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Título del original inglés:

SCIENCE AND THE MODERN WORLD

Traducción directa de los tres primeros capítulos por


MARINA RUIZ LAGO;
de los restantes por
J. ROVIRA AR1IENGOL

Queda hecho el depósito que


pre>iene la ley núm. 11.723

Copyright by Editorial Losada, S. A.


Buenos Aires, 1949

PRINTED IN ARGENTINA

Acabado de imprimir el día 18 de julio ile 1949. Talleres gráficos


de Sebastián de Am�rrortu e hijos, Luca 222í, Bueuos Aires.
PREFACIO

El presente libro contiene el estudio de varios aspectos


de la cultura occidental durante los tres siglos pasados, en
cuanto ha recibido el influjo del desarrollo de la ciencia.
Ha guiado este estudio la convicción de que la mentalidad
de 1ma época Bitrge de la visión del mundo dominan,te e n
los sectores educados d e las comum"dades en cuestión. Pue­
de existir más de uno de estos esquema�, conform.e a las di­
visiones culturales. Los diversos intereses htLmanos que su­
gieren cosmologías y Teciben su influjo son la. ciencia, la esté­
tica, la ética y la religión. En toda edacl cada uno de esos
temas sugiere una visión clel mundo. En la medida en que
un mismo conjunto de gentes está gobernado por todos es­
tos intereses o por más de uno de ellos, s-n visión efectiva
será el producto total de esas fuentes. Pero ca.cl4 edad tie­
ne sz¿ preocupación dominante, y durante los tres siglos en
cuestión, la cosm.ología derivada de la. ciencia se ha afirmado,
a expens-as de puntos de vista más antiguos y ele otros orí­
genes. Los hombres pueden ser tan provincianos en el tie?n­
po como en el espacio. Podemos pTeguntarnos si la mentali­
dad cienMfica del mundo moderno en el pasado Teciente no
es un eje1nplo triunfante de tal limitación provinciana.
La filosofía, en una de sus funciones, es la crítica ele las
cosmologías-. Stt función es arm.onizar, Tefonnar y justificar
intuiciones divergentes en cuanto a la naturaleza ele las co­
sa�. Debe insis-tir en el escm:tinio ele las idea� última� y en
conserva,. todas las pruebas cuando confecciona nuestro es-

9
que11UL cosmológico. Su tare(]¡ es hacer explícito y, en lo
.
posible, eficaz, un proceso que por lo demas se eJecuta _

conscientenwnte, sin pntebas racionales.
Pensando en todo esto, me guardé de introducir muchos
detalles abstrusos con respecto al adelanto científico. Lo
que se necesita y lo que he tratado de hacer es est1t �iar
con simpatía las principales ideas vistas por dentro. Sz lo
que pienso sobre la función de la filosofía es correcto, es la
más importante de todas las tareas intelectuales: Constr u'!je
catedrales antes de que los obreros hayan momdo una pt e­
dra y las destruye antes de que los elementos hayan des­
gastado sus arcos. Es el arquitecto de los edificios del espí­
ritu y también su destructor: lo espiritual precede a l? 1JW­
terial. La filosofía trabaja lentamwnte. Los pensamzentos
duermen durante edades enteras cuando casi de improviso
la humanidad se encuentra con que se han encarnado en
instituciones.
El libro consiste principalmente en una serie de ocho con­
ferencias Lowell, pronunciadas en f ebrero de �9�5 Esas con­
:
f erencias, ligeramente desarrolladas, y subdwzdzda 'I.W(J¡ de
ellas en los capítulos VII y VIII, se imprimen tal �amo �n
sido pronunciadas. Pero he agregado algún nwterzal adzczo­
nal, de modo de completa!/" el pensamiento del libro en una
escala que no admitía ese curso de conferencias. De este
nwterial nuevo, el capítulo II -"Las matemáticas c� mo
elemento en la historia del pensamiento"- fué pronu11;czad<f
co1no conferencia en la Sociedad matemática de la Umversz­
dad de Brown' Providence, Rhode Island; y el capítulo XII
-"Religión y ciencia"- f ué una conferencia pron'!l'nc�ada
en la Phillips B1·ooks House en Harvard, y se publzcara � n
el número de agosto del Atlantic Monthly de este ano
(191!5). Los capítulos X y X I -"Abstracción" y "Dios"­
son a,gregados que aparecen ahora por primera; _ vez: Pero
, an­
el libro representa un hilo de pensamiento; la utzlzzacwn
terior de parte de su contenido es asunto secunda1·io.
No he tenido oportunidad de referirme detalladamente en
el texto a la obra de Lloyd Margan, Emergent Evolut�on ni
a la de A lexander, Space, Time and Deity. Será evzd.ente
para los lectores que los he hallado muy ricos en sugeren-

10
cias. Debo mucho, en especial, a la gran obra de AleX(J¡nder.
El p1"0pósito general del presente libro nM 1:mpide reconocer
en detalle las distintas fuentes de inforznación o de ideas.
El libro es producto de pensamientos y lecturas de años pa­
sados y no los emp1·endí previendo que había de utilizarlos
pa·ra este f in. Por eso m e sería ahora imposible referirme
en detalle a n1is fuentes, aun cuando fuera conveniente.
Pero no lo es: los hechos que nos sirven de base son sen­
cillos y bien conocidos. En lo filosófico, se ha excluído por
entero toda consideración epistemológica. Sería imposible
discutir ese punto sin trastornar todo el equilibrio de la
obra. La clave del libro es el sentido de extraordinaria i1n­
portanci(J¡ de una filosofía prevalente.
Debo las mayores gmcias a mi colega Mr. Raphael De­
mos por haber leído las 1n·uebas y por haberme sugerido
muchas mejoras de expresión.
HARVARD UNIVERSITY.
29 de junio de 1925.

11
CAPÍTULO I

ORÍGENES DE LA CIENCIA MODERNA

La marcha de la civilización no es del todo un dBrrotero


uniforme hacia cosas mejores. Quizá tenga ese aspecto si lo
figuramos en escala suficientemente grande. Pero una vi­
sión tan grande oscurece los detalles en los cuales se basa
toda nuestra comprensión del proceso. Las épocas nuevas
emergen casi de improviso si miramos los miles de años a
través de los cuales se extiende la historia completa . Las
razas apartadas toman repentinamente su lugar en la co­
rriente principal de los hechos; los descubrimientos tecnoló­
gicos transforman el mecanismo de la vida humana; un arte
primitivo florece rápidamente hasta satisfacer por completo
determinada ansia estética; grandes religiones en cruzadas
juveniles esparcen a través de los pueblos la paz del cielo y
la espada del Señor.
El siglo xvr de nuestra era vió el desgarramiento de la
cristiandad de Occidente y Bl surgimiento de la ciencia mo­
derna. Fué una época de fermentación. Nada se hallaba
establecido, aunque mucho se abría -nuevos mundos y nue­
vas ideas-. En ciencia podemos elegir a Copérnico y a VBsa­
lio como figuras representativas: tipifican la nueva cosmo­
logía y el énfasis que pone la ciencia en la observación di­
recta. Giordano Bruno fué el mártir, aunque la causa por
la cual padeció no fué la ciencia sino la especulación ima­
ginativa libre. Su muerte, en el año 1600, introdujo el pri­
mer siglo de la ciencia moderna en el sentido estricto de
la palabra. En su ejecución hubo un simbolismo incons-
ciente, pues el carácter del pensamiento científico que le
sucedió ha desconfiado de este tipo de especulación gene­
ral. La Reforma, pese a toda su importancia, puede con­
siderarse como un conflicto doméstico entre las razas de
Europa. Hasta la cristiandad de Oriente la contemplaba
con profunda despreocupación. Además, semejantes desga­
rramientos no son fenómenos nuevos en la historia del cris­
tianismo ni de otras religiones. Cuando proyectamos esta
gran revolución sobre la historia entera de la iglesia cris­
tiana no podemos considerar que introduce un nuevo prin­
cipio en la vida humana. Buena o mala, fué una gran trans­
formación religiosa; pero no fué el advenimiento de la re­
ligión. Ni pretendió serlo. Los reformistas mantenían que
no hacían sino restaurar lo que había sido puesto en olvido.
Muy distinto es lo que sucede con el surgimiento de la
ciencia moderna. Contrasta en todo sentido con el movi­
miento religioso contemporáneo. La Reforma fué un levan­
tamiento popular; por siglo y medio corrió la sangre de Euro­
pa. Los comienzos del movimiento científico se limitaron
a una minoría entre la aristocracia intelectual. En una ge­
neración que vió la guerra de los Treinta Años y recordaba
la actuación del Duque de Alba en Flandes, lo peor que
sucedió a los hombres de ciencia fué que Galileo sufrió una
prisión decorosa y suave reprimenda, y que murió tranqui­
lamente en su cama. La forma en que se ha recordado la
persecución de Galileo es un tributo a los tranquilos comien­
zos del más íntimo cambio de visión que la raza humana ha­
ya experimentado. Desde el nacimiento de un niño en un
pesebre, no hay quizá suceso tan grande que se haya rea­
lizado con tan poco ruido.
La tesis que estas conferencias ilustrarán es que ese tran­
quilo crecimiento de la ciencia ha cambiado prácticamente
el color de nuestra mentalidad de tal manera que están
ahora muy difundidas en el mundo educado, maneras de
pensar que en épocas anteriores eran excepcionales. Ese nue­
vo colorido de los modos de pensar ha proseguido lentamen­
te durante muchas edades entre los pueblos de Europa. Al
fin redundó en el desarrollo rápido de la ciencia; y por ese
medio se ha robustecido gracias a su más obvia aplicación.

14
La nueva mentalidad es más importante todavía que la
nueva ciencia y la nueva tecnología. Ha alterado las pre­
misas metafísicas y el contenido imaginativo de nuestra
mente tanto, que los viejos estímulos provocan una respues­
ta nueva. Quizá mi metáfora de un color nuevo es dema­
siado fuerte. Pienso en un mínimo cambio de tono que
basta sin embargo para causar la mayor diferencia. Una
frase de una carta del adorable genio que fué William Ja­
mes ilustra exactamente lo que quiero decir. Cuando estaba
acabando su gran tratado, Principios de psicología, es­
cribió a su hermano Henry James : "Tengo que forjar
cada frase en las narices de hechos irreducibles y obsti­
nados."
El nuevo matiz de la mente moderna es un interés vehe­
mente y apasionado por la relación entre los principios ge­
nerales y los hechos irreducibles y obstinados. En todo el
mundo y en todos los tiempos han existido hombres prácti­
cos absorbidos en "hechos irreducibles y obstinados"; en
todo el mundo y en todos los tiempos han existido hombres
de temperamento filosófico que se absorbieron en la trama
de los principios generales. La unión del interés apasiona­
do por los hechos de detalle con idéntica devoción a la gene­
ralización abstracta es lo nuevo de nuestra sociedad actual.
Antes había aparecido esporádicamente, como por azar. Ese
equilibrio de la mente se ha convertido ahora en parte de
la tradición que impregna al pensamiento culto. Es la sal
que sazona la vida. La principal tarea de las universidades
es trasmitir esa tradición como una herencia vastamente
difundida de generación en generación.
Otro contraste que destaca la ciencia de entre los movi­
mientos europeos de los siglos xvr y xvn es su universali­
dad. La ciencia moderna nació en Europa, pero su hogar
es todo el mundo. En los dos últimos siglos los modos oc­
cidentales han atacado larga y confusamente la civiliza­
ción asiática. Los sabios del Este han meditado y medi­
tan sobre cuál puede ser la norma secreta de vida capaz
de pasar de Oeste a Este sin destruir frívolamente su pro­
pia herencia que con tanta razón aprecian. Cada vez re­
sulta más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al

15
Este sin vacilar es su ciencia y su visión científica. Ambas
son transferibles de región a región, y de raza a raza, don­
dequiera exista una sociedad racional.
En este curso de conferencias no discutiré los detalles del
descubrimiento científico. Constituye mi tema cómo entró
en vigor un estado de ánimo en el mundo moderno, su vasta
generalización y su impacto sobre otras fuerzas espirituales.
Hay dos maneras de leer historia: hacia adelante y hacia
atrás. En la historia del pensamiento necesitamos los dos
métodos. Un clima de opinión -para emplear la feliz frase
de un escritor del siglo XVII- requiere para ser comprendi­
do la consideración de sus antecedentes y de sus resultados.
En consecuencia, consideraré algunos de los antecedentes
de cómo hemos abordado modernamente la investigación de
la naturaleza.
En primer lugar, no puede haber ciencia viva si no se ha­
lla difundida la convicción instintiva de la existencia de un
orden de cosas y, en particular, de un orden ele la naturaleza.
He usado de intento la palabra instintiva. No importa lo
que los hombres dicen con sus palabras mientras sus activi­
dades estén dirigidas por instintos fijos. En última instan­
cia, las palabras pueden destruir los instintos. Pero hasta
que tal cosa no suceda, no entran en cuenta. Esa observa­
ción es importante en la historia del pensamiento científico.
Porque encontraremos que desde los tiempos de Hume, la
moda en filosofía científica ha sido negar el racionalismo
de la ciencia. Esa conclusión se encuentra a flor de piel en
la filosofía de Hume. Tomemos por ej emplo , el siguiente
pasaje de la sección rv de su Ensayo sobre el entendimiento
humano:
En una palabra, pues, todo efecto es un suceso distinto de su
causa. Por consiguiente, no puede ser descubierto en la causa ;
y su primera invención o concepción, a priori, debe ser completa­
mente arbitraria.

Si la causa en sí misma no revela información sobre el


efecto, de manera que su primera concepción debe ser ente­
ramente arbitraria, se infiere de inmediato que la ciencia
es imposible, salvo en el sentido de establecer conexiones

16
¿nteramente arbitrm-ias, que no están garantizadas por na­
da intrínseco a la naturaleza de las causas o de los efectos.
Por lo general alguna variante de la filosofía de Hume ha
predominado entre los hombres de ciencia. Pero la fe cien­
tífica se ha puesto a la altura de las circunstancias, y ha
allanado tácitamente la montaña filosófica.
Ante tan extraña contradicción del pensamiento científico,
es de primera importancia considerar los antecedentes de
una fe inexorable a la aspiración hacia un racionalismo
coherente. Tenemos que rastrear, pues, el nacimiento de
la fe instintiva en que existe un orden de la naturaleza
que se puede descubrir en cualquier suceso particular.
Naturalmente todos participamos en tal fe, y creemos
por eso que la causa de la fe es nuestra aprehensión de su
verdad. Pero la formación de una idea general -tal como
la idea del orden de la naturaleza- y la concepción de su
importancia y la observación de cómo se ejemplifica en
diversas ocasiones, no son en modo alguno consecuencias
necesarias de la verdad de la idea en cuestión. Suceden he­
chos familiares y la humanidad no se preocupa de ellos. S e
requiere una mentalidad muy poco común para emprender
el análisis de lo obvio. D e ahí que quiero considerar las
etapas en las cuales se hizo eA1Jlícito este análisis hasta
imprimirse por último indeleblemente en todo espíritu edu­
cado de la Europa occidental.
Es evidente que los principales hechos de la vida se re­
piten con harta insistencia como para que dej e de notar­
los el hombre menos racional; aun antes del despuntar de
la razón quedaron grabados en los instintos de los ani­
males. No es necesario estudiar en detalle la circunstancia
de que, a grandes rasgos, c:ertos hechos generales de la
naturaleza se repiten, y de que nuestra misma naturaleza
se ha adaptado a tales repeticiones.
Pero existe un hecho complementario, igualmente verda­
dero e igualmente evidente : en realidad, nada se repite j a­
más en su exacto detalle. No hay dos días ni dos inviernos
idénticos. Lo desaparecido desaparece para siempre. De
ahí que la filosofía práctica de la humanidad ha consistido
en esperar las grandes repeticiones y en aceptar los detalles,

17
1 s
. inescrutable de las cosas, má
como SI emanaran de seno esp era qu e el sol
allá del camp� d! l�· ���� _ , n El hombre
� donde se le a�toja.
se levante, Pe o l i . opla · 'n crriega clásica en acle-
Cierto es qu� desde 1a ClVy g�pos de hombres que
lante han. existido , hombres la aceptacwn . , de un irraciona-
se han Sl�Uado mas aPá l de r to-
lismo ult , imo. Estos horobres . han tratado de explicacosas
en de
como el resultado de un ord
dos los fenóm . enosa cada detalle G em. os coroo Aristóteles'
que se extiende � debieron nacer con la
o Arquímedes o Roger .Bnat�l1ica que sostiene instintiva­
mentalidad enteramente cie grandes y pequeñas pueden
mente que todas las cosas los prm . . . generales reí­
ciplOs
con ceb irse com o eje mp los de
nantes en �odo el. ord �n fa��:d Media el público gener�l
l
Pero has ca el fm al e a . . , , ntima y ese interés mi­
educado no sin�ió esa conviccw �
u :t de que condujera a
un
nucioso en tal Idea hasta el bres c l a capacidad v opor­
contingente continuo de homte r �:a busca coordinada y
tunidad adecuada.s �a:a m�note?� tico�. gente 0 bien du­
descubrir esos prmcipiOs hip s prm ��
cip lOs o . bien dudaba
daba de la existencia de tale los, 0 n t resaba en
de la probabilidad de encony� · . �;r�::ci: práctica
pensar en ellos, o nol recor a a�q��r�fuese la razón, la
una vez que los. hal,ab . a. Cu unida-
búsqueda fue , fl oJa ;
�� tenem . ,
as en cuenta las oport po en
la loncritud del tiem
des de una alta cl,Vl lzacwneto! �1 "oo d repente en los
cuestión. ¿Por que se � ap t�� d 1V1edia se presenta
siglos XVI y xvrr? � termma_rn:ención estimuló el pensa­
La 1
. d. avivó 1la especu1acw' n descu
una nueYa mentalida · física' los
miento , el pen sam len to bierto
hab ían
manuscrit os grie gos revelaron o que o Europa
los antwu
.
"' os. por ult"liDO
, , aunque en el ano I�oo �

