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Introducción

Es normal oír decir-incluso dentro del mundo de la psicología- que


Freud está acabado y que sus teorías han quedado obsoletas. No obstante, las
influencias freudianas se hacen eco en nuestro lenguaje y en nuestra
tendencia a la hora de analizar el comportamiento humano. Por otro lado,
desde muy al inicio, a Freud se le ha interpretado mal. Para ello vamos a
hacer un repaso general a algunos puntos clave en el trabajo de Freud para
aclarar ciertos aspectos

Sigmund Freud no utilizó mucho esta palabra, prefería insconsciente,


aunque se le atribuye el descubrimiento del subconsciente, zona ésta de
nuestra capacidad psíquica descrita como una vasta zona donde nada pude
ser pensado, donde todo está oculto y solo mediante la regresión o los sueños
podemos saber de ello.

Por otro lado, Sigmund Freud descubrió que ciertos problemas


psicológicos no tienen conexión biológica, es decir, que son solo problemas
psicológicos para nada producidos por defectos de tipo químico o físico. En
este sentido hay que destacar el mapa psíquico que Freud aportó y que no
tiene conexiones neuronales, por lo tanto, es un mapa que describe un
espacio metafórico aunque que opera en nuestra psique
El psicoanálisis

Con el nombre de psicoanálisis se designa tanto al conjunto de teorías


formuladas por Freud acerca de la estructura y funcionamiento de la psique
humana como al tipo de terapia psicológica basada en la mismas.

En su primer sentido, el psicoanálisis envuelve una concepción


exhaustiva del ser humano que ejercería una profunda influencia en todos los
ámbitos de la cultura, a pesar de que fue polémica y diversamente negada
desde sus inicios.

En la actualidad, habiendo sido repetidamente señalada la


inverificabilidad de algunos de sus dogmas y especulaciones, el psicoanálisis
tiende a considerarse más como una escuela psicológica que como una
ciencia.

De la histeria al psicoanálisis

El psicoanálisis surgió de un método terapéutico para determinadas


enfermedades nerviosas que Sigmund Freud y su colega y compatriota
Joseph Breuer elaboraron conjuntamente hacia 1890 y que daría como fruto
la obra Estudios sobre la histeria (1895).

La primera preocupación de Freud, dentro del campo del psiquismo


humano, fue el estudio de la histeria, a través del cual llegó a la conclusión
de que los síntomas histéricos eran causados por conflictos psíquicos
internos reprimidos.

Con los años llegaría a la convicción de que los trastornos mentales


tienen su origen en la sexualidad, y de que la vida sexual comienza ya en la
primera infancia (mucho antes de lo que en aquellos momentos se pensaba),
tesis que había de concitar numerosas críticas y oponentes a su teoría.
Sigmund Freud

Partiendo del presupuesto de que aquella afección era debida a la


acción de determinados hechos del pasado, los cuales, a manera de traumas,
habían perturbado la personalidad psíquica del sujeto, el tratamiento de la
histeria debía centrarse en que el paciente reprodujera los sucesos
traumáticos que habían ocasionados tales conflictos. Las intensas reacciones
emotivas provocadas por aquellos hechos no habían tenido manera, en su
momento, de manifestarse libremente; habían sido inhibidas, y hasta su
recuerdo había desaparecido de la conciencia del paciente.

Para hallar el rastro de los hechos del pasado responsables de todo el


proceso morboso, Breuer y Freud usaron primero la hipnosis, con la cual se
podían eludir los mecanismos de defensa que determinaban el olvido del
hecho traumático.

Una vez restablecido el recuerdo de aquel hecho, las reacciones


emotivas conexas con él encontraban su normal vía de desahogo,
descargándose en aquellos comportamientos (llanto, actitudes mímico-
expresivas y actividades motoras de géneros diversos) con los cuales
habitualmente se expresan los sentimientos más intensos; ello conducía a una
atenuación progresiva o incluso a una anulación de la hipertensión emotiva.

De esta manera desaparecían también las manifestaciones


sintomáticas y se producía la normalización del enfermo. Breuer y Freud
llamaron «catártico» a ese método, pues la acción terapéutica consistía en
una liberación de estados afectivos enquistados.

