentarse al guardián de las puertas de los Infiernos, Kancerbero,
quien a punto estuvo de atacar pero que finalmente respondió a la música de Orfeo como
otros tantos animales habían hecho anteriormente. Así fue como nuestro músico se
internó en el submundo, sin cesar de tocar y de cantar su tristeza. Cuentan que el mismo
Hades se detuvo a escucharle, que las torturas se interrumpieron, que todos encontraron
un momento de paz en la visita de Orfeo.
Sísifo, condenado a subir una piedra hasta la cumbre de la montaña una y otra vez,
detuvo su marcha; los buitres que torturaban a Prometeo desgarrando sus entrañas se
posaron en el suelo y Tántalo, quien jamás podría saciar su hambre o su sed, rompió a
llorar olvidando sus necesidades. Y los Señores del Infierno, Hades y Perséfone,
quedaron conmovidos por la belleza del canto de Orfeo. Así, decidieron devolver a la vida
terrenal a Eurídice, con la condición de que ésta caminase detrás de Orfeo en el viaje de
vuelta al mundo de los vivos, y que éste no mirase atrás ni una sola vez hasta que no
estuvieran en la superficie. Y ambos emprendieron la marcha.
El viaje fue difícil, lleno de penurias. Si la bajada al Hades había costado, el ascenso fue
aún peor. Eurídice seguía herida y débil, y las sombras se cernían sobre ellos
amenazadoras, el frío se colaba en sus huesos, los tropiezos eran cada vez más
frecuentes. A punto ya de llegar a la salida, cuando los primeros rayos de luz traspasaron
las sombras, Eurídice dejó escapar un suspiro aliviada, y Orfeo olvidó la orden de Hades y
miró hacia atrás por un instante. Entonces su amada empezó a desvanecerse, pues la
condición impuesta había sido violada, y aunque Orfeo se lanzó sobre ella en un abrazo
que la retuviera, no fue más que aire lo que estrechó entre sus brazos.
Orfeo intentó entonces descender de nuevo al Hades, pero Caronte, el barquero de la
laguna Estigia, le negó la entrada, y ambos apenas pudieron despedirse con una mirada a
través de las aguas. Y aunque esperó Orfeo siete días con sus siete noches en el margen
del lago, acabó viendo que era demasiado tarde para enmendar su error, y marchó a
vagabundear por los desiertos, sin apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y
su música.
Atlas
El titán Atlas era hijo de Japeto y de la ninfa Climene. Después de que los titanes se
hubiesen puesto a disposición de Zeus y sus hermanos, Atlas no fue hecho prisionero en
el mundo de los muertos como el resto de ellos. Zeus le infligió un castigo especial que
consistió en cargar con el arco del cielo sobre sus hombros. Atlas llevó a cabo la tarea en
el rincón más occidental que los griegos conocían y que se situaría cerca del estrecho de
Gibraltar.
Heracles visitó a Atlas en uno de sus Doce Trabajos para recoger las manzanas de oro de
las Hespérides. Gaya, la diosa de la tierra, le había dado las manzanas a Hera cuando se
casó con Zeus y ésta a su vez se las entregó a las Hespérides, hijas de Atlas, para que
las guardasen en un bello jardín que estaba protegido por el dragón Ladón. Atlas le puso
una condición a su visita.
Para evitarle el problema de luchar con el dragón, iría él mismo hasta eljardín mientras
Heracles le sostenía el arco del firmamento.
Afortunadamente, Heracles era lo suficientemente fuerte y Atlas pudo llegar al jardín.
Cuando regresó con las manzanas, le sugirió que podría ir él a entregárselas a
Eurystheus (Euristeo), jefe de Heracles, mientras el héroe seguía sosteniendo el arco un
poco más.
HeracIes fingió estar de acuerdo con la idea, pero le pidió a Atlas que tomase el arco un
momento para poder ponerse un almohadón sobre sus hombros doloridos. Atlas accedió
y así HeracIes pudo huir con las manzanas, provocando el lamento eterno del primero
ante tan pesada carga.