,. antes
s que muna en el itos los Q}�
· ,

,
sabía menos que Arqmmede ' esta ban escr
de Cristo, con todo, en e11 ano
11"'!00
o había recorrido buen
'�

on, y e m un d
Principia de Newt
trecho ha�ia. la époc� m�d:�zac na. .
nte las cuales el
Han eXI stid o gra n es . ClV l iones . dura. a aparecido sólo
h
l cien m
equilibrio mental requendo ��ro tos ma�s débiles resultados.
por momentos y ha pro duc l
18
Por ejemplo, cuanto más conocemos del arte chino, de la
literatura china y de la filosofía práctica china, más admi­
ramos las cumbres a que llegó esta civilización. Durante
miles de años hubo en China hombres agudos y doctos que
consagraron pacientemente sus vidas al estudio. Si tenemos
en cuenta el tiempo y la población, China forma el más
grande volumen de civilización que ha visto el mundo. No
hay motivo para dudar de la capacidad intrínseca individual
de los chinos para la investigación científica. Y sin embar­
go la ciencia china es prácticamente despreciable. No hay
motivo para creer que la China abandonada a sí misma,
hubiera producido jamás ningún progreso científico. Lo
mismo puede decirse de la India. Además, si los persas hu­
bieran esclavizado a los griegos, no existe causa definida
para presumir que la ciencia hubiera florecido en Europa.
Los romanos no demostraron especial originalidad en ese
terreno. Aun así, los griegos, aunque fundaron el movi­
miento, no lo sostuvieron con el concentrado interés que ha
demostrado Europa. No aludo a las últimas generaciones
de los pueblos europeos a ambos lados del océano; entiendo
la Europa menor de la época de la Reforma, desgarrada y
todo por las guerras y las disputas religiosas. Consideremos
el mundo mediterráneo oriental, desde Sicilia hasta el Asia
Menor, durante el período de unos 1400 años que va desde
la muerte de Arquímedes hasta la invasión de los tártaros.
Hubo guerras y revoluciones y grandes cambios de religión:
pero no mucho más graves que las guerras que en los si­
glos XVI y XVII asolaron toda Europa. Había una civiliza­
ción grande y rica, pagana, cristiana y mahometana. En
ese período mucho se agregó a la ciencia. Pero en conjunto
el progreso fué lento y vacilante; y, excepto en matemáti­
cas, los hombres del Renacimiento partieron prácticamente
de la posición que había alcanzado Arquímedes. Se realizó
algún progreso en medicina y en astronomía. Pero el avan­
ce total fué muy pequeño comparado con el éxito maravi­
lloso del siglo XVII. Compárese por ejemplo el progreso
del conocimiento científico desde el año 1560, inmediata­
mente antes del nacimiento de G alileo y de Kepler, hasta
el año 1700, cuando Newton estaba en la cumbre de su
19
" o mencionado,
fama, con el progreso en e1, spen
odo anticru
·

o. .
ex· acb, mcnte diez veces ma lalarg ma dre de Eu rop a, Y a. G
No obs. tante G recia fué
para hallar el
tenemos que ;,olver la mirada emos que en as
nue�tra ::. , s . ideas modernas. Todoseosabhubo una escuela muy
crenes onent'.tles del cditer, profundamente mter�:.�do� e:1
rán ·

floreciente de filósof leza. Sus idea? se han tr�sml � o


os jon ios
gemo de Platon y e A��
teorías sobre la natura s=
nosotros, enriquecidas por el Ari st�teles ( y la ? x �� p ión
Pero, con excepción de
esc uel a de pen sam iento ll;O �abm egad�
no es pequeña) esa pl<;t� . E� .clerto ,ID:odo Los
er
a la mentalidad científica com . sofico, lucid� y log ico .
o�a�f���
fllo .
superior. El genio griego era aba n ant e tod o mt er :
s de ese grupo pla nte
. bre s. •Qué es el substrato de. la naturaleza. cE
hom
f 1l e
acw, n de dos d� ello s o de
cro ' tier
b . r3.' agua, alguna combm , n'ble a nm ,
cru
" n ma�e L -

lo S '-r" L � s'
• e•O es
un simple f}mr no red·u�I

cas les m � ter sab an


rial. estático? Las matemátiera

analizaron sus premi-


nanamente. Ha llar on su gen . .d, tos de tec;emas' m e-
lida
raz?n.amiento � u�f!';�día
cubnmien
sas e hicieron notables desal � S
dia�te una rígida adh
mente estaba impregnada de una
esió n
gen
. a':I�a es�nct �ra Id a .
artir

de
wc mio o a p .
ideas claras y audaces y unelerac nte;· era gemal; era el trabaos Jo
ellas · Todo lo cual era exc c��ncra co�
· o 1 a ent en d em
preparatorio ideal. Pero no eraacw n m�nu a o era todavía
�1 gemo de e�elos no. era tan
hoy. La pacien cia de la .obs erv
ni con mucho tan pronunente. ativa confus� e 1� Imagina­
apto para el estado de expect Fzación inductiva eficaz. Era
n
�ión qne precede a la genera audaces. .
pensadores lúcidos y razona�ores Y ele pnm;ra 1'mea.
. por
�b-
Claro es que huh o exc epc iOn es,
. y Arquímedes. Como e]eron �plo de p
CJ emplo .; Aristót. elesten emos tarob'�e.n ' a los ast om os. o-
servacion paclente ito de las estre 11a s y es-
seían ' lucidez matemática a propos a b anda numerabl e de pla' -
taban fascinados por la peq uen -
netas fugitivos. por algun , secreto fondo de
Toda filosofía está matizadae e}.'})lícitamente en sus ca­
im·lo·inación que nunca emerg ión griega de la naturaleza
,
de��s de razonamiento. La vis
20
por lo menos esa cosmología que trasmitieron a edades pos­
teriores, era esencialmente dramática. No por eso es nece­
sariamente errónea, pero su dramatismo era excesivo. Con­
cibió, así, la naturaleza articulada como una obra de arte
dramático para ejemplificar ideas generales convergentes a
un fin. Diferenció la naturaleza para proporcionar a cada
cosa su fin adecuado. El centro del universo existía como
fin del movimiento para las cosas pesadas, y las esferas ce­
lestes, como fin del movimiento para las cosas cuya natu­
raleza las lleva hacia arriba. Las esferas celestes existían
para las cosas impasibles e ingenerables, las regiones infe­
riores, para las cosas pasibles y generables. La naturaleza
era un drama en el cual cada cosa desempeñaba su papel.
No digo que Aristóteles se hubiese adherido a esta con­
cepción sin rigurosas reservas, sin reservas análogas, a de­
cir verdad, a las que nosotros mismos haríamos. Pero tal
fué la concepción que el pensamiento griego posterior extra­
jo de Aristóteles y legó a la Edad Media. El efecto de ese
escenario imaginativo de la naturaleza consistió en sofocar
el espíritu histórico, pues, siendo el fin lo que parecía acla­
rarlo todo, ¿para qué inquietarse por el comienzo? La Re­
forma y el movimiento científico fueron dos aspectos de la
rebelión histórica que constituyó el movimiento intelectual
dominante del tardío Renacimiento. El llamado a los oríge­
nes del cristianismo, y el llamado de Francis Bacon a las
causas eficientes contra las causas finales fueron dos aspec­
tos de una misma corriente de pensamiento. También por
esta .razón G alileo y sus adversarios estaban en pugna irre­
mediable, como se puede ver en su Diálogo de los áos má­
rimos si.stema.s á el universo.
G alileo porfía a más y mejor sobre cómo suceden las cosas,
mientras sus adversarios tenían una teoría completa acer­
ca de por qué suceden. Desgraciadamente las dos teorías
no producían los mismos resultados. G alileo insiste en "he­
chos irreducibles y obstinados", y Simplicio, su contrin­
cante, presenta r�zones completamente satisfactorias, por lo
menos para el, mismo. Es grave error concebir esa rebelión
histórica como un llamado a la razón. Por el contrario, fué
de todo punto un movimiento antiintelectualista. Fué el
21
hechos brutos, y se basó
retorno a la contemplación de los exible del pens�­
.en una ret'na. da desde el racionalismo . infl
aclO· , n no h go mas
miento medieval. Al sentar esta esa n;epo a los pa\idarios
afrr
que resumir lo que declaraban en en el hbr :
o c ar�o de la
del antiguo régimen. Por ejemplo, P. Pablo Sarp�i, s� n on­
HistoTia del Con cilio de TTento del � �
en 1 los lega dos del Pap a que pr.esid la el
trará que 155
Concilio, ordenaron:
· s co� la SaO"ra-
· lone
r s�s opll
Que los teólogos debían confirma o lli s sa7ra-
os Aposto e
da Escritura, las tradiciones _de � � J � �� �
�! � �
y a� on e l s Sa�tos
dos y aprobados, y las conshtuci?nes cuestlOne� s erfluas e inúti­
��
ar
Padres; que debían ser breves, ent :
n no a" ra a los teólogos
les y disputas perv ersa s. . . Esa orde
condena
it;lianos, q�ienes dijeron 1 qu� era tod as las
de la teologia de las escue as, a �uu
o

per pro ced er com o Santo


dificultades; y que por ella no era s famosos doctOies .
Tomás, San Buenaventura y otro .

Es imposible no simpatiza� con


�stos. teó ?sgo�i �:!::r�=�
o
���o�;���í:r ! ���� fos tra ellos. El ;oPap
s p
=� �� �
� � - ��� ���ntes oesi��
;
a � �
o
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ban en fran-ca rebelión con e

apo:r.ó, y los obis pos del Con
quiera. Pues pocas frases mas
c lio
�I:: :�t��·i���
leemos:
. n aqm, de1 D eto poco les valió,
Aunque muchos se queJaro ��:
e d . obispos) deseaban
lo
·q
: � ��:t���� : �:�:� � : :�; :,
P�: : nt
e
e n o nt l ible no a�strusamente,
trat ado�.
�:m� en el caso de la Justificación y otros ya
. . ' Cuando empleaban la
·1 Pobres medievalistas retrasadeso:o. ara los poderosos de 1a
razón no eran, siq:uera mtel'Igi'bl qJe los hechos obstinados
• • •

época. Pasaran siglos an�es de re tanto el péndulo oscila


sean reducibles por la razon, y ent
emo del me'todo hi�tórico. · ' -
te extr
q� e los
ada men 9.1
lPnta v I)es , teoloO'OS 1ta1Ia
, �

Cuarenta �' tres aüos despues de,. ' Rrc


- ··

. ar d Hooker en
on� . h
nos hubieron redactado este mem ,
sws tlCo , form u1a exa�ta­
sus famosas Leyes de gobicmo ecle
22
mente la misma queja acerca de sus adversarios puritanos 1•
El pensamiento equilibrado de Hooker -del cual deriva la
apelación de "el juicioso Hooker"- y su estilo difuso hacen
sus escritos singularmente inadecuados para ser resumidos
con una cita breve y oportuna. Pero en la sección indicada
enrostra a sus contrincantes su meno�recio de. la razón,· y
en apoyo de su propia actitud se refiere decididamente al
"más grande de los teólogos escolásticos", designación con la
cual presumo que se refiere a Santo Tomás de Aquino.
El Gobiemo eclesirúltico de Hooker se publicó inmediata­
mente antes del Concilio de Trento de Sarpi. Las dos obras
fueron, pues, completamente independientes una de la otra.
Pero tanto los teólogos italianos de 1551 como Hooker al fi­
nal del mismo siglo dan testimonio de la tendencia antirra­
cionalista de sus tiempos, y en ese sentido oponen su pro­
pia época a la de la escolástica.
La reacción fué sin duda un correctivo muy necesario del
imprudente racionalismo de la Edad Media. Pero las reac­
ciones se van a los extremos. Por eso, aunque un resultado
de tal reacción fué el nacimiento de la ciencia moderna, de­
bemos recordar con todo, que la ciencia heredó así la ten­
dencia de pensamiento a la cual debe su origen.
El efecto del drama griego fué múltiple en cuanto a las
distintas formas en que afectó indirectamente el pensamien­
to medieval. Los apóstoles de la imaginación científica tal
como existe hoy día son los grandes trágicos de la antigua
Atenas, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Su visión del desti­
no, que, inexorable e indiferente, impulsa un acontecimien­
to trágico a su inevitable desenlace, es la visión propia de
la ciencia. El destino de la tragedia griega se convierte en
el orden natural del pensamiento moderno. El interés ab­
sorbente por acontecimientos heroicos particulares, como
ejemplo y verificación del funcionamiento del destino, rea­
parece en nuestra época como concentración de interés en
los experimentos cruciales. Tuve la suerte de presenciar la
reunión de la Royal Society de Londres, cuando el astróno­
mo real de Inglaterra anunció que las placas fotográficas del

1 Cf. Libro III, sección VII.

23
famoso eclipse, según la medición �e. sus colegas d.el �bser­
vatorio de G reenwich, habían verificado la predlCcion de
Einstein de que los rayos luminosos se e�curvan a� pasar
por la proximidad del sol. Toda la at�osfera de mte�so
interés era exactamente la del drama gnego: nosotros era­
mos el coro que comentaba el dictado del destino, tal co�o
se revelaba en el desarrollo de un incidente supremo. Ha�Ial
calidad dramática hasta en la escenografía: el ceremoma
acostumbrado, y en el fondo el retrato de �e-:ton, �ara
recordarnos que la más grande de las generalizaciOnes .cien­
tíficas había de recibir ahora, después de más de dos siglos,
su primera modificación. No faltaba tampoco interés pe;r­
sonal: una gran aventura de pensamiento llegaba al fm
salva a puerto. .
Permítaseme recordar aquí que la esen:cia de la tra�edra
no es el infol'tunio. Estriba en la solemmdad del funcio�a­
miento inexorable de las cosas. La inevitabilidad del de�tmo
sólo puede ilustrarse en términos . de �ida �umana �edmn:e
acontecimientos que de hecho Implican mfortumo..... �uvs
sólo por ellos el drama puede hacer evidente la fuLihdad
de toda huída. Esa inevitabilidad inexorable penetra el
pensamiento científico. Las leyes de la física son los dicta-
dos del destino.
La concepción del orden moral en la tragedia griega ��
fué por cierto descubrimiento de los dramaturgos. Debw
pasar del pensamiento general serio , de. la época .� la tra­
dición literaria. Pero al hallar su esplendida expreswn, ahon­
dó la corriente de pensamiento de donde sm;gió. . El :.spec­
táculo del orden moral quedó grabado en la Imagmacwn de
la civilización clásica. .
Vinieron los tiempos de la decadencia de es� , gra� socie­
dad; Europa pasó a la Edad Media. DesapareciO la mfluen­
cia directa de la literatura griega. Pero el concepto de orden
moral y de orden de la naturaleza quedó preservado �ent�o
de la filosofía estoica. Por ejemplo, Lecky en su Hígtorza
de la moral europea dice: "Séneca sostiene que Dios ha
determinado todas las cosas por una inexorable ley del
destino que Él ha dictado, pero a la cual Él misn:o o�e­
dece." Pero la forma más efectiva en que los estOicos m-
24
fluyeron sobre la mentalidad de la Edad Media fué el
sentido. difuso de orden que surgía del derecho romano.
Para c1tar nuevamente a Lecky: "La legislación romana
era �oblemente hija de la filosofía. En primer lugar se
formo de ac.uerdo :on el model� filosófico, pues, en lugar
d.e ser �n simple sistema . empmco , ajustado a las exigen­
cias existentes de la sociedad, establecía principios abs­
tractos de derecho a los cuales trataba de conformarse · y
en segundo lugar, dichos principios estaban directam�nt�
tomados . d;l estoicismo." � pesar de la anarquía que de
he;ho remo en �randes re�wnes de Europa después de la
cmda del ImperiO, el sentido de orden legal estuvo siem­
P!'e plesente er; los recuerdos tradicionales de las pobla­
c:ones que hab1an formado parte de Roma. La Icrlesia de
Occidente, además, se mantenía como la encarnación viva
de las tradiciones del gobierno imperial.
. �� imP,ortan�e
c1vihzacwn
observar que la huella legal grabada en la
de la Edad J.Yledia no revistió la forma de unos
cuantos sabios preceptos reguladores de la conducta. Fué
la conc�pción de un definido sistema articulado que define
la legalidad de la estructura detallada del organismo social
y de la forma detallada en que debe funcionar. No había
nada vago. No se trataba de máximas admirables' sino de un
procedimiento definido para poner las cosas en su orden y
:n:an��nerlas .así. La Edad Media constituyó una larga ejer­
citacwn del mtelecto de la Europa occidental en el sentido
del orden. Hubo quizá cierta deficiencia en cuanto a la
prá;tica. Pero ni por un momento la idea perdió su vigor.
Fue ante todo una época de pensamiento ordenado com­
plet�mente raci�:malista. La anarquía misma aguz�ba el
sentido d� un Sistema coherente, de la misma manera que
�a anarqma de la Europa moderna ha estimulado la visión
mtelectual de una Liga de las Naciones.
Pero para la ciencia se precisa algo más que un sentido
general del o�den de las cosas; �o se necesita más que una
frase para senalar como , el habito de pensamiento definido
Y ex��to se imJ?l�ntó en la mente europea gracias al largo
dommw de la log1ca y la teología escolásticas. El hábito se
mantuvo 'después que la filosofía fué repudiada: el pre-
25
to y asirse a él, una
cioso hábito de buscar un punto exac les más de lo que aso­
vez hallado. G alileo debe a Aristóte s: le deb e su claro enten·
ma a la superficie de sus Diá logo
dimiento y su espíritu analítico. ,
do todavia �� con-
No creo, sin embargo, haber destaca o a la formacwn del
tribución más grande del medievalism a la fe inexpugnable en
movimiento científico. :Me refiero rela ci arse �on s�� an­
que cada hecho particular puede defi?D: mda, eJemplifiCan­
te
tecedentes en forma perfectamen fe, las increíbles faenas
do los principios generales. Sin esa esperanza. � sa �on­
de los hombres de ciencia no tendrían ente ante la . Im.�gma­
vicción instintiva, vívidamente presque da, la conviCSion de
ción ' es la fuerza motriz de la bús
ubrirlo.. ¿�omo ha
que hay un secreto y que es posible desc conviCCIOn en el
llegado a implantarse con tal fuerza esta
espíritu europeo? . .
de. Europa con
Si comparamos ese tipo de cua.ndo
la actitud que han observado otras parece que su orig en
han sido abandonadas a sí mismas, de la insistenc.ia me­
tiene una sola fuente. Debe prov enir
ebido con la. ener­
dieval en el racionalismo de Dios, conc mo de un fllós fo
aía personal de Jehová y con el racionalis rdeñado: la �m­
�riego. Cada deta lle estaba vigilado y ?
Ir a parar en la
vestigación de la naturaleza sólo podía Téng ase r sente
justificación de la fe en el racionalismo. nos . n �-r:lVl� duos.
que no hablo del credo ex-r:lícit? ?: en algu
el
� .
espunu euro­
]\;fe refie ro a la mar ca que Imp riml O
ie�do con ello
peo la fe incontestada de varios siglos. Ent simple credo
el tipo instintivo de pensamiento y no un
verbal. .
do . arbitrariO
.

Asia conc ibió a Dios com o un ser o dem asia


o demasiado impersonal para que tales idea s ejercieran gr�n
efecto en los hábitos instintivos de . la de mente. Cual�mer
un desp, ota rra­
hecho determinado podía deberse al fzat impersonal e ;nes­
cional. o podía surgir de algún origen ira el racw .
na � �
rsmo
;
crutal le. No existía la conf ianz a que insp
que
inteligente de un ser personal. No argüiré leza estab JUS­
la conf ra ? za
de Europa en la escrutabilidad de la n � tura �
. l'ill pro-
gra.
tificada lógicamente hasta por su propia teolo
26
blema es en�e�?er cómo su:gw: Mi explicación es que la
fe en la posibilidad de la ciencia, engendrada con anterio­
ridad a la teoría científica moderna, es un derivado incons­
ciente de la teología medieval.
Pero la ciencia no es simplemente el resultado de fe ins­
tintiva. Requiere también un interés activo en los hechos
sencillos de la vida, por ellos mismos.
La limitación "por ellos mismos" es importante. La pri­
mera fase de la Edad Media fué una. edad de simbolismo
de amplias ideas y de técnica primitiva. Poco había ou�
hacer con la naturaleza como no fuera. extraer penosame;te
de ella los medios de vida. Quedaban por explorar los rei­
nos del pensamient0, los reinos de la filosofía y de la teo­
logía.. El arte primitivo podía simbolizar las ideas que
llenaban todas las mentes reflexivas. La primera fase del
arte . medi�val �ose� un hechizo obsesivo sin par; realza su
propia cahdad mtrmseca el hecho de que su mensaje que
ten�ía :nás allá d� la propia j';lstific�ción del arte po� sus
.
re�.rzacwnes estetlcas, era el simbolismo de las cosas que
existen tras la naturaleza. En esta fase simbólica. el arte
medieval se ejerció en la naturaleza como en su medio, pero
apuntaba a otro mundo.
Para comprender el contraste entre los primeros tiempos
d.e la �dad Me�ia y la atmósfera que requiere la actividad
,
cienhfiCa, debenamos comparar el sialo vr y el sialo xvr en
Italia. En ambos siglos el genio itali�no echaba l�s cimien­
tos de una nueva era. La historia de los tres siglos que
:precede� el primer período, a pesar de la promesa del futuro
mtroducida por el nacimiento del cristianismo estaba abru­
madoramente impregnada del sentido de la decadencia de
la civilización. En cada generación se ha perdido algo.
Cuando leemos los documentos nos acecha la sombra de la
bar�ari� inminente. ��Y grandes hombres y admirables
reahzacwnes en la accwn y en el pensamiento. Pero su
efecto total no es más que detener por un corto intervalo
l� decadencia general. En lo que toca a Italia, durante el
siglo sexto estamos en el extremo más bajo de la curva.
Pero en ese siglo cada acción echa el cimiento para el tre­
mendo surgir de la nueva civilización europea. En el fondo,
27
el imperio bizantino, bajo el gobierno de _Justinia;no, deter�
minó en tres formas el carácter de los primeros �1empos d
la Edad Media en la Europa occidental. En pnme� lugar,
sus ejércitos, al mando de Belisario y Narses, despeJ�r�� a
Italia de la dominación gótica. De � sa mane�a c¿.ue�o h re
el tablado para el ejercicio del antiguo gemo I�a.hano en
crear orrranizaciones protectoras de ideales de activid�d cul­
tural rls imposible no simpatizar con los godos: sm em­
barg� �o puede dudarse de que mil años de papado fueron
i;finitamente más vali?sos pa�a Europa qu� todo; �os
tos que hubieran podido denvar de un remo gobco fe: �
establecido en Italia.
En segundo lugar, la codificación del ?e;echo roman? es­
tableció el ideal de legalidad que dommo el pensamiento
s�ciológico de Europa dura.nte los sii?los siguientes. L� �<;Y
es a la vez una maquinaria de gobierno � .una condiCifn
que restringe el gobierno. El derecho canomco ?e _ la Ig ;­
sia y el derecho civil del Estado deben a los Juristas e
Justiniano la influencia que tuvieron en el desar�ollo de
Europa. Establecieron en el espíritu occidental el 1deaá de
que una autoridad debía ser a la .vez legal Y mantene or�
de la ley y debía mostrar en si. misma �n sistema
. _
de _orga
nización razonablemente montado. El s1glo v� en �tah?' re­
veló por primera vez cómo el contac�o con el Impeno bizan­
tino favoreció la impresión de esas Ideas.
En tercer lugar, en las esferas no pol�ticas del arte : �1
saber, Constantinopla presentaba un n�v�l d�. ob�a r._"'h­
,

zada que en parte por el impulso de la Imltacio? directa, Y


en parte ' por la inspiración indirecta que surgJa de� mero
conocimiento de la existencia de tales hechos, actuo en la
cultura de Occidente como un estímulo perpetuo. _La .s�­
biduría de los bizantinos tal como existía en la imagma�Ion
de la primera fase de la ment�li�ad mcd!eval; Y �� sabidu­
ría de los egipcios tal como ex1sba en la Ima�macwn de �o�
griegos primitivos, desempeñaron papeles. an�logos. Pro �.
blemente el conocimiento real de esas sab1dunas se extendw
en uno y otro caso a cuanto convenía a los pueblos r;cep­
tores. Conocían lo suficiente como para conocer a que cla­
se de nivel se puede llegar, pero no lo bastante como para
28
sentirse maniatados por modos de pensar estáticos y tradi­
cionales. Por eso, ambos pueblos adelantaron por su propia
cuenta y aventajaron sus modelos. Ninguna explicación
a

