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que11UL cosmológico. Su tare(]¡ es hacer explícito y, en lo
.
posible, eficaz, un proceso que por lo demas se eJecuta _
m
conscientenwnte, sin pntebas racionales.
Pensando en todo esto, me guardé de introducir muchos
detalles abstrusos con respecto al adelanto científico. Lo
que se necesita y lo que he tratado de hacer es est1t �iar
con simpatía las principales ideas vistas por dentro. Sz lo
que pienso sobre la función de la filosofía es correcto, es la
más importante de todas las tareas intelectuales: Constr u'!je
catedrales antes de que los obreros hayan momdo una pt e
dra y las destruye antes de que los elementos hayan des
gastado sus arcos. Es el arquitecto de los edificios del espí
ritu y también su destructor: lo espiritual precede a l? 1JW
terial. La filosofía trabaja lentamwnte. Los pensamzentos
duermen durante edades enteras cuando casi de improviso
la humanidad se encuentra con que se han encarnado en
instituciones.
El libro consiste principalmente en una serie de ocho con
ferencias Lowell, pronunciadas en f ebrero de �9�5 Esas con
:
f erencias, ligeramente desarrolladas, y subdwzdzda 'I.W(J¡ de
ellas en los capítulos VII y VIII, se imprimen tal �amo �n
sido pronunciadas. Pero he agregado algún nwterzal adzczo
nal, de modo de completa!/" el pensamiento del libro en una
escala que no admitía ese curso de conferencias. De este
nwterial nuevo, el capítulo II -"Las matemáticas c� mo
elemento en la historia del pensamiento"- fué pronu11;czad<f
co1no conferencia en la Sociedad matemática de la Umversz
dad de Brown' Providence, Rhode Island; y el capítulo XII
-"Religión y ciencia"- f ué una conferencia pron'!l'nc�ada
en la Phillips B1·ooks House en Harvard, y se publzcara � n
el número de agosto del Atlantic Monthly de este ano
(191!5). Los capítulos X y X I -"Abstracción" y "Dios"
son a,gregados que aparecen ahora por primera; _ vez: Pero
, an
el libro representa un hilo de pensamiento; la utzlzzacwn
terior de parte de su contenido es asunto secunda1·io.
No he tenido oportunidad de referirme detalladamente en
el texto a la obra de Lloyd Margan, Emergent Evolut�on ni
a la de A lexander, Space, Time and Deity. Será evzd.ente
para los lectores que los he hallado muy ricos en sugeren-
10
cias. Debo mucho, en especial, a la gran obra de AleX(J¡nder.
El p1"0pósito general del presente libro nM 1:mpide reconocer
en detalle las distintas fuentes de inforznación o de ideas.
El libro es producto de pensamientos y lecturas de años pa
sados y no los emp1·endí previendo que había de utilizarlos
pa·ra este f in. Por eso m e sería ahora imposible referirme
en detalle a n1is fuentes, aun cuando fuera conveniente.
Pero no lo es: los hechos que nos sirven de base son sen
cillos y bien conocidos. En lo filosófico, se ha excluído por
entero toda consideración epistemológica. Sería imposible
discutir ese punto sin trastornar todo el equilibrio de la
obra. La clave del libro es el sentido de extraordinaria i1n
portanci(J¡ de una filosofía prevalente.
Debo las mayores gmcias a mi colega Mr. Raphael De
mos por haber leído las 1n·uebas y por haberme sugerido
muchas mejoras de expresión.
HARVARD UNIVERSITY.
29 de junio de 1925.
11
CAPÍTULO I
14
La nueva mentalidad es más importante todavía que la
nueva ciencia y la nueva tecnología. Ha alterado las pre
misas metafísicas y el contenido imaginativo de nuestra
mente tanto, que los viejos estímulos provocan una respues
ta nueva. Quizá mi metáfora de un color nuevo es dema
siado fuerte. Pienso en un mínimo cambio de tono que
basta sin embargo para causar la mayor diferencia. Una
frase de una carta del adorable genio que fué William Ja
mes ilustra exactamente lo que quiero decir. Cuando estaba
acabando su gran tratado, Principios de psicología, es
cribió a su hermano Henry James : "Tengo que forjar
cada frase en las narices de hechos irreducibles y obsti
nados."
El nuevo matiz de la mente moderna es un interés vehe
mente y apasionado por la relación entre los principios ge
nerales y los hechos irreducibles y obstinados. En todo el
mundo y en todos los tiempos han existido hombres prácti
cos absorbidos en "hechos irreducibles y obstinados"; en
todo el mundo y en todos los tiempos han existido hombres
de temperamento filosófico que se absorbieron en la trama
de los principios generales. La unión del interés apasiona
do por los hechos de detalle con idéntica devoción a la gene
ralización abstracta es lo nuevo de nuestra sociedad actual.
Antes había aparecido esporádicamente, como por azar. Ese
equilibrio de la mente se ha convertido ahora en parte de
la tradición que impregna al pensamiento culto. Es la sal
que sazona la vida. La principal tarea de las universidades
es trasmitir esa tradición como una herencia vastamente
difundida de generación en generación.
Otro contraste que destaca la ciencia de entre los movi
mientos europeos de los siglos xvr y xvn es su universali
dad. La ciencia moderna nació en Europa, pero su hogar
es todo el mundo. En los dos últimos siglos los modos oc
cidentales han atacado larga y confusamente la civiliza
ción asiática. Los sabios del Este han meditado y medi
tan sobre cuál puede ser la norma secreta de vida capaz
de pasar de Oeste a Este sin destruir frívolamente su pro
pia herencia que con tanta razón aprecian. Cada vez re
sulta más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al
15
Este sin vacilar es su ciencia y su visión científica. Ambas
son transferibles de región a región, y de raza a raza, don
dequiera exista una sociedad racional.
En este curso de conferencias no discutiré los detalles del
descubrimiento científico. Constituye mi tema cómo entró
en vigor un estado de ánimo en el mundo moderno, su vasta
generalización y su impacto sobre otras fuerzas espirituales.
Hay dos maneras de leer historia: hacia adelante y hacia
atrás. En la historia del pensamiento necesitamos los dos
métodos. Un clima de opinión -para emplear la feliz frase
de un escritor del siglo XVII- requiere para ser comprendi
do la consideración de sus antecedentes y de sus resultados.
En consecuencia, consideraré algunos de los antecedentes
de cómo hemos abordado modernamente la investigación de
la naturaleza.
En primer lugar, no puede haber ciencia viva si no se ha
lla difundida la convicción instintiva de la existencia de un
orden de cosas y, en particular, de un orden ele la naturaleza.
He usado de intento la palabra instintiva. No importa lo
que los hombres dicen con sus palabras mientras sus activi
dades estén dirigidas por instintos fijos. En última instan
cia, las palabras pueden destruir los instintos. Pero hasta
que tal cosa no suceda, no entran en cuenta. Esa observa
ción es importante en la historia del pensamiento científico.
Porque encontraremos que desde los tiempos de Hume, la
moda en filosofía científica ha sido negar el racionalismo
de la ciencia. Esa conclusión se encuentra a flor de piel en
la filosofía de Hume. Tomemos por ej emplo , el siguiente
pasaje de la sección rv de su Ensayo sobre el entendimiento
humano:
En una palabra, pues, todo efecto es un suceso distinto de su
causa. Por consiguiente, no puede ser descubierto en la causa ;
y su primera invención o concepción, a priori, debe ser completa
mente arbitraria.
16
¿nteramente arbitrm-ias, que no están garantizadas por na
da intrínseco a la naturaleza de las causas o de los efectos.
Por lo general alguna variante de la filosofía de Hume ha
predominado entre los hombres de ciencia. Pero la fe cien
tífica se ha puesto a la altura de las circunstancias, y ha
allanado tácitamente la montaña filosófica.
Ante tan extraña contradicción del pensamiento científico,
es de primera importancia considerar los antecedentes de
una fe inexorable a la aspiración hacia un racionalismo
coherente. Tenemos que rastrear, pues, el nacimiento de
la fe instintiva en que existe un orden de la naturaleza
que se puede descubrir en cualquier suceso particular.
Naturalmente todos participamos en tal fe, y creemos
por eso que la causa de la fe es nuestra aprehensión de su
verdad. Pero la formación de una idea general -tal como
la idea del orden de la naturaleza- y la concepción de su
importancia y la observación de cómo se ejemplifica en
diversas ocasiones, no son en modo alguno consecuencias
necesarias de la verdad de la idea en cuestión. Suceden he
chos familiares y la humanidad no se preocupa de ellos. S e
requiere una mentalidad muy poco común para emprender
el análisis de lo obvio. D e ahí que quiero considerar las
etapas en las cuales se hizo eA1Jlícito este análisis hasta
imprimirse por último indeleblemente en todo espíritu edu
cado de la Europa occidental.
Es evidente que los principales hechos de la vida se re
piten con harta insistencia como para que dej e de notar
los el hombre menos racional; aun antes del despuntar de
la razón quedaron grabados en los instintos de los ani
males. No es necesario estudiar en detalle la circunstancia
de que, a grandes rasgos, c:ertos hechos generales de la
naturaleza se repiten, y de que nuestra misma naturaleza
se ha adaptado a tales repeticiones.
Pero existe un hecho complementario, igualmente verda
dero e igualmente evidente : en realidad, nada se repite j a
más en su exacto detalle. No hay dos días ni dos inviernos
idénticos. Lo desaparecido desaparece para siempre. De
ahí que la filosofía práctica de la humanidad ha consistido
en esperar las grandes repeticiones y en aceptar los detalles,
17
1 s
. inescrutable de las cosas, má
como SI emanaran de seno esp era qu e el sol
allá del camp� d! l�· ���� _ , n El hombre
� donde se le a�toja.
se levante, Pe o l i . opla · 'n crriega clásica en acle-
Cierto es qu� desde 1a ClVy g�pos de hombres que
lante han. existido , hombres la aceptacwn . , de un irraciona-
se han Sl�Uado mas aPá l de r to-
lismo ult , imo. Estos horobres . han tratado de explicacosas
en de
como el resultado de un ord
dos los fenóm . enosa cada detalle G em. os coroo Aristóteles'
que se extiende � debieron nacer con la
o Arquímedes o Roger .Bnat�l1ica que sostiene instintiva
mentalidad enteramente cie grandes y pequeñas pueden
mente que todas las cosas los prm . . . generales reí
ciplOs
con ceb irse com o eje mp los de
nantes en �odo el. ord �n fa��:d Media el público gener�l
l
Pero has ca el fm al e a . . , , ntima y ese interés mi
educado no sin�ió esa conviccw �
u :t de que condujera a
un
nucioso en tal Idea hasta el bres c l a capacidad v opor
contingente continuo de homte r �:a busca coordinada y
tunidad adecuada.s �a:a m�note?� tico�. gente 0 bien du
descubrir esos prmcipiOs hip s prm ��
cip lOs o . bien dudaba
daba de la existencia de tale los, 0 n t resaba en
de la probabilidad de encony� · . �;r�::ci: práctica
pensar en ellos, o nol recor a a�q��r�fuese la razón, la
una vez que los. hal,ab . a. Cu unida-
búsqueda fue , fl oJa ;
�� tenem . ,
as en cuenta las oport po en
la loncritud del tiem
des de una alta cl,Vl lzacwneto! �1 "oo d repente en los
cuestión. ¿Por que se � ap t�� d 1V1edia se presenta
siglos XVI y xvrr? � termma_rn:ención estimuló el pensa
La 1
. d. avivó 1la especu1acw' n descu
una nueYa mentalida · física' los
miento , el pen sam len to bierto
hab ían
manuscrit os grie gos revelaron o que o Europa
los antwu
.
"' os. por ult"liDO
, , aunque en el ano I�oo �
,. antes
s que muna en el itos los Q}�
· ,
,
sabía menos que Arqmmede ' esta ban escr
de Cristo, con todo, en e11 ano
11"'!00
o había recorrido buen
'�
on, y e m un d
Principia de Newt
trecho ha�ia. la époc� m�d:�zac na. .
nte las cuales el
Han eXI stid o gra n es . ClV l iones . dura. a aparecido sólo
h
l cien m
equilibrio mental requendo ��ro tos ma�s débiles resultados.
por momentos y ha pro duc l
18
Por ejemplo, cuanto más conocemos del arte chino, de la
literatura china y de la filosofía práctica china, más admi
ramos las cumbres a que llegó esta civilización. Durante
miles de años hubo en China hombres agudos y doctos que
consagraron pacientemente sus vidas al estudio. Si tenemos
en cuenta el tiempo y la población, China forma el más
grande volumen de civilización que ha visto el mundo. No
hay motivo para dudar de la capacidad intrínseca individual
de los chinos para la investigación científica. Y sin embar
go la ciencia china es prácticamente despreciable. No hay
motivo para creer que la China abandonada a sí misma,
hubiera producido jamás ningún progreso científico. Lo
mismo puede decirse de la India. Además, si los persas hu
bieran esclavizado a los griegos, no existe causa definida
para presumir que la ciencia hubiera florecido en Europa.
Los romanos no demostraron especial originalidad en ese
terreno. Aun así, los griegos, aunque fundaron el movi
miento, no lo sostuvieron con el concentrado interés que ha
demostrado Europa. No aludo a las últimas generaciones
de los pueblos europeos a ambos lados del océano; entiendo
la Europa menor de la época de la Reforma, desgarrada y
todo por las guerras y las disputas religiosas. Consideremos
el mundo mediterráneo oriental, desde Sicilia hasta el Asia
Menor, durante el período de unos 1400 años que va desde
la muerte de Arquímedes hasta la invasión de los tártaros.
Hubo guerras y revoluciones y grandes cambios de religión:
pero no mucho más graves que las guerras que en los si
glos XVI y XVII asolaron toda Europa. Había una civiliza
ción grande y rica, pagana, cristiana y mahometana. En
ese período mucho se agregó a la ciencia. Pero en conjunto
el progreso fué lento y vacilante; y, excepto en matemáti
cas, los hombres del Renacimiento partieron prácticamente
de la posición que había alcanzado Arquímedes. Se realizó
algún progreso en medicina y en astronomía. Pero el avan
ce total fué muy pequeño comparado con el éxito maravi
lloso del siglo XVII. Compárese por ejemplo el progreso
del conocimiento científico desde el año 1560, inmediata
mente antes del nacimiento de G alileo y de Kepler, hasta
el año 1700, cuando Newton estaba en la cumbre de su
19
" o mencionado,
fama, con el progreso en e1, spen
odo anticru
·
o. .
ex· acb, mcnte diez veces ma lalarg ma dre de Eu rop a, Y a. G
No obs. tante G recia fué
para hallar el
tenemos que ;,olver la mirada emos que en as
nue�tra ::. , s . ideas modernas. Todoseosabhubo una escuela muy
crenes onent'.tles del cditer, profundamente mter�:.�do� e:1
rán ·
lo S '-r" L � s'
• e•O es
un simple f}mr no red·u�I
•
. ar d Hooker en
on� . h
nos hubieron redactado este mem ,
sws tlCo , form u1a exa�ta
sus famosas Leyes de gobicmo ecle
22
mente la misma queja acerca de sus adversarios puritanos 1•
El pensamiento equilibrado de Hooker -del cual deriva la
apelación de "el juicioso Hooker"- y su estilo difuso hacen
sus escritos singularmente inadecuados para ser resumidos
con una cita breve y oportuna. Pero en la sección indicada
enrostra a sus contrincantes su meno�recio de. la razón,· y
en apoyo de su propia actitud se refiere decididamente al
"más grande de los teólogos escolásticos", designación con la
cual presumo que se refiere a Santo Tomás de Aquino.
El Gobiemo eclesirúltico de Hooker se publicó inmediata
mente antes del Concilio de Trento de Sarpi. Las dos obras
fueron, pues, completamente independientes una de la otra.
Pero tanto los teólogos italianos de 1551 como Hooker al fi
nal del mismo siglo dan testimonio de la tendencia antirra
cionalista de sus tiempos, y en ese sentido oponen su pro
pia época a la de la escolástica.
La reacción fué sin duda un correctivo muy necesario del
imprudente racionalismo de la Edad Media. Pero las reac
ciones se van a los extremos. Por eso, aunque un resultado
de tal reacción fué el nacimiento de la ciencia moderna, de
bemos recordar con todo, que la ciencia heredó así la ten
dencia de pensamiento a la cual debe su origen.
El efecto del drama griego fué múltiple en cuanto a las
distintas formas en que afectó indirectamente el pensamien
to medieval. Los apóstoles de la imaginación científica tal
como existe hoy día son los grandes trágicos de la antigua
Atenas, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Su visión del desti
no, que, inexorable e indiferente, impulsa un acontecimien
to trágico a su inevitable desenlace, es la visión propia de
la ciencia. El destino de la tragedia griega se convierte en
el orden natural del pensamiento moderno. El interés ab
sorbente por acontecimientos heroicos particulares, como
ejemplo y verificación del funcionamiento del destino, rea
parece en nuestra época como concentración de interés en
los experimentos cruciales. Tuve la suerte de presenciar la
reunión de la Royal Society de Londres, cuando el astróno
mo real de Inglaterra anunció que las placas fotográficas del
23
famoso eclipse, según la medición �e. sus colegas d.el �bser
vatorio de G reenwich, habían verificado la predlCcion de
Einstein de que los rayos luminosos se e�curvan a� pasar
por la proximidad del sol. Toda la at�osfera de mte�so
interés era exactamente la del drama gnego: nosotros era
mos el coro que comentaba el dictado del destino, tal co�o
se revelaba en el desarrollo de un incidente supremo. Ha�Ial
calidad dramática hasta en la escenografía: el ceremoma
acostumbrado, y en el fondo el retrato de �e-:ton, �ara
recordarnos que la más grande de las generalizaciOnes .cien
tíficas había de recibir ahora, después de más de dos siglos,
su primera modificación. No faltaba tampoco interés pe;r
sonal: una gran aventura de pensamiento llegaba al fm
salva a puerto. .
Permítaseme recordar aquí que la esen:cia de la tra�edra
no es el infol'tunio. Estriba en la solemmdad del funcio�a
miento inexorable de las cosas. La inevitabilidad del de�tmo
sólo puede ilustrarse en términos . de �ida �umana �edmn:e
acontecimientos que de hecho Implican mfortumo..... �uvs
sólo por ellos el drama puede hacer evidente la fuLihdad
de toda huída. Esa inevitabilidad inexorable penetra el
pensamiento científico. Las leyes de la física son los dicta-
dos del destino.
La concepción del orden moral en la tragedia griega ��
fué por cierto descubrimiento de los dramaturgos. Debw
pasar del pensamiento general serio , de. la época .� la tra
dición literaria. Pero al hallar su esplendida expreswn, ahon
dó la corriente de pensamiento de donde sm;gió. . El :.spec
táculo del orden moral quedó grabado en la Imagmacwn de
la civilización clásica. .
Vinieron los tiempos de la decadencia de es� , gra� socie
dad; Europa pasó a la Edad Media. DesapareciO la mfluen
cia directa de la literatura griega. Pero el concepto de orden
moral y de orden de la naturaleza quedó preservado �ent�o
de la filosofía estoica. Por ejemplo, Lecky en su Hígtorza
de la moral europea dice: "Séneca sostiene que Dios ha
determinado todas las cosas por una inexorable ley del
destino que Él ha dictado, pero a la cual Él misn:o o�e
dece." Pero la forma más efectiva en que los estOicos m-
24
fluyeron sobre la mentalidad de la Edad Media fué el
sentido. difuso de orden que surgía del derecho romano.
Para c1tar nuevamente a Lecky: "La legislación romana
era �oblemente hija de la filosofía. En primer lugar se
formo de ac.uerdo :on el model� filosófico, pues, en lugar
d.e ser �n simple sistema . empmco , ajustado a las exigen
cias existentes de la sociedad, establecía principios abs
tractos de derecho a los cuales trataba de conformarse · y
en segundo lugar, dichos principios estaban directam�nt�
tomados . d;l estoicismo." � pesar de la anarquía que de
he;ho remo en �randes re�wnes de Europa después de la
cmda del ImperiO, el sentido de orden legal estuvo siem
P!'e plesente er; los recuerdos tradicionales de las pobla
c:ones que hab1an formado parte de Roma. La Icrlesia de
Occidente, además, se mantenía como la encarnación viva
de las tradiciones del gobierno imperial.
. �� imP,ortan�e
c1vihzacwn
observar que la huella legal grabada en la
de la Edad J.Yledia no revistió la forma de unos
cuantos sabios preceptos reguladores de la conducta. Fué
la conc�pción de un definido sistema articulado que define
la legalidad de la estructura detallada del organismo social
y de la forma detallada en que debe funcionar. No había
nada vago. No se trataba de máximas admirables' sino de un
procedimiento definido para poner las cosas en su orden y
:n:an��nerlas .así. La Edad Media constituyó una larga ejer
citacwn del mtelecto de la Europa occidental en el sentido
del orden. Hubo quizá cierta deficiencia en cuanto a la
prá;tica. Pero ni por un momento la idea perdió su vigor.
Fue ante todo una época de pensamiento ordenado com
plet�mente raci�:malista. La anarquía misma aguz�ba el
sentido d� un Sistema coherente, de la misma manera que
�a anarqma de la Europa moderna ha estimulado la visión
mtelectual de una Liga de las Naciones.
Pero para la ciencia se precisa algo más que un sentido
general del o�den de las cosas; �o se necesita más que una
frase para senalar como , el habito de pensamiento definido
Y ex��to se imJ?l�ntó en la mente europea gracias al largo
dommw de la log1ca y la teología escolásticas. El hábito se
mantuvo 'después que la filosofía fué repudiada: el pre-
25
to y asirse a él, una
cioso hábito de buscar un punto exac les más de lo que aso
vez hallado. G alileo debe a Aristóte s: le deb e su claro enten·
ma a la superficie de sus Diá logo
dimiento y su espíritu analítico. ,
do todavia �� con-
No creo, sin embargo, haber destaca o a la formacwn del
tribución más grande del medievalism a la fe inexpugnable en
movimiento científico. :Me refiero rela ci arse �on s�� an
que cada hecho particular puede defi?D: mda, eJemplifiCan
te
tecedentes en forma perfectamen fe, las increíbles faenas
do los principios generales. Sin esa esperanza. � sa �on
de los hombres de ciencia no tendrían ente ante la . Im.�gma
vicción instintiva, vívidamente presque da, la conviCSion de
ción ' es la fuerza motriz de la bús
ubrirlo.. ¿�omo ha
que hay un secreto y que es posible desc conviCCIOn en el
llegado a implantarse con tal fuerza esta
espíritu europeo? . .
de. Europa con
Si comparamos ese tipo de cua.ndo
la actitud que han observado otras parece que su orig en
han sido abandonadas a sí mismas, de la insistenc.ia me
tiene una sola fuente. Debe prov enir
ebido con la. ener
dieval en el racionalismo de Dios, conc mo de un fllós fo
aía personal de Jehová y con el racionalis rdeñado: la �m
�riego. Cada deta lle estaba vigilado y ?
Ir a parar en la
vestigación de la naturaleza sólo podía Téng ase r sente
justificación de la fe en el racionalismo. nos . n �-r:lVl� duos.
que no hablo del credo ex-r:lícit? ?: en algu
el
� .
espunu euro
]\;fe refie ro a la mar ca que Imp riml O
ie�do con ello
peo la fe incontestada de varios siglos. Ent simple credo
el tipo instintivo de pensamiento y no un
verbal. .
do . arbitrariO
.
33
CAPÍTULO II
36
gía general con las condiciones que creemos rigen con res
pecto a las relaciones geométricas particulares de las cosas
que observamos en nuestra percepción directa de la natu
raleza. En lo que concierne a nuestras observaciones, no
somos lo bastante esmerados para estar seguros de las con
diciones exactas que regulan las cosas con las que trope
zamos en la naturaleza. Pero mediante una leve extensión
de hipótesis podemos identificar esas condiciones observadas
con alguna serie de las condiciones geométricas puramente
abstractas. Al proceder así, hacemos una determinación
particular del grupo de entidades no especificadas que son
las cosas relacionadas en la ciencia abstracta. En las mate
máticas puras de las relaciones geométricas decimos que si
cualesquiera entidades de un grupo gozan de cualesquiera
relaciones entre los miembros, que satisfacen esta serie de
condiciones geométricas abstractas, entonces tales o cuales
nuevas condiciones abstractas también deben regir en tales
relaciones. Pero cuando llegamos al espacio físico, decimos
que cierto grupo determinadamente observado de entidades
físicas goza de ciertas relaciones determinadamente obser
vadas entre sus miembros, las cuales satisfacen la serie indi
cada de condiciones geométricas abstractas. Concluímos
de ahí que las nuevas relaciones que, según inferíamos, re
gían en cualquier caso de este tipo, deben regir por consi
guiente en este caso panicular.
La certeza de las matemáticas depende de su completa
generalidad abstracta. Pero no podemos estar seguros a
priori de que tenemos razón en creer que las entidades ob
servadas en el universo concreto forman un ejemplo parti
cular de lo que cae bajo nuestro razonamiento general.
Veamos otro ejemplo, tomado de la aritmética. Es una
verdad abstracta general de las matemáticas puras que todo
grupo de cuarenta entidades puede subdividirse en dos
grupos de veinte entidades. Por consiguiente, es justificada
nuestra conclusión de que un grupo particular de manzanas
que, según creemos, contiene cuarenta miembros nuede
subdividirse en dos grupos de manzanas, cada un� de los
cuales contiene veinte miembros. Pero siempre queda la
posibilidad de que hayamos contado mal el grupo grande;
37
d � manera que, en la práctica, cuando llegamos a subdivi
dn·lo, hallaremos que uno de los dos montones tien� una
manzana de más o de menos.
De ahí que, al criticar una argumentación basada en la
aplicación . de las matemáticas a hechos concretos particula
res, hay siempre . tres procesos que debemos distinguir cla
ramente. En pnmer lugar, debemos examinar el razona
miento puramente matemático para cerciorarnos de que
no contiene simples errores-faltas de lóGica accidentales
debidas a una falla mental. Cualquier ':natemático sabe
por triste experiencia que al comenzar a elaborar una cadena
d.e razonamiento es muy fácil cometer un leve error que,
sm embargo, tiene la mayor importancia. Pero cuando
una página de matemáticas ha sido revisada y ha estado
sometida durante algún tiempo al mundo de los expertos,
la probabilidad de error accidental es casi despreciable. El
proceso inmediato consiste en verificar todas las condicio
nes abstractas cuya validez hemos supuesto, o sea, es la
determinación de las premisas abstractas de las cuales parte
el razonamiento matemático, materia de considerable difi
cultad. En tiempos pasados se cometieron inadvertencias
muy notables que fueron aceptadas por generaciones de los
!nás grande� matemáticos. El principal peligro es el de la
madvertenc1a, esto es, introducir tácitamente akuna condi-
. ' o
cwn . que nos resulta natural suponer, pero que de hecho
no siempre es necesariamente válida. En esta materia hay
otra inadvertencia opuesta que no causa error sino sola
men�e falta de simplificación. Es muy fácil pensar que se
prec1sa postular un número de condiciones mayor que el
verdadero. En otras palabras, podemos pensar que es ne
cesario algún postulado abstracto cuando en realidad lo
podemos probar mediante los otros postulados que ;ya te
nemos entre manos. Los únicos efectos de este exceso de
postulados abstractos consisten en disminuir nuestro pla
cer estético en el razonamiento matemático, y en darnos
más trabajo cuando llegamos al tercer proceso de crítica.
El tercer proceso de crítica es la verificación de que nues
tros postulados abstractos son válidos en el caso particular
en cuestión. Con respecto a este proceso de verificación
38
para el caso particular es donde nacen todas las dificultades.
En algunos casos sencillos, tales como el recuento de cua
renta manzanas, podemos con un poco de cuidado llegar a
la certeza práctica. Pero en general, con ejemplos más com
plejos, nunca podemos alcanzar la certeza completa. Se han
escrito miles y miles de libros sobre este tema. Es el cam
po de batalla de las filosofías rivales. Implica dos proble
mas distintos. Existen determinadas cosas particulares que
hemos observado y debemos cerciorarnos de que las rela
ciones entre esas cosas obedecen de veras a determinadas
y precisas condiciones abstractas. Hay aquí mucho lugar
para el error. Los métodos científicos de observación exacta
son todos recursos para limitar esas conclusiones erróneas
que conciernen directamente a los hechos concretos. Pero
surge otro problema. Las cosas directamente observadas
son casi siempre nada más que muestras. Queremos llegar
a la conclusión de que las condiciones abstractas, válidas
para las muestras, también son válidas para todas las otras
entidades que, por tal o cual razón, nos parecen pertenecer
a la misma clase. Ese proceso de razonamiento de la
muestra a la especie entera es la inducción. La teoría de la
inducción es la desesperación de la filosofía y, no obstante,
todas nuestras actividades se basan en ella. Como quiera
que sea, al criticar una conclusión matemática sobre un
hecho concreto particular, las verdaderas dificultades con
sisten en hallar los supuestos abstractos implícitos y en
apreciar las pruebas en favor de su aplicabilidad al caso
particular en cuestión.
Sucede muchas veces que al criticar un libro o un artículo
erudito de matemáticas aplicadas, toda la dificultad está
en el primer capítulo y hasta en la primera página. Por
que en el comienzo mismo es donde probablemente hallare
mos que el autor se equivoca en sus supu�stos. Además, la
dificultad no está en lo que el autor dice sino en lo que no
dice. Tampoco está en lo que sabe que ha admitido, sino en lo
que ha admitido inconscientemente. No ponemos en duda
la honradez del autor. Criticamos su perspicacia. Toda ge
neración critica los supuestos inconscientes admitidos por
sus padres. Puede asentir a ellos, pero los trae a la luz.
39
La historia del desarrollo de la lengua ilustra ese punto.
Es una historia de análisis progresivo de las ideas. El
latín y el griego eran lenguas de flexión, es decir, expresa
ban un complejo de ideas no analizado, mediante la simple
modificación de una palabra; mientras en inglés, por ejem
plo, empleamos preposiciones y verbos auxiliares para traer
a la luz todo el manojo de ideas implícitas. Para algunas
formas de arte literario -aunque no siempre- la absor
ción compacta de ideas auxiliares dentro de la palabra prin
cipal, puede ser una ventaja. Pero en una lengua como la
inglesa, hay una ganancia abrumadora en claridad. La ma
yor claridad no es sino la exhibición en forma más completa
de las diversas abstracciones implícitas en la idea compleja
que es el sentido de la frase.
Por comparación con la lengua, podemos ver ahora cuál
es la� función de pensamiento que llevan a cabo las mate
máticas puras. Es una tentativa resuelta de lanzarse total
mente en dirección al análisis completo, de manera de se
parar los elementos pertenecientes a los simples hechos
concretos, de las condiciones puramente abstractas a las
cuales ejemplifican.
El hábito de tal análisis ilumina cada acto del funcio
namiento de la mente humana. Primeramente destaca, al
aislarla, la apreciación estética directa del contenido de la
experiencia. Esa apreciación directa importa la aprehen
sión de lo que la experiencia es en sí misma en su esencia
particular y propia, incluyendo sus valores concretos inme
diatos. Es ésa una cuestión de experiencia directa que de
pende de la sutileza de los sentidos. Tenemos además la
abstracción de las entidades particulares implícitas, consi
deradas en sí mismas y aparte la determinada ocasión de
experiencia en que las aprehendemos entonces. Y por últi
mo tenemos la aprehensión de las condiciones absoluta
mente generales, satisfechas por las relaciones particulares
de esas entidades en cuanto a aquella experiencia. Las con
diciones logran generalidad porque se las puede expresar
sin referencia a las relaciones particulares o a esas cosas
particulares relacionadas que acontecen en tal ocasión par
ticular de experiencia. Son condiciones que podrían ser
40
válidas para una variedad infinita de otras ocasiones que
implicaran otras entidades y otras relaciones entre ellas.
Así, esas condiciones son perfectamente generales porque
no se refieren a una ocasión particular, ni a entidades par
ticulares (como verde, azul, árboles) que entran en una
cantidad de ocasiones, ni a relaciones particulares entre ta
les entidades.
No obstante, se ha de hacer una limitación a la generalidad
de las matemáticas; es una restricción que se aplica igual
mente a todos los asertos generales. No puede formularse
ningún aserto, salvo uno solo, con respecto a cualquier
ocasión lejana que no entra en relación con la ocasión inme
diata de modo de formar un elemento constitutivo de la
esencia de esa ocasión inmediata. Por "ocasión inmedia
ta" entiendo la ocasión que contiene como ingrediente el
acto individual de juicio en cuestión. El único aserto ex
ceptuado es: si hay algo que no está en relación, nuestra
ignorancia respecto de ese algo es completa. Por "igno
rancia" entiendo aquí 1"gnorancia; por eso no es posible
aconsejar cómo esperarlo, ni cómo tratarlo en la "práctica"
o de cualquier otra manera. O conocemos algo de la oca
sión lejana por conocimiento que es en sí mismo elemento
de la ocasión inmediata, o no sabremos nada. De ahí que,
todo el universo abierto para cada variedad de experien
cia, es un universo en el cual cada detalle entra en rela
ción propia con la ocasión inmediata. La generalidad de
las matemáticas es la generalidad más completa compa
tible con la comunidad de ocasiones que constituye nues
tra situación metafísica.
Ha de notarse, además, que las entidades particulares
requieren esas condiciones generales para ingresar en cual
quier ocasión; pero las mismas condiciones generales pue
den ser requeridas por muchos tipos de entidades parti
culares. El hecho de que las condiciones generales trascien
dan cualquier serie de entidades particulares es la razón
de que entre en las matemáticas y en la lógica matemá
tica la noción de "variable". :Mediante el empleo de esa
noción se investigan las condiciones generales sin especi
ficación alguna de entidades particulares. El hecho de que
41
las entidades particulares no hacen al caso no ha sido com
prendido generalmente: así, la propiedad de tener forma
las formas, por ejemplo, la forma circular, la esférica y la
cúbica, tales como aparecen en la experiencia real, no entran
en el razonamiento geométrico.
El ejercicio de la razón lógica se ocupa siempre de esas
condiciones absolutamente generales. En su sentido más
lato, el descubrimiento de las matemáticas es el descubri
miento de que la totalidad de esas condiciones abstractas
generales, que son coincidentemente aplicables a las rela
ciones entre las entidades de una ocasión cualquiera, están
a su vez relacionadas entre sí a la manera de una estruc
tura con clave. Tal estructura de relaciones entre condi
ciones abstractas generales se impone tanto en la realidad
externa como en nuestras representaciones abstractas de
ella, por la necesidad general de que cada cosa sea preci
samente su propio ser, con su propia manera individual de
diferir de todo lo demás. Lo cual no es sino la necesidad de
la lógica abstracta, que es el supuesto implícito en el hecho
mismo de la existencia interrelacionada, tal como se revela
en cada ocasión inmediata de experiencia.
La clave de las estructuras quiere decir que, de una serie
elegid?. de esas condiciones generales, ejemplificadas en
cualquier ocasión, puede inferirse por puro ejercicio de
lógica abstracta, una estructura que implique una infinita
variedad de otras condiciones semejantes. Cualquier serie
elegida de este tipo se llama serie de postulados o premisas
de donde parte el razonamiento. El razonamiento no es
sino la exhibición de toda la estructura de condiciones ge
nerales implícitas en la estructura derivada de los postula
dos escogidos.
La armonía de la razón lógica, que adivina la estructura
completa contenida en los postulados, es la propiedad esté
tica más general que surge del simple hecho de la coexis
tencia en la unidad de una ocasión. Donde quiera haya
unidad de ocasión queda establecida por eso una relación
estética entre las condiciones generales contenidas en esa
ocasión. Esa relación estética �s lo adivinado en el ejerci
cio de la razón. Todo lo que cae dentro de esa relación se
42
ejemplifica por consiguiente en esa ocasión, todo lo que
queda fuera de esa relación queda excluído, por consiguiente,
de ejemplificarse en esa ocasión. La estructura completa
de las condiciones generales así ejemplificada está determi
nada por cualquiera de las muchas series escogidas de esas
condiciones. Esas series que obran como claves son series
de postulados equivalentes. La armonía razonable de ser,
requerida para la unidad de una ocasión compleja junto con
la realización completa (en esa ocasión) de todo lo conte
nido en su armonía lógica es el artículo primero de la doc
trina metafísica. Quiere decir que para las cosas estar jun
tas implica estar razonablemente juntas. Lo cual quiere
decir que el pensamiento puede penetrar en cada ocasión
concreta, de manera que, abarcando las condiciones que
sirven de clave, todo el complejo de su estructura de con
diciones queda
- abierto ante él. O sea: con tal de que sepa
mos algo absolutamente general acerca de los elementos en
cualquier ocasión, podemos saber entonces un número infi
nito de otros conceptos igualmente generales que también
deben ejemplificarse en esa misma ocasión. La armonía
lógica contenida en la unidad de una ocasión es a la vez
ex�lusiva e inclusiva. La ocasión debe excluir lo inarmó
nico y debe incluir lo armónico.
Pitágoras fué el primer hombre que tuvo idea del alcance
pleno de ese principio general. Vivió en el siglo vr antes de
la era vulgar. Le conocemos fragmentariamente. Pero sa
bemos algunos puntos que establecen su grandeza en la
historia del pensamiento. Pitágoras insistió en la impor
tancia de la máxima generalidad en el razonamiento, y
adivinó la importancia del número como ayuda para la
construcción de cualquier representación de las condicio
nes contenidas en el orden de la naturaleza. Sabemos
también que estudió geometría, y descubrió la prueba ge
neral del notable teorema sobre triángulos rectángulos.
La formación de la cofradía pitagórica, y los misteriosos
rumores acerca de sus ritos e influencia, proporcionan algu
nas pruebas de que Pitágoras adivinó, aunque confusa
mente, la posible importancia de las matemáticas en la
formación de la ciencia. En el terreno filosófico inició una
43
discusión que desde entonces ha agitado siempre a los
pensadores. Pitágoras preguntaba: "¿Cuál es 13; situación
de las entidades matemáticas, los números por eJemplo, en
el reino de las cosas?" Por ejemplo, el número "dos" está
exento en cierto sentido del flujo del tiempo y de la nece
sidad de la posición en el espacio. _ Sin embar9o, está conte
nido en el mundo real. Las mismas consideraciOnes _ se
aplican a las nociones geométricas -a la forma circ�lar,
por ejemplo-. Se dice que Pitágoras enseñó que las entida
des matemáticas, como los números y las formas, eran la
sustancia última de la cual están hechas las entidades rea
les de nuestra experiencia perceptiva. Formulada tan escue
tamente, la idea parece tosca y a decir verdad, n �?ia. _Pero
sin duda, Pitágoras había acertado con una nocron flloso,
fica de considerable importancia; noción que tenía una lar
ga historia, que ha movido el espíritu humano y que hasta
ha penetrado en la teología cristiana. Unos mil años sepa
ran el credo atanasiano de Pitágoras, y unos dos mil cua
trocientos años separan a Pitágoras de Hegel. Pero, pese
a toda esa distancia de tiempo, tanto la importancia del
número definido en la constitución de la naturaleza divi
na, como el concepto del mundo real como exhibición del
desarrollo de una idea, pueden remontarse al modo de
pensar que Pitágoras puso en movimiento.
La importancia de un pensador individual debe algo al
azar, porque depende del destino que tendrán sus ideas en
el espíritu de sus sucesores. En este sentido, Pitágoras fué
afortunado. Sus especulaciones filosóficas nos han llegado
a través de la mente de Platón. El mundo platónico de las
ideas es la forma refinada, revisada, de la doctrina pitagó
rica de que el número constituye la base del mundo �eal.
Como los griegos representaban los números con co�bma
ciones de puntos, las nociones de número y de configura
ción geométrica estaban menos separadas que entre . nos
otros. Sin duda, Pitágoras incluyó también la propiedad
de tener forma las formas, que es una entidad matemática
impura. Así, hoy día, cuando Einstein y su secuaces pro
claman que hechos físicos tales como la gravitación deben
interpretarse como exhibiciones de peculiaridades locales
44
de propiedades espacio-temporales siguen la pura tradición
pitagórica. En cierto sentido, Platón y Pi�ágoras están más
cerca de la ciencia física moderna que Anstóteles. Los dos
primeros eran matemáticos, mientras que Aristótele� era
hijo de un médico, aunque naturalmente no por eso Igno
rara las matemáticas. El consejo práctico que se puede to
mar de Pitágoras es medir, y expresar así la cualidad en
términos de cantidad numéricamente determinada. Pero
las ciencias biológicas entonces y hasta nuestros propios
tiempos han sido más que nada clasificatorias. De ahí que
Aristóteles con su lógica deshtca la clasificación. La po
pularidad de la lógica� aristotélica retardó el adelanto de la
ciencia física en toda la Edad Media. Con sólo que los
escolásticos hubieran medido en lugar de clasificar ¡cuán
to hubieran podido aprender!
La clasificación es una posada a medio camino entre la
concretez inmediata de la cosa individual y la abstracción
completa de las nociones matemáticas. Las especies toman
en cuenta el carácter específico, y los géneros el carácter
genérico. Pero en el procedimiento de relacionar nociones
matemáticas con hechos naturales, por medio de recuentos,
mediciones, y por medio de relaciones geométricas y tipos
de orden, la contemplación racional se eleva de las abstrac
ciones incompletas contenidas en determinadas especies y
géneros, a las abstracciones completas de las matemáticas.
La clasificación es necesaria. Pero, a menos de poder pro
gresar de la clasificación a las matemáticas, su razona
miento no nos llevará lejos.
Entre la época que se extiende desde Pitágoras hasta
Platón y la época comprendida en el siglo xvn del mundo
moderno, pasaron cerca de dos mil años. En ese largo inter
valo las matemáticas habían dado inmensos pasos. La geo
metría había granjeado el estudio de las secciones cónicas y
de la trigonometría; el método de la reducción al absurdo
casi había anticipado el cálculo integral; y sobre todo, el
pensamiento asiático había contribuído con la notación arit
mética y el álgebra de los árabes. Pero el progreso seguía
directivas técnicas. Las matemáticas, como elemento for
mativo en el desarrollo de la filosofía, nunca se restablecie-
45
ron de la deposición sufrida a manos de Aristóteles. Algu
nas de las antiguas ideas derivadas de la época pitagóri
co-platónica permanecían y las podemos rastrear entre las
influencias platónicas que formaron el primer período de
evolución de la teología cristiana. Pero la filosofía no recibió
nueva inspiración del constante avance de las ciencias ma
temáticas. En el siglo xvn la influencia de Aristóteles estaba
en su grado más bajo; y las matemáticas recobraron la im
portancia de su período anterior. Era una edad de grandes
físicos y de grandes filósofos, y tanto físicos como filósofos
eran matemáticos. Debe exceptuarse a John Locke, aunque
fué grande la influencia que ejerció sobre él el círculo de
N ewton en la Royal Society. En la época de Galileo, Des
cartes, Spinoza, Newton y Leibniz las matemáticas constitu
yeron una influencia de primera magnitud en la formación
de las ideas filosóficas. Pero las matemáticas que asumie
ron entonces el primer lugar eran una ciencia muy distinta
de las matemáticas de la época anterior. Habían ganado en
generalidad y habían iniciado su marcha moderna, casi in
creíble, de acumular más y más sutilezas de generalización;
y de hallar a cada aumento de complejidad, alguna nueva
aplicación para la ciencia física o para el pensamiento filo
sófico. La notación arábiga había provisto a la ciencia de
una eficacia técnica casi perfecta en el manejo de los núme
ros. Semejante alivio en la lucha con los detalles aritmé
ticos (como la ilustra la aritmética egipcia de 1600 antes
de la era vulgar) dió lugar a un desarrollo que había sido
ya débilmente anticipado en las matemáticas griegas de los
últimos tiempos. Entró en escena el álgebra, generalización
de la aritmética. De la misma manera que la noción de
número hace abstracción de la referencia a cualquier serie
particular de entidades, así en álgebra se hace abstracción
de la noción de cualesquiera números particulares. Así co
mo el número "5" se refiere imparcialmente a cualquier gru
po de cinco entidades, así también el álgebra emplea las
letras para referirse imparcialmente a cualquier número,
con la condición de que cada letra se ha de referir siempre
al mismo número en un mismo contexto de su empleo.
