UN CURSO EN MILAGROS
EL CRISTIANISMO
INTRODUCCION..........................................................................
Resumen .................................................................. 58
PARTE IV - JESUS
EPILOGO
INDICES
Con motivo de esta nueva edición de Forgiveness and Jesus (El perdón y
Jesús), quisiera, en un espíritu de retrospección, discutir el libro en el
contexto global de mi obra y de mi enseñanza hasta el momento. Publicado
en 1983, Forgiveness and Jesus (El perdón y Jesús) fue realmente mi primer
libro. Le precedió un folleto, "Psicología cristiana en Un curso en milagros,"
el cual se publicó en 1978, y un libro de referencias, Glosario-Indice para UN
CURSO EN MILAGROS, el cual se completó en el 1982.
No obstante, yo estaba intrigado por la idea de una obra así para una
lectoría judía, por lo menos al principio, y realmente escribí una pieza inédita
de cincuenta páginas titulada "Jesús y el mensaje de salvación: Una
aplicación de Un curso en milagros. " Mi propósito era resumir las
enseñanzas del Curso, y específicamente la importancia del Jesús histórico
como portador del mismo-todo esto en unos términos que los judíos y otros
lectores no cristianos encontraran aceptable. Empecé en la manera siguiente:
Los dos años siguientes fueron difíciles, en la medida que luchaba no muy
exitosamente por integrar estos mundos interno y externo con mi vida
personal y profesional. El que terminara la disertación había fortalecido mi fe
en este mundo interior, pero eso añadía una tensión a mi funcionamiento
externo. Seguía adelante lo mejor que podía, pero mi temor interno era
desconocido incluso para mí. Sólo sabía que "algo" dentro de mí necesitaba
protección, y que esta preocupación precedía a alguien o a algo más.
Desafortunadamente fue así. Dos años más tarde, mi esposa y yo nos
separamos (más tarde nos divorciamos), y nuestra hija de un año permaneció
con ella. Me mudé al norte de Nueva York y tomé un empleo en un hospital
mental del estado.
A fines del mes, hice algo que había retrasado por algún tiempo. Regalé
todo lo que poseía y tomé una habitación amueblada en las inmediaciones del
hospital, con la esperanza de que el despojarme de mis posesiones
mágicamente me traería paz. Aunque eso no ocurriría, sí me sentí bien acerca
de mi próximo paso, y esperaba ávidamente mi viaje al monasterio trapense
de Merton a mediados de agosto.
Cuando llegué al monasterio, tuve el rarísimo sentimiento de que había
llegado a casa, algo que difícilmente esperaría sentir un muchacho judío
procedente de Brooklyn. Estaba tan entusiasmado con la vida monástica que
durante la misa de la siguiente mañana, un día especial dedicado a María,
decidí que Dios quería que me convirtiera en católico. Fuertemente asociado
con esto estaba mi deseo de convertirme en monje. No estaba preocupado por
mi falta de interés en Jesús o en la iglesia. Todo lo que importaba era mi
convencimiento de que ésta era la Voluntad de Dios. Hablé con algunos
monjes y esto reforzó mi decisión. A mi regreso al hospital, hablé con el
capellán católico y poco después me bauticé como católico.
Aun para el observador más casual, está claro que el elemento más
dominante a través de dos mil años de historia occidental ha sido el
cristianismo, y esta influencia ha penetrado en todo aspecto primordial de
nuestra sociedad. Nuestros años se enumeran desde el presunto nacimiento de
Jesús, y ni una sola persona, sin importar su religión, se ha librado de la
influencia de Jesús y de las religiones que tomaron su nombre. También es
evidente que el cristianismo no ha sido muy cristiano. Nietzche comentó que
"en verdad, hubo un solo cristiano, y él murió en la cruz," mientras que
Chesterton señaló que el problema con el cristianismo es que "ha resultado
difícil y permaneció no probado."
Cada uno de nosotros está más que familiarizado con los sentimientos de
culpa relacionados con cosas de nuestro pasado. La historia de nuestras vidas
individuales puede verse, desde este punto de vista, como una letanía de
nuestra culpa por lo que hemos hecho o no hemos hecho, dicho o no dicho,
pensado o no pensado. Nos sentimos culpables porque fastidiamos a un
hermano menor, nos sorprendieron robando dulces en la tienda del
vecindario, cortamos clases para irnos de pesca o para ver un partido de
béisbol, o nos castigó la maestra por hablar en la clase o por no hacer la tarea.
Como adultos nos sentimos culpables por haber sido crueles con algún
necesitado, por haber perdido la paciencia, por haber cometido fraude en el
informe de contribución sobre ingresos, por no haber sido fieles a los
mandamientos, por no llevar a cabo los ritos religiosos prescritos o por
abrigar sentimientos sexuales hacia personas prohibidas por las normas de
moralidad.
La culpa surge del pecado, el cual el Curso define en un punto como falta
de amor (T-1.IV.3:l), la condición de la post-separación. El pecado es la
creencia de que podemos y de hecho nos hemos separado de nuestro Creador,
Quien es Amor. En este sentido la opinión del Curso sería equivalente a la
interpretación judeo-cristiana del pecado original, cuando el pensamiento de
separación entró furtivamente en la mente del Hijo de Dios. Es la aparente
realidad de la separación la que fabrica al ego, o falso yo, que surge en
oposición al Ser que Dios creó uno con El. La culpa nos dice que hemos
pecado, y por lo tanto establece la realidad del pecado. El ego, que es esta
creencia en un Ser separado, ahora se protege proyectando este pensamiento
original de separación, del cual surge un mundo de forma que parece existir
separado de la mente dividida que lo pensó. Como dice el Curso:
Aun lo que nos produce placer en este mundo no es lo que parece: "Y
mientras creas que [el cuerpo] puede darte placer, creerás también que puede
causarte dolor" (T-19.IV-A. 17:11). Los objetos de placer también nos
causarán dolor por dos razones principales: su ausencia, una vez nos hemos
hecho dependientes de ellos, se experimentará como una carencia y
privación, y por lo tanto será dolorosa; en segundo lugar, cuando
experimentamos algo en el mundo material como una fuente de placer, y
creemos que su presencia es esencial para nuestro bienestar, le estamos dando
un poder y una realidad que verdaderamente no tiene, y estamos negando el
poder y la realidad que Dios o el espíritu sí tiene. Al utilizar el mundo como
substituto del papel que sólo Dios debe tener en nuestras vidas, nuestra
creencia en la separación de Dios se refuerza, y es esto lo que dio origen al
mundo del sufrimiento y del dolor en primer lugar. Como dice el Curso:
"Todo placer real procede de hacer la Voluntad de Dios" (T-1.VII.1:4).
Volveremos a este asunto cuando discutamos las relaciones especiales.
Podemos observar este mismo principio del placer equiparado con el dolor
en el mundo de la naturaleza. Lo que vemos y admiramos como belleza
también puede dar rienda suelta a la destrucción y a la catástrofe. El cálido
sol que sustenta la vida puede producir calor tan abrasador que mate. La
suave lluvia que nutre nuestro suelo, cuando es excesiva, ocasiona
inundaciones que destruyen pueblos y villas. La prolongada ausencia de
lluvia, por otra parte, causa sequías que nos privan del sustento que su
presencia nos ha provisto.
las grandes tortugas marinas se arrastran fuera del mar para su postura
anual de huevos... Una vez al año la tortuga marina hembra se arrastra
fuera del mar ecuatorial hacia la llameante arena de la playa de una
isla volcánica para cavar un hoyo en la arena y depositar sus huevos
allí. Es una lucha larga y espantosa, el depositar los huevos en los
hoyos en la arena, y cuando termina, la hembra exhausta se arrastra
hacia el mar medio muerta. Ella jamás ve a su prole.... [Mientras
tanto] el cielo también [está] en movimiento... ¡Repleto de pájaros
devoradores de carne y el ruido de los pájaros, los horribles gritos
salvajes de loscarnívoros pájaros ... a medida que las tortugas marinas
acabadas de empollar luchaban por salir de los hoyos en la arena e
iniciaban su carrera al mar... para escapar de los pájaros devoradores
de carne que ennegrecían el cielo casi tanto como la playa! Y la arena
toda viva, según las tortugas empolladas gateaban presurosas para
llegar al mar, mientras los pájaros revoloteaban y bajaban en picada
para atacar y revoloteaban y-revoloteaban para atacar! Se lanzaban
sobre las tortugas marinas empolladas, las volteaban para exponer sus
suaves barrigas, desgarraban sus barrigas para abrirlas y desgarrar su
carne y comérsela... sólo una centésima del uno por ciento del total
podía escapar hacia el mar.'
El Curso, por lo tanto, puede entenderse en dos niveles, cada uno de los
cuales refleja un énfasis diferente en cómo enfocamos el mundo y el cuerpo.4
El primer nivel abarca este contexto metafísico mayor que hemos estado
describiendo. Aquí, el mundo se ve como una ilusión, sin existencia alguna
más allá de la mente que lo pensó. La culpa que surge de esta creencia
errónea es compartida por toda la humanidad y es inherente a la vida en un
cuerpo, el símbolo de esta creencia del ego. Todas nuestras experiencias
personales de pecado, culpa y miedo encuentran su raíz en esta capa más
profunda de nuestro inconsciente, sepultada bajo las capas de defensas que el
ego ha utilizado para protegerse.
El segundo nivel se relaciona con este mundo donde creemos que estamos.
Aquí, el mundo y el cuerpo, aunque ilusorios, son neutrales. ("Mi cuerpo es
algo completamente neutro" (L-pII.294), y puede servir lo mismo el
propósito del ego que el propósito de Dios. Este nivel es el foco central de
este libro, puesto que es aquí donde el perdón es directamente aplicable. Al
perdonar las capas de culpa en nuestras vidas personales, finalmente somos
capaces de deshacer el error original de la culpa sobre la cual descansa no
sólo nuestro mundo personal de dolor y sufrimiento, sino también el mundo
fenomenal completo.
Al nacer todo esto cambia. En una acción análoga a la expulsión del Jardín
del Edén, repentinamente el infante es arrojado de su paraíso hacia un mundo
de separación. Por primera vez, se hace dolorosamente consciente de que
tiene unas necesidades que no se satisfacen inmediatamente, y a veces no se
satisfacen en modo alguno. Esta traumática experiencia de separación, la cual
rodea la culpa, nos deja sintiéndonos vulnerables e incapacitados para
satisfacer nuestras necesidades. El terror que esto produce permanece con
nosotros, en algún nivel, a través de nuestra vida. La verdadera fuente del
"trauma del nacimiento," sin embargo, radica en el recordatorio de la
separación original, que es la raíz de toda la culpa y de todo el miedo.
Por haber hecho esto... con dolor parirás los hijos... Por haber...
comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el
suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días
de tu vida... Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que
vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al
polvo tornarás (Gn 3:14, 16, 17, 19).
La negación y la proyección
La existencia del ego está basada en la culpa y el miedo puesto que éstos
refuerzan el pecado de la separación, y el ego tiene que mantenerlas si su
existencia ha de continuar. Por lo tanto, debe asegurarse de que no nos
acerquemos demasiado a la culpa, pues entonces comenzaríamos a cuestionar
la realidad última de nuestra separación de Dios. El ego enseña que la culpa
nos aterraría y, de hecho, mientras más nos acercamos a la culpa en nosotros
mismos, mayor es nuestro miedo. El ego interpreta esto para nosotros como
el miedo a Dios: que Dios nos dará muerte debido a nuestra naturaleza
pecaminosa. En Exodo, Dios le dice a Su siervo Moisés que no puede
contemplar Su rostro, "porque no puede verme el hombre y seguir viviendo"
(Ex 33:20), lo cual refleja el miedo del ego. Podemos hablar de igual manera
sobre nuestra culpa, la cual es tan horripilante que creemos que nos daría
muerte si alguna vez la mirásemos. Siempre confundiendo la voz de Dios con
la suya, el ego quiere que creamos que tal evasión es un mandato divino el
cual debemos obedecer, de lo contrario Dios Mismo nos castigaría o que,
privados de ese sino, desapareceríamos en el olvido de nuestra nada.
La primera respuesta del ego a nuestra culpa es negar que siquiera esté ahí.
"Sácala de tu conciencia," nos dice, "y entonces no te molestará." Nuestra
culpa es tan horripilante, por consiguiente, que simplemente tratamos de
borrarla de nuestra conciencia, fingiendo que no existe. El refrán popular
"barrer algo debajo de la alfombra" expresa este principio de negación. Si
algo es perturbador y no elegimos ocuparnos de ello en una forma que pueda
resolver el problema efectivamente, disponemos de ello a la manera del
avestruz al simular que no está ahí. La naturaleza inadecuada de esta manera
de ocuparnos de los problemas está bien clara, puesto que el problema no
desaparece por arte de magia sencillamente porque hemos elegido no mirarlo.
Sin embargo, si bien el ego nos dice que la ira y el ataque nos liberarán de
nuestra culpa, silenciosamente él se ríe último. La proyección, mientras
aparenta librarnos de la culpa, en realidad la refuerza. Echarle la culpa a
otros, en cualquier forma que sea, siempre conlleva ataque. En algún lugar
dentro de nosotros, contrario a la palabra del ego, sabemos que estamos
atacando falsamente, pues el verdadero problema no radica en los demás sino
únicamente en nosotros mismos.
Si bien en un nivel es cierto que a todos nos afecta el mundo que nos
rodea, también es cierto que nosotros somos responsables de nuestra propias
reacciones hacia el mundo y lo que nos sucede. Como nos pide el Curso que
nos digamos a nosotros mismos:
El "plan secreto" del ego es el responsable del fenómeno casi universal que
encontramos a través de la historia, sin mencionar las vidas personales de
prácticamente todo el mundo: la tremenda inversión en la ira, que conduce a
la necesidad de una orientación nosotros-ellos en la que debe encontrarse a
alguien que se ajuste al papel de "villano," lo cual justificamos luego con
nuestras variables normas de moralidad. Es en esto en lo que radica la gran
atracción del prejuicio y la discriminación. Esta es la razón por la cual nos
unimos a las grandes protestas públicas que condenan a quienes cometen
ciertos crímenes o que juzgan a funcionarios públicos a quienes sorprenden
en actividades ilegales o poco éticas. En todos estos ejemplos, realmente
estamos escogiendo ver y atacar nuestros pecados inconscientes en estos
chivos expiatorios.
Ese otro yo "mejor" que el ego busca es siempre uno que es más
especial. Y quienquiera que parezca poseer un yo especial es "amado"
por lo que se puede sacar de él. Cuando ambos miembros de la
relación especial ven en el otro ese yo especial, el ego ve "una unión
bendecida en el Cielo" (T- 16.V.8:1-3).
Una ojeada más cercana a estas asociaciones, no obstante, las muestra como
verdaderamente son: relaciones hechas en el infierno. No están basadas en el
amor y en un genuino compartir sino en el pecado y la culpa, con el miedo
como su motivación primaria. Son un contrato sellado con sangre, no importa
cuán inconscientemente se haya hecho el trato: "Mientras tú, mi amor
especial, te comportes de tal manera que se llenen mis necesidades y que yo
pueda evitar mi propia culpa, te amaré y te corresponderé, ayudándote a
evitar tu dolor al llenar tus necesidades especiales. Pero que el Cielo te ayude
si cambiases, o si no cumplieses tu parte del acuerdo." Esta última oración es
la que desmiente al "amor", y revela el odio que se esconde debajo del amor,
una proyección del odio que sentimos por nosotros mismos.
Si, desde el punto de vista del ego, el valor que le hemos adjudicado a
otros es la capacidad para escudamos de nuestra culpa, se torna imperativo
para nuestra paz mental que ellos continúen desempeñando su papel. La
menor desviación del arreglo nos amenaza con una penetración del terror que
hemos procurado esconder. Tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro
alcance para que ellos vuelvan a su posición original como protectores de
nuestro miedo. Esto lo realiza el arma por excelencia del ego: la
manipulación a través de la culpa. Intentamos lograr que nuestros
compañeros de amor especial se sientan culpables de no preocuparse más por
nosotros de modo que cesen sus acciones pecaminosas, como las hemos
juzgado y que vuelvan a cumplir con sus papeles de salvarnos de nuestra
culpa. Ahora ellos tienen la culpa de que nos sintamos tan mal y de que
estemos aterrados ante esta imagen de nosotros mismos.
Es esta cualidad "impersonal" lo que hace posible que los símbolos de odio
especial y de amor especial se alternen con esa rapidez tan asombrosa, como
se vio, por ejemplo, al final de la Segunda Guerra Mundial. La aliada de los
norteamericanos, la Unión Soviética, se convirtió en el enemigo durante la
Guerra Fría que tuvo lugar casi inmediatamente, mientras que el enemigo,
Japón, se tomó en el aliado de confianza, lo mismo que la Alemania
Occidental. Soldados enemigos han experimentado esta dinámica cuando las
circunstancias los han llevado repentinamente a estar juntos. Al abandonar su
papel de tratar de destruirse unos a otros, dos hombres pueden darse cuenta
de pronto de que tienen más cosas en común que las que los separan. Ambos
tienen miedo, sienten ira, se sienten solos y resentidos y en su situación
compartida encuentran que su enemigo se ha convertido en su hermano.
Cuando "en caso de sentir la tentación de atacar a un hermano y de percibir
en él el símbolo de tu miedo," el Curso nos exhorta a que recordemos el
regalo que se nos ofrece, "y lo verás cambiar súbitamente de enemigo a
salvador; de demonio al Cristo" (L-pI. 161.12:6).
El ego nos enseña a evitar esta culpa a toda costa, de lo contrario nos
sentiremos abrumados y seremos destruidos. De ese modo, negamos o
reprimimos el odio a nosotros mismos, que es como empujar el café hacia el
fondo del tarro que representa nuestro inconsciente. Una vez hemos aceptado
las ideas del ego como verdaderas, nos hemos comprometido a mantener esa
culpa negada y en el fondo del tarro. Lo que mantiene el éxito de nuestra
negación es una tapa segura, lo cual será ahora la función de nuestras
relaciones especiales. Mientras permanezcamos en el especialismo, la culpa
que proyectamos sobre los demás está "a salvo" enterrada en nuestras mentes.
Las parejas especiales-bien sean de odio o de amor- permanecen como
nuestra tapa en tanto juegan el juego de la culpa. Cuando no lo hacen, la tapa
de nuestro tarro comienza a aflojarse. La culpa surge a nuestra conciencia y
nos aterramos como nos ha enseñado el ego. Como aún estamos en el sistema
del ego, no nos queda otro recurso que no sea que la tapa se apriete
nuevamente, al manipular a la pareja a través de la culpa. Si esto fracasa,
debemos tirar la tapa, y encontrar a otra persona que pueda ahora cumplir esa
función para nosotros.
representan el mal que crees que se te infligió. Las traes contigo sólo
para poder devolver mal por mal, con la esperanza de que su
testimonio te permita pensar que otro es culpable sin que ello te afecte
a ti. ... Estas tenebrosas figuras siempre hablan de venganza, ... y por
eso es por lo que cualquier cosa que te recuerde tus resentimienos
pasados te atrae y te parece que es amor, independientemente de cuán
distorsionadas sean las asociaciones que te llevan a hacer esa
conexión (T-17.III.1:9-10; 2:2,5).
Que las personas asignadas a los papeles de odio especial (el enemigo) o
de amor especial (el ídolo salvador) no son lo que parecen ser, se describe
deliciosamente en la famosa película El mago de Oz. La odiada Bruja
Malvada del Oeste que llena a Dorothy y a sus amigos de tanto pavor no es
más que una barra de jabón verde, la cual se derrite cuando le echan agua
caliente por encima. El grande y maravilloso Mago, objeto de temor
reverente y de veneración, resulta ser un dócil hombrecito frente a un sistema
de amplificación, rodeado por toda clase de efectos sobrenaturales. Los
personajes de Oz, por supuesto, son parte del sueño de Dorothy. Pero lo
mismo son nuestros personajes en nuestro sueño del ego. Lo poblamos con
imágenes proyectadas de nuestra propia culpa y miedo, y luego olvidamos
que nosotros las fabricamos. Así, los objetos de nuestras relaciones especiales
asumen una proporción que verdaderamente no tienen. Cuando estamos en el
sueño, no obstante, creemos que son reales y actuamos
correspondientemente, al mover las figuras de un lugar a otro como piezas de
ajedrez para que satisfagan nuestras necesidades en un momento particular.
Una vez vertemos las aguas de la verdad sobre su aparente realidad, la
imagen ilusoria o ídolo desaparece "en la nada de donde provino" (M-13.1:2).
Resumen
El ego nos ofrece una salida de nuestro dilema al mismo tiempo que lo
refuerza. Nos convence de que la forma de liberarnos de nuestra culpa es
proyectándola sobre los demás. Hacemos esto de dos maneras principales:
bien sea haciendo a los demás culpables de nuestra maldad, una proyección
justificada por nuestra ira (relaciones de odio especial), o negando nuestro
sentido de estar incompletos a través de encontrar la compleción en alguien
más, arreglo que mantenemos mediante la manipulación de la culpa
(relaciones de amor especial). Ambas formas, no obstante, dan lugar a lo que
quieren defender. Ostensiblemente consideradas como formas de evitar el
miedo o de deshacernos de nuestra culpa, estas relaciones especiales en
verdad la refuerzan, y el miedo resultante continúa para alejar todo el proceso
aún más de nuestra conciencia y tornarlo imposible de deshacer. De esta
manera el ego mantiene su dominio sobre nosotros.
El Espíritu Santo
Por lo tanto, el Espíritu Santo, la Voz por Dios, es la parte de Dios que se
extiende hasta el mundo del ego. Al unirse con nosotros ahí, nos ayuda a
olvidar las lecciones del ego y a recordar la verdad única de Dios de que
permanecemos tal como El nos creó: uno con El y con toda la creación. El
perdón es el gran instrumento de enseñanza del Espíritu Santo para hacer
posible este deshacimiento, y es lo que substituye el uso que el ego hace de
las relaciones. "La crucifixión se abandona en la redención" (T-26.VII.17:l),
afirma el Curso, pues en el lugar preciso de nuestra enfermedad-la
destructividad de nuestras relaciones especiales-Dios ha ubicado la curación.