del nacimiento de la mentalidad científica europea puede


dejar de notar la influencia de fondo de la civilización bi­
zantina. En el siglo vr se produce una crisis en la historia
de las relaciones entre Bizancio y el Occidente; debe compa­
rarse esa crisis con la influencia de la literatura griega en el
pensamiento europeo durante los siglos xv y xvr. Los dos
hombres sobresalientes que en la Italia del siglo VI echaron
los cimientos del futuro fueron San Benito y San Gregorio
:Magno: teniéndolos en cuenta podemos ver de inmediato
que el acceso la mentalidad científica a que habían llega­
a

do los griegos estaba completamente en ruinas. Estamos en


el cero grado de la temperatura científica. Pero la obra de
toda la vida de San Gregorio lVIagno y de San Benito apor­
tó elementos para la reconstrucción de Europa, los cuales
determinaron que la reconstrucción, en el momento de lle­
varse a cabo, incluyera una mentalidad científica más efec­
tiva que la del mundo antiguo. Los griegos eran demasiado
teóricos. Para ellos, la ciencia era una rama de la filosofía.
San Gregorio Magno y San Benito eran hombres prácticos,
que percibían bien la importancia de las cosas corrientes:
y combinaron el temperamento práctico con sus actividades
religiosas y culturales. Debemos en especial a San Benito
el que los monasterios fueran hogares de agricultores prác­
ticos, así como hogares de santos, artistas y sabios. La
alianza de la ciencia y de la técnica, mediante la cual el
saber se mantiene en contacto con los hechos irreducibles
y obstinados, debe mucho a la tendencia práctica de los pri­
meros benedictinos. La ciencia moderna deriva de Roma
tanto como de Grecia, y esa herencia romana explica su
adelanto en una energía de pensamiento que se mantiene
en contacto inmediato con el mundo de los hechos.
Pero la influencia de ese contacto entre los monasterios y
los hechos de la naturaleza se mostró primero en el arte.
El surgir del naturalismo al final de la Edad Media fué para
la mentalidad europea la entrada del último ingrediente ne­
cesario para que surgiera la ciencia. Fué el surgir del inte-
29
rés en objetos naturales y en acontecimientos naturales, por
eHos mismos. El follaje natural de una comarca :fué escul­
pido en lugares apartados de los edificios tardíos, simple­
mente para demostrar el placer en esos objetos familiares.
La atmósfera entera de cada arte demostraba cierta alegría
directa en aprehender las cosas que nos rodean. Los artífi­
ces que ejecutaron la escultura decorativa de los últimos
tiempos de la Edad Media, Giotto, Chaucer, Wordsworth,
Walt Whitman y, en la actualidad, el poeta de Nueva In­
glaterra Robert Frost, están todos emparentados en este
sentido. Los simples hechos inmediatos son los temas de
interés, y reaparecen en el pensamiento de la ciencia como
los "hechos irreducibles y obstinados".
El espíritu de Europa estaba preparado ahora para su
nueva aventura de pensamiento. Es innecesario contar en
detalle los diversos incidentes que señalaron el nacimiento
de la ciencia: el crecimiento de la riqueza y del tiempo dis­
ponible; la expansión de las universidades; la invención de
la imprenta; la toma de Consta.ntinopla; Copérnico; Vasc?
de Gama; Colón; el telescopio. El suelo, el clima, las semi­
llas existían; crecían los bosques. La ciencia no se ha des­
embarazado nunca de la huella de su origen, cuando la
histórica rebelión del Renacimiento tardío. Continuó siendo
ante todo un movimiento antirracionalista basado en una
fe ingenua. Todo el raciocinio que ha necesitado lo ha to­
mado de las matemáticas, una reliquia sobreviviente del
racionalismo griego, que sigue el método deductivo. La
ciencia rechaza a la filosofía. En otras palabras, nunca ha
cuidado de justificar su fe o de explicar su sentido, y ha
permanecido blandamente indiferente a su refutación, obra
de Hume.
Claro es que la histórica rebelión estaba enteramente
justificada. Era deseada. Era una necesidad absoluta para
el espíritu sano. El mundo necesitaba siglos de contempla­
ción de los hechos irreducibles y obstinados. Es difícil
para el hombre hacer muchas cosas a un tiempo, Y e.so
se vió después de la orgía racionalista de la Edad
Era una reacción muy juiciosa; pero no era una protesta
en apoyo de la razón.
so
J!ay no obstante, u� castigo drvino que acecha a los que
deliberadamente esqmvan las sendas del conocimiento. El
clamor de Oliver Cromwell resuena a través de las edades:
"Hermanos míos, os lo suplico por las entrañas de Cristo'
pensad que podéis estar equivocados."
. El progreso
cml. Las
de la ciencia ha llegado a un momento cru­
bases estables de la física se han debilitado:
.
tambrén por primera vez la fisiología se yergue como un
cuerpo real de conocimiento y no como un montón de so­
bras. Las antiguas ·bases del pensamiento científico se
están . volviendo i�intelig�bles. El tiempo, el espacio, la
materia, lo matenal, el eter, la electricidad mecanicismo
organismo, configuración, estructura, modelo: función tod�
r ��uiere rei��erpretación. ¿Para qué hablar de una e�lica­
cwn mecamcista cuando no sabemos qué es lo que se en­
tiende por mecánica?
La verdad es que la ciencia comenzó su carrera moderna
apropiándose ideas derivadas del lado más débil de las
f�Iosofías de l�s sucesores de Aristóteles. En algunos sen­
tidos. la elecciÓn fué feliz. Permitió que el conocimiento
del siglo xvrr, en cuanto a física y química, pudiera formu­
larse del modo completo que perduró hasta nuestros días.
Per� e.I progreso de la biología y de la psicología quedó
repnmido por la aceptación nada crítica de afirmaciones
no del todo verídicas. Si la ciencia no ha de deO'enerar en
u�� mescolanza de hipótesis ad hoc, debe vol�erse filo­
s?nca Y debe emprender una crítica completa de sus pro­
pias bases.
En las conferencias siguientes de este curso rastrearé los
éxit�s . Y los fracasos de las determinadas concepciones cos­
mologicas c�n .las cu�les se ha rev.estido el intelecto europeo
en l ?s tres ulbmo s siglos. Los chmas generales de opinión
persrs �._en durante peyíodos de unas dos o tres generaciones,
e : decrr, durante peno�os de sesenta a cien años. Hay tam­
bien, ond s de pensamiento más cortas que se mueven en
�.
la superficie del movimiento periódico. Por consiO'uiente
h ��aremos en la visión europea transformaciones ;ue mo�
drfiCan lentamente los siglos siguientes. No obstante a
través de todo el período persiste la cosmología cientffica
Sl
fija que presupone como hecho último una :t;nateria pri�a
irreducible o material, extendida en el espacro en un fluJO
de conficru�·aciones, En sí mismo semejante material carece
de sensibilidad, de valor y de finalidad. Hace simplemente
lo que hace, siguiendo una rutina fija impuesta por rela­
ciones externas que no brotan de la naturaleza de su ser.
Llamo a esta presuposición "materialismo científico'.'· Es
una presuposición que rechazaré por ser enteramente made­
cuada para la situación científica a que hemos llegad�
ahora. No es errónea, si se interpreta correctamente. Sr
nos limitamos a ciertos tipos de hechos, abstraídos d� .l�s
circunstancias completas en que ocurren, la presuposrcwn
materialista los expresa a la perfección. Pero cuand? pas�­
mos más allá de la abstracción, ya por un uso mas sutrl
de nuestros sentidos, ya en demanda de significado Y de
coherencia de pensamiento, el esquema se hace pedazos de
inmediato. La estrecha eficacia del esquema era cabalmente
la causa de su extraordinario éxito metodológico. Porque
dirigió la atención hacia los grupos de hechos que . en el
estado de conocimiento que existía entonces, necesrtaban
investigación. .
El éxito del esquema ha afectado adversamente !�s dr.ve:;­
sas corrientes del pensamiento europeo. La rebelron hrsto­
rica fué antirracionalista porque el racionalismo de los esco­
lásticos requería una rigurosa corrección mediante el
contacto de los hechos brutos. Pero la renovación de la
filosofía en las manos de Descartes y de sus sucesores estuvo
completamente configurada en su desarrollo . por acept�r la
cosmolocría científica al pie de la letra. El éxrto de sus rdeas
últimas "confirmó a los hombres de ciencia en su negativa
a modificarlas de resultas de investigar su racionalismo.
Toda filosofía se veía obligada a engullirlas enteras. El
ejemplo de la ciencia afectó también a otros dominios ?,el
pensamiento. De este modo se ha exagerado la rebelron
histórica hasta llegar a excluir la filosofía de su papel pro­
pio: el de armonizar las diversas abstracciones del pensa­
miento metodológico. El pensamiento es abstracto; el. uso
intolerante de abstracciones es el vicio máximo del mte­
lecto, v-icio que no se corrige del todo con recurrir a la
32
experiencia concreta. Porque, al fin de cuent
cesitamos atender a los aspectos de nuestra ase�sólo erien
ne­
concreta que caen dentro de un limitado esquema. cia
dos métodos para purificar las ideas. Uno de ellos esHay
observación imparcial por medio de los senti la
po. Pero observar es elegir. De ahí que seadosdifíci del cuer­
cender un esquema de abstracción cuyo éxito es sufic l tras­
t�mente amplio. El otro método consiste en comparar ien­
drversos esquemas de abstracción que están los
bien estab
cidos .-<;n nuestros distintos tipos de experiencia. Esa le­
paracwn toma la forma de respuesta a las exige com­
los �eólogos italianos escolásticos que menciona ncias de
Sarpr. Lo que ellos pedían era que se usara la razó ba Pablo
fe en la razón es la confianza de que las naturalez n. La
mas de las cosas se hallan reunidas en una armo as últi­
excluye _la pura y simple arbitrariedad. Es la nía que
en la rarz de las cosas no encontraremos caprichos fe de que
rio Y nada más. La fe en el orden de la naturalezao miste­
permitido el desarrollo de la ciencia es que ha
cl!lar de una fe. má� ho�da, q !e no puedun ejemplo parti­
e justificarse por
nmguna generahz _ acwn
, mducbva l
. Brota del examen di­
recto de la naturaleza de las cosas, tal como se
nue.stra propia experiencia presente e inmediatarevela en
posrble separarnos de nuestra propia sombra. Sent . No es
fe es sa?er que al ser nosotros mismos somos más ir esta
otros mrsmos; es saber que nuestra expe que nos­
confus� Y fragmentaria, sondea las ma;yrienc ia aun siendo
ores honduras de
la realidad; es saber que los detalles sepa rados, sólo para
�ue sean ellos mismos, deben encontrarse dentro de un
srstema de cosas; es saber que tal sistema inclu
monía del racionalismo lógico, y la armo ye la ar­
nía de
z�c.ión estética; es saber que, mientras la arm la reali­
logrca pende sobre el universo como onía de la
la armoní� estética se le aparece comuna férrea necesidad
o ideal vivo que mo�
�ela el flm� general en su progreso disco ntinuo hacia más
fmos y sutiles resuitados.

33
CAPÍTULO II

LAS 1\IATEl\i.ÁTICAS COMO ELElVIENTO DE LA


IDSTORIA DEL PENSAMIENTO

La ciencia de las matemáticas puras, en su desarrollo


moderno puede afirmar que es la creación más original del
espíritu humano. También la música puede _pretender 7ste
título. Pero dejanao a un lado a todos los nvales, conside­
raremos los fundamentos en los que las matemáticas pue­
den auoyar su pretensión. La originalidad de las matemá­
ticas �onsiste en que en la ciencia matemática se señalan
conexiones entre las cosas que, aparte la acción de la razón
humana, son extraordinariamente poco evidentes. Así, las
ideas que se encuentran ahora en la mente de los ��temá­
ticos contemporáneos, están muy lejos de toda noc;on q'-:e
pueda derivar inmediatamente por percep?!ón de_ los senti­
dos; a menos, por cierto, de ser percepcwn estimulada Y
guiada por conocimiento matemático precedente. Esta es
la tesis que paso a ilustrar.
Supóngase que proyectamos nuestra imaginación ;nuchos
miles de años atrás y procuremos comprender la SIIJ?-Pl.eza
mental que caracterizaba hasta los mayores entendimien­
tos de esas sociedades primitivas. Ideas abstractas que para
nosotros son inmediatamente evidentes sólo debieron ser
para ellos materia de la más oscura aprehensión. Tome­
mos, por ejemplo, el problema del número. Nosotros p�n­
samos el número "cinco" como aplicable a grupos apropia­
dos de entidades cualesquiera -aplicable a cinco peces, !l'
cinco niños, a cinco manzanas, a cinco díaS-. Así, al consi-
34
derar las relaciones del número "cinco" con el número "tres"
pensamos en dos grupos de cosas: una con cinco miembros
y la otra con tres. Pero nos abstraemos totalmente de toda
consideración de entidades particulares y hasta de toda
clase particular de entidades que entran a formar parte del
conjunto de cada uno de los dos grupos. Pensamos sola­
mente en las relaciones entre los dos grupos, que son com­
pletamente independientes de las esencias individuales de
cualquiera de los miembros de uno u otro grupo. Lo cual
constituye una verdadera hazaña de abstracción: siglos de­
bieron pasar antes de que el género humano se elevase
a tamaña altura. Durante un largo período, se compararon
sin duda los grupos de peces entre sí con respecto a su
multiplicidad, y los grupos de días entre sí. Pero el primer
hombre que notó la analogía entre un grupo de siete peces
y un grupo de siete días marcó un adelanto notable en la
historia del pensamiento. Fué el primer hombre que abrigó
un concepto perteneciente a la ciencia de las matemáticas
puras. En ese momento debió ser imposible para él
adivinar la complejidad y la sutileza de esas ideas matemá­
ticas abstractas que aguardaban descubrimiento. Ni pudo
haber adivinado que esas nociones ejercerían amplio he­
chizo en cada una de las generaciones venideras. Existe una
tradición literaria equivocada que representa el amor a las
matemáticas como una monomanía limitada a unos pocos
excéntricos en cada generación. Sea como fuere, hubiera
sido imposible anticipar el placer derivable de un tipo de
pensamiento abstracto que no tenía contraparte en la socie­
dad de entonces. En tercer lugar, el tremendo efecto futuro
del conocimiento matemático sobre la vida del hombre, so­
bre sus ocupaciones diarias, sobre sus pensamientos habi­
tuales, sobre la organización de la sociedad, debió ocul­
t�rse más todavía a la previsión de esos pensadores primi­
tivos. Aun hoy es muy vacilante la comprensión del ver­
dadero lugar de las matemáticas como elemento de la his­
toria del pensamiento. No llegaré a decir que trazar una
historia del pensamiento sin estudio profundo de las ideas
matemáticas de las épocas sucesivas es como omitir a Ham­
let del drama que lleva su nombre. Sería pedir demasiado.
35
�er? sin �uda es análogo a suprimir el papel de Ofelia. El
s1mll es smgularmente exacto, porque Ofelia es enteramen­
te esencial en el drama, es encantadora -y un poco loca-.
Concedamos que el estudio de las matemáticas es una di­
vina locura del espíritu humano, un refugio contra el aco­
sar punzante de los hechos contingentes.
Cuando pensamos en las matemáticas, tenemos en la
mente una ciencia dedicada a la investicración
"' del número
de la �ant�dad, de la geometría y, en los tiempos modernos:
una ciencia que incluye también la investigación de los
cm;ceptos mas , abstractos todavía de orden, y de los tipos
analogos de relaciones puramente lógicas. El toque de las
matemáticas es que en ellas nos hemos desembarazado
siempre de los casos particulares y aun de toda especie
particular de entidad. De manera que, por ejemplo, no
hay verdades matemáticas que se apliquen solamente a
los peces o solamente a las piedras o solamente a los colo­
res. J\1ientras nos ocupamos de matemáticas puras esta­
mos en el reino de la abstracción completa y absoluta.
Todo lo que afirmamos es que la razón insiste en admitir
que _ si determin �das entidades cualesquiera guardan de­
termmadas relacwnes que satisfacen tales o cuales con­
diciones puramente abstractas, deben guardar entonces
otras relaciones que satisfagan otras condiciones puramen­
te abstractas.
Pensamos que las matemátícas pertenecen a la esfera de
la abstracción completa de todo caso particular del objeto
de que se ocupa. Tal concepción de las matemáticas está
tan lejos de ser evidente que podemos cerciorarnos fácil­
:n:ente de que ni aun ahora la entiende la generalidad. Por
eJemplo, se suele creer que la certeza de las matemáticas
es una razón de la certeza de nuestro conocimiento creomé­
trico .del espacio del universo físico. Lo cual es una ilusión
que ha viciado mucho de la filosofía del pasado y algo de
la del present �. El problema de la geometría es una prueba
bastante convmcente. Hay ciertas series alternadas de con­
diciones puramente abstractas posibles para la relación de
grupos de entidades no especificadas, que llamaré condicio­
nes geométrica�. Les doy este nombre a causa de su analo-