Primeramente se emplearon las letras en ecuaciones, que
46
son métodos de hacer complicadas preguntas de aritmética.
En este terreno, las letras que representaban números reci
bieron el nombre de "incógnitas". Pero las ecuaciones sugi
rieron pronto una nueva idea: la de una función de uno o
más símbolos generales consistentes en letras que represen
taran cualesquiera números. En ese empleo las letras alge
braicas se llaman los "argumentos" de la función, o algunas
veces, las "variables". Entonces, por ejemplo, si un ángulo
está figurado por una letra algebraica, que representa su
medida numérica en términos de una unidad dada, esta nue
va álgebra absorbe la trigonometría. El álgebra se convier
te así en una ciencia general de análisis en la cual conside
ramos las propiedades de varias funciones de argumentos
indeterminados. Por último, las funciones particulares, tales
como las funciones trigonométricas, las logarítmicas y las al
gebraicas, se generalizan dentro de la idea de "cualquier fun
ción". Una generalización demasiado amplia lleva a la pura
esterilidad. La generalización amplia, limitada por una par
ticularidad feliz, es la concepción fecunda. Por ejemplo, la
idea de cualquier función continua, mediante la cual se in
troduce la limitación de la continuidad, es la idea fecunda
que ha llevado a la mayor parte de las aplicaciones impor
tantes. Ese surgir del análisis algebraico coincidió con el
descubrimiento cartesiano de la geometría analítica, y luego
con la invención del cálculo infinitesimal por Newton y
Leibniz. En verdad, si Pitágoras hubiera podido prever el
resultado del modo de pensar que él había puesto en mo
vimiento, se habría sentido plenamente justificado en su
cofradía y la fascinación de sus misteriosos ritos.
Quiero señalar ahora que el predominio de la idea de fun
ción en la esfera abstracta de las matemáticas se vió refle
jado en el orden de la naturaleza bajo el aspecto de leyes de
la naturaleza expresadas matemáticamente. Sin este pro
greso de las matemáticas, el desarrollo científico del siglo
xvu hubiera sido imposible. Las matemáticas proporcio
naron la base del pensamiento imaginativo con que los hom
bre� de ciencia abordaron la observación de la naturaleza,
Galileo presentó fórmulas. Descartes presentó fórmulas,
Huyghens presentó fórmulas, Newton presentó fórmulas.
47
Como ejemplo particular del efecto del desarrollo .abs
tracto de las matemáticas sobre la ciencia de aquellos t�e:n
ros ' consideremos la noción de periodicidad. Las repetlciO
�es generales de las cosas son sobrado evidentes en la
experiencia común. Se repiten los días,. las fases lunares,
las estaciones del año; los cuerpos que gr�·an vuelven a �us
posiciones primitivas, se repiten los latidos del corazon.
los movimientos respiratorios. En todas partes nos en�on
tramos con la repetición. Sin la repetición sería imposible
el conocimiento; porque no podríamos referir nada a nu�s�;a
experiencia pasada. Sin cierta regularidad de rep�tlCI?n
tampoco sería posible la . medida. En. ��estra experrencia,
al lograr la idea de exactitud, la repebcwn es fun�a�e�tal.
En los siglos XVI y xvrr, la teoría de la penodi�r�a�
asumió un lugar fundamental en la ciencia. Kep_ler. adivmo
una ley que relacionaba los ejes mayores de las orbitas _Pla
netarias con los períodos en los cuales los planet� s de?�riben
respectivamente sus órbitas; Galil:o observó la ':1bracwn p ;
riódica del péndulo; Newton expl.Ico, que el som:Jo se debm
a la perturbación del aire producida por el pasaJe de on�a�
periódicas de condensación y rarefacción; Huygh.ens ��phco
que la luz se debía a ondas transversales de vibr�cwn . ?e
un éter sutil· JVIersenne relacionó el período de la vrbracwn
de una cuerda de violín con su densidad, t:? sión Y lo�git�� ·
El nacimiento de la física moderna depend10 de la aphcacion
de la idea abstracta de periodicidad a una diversidad de
ejemplos concretos. Lo cual hubiera sido imposible si lo.s
matemáticos no hubieran elaborado ya en abstracto las di
versas ideas abstractas que se apiñan alrede.dor de la� no
ciones de periodicidad. La ciencia de la tngonometria se
elevó desde el estudio de las relaciones entre los ángulos de
un triángulo rectángulo a las proporcion.es en�re los �ados
y la hipotenusa del triángulo. Luego, baJO la . mfluencm �e
una ciencia matemática recientemente descub1erta, el ana
lisis de las funciones se extendió hasta convertirse en el
estudio de las simples funciones periódicas abstractas que
esas proporciones ejemplifican. Así, la trigono�etría se
hizo completamente abstracta, y al hacerse abs.uacta se
hizo útil. Iluminó la analogía fundamental que existe entre
4B
series de fenómenos físicos absolutamente diversos; y al
mismo tiempo proporcionó las armas mediante las cuales
cualquier serie de este tipo podía analizar sus distintos ras
gos y relacionarlos unos con otros 1 •
Nada es más imponente que el hecho de que cuanto más
se retiraban las matemáticas a las altas regiones de pensa
miento cada vez más abstracto, volvían a la tierra con un
correspondiente aumento de importancia para el análisis
de los hechos concretos. La historia de la ciencia del siglo
XVII aparece como un sueño vívido de Platón o de Pitá
goras. En cuanto a esa característica, el siglo XVII no fué
más que el precursor de los que le siguieron.
Queda ahora establecida de lleno la paradoja de que las
abstracciones máximas son las verdaderas armas para con
trolar nuestro pensamiento sobre hechos concretos. Como re
sultado del predominio de los matemáticos en el siglo xvn,
el siglo XVIII tuvo naturalmente mentalidad matemática,
más especialmente donde prevalecía la influencia francesa.
Debe exceptuarse el empirismo inglés, derivado de Locke.
Fuera de Francia, en Kant es en quien mejor se ve la in
fluencia directa de Newton en la filosofía, y no en Hume.
En el siglo XIX, la influencia general de las matemáticas
amenguó. El romanticismo en literatura y el movimiento
idealista en filosofía no fueron productos de mentes mate
máticas. Aun dentro de la ciencia, el incremento de la geo
logía, de la zoología y de las ciencias biológicas en general,
estuvo absolutamente inconexo en cada caso con toda refe
rencia a las matemáticas. La gran conmoción científica del
siglo fué la teoría de la evolución de Darwin. De ahí que
los matemáticos quedaron en segundo plano en lo que con
cierne al pensamiento general de la época. Pero ello no quie
re decir que las matemáticas se descuidaran o que dejaran
de ejercer influencia. Durante el siglo xrx las matemáticas
puras progresaron casi tanto como durante todos los siglos
anteriores, de Pitágoras en adelante. Claro es que el pro-
1 Para un examen más detallado de la naturaleza y función
de las matemáticas puras, véase mi lntroduction to Mathematics
[Introducción a las matemáticas] . Home University Library, Wi
lliam & Norgate, Londres.
49
greso fué más fácil porque la técnica se había perfeccionado.
Pero aun concediendo todo esto, el cambio operado en las
matemáticas entre los años 1800 y 1900 es muy notable. Si
incluímos los cien años anteriores y tomamos los dos siglos
que preceden a nuestros tiempos, casi estamos tentados de
fechar la fundación de las matemáticas en el último cuarto,
más o menos, del siglo xvn. El período de descubrimiento
de los elementos se extiende de Pitágoras a Descartes, New
ton y Leibniz, y la ciencia desarrollada ha sido creada du
rante los últimos doscientos cincuenta años. No es esto
alarde de la superioridad del genio del mundo moderno, pues
es más difícil descubrir los elementos de una ciencia que
desarrollarla.
A través de todo el siglo xrx, la influencia de la ciencia
se ejerció en la dinámica y en la física y de ahí, por deri
vación, en la ingeniería y en la química. Difícil es exagerar
la influencia indirecta que tuvo sobre la vida del hombre por
medio de esas ciencias. Pero no hubo influencia directa de
las matemáticas sobre el pensamiento general de la época.
Al pasar revista a este rápido bosquejo de la influencia de
las matemáticas en la historia europea, vemos que tuvo dos
grandes períodos de influencia directa sobre el pensamiento
general, y que ambos duraron alrededor de doscientos años.
El primer período fué el trecho de Pitágoras a Platón, cuan
do la posibilidad de la ciencia y su carácter general apareció
por vez primera ante los pensadores de Grecia. El segundo
período comprendió los siglos xvu y xvnr de nuestra época.
moderna. Ambos períodos tuvieron ciertas características co
munes. En el primero y en el último las categorías generales
de pensamiento en muchas esferas de interés humano, esta
ban en estado de desintegración. En la época de Pitágoras
el paganismo inconsciente, con su ropaje tradicional de her
mosa liturgia y ritos mágicos pasaba a una nueva fase bajo
dos influencias: las ondas de entusiasmo religioso que bus
caban la luz directa en la hondura secreta del ser, y en el
polo opuesto, el despertar del pensamiento crítico analítico
que sondeaba frío y desapasionado los significados últimos.
En ambas influencias, tan diversas en su resultado, hubo un
elemento común, una despierta curiosidad, y un movimiento
50
hacia _la reconstrucción de las sendas tradicionales. Los
misteriOs paganos pueden compararse a la reacción puritana
y a la reacción católica; el interés científico crítico era idén
tico en las dos épocas aunque con diferencias menores de
considerable importancia.
En cada edad, las primeras etapas correspondieron a
períodos de prosperidad creciente y de oportunidades nue
vas . En ese �entido diferían del período de decadencia gra
dual de los Siglos II y III, cuando el cristianismo avanzaba
a la conquista del mundo romano. Sólo en un período afor
tun��o, .como . en sus opor�unidades para desprenderse de la
preswn rnmed�ata de las Circunstancias y en su ávida curio
sidad, el espíritu de la época puede emprender una revisión
directa de esas abstracciones finales que permanecen ocultas
bajo los conceptos más concretos de los cuales arranca el
pensamiento serio de una época. En los raros períodos en
que tal tarea puede emprenderse, las matemáticas son muy
oportunas para la filosofía. Porque las matemáticas son la
ciencia de las abstracciones más completas a que puede
llegar la mente del hombre.
El paralelo entre las dos épocas no debe exagerarse. El
n;u_n_do �oderno es má� , vasto y más complejo que la antigua
CI':Ihzacw� , que florecw en las playas del Mediterráneo, y
mas t �mb1en qu� el de la Eu�opa que envió a Colón y a
los �postales puritanos a traves del océano. No podemos
explicar ahora nuestra época por una fórmula sencilla que
llega a prevalecer y luego quedará arrumbada durante mil
años. Así, el eclipse momentáneo de la mentalidad mate
mática desde l�s tiempos de Rousseau en adelante parece
ya tocar a su frn. Entramos en una era de reconstrucción
en la religió�, en. la cien�ia y en el pensamiento político.
Tales eras, s1 qmeren evitar la mera oscilación ignorante
entre los extremos, han de buscar la verdad en sus honduras
últimas. No puede darse la visión de tal hondura de verdad
lejos de una filosofía que tenga muy en cuenta esas abs
tracciones últimas, cuyas interconexiones se ocupa de ex
plorar la ciencia matemática
Para explicar exactament� cómo las matemáticas están
ganando importancia general en el presente, tomemos como
51
punto de partida una perplejidad científica particular Y
consideremos las nociones a las cuales nos lleva naturalmen
te alguna tentativa de desenmarañar sus dificulta�es. En
la actualidad la física se halla perturbada por la teona de los
cuantos. No necesito ex-plicar ahora 1 en qué consiste tal
teoría a los que no están familiarizados ya con ella. �1 c�so
es que uno de los métodos de explic�ción má� promisorros
debe suponer que el electrón no atraviesa contmuamente su
senda en el espacio. La idea opuesta, en cua�t? a su ;modo
de existir, es que aparece en una serie de pos.Icwnes dis<_:on
tinuas en el espacio que ocupa durante duraciOnes sucesivas
de tiempo. Es como si un automóvil que marchase a una
velocidad media de cinco kilómetros por hora por un cami.
no no atravesase continuamente el camino, sino que apa
reciese sucesivamente en los sucesivos mojones, permane-
ciendo dos minutos en cada mojón.
En primer lugar se requiere el empleo puramente �;, cmco
.
52
No hay dificultad en explicar la paradoja si consentimos
en aplicar a la duración en apariencia constante e indiferen
ciada de la materia los mismos principios que se aceptan
ahora para el sonido y para la luz. Una nota que suena
continuamente se explica como el resultado de las vibra
ciones del aire; un color constante se explica como resultado
de las vibraciones del éter. Si explicamos la duración cons
tante de la materia con el mismo principio, concebiremos
cada elemento primordial como un flujo y reflujo de una
energía o actividad básica. Supongamos que nos adherimos
a la idea física de energía: cada elemento primordial será
entonces un sistema organizado de una corriente vibratoria
de energía. Por consiguiente, habrá un período definido
asociado con cada elemento; y dentro de ese período el sis
tema de la corriente oscilará de un máximo estacionario a
otro máximo estacionario -o , para adoptar una metáfora
tomada de las mareas oceánicas-, el sistema oscilará de una
pleamar a otra pleamar. En cualquier momento dado, ese
sistema, que forma el elemento primordial, no es nada. Para
manifestarse requiere su período completo. En forma aná
loga, una nota musical no es nada en un instante dado, pero
requiere también su período completo para manifestarse.
Por eso, al preguntar dónde está el elemento primordial,
debemos fijarnos en su posición media en el centro de cada
período. Si dividimos el tiempo en elementos más peque
ños, el sistema vibratorio como entidad electrónica no existe.
La trayectoria espacial de semejante entidad vibratoria
-en que la entidad está constituída por las vibraciones
debe representarse por una serie de posiciones separadas
en el espacio, en forma análoga al automóvil que encon
tramos en mojones sucesivos pero nunca en medio de ellos.
Debemos preguntar primero si hay alguna prueba para
asociar la teoría de los cuantos con la vibración. La respues
ta es inmediata y afirmativa. Toda la teoría gira alrededor
de la energía radiante del átomo, y está íntimamente aso
ciada con los períodos de los sistemas de ondas radiantes.
Parece, pues, que la hipótesis de la existencia esencialmente
vibratoria es el modo más promisorio de explicar la parado
ja de la órbita discontinua.
53
En segundo lugar, un nuevo problema se plantea ante
los filósofos y los físicos, si sostenemos la hipótesis de que
los elementos últimos de la materia son en esencia vibrato
rios. Quiero decir con ello que aparte de ser un sistema perió
dico tal elemento no existiría. Con esa hipótesis tenemos
que preguntar cuáles son los ingredientes que forman el
organismo vibratorio. Ya nos hemos librado de la materia
con su apariencia de duración indiferenciada. Aparte cierta
compulsión metafísica no hay motivo para proporcionar una
sustancia más sutil, en reemplazo de la materia que hemos
desechado con nuestras explicaciones. Ahora el terreno está
abierto para introducir alguna nueva doctrina de organi
cismo que pueda sustituir a la del materialismo, con la cual,
desde el siglo XVII la ciencia ensilló a la filosofía. Ha de
recordarse que la energía de los físicos es evidentemente
una abstracción. El hecho concreto, que es el organicismo,
debe ser una expresión completa del carácter de un acon
tecimiento real. Tal desplazamiento del materialismo cien
tífico, si alguna vez se realiza, no podrá menos de tener im
portantes consecuencias en todo dominio de pensamiento.
Para terminar, nuestra última reflexión debe ser que he
mos llegado, al fin, a una versión de la doctrina del viejo
Pitágoras, de quien partieron las matemáticas y la física
matemática. Pitágoras descubrió la importancia de manejar
abstracciones y, en particular, prestó atención al número en
cuanto caracterizaba la periodicidad de las notas musica
les. La importancia de la idea abstracta de periodicidad
estuvo así presente en el comienzo mismo de las matemá
ticas y de la filosofía europeas.
En el siglo XVII, el nacimiento de la ciencia moderna re
quirió una nueva matemática, mejor equipada para anali
zar las características de la existencia vibratoria. Y ahora,
en el siglo X.'{, hallamos que los físicos se ocupan en gran
medida en analizar la periodicidad de los átomos. En ver
dad, Pitágoras, al fundar la filosofía y las matemáticas euro
peas, las dotó con la más feliz de las adivinaciones felices
-¿o fué una llamarada de genio divino que penetró la na
turaleza recóndita de las cosas?
54
CAPÍTULO III
56
deses; si italiano, demasiados italianos; y si francés, dema
siados franceses. La malhadada Guerra de los Treinta Años
devastaba Alemania; pero todos los demás países vuelven
los ojos a este siglo como a una época que presenció algu
na culminación de su genio. Fué, sin duda, un gran período
del pensamiento inglés, como más tarde lo inculcó Voltaire
a Francia.
La omisión de los fisiólogos, con excepción de Harvey,
también requiere explicación. Como es natural, hubo dentro
de este siglo, grandes progresos en biología, asociados prin
cipalmente con Italia y con la Universidad de Padua. Pero
mi propósito es bosquejar el panorama filosófico derivado
de la ciencia y presupuesto por ella, y apreciar algunos de
sus efectos en el clima general de cada época. Ahora bien,
la filosofía científica de esa época estuvo dominada por la
física; de tal modo que es la expresión más evidente, en
términos de ideas generales, del estado del conocimiento
filosófico de esa época y de los dos siglos siguientes. A decir
verdad, eso s conceptos son muy inapropiados para la biolo
gía, y le plantean un problema insoluble: el de la materia,
vida y organismo, con el cual se debaten ahora los biólogos.
Pero la ciencia de los organismos vivos sólo ahora está lle
gando a un desarrollo adecuado como para imponer su con
cepción a la filosofía. Los últimos cincuenta año s antes de
nuestros tiempos han presenciado infructuosas tentativas de
imponer nociones biológicas sobre el materialismo del siglo
xvrr. Cualquiera sea la apreciación de tal éxito, lo cierto es
que las ideas básicas del siglo xvu derivaron de la escuela
de pensamiento que produjo a Galileo, a Huyghens y a
Newton, y no de los fisiólogos de Padua. Un problema de
pensamiento no resuelto, en cuanto deriva de este período,
debe formularse así: dadas las configuraciones de la ma
teria con locomoción en el espacio, tal como la asignan las
leyes físicas, explicar los organismos vivos.
lVIi examen de esa época recibirá la mejor introducción
. con una cita de Francis Bacon, que constituye el comienzo
de la sección (o "Siglo") IX de su Historia natural: me re
fiero a su Silva sz?varum. Las memorias contemporáneas
que escribió su capellán, doctor Rawley, cuentan que la obra
57
fué compuesta en los últimos cinco años de su vida, de
modo que debe datarse entre 1620 y 1626. La cita dice así:
58
tamente penetrados por el método experimental, es decir,
por la atención a los "hechos irreducibles y obstinados", y
por el método inductivo de inferir leyes generales. Otro
problema no resuelto que nos ha legado el siglo XVII es la
justificación racional del método inductivo. El haber ad
vertido explícitamente la antítesis entre el racionalismo de
ductivo de los escolásticos y los métodos inductivos de ob
servación de los modernos debe atribuirse principalmente a
Bacon; aunque, como es natural, estaba implícito en el es
píritu de Galileo y de todos los hombres de ciencia de aque
llos tiempos. Pero Bacon fué uno de lo s primeros entre
todo el grupo y tuvo también la intuición más directa de
la cabal trascendencia de la revolución intelectual que se
estaba realizando. Quizá el hombre que más completamen
te se anticipó a Bacon y a todo el punto de vista moderno,
fué el artista Leonardo da Vinci, que vivió casi exactamen
te un siglo antes de Bacon. Leonardo ilustró también la
teoría que expuse en mi última conferencia, de que el na
cimiento del arte naturalista fué un elemento importante
en la formación de nuestra mentalidad científica. A decir
verdad, Leonardo fué más hombre de ciencia que Bacon.
El ejercicio del arte naturalista está más emparentado con
el de la física, química y biología que el ejercicio de la ju
risprudencia. Todos recordamos el dicho del contemporá
neo de Bacon, Rarvey, el descubridor de la circulación de
la sangre, según el cual Bacon "escribió sobre ciencia como
un Lord Canciller". Pero en el comienzo del período mo
derno, Leonardo y Bacon se hallan juntos como ejemplo
de las varias corrientes que se han combinado para formar
el mundo moderno, o sea, mentalidad jurídica y los hábitos
de observación paciente de los artistas naturalistas.
En el pasaje de Bacon que he citado no hay mención
explícita del método del razonamiento inductivo. No nece
sito probar con ninguna cita que la insistencia en la impor
tancia de ese método y en la importancia de los secretos de
la ·naturaleza así descubiertos para el bienestar de la hu
manidad, era uno de los principales temas a los que se con
sagró Bacon en sus escritos. La inducción resultó un pro
ceso algo más complejo de lo que preveía Bacon, quien
59
abrigaba la creencia de que con suficiente esmero en la
reunión de ejemplos, la ley general se desprendería por sí
sola. Sabemos ahora, y probablemente Harvey sabía en
tonces, que es ésa una ex1Jlicación muy insuficiente de los
procesos que acaban en generalizaciones científicas. Pero
hechas todas las restricciones necesarias, Bacon es siempre
uno de los grandes constructores que crearon la mentalidad
del mundo moderno.
Las dificultades especiafes que promueve la inducción,
aparecieron en el siglo xvn:r, como resultado de la crítica
de Hume. Pero Bacon fué uno de los profetas de la re
belión histórica, que abandonó el método del racionalismo
constante, y se lanzó al otro extremo basando todo cono
cimiento fecundo en la inferencia de �asos particulares en
el pasado a casos particulares del futuro. No quiero poner
en duda la validez de la inducción cuando ha sido debida
mente cuida?a. Lo que quiero decir es que la dificilísima
tarea de aplicar la razón para inferir las características ge
nerales del caso inmediato, tal como se nos ofrece en el
conocimiento directo, es un preliminar necesario si hemos de
justificar la inducción; a menos, sin duda, de �ontentarnos
con basarla en nuestro vago instinto de que, naturalmente,
,
esta perfectamente bien. O bien el caso inmediato tiene
algo q': e proporciona conocimiento del pasado y del futu
ro, o bien estamos reducidos al escepticismo extremo en lo
tocante a la memoria y a la inducción. Nunca se subrayará
b� stante el hecho de que la clave del proceso de la induc
. tal como se la emplea en Ia ciencia o en la vida común
cwn,
se ha de hallar en la comprensión correcta del caso inmedia�
to de conocimiento en toda su concretez. Con respecto a
nue�tro capta� el c� r.ácter de esos casos en su concretez, po
see Importancia cntica el desarrollo moderno de la fisiolo
g!a Y de la psicología. Ilustraré este punto en las conferen
_ _
cias sigUientes. Nos encontramos en insolubles dificultades
cuando sustituímos el caso concreto por un mero abstracto
en el c': al sól? consideramos objetos materiales en un flujo
de. configuraciOnes en el tiempo y en el espacio. Es bien
e·ndente que tales objetos sólo pueden decirno s que están
donde están.
60
Por consiguiente debemos recurrir al método de la teo
logía escolástica que explicaban los medievalistas italianos
a quienes cité en la primera conferencia. Debemos obser
var el caso inmediato, y ernplear la razón para obtener una
descripción general de su naturaleza. La inducción presu
pone la metafísica. En otras palabras, descansa en un ra
cionalismo previo. No podemos justificar racionalmente
nuestro apelar a la historia hasta que la metafísica no nos
asegure que existe una historia a la cual apelar; de igual
manera nuestras conjeturas sobre el futuro presuponen
cierta base de conocimiento de que existe un futuro ya so
metido a algunas determinaciones. La dificultad está en dar
b '
sentido a cualquiera de esas ideas. Si no lo lo(J'ramos la in-
ducción no tendrá sentido.
Se observará que yo no sostengo que la inducción es en
su esencia un derivado de las leyes b(J'enerales. Es la adi
vinación de algunas características de un futuro particular,
que parte de las características conocidas de un pasado
particular. La admisión más amplia de leyes generales vá
lidas para todas las ocasiones conocibles parece un agregado
muy poco seguro como para añadirlo a ese limitado conoci
miento. Todo lo que podemos pedir de la ocasión presente
es que determine una comunidad particular de ocasiones
que en ciertos aspectos se limitan mutuamente por estar
incluídas dentro de la misma comunidad. Esa comunidad
de ocasiones considera._ en la ciencia física es el conjunto
de .acont�cimientos que .ens�mblan uno con otro -por
decirlo asi- en un espaciO-tiempo común, de manera que
podemos trazar las transiciones del uno al otro. Por eso nos
'
referimos al espacio-tiempo común indicado en nuestra oca
sión inmediata de conocimiento. El razonamiento inductivo
procede de . una ocasión particul�r a la comunidad particu
lar de ocasiOnes, y de la comumdad particular a relaciones
entre las ocasiones particulares dentro de la comunidad.
Ha?ta h �ber tomado en cuenta otros conceptos científicos,
es Imposible llevar el examen de la inducción más allá de
esta conclusión preliminar.
El tercer punto que hemos de notar acerca de la cita de
Bacon es el carácter puramente cualitativo de los asertos
61
contenidos en eila. En ese sentido. Bacon no percibió en
absoluto el tono que se hallaba tras el éxito de la ciencia
del siglo XVII. La ciencia estaba volviéndose y ha perma
necido esencialmente cuantitativa. Búsquense elementos
mensurables entre los fenómenos, y búsquense luego rela
ciones entre esas medidas de cantidades físicas. Bacon des
conoce tal regla científica. Por ejemplo, en la cita dada, ha
bla de acción a distancia, pero piensa cualitativa no cuan
titativamente. No podemos exigir que se anticipara a su
contemporáneo má s joven, Galileo, ni a su distante sucesor,
N ewton. Pero no sugiere que se debería proceder a la bús
queda de cantidades. Quizá le extraviaran las doctrinas ló
gicas . corrientes derivadas de .A..ristóteles·' porque' en efecto'
semeJantes doctrinas decían al físico: "clasifica"' cuando
debían decir: "mide".
Al acabar el siglo la física estaba establecida sobre una
satisfactoria base de medida. N ewton dió la exposición fi
nal Y adecuada. Se vió que el elemento común de masa
mensurable caracterizaba todos lo s cuerpos en distintas
cantidades. Cuerpos que son aparentemente idénticos en
sustancia, forma y tamaño tienen muy aproximadamente la
misma forma: cuanto más cercana la identidad, más próxi
ma la igualdad. La fuerza que actúa sobre un cuerpo, por
contacto o por acción a distancia, se definió como igual a
la masa del cuerpo multiplicada por la tasa de cambio de
la velocidad del cuerpo, en cuan� la tasa de cambio es
producida por esa fuerza. De esa manera se percibe la fuer
za por su efecto sobre el movimiento del cuerpo. Surge
ahora el problema de si esa concepción de la magnitud de
una fuerza conduce al descubrimiento de simples leves cuan
titativas que implican la determinación alternativ; de fuer
zas por circunstancias de la configuración de las sustancias
Y de sus caracteres físicos. La concepción newtoniana ha
tenido un éxito brillante al sobrevivir a esa prueba a lo
largo de todo el período moderno. Su primer triunfo fué
la ley de la gravitación. Su triunfo acumulativo ha sido
todo el desarrollo de la astronomía dinámica, de la inge
niería y de la física.
El tema de la formación de las tres leyes de movimiento
62
crítico. Todo
y de la ley de la gravitación merece examen
ollo del pensam iento ocupó exacta mente dos gene
el desarr
con los Princi pia de
raciones. Comenzó con Galileo y acabó
el año en que moría Galileo . La
Newton·' y Newton nació
Desca rtes y la de Huygh ens caen tambié n dentro
vida de
ales.
del período ocupado por esas grandes figuras termin
s combin ados de esos cua tro
El resultado de los trabajo
cierto derecho a ser conside rado como el
hombres tiene
realiza do
triunfo intelectual individual más grande que ha
la humanidad. Al apreciar su magnitud debemos conside
alcanc e. Constr uye para nosotr os
rar lo completo de su
el
una visión del universo material y nos permite calcular
fué el
más pequeño detalle de un hecho particular. Galileo
primero en acertar con la manera exacta de pensar. Obser
vó que el punto crítico a que había que . llegar no era
:1
movim iento de los cuerpo s sino los cambiO s de sus movi
en
mientos. El descubrimiento de Galileo está formulado
la primera ley del movim iento de Newto :
� . "Todo :uerpo
continúa en su estado de reposo o de movimiento umforme
ese
en línea recta a menos de hallarse obligado a cambiar
estado." ,
Esa fórmula contiene el repudio de una creencia que ha
bía obstruído el progreso de la física durante dos mil años.
Trata también de un concepto fundamental, esencial a la
teoría científica: me refiero al concepto de un sistema ideal
mente aislado. Esa concep ción encarna un carácter funda
y
mental de las cosas, sin el cual sería imposible la ciencia,
hasta cualquier conocimiento por parte d �
finitos. El sistema "aislado" no es un sistema
fuera del cual existiría el no ser. Está aislado en el interior
del universo. Lo que quiere decir que hay verdades con
cernientes a este sistema que sólo requieren la referencia
al resto de las cosas por medio de un esquema uniforme
y sistemático de relaciones. Así, al c;oncebirse. un sist�ma
aislado no se lo concibe como sustancialmente mdependiCn
te del resto de las cosas sino como libre de depender fortui
ta y contingentemente de cosas particulares dentro del re?
to del universo. Además esa libertad de la dependencia
fortuita sólo se requiere con respecto a ciertas característi-
63
cas abstractas que se refieren al sistema aislado, y no con
respecto al sistema en su plena concretez.
La primera ley del movimiento pregunta qué se ha de
decir de un sistema dinámicamente aislado en lo tocante
a su movimiento como un todo, abstracción hecha de su
orientación y de la disposición interna de sus partes. Aris
tóteles dijo que debíamos concebir tal sistema en reposo.
Galileo agregó que el estado de reposo es sólo un caso par
ticular, y que el aserto general es : "ya en estado de reposo
o de movimiento uniforme en línea recta". De acuerdo con
esto, un aristotélico concebiría las fuerzas resultantes de la
reacción de cuerpos extraños como cuantitativamente men
surables en términos de la velocidad que mantienen, y es
tán determinados en su dirección por la dirección de e sa
velocidad; mientras un discípulo de Galileo prestaría aten
ción a la magnitud de la aceleración y a su dirección. El
contraste entre Kepler y N ewton ilustra esa diferencia. Los
dos especularon sobre las fuerzas que mantienen a los pla
netas en sus órbitas. Kepler buscaba las fuerzas tangen
ciales que hacían avanzar a los planetas, mientras Newton
buscaba las fuerzas radiales que separaban las direcciones
de los movimientos de los planetas.
En lugar de insistir en el error cometido por Aristóteles,
es más provechoso subrayar qué justificación tenía, si con
sideramos los hechos evidentes de nuestra experiencia. To
dos los movimientos que entran en nuestra experiencia co
tidiana normal cesan si no están evidentemente mantenidos
por el exterior. En apariencia, pues, el empirista resuelto
debe aplicar su atención al problema de cómo se mantiene
el movimiento. Tocamos aquí uno de los peligros del em
pirismo falto de imaginación. El siglo XVII presenta otro
ejemplo del mismo peligro y, lo que menos se hubiera di
cho, N ewton cayó en él. Huyghens había formulado su
teoría ondulatoria de la luz, teoría que no lograba explicar
los hechos más evidentes de la experiencia corriente, o sea,
que las sombras proyectadas por objetos interpuestos están
limitadas por rayos rectilíneos. De ahí que N ewton rechaza
ra esa teoría y adoptara la teoría corpuscular que explica
por completo las sombras. Desde entonces ambas teorías
64
han tenido sus períodos de triunfos. En el momento actual
el mundo científico está en busca de una combinación de
las dos . Esos ejemplos ilustran el peligro de negarse a sos
tener una idea porque no logre explicar uno de los hechos
más evidentes de la materia en cuestión. Si prestamos aten
ción a las novedades de pensamiento de nuestros días, ha
bremos observado que casi todas las ideas verdaderamente
nuevas presentan ciertos visos de necedad cuando se las
expone por primera vez.
Para volver a las leyes del movimiento: puede notarse
que en el siglo XVII no se adujo razón alguna en pro de la
posición de Galileo, como posición distinta de la aristotéli
ca. Era un hecho último. Cuando en el curso de estas
conferencias lleguemos al período moderno , veremos que
la teoría de la relatividad, ilumina completamente el pro
blema, pero sólo reordenando todas nuestras ideas sobre
espacio y tiempo.
Tocó a N ewton dirigir la atención a la masa como canti
dad física inherente a la naturaleza de un cuerpo material.
La masa permanecía durante todos los cambios de movi
miento. Pero la prueba de la permanencia de la masa a
través de las transformaciones químicas debió aguardar
a Lavoisier, un siglo más tarde. La tarea inmediata de
Newton consistió en hallar una estimación de la magnitud
de la fuerza extraña en términos de la masa del cuerpo y
de su aceleración. En ello tuvo suerte, pues, desde el punto
de vista de un matemático, la ley más sencilla posible -el
producto de las dos- resultó tener éxito. La teoría moder
na de la relatividad modifica esa sencillez extrema. Pero,
por fortuna para la ciencia, no eran conocidos ni siquiera
posibles entonces los delicados experimentos de la física
de hoy. Por consiguiente, el mundo logró los dos siglos
que necesitaba para digerir las leyes de N ewton.
Teniendo en cuenta tal triunfo ¿podemos extrañarnos de
que los hombres de ciencia establecieran sus principios úl
timos sobre base materialista, y desde entonces dejaran de
inquietarse por la filosofía? Comprenderemos su modo de
pensar si entendemos exactamente qué es esa base y qué
dificultades finales encierra. Cuando critiquéis la filosofía
65
de una época no dirijáis principalmente vuestra atención a
las posiciones intelectuales que sus expositores creen nece
sario defender explícitamente. Habrá ciertas premisas fun
damentales presupuestas inconscientemente por los partida
rios de todos los diversos sistemas dentro de la misma épo
ca. Tales premisas parecen tan evidentes que la gente no
sabe lo que presupone porque jamás se les ha ocurrido otra
manera de plantearse las cosas. Con esas premisas es po
sible cierto número limitado de sistemas filosóficos, y tal
grupo de sistemas constituye la filosofía de la época.
Una premisa de este género es la base de toda la filoso
fía de la naturaleza durante el período moderno. Está con
tenida en la concepción que, según se supone, expresa el
aspecto más concreto de la naturaleza. Los filósofos jónicos
preguntaron: ¿de qué está hecha la naturaleza? La res
puesta está expresada en términos de sustancia, o materia
o material --el nombre particular elegido no interesa
que tiene la propiedad de 8imple ubicación. Por simple ubi
cación entiendo una característica importante, que se re
fiere igualmente al espacio y al tiempo, y otras caracterís
ticas menos importantes que son diversas, conforme al
espacio o al tiempo.
La característica común a espacio y tiempo es que puede
decirse que el material está aquí en el espacio y aquí en el
tiempo o aquí en el espacio-tiempo, en un sentido perfecta
mente definido que para su explicación no requiere ninguna
referencia a otras regiones del espacio-tiempo. Lo más cu
rioso es que el carácter de simple ubicación es válido, ya
consideremos que una región de espacio-tiempo está deter
minada absoluta o ya relativamente. Porque si una región
es simplemente una manera de indícar cierto conjunto de
relaciones con otras entidades, entonces esa característica
que llamo simple ubicación consiste en que puede decirse
que el material tiene precisamente esas relaciones de posi
ción con otras entidades sin requerir para su explicación
ninguna referencia a otras regiones constituidas por aná
logas relaciones de posición con las mismas entidades. En
efecto, así que establecemos, de cualquier modo que sea, lo
que entendemos por un lugar determinado en el espacio-
66
tiempo, podemos formular adecuadamente la relación entre
un cuerpo material particular y el espacio-tiempo, diciendo
que está preci�am�;:üe allí, en ese lugar y, en lo que toca
a la simple ub1cacwn, es todo cuanto hay que decir. _
No obstante, debemos dar algunas explicaciones secunda
rias que introducen las características de menor importan
cia que ya he mencionado. En primer lugar, en lo que res
pecta al tiempo, si el material ha existido durante cualquier
período; ha existido también durant� ���lquier �recho de
ese periOdo. En otras palabras, la divisiOn del tiempo no
divide el material. En segundo lugar, en lo que respecta al
espacio, la división del volumen divide el material. Por
consiguiente, si el material existe en todo un volumen, será
menos el material distribuido en una mitad de ese volumen.
De esta propiedad surge nuestra noción de densidad en un
punto del espacio. Todo el que habla de densidad no asi
mila tiempo y espacio hasta el punto que querrían muy
precipitadamente algunos extremi�tas de !a. ��cuela n;oder
na. Porque, con respecto al materml, la divlsiOn del tiempo
funciona en forma totalmente diferente de la división del
espacio.
Además, el hecho de que el material es indiferente a la
división del tiempo lleva a la conclusión de que el lapso per
tenece a los accidentes antes que a la esencia del material. El
material es plenamente material en cualquier sub-período,
por breve que sea. Así, el pasaje del tiempo no tiene nada
que ver con el carácter del material. El material es igual
mente material en un momento. Aquí concebimos un mo
mento como existente en sí mismo, sin pasaje, ya que el
pasaje temporal es la sucesión de momentos.
Por consiguiente, la respuesta que el siglo xvn dió a la
antigua pregunta de los pensadores jónicos, "¿de qué está
hecho el mundo?" decía que el mundo es una sucesión de
configuraciones instantáneas de materia --o de material, si
deseamos incluir sustancia más sutil que la materia común,
el éter, por ejemplo.
N o podemos extrañarnos de que la ciencia quedara sa
tisfecha con ese supuesto acerca de los elementos funda
mentales de la naturaleza. Las grandes fuerzas de la na-
67
turaleza, tales como la gravitación, estaban enteramente
determinadas por las configuraciones de las masas. Así, las
configuraciones determinaron sus propios cambios, de mane
ra que el círculo del pensamiento científico estaba com
pletamente cerrado. Esa es la famosa teoría mecanicista
de la naturaleza que ha reinado como soberana desde el
siglo xvr. Es el credo ortodoxo de la ciencia física. Por
añadidura, el credo se justificaba por la prueba pragmáti
ca: funcionaba. Los físicos no se interesaron más en la
filosofía. Subravaron
" el antirracionalismo de la rebelión
histórica. Pero las dificultades de la teoría del mecanicis
mo materialista aparecieron muy pronto. La historia del
pensamiento de los siglos XVIII y XL"'C está gobernada por el
hecho de que el mundo se ha apoderado de una idea gene
ral con la cual y sin la cual no podía vivir.
Contra la simple ubicación de configuraciones materia
les instantáneas ha protestado Bergson, en cuanto con
cierne al tiempo y en cuanto se la toma como hecho fun
damental de la naturaleza concreta. La llama la deforma
ción de la naturaleza debida a la "espacialización" intelec
tual de las cosas. Estoy de acuerdo con la protesta de
Bergson; p ero no estoy de acuerdo en que esa deformación
es un vicio necesario de la aprehensión intelectual de la
naturaleza. En las conferencias siguientes trataré de de
mostrar que la espacialización es la expresión de hechos
más concretos bajo el ropaje de conclusiones lógicas muy
abstractas. Hay un error; pero es simplemente el error ac
cidental de confundir lo abstracto con lo concreto. Es un
ejemplo de lo que llamaré "falacia de la concretez fuera de
lugar", que es motivo de gran confusión en filosofía. No
es necesario que el intelecto caiga en la trampa, aunque en
ese caso ha habido gran tendencia a caer.
Resulta evidente de inmediato que el concepto de la sim
ple ubicación ha de crear grandes dificultades a la induc
ció� . Porque si en la ubicación de configuraciones de ma
tena en un trecho de tiempo no hay referencia inherente a
ningún otro tiempo, al pasado ni al futuro, síguese inmedia
tamente que en un período cualquiera la naturaleza no se
refiere a la naturaleza en otro período cualquiera. Por lo
68
tanto, la in�ucción no se basa en nada que pueda obser
varse como mherente a la naturaleza. Así, no podemos re
currir a la naturaleza para justificar nuestra creencia en
una ley tal como la ley de la gravitación. En otras pala
bras, el orden de la naturaleza no puede justificarse por la
simple observación de la naturaleza. Porque en el hecho
actual no hay nada que se refiera inherentemente al pasado
o al futuro. Parecería, por consiguiente, que la memoria,
no menos que la inducción, no lograra hallar justificación
alguna dentro de la naturaleza misma.
lYie he 11:d.elantado al curso del pensamiento ulterior y he
estado repitiendo la argumentación de Hume. Ese modo de
pensar se desprende tan inmediatamente de la considera
ción de la simple ubicación que para considerarlo no pode
mos aguardar al siglo XvJ:II. Lo único extraño es que de
hecho, el mundo aguardó hasta Hume, antes de nota� la
dific�lta �: También ilustra el antirracionalismo del públi
co cienhnco el hecho de que cuando apareció Hume sólo
fueron las consecuencias religiosas de su filosofía las que
at:aj :r? n la �ten�ión. El!o se debió a que el clero era por
prmcipiO raciOnalista, mientras los hombres de ciencia se
contentaban con la simple fe en el orden de la naturaleza .
Hume ' mismo observa, sin duda sarcásticamente : "Nues
tra santa religión se funda en la fe." Esa actitud satis
fac�a a la Royal Society pero no a la Iglesia. También
satisfacía a Hume, y ha satisfecho a los empiristas que le
siguieron.
H�y otro s_upu: sto que de� emos colocar junto a la teoría
de .simple ubiCacwn. , lYie refiero a las dos categorías corre
latn:as de sustar:cia y cualidad. Con todo, hay una dife
rencia. Hubo diferentes teorías acerca de la descripción
adecua�a. ? e la c �ndición del espacio. Pero cualquiera fuese
l� condiCwn, nadie dudab� de que la conexión con el espa
CIO de que gozan las entidades es la de simple ubicación.