Esta semilla es el perdón, consagrado por las aguas del amor que el Espíritu
Santo nos trae desde Dios.
En este mundo cada cual parece tener sus propios problemas. Mas
todos ellos son el mismo problema, y se tiene que reconocer que son
el mismo si es que se ha de aceptar la única solución que los resuelve
a todos. Ahora bien, ¿quién puede darse cuenta de que un problema se
ha resuelto si piensa que el problema es otra cosa? ... Esta es la
situación en la que te encuentras ahora.... La tentación de considerar
que los problemas son múltiples es la tentación de dejar el problema
de la separación sin resolver. El mundo parece presentarte una
multitud de problemas, y cada uno parece requerir una solución
distinta.... [Mas] toda esta complejidad no es más que un intento
desesperado de no reconocer el problema y, por lo tanto, de no
permitir que se resuelva (L-pI.79.2:1-3; 3:1; 4:1-2; 6:1).
Otro ejemplo del uso de la distracción del ego se relaciona con un hombre
que estaba a punto de entrar a la oficina de su analista. Por razones que él
desconocía totalmente, se quitó los zapatos. Puesto que los pies a menudo se
consideran en el psicoanálisis como símbolos sexuales importantes, él y su
analista pasaron mucho rato tratando de entender el significado de su acción.
Parecía no haber explicación para ello, y no fue hasta mucho más tarde que la
analista se dio cuenta de que su paciente se había valido inconscientemente
del incidente de los zapatos para distraer la atención de ambos de un
problema que él estaba renuente a discutir.
Nuestra culpa no es un regalo que Dios nos hace. Procede de una creencia
errónea acerca de quiénes somos y de Quién es nuestro Creador. La
corrección de esta creencia es el paso clave en nuestra curación, y finalmente
descansa en cómo experimentamos a Dios y nuestra relación con El. La
culpa, como hemos visto, no puede separarse de la creencia de que hay algo
inherentemente malo en nosotros y de que nada excepto el castigo es lo que
merecemos debido a nuestra naturaleza reprensible. Desde esta constelación
de pecado, culpa y miedo, es psicológicamente imposible experimentar a
Dios como un Padre amoroso e indulgente. No hay manera de que podamos
aferramos a esta visión que tiene el ego de nosotros y que al mismo tiempo
nos sintamos seguros de la amorosa Presencia de Dios en nosotros. El amor
tiene que esperar detrás de los velos de la culpa y del odio, del mismo modo
que la paz no puede experimentarse donde hay miedo y conflicto.
El sistema del ego está firmemente asegurado por esta creencia en la ira de
Dios, que en cualquier momento puede descender sobre nuestras culpables
cabezas. De hecho, nada resulta más amenazante para el ego que la idea de
que Dios no nos condena, de que El nos ama con un Amor interminable.
Creer que un Dios de Amor puede convertirse en un Dios de odio, y por
consiguiente de miedo, es atribuirle a El el uso de la proyección y el ataque
del ego. Esta idea descabellada constituye la tercera ley de caos, la cual se
describe en el Curso de la manera siguiente:
Dios... tiene entonces que aceptar la creencia que Su Hijo tiene de sí
mismo y odiarlo por ello.
Este segundo paso cuestiona nuestra decisión de ser culpables, ahora que
lo hemos traído a nuestra conciencia. Ahora decidimos abandonar nuestra
inversión en el ego como nuestro yo y como nuestro creador, y en su lugar
elegimos identificamos con nuestro verdadero Ser, y reconocer que Dios es
nuestro Padre amoroso. Aquí decimos: "He elegido equivocadamente acerca
de mí mismo y ahora quiero elegir de nuevo. Esta vez elijo con el Espíritu
Santo y Le permito que tome la decisión de la inocencia por mí."
3) Esto le abre el camino al tercer paso, que es la obra del Espíritu Santo.
Si pudiéramos deshacer la culpa por nuestra cuenta no habríamos necesitado
la salvación, en primer lugar. Es precisamente debido a que estamos tan
enredados con nuestro ego que el Espíritu Santo entra en nuestro mundo de
miedo y de culpa. Es un mecanismo del ego particularmente tentador, el
convencernos de que podemos deshacer nuestra culpa solos, sin la ayuda de
Dios. El Curso nos exhorta:
El Espíritu Santo sólo pide nuestra pequeña dosis de buena voluntad, para
unirla con el inmenso poder de la Voluntad de Dios.
Así que, los primeros dos pasos del perdón representan nuestra decisión de
permitir que el Espíritu Santo lleve a cabo Su obra de curación en nosotros.
El tercer paso es Suyo. Hay una plegaria que el Espíritu Santo nos exhorta a
que utilicemos cuando no nos sintamos dichosos, la misma contiene en sí los
tres pasos del perdón que hemos descrito:
El falso perdón
¿Quién que haya sido herido por su hermano podría amarlo aún y
confiar en él? Pues su hermano lo atacó y lo volverá a hacer. No lo
protejas, ya que tu cuerpo lesionado demuestra que es a ti a quien se
debe proteger de él. Tal vez perdonarlo sea un acto de caridad, pero
no es algo que él se merezca. Se le puede compadecer por su
culpabilidad, pero no puede ser eximido.... El perdón no es piedad, la
cual no hace sino tratar de perdonar lo que cree que es verdad. No se
puede devolver bondad por maldad, pues el perdón no establece
primero que el pecado sea real para luego perdonarlo. Nadie que esté
hablando en serio diría: "Hermano, me has herido. Sin embargo,
puesto que de los dos yo soy el mejor, te perdono por el dolor que me
has ocasionado". Perdonarle y seguir sintiendo dolor es imposible,
pues ambas cosas no pueden coexistir. Una niega a la otra y hace que
sea falsa.
Tal perdón excluye al que perdona del poder sanador del perdón, puesto
que el objeto es el pecado del otro, no el de uno. Este es un ejemplo más del
engaño del ego, que nos lleva a centrarnos en los pecados de afuera, de modo
que no nos enfrentemos a los pecados que creemos están adentro:
Causa y efecto
2) Si algo existe tiene que ser una causa, puesto que todo ser afecta el
universo en algún nivel. En física, este principio se expresa como: toda
acción tiene que tener una reacción. Nuestros pensamientos, también, tienen
efectos. Como enseña el Curso: "No tengo pensamientos neutros" (L-pl.16).
TABLA 1
En el mundo de separación del ego observamos la misma relación, aunque
su contenido es exactamente lo opuesto. Hemos visto como "Dios" infligió
Su castigo de sufrimiento y muerte sobre Adán y Eva como consecuencia
(efecto) del pecado de ellos (causa) en contra de El. El pecado de Adán, por
lo tanto, fue la causa de este sufrimiento, el cual es la suerte de cada persona
que nace en este mundo.
Pero hay otra posibilidad que se abre para mí. Puedo partir de la premisa
del Espíritu Santo de que soy una criatura de Dios, amado por mi Creador y
seguro en Su Amor y en Su protección. De ese modo, yo sé, en las palabras
de dos lecciones del libro de ejercicios que "no hay nada que temer" puesto
que "el Amor de Dios es mi sustento" (L-pI.48,50). Al identificarme con el
sistema de pensamiento del Espíritu Santo más bien que con el del ego, no
tendré culpa alguna que proyectar sobre usted, ni culpa alguna que requiera
castigo hacia mí. De ese modo soy libre de compartir la percepción que tiene
el Espíritu Santo de la situación, en vez de compartir la de mi ego.
[El Espíritu Santo nos ha enseñado cómo] ... percibir el ataque como
una petición de amor. Ya hemos aprendido que el miedo y el ataque
están inevitablemente interrelacionados. Si el ataque es lo único que
da miedo, y si consideras al ataque como la petición de ayuda que
realmente es, te darás cuenta de la irrealidad del miedo. Pues el miedo
es una súplica de amor, en la que se reconoce inconscientemente lo
que ha sido negado J- 1218:10-13).
De este modo, siguiendo el juicio del Espíritu Santo, soy guiado a ver el
aparente ataque de usted como una petición del amor que no cree merecer.
Este es el verdadero perdón, el cual refleja el cambio de percepción del
milagro, una manera distinta de mirar lo que ha sucedido. Este no niega que
en el nivel del ego una persona ha procurado herir a otra, sino que enseña que
hay otra manera de percibir la acción. Miramos más allá de la conducta
externa hacia la verdadera motivación de ésta. Mi verdadero perdón,
transmitido a través de mi indefensión, demuestra que usted está perdonado
por lo que no me ha hecho. En el nivel más profundo, nada se ha hecho. Mi
invulnerabilidad da testimonio de su inocencia, del mismo modo que mi
vulnerabilidad daba fe de su culpa. Así pues, deshace la causa que era su
pecado, pues le he demostrado que éste no ha tenido efectos.
Al seguir el juicio del Espíritu Santo, también soy libre ahora para
escuchar Su Voz decirme que la petición de usted es por el mismo amor que
yo busco, y que al perdonarlo por lo que no me ha hecho, me perdono a mí
mismo por los pecados que tampoco he cometido en verdad. Quiero escuchar
a mi Maestro recordarme que la manera de recordar a Dios es "percibir la
curación de tu hermano como tu propia curación" (T- 12.11.19).
El Curso afirma: "Es cierto que no parece que todo pesar no sea más que
una falta de perdón" (L-pI.193.4:1), puesto que es nuestra culpa la que evita
que el Amor de Dios sane nuestras percibidas ofensas y heridas. La solución
a los problemas debe radicar, por lo tanto, en el perdón que deshace la culpa.
Siempre que estemos deprimidos o perturbados y oremos por la ayuda del
Espíritu Santo, Su respuesta a nuestra oración llegará a través de una relación
que necesite sanarse. La manera en que se experimenta nuestra culpa
corresponderá a la oportunidad para perdonar que se nos ofrece. En todos y
cada uno de los encuentros, el Espíritu Santo nos habla suavemente en
nuestra necesidad y nos dice:
Escoge otra vez. En esta persona se te ofrece que veas tu santidad o tu
maldad, pues lo que ves en el otro refleja lo que ves en ti. Juntos
permanecen prisioneros del miedo, o juntos abandonan su casa de
tinieblas y caminan de la mano hacia la luz que el perdón les ofrece.
Vuélvete hacia Mí, Quien me he unido a ti, y permíteme ayudarte a
hacer la única elección que te traerá paz.
Al unirnos con otro en perdón, nos unimos con el Espíritu Santo, cuyo
propósito en las relaciones es el perdón. En nuestra unión, se deshace la
creencia del ego en la separación. La culpa desaparece puesto que sus raíces
radican en el ataque que engendra nuestra separación de los demás y de Dios.
El perdón que le ofrecemos a otro y que nos ofrecemos a nosotros mismos
también será la respuesta a la oración de aquellos a quienes perdonamos,
puesto que la curación es recíproca. Si honradamente buscamos la meta de la
verdad del Espíritu Santo, también tenemos que aceptar Su propósito de
perdón para las relaciones malsanas en nuestras vidas que deben sanarse para
que encontremos esta verdad.
"El amores el camino que recorro con gratitud" (L-pl. 195), enseña el
Curso, pues se nos pide que demos gracias por cada oportunidad que se nos
brinda de escoger de nuevo. La misma gente que nos ocasiona los mayores
problemas, los "chinches" más grandes de nuestras vidas, son la misma gente
a quien le debemos estar más agradecidos. Mientras mayor sea la reacción de
nuestro ego-ira, dolor, miedo-mientras más profundamente se haya reprimido
la culpa proyectada, más grande ha sido el trozo de témpano que ha salido a
la superficie. Sin estas oportunidades, esta culpa yacería desconocida y así no
se corregiría.
TABLA 2
Los problemas surgen en este mundo debido al éxito del ego en invertir
causa y efecto, una dinámica que exploraremos ahora. La única causa
verdadera en este mundo es la mente, como discutimos en el Capítulo 1, y
todos los aspectos del mundo material son el efecto de la mente. No puede
haber excepciones a este principio, pues la mente es el único agente creativo.
Esto es así aun cuando está "malcreando," o fabricando ilusiones. La
malcreación, o la distorsión del poder creativo de Dios, es análoga a la
ubicación de un prisma frente a la luz. La luz que ha pasado a través del
prisma se ha roto y ha cambiado, mas todavía se deriva de la luz pura que es
la única fuente. Así pues, el mundo fenomenal no es más que la
manifestación de estos quebrados rayos de luz de nuestra mente, que se nos
aparecen en una forma física. La física moderna nos dice que estas formas de
materia son sólo expresiones de energía o pensamiento, pues los físicos han
reconocido que no hay una verdadera distinción entre sujeto y objeto, entre
nuestros pensamientos y lo que percibimos fuera de nosotros. Todos son uno:
"Las ideas no abandonan su fuente."
Entre los más tentadores problemas del mundo que el ego quiere hacer
reales están tres formas específicas de injusticia: la ira, la enfermedad y el
sufrimiento. Estos serán el centro de interés de este capítulo. Otros problemas
principales-sexo y dinero-se discutirán en los capítulos 4 y 5 respectivamente.
El problema de la ira
Una pregunta práctica está vigente ahora: ¿Qué hacemos con nuestros
sentimientos de ira si no los reprimimos o los expresamos? Las personas que
abrazan la "causa" de expresar la ira frecuentemente citan la experiencia
positiva de "sacarla de mi sistema": "Me sentí tan bien al expresar mi ira," o
"Me sentí tan liberado de mis inhibiciones." La fuente real del sentirse bien,
sin embargo, es la creencia mágica de que al fin uno se ha liberado de la
terrible carga de la culpa al transferírsela a otro. Es por eso que el Curso
pregunta: "Honestamente, ¿no te es más difícil decir `te quiero' que `te odio'
T' (T-13.III.3:1).
John estaba muy enojado con su amigo Bob, miembros ambos de una
comunidad religiosa. Un día, Bob le preguntó a John si tendría inconveniente
en quedarse en casa y atender a un amigo mientras él, Bob, cumplía con un
compromiso que tenía en otra parte. Ordinariamente John se habría sentido
satisfecho de ayudar, pero en esta ocasión resintió la percibida intromisión en
su tiempo y vio una maravillosa oportunidad de "desquitarse" de su amigo.
Le dijo a Bob que no podía ayudarle porque estaba enfermo y debía guardar
cama. De hecho, se quedó en casa ese día y faltó a la escuela para recalcar
esto, aun cuando se sentía bien. Bob sospechó algo, y muy disgustado esa
noche acusó a John de fingir una enfermedad. John, a su vez,
santurronamente defendió su inocencia, y se enfureció aún más porque su
amigo pusiera en duda su palabra. Su discusión se prolongó hasta la mañana
siguiente, y culminó en que John le escribiera una extensa carta a Bob en la
que lo acusaba de proyectar su propia culpa, además de resaltar los detalles
de su enfermedad. La carta surtió el efecto deseado, y un Bob contrito "se dio
cuenta de su error" y vino a suplicarle a John que lo perdonase. Por un breve
período, John se sintió muy regocijado por su triunfo. Pero al cabo de unas
horas se aterrorizó por lo que había hecho y se sintió lleno de culpa. De la
cima del triunfo se precipitó a las profundidades de la depresión, y se sintió
diez veces más culpable que antes.
Cuando se exhorta a las personas a que sean sinceras unas con otras y a
"decirlo como es," y luego proceden a descargar una andanada de vituperios
venenosos sobre los demás en nombre de la verdad, difícilmente están siendo
sinceras o útiles. Sin embargo, cuando nos sentimos enojados, es esencial que
no neguemos o apartemos nuestros sentimientos, pues esto sólo los
intensifica y refuerza la presencia de lo que ahora es el "enemigo." Si la
presión interna es demasiado grande y tiene que expresarse la ira, al menos el
reconocimiento, aunque sólo sea ante uno mismo, de que la ira no es lo que
parece será suficiente. Mejor aún, quizás, sería una aseveración como esta
ante el otro, la cual haría justicia a los sentimientos, y al mismo tiempo
plantearía el problema francamente: "Me siento furioso por lo que hiciste,
pero sé que mi ira no va dirigida hacia ti sino hacia mí mismo. Por el
momento no puedo remediar lo que siento; por favor, no lo tomes
personalmente." Si la ira no puede contenerse, al menos una actitud así
minimiza la culpa y provee la oportunidad de moverse más allá de ésta. Este
reconocimiento es suficiente para invitar la ayuda del Espíritu Santo, pues
expresa la pequeña dosis de buena voluntad que El necesita para deshacer
nuestra culpa.
El significado de la enfermedad
El tercer uso que el ego tiene para la enfermedad es como "una defensa en
contra de la verdad." Como afirma el libro de ejercicios:
Esto no significa, sin embargo, "que el uso de tales agentes con propósitos
correctivos sea censurable" (T-2.IV.4:4), o que no se deban usar. Si el nivel
de miedo de una persona es demasiado grande para que abandone la
inversión del ego en la culpa, buscar la curación a través del amor del
Espíritu Santo simplemente reforzaría el miedo subyacente a este amor. Esto
difícilmente sería útil.
En ese caso, tal vez sea prudente usar un enfoque conciliatorio entre
el cuerpo y la mente en el que a algo externo se le adjudica
temporalmente la creencia de que puede curar.... Los medicamentos
físicos son una forma de "hechizo", pero si tienes miedo de usar la
mente para curar, no debes intentar hacerlo (T-2.IV.4:6; T-2.V.2:2).
El Curso recalca cómo el Espíritu Santo utiliza todas las formas del mundo
para cumplir Su propósito sanador. Las formas que se hicieron para separar y
herir pueden ser utilizadas por El para unir y sanar. "Los símbolos no son
sino medios a través de los cuales puedes comunicarte de manera que el
mundo te pueda entender, pero reconoces que no son la unidad en la que
puede hallarse la verdadera comunicación" (L-pl. 184.9:5). El siguiente
ejemplo ilustra cómo la medicina, aunque no es sanadora de por sí, se
convierte en un instrumento de curación y de perdón:
El único medio de ayuda que María podía haber aceptado al principio era
la intervención médica, la cual era a su vez la única forma de ayuda que el
médico podía ofrecerle-para la salvación de él así como la de ella. Al unirse
en este acto de confianza y perdón, el Espíritu Santo había sido invitado a
sanar y a bendecir. Ciertamente, no siempre se da el caso de que una persona
tenga el instante de reconocimiento que María experimentó, pero este
reconocimiento o discernimiento no es necesario para el propósito de la
salvación. La unión es suficiente, pues "siempre que dos hermanos se juntan
con el propósito de aprender, el Maestro de Dios les habla. La relación es
santa debido a ese propósito, y Dios ha prometido enviar Su Espíritu a toda
relación santa" (M-2.5:3-4). No importa, además, si una o hasta ambas
personas comparten la creencia en la magia; la unión de ambas es suficiente
para deshacer la creencia en intereses separados que es la fuente de toda
enfermedad.
De este modo, el perdón sana, puesto que une allí donde el ego había
separado. Las semillas de la enfermedad son reemplazadas por las semillas
del milagro, el cual une y sana en el Amor uno de Dios, en Quien todos los
sueños de enfermedad y de dolor terminan.
En resumen, pues, así como el perdón deshace el plan del ego para
justificar la ira, así también la curación invierte el plan del ego de hacer la
enfermedad real. Puesto que la enfermedad está en la mente y no en el
cuerpo, no puede ser el cuerpo el que necesite curación. La curación tiene que
ocurrir en el lugar donde se necesita, en la mente que concibió la idea loca de
la separación. Como en el perdón, la curación devuelve el problema adonde
está verdaderamente: "Toda enfermedad tiene su origen en la separación.
Cuando se niega la separación, la enfermedad desaparece" (T-26.VII.2:1-2).
Esto ocurre por medio de "unirte a la mente de un hermano [lo cual] bloquea
la causa de la enfermedad y sus percibidos efectos. La curación es el efecto
de mentes que se unen, tal como la enfermedad es la consecuencia de mentes
que se separan" (T-28.III.2:5-6).
El Curso nos enseña que "nadie puede estar enfermo si alguien acepta su
unión con él. Su deseo de ser una mente enferma y separada no puede seguir
vigente sin un testigo o una causa. Y tanto el testigo como la causa
desaparecen si alguien decide unirse a él" (T-28.IV.7:3-5). De ese modo,
médico (o terapeuta) y paciente, maestro y discípulo, amigo y amigo se unen
en un instante santo, y dan testimonio de la verdad de la curación al negar el
testimonio de la ilusión de separación del ego. Esto, pues, es "lo único que
requiere el Sanador del Hijo de Dios.... El sembrará los milagros de curación
allí donde antes se encontraban las semillas de la enfermedad. Y no habrá
pérdidas de ninguna clase, sino sólo ganancias" (T-28.IV.10:8-10).
Hemos visto cómo toda la ira es un intento de lograr que otros cambien
para nosotros no cambiar; detener la conducta que nosotros hemos juzgado
como indeseable; hacerlos sentir tan culpables por su acción, que no la
repitan; y enseñarles la lección de identificación del ego que queremos que
aprendan con nosotros. Podemos reconocer más claramente esta motivación
nuestra en aquellas acciones que son directamente hostiles, tanto en casos
individuales como en aquellas situaciones sociales e internacionales donde
vemos a la gente inocente oprimida y perseguida. Nadie negaría la necesidad
de intervenir para que la injusticia se corrija y que la gente no sufra, pero
primero tenemos que definir qué son la injusticia y el sufrimiento, y quién
debe ser el verdadero agente que intervenga en una situación en la que se esté
pidiendo ayuda. Este es el centro de interés del resto de este capítulo.
