Anda di halaman 1dari 3

Los caníbales de la Patagonia:

Un episodio oscuro y escalofriante que se intenta ocultar


Más de 100 víctimas fueron asesinadas y presumiblemente devoradas por los caníbales
de la Patagonia.
El inquietante caso fue conocido como “La matanza de los turcos”. De los expedientes
guardados en el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro, surge que más de cien
comerciantes trashumantes de origen sirio–libanés habrían sido asesinados y
canibalizados por indígenas mapuches.

Los “mercachifles”
A los vendedores trashumantes se les conoció como “mercachifles” debido a su
costumbre de anunciarse a las poblaciones o estancias donde llegaban haciendo sonar
una especie de silbato o chifle. “Eran libaneses apenas llegados al país, que salían desde
Neuquén y General Roca, en grupos de 2 y 3, acompañados por algunos peones y
baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”.

Partidas sin regreso


Las desapariciones de “turcos” ocurrieron entre 1905 y 1908, o quizás también durante
la primera mitad de 1909. La primera denuncia formal sobre desaparición de ciudadanos
sirios-libaneses en Patagonia fue presentada en abril de 1909 en el paraje El Cuy, de
apenas un centenar y medio de habitantes, por el comerciante Salomón El Dahuk (o
Eldahuk) ante la falta de noticias de José Elías, quien acompañado del peón también
árabe Kesen Ezen, se internara en la Patagonia unos meses antes.

El denunciante agregó que Elías había partido desde General Roca en agosto de 1908,
con mercadería suya y pactado que regresaría antes de noviembre. Era habitual que
sirios–libaneses ya instalados, ayudaran a sus “paisanos” recién llegados con
mercaderías en consignación a fin de que pudieran comenzar una actividad rentable.
Estos se internaban en la meseta ofreciendo productos en las poblaciones y estancias
alejadas, volviendo varios meses después. También informó el denunciante, que Elías y
su peón, habían sido vistos por última vez en octubre de 1908, en el paraje conocido
como “Lanza Niyeo”. Agregando que unas semanas después fueron vistas las dos mulas
y el caballo de Elías deambulando por la meseta. Por lo cual tenía la seria sospecha que
Elías y su peón podrían haber sido asesinados.

La punta de la madeja
Los rumores sobre “turcos” desaparecidos en Patagonia crecían. Llamaba
poderosamente la atención que desde 1905 no regresaba ninguno de los “mercachifles”
que se internaban en la meseta. De hecho, la firma El Dahuk o Eldahuk Hnos. tenía
registrado entre sus deudores a 55 vendedores ambulantes de origen árabe que no
habían regresado a regularizar su deuda, entre ellos a José Elías.

Por lo tanto, cuando el comerciante presentó la denuncia formal, el gobernador del


Territorio de Río Negro, Carlos Gallardo, ordenó de inmediato al jefe de policía
investigar lo que estaba sucediendo. Designaron al comisario José Torino, un estricto
funcionario que no dudaba en utilizar “mano dura” para castigar a vagos, maleantes y
forajidos. Torino conformó una partida de 10 hombres curtidos en la bravura y clima de
la región.
En conocimiento que los “turcos” solían salir de General Roca hacia el sur y recorrían el
territorio en 2 o 3 meses, pasando luego por el paraje “Lanza Niyeo” y más tarde por
“Lagunitas”, realizó el mismo recorrido. Al principio se encontró con el silencio
obstinado de los pocos pobladores. Todos los habían visto pasar, pero no sabían nada
más.

La confesión
Todo cambió cuando detuvieron a unos mapuches que interrogados confesaron varios
crímenes, pero que no estaban relacionados con las desapariciones de “turcos”. Fue
entonces que el olfato de investigador del comisario Torino le guió directamente hasta
“Lagunitas”, donde procedió a detener a un menor llamado Juan Aburto. El joven
confesó enseguida que en el toldo (vivienda o choza) de Ramón Sañico, habían matado
algunos días atrás a 3 sirios. También, que en otras oportunidades, habían matado a los
“turcos” que llegaban hasta allí.

Con la suerte ahora de su lado, Torino llegó hasta el toldo de Ramón Sañico, quien ya
había huido pero pudo recuperar varios objetos robados. El rápido despliegue policial
permitió ir apresando a todos los integrantes de la banda y recolectar pruebas. No tardó
en localizar los toldos de Antonio Cuece, quien al parecer era mujer que vestía de
hombre y machi (bruja o curandera), conocida bajo el alias de “Macagua”.