36
gía general con las condiciones que creemos rigen con res­
pecto a las relaciones geométricas particulares de las cosas
que observamos en nuestra percepción directa de la natu­
raleza. En lo que concierne a nuestras observaciones, no
somos lo bastante esmerados para estar seguros de las con­
diciones exactas que regulan las cosas con las que trope­
zamos en la naturaleza. Pero mediante una leve extensión
de hipótesis podemos identificar esas condiciones observadas
con alguna serie de las condiciones geométricas puramente
abstractas. Al proceder así, hacemos una determinación
particular del grupo de entidades no especificadas que son
las cosas relacionadas en la ciencia abstracta. En las mate­
máticas puras de las relaciones geométricas decimos que si
cualesquiera entidades de un grupo gozan de cualesquiera
relaciones entre los miembros, que satisfacen esta serie de
condiciones geométricas abstractas, entonces tales o cuales
nuevas condiciones abstractas también deben regir en tales
relaciones. Pero cuando llegamos al espacio físico, decimos
que cierto grupo determinadamente observado de entidades
físicas goza de ciertas relaciones determinadamente obser­
vadas entre sus miembros, las cuales satisfacen la serie indi­
cada de condiciones geométricas abstractas. Concluímos
de ahí que las nuevas relaciones que, según inferíamos, re­
gían en cualquier caso de este tipo, deben regir por consi­
guiente en este caso panicular.
La certeza de las matemáticas depende de su completa
generalidad abstracta. Pero no podemos estar seguros a
priori de que tenemos razón en creer que las entidades ob­
servadas en el universo concreto forman un ejemplo parti­
cular de lo que cae bajo nuestro razonamiento general.
Veamos otro ejemplo, tomado de la aritmética. Es una
verdad abstracta general de las matemáticas puras que todo
grupo de cuarenta entidades puede subdividirse en dos
grupos de veinte entidades. Por consiguiente, es justificada
nuestra conclusión de que un grupo particular de manzanas
que, según creemos, contiene cuarenta miembros nuede
subdividirse en dos grupos de manzanas, cada un� de los
cuales contiene veinte miembros. Pero siempre queda la
posibilidad de que hayamos contado mal el grupo grande;
37
d � manera que, en la práctica, cuando llegamos a subdivi­
dn·lo, hallaremos que uno de los dos montones tien� una
manzana de más o de menos.
De ahí que, al criticar una argumentación basada en la
aplicación . de las matemáticas a hechos concretos particula­
res, hay siempre . tres procesos que debemos distinguir cla­
ramente. En pnmer lugar, debemos examinar el razona­
miento puramente matemático para cerciorarnos de que
no contiene simples errores-faltas de lóGica accidentales
debidas a una falla mental. Cualquier ':natemático sabe
por triste experiencia que al comenzar a elaborar una cadena
d.e razonamiento es muy fácil cometer un leve error que,
sm embargo, tiene la mayor importancia. Pero cuando
una página de matemáticas ha sido revisada y ha estado
sometida durante algún tiempo al mundo de los expertos,
la probabilidad de error accidental es casi despreciable. El
proceso inmediato consiste en verificar todas las condicio­
nes abstractas cuya validez hemos supuesto, o sea, es la
determinación de las premisas abstractas de las cuales parte
el razonamiento matemático, materia de considerable difi­
cultad. En tiempos pasados se cometieron inadvertencias
muy notables que fueron aceptadas por generaciones de los
!nás grande� matemáticos. El principal peligro es el de la
madvertenc1a, esto es, introducir tácitamente akuna condi-
. ' o
cwn . que nos resulta natural suponer, pero que de hecho
no siempre es necesariamente válida. En esta materia hay
otra inadvertencia opuesta que no causa error sino sola­
men�e falta de simplificación. Es muy fácil pensar que se
prec1sa postular un número de condiciones mayor que el
verdadero. En otras palabras, podemos pensar que es ne­
cesario algún postulado abstracto cuando en realidad lo
podemos probar mediante los otros postulados que ;ya te­
nemos entre manos. Los únicos efectos de este exceso de
postulados abstractos consisten en disminuir nuestro pla­
cer estético en el razonamiento matemático, y en darnos
más trabajo cuando llegamos al tercer proceso de crítica.
El tercer proceso de crítica es la verificación de que nues­
tros postulados abstractos son válidos en el caso particular
en cuestión. Con respecto a este proceso de verificación
38
para el caso particular es donde nacen todas las dificultades.
En algunos casos sencillos, tales como el recuento de cua­
renta manzanas, podemos con un poco de cuidado llegar a
la certeza práctica. Pero en general, con ejemplos más com­
plejos, nunca podemos alcanzar la certeza completa. Se han
escrito miles y miles de libros sobre este tema. Es el cam­
po de batalla de las filosofías rivales. Implica dos proble­
mas distintos. Existen determinadas cosas particulares que
hemos observado y debemos cerciorarnos de que las rela­
ciones entre esas cosas obedecen de veras a determinadas
y precisas condiciones abstractas. Hay aquí mucho lugar
para el error. Los métodos científicos de observación exacta
son todos recursos para limitar esas conclusiones erróneas
que conciernen directamente a los hechos concretos. Pero
surge otro problema. Las cosas directamente observadas
son casi siempre nada más que muestras. Queremos llegar
a la conclusión de que las condiciones abstractas, válidas
para las muestras, también son válidas para todas las otras
entidades que, por tal o cual razón, nos parecen pertenecer
a la misma clase. Ese proceso de razonamiento de la
muestra a la especie entera es la inducción. La teoría de la
inducción es la desesperación de la filosofía y, no obstante,
todas nuestras actividades se basan en ella. Como quiera
que sea, al criticar una conclusión matemática sobre un
hecho concreto particular, las verdaderas dificultades con­
sisten en hallar los supuestos abstractos implícitos y en
apreciar las pruebas en favor de su aplicabilidad al caso
particular en cuestión.
Sucede muchas veces que al criticar un libro o un artículo
erudito de matemáticas aplicadas, toda la dificultad está
en el primer capítulo y hasta en la primera página. Por­
que en el comienzo mismo es donde probablemente hallare­
mos que el autor se equivoca en sus supu�stos. Además, la
dificultad no está en lo que el autor dice sino en lo que no
dice. Tampoco está en lo que sabe que ha admitido, sino en lo
que ha admitido inconscientemente. No ponemos en duda
la honradez del autor. Criticamos su perspicacia. Toda ge­
neración critica los supuestos inconscientes admitidos por
sus padres. Puede asentir a ellos, pero los trae a la luz.
39
La historia del desarrollo de la lengua ilustra ese punto.
Es una historia de análisis progresivo de las ideas. El
latín y el griego eran lenguas de flexión, es decir, expresa­
ban un complejo de ideas no analizado, mediante la simple
modificación de una palabra; mientras en inglés, por ejem­
plo, empleamos preposiciones y verbos auxiliares para traer
a la luz todo el manojo de ideas implícitas. Para algunas
formas de arte literario -aunque no siempre- la absor­
ción compacta de ideas auxiliares dentro de la palabra prin­
cipal, puede ser una ventaja. Pero en una lengua como la
inglesa, hay una ganancia abrumadora en claridad. La ma­
yor claridad no es sino la exhibición en forma más completa
de las diversas abstracciones implícitas en la idea compleja
que es el sentido de la frase.
Por comparación con la lengua, podemos ver ahora cuál
es la� función de pensamiento que llevan a cabo las mate­
máticas puras. Es una tentativa resuelta de lanzarse total­
mente en dirección al análisis completo, de manera de se­
parar los elementos pertenecientes a los simples hechos
concretos, de las condiciones puramente abstractas a las
cuales ejemplifican.
El hábito de tal análisis ilumina cada acto del funcio­
namiento de la mente humana. Primeramente destaca, al
aislarla, la apreciación estética directa del contenido de la
experiencia. Esa apreciación directa importa la aprehen­
sión de lo que la experiencia es en sí misma en su esencia
particular y propia, incluyendo sus valores concretos inme­
diatos. Es ésa una cuestión de experiencia directa que de­
pende de la sutileza de los sentidos. Tenemos además la
abstracción de las entidades particulares implícitas, consi­
deradas en sí mismas y aparte la determinada ocasión de
experiencia en que las aprehendemos entonces. Y por últi­
mo tenemos la aprehensión de las condiciones absoluta­
mente generales, satisfechas por las relaciones particulares
de esas entidades en cuanto a aquella experiencia. Las con­
diciones logran generalidad porque se las puede expresar
sin referencia a las relaciones particulares o a esas cosas
particulares relacionadas que acontecen en tal ocasión par­
ticular de experiencia. Son condiciones que podrían ser
40
válidas para una variedad infinita de otras ocasiones que
implicaran otras entidades y otras relaciones entre ellas.
Así, esas condiciones son perfectamente generales porque
no se refieren a una ocasión particular, ni a entidades par­
ticulares (como verde, azul, árboles) que entran en una
cantidad de ocasiones, ni a relaciones particulares entre ta­
les entidades.
No obstante, se ha de hacer una limitación a la generalidad
de las matemáticas; es una restricción que se aplica igual­
mente a todos los asertos generales. No puede formularse
ningún aserto, salvo uno solo, con respecto a cualquier
ocasión lejana que no entra en relación con la ocasión inme­
diata de modo de formar un elemento constitutivo de la
esencia de esa ocasión inmediata. Por "ocasión inmedia­
ta" entiendo la ocasión que contiene como ingrediente el
acto individual de juicio en cuestión. El único aserto ex­
ceptuado es: si hay algo que no está en relación, nuestra
ignorancia respecto de ese algo es completa. Por "igno­
rancia" entiendo aquí 1"gnorancia; por eso no es posible
aconsejar cómo esperarlo, ni cómo tratarlo en la "práctica"
o de cualquier otra manera. O conocemos algo de la oca­
sión lejana por conocimiento que es en sí mismo elemento
de la ocasión inmediata, o no sabremos nada. De ahí que,
todo el universo abierto para cada variedad de experien­
cia, es un universo en el cual cada detalle entra en rela­
ción propia con la ocasión inmediata. La generalidad de
las matemáticas es la generalidad más completa compa­
tible con la comunidad de ocasiones que constituye nues­
tra situación metafísica.
Ha de notarse, además, que las entidades particulares
requieren esas condiciones generales para ingresar en cual­
quier ocasión; pero las mismas condiciones generales pue­
den ser requeridas por muchos tipos de entidades parti­
culares. El hecho de que las condiciones generales trascien­
dan cualquier serie de entidades particulares es la razón
de que entre en las matemáticas y en la lógica matemá­
tica la noción de "variable". :Mediante el empleo de esa
noción se investigan las condiciones generales sin especi­
ficación alguna de entidades particulares. El hecho de que
41
las entidades particulares no hacen al caso no ha sido com­
prendido generalmente: así, la propiedad de tener forma
las formas, por ejemplo, la forma circular, la esférica y la
cúbica, tales como aparecen en la experiencia real, no entran
en el razonamiento geométrico.
El ejercicio de la razón lógica se ocupa siempre de esas
condiciones absolutamente generales. En su sentido más
lato, el descubrimiento de las matemáticas es el descubri­
miento de que la totalidad de esas condiciones abstractas
generales, que son coincidentemente aplicables a las rela­
ciones entre las entidades de una ocasión cualquiera, están
a su vez relacionadas entre sí a la manera de una estruc­
tura con clave. Tal estructura de relaciones entre condi­
ciones abstractas generales se impone tanto en la realidad
externa como en nuestras representaciones abstractas de
ella, por la necesidad general de que cada cosa sea preci­
samente su propio ser, con su propia manera individual de
diferir de todo lo demás. Lo cual no es sino la necesidad de
la lógica abstracta, que es el supuesto implícito en el hecho
mismo de la existencia interrelacionada, tal como se revela
en cada ocasión inmediata de experiencia.
La clave de las estructuras quiere decir que, de una serie
elegid?. de esas condiciones generales, ejemplificadas en
cualquier ocasión, puede inferirse por puro ejercicio de
lógica abstracta, una estructura que implique una infinita
variedad de otras condiciones semejantes. Cualquier serie
elegida de este tipo se llama serie de postulados o premisas
de donde parte el razonamiento. El razonamiento no es
sino la exhibición de toda la estructura de condiciones ge­
nerales implícitas en la estructura derivada de los postula­
dos escogidos.
La armonía de la razón lógica, que adivina la estructura
completa contenida en los postulados, es la propiedad esté­
tica más general que surge del simple hecho de la coexis­
tencia en la unidad de una ocasión. Donde quiera haya
unidad de ocasión queda establecida por eso una relación
estética entre las condiciones generales contenidas en esa
ocasión. Esa relación estética �s lo adivinado en el ejerci­
cio de la razón. Todo lo que cae dentro de esa relación se
42
ejemplifica por consiguiente en esa ocasión, todo lo que
queda fuera de esa relación queda excluído, por consiguiente,
de ejemplificarse en esa ocasión. La estructura completa
de las condiciones generales así ejemplificada está determi­
nada por cualquiera de las muchas series escogidas de esas
condiciones. Esas series que obran como claves son series
de postulados equivalentes. La armonía razonable de ser,
requerida para la unidad de una ocasión compleja junto con
la realización completa (en esa ocasión) de todo lo conte­
nido en su armonía lógica es el artículo primero de la doc­
trina metafísica. Quiere decir que para las cosas estar jun­
tas implica estar razonablemente juntas. Lo cual quiere
decir que el pensamiento puede penetrar en cada ocasión
concreta, de manera que, abarcando las condiciones que
sirven de clave, todo el complejo de su estructura de con­
diciones queda
- abierto ante él. O sea: con tal de que sepa­
mos algo absolutamente general acerca de los elementos en
cualquier ocasión, podemos saber entonces un número infi­
nito de otros conceptos igualmente generales que también
deben ejemplificarse en esa misma ocasión. La armonía
lógica contenida en la unidad de una ocasión es a la vez
ex�lusiva e inclusiva. La ocasión debe excluir lo inarmó­
nico y debe incluir lo armónico.
Pitágoras fué el primer hombre que tuvo idea del alcance
pleno de ese principio general. Vivió en el siglo vr antes de
la era vulgar. Le conocemos fragmentariamente. Pero sa­
bemos algunos puntos que establecen su grandeza en la
historia del pensamiento. Pitágoras insistió en la impor­
tancia de la máxima generalidad en el razonamiento, y
adivinó la importancia del número como ayuda para la
construcción de cualquier representación de las condicio­
nes contenidas en el orden de la naturaleza. Sabemos
también que estudió geometría, y descubrió la prueba ge­
neral del notable teorema sobre triángulos rectángulos.
La formación de la cofradía pitagórica, y los misteriosos
rumores acerca de sus ritos e influencia, proporcionan algu­
nas pruebas de que Pitágoras adivinó, aunque confusa­
mente, la posible importancia de las matemáticas en la
formación de la ciencia. En el terreno filosófico inició una
43
discusión que desde entonces ha agitado siempre a los
pensadores. Pitágoras preguntaba: "¿Cuál es 13; situación
de las entidades matemáticas, los números por eJemplo, en
el reino de las cosas?" Por ejemplo, el número "dos" está
exento en cierto sentido del flujo del tiempo y de la nece­
sidad de la posición en el espacio. _ Sin embar9o, está conte­
nido en el mundo real. Las mismas consideraciOnes _ se
aplican a las nociones geométricas -a la forma circ�lar,
por ejemplo-. Se dice que Pitágoras enseñó que las entida­
des matemáticas, como los números y las formas, eran la
sustancia última de la cual están hechas las entidades rea­
les de nuestra experiencia perceptiva. Formulada tan escue­
tamente, la idea parece tosca y a decir verdad, n �?ia. _Pero
sin duda, Pitágoras había acertado con una nocron flloso­,
fica de considerable importancia; noción que tenía una lar­
ga historia, que ha movido el espíritu humano y que hasta
ha penetrado en la teología cristiana. Unos mil años sepa­
ran el credo atanasiano de Pitágoras, y unos dos mil cua­
trocientos años separan a Pitágoras de Hegel. Pero, pese
a toda esa distancia de tiempo, tanto la importancia del
número definido en la constitución de la naturaleza divi­
na, como el concepto del mundo real como exhibición del
desarrollo de una idea, pueden remontarse al modo de
pensar que Pitágoras puso en movimiento.
La importancia de un pensador individual debe algo al
azar, porque depende del destino que tendrán sus ideas en
el espíritu de sus sucesores. En este sentido, Pitágoras fué
afortunado. Sus especulaciones filosóficas nos han llegado
a través de la mente de Platón. El mundo platónico de las
ideas es la forma refinada, revisada, de la doctrina pitagó­
rica de que el número constituye la base del mundo �eal.
Como los griegos representaban los números con co�bma­
ciones de puntos, las nociones de número y de configura­
ción geométrica estaban menos separadas que entre . nos­
otros. Sin duda, Pitágoras incluyó también la propiedad
de tener forma las formas, que es una entidad matemática
impura. Así, hoy día, cuando Einstein y su secuaces pro­
claman que hechos físicos tales como la gravitación deben
interpretarse como exhibiciones de peculiaridades locales
44
de propiedades espacio-temporales siguen la pura tradición
pitagórica. En cierto sentido, Platón y Pi�ágoras están más
cerca de la ciencia física moderna que Anstóteles. Los dos
primeros eran matemáticos, mientras que Aristótele� era
hijo de un médico, aunque naturalmente no por eso Igno­
rara las matemáticas. El consejo práctico que se puede to­
mar de Pitágoras es medir, y expresar así la cualidad en
términos de cantidad numéricamente determinada. Pero
las ciencias biológicas entonces y hasta nuestros propios
tiempos han sido más que nada clasificatorias. De ahí que
Aristóteles con su lógica deshtca la clasificación. La po­
pularidad de la lógica� aristotélica retardó el adelanto de la
ciencia física en toda la Edad Media. Con sólo que los
escolásticos hubieran medido en lugar de clasificar ¡cuán­
to hubieran podido aprender!
La clasificación es una posada a medio camino entre la
concretez inmediata de la cosa individual y la abstracción
completa de las nociones matemáticas. Las especies toman
en cuenta el carácter específico, y los géneros el carácter
genérico. Pero en el procedimiento de relacionar nociones
matemáticas con hechos naturales, por medio de recuentos,
mediciones, y por medio de relaciones geométricas y tipos
de orden, la contemplación racional se eleva de las abstrac­
ciones incompletas contenidas en determinadas especies y
géneros, a las abstracciones completas de las matemáticas.
La clasificación es necesaria. Pero, a menos de poder pro­
gresar de la clasificación a las matemáticas, su razona­
miento no nos llevará lejos.
Entre la época que se extiende desde Pitágoras hasta
Platón y la época comprendida en el siglo xvn del mundo
moderno, pasaron cerca de dos mil años. En ese largo inter­
valo las matemáticas habían dado inmensos pasos. La geo­
metría había granjeado el estudio de las secciones cónicas y
de la trigonometría; el método de la reducción al absurdo
casi había anticipado el cálculo integral; y sobre todo, el
pensamiento asiático había contribuído con la notación arit­
mética y el álgebra de los árabes. Pero el progreso seguía
directivas técnicas. Las matemáticas, como elemento for­
mativo en el desarrollo de la filosofía, nunca se restablecie-
45
ron de la deposición sufrida a manos de Aristóteles. Algu­
nas de las antiguas ideas derivadas de la época pitagóri­
co-platónica permanecían y las podemos rastrear entre las
influencias platónicas que formaron el primer período de
evolución de la teología cristiana. Pero la filosofía no recibió
nueva inspiración del constante avance de las ciencias ma­
temáticas. En el siglo xvn la influencia de Aristóteles estaba
en su grado más bajo; y las matemáticas recobraron la im­
portancia de su período anterior. Era una edad de grandes
físicos y de grandes filósofos, y tanto físicos como filósofos
eran matemáticos. Debe exceptuarse a John Locke, aunque
fué grande la influencia que ejerció sobre él el círculo de
N ewton en la Royal Society. En la época de Galileo, Des­
cartes, Spinoza, Newton y Leibniz las matemáticas constitu­
yeron una influencia de primera magnitud en la formación
de las ideas filosóficas. Pero las matemáticas que asumie­
ron entonces el primer lugar eran una ciencia muy distinta
de las matemáticas de la época anterior. Habían ganado en
generalidad y habían iniciado su marcha moderna, casi in­
creíble, de acumular más y más sutilezas de generalización;
y de hallar a cada aumento de complejidad, alguna nueva
aplicación para la ciencia física o para el pensamiento filo­
sófico. La notación arábiga había provisto a la ciencia de
una eficacia técnica casi perfecta en el manejo de los núme­
ros. Semejante alivio en la lucha con los detalles aritmé­
ticos (como la ilustra la aritmética egipcia de 1600 antes
de la era vulgar) dió lugar a un desarrollo que había sido
ya débilmente anticipado en las matemáticas griegas de los
últimos tiempos. Entró en escena el álgebra, generalización
de la aritmética. De la misma manera que la noción de
número hace abstracción de la referencia a cualquier serie
particular de entidades, así en álgebra se hace abstracción
de la noción de cualesquiera números particulares. Así co­
mo el número "5" se refiere imparcialmente a cualquier gru­
po de cinco entidades, así también el álgebra emplea las
letras para referirse imparcialmente a cualquier número,
con la condición de que cada letra se ha de referir siempre
al mismo número en un mismo contexto de su empleo.
Primeramente se emplearon las letras en ecuaciones, que
46
son métodos de hacer complicadas preguntas de aritmética.
En este terreno, las letras que representaban números reci­
bieron el nombre de "incógnitas". Pero las ecuaciones sugi­
rieron pronto una nueva idea: la de una función de uno o
más símbolos generales consistentes en letras que represen­
taran cualesquiera números. En ese empleo las letras alge­
braicas se llaman los "argumentos" de la función, o algunas
veces, las "variables". Entonces, por ejemplo, si un ángulo
está figurado por una letra algebraica, que representa su
medida numérica en términos de una unidad dada, esta nue­
va álgebra absorbe la trigonometría. El álgebra se convier­
te así en una ciencia general de análisis en la cual conside­
ramos las propiedades de varias funciones de argumentos
indeterminados. Por último, las funciones particulares, tales
como las funciones trigonométricas, las logarítmicas y las al­
gebraicas, se generalizan dentro de la idea de "cualquier fun­
ción". Una generalización demasiado amplia lleva a la pura
esterilidad. La generalización amplia, limitada por una par
ticularidad feliz, es la concepción fecunda. Por ejemplo, la
idea de cualquier función continua, mediante la cual se in
troduce la limitación de la continuidad, es la idea fecunda
que ha llevado a la mayor parte de las aplicaciones impor­
tantes. Ese surgir del análisis algebraico coincidió con el
descubrimiento cartesiano de la geometría analítica, y luego
con la invención del cálculo infinitesimal por Newton y
Leibniz. En verdad, si Pitágoras hubiera podido prever el
resultado del modo de pensar que él había puesto en mo­
vimiento, se habría sentido plenamente justificado en su
cofradía y la fascinación de sus misteriosos ritos.
Quiero señalar ahora que el predominio de la idea de fun­
ción en la esfera abstracta de las matemáticas se vió refle­
jado en el orden de la naturaleza bajo el aspecto de leyes de
la naturaleza expresadas matemáticamente. Sin este pro­
greso de las matemáticas, el desarrollo científico del siglo
xvu hubiera sido imposible. Las matemáticas proporcio­
naron la base del pensamiento imaginativo con que los hom­
bre� de ciencia abordaron la observación de la naturaleza,
Galileo presentó fórmulas. Descartes presentó fórmulas,
Huyghens presentó fórmulas, Newton presentó fórmulas.
47
Como ejemplo particular del efecto del desarrollo .abs­
tracto de las matemáticas sobre la ciencia de aquellos t�e:n­
ros ' consideremos la noción de periodicidad. Las repetlciO­
�es generales de las cosas son sobrado evidentes en la
experiencia común. Se repiten los días,. las fases lunares,
las estaciones del año; los cuerpos que gr�·an vuelven a �us
posiciones primitivas, se repiten los latidos del corazon.
los movimientos respiratorios. En todas partes nos en�on­
tramos con la repetición. Sin la repetición sería imposible
el conocimiento; porque no podríamos referir nada a nu�s�;a
experiencia pasada. Sin cierta regularidad de rep�tlCI?n
tampoco sería posible la . medida. En. ��estra experrencia,
al lograr la idea de exactitud, la repebcwn es fun�a�e�tal.
En los siglos XVI y xvrr, la teoría de la penodi�r�a�
asumió un lugar fundamental en la ciencia. Kep_ler. adivmo
una ley que relacionaba los ejes mayores de las orbitas _Pla­
netarias con los períodos en los cuales los planet� s de?�riben
respectivamente sus órbitas; Galil:o observó la ':1bracwn p ;­
riódica del péndulo; Newton expl.Ico, que el som:Jo se debm
a la perturbación del aire producida por el pasaJe de on�a�
periódicas de condensación y rarefacción; Huygh.ens ��phco
que la luz se debía a ondas transversales de vibr�cwn . ?e
un éter sutil· JVIersenne relacionó el período de la vrbracwn
de una cuerda de violín con su densidad, t:? sión Y lo�git�� ·
El nacimiento de la física moderna depend10 de la aphcacion
de la idea abstracta de periodicidad a una diversidad de
ejemplos concretos. Lo cual hubiera sido imposible si lo.s
matemáticos no hubieran elaborado ya en abstracto las di­
versas ideas abstractas que se apiñan alrede.dor de la� no­
ciones de periodicidad. La ciencia de la tngonometria se
elevó desde el estudio de las relaciones entre los ángulos de
un triángulo rectángulo a las proporcion.es en�re los �ados
y la hipotenusa del triángulo. Luego, baJO la . mfluencm �e
una ciencia matemática recientemente descub1erta, el ana­
lisis de las funciones se extendió hasta convertirse en el
estudio de las simples funciones periódicas abstractas que
esas proporciones ejemplifican. Así, la trigono�etría se
hizo completamente abstracta, y al hacerse abs.uacta se
hizo útil. Iluminó la analogía fundamental que existe entre
4B
series de fenómenos físicos absolutamente diversos; y al
mismo tiempo proporcionó las armas mediante las cuales
cualquier serie de este tipo podía analizar sus distintos ras­
gos y relacionarlos unos con otros 1 •
Nada es más imponente que el hecho de que cuanto más
se retiraban las matemáticas a las altas regiones de pensa­
miento cada vez más abstracto, volvían a la tierra con un
correspondiente aumento de importancia para el análisis
de los hechos concretos. La historia de la ciencia del siglo
XVII aparece como un sueño vívido de Platón o de Pitá­
goras. En cuanto a esa característica, el siglo XVII no fué
más que el precursor de los que le siguieron.
Queda ahora establecida de lleno la paradoja de que las
abstracciones máximas son las verdaderas armas para con­
trolar nuestro pensamiento sobre hechos concretos. Como re­
sultado del predominio de los matemáticos en el siglo xvn,
el siglo XVIII tuvo naturalmente mentalidad matemática,
más especialmente donde prevalecía la influencia francesa.
Debe exceptuarse el empirismo inglés, derivado de Locke.
Fuera de Francia, en Kant es en quien mejor se ve la in­
fluencia directa de Newton en la filosofía, y no en Hume.
En el siglo XIX, la influencia general de las matemáticas
amenguó. El romanticismo en literatura y el movimiento
idealista en filosofía no fueron productos de mentes mate­
máticas. Aun dentro de la ciencia, el incremento de la geo­
logía, de la zoología y de las ciencias biológicas en general,
estuvo absolutamente inconexo en cada caso con toda refe­
rencia a las matemáticas. La gran conmoción científica del
siglo fué la teoría de la evolución de Darwin. De ahí que
los matemáticos quedaron en segundo plano en lo que con­
cierne al pensamiento general de la época. Pero ello no quie
re decir que las matemáticas se descuidaran o que dejaran
de ejercer influencia. Durante el siglo xrx las matemáticas
puras progresaron casi tanto como durante todos los siglos
anteriores, de Pitágoras en adelante. Claro es que el pro-
1 Para un examen más detallado de la naturaleza y función
de las matemáticas puras, véase mi lntroduction to Mathematics
[Introducción a las matemáticas] . Home University Library, Wi­
lliam & Norgate, Londres.