Ovidio describe cómo Perseo, hijo de Zeus como HeracIes, visitó a Atlas. Perseo le pidió
pasar la noche con él, a lo que aquél se negó, recordando un oráculo que en cierta
ocasión le había dicho que un hijo de Zeus llegaría para robarle las manzanas de sus
hijas -probablemente se refería a HeracIes-. Atlas amenazó a Perseo y éste utilizó la
cabeza de Medusa (ver Gorgonas, Las y Perseo) para convertirle en montaña de piedra,
la cadena del Atlas en Marruecos. Esta versión ofrece la contradicción de que Perseo
visitase a Atlas antes que HeracIes y que éste luego no le encontrase convertido en
montaña, sino aún como titán
Edipo
Labdaco, de la familia de Carmo, tuvo un hijo llamado Laio, el cual, después de la muerte
de Antión y de Zeto, usurpadores del trono cadmeio, fue rey de Tebas y se casó con y
Yocasta, hermana de Creón, hija de Meneceo. Como este matrimonio era estéril, los
esposos se encaminaron a consultar el oráculo de Apolo, y les respondió la Pitia que, en
caso de nacerles un hijo, éste mataría a su padre.
Al poco tiempo, Yocasta dio a luz un niño. Laio, temeroso del cumplimiento del oráculo,
abandonó al recién nacido en el monte Citerón. Agujereados los pies y atados con fuertes
ligaduras, quedó pendiente de un árbol. Pasó por allí el pastor Forbas, quien apiadándose
de la criatura lo recogió, llamándole Oidipus, a causa de la deformidad de sus pies, y lo
llevó al palacio de su amo, el rey de Corinto, Polibo.
Tanto el rey como la reina Merope, quedaron encantados con el niño y resolvieron
adoptarlo. Edipo creció así bajo la tutela y amparo de los reyes y como si fuera hijo de los
soberanos. Ya crecido, se dio cuenta de que el pueblo corintio le hacía objeto de crueles
mofas, y oyó en reiteradas ocasiones que se ponía en duda su descendencia de la regia
estirpe.
En seguida se dirigió a Delfos, y el oráculo, sin revelarle el secreto de su nacimiento, le
anuncia que él será el matador de su padre y que cometerá incesto con su madre. Preso
de horror y repugnancia, persuadido como estaba de que Polibo era su padre y Merope
su madre, no quiso volver a Corinto, y tomó el camino de la Pócida.
El destino inexorable iba, sin embargo, a cumplirse, a su pesar. En el camino que
conduce de Delfos a Daulis, donde se parte en dos, y al ir a tomar Edipo el de Tebas, un
carro tirado por poderosas mulas le obstruyó el paso, y una voz injuriosa y dominante le
ordenó con insolencia que dejara libre el camino. Irritado, contestó en mala forma el joven
Edipo y trabándose en lucha con los ocupantes del carro dio muerte al dueño y a sus
cinco escuderos: Edipo había dado muerte, sin saberlo, a su padre Laio.
A consecuencia de este crimen, Creón, hermano de Yocasta, ocupó el trono de Tebas.
Poco tiempo después un monstruo terrible, que tenía cabeza y seno de mujer, cuerpo de
perro, garras de león, alas de águila y una cola armada de un dardo agudo, hacía
sensibles estragos en el país. Era la Esfinge, mandada por Juno para vengarse de
ofensas e impiedades de los tebanos: apostada en el monte Fikión, en las cercanías de
Tebas, proponía terribles enigmas a cuantos pasaban, y devoraba o arrojaba a las olas a
quienes no respondían satisfactoriamente.
Ya llevaba causadas numerosas víctimas, y el .rey Creón, queriendo poner término al mal,
ofreció su corona y la mano de su hermana Yocasta a. quien lograse vencer al monstruo.
En esa época llegó a Tebas Edipo, y se resolvió a tentar la suerte. Fue en busca de la
Esfinge y oyó de sus labios estas preguntas:¿ Cuál es el animal que tiene cuatro pies por
la mañana, dos al mediodía y tres por la tarde?