Si percibimos que alguien trata injustamente a otro, bien sea que el otro
somos nosotros mismos, aquellos a quienes amamos o personas que viven en
un país extranjero, no podemos evitar creer que el perpetrador de la injusticia
es malo y que merece castigo. La lección que enseñamos entonces, es que la
personas no deben herir a otros porque eso nos produce ira, y no lo
aprobamos ni estamos de acuerdo con ellos. Estas acciones son "malas," y
por consiguiente los que las cometen también lo son. Si la gente desea ser
"buena," tienen que dejar de hacer lo que están haciendo, pues nuestra
aprobación de ellos depende de su comportamiento; no sólo nuestra
aprobación sino la de Dios, a Quien creemos representar. Por lo tanto, una
vez se tiene la percepción de injusticia, no puede proceder otra alternativa
excepto la de un juicio que sutilmente establece las condiciones del "amor": o
la gente se comporta de acuerdo con nuestros valores, o se le niega la
salvación y se echan fuera del Reino de Dios. Este es otro ejemplo de lo que
el Curso califica como la arrogancia del ego, el cual presume de conocer la
Voluntad de Dios y se adjudica el derecho de ejercerla.
Si, por el contrario, percibimos que los actos de injusticia son aterradas
peticiones de amor, y seguimos el juicio del Espíritu Santo que discutimos
antes, ya no podemos ver al agente de esta injusticia como malvado o
pecaminoso. La lección que deseamos enseñar, por lo tanto, es que esta
persona es amada por Dios y que merece este Amor, sin que sus acciones
importen. No puede haber otra lección que queramos enseñar, pues no hay
otra lección que queramos aprender. Una persona que sienta el Amor de Dios
sólo quiere demostrarle este Amor a aquellos que no lo conocen. Esto no
significa que necesariamente aprobemos las acciones del "victimario," sino
que simplemente expandimos el círculo de ayuda para incluir entre los que
sufren a aquellos que parecen ocasionar el sufrimiento. Una percepción que
los excluya procede de una necesidad inconsciente de hallar un chivo
expiatorio de modo que podamos proyectar nuestra propia culpa.
"¿Qué podemos hacer por esta gente? Quiero decir, más adelante.
¿No podríamos proveerle un hogar y cuidarlos y amarlos?"
"Corrie, ¡yo ruego todos los días que se nos permita hacerlo!
¡Mostrarle a ellos que el amor es más grande!"
Tenemos que comenzar, entonces, con nuestra propia actitud antes de que
podamos argüir la acción adecuada, pues como enseña el Curso, todo
comportamiento emana de nuestros pensamientos. Central a este asunto es
nuestra interpretación del sufrimiento. Una de las ilusiones más convincentes
del mundo es que el sufrimiento es el resultado de causas que están más allá
de nuestro control. Así pues, refleja el mismo error de inversión de causa-
efecto que vimos en la enfermedad. "El cuerpo sufre sólo para que la mente
no pueda darse cuenta de que es la víctima de sí misma. El sufrimiento
corporal es una máscara de la que la mente se vale para ocultar lo que
realmente sufre" (L-pI.76.5:3-4). Como explica el Curso con más detalles:
Esto es unirse con la forma de la oscuridad del ego en alguien; más bien que
con la luz del espíritu que siempre resplandece. En lugar de esto, debemos
practicar la verdadera empatía: identificarnos con la riqueza y la fortaleza-la
luz del Cielo- más bien que con la pobreza y la debilidad de uno-la
obscuridad el ego.
La verdadera justicia
La justicia que se basa en la separación y la división no puede ser la
justicia del Cielo, la cual ve a toda la humanidad como una.
Por ejemplo, imagine que caminamos por una calle y de pronto nos
enfrentamos a un demente con un cuchillo que apunta hacia nuestra garganta.
Basado en nuestro propio estado mental, podemos actuar para detenerlo
indefensivamente desde el amor, o defensivamente desde el miedo. Volver la
otra mejilla no significa que pasivamente permitamos que nos degüellen, y
que en silencio bendigamos a nuestro asesino mientras éste nos mata. Ni
quiere decir tampoco que lo matemos antes de que él nos mate, al sentir que
la justicia del Cielo guía nuestras manos. Más definitivamente debemos hacer
lo necesario para detener al potencial asesino, no sólo para evitar reforzar
nuestra creencia en el dolor, sino también para evitar que él cometa un error
por el cual pagaría por medio de la culpa. Independientemente de sus
acciones, aún él es nuestro hermano. La culpa exige castigo, como hemos
visto, y el ego siempre quiere que busquemos este castigo fuera de nosotros,
y que disfracemos la verdadera fuente de castigo que es nuestra auto-
inflingida culpa. Así pues, tenemos que estar continuamente conscientes de
nuestros intentos de proyectar la responsabilidad por la "injusticia" de nuestra
culpa sobre otra gente u otras situaciones en el mundo, no importa cuál sea su
apariencia. Independientemente de las circunstancias, estamos en control de
nuestra paz mental, como podemos ver en el siguiente ejemplo:
Las pruebas por las que pasas no son más que lecciones que aún no
has aprendido que vuelven a presentarse de nuevo a fin de que donde
antes hiciste una elección errónea, puedas ahora hacer una mejor y
escaparte así del dolor que te ocasionó lo que elegiste previamente (T-
3l.VIIL3: l).
A menos que nuestra meta sea ayudar a todas las personas que están
envueltas en el error, estaremos respondiendo a la proyección de nuestra
propia culpa y mirando aún hacia un mundo de intereses separados. Esa
percepción sólo puede proceder de una creencia previa acerca de nosotros
mismos. Si creemos que estamos separados, veremos un mundo de
separación-de gente con características opuestas de bien y mal, amor y odio,
unos que hay que apoyar y otros a los que hay que oponerse, unos que deben
juzgarse y otros que deben superarse. De este modo, la verdadera curación y
la corrección se hacen imposibles.
Para poder juzgar cualquier cosa correctamente, uno tendría que ser
consciente de una gama inconcebiblemente vasta de cosas pasadas,
presentes y por venir. Uno tendría que reconocer de antemano todos
los efectos que sus juicios podrían tener sobre todas las personas y
sobre todas las cosas que de alguna manera estén involucradas en
ellos. Y tendría que estar seguro de que no hay distorsión alguna en su
percepción, para que sus juicios fuesen completamente justos con
todos sobre los que han de recaer ahora o sobre los que hayan de
recaer en el futuro. ¿Quién puede hacer eso? ¿Quién, excepto en
delirios de grandeza, pretendería ser capaz de todo esto? ... Formar
juicios no es muestra de sabiduría; la renuncia a todo juicio lo es.
Forma, pues, un solo juicio más. Y es éste: hay Alguien a tu lado
Cuyo juicio es perfecto. El conoce todos los hechos, pasados,
presentes y por venir. Conoce los efectos que Sus juicios han de tener
sobre todas las personas y sobre todas las cosas que de alguna manera
estén involucradas. Y El es absolutamente justo con todos, pues en Su
percepción no hay distorsiones (M-10.3:3-7; 4:5-10).
Así pues, creer que sabemos lo que nos conviene a nosotros y a aquellos
cerca de nosotros, y menos aún al mundo entero, es verdaderamente
arrogante. La mayoría de nosotros es muy hábil en engañarse a sí misma en
lo que a esto se refiere. Es fácil disfrazar nuestra arrogancia con términos de
justicia, amor, libertad y espiritualidad. La tentación a hacerlo debe
reconocerse plenamente. Sólo necesitamos considerar cuánta sangre se ha
derramado en el nombre de Dios, del amor y de la paz para darse cuenta de
que es así. Unicamente si seguimos la orientación del Espíritu Santo podemos
estar seguros de que no hay ataque y de que nuestra respuesta es amorosa, no
sólo para los demás sino para nosotros mismos. En Su manera de resolver un
problema, en contraste con la del ego, nadie puede perder y todos tienen que
ganar. El no le "quita a Pedro para pagarle a Pablo." El amor sólo puede dar;
jamás exige sacrificio ni causa sufrimiento o dolor.
De hecho, cada vez que nos enfrentemos a una situación que nos haga
sentimos impacientes, molestos o con ira, es una clara señal de que hemos
olvidado nuestra lección y una vez más hemos sido tentados por el ego. Para
hacernos conscientes de cuán bien hemos generalizado las lecciones del
Espíritu Santo sólo tenemos que sintonizar las noticias vespertinas y observar
nuestras reacciones a los inevitables informes sobre violación, asesinato,
injusticia, opresión, catástrofes, etc. Nuestras reacciones serían un buen
indicador del grado de falta de perdón que aún permanece encerrado en
nuestra mente. Esa media hora que pasamos con el mundo del ego puede
convertirse en un poderoso salón de clases que el Espíritu Santo puede
utilizar para sanar nuestras mentes.
Perdona, y verás esto de otra forma. Estas son las palabras que el
Espíritu Santo te dice en medio de todas tus tribulaciones, todo dolor
y todo sufrimiento, sea cual sea la forma en que se manifiesten.... Esta
es la lección que Dios quiere que aprendas: Hay una manera de
contemplarlo todo que te acerca más a El y a la salvación del mundo.
A todo lo que habla de terror, responde de esta manera: Perdonaré, y
esto desaparecerá (L-pl. 193.5A-2; 13:1-3).
Se puede decir que debido a las profundas distorsiones que el ego tiene de
las relaciones, el amor sin ambivalencia, como hemos visto, es imposible en
este mundo. Sólo un "maestro de Dios" adelantado podría relacionarse con
los demás, libre de las proyecciones del ego. A pesar de nuestras flaquezas
humanas, sin embargo, el Amor de Dios se puede reflejar en nuestras vidas.
El mandato bíblico de que amemos a nuestro prójimo es realmente un
mandato a que perdonemos, puesto que es a través del perdón que se deshace
la culpa, y somos más capaces de amarnos unos a otros como Dios nos ama.
Es en el contexto del perdón que encontramos el significado del amor.
C. G. Jung señaló una vez que para las personas mayores de 35 años todo
problema era un problema espiritual. El número es obviamente arbitrario. La
línea divisoria entre las dos etapas de nuestras vidas generalmente fluctúa
entre el final de los 20 años hasta algún punto en los 30, aunque hay muchas
excepciones en ambos extremos. La primera mitad de nuestras vidas la
pasamos desarrollando los medios de supervivencia, aprendiendo a
arreglárnoslas con el mundo físico, psicológico y social, y puede considerarse
como un período de preparación. Este período es natural en nuestras vidas
humanas. El no desarrollar una identidad personal o un sentido del yo (ego)
conduce a la psicosis y, en casos extremos, al autismo. Es la paradoja de
nuestras vidas humanas que tengamos que pasar la primera parte de nuestras
vidas en desarrollar un ego, el cual tenemos que desaprender luego en la
segunda parte.
1. Padres e hijos
La más básica de todas las relaciones de amor es la que existe entre padre
e hijo. Debido a que hemos sido más dependientes de nuestros padres, esta
relación especial presenta el mayor potencial para el aprendizaje del perdón.
Freud estaba muy en lo cierto al recalcar la importancia de nuestros
sentimientos hacia nuestra madre y nuestro padre. La exitosa resolución del
Complejo de Edipo, el prototipo para todas las relaciones de amor especial y
de odio especial, es realmente un ejercicio de perdón. Tenemos que aprender
a perdonar al padre o madre del sexo opuesto por no ser nuestro salvador,
cuya posición, creía nuestro inconsciente, siempre nos haría dichosos y
felices. Al mismo tiempo, perdonamos al padre o a la madre del mismo sexo
por no ser nuestro enemigo, el rival de odio especial por el afecto de nuestro
padre o madre de amor especial.
Nadie tiene padres perfectos. Ellos, también, tuvieron padres que lucharon
con los problemas del ego, los cuales inevitablemente proyectaron sobre sus
hijos. En este sentido, los "pecados" de los padres caen sobre las
generaciones sucesivas. Se ha observado, por ejemplo, que los niños
maltratados frecuentemente se convierten en padres que maltratan cuando
crecen. Ninguno de nosotros fue tan perfectamente tratado en su niñez como
creíamos merecer, o recibió todas las cosas materiales o psicológicas que
necesitábamos. Es por eso muy difícil evitar las formulaciones "si sólo" del
ego que discutimos antes: Si sólo mis padres me hubiesen tratado de manera
diferente, si sólo mis padres tuvieran más dinero, si sólo mis padres se
hubiesen quedado juntos, si sólo mis padres ... yo sería más feliz hoy día. El
verdadero perdón reconoce que las situaciones de nuestra niñez fueron parte
del plan del Espíritu Santo para enseñarnos el perdón en las formas
necesarias para nuestro aprendizaje. Son el currículo a través el cual
aprendemos que la salvación no descansa en las circunstancias "buenas" de
nuestras vidas, tanto más de lo que la miseria y el sufrimiento descansan en
las "malas." A los ojos del Espíritu Santo son lo mismo, y comparten el
mismo propósito de perdonar el pasado para poder recordar a Dios en el
presente.
Es, por lo tanto, en el mutuo perdón de padres e hijos por lo que no han
hecho que se aprenden las lecciones del Espíritu Santo. Cada uno habrá
mirado al otro, ya no para satisfacer ciertas necesidades por medio de papeles
específicos, sino como hermanos y hermanas a quienes Dios ha unido para
recorrer juntos el camino del perdón. Sin este paso en que una relación
profana se convierte en una relación santa, nadie puede identificarse
verdaderamente como una criatura de Dios. La culpa que el especialismo
mantiene firme no permite este reconocimiento del Amor de Nuestro Padre
por nosotros.
Mientras creamos que hay necesidades que tienen que satisfacerse porque
no se satisficieron en el pasado, estamos reforzando nuestra propia creencia
en la escasez. Al seguir la ley de proyección, depositaremos la
responsabilidad de esta creencia sobre los demás. De ese modo, nos sentimos
desposeídos de la felicidad que creemos que sería nuestra, si no fuera por las
cosas terribles que nos hicieron. Sin embargo, al seguir la ley del ego,
mientras más proyectamos esta culpa más reforzamos la creencia de que
estamos limitados y carentes, y por consiguiente nos sentimos peor acerca de
nosotros mismos. Con esta disposición mental, el amor por los demás es
imposible, pues sólo si creemos en la abundancia, la cual proviene de Dios,
puede verdaderamente expresarse el amor.
2. El amor romántico
A medida que las personas llegan a nuestras vidas, nos atraen por una de
dos razones. Para el ego, las personas son atractivas por su capacidad para ser
objetos de la proyección (parejas de amor especial). Nos atrae su apariencia
física, su personalidad, su estado financiero, etc. Sin embargo, esta atracción
del amor especial, como hemos visto, no es nada más que un fino velo que
cubre al odio. No obstante, hay otra atracción adicional. Del mismo modo
que nuestro ego llama a su contraparte para que se una en una alianza profana
de culpa, el Espíritu Santo llama a cada uno de nosotros para que nos unamos
en una relación santa de perdón. Esta es la verdadera atracción que el ego
trata de ocultar continuamente. El verdadero "amor a primera vista" al cual le
cantan los poetas es el Amor del Espíritu Santo, que llama a una persona
desde la otra. Es la "atracción del amor por el amor" (T-l2.VIII.7:10),
llamándose a sí mismo para unirse como uno, ya no más separados. Cada uno
de nosotros ve en el otro la oportunidad de Dios para perdonar nuestra culpa
y hacernos íntegros; no se trata de encontrar la compleción en el otro, como
nos diría el ego, sino que a través del perdón de nuestra culpa (la creencia en
la escasez) nuestra propia plenitud se manifiesta. Es el Amor que esta
plenitud refleja lo que en verdad nos atrae, en contraste con la atracción de la
culpa que se encuentra en las relaciones especiales. "Enamorarse," por lo
tanto, radica en reconocer el potencial para ver la luz del Cielo en otro, y
reconocer "un compañero de aprendizaje determinado que le ofrece
oportunidades ilimitadas de aprender" (M-3.5:2). El mirar más allá de la
obscuridad de nuestra proyectada culpa deshace la nuestra. En esta unión de
luz experimentamos la bendición de amor del Espíritu Santo.
En otro ejemplo, una mujer con una fuerte inversión en verse injustamente
tratada puede sentir atracción por un hombre que la maltratará. Su necesidad
de verlo de esta manera causará que ella distorsione en su mente las acciones
de él, y precluye que reconozca en él las necesidades del ego y la petición de
ayuda. De este modo, ella puede dar rienda suelta a la auto-compasión, y a
lamentarse continuamente de su cruel destino por estar casada con una
persona así. Si su esposo necesita una compañera sobre la cual proyectar el
odio a sí mismo, esperando establecerse mágicamente como superior y más
poderoso al maltratar a su esposa, encontramos otro ejemplo del "matrimonio
hecho en el Cielo" del ego: la mutua satisfacción de necesidades en la cual la
mano adecuada se ajusta al guante adecuado. Si, no obstante, la esposa es
capaz de comprender su inversión en ser maltratada por su marido, y de esa
manera lo perdona por la necesidad de ella de que la castiguen que su culpa
exige, verá la situación de manera distinta. Al elegir verse inocente a los ojos
de Dios, ya ella no verá más a su esposo como un enemigo, sino como un
amigo y hermano que pide ayuda. De igual forma él puede dar el paso de
reconocer la necesidad de proyectar del ego de ella, y perdonase a sí mismo y
a su esposa por ello. Este cambio de percepción da inicio a la relación santa,
la respuesta del Espíritu Santo a la relación especial.
Por lo tanto, ninguna relación puede sanarse sin que se preste atención a
este problema de culpa. Sin embargo, no es necesario que ambas partes elijan
hacerlo. El perdón es un proceso que ocurre en la mente de uno, puesto que
es ahí donde se encuentran los pensamientos de separación y de culpa. Todo
lo que se requiere es que uno de los dos pida ayuda para efectuar el cambio.
Se necesitan dos para estar de acuerdo en la separación, pero sólo una mente
sana para corregirla [deshacerla]: "El que esté más cuerdo de los dos en el
momento en que se perciba la amenaza, debe recordar cuán profundo es su
endeudamiento con el otro y cuánta gratitud le debe, y alegrarse de poder
pagar esa deuda brindando felicidad a ambos" (T-18.V.7:1). Cuando una
pareja tiene problemas, a menudo es uno de los dos quien debe dar el primer
paso. El que esté más cerca de reconocer la verdadera fuente del conflicto
debe estar dispuesto a cambiar de una actitud de hallar faltas a una de perdón,
y ver los errores de la pareja como una petición de ayuda. Esto puede hacerse
únicamente al darse cuenta de que la ayuda que se le ofrece a esta pareja en
particular es la misma que Dios le ofrece a uno mismo. Reconocemos que
nuestra infelicidad no es atribuible a circunstancias externas sino a nuestra
interrumpida relación con Dios (la separación).
Sexualidad y celibato
Así pues, no es extraño que las personas al borde de tomar una importante
decisión en sus vidas tal como casarse o hacer votos religiosos, o a punto de
realizar cualquier acción que refleje un compromiso con Dios, pueden
desarrollar repentinos "ataques" de sexualidad en varias formas: una joven a
punto de contraer matrimonio "descubre" que es lesbiana; un hombre que
dentro de poco se ordenará sacerdote se encuentra obsesionado por los deseos
sexuales hacia una mujer en particular. Todo lo que verdaderamente ocurre
en muchos de estos casos es el pánico del ego ante nuestra decisión de seguir
la Voluntad de Dios para nosotros en lugar de la suya, y su intento de
sabotear esta decisión. Tratar estos problemas como serios en su propio
derecho es la manera perfecta de aferrarse a ellos, pues luchar contra las
defensas del ego sencillamente las hace más fuertes. Una vez se ven como
distracciones inofensivas desaparecerán tan fácilmente como el sol evapora el
rocío mañanero. Lo que permanece es la Voluntad de Dios.
2. El celibato
Por otro lado, el ego enseña que el sexo es una forma de pecado
particularmente maldita, y que debe evitarse. En muchos casos, tal posición
ocasiona que la gente niegue lo que es parte de su experiencia de vida, lo cual
hace imposible que ubiquen la sexualidad en su justa perspectiva como sólo
una parte de su identificación ego-cuerpo, tal como son las necesidades de
comer, dormir, divertirse, etc. Negar los sentimientos sexuales de uno porque
se consideren profanos o no espirituales sería otorgarles un poder que no
tienen. Como dice el Curso:
El cuerpo es sencillamente parte de tu experiencia en el mundo físico.
Se puede exagerar el valor de sus capacidades y con frecuencia se
hace. Sin embargo, es casi imposible negar su existencia en este
mundo. Los que lo hacen se dedican a una forma de negación
particularmente inútil. En este caso el término "inútil" significa
únicamente que no es necesario proteger a la mente negando lo no-
mental (T-2.IV.3:8-12).
Cuando caemos en esta trampa de negación del ego olvidamos que uno no
puede abandonar este mundo de ilusión sin corregir primero estas ilusiones
en este mundo donde hemos puesto nuestra creencia. La meta de Un curso en
milagros es transformar el mundo, no trascenderlo, que es el paso que le
corresponde a Dios cuando nos eleva hacia Sí Mismo después que todas
nuestras percepciones erróneas han sido corregidas por el Espíritu Santo. Si
bien el Curso le da gran énfasis al ahorro de tiempo, el tiempo no se ahorra a
través de la negación, sino a través de deshacer nuestra culpa en nuestras
relaciones donde más poderosamente la hemos proyectado.
No llames pecado a esa proyección sino locura, pues eso es lo que fue
y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpabilidad, pues la
culpabilidad implica que realmente ocurrió. Pero sobre todo, no le
tengas miedo.
En cualquiera de las dos formas del plan del ego, por consiguiente, el sexo
y el cuerpo se han hecho reales al cambiar el centro de interés de la causa
(mente) al efecto (cuerpo). Creer que la sexualidad es pecaminosa porque es
una actividad corporal es el mismo error de creer que es santa porque tiene el
poder de unir. Insistir en que cualquier forma en este mundo es
intrínsecamente buena o mala es cara y cruz de la misma moneda que hace
las ilusiones verdaderas. La indulgencia o la abstinencia logra el mismo
propósito si su valor se basa en la forma. Su verdadero significado sólo puede
proceder de su contenido, el cual le ha sido otorgado por el Espíritu Santo.