49
greso fué más fácil porque la técnica se había perfeccionado.
Pero aun concediendo todo esto, el cambio operado en las
matemáticas entre los años 1800 y 1900 es muy notable. Si
incluímos los cien años anteriores y tomamos los dos siglos
que preceden a nuestros tiempos, casi estamos tentados de
fechar la fundación de las matemáticas en el último cuarto,
más o menos, del siglo xvn. El período de descubrimiento
de los elementos se extiende de Pitágoras a Descartes, New­
ton y Leibniz, y la ciencia desarrollada ha sido creada du­
rante los últimos doscientos cincuenta años. No es esto
alarde de la superioridad del genio del mundo moderno, pues
es más difícil descubrir los elementos de una ciencia que
desarrollarla.
A través de todo el siglo xrx, la influencia de la ciencia
se ejerció en la dinámica y en la física y de ahí, por deri­
vación, en la ingeniería y en la química. Difícil es exagerar
la influencia indirecta que tuvo sobre la vida del hombre por
medio de esas ciencias. Pero no hubo influencia directa de
las matemáticas sobre el pensamiento general de la época.
Al pasar revista a este rápido bosquejo de la influencia de
las matemáticas en la historia europea, vemos que tuvo dos
grandes períodos de influencia directa sobre el pensamiento
general, y que ambos duraron alrededor de doscientos años.
El primer período fué el trecho de Pitágoras a Platón, cuan­
do la posibilidad de la ciencia y su carácter general apareció
por vez primera ante los pensadores de Grecia. El segundo
período comprendió los siglos xvu y xvnr de nuestra época.
moderna. Ambos períodos tuvieron ciertas características co­
munes. En el primero y en el último las categorías generales
de pensamiento en muchas esferas de interés humano, esta­
ban en estado de desintegración. En la época de Pitágoras
el paganismo inconsciente, con su ropaje tradicional de her­
mosa liturgia y ritos mágicos pasaba a una nueva fase bajo
dos influencias: las ondas de entusiasmo religioso que bus­
caban la luz directa en la hondura secreta del ser, y en el
polo opuesto, el despertar del pensamiento crítico analítico
que sondeaba frío y desapasionado los significados últimos.
En ambas influencias, tan diversas en su resultado, hubo un
elemento común, una despierta curiosidad, y un movimiento
50
hacia _la reconstrucción de las sendas tradicionales. Los
misteriOs paganos pueden compararse a la reacción puritana
y a la reacción católica; el interés científico crítico era idén­
tico en las dos épocas aunque con diferencias menores de
considerable importancia.
En cada edad, las primeras etapas correspondieron a
períodos de prosperidad creciente y de oportunidades nue­
vas . En ese �entido diferían del período de decadencia gra­
dual de los Siglos II y III, cuando el cristianismo avanzaba
a la conquista del mundo romano. Sólo en un período afor­
tun��o, .como . en sus opor�unidades para desprenderse de la
preswn rnmed�ata de las Circunstancias y en su ávida curio­
sidad, el espíritu de la época puede emprender una revisión
directa de esas abstracciones finales que permanecen ocultas
bajo los conceptos más concretos de los cuales arranca el
pensamiento serio de una época. En los raros períodos en
que tal tarea puede emprenderse, las matemáticas son muy
oportunas para la filosofía. Porque las matemáticas son la
ciencia de las abstracciones más completas a que puede
llegar la mente del hombre.
El paralelo entre las dos épocas no debe exagerarse. El
n;u_n_do �oderno es má� , vasto y más complejo que la antigua
CI':Ihzacw� , que florecw en las playas del Mediterráneo, y
mas t �mb1en qu� el de la Eu�opa que envió a Colón y a
los �postales puritanos a traves del océano. No podemos
explicar ahora nuestra época por una fórmula sencilla que
llega a prevalecer y luego quedará arrumbada durante mil
años. Así, el eclipse momentáneo de la mentalidad mate­
mática desde l�s tiempos de Rousseau en adelante parece
ya tocar a su frn. Entramos en una era de reconstrucción
en la religió�, en. la cien�ia y en el pensamiento político.
Tales eras, s1 qmeren evitar la mera oscilación ignorante
entre los extremos, han de buscar la verdad en sus honduras
últimas. No puede darse la visión de tal hondura de verdad
lejos de una filosofía que tenga muy en cuenta esas abs­
tracciones últimas, cuyas interconexiones se ocupa de ex­
plorar la ciencia matemática
Para explicar exactament� cómo las matemáticas están
ganando importancia general en el presente, tomemos como
51
punto de partida una perplejidad científica particular Y
consideremos las nociones a las cuales nos lleva naturalmen­
te alguna tentativa de desenmarañar sus dificulta�es. En
la actualidad la física se halla perturbada por la teona de los
cuantos. No necesito ex-plicar ahora 1 en qué consiste tal
teoría a los que no están familiarizados ya con ella. �1 c�so
es que uno de los métodos de explic�ción má� promisorros
debe suponer que el electrón no atraviesa contmuamente su
senda en el espacio. La idea opuesta, en cua�t? a su ;modo
de existir, es que aparece en una serie de pos.Icwnes dis<_:on­
tinuas en el espacio que ocupa durante duraciOnes sucesivas
de tiempo. Es como si un automóvil que marchase a una
velocidad media de cinco kilómetros por hora por un cami­.
no no atravesase continuamente el camino, sino que apa­
reciese sucesivamente en los sucesivos mojones, permane-
ciendo dos minutos en cada mojón.
En primer lugar se requiere el empleo puramente �;, cmco
.

de las matemáticas para determinar si esta concepcwn ex­


plica de veras las muchas características difíciles de .com­
prender de la teoría de los cuan��s. Si la idea s?brev1ve a
la prueba, indudablemente los fisicos la adoptaran. ��sta
este momento no es sino una cuestión que las matemabcas
y la física decidirán entre ellas, sobre la base de cálculos
matemáticos y de observac:ones físicas. . .
Pero ahora el problema pasa a los filósofos. La existencia
discontinua en el espacio, así atribuida a los ele.ctrones, es
muy distinta de la existencia continu� de las ent�dades ma­
teriales que acostumbramos a admitir como evidente. El
electrón parece haber tomado el carácter que algunos han
asignado a los mahatmas del Tibet. Esos electrones, con su_s
protones correlativos, son concebidos ahora como las :nh­
dades fundamentales que componen los cuerpo.s materml�s
de la experiencia común. De ahí que si se. admite tal expli­
cación, hemos de rever todas nuestras nocwnes sobre el ca­
rácter último de la existencia material. Porque cuando pe­
netramos en esas entidades finales se nos revela esta
sorprendente discontinuidad de la existencia espacial.
1 Cf. capítulo vrn.

52
No hay dificultad en explicar la paradoja si consentimos
en aplicar a la duración en apariencia constante e indiferen­
ciada de la materia los mismos principios que se aceptan
ahora para el sonido y para la luz. Una nota que suena
continuamente se explica como el resultado de las vibra­
ciones del aire; un color constante se explica como resultado
de las vibraciones del éter. Si explicamos la duración cons­
tante de la materia con el mismo principio, concebiremos
cada elemento primordial como un flujo y reflujo de una
energía o actividad básica. Supongamos que nos adherimos
a la idea física de energía: cada elemento primordial será
entonces un sistema organizado de una corriente vibratoria
de energía. Por consiguiente, habrá un período definido
asociado con cada elemento; y dentro de ese período el sis­
tema de la corriente oscilará de un máximo estacionario a
otro máximo estacionario -o , para adoptar una metáfora
tomada de las mareas oceánicas-, el sistema oscilará de una
pleamar a otra pleamar. En cualquier momento dado, ese
sistema, que forma el elemento primordial, no es nada. Para
manifestarse requiere su período completo. En forma aná­
loga, una nota musical no es nada en un instante dado, pero
requiere también su período completo para manifestarse.
Por eso, al preguntar dónde está el elemento primordial,
debemos fijarnos en su posición media en el centro de cada
período. Si dividimos el tiempo en elementos más peque­
ños, el sistema vibratorio como entidad electrónica no existe.
La trayectoria espacial de semejante entidad vibratoria
-en que la entidad está constituída por las vibraciones­
debe representarse por una serie de posiciones separadas
en el espacio, en forma análoga al automóvil que encon­
tramos en mojones sucesivos pero nunca en medio de ellos.
Debemos preguntar primero si hay alguna prueba para
asociar la teoría de los cuantos con la vibración. La respues­
ta es inmediata y afirmativa. Toda la teoría gira alrededor
de la energía radiante del átomo, y está íntimamente aso­
ciada con los períodos de los sistemas de ondas radiantes.
Parece, pues, que la hipótesis de la existencia esencialmente
vibratoria es el modo más promisorio de explicar la parado­
ja de la órbita discontinua.
53
En segundo lugar, un nuevo problema se plantea ante
los filósofos y los físicos, si sostenemos la hipótesis de que
los elementos últimos de la materia son en esencia vibrato­
rios. Quiero decir con ello que aparte de ser un sistema perió­
dico tal elemento no existiría. Con esa hipótesis tenemos
que preguntar cuáles son los ingredientes que forman el
organismo vibratorio. Ya nos hemos librado de la materia
con su apariencia de duración indiferenciada. Aparte cierta
compulsión metafísica no hay motivo para proporcionar una
sustancia más sutil, en reemplazo de la materia que hemos
desechado con nuestras explicaciones. Ahora el terreno está
abierto para introducir alguna nueva doctrina de organi­
cismo que pueda sustituir a la del materialismo, con la cual,
desde el siglo XVII la ciencia ensilló a la filosofía. Ha de
recordarse que la energía de los físicos es evidentemente
una abstracción. El hecho concreto, que es el organicismo,
debe ser una expresión completa del carácter de un acon­
tecimiento real. Tal desplazamiento del materialismo cien­
tífico, si alguna vez se realiza, no podrá menos de tener im­
portantes consecuencias en todo dominio de pensamiento.
Para terminar, nuestra última reflexión debe ser que he­
mos llegado, al fin, a una versión de la doctrina del viejo
Pitágoras, de quien partieron las matemáticas y la física
matemática. Pitágoras descubrió la importancia de manejar
abstracciones y, en particular, prestó atención al número en
cuanto caracterizaba la periodicidad de las notas musica­
les. La importancia de la idea abstracta de periodicidad
estuvo así presente en el comienzo mismo de las matemá­
ticas y de la filosofía europeas.
En el siglo XVII, el nacimiento de la ciencia moderna re­
quirió una nueva matemática, mejor equipada para anali­
zar las características de la existencia vibratoria. Y ahora,
en el siglo X.'{, hallamos que los físicos se ocupan en gran
medida en analizar la periodicidad de los átomos. En ver­
dad, Pitágoras, al fundar la filosofía y las matemáticas euro ­
peas, las dotó con la más feliz de las adivinaciones felices
-¿o fué una llamarada de genio divino que penetró la na­
turaleza recóndita de las cosas?

54
CAPÍTULO III

EL SIGLO DEL GENIO

Los capítulos anteriores han sido dedicados a las condi­


ciones previas que prepararon el te'Teno para la eclosión
científica del siglo xvn. Han rastreado los diversos elemen­
tos de pensamiento y de creencia instintiva, desde su pri­
mera eflorescencia en la civilización clásica del mundo anti­
guo, a través de las transformaciones que experimentaron
en la Edad Media, hasta la rebelión histórica del siglo xvi.
Tres factores principales detuvieron nuestra atención: el
nacimiento de las matemáticas, la creencia instintiva en un
orden detallado de la naturaleza, y el desenfrenado raciona­
lismo del pensamiento en los últimos tiempos de la Edad
Media. Por ese racionalismo entiendo la creencia de que
la principal vía de acceso a la verdad era el análisis meta­
físico de la naturaleza de las cosas que determinaría así
cómo las cosas funcionaban y actuaban. La rebelión histó­
rica fué el abandono definitivo de ese método a favor del
estudio de los hechos empíricos de antecedentes y conse­
cuencias. En religión, significó el llamado a los orígenes del
cristianismo; y en ciencia, el llamado al experimento y al
método del razonamiento inductivo.
Una caracterización breve y bastante exacta de la vida
intelectual de las razas europeas durante los dos siglos y
c'!arto que siguieron hasta nuestra propia edad, es que vi­
VIeron. del cai?ital acumulado de ideas que les proporcionó
el gemo del siglo XVI. Los hombres de esa época hereda­
ron un fermento de ideas concomitantes de la rebelión his-
55
tórica del siglo XVI, y legaron sistemas formales de pensa­
miento para cada aspecto de la vida humana. Es el único
siglo que consecuentemente y en toda la esfera de las acti­
vidades humanas presentó genio intelectual adecuado a la
magnitud de las circunstancias. El poblado escenario de
esos cien años está indicado por las coincidencias que mar­
can sus anales literarios. En su despuntar, el A delanto del
saber de Bacon y el Quijote, publicados en el mismo año
(1605) , como si la época se introdujese con una doble ojea­
da, hacia atrás y hacia adelante. La primera edición in
quarto del Hamlet apareció en el año anterior, y una edi­
ción con ligeras variantes, en el mismo. Por último, Sha­
kespeare y Cervantes murieron el mismo año, 1616. En la
primavera de ese año, se cree que Harvey explicó por pri­
mera vez su teoría de la circulación de la sangre en un cur­
so de conferencias pronunciadas ante el Colegio de Médi­
cos de Londres. N ewton nació el año en que murió Galileo
(1642) , exactamente cien años después de la publicación
de la obra de Copérnico, R evoluciones de los cuerpos celes­
tes. Sólo un año antes Descartes publicó sus Meditaciones, y
dos años más tarde, sus Prz:ncipios de filosofía. En verdad,
el siglo no tenía tiempo de separar armoniosamente los
notables acontecimientos relativos a sus hombres de genio.
No puedo lanzarme ahora a historiar las varias etapas de
adelanto intelectual contenidas dentro de esta época. Es un
tema demasiado amplio para una sola conferencia, y oscu­
recería las ideas que me propongo desarrollar. Bastará el
simple catálogo aproximativo de varios nombres de perso­
nalidades que publicaron obra importante dentro de los
límites de esa época: Francis Bacon, Harvey, Kepler, Gali­
leo, Descartes, Pascal, Huyghens, Boyle, N ewton, Locke,
Spinoza, Leibniz. Limité la lista al sagrado número de doce,
demasiado corto para poder ser verdaderamente represen­
tativo. Por ejemplo, figura en ella un solo italiano, cuando
Italia pudo haber llenado la lista con sus propias filas. Har­
vey es el único biólogo; además, hay demasiados ingleses.
El último defecto se debe en parte a que el conferenciante
es inglés y se dirige a un público que comparte con él ese
siglo inglés. Si fuera holandés, habría demasiados holan-

56
deses; si italiano, demasiados italianos; y si francés, dema­
siados franceses. La malhadada Guerra de los Treinta Años
devastaba Alemania; pero todos los demás países vuelven
los ojos a este siglo como a una época que presenció algu­
na culminación de su genio. Fué, sin duda, un gran período
del pensamiento inglés, como más tarde lo inculcó Voltaire
a Francia.
La omisión de los fisiólogos, con excepción de Harvey,
también requiere explicación. Como es natural, hubo dentro
de este siglo, grandes progresos en biología, asociados prin­
cipalmente con Italia y con la Universidad de Padua. Pero
mi propósito es bosquejar el panorama filosófico derivado
de la ciencia y presupuesto por ella, y apreciar algunos de
sus efectos en el clima general de cada época. Ahora bien,
la filosofía científica de esa época estuvo dominada por la
física; de tal modo que es la expresión más evidente, en
términos de ideas generales, del estado del conocimiento
filosófico de esa época y de los dos siglos siguientes. A decir
verdad, eso s conceptos son muy inapropiados para la biolo­
gía, y le plantean un problema insoluble: el de la materia,
vida y organismo, con el cual se debaten ahora los biólogos.
Pero la ciencia de los organismos vivos sólo ahora está lle­
gando a un desarrollo adecuado como para imponer su con­
cepción a la filosofía. Los últimos cincuenta año s antes de
nuestros tiempos han presenciado infructuosas tentativas de
imponer nociones biológicas sobre el materialismo del siglo
xvrr. Cualquiera sea la apreciación de tal éxito, lo cierto es
que las ideas básicas del siglo xvu derivaron de la escuela
de pensamiento que produjo a Galileo, a Huyghens y a
Newton, y no de los fisiólogos de Padua. Un problema de
pensamiento no resuelto, en cuanto deriva de este período,
debe formularse así: dadas las configuraciones de la ma­
teria con locomoción en el espacio, tal como la asignan las
leyes físicas, explicar los organismos vivos.
lVIi examen de esa época recibirá la mejor introducción
. con una cita de Francis Bacon, que constituye el comienzo
de la sección (o "Siglo") IX de su Historia natural: me re­
fiero a su Silva sz?varum. Las memorias contemporáneas
que escribió su capellán, doctor Rawley, cuentan que la obra

57
fué compuesta en los últimos cinco años de su vida, de
modo que debe datarse entre 1620 y 1626. La cita dice así:

Es verdad que todos los cuerpos de <;malquier especie, aunque


no tienen sensibilidad, poseen no obstante percepción ; porque
cuando se aplica un cuerpo a otro, hay una especie de elección
que acoge lo que es agradable y excluye o expulsa lo que es des­
agradable ; y aunque el cuerpo altere o sea alterado, la percepción
precede siempre a la 'Jperación, pues si no, todos los cuerpos
serían semejantes. Y a -veces, esa percepción, en algunas clases
de cuerpos, es mucho más sutil que la sensibilidad; de manera
que la sensibilidad es pobre cosa comparada con ella; vemos que
un termómetro hallará la menor diferencia del tiempo atmosfé­
rico en frío o en calor, cuando nosotros no la hallamos. Y esa
percepción se produce a veces a distancia, lo mismo que al toque ;
como cuando el imán atrae el hierro, o la llama atrae la nafta de
Babilonia, alejada un buen trecho. Por consiguiente, es tema de
una nobilísima in-vestigación analizar las percepciones más suti
les, pues es otra lla-ve para abrir la naturaleza, lo mismo que la
sensibilidad, y a veces mejor. Y además, es el medio más impor
tante de la adivinación natural, porque lo que en esas percepcio­
nes aparece primero, en los grandes efectos viene mucho después.