Edipo resolvió en seguida la cuestión que a tantos había costado la vida.
Ese animal -contestó- es el hombre, que por la mañana, es decir, en su infancia, anda con
pies y manos (gateando), al mediodía, esto es, en la plenitud de la edad, se sostiene
sobre sus piernas, y en la tarde de la vejez necesita de un bastón para apoyarse.
Apenas terminó de pronunciar estas palabras, la Esfinge se arrojó del monte a las olas
que había devorado a tantos tebanos. Vencedor, Edipo obtuvo a la vez el cetro de Creón
y el lecho de Yocasta, su propia madre, y tuvo con ella cuatro hijos, dos varones, Eteocles
y Polinices, y dos mujeres, Ismene y Antígona, con lo que las dos partes del oráculo si
vieron así confirmadas.
El incesto no tardó en atraer la cólera de los dioses, los que lanzaron una espantosa
epidemia que diezmó al país. Las crías de los animales y los hijos de los humanos se
deshacían en el seno de sus madres antes de germinar. Consultado en la emergencia el
oráculo, señaló como causa del azote la muerte violenta de Laio, y como único remedio el
descubrimiento y la expulsión del culpable. Edipo profiere entonces las más atroces
imprecaciones contra el desconocido criminal, mas no tarda en saber toda la horrible
verdad. El adivino Tiresias, a quien acosa a preguntas, le revela el doble secreto: el
homicida es el mismo Edipo; él también se ha casado con su madre: parricida e
incestuoso, su raza será maldita.
Enloquecida Yocasta se ahorcó, colgándose de una viga de su palacio. Edipo se arrancó
los ojos; sus hijos lo expulsaron de Tebas y luego se disputaron el trono espada en mano.
Edipo abandona Tebas maldiciendo a sus hijos y solo cuenta en su peregrinaje con la
ternura filial de Antígona, que le sirve de compañía y guía. Llegan así cerca de una aldea
de Atica, llamada Colona, donde había un bosque consagrado a las Euménides. Teseo,
que gobernaba a la sazón entre los atenienses, acoge favorablemente a los viajeros y, a
poco, se oye un espantoso trueno que Edipo lo considera como augurio de su próxima
muerte y marcha sin guía al lugar donde debe expirar.
Al llegar se sienta en una piedra, se desciñe sus vestiduras de luto, y después de haberse
purificado, se pone el lienzo con que acostumbraban a cubrir a los muertos; hace alejar a
su hija, y llamando aparte a Teseo la recomienda a su .favor. La tierra tiembla en ese
momento y se entreabre con suavidad para recibir a Edipo sin causarle violencia ni dolor,
y Teseo, que está presente, es el único en saber el secreto de su muerte y el lugar de su
sepultura.
Pandora
CUENTO
La silla mágica
(Cuento Popular Anónimo)
Leopoldo era un muy buen rey que se ocupaba felizmente de sus tareas, tenía una gran
tristeza en su corazón. Augusto, su único hijo y futuro heredero de la corona, no podía
caminar y jamás podría hacerlo.
Como papá era difícil convivir con este impedimento que la vida le había dado a su hijo,
como rey, era más difícil aún pensar en cómo podría sucederlo en el trono en un futuro.
A pesar de ello, el príncipe era un niño feliz. Sabía que no podía correr por los extensos
jardines del palacio, tampoco saltar o bailar en las grandes fiestas que daban sus padres,
pero aun así siempre estaba contento.
En su imaginación de niño para él todo era posible. Sabía que dependía de su silla de
ruedas, pero no lo vivía como una limitación. Sentía que ése era su trono, el que le había
entregado la vida y que desde allí todo podía pasar.
Como no tenía hermanos, Augusto jugaba con los hijos de los criados. Cuando su padre
lo veía, por un lado se alegraba y por el otro se lamentaba diciendo:
– Pensar que estos niños cuyos padres son tan humildes, pueden hacerlo todo. En
cambio yo por más rey que sea, no puedo hacer que mi hijo camine.