Las lecciones iniciales en el libro de ejercicios recalcan cómo nosotros no
comprendemos nada en este mundo porque no entendemos su propósito. En
lugar prominente en la lista aparecería el sexo. Por lo tanto, siempre debemos
guardamos de prejuzgarlo (o cualquier otra actividad en el mundo) por lo que
aparenta ser su significado como nos lo enseñan las múltiples normas de
moralidad o los criterios de salud mental, como por ejemplo, creer que la
expresión sexual es maldita o inmoral, o que el celibato es antinatural o
patológico. El juicio, como lo recalca el Curso repetidamente, le corresponde
al Espíritu Santo. Sólo El sabe cómo las formas de sexualidad se ajustan a Su
plan para liberamos de nuestra culpa.
Por otra parte, si la gente vive una vida de expresión sexual en el contexto
de una relación que Dios ha unido, entonces su sexualidad puede convertirse,
como todas las formas de vida, en un medio para alcanzar el objetivo de
Dios. Sus parejas no se ven como objetos sexuales cuyo propósito es
satisfacer ciertas necesidades especiales, sino como personas a través de
quienes Dios los llevará a acercarse a El Mismo. Dios permanece como el
propósito, y no habrá culpa pues no ha habido ataque. Dios no ha sido
reemplazado por una relación, sino buscado a través de una relación, cuya
forma de función especial es enseñar el contenido del perdón. Al final será Su
Presencia lo que se ama, no una proyección sobre un ídolo. Cuando la
sexualidad se separa del propósito de perdón del Espíritu Santo, la culpa tiene
que proceder del uso de otro para la gratificación personal de uno. No es al
sexo en sí, ni a ninguna otra gratificación física a lo que el Espíritu Santo
objeta, sino a la culpa que a menudo resulta de la búsqueda del placer por el
placer mismo.
La necesidad de fe
El miedo y el terror que se experimentan aquí están casi más allá de toda
creencia, literalmente, pues casi toda creencia se diseñó para alejamos de este
momento. Sin que sepamos que hay una Persona dentro de nosotros, Quien
no es de nosotros-una Persona Que nos puede proteger, consolar y guiar -es
altamente improbable que se pueda atravesar esta etapa exitosamente. Nos
lanzan nuevamente a la total desolación y desesperanza de la vida del ego con
la cual nos hemos identificado siempre. El odio a sí mismos que procuramos
proyectar sobre los demás ahora lo confrontamos en un frontal ataque y el
suicidio parece la más atractiva de todas las soluciones.
No cabe duda acerca del poder que nuestras mentes poseen, y de hecho,
cuando consideramos que este mundo fenomenal entero es el producto de
nuestro pensamiento, podemos comenzar a apreciar este poder. Como dice el
Curso en términos de nuestra habilidad para aprender:
Hay un peligro particular aquí, pues uno puede ganar poder mundano a
través del adiestramiento y ejercicio de la mente.
Existe.... una atracción especial por las capacidades poco usuales que
las hace curiosamente tentadoras. Estos poderes son los que el
Espíritu Santo quiere y necesita. Mas el ego ve en esos mismos
poderes una oportunidad para vanagloriarse. Cuando los poderes se
convierten en debilidades es ciertamente trágico. Lo que no se le
entrega al Espíritu Santo, no puede sino entregársele a la debilidad,
pues lo que se le niega al amor se le da al miedo, y como
consecuencia de ello será temible (M-25.4:5-9).
Una vez esta habilidad o este poder psíquico es descubierto por un individuo
y esta persona se identifica con él, éste
Uno puede, de hecho, recibir lo que elija, si pone la mente en ello. Pero
hay una evidente falacia oculta bajo esta actividad y revela su propósito
básico. Concentrarse en una deseada finalidad, bien sea a través de la oración,
meditación o de la concentración, presume que sabemos lo que es mejor para
nosotros o para los demás. En efecto, decidimos lo que queremos-beneficios
materiales, "curación espiritual" o algo parecido-y luego oramos para que
Dios nos conceda nuestra petición; o de lo contrario dejamos a Dios fuera del
cuadro totalmente y nos lo pedimos a nosotros mismos. Ya hemos discutido
cuán imposible es saber qué es lo que nos conviene a nosotros, y mucho
menos a alguien más. Sin embargo, hay Uno Que sí sabe y es a El a Quien
debemos pedirle. De ese modo nuestra petición cambia de la magia al
milagro. Ya no oramos por algo externo a nosotros, sino más bien por el
cambio de percepción que es lo único que puede traernos paz.
El Curso enseña, repito, que "la única oración que tiene sentido es la del
perdón porque los que han sido perdonados lo tienen todo" (T-3.V.6:3). Es
una oración que "no es más que una petición para que puedas reconocer lo
que ya posees" (T-3.V.6:5). Lo que "ya tenemos" refleja el principio de
abundancia: Dios nos ha dado todo en nuestra creación. Esta abundancia no
tiene referente alguno en el mundo material. La abundancia es sólo de Dios y
no puede expresarse en lo que no es de El. Así pues, no puede haber conexión
alguna entre los mundos del espíritu y de la materialidad puesto que ambos
reflejan niveles que se excluyen mutuamente: uno real, el otro ilusorio. Lo
que los une, sin embargo, es el propósito del Espíritu Santo, Que llega a este
mundo de ilusión y nos ayuda a cambiar de idea acerca de lo que es la
realidad. Puesto que somos nosotros quienes pensamos este mundo demente,
sólo podemos liberarnos al cambiar nuestros pensamientos. Estos no pueden
ser cambiados para nosotros. Sin este propósito el mundo no tiene
significado, junto con sus valores y sus búsquedas.
Así pues, es una distorsión del principio de abundancia el creer que al
tornarnos más "espirituales," por así decirlo, recibiremos la abundancia de los
bienes materiales que anhelamos. Orar por dinero o por cualquier expresión
de los "regalos" de este mundo es el mismo error que orar por curación física.
Lo que sí recibimos cuando nos tornamos más "espirituales," o rectos de
mente, son los regalos del espíritu de Dios que abarcan Su Amor, la paz, el
gozo y la vida eterna. No hay otros regalos. El milagro corrige esta
distorsión; la magia la incrementa. El perdón expresa el milagro, y es nuestra
sola función mientras estemos aquí, puesto que es nuestra sola necesidad. Al
deshacer nuestra culpa, el perdón devuelve a nuestra conciencia la memoria
del Amor de Dios y Su abundancia.
Puede que todavía te quejes de que tienes miedo, pero aun así sigues
atemorizándote a ti mismo.... no puedes pedirme que te libere del
miedo. Yo sé que no existe, pero tú no. Si me interpusiese entre tus
pensamientos y sus resultados, estaría interfiriendo en la ley básica de
causa y efecto: la ley más fundamental que existe. De nada te serviría
el que yo menospreciase el poder de tu pensamiento. Ello se opondría
directamente al propósito de este curso (T-2.VII. 1: 1-6).
Puesto que hay un solo problema sólo hay una solución. El perdón corrige
la culpa, y hacerlo en verdad es hacerlo para siempre. Al fracasar en
perdonar, nos condenamos a un círculo aparentemente interminable en el cual
el pasado se repite en el presente, lo que Freud llamó repetición-compulsión.
Las lecciones que fracasamos en aprender en un período temprano en
nuestras vidas se presentan de nuevo, y nos ofrecen oportunidades que se
repiten hasta que se aprenda la lección. Esta no es la cruel idea de una broma
que tiene el Espíritu Santo, sino Su forma amorosa de ayudamos a atravesar
por un problema de culpa que de otro modo no podríamos haber atravesado.
Si elegimos ver la lección como una carga adicional y una maldición,
permaneceremos condenados por la culpa que se refuerza a través de
proyectar la culpa sobre los demás. Cuando nos decidimos a aprender las
lecciones y elegimos perdonar, correspondientemente perdonamos a todos los
que no perdonamos en el pasado.
El Espíritu Santo nos pide que veamos todas las cosas como lecciones de
perdón que Dios quiere que aprendamos. Así recorremos el mundo en
espíritu de gratitud por las oportunidades que se nos ofrecen para liberamos
de la culpa. Cada situación puede enseñarnos esto mientras permanezcamos
receptivos a aceptar su regalo. Lo que pedimos se nos concede. Si nos
asomamos a un mundo de miedo, y vemos allí el miedo que se oculta en
nuestros corazones, es este miedo lo que recibiremos. Si en cambio le
ofrecemos perdón al mundo, al ver en todo ataque un desesperado grito de
ayuda, será nuestro propio perdón lo que encontraremos.
¿No debemos sentirnos agradecidos, entonces, por lo que una vez nos
parecía una maldición del infortunio? ¿No debemos permitir que el cántico de
gratitud llene nuestro corazón porque el Cielo no nos ha dejado solos en
nuestra prisión de miedo, sino que en su lugar se haya unido con nosotros allí
para que todas las criaturas de Dios sean libres? ¿Y no debemos despertar
cada mañana con esta oración de acción de gracias en nuestros labios,
agradeciendo a Dios las oportunidades que El nos traerá?
Padre, ayúdame en este día a ver sólo Tu Voluntad en todo aquel que
encuentre; que pueda enseñar la única lección que Tú quieres que yo
aprenda: que todos mis pecados han sido perdonados porque yo los he
perdonado en todos los hermanos y hermanas que Tú me has enviado.
Ayúdame a que no sea tentado por mi miedo a odiar o a condenar;
sino que sólo permita que el perdón se pose en mis ojos de modo que
pueda ver Tu Amor en todo aquel que encuentre hoy, y que sé que
también está en mí.
Cuando le preguntaron cuál era el mandamiento mayor, Jesús respondió
con una afirmación del Antiguo Testamento: "Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente," y añadió que el
segundo máximo mandamiento era igual que el primero: "Amarás a tu
prójimo como a ti mismo" (Mi 22:37,39). En todas partes en los evangelios
encontramos a Jesús hablando del Amor de Su Padre y confiando en Su
providencia, así como perdonando y no juzgando a los demás, lo cual
culmina en el "mandamiento nuevo" que les dejó a sus discípulos: "Que os
améis los unos a los otros" (Jn 13:34). Estos dos mandamientos pueden
traducirse en fe y perdón, los principios fundamentales de Un curso en
milagros, y a lo que nos referimos como el plan de salvación del Espíritu
Santo.
Jesús fue la más completa expresión de una vida que ha trascendido al ego
totalmente. Si la cruz, o la crucifixión, es el símbolo del ego, entonces tomar
nuestra cruz significa seguir el camino de ego-trascendencia que siguió Jesús.
Podemos identificarnos con el deshacimiento de la culpa de nuestro ego, más
bien que con las pruebas y dolores de renunciar a esta culpa. Como afirma el
Curso: "La crucifixión es siempre la meta del ego, que considera a todo el
mundo culpable, y mediante su condenación procura matar" (T- 1 4.V. 10:6-
7). Así como la relación especial es el hogar de la culpa, el camino de la cruz
consiste en deshacer estas relaciones destructivas.
Entre estas dos sendas hay un camino que conduce más allá de
cualquier clase de pérdida, pues tanto el sacrificio como la privación
se abandonan de inmediato. Este es el camino que se te pide recorrer
ahora (L-pl. 155.51-2).
De ese modo, Jesús nos instruye a que cambiemos de idea de la manera del
ego mirar al mundo a la del Espíritu Santo. Es la distorsión que el ego hace
de esta enseñanza central lo que la ata a las cosas específicas, más bien que al
principio subyacente. El problema no es el cuerpo, sino cómo pensamos
acerca del cuerpo. Lo que "sacrificamos" son nuestros pensamientos sobre la
materialidad, no la materialidad en sí. De lo contrario, simplemente
practicamos el falso asceticismo de renunciar a lo que jamás fue real, con lo
cual mantenemos el pensamiento en nuestras mentes como si fuera real. El
Curso comenta sobre este error, y se refiere a las cuatro motivaciones de
Freud:
Cuando se leen por primera vez, estas enseñanzas suenan ásperas, crueles
y exigentes. Sin embargo, cuando se ven bajo otra luz-hacia el contenido que
hay más allá de la forma-su mensaje se entiende como uno benévolo y
amoroso: puesto que Dios es nuestra necesidad, seguir a Jesús es nuestra
única dicha. Si no tuviésemos miedo de abandonar nuestros "gozos" previos-
la verdadera fuente de nuestro dolor-este camino no conllevaría sufrimiento o
miedo de clase alguna.
Es crucial, pues, no sólo que tomemos la cruz y nos movamos más allá del
ego, sino que tomemos la mano de Jesús y lo sigamos. Sin su guía jamás
atravesaremos el miedo y el dolor que la cruz puede representar. Por el
contrario, inevitablemente nos identificaremos con el miedo, y lo
convertiremos en nuestra única realidad. Otro relato, cuyo título y autor no
puedo recordar, ilustra bien las trágicas consecuencias de hacer el miedo real
sin que confiemos en el Dios Que siempre nos protege con Su Amor:
Un hombre apostó con sus amigos que podía quedarse de un día para otro
en una casa que según se decía era visitada por fantasmas. Aunque se sentía
secretamente asustado, suprimió su ansiedad y se dispuso a pasar la noche en
la casa. Más tarde por la noche oyó ruidos y, al atemorizarse se alejó de éstos.
Al apretar el paso, sintió de pronto un fuerte apretón alrededor del cuello.
Luchó con fuerza para liberarse echándose hacia adelante, pero mientras más
se esforzaba mayor era el apretón que sentía. Luchaba desesperadamente por
respirar, pero era una batalla perdida. La garra era implacable, y finalmente el
hombre se desplomó, sin vida, sobre el suelo. A la mañana siguiente sus
amigos lo encontraron muerto por asfixia debido a que su propia bufanda se
atoró en un clavo: mientras más luchaba por zafarse de la bufanda más la
apretaba. El terror del hombre a su atacante irreal se convirtió en su asesino.
Hay pocos lugares en los evangelios donde Jesús sea más enfático o
aparentemente áspero que en sus aseveraciones de que los discípulos eviten
envolverse falsamente con los demás. Esta enseñanza central ocurre cinco
veces en los evangelios sinópticos, y la aseveración más fuerte se plantea en
Lucas: "Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su
mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no
puede ser discípulo mío" (Lc 14:26). La versión de Mateo suaviza este
mandato, y al mismo tiempo aclara su significado: "El que ama a su padre o a
su madre ... a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10:37).
En un sentido, se puede decir que se nos pide que formemos una "relación
especial" con Jesús. Distinto a todas las demás relaciones, sin embargo, ésta
no estaría basada en la culpa o la substitución, sino en el amor, el medio para
conducirnos más allá de todas las relaciones especiales. El amar a Jesús,
pues, sería un amor que incluiría a toda la humanidad y que negaría todas las
exigencias de exclusividad. Puesto que escoger a Jesús en nuestras vidas
cotidianas representa una decisión de renunciar al ego, sólo podría ser la voz
de él la que nos guiara. Como dice Jesús en el Curso: "Cuando te unes a mí lo
haces sin el ego porque yo he renunciado al ego en mí y, por lo tanto, no
puedo unirme al tuyo. Nuestra unión es, por consiguiente, la manera de
renunciar al ego en ti" (T-8. V.4:1-2). Al excluirlo a él de nuestros corazones
tenemos que llenar el vacío, y en esa necesidad nacen todas nuestras
relaciones especiales.
Estas dos parábolas, pues, no son tanto una renunciación a sí mismo o una
negación sino más bien una introspección. Jesús nos pide que busquemos
interiormente cualesquiera manchas de obscuridad del ego que impidan que
la luz del Cielo resplandezca. Su mensaje para nosotros es: "Cualquiera de
vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío" (v.
33). Aquí vemos de nuevo que Jesús no nos pide que "renunciemos" a las
posesiones materiales en un espíritu de sacrificio, sino que más bien
renunciemos a nuestra inversión en ellas, pues éstas ya no tienen el
significado que tenían. Jesús nos pide que vivamos nuestras vidas a plenitud
al completar el proceso del perdón de modo que nuestra dicha sea igualmente
plena. Mientras una sola "mancha de obscuridad" permanezca en nuestro
interior, la luz de Cristo se obscurece y Jesús quisiera que fuésemos el puro
canal de luz que él es. El les dice a sus discípulos: "Mira, pues, que la luz que
hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no
teniendo parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando
la lámpara te ilumina con su fulgor" (Lc 11:35-36).
Por lo tanto, Jesús instruyó a sus discípulos: "Porque quien quiera salvar
su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará" (Mi
16:25). Al tratar de asegurar las vidas de nuestros egos aferrándonos a
nuestras relaciones especiales, realmente perdemos nuestra vida, pues hemos
puesto nuestra fe en nada. Al abandonar estos apegos-escogiendo una
relación santa en lugar del especialismo-tomamos la sola decisión que
devuelve a nuestra conciencia nuestra verdadera vida en Dios. De este modo,
encontramos el verdadero significado de la vida y nos damos cuenta, repito,
"con feliz asombro, que a cambio de todo esto [renunciamos] a lo que no era
nada" (T-16.VI.11:4). Esta es la perla de gran precio, representada para
nosotros por Jesús, cuando lo ponemos a él primero en nuestros corazones y
en nuestras mentes.
De modo que no basta con que retiremos nuestra inversión del mundo, el
significado de "anda, y cuanto tienes véndelo". También debemos dar el
dinero a los pobres (Mc 10:21), que es el significado de "vaciamos de nuestro
ego" con los demás. Estos son los "pobres" que Jesús nos envía-todos
aquellos que tienen hambre del Amor de Dios, al creer que están separados
de este amor. En nuestro compartir este amor con ellos, todos nos unimos en
Su Presencia. Es la condición natural del amor, lo contrario de amor especial,
que abracemos a toda la humanidad como nuestro Padre nos abraza a
nosotros.
Jesús nos dijo que el vino a traer la paz (Jn 14:27), pero el falso y efímero
sentido de seguridad que resulta de las relaciones edificadas sobre la
dependencia en el amor especial no es la paz que Jesús nos ofrece. Más bien,
debemos aprender a despojarnos del falso yo que quiere que busquemos tales
relaciones, y que en su lugar busquemos la sola relación con él que une a
todas las demás en sí misma. Debemos desprendernos de los apegos a todo lo
que no es de Dios de modo que finalmente podamos unirnos con nuestra
verdadera realidad. Para ayudar a conducimos del infierno de las vidas de
nuestro ego al Cielo de la vida en Dios, Jesús nos envía los unos a los otros,
sus mensajeros, a traemos las buenas nuevas de gran dicha. Pero a menos que
él mismo permanezca en el centro de nuestras relaciones, su mensaje de
perdón, dicha y felicidad de éstas, se perderá en la culpa, el dolor y la
miseria. En cada relación, por consiguiente, Jesús nos llama: "Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt
11:28). De ese modo la culpa y el miedo de nuestras relaciones especiales se
transforma, a través del perdón, en el reflejo del Amor de Dios.
En Marcos 9:38 vemos a Juan quejarse ante Jesús de que otro que "no es
uno de nosotros" estaba exorcizando demonios en el nombre de Jesús, y que
los discípulos habían tratado de detenerlo. Juan, al hablar por los demás,
expresaba la creencia de que únicamente ellos podían efectuar esa curación
ya que ellos únicamente eran los verdaderos seguidores de Jesús. Si su
Maestro hubiese fulminado airadamente con un rayo a este extraño, sin duda
ellos se hubiesen sentido satisfechos. La respuesta de Jesús, no obstante, no
fue lo que ellos esperaban: "No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un
milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí.
Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros" (Mc 9:39-40).
No sólo deseaban los discípulos ser diferentes de otros grupos, sino que
luchaban entre ellos mismos por ser primeros en los afectos de Jesús. Vemos
a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pedirle a Jesús si podían sentarse a
mano derecha y a mano izquierda de él cuando estuviese en su gloria (Mc
10:35-37). En la versión de Mateo es la madre de ellos quien hace la petición
(Mt 20:20-23). En otras partes, los discípulos discuten entre ellos mismos
sobre quién es el más grande (Mc 9:33-34; Lc 9:46; 22:24), o le hacen la
pregunta al mismo Jesús (Mt 18:1).
Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero
no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más
joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor,
el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa?
Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc 22:25-27).
Uno de los ejemplos más importantes del trato de Jesús al problema del
especialismo está en el relato que hace Juan de La última cena. Los discípulos
creían que su poder para perdonar y sanar procedía de Jesús. Por lo tanto,
ellos naturalmente malentendieron que la base de este poder se originaba en
la persona física de Jesús quien vivía y caminaba con ellos. De ser así, su
ministerio habría estado restringido a la época de la vida terrenal de Jesús. La
lección final que Jesús iba a dejarles a sus discípulos era que el poder y la
autoridad de él estaba dentro de ellos. Debido a que el poder era del Espíritu
Santo, no podía estar limitado ni por el tiempo ni por el espacio. El que una
persona tuviese este poder no excluía que su presencia estuviese en otra. Esta
idea, por supuesto, se esfuma ante la faz del especialismo, el cual por
definición limita la manifestación del amor a ciertas personas dentro de un
marco temporal y espacial específico. El especialismo es exclusivo y
limitado; el verdadero amor, que es inclusivo e ilimitado, abraza a toda la
humanidad sin excepción.
Debido a que uno de los principales propósitos de Jesús era ayudar a que
aquellos que iban a realizar su obra en la tierra aprendiesen a escuchar la Voz
del Cielo, era esencial que se les enseñase que el Reino de Dios estaba
dentro, no fuera de ellos. Sin embargo, mientras Jesús estuviese presente para
sus discípulos y fuese un objeto de dependencia, ellos jamás habrían
aprendido su lección. La necesidad que tenían de su Maestro era demasiado
grande. Así pues, Jesús pronuncia estas palabras de consuelo sobre su muerte
inminente: "Pero yo os digo la verdad; os conviene que yo me vaya; porque si
no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito (el Espíritu Santo); pero si me
voy, os lo enviaré" (Jn 16:7). "A menos que yo me vaya," Jesús les explica,
"jamás entenderán que vivo en ustedes. Después de mi partida, reconocerán
que el Espíritu Santo me lleva con ustedes no importa donde estén; puedo
hablar dentro de todos al mismo tiempo."