Pod �n;os ;�presar esto en pocas palabras diciendo que se
admitia tac;tamente que el espacio es el lucrar de las sim
�
pl�s. ubicaciones. Todo lo que está en el es acio está sin�
plzcLter en alguna porción determinada del espacio. Pero
con respecto a la sustancia y a la cualidad, las mentes rec-
69
trices del siglo xvrr estaban decididamente perplejas; aun
que con su genio habitual, construyeron en seguida una
teoría adecuada para sus propósitos inmediatos.
Es claro que la sustancia y la cualidad, lo mismo que la
simple ubicación, son las ideas más naturales del espíritu
humano. Es la forma en que pensamos las cosas, y sin esas
formas de pensar no podemos tener nuestras ideas prontas
para uso diario. No cabe duda. Lo único que podemos
preguntar es: "¿Cuán concretamente estamos pensando
cuando consideramos la naturaleza en esas concepciones?"
Quiero indicar que nos estamos regalando con ediciones
simplificadas de los hechos inmediatos. Cuando examine
mos los elementos primarios de esas ediciones simplificadas,
hallaremos que en verdad sólo pueden justificarse como
complicadas construcciones lógicas que poseen un alto gra
do de abstracción. Claro que, por tratarse de un punto de
psicología individual, llegamos a esas ideas por el método
�ápido . y grosero de suprimir los detalles que nos parecen
Impertmentes. Pero cuando tratamos de justificar esa su
presión de lo impertinente, nos encontramos con que, si
bien quedan entidades correspondientes a las entidades de
que hablamos, tales entidades poseen sin embargo un alto
grado de abstracción.
Sostengo, pues, que la sustancia y la cualidad proporcio
nan otro ejemplo de la falacia de la concretez fuera de lu
gar. Consideremos cómo surgen las ideas de sustancia y
cualidad. Observamos un objeto como una entidad dotada
de ciertas características. Por ejemplo, observámos un
cuerpo; hay en él algo que notamos. Es quizá duro, azul,
redondo, ruidoso. Observamos algo que posee esas cualida
des; aparte de ellas no observamos nada absolutamente.
Por consiguiente la entidad es el sustrato o sustancia de la
cual predicamos cualidades. Algunas de las cualidades son
esenciales, de modo que fuera de ellas, la entidad no sería
ella misma; mientras otras cualidades son accidentales y
cambiantes. Con respecto a los cuerpos materiales, las cua
li:Jades de tener cierta masa cuantitativa y de simple ubica
CIÓn en alguna parte, sostenía John Locke al terminar el
siglo XVI, son cualidades esenciales. Natmalmente, la
70
ubicación era cambiante, y la inmutabilidad de la masa no
era sino un hecho experimental para ciertos extremistas.
Hasta aquí todo va bien. Pero cuando pasamos al color
azul, tenemos que enfrentarnos con una nueva situación. En
primer lugar, el cuerpo puede no ser siempre azul ni rui
doso. Ya lo hemos admitido con nuestra teoría de las cua
lidades accidentales, que por el momento podemos aceptar
como adecuada. Pero en segundo lugar, el siglo XVII se
ñaló una verdadera dificultad. Los grandes físicos elabora
ron teorías de la trasmisión de la luz y del sonido, basadas
en su visión materialista de la naturaleza. Había dos hipó
tesis sobre la luz: o bien era transmitida por ondas vibra
torias de un éter material, o -según Newton- era trans
mitida por el movimiento de corpúsculos increíblemente
pequeños de alguna materia útil. Todos sabemos que la
teoría ondulatoria de Huyghens prevaleció durante el siglo
xrx y que, en la época actual, los físicos tratan de explicar
algunas circunstancias oscuras referentes a la radiación
combinando las dos teorías. Pero sea cual fuere la teoría
elegida, no existe la luz o el color como hecho de la natu
raleza exterior. Hay simplemente movimiento del material.
De igual modo, cuando la luz penetra en los ojos y hiere la
retina, no hay sino movimiento del material. Luego que
dan afectados los nervios y el cerebro, y eso no es tampoco
más que movimiento del material. El mismo tipo de razo
namiento vale para el sonido con sólo substituir las ondas
del éter por las del aire, y el ojo por el oído.
Preguntamos, pues, en qué sentido "color azul" y "ser
ruidoso" son cualidades del cuerpo. Por un razonamiento
análogo, preguntamos también en qué sentido el perfume
es una cualidad de la rosa.
Galileo consideró este problema e indicó inmediatamen
te que, aparte de los ojos, del oído y de la nariz, no existi
rían colores, sonidos ni olores . . Descartes y Locke constru
yeron la teoría de las cualidades primarias y secundarias.
Por ejemplo, Descartes, en su Meditación Sext.a., dice: "Y en
verdad, pues siento distintas clases de colores, olores, sa
bores, sonidos, calor, dureza, etc., concluyo con justicia,
que hay en los cuerpos de los cuales proceden todas estas
71
diversas percepciones de los sentidos, algunas diversidades
que responden a ellas, si bien quizá esas diversidades no se
les parecen en nada . . . "
En sus Principios de filosofía dice también: "que por
nuestros sentidos no conocemos nada de los objetos exte
riores más allá de su figura [o situación] , tamaño y movi
miento".
Locke, que escribe con conocimiento de la dinámica de
N ewton, sitúa la masa entre las cualidades primarias de los
cuerpos. En una palabra: formula una teoría de las cuali
dades primarias y secundarias de acuerdo con el estado de
la c�encia física a fines del siglo XVII. Las cualidades pri
manas son las cualidades esenciales de las sustancias cuyas
relaciones espacio-temporales constituyen la naturaleza. La
regularidad de esas relaciones constituye el orden de la na
t�raleza. Los acontecimientos de la naturaleza son aprehen
d� dos de alguna manera por mentes asociadas con cuerpos
VIvos. � n. primer lugar la aprehensión mental surge de los
acontecimientos que suceden en ciertas partes del cuerpo
c? rrespondiente, de los acontecimientos del cerebro, por
eJemplo. Pero al aprehender, la mente experimenta también
sensaciones que, en rigor, son únicamente cualidades de
ella: La mente proyecta esas sensaciones en forma tal que
revisten cuerpos adecuados que se encuentran en la natu
raleza e:terior. Así, percibimos los cuerpos como si poseye
ran cualidades que en realidad no les pertenecen, cualidades
que son, de hecho, pura creación de la mente. Así, la natu
raleza cobra el prestigio que en verdad debiéramos reservar
para nosotros mismos : la rosa por su perfume, el ruiseñor
por . su canto y el sol por su esplendor. Los poetas se han
eqmvocado de medio a medio. Deberían dirigir sus poesías
a sí mismos , y deberían convertirlas en odas de felicitación
por la excelencia de la mente humana. La naturaleza es
triste cosa, sin sonidos, sin olores, sin colores; es simplemen
te el rodar aprisa de la materia, sin fin y sin sentido.
Por más que lo disimulemos, éste es el resultado prác
tico de la filosofía científica característica que cerró el
siglo XVII. ,.
.
pnmer lugar debemos notar su pasmosa eficacia como
72
sistema de conceptos para la organizacwn de la investiga
ción científica. En este sentido es plenamente digna del
genio de! siglo que la pr� d�jo. Desde entonces s� ha �a�
tenido firme como prmc1p10 rector de los estudiOs cientl
ficos. Reina todavía. Todas las universidades del mundo se
organizan de acuerdo con ella. No se ha sugerido otro sis
tema de organizar la prosecución de la verdad científica.
No sólo reina, sino que no conoce rival.
Y, con todo, es absolutamente increíble. Esa concepcwn
del universo está encuadrada sin duda en términos de ele
vadas abstracciones; la paradoja sólo surge porque hemos
confundido nuestra abstracción con realidades concretas.
Ningún bosquejo de las realizaciones del pensamiento
científico en este siglo, por general que sea, puede omitir
el adelanto de las matemáticas. Aquí, como en lo demás, se
reveló el genio de la época. Tres grandes franceses, Descar
tes, Desargues y Pascal, iniciaron el período moderno de la
geometría. Otro francés, Fermat, estableció los fundamen
tos del análisis moderno, y poco le faltó para llevar a la
perfección los métodos del cálculo diferencial. Newton y
Leibniz fueron los que crearon el cálculo diferencial como
método práctico del razonamiento matemático. Cuando aca
bó el siglo, las matemáticas como instrumento de aplicación
para lo ; problemas físicos estaban bien establecidas, en con
diciones semejantes a su adelanto actual. Las modernas ma
temáticas puras, excepto la geometría, estaban en su infan
cia, y no habían dado señales del asombroso crecimiento que
habían de tener en el siglo xrx. Pero el físico matemático
había aparecido, trayendo con él el tipo de mentalidad que
había de dominar el mundo científico en el siglo siguiente.
Había de ser la era del "Análisis victorioso".
El siglo x:vn había producido por fin un esquema de
pensamiento científico trazado por los matemáticos, para
uso de los matemáticos. La gran característica del espíritu
matemático es su capacidad de manejar abstracciones; y de
extraer de ellas cadenas de razonamiento netas y demostra
tivas, enteramente satisfactorias siempre que esas abstrac
ciones sean el objeto en que queremos pensar. El enorme
éxito de las abstracciones científicas que en una mano pre-
73
sentan la materia con su si1nple ubicación en el espacio y
en el tiempo, y en la otra el espíritu que percibe, sufre y
razona, pero no interviene, le ha impuesto a la filosofía la
tarea de aceptarlas como la expresión más completa de la
realidad.
Con ello la filosofía moderna se ha venido abajo. Ha osci
lado en forma compleja entre tres extremos : los dualistas,
que aceptan materia y espíritu en un mismo pie de igual
dad, y las dos variedades de monistas: los que ponen el
espíritu dentro de la materia, y los que ponen la materia
dentro del espíritu. Pero estos juegos de manos con las abs
tracciones nÜnca pueden superar la confusión inherente in
troducida por atribuir la concretez fuera de lugar al esque
ma científico del siglo xvn.
74
CAPÍTULO IV
EL SIGLO XVIII
75
por una parte, y el espíritu, por otra. Entre ambos se hallan
los conceptos de vida, organismo, función, realidad instan
tánea, interacción, orden de la naturaleza, el conjunto de
los cuales constituye el talón de Aquiles de todo el sistema.
He de manifestar también mi convicción de que si deseá
ramos obtener una expresión más fundamental del carácter
concreto del hecho natural, el elemento de ese esquema que
primeramente habríamos de someter a crítica, sería el con
cepto de locación simple. Por consiguiente, en a�enciór; a la
importancia que esta idea asumirá en estas consideraciOnes,
voy a insistir en el significado que atribuyo a esta frase. De
cir que una porción de materia tiene locación simple sig
nifica que al expresar sus relaciones espacio-temporales, es
correcto afirmar que está donde está, en una región defi
nida del espacio y a través de una duración definida del
tiempo, haciendo caso omiso de toda referencia esencial de
las relaciones que con otras regiones del espacio o con otras
duraciones del tiempo pueda tener esa porción de materia.
Por otra parte, este concepto de locación simple es inde
pendiente de la controversia entre las opiniones absolutista
y relativista acerca del espacio y del tiempo. Con tal de que
cualquier teoría del espacio, o del tiempo, atribuya un signifi
cado, absoluto o relativo, a la idea de una región definida
del espacio o de una duración definida del tiempo, la idea
de locación simple tiene un significado perfectamente defi
nido. Esta idea es el propio fundamento del esquema que
de la naturaleza se hizo el siglo xvn; sin ella, ese esquema
no es susceptible de ser expresado. Alegaré que entre los
elementos primarios de la naturaleza tal como son apre
hendidos en nuestra experiencia inmediata, no hay ni uno
solo que posea este car�cter de locación simple; ello no au
toriza a concluir, sin embargo, que la ciencia del siglo xvn
fuese simplemente errónea. Yo sostengo que por un proceso
de abstracción constructiva podemos llegar a abstracciones
que sean porciones de materia localizadas simplemente y a
otras abstracciones que sean los espíritus que figuran en el
esauema
- científico. Por consiguiente, el verdadero error es
un ejemplo de lo que yo he calificado de "la falacia de la
concretez fuera de lugar".
76
La ventaja de concentrar la atención en un grup? def�
nido de abstracciones estriba en que con ello es posible h
mitar nuestros pensamientos a cosas nítidamente definidas,
con relaciones nítidamente definidas. Por consiguiente, �i
tenemos un entrenamiento lógico, podremos deducir multi
tud de conclusiones con respecto a las relaciones existentes
entre esos entes abstractos. A mayor abundamiento, si las
abstracciones están bien fundadas, es decir, si no prescin
den de todo lo que es importante en la experiencia, el pen
samiento científico que se limite a esas abstracciones llega
rá a multitud de verdades importantes relativas a nuestra
experiencia d e la natur?leza. �odos conocemos e�os te�
neramentos de pronuncmdas aristas, que se mantienen m
�utablemente encerrados en duro caparazón de abstraccio
nes. Nos sujetan a sus abstracciones por el mero imperio de
su nersonalidad.
El inconveniente de prestar exclusiva atención a un gru
po de abstracciones, por bien fund�da� que estén, e� que,
segÚn la índole del caso, se ha prescmdido de las demas co
sa�. En la medida en que las cosas excluídas sean impor
tantes en la experiencia, nuestros modos de pensamiento
resultarán inapropiados para ocuparnos de ellas. No pode
mos pensar sin abstracciones; por consiguiente, es de la más
alta importancia poner la mayor atención en someter a crí
tica nuestros modos de abstracciones. Es en este punto que
la filosofía encuentra el lugar indicado para ser esencial
para el progreso saludable de la sociedad. Es la crítica de
las abstracciones. Una civilización incapaz de salirse de sus
abstracciones corrientes, está condenada a la esterilidad al
cabo de un período, muy limitado, de progreso. Una escue
la activa de filosofía es absolutamente tan importante para
la locomoción de las ideas como para la locomoción del
combustible pueda serlo una escuela activa de ingenieros fe
rroviarios.
Ocurre a veces que el servicio prestado por la filosofía
queda totahnente oscurecido por el éxito . asombroso d.e
un esquema de abstracciones que exprese los mtereses . �omi
nantes de una época. Es exactamente lo que sucedw du
rante el siglo xvm. Les philosophes no eran filósofos.
77
Eran hombres de genio , de cabeza clara y agudos, que se
valieron del grupo de abstracciones científicas del siglo
XVII para analizar el unive:·so sin límites. Su triunfo, en
orden al círculo de idea s principalmente interesante para
sus coetáneos, fué abrumador; cuanto no encajaba en su
esquema, era postergado, ridiculizado o puesto en cuaren
tena. Su aversión hacia la arquitectura gótica refleja su
poca simpatía por las perspectivas confusas. Era la edad de
la razón, de la razón sana, viril, egregia; pero de una razón
que sólo tenía un ojo y condenada por ello a percibir de un
modo deficiente el relieve de las cosas. Nunca apreciaremos
bastante lo que debemos a aquellos grandes hombres. Du
rante una milíada Europa había sido presa de visionarios
intolerantes e intolerables. El buen sentido del siglo xvm,
su captación de los hechos evidentes del sufrimiento hu
mano y de las necesidades evidentes de la naturaleza hu
mana, obraron sobre el mundo a modo de baño de limpieza.
Voltaire tiene el mérito de haber odiado la injusticia, de
haber odiado la crueldad, de haber odiado la opresión ab
surda y de haber odiado la superchería. Y, además, al verlo,
sabía que era todo eso. En esas supremas virtudes, era un
hijo genuino de su siglo, de su mejor aspecto. Pero no sólo
de pan vive el hombre, y menos puede vivir únicamente
de desinfectantes. La época tenía sus limitaciones; pero sin
rendir todo el tributo merecido a sus triunfo s positivos nun
ca podremos comprender la pasión con que son defendidas
todavía, especialmente en las escuelas de la ciencia, algu
nas de sus principales posiciones. El esquema de conceptos
del siglo xvn demostraba ser un instrumento de investi
gación perfecto.
Este triunfo del materialismo se operó principalmente en
las ciencias de la dinámica, física y química racionales. En
cuanto a la dinámica y a la física, el progreso se logró en
forma de desarrollos directos de las ideas principales de la
época precedente. Nada nuevo se creó en este sentido pero
se llevó a cabo un inmenso desarrollo de detalle. Casos es
peciales fueron aclarados. Era como si el mismo cielo se hu
biese puesto al descubierto en una pantalla fija. En la se
gunda mitad del siglo, Lavoisier fundó virtualmente la quí-
78
mica en las bases en que actualmente se apoya, introdu
ciendo en ella el principio de que en ninguna transformación
química se pierde o gana nada de materia. Ese fué el úl
timo éxito del pensamiento materialista, que en definitiva
no revelara ser una espada de dos filos. Ya no le faltaba a
la ciencia química más que la teoría atómica, que se for-
'
muló al siglo siguiente.
En este siglo, la idea de la explicación mecánica de todos
los procesos de la naturaleza se había consolidado finalmen
te en un dogma de la ciencia. La idea se impuso en toda la
línea gracias a una serie casi milagrosa de triunfos logrados
por los físicos matemáticos, que culminaron en la Mécani
que Arwlytique de Lagrange, publicada en 1787. Los Prin
cipia de Newton habían aparecido en 1 687, de suerte que
entre ambos libros mediaba exactamente un lapso de un
siglo. Este siglo constituye el primer período de la física
matemática de tipo moderno. La publicación, en 1873, de
la obra Electricity and Magnetism, de Clerk Maxwell, cierra
el segundo período. Cada una de esas tres obras abrió nue
vos horizontes al pensamiento e influyó en todo cuanto vino
después de ellas.
Cuando se examinan los varios asuntos a que la humani
dad consagró su pensamiento sistemático, es imposible que
no sorprenda la desigual distribución de aptitud entre los
distintos campos. En casi todas las materias hay unos po
cos nombres que sobresalen. Se requiere genialidad para
crear una materia que constituya un nuevo asunto para el
pensamiento. Pero con muchos asuntos se da el caso de que
después de un buen principio, de importancia esencial para
la ocasión que lo motivó, el desarrollo subsiguiente ofrezca
una serie decreciente de tanteos, de suerte que el conjunto
de la materia va perdiendo poco a poco su imperio sobre
la evolución del pensamiento. Muy distinto fué lo que su
cedió con la física matemática. Cuanto más se estudia esa
materia tanto más asombro causan los casi increíbles triun
fos del entendimiento que revela. Los grandes físicos ma
temático s del siglo xvnr y de unos pocos primeros años
del xrx, en su mayoría franceses, constituyen una mues
tra de eso : JYiaupertuis, Clairaut, D'Alembert, Lagrange,
79
Laplace, Fourier, Carnot, constituyen una serie de nombres
tal que cada uno de ellos trae a la mente el recuerdo de un
triunfo de primera importancia. El hecho de que Garlyle,
en su calidad de portavoz del período romántico subsiguien
te, calificara irónicamente a aquel período de Edad del Aná
lisis Victorioso, y se burlara de Maupertuis llamándole
"magnífico caballero de perruca empolvada", revela única
mente la estrechez de miras de los románticos cuyas ideas
proclamaba.
Es imposible exponer de un modo inteligible en pocas pa
labras y sin tecnicismos los detalles de los progresos hechos
por esta escuela. Sin embargo, intentaré explicar el punto
principal de un triunfo debido conjuntamente a Maupertuis
Y Lagrange. Sus resultados, unidos a algunos métodos ma
temáticos subsiguientes debidos a Gauss y Riemann, los dos
grandes matemáticos alemanes de la primera mitad del si
glo xrx, han demostrado recientemente que eran la labor
preparatoria necesaria para las nuevas ideas que Herz y
Einstein habían de introducir en la física matemática. Tam
bién inspiraron algunas de las mejores ideas del tratado de
Clerk JVIaxwell, ya mencionado en este capítulo.
Su aspiración era descubrir algo más fundamental y más
general que las leyes newtonianas del movimiento exami
nadas en el capítulo precedente. Querían encontrar algu
nas ideas más amplias, y, en el caso de Lagrange, algunos
modos más generales de exposición matemática. Era una
empresa ambiciosa, y el éxito les acompañó plenamente en
ella. Maupertuis vivió en la primera mitad del siglo XIX,
Y la época de actividad de Lagrange cae en la segunda mi
tad de dicho siglo. Encontramos en JVIaupertuis un resa
bio de la época teológica que precedió a su nacimiento. Par
tió de la idea de que toda la marcha de una partícula de
materia entre dos límites cual.esquiera, tenía que realizar
alguna perfección digna de la providencia divina. Dos pun
�os de interé� hay en ese principio motor. En primer lugar,
Ilustra la tesis que formulé en el primer capítulo de que el
modo en que la iglesia medioeval había imprimido en Eu
ropa la idea de la providencia detallada de un dios perso
nal racional, fué uno de los factores que dió lugar a la con-
80
fianza en el orden de la naturaleza. En segundo lugar, aun
Que en la actualidad estemos todos convencidos de que
ésos modos de pensamiento no son de utilidad directa en las
investigaciones científicas de detalle, el éxito de Maupertuis
en ese caso particular revela que casi cualquier idea que
nos saque de nuestras abstracciones corrientes es mejor que
nada. En el caso de que nos ocupamos, lo que la idea en
cuestión le hizo a Maupertuis fué conducirle a indagar qué
propiedad general de la marcha en conjunto podía ser de
ducida de las leyes newtonianas del movimiento. No cabe
duda de que era éste un procedimiento muy cuerdo, y todos
lo hemos de reconocer cualesquiera que sean nuestras ideas
teológicas. Su idea general le indujo también a concebir que
la propiedad encontrada sería un factor cuantitativo, de
suerte que toda ligera desviación de la marcha la incre
mentaría. Partiendo de esta suposición, generalizó la pri
mera ley del movimiento newtoniana. Como una partícula
aislada toma el camino más corto con velocidad uniforme,
Maupertuis conjeturó que una partícula que se moviera a
través de un campo .de fuerzas, realizaría el menor importe
posible de alguna cantidad. Descubrió cuál era esa cantidad
y la calificó de acción integral entre los límites de tiempo
considerados. En nuestra terminología moderna es la suma
a través de sucesivos pequeños lapsos de la diferencia
entre las energías cinéticas y potenciales de la partícula
en cada uno de los instantes sucesivos. Esta acción,
por lo tanto, tiene que ver con el intercambio entre la ener
gía procedente del movimiento y la energía derivada de la
posición. Maupertuis descubrió el famoso teorema de la
acción mínima; sin embargo, este investigador no es de la
misma primera categoría que Lagrange. En sus manos y en
las de sus sucesores inmediatos, su principio no adquirió
importancia dominante. Lagrange planteó la misma cuestión
sobre una base más amplia, de suerte que su solución resul
tó decisiva para el procedimiento actual del desarrollo de la
dinámica. Su principio de la acción virtual, aplicado a sis
temas en movimiento, es, en efecto. el principio de Mauper
tuis concebido como aplicado en cada uno de los instantes
de la marcha del sistema. Pero Lagrange vió más lejos que
81
Maupertuis. Advirtió que había obtenido un mét;do de
formular verdades dinámicas de un modo perfectamente
indiferente a los métodos particulares de mensuración em
pleados para fijar las posiciones de las varias partes del sis
tema. Por consiguiente, llegó a deducir ecuaciones de mo
vimiento igualmente aplicables cualesquiera que fuesen las
mensuraciones cuantitativas hechas, con la sola condición
de que fuesen adecuadas a posiciones fijas. La belleza y casi
divina simplicidad de esas ecuaciones es tal que esas fór
mulas son dignas de equipararse a aquellos símbolos miste
riosos que en tiempos antiguos se empleaban directamente
para indicar la Razón Suprema en la base de todas las co
sas. lVIás tarde, Herz -descubridor de las ondas electro
magnéticas- asentó la mecánica en la idea de que toda par
tícula atraviesa el camino más corto que se le ofrece en las
circunstancias que le obligan a moverse, y, por último, Eins
tein, usando las teorías geométricas de Gauss y Riemann,
mostró que esas circunstancias podían construirse como si
estuviesen implicadas en el mismo carácter del espacio-tiem
po. Tal es, en sus líneas generales escuetas, la historia de la
dinámica desde Galileo a Einstein.
Entre tanto, otros investigadores -Galvani y Volta
habían hecho otros descubrimientos en el sector de la elec
tricidad, y las ciencias biológicas reunían sus materiales, pe
ro esperando, aún, la aparición de ideas dominantes. Tam
bién la psicología había comenzado a emanciparse de su
dependencia con respecto a la filosofía general. El desarro
llo independiente de la psicología fué el resultado final de su
postulación por John Locke a modo de crítica de los abusos
de la metafísica. Todas las ciencias que se ocupaban de la
vida se encontraban aún en una fase de observación ele
mental, en la que predominaban la clasificación y la des
cripción directa. Hasta ese punto, el esquema de las abstrac
ciones era apropiado a tal estado de cosas.
En los dominios de la práctica, de la edad que produjo
gobernantes ilustrados como el emperador José de la casa
de Habsburgo, Federico el Grande, Walpole, el gran Lord
Chatham, George Washington, no puede decirse que hu
biese sido un fracaso, sobre todo si se tiene en cuenta que,
82
además de esos gobernantes, nos dió el gobierno de gabinete
parlamentario en Inglaterra, el régimen presidencial federal
de los Estados Unidos y los principios humanitarios de la Re
volución Francesa. En el sector de la técnica produjo la má
quina de vapor y con ello inauguró una nueva era en la civi
lización. Indudablemente, el siglo xvm fué un éxito en el or
den práctico. Si le hubiésemos preguntado a uno de sus más
sensatos y genuinos predecesores, que tuvo ocasión de p::e
senciar sus inicios -nos referimos a John Locke-, qué es
peraba de esa edad, difícilmente habría puesto sus espe
ranzas en un nivel más alto que el alcanzado por sus po
sitivos éxitos.
Para exponer una crítica del esquema científico del siglo
XVIII, tenemos que comenzar dando la razón principal de
que descartemos el idealismo del siglo XIX -nos referimÓ s
al idealismo filosófico que encuentra el último significado
de la realidad en la mentalidad plenamente cognitiva-. En
el caso del idealismo absoluto, el mundo de la naturaleza
es pura y simplemente un mundo de las ideas, diferencián
dose de algún modo la unidad de lo absoluto; en el caso del
idealismo pluralista, que implica mentalidades monádicas,
este mundo es la máxima medida común de las varias ideas
que diferencian las varias unidades mentales de las varias
mónadas. Pero, como quiera que lo tomemos, esas escuelas
idealistas fracasaron notoriamente en su ensayo de enlazar
de algún modo orgánico el hecho de la naturaleza con sus
filosofías idealistas. En lo que concierne a lo que se dirá en
esta obra, nuestro punto de vista habrá de ser en definitiva
realista o idealista. Mi opinión es que se requiere una fase
ulterior de realismo provisional en que se rehaga el esquema
científico, fundándose en el concepto último de organismo.
En líneas generales, mi procedimiento consiste en partir
del análisis de la condición del reposo y del tiempo, o, dicho
en terminología moderna, de la condición del espacio-tiem
po. De cada uno de ésos hay dos caracteres. Las cosas
están separadas por el espacio y lo están por el tiempo;
pero también están juntas en el espacio y asimismo en el
tiempo, aun cuando no sean contemporáneas. Calificaré a
esos caracteres de carácter separativo y carácter pre-
83
hcnsivo del espacio-tiempo. Pero todavía hay un tercer ca
rácter del espacio-tiempo. Todo cuanto está en el espacio
recibe una limitación definida de alguna manera, de suerte
que en cierto sentido tiene precisamente la forma que tiene
y no otra, es decir, que en cierto sentido está en este sitio Y
no en otro. Es lo que yo califico de carácter modal del es
pacio-tiempo. Es evidente que, tomado por sí mismo, el ca
rácter modal da lugar a la idea de locación simple. Pero es
necesario asociarlo con los caracteres separativo y prehensivo.
Para simplificar la idea, hablaremos en primer lugar del
espacio únicamente, haciendo después extensivo el mismo
tratamiento al tiempo.
El volumen es el elemento más concreto de espacio. Pero
el carácter separativo de espacio analiza un volumen en
subvolúmenes y así hasta el infinito. Por consiguiente, to
mando aisladamente el carácter separativo, inferiríamos que
un volumen es una mera multiplicidad de elementos caren
tes de volumen, o sea, de hecho, de puntos. Pero el hecho
último de la experiencia es la unidad de volumen; por ejem
plo, el espacio voluminoso de esta sala. Como mera multi
plicidad de puntos, esta sala es una construcción de la ima
ginación lógica.
Por consiguiente, el hecho primordial es la unidad pre
hensiva del volumen, y esta unidad está atenuada o limi
tada por las unidades separadas de las innumerables partes
contenidas. Tenemos una unidad prehensiva, que sin em
bargo es considerada aparte como un agregado de partes
contenidas. Pero la unidad prehensiva del volumen no es
la unidad de un mero agregado lógico de partes. Las partes
forman un agregado ordenado, en el sentido de que cada
una de las partes es algo desde el punto de vista de cual
quiera d<:) las otras partes, y, por lo tanto, también desde el
mismo punto de vista, cualquiera de las otras partes es algo
en relación con ella. Así, si A, B y e son volúmenes de es
pacio, B tiene un aspecto desde el punto de vista de A, Y
lo propio le ocurre a e, y asimismo a la relación de B y C.
Este aspecto de B desde A, es de la esencia A. Los volúme
nes de espacio no tienen existencia independiente. Son sólo
entes en el conjunto de la totalidad; no puede separárselos
84
de su ambiente sin destruir su misma esencia. Por consi
guiente, diremos que el aspecto de B desde A es el modo en
que B entra en la composición de A . El carácter modal del
espacio consiste en que la unidad prehensiva de A es la pre
hensión en unidad de los aspectos de todos los demás vo
lúmenes desde el punto de vista de A. La forma de un volu
men es la fórmula de la cual puede ser derivada la totalidad
de sus aspectos. Así, la forma de un volumen es más abs
tracta que sus aspectos. Es evidente que podemos emplear
el lenguaje de Leibniz y decir que todo volumen refleja en sí
todo otro volumen en el espacio.
Unas consideraciones exactamente análogas rezan con res
pecto a las duraciones en el tiempo. Un instante de tiempo,
sin duración, es una construcción lógica imaginaria. Tam
bién toda duración de tiempo refleja en sí todas las dura
ciones temporales.
Pero de dos modos hemos introducido una simplicidad
falsa. En primer lugar, tendríamos que haber enlazado es
pacio y tiempo y orientado nuestra explicación en el sen
tido de las regiones cuatridimensionales de espacio-tiempo.
Nada tenemos que añadir por vía de explicación. En nues
tra mente, sustituyamos por esas regiones cuatridimensio
nales los volúmenes espaciales de las explicaciones prece
dentes.
En segundo lugar, mi explicación incurrió, a su vez, en
un círculo vicioso. En efecto, según lo dicho la unidad pre
hensiva de la región A consiste en la unificación prehensiva
de las presencias modales de otras regiones en A. Esta di
ficultan s e presenta porque en realidad el espacio-tiempo no
puede ser considerado como un ente subsistente por sí mis
mo. Es una abstracción, y para ex--plicarla se requiere refe
rirse �. aquello de que ha sido extraída. Espacio-tiempo es
la especificación de ciertos caracteres generales de acaeci
mientos y de su ordenación recíproca. Este recurrir al hecho
concreto nos lleva al siglo xvm, y hasta al xvrr, a Fran
cis Bacon. Tenemos que examinar la marcha seguida en
esas épocas por la-crítica del esquema científico imperante.
Ninguna época es homogénea; cualquiera que sea la nota
atribuída como dominante a un período considerable, siem-
85
\
pre s �rá posible señalar hombres, y grandes hombres, per
teneCientes a la misma época, que se presentan como anta
gónicos al tono de su edad. Así ocurre sin duda al<tuna
"' en el
siglo :x:vm. Por ejemplo, los nombres de John wesley y
de Rousseau habrán acudido a la imaginación de ustedes
cuando diseñaba yo el carácter de esa época. Pero no deseo
hablar de ellos ni de otros. El hombre cuyas ideas quiero
examinar con cierta detención es el obispo Berkeley. En el
mero comienzo de esa época formuló todas las críticas debi
das, por lo menos en principio. Sería inexacto decir que no
hizo efecto alguno. Era un hombre famoso. La viuda de
Jorge II fué una de las pocas reinas, de todos los países,
dotada del suficiente buen sentido y prudencia para fo
mentar la cultura con discreción; de ahí que Berkeley fuese
nombrado obispo en unos tiempos en que los obispos de la
Gran Bretaña eran hombres relativamente mucho más
grandes que en la actualidad. Además, y esto es una cir
cunstancia mucho más importante que su promoción a obis
po, Hume le estudió y desarrolló un aspecto de su filosofía
de un modo que quizás habría enturbiado el espíritu del
gran prelado. Luego Kant estudió a Hume. Por lo tanto,
sería notoriamente absurdo decir que Berkeley no ejerció
influjo alguno durante ese siglo. Pero, lo que viene a ser lo
mismo, dejó de trazar rumbos a la corriente principal del
pensamiento científico , pues ésta se movió como si él nun
ca hubiese escrito. Su éxito general la hizo impermeable a
toda crítica, ya entonces y en lo sucesivo. El mundo de la
ciencia se sintió siempre perfectamente satisfecho con sus
abstracciones. Surten efecto, y eso le basta.
. El , �unto que ten�mos ante nosotros es que ese campo
cien�Ifico del pensamiento, resulta ahora, en el siglo x:x:, de
masrado estrecho para los hechos concretos que se le pre
sentan para ser analizados. Eso es cierto incluso en la física
y más especialmente urgente en las ciencias biológicas. De
esta suerte, para entender las dificultades del pensamiento
científico moderno y también sus reacciones sobre el mun
do moderno, necesitaríamos tener en nuestra mente alguna
co� c eJ? ció� de un campo de abstracción más amplio, un
_
anahs1s mas concreto, que se hallara más cerca de lo com-
86
pletamente concreto de nuestra experiencia intuitiva. Seme
jante análisis enco�traría ;� sí mismo un lugar para los
conceptos de matena y espmtu a modo de abstracciones en
términos de los cuales pueda interpretarse mucha de nuestra
experiencia física. Es para la búsqueda de esa base más
amplia para el pensamiento científico que resulta tan im
portante Berkeley. Se presenta con su crítica inmediatamen
te después de que las escuelas de Newton y Locke hubieron
completado la obra de éstos, poniendo de relieve con toda
exactitud los puntos débiles que éstas habían dejado. No me
propongo examinar el idealismo subjetivo derivado de ese
p en�ado_r, ni las escuelas que se han formado siguiendo las
msprracwnes de Hume y Kant respectivamente. l\1i tesis
será que -cualquiera que sea la metafísica final que uste
des adopten- hay otra línea de desarrollo que arranca de
Berkeley y que señala el análisis que estamos buscando.
A Berkeley le pasó inadvertido, debido en parte al suura-inte
lectualismo de los filósofos y en parte a que se precipitó a re
currir a un idealismo con su objetividad fundada en la idea de
Dios. Recuerden ustedes que ya afil"lé que la llave del pro
blema está en la idea de locación simple. Berkeley en efecto
critica esta idea. También él plantea la cuestión ; ¿ qué en�
tendemos por cosas comprobadas en el mundo de la natu
raleza?
En las secciones 23 y 24 de sus P1·inciples of Human
Knowledge da Berkeley su respuesta a esta última cuestión.
Voy a citar algunas frases sacadas de esas secciones:
&.�r
•
87
concibe cuerpos que existen sin ser pensados o fuera del
espíritu, a pesar de que al propio tiempo son aDrehendidos
por él o existen en él . . .
24. Resulta b�en notorio, después de la última indagación de
nuestros pensamientos, conocer si nos es posible comprender qué
se entiende por existencia absoluta de objetos sensibles en sí, o
sin, el espíritu. Para mí es evidente que esas palabras indican una
contradicción directa o nada en absoluto . . .
88
posible de pensamiento, que nos permite adoptar cualquier
actitud de realismo provisional y ensanchar el esquema cien
tífico de una manera útil a la misma ciencia.
Recurro al pasaje de la Natural Hi.story de Francis Ba
con, citado ya en la conferencia anterior:
Es cierto que todos los cuerpos, cualesquiera que sean, aunque
no tengan sentido, tienen percepción . . . y tanto si el cuerpo es
alterante como si es alterado, siempre una percepción precede
a la operación ; pues de otra suerte todos los cuerpos serían
iguales entre sí. . .
89
sea una reunión de cosas en la unidad de una prehensión, y
que, por consiguiente, lo realizado es la prehensión y no las
cosas. Esta unidad de una prehensión se define como un
aquí y un ahora, y las cosas de esta suerte reunidas en la
unidad captada tienen referencia esencial a otros sitios y a
otros tiempos. Yo sustituyo el espíritu de Berkeley por un
proceso de unificación prehensiva. Para poder hacer inteli
gible este concepto de la realización progresiva de acaeci
mientos naturales se requiere considerable expansión, y con�
frontación con sus implicaciones efectivas en términos de
experiencia concreta. Esa será la tarea de las conferencias
siguientes. En primer lugar, obsérvese que la idea de loca
ción simple ha desaparecido . Las cosas que se han captado
en una unidad realizada, aquí y ahora, no son simplemente
el castillo, la nube y el planeta en sí mismos, sino el cas
tillo, la nube y el planeta desde el punto de vista, en espa
cio y tiempo, de la unificación prehensiva. Dicho con otras
palabra s: es la perspectiva del castillo situado allí desde el
punto de vista de la unificación aquí. Son, por consiguiente,
aspectos del castillo, de la nube y del planeta lo que se cap�
ta en unidad aquí. Recuérdese que la idea de perspectivas
es perfectamente familiar en filosofía. Fué introducida por
Leibniz, en la noción de sus mónadas que reflejan las pers
pectivas del universo. La noción que uso es la misma, con
la sola diferencia de que atempero sus mónadas a los acae
cimientos unificados en espacio y tiempo. En algunos as
pectos, hay mayor analogía con los modos de Spinoza; por
esta razón empleo los términos 1nodo y modal. En ana
logía con Spinoza , su sustancia única es para mí la subya
cente actividad de realización individualizándose en una
conectada pluralidad de modos. Así, hecho concreto es pro
ceso. Su análisis primario está en la subyacente actividad de
prehensión y en acaecimientos prehensivos realizados. To
do acaecimiento es una cuestión de hecho individual proce
dente de una individualización de la actividad subyacente.
Pero individualización no significa independencia sustancial.
Un ente que advertimos en la percepción de los sentidos,
es el término de nuestro acto de percepción. Calificaré a
tal ente de objeto-del-sentido. Por ejemplo, verde de un
90
determinado matiz es un objeto-del-sentido, y lo propio
cabe decir de un sonido de una calidad e intensidad defi
nidas de un olor definido y de una definida cualidad de
tacto : La manera en que semejante ente es referido a es
pacio durante un definido lapso, es compleja .. D �ré que un
objeto-del-sentido tiene ingreso en el esp aciO-tiempo. I:a
percepción cognitiva de un objeto-del-sentr�o es el adver�Ir
la unificación prehensiva (en un punto de vista A) de v �nos
modos de varios objetos-del-sentido, entre ellos el obJeto
del-sentido en cuestión. El punto de vista A es, desde luego,
una recrión
0 de espacio-tiempo, es decir, un volumen de es�a
cio a través de una duración de tiempo. Pero tratan
dose de un ente, este punto de vista es �na unidad . de
experiencia realizada. Un modo de :rn obJeto-d �l-sentido
en A. (a fuer de abstraído del obJeto-del-sentido cuya
conexión con A es condicionada por el modo) es el as
pecto que desde A tiene cualquier otra región B. Así, el
objeto-del-sentido está presente .en A. con el. modo de l�c;a
ción en B. Así, si verde es el obJeto-del-sentido. �n cue?twn:
verde no está simplemente en A donde es percibido, m e �ta
simplemente en B donde es percibido como .l? calizado, smo
que está presente en A con el modo de locacwn en B. Nada
de especialmente misterioso hay en esto. Ustedes no han
hecho más que mirar un espejo y ver en él la imagen de al
gunas hojas verdes situadas detrás �e ustedes. Para uste
des, en A habrá verde, y no verde simplemente en A don
de ustedes estén. El verde en A será verde con el modo ? e
tener locación en la imagen de la hoja detrás del espeJO.
Entonces.. vuélvanse ustedes y miren la hoja. ..A..hora _per
ciben ustedes el verde de igual manera que hacía?- antes,
salvo que ahora el verde tiene el modo de ser localizado . e?
la hoja real. Estoy describiendo �implemente lo que percibi
mos: advertimos el verde en calidad de uno de los ele�en
tos de una unificación prehensiva de objetos-del-sentido;
todo objeto-del-sentido, entre ellos el ver�� · tiene su m� �o
particular, que es e�re�able como l?;acwn en otro �Iho
cualquiera. Hay vanos tipos de locacwn modal. Por eJen;t
plo, el sonido tiene volumen: llena una sala, . ! lo propio
ocurre a veces con el color difuso. Pero la locacwn modal de
!Jl
un color puede ser la de ser el límite remoto de un volumen
como, P ? r ej ;mplo, los . colores pintados en las paredes d�
una. habltacwn. As1,, primordialmente, espacio-tiempo es el
habitáculo de la ingresión modal de objetos-del-sentido.
Esta es la ra�ón de que espacio y tiempo (si para simplifi
car los desummos) sean dados en sus totalidades. En efec
to, to.do volumen de espac;o, o todo lapso, incluye en su
esencia aspectos de todos los volúmenes de espacio, o
de todos los lapsos. Las dificultades de la filosofía con res
pecto a espacio y tiempo se fundan en el error de conside
rarlos primariamente como los habitáculos de locaciones
simples. La percepción es pura y simplemente la coanición
de la unificación prehensiva, o, para decirlo más breve�ente,
la percepción es la cognición de la prehensión. El mundo
real es una multitud de prehensiones, y una "prehensión"
es una ·:o?asión prehensiva", y una ocasión prehensiva es
el ente fm1to mas , concreto, concebido como lo que es en sí
Y por sí Y no como resultado de su aspecto en la esencia de
otra ocasión semejante. La unificación prehensiva "uuede de
cirse que tiene locación simple en su volumen A . Pero eso
sería una mera �antología, pues espacio y tiempo son simple
men�e abstracciOnes de la totalidad de unificaciones pre
��nsiv.as que se . r_nold.ean recíprocamente. Así, una prehen
swn tiene locacwn Simple en el volumen A, al igual que
aquella en que el rostro de una persona coincide con la
s?nrisa que lo �nima. �asta el punto a que hemos llegado,
tiene . ;mas. sentido decir que un acto de percepción tiene
locacwn simple, ya que puede ser concebido como estando
simplemente en la prehensión captada.
En estas condiciones, se comprenden en la naturaleza más
entes que los meros objetos-del-sentido. Pero teniendo en
cuenta la necesidad de la revisión consicruiente a un punto
de vista más completo, podemos formular nuestra contes
tación a la cuestión de Berkeley como relativa al carácter
de la realidad que haya de atribuir a la naturaleza. El
afirma que es la realidad de las ideas en el espíritu. Una
me�a.física completa, que haya llegado a alguna noción de
espmt� ?" a alguna noción de ideas, acaso pueda adoptar
en defmitiva esa opinión. Para el objeto de estas confe-
92
rencias es innecesario plantear esa cuestión fundamental.