Hay muchos puntos interesantes en esta cita, algunos de


los cuales cobrarán relieve en las conferencias siguientes.
En primer lugar, nótese la forma cuidadosa en que Bacon
distingue entre percepción o acción de percatarse, por una
parte, y sensibilidad o conocimiento experimental, por la
otra. A este respecto, Bacon está fuera de la orientación
física que acabó por dominar el siglo. Más tarde se llegó a
pensar en una materia pasiva en que las fuerzas operaban
exteriormente. Creo que el modo de pensar de Bacon ex­
presaba una verdad más fundamental que los conceptos
materialistas que se formulaban entonces como adecuados
para la física. Estamos ahora tan acostumbrados a la ac­
titud materialista ante las cosas, que ha arraigado en nues­
tros escritos por obra del genio del siglo XVI, que no sin
dificultad entendemos la posibilidad de abordar de otra
manera el problema de la naturaleza.
En el caso especial de la cita que acabo de hacer, todo el
pasaje y el contexto en que está engarzado están comple-

58
tamente penetrados por el método experimental, es decir,
por la atención a los "hechos irreducibles y obstinados", y
por el método inductivo de inferir leyes generales. Otro
problema no resuelto que nos ha legado el siglo XVII es la
justificación racional del método inductivo. El haber ad­
vertido explícitamente la antítesis entre el racionalismo de­
ductivo de los escolásticos y los métodos inductivos de ob­
servación de los modernos debe atribuirse principalmente a
Bacon; aunque, como es natural, estaba implícito en el es­
píritu de Galileo y de todos los hombres de ciencia de aque­
llos tiempos. Pero Bacon fué uno de lo s primeros entre
todo el grupo y tuvo también la intuición más directa de
la cabal trascendencia de la revolución intelectual que se
estaba realizando. Quizá el hombre que más completamen­
te se anticipó a Bacon y a todo el punto de vista moderno,
fué el artista Leonardo da Vinci, que vivió casi exactamen­
te un siglo antes de Bacon. Leonardo ilustró también la
teoría que expuse en mi última conferencia, de que el na­
cimiento del arte naturalista fué un elemento importante
en la formación de nuestra mentalidad científica. A decir
verdad, Leonardo fué más hombre de ciencia que Bacon.
El ejercicio del arte naturalista está más emparentado con
el de la física, química y biología que el ejercicio de la ju­
risprudencia. Todos recordamos el dicho del contemporá­
neo de Bacon, Rarvey, el descubridor de la circulación de
la sangre, según el cual Bacon "escribió sobre ciencia como
un Lord Canciller". Pero en el comienzo del período mo­
derno, Leonardo y Bacon se hallan juntos como ejemplo
de las varias corrientes que se han combinado para formar
el mundo moderno, o sea, mentalidad jurídica y los hábitos
de observación paciente de los artistas naturalistas.
En el pasaje de Bacon que he citado no hay mención
explícita del método del razonamiento inductivo. No nece­
sito probar con ninguna cita que la insistencia en la impor­
tancia de ese método y en la importancia de los secretos de
la ·naturaleza así descubiertos para el bienestar de la hu­
manidad, era uno de los principales temas a los que se con­
sagró Bacon en sus escritos. La inducción resultó un pro­
ceso algo más complejo de lo que preveía Bacon, quien

59
abrigaba la creencia de que con suficiente esmero en la
reunión de ejemplos, la ley general se desprendería por sí
sola. Sabemos ahora, y probablemente Harvey sabía en­
tonces, que es ésa una ex1Jlicación muy insuficiente de los
procesos que acaban en generalizaciones científicas. Pero
hechas todas las restricciones necesarias, Bacon es siempre
uno de los grandes constructores que crearon la mentalidad
del mundo moderno.
Las dificultades especiafes que promueve la inducción,
aparecieron en el siglo xvn:r, como resultado de la crítica
de Hume. Pero Bacon fué uno de los profetas de la re­
belión histórica, que abandonó el método del racionalismo
constante, y se lanzó al otro extremo basando todo cono­
cimiento fecundo en la inferencia de �asos particulares en
el pasado a casos particulares del futuro. No quiero poner
en duda la validez de la inducción cuando ha sido debida­
mente cuida?a. Lo que quiero decir es que la dificilísima
tarea de aplicar la razón para inferir las características ge­
nerales del caso inmediato, tal como se nos ofrece en el
conocimiento directo, es un preliminar necesario si hemos de
justificar la inducción; a menos, sin duda, de �ontentarnos
con basarla en nuestro vago instinto de que, naturalmente,
,
esta perfectamente bien. O bien el caso inmediato tiene
algo q': e proporciona conocimiento del pasado y del futu­
ro, o bien estamos reducidos al escepticismo extremo en lo
tocante a la memoria y a la inducción. Nunca se subrayará
b� stante el hecho de que la clave del proceso de la induc­
. tal como se la emplea en Ia ciencia o en la vida común
cwn,
se ha de hallar en la comprensión correcta del caso inmedia�
to de conocimiento en toda su concretez. Con respecto a
nue�tro capta� el c� r.ácter de esos casos en su concretez, po­
see Importancia cntica el desarrollo moderno de la fisiolo­
g!a Y de la psicología. Ilustraré este punto en las conferen­
_ _
cias sigUientes. Nos encontramos en insolubles dificultades
cuando sustituímos el caso concreto por un mero abstracto
en el c': al sól? consideramos objetos materiales en un flujo
de. configuraciOnes en el tiempo y en el espacio. Es bien
e·ndente que tales objetos sólo pueden decirno s que están
donde están.

60
Por consiguiente debemos recurrir al método de la teo­
logía escolástica que explicaban los medievalistas italianos
a quienes cité en la primera conferencia. Debemos obser­
var el caso inmediato, y ernplear la razón para obtener una
descripción general de su naturaleza. La inducción presu­
pone la metafísica. En otras palabras, descansa en un ra­
cionalismo previo. No podemos justificar racionalmente
nuestro apelar a la historia hasta que la metafísica no nos
asegure que existe una historia a la cual apelar; de igual
manera nuestras conjeturas sobre el futuro presuponen
cierta base de conocimiento de que existe un futuro ya so­
metido a algunas determinaciones. La dificultad está en dar
b '
sentido a cualquiera de esas ideas. Si no lo lo(J'ramos la in-
ducción no tendrá sentido.
Se observará que yo no sostengo que la inducción es en
su esencia un derivado de las leyes b(J'enerales. Es la adi­
vinación de algunas características de un futuro particular,
que parte de las características conocidas de un pasado
particular. La admisión más amplia de leyes generales vá­
lidas para todas las ocasiones conocibles parece un agregado
muy poco seguro como para añadirlo a ese limitado conoci­
miento. Todo lo que podemos pedir de la ocasión presente
es que determine una comunidad particular de ocasiones
que en ciertos aspectos se limitan mutuamente por estar
incluídas dentro de la misma comunidad. Esa comunidad
de ocasiones considera._ en la ciencia física es el conjunto
de .acont�cimientos que .ens�mblan uno con otro -por
decirlo asi- en un espaciO-tiempo común, de manera que
podemos trazar las transiciones del uno al otro. Por eso nos
'
referimos al espacio-tiempo común indicado en nuestra oca­
sión inmediata de conocimiento. El razonamiento inductivo
procede de . una ocasión particul�r a la comunidad particu­
lar de ocasiOnes, y de la comumdad particular a relaciones
entre las ocasiones particulares dentro de la comunidad.
Ha?ta h �ber tomado en cuenta otros conceptos científicos,
es Imposible llevar el examen de la inducción más allá de
esta conclusión preliminar.
El tercer punto que hemos de notar acerca de la cita de
Bacon es el carácter puramente cualitativo de los asertos

61
contenidos en eila. En ese sentido. Bacon no percibió en
absoluto el tono que se hallaba tras el éxito de la ciencia
del siglo XVII. La ciencia estaba volviéndose y ha perma­
necido esencialmente cuantitativa. Búsquense elementos
mensurables entre los fenómenos, y búsquense luego rela­
ciones entre esas medidas de cantidades físicas. Bacon des­
conoce tal regla científica. Por ejemplo, en la cita dada, ha­
bla de acción a distancia, pero piensa cualitativa no cuan­
titativamente. No podemos exigir que se anticipara a su
contemporáneo má s joven, Galileo, ni a su distante sucesor,
N ewton. Pero no sugiere que se debería proceder a la bús­
queda de cantidades. Quizá le extraviaran las doctrinas ló­
gicas . corrientes derivadas de .A..ristóteles·' porque' en efecto'
semeJantes doctrinas decían al físico: "clasifica"' cuando
debían decir: "mide".
Al acabar el siglo la física estaba establecida sobre una
satisfactoria base de medida. N ewton dió la exposición fi­
nal Y adecuada. Se vió que el elemento común de masa
mensurable caracterizaba todos lo s cuerpos en distintas
cantidades. Cuerpos que son aparentemente idénticos en
sustancia, forma y tamaño tienen muy aproximadamente la
misma forma: cuanto más cercana la identidad, más próxi­
ma la igualdad. La fuerza que actúa sobre un cuerpo, por
contacto o por acción a distancia, se definió como igual a
la masa del cuerpo multiplicada por la tasa de cambio de
la velocidad del cuerpo, en cuan� la tasa de cambio es
producida por esa fuerza. De esa manera se percibe la fuer­
za por su efecto sobre el movimiento del cuerpo. Surge
ahora el problema de si esa concepción de la magnitud de
una fuerza conduce al descubrimiento de simples leves cuan­
titativas que implican la determinación alternativ; de fuer­
zas por circunstancias de la configuración de las sustancias
Y de sus caracteres físicos. La concepción newtoniana ha
tenido un éxito brillante al sobrevivir a esa prueba a lo
largo de todo el período moderno. Su primer triunfo fué
la ley de la gravitación. Su triunfo acumulativo ha sido
todo el desarrollo de la astronomía dinámica, de la inge­
niería y de la física.
El tema de la formación de las tres leyes de movimiento

62
crítico. Todo
y de la ley de la gravitación merece examen
ollo del pensam iento ocupó exacta mente dos gene­
el desarr
con los Princi pia de
raciones. Comenzó con Galileo y acabó
el año en que moría Galileo . La
Newton·' y Newton nació
Desca rtes y la de Huygh ens caen tambié n dentro
vida de
ales.
del período ocupado por esas grandes figuras termin
s combin ados de esos cua tro
El resultado de los trabajo
cierto derecho a ser conside rado como el
hombres tiene
realiza do
triunfo intelectual individual más grande que ha
­
la humanidad. Al apreciar su magnitud debemos conside
alcanc e. Constr uye para nosotr os
rar lo completo de su
el
una visión del universo material y nos permite calcular
fué el
más pequeño detalle de un hecho particular. Galileo
primero en acertar con la manera exacta de pensar. Obser­
vó que el punto crítico a que había que . llegar no era
:1
movim iento de los cuerpo s sino los cambiO s de sus movi­
en
mientos. El descubrimiento de Galileo está formulado
la primera ley del movim iento de Newto :
� . "Todo :uerpo
continúa en su estado de reposo o de movimiento umforme
ese
en línea recta a menos de hallarse obligado a cambiar
estado." ,
Esa fórmula contiene el repudio de una creencia que ha­
bía obstruído el progreso de la física durante dos mil años.
Trata también de un concepto fundamental, esencial a la
teoría científica: me refiero al concepto de un sistema ideal­
mente aislado. Esa concep ción encarna un carácter funda­
y
mental de las cosas, sin el cual sería imposible la ciencia,
hasta cualquier conocimiento por parte d �
finitos. El sistema "aislado" no es un sistema
fuera del cual existiría el no ser. Está aislado en el interior
del universo. Lo que quiere decir que hay verdades con­
cernientes a este sistema que sólo requieren la referencia
al resto de las cosas por medio de un esquema uniforme
y sistemático de relaciones. Así, al c;oncebirse. un sist�ma
aislado no se lo concibe como sustancialmente mdependiCn­
te del resto de las cosas sino como libre de depender fortui­
ta y contingentemente de cosas particulares dentro del re?­
to del universo. Además esa libertad de la dependencia
fortuita sólo se requiere con respecto a ciertas característi-
63
cas abstractas que se refieren al sistema aislado, y no con
respecto al sistema en su plena concretez.
La primera ley del movimiento pregunta qué se ha de
decir de un sistema dinámicamente aislado en lo tocante
a su movimiento como un todo, abstracción hecha de su
orientación y de la disposición interna de sus partes. Aris­
tóteles dijo que debíamos concebir tal sistema en reposo.
Galileo agregó que el estado de reposo es sólo un caso par­
ticular, y que el aserto general es : "ya en estado de reposo
o de movimiento uniforme en línea recta". De acuerdo con
esto, un aristotélico concebiría las fuerzas resultantes de la
reacción de cuerpos extraños como cuantitativamente men­
surables en términos de la velocidad que mantienen, y es­
tán determinados en su dirección por la dirección de e sa
velocidad; mientras un discípulo de Galileo prestaría aten­
ción a la magnitud de la aceleración y a su dirección. El
contraste entre Kepler y N ewton ilustra esa diferencia. Los
dos especularon sobre las fuerzas que mantienen a los pla­
netas en sus órbitas. Kepler buscaba las fuerzas tangen­
ciales que hacían avanzar a los planetas, mientras Newton
buscaba las fuerzas radiales que separaban las direcciones
de los movimientos de los planetas.
En lugar de insistir en el error cometido por Aristóteles,
es más provechoso subrayar qué justificación tenía, si con­
sideramos los hechos evidentes de nuestra experiencia. To­
dos los movimientos que entran en nuestra experiencia co­
tidiana normal cesan si no están evidentemente mantenidos
por el exterior. En apariencia, pues, el empirista resuelto
debe aplicar su atención al problema de cómo se mantiene
el movimiento. Tocamos aquí uno de los peligros del em­
pirismo falto de imaginación. El siglo XVII presenta otro
ejemplo del mismo peligro y, lo que menos se hubiera di­
cho, N ewton cayó en él. Huyghens había formulado su
teoría ondulatoria de la luz, teoría que no lograba explicar
los hechos más evidentes de la experiencia corriente, o sea,
que las sombras proyectadas por objetos interpuestos están
limitadas por rayos rectilíneos. De ahí que N ewton rechaza­
ra esa teoría y adoptara la teoría corpuscular que explica
por completo las sombras. Desde entonces ambas teorías

64
han tenido sus períodos de triunfos. En el momento actual
el mundo científico está en busca de una combinación de
las dos . Esos ejemplos ilustran el peligro de negarse a sos­
tener una idea porque no logre explicar uno de los hechos
más evidentes de la materia en cuestión. Si prestamos aten­
ción a las novedades de pensamiento de nuestros días, ha­
bremos observado que casi todas las ideas verdaderamente
nuevas presentan ciertos visos de necedad cuando se las
expone por primera vez.
Para volver a las leyes del movimiento: puede notarse
que en el siglo XVII no se adujo razón alguna en pro de la
posición de Galileo, como posición distinta de la aristotéli­
ca. Era un hecho último. Cuando en el curso de estas
conferencias lleguemos al período moderno , veremos que
la teoría de la relatividad, ilumina completamente el pro­
blema, pero sólo reordenando todas nuestras ideas sobre
espacio y tiempo.
Tocó a N ewton dirigir la atención a la masa como canti­
dad física inherente a la naturaleza de un cuerpo material.
La masa permanecía durante todos los cambios de movi­
miento. Pero la prueba de la permanencia de la masa a
través de las transformaciones químicas debió aguardar
a Lavoisier, un siglo más tarde. La tarea inmediata de
Newton consistió en hallar una estimación de la magnitud
de la fuerza extraña en términos de la masa del cuerpo y
de su aceleración. En ello tuvo suerte, pues, desde el punto
de vista de un matemático, la ley más sencilla posible -el
producto de las dos- resultó tener éxito. La teoría moder­
na de la relatividad modifica esa sencillez extrema. Pero,
por fortuna para la ciencia, no eran conocidos ni siquiera
posibles entonces los delicados experimentos de la física
de hoy. Por consiguiente, el mundo logró los dos siglos
que necesitaba para digerir las leyes de N ewton.
Teniendo en cuenta tal triunfo ¿podemos extrañarnos de
que los hombres de ciencia establecieran sus principios úl­
timos sobre base materialista, y desde entonces dejaran de
inquietarse por la filosofía? Comprenderemos su modo de
pensar si entendemos exactamente qué es esa base y qué
dificultades finales encierra. Cuando critiquéis la filosofía

65
de una época no dirijáis principalmente vuestra atención a
las posiciones intelectuales que sus expositores creen nece­
sario defender explícitamente. Habrá ciertas premisas fun­
damentales presupuestas inconscientemente por los partida­
rios de todos los diversos sistemas dentro de la misma épo­
ca. Tales premisas parecen tan evidentes que la gente no
sabe lo que presupone porque jamás se les ha ocurrido otra
manera de plantearse las cosas. Con esas premisas es po­
sible cierto número limitado de sistemas filosóficos, y tal
grupo de sistemas constituye la filosofía de la época.
Una premisa de este género es la base de toda la filoso­
fía de la naturaleza durante el período moderno. Está con­
tenida en la concepción que, según se supone, expresa el
aspecto más concreto de la naturaleza. Los filósofos jónicos
preguntaron: ¿de qué está hecha la naturaleza? La res­
puesta está expresada en términos de sustancia, o materia
o material --el nombre particular elegido no interesa­
que tiene la propiedad de 8imple ubicación. Por simple ubi­
cación entiendo una característica importante, que se re­
fiere igualmente al espacio y al tiempo, y otras caracterís­
ticas menos importantes que son diversas, conforme al
espacio o al tiempo.
La característica común a espacio y tiempo es que puede
decirse que el material está aquí en el espacio y aquí en el
tiempo o aquí en el espacio-tiempo, en un sentido perfecta­
mente definido que para su explicación no requiere ninguna
referencia a otras regiones del espacio-tiempo. Lo más cu­
rioso es que el carácter de simple ubicación es válido, ya
consideremos que una región de espacio-tiempo está deter­
minada absoluta o ya relativamente. Porque si una región
es simplemente una manera de indícar cierto conjunto de
relaciones con otras entidades, entonces esa característica
que llamo simple ubicación consiste en que puede decirse
que el material tiene precisamente esas relaciones de posi­
ción con otras entidades sin requerir para su explicación
ninguna referencia a otras regiones constituidas por aná­
logas relaciones de posición con las mismas entidades. En
efecto, así que establecemos, de cualquier modo que sea, lo
que entendemos por un lugar determinado en el espacio-
66
tiempo, podemos formular adecuadamente la relación entre
un cuerpo material particular y el espacio-tiempo, diciendo
que está preci�am�;:üe allí, en ese lugar y, en lo que toca
a la simple ub1cacwn, es todo cuanto hay que decir. _
No obstante, debemos dar algunas explicaciones secunda­
rias que introducen las características de menor importan­
cia que ya he mencionado. En primer lugar, en lo que res­
pecta al tiempo, si el material ha existido durante cualquier
período; ha existido también durant� ���lquier �recho de
ese periOdo. En otras palabras, la divisiOn del tiempo no
divide el material. En segundo lugar, en lo que respecta al
espacio, la división del volumen divide el material. Por
consiguiente, si el material existe en todo un volumen, será
menos el material distribuido en una mitad de ese volumen.
De esta propiedad surge nuestra noción de densidad en un
punto del espacio. Todo el que habla de densidad no asi­
mila tiempo y espacio hasta el punto que querrían muy
precipitadamente algunos extremi�tas de !a. ��cuela n;oder­
na. Porque, con respecto al materml, la divlsiOn del tiempo
funciona en forma totalmente diferente de la división del
espacio.
Además, el hecho de que el material es indiferente a la
división del tiempo lleva a la conclusión de que el lapso per­
tenece a los accidentes antes que a la esencia del material. El
material es plenamente material en cualquier sub-período,
por breve que sea. Así, el pasaje del tiempo no tiene nada
que ver con el carácter del material. El material es igual­
mente material en un momento. Aquí concebimos un mo­
mento como existente en sí mismo, sin pasaje, ya que el
pasaje temporal es la sucesión de momentos.
Por consiguiente, la respuesta que el siglo xvn dió a la
antigua pregunta de los pensadores jónicos, "¿de qué está
hecho el mundo?" decía que el mundo es una sucesión de
configuraciones instantáneas de materia --o de material, si
deseamos incluir sustancia más sutil que la materia común,
el éter, por ejemplo.
N o podemos extrañarnos de que la ciencia quedara sa­
tisfecha con ese supuesto acerca de los elementos funda­
mentales de la naturaleza. Las grandes fuerzas de la na-
67
turaleza, tales como la gravitación, estaban enteramente
determinadas por las configuraciones de las masas. Así, las
configuraciones determinaron sus propios cambios, de mane­
ra que el círculo del pensamiento científico estaba com­
pletamente cerrado. Esa es la famosa teoría mecanicista
de la naturaleza que ha reinado como soberana desde el
siglo xvr. Es el credo ortodoxo de la ciencia física. Por
añadidura, el credo se justificaba por la prueba pragmáti­
ca: funcionaba. Los físicos no se interesaron más en la
filosofía. Subravaron
" el antirracionalismo de la rebelión
histórica. Pero las dificultades de la teoría del mecanicis­
mo materialista aparecieron muy pronto. La historia del
pensamiento de los siglos XVIII y XL"'C está gobernada por el
hecho de que el mundo se ha apoderado de una idea gene­
ral con la cual y sin la cual no podía vivir.
Contra la simple ubicación de configuraciones materia­
les instantáneas ha protestado Bergson, en cuanto con­
cierne al tiempo y en cuanto se la toma como hecho fun­
damental de la naturaleza concreta. La llama la deforma­
ción de la naturaleza debida a la "espacialización" intelec­
tual de las cosas. Estoy de acuerdo con la protesta de
Bergson; p ero no estoy de acuerdo en que esa deformación
es un vicio necesario de la aprehensión intelectual de la
naturaleza. En las conferencias siguientes trataré de de­
mostrar que la espacialización es la expresión de hechos
más concretos bajo el ropaje de conclusiones lógicas muy
abstractas. Hay un error; pero es simplemente el error ac­
cidental de confundir lo abstracto con lo concreto. Es un
ejemplo de lo que llamaré "falacia de la concretez fuera de
lugar", que es motivo de gran confusión en filosofía. No
es necesario que el intelecto caiga en la trampa, aunque en
ese caso ha habido gran tendencia a caer.
Resulta evidente de inmediato que el concepto de la sim­
ple ubicación ha de crear grandes dificultades a la induc­
ció� . Porque si en la ubicación de configuraciones de ma­
tena en un trecho de tiempo no hay referencia inherente a
ningún otro tiempo, al pasado ni al futuro, síguese inmedia­
tamente que en un período cualquiera la naturaleza no se
refiere a la naturaleza en otro período cualquiera. Por lo

