Por último, se puede plantear que el Derecho tiene un valor propio, un valor
intrínseco a su propio campo y que es al mismo tiempo su fin esencial: la justicia.
Pero la justicia tampoco es un fin en sí mismo sino un medio para conseguir otros
fines en circunstancias difíciles. Porque la justicia es la forma de distribuir
proporcionalmente las ventajas y las dificultades existentes que facilitan o impiden
el logro de esos otros valores a los cuales la sociedad aspira.
Esta relativa independencia del Derecho frente a la Moral conlleva que existan
numerosas situaciones en las que la solución no consiste en la aplicación de una
norma moral sino simplemente en encontrar la forma más eficiente de organizar
las conductas sociales a fin de que cada uno de los miembros de la sociedad
pueda, en la medida de los posible, realizar sus posibilidades e intereses.
Notemos que, cuando nos encontramos en estos casos frente a una opción que
no nos satisface, puede suceder que el motivo de nuestro desacuerdo se
fundamente en razones axiológicas. Sin embargo, la importancia del orden es tal
que ese desacuerdo no puede invalidar la opción. Como decía Kant, más vale un
Derecho injusto a no tener Derecho; porque el Derecho injusto es cuando menos
una forma de orden.
Esta es, por ejemplo, la situación de la prescripción. Podemos pensar que una
persona que se ha apropiado ilícitamente de un inmueble de otro, no debe nunca
ser considerado propietario; más bien, el dueño debe tener siempre abierta la
posibilidad de recuperarla. Si admitimos que esa persona que actuó
deshonestamente se niegue a devolverla a su legítimo propietario y se quede con
la casa de la que se ha apoderado, estaremos frente a una inmoralidad.
Claro está que lo dicho no se aplica al caso de los daños que realmente se
producen con dolo o negligencia grave, porque entonces el aspecto sancionador
conserva su vigencia. Dicho en otras palabras, en los daños cotidianos y
ordinarios -que no son el resultado de dolo ni culpa grave- el Derecho se encarga
de que la víctima tenga una reparación aprovechando los mecanismos de
mercado, independientemente de la idea moral de culpa. En cambio, cuando hay
dolo o negligencia grave, la culpa sigue teniendo vigencia.