Podemos darnos por satisfechos con un realismo provisional
en que la naturaleza sea concebida como un complejo de
unificaciones prehensivas. Espacio y tiempo ofrecen el es
quema general de las relaciones, conectadas, de esas pre
hensiones. No es posible separar ninguna de ellas de esa
contextur a. Sin embargo, cada una de ellas dentro de su
contextura tiene toda la realidad atribuída a todo el com
plejo, y, viceversa, la totalidad tiene la misma realidad ql!e
cada una de las prehensiones, puesto que cada prehenswn
unifica las modalidades que desde su punto de vista deben
ser atribuídas a toda parle del conjunto. Una prehensión
es un proceso de unificación. Por consiguiente, la natura
leza es un proceso de desaiTollo expansivo, necesariamente
transicional de prehensión a prehensión. Lo logrado se
deja, en co�secuencia, atrás, pero se retiene también como
teniendo a su vez aspectos , de sí mismo presentes a prehen
siones situadas más allá de ello.
Así ' la naturaleza es una estructura de procesos en evolu
ción. La realidad es el proceso. Es un absurdo preguntar
si el color rojo es real. El color rojo es un ingrediente en el
proceso de realización. Las realidades de la naturaleza s?n
las prehensiones que se operan en la naturaleza, es decir,
los acaecimientos de la naturaleza.
Ahora, habiendo rebajado de espacio y tiempo el matiz
de locación simple, podemos abandonar el incómodo tér
mino "prehensión" . Es� término fué i�tr?duciclo para. sig
nificar la unidad esencml de un acaecimiento, es decir, el
acaecimiento como unidad y no como mero agregado de
Partes o ele inoTedientes. Es necesario comprender que
o
94
nica de un conjunto, del cual puedan emerger las unidades
orgánicas de los electrones, protones, moléculas y cuerpos
vivos. Según ese esquema, en la naturaleza de las cosas no
hay razón que justifique que las porciones de materia hayan
de tener entre sí ninguna clase de relaciones físicas. Acep
temos que no nos cabe esperar que descubramos que las
leyes de la naturaleza hayan de ser necesarias. Pero pode
mos tener la esperanza de ver que es necesario que haya
un orden de la naturaleza. El concepto de orden de la
naturaleza va unido al concepto de la naturaleza conside
rada como habitáculo de organismos en proceso de desa
rrollo.
Nota. - En relación con la última parte de este capítulo,
es interesante lo que dice Descartes en su Réplica a las
objeciones . . . a las JYIe ditaciones: "De ahí que la idea del
Sol sea el mismo Sol existiendo en el espíritu, aunque no
de un modo material, como existe en el cielo, sino objetiva
mente, es decir, en la manera en que los objetos suelen
existir en el espíritu, y este modo de existencia es real
mente mucho menos perfecto que aquel en que las cosas
existen fuera del espíritu, pero no por esto es mera nada,
como ya he dicho." (Réplica a Objeciones I, según Haldane
y Ross, vol. II, p. 10.) Encuentro difícil reconciliar esta
teoría de las ideas (que yo suscribo) con otras partes de
la filosofía cartesiana.
95
CAPÍTULO V
LA REACCIÓN ROMÁNTICA
96
mano educado en lo concreto ha enfocado esta opos1c10n
entre mecanismo y organismo. Fué en la literatura donde
los atisbos de lo concreto por la humanidad encontraron
una expresión. Por consiguiente, debemos buscar en la
literatura, especialmente en sus formas más concretas, a
saber la poesía y el drama, si abrigamos la esperanza de
descubrir los pensamientos íntimos de una generación.
Pronto veremos que los pueblos de Occidente revelaron
en vastas proporciones un rasgo peculiar que la opinión
vulgar supone más genuinamente característico de los chi
nos. Se manifiesta a menudo sorpresa de que un chino
pueda ser de dos religiones: confucionista en unas ocasio
nes y budista en otras. Si esto puede decirse de China, es
cosa que ignoro; tampoco puedo decir que, en caso de ser
cierto, resulten realmente incompatibles las dos actitudes
para ello requeridas. Pem no puede caber la menor duda
de que un hecho análogo se presenta ciertamente en Occi
dente, y que las dos actitudes resultan incompatibles en
esta parte del mundo. Un realismo científico basado en el
mecanicismo, se asocia a la creencia firme de que el mundo
de los hombres y de los animales está compuesto por orga
nismos que se determinan por sí mismos. Esta incompati
bilidad radical en que descansa el pensamiento moderno,
entra por mucho en lo que tiene de perpleja y confusa
nuestra civilización. Sería ir demasiado lejos afirmar que
distrae al pensamiento. Lo debilita por razón de la incom
patibilidad que le acecha en el fondo. Al fin y al cabo, los
. hombres de la Edad Media andaban detrás de una perfec-
ción de la que casi hemos olvidado la existencia. Se plan
teaban el ideal del logro de una armonía del entendimiento.
Nosotros nos damos por satisfechos con una ordenación
superficial de diversos puntos de partida arbitrarios. Por
ejemplo, las empresas llevadas a cabo por la energía indi
vidualista de los pueblos europeos, presuponen acciones
físicas enderezadas a causas finales. Pero la ciencia emplea
da para su desarrollo se basa en una filosofía que afirma
que la causación física es suprema, y que desconecta del
último fin la causa física. No tiene mucho éxito el insistir
sobre la absoluta contradicción en ello implicada. Pero ésta
97
es un hecho, aunque se pretenda disimularla con frases.
Desde luego , en el siglo xvrrr encontramos el famoso argu
mento de Paley de que ese mecanismo presupone un Dios
que sea el autor de la naturaleza. Pero ya antes de que
Paley diera al argumento su forma final, Hume había dicho
muy sagazmente que el Dios que queremos encontrar, será
la clase de Dios que hizo ese mecanismo. Para decirlo en
otras palabras: ese mecanismo presupone, a lo más, un
mecánico, y no un mecánico cualquiera sino su mecánico.
El único modo de suavizar el mecanismo es descubrir que
no es mecanismo.
Saliendo del campo de la teología apologética para aden
trarnos en el de la literatura corriente, encontramos, como
cabía esperar, que la perspectiva científica es pura y sim
plemente ignorada en ella. Por lo que cabe deducir de la
masa de la literatura, la ciencia debió pasar inavertida.
Hasta hace muy poco casi totlos los escritores estuvieron
muy enterados de la literatura clásica y de la renacentista,
mientras que a la mayor parte de ellos no les int,eresaba
la filosofía ni la ciencia, hallándose predispuesto su espíritu
a hacer caso omiso de ellas.
Algunas excepciones tiene esa rotund:t afirmación, y sin
movernos del campo de la literatura inglesa, esas excep
ciones afectan a algunos de los nombres más grandiosos;
además, el influjo indirecto de la ciencia fué considerable.
Una luz !adeada sobre esa perturbadora incompatibilidad
en que se debate el pensamiento moderno, se obtiene exa
minando algunos de aquellos grandes poemas serios de la
literatura inglesa cuya tónica general les imprime carácter
didáctico. Los poemas que interesan al efecto son Paradise
Lost de lYiilton, Essay on Man de Pope, Excursion de
Wordsworth e In Menwriam de Tennyson. A pesar de que
escribía después de la Restauración, J\filton es el portavoz
del aspecto teológico de la primera parte de ese siglo, no
afectada aún por el influjo del materialismo científico. El
poema de Pope refleja el efecto que en la mentalidad popu
lar tuvieron los sesenta años siguientes , incluyendo en ellos
el primer período de triunfo asegurado del movimiento cien
tífico. Wordsworth expresa en todo su ser una reacción
98
consciente contra la mentalidad del siglo XVI, mentalidad que
no significa otra cosa que la aceptación de las ideas científicas
en su valor facial íntegro. Wordsworth no estaba ofuscado
por ninguna clase de antagonismo intelectual; lo que le
movía era una repulsión moral. Tenía la impresión de que
algo había sido perdido, y que en lo perdido se comprendía
todo lo más importante. Tennyson es el exponente de los
ensayos que el movimiento romántico decreciente del se
gundo cuarto del siglo XIX hizo para llegar a un arreglo con
la ciencia. Hacia esa época los dos elementos del pensamien
to moderno habían puesto de relieve su discrepancia funda
mental en sus interpretaciones divergentes del curso de la
naturaleza y de la vida del hombre. Tennyson se nos pre
senta en ese poema como una muestra perfecta de aquella
perturbación a que ya aludí. Hay visiones opuestas del
mundo, y todas ellas exigen ser aceptadas invocando intui
ciones definitivas a las que parece imposible sustraerse.
Tennyson va directamente al corazón de la dificultad. Es
el problema del mecanismo lo que le aterra,
"Las estrellas", murmura ella, "corren ciegamente".
99
/7 .
, p)les, dos teorías posibles con respecto al espíritu.
? demos. negar que é �te � ea capaz de proporcionar
. .
1. nmguna experrencm como no sean las que
e cuerpo, o bien podemos admitir que sí puede
p orcwnarlas.
Si nos negamos a admitir las experiencias adicionales, se
desvanec-e entonces toda responsabilidad moral individual.
Si las admitimos, entonces un ser humano puede ser res
ponsab� � por el estado d � su espíritu aunque no tenga res
ponsabilidad por las accwnes de su cuerpo. El desfalleci
miento del pensamiento en el mundo moderno se ilustra
por medio del modo en que esa salida franca es aludida por
Tenn;yson en su poema. Algo hay escondido en el fondo,
un esqueleto en la despensa. Tennyson enfoca casi todos
los problemas religiosos y científicos, pero pone buen cuida
do en no tocar ése más que con pasajeras alusiones.
Precisamente este problema se estaba debatiendo en la
época en que el poema se compuso. John Stuart :Mili sos
tenía su doctrina del determinismo. En esta doctrina, las
voliciones están determinadas por motivos, y los motivos
son e�:presables en términos de condiciones ant-ecedentes,
entre las que se incluyen tanto estados del espíritu como
del cuerpo.
Huelga decir que esta doctrina no ofrec-e salida alo-una
"'
del dilema planteado por un mecanismo radical, puesto que
si la volición afecta el estado del cuerpo, entonces las molé
culas del cuerpo no corren ci-egamente. Y si la volición no
afecta el estado del cuerpo, el espíritu sigue abandonado
en su incómoda posición.
La tesis de Mill goza de general aceptación, especial
"'
. . los hombres de ciencia, como si de alo-ún
ment-e entre modo
nos p ermitiera aceptar la doctrina extrema del mecani-
cismo materialista y, sin embargo, atenuara sus consecuen
cias increíbles. Pero esa posibilidad no se confirma. O las
moléculas corporales corren ciegamente, o no. Si corren
ciegamente, los estados mentales carecen de interés para la
discusión de las acciones corporales.
He expuesto de un modo conciso los argumentos, porqu-e
en verdad la solución es muy simple. La discusión prolon-
100
gada contribuiría sólo a complicar la cuestión. La cuestión
relativa a la condición metafísica de las moléculas, no es la
que se plantea en este caso. La afirmación de que sean
meras formul<le no afecta a la argumentación, pues es de
presumir que las formulM signifiquen algo. Si no signifi
can nada, toda la doctrina mecanicista resulta también sin
sentido, y huelga la cu·estión. La forma tradicional de eludir
la dificultad -que no sea el simple recurso de hacer caso
omiso de ella- es apelar a alguna modalidad de lo que
actualmente se califica de "vitalismo". Esta doctrina es en
realidad una transacción. Da libre paso al mecanismo a
través del conjunto de la naturaleza inanimada, pero sostiene
que el mecanicismo sufre alteraciones parciales dentro de los
cuerpos vivos. Tengo la impresión de que esa teoría es un
compromiso insatisfactorio. La brecha entre la materia
viva y la muerta es demasiado vaga y problemática para
soportar el peso de tan arbitraria presunción, que implica
un dualismo esencial en alguna parte.
La doctrina que sustento es que todo el concepto de
materialismo se aplica sólo a entes muy abstractos, a pro
ductos de elucubración lógica. Los entes consistentes con
cretos son organismos, de suerte que el plan del conjunto
afecta a los mismos caracteres de los diversos organismos
subordinados que entran en él. En el caso de un animal,
los estados mentales entran en el plan del organismo total,
modificando así los planes de los sucesivos organismos sub
ordinados hasta llegar a los últimos organismos más p eque
ños, tales como los .electrones. Así, un electrón dentro de
un cuerpo vivo es diferente de un electrón situado fuera de
él, debido al plan del cuerpo. El electrón corre ciegamente
ya dentro ya fuera del cuerpo; pero dentro del cuerpo corre
de acuerdo con su carácter dentro del cuerpo, es decir, de
acuerdo con el plan general del cuerpo, y este plan incluye
el estado mental. Pero el principio de modificación es per
fectamente general en toda la naturaleza y no constituye
una propiedad peculiar de los cuerpos vivos. En las confe
rencias siguientes se explicará que .esta doctrina implica el
abandono del materialismo científico tradicional, y su sus
titución por una doctrina alternativa del organismo.
101
No voy a discutir el determinismo de Mili porque cae
fuera del margen de estas conferencias. La discusión pre
cedente se proponía garantizar que el determinismo o el
libre albedrío tuvieran cierta aplicabilidad, no obstaculizada
por el mecanicismo materialista o por el vitalismo ecléctico.
Designaré como mecanidsmo orgánico la teoría sustentada
en estas conferencias. En esta teoría, las moléculas pueden
correr ciegamente de acuerdo con las leyes generales, pero
difieren en sus caracteres intrínsecos según los planes orgá
.nicos generales de las situaciones en que se encuentran.
La discrepancia entre el mecanicismo materialista de la
ciencia y las intuiciones morales presupuestas en los asuntos
concretos de la vida, sólo gradualmente fué asumiendo su
verdadera importancia con el paso de los siglos. Los dife
rentes tonos de las sucesivas épocas a que pertenecen los ya
mencionados poemas, se hallan notablemente reflejados en
los pasajes con que éstos comienzan. l\'Iilton termina su
introducción con la plegaria
Que a la altura de este gran argumento
Pueda yo afirmar la eterna Providencia,
Y justificar los caminos de Dios a los hombres.
102
Paradise Lost revela el cambio de tono operado en el pen
samiento inglés en los cincuenta o sesenta años que separan
la época de Milton de la de Pope. J'lilton dirige su poema
a Dios, mientras que Pope lo hace a Lord Bolingbroke:
Despierta, mi San Juan, deja todas las cosas mezquina s
.A la baja ambición • y al orgullo de los reyes.
Discurramos libremente (pues la vida poco más puede
proporcionar
Que dar una ojeada a r.uestro alrededor y morir)
Sóbre toda esta escena del hombre ;
¡ Formidable laberinto ! pero no sin plan.
103
análisis abstracto de .la ciencia, mientras que Wordsworth
opone a las abstracciOnes científicas su c:abal experiencia
concreta.
,
:Una �e.�eración de recuperación religiosa y progreso cien
bfiCo VIVIO entre la Excursion y el In f.fem.ori.am de Tenny
son : �os poetas �nteriores habían resuelto la perplejidad
hacr�ndo ca ; o omiso de ella. En consecuencia, su poema
comienza asi:
Fuerte Hijo de Dios, inmortal Amor
; T
Al que noso ros, que no hemos visto u faz,
Por fe, y solo por fe, abrazamos,
Creyendo donde probar no podemos.
104
En su Apología pro Vita Sua señala el cardenal Newman
como peculiaridad de Pusey, el gran prelado anglicano , que
"no le asaltaban perplejidades intelectuales". En esto recuer
da Pusey a lVIilton, Pope y W ordsworth, en contraste con
Tennyson, Clough, Matthew Arnold y el propio Newman.
Por lo que a la literatura inglesa respecta, encontramos
-digámoslo desde ahora- entre los paladines de la re
acción romántica que acompañó y sucedió a la época de la
Revolución Fnmcesa, la crítica más interesante de las ideas
de la ciencia. Los más profundos pensadores de esa escuela
en la literatum inglesa fueron Coleridge, Wordsworth Y
Shelley. Keats es un ejemplo de literato no contaminado
por la ciencia. Podemos prescindir del ensayo de Coleridge
en un estudio de tipo francamente filosófico. Ejerció un
influjo sobre su propia generación; pero en estas conferen
cias me propongo mencionar solamente los elementos del
pensamiento del pasado que subsisten para todos los tiem
pos. Incluso con esa limitación, sólo nos es posible ocupar
nos de alO'unos de ellos. Para nuestro objeto, la importan
cia de ColeridO'e se limita únicamente al influjo que ejerció
sobre Wordsw�rth. Wordsworth y Shelley sí tuvieron una
acción perdurable.
Wordsworth estaba apasionadamente absorbido en la
naturalez a. De Spinoza se ha dicho que estaba embriagado
de Dios; de Wordsworth podría decirse con la misma razón
que estaba embriagado de naturaleza. Pero era un hombre
reflexivo, culto, con intereses filosóficos, y cuerdo hasta llegar
a extremos de prosaísmo . Por añadidura, era un genio. Su
testimonio se desvirtúa por su repugnancia hacia la ciencia.
Todos recordamos su desdén por el desgraciado a quien un
tanto destempladamente acusa de distraerse en la tumba de
su madre dedicándose a coleccionar especímcnes botánicos .
Un sinfín de pasajes podrían citarse de él, en que semejante
aversión se pone de manifiesto. En este respecto su pensa
miento característico puede resumirse en esta frase: "Ase-
sinamos para disecar."
�n este último pasaje pone al descubierto la base intelec-
tual de su crítica de la ciencia. Le reprocha a la ciencia que
se absorba en abstracciones. Su tema constante es que los
105
hechos importantes de la natural;;za se se.straen al método
científico. Por consiguiente, €S importante preguntarse qué
encontraba Vvordsworth en la naturaleza que no obtuviera
expresión en la ciencia. Pongo esta cuestión en interés de
la ciencia misma, pues una d€ las posiciones principales de
estas conferencias es una protesta contra la idea de que
las abstracciones de la ciencia sean irreformables e inalte
rabl<:s. Ahora bien, en modo alguno puede decirse de
Wordsworth que en lo que concierne a la materia inorgánica
se entregue a merced de la ciencia y de que se haga fuerte
en la fe de que en el organismo viYo haya algún elemento
que la ciencia no pueda analizar. Bien es verdad que re
conoce una cosa que nadie pone en duda: que eil cierto sen
tido las cosas vivas son diferentes de las inanimadas. Pero
no es ésa su tesis principal. Lo que le obsesiona es la pre
sencia meditabunda de los cerros. Su tema es la naturaleza
in solido, es decir, se encariña con esa misteriosa presencia
de cosas ambientes, que se impone en todo elemento sepa
rado que ncsotros consideramos individual por sí mismo.
Capta siempre el conjunto de la naturaleza como implicado
en la tonalidad de la instancia particular. Es por eso que
se sonríe con los narcisos y encuentra en la prímula "pen
samientos demasiado profundos para lágrimas".
El poema más grande de Wordsworth, que aventaja en
mucho a todos los demás, es el libro primero de The Prelwle,
embebido de la obsesionante presencia de la naturaleza.
Una serie de pasajes magníficos, demasiado largos para ci
tarlos, expresa esta idea. Desde luego, Vvordsworth es un
poeta que escribe un poema; no se propone lanzar afirma
ciones filosóficas. Pero difícilmente cabría expresar con ma
yor claridad un sentimiento de la naturaleza que ofreciera
un engranaje de unidades prehensivas, impregnadas cada
una de ellas con presencias modales de las demás:
¡ Vosotras, presencias de la Naturaleza en el cielo
Y sobre la tierra ! ¡ Vosotl·as, Visiones de las colinas !
j Y Almas de lugares solitarios ! ¿ puedo concebir
Que fuera una esperanza vulgar la vuestra cuando em
pleabais vosotras
'l'al ministerio, cuando vosotras durante largos años
106
ntiles deport�s,
Asaltándome así en mis infa ues y colmas,
En cuevas árbo les, en los bosq
as, �os caracteres
y
Imprimíais sobre todas las f�rm
ro o del dese o : :y as1 hae1a1s que
Del pelig
La superficie de toda la tierra
a Y temor,
Con triunfo y deleite, con esperanz
Como un mar trab aj ara ? . . .
Mi propóúo al citar así a Wo,r.�Ca sworth es . ��cer ver que
olvidamos cuán forzada y paradoJI one es la VISion de la na
turaleza que la ciencia mod erna imp a nues�ros pensa
mientos. Wordsworth, desde las altu ras d�l gema, expresa
los hechos concretos de nuestr� lis1s �ens;o,.n, he.c�os que
.aprecien lfiCo. ¿No cabe
aparecen desfigurados en el anas estereot�ipados de l c�. en
la posibilidad de que los conc epto �
cia sean solamente válidos den tro de muy estr � cho s l �mli.es;
la m1 sma c1en cm.
acaso demasiado estrechos incluso para constitu .
ye el polo
La postura de Shelley ante la cien cia
opuesto a la de Wordsworth. Esta ba enamorado de el!a Y
nunca se cansa de f:Xpresar en poesía las ide�s q�e le . �ug1ere.
Para e'l , -c:1'mboliza la aleO'rÍa 1a pa7. ntud
b ' y la Ilummacwn. Lo
de Wordsworth,
que las colinas fueran para la juve She lley . Es d� lamenta.r
lo fué un laboratorio quím ico par �
que los críticos de éste hayan temdoden en su propia mentali
tratar como una
dad tan poco de Shelley, pues tienza de aShelley lo que de
casual sincrularidad de la naturale cipal estructura de s�
b
108
Ora oscuras - ora brillantes - ora reflejando mel�ncolía -
Ora imprimiendo esplendor, donde de secretos manantiales
. .
La fuente del pensamiento humano v1�rte su tnbuto
De aguas - con un sonido sólo a med:_a� suyo,
.
Tal como el que a menudo tom� un clebil rwch�elo
En los agrestes bosques, en medw de l as montanas solo,
.
Donde a su alrededor cascadas para s1emp:e se de�prenden,
Donde bosques y vientos contienen, y un dllatado no
Sobre sus rocas sin cesar prorrumpe y se abalanza.
109
Rompiendo el silencio de los mares
Entre las más remotas Hébridas.
110
las intuiciones estéticas de la humanidad y el mecanicismo
de la ciencia. Shelley nos pone vivamente ante nosotros la
falacia de los objetos eternos del sentido en cuanto acechan
el cambio que afecta a los organismos que les sirven de
base. Wordsworth es el poeta de la naturaleza en cuanto
campo de permanencias durables que llevan consigo un
mensaje de formidable significado. Además, los objetos
eternos son para él,
La luz que nunca fué, por mar o e n tierra.
ll1
nitivo. En consecuencia, lo común a la multiplicidad de
actos cognitivos es el raciocinio conectado con ellos. Así,
aunque hay un mundo común de pensamiento asociado con
nuestras percepciones sensibles, no hay un mundo común
en el que pueda pensarse. Aquello en que p ensamos es un
mundo conceptual común indiferentemente aplicado a nues
tras e:lperiencias individuales que son estrictamente per
sonales para nosotros mismos. Semejante mundo conceptual
encuentra su expres;ón completa en las ecuaciones de la ma
temática aplicada. Esta es la postura subjetivista extrema.
Hay, desde luego, la posición intermedia de los que creen que
nuestra experiencia perceptual nos habla realmente de un
mundo objetivo común, pero que las cosas percibidas son
simplemente el resultado para nosotros de este mundo y no
elementos en sí del mismo mundo común.
Hay, también, la posición objetivista. Este credo consi
dera que los elementos efectivos percibidos por nuestros
sentidos son en sí los elementos de un mundo común, y que
ese mundo es un complejo de cosas, incluyendo positiva
mente nuestros actos de cognición, pero yendo más allá
de ellos. Por consiguiente, según ese punto de vista, las
cosas experimentadas deben ser distinguidas de nuestro co
nocimiento de ellas. Hasta donde haya dependencia, las
cosas allanan el camino para la cognición, más que vice
veTSa. Pero el punto esencial es que las cosas efectivas ex
perimentadas figuran en el mundo común por depender
del sujeto cognoscente. El objetivista sostiene que las cosas
experimentadas y el sujeto cognoscente figuran por igual
en el mundo común. En estas conferencias estoy trazan
do los perfiles de lo a mi juicio esencial de una filoso
fía adaptada a las exigencias de la ciencia y a la expe
riencia concreta de la humanidad. Prescindiendo de la crí
tica detallada de las dificultades suscitadas por el subje
tivismo en cualquiera de sus formas, mis razones amplias
para desconfiar de él son en número de tres: una razón
surge del interrogatorio directo de nuestra experiencia per
ceptiva. De este interrogatorio resulta que estamos dentro
de un mundo de colores, sonidos y otros objetos-del-senti
do, referidos en espacio y tiempo a objetos durables tales
U2
como piedras, árboles y cuerpos humanos. Parece que nos
otros mismos somos elementos de este mundo en el mismo
sentido en que lo son las demás cosas que percibimos. Pero
el subjetivista, incluso el subjetivista ecléctico moderado,
pretende que este mundo, así descrito, depende de nos
otros, de un modo que choca directamente con nuestra ex
periencia ingenua. Yo sostengo que es en definitiva a la
experiencia ingenua a la que apelamos. y es por eso que
yo doy tanta importancia al testimonio de la poesía. Mi
opinión es que en nuestra experiencia sensible conocemos
fuera de nuestra propia personalidad y más allá de ella; en
cambio, el subjetivista sostiene que en esa experiencia sólo
conocemos de nuestra p ersonalidad. Incluso el subjetivista
ecléctico coloca nuestra personalidad entre el mundo que
conocemos y el mundo común por él admitido. El mundo
que conocemos es, para él, la constricción interna de nues
tra personalidad bajo la tensión del mundo común situado
a sus espaldas.
Mi segunda razón para desconfiar del subjetivismo se
basa en el contenido particular de la experiencia. Nuestro
conocimiento histórico nos habla de edades pasadas en que,
en cuanto alcanzamos a ver, no existía en la tierra ser vivo
alguno. Además, nos habla de innumerables sistemas astra
les cuya historia de detalle queda fuera de nuestro alcance.
No tenemos que movernos de la Luna ni de la Tierra. ¿Qué
pasa en las entrañas de la Tierra y en el lado que la Luna
no presenta nunca a nuestra vista? Nuestras percepciones
nos inducen a suponer que algo ocurre en las estrellas, algo
dentro de la Tierra, algo en aquel lado de la Luna. Nos
dicen, también, que en edades remotas ocurrían cosas. Pero
todas esas cosa s que parece ocurrían con seguridad, nos
son desconocidas en sus detalles o bien las reconstruímos a
base de pruebas inferenciales. En vista de este contenido
de nuestra experiencia personal, es difícil creer que el mun
do de la experiencia sea una atributo de nuestra propia
personalidad.
Mi tercera razón se basa en el instinto de acción. Exac
tamente igual que la percepción sensible parece dar cono
cimiento de lo que está fuera de la individualidad, la acción
U3
parece provenir de un instinto de autotrascendencia. La
actividad pasa más allá de sí hacia el mundo trascendente
conocido. Es en este punto donde tienen importancia los fi
nes últimos, pues no hay actividad provocada desde fuera
que salga al mundo velado del subjetivista ecléctico. Ha;v
actividad dirigida a determinados fines del mundo conoci
do, y, sin embargo, hay actividad que trasciende de sí Y ac
tividad dentro del mundo conocido. Síguese de ello que, en
cuanto conocido, el mundo trasciende del sujeto que es
cognoscente de él.
;La posición subjetivista ha sido popular entre los que
han sido inducidos a dar una interpretación filosófica a las
recientes teorías de la relatividad en la ciencia física. Pa
rece que las opiniones en cuestión se expresan de un modo
cómodo suponiendo que el mundo de los sentidos depende
del percipiente individual. Desde luego, salvo aquellos que
se dan por satisfechos considerando que forman todo el
universo, solitarios en medio de la nada, todos pugnan por
trazarse un camino que les conduzca de nuevo a alguna
clase de posición objetivista. Yo no concibo cómo un mun
do común de pensamiento pueda ser establecido . sin ?ontar
con un mundo común del sentido. No voy a discutir este
punto en detalle, pero a falta de una trascendencia del p en
samiento o de una trascendencia del mundo de los sentidos,
resulta difícil ver cómo el subjetivista logre desvestirse de
su solipsismo. Tampoco parece que el subjetivista e;léctico
haya de sacar auxilio alguno de su mundo desconocido que
tiene en el fondo.
La distinción entre realismo e idealismo no coincide con
la de objetivismo y subjetivismo, pues tanto los �ealistas
como los idealistas pueden partir de un punto de VIsta ob
jetivo; ambos pueden aceptar que el mundo revelad.o en
la percepción sensible es un mundo común, que trasciende
el p ercipiente individual. Pero el idealista objetivo, cuando
se pone a analizar qué implica la realidad de este mundo,
encuentra que la mentalidad cognitiva está de algún m? do
intrincadamente comprometida en todo detalle. El realista
niega esta postura. En consecuencia, estas dos clases de ob
jetivistas no se separan hasta haber llegado al problema
114
�ltimo de la metafísica. Hay un gran trecho que recorren
JUn�os. En ello me fundaba en mi última conferencia para
decir que adoptaba una postura de realismo provisional.
La postura o?jetivista fué adulterada en el pasado por la
presunta necesidad de aceptar el materialismo científico
clásico �on su doctrina de la locación simple. Esta necesitó
la doctr�na de las cualidades primarias y secundarias. Así,
l� s cualidades secundarias, tales como los objetos-del-sen
tido, so� .t;a�adas a base de principios subjetivos. Es, ésta,
una. � � si.cwn mestable que resulta presa fácil para una crítica
subJetivista.
Para incluir las cualidades secundarias en el mundo co
mún, se requiere una reorganización muy radical de nues
t:o c�mcepto fundamental. Es un hecho evidente de expe
riencia que nuestras aprehensiones del mundo exterior
dependen en absoluto de acaecimientos que ocurren en el
cue1-p ? �umano. Efectuando en su cue1-po las maniobras
aprop1.aaas, puede un hombre ser puesto en condiciones de
percibir, o de no .percibir, casi todo lo que se quiera. Hay
personas q�e se ex-presan como si los cuerpos, los cerebros
y los nerviOs fueran las únicas cosas reales en un mundo
completamente imaginario. Dicho con otras palabras: tra
tan los cuerpos con principios objetivistas y el resto del
n;undo con . principios subjetivistas. Esto no es lícito, espe
Cialmente si tenemos presente que aquello cuyo testimonio
está en litigio es la percepción que del cuerpo de otra per
sona tiene el experimentador.
Pero tenemos que admitir que el cuerpo es el organismo
cuyos estados regulan nuestro conocimiento del mundo. La
unidad del campo perceptual tiene que ser, por consiguien
te, una uni�ad .de la experiencia corporal. Al percatarnos
de la experiencia corporal, tenemos que percatarnos, por
ende, de los aspectos de todo el mundo espacio-temporal en
cuanto reflejados dentro de la vida corporal. Esta es la
solución que daba al problema en mi conferencia última.
�o :oy .a repetirme ahora, salvo para recordar que mi teo
na Implica el total abandono de la noción de que la loca
?ión . simple es el modo primario en que las cosas están
Implicadas en el espacio-tiempo. En cierto sentido, todas
115
las cosas están en todos los lugares en todos los tiempos,
puesto que toda locación implica un aspecto de sí misma en
toda otra locación. Así, todo punto de vista espacio-tem-
poral refleja el mundo. .
Si pretendemos imaginar esta doctrina en los térmmo s
de nuestras opiniones convencionales de espacio y tiempo,
que presuponen locación simple, resulta una gran paradoj �.
Pero si la concebimos en términos de nuestra experiencia
ingenua, es una mera trascripción de hechos obvios. Es
tamos en un lugar determinado percibiendo cosas. Nuestra
percepción se opera en el lugar en que estamos y depende
nor comnleto de cómo funcione nuestro cuerpo. Pero este
funciona� del cuerpo en un lugar, presenta a nuestro conoci
miento un aspecto del ambiente distante, desvaneciéndo se
en el conocimiento general de que hay cosas más allá. Si
aquel conocimiento lo contiene de un mundo trascendente,
ello será porque el acaecimiento que es la vida corporal,
unifique en sí aspectos del universo.
Es ésta una doctrina que concuerda en grado sumo con
la expresión viva de la experiencia personal, como la que
encontramos en la poesía de la naturaleza de escritores
imaginativos tales como Wordsworth y Shelley. Las pre
sencias meditabundas, inmediatas, de las cosas, constitu
yen una obsesión para Wordsworth. Lo que la teoría hace
positivamente es desviar la mentalidad cognitiva de ser el
sustrato necesario de la unidad de la experiencia. Esa
unidad es colocada entonces en la unidad de un acaeci
miento. Acompañando a esta unidad, puede haber o no
cognición.
En este punto volvemos a la gran cuestión que nos plan
teaba el examen del testimonio aportado por la sagacidad
poética de Wordsworth y Shelley. Esta cuestión única
se ha transformado en un grupo de cuestiones. ¿ Qué son
cosas duraderas, a diferencia de los objetos eternos, tales
como color y forma? ¿ Cómo son posibles? ¿ Cuál es su
condición y significación en el universo? A esto se añade:
¿ Cuál es la condición de la estabilidad duradera del orden
de la naturaleza? Hay una contestación sumaria que re
fiere la naturaleza a alguna realidad mayor situada fuera
116
de ella. Esta realidad se presenta en la historia del pensa
miento con distintos nombres: el Absoluto, Brahma, el Or
den de los Cielos, Dios. El delinear la verdad metafísica
f�nal, no es cosa de esta conferencia. lVIi tesis es que cons
tituye una gran renuncia de la racionalidad a hacer valer
sus derec.ho ? toda conclu.sión sumaria que se salga de nues
tra convrccwn , de la existencia de semejante orden de la
naturale�a par� l.anzarse a la cómoda suposición de que hay
una realidad :Ultima a la que, de algún modo inexplicado,
hay que acudir para subsanar la perplejidad. Tenemos que
buscar si en su propio ser la naturaleza no se muestra como
explicación de sí misma. Por este camino cabe a mi jui
cio, que la mera comprobación de lo que las cos;s son, con
tenga elementos explicativos de por qué las cosas. Es de
esperar que tales elementos nos lleven a profundidades si
tuadas fuera de cuanto podemos captar con una clara
a�rehensión. �? un sentido, tod� explicación tiene que ter
mmar en defm1tiva _ en una arbltranedad, y mi aspiración
es que la arbitrariedad última de lo positivamente dado, de
q :Ue parte nuestra revele los mismos princi
piOs generales de la realidad, que columbramos confusámen
te como extendiéndose hacia regiones situadas más allá de
nuestras facultades explícitas de discernimiento. La natu
raleza se presenta como ejemplificación de una filosofía de
la evolución de organismos sujeta a determinadas condi
ciones. Ejemplos de esas condiciones son las dimensiones de
espacio, las leyes de la naturaleza, los entes continuos de
terminados, tales como átomos y electrones, que ejempli
fican estas leyes. Pero la misma naturaleza de esos entes,
la propia naturaleza de su espacialidad y temporalidad, re
velaría la arbitrariedad de esas condiciones a fuer de resul
tado de una evolución más amplia más allá de la naturaleza
misma, y dentro de la cual la naturaleza no es más que
un modo limitado.
Un hecho presente por doquiera, inherente al mismo
carácter de lo real, es la transición de las cosas, el paso de
una a otra. Este paso no es una mem seriación lineal de
entes discriminados. Aunque fijemos un ente determinado,
hay siempre u:na determinación más angosta de algo que
117
e�tá presupuesto en nuestra primera elección. Además, hay
siempre una determinación más amplia hacia la que por
transición más allá de sí misma deriva nuestra primera elec
ción. El aspecto general de la naturaleza es el de una ex
pansivida ? �n evolución. Estas un� dades, a las que yo lla
mo acaecimientos, son la emergencia de algo a la realidad.
¿ Cómo hemos de caracterizar el algo que así emerge? El
nombre de acaecimiento dado a semejante unidad llama
la atención hacia la transitoriedad inherente co�binada
con la _H?idad efectiva. Per? esa palabra abstr;cta no puede
ser suficiente para caractenzar lo que en sí mismo sea el he
cho de la realidad de un acaecimiento. Poco hay que pensar
para ver que ninguna idea puede ser suficiente por sí sola,
pues toda Idea que encuentre su significación en cada acaeci
miento, debe representar por necesidad algo que contribuya
a lo que es realización en sí mismo, y, por lo tanto, ninguna
palabra puede ser adecuada. Pero, a la inversa, ninguna
cosa puede ser descartada. Teniendo presente la versión
poética de nuestra experiencia concreta, vemos inmediata
mente que �1 elemento de valor, de ser valioso, de tener va
lor, de ser fm en sí mismo, de ser algo que es por sí mismo,
no puede ser omitido en ninguna relación de un acaecimien
to en su calidad del algo real más concreto. "Valor" es la
palabra que empleo para designar la realidad intrínseca de
un acaecimiento. Valor es un elemento que penetra por do
quiera la visión poética de la naturaleza. No tenemos que
hacer más que transferir a la misma contextura de la rea
lización en sí ese valor que tan fácilmente reconocemos en
el orden de la vida humana. Este es el secreto del culto de
\Vordsworth a la naturaleza. Por consiguiente, realización
es en sí el adquirir valor. Pero nada hay que sea mero va
lor. Valor es el resultado de la limitación. El ente defini
damente finito es el modo elegido en que toma forma aque
lla adquisición; aparte de semejante formarse en ente indi
vidual de hecho, no hay ninguna otra adquisición. La mera
fusión de todo lo que es, sería la nada de lo indefinido .
La salvación de la realidad está en sus entes, obstinados,
irreducibles, efectivos, limitados a no ser otros que ellos
mismos. Ni la ciencia, ni el arte, ni la acción creadora, pue-
118
den salirse de sus hechos obstinados, irreducibles limita
dos. La durabilidad de las cosas tiene su signific� ción en
la autorretención de lo que se impone por sí mismo ' a modo
de adquisición definida. Lo que dura es limitado obstruc
tivo, intolerante, y modifica el ambiente con sus p�opios as
pectos. Pero no es autosuficiente. Los aspectos de todas
las cosas figuran en su misma naturaleza. Es sólo él mismo
en cuanto junta hacia su propia limitación el conjunto más
amplio en que él mismo se encuentra. Y a la inversa es
sólo é� mismo � condición de que impri�a sus aspectds a
ese mrsmo a�biente en que él se encuentra. El problema
de la evolucwn es el desarrollo de armonías durables de
f?r;nas de valor d�rables, que se elevan a más altas adqui
SICiones de cosas aJenas a ellas. La adquisición estética está
engarzada en la contextura de la realización. La durabili
dad de un ente representa la adquisición de un éxito esté
tico limitado, aunque mirando más allá de sus efectos ex
ternos represente un fracaso estético. Incluso dentro de sí
mismo, puede representar el conflicto entre un éxito infe
rior y un fracaso más elevado. El conflicto es el presagio
del estallido.
El examen ulterior de la naturaleza de los objetos dura
bles y de las condiciones que requieren, será de entidad
para el estudio de la doctrina de la evolución, dominante
en la seg�nda :r_nitad del siglo XIX. El punto que en esta
conferencia he mtentado poner en claro es que la poesía
con que la restauración romántica sentía la naturaleza, era
una protesta en defensa de la concepción orcránica
"' de la na
turaleza, ;y también una protesta contra la idea de que el
;alor pudrera ser excluido de la esencia de la realidad. En
este de sus aspectos, el movimiento romántico puede ser
considerado . como un retorno a la protesta de Berkeley
formulada eren años antes. La reacción romántica era una
protesta en defensa del valor.
119
CAPÍTULO VI
EL SIGLO XIX
126
nismos como resultado del azar. La teoría de la energía se
asienta en los dominios ee la física. La de la evolución en
los de la biología principalmente, aunque ya antes había si
do tomada de paso por Kant y Laplace en relación con la
formación de soles y planetas.
La acción convergente del nuevo poder para el pro(J'reso
científico, resultante de estas cuatro ideas. transfor�ó el
período central del siglo en una orgía de trjunfo científico.
Hombres de clara visión, de la clase de los que tan clara
mente se equivocan, proclamaron entonces que los secretos
del universo físico quedaban finalmente descubiertos. Bas
ta sólo hacer caso omiso de todo lo que se resiste a entrar
en nuestros cuadros, para que nuestros poderes de expli
cación res�lten ilimitados. Por otra parte, hombres de ideas
confusas, mcrementaban su propia confusión colocándose
en la s posiciones más indefendibles. El dogmatismo instruí
do, asociado a la preterición de los hechos cruciales, sufrió
una grave derrota a manos de los paladines científicos de
las nuevas rutas. Así, a la excitación producida por la re
volución técnica, vino a sumarse la debida a las perspec
tivas descubiertas por la teoría científica. Se hallaban a un
tiempo en proceso de transformación las bases materiales
y las espirituales de la vida social. Cuando el siglo llegó a
su último cuarto, sus tres fuentes de inspiración (la román
tica, la técnica y la científica) habían consumado su obra.
Entonces, casi súbitamente, se produjo una pausa, y en
sus últimos veinte años terminó el siglo con una de las fa
ses más deslucidas que desde la época de la pr:mera cru
zada registra la historia del pensamiento; era un eco del
siglo xvm, pero le faltaba un Voltaire y la gracia impúdi
ca de los aristócratas franceses. El período era eficiente,
deslucido y perplejo. Celebraba el triunfo del hombre pro
f€sional.
Pero volviendo la mirada hacia ese período de pausa, po
demos advertir signos de cambio. En primer lu(J'ar, las con
diciones modernas de la investigación sistemática impiden
un estancamiento absoluto . En todas las ramas de la cien
cia hubo un progreso efectivo, y además rápido, aunque de
algún modo limitado estrictamente dentro del círculo de
127
ideas aceptadas por cada rama. Fué una época de ortodoxia
científica llena de éxitos, sin que viniera a turbarla un ex
ceso en materia de pensar más allá de las convenciones.
En segundo lugar, podemos ver actualmente que se ha
llaba en peligro el prestigio del materialismo científico co
mo esquema de pensamiento para el uso de la ciencia. La
conservación de la energía proporcionaba un nuevo tipo de
permane_ncia cuantitativa. Bien es verdad que la energía
podía ser construída a modo de algo subsidiario a la ma
teria. Pero, sea como fuere, la noción demasa iba perdiendo
su preeminencia exclusiva de cantidad permanente final
única. lVIás adelante, encontramos invertidas las relaciones
de masa y energía, de suerte que ahora masa pasó a ser la
denominación de una cantidad de energía considerada en
relación con alguno de sus efectos dinámicos. Esta tenden
cia del pensamiento conduce a la noción de energía como
fundamental, posición de la que desplazó a la materia. Pero
energía es simplemente la denominación del aspecto cuanti
tativo de una estructura de acaecimientos; dicho con pocas
palabras: depende de la noción del funcionamiento de un
organismo. Es la cuestión siguiente: ¿podemos definir un
organismo sin recurrir al concepto de materia en locación
simple? Más adelante tendremos que estudiar más detalla
damente este punto.