Leopoldo había hecho lo imposible para que su hijo pudiese caminar. Había consultado a
los mejores doctores de todos los reinos, pero la respuesta siempre había sido la misma.
Su hijo nunca caminaría.
El principito lo sabía y había aceptado esa imposibilidad de la mejor manera posible.
Estudiaba, cantaba, jugaba y sobre todo, sonreía. Sabía que en un futuro tendría que
suceder a su padre en el trono. Sabía también que Leopoldo era un rey muy valiente
quien, además de ocuparse de los asuntos del palacio, participaba activamente en los
frentes de batalla, cosa que para él sería imposible.
Sin embargo, Augusto más que sufrir su imposibilidad, disfrutaba inmensamente de una
imaginación con la cual sí podía moverse, viajar, elevarse y cuánta cosa se propusiera.
No había límites para imaginar. Aunque estuviese sentado en su silla, viajaba a dónde
quisiera, conocía países que ni siquiera existían, gente a la que jamás le habían
presentado.
Él decía que su silla era mágica, pues gracias a la necesidad de estar siempre sentado
en ella, había desarrollado una imaginación prodigiosa.
Pasaron unos años y el príncipe se convirtió en un joven muy sabio, que no había perdido
la sonrisa que lo caracterizaba y que seguía sintiendo que su silla era mágica.
Cierto día, su padre cayó de un caballo y se fracturó las dos piernas. Si bien su estado no
era grave, quedó postrado en cama por mucho tiempo. Desde su lecho, atendía los
asuntos del palacio, pero su mayor preocupación era no poder acompañar a su gente en
caso de librarse una batalla con algún reino vecino. Leopoldo creía que las guerras
solucionaban problemas, en cambio su hijo creía que sólo estando en paz con los demás
se encuentran las verdaderas soluciones.
Los problemas no tardaron en llegar. El Rey Dionisio II declaró la guerra al reino de
Leopoldo y a él se sumaron otros muchos reyes que no estaban de acuerdo con la forma
en que el padre de Augusto hacía las cosas.
Desesperado, el rey no sabía qué hacer. Podía dar órdenes desde su cama, pero no así
luchar junto a su gente, como un verdadero rey, según sus palabras.
El príncipe, sabiendo la angustia de su padre, le pidió que lo dejara actuar. Quería
intervenir en el conflicto y solucionarlo. Sabía que podía hacerlo.
Leopoldo no quería hacer sentir mal a su hijo, pero él pensaba que en una silla de ruedas,
poco era lo que podía llegar a hacer. Sin embargo, para no desalentar al joven y sobre
todo, para no borrar la sonrisa siempre presente en la cara de su hijo, lo dejó hacer. No
estaba tranquilo es verdad, ya dijimos que el rey creía en el poder de las batallas armadas
y ésta debería ser librada de un modo muy distinto. Suponía que perderían, que su hijo no
podría hacer demasiado, pero el amor de padre pudo más y encomendó a su hijo para
que nada malo le ocurriera.
FRAGMENTO DE NOVELA
Un día que el célebre pintor flamenco Pedro Pablo Rubens andaba recorriendo los
templos de Madrid acompañado de sus afamados discípulos, penetró en la iglesia de un
humilde convento, cuyo nombre no designa la tradición.
Poco o nada encontró que admirar el ilustre artista en aquel pobre y desmantelado
templo, y ya se marchaba renegando, como solía, del mal gusto de los frailes de Castilla
la Nueva, cuando reparó en cierto cuadro medio oculto en las sombras de feísima capilla;
acercóse a él, y lanzó una exclamación de asombro.
Sus discípulos le rodearon al momento, preguntándole:
- ¿Qué habéis encontrado, maestro?
- ¡Mirad! -dijo Rubens señalando, por toda contestación, al lienzo que tenía delante.
Los jóvenes quedaron tan maravillados como el autor del "Descendimiento".
