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El origen de nuestros partidos políticos lo debemos buscar en la lucha entre unitarios y

federales, especialmente a partir del Congreso de 1824 donde se enfrentan en las históricas
deliberaciones ambos partidos, sustentando opuestas ideas de gobierno, doctrinas filosóficas,
políticas, sociales y aun económicas, demostrando una íntima cohesión y un plan definido en el
orden de la organización constitucional del país. Durante toda la época de las guerras civiles
hasta Caseros perduran estos dos partidos tradicionales. Desde 1852 hasta 1862 prosigue el
partido federal, que durará hasta 1870; por su parte el partido unitario es absorbido por el
partido liberal o porteño, acaudillado por Bartolomé Mitre. En 1862, a raíz del grave problema
suscitado con la capital de la República, el panorama va a sufrir algún cambio. Como ya hemos
estudiado, Mitre, en su carácter de encargado del Ejecutivo nacional después de Pavón, envía
un proyecto de ley al Congreso donde se federaliza por tres años no sólo la de Buenos Aires
sino toda la provincia. Esto trae la oposición tanto de la legislatura como de todo el pueblo de
Buenos Aires que ve en este acto un atropello a su soberanía. La firma de la llamada ley de
compromiso no calma los ánimos. En la misma ciudad van a convivir ambas autoridades: la
nacional y la provincial; pero el partido liberal se dividirá como consecuencia de esto. Por un
lado, surgirá el partido autonomista, sosteniendo como jefe a Adolfo Alsina, proclamando los
derechos inalienables de la provincia de Buenos Aires, su autonomía y su libertad. Por el otro,
los adictos a Mitre proseguirán defendiendo la bandera del partido liberal o nacionalista. Los
autonomistas fundan el Club Libertad, los mitristas el Club del Pueblo. Con motivo de la
sucesión presidencial, próximo a expirar el período de Mitre, los tres partidos salen a la
palestra sosteniendo a los diversos candidatos que pugnan por obtener la presidencia de la
República. La muerte de Urquiza en 1870 provoca la disolución del partido federal que, hasta
las últimas elecciones, donde triunfó Sarmiento, había proclamado la candidatura de Urquiza
para la presidencia. La desaparición del caudillo entrerriano dejaba sin cauce ni orientación a
una gran masa electoral, ubicada al margen de toda política porteña. Esto dio origen a que
Nicolás Avellaneda, hombre del interior y ministro de Sarmiento, nucleando esas fuerzas
dispersas, aunque no en su totalidad, fundara el partido nacional. Sus miras estaban puestas
en las próximas elecciones para presidente, donde fue postulado como candidato. Por su parte
los liberales sostuvieron a Mitre y los autonomistas a Alsina. Las elecciones previas para
diputados nacionales revelaron que Avellaneda era el candidato más firme para llegar a la
primera magistratura del país; pero, como el triunfo sobre los mitristas fue por escaso margen,
el hábil tucumano comprendió que para asegurarse el triunfo en las elecciones presidenciales
tenía que buscar una unión, un apoyo. Así fue como llegaron a un acuerdo Alsina y Avellaneda,
fundado el partido autonomista nacional. Alsina retiró su candidatura y el nuevo partido
obtuvo un resonante triunfo en todo el país proclamando la fórmula Avellaneda-Acosta, que
consiguió ciento cuarenta y 571 cinco votos en el escrutinio realizado por el Congreso contra
setenta y nueve que alcanzó el binomio Mitre-Torrent. Como ya es sabido los liberales no
aceptaron el resultado de los comicios por considerar que se había ejercido violencia en ellos,
y afirmando que habían sido derrotados por el fraude pretendieron sostener sus derechos
mediante las armas. La revolución fue sofocada, luego de algunos combates parciales. A pesar
de ello, el clima de insurrección prosiguió una vez asumido el poder por Avellaneda. Como
resultado de una serie de tratativas por llegar a la pacificación, se convino en mayo de 1877 la
famosa conciliación que aunó, aunque temporariamente, al partido autonomista nacional con
el liberal o nacionalista. Esta unión circunstancial produjo una escisión dentro del
autonomismo, que trajo como consecuencia la aparición del partido republicano. En sus filas
se alistaron los viejos federales de Buenos Aires, llevando como candidato para la gobernación
de la provincia a Aristóbulo del Valle. La muerte de Adolfo Alsina, producida en 1877 dio origen
a la desunión de los partidos coaligados, pues Bartolomé Mitre trató de reunir en torno a su
persona a autonomistas y liberales, con miras a la futura presidencia de la República. Mientras
tanto, próximo a su fin el gobierno de Avellaneda, los partidos comenzaron a trabajar en pro
de las candidaturas. El gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor levantó la suya, llevando
como vice a Saturnino Laspiur. Frente a esta fórmula, fruto de los partidos aún coaligados y
expresión del localismo porteño surgió la candidatura de Julio Argentino Roca, sostenida por
las provincias del interior, aglutinadas bajo el prestigio del afortunado militar que lucía los
frescos laureles que había brindado su campaña del desierto. El triunfo correspondió a Roca,
así lo decidieron los electores pero el Congreso no pudo realizar el escrutinio en razón de que
los hombres de Buenos Aires que apoyaban a Tejedor se alzaron contra el gobierno nacional
presidido por Avellaneda. Trasladado el Congreso y el Ejecutivo nacional a Belgrano,
comenzaron los combates entre ambas fuerzas que, como ya sabemos dieron como resultado
el triunfo del gobierno federal. Superados los aciagos momentos, el Congreso solucionó
definitivamente el problema capital y el 12 de octubre de 1880 fueron proclamados
solemnemente como presidente de la República el general Roca y Francisco Madero como
vice. Esta revolución del 80 fue un rudo golpe para el partido liberal que, prácticamente,
quedó disuelto luego de haber proclamado la abstención. Por su parte, el partido autonomista
nacional, dueño de la situación, inauguró la era de su verdadero predominio apoyando
incondicionalmente al nuevo gobernante.

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