La misma relegación de la materia al fondo se da en re
lación con los campos electromagnéticos. La teoría moderna
presupone acaecimientos en ese campo divorciados de la
dependencia inmediata de la materia. Es corriente prever
un éter como sustrato. Pero el éter no entra realmente en
la teoría. Así, la materia pierde de nuevo su posición fun
damental. Además, el átomo se transforma a su vez en or
ganismo, y, por último, la teoría de la evolución no es otra
cosa que el análisis de las condiciones para la formación
y subsistencia de varios tipos de organismos. Realmente, uno
de los hechos más significativos de este último período es el
progreso de las ciencias biológicas. Estas son esencialmente
ciencias relativas a organismos. Durante la época en cues
tión, y en realidad también en los momentos actuales, el
prestigio de la forma científica más perfecta, pertenece a
128
las ciencias físicas. En consecuencia, la biología remeda la
manera de la física. Es ortodoxo sostener que no hay en
biología nada que no sea mecanismo físico en circunstan
cias un tanto más complejas.
Una dificultad de esta postura es la confusión presente en
cuanto a los conceptos básicos de la ciencia física. La misma
dificultad afecta también a la doctrina opuesta del vita
lismo, puesto que en esta última teoría se acepta el hecho
del mecanicismo -quiero decir del mecanicismo basado en el
materialismo-, añadiéndose un control vital para explicar
las acciones de los cuerpos vivos. No se acaba de entender
demasiado claramente que las distintas leyes físicas, que
parecen ser de aplicación a la conducta de los átomos, no
resulten mutuamente compatibles en la forma en que se las
enuncia en la actualidad. La apelación al mecanicismo en de
fensa de la biología fué en sus orígenes una apelación a
los conceptos físicos dotados de bien acreditada consisten
cia propia en cuanto expresivos de la base de todos los fe
nómenos naturales. Pero en la actualidad no hay semejante
sistema de conceptos.
La ciencia está adoptando un nuevo aspecto que no es
puramente físico ni puramente biológico. Se está transfor
mando en estudio del organismo. La biología es el estudio
del organismo más grande, a diferencia de la física, que lo
es del más pequeño. Hay otra diferencia entre las dos divi
siones de la ciencia. Los organismos de la biología incluyen
como ingredientes los más pequeños organismos de la física;
pero hasta el momento presente no hay pruebas de que los
más pequeños de los organismos físico s puedan ser analiza
dos en calidad de organismos componentes. Puede que sea
así, pero, en todo caso, nos encontrarnos ante la cuestión de
si no hay organismos primarios no susceptibles de ulterior
análisis. Parece sumamente improbable que haya un retorno
infinito en la naturaleza. Por consiguiente, una teoría de la
ciencia que deseche el materialismo, tiene que resolver la
cuestión relativa al carácter de esos entes primarios. Sobre
esta base sólo puede haber una contestación. Tenemos que
partir del acaecimiento como unidad última del fenóm eno
natural. Un acaecimiento tiene que ver con todo lo que
129
existe, v en particular con todos los demás acaecimientos.
Este e�trelazamiento de acaecimientos es producido por
los aspectos de aquellos objetos eternos, tales como colores,
sonidos, olores, caracteres geométricos, requeridos por la na
turaleza y que no emergen de ella. l!n . objeto eterno ?eme
jante será un ingrediente de un acaec�m�ento en el sentido, ?
aspecto, de que califique a otro acaecimiento. Hay una reci
procidad de aspectos y hay módulos d� aspectos. Todo aca�
cimiento corresponde a dos de esos modulas, a saber: el mo
dulo de los aspectos de otros acaecimientos que capta en su
propia unidad, y los módulos de sus aspectos que o�ros acae
cimientos a su vez captan en sus unidades respectivas. Por
consiguiente, una filosofía no materialísta de la natur.aleza
tiene que identificar a un organismo primario como siendo
la emérgencia de algún módulo particular en cuanto cap
tado en la unidad de un acaecimiento real. Semejante mó
dulo incluirá también los aspectos del acaecimiento en cues
tión, en cuanto captados en otros acaecimientos, con lo c� al
esos otros acaecimientos reciben una modificación o parcial
determinación. Existe, pues, una realidad intrínseca y otra
extrínseca de un acaecimiento, a saber: el acaecimiento tal
como está en su propia prehensión, y el acaecimiento tal
como está en la prehensión de otros acaecimientos. El con
cepto de un organismo incluye, en consecuencia, el concepto
de interacción de organismos. Las ideas científicas ordina
rias de trasmisión y continuidad son, relativamente hablan
do detalles relativos a los caracteres, empíricamente obser
vados de estos modelos a través del espacio y del tiempo.
La te�is aquí sostenida es que las rela?iones de un . ac.aeci
miento son internas en cuanto se refiere al acaecimiento
mismo; es decir, que son constitutivas de lo que en sí mismo
es el acaecimiento.
En la conferencia anterior llegamos también a la noción
de que un acaecimiento efectivo es un acierto por sí mismo,
una captación de diversos entes en un valor por razón de su
coexistencia real en ese modelo, con exclusión de otros en
tes. No se trata de la mera coexistencia lógica de cosas sim
plemente diversas, pues en tal caso, modifi� a�do. el dicho
de Bacon, "todos los objetos eternos senan. 1dentrcos entre
130
sí". Esta realidad significa que todas y cada una de las
esencias intrínsecas, es decir, lo que todos y cada uno de los
objetos eternos son en sí, adquieren importancia para el va
lor singular limitado emergente en la modalidad del acae
cimiento. Pero los valores difieren en importancia. Así,
aunque todo acaecimiento sea necesario para la comunidad
de los acaecimientos, el peso de su contribución está de
terminado por algo intrínseco en sí. Nos corresponde exa
I?-inar ahora cuál sea esa propiedad. La observación empí
�lc� enseña que es ésta la propiedad que podemos llamar
mdiferentemente retención, durabilidad o reiteración. Esta
propiedad se añade a la recuperación -en defensa del valor
en medio de las transformaciones de la realidad- de la
auto-identidad, de la que disfrutan también los objetos
eternos primarios. La reiteración de una forma particular
(o formación) de valor dentro de un acaecimiento se pro
duce cuando e.l acaecimiento como conjunto repite alguna
forma �a ofrecrda J?Or cada una de una sucesión de sus par
tes. Asi, de cualqmer modo que analicemos el acaecimiento
a tenor del flujo de sus partes a través del tiempo se en
cuentra siempre ante nosotros la cosa-por-sí-misma. De esta
suerte, el acaecimiento, en su propia realidad intrínseca re
fleja en sí misn:o, en cuanto derivado de sus propias pa;tes,
aspectos ?el mismo valor hecho módulo que el que realiza
en su �ntidad completa: S� �ealiza, pues, a sí mismo bajo la
modalidad de un ente mdividual durable, con una historia
de,-vida conte1�ida dentro de él mismo. A mayor abunda
miento, la realidad extrínseca de semejante acaecimiento, en
cuanto reflejada en otros acaecimientos, toma esta misma
f ?rma de una individualidad durable, con la sola particula
ridad de que en este caso la individualidad es implantada
a modo de reiteración de aspectos de ella misma en los acae
cimientos ajenos que componen el ambiente.
La duración temporal total de semejante acaecimiento
sop? rte de un módulo reiterado, constituye su presente es�
pecwso. Dentro de este presente especioso el acaecimiento
se realiza a sí mismo a modo de totalidad, y al hacerlo así
también se realiza en cuanto agrupamiento conjunto de un
número de aspectos de sus propias partes temporales. El
131
módulo que se realiza en el acaecimiento total es siempre
el mismo, presentándose por cada una de estas partes por
medio de un aspecto de cada una de ellas captad3; en .la
coexistencia del acaecimiento total. Además, la anterior his
toria-de-la-vida del mismo módulo, es presentada, por sus
aspectos, en este acaecimiento tot�l. �xiste, Pll:es, en este
acaecimiento, un recuerdo de la histona-de-la-vid� antece
dente de su propio módulo dominante, .como �abiendo for
mado un elemento de valor en su propiO ambiente ante�e
dente. Esta prehensión concreta, desde dent�o, de la his
toria-de-la-vida de un hecho durable, es analizable en d��
abstracciones, una de las cuales es el ente durable que surgw
como realidad, que había de ser ��nid.a e!! .cuen�a por otras
cosas, y la otra es la encarnacwn mdividualizada de la
subyacente energía de realización. . . .
El estudio del fluir general de acaecimientos mtroduce en
estos análisis una energía eterna subyacente en .cuya natura
leza está un enfoque del reino de todos los obJetos et�rnos.
Semejante enfoque es el fundamento de los pensam�entos
individualizados que emergen como aspectos-pensam�entos
captados dentro de la historia-de�la-vida d.e los modulas
durables más sutiles y más compleJos. Tambien , en la natu
raleza de la actividad eterna tiene que haber un :nfoq�e
de todos los valores alcanzables a base de una coeXIstenci.a
real de los objetos eternos, en cuanto contemplados en si
tuaciones ideales. Esas situaciones ideales, aparte de toda
realidad, están desprovistas de valor intrínseco, pe:? s?n
valorables como factores en perspectiva. La prehenswn m
dividualizada en acaecimientos individuales de asJ? ecto s .de
estas situaciones ideales, toma la forma de pensan;Ien:os m
dividualizados, y en calidad de tal tiene v�lor 1"?-trmseco.
Así, el valor surge al existir ahora una coeXIstencia real de
los aspectos ideales, en cuanto ideados, con �os aspe�to � rea
les en cuanto se hallan en vías de acaecer. 1 or consigUiente,
ni� aún valor uuede ser adscrito a la actividad subyacente en
cua�to divor;iada de los acaecimientos positivos del mundo
real. .
Por último, recapitulando esta marcha del pensan11ento, �a
actividad subyacente, en cuanto concebida aparte del hecho
132
de la realización, tiene tres tipos de enfoque, que son: pri
mero, el enfoque de los objetos eternos; segundo, el enfo
que de las posibilidades de valor con respecto a la síntesis
de los objetos eternos, y, por último, el enfoque de las rea
lidades positivas que tienen que figurar en la situación to
tal susceptible de lograrse por la adición de lo futuro. Pero
en abstracción de lo positivo, la actividad eterna está di
vorciada del valor. Porque lo positivo es el valor. La per
cepción individual dimanante de objetos durables variará
en su profundidad y amplitud individuales según el modo
en que el módulo domine su propia ruta. Puede representar
la más leve ondulación a modo de nota diferencial del sus
trato general de energía; o, en el otro extremo, puede ele
varse a pensamiento consciente, incluyendo en él el acto,
anterior a la conciencia de sí mismo, de examinar a fondo
las posibilidades de valor inherentes en varias situaciones
de coexistencia ideal. Los casos intermedios agruparán al
rededor de la percepción individual a modo de enfoque (sin
auto-conciencia) de esa singular posibilidad inmediata de
consecución que ofrece la más cenada analogía con su pa
sado inmediato, el relativo a los aspectos actuales que se
presentan para la prehensión. Las leyes de la física repre
sentan el ajuste armónico de desarrollo que resulta de este
principio único de determinación. Así, la dinámica está do
minada por un principio de acción mínima, cuyo carácter
detallado debe aprenderse por observación.
Las entidades materiales atómicas estudiadas en la cien
cia física, son simulemente esta s entidades durables indi
viduales, concebida� en abstracción de todo cuanto no con
cierna a su mutuo juego de determinarse recíprocamente
sus rutas históricas de su historia-de-la-vida. Esos entes es
tán formados en parte por la herencia do aspectos de su
propio pasado; pero también están formados en parte por
los aspectos de otros acaecimientos que integran sus ambien
tes. Las leyes de la física son las que declaran cómo reac
cionan mutuamente entre sí los entes. Para la física son
arbitrarias esas leyes, puesto que esa ciencia ha prescindido
de lo que los entes son en sí. Hemos visto que este hecho de
lo que los entes sean en sí, se presta a modificación por los
133
ambientes de éstos. Por consiguiente, la suposición de que no
hay que buscar modificación de estas leyes en ambientes
que tengan cualquier diferencia patente con respecto a los
ambientes para los cuales las leyes han sido observadas, es
muy insegura. Los entes físicos pueden ser modificados de
maneras muy esenciales, en cuanto a estas leyes se refiere.
Es posible incluso que sean desarrolladas en individualida
des de tipos más fundamentales, con más amplia encarna
ción de enfoque. Tal enfoque puede llegar a la realización
de un pesaje de valores alternativos haciendo uso de una
facultad de elegir fuera de las leyes físicas, y susceptible
de expresión únicamente en términos de propósito. Aparte
de semejantes posibilidades remotas, queda una deducción
inmediata de que un ente individual cuya propia historia
de-la-vida es una parte dentro de la historia-de-la-vida de
algún módulo más grande, más profundo y más completo,
es susceptible de tener aspectos de ese módulo más grande
que domina su propio ser, y de experimentar modificaciones
de ese módulo más grande reflejadas en aquél como modifi
caciones de su propio ser. Esta es la teoría del mecanicismo
orgánico.
Según esta teoría, la evolución de las leyes de la natura
leza es concomitante a la evolución del módulo durable,
puesto que el estado general del universo, tal como actual
mente es, determina en parte las mismas esencias de los
entes cuyos modos de funcionamiento expresan estas leyes.
El principio general es que en un nuevo ambiente hay una
evolución de los antiguos entes hacia formas nuevas.
Este trazado rápido de una teoría íntegramente orgánica
de la naturaleza nos permite entender los principales re
quisitos de la doctrina de la evolución. La labor principal
proseguida durante esa pausa de fines del siglo xrx, fué la
absorción de esta doctrina como guía de la metodología de
todas las ramas de la ciencia. Con una ceguera, impuesta casi
a modo de castigo expiatorio de una reflexión precipitada,
superficial, muchos pensadores religiosos se opusieron a la
nueva doctrina, cuando, en realidad, una filosofía íntegra
mente evolucionista es incompatible con el materialismo.
La materia originaria de que parte una filosofía materialista,
134
es incapaz de evolución. Esta materia es en sí la última
sustancia. En la teoría materialista, la evolución queda re
legada al papel de ser otra palabra para la descripción de los
cambios de las relaciones exteriores entre porciones de mate
ria. Nada hay para evolucionar, ya que una serie de rela
ciones externas es tan buena como cualquier otra serie de
relaciones externas. Puede haber simplemente cambio, pero
sin pro�ósito ni progreso. Y, sin embargo, toda la tesis de
la doctrma moderna es la evolución de los organismos com
plejos a partir de estados antecedentes de organismos menos
complejos. La doctrina proclama, de esta suerte, que una
concepción de organismo es fundamental para la naturaleza.
Requiere también una actividad subyacente -una actividad
sustancial- que se exprese en encarnaciones individuales
y que evolucione en logros de organismo. El organismo es
una unidad de valor emergente, una fusión real de los ca
racteres de los objetos eternos, emergiendo por sí mismos.
Así, en el proceso de analizar el carácter de la naturaleza
en sí, el!.contramos que la emergencia de organismos depen
de de una actividad selectiva afín al propósito. La tesis es
que los organismos durables son ahora el resultado de la
evolución, y que, fuera de estos organismos, nada más hay
que dure. En la teoría materialista hay materia -como
los cuerpos o la electricidad- que perdura. En la orgánica,
las únicas durabilidades son las estructuras de actividad, y
las estructuras son evolutivas.
Las cosas durables son, pues, resultado de un proceso
temporal, mientras que las eternas son los elementos reque
ridos por la misma esencia del proceso. Podemos dar una
definición precisa de durabilidad del modo siguiente: Sea A
un acaecimiento penetrado por un módulo estructural dura
ble. Entonces A puede ser subdividido exhaustivamente en
una su.cesión temporal . de acaecimientos. Sea B una parte
cualqmera. de A, obtemda sacando cualquiera de los acaeci
mientos pertenecientes a una serie que así subdivide a A.
Entonces el módulo durable es un módulo de aspectos den
tro del módulo completo prehendido en la unidad de A,
y es también un módulo dentro del módulo completo pre
hendido en la unidad de todo sector temporal de A, tal co-
135
mo B . Por ejemplo, una molécula es un módulo exhibido en
un acaecimiento de un minuto, y de todo segundo de ese
minuto. Es obvio que semejante módulo durable puede ser
de mayor o menor importancia. Puede expresar algún he
cho insignificante que conecte las actividades subyacentes
así individualizadas; o puede expresar alguna conexión muy
estrecha. Si el módulo que dura es simplemente derivado
de los diferentes aspectos del ambiente externo reflejado en
los puntos de vista de las diversas partes, entonces la du
rabilidad es un hecho extrínseco de escasa importancia; pero
si el módulo durable se deriva totalmente de los aspectos
directos de las varias secciones temporales del acaecimiento
en cuest1ón, entonces la durabilidad es un hecho intrínseco
importante. Expresa una cierta unidad de carácter que une
las actividades individualizadas subyacentes. Hay entonces
un objeto durable con cierta unidad para sí y para el resto
de la naturaleza. Usemos el término "durabilidad física" pa
ra expresar la durabilidad de este tipo. Entonces, durabili
dad física es el proceso de inherir continuamente cierta iden
tidad de carácter trasmitida a través de una ruta histórica
de acaecimientos. Este carácter pertenece a toda la ruta, y a
todo acaecimiento de la ruta. Esta es la propiedad exacta de
la materia. Si ha existido durante diez minutos, existió du
rante cada minuto de aquellos diez y durante cada uno de
los segundos de todo minuto. Unicamente tomando la ma
140
CAPÍTULO VII
LA RELATIVIDAD
150
a base de la nueva hipótesis, puede ser hecha esa afirma
ción sin la cualificación de una referencia a un sistema de
finido de espacio-tiempo. Es posible hacerlo así en el sen
tido de que en uno u otro sistema de tiem� o los dos
acaecimientos son simultáneos. En otros sistemas de tiem
po, los dos acaecimientos coetáneos no serán simultáneos�
aunque coincidan. Análogamente, un acaecimiento prece
derá a otro sin ca.lificación si en todo sistema de tiempo se
da esa precedencia. Es evidente que si partimos de un
a�a.e�imiento dado 4• otros acaecimientos en general están
divididos en dos senes, a saber: los que sin calificación son
coetáneos de A y los que preceden o suceden a A. Pero
habrá una serie dejada fuera, a saber: los acaecimientos que
enlazan las dos series. Tenemos ahí un caso crítico. Re
cordemos que tenemos un caso crítico de que debemos dar
razón, a saber: la velocidad teórica de la luz in vacuo 1 .
Recordemos �ambién que la utilización de sistemas espacio
temporales diferentes significa el movimiento relativo de los
objetos. Si analizamos esta relación crítica de una serie
especial de acaecimientos con cualquier acaecimiento dado
:1 , encontramos la explicación de la velocidad crítica que
.
I�tereoamos. Presc:ndo de detalles. Es evidente que la exac
titud de la afirmación debe mostrarse con la exposición
de p�ntos, líneas e instll;ntes . Además, que el origen de la geo
metn.a debe ser son:etJdo a examen; por ejemplo, la men
suracion , de las longitudes, la rectitud de las líneas, la lisura
de los planos y l � perpendi.cularidad. Guiándome por la teo
na , de la abstraccwn, extensiva, emprendí en obras anteriores
la tarea d.e desarrollar estas investigaciones; pero para estas
conferencias resultaría de un carácter excesivamente técnico.
Si no pudiese atribuirse ningún significado definido a las
relaci?ne; de distancia, es evidente que la ley de gravitación
n ecesitana ser formulada en otros términos, puesto que la
,
formula que expresa esa ley es que dos partículas se atraen
� ntre sí en proporción directa al producto de sus masas e
mversa al cuadrado de sus distancias. Este enunciado pre-
1 No se trata e e la velocidad e e la luz en un campo gravi
tacional o en un medio ele moléculas y electrones.
151
supone tácitamente que existe un significado definido que
debe atribuirse al instante en que se examina la atracción,
y también que debe asignarse un significado definido a
distancia. Pero distancia es una noción puramente espacial,
de suerte que en la nueva doctrina hay un número indefini
do de tales significados, según sean los sistemas espacio-tem
porales que adoptemos. Si por lo que afecta a su relación
mutua dos partículas se hallan en reposo, podemos aceptar
como buenos los sistemas de espacio-tiempo que respectiva
mente utilicen. Desgraciadamente, esta sugerencia nada nos
indica en cuanto al procedimiento que debamos seguir cuan
do no se hallen en reposo, por lo que afecta a su relación mu
tua. Por consiguiente, es necesario formular de nuevo la
ley de forma que no presuponga ningún sistema particular
de espacio-tiempo. Es lo que hizo Einstein. Naturalmente,
el resultado es más complicado, pues introdujo en la física
matemática métodos de la matemática pura que hacen a la
fórmula independiente de los sistemas particulares de espa
cio-tiempo adoptados. La nueva fórmula presenta varios
pequeños efectos que no figuran en la ley de Newton , aun
que en los efectos mayores la ley de Einstein coincide con
la de N ewton. Pues bien, estos efectos extra de la ley de
Einstein sirven para explicar irregularidades de la órbita
del planeta l\1:ercurio que resultaban ine:x"}llicables con la
ley de Newton. Ello constituye una circunstancia de peso
en favor de la nueva teoría. Es sumamente notable que
haya más de una fórmula alternativa -basada en la nueva
teoría de los sistemas de espacio-tiempo múltiples- que
tiene la propiedad de abarcar la ley de Newton y, además,
de explicar las peculiaridades del movimiento de Mercurio.
El único método de elegir entre aquéllas es aguardar a una
demostración experimental relativa a aquellos efectos en
que esas fórmulas difieren. Probablemente la naturaleza
sea absolutamente indiferente a las preferencias estéticas
de los matemáticos.
Nos queda por añadir solamente que Einstein rechazaría
probablemente la teoría de los sistemas Inúltiples de espa
cio-tiempo que he venido exponiendo en estas conferencias,
porque acaso interprete su fórmula en términos de contor-
152
siones de espacio-tiempo que alteren la teoría de invaria
bilidad para las propiedades de la medición, y en términos
de tiempos propios para cada ruta histórica. Su modo de
formulación tiene la ventaja de la gran simplicidad mate
mática, y sólo permite una ley de gravitación, excluyendo
las alternativas. Pero en cuanto a mí, no veo que pueda
reconciliarse con los hechos dados de nuestra experiencia
en materia de simultaneidad ni con el ajuste espacial. Exis
ten, además, otras dificultades de carácter más abstracto.
La teoría de la relación entre acaecimientos, a que hemos
llegado en este punto, se basa en primer lugar en la doctrina
de que el estar relacionado un acaecimiento lo constituyen
todas las relaciones internas, en cuanto ese estar relacionado
afecte a ese acaecimiento, aunque no de un modo necesario
en cuanto afecte a otros relata. Por ejemplo, los objetos
externos de esta suerte implicados, son referidos de un modo
externo a acaecimientos. Este interno estar relacionado
es la razón de que un acaecimiento pueda ser encontrado
únicamente en el lugar preciso en que está y del modo en
que está; es decir, precisamente una serie de relaciones
definida, puesto que toda relación figura en la esencia del
acaecimiento, de suerte que, fuera de esa relación, el acaeci
miento no sería el mismo. Esto es lo que significa la con
cepción misma de relaciones internas. En realidad, lo co
rriente y hasta universal ha sido sostener que las relaciones
espacio-temporales son externas. Es la doctrina impugnada
en estas conferencias.
La concepción del estar relacionado internamente, implica
el análisis del acaecimiento en dos factores, uno de los cua
les es la actividad subyacente de individualización y el otro
el complejo de aspectos -es decir, el complejo de relaciones
internas en cuanto figura en la esencia del acaecimiento
dado- unificados por esa actividad individualizadora. Di
cho con otras palabras: el concepto de relaciones internas
requiere el concepto de sustancia en cuanto actividad
sintetizadora de las relaciones que determinan su carácter
emergente. El acaecimiento es lo que es, a causa de la uni
ficación en sí de una multiplicidad de relaciones. El es
quema general de estas relaciones mutuas es una abstrae-
153
ción que presupone que cada acaecimiento es un ente inde
pendiente, y como no es así, se plantea la cuestión acerca de
aué
. remanente de estas relaciones formativas se deja enton
c cs con el carácter de relaciones externas. Expresado de este
modo imparcial, el esquema de relaciones pasa a ser el es
quema de un complejo de acaecimientos diversamente re
feridos como conjuntos a partes y a modo de partes aso
ciadas dentro de uno u otro conjunto singular. Incluso en
tal caso, la relación interna se impone a nuestra atención,
puesto que evidentemente la parte es constitutiva del todo.
Además, un acaeóniento aislado que haya perdido su con
dición en cualquier complejo de acaecimientos, es igualmen
te excluído por la misma naturaleza de un acaecimiento.
De esta suerte, el carácter interno de la relación se muestra
r.
realmente través de este esquema imparcial de relaciones
externas abstractas.
Pero esta presentación del universo real como extensivo
y divisible, ha dejado fuera la distinción entre espacio y
tiempo. De hecho, ha dejado fuera el proceso de realiza
ción, que es el ajuste de las actividades sintéticas en virtud
del cual los varios acaecimientos pasan a ser realizados.
Este ajuste es el ajuste de las su�tancias activas subya
centes, y en él se presentan estas sustancias como las in
dividualizaciones o modos de la sustancia única de Spino
za. Es este ajuste lo que introduce el proceso temporal.
Así, en algún sentido, el tiempo, en su carácter de ajuste
del proceso de realización sintética, se extiende más allá del
continuo espacio-temporal de la naturaleza 1• En este sen
tido no es necesario que ese proceso temporal esté constituído
por una serie singular de sucesión lineal. Por consiguiente, pa
ra satisfacer la demanda actual de hipótesis científicas, pre
sentamos la hipótesis metafísica de que no es éste el caso. Lo
que suponemos (basándonos en la observación directa) es,
sin embargo, que ese proceso temporal de realización puede
ser analizado en un grupo de procesos seriales lineales.
Cada una de estas series lineales es un sistema de espa
cio-tiempo. Para apoyar esta suposición de procesos seria-
1 Cf. mi Goncept of Nature, cap. III.
154
les definidos, citaremos: 19, la presentación inmediata por
los sentidos de un universo extenso más allá de nosotros y
simultáneamente a nosotros; !29, la aprehensión intelectual
de un significado para la cuestión relativa a qu� es lo . que
está sucediendo en este mismo momento en regwnes situa
das más allá del alcance de nuestros sentidos , y 39, el aná
lisis de lo implicado en la durabilidad de objetos emergen
tes. Esta durabilidad de objetos implica el despliegue de un
módulo en cuanto realizado ahora. Este despliegue lo es de
un módulo en cuanto inherente a un acaecimiento, pero
también en cuanto presenta un desviamiento temporal de
la naturaleza en cuanto imprime aspectos a objetos eter�os
(o, lo que da lo mismo, de objetos eternos en cuanto nn
primen aspectos a acaecimientos) . E� �nódulo es �sp.acm
lizado en una duración total en beneflcw del acaecimiento
en cuya esencia figura el módulo. El acaecimiento es parte
de la duración.- esto es, parte de lo exhibido en los aspectos
inherentes en él mismo� y, a la inversa, la du:a�ión es el
total de la naturaleza simultáneamente al acaecimiento, en
tendido en ese sentido de simultaneidad. De esta suerte, al
realizarse a sí mismo, un acaecimiento despliega un módulo,
y este módulo requiere una du�·aeión d�finida, 9-�e se de
termina por un significado de smmltaneida� defimd� . Ca
da uno de esos significados de simultaneidad refiere el
módulo así desplegado a un sistema definido de espacio-tiem
po. La realidad de los sistemas de espacio-tiemp_o está cons
tituída por la realización del módulo; pero es mherente al
esquema general de los acaecimientos como co�sti�t;tivo de
su idoneidad para el proceso temporal de reahzacwn.
Adviértase que d módulo requiere una duración que im
plique un lapso definido y no simplemente un momento
instantáneo. Tal momento es más abstracto, en cuanto
denota meramente cierta relación de contigüidad entre los
acaecimientos concretos. De esta suerte una duración es
espacializada, entendiéndose por "espacia�izada" que la �u
_
ración es el campo para el módulo realizado constitutivo
del carácter del acaecimiento. En cuanto campo del módulo
realizado en la "actualización" de uno de los acaecimientos
que contiene, una duración es una época, es decir, una
155
parada. Durabilidad es la repetición del módulo en acaeci
mientos sucesivos. Siendo así, la durabilidad requiere una
sucesión de duraciones, cada una de las cuales exhiba el
módulo. En este extremo "tiempo" ha sido separado de
"extensión" y de la "divisibilidad" que se desprende del
carácter de espacio-tem;poral propio de la extensión. Por
consiguiente, no debemos arriesgarnos a concebir el tiempo
como otra forma de extensividad. El tiempo es mera su
cesión de duraciones epocales. Pero los entes que en este
orden de cosas se suceden entre sí, son duraciones. La
duración es lo que se requiere para la realización de un
módulo en el acaecimiento dado. Así, pues, la divisibilidad
y la extensividad están dentro de la duración dada. La
duración epocal no es realizada via sus partes divisibles su
cesivas, antes bien dada con sus partes. De este modo. la
objeción que Zenón hubiera podido hacer a la validez con
junta de dos pasajes de la Crítica de la Razón Pura de
Kant, se solventaría abandonando el primero de esos pasajes.
lVIe refiero a los pasajes de la sección "De los axiomas de in
t1lición": el primero de la subsección sobre Cantidad Exten
siva y el último de la subsección sobre Cantidad Intensiva,
donde se recapitulan las consideraciones relativas a la canti
dad en general, lo mismo extensiva que intensiva. El primer
pasaje dice así 1 :
"Llamo extensiva a l a cantidad en que la representación del
conjunto resulta posible por medio de la representación de sus
partes, estando, por consiguiente, precedida por ésta 2 • No me
puedo representar ninguna línea, por pequeña que sea, sin tra
zármela en €l p ensamiento, es decir, sin presentarme todas sus
p artes, una tras otra , como partiendo de un punto dado, y así,
antes que nada, trazando su intuición. Lo mismo reza para toda
porción de tiempo, incluso la más pequeña. No puedo pensar
más que en su progresión sucesiva de un momento a otro, para
producir así al final, por todas las porciones de tiempo, y su
adición, una cantidad de tiempo definida."
156
El segundo pasaje dice así:
Esta propiedad p eculiar de las cantidades, de que ningu� a l? a:rte
.
de ellas es la parte más pequeña posible (no hay parte mdlVlSl
ble) ' se llama continuidad. Tiempo y espacio son quanta conti-
nua, porque no hay ninguna parte de ell os que no este encerrad a
,_ ,
157
Importa notar que esta doctrina del carácter epocal del
tiempo no depende de la doctrina moderna de la relatividad,
sino que se sostiene igualmente -y hasta en realidad más
simplemente- si se abandona esa doctrina. Depende del
análisis del carácter intrínseco de un acaecimiento , conside
rable como el ente finito más concreto.
Haciendo un nuevo examen de esta argumentación, nó
tese, en primer lugar, que la segunda cita de Kant en que
se basa, no depende de ninguna doctrina peculiar de Kant.
El segundo de estos pasajes está de acuerdo con Platón
contra Aristóteles1. En segundo lugar, la argumenta
ción supone que Zenón no insistió lo bastante en su argu
mento. Habría debido esgrimirlo contra la noción en sí de
tiempo corriente, y no contra el movimiento, que implica
relaciones de tiempo y espacio, ya que lo que deviene tiene
duración. Pero ninguna duración puede llegar a ser a menos
que una duración más pequeña (parte de la anterior) lo
haya logrado anteriormente (primem afirmación de Kant) .
El mismo argumento reza con respecto a esta duración más
pequeña y así sucesivamente. Por otra parte, el callejón
s �n salida de estas duraciones converge a la nada, y pre
c;samente a la opinión de Aristóteles de que no hay primer
momento. Según eso, el tiempo sería una noción irra
cional. En tercer lugar, en la teoría epocal se resuelve la
objeción de Zenón ya que concibe la temporalización como
la realización de un organismo completo. Este organismo es
un acaecimiento que mantiene en su esencia sus relaciones
espacio-temporale� (a la vez dentro de sí mismo y más allá
de sí mismo) a través del continuo espacio-temporal.
158
CAPÍTULO VIII
159
cia definida. Cada modo de vibración puede poner en mo
vimiento en el campo electromagnético ondas de su propia
frecuencia. Estas ondas se llevan la energía de la vibración,
de suerte que por último (cuando esas olas se han produ
cido) la molécula pierde la energía de su excitación y las
ondas cesan. Así, una molécula puede irradiar luz de cier
tos colores definidos, es decir, de ciertas frecuencias de
finidas.
Cabría pensar que cada modo de vibración podría ser
excitado en cualquier intensidad, de suerte que la energía
desprendida por la luz de esa frecuencia, podría ser de cual
quier cantidad. Pues no es así. Parece haber ciertas canti
dades mínimas de energía no susceptibles de ser subdividi
das. El caso podría compararse al del ciudadano de los
Estados Unidos que al pagar sus deudas en monedas de su
país, no puede subdividir un céntimo como correpondería
para cierta subdivisión ínfima de los bienes obtenidos. El
céntimo corresponde a la cantidad mínima de la energía
de luz, y los bienes obtenidos corresponden a la energía de
la causa excitante. O bien esta causa es lo bastante fuerte
para lograr la em!sión de un céntimo de .energía o deja de
lograr la emisión de energía de ninguna clase. En todo caso,
la molécula emitirá un número entero de cénti
mos de energía. Hay peculiaridad que podemos aclarar
haciendo salir a escena a un inglés. Este paga sus deudas
en monedas inglesas, y su unidad más pequeña es un ocha
vo, de diferente valor que el céntimo. En efecto, el ochavo
es aproximadamente medio céntimo, con una aproximación
calculada muy por encima. En la molécula, diferentes mo
dos de vibración tienen frecuencias diferentes. Comparemos
cada modo con una nación: un modo corresponde a los
Estados Unidos y otro a Inglaterra. Uno de los modos
sólo puede irradiar su energía en un número entero de
céntimos, de suerte que un céntimo de energía es la canti
dad mínima que puede pagar; en cambio, el otro modo
sólo puede irradiar su energía en un número entero de ocha
vos, de suerte que un ochavo de energía es la cantidad
mínima que puede pagar. Igualmente, puede encontrarse
una regla que nos diga el valor relativo del céntimo de
160
energía de uno de los modos con respecto al ochavo de
energía del otro modo. Esta regla es de una simplicidad
pueril: toda moneda mínima de energía tiene un valor es
trictamente proporcionado a la frecuencia propia de ese
modo. A base de esta regla, y comparando los ochavos con
los céntimos, la frecuencia de un norteamericano sería apro
ximadamente doble que la del inglés. Dicho con otras pa
labras: el norteamericano haría aproximadamente doble
número de cosas por segundo que el inglés. Dejo a juicio
de ustedes si esto corresponde al carácter admitido de
ambas naciones. Por otra parte, sugiero que cada uno de
los dos extremos del espectro solar tiene sus excelencias.
A veces necesitamos luz roja; a veces, violeta.
Espero que no habrá sido muy difícil comprender qué
es lo que la teoría del quantum afirma acerca de las molé
culas. La perplejidad surge cuando intentamos encajar la
teoría en el cuadro científico corriente de lo que ocurre en
la molécula o átomo.
Ha sido la base de la teoría materialista la idea de que
los acontecimientos de la naturaleza deben ser explicados
en el sentido de la locomoción de la materia. De acuerdo
con ese principio, las ondas de luz se explicarían en el sen
tido de la locomoción de un éter material, y los aconte
cimientos internos de una molécula son e-xplicados ahora en
el sentido de la locomoción de partes materiales separadas.
Por lo que hace a las -ondas de luz, el éter material ha sido
relegado a una posición indeterminada en el fondo , y raras
veces se habla de él. Pero el principio sigue inconcuso en
cuanto a su aplicación al átomo. Por ejemplo, se supone
que un átomo de hidrógeno neutro consta por lo menos de
dos masas de materia: una, el núcleo, integrado por un
material llamado electricidad positiva, y otra, un electrón
singular que es electricidad negativa. El núcleo revela sig
nos de ser complejo y de ser subdivisible en masas más
pequeñas, unas de electricidad positiva y otras electrónicas.
La suposición es que cualquier vibración que se produzca en
el átomo debe ser atribuída a la locomoción vibratoria de
alguna porción de material, separable de la restante. La
dificultad con la teoría del quantum es que aceptando esta
161
hipótesis, tendríamos que representar el �t� mo como o�re
ciendo un número limitado de estrías defmrdas que senan
los únicos conductos por los cuales podría operarse la vibra
ción, mientras que la teoría clásica no ofrece ninguna clase
.
de estrías como ésas. La teoría del quantum necesita tran
vías con un número limitado de rutas, y el cuadro cientí
fico presenta caballos galopando por praderas. De ahí re
sulta oue la doctrina física del átomo haya venido a dar
en un �stado que sugiere muy intensamente los epiciclos de
la astronomía antes de Copérnico.
En la teoría orgánica de la naturaleza, hay dos clases de
vibraciones que difieren radicalmente entre sí : I??r una p�r
te locomoción vibratoria, y, por otra, deformacwn orgamca,
vibratoria, y las condiciones para los dos tipos de cambios,
son de carácter distinto. Dicho con otras palabras: hay
locomoción vibratoria de un módulo dado, como un todo,
y hay cambio vibratorio de módulo.
Un organismo completo es lo que en la teorra , .
, orgamca
corresponde a un fragmento de materia en la teoría mat;
rialista . Habrá un género primario, que comprenda un nu
mero de especies de organismos, de suerte que todo orga
nismo primmjio perteneciente a una especie del géne;o
primario, no sea susceptible de descomponerse en org�ms
mos subordinados. Yo llamaré primado a todo orgamsmo
del género primario. Puede haber diferentes especies de
primados.
Conviene tener presente que nos estamos ocupando de
las abstracciones de la física. Por consiguiente, no nos
preocupa lo que en sí sea un primado, en cuanto m?dulo �b
tenido de la prehensión de los aspectos concretos, m nos frJa
mos en lo que un primado sea para su ambiente, con res
pecto a sus aspectos concretos prehendidos en él. Si
pensamos en estos diversos aspectos es solamente en cuanto
sus efectos sobre los módulos y sobre la locomoción son
susceptibles de e.'q)resión en términos espacio-temporales.
En consecuencia, en el lenguaje de la física, los aspectos
de un primado son simplemente sus contribuciones al campo
electromagnético. De hecho, esto es exactamente lo que
sabemos de los electrones y protones. Para nosotros, un
162
electrón es simplemente el módulo de sus aspectos en su
ambiente, en cuanto esos aspectos son de aplicación al
campo electromagnético.
, . .
.
163
el vocablo "reiteración" como smommo de "durabilidad".
Huelga decir que su significado no es totalmente sinónimo,
pero ahora quisiera sugerir que en lo que difiere de dura
bilidad, 1·eiteración se aproxima más a lo que requiere la
teoría orgánica. La diferencia es muy similar a la que había
entre los galileanos y los aristotélicos: Aristóteles def".Ía
"reposo", donde Galileo añadía "o movimiento uniforme en
una línea recta". Así, en la teoría orgánica, un módulo no
necesita persistir en una identidad indiferenciada a través
del tiempo. El módulo puede serlo esencialmente de con
trastes estéticos que requieran un lapso para su despliegue.
Un tono es un ejemplo de semejante módulo. Así, la durabi
lidad del módulo significa ahora la reiteración de su su
cesión de contrastes. Esta resulta notoriamente la concep
ción más general de durabilidad en la teoría orgánica, y
"reiteración" es quizá la palabra que la expresa de un
modo más directo. Pero cuando trasladamos esta noción
a las abstracciones de la física, se convierte de inmediato
en la noción técnica de "vibración". Esta vibración no es
la locomoción vibratoria: es la vibración de la deformación
orgánica. En la física moderna hay ciertos indicios de que
se necesitan entes vibratorios para la función de orga
nismos corpusculares en la base del campo físico. Esos cor
púsculos serían los descubiertos como proyectados desde
los núcleos de los átomos, que entonces se disuelven en
ondas de luz. Cabe suponer que semejante cuerpo cor
puscular no tiene gran estabilidad de persistencia cuando
está aislado. Por consiguiente, un ambiente desfavorable
que lleve a cambios rápidos en su propio sistema de espacio
tiempo, es decir, un ambiente que se lance a aceleraciones
violentas, hace que los corpúsculos se pulvericen y disuel
van en ondas de luz del mismo período de vibración.
Un protón, y quizá un electrón, sería una asociación de
tales primados superpuestos entre sí, con sus frecuenCias
y sus dimensiones espaciales dispuestas de tal suerte que
promovieran la estabilidad del organismo complejo cuando
fuese lanzado a la aceleración de la locomoción. Las con
diciones para la estabilidad darían las asociaciones de perío
dos posibles para los protones. La e:x--pulsión de un primado
164
vendría de un salto que llevase al protón bien a instalarse
en una asociación alternativa, bien a generar un nuevo pri
mado con el auxilio de la energía recibida.
Un primado debe asociarse a una frecuencia definida de
deformación orgánica vibratoria, de suerte que cuando se
derrumbe se disuelva en ondas de luz de la misma frecuen
cia, que entonces se lleven toda su energía promedia. Es
sum �mente fac�l (c?mo hipótesis particular) imaginar vi
bracwnes estac10nanas del campo electromagnético de fre
cuencia definida, dirigidas radialmente a y desde un centro
que de acuerdo con las leyes electromagnéticas aceptadas,
constaría de un núcleo esférico vibratorio ajustado a una
serie de condiciones, y de un campo externo vibratorio
ajustado a o tra serie de condiciones. Esto es un ejemplo
de de�o�ma?ión o :gánica vibratoria. Además (a base de
esta hrpotesrs particular) , hay dos modos de determinar las
condiciones subsidiarias que los requisitos
- ordi
narios de la física matemática. uno de esos modos,
la energía total satisfaría la condición del quantum, de
suerte que consta de un número entero de unidades o cén
timos tales que el céntimo de energía de cualquier primado
sea proporcional a su frecuencia. No he elaborado las
condiciones para la estabilidad o para una asociación esta
ble; sino que he mencionado la hipótesis particular a base
de presentar un ejemplo de que la teoría orgánica de la
naturaleza ofrece posibilidades de someter a un nuevo estu
dio las leyes físicas últimas no accesibles a la teoría mate
rialista opuesta.
En esta hipótesis pa1;ticular de los primados vibratorios,
se supone que las ecuacrones de Maxwell son valederas para
todo el espacio, incluso para el interior de un protón. Ex
presan. las leyes que rigen la producción vibratoria y la
, El proceso total para cada primado
, de la cnergra.
absorc1011
d es�mboca en. un promedio det.erminado de energía caracte
,
nsbco del pr1mado y proporcwnal a su masa. De hecho,
la energía es la masa. Hay corrientes radiales vibratorias
de energía, lo mismo con primado que sin él. Dentro del
primado, hay distribuciones vibratorias de densidad eléc
trica. Para la teoría materialista, esa densidad registra la
165
presencia de materia; para la teoría orgánica de la vibra
ción, registra la producción vibratoria de energía. Esa pro
ducción se halla circunscrita al interior del primado.
Toda ciencia tiene que partir de algunas suposiciones re
lativas al último análisi s de los hechos de que se ocupa.