Representaba aquel cuadro la "Muerte de un religioso". Era éste muy joven, y de una
belleza que ni la penitencia ni la agonía habían podido eclipsar, y hallábase tendido sobre
los ladrillos de su celda, velados ya los ojos por la muerte, con una mano extendida sobre
una calavera, y estrechando con la otra, a su corazón, un crucifijo de madera y cobre.
En el fondo del lienzo se veía pintado otro cuadro, que figuraba estar colgado cerca del
lecho de que se suponía haber salido el religioso para morir con más humildad sobre la
dura tierra.
Aquel segundo cuadro representaba a una difunta, joven y hermosa, tendida en el ataúd
entre fúnebres cirios y negras y suntuosas colgaduras....
Nadie hubiera podido mirar estas dos escenas, contenida la una en la otra, sin
comprender que se explicaban y completaban recíprocamente. Un amor desgraciado, una
esperanza muerta, un desencanto de la vida, un olvido eterno del mundo: he aquí el
poema misterioso que se deducía de los dos ascéticos dramas que encerraba aquel
lienzo.
Por lo demás, el color, el dibujo, la composición, todo revelaba un genio de primer orden.
- Maestro, ¿de quién puede ser esta magnífica obra? -preguntaron a Rubens sus
discípulos, que ya habían alcanzado el cuadro.
- En este ángulo ha habido un nombre escrito (respondió el maestro); pero hace muy
pocos meses que ha sido borrado. En cuanto a la pintura, no tiene arriba de treinta años,
ni menos de veinte.
- Pero el autor....
- El autor, según el mérito del cuadro, pudiera ser Velazquez, Zurbarán, Ribera, o el joven
Murillo, de quien tan prendado estoy.... Pero Velazquez no siente de este modo. Tampoco
es Zurbarán, si atiendo al color y a la manera de ver el asunto. Menos aún debe atribuirse
a Murillo ni a Ribera: aquél es más tierno, y éste es más sombrío; y, además, ese estilo no
pertenece ni a la escuela del uno ni a la del otro. En resumen: yo no conozco al autor de
este cuadro, y hasta juraría que no he visto jamás obras suyas. Voy más lejos: creo que el
pintor desconocido, y acaso ya muerto, que ha legado al mundo tal maravilla, no
perteneció a ninguna escuela, ni ha pintado más cuadro que éste, ni hubiera podido pintar
otro que se le acercara en mérito.... Ésta es una obra de pura inspiración, un asunto
"propio", un reflejo del alma, un pedazo de la vida.... Pero.... ¡Qué idea! ¿Queréis saber
quién ha pintado ese cuadro? ¡Pues lo ha pintado ese mismo muerto que veis en él!
- ¡Eh! Maestro.... ¡Vos os burláis!
- No: yo me entiendo....
- Pero ¿cómo concebís que un difunto haya podido pintar su agonía?
- ¡Concibiendo que un vivo pueda adivinar o representar su muerte! Además, vosotros
sabéis que profesar "de veras" en ciertas Órdenes religiosas es morir.
- ¡Ah! ¿Creéis vos?...
- Creo que aquella mujer que está de cuerpo presente en el fondo del cuadro era el alma
y la vida de este fraile que agoniza contra el suelo; creo que, cuando ella murió, él se
creyó también muerto, y murió efectivamente para el mundo; creo, en fin, que esta obra,
más que el último instante de su héroe o de su autor (que indudablemente son una misma
persona), representa la profesión de un joven desengañado de alegrías terrenales....
- ¿De modo que puede vivir todavía?...
- ¡Sí, señor, que puede vivir! Y como la cosa tiene fecha, tal vez su espíritu se habrá
serenado y hasta regocijado, y el desconocido artista sea ahora un viejo muy gordo y muy
alegre.... Por todo lo cual ¡hay que buscarlo! Y, sobre todo, necesitamos averiguar si llegó
a pintar más obras.... Seguidme.