68
tanto, la in�ucción no se basa en nada que pueda obser­
varse como mherente a la naturaleza. Así, no podemos re­
currir a la naturaleza para justificar nuestra creencia en
una ley tal como la ley de la gravitación. En otras pala­
bras, el orden de la naturaleza no puede justificarse por la
simple observación de la naturaleza. Porque en el hecho
actual no hay nada que se refiera inherentemente al pasado
o al futuro. Parecería, por consiguiente, que la memoria,
no menos que la inducción, no lograra hallar justificación
alguna dentro de la naturaleza misma.
lYie he 11:d.elantado al curso del pensamiento ulterior y he
estado repitiendo la argumentación de Hume. Ese modo de
pensar se desprende tan inmediatamente de la considera­
ción de la simple ubicación que para considerarlo no pode­
mos aguardar al siglo XvJ:II. Lo único extraño es que de
hecho, el mundo aguardó hasta Hume, antes de nota� la
dific�lta �: También ilustra el antirracionalismo del públi­
co cienhnco el hecho de que cuando apareció Hume sólo
fueron las consecuencias religiosas de su filosofía las que
at:aj :r? n la �ten�ión. El!o se debió a que el clero era por
prmcipiO raciOnalista, mientras los hombres de ciencia se
contentaban con la simple fe en el orden de la naturaleza .
Hume ' mismo observa, sin duda sarcásticamente : "Nues­
tra santa religión se funda en la fe." Esa actitud satis­
fac�a a la Royal Society pero no a la Iglesia. También
satisfacía a Hume, y ha satisfecho a los empiristas que le
siguieron.
H�y otro s_upu: sto que de� emos colocar junto a la teoría
de .simple ubiCacwn. , lYie refiero a las dos categorías corre­
latn:as de sustar:cia y cualidad. Con todo, hay una dife­
rencia. Hubo diferentes teorías acerca de la descripción
adecua�a. ? e la c �ndición del espacio. Pero cualquiera fuese
l� condiCwn, nadie dudab� de que la conexión con el espa­
CIO de que gozan las entidades es la de simple ubicación.
Pod �n;os ;�presar esto en pocas palabras diciendo que se
admitia tac;tamente que el espacio es el lucrar de las sim­

pl�s. ubicaciones. Todo lo que está en el es acio está sin�­
plzcLter en alguna porción determinada del espacio. Pero
con respecto a la sustancia y a la cualidad, las mentes rec-

69
trices del siglo xvrr estaban decididamente perplejas; aun­
que con su genio habitual, construyeron en seguida una
teoría adecuada para sus propósitos inmediatos.
Es claro que la sustancia y la cualidad, lo mismo que la
simple ubicación, son las ideas más naturales del espíritu
humano. Es la forma en que pensamos las cosas, y sin esas
formas de pensar no podemos tener nuestras ideas prontas
para uso diario. No cabe duda. Lo único que podemos
preguntar es: "¿Cuán concretamente estamos pensando
cuando consideramos la naturaleza en esas concepciones?"
Quiero indicar que nos estamos regalando con ediciones
simplificadas de los hechos inmediatos. Cuando examine­
mos los elementos primarios de esas ediciones simplificadas,
hallaremos que en verdad sólo pueden justificarse como
complicadas construcciones lógicas que poseen un alto gra­
do de abstracción. Claro que, por tratarse de un punto de
psicología individual, llegamos a esas ideas por el método
�ápido . y grosero de suprimir los detalles que nos parecen
Impertmentes. Pero cuando tratamos de justificar esa su­
presión de lo impertinente, nos encontramos con que, si
bien quedan entidades correspondientes a las entidades de
que hablamos, tales entidades poseen sin embargo un alto
grado de abstracción.
Sostengo, pues, que la sustancia y la cualidad proporcio­
nan otro ejemplo de la falacia de la concretez fuera de lu­
gar. Consideremos cómo surgen las ideas de sustancia y
cualidad. Observamos un objeto como una entidad dotada
de ciertas características. Por ejemplo, observámos un
cuerpo; hay en él algo que notamos. Es quizá duro, azul,
redondo, ruidoso. Observamos algo que posee esas cualida­
des; aparte de ellas no observamos nada absolutamente.
Por consiguiente la entidad es el sustrato o sustancia de la
cual predicamos cualidades. Algunas de las cualidades son
esenciales, de modo que fuera de ellas, la entidad no sería
ella misma; mientras otras cualidades son accidentales y
cambiantes. Con respecto a los cuerpos materiales, las cua­
li:Jades de tener cierta masa cuantitativa y de simple ubica­
CIÓn en alguna parte, sostenía John Locke al terminar el
siglo XVI, son cualidades esenciales. Natmalmente, la

70
ubicación era cambiante, y la inmutabilidad de la masa no
era sino un hecho experimental para ciertos extremistas.
Hasta aquí todo va bien. Pero cuando pasamos al color
azul, tenemos que enfrentarnos con una nueva situación. En
primer lugar, el cuerpo puede no ser siempre azul ni rui­
doso. Ya lo hemos admitido con nuestra teoría de las cua­
lidades accidentales, que por el momento podemos aceptar
como adecuada. Pero en segundo lugar, el siglo XVII se­
ñaló una verdadera dificultad. Los grandes físicos elabora­
ron teorías de la trasmisión de la luz y del sonido, basadas
en su visión materialista de la naturaleza. Había dos hipó­
tesis sobre la luz: o bien era transmitida por ondas vibra­
torias de un éter material, o -según Newton- era trans­
mitida por el movimiento de corpúsculos increíblemente
pequeños de alguna materia útil. Todos sabemos que la
teoría ondulatoria de Huyghens prevaleció durante el siglo
xrx y que, en la época actual, los físicos tratan de explicar
algunas circunstancias oscuras referentes a la radiación
combinando las dos teorías. Pero sea cual fuere la teoría
elegida, no existe la luz o el color como hecho de la natu­
raleza exterior. Hay simplemente movimiento del material.
De igual modo, cuando la luz penetra en los ojos y hiere la
retina, no hay sino movimiento del material. Luego que­
dan afectados los nervios y el cerebro, y eso no es tampoco
más que movimiento del material. El mismo tipo de razo­
namiento vale para el sonido con sólo substituir las ondas
del éter por las del aire, y el ojo por el oído.
Preguntamos, pues, en qué sentido "color azul" y "ser
ruidoso" son cualidades del cuerpo. Por un razonamiento
análogo, preguntamos también en qué sentido el perfume
es una cualidad de la rosa.
Galileo consideró este problema e indicó inmediatamen­
te que, aparte de los ojos, del oído y de la nariz, no existi­
rían colores, sonidos ni olores . . Descartes y Locke constru­
yeron la teoría de las cualidades primarias y secundarias.
Por ejemplo, Descartes, en su Meditación Sext.a., dice: "Y en
verdad, pues siento distintas clases de colores, olores, sa­
bores, sonidos, calor, dureza, etc., concluyo con justicia,
que hay en los cuerpos de los cuales proceden todas estas

71
diversas percepciones de los sentidos, algunas diversidades
que responden a ellas, si bien quizá esas diversidades no se
les parecen en nada . . . "
En sus Principios de filosofía dice también: "que por
nuestros sentidos no conocemos nada de los objetos exte­
riores más allá de su figura [o situación] , tamaño y movi­
miento".
Locke, que escribe con conocimiento de la dinámica de
N ewton, sitúa la masa entre las cualidades primarias de los
cuerpos. En una palabra: formula una teoría de las cuali­
dades primarias y secundarias de acuerdo con el estado de
la c�encia física a fines del siglo XVII. Las cualidades pri­
manas son las cualidades esenciales de las sustancias cuyas
relaciones espacio-temporales constituyen la naturaleza. La
regularidad de esas relaciones constituye el orden de la na­
t�raleza. Los acontecimientos de la naturaleza son aprehen­
d� dos de alguna manera por mentes asociadas con cuerpos
VIvos. � n. primer lugar la aprehensión mental surge de los
acontecimientos que suceden en ciertas partes del cuerpo
c? rrespondiente, de los acontecimientos del cerebro, por
eJemplo. Pero al aprehender, la mente experimenta también
sensaciones que, en rigor, son únicamente cualidades de
ella: La mente proyecta esas sensaciones en forma tal que
revisten cuerpos adecuados que se encuentran en la natu­
raleza e:terior. Así, percibimos los cuerpos como si poseye­
ran cualidades que en realidad no les pertenecen, cualidades
que son, de hecho, pura creación de la mente. Así, la natu­
raleza cobra el prestigio que en verdad debiéramos reservar
para nosotros mismos : la rosa por su perfume, el ruiseñor
por . su canto y el sol por su esplendor. Los poetas se han
eqmvocado de medio a medio. Deberían dirigir sus poesías
a sí mismos , y deberían convertirlas en odas de felicitación
por la excelencia de la mente humana. La naturaleza es
triste cosa, sin sonidos, sin olores, sin colores; es simplemen­
te el rodar aprisa de la materia, sin fin y sin sentido.
Por más que lo disimulemos, éste es el resultado prác­
tico de la filosofía científica característica que cerró el
siglo XVII. ,.
.
pnmer lugar debemos notar su pasmosa eficacia como

72
sistema de conceptos para la organizacwn de la investiga­
ción científica. En este sentido es plenamente digna del
genio de! siglo que la pr� d�jo. Desde entonces s� ha �a�­
tenido firme como prmc1p10 rector de los estudiOs cientl­
ficos. Reina todavía. Todas las universidades del mundo se
organizan de acuerdo con ella. No se ha sugerido otro sis­
tema de organizar la prosecución de la verdad científica.
No sólo reina, sino que no conoce rival.
Y, con todo, es absolutamente increíble. Esa concepcwn
del universo está encuadrada sin duda en términos de ele­
vadas abstracciones; la paradoja sólo surge porque hemos
confundido nuestra abstracción con realidades concretas.
Ningún bosquejo de las realizaciones del pensamiento
científico en este siglo, por general que sea, puede omitir
el adelanto de las matemáticas. Aquí, como en lo demás, se
reveló el genio de la época. Tres grandes franceses, Descar­
tes, Desargues y Pascal, iniciaron el período moderno de la
geometría. Otro francés, Fermat, estableció los fundamen­
tos del análisis moderno, y poco le faltó para llevar a la
perfección los métodos del cálculo diferencial. Newton y
Leibniz fueron los que crearon el cálculo diferencial como
método práctico del razonamiento matemático. Cuando aca­
bó el siglo, las matemáticas como instrumento de aplicación
para lo ; problemas físicos estaban bien establecidas, en con­
diciones semejantes a su adelanto actual. Las modernas ma­
temáticas puras, excepto la geometría, estaban en su infan­
cia, y no habían dado señales del asombroso crecimiento que
habían de tener en el siglo xrx. Pero el físico matemático
había aparecido, trayendo con él el tipo de mentalidad que
había de dominar el mundo científico en el siglo siguiente.
Había de ser la era del "Análisis victorioso".
El siglo x:vn había producido por fin un esquema de
pensamiento científico trazado por los matemáticos, para
uso de los matemáticos. La gran característica del espíritu
matemático es su capacidad de manejar abstracciones; y de
extraer de ellas cadenas de razonamiento netas y demostra­
tivas, enteramente satisfactorias siempre que esas abstrac­
ciones sean el objeto en que queremos pensar. El enorme
éxito de las abstracciones científicas que en una mano pre-

73
sentan la materia con su si1nple ubicación en el espacio y
en el tiempo, y en la otra el espíritu que percibe, sufre y
razona, pero no interviene, le ha impuesto a la filosofía la
tarea de aceptarlas como la expresión más completa de la
realidad.
Con ello la filosofía moderna se ha venido abajo. Ha osci­
lado en forma compleja entre tres extremos : los dualistas,
que aceptan materia y espíritu en un mismo pie de igual­
dad, y las dos variedades de monistas: los que ponen el
espíritu dentro de la materia, y los que ponen la materia
dentro del espíritu. Pero estos juegos de manos con las abs­
tracciones nÜnca pueden superar la confusión inherente in­
troducida por atribuir la concretez fuera de lugar al esque­
ma científico del siglo xvn.

74
CAPÍTULO IV

EL SIGLO XVIII

Si es lícito hacer una comparación entre los ambientes


intelectuales de épocas diferentes, puede decirse que el siglo
xvm fué en Europa la perfecta antítesis de la Edad Media.
Esa comparación se hace más gráfica si se tiene en cuenta
la diferencia que hay entre la catedral de Chartres y los sa­
lones de París, en los que D 'Alembert platicaba con Vol­
taire. La Edad Media se halla obsesionada por el deseo de
racionalizar lo infinito : los hombres del siglo XVII racio­
nalizaban la vida social de los grupos humanos modernos y
basaban sus teorías sociológicas haciendo apelación a los
hechos de la naturaleza. De esos dos períodos, el primero
fué la edad de la fe basada en la razón; el segundo, dejó
tranquilos a los perros dormidos: fué la edad de la razón
basada en la fe. Para aclarar mi idea: San Anselmo se ha­
bría sentido sumamente turbado si no hubiese logrado en­
contrar un argumento convincente para demostrar la exis­
tencia de Dios, y en ese argumento basaba su edificio de
la fe, a diferencia de Hume que apoyaba en su fe en el orden
de la naturaleza su Dissenation on Natural History of Re­
ligion. Al establecer un parangón entre esas épocas. bueno
será recordar que la razón puede equivocarse y la fe colo­
carse en un terreno que no le corresponda .
En el capítulo anterior perfilamos la evolución que du­
rante el siglo xvm se operó en el esquema de las ideas cien­
tíficas que desde entonces han dominado en el pensamiento.
Ese esquema implica un dualismo fundamental: la materia,

75
por una parte, y el espíritu, por otra. Entre ambos se hallan
los conceptos de vida, organismo, función, realidad instan­
tánea, interacción, orden de la naturaleza, el conjunto de
los cuales constituye el talón de Aquiles de todo el sistema.
He de manifestar también mi convicción de que si deseá­
ramos obtener una expresión más fundamental del carácter
concreto del hecho natural, el elemento de ese esquema que
primeramente habríamos de someter a crítica, sería el con­
cepto de locación simple. Por consiguiente, en a�enciór; a la
importancia que esta idea asumirá en estas consideraciOnes,
voy a insistir en el significado que atribuyo a esta frase. De­
cir que una porción de materia tiene locación simple sig­
nifica que al expresar sus relaciones espacio-temporales, es
correcto afirmar que está donde está, en una región defi­
nida del espacio y a través de una duración definida del
tiempo, haciendo caso omiso de toda referencia esencial de
las relaciones que con otras regiones del espacio o con otras
duraciones del tiempo pueda tener esa porción de materia.
Por otra parte, este concepto de locación simple es inde­
pendiente de la controversia entre las opiniones absolutista
y relativista acerca del espacio y del tiempo. Con tal de que
cualquier teoría del espacio, o del tiempo, atribuya un signifi­
cado, absoluto o relativo, a la idea de una región definida
del espacio o de una duración definida del tiempo, la idea
de locación simple tiene un significado perfectamente defi­
nido. Esta idea es el propio fundamento del esquema que
de la naturaleza se hizo el siglo xvn; sin ella, ese esquema
no es susceptible de ser expresado. Alegaré que entre los
elementos primarios de la naturaleza tal como son apre­
hendidos en nuestra experiencia inmediata, no hay ni uno
solo que posea este car�cter de locación simple; ello no au­
toriza a concluir, sin embargo, que la ciencia del siglo xvn
fuese simplemente errónea. Yo sostengo que por un proceso
de abstracción constructiva podemos llegar a abstracciones
que sean porciones de materia localizadas simplemente y a
otras abstracciones que sean los espíritus que figuran en el
esauema
- científico. Por consiguiente, el verdadero error es
un ejemplo de lo que yo he calificado de "la falacia de la
concretez fuera de lugar".
76
La ventaja de concentrar la atención en un grup? def�­
nido de abstracciones estriba en que con ello es posible h­
mitar nuestros pensamientos a cosas nítidamente definidas,
con relaciones nítidamente definidas. Por consiguiente, �i
tenemos un entrenamiento lógico, podremos deducir multi­
tud de conclusiones con respecto a las relaciones existentes
entre esos entes abstractos. A mayor abundamiento, si las
abstracciones están bien fundadas, es decir, si no prescin­
den de todo lo que es importante en la experiencia, el pen­
samiento científico que se limite a esas abstracciones llega­
rá a multitud de verdades importantes relativas a nuestra
experiencia d e la natur?leza. �odos conocemos e�os te�­
neramentos de pronuncmdas aristas, que se mantienen m­
�utablemente encerrados en duro caparazón de abstraccio
nes. Nos sujetan a sus abstracciones por el mero imperio de
su nersonalidad.
El inconveniente de prestar exclusiva atención a un gru­
po de abstracciones, por bien fund�da� que estén, e� que,
segÚn la índole del caso, se ha prescmdido de las demas co­
sa�. En la medida en que las cosas excluídas sean impor­
tantes en la experiencia, nuestros modos de pensamiento
resultarán inapropiados para ocuparnos de ellas. No pode­
mos pensar sin abstracciones; por consiguiente, es de la más
alta importancia poner la mayor atención en someter a crí­
tica nuestros modos de abstracciones. Es en este punto que
la filosofía encuentra el lugar indicado para ser esencial
para el progreso saludable de la sociedad. Es la crítica de
las abstracciones. Una civilización incapaz de salirse de sus
abstracciones corrientes, está condenada a la esterilidad al
cabo de un período, muy limitado, de progreso. Una escue­
la activa de filosofía es absolutamente tan importante para
la locomoción de las ideas como para la locomoción del
combustible pueda serlo una escuela activa de ingenieros fe­
rroviarios.
Ocurre a veces que el servicio prestado por la filosofía
queda totahnente oscurecido por el éxito . asombroso d.e
un esquema de abstracciones que exprese los mtereses . �omi­
nantes de una época. Es exactamente lo que sucedw du­
rante el siglo xvm. Les philosophes no eran filósofos.
77
Eran hombres de genio , de cabeza clara y agudos, que se
valieron del grupo de abstracciones científicas del siglo
XVII para analizar el unive:·so sin límites. Su triunfo, en
orden al círculo de idea s principalmente interesante para
sus coetáneos, fué abrumador; cuanto no encajaba en su
esquema, era postergado, ridiculizado o puesto en cuaren­
tena. Su aversión hacia la arquitectura gótica refleja su
poca simpatía por las perspectivas confusas. Era la edad de
la razón, de la razón sana, viril, egregia; pero de una razón
que sólo tenía un ojo y condenada por ello a percibir de un
modo deficiente el relieve de las cosas. Nunca apreciaremos
bastante lo que debemos a aquellos grandes hombres. Du­
rante una milíada Europa había sido presa de visionarios
intolerantes e intolerables. El buen sentido del siglo xvm,
su captación de los hechos evidentes del sufrimiento hu­
mano y de las necesidades evidentes de la naturaleza hu­
mana, obraron sobre el mundo a modo de baño de limpieza.
Voltaire tiene el mérito de haber odiado la injusticia, de
haber odiado la crueldad, de haber odiado la opresión ab­
surda y de haber odiado la superchería. Y, además, al verlo,
sabía que era todo eso. En esas supremas virtudes, era un
hijo genuino de su siglo, de su mejor aspecto. Pero no sólo
de pan vive el hombre, y menos puede vivir únicamente
de desinfectantes. La época tenía sus limitaciones; pero sin
rendir todo el tributo merecido a sus triunfo s positivos nun­
ca podremos comprender la pasión con que son defendidas
todavía, especialmente en las escuelas de la ciencia, algu­
nas de sus principales posiciones. El esquema de conceptos
del siglo xvn demostraba ser un instrumento de investi­
gación perfecto.
Este triunfo del materialismo se operó principalmente en
las ciencias de la dinámica, física y química racionales. En
cuanto a la dinámica y a la física, el progreso se logró en
forma de desarrollos directos de las ideas principales de la
época precedente. Nada nuevo se creó en este sentido pero
se llevó a cabo un inmenso desarrollo de detalle. Casos es­
peciales fueron aclarados. Era como si el mismo cielo se hu­
biese puesto al descubierto en una pantalla fija. En la se­
gunda mitad del siglo, Lavoisier fundó virtualmente la quí-