Estas suposiciones están justificadas en parte por su adap
tación a los tipos de fenómenos de que directamente tene
mos conciencia, y en parte por su idoneidad para representar
con cierta generalidad los hechos observados, a falta de
suposiciones ad hoc. La teoría general de la vibración de
los primados por mí esbozada, se da simplemente como
ejemplo de la clase de posibilidades que la teoría orgánica
deja abiertas para la ciencia física. Lo esencial es que
añade la posibilidad de deformación orgánica a la de simple
locomoción. Las ondas de luz constituyen un gran ejem
plo de deformación orgánica.
En toda époea las suposiciones de una ciencia ofrecen
cnminos cuando presentan síntomas del estado epicíclico
de que la astronómía fué rescatada en el siglo xvr. La
ciencia física actual presenta síntomas semejantes. Para
volver a examinar sus fundamentos necesita recurrir a una
visión más concreta del carácter de las cosas reales y con
cebir sus nociones fundamentales como abstracciones deri
vadas de su intuición directa. Es de este modo que abarca
las posibilidades generales de revisión que se le ofrecen.
Las discontinuidades introducidas por la teoría del quan
tum exigen que los conceptos físicos sean revisados para
que puedan tenerlas en cuenta. En particular, se ha seña
lado que es indispensable formular alguna teoría de la
existencia discontinua. Lo que sé pide de semejante teoría
es que una órbita de un electrón pueda ser considerada
como una serie de posiciones separadas y no como una
línea continua.
La teoría de tm primado o de un módulo vibratorio, ante
riormente expuesta, junto con la distinción entre tempo
ralidad y extensividad obtenida en el capítulo anterior,
produce exactamente este resultado. Recuérdese que la
continuidad del complejo de acaecimientos surge de las
relaciones de extcnsividad; en cambio, la temporalidad
surge de la realización en un acaecimiento-sujeto de un
módulo que para su despliegue requiere que el conjunto de
una duración sea espacializado (es decir, parado) , a fuer
de dado por sus aspectos en el acaecimiento. Así, la reali
zación procede vi,a una sucesión de duraciones epocales, y
la transición continua, es decir, la deformación orgánica,
está dentro de la duración ya dada. La deformación orgá
nica vibratoria es, de hecho, la reiteración del módulo. Un
período completo define la duración requerida para el
módulo completo. Así, el primado se realiza atómicamente
en una sucesión de duraciones, debiendo ser medida cada
duración de un máximo a otro. Por consiguiente, hasta
donde un primado haya de tenerse por entidad total dura
ble, debe ser asignado sucesivamente a estas duraciones.
Si es considerado como una cosa, su órbita ha de ser pre
sentada diagramáticamente por una serie de puntos sepa
rados. Así, la locomoción del primado es discontinua en el
espacio y en el tiempo. Si vamos por debajo de los quanta
de tiempo, que son los períodos vibratorios sucesivos del
primado, encontraremos una sucesión de campos electro
magnéticos vibratorios, cada uno de los cuales p ermanece
estacionario en el espacio-tiempo de su propia duración.
Cada uno de esos campos presenta un solo período com
pleto de la vibración electromagnética que constituye el
primado. Esta vibración no debe ser imaginada como el
resultado de la realidad; es lo que el primado es .en una de
sus realizaciones discontinuas. Por otra parte, las dura
ciones sucesivas en que el primado se realiza, son contiguas,
siguiéndose de ello que la historia-de-la-vida del primado
puede ser presentada como siendo el desarrollo continuo de
fenómenos en el campo electromagnético. Pero estos fenó
menos pasan a realizarse en cuanto bloques atómicos ente
ros que ocupan períodos de tiempo definidos.
No es necesario pensar que el tiempo sea atómico en el
sentido de que todos los módulos hayan de ser realizados en
las mismas duraciones sucesivas. En primer lugar, incluso
si los períodos fueran los mismos en el caso de dos prima
dos, las duraciones de realización podrían no ser las mis
mas. Dicho con otras palabras: los dos primados pueden
167
estar fuera de fase. Por otra parte, si los períodos son
diferentes, el atomismo de cualquier duración de un pri
mado está necesariamente subdividido por los momentos
límites de las duraciones del otro primado.
Las leyes de la locomoción de los primados expresan en
qué condiciones todo primado cambiará su sistema de
espacio-tiempo.
Es innecesario llevar más allá esta concepción. La jus
tificación del concepto de existencia vibratoria tiene que
ser puramente experimental. El punto ilustrado por este
ejemplo es que la opinión cosmológica que hemos adoptado,
se compagina perfectamente con los requisitos de discon
tinuidad reclamados por parte de la física. Además, si se
adopta este concepto de temporalización a modo de reali
zación sucesiva de duraciones epocales, se obvia la objeción
de Zenón. La forma particular que hemos dado en estas
conferencias a esta concepción, lo ha sido puramente con
ese propósito de ilustración y requiere por necesidad un
ulterior estudio antes de que pueda ser adaptada a los re
sultados de la física experimental.
168
CAPÍTULO IX
CIENCIA Y FILOSOFÍA
169
lianismo , carecían de la base de conocimiento científico
que tenía Kant, o no advirtieron que Kant habría sido un
gran físico si la filosofía no hubiese absorbido sus princi
pales energías.
Los orígenes de la filosofía moderna son análoO'OS a los de
la ciencia y coetáneos a ellos. La marcha ge�eral de su
desarrollo arranca del siglo XVII, corriendo en parte a car
g? d t; _los mismos hombres que establecieron los principios
cienbficos. Este trazado de objetivos venía tras de un
período de transición que se remontaba al siglo xv. De
hecho había en la mentalidad europea un movimiento ge
neral que arrastraba en su corriente tanto la religión como
la ciencia y la filosofía. Para caracterizarlo en pocas pala
bras puede decirse que consistía en acudir directamente a
las fuentes originales de inspiración griega por parte de
hombres cuya configuración espiritual se derivaba de la
herencia recibida de la Edad Media. Por lo tanto, no se
trataba de un res.urgimiento del espíritu griego. Las épocas
muerta.s no resucitan. Los principios de estética y de razón
que ammaran a la civilización griega, adoptaron otra indu
mentaria en una mentalidad moderna. Entre ambas men
talidades había otras religiones, otros sistemas jurídicos,
o �ras anarquías y otras herencias raciales que separaban lo
vivo de lo muerto.
. La filosofía es particularmente sensible a tales diferen
cms, puesto que cabe hacer una réplica de una estatua anti
gua; pero r:o es posible una réplica de un estado de espíritu
antiguo. N o cabe en ello una aproximación mayor que la
de una farsa con respecto a la vida real. Habrá a lo sumo
una . comprensión del pasado, pero siempre existe una dife
ren ;Ja entre l.as reacciones que los mismos estímulos provo
caran en antiguos y modernos.
En el caso particular de la filosofía la diferencia de tona
lidad aparece ya en la superficie. En' contraste con la acti
tud o.bjetiva de los antiguos, la filosofía moderna tiene un
resabw subjetivista. Idéntico cambio debe verse en la reli
?ión. , En J� . historia primitiva de la iglesia cristiana, el
rnteres teowg1co se concentraba en discusiones acerca de la
naturaleza de Dios, el significado de la Encarnación y los
170
pronósticos apocalípticos sobre el destino final del mundo.
En la época de la Reforma, la Iglesia estaba atomizándose
como resultado de las disensiones provocadas por las expe
riencias individuales en materia de justificación. El sujeto
individual de experiencia ha ocupado el lugar del drama
total de la realidad entera. Lutero preguntaba: "¿ Cómo
me justifico?"; los filósofos modernos se planteaban la cues
tión: "¿ Cómo tengo conocimiento?" El acento cae en el
sujeto de la experiencia. Este cambio de postura . es obra
del cristianismo en su aspecto pastoral de admimstrar la
comunidad de los creyentes, pues siglo tras siglo insistió
en el valor infinito del alma humana individual, y con ello
añadió al egotismo inst:ntivo de los apetitos físicos un sen
timiento instintivo de justificación de un egotismo de pers
pectivas intelectuales. Todo ser humano es el guardián na
tural de su propia importancia. No cabe la menor duda de
que esta dirección moderna de la atenc:ón subraya verda
des de la más alta importancia; por ejemplo, en el campo
de la vida práctica, ha abolido la esclavitud y ha grab?.do
en la imagiÜación popular los derechos primarios del género
humano.
En su Discurso del Método y en sus Meditaciones, Des
cartes pone de m?.nifiesto con gran claridad las concepcio
nes crenerales que desde entonces han influído en la filoso
fía �oderna. Hay un sujeto que recibe experiencia: en el
Discu.rso este sujeto es mencionado siempre en primera
persona, es decir, como siendo el propio Descartes. Descar
tes parte de sí mismo como siendo una mentalidad que
en virtud de su conciencia de sus propias representaciones
inherentes de los sentidos y del pensamiento, es por ende
consciente de su propia existencia como ente unitario. La
historia subsiguiente de la filosofía se mueve alrededor de
la formulación cartesiana del dato primario. El mundo
antiguo tomaba sus posiciones ante el drama del universo;
el moderno . ante el drama íntimo del alma. En sus JYiedi
tacioncs. D escartes funda expresamente su drama íntimo
en la p � sibilidad de error. Cabe que no haya correspon
dencia con el hecho objetivo, y, de ser así, tiene que haber
un alma con actividades, cuya realidad sea puramente de-
rivativa de sí misma. Véase, por ejemplo, ese pasaje de
Meditación IP:
Pero se me dirá que estas presentaciones son falsas y que es
toy soñando. Supongamos que así sea. En todo caso es cierto
que me parece ver la luz, oír un ruido y sentir calor ; esto no
puede ser falso, y esto es propiamente lo que en mí se llama
sentir, qu-e no es otra cosa que p ensar. Partiendo de esto, co
mienzo a saber lo que soy, con alguna claridad y precisión ma
yores que hasta ahora.
172
ríos detalles que figuran en el fluir de .la� cosas . . Ade_más,
buscan principios con el propósito de ehmmar arbrtraneda
des crl'.sas; así, cualquiera que sea la parte de un h�cho
supuesta o dada, la �xistencia �� las cosas . rest�ntes tien.e
que conciliarse con crertos reqmsrtos de. racronali�ad. E:'r
gen un sentido. Así lo dice este pasaJe de Ennque Srd
gwick 1:
La aspiración primaria d e l a filosofía es unificar completa
mente poner en coherencia clara, todos los campos del sab-er
d
racio al, y esa aspiración no puede ser r�alizada por ninguna
filosofía que deje fuera de su panoram� €l cuerpo de
juicios y raciocinios que forman el obJeto de la
Por lo tanto ' los prejuicios que por la historia sienten las
ciencias físicas y sociales, con su negativa a raciocinar :por
debajo de algún mecanismo último, ha desviado a la filo
sofía de los cauces efectivos de la vida moderna. Y así
ha perdido su genuina función de crítica constante . d.e
las formulaciones parciales, retirándose a la esfera su.bJet.r
vista del espíritu por haber sido expulsada por la crencra
de la esfera objetivista de la materia. Así, la del
pensamiento en el siglo XVI obró en el mismo que
la exaltación de la personalidad individual, derivada de la
Edad Media. Ya vimos cómo Descartes se situaba an!e su
propio último espíritu, del que su filosofía le da s:g1 :n�ad,
y cómo preguntaba por sus relacio11:es ��n la materia ultima
-ejemplificada, en la segunda Med1taczon, por �1 cu.erpo hu
mano y un puñado de cera- supuesta por la crencra de ese
pensador. És como la vara de Aarón y las serpientes de los
encantadores, y la única cuestión que se le. plant:a a la
filosofía es la de saber quién se tragará a qmen o sr, como
Descartes creía, podrán vivir felices juntos. En este. co
rriente de pensamiento deben encontrarse Locke, Berkeley,
Hume y Kant. Dos grandes nombres quedan .fuer� de esta
lista: Spinoza y Leibniz. Pero hay cierto arslamrento de
ambos con respecto a su influjo filosófico en cuanto se re
fie::e a la ciencia, como si se hubiesen extraviado hacia
extremos situados más allá de los límites de la filosofía se-
1 Cf. Enrique Sidgwick, A Memoir, apéndiC<'.
173
gura: Spinoza por haber insistido en más antiguo s modos
de pensamiento y Leibniz por la novedad de sus mónadas.
Es curioso el paralelismo que presenta la historia de la
filosofía comparada con la de la ciencia. Lo mismo para
la una que para la otra, el siglo XVII levantó el escenario
e� que habí�n de moverse los dos siguientes. Pero en el
s1g�o :xx comienza un nuevo acto. Es una exageración atri
bmr a una obra o autor determinados todo un cambio ge
neral en el clima del pensamiento. No cabe duda de que
Descartes no hizo más que expresar de un modo definido
Y en forma decisiva lo que estaba ya en el aire de su época.
Do un modo análogo, para atribuir a William James la inau
guración de un escenario nueYo en la filosofía habría que
prescindir de otras influencias existentes en su tiempo. Pero
mclu?o admitiéndolo así, sigue teniendo cierta razón el pa
rangon de su ensayo Does Consciousness E:cist, publicado
en 1904, con el Discurso del Método, publicado en 1637.
James despeja la escena suprimiendo los atavíos antiO'uoso
o, mejor dicho, cambió por completo su iluminación. To�
memos, por ejemplo, estas dos frases de su ensayo:
Negar crasamente que la "conciencia" existe, parece en >ista
de ello- pues existen p ositivamente "pensamientos" innegables
�
tm� absur o qu � me temo que algunos lectores no quieran se
gcurme ma� alla. Permítaseme, pues, declarar inmediatamente
que
Y? �nt.rendo negar simplemente que esa palabra indique un
ente, msr� �wndo, en cambio, eon el mayor empeño en que indica
una funcron.
175
En la sección precedente (52) , afirma Descartes:
Por sustancia no podemos concebir otra cosa que una cosa qu-e
exista de tal modo que para su existencia no necesite de nada que
no sea -ella misma.
J 'ifi
pal ele las cogitaciones de los espíritus. Pero todas las escue
las admitieron el análisis cartesiano de los últimos elemen
tos de la naturaleza. Excluyo ele estas afirmaciones a Spinoza
y a Leibniz en cuanto a la corriente principal de la filosofía
moderna que siguió la ruta trazada por Descartes; pero
huelga decir que fueron influídos por él, al igual que ellos,
por su parte, influyeron en otros filósofos. Me fijo principal
mente en los contactos efectivos entre la ciencia y la filosofía.
La división de competencias entre la ciencia y la filosofía
no era asunto fácil de arregbr, "j' de hecho pone de mani
178
en el período anterior había sido tenida plen.amente en
cuenta la intervenciÓn del cuerpo humano; por eJemplo, por
Descartes en la parte V del Discurso del Jl.fétodo. Pero no
se había desarrollado el instinto psicológico. Al estudiar el
cuerpo humano, Descartes pensaba con la men�alidad de
un físico; en cambio, los psicólogos modernos revisten la de
los fisiólorros médicos. La trayectoria de William James
es un eje�plo de este cambio de punto de vista. También
él poseía el talento claro e incisivo capaz de plantear de
un solo golpe la esencia del asunto.
Ahora se ve claramente la razón de que yo haya puesto
en estrecho parangón a Descartes y William James. Nin
rruno de estos dos filósofos terminó una época con una
�olución final de un problema. Su gran mérito es del tipo
opuesto . Cada uno de ellos abre una época por su clara for
mulación de los términos en que de un modo provechoso
podía el pensamiento expresarse en sectores particular�s del
conocimiento, uno de ellos para el siglo XVI y el otro para
el L'L En este respecto, tanto uno como otro pueden con
siderarse como polos opuestos a Santo Tomás de Aquino,
que expresó la culminación del escolast�cismo aristotélico .
.
En más de un aspecto ni Descartes m James fueron los fi
Msofos más característicos de su respectiva época. Yo � tri
buiría más bien esa posición a Locke y Bergson, respectiva
mente, por lo menos en lo que se refiere a sus relaciones
con la ciencia de su tiempo. Locke desarrolló las líneas de
pensamiento que mantuvieron a la filosofía al ritmo ? e la
época; por ejemplo, acentuó las inv� caciones � la p� Ico�o
gía. Inauguró el períod�, que hizo ep o� a, �e �vestigacw
nes sobre problemas palpitantes de obJ etivo limitado. Indu
dablemente al hacerlo así, le inculcó a la filosofía algo del
antirracion�lismo de la ciencia. Pero la verdadera cimenta
ción de una metodología fructífera estriba en partir de aque
llos postulados claros que deben ser tenidos como últimos
en cuanto afecta a la ocasión en cuestión. La crítica de
esos postulados metodol�� icos se re�erva. � sí �ar� ?tra opor
tunidad. Locke descubno que la situacwn fJloso.fica lega�a
por Descartes implicaba los problemas de la epistemologia
y de la psicología.
179
. Bergson
mcas
introdujo en la filosofía las concepciones orgá
de la ciencia fisiológica, apartándose del modo más
completo posible del materialismo estático del siglo xvn. Su
protesta contra la espacialización lo es contra el prurito de
tomar la concepción newtoniana de la naturaleza como si
no f �era ot�·� cosa qu� una el;vada abstracción. Su pre
ten �I?o anh-mtelectuahsmo deoe ser interpretado en este
sentra� . En algunos aspectos acude a Descartes; pero no lo
hace sm acompañarse instintivamente del apoyo de la bio
logía moderna.
Hay otro motivo que justifica esta asociación de Locke
y; Bergs?n: En Locke debe buscarse el germen de una teo
n� org�mca de 1::; naturaleza. El profesor Gibson el I,
180
derada como ente por sí, es la prehensión en unidad de
los aspectos modulados del universo de aca:cimi�nto :; . . Su
conocimiento de sí misma, surge de su propia aphcabihdad
a las cosas cuyos aspectos prehende. Conoce el mundo como
un sistema de aplicabilidad mutua, y de esta suerte se ve a
sí misma como reflejada en otras cosas. Entre estas otras
cosas figuran muy especialmente las varias partes de su pro
pio cuerpo.
Es important e distinguir el módulo corporal, que dura, del
11 1.0
-
acaecimiento corporal, penetrado por el mo' d durab1ie, Y
de las partes del acaecimiento corporal. Las partes del ac� e
cimiento corporal son penetradas, a su vez, por sus propiOs
módulos durables, que constituyen elementos en el módulo
durable. Las partes del cuerpo son realmente porciones del
ambiente del acaecimiento corporal total, pero de tal suerte
relacionadas que sus aspectos �ut�ws, cada uno .d: e�l? s
en el otro, son peculiarmente e1ectivos en . la modific�cwn
del módulo de cada uno de ellos . Esto proviene del caracter
íntimo de la relación del todo con la parte. Así, el cuerpo
es una porción del ambiente para la parte, y ésta un.a por
ción del ambiente para el cuerpo; sólo ellos son particular
mente sensibles, cada uno a las modificaciones del otro. Esta
sensibilidad está dispuesta de suerte que la parte se ajusta
para preservar la estabilidad del módulo del cuerpo. Es un
ejemplo particular del ambiente propicio 9-ue proteg � al o.rga
nismo. La relación de la parte al todo tiene la reciprocidad
esnecial asociada a la noción de organismo, en que la parte
está para el todo; pero esta relación imi? era en toda la ? atu
raleza. sin que se inicie en el caso especml de los orgamsmos
más elevados.
A mayor abundamiento, examinando la cuestión como si
se tratara de un asunto de química, no hay necesidad . de
interpretar las acciones de cada molécula en un cuerpo VIVO
a base de su referencia particular exclusiva al módulo del
organismo vivo completo. Es cierto que toda molécul� es
afectada por el aspecto de su módulo en cuanto refleJa�o
en ella, de suerte que es de otra manera de como h�bna
sido si hubiese estado colocada en otro lugar. De Igual
modo, en algunas circunstancias puede un electrón ser esfé-
181
ri� o y en otras un volumen de forma oval. Este procedi
nuento de enfocar el problema, por lo que a la ciencia se
refiere, consiste simplemente en preguntar si las moléculas
presentan en los cuerpos vivos propiedades no observables
en medio de ,contornos
. o
inorgánicos. De iO'ual modo, en un
campo magnehco presenta el hierro maleable propiedades
que sólo latentes tiene en otros sitios. Las rápidas acciones
de auto-preservación de los cuerpos vivos -y también nues
tra experiencia de las acciones físicas de nuestros cuerpos
obedeciendo las determinaciones de nuestra voluntad- su
giere la modificación de las moléculas en el cuerpo como
r;�ultado del módulo total. Parece posible que haya leyes
fisiCas que expresen la modificación de los últimos or(J'anis
mos básicos cuando forman parte de organismos más �leva
dos con adecuada compacidad de módulo. Sin embargo, es
taría en perfecta consonancia con la acción empíricamente
o b
observada,
. de los ambientes, que fuesen ne(J'li(J'ibles los efec-
tos d m:ctos de los aspectos entre el cuerpo entero y sus
partes. Esperaríamos una transmisión. De este modo la
modificación del módulo total se transmitiría por medí; de
una serie de modificaciones de una serie descendente de par
tes, de suerte que finalmente la modificación de la célula
cambie su aspecto en la molécula, efectuando así una alte
ración correspondiente en la molécula o en algún ente
más sutil. Así, la cuestión que se plantea a la fisiología
es la de la física de las moléculas en células de diferentes
caracteres.
Ah �ra pod�IJ?-OS ver las relaciones entre la psicología, la fi
.
swlogia y la fisic� . �1 campo reservado a la psicología es pu
r::ne.nte el acae�ImH�nto considerado desde su propio punto
de vista. La umclad de este campo es la unidad de acaeci
n:ie�to. Pero es el acaecimiento en cuanto ente y no el acae
cmuento en cuanto suma de partes. Las relaciones de las
parte�, entre sí y con el todo, son sus aspectos, el que cada
una tiene para las demás. Para un observador externo, un
cuerpo es un agregado de los aspectos que para él tiene
el cuerpo en cuanto conjunto, y también del cuerpo en
cuanto suma de partes. Para el observador externo, son do
minantes, por lo menos para la cognición, los aspectos de la
182
forma y de los objetos-del-sentido. Pero también tenemos
que admitir la posibilidad de que descubramos en nosotros
aspectos de las mentalidades de organismos superiores. La
pretensión de que la cognición de mentalidades ajenas tenga
que efectuarse necesariamente por medio de inferencias in
directas de los aspectos de la forma y de los objetos-del-sen
tido, aparece como totalmente infundada a tenor de esta
filosofía del organismo. El principio fundamental es que
cualquier cosa que emerja a "actualidad", implanta sus as
pectos en todo acaecimiento individual.
A mayor abundamiento, incluso para la autocognición,
los aspectos de las p artes de nuestros propios cuerpos to
man en parte la forma de aspectos de la forma y de los
objetos-del-sentido. Pero esa parte del acaecimiento corpo
ral, con respecto al cual es asociada la mentalidad cognitiva,
es para sí el campo psicológico unitario. Sus ingredientes
no se refieren al acaecimiento mismo, sino que son aspectos
de lo que está más allá de ese acaecimiento. Así, el cono
cimiento de sí mismo, inherente al acaecimiento corporal,
es el conocimiento de sí mismo en cuanto unidad compleja
cuyos ingredientes abarcan toda la realidad más allá de él,
restringida por la limitación de sus módulos de aspectos.
Así, nos conocemos como una función de unificación de una
pluralidad de cosas que son ajenas a nosotros. La cognición
descubre un acaecimiento como siendo una actividad, como
organizando una coexistencia real de cosas ajenas. Pero este
campo psicológico no depende de su cognición, de suerte
que este campo sigue siendo un acaecimiento unitario en
cuanto abstraído de su autocognición.
En consecuencia, conciencia será la función del conocer.
Pero lo conocido es ya una prehensión de aspecto s del uni
verso real único. Estos aspectos lo son de otros acaecimien
tos en cuanto se modifican mutuamente, cada uno a los
demás; en el módulo de los aspectos, se hallan en su módulo
de estar mutuamente relacionados.
Los datos originarios en términos de los cuales el módulo
construye, son los aspectos de las formas, de los objetos
del-sentido y de otros objetos eternos cuya autoidentidad
no es dependiente del fluir de las cosas. Dondequiera que
183
e� o� objetos tengan acceso al fluir general, interpretan acae
Clill�n.tos, cada uno a los demás. En este caso están en el
perc1p1ente;. pero, siendo percibidos por él, le proporcionan
al�o del flmr total que está más allá de él. La relación de
SUJ.eto-objeto tiene su , origen en el doble papel de estos
obJetos eternos. Son modificaciones del sujeto, pero sólo
en su caracte, r de
� spectos de ? tros sujetos que se incor
p or�� a la comumdad del umverso. Así, ningún sujeto
Individual pued� tener realidad independiente, puesto que
es una, prehenswn , de aspectos limitad
os de sujetos aje
nos a el.
La �:ase técnica sujeto-objeto es un mal término para la
s:.tuacwn fundamental puesta de manifiesto en la experien
c.Ja. Es verdadero trasunto del "sujeto-predicado" aristoté
lico. P:�supone ya la doctrina metafísica de sujetos diver
sos c�hfJCados por. sus predicados privativos. Esta es la
d_octrma de los suJetos con mundos de experiencia priva
tivos. D� aceptarla no hay modo de escapar al solipsismo.
Lo esencial es que la frase "sujeto-objeto" indica un ente
fundamental subyacente a los objetos. Así, los "objetos",
de tal s :r erte con�ebido s, son simplemente los espíritus de
.
los predJC.ados aristotélicos. La situación primaria puesta
al desc�rb1erto en la experiencia cognitiva es "objeto-ecro
en. me �IO de objetos". Lo digo en el sentido de que el hecho
pnmar w es un mundo imparcial trascendente al "aquí
ahora" que señala al objeto-ego, y trascendente al "ahora"
que es el mundo espacial de realización simultánea. Es
un mundo que incluye la "actualización" del pa
sado l la potenciali�a� del futuro, junto con- el
munu? completo de la potencmhdad abstracta, el reino de
l?s o!J,J etos eternos, que trasciende .el curso positivo de rea
hzaewn, y halla ejemplificación en él y en comparación con
él. El �bjeto-ego, en cuanto aquí-ahora de la conciencia,
es consc1 �nte de su esencia experiente como constituída por
s:r estar mternamente relacionada con el mundo
de las rea
lidad�s Y con el de las ideas. Pero, estando así constitu ído,
el obJeto-ego se halla dentro del mundo de las realidades
'?' se presenta co�o :rn organismo que reclama el ingreso de
1deas para el des1gmo de esta su condición entre las reali-
184
dades. Debemos guardar para otra ocasión el tratamiento
de esta cuestión de la conciencia.
El punto que importa dilucidar a los efectos del presente
estudio, es que una filosofía de la naturaleza en cuanto. ?r
gánica, tiene que partir del extremo opuesto a �se reqms1to
de una filosofía materialista. El punto de partida del ma
terialismo son las sustancias de existencia independiente:
materia y espíritu. La materia .s,ufre modific� �iones de sus
relaciones externas de locomocwn, y el esprntu las sufre
de sus objetos contemplados. En esta teoría materialista
hay dos clases de sustancias ind�pendientes, calificada c�da
una de ellas por sus propias paswnes. El punto �e partida
del organicismo es el análisis � el proceso concermente .a la
rett1ización de acaecimientos dispuestos en una comumdad
entrelazada. El acaecimiento es la unidad de lo real de las
cosas. El módulo durable emergente es la estabilización
del logro emergente para que llegue a ser un hecho que re
tenga su identidad a través del proceso. Adviértase que la
durabilidad no es primariamente la propiedad de durar
más allá de sí mismo, sino la de durar dentro de sí mismo.
Quiero decir que la durabilidad es la propiedad de encon
trar reproducido su módulo en la� partes tempor�le� del
acaecimiento total. Es en este sentido que un acaec1m1ento
total lleva un módulo durable. Hay un valor intrínseco
idéntico para el todo y para su sucesión de p�rtes . . c?�
nición es el emerger -en alguna medida de realidad mdrvr
dualizada- del sustrato general de actividad, ponderando
ante sí la posibilidad, la "actualidad" y el de�i�nio. , .
Es icrualmente posible llegar a esta concepcwn orgamca
del m;ndo partiendo de las noc:ones fundamentales de la
física modérna en vez de hacerlo, como en los párrafos pre
cedentes, de la psicología y de la fisiología . . � en reali�ad
fué por este camino que llegué a, 1?-is conv1c;1.ones deb1�0
a mis propios estudios � e matemahca y de �IsJca matema
tica. La física matemátrca presupone, en pnmer lugar,. un
campo de actividad electromagnético que llena el espaciO Y
el tiempo. Las leyes que condicionan este campo �o . son
otra cosa que las condiciones observa�as por .la .a�tlvid!-ld
general del fluir del mundo, tal como este se md1vrduahza
185
e� l �s acaecimientos. En física, es una abstracción. La
c1encm hace caso omiso de lo que una cosa sea en sí. Sus
entes son estudiados meramente con respecto a su realidad
extríns :ca, es decir con respecto a los aspectos que en otras
cos �s .tienen. Pero la abstracción llega aún más allá, pues
lo umco que cuenta son los aspectos en otras cosas en
cuanto modificativos de las especificaciones espacio-temno
rales de las historias-de-la-vida de esas otras cosas. La r'ea
lidad intrínseca del observador es tenida en cuenta: me re
fiero a lo que el observador invoca para sí; por ejemplo, el
hecho de que vea azul o rojo, figura en las aserciones cien
tíficas, pero en realidad no el rojo que el observador ve: lo
q.ue �uenta e � simplemente la mera diversidad de las expe
n �ncias de . roJ ? del observador con respecto a todas sus de
ma s experrencias. Por consiguiente, el carácter intrínseco
d�l observador sólo es de aplicación en orden a fijar la indi
VIdualidad autoidéntica de los entes físicos. Estos entes
son considerados sólo como factores que fijan las rutas en
el espac:o y en el tiempo de las historias-de-la-vida de los
entes durables.
La terminología de la física se deriva de las ideas mate
rialistas del siglo xvrr; pero yo encuentro que con todo 'y su
e ;trem � a.bstracción, lo que realmente presupone es la teo
na orgamca de los aspectos tal como nosotros la hemos
expues�o anterjo �mente. Examinemos, en primer lugar,
cualqUier acaecimiento en el espacio vacío, significando en
este caso la palabra "vacío", desprovisto de electrones o
proto �e � u otra forma cualquiera de carga eléctrica. Un
acaecimiento como ése tiene tres funciones en la física: pri
mera: es la e �cena efectiva de una contingencia de energía,
ya c.omo habztáculo de ésta, ya como lugar de una corriente
particular de energía; sea como fuere, en esta función la ener
gía . está allí, bien como localizada en el espacio durante
el tiempo en c�es�ión, bien corriendo por el espacio. Se
gunda: el acaecimiento es un eslabón necesario en el mó
dulo de transmisión, por medio del cual el carácter de todo
aco?- tecimiento recibe alguna modificación proveniente del
c �r11;cter de cualquier otro acaecimiento. Tercera: el acae
cnmento es el repositorio de una posibilidad en orden a lo
186
que le ocurriría a un�. car�a el�.ctrica, sea por vía de d�!or
mación 0 de locomocwn , si se mera el caso de que estm 1ese
allí. . . , ". ,
Si modificamos nuestra suposiciOn f!Jandonos .en �n
acaecimiento que incluya en sí una porción de �a hls�ona
de-la-vida de una carga eléctrica, entonces subsiste . a.u.n el
análisis de sus tres funciones, excepto que la pos;� :l:dad
implicada en la terce�a s � .ha transf?r.n:ado ahor,� en a.clu�:
lidad". En esta susbtucwn de pos1b1hdad por actualidad
obtenemos la distinción entre acaecimientos vacíos Y acae
cimientos ocupados.
Volviendo a 1os acaecimien�os vací? s, ;wt�mos en ;:l}os
la falta de la individualidad del contemdo I.nt:mseco. -n L: IJan
donos en la primera función de un acaecimien to vaCio, .la
de ser un habi,t áculo de energía, notamos que n o hay d1s :
,
criminación de una porción individual de energ1a sobre SI
está ubicada localmente o constituye un elemento de . la
corriente. Hay simplemente una determinació;r .cuantit�tiva
de actividad. sin individualización de la actiVJdad misma.
Esta falta d� individualización resulta aun m.ás . patente �n
las funciones segunda y tercera. Un . acaec1m1.ent? . vac1?
es alguna cosa en sí, pero no logra realizar una mdividu�h
dad d e contenido que sea estable. Por lo que a su cont�mdo
se refiere, el acaecimiento vacío es un el�mento realizado
en un esquema general de actividad orgamzada. . .
Alguna calificación se requiere cu�� ?o el acaec!mwn�.o
vacío está en la escena de la transmision de un tr-..n , den
nido de rcnetidas formas de ondas. Hay ahora un . m? dulo
definido qiie sigue siendo permanente e� el aca.e�1m1;nto.
Pero es individualidad sin el menor deJ ? de ong�nahdad,
puesto que es meramente una permanencia pro;emente ex
clusivamente de la implicación de un acaecimiento en un
esquema de modulación más amplio. . .
Pasando ahora al examen de un acaecimiento ocupado,
el electrón tiene una individualidad determin� d� . Puede se
guírsele a través de una :ariedad de aca.ecimientos en el
curso de su historia-de-la-vida. Una coleccwn . de electrones
junto con las análogas cargas de electricidad posi�h: a, forma
un cuerpo tal como los que ordinariamente perc1b1mos. El
187
cu �rpo más simple de esta clase es una molécula, y una
serie de moléculas forma un trozo de materia ordinaria,
como una silla o una piedra. Así, una carga de electricidad
es la marca de la individualidad de contenido, en calidad
de añadida a la individ11alid:J.d de un acaecimiento en sí.
Esta individualidad de contenido es el punto fuerte d e la
doc trina materialista.
Sin embargo, es susceptible de ser igualmente bien expli
cado a base de la teoría del organicismo. Si nos fijamos en
la función de la carga eléctrica, observamos que su papel
es marcar la originación de un módulo que es transmitido
por el espacio y el tiempo. Es la llave de algún módulo
particular. Por ejemplo : el campo de fuerzas de todo acae
cimiento debe interpretarse prestando atención a las con
tingencias de los electrones y protones, y lo propio cabe de
cir d e las conientes y distribuciones de energía . Además,
las ondas eléctricas se originan en las contingencias vibra
torias de estas cargas. Así, el módulo transmitido debe
ser concebido con el fluir de aspectos a través del espacio
y del tiempo, derivado e e la historia-de-la-vida de la carga
atómica. La individualización de la carga surge por una
conjunción de dos caracteres: en primer lugar, por la con
tinuada identidad de su modo de funcionar como llave para
la determinación de una difusión de módulo, y, en segundo
lugar, por la unidad y continuidad de su historia-de-la-vida.
. Podemos concluir, por consiguiente, que la teoría orgá
mca representa directamente lo que la física supone efec
tivamente acerca de sus entes últimos. Advertimos también
la completa futilidad de estos entes si se les concibe como
individuos plenamente concretos. Por lo que a la física
se refiere, su ocupación se agota en moverse entre sí, y fuera
d e esta función carecen de realidad. Para la física muy par
_
ticularmente, no existe realidad intrínseca.
Es evidente que la fundamentación de la filosofía en el
presupuesto de organismo debe retrotraerse a Leibniz1. Sus
mónadas son para él los entes últimamente reales. Pero
188
retuvo las sustancias cartesianas con sus pasiones califica
tivas, como igualmente expresivas, a su juicio, de la carac
_ _
terización final de las cosas reales. Por cons1gmente, se
gún él, no hay realidad concreta de las relaci.ones i�t�rnas.
En consecuencia, maneja dos puntos de v1sta d1stmtos.
Uno de el1os era que el ente real final es una actividad orga
nizadora que funde ingredientes en una unidad, de suerte
que esta unidad es la realidad. El otro punto de vista es
que los entes reales finales son sustancias soportes de cua
lidades. El primer punto de vista depende de que se acep
ten relaciones internas que mantengan unida a toda la rea
lidad. El segundo es incompatible con la realidad de seme
jantes relaciones. Para combinar estos dos puntos de vista,
sus mónadas estuvieron, por ello, desprovistas de venta
nas, y sus pasiones se limitaban a reflejar el universo por
el ajuste divino de una armonía preestablecida. Este siste
ma presupone, pues, un agregado de entes independientes.
No disti;rrue el acaecimiento en cuanto unidad de expe
riencia, d�l organismo durable en cuanto estabilización
suva
" en importancia, ni del organismo cognitivo en cuan
to expresivo de una condición más completa de indivi
dualización. Tampoco admite las relaciones de varios tér
minos, que relacionen de diversos modos con acaecimientos
distintos los datos de los sentidos. Estas relaciones de
varios términos son virtualmente las perspectivas que ad
mite Leibniz, pero sólo con la condición de que sean
puramente cualidades de las mónadas organizadoras. La
dificultad surge realmente de la aceptación indiscutible de
la noción de locación simple como fundamental para es
pacio y tiempo, y de la aceptación de la noción de sustan
cia individual independiente como fundamental para un
ente real. El único camino que le quedaba abierto a Leibniz
era, pues, el mismo que luego tomó Berkeley (en una inter
pretación corriente ele su significado) , a saber: una invoca
ción a un Deu.s ex machina capaz de elevarse por encima de
las dificultades de la metafísica.
Del mismo modo que Descartes introduj era la tradición
del pensamiento que mantuvo la filosofía subsiguiente en
algún grado de contacto con el movimiento científico, in-
189
tradujo Leibniz la tradición alternativa de que los entes,
que son las últimas cosas reales, son en algún sentido pro
cedimientos de organización. Esta tradición ha sido la pie
dra fundamental de las grandes realizaciones de la filosofía
alemana. Kant refleja las dos tradiciones, que en él se
hallan superpuestas. A pesar de ser él un hombre de ciencia,
las escuelas que de él arrancan sólo muy débil influjo ejer
cieron en la mentalidad del mundo científico. Les estaba
reservada a las escuelas filosóficas de nuestro siglo la misión
de hacer confluir las dos corrientes en una e:x.-presión del
cuadro del mundo derivado de la ciencia, poniendo con ello
término al divorcio de la ciencia con respecto a las afirma
ciones de nuestras experiencias estéticas y éticas.
190
CAPÍTULO X
AlJSTRACCIÓ N
191
\
192
referente a ideales. Es el fundamento de la posición meta
física que yo sustento, de que �1 enten�imie�to de la "ac
tualidad" requiere una referencia a la 1deal�dad . . Los dos
re:nos son intrínsecamente inherentes a la situacion , meta
fí �ica total. La verdad de que alguna proposición respe.cto
de una ocasión real sea falsa, puede expresar la verdad '_'Ita,�
referente a un acierto estético. Expresa la "gran negativa
que es su característica primaria. Un acaecimiento es � e
cisivo en proporción a la importa_ncia. 9-ue tengan (par� el)
.
sus proposiciones falsas: su aphcabih�a� al acaecim�ento
no puede disociarse de lo que el acaecimiento es en SI por
l
o
vía de loaro. Estos entes trascendentes han si'do cal't' I.ICaaos
•
'
de "universales". Prefiero usar el termmo ' t os etern? e""
u ob Je
193
ocaswn real. Esta contribución única es idéntica para to
das esas ocasiones con respecto al hecho de que en todos
los modos de ingreso el objeto es precisamente su mismo
idéntico. Pero varía de una ocasión a otra con respecto a
las diferencias de sus modos de ingreso. Así, la condición
metafísica de un objeto eterno es la de una posibilidad pa
ra una realidad. Toda ocasión real es definida con relación
a su carácter por la manera en que esas posibilidades son
"actualizadas" para esa ocasión. Así, "actualización" es
una selección entre posibilidades, o, para decirlo más exac
tamente, una selección que se resuelve en una gradación
de posibilidades con respecto a su realización. er; �sa oca
sión. Esta conclusión nos lleva al segundo prmc1p10 meta
físico: un objeto eterno, considerado como un ente abstr:;tcto,
no puede ser divorciado de su referencia a otros obJetos
eternos ni de su referen!"!ia a la "actualidad" en general;
aunque esté desconectado de sus modos reales de ingreso
en ocasiones reales definidas. Este principio se expresa con
la afirmación de que todo objeto eterno tiene una "esen
cia relacional". Esta esencia relacional determina cómo
es posible para el objeto el tener ingreso en ocasiones
reales.
Dicho con otras palabras: si A es un objeto ete�no, lo
que A es en sí implica la condición de A en el umverso,
y A no puede ser divorciado de esta condición. En la esen
cia de A se halla un estar determinado en cuanto a las rela
ciones de A con otros objetos eternos, y un no estar deter
minado en cuanto a las relaciones de A con ocasiones reales.
Dado que las relaciones de A con otros objetos eternos se
hallan determinadamente en la esencia de A, se sigue que
son relaciones internas. Quiero decir con esto que estas re
laciones son constitutivas de A, puesto que un ente que
esté en relaciones internas carece de ser como ente que no
esté en estas relaciones. Dicho con otras palabras: una vez
con relaciones internas, siempre con relaciones internas.
Las relaciones internas de A forman en su conjunto la sig
nificación de A .
Por otra p arte, u n ente no puede estar e n relaciones ex
ternas a menos que en su esencia haya un estar indeter-
194
minado que le haga susceptible de sufrir esas relaciones
externas. El significado del término "posibilidad" en cuanto
aplicado a A es simplemente que en la esencia de A se halla
una capacidad de sufrir relaciones con ocasiones reales.
Las relaciones de A con una ocasión real son simplemente
cómo ]as relaciones eternas de A con otros objetos eter
nos están escalonadas con respecto a su realización en esa
ocasión.
Así, el principio general que expresa el ingreso de A en la
ocasión real particular a, es el estar indeterminado que se
halla en la esencia de A con respecto a su ingreso en a,
y es el estar determinado que se halla en la esencia de a con
respecto al ingreso de A en a. Así, la prehensión sinté
tica que es a, es la solución del estar indeterminado
de A en el estar determinado de a. D e ahí que la re
lación entre A y a sea externa con respecto a A e in
terna con respecto a a. Toda ocasión real a es la solución
de todas las modalidades en ingresiones categóricas reales:
verdad y falsedad ocupan el sitio de la posibilidad. El in
greso completo de A en a. es expresado por todas las propo
siciones verdaderas que hay sobre A y a, y también -puede
ser- sobre otras cosas.
El determinado estar relacionado del objeto eterno A con
cualquier otro objeto eterno es cómo A está, sistemática
mente y por la necesidad de su naturaleza, relacionado con
todo otro objeto eterno. Ese estar relacionado representa
una posibilidad de realización. Pero una relación es un
hecho que afecta a todos los relata implicados, y no puede
ser aislado como si sólo implicara a uno de los relata. Por
consiguiente, hay un hecho general de estar relacionado
mutuamente de un modo sistemático, que es inherente al
carácter de la posibilidad. El reino de los objetos eternos
está descrito en propiedad como un "reino" porque todo
objeto eterno tiene su condición en este complejo sistemá
tico general de estar relacionado mutuamente.