Por consiguiente, si Jesús hubiese permanecido con sus discípulos, la
relación especial de ellos con el yo físico y psicológico de Jesús les habría
impedido que reconociesen alguna vez la Presencia viviente del Espíritu
Santo dentro de ellos. Habrían estado reforzando la precisa lección de
especialismo que se suponía que des-aprendieran. Jesús no quería que ellos o
cualquier otro se hiciera dependiente de su presencia física real, o que nuestra
conciencia de él se limitase a ello. A duras penas le serviría a la lección de
infinitud de Dios si el mismo Jesús estuviese limitado por las precisas leyes
del ego que él estaba enseñando que se debían trascender. Esto, pues,
permanece como el problema crucial de la fe: que le retiremos la fe a lo que
vemos, oímos y entendemos, y que reconozcamos con Hamlet, que hay más
cosas en el Cielo y en la tierra de las que soñamos en nuestra filosofía. A
través de su ejemplo viviente, Jesús nos demostró lo que estas "más cosas"
son verdaderamente. Su presencia constante en nuestras vidas revela esta
verdad: Dios es infinito, y esta libertad de espíritu la compartimos con él.
De ese modo, podemos reconocer que esta Voz habla por nosotros, por
nuestro verdadero Ser que hemos olvidado y negado. Mediante este vínculo,
la unidad fundamental de Dios y nosotros se refuerza, aun cuando seguimos
viviendo dentro de un marco del ego. Dios utiliza nuestra creencia en la
realidad de voces separadas para enseñarnos finalmente que sólo hay Una.
Sería muy difícil para nosotros ubicarnos en los zapatos de los discípulos
durante ese período que comienza con el arresto de Jesús en el Huerto de
Getsemaní hasta que se les apareció la noche del domingo en el aposento
alto. Las narraciones de los evangelios, además, ofrecen muy poco más allá
de algunas claves incitadoras. Lo demás lo dejan a nuestra imaginación,
guiada por los discernimientos psicológicos que hemos discutido en la Parte
I. Podemos decir con seguridad, no obstante, que este grupo de leales
seguidores, tenía que estar psicológicamente destruido con el sorprendente
revés de los incidentes de esos días.
Dada su propia comprensión limitada aún, ellos no podían hacer otra cosa.
La metanoia o cambio de pensamiento que Jesús enseñó, los discípulos la
tradujeron en algo externo. No fue hasta la resurrección que el entendimiento
de los discípulos pudo comenzar a cambiar, cuando reconocerían que el
templo que se reconstruiría en tres días, se refería al mismo Jesús, no a una
estructura externa (Jn 2:19-22). El "fracaso" de la misión de Jesús en
establecer un reino terrenal inevitablemente los habría devastado. Visto en
retrospectiva, los días que transcurrieron entre el Viernes Santo y el Domingo
de Ramos deben haberles parecido breves, realmente. Toda esperanza se
había perdido, y no quedaba nada excepto la desolación y las memorias
amargas de los sueños rotos.
En total, habría sido casi imposible para los discípulos no haber sentido,
consciente o inconscientemente, que su propia traición, abandono y falta de
fe fueran responsables de la verdadera traición y asesinato del Maestro. Aun
si ellos no reconocían por el momento el alcance total de las acciones de
Judas, ellos mismos se habrían sentido culpables de la misma acción. Freud
nos ha ayudado a entender esta dinámica al describir la "omnipotencia de los
deseos" del niño: Si un padre muriese, los pensamientos inconscientes de ira
de ese niño en contra de ese padre lo harían sentirse responsable de su
muerte. Jesús enseñó el mismo principio al recalcar la importancia de
nuestros pensamientos, lo cual discutiremos en el capítulo siguiente. El tener
pensamientos de ataque es suficiente para hacemos culpables, aun cuando la
ira sea tácita o esté fuera de nuestra conciencia. Así pues, el que los
discípulos se sintieran culpables por la muerte de Jesús habría reforzado la
culpa que estaba presente en su relación especial con él.
Ahora surge la más dolorosa de todas las armas del ego: el miedo. Si en
efecto los discípulos creían que ellos habían cometido esos pecados en contra
de Jesús, como afirmaba su culpa, cuán terrible, pues, sería el castigo que
inevitable y justamente recibirían. Juan escribe: "Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas
del lugar donde se encontraban los discípulos" (Jn 20:19). Por una parte,
podemos apreciar las aprensiones de que la gente o el Sanedrín no estarían
satisfechos con la muerte de Jesús. Con el deseo de erradicar lo que ellos
creían que era una amenaza para su autoridad, los líderes procurarían matar al
resto de los que "conspiraban" con Jesús. Sin embargo, ya hemos visto que el
origen último del miedo no radica en las situaciones externas, sino más bien
en la expectativa del castigo que nuestra culpa exige. Puesto que era
imposible para los discípulos no haberse sentido culpables por creer en su
pecaminosidad, específicamente en lo que se relacionaba con su
comportamiento y pensamientos relacionados con Jesús, habría sido
igualmente imposible para ellos no temerle a la represalia. Si la gente
crucificó a Jesús que era completamente inocente, el inconsciente de ellos
razonaría, ¿qué nos harían a nosotros que somos tan pecaminosos?
En su raíz, el miedo procede de una sola fuente: cuando creemos que nos
separamos de Dios, nuestra culpa por este pecado de creer que hemos atacado
a nuestro Creador exige que El se vengue por igual. Cuando se entiende en
este contexto, los discípulos agazapados en terror detrás de puertas cerradas
nos recuerdan el intento de Adán y Eva de esconderse en el jardín. Le temían
al Dios que los castigaría por su pecado en contra de El, un miedo que su
propia culpa inició y reforzó. Así pues, su miedo a que los judíos los
capturaran era en realidad una expresión del miedo inconsciente a Dios. Ellos
trataban de esconderse de El, y esperaban mágicamente esconderse detrás de
las puertas cerradas.
La ira
Así pues, no es Dios el que no acepta nuestro regalo, sino que nuestro
miedo no nos permite aceptar el Suyo. Por medio de nuestra reconciliación
con los demás, se deshace la culpa y somos libres para venir ante nuestro
Padre, listos para recibir Su regalo de amor. Nuestra ofrenda a El es nuestra
disposición a despojarnos de nuestra culpa (pasos 1 y 2), y a cambio
recibimos Su misericordioso Amor, el equivalente del Cielo para nuestro
perdón (paso 3). Jesús prosiguió con esta enseñanza más tarde en el Sermón
cuando dijo: "Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a
los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6:14-
15).
(Sal 32:3-7)
Este principio recalca la ley del libro de Números. "Si un hombre o una
mujer comete cualquier pecado en perjuicio de otro, ofendiendo a Yahveh, el
tal será reo de delito. Confesará el pecado cometido...." (Nm 5:6-7). En la
primera epístola de Juan leemos: "Si decimos: `No tenemos pecados', nos
engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonamos los pecados y purificarnos de toda
injusticia" (1 Jn 1:8-9).
Por lo tanto, una decisión de aferrarnos a nuestra ira, para justificar los
agravios que sustentamos en contra de otro, es realmente una decisión de
aferrarnos a nuestra culpa. Esta forma de defensa es suficiente para
mantenernos en un "estado de pecado"-separados de Dios-pues esto es lo que
la culpa sustenta. Como enseñaba Santiago: "Porque la ira del hombre no
obra la justicia de Dios" (St 1:20); y Pablo: "No se ponga el sol mientras
estéis airados" (Ef 4:26). Una vez nos airamos, todo el Amor del Cielo no
penetrará en esta prisión del ego. Permaneceremos solos en nuestras mentes
enajenadas, enemistados con el mundo y con Dios, sin que reconozcamos
jamás la verdadera causa de esta experiencia de aislamiento: nuestra decisión
de permanecer inexorables, y por consiguiente en un estado de pecado y de
culpa.
3) Jesús sí, en efecto, se enojó personalmente. Sin embargo, aun cuando uno
aceptase esta tercera alternativa, la de ver la ira de Jesús como una prueba de
su "calidad humana," de que tiene un ego, la pregunta prevalecería aún: ¿por
qué querríamos nosotros identificarnos con su ego, citar este incidente en el
Templo como una justificación de nuestra ira, y olvidarnos de todo lo que nos
enseñó-especialmente en el Sermón de la montaña-sobre no sentirnos airados,
por no decir nada de su ejemplo personal justo al final de su vida cuando
ningún hombre habría estado más justificado en sentirse airado, mas él no lo
hizo?
Una de las lecciones básicas de las cuales dio testimonio la vida de Jesús,
fue que la ira jamás está justificada, pues sólo una respuesta de perdón y
amor puede ser la Voluntad de Dios. Nada puede justificar jamás el que nos
separemos unos de otros, o de Aquel Que nos creó como una familia. Como
escribió el profeta Malaquías cuatro o cinco siglos antes de Jesús: "¿No
tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?"
(M1 2:10). La ira y el ataque niegan esta aseveración; el perdón lo afirma.
Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os
digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla
derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para
quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar
una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le
prestes algo no le vuelvas la espalda.
De acuerdo con las leyes del mundo este pensamiento no tiene sentido.
Comportarse de ese modo parece que es sencillamente invitar a la gente a que
camine sobre nosotros y permitirle salir airosa de varias formas de injusticia.
¿Pero y si estas leyes son incorrectas? Hemos visto que un sistema de
pensamiento puede ser lógico en las conclusiones que proceden de sus
premisas, pero el rigor de su lógica no hace al sistema verdadero. Unicamente
las premisas válidas pueden hacer eso. Jesús vino a demostrarnos que las
premisas sobre las cuales se fundamenta este mundo están equivocadas, pues
reflejan un mundo del cual Dios está ausente.
Esta actitud nos conduce a una percepción de todas las personas como
nuestros hermanos y hermanas, y a trascender la dicotomía entre bueno y
malo, amigo y enemigo. Tales distinciones no se conocen en el Cielo, donde
nuestro Padre dispone que su sol y lluvia caigan sobre toda la humanidad
como una. Dios, leemos en Deuteronomio, "no hace acepción de personas"
(Dt 10:17). Sin la defensión nacida de la culpa y del miedo, lo que queda es
la conciencia de la unidad de toda la gente en Dios, criaturas de un Padre. Tal
como San Pedro se dirigió a la multitud en casa de Cornelio:
"Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas ...
Jesucristo... es el Señor de todos" (Hch 10:34, 36). Santiago nos exhorta a no
hacer "acepción de personas" (St 2:1), pues una vez la hacemos "cometemos
pecado y quedamos convictos de transgresión por la Ley" (St 2:9). Cuando
definimos el pecado como carencia de amor, o "errar el tiro" en uno de sus
significados hebreos originales, esta enseñanza se hace más relevante aún,
puesto que el amor no separa. A los amos de los esclavos efesios, San Pablo
les enseñó que esclavos y hombres libres merecen respeto, pues ambos
"conscientes de que cada cual será recompensado por el Señor según el bien
que hiciere: sea esclavo, sea libre.... teniendo presente que está en los cielos
el Amo vuestro y de ellos, y que en él no hay acepción de personas" (Ef 6:8-
9).
Las implicaciones de este principio son que hemos de amar a todas las
personas, independientemente de su posición, condición de vida o su
comportamiento. Una manera sutil en la cual el ego ha mantenido su
necesidad de proyectar la culpa y la separación ha sido segregar grupos de
personas cuyas creencias y comportamientos difieran de los nuestros. En el
nombre de la rectitud y la verdad, inconscientemente condenamos en otro la
culpa que deseamos negar en nosotros mismos. Este es el error de confundir
forma y contenido. El concentrarse en la forma siempre separará, puesto que
las formas están separadas por definición, mientras que el contenido de Amor
de Dios siempre tiene que unir. Por tal razón el Curso afirma: "El ego analiza;
el Espíritu Santo acepta" (T-1 1.V.13:1).
San Pablo estaba bien consciente de este error, aunque tal vez, no
reconocía cuán generalizado estaba. En esta larga exhortación a los romanos,
les advierte en contra de juzgar a los demás, específicamente en lo
relacionado con problemas que habían surgido dentro de la comunidad
romana en torno al asunto de alimentos limpios y sucios, y el guardar los días
santos:
Acoged bien al que es débil en la fe, sin discutir opiniones. Uno cree
poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras. El
que come no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco
juzgue al que come, pues Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para
juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a
su amo.... Este da preferencia a un día sobre otro; aquél los considera
todos iguales. ¡Aténgase cada cual a su conciencia! ... Pero tú ¿por
qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? ...
Dejemos, por tanto, de juzgarnos los unos a los otros; juzgad más bien
que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano. -Bien sé, y
estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo
impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése sí lo
hay-. Ahora bien, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no
procedes ya según la caridad.... Que el Reino de Dios no es comida ni
bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que
quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los
hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua
edificación. No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento (Rm
14:1-5,10,13-15,17-20).
Jesús, por consiguiente, nos enseña que no basta con amar a nuestro
prójimo, tenemos que amar a nuestros enemigos por igual. Tenemos que
amar a nuestros enemigos porque no son nuestros enemigos: "somos
miembros los unos de los otros" (Ef 4:25). El percibir a los demás separados
de nosotros refleja nuestra necesidad de proteger aquello que más le tememos
en nosotros mismos. Así pues, los enemigos que percibimos son en verdad
nuestros salvadores, pues en ellos vemos proyectada la imagen del enemigo
que tenemos adentro. Incapaces de lidiar por nuestra cuenta con la culpa
reprimida, ahora la podemos perdonar cuando la vemos en otro.
Las palabras de Jesús de que debemos orar por aquellos que nos persiguen
se pueden entender como un llamamiento a verlos como él los ve, lo que el
Curso llama la "visión de Cristo." Al hacerlo así, hemos cambiado nuestra
percepción de enemigo a amigo, al mirar más allá del ego del otro hacia el
Cristo, y ver ese mismo Cristo en nosotros mismos: el Ser uno que todos
compartimos. La culpa interna que habíamos proyectado sobre este
"enemigo" se perdona, y el amor que es nuestra verdadera Identidad en Dios
se restituye a nuestra conciencia, al nosotros ver también ese amor en el otro.
De este modo, nos volvemos "perfectos tal como [nuestro] Padre celestial es
perfecto." Ser perfecto es estar sin pecado y culpa; ser, como escribe Pablo,
"santos e inmaculados en su presencia [la de Dios]" (Ef 1:4). La perfección
de Dios está en cada uno de nosotros, tanto en los "buenos" como en los
"malos" por igual. Para ayudarnos a que nos demos cuenta de esto, el Espíritu
Santo reinterpreta a aquellos en quienes estaríamos más tentados a proyectar
"lo bueno" y "lo malo," basados en las necesidades de nuestro propio ego. El
nos pide que veamos únicamente a Cristo en estas personas, de modo que
lleguemos a recordar Su Amor, al verlo únicamente a El en nosotros mismos.
Por eso
Esta enseñanza se amplía más tarde en el evangelio: "lo que Dios unió no
lo separe el hombre" (Mt 19:6).
A pesar de los intentos de nuestro ego por destruir u opacar el amor que
Dios nos dio al crearnos, en realidad este amor jamás puede cambiarse o
deshacerse. Este es el principio de Expiación que niega la aparente realidad
de que estamos separados. El himno de San Pablo al Amor de Dios es
particularmente apropiado aquí:
Este Amor de Dios se nos hace visible al ver a Cristo en nuestra pareja, y este
Amor siempre está presente, a pesar de nuestra decisión de pasarlo por alto.
Jamás podemos separarnos de él, y creer que podemos es afirmar una
realidad que contradice la amorosa Voluntad de Dios. En este sentido, pues,
simplemente hemos reproducido el pecado de Adán y Eva al contradecir a
Dios, y reforzar nuestra culpa debido a lo que creemos que hemos hecho.
Cualquiera que sea el camino escogido por el ego, se niega el propósito del
Espíritu Santo y es en esta negación donde se encuentra la culpa, no en la
forma específica que se elige para el propósito del ego. A pesar de esta forma
de resolución del ego por la culpa, ésta no es un pecado que deba castigarse
sino un error que se debe corregir a través del perdón que procede del
Espíritu Santo. El ve en nuestra pareja la ayuda para aprender la verdad del
Amor de Dios, pero si somos incapaces de aprender la lección esta vez, El
nos proveerá otras oportunidades hasta que finalmente aprendamos lo que
Dios nos ha asegurado que aprenderemos.
Primero se les dice a los apóstoles que deben volverse como niñitos, o de
lo contrario jamás podrán entrar al Reino de los Cielos (vv. 1-4). Como en
exhortaciones similares, Jesús no está impartiendo una advertencia o un
mandato. Como nos explica en el Curso: —Excepto que os volváis como
niños pequeños' significa que a menos que reconozcas plenamente tu
completa dependencia de Dios, no podrás conocer el poder real del Hijo en su
verdadera relación con el Padre" (T-1.V.3:4). Puesto que la culpa convierte a
Dios en un enemigo, el reconocer nuestra dependencia de El, la cual hemos
negado, sólo puede ocurrir cuando aceptamos nuestra inherente inocencia
como criaturas de Dios. Al llegar a este punto, podemos identificarnos con
nuestra invulnerabilidad como espíritu, el prerequisito para el perdón. Esta
cita de Jesús no se refiere a la llamada inocencia de los niños. Como hemos
visto, los niños nacen en el mundo con los mismos egos plenamente
desarrollados que nosotros experimentamos como adultos. La "inocencia"
percibida no es nada más que la proyección de la inocencia que creemos
haber perdido en la infancia de la existencia del ego, cuando ocurrió la
separación.
La próxima enseñanza (vv. 5-10) nos pide que extendamos este amor
desde nuestro interior hacia los demás, sin que excluyamos a ninguno de
estos "pequeños;" pues hacer tal cosa es excluir una parte de nosotros que no
hemos perdonado, lo cual precluye nuestra aceptación de Jesús. Como él
dice: "Y el que reciba a un niño... a mí me recibe" (v. 5). Si somos un
"obstáculo" para los "pequeños," como lo expresamos a través de nuestra
falta de perdón, somos nosotros los que sufriremos. El atacar a otros es
atacamos a nosotros mismos, y no hay en este mundo un agente castigador
más perverso que nuestra culpa, pues el ego es despiadado en sus ataques.
Por otra parte, al responder con indefensión y perdón a los ataques de los
demás (desatando sus pecados), demostramos que estos "pecados" no han
tenido efecto alguno y que por consiguiente no pueden ser una causa. Así
pues, no existen (se han perdonado). De esta manera, damos testimonio del
Amor de Dios por ellos así como por nosotros. Cuando en verdad
perdonamos, se deshace la culpa en nuestras mentes por nuestros pecados en
contra de Dios y de otros. Se ha demostrado que nada ha podido interponerse
entre nosotros y el "perdón" de nuestro Padre. Nuestro pecado ha sido
impotente ante el Amor de Dios, el cual nuestro perdón ha manifestado. Las
palabras de San Pablo a los colosenses resumen hermosamente este principio:
El mensaje es claro. Tal como nos perdona Dios, así tenemos que perdonar
a los demás. Dios nos pide que compartamos su perdón y, a menos que lo
compartamos, no lo tendremos para nosotros mismos. En realidad, no es que
Dios nos niegue Su Amor, sino más bien que nosotros no podríamos
aceptarlo mientras nos aferremos a nuestra culpa al no perdonar a los demás.
Este mismo principio se presenta en el Sermón de la montaña en la necesidad
de que primero nos reconciliemos con el otro antes de que podamos
acercarnos al altar de Dios (Mt 5:23-24). La blasfemia en contra del Espíritu
Santo la cual jamás puede perdonarse (Lc 12:10) se puede entender de la
misma manera. El "pecado imperdonable" es la falta de perdón. Este pecado
jamás puede ser perdonado por el Espíritu Santo debido a que nuestra culpa,
sustentada por la falta de perdón, impediría que aceptásemos Su clemente
Amor. Unicamente nuestra propia práctica del perdón puede deshacer una
falta de perdón, pues sólo entonces nos hacemos receptivos al Amor de Dios
por nosotros. El retener nuestra culpa a través de anidar agravios es en
realidad una decisión en contra del Amor de Dios, y por lo tanto El no puede
"perdonamos" debido a que El no contradice nuestra voluntad. El miedo (o la
culpa) puede opacar el amor perfecto, aunque no puede echarlo fuera.
Por lo tanto, Jesús nos exhorta a que perdonemos de corazón, para que
recibamos y conozcamos el perdón de Dios. Como dice Juan: "Si la
conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios" (1 Jn 3:21).
Dios no nos pide que amemos como lo hace El, pues Su misericordia es
infinita y Su Amor es perfecto. De hecho, Jesús recalca el enorme contraste
entre el Amor del Cielo y el de la tierra en su elección de las cantidades
adeudadas en la parábola: el equivalente de cerca de siete millones de dólares
por doce dólares. El Espíritu Santo sólo nos pide que reflejemos el Amor del
Cielo a través de nuestra disposición de perdonar.
Quizás la más famosa de todas las referencias que hace Jesús al perdón es
el Padre Nuestro, donde se nos pide que perdonemos a los demás tal como le
suplicamos a Dios que nos perdone a nosotros (Mt 6:12). Hay un interesante
paralelo a esto en la persistentemente hermosa oración de Kol Nidre que
anuncia el Yom Kippur, el día más sagrado en el calendario litúrgico judaico.
La oración se compuso en la Edad Media durante la época de la gran
persecución cristiana, cuando los judíos eran obligados a confesar la fe
cristiana bajo la amenaza de quitarles la vida. Sin embargo, ellos retuvieron
su propia creencia y siguieron la práctica de su fe judaica secretamente. La
oración implora el perdón de Dios por esta presunta blasfemia en contra de
El, y afirma que sus votos cristianos ("Kol Nidre" significa "todos los votos")
se declaren nulos y sin valor. Lo que resulta interesante es que sólo aquellos
votos que se relacionaban con la relación de uno con Dios se consideraban
inválidos. Aquellos pecados en contra del prójimo no se podían remediar
excepto deshaciéndolos directamente con el otro.
Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que
ama al prójimo, ha cumplido la ley.... todos los demás preceptos, se
resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La
caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud (Rm 13:8-10).
El amor por los "pecadores" significa amor sin juicio, y Jesús explica esto
en la siguiente enseñanza a los incrédulos: "No juzguéis según la apariencia.
Juzgad con juicio justo" (Jn 7:24). Lo que es verdaderamente "justo" es el
reconocimiento de nuestra Identidad en Cristo, el lugar donde la luz del Cielo
brilla como la luz del mundo. El juicio justo ve a toda la gente como pobre,
puesto que todos tenemos miedo. Heredamos la tierra-la riqueza del Reino de
Dios-cuando "confesamos" nuestro miedo y nuestra necesidad de ayuda. Las
apariencias, sin embargo, con frecuencia ocultan esta Identidad en la cortina
de humo con la cual nos rodeamos, y por consiguiente fallamos en vernos
como realmente somos. Este velo tenebroso es la proyección que el ego hace
del pecado y de la culpa al juzgar a otros como "hijos del diablo' en lugar de
criaturas de luz. Si continuamos "juzgando conforme a las apariencias"
mantendremos esta creencia, no sólo en la obscuridad de nuestro prójimo
sino también en la nuestra, puesto que son una y la misma. Al juzgar
conforme a la luz, sin embargo, ambos nos liberamos para vernos en la
Presencia de Dios, y la obscuridad de nuestras vidas como egos desaparece.
Vivimos, no nuestro ego, sino que es Cristo quien vive en nosotros y como
nosotros (Ga 2:20).
San Pablo nos provee la clave para entender la capacidad de amar única de
Jesús al afirmar que él estaba exento de pecado (2 Co 5:21). Sin pecado no
puede haber culpa; sin culpa no puede haber proyección. Sin la exigencia de
la culpa de que veamos a los demás separados de nosotros, somos libres para
afirmar nuestra inherente unidad en la Filiación de Dios, lo que San Pablo
llamó el Cuerpo de Cristo. La carencia de ego de Jesús hacía posible que él
no tuviera relaciones especiales. En su percepción ninguno de sus hermanos o
hermanas era especial, pues como escribe en el Curso: "Todos mis hermanos
son especiales" (T-1.V.3:6).
Desde el punto de vista del ego, ellos tenían razón de sentirse amenazados.
El mensaje de amor que Jesús enseñaba era inequívoco, y él lo demostraba
repetidamente al acercarse a la gente, y abrazar a uno y a todos como
hermano y hermana, hijos de un mismo Padre. Aquellos a quienes
consideraban como parias sociales Jesús los amaba y sanaba: uno de los
cobradores de impuestos se convirtió en discípulo suyo (Mateo); comía a la
misma mesa con pecadores y ricos; sanó al hijo del centurión romano; tocó y
sanó al leproso; protegió a la mujer adúltera y a las mujeres en general; se dio
a conocer entre los odiados samaritanos; sanó a la mujer hemorrágica de su
impureza y al epiléptico endemoniado de su desorden; y resucitó a los
muertos. En cada uno de estos encuentros era como si Jesús hubiese dicho:
"La manera en que yo los amo es como Dios los ama. No importa cuál sea su
aparente pecado o aparente impureza, éste no puede interponerse entre
ustedes y el Amor de su Padre. Por lo tanto, están sanados, y perdonados por
lo que jamás hicieron."
Jesús no podía ver que una forma de estas ilusiones fuese mayor o menor
que cualquier otra. En la visión del Cielo, no puede haber gradaciones de
ilusiones o de errores. Algo es o no es. Este es el corolario del primer
principio establecido en el Curso. "No hay grados de dificultad en los
milagros" (T-1.I.1:1). La verdad es cierta; todo lo demás es sólo un error que
cuando se trae a la verdad, se corrige amablemente, no se juzga ni se castiga.
Así pues, el miedo del ego se convierte rápidamente en ira, dirigida hacia
la persona que representa la amenaza, a quien hay que asesinar ahora. Vemos
cómo crece la airada respuesta de la gente según el amor de Jesús por los
pecadores y su total falta de interés en las costumbres se manifiesta
progresivamente. Después que Jesús realiza curaciones en el día de descanso
de los judíos, en contra de la Ley Judaica, Juan escribe: "Por eso los judíos
perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado" (Jn 5:16). La
respuesta de Jesús a su crítica; "Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también
trabajo" (Jn 5:17), sólo hizo que la gente tratara con mayor empeño de
matarlo (Jn 5:18).
La crucifixión y la resurrección
1. El mensaje de la crucifixión
En el Curso Jesús afirma: "Yo estoy a cargo del proceso de Expiación, que
emprendí para darle comienzo" (T-1.III.1:1). La Expiación corrige el error de
la separación, la cual sostiene que Dios fue la víctima del ataque del Hijo,
quien luego se convirtió en la víctima de la justificada venganza del Padre.
De ese modo nacieron el pecado, la culpa y el miedo, y se convirtieron en las
leyes de este mundo. A los ojos de casi todos los que presenciaron la
crucifixión de Jesús, por no decir que la siguieron, tal parecía como si Jesús
fuese la máxima víctima de la crueldad del ego, y que sufrió inmensamente a
manos de aquellos a quienes él sólo había amado y sanado. Como escribe
Jesús en el Curso:
Elegí, por tu bien y por el mío, demostrar que el ataque más atroz, a
juicio del ego, es irrelevante. Tal como el mundo juzga estas cosas,
mas no como Dios sabe que son, fui traicionado, abandonado,
golpeado, atormentado y, finalmente, asesinado (T-6.I.9:1-2).
[El] sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus
huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño;
él que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con
justicia (1 P 2:21-23).
Jesús atravesó estas últimas horas sin ira, dolor o deseo de venganza de clase
alguna. Debido a su propia impecabilidad él no podía ver ataque. Así pues,
no había necesidad de que se defendiera o de que proyectara culpa o
responsabilidad sobre otros. Su absoluta confianza en Dios, la certeza de
quién era él, hacían innecesaria, y hasta irrelevante, cualquier defensa.
La culpa del ego no podía esperar nada más excepto una respuesta airada
del Jesús de "mentalidad pecaminosa." De hecho, un Jesús enojado, herido
por la traición y el abandono de sus amigos y seguidores más cercanos, todos
los que habían jurado no abandonarlo jamás, habría sido la reacción normal
de casi cualquier otra persona en una situación como esa. Si Jesús hubiese
estado en el estado de ánimo de su ego, identificándose con su cuerpo y con
los cuerpos atacantes de sus acusadores, no habría podido evitar el
experimentar sufrimiento físico y psicológico, y de ese modo verse forzado a
proyectar la causa de su sufrimiento sobre los demás. Como hemos visto, la
mayor tentación para el ego es el deseo de hacer a otros culpables de nuestro
sufrimiento, hacerlos responsables por la miseria que en realidad nos hemos
ocasionado por medio de nuestras decisiones egoístas. Debido a que Jesús
sabía que a él no le estaban haciendo nada, que él era sencillamente el blanco
de las proyecciones de aquellos que estaban pidiendo ayuda, él estaba libre de
esta tentación. El no era este pedazo de carne magullada que en humillación
colgaba de la cruz, como lo veía el mundo, sino el Hijo de Dios en la gloria:
el Cristo tal como Dios Lo había creado. Este fue el mensaje de salvación que
él vino a enseñar y a demostrar.
En esas cuatro sencillas palabras que expresan volúmenes -"La paz con
vosotros"-Jesús les dice a sus discípulos y a todos nosotros:
Como escribió San Pablo, recipiente en sí mismo del perdón de Jesús: Nada
"podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor
nuestro" (Rm 8:39).
En todo el mundo no hay dicha mayor que saber que nuestros pecados han
sido perdonados. Como dice el salmista: "¡Dichoso el que es perdonado de su
culpa, y le queda cubierto su pecado! Dichoso el hombre a quien Yahveh no
le cuenta el delito" (Sal 32:1-2). Cada forma de infelicidad-depresión, dolor,
miedo, ansiedad, sentido de pérdida-procede de nuestra culpa: la creencia de
que hemos pecado y tenemos que pagar por ello a través del sufrimiento. Esta
carga de culpa es demasiado pesada, pero nos acostumbramos tanto a ella que
escasamente advertimos su sombra opresiva sobre nuestras vidas. Esta nube
de culpa obscurece la luz del Cielo y transitamos el mundo de sombras
tenebrosas, como los prisioneros de Platón, ajustando nuestros ojos para
sobrevivir, al olvidar lo que significa salir al sol.
Cuán tentador resulta, al sufrir, exclamar ante aquel que parece atacarnos o
acusarnos: "Mírame hermano, por tu culpa muero" (T-27.I.4:6). De esta
manera nuestra inocencia está aparentemente garantizada, y se establece para
siempre en el pecado de los demás, sellada por la culpa que procuramos
imponerles. En un importante mensaje que citamos anteriormente, el Curso
enseña que bajo nuestro rostro de "inocencia," yace el rostro que acusa al
mundo: "Yo soy la cosa que tú has hecho de mí, y al contemplarme, quedas
condenado por causa de lo que soy" (T-31.V.5:3). Mientras permanezca algo
de culpa en nosotros, algún vestigio de la creencia en nuestra pecaminosidad,
es imposible evitar la proyección, por sutil que sea su forma de expresión. La
culpa que experimentan los otros es reforzada por la culpa que procuramos
proyectar hacia los demás, y que nos ata a todos con las cadenas del miedo y
del odio.
¡Cuán fácil tiene que haber sido el albergar esta creencia en su propia
pecaminosidad reforzada por los incidentes del Calvario!
Era inevitable, pues, que los egos de los discípulos interfiriesen con su
forma de interpretar la crucifixión. Su genuino amor y devoción por Jesús no
les permitía que negasen totalmente su experiencia de él, antes o después de
su crucifixión, pero la culpa inconsciente de ellos exigía que si de hecho
Jesús vivió en su resurrección, que por lo menos cambiasen su mensaje de
perdón. Esa es, pues, la componenda del ego con la verdad: "Si no lo puedes
vencer, únete a él," pero únete con él en los términos del ego. Mientras que
en un nivel éste perpetúa la memoria de aquel a quien Dios envió para salvar
al mundo, en otro procuró distorsionar su mensaje de unidad al predicar la
separación y la división. La relación especial de los discípulos con Jesús dictó
que ellos proyectasen su culpa sobre el ídolo-salvador que transitó por la
pantalla de sus vidas. Al convertirse ahora en un símbolo de culpa-la suerte
que corren todos los objetos de amor especial-el mensaje de salvación de
Jesús también se había convertido en esto, el opuesto exacto de lo que fue su
intención. De esta manera, el ego emergió triunfante, pues
independientemente de si la gente aceptó a Jesús o no, sólo un puñado muy
pequeño vivió en verdad lo que él enseñó. De ese modo, se mantuvo la
religión de culpa del ego, y este capítulo explorará cómo y por qué ocurrió
esto. Comenzamos con el concepto de expiación: qué es lo que se expía, y
cómo se logra.
Hemos visto como el invertir de causa y efecto que hace el ego nos lleva a
creer que nuestro sufrimiento es externo a nuestras mentes. En un nivel más
profundo, sin embargo, el ego nos susurra al oído que el sufrimiento nos llega
porque somos malos. El deseo de venganza del ego le hace estar siempre al
acecho para reinterpretar todas las cosas como castigos que él quiere que
aprendamos (la versión del ego de la Lección 193). Todo sufrimiento, dolor,
enfermedad y muerte se interpretan como los merecidos efectos de nuestra
pecaminosidad, que es su causa. Al sufrir, por lo tanto, le devolvemos al
objeto de nuestro pecado lo que es su justo derecho. En nuestra sociedad,
vemos funcionar este principio en el sistema penal. La gente a la que se
declara culpable de un crimen contra el estado tiene que ser castigada de
modo que se compense a la sociedad por lo que se hizo en contra suya, un
proceso que llamamos justicia. Nuestro sufrimiento, el cual nuestra culpa
exige, expía por nuestros pecados. De esa manera, nos reconciliamos con la
parte victimada o agraviada. La expiación enmienda o establece la
indemnización por nuestros delitos, y se nos purifica y perdona.
Está claro que dentro de este sistema de pensamiento Dios exige sacrificio.
"¡Cuán temible, pues, se ha vuelto Dios para ti! ¡Y cuán grande es el
sacrificio que crees que exige Su Amor! Pues amar totalmente supondría un
sacrificio total" (T-15.X.7:1-2). Esta creencia en cerrar un trato con Dios de
manera que podamos asegurar su amor es el núcleo de todas las relaciones
especiales, en las cuales creemos que sólo podemos recibir amor cuando
renunciamos a algo. "El sufrimiento y el sacrificio son los regalos con los que
el ego 'bendice' toda unión. Y aquellos que se unen ante su altar aceptan el
sufrimiento y el sacrificio como precio de su unión" (T-15.VII.9:1-2). El
sacrificio como salvación de la culpa, es uno de los conceptos fundamentales
en la lógica del ego. "El sacrificio es un elemento tan esencial en tu sistema
de pensamiento, que la idea de salvación sin tener que hacer algún sacrificio
no significa nada para ti. Tu confusión entre lo que es el sacrificio y lo que es
el amor es tan aguda que te resulta imposible concebir el amor sin sacrificio"
(T-15.X.5:7-8). Esto claramente contradice la afirmación de Dios en el libro
de Oseas: "Porque yo quiero amor, no sacrificio" (Os 6:6).
El Diluvio, pues, es el castigo infligido por Dios como justa retribución por el
pecado.
Pero acaso digas en tus adentros: "¿Por qué me ocurren estas cosas?"
Por tu gran culpa.... Por eso os esparcí como paja liviana al viento de
la estepa. Esa es tu suerte, el tanto por tu medida que te toca de mi
parte ... por cuanto que me olvidaste y te fiaste de la Mentira (Jr
13:22,24-25).
Durante el Exilio Babilónico del siglo sexto A.C., los profetas enseñaron
que la suerte de la humanidad, incluyendo la destrucción del Templo, fue el
resultado del pecado de ésta. Mas un grito de esperanza surgió en la voz de
Deutero Isaías a través de sus cuatro Cantos del siervo (Is 42, 49, 50, 53).
Estos cantos se basaban en la premisa de que el sufrimiento era el castigo de
Dios, mas éste era redentor porque Dios le ofrecía la salvación a Su pueblo a
través de los sufrimientos vicarios del Siervo Sufrido, y de ese modo se re-
establecía el pacto de amor entre ellos. Esta es la historia del Siervo:
La misión del Siervo era "dictará ley a las naciones" (42:1); ser "luz de las
gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la
cárcel a los que viven en tinieblas" (42:6-7); para ser el instrumento a través
de quien la salvación de Dios "alcance hasta los confines de la Tierra" (49:6).
Está claro mediante esta descripción cómo este "plan para la salvación"
refuerza el preciso problema-la culpa-que intentaba deshacer. Ese plan se
basa en el sacrificio; que uno a quien Dios "sostiene," a quien Dios considera
"mi elegido en quien se complace mi alma" (42: l), es el escogido para que
sufra en expiación por los pecados de la humanidad. El de por sí no ha
pecado, pero mediante sus sufrimientos y su muerte de tortura los pecados de
otros han sido borrados: "El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por
nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales
hemos sido curados.... Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros"
(53:5-6).
Hemos visto cómo las defensas dan lugar a lo que quieren defender. El
mero hecho de que un plan como este sea necesario refuerza la culpa y el
pecado que debía erradicar. Además, la imagen de Dios sobre la cual se
fundamenta reproduce la imagen de Dios que el ego requiere: un Dios Que
procura la justa venganza y el castigo como expiación por el pecado, y exige
sufrimiento y hasta la muerte como el precio que El pediría para apaciguar Su
necesidad de venganza que está sedienta de sangre. En el ejemplo expuesto
arriba, el sacrificio es el principio rector de la salvación, y el hecho de que
Dios lo ha elegido, Su Siervo inocente quien tiene que ser sacrificado, le
otorga un poder mayor aún al plan del ego. ¿Cómo una persona "pecaminosa"
no va a sentirse culpable sabiendo que otra, limpia de pecado, ha sufrido por
culpa de ella? Imaginen lo que esto le hace al Dios de amor. Se ha
transformado en un Padre en guerra con Sus hijos, empeñado en la sangrienta
destrucción de éstos de modo que se restablezca la paz. Citamos nuevamente
de la tercera ley de caos en el Curso:
El plan de salvación del ego exigía de ese modo que nuestra culpa se
proyectase sobre Jesús, el inocente cordero de Dios a quien se castiga en
lugar de castigarnos a nosotros. En este "misterio de salvación," nuestros
pecados son eliminados mágicamente por medio de su sufrimiento. El se
convirtió en el rescate que Dios exigía por ellos, y ahora que Su necesidad de
sangrienta venganza se ha saciado, nosotros somos salvados vicariamente por
medio de la muerte de Jesús y se nos absuelve de nuestro pecado: él fue
asesinado para que nosotros no tuviésemos que ser asesinados.
Puesto que el ego enseña que a través del sufrimiento es como expiamos
nuestros pecados, mientras más suframos más libres estaremos de las
manchas de la sangre de Jesús que son la prueba de nuestro crimen; le
habremos pagado nuestra deuda a él por medio de nuestra propia sangre.
Además, si de hecho Jesús murió a causa de nosotros, ¿qué expiación podría
ser mayor entonces que nuestra identificación con su muerte, al glorificar una
muerte propia que sería igual a la suya?
Hay una estatua del Jesús crucificado que le dice al que la contempla:
"Esto es lo que he hecho por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?" ¿Puede una
persona que se pare bajo esta estatua y que lea estas palabras sentir otra cosa
que no sea culpa? ¿Existe alguna persona en la tierra que sienta que él o ella
ha hecho más por Jesús de lo que él ha hecho por nosotros? De esa manera, el
compromiso del ego con Jesús se basa en la culpa, a duras penas en el amor.
La irrealidad de la muerte
Todos los que vagamos en este mundo de culpa tenemos que temerle a la
muerte, pues la culpa siempre tiene que castigarse:
Jesús nos enseñó otra manera de mirar la muerte, igual que nos enseñó otra
manera de mirar el cuerpo, que simplemente sirve el propósito que le otorgue
la mente. Para una mente que crea en la culpa el cuerpo le servirá como un
instrumento de separación, con la muerte como testigo máximo de que la
verdad es ilusión, y la ilusión es verdad. Para el Espíritu Santo, no obstante,
el cuerpo sirve un propósito diferente, pues se convierte en el instrumento
mediante el cual aprendemos y enseñamos Sus lecciones de perdón. La
muerte, pues, es el tranquilo dejar a un lado del cuerpo después que ha
servido este propósito santo. Se nos pide que utilicemos el cuerpo "para llevar
la Palabra de Dios a aquellos que no la han oído... [pues entonces] el cuerpo
se vuelve santo. Al ser santo no puede enfermar ni morir. Cuando deja de ser
útil, se deja a un lado" (M-12.5:4-6). El santo indio del siglo 19,
Ramakrishna, enseñó igualmente que la muerte es simplemente ir de una
habitación a otra.
Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya,
pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis
amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu
hacienda... has matado para él el novillo cebado! (vv. 29-30)
La actitud del hijo mayor es un ejemplo del amor especial que discutimos
en el Capítulo 1. La distorsión introducida por el ego sostiene que el amor es
cuantificable, de modo que si otro recibe amor, algún otro tiene menos. Jesús
nos enseña que el amor del Cielo no es limitado sino infinito. Igual que con el
milagro de los panes y los peces, hay amor para todo el mundo. Abraza lo
mismo al "pecador" que al "santo;" al hijo que ha pecado contra su padre así
como al que ha permanecido fiel. El Amor de Dios no hay que ganárselo ni
hay que negociarlo. Puesto que siempre está presente, sólo hay que aceptarlo.
La parábola se refiere, pues, a aquellos que creen que merecen el Amor de
Dios más que otros debido a sus buenas obras o a su esencial bondad. Al
proclamar santurronamenrte su esencial bondad, este grupo se queja acerca
del amor de Jesús por aquellos que ante sus ojos no lo merecen. La parábola
los exhorta a que decidan de otra manera y amen como ama el Padre.
[Pues] ¿qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en
lugar de un pez le da une culebra; o, si pide un huevo, le da un
escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a
los que se lo pidan! (Lc 11:11-13).
Por lo tanto, todo lo que Dios necesita de nosotros son nuestros esfuerzos
persistentes y la fe en El, que podamos "orar siempre sin desfallecer" (Lc
18:1). En el Capítulo 5, discutimos el verdadero significado de la oración.
Puesto que Dios no creó este mundo material, el cual sólo existe en nuestras
mentes alucinantes como pensamientos que crean falsamente, El jamás puede
concedernos nuestras peticiones de cosas materiales; Su Amor no es material.
Por el contrario, lo que nuestro Padre sabe que necesitamos es la curación de
nuestra mente, para cuyo propósito nos dio a Su Espíritu Santo, el cual se
manifiesta ahora a través de Jesús. Cuando parece que Dios se tarda en Su
respuesta de ayuda, es porque le pedimos las cosas equivocadas, y Dios no
responde con ilusiones que podrían exacerbar el miedo que se esconde debajo
de la petición. Como dice el Curso sobre el valor correctivo de la Expiación:
De hecho, si [la Expiación] se usa acertadamente, será expresada
inevitablemente en la forma que le resulte más beneficiosa a aquel
que la va a recibir. Esto quiere decir que para que un milagro sea lo
más eficaz posible, tiene que ser expresado en un idioma que el que lo
ha de recibir pueda entender sin miedo.... El propósito del milagro es
elevar el nivel de comunicación, no reducirlo mediante un aumento
del miedo (T-2.IV.5:2-3,6).
El confiar en Dios
Como dijo San Pablo, al escribirles a los corintios sobre su propia experiencia
de la providencia de Dios: "Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia
a fin de que teniendo, siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aun
sobrante para toda obra buena" (2 Co 9:8).