Y así diciendo, Rubens se dirigió a un fraile que rezaba en otra capilla y le preguntó con
su desenfado habitual:
- ¿Queréis decirle al Padre Prior que deseo hablarle de parte del Rey?
El fraile, que era hombre de alguna edad, se levantó trabajosamente, y respondió con voz
humilde y quebrantada:
- ¿Qué me queréis? Yo soy el Prior.
- Perdonad, padre mío, que interrumpa vuestras oraciones (replicó Rubens). ¿Pudierais
decirme quién es el autor de este cuadro?
- ¿De ese cuadro? (exclamó el religioso.) ¿Qué pensaría V. de mí si le contestase que no
me acuerdo?
- ¿Cómo? ¿Lo sabíais, y habéis podido olvidarlo?
- Sí, hijo mío, lo he olvidado completamente.
- Pues, padre... (Dijo Rubens en són de burla procaz), ¡tenéis muy mala memoria!
El Prior volvió a arrodillarse sin hacerle caso.
- ¡Vengo en nombre del Rey! -gritó el soberbio y mimado flamenco.
- ¿Qué más queréis, hermano mío? -murmuró el fraile, levantando lentamente la cabeza.
- ¡Compraros este cuadro!
- Ese cuadro no se vende.
- Pues bien: decidme dónde encontraré a su autor....Su Majestad deseará conocerlo, y yo
necesito abrazarlo, felicitarlo..., demostrarle mi admiración y mi cariño....
- Todo eso es también irrealizable....Su autor no está ya en el mundo.
- ¡Ha muerto! -exclamó Rubens con desesperación.
- ¡El maestro decía bien! (pronunció uno de los jóvenes.) Ese cuadro está pintado por un
difunto....
- ¡Ha muerto!... (Repitió Rubens.) ¡Y nadie lo ha conocido! ¡Y se ha olvidado su nombre!
¡Su nombre, que debió ser inmortal! ¡Su nombre, que hubiera eclipsado el mío! Sí; "el
mío"..., padre.... (Añadió el artista con noble orgullo.) ¡Porque habéis de saber que yo soy
Pedro Pablo Rubens!
A este nombre, glorioso en todo el universo, y que ningún hombre consagrado a Dios
desconocía ya, por ir unido a cien cuadros místicos, verdaderas maravillas del arte, el
rostro pálido del Prior se enrojeció súbitamente, y sus abatidos ojos se clavaron en el
semblante del extranjero con tanta veneración como sorpresa.
- ¡Ah! ¡Me conocíais! (exclamó Rubens con infantil satisfacción.) ¡Me alegro en el alma!
¡Así seréis menos fraile conmigo! Conque... ¡vamos! ¿Me vendéis el cuadro?
- ¡Pedís un imposible! -respondió el Prior.
- Pues bien: ¿sabéis de alguna otra obra de ese malogrado genio? ¿No podréis recordar
su nombre? ¿Queréis decirme cuándo murió?
- Me habéis comprendido mal.... (replicó el fraile.)--Os he dicho que el autor de esa pintura
no pertenece al mundo; pero esto no significa precisamente que haya muerto....
- ¡Oh! ¡Vive! ¡Vive! (exclamaron todos los pintores.) ¡Haced que lo conozcamos!
- ¿Para qué? ¡El infeliz ha renunciado a todo lo de la tierra! ¡Nada tiene que ver con los
hombres!... ¡nada!...--Os suplico, por tanto, que lo dejéis morir en paz.
- ¡Oh! (dijo Rubens con exaltación.) ¡Eso no puede ser, padre mío! Cuando Dios enciende
en un alma el fuego sagrado del genio, no es para que esa alma se consuma en la
soledad, sino para que cumpla su misión sublime de iluminar el alma de los demás
hombres. ¡Nombradme el monasterio en que se oculta el grande artista, y yo iré a
buscarlo y lo devolveré al siglo! ¡Oh! ¡Cuánta gloria le espera!
- Pero... ¿y si la rehúsa? -preguntó el Prior tímidamente.