En cuanto al ingreso de A en una ocasión real a,
las relaciones mutuas de A con otros objetos eternos, en
esta forma escalonada de realización, requieren para su ex
presión una referencia a la condición de A y de los demás
195
objetos eternos de la relación espacio-temporal. Además,
esta condición no puede ser expresada (a este propósito)
sin una referencia a la condición de a y de otras ocasiones
reales de la misma relación espacio-temporal. Por consi
guiente, la relación espacio-temporal en cuyos términos ha
de ser expresada la marcha efectiva de los acaecimientos,
no es más que una limitación selectiva dentro de las rela
ciones sistemáticas generales entre los objetos eternos. En
tiendo por "limitación", en cuanto aplicada
· al continuo es
pacio-temporal, las determinaciones de circunstancias ele
hecho, tales como las tres dimensiones del espacio y las cua
tro dimensiones del continuo espacio-temporal, inherentes a
la marcha efectiva ele los acaecimiento s pero que se pre
sentan como arbitrarias con respecto a una posibilidad más
abstracta. El estudio ele estas limitaciones general:;s en la
base ele las cosas reales, en cuanto distinta de la limitación
peculiar ele cada ocasión real, será reanudado más plena
mente en el capítulo dedicado a "Dios".
Por otra parte la condición de toda posibilidad con rela
ción a la "actualidad" requiere una referencia a este conti
nuo espacio-temporal. En todo estudio particular de una
posibilidad, cabe concebir que este continuo sea trascendi
do. Pero siempre que haya una referencia definida a la
"actualidad", se requiere el cómo definido de trascendencia
de ese continuo espacio-temporal. Así, primariamente, el
continuo espacio-temporal es un lugar de posibilidad rela
cional, elegido de entre el reino más general de la relación
sistemática. Este lugar limitado de posibilidad relacional,
e1.-presa una limitación de posibilidad inherente al sistema
gene<·al del proceso de realización. Cualquier posibilidad
que sea coherente en general con ese sistema, cae dentro de
esta limitación. Además , cuanto abstraídamente sea posible
en relación con el curso general de los acaecimientos -en
. cuanto distinto de las limitaciones particulares provocadas
por ocasiones particulares-, llena el continuo espacio-tem
poral en toda situación espacial alternativa y en todos los
tie!npos alternativos.
Fundamentalmente, el continuo espacio-temporal es el
sistema general de estar relacionadas todas las posibilidades,
196
siempre que ese sistema esté limitado por su aplicabilidad
a la "actualidad", :puesto que posibilidad es aquello en que
cabe un logro, haciendo caso omiso de si este logro lleaa b a
producirse.
Ya hemos insistido en que una ocasión real debe ser
co�ce?!da a modo de limitación, y que este proceso de li
miL� cwn puede ser caracterízado siempre como una gra
.
d.acwn. Esta característica de una ocasión real (a, por
eJ emplo) requiere ulterior dilucidación: un estar indeter
�inado se halla en .l� esencia de. tod� objeto eterno (A, por
eJ emplo) . La . ? caswn rea� a smtetiza en sí todo objeto
eterno, y, hac1endolo asr,, mcluye el estar relacionado com
Jil�to de .c1 con respecto a todo otro objeto eterno o serie de
obJetos eternos. Esta síntesis es una limitación de realiza
ción aunque no de contenido. Toda relación mantiene su
auto-identidad inherente. Pero grados de entrada en esta
síntesis son inherentes a toda ocasión real, tal como a. Es
tos grados sólo pueden ser expresado s como aplicabilidad
de v:alor. �sta aplicabilidad de valor varía -al comparar
ocasiOnes drferentes- de grado desde la inclusión de la
ese?�ia individual de A a fuer de elemento en la síntesis
estehca (en algún grado de inclusión) hasta el grado ínfimo
que es la exclusión de la esencia individual ele A a título
ele elemento de la síntesis estética. lVIientras esté en este
grado ínfimo, toda relación determinada de A es un mero
ingrediente de la ocasión con respecto al determinado có
mo �sta relaci¿n sea una alte;:r:ativa incumplida, no pro
porciOnando nmgun . valor estetlco, salvo el de constituir
u� elemento del sustrato sistemático ele contenido incum
plido. En un grado más elevado, puede quedar incumplido '
pero ser ele aplicabilidad estéticamente.
Así, concebido simplemente con respecto a sus relaciones
con otros objetos eternos, A es "A concebido como no-sien
do", en donde "no siendo" significa "abstraído del hecho de
t�rminado de inclusiones en acaecimientos reales y ele exclu
swn:s ele tales acaecimientos". Por otra parte, "A en cuanto
no-swndo con respecto a una ocasión definida a" significa
que en todas sus relaciones determinadas A está excluído de
a. Además, "A en cuanto siendo con respecto a a" significa
197
que en algunas de sus relaciones determinadas A está incluí
do en a. Pero puede no haber ninguna ocasión que incluya
a A en todas sus relaciones determinadas, puesto que al
gunas de estas relaciones son contrarias. Así, en atención a
las relaciones excluídas, A será A no-siendo en a, incluso
si en atención a otras relaciones A sea A siendo en a. En
este sentido, toda ocasión es una síntesis de siendo y no
siendo. Además, aunque algunos objetos eternos estén sinte
tizados en una ocasión simplemente quá no-siendo, todo ob
jeto eterno sintetizado quá siendo es sintetizado también qua
no-siendo. "Siendo" significa en este caso "individualmente
efectivo en la síntesis estética". La "síntesis estética" es,
pues, la "síntesis experiente" vista como autocreativa, con
las limitaciones que le impone su estar relacionada con todas
las demás ocasiones reales. De esta suerte llegamos a la con
clusión -que ya habíamos enunciado anteriormente- de
que el hecho general de la prehensión sintética de todos los
objetos eternos en todas las ocasiones, ostenta el doble as
pecto del indeterminado estar relacionado de todo objeto
con ocasiones en general y de su determinado estar relacio
nado con cada ocasión particular. Esta afirmación com
pendia el relato de cómo son posibles las relaciones exter
nas. Pero este relato depende de que el continuo espacio
temporal se emancipe de su mera implicación en ocasiones
reales -según la explicación usual- y de que sea presen
tado en su proveniencia de la naturaleza general de la po
sibilidad abstracta, en cuanto limitada por el carácter ge
neral de la marcha efectiva de los acaecimientos.
La dificultad que plantean las relaciones internas es la
de explicar cómo es posible cualquier verdad particular.
Hasta donde haya relaciones internas, cualquier cosa debe
rá depender de cualquier otra cosa. Pero si tal es el caso,
no podremos saber de cualquier cosa hasta que no sepamos
igualmente de cualquier otra cosa. En apariencia, por con
siguiente, nos encontramos sometidos a la necesidad de de
cirlo todo de una vez. Esta presunta necesidad es notoria
mente falsa. En consecuencia, nos corresponde explicar
cómo puede haber relaciones internas en vista de que ad
mitimos verdades finitas.
198
Puesto que las ocasiones reales son selecciones del reino
de las posibilidades, la explicación última de cómo las oca
siones reales tienen el carácter general que tienen, debe bus
carse en un análisis del carácter general del reino de la posi
bilidad.
El carácter analítico del reino de los objetos eternos es
la primera verdad metafísica que le concierne. Por este ca
rácter entendemos que la condición de todo objeto eterno
A en este reino es susceptible de análisis hasta un número
indefinido de relaciones subordinadas de alcance limitado.
Por ejemplo, si B y C son otros dos objetos eternos, hay
entonce� al�una relación perfectamente definida R (A, B,
C) que rmphca solamente A, B, C, para no requerir la men
ción de otros objetos eternos definidos en la calidad de
relata. Desde luego, la relación R (A, B, C) puede abarcar
relaciones subordinadas que sean, a su vez, objetos eter
nos, y la propia R (A, B, C) es también un objeto eterno.
También habrá otras relaciones que en el mismo sentido
abarquen solamente A, B, C. Nos corresponde examinar
ahora cómo, habida cuenta del interno estar relacionados
de los objetos eternos, es posible esta relación limitada
R (A, B, C).
La razón de la existencia de relaciones finitas en el reino
de los objetos eternos, es que las relaciones de estos obje
tos entre ellos son enteramente inselectivas y sistemática
mente completas. Estamos estudiando la posibilidad, de
suerte que toda relación que sea posible se encuentra por
ende en el reino de la posibilidad. Todas estas relaciones
de cada uno de los objetos eternos se funda en la condición
perfectamente definida de ese objeto en cuestión en cuanto
relatum en el esquema general de la relación. Esta condi
ción definida es lo que yo he calificado de "esencia relacio
nal" del . objeto. Esta esencia relacional es determinable por
refe.ren;Ia a ese s?lo objeto y no requiere referencia alguna
a nmgun otro obJeto, salvo aquellos específicamente impli
cados en la esencia individual de aquel objeto cuando esa
esencia es compleja (como vamos a explicar inmediatamen
te) . El significado de las palabras "todo" y "algún" dima
na de este principio; es decir, el significado de la "varia-
199
ble" en lógica. Todo el princ1p10 estriba en que una
particular determinación puede ser hecha del cómo de al
guna relación definida de un objeto eterno definido A con
un ntl.mero definido n de otros objetos eternos, sin ninguna
determinación de los otros n objetos, X1o X2, • X,., salvo
• •
200
común a todas las ocasiones reales, y la actividad sintética
que prehende la posibilidad sin valor en el valor informado
superyacente, es la actividad sustancial. Esta actividad
sustancial es la que es omitida en todo análisis de los
factores estáticos de la situación metafísica. Los elementos
analizados de la situación son los atributos de la actividad
sustancial.
La dificultad inherente al concepto de relaciones inter
nas finitas entre objetos eternos, es obviada de este suerte
por medio de dos principios metafísicos: (r) el de que las
relaciones de todo objeto eterno A, consideradas corno cons
titutivas de A, abarcan simplemente otros objetos eternos
a título de meros 1·elata sin referencia a sus esencias indi
viduales, y (rr) el de que la divisibilidad de la relación ge
neral de A en una multiplicidad de relaciones finitas de A
se halla, por consiguiente, en la esencia de ese objeto eter
no. Es evidente que el segundo principio depende del
primero. Entender A es entender el cómo de un esquema
general de relación. Este esquema de relación no requiere
para ser comprendido la unicidad individual de los demás
relata. Este esquema se revela también susceptible de ser
analizado en una multiplicidad de relaciones limitadas que
tienen su individualidad propia, y, sin embargo, presupone
al propio tiempo la relación total dentro de la posibilidad.
Con respecto a la "actualidad", hay, en primer lugar, la
limitación general de las relaciones, que reduce este esquema
general ilimitado al esquema espacio-temporal cuatridimen
sional. Este esquema espacio-temporal es, por decirlo así,
la máxima medida común de los esquemas de relación (en
cuanto limitados por la "actualidad") inherente a todos los
objetos eternos. Esto quiere decir que el cómo relaciones
selectas de un objeto eterno (A) sean realizadas en toda
ocasión real, es explicable siempre a base de expresar la
condición de A con respecto a este esquema espacio-tempo
ral y expresando en este esquema la relación de la ocasión
real con otras ocasiones reales. Una relación finita definida
que abarque los objetos eternos definidos de una serie li
mitada de tales objetos, es, a su vez, un objeto eterno : es
esos objetos eternos en cuanto en esa relación. Calificaré
201
de "complejo" a un objeto eterno de esta índole. Los ob
jetos eternos que son los relata en un objeto eterno com
plejo, serán calificados de "componentes" de ese objeto
eterno. Además, si algunos de estos relata son, a su vez,
complejos, sus componentes serán designados con la frase
"componentes derivativos" del objeto complejo original.
Por otra parte, los componentes de componentes derivati
vos serán llamados también componentes derivativos del
objeto original. De esta suerte, la complejidad de un obje
to eterno significa que es analizable en una relación de ob
jetos eternos componentes. Además, el análisis del esquema
general del estar relacionados los objetos eternos significa
su exhibición a modo de multiplicidad de objetos eternos
complejos. Un objeto eterno tal como un definido matiz
de verde, no susceptible de ser analizado en una relación
de componentes, será llamado "simple".
Ahora estamos en condiciones de explicar cómo el ca
rácter analítico del reino de los objetos eternos permite un
análisis de ese reino en grados.
En el grado ínfimo de Jos objetos eternos hay que situar
aquellos objetos cuyas esencias individuales son simples.
Este es el grado cero de complejidad. A continuación exa
minamos toda serie de esos objetos, finita o infinita, en
cuanto al número de sus miembros. Examinemos, por ejem
plo, la serie de tres objetos eternos, A, B, C, ninguno de los
cuales es complejo. Designemos por R (A, B, C) algún po
sible estar relacionados de A, B, C. Para tomar un ejemplo
simple: A , B, C, pueden ser tres colores definidos con el
estar relacionadas espacio-temporalmente entre sí tres caras
de un tetraedro regular dondequiera y en cualquier tiem
po. Entonces R (A, B, C) es otro objeto eterno del grado
complejo ínfimo. Análogamente, hay objetos eternos de
grados sucesivamente más elevados. Con respecto a todo
objeto eterno complejo S (D 1 , D2) , los objetos eter
• • •
206
con un grado bajo nos apartamos de ella. En consecuencia,
los objetos eternos simples representan el extremo de una
abstracción de una ocasión real; en cambio, los objetos eter
nos simples representan el mínimum de abstracción del reino
áe la posibilidad. Habrá que convenir, pues, a mi juicio,
que cuando se habla de un alto grado de abstracción, lo
que de ordinario se entiende es la abstracción del reino de
la posibilidad; dicho con otras palabras : construcción ló
gica elaborada.
Hasta aquí me he limitado a estudiar una ocasión real
desde el lado de su plena concretez. Es el lado de la ocasión
en virtud del cual es un acaecimiento de la naturaleza.
Pero un acaecimiento natural es, en este sentido del térmi
no, únicamente una abstracción de una ocasión real com
pleta. Una ocasión completa abarca lo que en la experiencia
cognitiva toma la forma de recuerdo, anticipación, imagi
nación y pensamiento. Estos elementos de una ocasión
experiente son, pues, modos de inclusión de objetos eternos
complejos en la prehensión sintética, a modo de elementos
del valor emergente. Difieren de la concrctez de la inclusión
plena. En un sentido es inexplicable esa diferencia, puesto
que todo modo de inclusión es sui géneris, no susceptible de
ser explicado en términos de ninguna otra cosa. Pero hay
una diferencia común que distingue estos modos de inclu
sión de la ingresión concreta plena que ha sido estudiada.
Esta diferencia es la 1·udeza. Entiendo por "rudeza" que lo
recordado, anticipado, imaginado o pensado, se agota en un
concepto complejo finito. En cada caso hay un objeto eter
no finito prehendido dentro de la ocasión a modo de vértice
de una jerarquía finita. Este irrumpir de una ilimitabilidad
real es lo que en toda ocasión señala lo acotado mentalmen
te de lo que pertenece al acaecimiento físico a que se refie
re el funcionamiento mental.
En general parece haber alguna pérdida de vivacidad
en la aprehensión de los objetos eternos afectados; por
ejemplo, Hume habla de "copias vagas". Pero esta vague
dad parece ser un fundamento de diferenciación muy insegu
ro. No pocas veces cosas realizadas en el pensamiento están
dotadas de mayor vivacidad que las mismas cosas en la
207
e)l.l_)eriencia física en que no se presta atención. Pero las
cosas aprehendidas en calidad de mentales están siempre su
j etas a la condición de que nos detengamos cuando intente
mos explorar en sus relaciones realizadas grados de compleji
dad siempre más elevados. Siempre encontramos que hemos
pensado exactamente -sea lo que fuere- pero no en más.
Hay una limitación que rebasa el concepto finito de grados
más elevados de complejidad iEmitable.
Así, una ocasión real es una prehensión de una j erarquía
infinita (su j erarquía asociada) junto con varias jerarquías
finitas. La síntesis en la ocasión de la j erarquía infinita es
según su modo específico de realización, y la de las j erar
quías finitas según los otros varios modos específicos de
realización. Hay un principio metafísico esencial para la
coherencia racional de este relato del carácter general de
una ocasión experiente. Es el principio que yo califico de
"Traslucidez de la Realización", entendiendo por ello que
todo objeto eterno es exactamente él mismo en cualquier
modo de realización en que esté incluído. No puede haber
falseamiento de la esencia individual sin que con ello se
produzca un objeto eterno diferente. En la esencia de todo
objeto eterno existe una indeterminación que e)l.l_)resa su
tolerabilidad indiferente por cualquier modo de ingreso en
cualquier ocasión real. Así, en la experiencia cognitiva, pue
de haber la cognición del mismo objeto eterno que en la
misma ocasión que tiene ingreso con implicación en más de
un grado de realización. Así, la traslucidez de realización
y la posible multiplicidad de modos de ingreso en la misma
ocasión, forman , conjuntamente, el fundamento de la teo
ría de la correspondencia de la verdad.
En este relato de una ocasión real en términos de su co
nexión con el reino de los objetos eternos , hemos retrocedi
do a la marcha de nuestro pensamiento en el capítulo
segundo, en que examinábamos la naturaleza de las ma
temáticas. La idea atribuída a Pitágoras debe ser amplia
da, y puesta en primer plano como capítulo primero de la
metafísica. El capítulo próximo tratará del hecho enigmá
tico de que hay un curso real de a.caecimientos que en sí es
un hecho limitado, en que, metafísicamente hablando, po-
208
?ría �abe.r sido de otra manera. Pero se omiten otras
mveshgacwnes n;eta.f� sicas -por ejemplo: epistemológi
,
�as-, Y la clasificacwn de algunos elementos en el mundo
msondable del campo de la posibilidad. Este último tema
lleva . a la m�tafí �ica a la vista de los temas especiales de
las diversas c1encms.
209
CAPÍTl:JLO XI
DIOS
210
más allá que Aristóteles. Pero su conclusión representa, sí,
un primer paso sin el cual ningún testimonio apoyado en
una base e)l.-periencial más precisa puede servir de mucho
al configurar la concepción, puesto que nada, dentro de un
tipo de experiencia cualquiera, puede informarnos para con
figurar nuestras ideas de cualquier ente que esté en la base
de las cosas reales, a menos que el carácter general de las
cosas requiera que haya un ente semejante.
La frase Primer JYiotor nos revela que el pensamiento de
Aristóteles era cautivo de los detalles de una física errónea
y de una cosmología errónea. En la física de Aristóteles se
requerían causas especiales para sostener los movimientos
de las cosas materiales. Estas podían encajar perfectamente
en su sistema con la condición de que los movimientos cós
micos generales pudieran ser sostenidos, pues en tal caso, en
relación con el sistema de acción general, toda cosa habría
sido dotada de su fin verdadero. De ahí la necesidad de
un Primer lVIotor que sostenga los movimientos de las es
feras de que depende el ajuste de las cosas. Hoy desecha
mos la física de Aristóteles y la cosmología aristotélica, de
suerte que queda francamente en crisis la forma exacta del
argumento mencionado. Pero si nuestra metafísica gene
ral fuese de algún modo similar a la esbozada en el capítulo
anterior, se plantea un problema metafísico análogo que
sólo de un modo análogo puede resolverse. En lugar del
Dios de Aristóteles como Primer I\íotor, necesitamos un
Dios como Principio de Concreción. Esta tesis sólo puede
ser comprobada estudiando la implicación general del cur
so de las ocasiones reales, es decir, del proceso de reali
zación.
Concebimos la "actualidad" como en relación esencial con
alguna posibilidad insondeable. Los objetos eternos dan for
ma a las ocasiones reales con módulos hieráticos, incluídos y
excluídos en toda variedad de discriminación. Otra visión de
la misma verdad es que toda ocasión real es una limitación
impuesta a la posibilidad, y que en virtud de esta limita
ción surge el valor particular de ese conjunto configurado
de cosas. D e este modo expresamos cómo una ocasión sin
gular debe ser vista en términos de posibilidad, :l cómo la
211
posibilidad debe ser vista en términos de una ocaswn real
singular. Pero no hay ocasiones singulares en el sentido de
ocasiones aisladas. La "actualidad" es por doquiera coexis
tencia: coexistencia de objetos eternos de otra suerte aislados,
y coexistencia de todas las ocasiones reales. J\:Ii tarea en este
capítulo es describir la unidad de las ocasiones reales. El
capítulo anterior concentró su interés en lo abstracto; el
presente se ocupa de lo concreto, es decir, de lo que se ha
generado conjuntamente.
Examinemos una ocasión a: hemos de enumerar cómo
a,
otras ocasiones reales están en en el sentido de que sus
a
relaciones con son constitutivas de la esencia de a. Ade
más, de momento, excluyo la experiencia cognitiva. La
contestación completa a esta cuestión es que las relaciones
entre ocasiones reales son tan insondeables en su variedad
de tipos como lo son las que hay entre los objetos eternos
en el reino de la abstracción. Pero hay tipos fundamentales
de esas relaciones en términos de las cuales puede encon
trar su descripción el complejo íntegro.
Requisito previo para entender estos tipos de entrada (de
una ocasión en la esencia de otra) es advertir que están
implicados en los modos de realización de las jerarquías
abstractivas, ya examinados en el capítulo anterior. Las
relaciones espacio-temporales implicadas en estas jerarquías
como realizadas en a, tienen todas una definición en térmi
nos de a y de las ocasiones que entran en a. Así, las oca
siOnes entrantes imprimen sus aspectos a las jerarquías, con
virtiendo de esta suerte en determinaciones categóricas a
las modalidades espacio-temporales, y las jerarquías im
primen sus formas a las ocasiones de ser entrantes sólo en
estas formas. Así, del mismo modo (como vimos en el ca
pítulo anterior) que toda ocasión es una síntesis de todos
los objetos eternos con la limitación de las gradaciones de
"actualidad", también toda ocasión es una síntesis de to
das las ocasiones con la limitación de las gradaciones de ti
pos de entrada. Toda ocasión sintetiza la totalidad de
contenido con su propia limitación de modo.
Con resoecto a estos tipos de relación interna entre a
216
periencias. Distintos son los nombres dados en cada caso:
Jehová, Alá, Brahma, Padre de los Cielos, Ordenador de los
Cielos, Causa Primera, Ser Supremo, Fortuna. Cada nom
bre corresponde a un sistema de pensamiento derivado de
la experiencia de los que lo usaron.
Entre los filósofos medioevales y modernos, ansiosos por
establecer la significación religiosa de Dios, se ha impuesto
la lamentable costumbre de prodigarle atenciones metafísi
cas. Ha sido concebido como el fundamento de la situación
metafísica que es su última actividad. De aceptar esta con
cepción, no puede haber otra alternativa que la de ver en
Él la causa de todo el mal lo mismo que la de todo el bien,
pues en tal caso es el autor supremo del drama y a Él hay
que imputar tanto las deficiencias como los éxitos. Si se
le concibe como causa suprema de las limitaciones, está en
Su misma naturaleza el separar el Bien del :Mal y el asen
tar a la Razón como "soberana dentro de sus dominios".
217
CAPÍTULO XII
RELIGIÓN Y CIENCIA
218
eu cuenta lo que para la especie humana es la religión, y lo
que es la ciencia, no habrá exageración en decir que el cur
so futuro de la historia depende de lo que esta generación
decida en orden a las relaciones entre ambas esferas. Te
nemos en ellas las dos fuerzas generales más poderosas
(prescindiendo de los meros impulsos de los diversos sen
tidos) que influyen en los hombres, y parecen estar dis
puestas una contra la otra: la fuerza de nuestras intui
ciones religiosas y la fuerza de nuestro impulso a la obser
vación exacta y a la deducción lógica.
Un gran político inglés recomendaba en una ocasión a
sus compatriotas que hicieran uso de mapas en gran escala,
como medio de prevenirse contra las alarmas, los pánicos
y la falsa interpretación general de las verdaderas relaciones
entre las naciones. De igual modo, al tratar de los anta
gonismos entre los elementos permanentes de la naturaleza
humana, bueno será proyectar nuestra historia en amplia
escala y emanciparnos de nuestra absorción inmediata en los
conflictos del presente. Haciéndolo así, descubrimos inme
diatamente dos grandes hechos. En primer lugar, siempre
hubo un conflicto entre religión y ciencia, y, en segundo
lugar, tanto la religión como la ciencia se encontraron siem
pre en estado de continuo desarrollo. En los primeros días
del cristianismo, existía entre los cristianos la idea general
de que el mundo se aproximaba a su fin, que se produciría
en la generación a la sazón en vida. Sólo inferencias indi
rectas podemos hacer en cuanto al grado de dogmatismo
con que esa creencia era proclamada; pero lo cierto es que
se hallaba ampliamente difundida y que constituía una
parte impresionante de la doctrina religiosa popular. La
creencia resultó ser errónea, y la doctrina cristiana se adaptó
al cambio. Además, en la Iglesia primitiva los teólogos
individuales deducían con suma confianza de la Biblia opi
niones relativas a la naturaleza del universo físico. En el
año 535 después de J. C. un monje llamado Cosmas 1 escri
bió un libro con el título de Topogra1ía cri.stiana. Era un
219
hon:-bre que había viajado mucho, habiendo visitado la
Ind�a Y Etiopía; por último, vivió en un monasterio de
AleJandría, a la sazón, gran centro de cultura. Basándose
e.n el sentido directo de los textos bíblicos interpretados
literalmente por él, negaba en esta obra la existencia de los
antípodas, Y afirmaba que el mundo era un paralelorrramo
plano de .longitud doble con respecto a su largo. b
222
la s cuales debe ser encontrada una reconciliación de una reli
gión más profunda y una ciencia más sutil.
En un sentido, por lo tanto, el conflicto entre ciencia y
religión es un asunto de poca monta que ha sido indebida
mente exagerado. Una mera contradicción lógica no puede
indicar en sí más que la necesidad de algunos reajustes,
posiblemente de un carácter muy secundario para ambas
partes. Tengamos en cuenta los aspectos ampliamente dife
rentes de los acaecimientos de que se ocupan la religión
y la ciencia respectivamente. La ciencia trata de las con
diciones generales observadas para regular los fenómenos
físicos; la religión, en cambio, se encierra en la contempla
ción de los valores estéticos y morales. Por una parte, te
nemos una ley de graYitación; por otra, la contemplación
de la belleza de la santidad. Lo que una parte ve, la otra
lo mide, y viceversa.
Examinemos, por ejemplo, las vidas de John Wesley
v de San Francisco de Asís. Para la ciencia física, tendre
in.os en estas vidas simplemente ejemplos ordinarios del
juego de los principios de la química fisiológica, y de la
dinámica de las reacciones nerviosas; para la religión, vidas
del más profundo significado en la historia del mundo.
¿Puede sorprendernos que, a falta de una formulación per
fecta y completa de los principios de la ciencia y de los
principios de la religión que hayan de aplicarse a estos casos
específicos, existan discrepancias en los relatos de estas vi
das efectuados desde estos puntos de vista divergentes?
Sería un milagro que no ocurriera así.
Constituiría, sin embargo, una interpretación errónea de
este extremo la idea de que no necesitamos preocuparnos
por el conflicto entre la ciencia y la religión. En una edad
intelectual puede no existir un interés activo que ponga de
lado toda esperanza de una visión de la armonía de la ver
dad. Transigir con la discrepancia es atentatorio a la inge
nuidad y a la pulcritud moral. Corresponde al respeto del
intelecto por sí mismo que resiga todos los nudos del pen
samiento hasta desenmarañarlos totalmente. Si reprimimos
este impulso no cabrá que de una meditación endeble sa
quemos religión ni ciencia. La cuestión importante es: ¿ con
223
qué espíritu vamos a enfocar la solución? En este punto
llegamos a algo absolutamente esencial.
Un conflicto entre doctrinas no es un desastre: antes bien
una oportunidad. Aclararé mi pensamiento a base de algu
nos ejemplos tomados de la ciencia. El peso de un átomo
de nitrógeno era perfectamente conocido. Además, era una
doctrina científica inconcusa que el peso medio de esos
átomos sería siempre el mismo en cualquier masa que se
examinara. Dos experimentadores, el último Lord Rayleigh
y el último Sir William Ramsay, encontraron que podía
obtenerse nitrógeno de dos modos diferentes, ambos i"ual
"'
mente idóneos para tal objeto, observando siempre que
había una ligera diferencia persistente entre los pesos me
dios de los átomos en cada caso. Se plantea entonces la
cuestión: ¿habría sido prudente que estos investigadores se
d�salentaran a causa de este conflicto entre la teoría quí
miCa y la observación científica? Supongamos que por una
razón u otra la doctrina química hubiese sido altamente
apreciada en algunas regiones como fundamento de su orden
social, ¿habría sido cuerdo, habría sido honesto, habría sido
moral, el prohibir que se revelara el hecho de que los expe
rimentos arrojaban resultados discordantes ? O, por otra par
te, ¿h�bieran debido proclamar Sir William Ramsay y Lord
Rayle1gh que la teoría química había demostrado ser un
engaño. ahora hecho patente? Vemos inmediatamente que
cualqmera de estos dos procedimientos habría sido un mé
todo de enfocar la solución con un espíritu totalmente erró
neo : �o que hicieron Rayleigh y Ramsay fué lo siguiente:
advirtieron de inmediato que habían dado en una línea de
investigación susceptible de descubrir alguna sutilidad de
la teoría química que hasta entonces se había sustraído a
la observación. La discrepancia no constituía un desastre:
era una oportunidad de ensanchar los límites del eonoci
miento químico. Todos sabemos cómo terminó la historia :
por último se descubrió el argón, elemento químico nuevo
que mezclado con el nitrógeno se había mantenido oculto.
Pero la historia tiene una moraleja que constituye mi 3e
gunda ilustración. Este descubrimiento llamó la atención
sobre la importancia de observar exactamente las pequeñas
224
diferencias observadas en las sustancias químicas obtenidas
con métodos diferentes. Otras investigaciones fueron em
prendidas con la más cuidadosa. exact.itud posible. Por �1-
timo, otro físico. F. W. Aston, mvestigador del Cavend1sh
Laboratory de Cambridge (Inglaterr� ), descu�)l'ió que pr;
cisamente ese mismo elemento pod1a asumir dos o mas
formas distintas, llamadas isótopos, y que la ley de la cons
tancia del peso atómico medio se mantiene en cada una de
estas formas, aunque con ligeras diferencias en los distintos
isótopos. La investigación determinó un gran a � elanto en
la autoridad de la teoría química, cuya importancia trascen
dió del descubrimiento del argón en que se había originado.
La moraleja de estos casos es bien n�t?;ia, y dejo . a l.os
ov�nte
· s que la apliquen al caso de la rehgwn y de la ciencia.
En la lógica formal, una contradicción es un síntoma de
fracaso, mientras que en la evolución del saber real acusa
el primer paso en el progreso hacia la victoria. Esta es una
raión de mucho peso en favor de la más amplia tol:rancia
hacia las opiniones discrepantes. De una vez para siempre
este deber de tolerancia quedó compendiado en la frase
" ¡Que crezcan ambas hasta la cosecha!" La renuencia de
los cristianos a obrar de acuerdo con este precepto, de la
más alta autoridad, constituye uno de los casos peregrinos
de la historia reli"iosa. Pero todavía no hemos agotado el
examen del temple moral requerido para la ii;d.aga.ción �e
la verdad. Hay atajos que sólo conducen a un exito Ilusono.
Es bastante fácil encontrar una teoría lógicamente armó
nica y con importantes aplicaciones a la región del �echo,
con la condición de que transijamos en hacer caso omiso de
la mitad de nuestra evidencia. Todas las edades producen
gentes de claro entendimiento lógico y de loable sagacidad
para captar la importancia de algu_n a esfera de la. expe
riencia humana, que elaboran o reciben de otros tiempos
un esquema de pensamiento que se adapta perfectamente
a las experiencias que atraen su interés. E: a �ente se mue�
tra propicia a hacer caso omiso o a prescmdir . de la expli
cación de todo testimonio susceptible de enturbrar su esque
ma a base de ejemplos contradictorios. Lo que no puede�
encajar en su sistema , es para ellos absurdo. Una determi-
225
nación _inqu�brantabl� ? e traer a colación la totalidad de
los teshmomos, es el umco método de ponerse a cubierto de
los extr�mos fluctuantes de la opinión en boga. Aunque
el conseJ_o J?arezca fácil de seguir, tanto más difícil resulta
en la practica.
Un� de las razones de esta dificultad consiste en que no
es posible que pensemos primero y obremos después. Desde
el mo:nento de na�er estamos inmersos en la acción, en la
que solo por medw del pensamiento podemos orientarnos
de un modo adecua ?o. Por consiguiente, nos vemos obli
gados a adoptar . en ciertas esferas de la eJ.'J)eriencia las ideas
que pa�ecen r gu· den�ro de esas esferas. Es absolutamente
. necesariO confiar �
en Ideas que se muestran adecuadas de
u? �odo g �neral, aunque sepamos que hay sutilidade y
s
distmgo� mas alla, de nuestro alcance. Además, haciend�
,
abstra ? ciOn de las necesidades de la acción, ni siquiera nos
es posible presente a nuestro espíritu la totali
d�d de la como no sea en forma de doctrinas
.
s�lo �ncompletamente armonizadas. No podemos pensar en
d � u�a multiplicidad de detalle indefinida; nues
tra solo puede adquirir su genuina importancia si
�parece ante nosotros ordenada por ideas generales Estas
I � eas l�s heredamos; constituyen la tradición de nu�stra ci
.
VIhzaci?. n. Esas ideas tradicionales nunca son estáticas.
C? se d1luy:n en fórmulas hueras o adquieren mayor auto
n �ad grac:as a nuevas luces sacadas de una aprehensión
m�� alambicada. Se transforman por el acicate de la razón
cntica, p�r el vivo de la experiencia emotiva y
por la fna de la percepción científica. Un
.
h,e.cho es Cierto : que no podemos conservarlas inmóviles.
.,
N mguna generacwn puede reproducir meramente las pasa
das. Podemos conservar la vida en un fluir de forma, 0 la
forma en med10 .
de la marea de la vida; lo que no podemos
es encerrar permanentemente la misma vida en los mismos
moldes.
. El estado . actu� ! de la religión en los pueblos de Europa
ilustra la afrrmacwn que acabo de exponer. Los fenómenos
e� tan. mezclados.
Se. han producido reacciones y resurrec
CIOnes. Pero en conJunto , durante varias generaciones, ha
226
habido una decadencia general de la influencia religiosa en
la civilización europea. Toda resurrección alcanza una cota
menos elevada que su predecesor, y todo período de letargo
desciende a un grado más de postración. La curva pro
media acusa un descenso continuo de la entonación reli
giosa. En algunos países es más elevado que en otros el
interés por la religión, pero incluso en los países en que
más elevado es el interés religioso, éste sigue bajando con
el paso de cada generación. La religión tiende a degenerar
en una fórmula razonable con que embellecer una vida aco
modada. Un gran movimiento histórico en esta escala es
resultante de la convergencia de 9.istintas causas. Quisiera
sugerir dos de ellas que caen dentro de los límites de la
materia examinada en este capítulo.
En primer lugar, durante más de dos siglos la religión
se ha mantenido a la defensiva y hasta podríamos decir que
en una defensiva débil. Este período lo ha sido dP progreso
intelectual sin precedentes. De esta suerte se han produ
cido para el pensamiento una serie de situaciones nuevas.
Cada una de esas situaciones ha encontrado impreparados
a los pensadores religiosos. Algo que ha sido proclamado
como vital, fué modificado o interpretado de otro modo des
pués de luchas, inquietudes y anatemas. La siguiente ge
neración de apologistas religiosos felicitaba entonces al mun
do religioso del conocimiento más profundo que se había
logrado. El resultado de la repetición continua de esta re
tirada nada brillante, ha acabado por destruir casi por com
pleto la autoridad intelectual de los pensadores religiosos.
En contraste con ello, cuando Danvin o Einstein procla
maban teorías que modificaban nuestras ideas, ello cons
tituía un triunfo para la ciencia. No se nos ocurre decir
que ello implica asimismo una derrota para la ciencia por el
hecho de que sus antiguas ideas hayan sido desechadas,
pues sabemos que el conocimiento científico ha dado otro
paso más adelante.
La religión no recuperará su antigua autoridad como no
se sitúe ante el cambio con el mismo espíritu con que lo
hace la ciencia. Sus principios pueden ser eternos, pero la
expresión de esos principios requiere continuo desarrollo.
227
Esta eYolución de la religión estriba en lo esencial en que sus
propias ideas se emancipen de concepciones adventicias en
garzadas en ella a causa de la cxpresié.n de sus propias ideas
en términos del cuadro imaginativo del mundo forjado en
épocas anteriores. Si la religión logra desprenderse de las
cadenas de la ciencia imperfecta, ello redundará en su be
neficio. Realza su propio genuino mensaje. El punto esen
cial que deberá tenerse presente es que normalmente un
avance en la ciencia revelará que las aserciones de las dis
tintas religiones requieren alguna clase de modificación.
Puede que se las haya de interpretar con mayor amplitud
o simplemente explicarlas, pero puede también que hayan
de ser formuladas de nuevo. Si la religión es una recta
expresión de la verdad, esta modificación pondrá sólo de
manifiesto con mayor exactitud el punto concreto que sea
de importancia. Este proceso es una ganancia. En conse
cuencia, hasta donde toda religión tenga algún contacto
con los hechos físicos, es de esperar que el punto de vista
de esos hechos sea continuamente modificado a la par de
los adelantos de la ciencia. De este modo, la pertinencia
exacta de estos hechos para el pensamiento religioso resul
tará cada vez más clara . El progreso de la ciencia debe
tener como resultado la incesante codificación del pensa
miento religioso, sacando de ello gran beneficio la religión.
Las controversias religiosas de los siglos xvr y X\'II deja
ron a los teólogos en un estado de ánimo sumamente la
mentable. Su postura era siempre de ataque y de defensa.
Se retrataban a sí mismos como la guarnición de un fuerte
cercado por fuerzas enemigas. Todos esos cuadros no refle
jan más que verdades a medias. Es por ello que son tan
populares. Pero resultan p eligrosos. Este retrato particular,
daba pábulo a un belicoso espíritu partidista realmente
revelador en última instancia de una falta de fe. No se
atrevían a modificar porque rehuían la tarea de liberar su
mensaje espiritual de las asociaciones de una imaginación
particular.
Voy a explicarme con un ejemplo . En los primeros tiem
pos medioevales, el Cielo estaba en el firmamento y el
Infierno en el subsuelo; los volcanes eran las fauces del
228
Infierno. No pretendo que estas creencias figuraran e� las
formulaciones oficiales, pero sí en la forma en que la IJ:?a
ginación popular entendía las doctrinas generales del Cielo
y del Infierno. Estas concepci? nes eran � o que cada :ual
pensaba que implicaba la doctrma de l� v1da .futura. Figu
raban en las ex-plicaciones de los expositores mfl� i'entes de
la fe cristiana . Por ejemplo, aparecen en los Dwlogo� ? el
papa Gregario el Magno 1, personaje c� ya elevada posrci.on ,
.
oficial no le cede más que a la magm�ud de lo� serviciOs
que prestó a la humanidad. No me refier� a cuales hayan
de ser nuestras creencias en orden a la vida futura: pero,
cualquiera que sea la doctrina verdadera, en :ste eJel?plo
la disputa entre la ciencia y la religión, al reb�Jar la Tierra
a la condición de planeta de segunda categona enlazado a
un Sol de segunda categoría, ha redun�a�o gr�J?- demente en
beneficio de la espiritualidad de la rehgwn disipando estas
fantasías medioevales. .,
Otro modo de contemplar esta cuestión de la evolucwn
del pensamiento religioso es advertir que toda for� a de
aserción verbal exuuesta al mundo durante algun , tH�mpo,
revela ambirrüedad �s y a menudo esas ambigüedades rep g
"' l!
nan a la v erdadera enjundia del significado. �i sentido
efectivo con que una doctrina haya sido soste;n� da �n . el
.
pasado, no puede ser detern;inado P? r el mero anahsis lo� rc:
de las asereiones verbales, nechas sm pensar en los ardide::;
de la lógica. Para el esquema del pensamiento hay que
tener en cuenta la acción total de la naturaleza humana.
Esta reacción es de un carácter mixto, en el que entran ele
mentos de emoción provenientes de lo inferior de nuestra
naturaleza. Es en este caso que la crítica impersona� de la
ciencia y de la filosofía viene en ayuda de la evolucwn , re
ligiosa. Ejemplos y más ejemplo� podrían dars� ? e esta fue�·
za motriz en desarrollo. Por eJemplo, las dificultades lo
gicas inherentes a la doctrina de la puri�i�� ción :n:-or�l de
la naturaleza humana por obra de la rehgwn, escmdieron
al cristianismo desde los días de Pelagio y San Agustín,
229
es decir, desde principios del siglo v. Los ecos de esta con
troversia resuenan aún en la teología.
Hasta aquí, mi punto de vista ha sido el siguiente: que
la religión es la expresión de un tipo de experiencias funda
mentales de la especie humana; que el pensamiento religioso
se desarrolla ganando en exactitud de expresión, liberado
de imaginerías adventicias, y que la interacción entre re
ligión y ciencia es uno de los grandes factores susceptibles
de promover este desarrollo.
Llego ahora a mi segunda razón de que el interés por la
religión haya decrecido en los tiempos modernos. Esta razón
se enlaza con la última cuestión planteada por mí en las
primeras frases de este libro . Necesitamos saber qué enten
demos por religión. Al presentar sus contestaciones a esta
pregunta las iglesias han puesto en primer plano aspectos
de la religión e1.:-presados en términos que o bien son idóneos
para las reacciones emocionales de tiempos pretéritos o
están encaminados a excitar intereses emocionales moder
nos desprovistos de carácter religioso. Con la primera frase
quiero decir que la llamada de la religión se dirige en parte
a excitar ese temor instintivo hacia la cólera de un tirano,
ínsito en las desdichadas poblaciones de los despóticos im
perios de la Antigüedad, y en particular el temor hacia un
déspota arbitrario omnipotente sito detrás de las fuerzas
ignotas de la naturaleza. Esta apelación al instinto predis
puesto de rudo temor, va perdiendo su fuerza. Carece en
absoluto de respuesta directa, porque la ciencia moderna y
las modernas condiciones de la vida nos han enseñado a
hacer frente a las ocasiones de aprehensión con un análisis
crítico de sus causas y condiciones. La religión es la reac
ción de la naturaleza humana en su búsqueda de Dios. La
presentación de Dios con el aspecto de poder, despierta
todos los instintos modernos de reacción crítica. Esto es
fatal, pues la religión fracasa a menos que sus posiciones
principales se impongan sin reservas a nuestro asentimiento.
En este respecto, la terminología antigua difiere de la psi
cología de las civilizaciones modernas. Este cambio de
psicología es debido en gran p arte a la ciencia, y ha sido
uno de los modos principales en que el adelanto de la cien-
230
cia ha debilitado el sostenimiento de la s antiguas formas
relicriosas de expresión. El motivo no-religioso que ha pe
net�ado en el pensamiento religioso moderno, es el deseo
de una organización conveniente de la sociedad moderna.