Estos regalos no son los que el mundo atesora, sino los regalos de Dios:
Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será
como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la
lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron
contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre
roca (Mt 7:24-25).
Nuestra fe en Dios debe ser como la de los niños pequeños, cuya dependencia
de sus padres es total, y confían en que éstos los protegerán. Así es como
debemos ser, pues "de los que son como éstos es el Reino de los Cielos" (Mt
19:14).
Así pues, cuando sintamos dolor o lloremos una aparente pérdida, seremos
consolados por Dios si en verdad nos volvemos a El.
¿Qué preocupación puede asolar al que pone su futuro en las
amorosas Manos de Dios? ¿Qué podría hacerle sufrir? ¿Qué podría
causarle dolor o la sensación de haber perdido algo? ¿Qué podría
temer? ¿Y de qué otra manera podría contemplar todo sino con amor?
Pues el que ha escapado de todo temor de futuros sufrimientos ha
encontrado el camino de la paz en el presente y la certeza de un
cuidado que el mundo jamás podría amenazar (L-pI.194.7:1-6).
Con esta fe recibiremos todo lo que pidamos (Mt 21:22). Pero Jesús no nos
pide que nuestra fe sea perfecta: si lo fuese, no habríamos necesitado su fe
perfecta. Sólo nos pide que estemos dispuestos a recurrir a él, y que
utilicemos su fe para auxiliamos en lo que percibimos que es nuestra
debilidad. En realidad, sin embargo, es a lo que el Curso se refiere como "la
pequeña dosis de buena voluntad": la parte nuestra que permite que Jesús
haga la suya. Como exclamó ante Jesús el padre del epiléptico sanado:
"¡Creo, ayuda a mi poca fe!" (Mc 9:24).
El confiar en lo que no se ve
Por nuestra cuenta, nos dice Jesús, no podemos hacer nada. Dios lo hace
todo. Aunque nuestra parte es simplemente sembrar la semilla, ciertamente
Jesús no aboga por el quietismo. Sembrar la semilla significa nuestra decisión
de confiar en la providencia de Dios y continuar en el camino que El nos ha
designado. El dispone por nosotros. Como escribió Santiago: "Tened, pues,
paciencia, hermanos.... Mirad; el labrador espera el fruto precioso de la tierra
aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías.
Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones" (St 5:7-8).
El verdadero trabajo es el de Dios, y nosotros no necesitamos entenderlo.
Decimos "sí" y seguimos su orientación, a sabiendas de que lo que hemos
comenzado, El lo terminará. Como escribió Pablo a los filipenses: "[Estoy]
firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá
consumando..." (Flp 1:6). Los comienzos llevan consigo la promesa dei
cumplimiento de Dios.
Así pues, Jesús nos pide que tengamos fe en el Alimentador de este Niño
interno. La razón para que dudemos, como les dijo a los saduceos, es que "no
[entendemos] las Escrituras ni el poder de Dios" (Mc 12:24). En palabras del
Curso, no entendemos la diferencia entre grandeza y grandiosidad:
Por lo tanto, a pesar de cómo nos parezcan las cosas, ahí está la propia Voz
de Dios en nuestras mentes, diciéndonos Sus consoladoras palabras de Amor:
"Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"
(Mi 28:20). Cuando nuestra culpa se vuelve intolerable para soportar y parece
que hemos perdido todo cuanto una vez tenía significado, en medio de la
pobreza y de nuestro duelo por lo que una vez creíamos que era tan real, Dios
viene a nosotros en Su amorosa misericordia para dar testimonio de las
palabras consoladoras de las bienaventuranzas: "Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5:5).
En la Parte I se recalcó que el perdón es una decisión que tenemos que
tomar. Allí donde habíamos elegido proyectar nuestra culpa sobre los demás,
necesitamos ahora hacer otra elección para corregir la que hicimos
equivocadamente. Como dice el Curso: "La única libertad que aún nos queda
en este mundo es la libertad de elegir, y la elección es siempre entre dos
alternativas o dos voces" (C-1.7:1). Un tema recurrente en el evangelio de
Jesús es este poder de nuestra decisión. Jesús pone ante nosotros dos
alternativas-seguirlo a él al Reino de los Cielos, o escuchar la invitación del
ego al reino de este mundo. Jesús nos ayuda a elegir, pero la selección de la
alternativa la tenemos que hacer nosotros. Es la misma decisión que él tomó,
la cual está encapsulada en las tentaciones en el desierto. Esta escena es la
introducción de este capítulo.
La decisión de Jesús
El entender la dinámica del ego nos ayuda a dar razón de este fenómeno de
otro modo paradójico de alejamos de lo que verdaderamente queremos.
La urgencia de decidir
Una vez se le dice que "sí" a Dios, se desencadena toda una serie de
acontecimientos que nos preparan para la obra que hemos de realizar en el
Nombre de Dios, por nosotros mismos y por los demás. Estos
acontecimientos constituyen las "oportunidades de perdonar" que hemos
discutido en la Parte I. Cada paso que nos lleva más cerca de Jesús se expresa
en una decisión de seguir ya sea su pauta o la del ego. Como nos enseñó en el
Sermón de la montaña: "Nadie puede servir a dos señores.... No podéis servir
a Dios y al Dinero" (Mt 6:24). La Escritura a veces formula esta elección
como un conflicto entre la obscuridad y la luz, o entre la carne y el espíritu.
En el Curso, se dice: "O bien ves la carne o bien reconoces el espíritu. En
esto no hay términos medios" (T-31.VI. 1:1-2). Encontramos que este
contraste se recalca particularmente en los escritos Juaninos y Paulinos. En su
visita nocturna a Jesús, por ejemplo, a Nicodemo se le enseña la diferencia
entre estos dos mundos: "El que no nazca de agua y de Espíritu no puede
entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del
Espíritu, es espíritu" (Jn 3:5-6). Este tema se reitera cuando Jesús les dice a
sus seguidores: "El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada" (Jn
6:63). Más adelante en el evangelio, Jesús dice: "Yo soy la luz del mundo; el
que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida"
(Jn 8:12).
San Pablo se hace eco de estos pensamientos en este pasaje: "La noche
está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las
tinieblas y revistámonos de las armas de la luz" (Rm 13:12). A los efesios, les
escribe:
Fue sólo la decisión que tomé lo que me dio plena potestad tanto en el
Cielo como en la tierra. El único regalo que te puedo hacer es
ayudarte a tomar la misma decisión.... Yo soy tu modelo a la hora de
tomar decisiones. Al decidirme por Dios te mostré que es posible
tomar esta decisión y que tú la puedes tomar.... El Espíritu Santo te
enseña cómo tenerme a mí de modelo para tu pensamiento... (T-
5.II.9:2-3,6-7; 12:3).
Esta es la oración de San Pablo también: "Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo" (Flp 2:5). Debido a que podemos elegir estar "con
él" o "en contra de él," nuestra mente se convierte en el instrumento más
poderoso en este mundo. Tiene el poder de aliarse con Dios-el único poder
verdadero-o de alejarse de El, con lo cual este poder se mantiene en suspenso.
Cuando nos identificamos con el poder del Cielo que Jesús nos ofrece, no
hay nada que no podamos hacer, ni obstáculos que no podamos vencer.
Nuestra fe en este poder puede hasta mover montañas. Como dijo Jesús:
"Creed en la luz, para que seais hijos de luz" (Jn 12:36). Nuestras mentes son
el instrumento más poderoso de este mundo-literalmente construyen nuestro
mundo-y pues el creer en algo lo hará real para nosotros. Cuando elegimos
negar este poder de la luz al ver nuestra mentes separadas de Dios, afirmamos
la realidad de la separación y al mismo tiempo nos negamos la paz, la dicha y
el bienestar que constituyen nuestra herencia de abundancia como criaturas
de Dios. El dolor y el sufrimiento son el resultado inevitable de tal decisión, y
a través de la proyección vemos este sufrimiento como si viniera de fuera de
nosotros, más bien que de nuestra propia decisión.
Hay varios pasajes en los evangelios donde Jesús les advierte a sus
discípulos sobre esta misma persecución por causa de él. Ya hemos citado las
últimas bienaventuranzas famosas:
Como hemos observado, los eruditos de las escrituras han establecido que
mucho de los cuatro evangelios tal como los conocemos, incluso el pasaje
que hemos citado, eran realmente las palabras de la Iglesia temprana. En los
años y décadas posteriores a la muerte de Jesús, sus seguidores, conocidos
ahora como los cristianos, experimentaron gran persecución y sufrimiento a
manos de aquellos que los veían como amenazas políticas y religiosas.
Además de eso, experimentaron divisiones dentro de sus propias filas. Ellos
"espiritualizaron" sus sufrimientos, al verse como las víctimas inocentes de
los injustificados ataques de los incrédulos, infieles y paganos, y al poner la
justificación de su creencia-que ahora se entiende como el precio del
discipulado-en boca de Jesús, la mayor de todas las "Víctimas." Los
sufrimientos de ellos, como vimos en el Capítulo 9, los identificaron con los
de él. De ese modo aseguraban su salvación, y sellaban la condenación de sus
perseguidores con las palabras del mismo Jesús.
Hemos discutido las reacciones del ego que pueden esperarse cuando se
enseñan las verdades que Jesús enseñó y vivió, y cómo él las interpreta de
manera distinta. La percepción del ego de que la inocencia sufre a manos de
la maldad se transforma en una oportunidad para el perdón y la curación.
Cuando las personas o grupos de personas están en desacuerdo u objetan,
Jesús nos pide que no tomemos la objeción o el aparente ataque de manera
personal sino que más bien "ofrezcamos la otra mejilla," e indefensivamente
demos testimonio de la inherente verdad de su mensaje de perdón. Así pues,
él exhorta a sus discípulos: "Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar
la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no
podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios" (Lc 21:14-15). Esta
elocuencia sólo podrá ser la indefensión y el perdón que el mismo Jesús
mostró al final de su vida. Es la dulce pero poderosa elocuencia que dice:
"Vuestros aparentes pecados en contra mía no han tenido efecto, por lo que
no pueden ser reales. Así pues, todos vuestros pecados han sido perdonados,
y los míos juntos con los vuestros."
"Devolved al César"
Suponte que un hermano insiste en que hagas algo que tú crees que
no quieres hacer. Su misma insistencia debería indicarte que él cree
que su salvación depende de que tú hagas lo que te pide. Si insistes en
que no puedes satisfacer su deseo y experimentas de inmediato una
reacción de oposición, es que crees que tu salvación depende de no
hacerlo. Estás, por lo tanto, cometiendo el mismo error que él, y
haciendo que su error sea real para ambos. Insistir significa invertir, y
aquello en lo que inviertes está siempre relacionado con tu idea de lo
que es la salvación.... Cada vez que te enfadas con un hermano, por la
razón que sea, crees que tienes que proteger al ego, y que tienes que
protegerlo atacando. Si es tu hermano el que ataca, estás de acuerdo
con esta creencia; si eres tú el que ataca, no haces sino reforzarla....
Reconoce lo que no importa, y si tus hermanos te piden algo
"descabellado", hazlo precisamente porque no importa. Niégate, y tu
oposición demuestra que sí te importa.... El está pidiendo la salvación,
al igual que tú.... Ninguna petición es "descabellada" para el que
reconoce lo que es valioso y no acepta nada más.
La salvación es para la mente, y se alcanza por medio de la paz. La
mente es lo único que se puede salvar, y sólo se puede salvar a través
de la paz. Cualquier otra respuesta que no sea amor, surge como
resultado de una confusión con respecto a "qué" es la salvación y a
"cómo" se alcanza, y el amor es la única respuesta (T-12.III.2:1-5;
3:1-2; 4:1-2,6,8-5:3).
El dicho popular "A la tierra que fueres haz como vieres" expresa la
misma idea la cual San Pablo interpretó cuando se dirigió a los corintios:
"Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para
ganar a los más que pueda. ... Me he hecho todo a todos para salvar a toda
costa a algunos" (1 Co 9:19,22). A los colosenses les pronunció palabras que
podrían beneficiar la causa de cualquier proselitista en ciernes, y lo que es
más, hacer la situación del que escucha más fácil y más tolerante: "Portaos
prudentemente con los de fuera [los que no son cristianos], aprovechando
bien el tiempo presente. Que vuestra conversación sea siempre amena,
sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene" (Col 4:5-
6).
En el Sermón de la montaña, les dice a las personas que hagan sus buenas
obras en secreto, sin fanfarria: "Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos ... cuando hagas limosna, no
lo vayas trompeteando por delante ... así tu limosna quedará en secreto" (Mt
6:1-2,4). En lo que al ayuno respecta, Jesús dice: "Cuando ayunes, perfuma tu
cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino
por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre ... te recompensará" (Mt
6:17-18). Más adelante en su ministerio, Jesús da el ejemplo de no ayunar en
lo absoluto (Mt 9:14-17), contrastando así a sus seguidores con los fariseos y
con los discípulos de Juan el Bautista. Cuando Jesús y sus discípulos llegan a
Capernaum y les piden que le paguen al templo el impuesto de medio estáter,
aun cuando ellos estaban exentos de contribución por ser nativos, Jesús
respondió: "Libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de
escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo,
ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti" (Mt
17:26-27).
San Pablo establece normas para nuestra conducta de acuerdo con este
principio:
Hay otras dos tentaciones que nos "protegen" de nuestra función según
nuestro ego "asoma su horrenda cabeza." La primera de éstas es la tentación a
abandonar nuestra particular situación-familias, amigos, ocupaciones-y seguir
un nuevo rumbo. Aunque realmente es cierto que Jesús pueda en efecto
pedirnos esto como parte de nuestro plan de Expiación particular, tal como lo
hizo con los discípulos, el caso es que más a menudo se nos pide que
permanezcamos precisamente donde estamos. El verdadero llamado de Jesús
es al cambio de pensamiento que nos permite elegirlo a él como nuestro
maestro, en lugar de elegir al ego. Una parte inherente del llamado es nuestro
decir que "sí," no sólo a ciertas funciones en el mundo, sino más importante
aún, a deshacer nuestra culpa por medio de las lecciones de perdón que se nos
proveen. Generalmente, esto significa quedarnos justo donde estamos, al
menos al principio, de modo que podamos sanar aquellas relaciones y
situaciones donde se ha mantenido nuestra culpa.
El que Jesús nos pida que lo abandonemos todo y le sigamos está claro,
pero "abandonarlo todo" se refiere a un estado interno. Cualesquiera cambios
externos deben proceder de lo que ha cambiado internamente primero. Al
discutir este mismo asunto, el Curso afirma:
San Pablo comprendió muy bien este problema. Enfáticamente les dijo a
los corintios:
Dada esta tentación del ego, no es accidente que se diga que los psiquiatras
tienen un promedio más alto de suicidios que ningún otro grupo profesional.
Al equivocadamente identificarse a sí mismos con la función del terapeuta o
sanador, se sienten responsables del éxito o del fracaso de sus pacientes. Si
sus pacientes mejoran, experimentan ellos un sentimiento inflado de logro y
de aumento en la auto-estima que les ata aún más a la creencia subyacente de
falta de mérito y de culpa sobre cómo han usado a sus pacientes. Si el
paciente no mejora en el tiempo y manera que los terapeutas requieren,
experimentan un sentido de fracaso, y se culpan a sí mismos por la percibida
falta de progreso del paciente. De cualquier manera, por consiguiente, la
propia culpa del terapeuta se refuerza, y la máxima expresión del odio a sí
mismo es el suicidio.
De una u otra forma, todos nosotros caemos presa de este error de olvidar
que no somos el Salvador del mundo, que no somos Dios. Esta ha sido una
característica bastante común de las espiritualidades contemporáneas, en las
que nuestro Ser espiritual se equipara con el Ser del Creador. El Curso aclara
esto: "En la creación, no obstante, no existe una relación recíproca entre tú y
Dios, ya que El te creó a ti, pero tú no lo creaste a El" (T-7.I.1:4). Y Jesús
aclara su afirmación bíblica de "Yo y el Padre somos uno": "...esa afirmación
consta de dos partes en reconocimiento de la mayor grandeza del Padre" (T-
1.II.4:7).
Existe una forma más sutil que asume esta arrogancia, muy favorecida por
el ego porque parece ser justo lo contrario: una expresión de humildad. Esta
es la creencia que acusa a Dios de haberse equivocado en Su elección, por
motivos de incompetencia. La clásica respuesta de Jeremías al llamado de
Dios- "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un
muchacho" (Jr 1:6)-se hace eco de prácticamente la respuesta de cada profeta
que Dios ha llamado, y la respuesta de cada uno de nosotros cuando nos
percatamos de la Voluntad de Dios para nosotros. Esta respuesta parece ser
una expresión de humildad personal, pues creemos que somos incapaces de
realizar la extraordinaria obra que nuestro poderoso Padre quiere que
realicemos; pero al examinarlo más cuidadosamente esto, también, es
simplemente arrogancia porque le dice a El: "Has cometido un error; no es
posible que yo haga lo que Tú me pides. No sólo soy indigno, sino
inadecuado para hacer Tu Voluntad. Por favor, elige a otra persona." Lo que
hemos hecho, sin embargo, es acusar de manera arrogante a Jesús o al
Espíritu Santo de no conocer Su negocio; que nosotros sabemos mejor que
Ellos qué debe hacerse, y quién debe hacerlo. Mas Jesús nos recuerda en el
Curso:
¡Qué simple es la salvación! Tan sólo afirma que lo que nunca fue
verdad no es verdad ahora [la ilusión de la separación] ni lo será
nunca. Lo imposible no ha ocurrido, ni puede tener efectos. Eso es
todo. ¿Podría ser esto difícil de aprender para aquel que quiere que sea
verdad? Lo único que puede hacer que una lección tan fácil resulte
difícil es no estar dispuesto a aprenderla (T-31.I.1:1-6).
El Curso, sin embargo, nunca dice que sea fácil hacerlo, pues nuestra
"renuencia" a soltar nuestra culpa es muy grande. Como hemos visto a través
de este libro, nuestra profunda atracción a permanecer culpables hace del
perdón una tarea difícil. Se requiere dedicación, persistencia y disciplina para
practicar nuestras lecciones diarias de perdón. Estas lecciones abarcan más
que simplemente las 365 lecciones del libro de ejercicios. Los estudiantes de
Un curso en milagros a veces caen en la trampa del ego de creer que al cabo
de un año se sanarán instantáneamente y estarán a un paso del Cielo. El libro
de ejercicios, no obstante, nos advierte contra tales esperanzas mágicas: "Este
curso es un comienzo, no un final" (L-pll.ep.1:1). "El propósito [del] libro de
ejercicios es entrenar a tu mente a pensar según las líneas expuestas en el
texto" (L-in.1:4). Una vez podemos sacar al ego de nuestro pensamiento-el
propósito de este entrenamiento-tenemos que dedicar el resto de nuestras
vidas a reforzar lo que hemos aprendido, e intentar así recordar la aplicación
de estos principios en todas las situaciones y relaciones. Es esta
generalización del perdón, sin hacer excepciones, lo que constituye la
dificultad para oír al Espíritu Santo clara y consistentemente.
Una vez los discípulos han elegido identificarse con Jesús, se convierten
en apóstoles, listos para ofrecer su mensaje a aquellos que no lo conocen. En
efecto, esa es la misión esencial de los seguidores de Jesús: hacer "discípulos
a todas las gentes ... y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"
(Mt 28:19-20). En su oración al Padre a favor de sus discípulos, Jesús dice:
"Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo"
(Jn 17:18).
Como apóstoles, nos envía al mundo a traer la luz del Cielo que hemos
visto y reconocido a través de Jesús. Como les dice él a los discípulos:
"Vosotros sóis la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos" (Mt 5:14,16). Y más adelante: "Lo que yo os digo en la
oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde
los terrados" (Mt 10:27). San Pablo les repite los mismos mandatos a los
efesios:
Se dijo de Jesús que él iba a "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos" (Jn 11:52); y San Pablo escribió:
Estos son los pacificadores quienes, igual que Jesús, caminan en medio de la
guerra y ofrecen paz, al unir el "Cuerpo uno de Cristo." Probamos nuestro
amor por Jesús, como lo hizo Pedro, al apacentar sus corderos y sus ovejas
(Jn 21:15-17). Lo probamos al procurar "la paz con todos y la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor" (Hb 12:14). Nuestra plegaria es por más apóstoles,
como les dijo Jesús a sus discípulos: "La mies es mucha y los obreros pocos.
Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9:37).
Expresamos esta plegaria por medio de nuestra paz, la cual conduce a otros a
la Luz de Cristo que brilla en nosotros. Nuestra situación hoy día es la que
expresa Mateo (9:36), en la que Jesús siente compasión por las
muchedumbres "porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no
tienen pastores."
Cada uno de nosotros, por lo tanto, es una parte integrante del todo. Como les
dice Pablo a los efesios:
Hay otra manera de contemplar esto. Más allá del sufrimiento y del
temor hay una luz que resplandece. Contémplala y sabe que esa
misma luz brilla también en ti. No cedas a la tentación de ver
únicamente las tinieblas; en tus esfuerzos por consolar a aquellos que
aún se identifican con la obscuridad, mira por encima de ésta hacia la
luz que hay en ellos, y pide que nos unamos nuevamente. Contempla
cómo esa luz refulge en todas y cada una de las personas, de modo
que ellas puedan reunirse un día en la Luz Una que tu Padre conoce
como a Sí Mismo.
El Curso lo expresa de este modo: "Una vez que una ilusión se reconoce
como tal, desaparece. Niégate a aceptar el sufrimiento, y eliminarás el
pensamiento de sufrimiento. Cuando eliges ver todo sufrimiento como lo que
es, tu bendición desciende sobre todo aquel que sufre" (L-pl. 187.T1-3).
Cada situación nos ofrece esta misma oportunidad de escuchar la Voz del
perdón y la verdad hablamos en la forma precisa que necesitamos oír, para
practicar el perdón justo en la forma que pueda parecer más difícil.