- Si la rehúsa acudiré al Papa, con cuya amistad me honro, y el Papa lo convencerá mejor
que yo.
- ¡El Papa! -exclamó el Prior.
- ¡Sí, padre; el Papa! -repitió Rubens.
- ¡Ved por lo que no os diría el nombre de ese pintor aunque lo recordase! ¡Ved por lo que
no os diré a qué convento se ha refugiado!
- Pues bien, padre, ¡el Rey y el Papa os obligarán á decirlo! (respondió Rubens
exasperado.) -Yo me encargo de que así suceda.
- ¡Oh! ¡No lo haréis! (exclamó el fraile.) ¡Haríais muy mal, señor Rubens! Llevaos el
cuadro si queréis; pero dejad tranquilo al que descansa. ¡Os hablo en nombre de Dios!
¡Sí! Yo he conocido, yo he amado, yo he consolado, yo he redimido, yo he salvado de
entre las olas de las pasiones y las desdichas, náufrago y agonizante, a ese grande
hombre, como vos decís, a ese infortunado y ciego mortal, como yo le llamo; olvidado
ayer de Dios y de sí mismo, hoy cercano a la suprema felicidad!... ¡La gloria!... ¿Conocéis
alguna mayor que aquélla a que él aspira? ¿Con qué derecho queréis resucitar en su
alma los fuegos fatuos de las vanidades de la tierra, cuando arde en su corazón la pira
inextinguible de la caridad? ¿Creéis que ese hombre, antes de dejar el mundo, antes de
renunciar a las riquezas, a la fama, al poder, a la juventud, al amor, a todo lo que
desvanece a las criaturas, no habrá sostenido ruda batalla con su corazón? ¿No adivináis
los desengaños y amarguras que lo llevarían al conocimiento de la mentira de las cosas
humanas? Y ¿queréis volverlo a la pelea cuando ya ha triunfado?
- Pero ¡eso es renunciar a la inmortalidad! -gritó Rubens.
- ¡Eso es aspirar a ella!
- Y ¿con qué derecho os interponéis vos entre ese hombre y el mundo? ¡Dejad que le
hable, y él decidirá!
- Lo hago con el derecho de un hermano mayor, de un maestro, de un padre; que todo
esto soy para él.... ¡Lo hago en el nombre de Dios, os vuelvo a decir! Respetadlo..., para
bien de vuestra alma.
Y, así diciendo, el religioso cubrió su cabeza con la capucha y se alejó a lo largo del
templo.
- Vámonos -dijo Rubens. Yo sé lo que me toca hacer.
- ¡Maestro! (exclamó uno de los discípulos, que durante la anterior conversación había
estado mirando alternativamente al lienzo y al religioso.) ¿No creéis, como yo, que ese
viejo frailuco se parece muchísimo al joven que se muere en este cuadro?
- ¡Calla! ¡Pues es verdad! -exclamaron todos.
- Restad las arrugas y las barbas, y sumad los treinta años que manifiesta la pintura, y
resultará que el maestro tenía razón cuando decía que ese religioso muerto era a un
mismo tiempo retrato y obra de un religioso vivo. Ahora bien: ¡Dios me confunda si ese
religioso vivo no es el Padre Prior!
Entretanto Rubens, sombrío, avergonzado y enternecido profundamente, veía alejarse al
anciano, el cual lo saludó cruzando los brazos sobre el pecho poco antes de desaparecer.
- ¡Él era, sí!... (Balbuceó el artista.) ¡Oh!... Vámonos.... (Añadió volviéndose a sus
discípulos.) ¡Ese hombre tenía razón! ¡Su gloria vale más que la mía! ¡Dejémoslo morir en
paz!
Y dirigiendo una última mirada al lienzo que tanto le había sorprendido, salió del templo y
se dirigió a Palacio, donde lo honraban SS. MM. teniéndole a la mesa.