La religión ha sido presentada como idónea par� ordenar
,
la vida. Sus aspiraciones se basaron en su �u� cwn como
sanción de la conducta recta. Además, el obJetivo � ; una
conducta recta degenera rápidamente en la formacwn de
relacio11es sociales placenteras. Tenemos en e.ste. caso una
sutil decrradación de las ideas religiosas, subsigUiente a su
purifica �ión gradual bajo el influjo de intuiciones �ticas
más vehementes. La conducta es un producto accesono de
la religión; un producto accesorio inevitable, pe;� no el
punto principal. Todos los grandes . ;ducadores r.el!?wsos se
han indignado contra la presentacwn de la rehgwn como
mera sanción de las reglas de la conducta. San Pablo denun
ció la Ley y los predicadore.s purita1:os . habl�ban de los as
querosos andrajos de la rectitud. La msistenci� en las regl�s
.
de conducta inicia el descenso del ferYor rehgwso. Por enci
ma y más allá de todas las cosas, la vida religiosa no es una
búsqueda de conveniencias. Me. �o�r�sponde ah� ra sentar,
con todo el cuidado, lo que a mi JUICIO es el caracter esen
cial del espíritu religioso .
Religión es la visión de algo que es�á má � allá, detrás Y
dentro del fluir pasajero de las cosas mmediatas, algo que
es real v sin embaro:ro espera ser realizado, algo que es remo
ta posibilidad -�l si� embargo el más grande de los hech? s
actuales, algo que da sentido a todo lo que pasa Y .s:n
embargo se sustrae a la aprehensión, algo cuya poseswn
es el bien último y sin embargo está fuer:; de todo alcance,
algo que es el ideal último y búsqueda sm esperanzas.
La reacción inmediata de la naturaleza humana . ante
la visión religiosa es la adoración. La religi?n apareciÓ en
la experiencia humana mezclada con las mas burdas fan
tasías de la imaginación bárbara. Gradualmente, .lent:;
mente, persistentemente, la visión reapar�; e e:r: la h1stona
en una forma más noble y con una expreswn mas clara. Es
el único elemento de la experiencia humana que de un
modo persistente acusa una tendencia ascendente. Se des-
231
;an�ce para reaparecer lueg o. Pero cuan
do recuuera su
ue:�a, reaparece con acrecentad
a riqueza v pureza "de con
t mdo. El hec� de la visión
f �
s st�nte expanswn, es nuestro
religiosa y s� historia de er�
H aclen do abstraccwn .,
de ella
único motivo de optimis o .
la vida hum ana es un con-
�
frIcto de go ces ocaswn . '
•
os en la naturaleza nunca es
una fu erza ,. se presenta com
�
de�alle ompleJ. O El al es
o el único ajuste armónico de
t � :
tivo fr om nta nod haciend � la fuerza motriz bruta del obj
o caso omiso de la visión eter
e
El mn
es
"
I
.
� ;nma m� y retr asa o lastima .
El pod er de Dios
na.
que I insp ira. Es fu rte la
su � religión que en
. s�: mo dos d e pensamiento evo
, ca una a re-
•
h enswn de la VISI
ti
,
On prevaleciente. La adoraci
no es una regla de segurida ón de io
� u ' 1!? la�lzarse en pos de lo inas
d : es una aventura del es íri �
·
l e¡IgiOn V'e
. ne con la rep.l'e,Io _
. ,
equible. La muerte d�
n ae 1 a a1ta esperanza de aven-
1�
tura.
'
232
OAPÍT1}L0 XIII
233
loso_fí�, corriente no logró j ustificar de ningún modo a. su
posi��on de que el conocimiento inmediato inherente a toda
ocaswn presente arroje alguna luz sobre su pasado o sobre
su futuro.
. He trazado también una filosofía alternativa de la cien
cm, en l a . cual el or7�nis�o ?cupa el lugar de la materia.
A este obJeto, el espmtu 1mphcado en la teoría materialista
se . res� e!ve en una función del organismo. Luego el campo
psiCol? g�co revela lo que en sí es un acaecimiento. Nuestro
acaecimH;nto corporal es un t �po . inusitadamente complejo
de orgams�o y, �n consecuencia, mcluye la cognición. Ace
mas, , espaciO Y tiempo, en su significado más concreto pa
san a .ser .�l lugar de los acaecimientos. Un organis�o es
l � reahzac�on de una figura de valor definida. La emergen
cia de algun valor real. depende de la limitación que excluye
luces . :ruzadas neutrahzadoras. Así, un acaecimiento es una
cuestwn �e hecho que por razón de su limitación es un
valor. en si, aunque por su misma naturaleza requiere todo
el umverso para ser lo que es.
La impor!�ncia dep �nde de la durabilidad. Durabilidad
es la retenc� on e� el tiempo de un logro de valor. Lo que
d l!-:a es la !?entidad de módulo , autoheredada. La dura
bil!dad reqmere un ambiente favorable. Toda la ciencia se
agita �n torno. de esta cuestión de los organismos duraderos.
r
La m.Iuencm general de la ciencia en el momento ac
tual .puede ser analizada bajo los epígrafes siguientes: Con
� pci?nes Gener�les c.on respecto al Universo, Aplicaciones
- ecmcas, ProfesiOnalismo en el Conocimiento Influencia
de las Doctrinas .Biológic�s en los Motivos de l� Conducta.
En las confe:renc1as anteriOres intenté dar un atisbo de es
t ? s puntos. �ntra dent�o de los fines de esta conferencia
fmal el estumar , la reacciÓn de la ciencia ante algunos pro
blemas que se . plantean a las sociedades civilizadas.
Las concep ?wnes generales introducidas por la ciencia
en e� per;tsar;l�nto moderno no pueden separarse de la si
tuacwn , fll fica tal como la expresó Descartes. Me refiero
? s?,
a la . suposi<;I� n de que los cuerpos y los espíritus son sus
_
ta�cms mdrvrduales independientes, cada una de las cuales
eXIge por derecho propio sin necesidad de la menor refe-
234
rencia de una de ellas a la otra. Semejante concepciOn
estaba muy de acuerdo con el individualismo resultante de
la educación moral de la Edad Media. Pero aunque eso
explique la fácil aceptación de la idea, la derivación en
sí se basa en una confusión, muy natural pero no por ello
menos desafortunada. La educación moral acentuó el valor
intrínseco de! ente individual. Esta acentuación puso en
primer plano del pensamiento las nociones de individuo y
de sus experiencias. Es en este punto donde comienza la
confusión. El valor individual emergente de cada ente, se
transforma en existencia sustancial independiente de cada
ente, que es una noción muy distinta.
No pretendo decir que Descartes consumara esta transi
ción lógica -o, mejor dicho, ilógica- en forma de racio
cinio explícito . Lejos de ello. Lo que hizo fué, en primer
lugar, concentrarse en sus propias experiencias conscientes,
como si fueran hechos dentro del mundo independiente de
su propia mente. Lo que le indujo a especular de esta
suerte fué la acentuación corriente del valor individual de
su yo total. Implícitamente transformó este valor indiv.i
dual emergente, inherente al mismo hecho de su propra
realidad , en un mundo de pasiones privado, o de modos, de
sustancia independiente.
Además, la independencia asignada a las sustancias
comóreas, las expulsaba en bloque del reino de los valores.
Degeneraron en un mecanismo enteramente desprovisto de
valores, salvo como sugestivo de una ingenuidad externa.
Los cielos habían p erdido la gloria de Dios. Este estado de
ánimo se pone de manifiesto en la repugnancia del protes
tantismo por los efectos estéticos dependientes de un me
dio material, considerando que induciría a atribuir un valor
a lo que en sí carece de él. Esta repugnancia había llegado
ya a su pleno apogeo anteriormente a Descartes. Por con
siguiente, la doctrina científica cartesiana de las porciones
d � materia desprovislas de valor intrínseco, era meramente
una formulación en t<Srminos explícito s de una doctrina ya
corriente antes de su admisión en el pensamiento científico
o en la filosofía cartesiana. Probablemente esta doctrina
estaba latente en la filosofía escolástica, pero no fué lleva-
235
da a sus consecuencias has ta
. que se encontró con la men
tah�ad ? el Norte de Europa
en el siglo xvr. Sin embargo,
la Ciencia t�l como la dotó Des
� cartes, confirió estabilidad
Y cate gon a mtelectual
a un punto de vista que ha teni
efectos muy �eterogéneos sobr do
. e los presupuestos morales
d� las colectnt i �� des modernas. Sus buenos
merol! d � su eficiencia . efectos provi
. como método para las investigacio
n �s crentifiC as dentro de las limitadas regi
. ones que a la sa
zon meJor � prestaban a ser
. � exploradas . De ello resultó
una Ilustra�wn general del espí
ritu europeo que se liberó de
las nebulo�rdades a�ávicas dep
ositadas en él por el histeris
mo ? � las epocas barbaras. Est
os efectos fueron sumamente
beneficos, Y el!o se vió con
toda claridad en el siglo xvm .
Pero en el � Iglo :x_rx, cuando
la sociedad se estaba trans
form�ndo hacia el Sistema fab
ril, los malos efectos de esta s
doc trm as fue¡ on uy fata les.
: � La doctrina de los espíritus
c ?mo sustancras mdependient
es, condujo directamente no
solo a mundos d exp eriencia
� privados, sino también a mun
dos d� moral privado s. Las
intuiciones morales pueden ser
sostemda � para su aplicación
exclusiva al mundo estricta
m �nte prrvado de la e�"}Jer
iencia psicolórrica . Por consi
gUiente, el re�peto de sí mis
mo, y el afán de sacar el mavor
provecho posrble de las pos
ibilidades propias de cada ;no,
labraron de c msuno la mor
� . alidad eficiente de los dirigen
t �s entre lo mdu tna les de aquel período . El mundo
� � oc
cidental e �ta sufriendo en
la actualidad las consecu enc
de los honzontes morales lim ias
. itados de las generaciones an
teriOres.
Aden:ás, la suposición de
, la sim la absoluta carencia de valor
ae p le materia, determinó una falta de respeto
el tratamiento de la belleza por
natural o artística. Precisa
mel!te en los momentos en
que la urbanización del mundo
occidental estaba entrando
en su fase de rápido desarro
Y c��ando se reque:ía la má llo
s primorosa y cuidadosa conside
ra�wn de las cualidades esté
ticas del nuevo ambiente ma
tenal, se hallaba en su apo
. geo la doctrina de la trivialidad
de esas Idea s. En los país es
industriales más avanzados el
arte era tratado c omo una
friv olidad. Un ejemplo elocuen
te de esta mentali. dad de me
diados del siglo xrx debe ver
-
236
se en Londres, donde la maravillosa belleza del estuario del
Támesis serpenteando a través de la ciudad, res:rlta torp e
mente desvirtuada por el puente del ferrocarnl Charmg
Cross, construído con olvido total de los valores estéticos.
Hay dos males : por una parte, el ol':ido de la verdadera
�·elación de todo organismo con su ambiente, y, por oti·�, el
hábito de hacer caso omiso del valor intrínseco del ambien
te, que habría de ser tenido en cuenta por su peso en todo
estudio relativo a los fines últimos.
Otro gran hecho a que debe hacer frente el mundo �o
derr.o es el hallazgo del método de adiestrar a los profesw
nales que se especializan en determinadas regiones ? e� p �n
samiento, acrecentando con ello el caudal de conocimientos
dentro de los límites respectivos de su materia. Como con
secuencia del éxto de esta profesionalización del saber, es
necesario tener presentes dos puntos en los q� e nuestra
época actual se distingue de las pasadas. En pnl?er. l� gar,
la cantidad de progreso es tal que un ser humano �nd1v:dual
de longevidad ordinaria deberá encararse con situaciOnes
nuevas para las que no encontrará paralelo alguno en el
pasado. La persona fija para funciones fijas, que en las
anteriores sociedades era considerada como un tan gran don
de Dios, será un peligro público para el futuro. F:n segundo
lucrar el profesionalismo moderno del saber actua en sen
ti do �ontrario en cuanto concierne a la esfera intelectual. El
químico moderno está abocado a tener escasos conocir;nien
tos de zoolocría,
., más escasos aún acerca del drama de la epoca
de la reina Isabel y a ignorar totalmente los principios del
ritmo en la versificación inglesa. Es probablemente seguro
que olvide sus conocimientos de historia antigua. Estoy ha
blando, desde luego, de tendencias generales; no que los
químicos sean peores que los ingenieros, que los m�temá
ticos o que los estudiantes de letras. El saber efectivo es
saber profesional, apoyado en una familiaridad limitada con
materias útiles consideradas como auxiliares para ese saber.
Esta situación tiene sus peligros. Produce espíritus en
cerrados en casillas. Cada profesión hace progresos, pero
se trata de progresos encerrados en su propia casilla. Pues
bien, estar espiritualmente en una casilla es vivir contem-
237
pla �do una determinada serie de abstracciones. La casilla
Impide extenderse por el país, y la abstracción abstrae de
a�go a lo q�e ya no se presta ulterior atención. Y no hay
nmguna :�silla de �bstracciones que sea adecuada para la
comp :enswn de la vida humana. Así, en el mundo moderno,
e! cehba �? ? e las clases i�struídas de la Edad Media, ha
sido sust1tmd? , por un celibato del intelecto, divorciado de
la conteJ?placwn con.creta de los hechos completos. y aun
nadie sea excl�sivamen�� un matemático o un jurista,
que. la gente :VIVe tambien fuera de sus profesiones u
ocup: cwnes, lo ciert ? es que el pensamiento serio queda
encer1.ado en una . casilla. El resto de la vida es tratado de
.
un modo superficial,. con las categorías de pensamiento im
perfectas 9-ue se denvan de una profesión.
. Los peligros provenientes de este aspecto del profesiona
lismo, sor: grandes. particularmente en nuestras sociedades
,
demo.cratiCas. L� fuerza directriz de la razón se debilita.
_
Los mtelect� s dm�entes carecen de equilibrio. Ven esta
0 aquella s ��·Ie de Circunstancias, pero no las dos a un tiem
.
po .La miswn ? e coord�nación s � .deja para aquellos que no
tm-,Ieron e�e�gias o �aracter suficiente para triunfar en una
carre�a .defm1da. DICho co11 pocas palabras: las funciones
especializadas de la c?muni ad son realizadas mejor y de
un �odo cada .vez mas perieccionado, mientras que la di
reccwn generalizada adolece de falta de visión. A medida
que s� progresa �n materia de detalle, tanto mayor resulta
el peligro , �roducido por la insuficiencia de coordinación.
Esta cntica . de la vida moderna rige para todos sus as
pectos, cualqmera que sea el sentido con que interpretemos
el concepto de �?munida � . Lo mismo da que por él enten
damos u �� na �wn, una cmdad, un distrito, una institución,
una familia . e mcluso .un individuo. Hay un desarrollo de
l� s �� straccwnes particulares y una reducción de la apre
Ciacwn concreta . . El .conjunto se pierde en uno de sus
aspectos. Para mi tesis no es necesario que sosten<ta que
nuestro talen�o de dirección, ya sea en los individ�os va
en las c?�umdades, es menor ahora que en tiempos pa ;a
dos. Qmzas haya mejorado ligeramente. Pero el nuevo rit
mo del progreso requiere mayor talento de dirección si se
238
quieren impedir desastres. Lo cierto es que los descubri
mientos del siglo XIX nos lanzaron por la senda del pro
fesionalismo, de suerte que nos hemos quedado sin expan
sión de sabiduría y necesitándola mucho más.
La sabiduría es el fruto de un desarrollo equilibrado.
Es este crecimiento equilibrado de la individualidad lo que
debería ser misión de la educación garantizar. Los descu
brimientos más útiles del futuro inmediato serán los que
fomenten el cumplimiento de esa misión sin detrimento del
profesionalismo intelectual necesario.
l\'Ii propia crítica de nuestros métodos educativos tradi
cionales es que se ocupan excesivamente del análisis inte
lectual y de la adquisición de información formularizada.
Quiero decir que descuidamos el alentar los hábitos de
apreciar concretamente los hechos individuales en su plena
confluencia de valores emergentes, limitándonos a acentuar
las formulaciones abstractas que prescinden de esta acción
recíproca de valores diversos.
En todos los países es objeto de estudio el problema de
equilibrar la educación general y la especializada. No me
es posible hablar con conocimiento de causa de todos los
países; en estas condiciones sólo puedo hacerlo del mío. Sé
que en él existe entre los profesionales de la educación un
profundo disgusto por las prácticas que se observan. Ade
más, dista mucho de estar resuelta la adaptación de todo el
sistema a las necesidades de una comunidad democrática.
No creo que el secreto de la solución se halle en términos
de una antítesis entre lo consumado de un saber especia
lizado y un conocimiento general de carácter más super
ficial. El contrapeso que equiliLre la radicalidad del en
trenamiento intelectual especializado, debe ser de índole
diametralmente diferente al conocimiento analítico pura
mente intelectual. Toda nuestra educación consiste en la
actualidad en la combinación de un estudio exhaustivo de
unas pocas abstracciones con un estudio superficial de un
mayor número de abstracciones. Somos harto exclusiva
mente teóricos en nuestra rutina docente. La preparación
general debería tender a explicar nuestras aprehensiones
concretas y satisfacer el afán de la juventud de hacer algo.
239
También en esto debería haber algún análisis, pero sólo lo
necesario para ilustrar los medios de pensar en diversas
esferas . E;1 el Paraíso Terrenal vió Adán a los animales an
tes de darles nombres, mientras que en el sistema tradicio
nal los niños conocen los nombres de los animales antes ele
ver a éstos.
No hay ninguna solución exclusiva fácil para las difi
cultades prácticas de la educación . Sin embargo, podemos
guiarnos a base de cierta simplicidad en su teoría gene�·al.
_
El estudiante debe concentrarse dentro de un campo limita
do. Esa concentración debe comprender todas las nociones
prácticas e intelectuales requeridas para esa concentración.
Es el procedimiento que suele adoptarse, y, por lo que res
pecta a él, más bien me inclinaría precisan� en�e � aumentar
las facilidades de concentración que a d1smmmrlas. Con
la concentración están asociado s ciertos estudios subsidia
rios, tales como los len{)'uajes
b para la ciencia. Semejante
esquema ele preparación profesional tendría que encaminarse
•
_
a un fin claro, apropiado al temperamento del estudrante.
No es necesario presentar las modalidades especiales de . esta s
afirmaciones. Esa preparación debe tener -huelga decirlo
la amplitud requerida por su finalidad. Pero su plan no debe
complicarse en atención a otros fines. Esta preparación pro
fesional no puede afectar más que a un lado de la educación.
Su centro de gravedad está en el intelecto, y su arma prin
cipal es el libro impreso. El centro de gravedad del otro
lado de la formación debe estar en la intuicion sin un di
vorcio analítico del ambiente total. Su objeto es la apre
hensión inmediata con el mínimum de análisis desentraña
der. El tipo de generalidad que se necesita sobre todo, es
la apreciación de la variedad del valor. J'vie refiero a una
educación estética. Hay algo entre los valores toscamente
especializados del hombre meramente práctico y los valo
res delicadamente especializados del puro estudiante. Los
dos tipos han perdido algo, un algo que no se recupera por
la simple adición de las dos series de valores. Lo que se
necesita es una apreciación de la infinita variedad de valo
res vivos logrados por un organismo en su ambiente prOJ?ÍO.
Aunque entendamos todo lo relativo al Sol y todo lo relativo
240
a la atmósfera y todo lo relativo a la rotación de la Tierra,
puede que se nos siga escapando lo radi��te ?e la puesta
del Sol. No hay sucedáneo de la percepcwn directa del lo
O'ro concreto de una cosa en su "actualidad". Necesitamos
�1 hecho concreto con una luz alta proyectada sobre lo que
tiene enjundia para su preciosidad. . , ,
.
Me refiero al arte y a la educacwn estetlca. Pero es
arte en un sentido tan general de la expresión que �e re
sisto a designarlo con este nombre. El arte es ':n eJemplo
especial. Lo que necesitamos es poner al descub1ert? nues
tros hábitos de aprehensión estética. Según la doctrma me
tafísica que he venido exponiendo, hacerlo así equival� a
acrecentar la profundidad de la individualida�. .El análisis _
de la realidad indica los dos factores, la actividad emer
giendo a valor estéti�o individ�ali�a.do. �sí, pues, el valo.r
.
emergente es la medida de la m �r�"I�u�lizacwn de la a�h
vidad. Tenemos que fomentar la m1cmhva creadora llevan
dola al mantenimiento de valores objetivos. No obtendre
mos la aprehensión sin la iniciativa, ni la iniciativa sin la
aprehensión. En cuanto .�os dirijamo� �� cia l� c �ncreto, no
podremos excluir la accwn. La sensib�d�? sm Impul�o se
llama decadencia, y el impulso sin sensibilidad, brutalidad.
Empleo la palabra "sensibilidad" en su. sentido más gene;
ral, de suerte que incluya la aprehenswn , de lo que está
más allá (le uno mismo, es decir, sensibilidad para todos los
_
hecho s del caso. Así, en el sentido general que precomzo,
"arte" es toda selección por medio de la cual los hechos
concretos son dispuestos de tal modo permitan . ir po
niendo la atención en los valores realizables
por ellos. Por ejemplo, la mera disposición del. cuerpo hu
mano y de la vista para lograr una buena vist.� de u�a
puesta de sol, es una simple for.ma de seleccwn arhs
tica. El hábito del arte es el hábito de gozar de valores
vivos.
Pero en este sentido, el arte abarca más que puestas de
sol. Un; fábrica, con su maquinaria, su comunidad de obre
ros, su servicio social para la población general, su dep �n
dencia de un genio organizador y planeador, sus potencia
lidades como fuente de riqueza para los tenedores de sus
241
acciones, es un organismo que ofrece una multitud de va
lores vivos. Lo que necesitamos educar es el hábito de
aprehender semejante organismo en lo que tiene de com
pleto. Puede decirse muy bien que la ciencia de la econo
�ía . p olítica, tal como se estudió en el primer período que
sigma . a la muerte de Adam Smith (1790) , hizo más daño
q�e bien. Destruyó muchos engaños económicos y enseñó
como hay que pensar acerca de la revolución económica a
la sazón en auge. Pero remachó en los hombres cierta serie
de abstracciones que resultó desastrosa por sus efectos so
bre �a mentalidad moderna. Deshumanizó la industria. Este
es solo uno . de .tantos ejemplos de un peligro general inhe
rente a 1� cienc �a moderna. Su procedimiento metodológico
es exclusivo e mtolerante, y con razón. Fija su atención
en un grupo de abstracciones definido, dejando de lado todo
,
lo demas, y recoge todas las migajas de información v teo
ría que , sean de. interés para lo que constituye su �hj eto.
Este metodo tnunfa con la condición de que las abstrac
�io� es sean j u!ciosas . .Pero aun triunfando, su triunfo es
limitado. Y SI se olvida de esos límites viene a dar en
e �uivocaciones desastrosas. El antirracionalismo de la cien
c :a �s�á justificado en parte, como defensa de su metodolo
gia uhl; pero en parte es mero prejuicio. El profesionalismo
moderno es la preparación de los espíritus para que se
adapten a la metodología. La rebelión histórica del si<Tlo
X:'II Y la ante.rior reacción hacia el naturalismo, fue:on
eJe:Uplos de salirse de las abstracciones que cautivaron a la
sociedad educada de la Edad Media. Esta edad primitiva
tu;? un ideal �e racionalismo, pero no logró realizarlo, pues
�eJ ? d� adve_rhr �ue la metodología del razonar requiere las
limitaciOnes Imphcadas en lo abstracto. En consecuencia, el
verda�ero racionalismo tiene que salir siempre de sí mismo
r �curr; endo a lo concreto en busca de inspiración. Un ra
ciOnalismo que se encierre en sí mismo es en efecto una
for�a de antirracionalismo. Significa un detenerse arbi
tranamente en una serie particular de abstracciones. Este
fué el caso de la ciencia.
Hay dos principios inherentes a la misma naturaleza de
las cosas, y que se repiten en algunas encarnaciones par-
242
ticulares cualquiera que sea el campo que exploremos: el
espíritu del cambio y el espíritu de conserv:aci�n. Nada
real puede haber sin los dos. El mero cambiO ?m cons.�r
vación es un pasar de la nada a la nada. Su mtegracwn
final produce un mero no-ente transitorio. La mer?- con
servación sin cambio no puede conservarse, pues, al fm Y al
cabo, hay un fluir de circunstancia, y la lozanía del ser se
.
desvanece con la mera repetición. El carácter de la realidad
existente se compone de organismos durables a través el
fluir de las cosas. El tipo bajo de organismo ha logrado una
autoidentidad que domina toda su vida física. Electrones,
moléculas, cristales, pertenecen a este tipo. Presentan una
identidad sólida y completa. En los tipos más elevados, en
que aparece la vida, hay una mayor complejidad. A� í, aun
que haya un módulo complejo, durable, se ha refugiado. en
más profundos escondrijos del hecho total. En un sentido,
la autoidentidad de un ser humano es más abstracta que
la de un cristal. Es la vida del espíritu. Se relaciona más
bien con la individualización de la actividad creadora, de
suerte que las circunstancias cambiantes recibidas del am
biente son diferenciadas de la personalidad viva y conce
bidas como formando su campo p ercibido. En realidad, el
ca:¡ppo de percepción y' el espíritu percipiente son .ab.strac
ciones que en concreto se combinan en los acaecimientos
corporales sucesivos. El campo psicológico, en cuanto res
tringido a los objetos-del-sentido y a las emociones pasa
j eras, es la permanencia mínima, simplemente rescatada
de la no-entidad del mero cambio, y el espíritu es la má
xima permanencia, que invade aquel campo comp� eto cu�a
duración es el alma viva. Pero el alma se march1tana , sm
la fertilización de sus experiencias pasajeras. El secreto de
los organismos superiores está en sus dos grados . de per
manencias. Por estos medíos la lozanía del ambiente es
absorbida en la permanencia del alma. El ambiente cam
biante deja de ser, por razón de su variedad, un �nemigo de
la duración del or<Tanismo. El módulo del orgamsmo supe
rior se ha retirad; en los escondrijos de la actividad indi
vidualizada. Se ha transformado en un modo uniforme
de ocuparse de las circunstancias, y este modo sólo se for-
243
talece si tiene una variedad propia de circunstancias de
que ocuparse.
Esta fertilización del alma es la razón de la necesidad
del arte. Un valor estático, por serio e importante que sea,
acaba por ser indurable por su aterradora monotonía de
duración. El alma reclama a grandes voces su redención
hacia el cambio. Sufre la agonía de la claustrofobia. Las
transiciones de humor, ingenio, irreverencia, juego, sueño y
-sobre todo- de arte, son necesarias para ella. El gran
arte es la disposición del ambiente de modo que le propor
cione al alma valores vivos aunque transitorios. Los seres
humanos reclaman algo que les absorba por algún tiempo,
algo que les saque de la rutina en que pueden quedar en
candilados. Pero no podemos subdividir la vida, como no
sea en el análisis abstracto del pensamiento. Por consi
guiente, el gran arte es más que un remozamiento transito
rio . Es algo que se añade a la riqueza permanente de la
autoadquisición del alma. Se justifica a un tiempo por su
goce inmediato y también por su disciplina del más íntimo
ser. Su disciplina no es distinta del goce más que por razón
de él. Transforma el alma en la realización permanente de
valores que se extiende más allá de su yo anterior. Este
elemento de transición en el arte se pone de manifiesto por
la inquietud patente en su historia. Una época llega a sa
turarse con las obras maestras de cualquier estilo. Algo
nuevo precisa ser descubierto. El ser humano es variable.
Sin embargo, hay un equilibrio en las cosas. El mero cam
bio antes de haber llegado a un logro adecuado, en calidad
o en cantidad, es destructivo de la grandeza. Pero difícil
mente podrá exagerarse la importancia de un arte vivo que
cambia y sin embargo deja su marca permanente.
Por lo que concierne a las necesidades estéticas de la so
ciedad civilizada, las reacciones de la ciencia han resultado
desafortunadas en este sentido. Su base materialista ha di
rigido la atención a las cosas como opuestas a Jos valores.
La antítesis es falsa si se toma en un sentido concreto, pero
es válida en el nivel ordinario del pensamiento abstracto.
Esta acentuación dislocada confluyó con las abstracciones
de la economía política, que de hecho son las abstracciones
244
en cuyos términos se llevan los asunt.os �?merci�les. Así,
todo pensamiento relativo a la ? rgamzacwn �acial se ex
presó en términos de cosas materiales y d<; capital. L� s va
lores últimos eran excluidos. Se les hacia una cortes re
verencia y se les entregaba al clero par� que los guardara
para los domingos . . Un cred� de moralidad en la compe
tencia por los negocws se hab1a desarrollado, en algunos as
pectos con n� table . �levaci¿n, pero absolutam:nte despro
visto de consideracwn hacia el valor de la v1da humana.
Los obreros eran considerados como meros instrument? s,
o btenidos del mercado del trabajo. A la pregunta de D ws
contestaban los hombres como Caín: "¿Acaso soy yo el
,
guardián de mi hermano ?", y cometían el crimen de C�1? .
Tal era la atmósfera en que se llevó a cabo la revolucwn
industrial en Inglaterra, y en gran parte también en otr? s
países. La historia intes� in?' de Inglaterra durante el ul
timo medio siglo ha consistido en un esfuerzo lento Y do
loroso para deshacer los males forj � d?� en. la primera fase
, nunca
de la nueva época. Puede que la civihzacwn se r�
cupere del mal clima que rodeó la i�troducción d �l maqm
nismo. Este clima invadió todo el sistema comercial el; las
razas adelantadas del Norte de Europa. En parte fue re
sultado de errores estéticos del protestantismo Y en parte
consecuencia del materialismo científico; en parte resultado
de la codicia de la especie humana y en parte re:ultado . �e
las abstracciones de la economía política. Una 1lustracwn
de mi punto de vista puede en�ontrarse : n el ensayo de
Macaulay criticando los Colloquws on Soczety de South?Y•
escrito en 1830. Y Macaulay era un ejemplo muy gen�mo
de los hombres que vivían en la época, o. en t�das las epo
cas. Era un genio, tenía buen cor;;tzón, mtencwnes hones
,
tas y afán de reforma. El texto dice as1:
"Se nos dice que nuestra edad ha inventad o at; ocid_ades que su
_
peran cuanto nuestros padres hubieran podido Imagmar ; que la
sociedad ha sido llevad a a un estado comparado con el cu �l ! a ex
terminación Tesultaría una bendición ; y todo poTc¡ue las
de los hiladores de algodón son desnudas y rectangular€�.
Southev ha descubierto un medio -nos dice- que permite ; am
parar los efectos de la fabricación y ele la agricultura . h Cual es
245
este medio � Subirse a un cerro, contemplar la casa de campo y
la factoría y ver cuál es la más agradable."
:Parece que Southey había dicho muchas tonterías en su
li.b.ro; pero por lo que se refiere a este extracto , podría jus
tifiCar perfectamente su alegato si volviera a la tierra des
pués de un lapso de casi un siglo. Los males de la primera
época de industrialización han pasado actualmente a formar
parte del dominio público. El punto en que sigo insistiendo
es la ceguera empedernida con que, incluso los mejores hom
bres de la época, consideraban la importancia de la estética
en la vida de una nación. No creo que hasta ahora ha
yamos llegado ni siquiera aproximadamente a la estimación
debida. Una causa de eficacia sustancial que contribuyó a
producir este error desastroso, fué el credo científico de que
la materia en movimiento es la única realidad concreta de
h naturaleza, de suerte que los valores estéticos constituí
rían un aditamento adventicio que no viene a propósito.
Hay otro aspecto de este cuadro de las posibilidades de
decadencia. En el momento actual se agita una discusión
acerca del porvenir de la civilización en las nuevas circuns
tancias de rápido adelanto en la ciencia y en la técnica. Los
males del futuro han sido diagnosticados de distintos mo
dos: la pérdida de la fe religiosa, el uso malicioso del poder
material, la degradación consiguiente a una cuota diferen
cial de natalidad favorable a tipos de humanidad inferio
res, la suspensión de la fuerza estética creadora. No cabe
duda de que todos ésos son males peligrosos y amenazado
res. Pero no son una novedad. Desde los albores de la his
tori � la humanidad ha venido perdiendo su fe religiosa, ha
sufndo siempre del uso malicioso del poder material ha
sufrido siempre de la infecundidad de su s mejores tipo � in
telectuales y siempre ha registrado la decadencia periódica
del arte. En el reinado del monarca egipcio Tutankhamón
se desencadenó una lucha religiosa desesperada entre los
modernistas y los fundamentalistas; las pintura s de las ca
vernas ofrecen una fase de delicada perfección estética sus
tituída luego por un período de relativa vulgaridad; los
j efes religiosos, los grandes pensadores, los grandes poetas
Y autores, toda la casta sacerdotal de la Edad l\íedia, fue-
246
ron notoriamente estériles; por último, si en la actualidad
contemplamos lo que ocurrió en el pasado sin hacer caso
de las exposiciones novelescas de democracias, aristocracias,
reyes, generales, ejércitos y comerciantes, veremos que el
poder material fué ej ercido generalmente a ciegas, con por
fía "J' egoísmo y no pocas veces con brutal maldad. Y, a
pesar de todo, la humanidad ha progresado. Incluso si to
mamos un tenue oasis de especial excelencia, el tipo de hom
bre moderno que más probabilidades habría tenido de ser
feliz en la Grecia clásica en el mejor período de ésta, habría
sido seguramente (como ahora) un boxeador mediano pro
fesional de peso pesado, y no un estudiante ordinario de
griego de Oxford o de una universidad alemana. De segu
ro que la principal utilidad del estudiante de Oxford habría
sido su capacidad para escribir una oda ensalzando al bo
xeador. Nada puede ser más nocivo para un espíritu decaí
do en orden al cumplimiento de sus deberes en la actuali
dad que el concentrar la atención en los puntos de excelen
cia del pasado comparados con los defectos promedios de
nuestros días.
Pero, al fin y al cabo, ha habido verdaderos períodos de
decadencia, y en la época actual, como en otras, la sociedad
está en decadencia, siendo necesario hacer algo para reac
cionar. Los profesionales no constituyen una novedad en el
mundo. Sin embargo, los profesionales del pasado estaban
agrupados en castas que no progresaban. El caso es que
en la actualidad el profesionalismo ha sido asociado al pro
greso. El mundo se encuentra ahora ante un sistema que
se desarrolla por sí mismo y que él no puede detener. Esta
situación ofrece sus ventajas y sus peligros. Es evidente
que las ganancias de poder material ofrecen también oca
siones para una mejora de la sociedad. Si la humanidad sa
be aprovechar la ocasión, tendrá frente a sí una edad de
oro de creatividad benefactora. Pero el poder material en
sí es neutral éticamente. Puede actuar igualmente en la
dirección errónea. No se trata actualmente de producir
grandes hombres sino de producir grandes sociedades. La
gran sociedad encontrará los hombres para las ocasiones. La
filosofía materialista acentuó la importancia de la cantidad
247
de materia dada, :,r de ahí, por derivación, la naturaleza del
ambiente dada. De esta suerte actuó del modo más des
afortunado sobre la conciencia social de la humanidad, pues
puso casi exclusivamente su atención en el aspecto de la
lucha por la existencia en un ambiente fijo. En una gran
extensión el ambiente es fijo y en esa extensión hay una
lucha por la existencia. La cuestión es quién será el eli
minado. En la medida en que seamos educadores, hemos de
tener ideas claras sobre este punto, pues determina el tipo
que hay que producir y la ética práctica que debe inculcarse.
Pero durante los tres últimos siglos la concentración ex
clusiva de la atención hacia este aspecto de las cosas, ha
sido un desastre de primera magnitud. Las consignas del
siglo xrx fueron: la lucha por la existencia, la competen
cia, la lucha de clases, la rivalidad comercial entre las na
ciones, la guerra militar. La lucha por la existencia ha sido
interpretada como un evangelio de odio. La conclusión to
tal que haya de sacarse de una filosofía de la evolución es,
por fortuna, de un carácter más equilibrado. Los organis
mos victoriosos modifican su ambiente. Son victoriosos los
organismos que modifican su ambiente para ayudarse mu
tuamente . Ej emplos de esta ley se encuentran en vasta es
cala en la naturaleza. Por ejemplo, los indios de América
del Norte aceptaron su ambiente, y ello tuvo como resultado
que una población poco densa lograra simplemente mante
nerse en todo el continente. Cuando las razas europeas lle
garon a ese mismo continente, siguieron una política opues
ta. Desde un principio cooperaron en la modificación de su
ambiente. El resultado fué que una población veinte veces
mayor que la india ocupe actualmente el mismo territorio, a
pesar de lo cual el continente todavía no está lleno. Ade
más, hay asociaciones de especies distintas que cooperan
mutuamente. Esta diferenciación de especies se presenta en
los entes físicos más simples, tales como la asociación entre
electrones y núcleos positivos, y lo propio ocurre en todo
el reino de la naturaleza animada. Los árboles de las selvas
del Brasil dependen de la asociación de varias especies de
organismos, cada uno de los cuales depende mutuamente
de las demás especies. Un árbol aislado depende por sí de
248
todos los cambios adversos de las circunstancias variables.
El viento le impedirá crecer; las variaciones de la tempera
tura perjudican el desarrollo de sus hojas; las lluvias des
nudan su suelo; sus hojas son arrastradas y no pueden con
tribuir a la fertilización de su suelo. Podemos obtener es
pecímenes de hermosos árboles ya sea en circunstancias
excepcionales, ya con la intervención del cultivo por parte
del hombre. Pero en la naturaleza el modo normal de pros
perar los árboles es su asociación en un bosque. Es posi
ble que cada uno de los árboles pierda algo de su perfec
ción de crecimiento individual, pero, en cambio, se ayudan
mutuamente a conservar las condiciones de subsistencia.
El suelo se conserva y está al abrigo, y los microbios nece
sarios para su fertilidad no son agostados por el sol, ni ex
terminados por la escarcha, ni arrastrados por las lluvias.
Un bosque es el triunfo de la organización de especies mu
tuamente dependientes. A mayor abundamiento, una es
pecie de microbios que mata a un bosque se da muerte a
sí misma. Por otra parte, los dos sexos presentan la misma
ventaja de diferenciación. En la historia del mundo, el
premio no ha sido para las especies que se han especiali
zado en los métodos de violencia, ni siquiera en las arma·
duras defensivas. D e hecho, la naturaleza comenzó produ
ciendo animales encerrados en duras conchas que les prote
gieran contra los males de la vida. También hizo ensayos
en materia de tamaños. Pero los animales pequeños, sin
caparazón externo, de sangre caliente, sensibles y vigilan
tes, expulsaron de la faz de la tierra a esos . moD:stru? s.
Además, no son los tigres y los leones las especies victorio
sas. En el uso pronto de la fuerza hay algo que frustra su
propio objeto. Su principal inconveniente es que carece d.e
cooperación. Todo organismo necesita un ambiente de ami
gos, en parte para que le protejan contra cambios .violen
tos, en parte para que le ayuden cuando lo necesita. El
Evano-elio de la Fuerza es incompatible con una vida social.
Entie�do por fuerza el antagonismo en su sentido más ge
neral.
Casi igualmente peligroso es el Evangelio de la Unifor
midad. Las diferencias entre las naciones y razas de la es-
249
pecie humana son necesarias para mantener las condiciones
e� que es posible un más alto desarrollo. Un factor prin
cipal en la marcha ascendente de la vida animal ha sido
su capacidad de migración. Es quizás por esta razón que
les fué mal a los monstruos protegidos por fuertes capara
zones. No podí�n trasladarse. Tenían que adaptarse o pe
recer. La especie humana se trasladó de los árboles a las
llanuras, de las llanuras a las costas del mar, de unos climas
a otros, de unos continentes a otros, y de unos hábitos de
vida a otros hábitos de vida. Cuando el hombre deja de
trasladarse, cesa su ascenso en la escala del ser. El tras
lado físico es siempre importante, pero más lo es aún la
facultad de las aventuras espirituales del hombre: aven
turas . del. pensamiento, del sentimiento apasionado, de la
expenencia estética. Una diversificación entre las comuni
dades humanas es esencial para la aportación de incentivo
Y de material para la odisea del espíritu humano. Naciones
distintas de hábitos diferentes no son enemigas: son bendi
_
ciOnes. Los hombres necesitan que sus vecinos sean lo sufi
cientemente afines para que les entiendan lo suficientemen
te diferentes para llamar su atención y lo suficientemente
grandes para imponer admiración. Sin embargo, no pode
mos esperar que tengan todas las virtudes. Precisamente
habríamos . de darnos por satisfechos con que haya algo lo
bastante smgular para que resulte interesante.
. La ciencia moderna ha impuesto a la humanidad la nece
SI_dad de tra�ladarse. Su pensamiento progresivo y su téc
mc� progresiva han hecho del paso por el tiempo, de gene
racwn . en generación, una verdadera migración hacia mares
de aventura no registrados en los mapas. El beneficio ge
.
nm�� del trasladarse estriba en que es peligroso y requiere
habilidad para sortear los escollos. Nuestra esperanza, está,
por lo tanto, en que el porvenir nos descubra peligros. Le
toca al futuro ser peligroso, y una de las virtudes de la
ciencia es que pertreche al futuro para realizar su misión.
La � clases medias prósperas que gobernaron en el siglo xrx,
atnbuyeron un valor excesivo a la placidez de la existen
cia. Se resistieron a encarar las necesidades de reforma so
cial impuestas por el sistema industrial nuevo, y ahora se
250
rehuyen a enfrentar las necesidades _de. reforma intelectual
impuestas por el nuevo saber. El pesrmrsm? de la clase me
dia en cuanto al porvenir del mundo, proviene de un9; con
fusión entre civilización y seguridad. En el fut.uro !�me
diato habrá menos seguridad que en el pas� do mmediato,
meno s estabilidad. No cabe duda de que crerto grado de
inestabilidad resulta incompatible con la civilización, pero,
en conjunto, las grandes edades han sido edades inestables.
En estas conferencias he pretendido dar un relato de una
gran aventura por la región del pensamiento. En ella par
_
ticiparon todas l� s razas del Oc�rd� nte de Europa. Se � es�
rrolló con la lentitud de un movimiento de masas. �Iedio sr
glo es su unidad de tiempo. Este relato es la epopeya de un
episodio de la manifestación de la razón. Dice cómo una
dirección particular de la razón aparece en una raza �ra
cias a la larga preparación de épocas precedentes, como
después de su nacimiento se desar_rolla gr�dualmer:te �u
materia principal, cómo logra sus trmnfos, como su mfluJO
moldea las mismas fuentes de la acción del género humano,
y, por último, cómo en su momento de triunfo s:rpr�J:?O se
revelan sus limitaciones y reclaman un nuevo eJercrcro de
la imaginación creadora. La moraleja del relato es el � oder
de la razón, su influjo decisivo en 1� vida de 1� humanrda� .
Los <trandes conquistadores, de AleJandro a Cesar Y � e Ce
sar /: Napoleón, ejercieron un influjo profundo en la vida de
las generaciones su? siguient: s; . p er? el efe�to total de este
_
influjo queda reducrdo a lo msignrficante si se coml?ara con
la transformación total de los hábitos y de la mentalidad hu
manos provocada por la larga trayectoria de los hombres
de pensamiento desde Tales hasta nuestros dias, . hombr�s
_
desprovistos de poder individualmente, pero que en defmi
tiva fueron quienes gobernaron el mundo.
251
iND I C E
X.-Abstracción . 19 1
XI.-Dios . . 210
253