Finalizada por profundas desavenencias su colaboración con Breuer,


Freud introdujo otra técnica de tratamiento: la asociación libre. Al principio
era paralela al uso de la hipnosis, que acabó desechando por considerarla
menos efectiva y fiable, y también porque no podía ser usada en toda clase
de pacientes. En las asociaciones libres, el paciente es llevado a un estado de
pasividad y relajación de la atención en el que expresa sin censuras todo
aquello que de forma espontánea le viene a la conciencia (imágenes,
recuerdos, ideas, impresiones).

El trabajo resultaba más largo de esta manera, pero también más


seguro y completo. El material así descubierto era mucho más abundante, y
permitía descubrir no sólo hechos aislados y episódicos (los hechos
traumáticos), sino también diagnosticar aquellas deformaciones generales de
la personalidad causadas por los mismos. Con todo, el objetivo del método
de las asociaciones libres (que es el del psicoanálisis propiamente dicho) es
análogo al del método catártico: se trata en ambos casos de obtener la cura
por medio de una exploración de elementos del pasado encubiertos por un
olvido más o menos total, y siempre activos, aunque inconscientes, en el
psiquismo del sujeto.

El diván de su consulta en Viena

El tratamiento psicoanalítico se enriquecería posteriormente con la


interpretación de los sueños; para Freud, el sueño expresa, de forma latente
y a través de un lenguaje de símbolos, el conflicto que ha originado el
trastorno psíquico.

La interpretación de los sueños es una ardua tarea en la que el terapeuta


ha de vencer la «resistencia» inconsciente del sujeto, que censura su trauma
como forma de defensa ante la ansiedad que causaría la mera evocación del
mismo.

Otro aspecto clave de la terapia psicoanalítica es el análisis de la


«transferencia»: en el curso del tratamiento, los deseos, actitudes y
sentimientos primitivos e infantiles del paciente hacia sus progenitores o
hacia las figuras más representativas de su infancia suelen ser transferidos o
proyectados sobre el terapeuta o sobre otras figuras de su entorno actual (por
ejemplo, su jefe o su cónyuge). Su análisis permitirá al paciente comprender
a qué obedecen dichos sentimientos, deseos y emociones, y reinterpretarlos
sin que ocasionen angustia.

El inconsciente

El psicoanálisis no es únicamente un método terapéutico; es también


una doctrina psicológica completa sobre la personalidad y el funcionamiento
de la mente humana. Las investigaciones de Freud sobre la histeria no
perseguían inicialmente otro objetivo que delimitar sus causas y su
tratamiento, pero le condujeron a la elaboración de un conjunto de hipótesis
que explicaban la vida mental del hombre, tanto en su desarrollo normal
como en sus alteraciones y trastornos.

En diversas etapas y con algunas revisiones o matizaciones, Freud


acabaría trazando una teoría general del dinamismo psíquico, de su
evolución a través de los sucesivos períodos de desarrollo y del impacto de
la sociedad, la cultura y la religión en la personalidad.

En su formulación topográfica, Freud incluyó en el psiquismo tres


sistemas: uno consciente; otro preconsciente, cuyos contenidos pueden pasar
al anterior; y otro inconsciente, cuyos contenidos no tienen acceso a la
conciencia. La represión es el mecanismo que hace que los contenidos del
inconsciente permanezcan ocultos.

La vida psíquica se desenvuelve, pues, en tres regiones propias: la


conciencia, lo preconsciente y el inconsciente, las cuales no están separadas
entre sí, sino en íntimo y constante contacto. Lo inconsciente,
fundamentalmente constituido por impulsos y tendencias, ejerce
constantemente su acción sobre nuestra vida consciente, expresándose en
ella y buscando formas de apaciguamiento.

Sigmund Freud

No solamente los síntomas neuróticos, sino otras muchas


manifestaciones que pueden encontrarse en individuos sanos (y que tienen
apariencia de elementos accidentales de nuestra vida psíquica) constituyen
en realidad la expresión de tendencias subconscientes. En algunas obras que
siguen siendo fundamentales para el psicoanálisis, Freud ilustró los
mecanismos por los cuales las tendencias del subconsciente se expresan en
nuestros sueños (La interpretación de los sueños, 1900), en los lapsus,
olvidos y leves trastornos momentáneos que se producen con mayor o menor
frecuencia en la vida de cada cual (Psicopatología de la vida cotidiana, 1904),
en los chistes que se nos ocurren (El chiste y su relación con lo inconsciente,
1905) e incluso en las creaciones que poetas y artistas producen para nuestro
deleite.