Junto a ella estaba el huinca (hombre blanco) Pablo Berbránez, chileno, alto, rubio, de
ojos verdes y elegante vestir de negro -según le describe el historiador Elías Chucair-
cuya curiosa personalidad le llevaba a ser también Juez en Toltén, Chile. Ambos
ejercían el liderazgo sobre los capitanejos comandados por Pedro Villa, Bernardino
Aburto, Francisco Muñoz y Julián Benigno Muñoz, todos ellos con frondosos
prontuarios delictivos. Durante los cuatro meses que duró la investigación el comisario
Torino detuvo e interrogó a unas 80 personas.

La región donde se desarrollaron los hechos


En aquella época, las poblaciones más numerosas de la región eran “El Coy”, con un
centenar y medio de habitantes y “Lagunitas”, de apenas un centenar. En su gran
mayoría eran indígenas procedentes de Chile que se dedicaban a la crianza de ganado
lanar y yeguarizos, además de la cacería de avestruces y guanacos. Sin embargo, la
ausencia de control policial favorecía también la presencia de delincuentes dedicados al
robo, pillaje y todo tipo de crímenes. Eran tiempos en que lo habitual era el robo y
tráfico de ganado a Chile. Fue en ese lugar desierto y peligroso en que los mercachifles
se aventuraban con sus carros cargados de productos.

Violencia y sin razón


Según consta en las declaraciones, los capitanejos al recibir noticias de la llegada de
algún “mercachifle” a la región, reunían a sus secuaces e invitaban a los comerciantes
ambulantes con asado de cordero, vino y otras delicias. En cuanto se descuidaban los
mataban y procedían a robarles el dinero, ropa, alhajas y la mercadería que
transportaban. Luego, les extraían los corazones y los testículos, que según entendían
aquellos delincuentes, eran atributos que consumidos les dotarían de virilidad y fortuna.
Aquellas partes eran charqueadas, asadas y posteriormente repartidas entre todos los
participantes.
“Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, Julián Muñoz les dijo a los
presentes: “Antes, cuando era yo capitanejo y sabíamos pelear con los huincas,
sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he probado nunca y ahora voy
a saber qué gusto tiene”.

El resto de los cadáveres y pertenencias no robadas eran incinerados. Una vez


reducidos, los huesos eran molidos y guardado ya que según creían era un útil gualicho
(conjuro) para no ser descubiertos. En cuanto a la machi “Macagua”, otros detenidos la
señalaron como la encargada de extraer las vísceras para realizar con ellas “remedios”.
En su rancho se encontraron varios corazones y partes humanas desecadas.

“Todos pa’dentro”, dicen que repetía el comisario Torino, asqueado ante aquellos
asesinos mientras los ataban con tientos a sus cabalgaduras para partir en caravana
destino a General Roca, a 22 días de distancia. Antes de arribar con los 45 hombres y 8
mujeres detenidos, la ciudad solicitó refuerzos policiales ante la conmoción general que
produjo el descubrimiento de hechos tan repulsivos.

Cosas raras, injusticias y complicidades


Quizás habrá sido por sus poderes mágicos, no se sabe, pero la machi nunca fue
arrestada. El comisario Torino la describió como una mujer vieja y moribunda, postrada
en una cama con tuberculosis avanzada y sífilis, y que por eso no la llevó con el resto de
los detenidos. Sin embargo, unas semanas después le llegó información sobre que la
machi había sido vista vagando por el desierto. Envió una comisión policial pero la
toldería estaba desierta. Lo curioso, es que sobre una mesa habían dejado un papel
firmado por un poderoso patrón de estancia de la zona que le pedía al comisario dejar a
la mujer tranquila “porque era una buena persona y no le hace mal a nadie”. Misterio.
Las acusaciones por abuso de autoridad y procedimientos ilegales para obtener las
declaraciones de los detenidos llevó a que el comisario Torino y sus hombres fueron
encarcelados y suspendidos. El juicio duró 4 años y ninguno retornó a la institución
policial. Sin embargo, la mayoría de los procesados recuperaron su libertad al poco
tiempo. Resulta extraño que ningún funcionario saliera en defensa del eficiente
comisario Torino, quien sufriera diversos vejámenes durante su detención. Apenas la
pequeña comunidad sirio-libanesa fue la que se acercó y pago un abogado que le
defendiera.

Anda mungkin juga menyukai