Identifiquémonos con la Fuente de fortaleza en nosotros, no con nuestra
debilidad. En nuestro acudir a los necesitados, reconozcamos que nuestra
propia necesidad de perdón se nos está ofreciendo. No nos identifiquemos
con el efecto del sufrimiento que refleja la culpa y el miedo del ego, sino,
más bien, identifiquémonos con el Amor que erradica la causa de todo dolor.
Oremos con toda la gente-pobre y rico, oprimido y opresor, asesinado y
asesino-que no vaguemos en la tentación de la separación, sino que le
permitamos a nuestro Padre sacarnos de ella. Oremos porque podamos
compartir la percepción de justicia de Jesús al compartir su Identidad en
Dios, y que no seamos tentados a excluir a nadie de esta Identidad. Que no le
temamos a lo que parece ser un fracaso, sino que abracemos la fe que sabe
que la justicia de Dios prevalecerá. En la medida que nuestros pecados son
perdonados y permitimos que la justicia de Dios reine en nuestros corazones,
esta justicia irradiará desde nuestra inocencia, bendiciendo a toda la
humanidad con el amor que el verdadero perdón hace libre.
Cada uno de nosotros llega a este mundo con dos nombres: el nombre que
se nos da, tal como se nos conoce en el cuerpo, y Cristo, el Nombre de Dios
que se nos otorgó en la creación. Como afirma el libro de ejercicios: "El
Nombre de Dios es mi herencia" (L-pI.184). Al trascender su identidad como
ego, Jesús se hizo uno con Cristo. En este sentido él es el Cristo, puesto que
ya no es más su ego. Este es "un estado que en [nosotros] es sólo latente" (T-
1.II.3:13). De modo que podemos decir que Jesús y nosotros somos
diferentes en el tiempo, pero no en la eternidad. En el tiempo, pues, dice él:
Esta culpa inconsciente se proyecta en muchas formas. Las más obvias son
las formas de persecución y ataque que ya hemos considerado. Mientras éstas
continúen, las experiencias conscientes habrán de permanecer como
relaciones de amor especial por Jesús, la justificación para una vida de
sacrificio, penitencia y división. Esto tiene vigencia no importa si el objeto de
la proyección es el cuerpo de otro, o el propio cuerpo de uno por medio de
una vida de enfermedad, de sufrimiento y, en la forma más extrema, de
martirio. Lo que emerge es el conflicto interno que el ego atesora tanto. En el
nivel consciente le dedicamos nuestra vida a Jesús, el símbolo del Amor de
Dios, mientras que inconscientemente nos aferramos a los sentimientos de
culpa, de dolor y de ira. Este es el paradigma familiar que discutimos bajo
relaciones de amor especial, en las que el odio se aparta, "protegido" por el
amor que creemos que es genuino. De este modo, la culpa básica que es la
raíz de todos nuestros problemas se refuerza y se perpetúa a través de la
proyección constante, el hallar chivos expiatorios-nosotros mismos u otros-
para nutrir el ciclo culpa-ataque en el cual nada puede cambiar jamás.
Existe otra manera en la cual el ego puede "resolver" su conflicto, si la
proyección a través de los chivos expiatorios resulta inaceptable como
defensa. Podemos negar nuestro amor y devoción a Jesús, y de ese modo
minimizar el conflicto entre nuestro odio y nuestro amor. Así pues, la vida
oculta de sacrificio y de proyección ya no necesita estar en pugna con el
seguir a un maestro de clemencia y de perdón. Sencillamente no lo seguimos
en lo absoluto. Las formas de esta defensa varían grandemente, e incluyen el
escepticismo de que Jesús viviera en realidad, el negar su resurrección o el
aceptar su resurrección pero descartar su presencia en el mundo hoy día.
Mucho de este sentimiento negativo puede haberse originado en la manera
cómo se invocó el nombre de Jesús a través de los siglos para justificar la
persecución y la separación. Podemos observar algunas de estas reacciones
en relación con Un curso en milagros, en las cuales se niega el papel
específicamente identificable de Jesús como su autor. Cuando ocurre esto, los
estudiantes del Curso se encuentran en una difícil situación. Por una parte,
juran fervientemente por cada palabra en el texto, que lo han aceptado como
su camino espiritual, mientras que por la otra, niegan su fuente. Además de
eso, si las personas han experimentado angustia en sus primeras experiencias
con el cristianismo, encontrarán que la terminología cristiana es un problema
así como las referencias a Jesús hechas en primera persona, lo que hace
necesario que se traduzcan esas palabras o conceptos particulares a unos
términos más cómodos. De ese modo el ego infiltra el conflicto sutilmente en
la experiencia del Curso.
Debido a que Jesús es tan amenazante para el ego, éste tiene que atacarlo a
él y a su mensaje tan perversamente como pueda, y las grandes distorsiones
del mensaje de Jesús a través de los siglos, dan testimonio de estos ataques.
En esta época puede surgir una interrogante: ¿Acaso Jesús no sabía que su
muerte y resurrección tendrían los efectos desastrosos de ser malinterpretadas
por prácticamente toda la humanidad, incluyendo a aquellos a quienes se les
consideraba como sus más cercanos discípulos y amigos? Y si en efecto el lo
sabía, ¿por qué eligió presentar su mensaje en esa forma? Se sugiere una
respuesta que procedería de los principios básicos que se plantean en el
Curso.
El plan de Expiación, el cual Jesús dirige, clamaba por este acto radical
que extrajo lo "peor" de los egos de todos los que lo conocieron, y de todos
los que fueron influidos por el cristianismo.13 Prácticamente ninguna
persona pudo haber conocido a Jesús sin que sintiera alguna forma de culpa,
herida, ira, desesperanza o abandono, al creer que Dios la había decepcionado
en una secuela de promesas incumplidas. Bien fuese en el lado del odio
especial o del amor especial, la gente tendría que haber sido forzada a
contemplar las más profundas regiones de su ego. El escapar de tal
confrontación ha tomado todas las formas que hemos considerado-desde la
persecución y el asesinato hasta la aparente ignorancia o indiferencia.
Aquello con lo cual no se pudo lidiar antes ahora parece surgir de nuevo a
la superficie en esta era de la psicología, en la que las dinámicas
inconscientes de la proyección comúnmente se aceptan y se entienden, y
nosotros podemos aprender lo que generaciones anteriores no pudieron. En
Un curso en milagros, Jesús nos ofrece una oportunidad de re-examinar los
mismos asuntos del ego que su vida, muerte y resurrección le ofrecieron al
mundo hace dos mil años. El no perdonar a Jesús, o el no reconocer siquiera
la necesidad de perdonarlo a él o a las religiones que aseguran haber surgido
de él, es negar la oportunidad de perdonar aquellas partes de nosotros mismos
que aún creen que la verdad se puede crucificar, y que nosotros somos
responsables por ello. Vemos aquí la misma culpa por la separación que es
inherente a cada uno de los que caminamos por esta tierra. Jesús lo expuso
claramente ante nuestros ojos, y ahora nos pide que le perdonemos a él de
modo que nos perdonemos a nosotros mismos por lo que jamás sucedió.
"Elige de nuevo," nos suplica, "No me niegues el pequeño regalo [de perdón]
que te pido, cuando a cambio de ello pongo a tus pies la paz de Dios y el
poder para llevar esa paz a todos los que deambulan por el mundo..." (T-
31.VIII.7:1).
En el capítulo anterior, citamos la idea de Küng de que Jesús es el Hijo de
Dios por virtud de su función. Es precisamente su función de estar a cargo de
la Expiación lo que nosotros necesitamos: "Yo estoy a cargo del proceso de
Expiación. ... Mi papel en la Expiación es cancelar todos los errores que de
otro modo tú no podrías corregir" (T-1.III.1:1,4).
Sin embargo, esta es una cuestión más fácil de resolver en lo abstracto que
en lo específico, pues estamos tratando con la experiencia más bien que con
pensamientos intelectuales. ¿Quién es Jesús para nosotros, y por qué lo
necesitamos? Nuestra única respuesta procede de una experiencia de su
presencia y de su amor. Es una experiencia nacida de la fe y nutrida por la fe.
Es una experiencia que no requiere respuesta alguna, puesto que la
experiencia misma es la respuesta.
Un hombre al borde de la muerte tiene una visión de que está de pie sobre
una pequeña colina, con vista a una enorme extensión de playa. A su lado
está Jesús, quien le muestra dos grupos de pisadas que se extienden a lo largo
de la playa, y le explica cómo ha caminado con él durante toda su vida. El
hombre se emociona con las palabras de Jesús, y luego se da cuenta de que
hay algunas partes donde sólo se ve un grupo de pisadas en la arena, y
reconoce que éstas reflejan los períodos difíciles y dolorosos de su vida. Salta
a la conclusión del ego de sumar dos más dos para un total de cinco, se
lamenta ante Jesús: "¿Pero dónde estuviste cuando te necesitaba?"
Dulcemente, Jesús le explica que era cierto que sólo había un grupo de
pisadas durante esos períodos de crisis, pero luego añade: "Era que entonces
yo te cargaba."
Así pues, el Curso hace claro que no se requiere el creer en Jesús para ir en
pos de su meta de perdón. "Es posible leer sus palabras y beneficiarse de ellas
sin aceptarle en tu vida" (C-5.6:6). Con seguridad, sería injusto que Dios
exigiera que las personas viniesen a El en una forma que les parezca
inaceptable. ¿Podría un Padre amoroso proveerle ayuda a sus hijos excepto
en la forma que ellos puedan aceptar y entender? ¿Haría de la creencia en
Jesús el prerequisito para la salvación, limitando así Su Voz a una forma
específica, cuando sólo el espíritu es real y la forma es ilusoria? Nuestro
Padre llama al mundo entero a que regrese a El y, al hacerlo, llega a cada una
de Sus criaturas en la forma que le resulte de mayor provecho. Es el mensaje
único de la salvación lo que es esencial, no la forma distintiva en que llega.
Así pues, podemos afirmar que el mensaje de perdón del Curso se puede
aprender independientemente de Jesús, pero su origen está basado en él. Aun
cuando el mensaje es universal, Jesús respondió a nuestro llamado dentro de
un lenguaje y de un contexto específico, y nos ha prometido estar presente si
se lo pedimos y cuando le pidamos ayuda. Como afirma en el Curso: "Vendré
en respuesta a toda llamada inequívoca" J-4.111.7: 10). Esta ayuda está
presente aun cuando conscientemente no creamos en él; no existen egos en el
Cielo. Hasta podría decirse que el deseo de Jesús sería que practicásemos su
mensaje de salvación, aprendiésemos a perdonar y a amarnos unos a otros y
que le dejásemos a Dios la cuestión de la fe en él. Cualquier forma en que
lleguemos a aceptar la Voz de nuestro Maestro interno es bienvenida. Le
dejamos el modo en que aprendemos este mensaje a Aquel Que conoce la
diferencia entre forma y contenido, ilusión y verdad, el ego y Dios. Como
recalca el Curso, su meta es la experiencia y no la creencia, puesto que la
creencia es una función del ego; la experiencia sólo puede unificar, mientras
que la creencia a menudo divide. Es sólo la experiencia de la Voz única de
Dios lo que se necesita al practicar el currículo del Curso y aprender sus
lecciones, no una creencia específica. Para nuestros propósitos actuales, no
obstante, aceptaremos la identidad de Jesús como esa Voz y Presencia. Debe
advertirse que en términos de función como Maestro interno, el Curso
virtualmente utiliza a Jesús y al Espíritu Santo de modo intercambiable.
Cada uno de nosotros que camina por esta tierra parece ser esa chispa
separada, encerrada en su yo físico, el ser egoísta. El máximo mensaje de
Jesús fue que los poderes de este mundo-los tenebrosos poderes de la muerte-
no tenían dominio alguno sobre él, y por consiguiente esta luz de Dios no se
podía extinguir ni en él ni en nosotros. El sigue siendo el símbolo radiante de
lo que somos y seremos siempre. Es, en la frase de Teilhard de Chardin, el
"Punto Omega" en el cual ya se halla la unidad del mundo y hacia donde éste
se dirige. Al unimos con él manifestamos también esa luz, y las tinieblas del
mundo se disipan. El evangelio de Juan enseña que la luz de la resurrección
ya está brillando en nosotros y sólo espera por nuestra aceptación. Jesús obra
con nosotros ahora para hacer lo que ya ha sido, y será de nuevo, la única
realidad que el presente puede ofrecernos.
No podemos seguir a Jesús sin esta fe. Las presiones del mundo son
demasiado grandes y el poder de nuestro miedo y nuestra culpa demasiado
abrumador. Sin nuestra conciencia de la fortaleza que Jesús nos da, no
podríamos seguir adelante. En él ya se ha logrado nuestra salvación, pues
todos nuestros errores se han deshecho y sólo esperan que aceptemos su
curación. El es el camino, la verdad y la vida, y al tomar su mano somos
conducidos a nuestra única realidad con él. Presentarnos ante el mundo y
decir: "Este es mi hermano Jesús," es reconocer nuestra unidad con él y en
Dios.
Se nos ha dicho que la fe es un regalo de Dios. Mas ¿cómo podría ser
posible que los regalos de Dios le fueran negados a cualquiera de los hijos
que El ama? El regalo de Dios que es Jesús, en quien se encuentran todos los
demás, ya se nos ha dado. El sólo espera que lo aceptemos en nuestras vidas.
En los evangelios, Jesús nos pide que no nos avergonzemos de él, pues
entonces no puede ayudarnos. Este es el verdadero significado de las palabras
de Lucas que de otro modo resultarían amenazantes: "Porque quien se
avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del
hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos
ángeles" (Lc 9:26). Nuestra falta de fe en él procede de nuestro miedo y
vergüenza, no de la negativa del Cielo.
Jesús nos llama a que aceptemos su ayuda. ¡Qué paz para nosotros cuando
al fin buscamos la mano que nunca ha cesado de buscar la nuestra! Imaginen
el gozo en el Cielo cuando nuestras manos se unen, pues en ese instante se ha
renovado la resurrección y el mundo de miedo y de muerte se ha trascendido
una vez más. En ese preciso instante, el Amor de Dios es liberado para que El
abrace a Sus criaturas, atrayendo a cada uno de nosotros hacia Su corazón y
hacia la unidad de Su creación.
Pronunciar sus palabras de perdón sin que ese mismo perdón se exprese en
nuestros corazones sería enseñar que el perdón y la inexorabilidad son uno;
este conflicto se convertiría entonces en nuestro mensaje de enseñanza y el
que nosotros aprenderíamos por igual. Como recalca el Curso repetidamente:
lo que enseñemos es lo que aprenderemos. Jesús está ahí para enseñarnos su
lección en todas las oportunidades que nuestro ego ha provisto. Al unirse a
nosotros en ellas, nos enseña cómo mirar todas las cosas como instrumentos
de perdón, "que sanan ... [nuestra] percepción de la separación" (T-3.V.9: l).
Existe tal vez un último regalo que el nos pediría, aunque no para sí
mismo. Este es el regalo de la gratitud. Nuestra gratitud a Jesús es la
expresión de nuestra gratitud a Dios por los regalos que nos ha hecho. Nace
de la conciencia de que nuestro Padre jamás nos ha abandonado, aun cuando
en nuestras mentes alucinantes creamos que Lo hemos abandonado. La
conciencia de la presencia de Jesús y nuestra gratitud por ella, por
consiguiente, se convierten en otra "manera en que El [Dios] es recordado,
pues el amor no puede estar muy lejos de una mente y un corazón
agradecidos" (M-23.4:6).
Jesús nos señaló el camino de regreso a Dios. ¿Cómo no hemos de estarle
agradecidos? El sólo nos pide los regalos que anhela brindarnos. Nuestra
gratitud a él es la aceptación de estos regalos de amor. En Jesús hallamos el
retrato radiante de Quiénes somos en verdad, el Cristo a Quien Dios creó uno
con El. En Jesús hallamos no sólo la meta, sino la mano amorosa que se
extiende para elevarnos hacia esa meta. Nuestra gratitud a él se refleja en
nuestro tomar de su mano, como la suya toma la nuestra, diciéndole "Sí" a su
súplica a favor de nosotros. En sus diáfanos y radiantes ojos, vemos la
inocencia que nuestro Padre conoce como la luz de todos Sus hijos; y damos
gracias porque no hemos sido abandonados a vagar sin rumbo en un
tenebroso mundo de terror. En medio de este infierno del ego; escuchamos
que Jesús nos llama:
En medio de esta locura del pecado del ego, Jesús nos llama a un mundo
de cordura. Su perdón, otorgado por el Espíritu Santo, es el regalo que él nos
ha hecho. "Oídme, hermanos míos, oídme y uníos a mí" (T-31.VIII.9:4) para
traer este mensaje de esperanza y de paz a un mundo que hace tiempo las
abandonó. Sin embargo, no podemos ofrecer ese mensaje mientras creamos
que nos tratan injustamente, y que somos las víctimas inocentes de un mundo
cruel y pecaminoso. El mundo no existe, nos enseñó Jesús, sólo existe una
creencia en él. Bien y mal, víctimas y victimarios, vida y muerte-todos
contrastes, diferencias y separación-desaparecieron en la luz resplandeciente
del perdón. El mundo no existe, proclama esta luz, así que ¿cómo puede
victimamos un mundo irreal? Al aprender y enseñarnos esta lección unos a
otros, nos liberamos de las cadenas de la culpa que fabricaron y mantienen
este mundo. El mundo se hizo como un ataque a Dios, pero debido a que
Dios no reconoció el ataque, el pecado fue perdonado, puesto que jamás ha
ocurrido.
Jesús, por consiguiente, no nos pide que expiemos nuestro pecado a través
del sufrimiento—castigando a otros o a nosotros mismos-sino que más bien
nos pide que lo expiemos por medio del perdón como él lo hizo, al corregir
nuestras percepciones erróneas y de ese modo sanar las del mundo. Es la
creencia en nuestra pecaminosidad lo que nos enseña que somos
pecaminosos. Jesús vino a enseñarnos que simplemente estamos
equivocados: La propia imagen y semejanza de Dios es invulnerable a las
fuerzas "pecaminosas" del mundo.
Este es, pues, el mensaje de Jesús para todos nosotros: que escojamos
entre el pecado y el perdón, la muerte y la vida, el ego y Dios. Su vida,
muerte y resurrección contienen claramente este mensaje para nosotros. El
Curso lo expresa de esta manera: "Enseña solamente amor, pues eso es lo que
eres" (T-6.I.13:2; bastardillas suprimidas). Es la misma elección que Moisés
le presentó a los Hijos de Israel: "Te pongo delante vida o muerte, bendición
o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a...
tu Dios" (Dt 30:19). Ahora queda de nuestra parte el compartir en la paz y la
dicha que es la vida eterna que Jesús nos ofreció, y enseñar con él el mensaje
de amor que el mundo ha olvidado.
Nuevo Testamento
Antiguo Testamento
Nuevo Testamento
TOPICOS
texto
libro de ejercicios
manual para el maestro
manual para el maestro
clarificación de términos
Kenneth Wapnick recibió de la Universidad de Adelphi su doctorado en
Psicología Clínica en el año 1968. Fue un amigo íntimo y socia de Helen
Schucman y de William Thetford, las dos personas cuya unión de común
acuerdo fue el estímulo inmediato para que Helen fuese la escriba de UN
CURSO EN MILAGROS. Kenneth ha estado relacionado con el Curso desde
1973, escribiendo, enseñando e integrando los principios del mismo a su
práctica de psicoterapia. Es miembro de la Junta Directiva de la
Foundationfor Inner Peace, publicadores originales de Un curso en milagros.
Por lo tanto, vemos como propósito principal del Centro ayudar a los
estudiantes de Un curso en milagros a profundizar en la com prensión de su
sistema de pensamiento, en forma conceptual y por experiencia propia de
modo que puedan ser instrumentos más eficaces de la enseñanza del Espíritu
Santo en sus propias vidas. Puesto que enseñar el perdón sin haberlo vivido
es vano, una de las metas específicas de la Fundación es ayudar a facilitar el
proceso por medio del cual las personas puedan conocer que sus pecados han
sido perdonados y que son verdaderamente amadas por Dios. De este modo,
el Espíritu Santo puede extender Su amor a otros a través de ellos.
Los residentes del estado de Nueva York, por favor añadan la contribución
local. (La ley de Nueva York requiere la contribución de venta en el manejo
de pedidos.)
Envíe un cheque o giro postal (en dinero de los Estados Unidos únicamente)
por la cantidad de $16.00 más gastos de envío: por favor véase la página
anterior.
1. A través del libro, "ego" se usará como sinónimo de nuestro falso yo, algo
similar al concepto de "persona" y de "sombra" de Jung. Así, éste difiere del
uso psicoanalítico convencional, donde el ego es sólo una parte de la psiquis
tripartita. En la terminología que adoptamos aquí, el ego sería el equivalente
aproximado de esta psiquis, diferente a nuestro Ser espiritual que radica más
allá de éste.
2. Para una discusión más profunda de este tema, el lector puede consultar mi
libro Love Does not Condenen (El amor no condena). (Vea el Material
Relacionado al final del libro).
8. Come Ten Boom, The Hiding Place (El escondite) (NY: Bantam Books,
1971). Págs. 209-10.
12. El equivalente de éstas en el Curso son las diez características del maestro
de Dios que aparecen en el manual para maestros: confianza, honestidad,
tolerancia, mansedumbre, júbilo, indefensión, generosidad, paciencia, fe y
mentalidad abierta (M-4.l-X). Para una discusión de éstas, vea mi Psicología
cristiana en UN CURSO ENMiLAGROS, págs. 74-75, y el álbum "What It
Means to Be a Teacher of God." Vea el Material Relacionado al final de este
libro.
13. Hablamos aquí, por supuesto, sólo de los aspectos del ego; por otro lado,
Jesús también extrajo lo mejor en nosotros: al recordarnos Quiénes somos y
al ayudar a toda la humanidad a regresar al hogar que jamás abandonó en
verdad.
* Para todas las traducciones alemanes dirija sus pedidos a: Greuthof Verlag
und Vertrieb GmbH • Herrenweg 2 • D 79261 Gutach i. Br. Germany • Tel.
07681-6025 • FAX 07681-6027.