El Yo, el Ello y el Superyó

Freud no podía limitarse a examinar cómo se expresa el inconsciente


en las diversas producciones de la actividad psíquica; necesariamente hubo
de plantearse tanto el problema de los mecanismos que mantienen
inconscientes determinados impulsos y tendencias como el de la naturaleza
de esos impulsos. En los años 20, en obras como El Yo y el Ello (1923),
Freud expuso un nuevo análisis del psiquismo que complementa al anterior;
en esta formulación estructural, el aparato psíquico está formado por tres
instancias. La primera, el Ello, es la instancia inconsciente que contiene todas
las pulsiones y se rige por el denominado principio de placer. La segunda, el
Yo, tiene contenidos en su mayoría conscientes, se rige por el principio de
realidad y actúa como intermediario entre el Ello y el Superyó, la tercera
instancia del aparato psíquico. El Superyó, por último, representa las normas
morales e ideales.

El Ello, presente desde el nacimiento, es la base de la personalidad;


contiene todos los instintos y recibe su energía de los procesos corporales.
Que el Ello ser rija por el principio de placer significa que evita el dolor y
busca el placer mediante dos procesos: las acciones reflejas y un modo de
acción que se denomina proceso primario. Los reflejos son acciones innatas
que reducen la incomodidad de inmediato, como por ejemplo un estornudo.
Un proceso primario puede ser, por ejemplo, la fantasía, es decir, crear una
imagen satisfactoria de lo que se desea. Por ejemplo, si se tiene hambre, se
puede comenzar a imaginar la comida preferida; obviamente, la fantasía no
basta para satisfacer el hambre ni cualquier otra necesidad posible.

Así pues, es función del Yo tratar con la realidad y satisfacer las


demandas del Ello, ya que éste no puede determinar la diferencia entre lo
que existe en realidad y lo que está en la mente. El Yo, en cambio, puede
establecer esta distinción, y opera según el principio de realidad, haciendo
de mediador entre los deseos del Ello y las realidades del mundo exterior. El
Yo intenta satisfacer las urgencias del Ello del modo más apropiado y eficaz.
Por ejemplo, el Ello puede urgir a la persona a ir a dormir de inmediato, sin
que importe dónde se encuentre; el Yo retrasa el sueño hasta encontrar un
momento y lugar convenientes.

Según Freud, el proceso de represión que impide al inconsciente


expresarse en la conciencia se produce por el hecho de que ciertas tendencias
contrastan con lo que quisiéramos ser, razón por lo cual las rechazamos y no
queremos reconocerlas como propias. Este yo ideal no incide en nosotros
como un modelo que tenemos presente, sino que se erige en referencia de
una instancia autónoma, el Superyó, autoridad interior que nos hace sentir
sus imperativos y ejerce en nosotros su dominio. Algunas veces se deja sentir
abiertamente como voz de la conciencia, sentido del deber, remordimiento,
etc. Pero actúa también inconscientemente en forma automática y silenciosa,
produciendo precisamente, entre otras cosas, la represión.

Freud considera el Superyó como el heredero interior de aquella


autoridad exterior que en la infancia está constituida por los padres. Por un
lado, los padres representan para el niño un ideal, lo que el niño aspira a
llegar a ser. Por otro, y por medio de la acción educativa y de las limitaciones
impuestas al niño, los padres constituyen el primer freno exterior a los
impulsos instintivos. Debido a la identificación con los padres, la primitiva
autoridad exterior se torna autoridad interior, en un proceso denominado
«introyección».

Tanto el Superyó como el Ello actúan autónomamente en nuestra vida


psíquica, haciendo sentir incesantemente su acción y agitación sobre el Yo.
Los conflictos interiores se desenvuelven precisamente entre estas tres
instancias en sus relaciones con aquella otra constituida por las exigencias
del mundo exterior. En obras como Inhibición, síntoma y angustia (1926),
Freud describió la neurosis como una opresión sobre el Yo ejercida por la
excesiva aspereza del Superyó o por la violencia de las tendencias del Ello.

Pulsiones y sexualidad

Paralelamente a este examen de la dinámica de la psique, Freud indagó


en la naturaleza de los contenidos del inconsciente. En este campo, el
concepto fundamental en la teoría freudiana es la «pulsión» (triebe, en
alemán), tensión o impulso que tiende a la consecución de un fin y deriva en
distensión y placer cuando el fin es obtenido; es la pieza básica de la
motivación. El placer viene dado por la ausencia de tensión y el displacer
por la presencia de la misma; el organismo, inicialmente, se orienta hacia el
placer (principio de placer) y evita las tensiones, el displacer y la ansiedad.