Tres días después volvió Rubens, enteramente solo, a aquella humilde capilla, deseoso
de contemplar de nuevo la maravillosa pintura, y aun de hablar otra vez con su presunto
autor. Pero el cuadro no estaba ya en su sitio. En cambio se encontró con que en la nave
principal del templo había un ataúd en el suelo, rodeado de toda la comunidad, que
salmodiaba el Oficio de difuntos.... Acercó se a mirar el rostro del muerto, y vió que era el
Padre Prior.
- ¡Gran pintor fue!... (Dijo Rubens, luego que la sorpresa y el dolor hubieron cedido lugar a
otros sentimientos.)¡Ahora es cuando más se parece a su obra!
POEMAS
A la mar
(Francisco de Quevedo)
Otoño
(Octavio Paz)
Te quiero
(Luis Cernuda)
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
Lo inesperado de un amor
(1era parte)
Categoría: Obras de Teatro de Amor, Obras de Teatro de Drama, Obras de Teatro Largas
N° Participantes: 3
TEXTOS POPULARES
CHISTES
Era un hombre que se enfadó con su mujer y decidió no hablarle y ella lo mismo. El
siempre necesita que alguien le despierte a las 7 de la mañana para ir al trabajo y para no
hablarle le escribió en una hoja que le despertara a las siete i ella le contesto en una hoja
que sí, y el feliz se va a dormir. Al día siguiente se levanta y ve que son las 10 de la
mañana y dice porque no lo despertó, se gira y ve en un papel que dice "levantate que
son las 7"
Llega el juez que preside la audiencia. En ese momento, el fiscal se levanta y le grita al
abogado defensor:
-¡Es usted un sinvergüenza!-
El abogado defensor le responde gritando:
-¡Y usted es un ladrón!-
El Juez toma asiento y tranquilamente dice:
-Bueno, ya que ambas partes se han identificado plenamente, podemos dar inicio a la
audiencia.
Llega un tartamudo a la tienda de mascotas…
Dice: oiga cu-cu-cuanto cuesta el pe-pe-pe-rico, que tiene la cabeza co-co–colorada
Contesta el vendedor: mil pesos
Dice el gangoso mil- mil- mil pesos, porque tan ca- ca – caro
Contesta el perico: porque hablo mejor que tu guey!!!
Dios estaba creando el mundo y empezó poniendo el nombre a los animales: -Tu eres
gallina, tu eres caballo, tu eres burro, tu eres elefante...siguió poniéndoles sus nombres.
Al poco rato el burro pregunta: -¿Yo qué era? -Burro... a los dos minutos: -¿Cómo me
llamaba yo? -¡Burro! Y así una docena de veces más... le vuelve a preguntar: -¿Cómo me
llamaba yo? -¡Burro idiota! Y el burro contesta: -Bueno, ya me estaba quedando el
nombre y ahora vas y me pones un apellido.
La profesora le dice a los niños: Mañana tenéis que traer tres cosas para curar; - Va,
Antonio, trae algodón; - ¿Quién te lo ha dado? - mi padre - Para qué sirve: para tapar las
heridas ¿Qué te ha dicho? - que es muy bueno para acompañar con agua oxigenada
Va, cristina: Trae agua oxigenada. - ¿Quién te lo ha dado? - mi padre. - Para qué sirve:
para desinfectar las heridas. ¿Qué te ha dicho? - que es muy bueno para acompañar con
el algodón
Va, Jaimito: Dos bombas de oxígeno. - ¿Quién te lo ha dado? - mi abuelo ¿Qué te ha
dicho? - cabron, cabron...
REFRANES
ADIVINANZAS
En un cuarto me arrinconan
Sin Acordarse de mí
Pero pronto van a buscarme
Cuando tienen que subir.
(La escalera)
LETRA DE CANCIÓN
La Playa
(La Oreja De Van Gogh)
No sé si aún me recuerdas,
Nos conocimos al tiempo
Tú, el mar y el cielo
Y quién me trajo a ti.
El día de la despedida
De esta playa de mi vida
Te hice una promesa:
Volverte a ver así.