Inicialmente, Freud diferenció dos tipos de pulsiones: los impulsos del


yo o de autoconservación y los impulsos sexuales. El estudio de la sexualidad
(infantil y adulta, perversa y normal, en el hombre sano y en el neurótico)
indujo a Freud a concebir el impulso sexual como una energía, la «libido»,
que tiende a polarizarse hacia un objeto (un individuo del sexo opuesto) con
la finalidad específica de la actividad sexual.

No obstante, dicha energía o libido subsiste aunque no se encamine


hacia su objeto y finalidad específicas, y puede orientarse entonces a objetos
y finalidades impropias. De este modo, incluso lo que se llama amor ideal o
asexual (o «sublimado», como técnicamente lo designa el psicoanálisis) o el
conjunto de los sentimientos que enlazan al hombre con los demás hombres
(sentimientos sociales) pueden entonces aparecer como expresiones de la
libido. La atenuación de los sentimientos sociales en el hombre enamorado
o la disminuida importancia de la sexualidad en los individuos capaces de
grandes sublimaciones son ejemplos que justifican este concepto de una
energía única que puede canalizarse en variadas direcciones, ser
diversamente utilizada y asumir formas distintas.

Consideraciones análogas permiten establecer una conexión entre los


instintos sexuales y las fuerzas instintivas por las cuales el individuo procura
su propia conservación, defensa y valorización personal, puesto que la
potenciación de los impulsos de conservación se realiza en detrimento de los
sexuales, y viceversa. Por esta razón, en obras ulteriores como Introducción
al narcisismo (1914), Freud ensanchó el concepto de libido, considerándola
como una energía que, en las muy variadas formas antes mencionadas, puede
proyectarse al exterior, sobre un objeto (libido objetual), o bien
reconcentrarse hacia el interior, es decir, hacia la defensa y la protección del
propio yo (libido narcisista).

La teoría de los impulsos experimentaría todavía nuevas revisiones en


ensayos como Más allá del principio del placer (1920), en el que aparece un
segundo grupo de instintos, los instintos de muerte, difíciles de identificar,
ya que muy a menudo su acción es más silenciosa y oscura. De este modo,
la globalidad de la doctrina freudiana distingue entre «pulsiones de vida»
(Eros), que propician la supervivencia y la reproducción y que incluyen las
dos de la formulación anterior, y «pulsiones de muerte» (Thánatos),
entendidas como la tendencia a la reducción completa de tensiones. También
la pulsión de muerte, como la libido, puede ser derivada al exterior y
manifestarse como agresividad hacia los hombres y las cosas. Sin embargo,
a menudo se concentra sobre el yo como autoagresión; las neurosis graves
poseen siempre un fortísimo componente autoagresivo.

El desarrollo de la sexualidad

Freud aportó asimismo una visión evolutiva respecto a la formación


de la personalidad al establecer una serie de etapas en el desarrollo sexual.
En cada una de las etapas, el fin es siempre común: la consecución de placer
sexual, que apacigua las tensiones de la libido. La diferencia entre cada una
de ellas está en el objeto que proporciona el placer. El niño recibe
gratificación instintiva desde diferentes zonas del cuerpo en función de la
etapa en que se encuentra; de este modo, a lo largo del crecimiento, la
actividad erótica del niño se centra en diferentes zonas erógenas.

La primera etapa de desarrollo es la etapa oral, en la que la boca es la


zona erógena por excelencia; es la fase del lactante, en la que se configura
un primer objeto de placer, el pecho de la madre, y comprende el primer año
de la vida. A continuación se da la etapa anal, que va hasta los tres años: el
niño empieza a objetivarse a sí mismo como foco de placer y, a la vez, a
ejercitarse en el autocontrol; el placer se encuentra en la liberación de
productos de desecho, que reduce la tensión.

Le sigue la etapa fálica, alrededor de los cuatro años, en la que el niño


comienza a desarrollar el interés por el padre del sexo opuesto y pasa por el
llamado «complejo de Edipo». Después de este período, la sexualidad
infantil entra en una etapa de latencia (desde los cinco a los doce años de
edad aproximadamente), en la que los instintos sexuales se reprimen hasta
que se reactivan por los cambios fisiológicos que se producen en el sistema
reproductivo durante la pubertad.

Con la pubertad comienza la etapa genital, en la que el individuo


desarrolla la atracción hacia el sexo opuesto y se interesa por formar una
unión amorosa con otro. Éste es el estadio más largo, pues dura desde la
adolescencia hasta la senilidad; se caracteriza por la socialización, la
planificación vocacional y las decisiones acerca del matrimonio y la
formación de una familia. Freud sugiere que, dentro de este proceso
evolutivo de nuestras capacidades eróticas, algunos conflictos son
especialmente centrales; así, el citado complejo de Edipo es un crucial nudo
de tensiones: el deseo de apropiarse del primer objeto erótico (la madre) entra
en conflicto con la figura paterna, que encarna la autoridad.

A través de estas fases se va constituyendo nuestra compleja identidad:


la honda capa del Ello se compone de impulsos y deseos, muchas veces aún
informes o que no encuentran objetos a los que orientarse; la superior capa
de los ideales e imposiciones normativas constituye el Superyó. En medio,
el fluctuante mundo del Yo, que integraría, en sus expresiones maduras, un
equilibrio tanto erótico como estético o moral y que, en las personalidades
dañadas o patológicas, naufraga entre los impulsos no canalizados del deseo
y las normas sólo represivas de la autoridad. Paralelamente a esta evolución
intrapsíquica, se va dando en el sujeto un proceso de socialización en el que
se moldean las relaciones con los demás; para la formación de la
personalidad son de suma importancia los procesos de identificación
(habitualmente, con los padres o figuras relevantes en la infancia), que
permiten al individuo incorporar las cualidades de otros en sí mismo.

Su influencia

Ya en sus comienzos, y también en la actualidad, las doctrinas


psicoanalíticas suscitaron grandes pasiones y controversias, y contaron con
tantos defensores como detractores. Entre las críticas que se formularon
contra las tesis de Sigmund Freud, las principales fueron la falta de
objetividad de la observación y la dificultad de derivar hipótesis específicas
verificables a partir de la teoría.

A pesar del cuestionamiento a que fueron sometidas las ideas


freudianas, especialmente en los círculos médicos, su trabajo congregó a un
amplio grupo de seguidores. Entre ellos se encontraban Karl Abraham,
Sandor Ferenczi, Alfred Adler, Carl Gustav Jung, Otto Rank y Ernest Jones.
Algunos de ellos, como Alfred Adler y Carl Gustav Jung, fueron alejándose
de los postulados de Freud y crearon su propia concepción psicológica. De
este modo, tras haber protagonizado una verdadera revolución en la
psicología y el pensamiento de la época, el psicoanálisis perdió su
conformación unitaria y sirvió como base para el desarrollo y proliferación
de un gran número de teorías y escuelas psicológicas; muchos de sus
conceptos, sin embargo, acabarían pasando de los ámbitos especializados a
la vida cotidiana, hasta configurar en gran medida el modo en que
entendemos y percibimos nuestra propia mente.
Conclusión

El psicoanálisis es una de las principales ramas o escuelas de la


psicología. a tenido repercusiones muy importantes en la forma en que esta
ciencia trabaja, en sus principios y en su aplicación, sobre todo en la
aplicación clínica a través de los psicólogos.

De la misma manera ayuda al individuo a dar con los cambios que


debe aplicar en su vida para resolver los problemas que dañan su equilibrio
emocional y bienestar. Pero, además de un método terapéutico, el
psicoanálisis es una teoría que explica la conducta humana recurriendo a la
investigación de los procesos mentales inconscientes. Una de las
importancias que tiene el psicoanálisis es que desvela al paciente conflictos
inconscientes que éste desconoce y es incapaz de descubrir por sí mismo
pero que están marcando nuestra vida.

Considero de suma importancia el retomar estos aspectos que


proponen estos psicoanalistas ya que a través de estos escritos me doy cuenta
de la importancia que es el que nuestros alumnos e hijos no se queden fijados
en alguna etapa psicosexual, también considero muy importante el conocer
nuestro inconsciente o subconsciente que nos está tratando de decir que algo
anda mal de la misma manera podemos contribuir para apoyar a los demás y
a nosotros mismos.

Pienso que es muy importante para cada ser humano ya que por medio
de este llegamos a conocernos y a comprendernos y así al comprender
nuestras situaciones sabremos lo que queremos y a donde queremos llegar y
por lógica al saber lo que sentimos y como actuamos podemos llegar a
comprender a los demás.

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