78
mica en las bases en que actualmente se apoya, introdu­
ciendo en ella el principio de que en ninguna transformación
química se pierde o gana nada de materia. Ese fué el úl­
timo éxito del pensamiento materialista, que en definitiva
no revelara ser una espada de dos filos. Ya no le faltaba a
la ciencia química más que la teoría atómica, que se for-
'
muló al siglo siguiente.
En este siglo, la idea de la explicación mecánica de todos
los procesos de la naturaleza se había consolidado finalmen­
te en un dogma de la ciencia. La idea se impuso en toda la
línea gracias a una serie casi milagrosa de triunfos logrados
por los físicos matemáticos, que culminaron en la Mécani­
que Arwlytique de Lagrange, publicada en 1787. Los Prin­
cipia de Newton habían aparecido en 1 687, de suerte que
entre ambos libros mediaba exactamente un lapso de un
siglo. Este siglo constituye el primer período de la física
matemática de tipo moderno. La publicación, en 1873, de
la obra Electricity and Magnetism, de Clerk Maxwell, cierra
el segundo período. Cada una de esas tres obras abrió nue­
vos horizontes al pensamiento e influyó en todo cuanto vino
después de ellas.
Cuando se examinan los varios asuntos a que la humani­
dad consagró su pensamiento sistemático, es imposible que
no sorprenda la desigual distribución de aptitud entre los
distintos campos. En casi todas las materias hay unos po­
cos nombres que sobresalen. Se requiere genialidad para
crear una materia que constituya un nuevo asunto para el
pensamiento. Pero con muchos asuntos se da el caso de que
después de un buen principio, de importancia esencial para
la ocasión que lo motivó, el desarrollo subsiguiente ofrezca
una serie decreciente de tanteos, de suerte que el conjunto
de la materia va perdiendo poco a poco su imperio sobre
la evolución del pensamiento. Muy distinto fué lo que su­
cedió con la física matemática. Cuanto más se estudia esa
materia tanto más asombro causan los casi increíbles triun­
fos del entendimiento que revela. Los grandes físicos ma­
temático s del siglo xvnr y de unos pocos primeros años
del xrx, en su mayoría franceses, constituyen una mues­
tra de eso : JYiaupertuis, Clairaut, D'Alembert, Lagrange,

79
Laplace, Fourier, Carnot, constituyen una serie de nombres
tal que cada uno de ellos trae a la mente el recuerdo de un
triunfo de primera importancia. El hecho de que Garlyle,
en su calidad de portavoz del período romántico subsiguien­
te, calificara irónicamente a aquel período de Edad del Aná­
lisis Victorioso, y se burlara de Maupertuis llamándole
"magnífico caballero de perruca empolvada", revela única­
mente la estrechez de miras de los románticos cuyas ideas
proclamaba.
Es imposible exponer de un modo inteligible en pocas pa­
labras y sin tecnicismos los detalles de los progresos hechos
por esta escuela. Sin embargo, intentaré explicar el punto
principal de un triunfo debido conjuntamente a Maupertuis
Y Lagrange. Sus resultados, unidos a algunos métodos ma­
temáticos subsiguientes debidos a Gauss y Riemann, los dos
grandes matemáticos alemanes de la primera mitad del si­
glo xrx, han demostrado recientemente que eran la labor
preparatoria necesaria para las nuevas ideas que Herz y
Einstein habían de introducir en la física matemática. Tam­
bién inspiraron algunas de las mejores ideas del tratado de
Clerk JVIaxwell, ya mencionado en este capítulo.
Su aspiración era descubrir algo más fundamental y más
general que las leyes newtonianas del movimiento exami­
nadas en el capítulo precedente. Querían encontrar algu­
nas ideas más amplias, y, en el caso de Lagrange, algunos
modos más generales de exposición matemática. Era una
empresa ambiciosa, y el éxito les acompañó plenamente en
ella. Maupertuis vivió en la primera mitad del siglo XIX,
Y la época de actividad de Lagrange cae en la segunda mi­
tad de dicho siglo. Encontramos en JVIaupertuis un resa­
bio de la época teológica que precedió a su nacimiento. Par­
tió de la idea de que toda la marcha de una partícula de
materia entre dos límites cual.esquiera, tenía que realizar
alguna perfección digna de la providencia divina. Dos pun­
�os de interé� hay en ese principio motor. En primer lugar,
Ilustra la tesis que formulé en el primer capítulo de que el
modo en que la iglesia medioeval había imprimido en Eu­
ropa la idea de la providencia detallada de un dios perso­
nal racional, fué uno de los factores que dió lugar a la con-
80
fianza en el orden de la naturaleza. En segundo lugar, aun­
Que en la actualidad estemos todos convencidos de que
ésos modos de pensamiento no son de utilidad directa en las
investigaciones científicas de detalle, el éxito de Maupertuis
en ese caso particular revela que casi cualquier idea que
nos saque de nuestras abstracciones corrientes es mejor que
nada. En el caso de que nos ocupamos, lo que la idea en
cuestión le hizo a Maupertuis fué conducirle a indagar qué
propiedad general de la marcha en conjunto podía ser de­
ducida de las leyes newtonianas del movimiento. No cabe
duda de que era éste un procedimiento muy cuerdo, y todos
lo hemos de reconocer cualesquiera que sean nuestras ideas
teológicas. Su idea general le indujo también a concebir que
la propiedad encontrada sería un factor cuantitativo, de
suerte que toda ligera desviación de la marcha la incre­
mentaría. Partiendo de esta suposición, generalizó la pri­
mera ley del movimiento newtoniana. Como una partícula
aislada toma el camino más corto con velocidad uniforme,
Maupertuis conjeturó que una partícula que se moviera a
través de un campo .de fuerzas, realizaría el menor importe
posible de alguna cantidad. Descubrió cuál era esa cantidad
y la calificó de acción integral entre los límites de tiempo
considerados. En nuestra terminología moderna es la suma
a través de sucesivos pequeños lapsos de la diferencia
entre las energías cinéticas y potenciales de la partícula
en cada uno de los instantes sucesivos. Esta acción,
por lo tanto, tiene que ver con el intercambio entre la ener­
gía procedente del movimiento y la energía derivada de la
posición. Maupertuis descubrió el famoso teorema de la
acción mínima; sin embargo, este investigador no es de la
misma primera categoría que Lagrange. En sus manos y en
las de sus sucesores inmediatos, su principio no adquirió
importancia dominante. Lagrange planteó la misma cuestión
sobre una base más amplia, de suerte que su solución resul­
tó decisiva para el procedimiento actual del desarrollo de la
dinámica. Su principio de la acción virtual, aplicado a sis­
temas en movimiento, es, en efecto. el principio de Mauper­
tuis concebido como aplicado en cada uno de los instantes
de la marcha del sistema. Pero Lagrange vió más lejos que
81
Maupertuis. Advirtió que había obtenido un mét;do de
formular verdades dinámicas de un modo perfectamente
indiferente a los métodos particulares de mensuración em­
pleados para fijar las posiciones de las varias partes del sis­
tema. Por consiguiente, llegó a deducir ecuaciones de mo­
vimiento igualmente aplicables cualesquiera que fuesen las
mensuraciones cuantitativas hechas, con la sola condición
de que fuesen adecuadas a posiciones fijas. La belleza y casi
divina simplicidad de esas ecuaciones es tal que esas fór­
mulas son dignas de equipararse a aquellos símbolos miste­
riosos que en tiempos antiguos se empleaban directamente
para indicar la Razón Suprema en la base de todas las co­
sas. lVIás tarde, Herz -descubridor de las ondas electro­
magnéticas- asentó la mecánica en la idea de que toda par­
tícula atraviesa el camino más corto que se le ofrece en las
circunstancias que le obligan a moverse, y, por último, Eins­
tein, usando las teorías geométricas de Gauss y Riemann,
mostró que esas circunstancias podían construirse como si
estuviesen implicadas en el mismo carácter del espacio-tiem­
po. Tal es, en sus líneas generales escuetas, la historia de la
dinámica desde Galileo a Einstein.
Entre tanto, otros investigadores -Galvani y Volta­
habían hecho otros descubrimientos en el sector de la elec­
tricidad, y las ciencias biológicas reunían sus materiales, pe­
ro esperando, aún, la aparición de ideas dominantes. Tam­
bién la psicología había comenzado a emanciparse de su
dependencia con respecto a la filosofía general. El desarro­
llo independiente de la psicología fué el resultado final de su
postulación por John Locke a modo de crítica de los abusos
de la metafísica. Todas las ciencias que se ocupaban de la
vida se encontraban aún en una fase de observación ele­
mental, en la que predominaban la clasificación y la des­
cripción directa. Hasta ese punto, el esquema de las abstrac­
ciones era apropiado a tal estado de cosas.
En los dominios de la práctica, de la edad que produjo
gobernantes ilustrados como el emperador José de la casa
de Habsburgo, Federico el Grande, Walpole, el gran Lord
Chatham, George Washington, no puede decirse que hu­
biese sido un fracaso, sobre todo si se tiene en cuenta que,

82
además de esos gobernantes, nos dió el gobierno de gabinete
parlamentario en Inglaterra, el régimen presidencial federal
de los Estados Unidos y los principios humanitarios de la Re­
volución Francesa. En el sector de la técnica produjo la má­
quina de vapor y con ello inauguró una nueva era en la civi­
lización. Indudablemente, el siglo xvm fué un éxito en el or­
den práctico. Si le hubiésemos preguntado a uno de sus más
sensatos y genuinos predecesores, que tuvo ocasión de p::e­
senciar sus inicios -nos referimos a John Locke-, qué es­
peraba de esa edad, difícilmente habría puesto sus espe­
ranzas en un nivel más alto que el alcanzado por sus po­
sitivos éxitos.
Para exponer una crítica del esquema científico del siglo
XVIII, tenemos que comenzar dando la razón principal de
que descartemos el idealismo del siglo XIX -nos referimÓ s
al idealismo filosófico que encuentra el último significado
de la realidad en la mentalidad plenamente cognitiva-. En
el caso del idealismo absoluto, el mundo de la naturaleza
es pura y simplemente un mundo de las ideas, diferencián­
dose de algún modo la unidad de lo absoluto; en el caso del
idealismo pluralista, que implica mentalidades monádicas,
este mundo es la máxima medida común de las varias ideas
que diferencian las varias unidades mentales de las varias
mónadas. Pero, como quiera que lo tomemos, esas escuelas
idealistas fracasaron notoriamente en su ensayo de enlazar
de algún modo orgánico el hecho de la naturaleza con sus
filosofías idealistas. En lo que concierne a lo que se dirá en
esta obra, nuestro punto de vista habrá de ser en definitiva
realista o idealista. Mi opinión es que se requiere una fase
ulterior de realismo provisional en que se rehaga el esquema
científico, fundándose en el concepto último de organismo.
En líneas generales, mi procedimiento consiste en partir
del análisis de la condición del reposo y del tiempo, o, dicho
en terminología moderna, de la condición del espacio-tiem­
po. De cada uno de ésos hay dos caracteres. Las cosas
están separadas por el espacio y lo están por el tiempo;
pero también están juntas en el espacio y asimismo en el
tiempo, aun cuando no sean contemporáneas. Calificaré a
esos caracteres de carácter separativo y carácter pre-

83
hcnsivo del espacio-tiempo. Pero todavía hay un tercer ca­
rácter del espacio-tiempo. Todo cuanto está en el espacio
recibe una limitación definida de alguna manera, de suerte
que en cierto sentido tiene precisamente la forma que tiene
y no otra, es decir, que en cierto sentido está en este sitio Y
no en otro. Es lo que yo califico de carácter modal del es­
pacio-tiempo. Es evidente que, tomado por sí mismo, el ca­
rácter modal da lugar a la idea de locación simple. Pero es
necesario asociarlo con los caracteres separativo y prehensivo.
Para simplificar la idea, hablaremos en primer lugar del
espacio únicamente, haciendo después extensivo el mismo
tratamiento al tiempo.
El volumen es el elemento más concreto de espacio. Pero
el carácter separativo de espacio analiza un volumen en
subvolúmenes y así hasta el infinito. Por consiguiente, to­
mando aisladamente el carácter separativo, inferiríamos que
un volumen es una mera multiplicidad de elementos caren­
tes de volumen, o sea, de hecho, de puntos. Pero el hecho
último de la experiencia es la unidad de volumen; por ejem­
plo, el espacio voluminoso de esta sala. Como mera multi­
plicidad de puntos, esta sala es una construcción de la ima­
ginación lógica.
Por consiguiente, el hecho primordial es la unidad pre­
hensiva del volumen, y esta unidad está atenuada o limi­
tada por las unidades separadas de las innumerables partes
contenidas. Tenemos una unidad prehensiva, que sin em­
bargo es considerada aparte como un agregado de partes
contenidas. Pero la unidad prehensiva del volumen no es
la unidad de un mero agregado lógico de partes. Las partes
forman un agregado ordenado, en el sentido de que cada
una de las partes es algo desde el punto de vista de cual­
quiera d<:) las otras partes, y, por lo tanto, también desde el
mismo punto de vista, cualquiera de las otras partes es algo
en relación con ella. Así, si A, B y e son volúmenes de es­
pacio, B tiene un aspecto desde el punto de vista de A, Y
lo propio le ocurre a e, y asimismo a la relación de B y C.
Este aspecto de B desde A, es de la esencia A. Los volúme­
nes de espacio no tienen existencia independiente. Son sólo
entes en el conjunto de la totalidad; no puede separárselos

84
de su ambiente sin destruir su misma esencia. Por consi­
guiente, diremos que el aspecto de B desde A es el modo en
que B entra en la composición de A . El carácter modal del
espacio consiste en que la unidad prehensiva de A es la pre­
hensión en unidad de los aspectos de todos los demás vo­
lúmenes desde el punto de vista de A. La forma de un volu­
men es la fórmula de la cual puede ser derivada la totalidad
de sus aspectos. Así, la forma de un volumen es más abs­
tracta que sus aspectos. Es evidente que podemos emplear
el lenguaje de Leibniz y decir que todo volumen refleja en sí
todo otro volumen en el espacio.
Unas consideraciones exactamente análogas rezan con res­
pecto a las duraciones en el tiempo. Un instante de tiempo,
sin duración, es una construcción lógica imaginaria. Tam­
bién toda duración de tiempo refleja en sí todas las dura­
ciones temporales.
Pero de dos modos hemos introducido una simplicidad
falsa. En primer lugar, tendríamos que haber enlazado es­
pacio y tiempo y orientado nuestra explicación en el sen­
tido de las regiones cuatridimensionales de espacio-tiempo.
Nada tenemos que añadir por vía de explicación. En nues­
tra mente, sustituyamos por esas regiones cuatridimensio­
nales los volúmenes espaciales de las explicaciones prece­
dentes.
En segundo lugar, mi explicación incurrió, a su vez, en
un círculo vicioso. En efecto, según lo dicho la unidad pre­
hensiva de la región A consiste en la unificación prehensiva
de las presencias modales de otras regiones en A. Esta di­
ficultan s e presenta porque en realidad el espacio-tiempo no
puede ser considerado como un ente subsistente por sí mis­
mo. Es una abstracción, y para ex--plicarla se requiere refe­
rirse �. aquello de que ha sido extraída. Espacio-tiempo es
la especificación de ciertos caracteres generales de acaeci­
mientos y de su ordenación recíproca. Este recurrir al hecho
concreto nos lleva al siglo xvm, y hasta al xvrr, a Fran­
cis Bacon. Tenemos que examinar la marcha seguida en
esas épocas por la-crítica del esquema científico imperante.
Ninguna época es homogénea; cualquiera que sea la nota
atribuída como dominante a un período considerable, siem-

85
\
pre s �rá posible señalar hombres, y grandes hombres, per­
teneCientes a la misma época, que se presentan como anta­
gónicos al tono de su edad. Así ocurre sin duda al<tuna
"' en el
siglo :x:vm. Por ejemplo, los nombres de John wesley y
de Rousseau habrán acudido a la imaginación de ustedes
cuando diseñaba yo el carácter de esa época. Pero no deseo
hablar de ellos ni de otros. El hombre cuyas ideas quiero
examinar con cierta detención es el obispo Berkeley. En el
mero comienzo de esa época formuló todas las críticas debi­
das, por lo menos en principio. Sería inexacto decir que no
hizo efecto alguno. Era un hombre famoso. La viuda de
Jorge II fué una de las pocas reinas, de todos los países,
dotada del suficiente buen sentido y prudencia para fo­
mentar la cultura con discreción; de ahí que Berkeley fuese
nombrado obispo en unos tiempos en que los obispos de la
Gran Bretaña eran hombres relativamente mucho más
grandes que en la actualidad. Además, y esto es una cir­
cunstancia mucho más importante que su promoción a obis­
po, Hume le estudió y desarrolló un aspecto de su filosofía
de un modo que quizás habría enturbiado el espíritu del
gran prelado. Luego Kant estudió a Hume. Por lo tanto,
sería notoriamente absurdo decir que Berkeley no ejerció
influjo alguno durante ese siglo. Pero, lo que viene a ser lo
mismo, dejó de trazar rumbos a la corriente principal del
pensamiento científico , pues ésta se movió como si él nun­
ca hubiese escrito. Su éxito general la hizo impermeable a
toda crítica, ya entonces y en lo sucesivo. El mundo de la
ciencia se sintió siempre perfectamente satisfecho con sus
abstracciones. Surten efecto, y eso le basta.
. El , �unto que ten�mos ante nosotros es que ese campo
cien�Ifico del pensamiento, resulta ahora, en el siglo x:x:, de­
masrado estrecho para los hechos concretos que se le pre­
sentan para ser analizados. Eso es cierto incluso en la física
y más especialmente urgente en las ciencias biológicas. De
esta suerte, para entender las dificultades del pensamiento
científico moderno y también sus reacciones sobre el mun­
do moderno, necesitaríamos tener en nuestra mente alguna
co� c eJ? ció� de un campo de abstracción más amplio, un
_
anahs1s mas concreto, que se hallara más cerca de lo com-

86
pletamente concreto de nuestra experiencia intuitiva. Seme­
jante análisis enco�traría ;� sí mismo un lugar para los
conceptos de matena y espmtu a modo de abstracciones en
términos de los cuales pueda interpretarse mucha de nuestra
experiencia física. Es para la búsqueda de esa base más
amplia para el pensamiento científico que resulta tan im­
portante Berkeley. Se presenta con su crítica inmediatamen­
te después de que las escuelas de Newton y Locke hubieron
completado la obra de éstos, poniendo de relieve con toda
exactitud los puntos débiles que éstas habían dejado. No me
propongo examinar el idealismo subjetivo derivado de ese
p en�ado_r, ni las escuelas que se han formado siguiendo las
msprracwnes de Hume y Kant respectivamente. l\1i tesis
será que -cualquiera que sea la metafísica final que uste­
des adopten- hay otra línea de desarrollo que arranca de
Berkeley y que señala el análisis que estamos buscando.
A Berkeley le pasó inadvertido, debido en parte al suura-inte­
lectualismo de los filósofos y en parte a que se precipitó a re­
currir a un idealismo con su objetividad fundada en la idea de
Dios. Recuerden ustedes que ya afil"lé que la llave del pro­
blema está en la idea de locación simple. Berkeley en efecto
critica esta idea. También él plantea la cuestión ; ¿ qué en�
tendemos por cosas comprobadas en el mundo de la natu­
raleza?
En las secciones 23 y 24 de sus P1·inciples of Human
Knowledge da Berkeley su respuesta a esta última cuestión.
Voy a citar algunas frases sacadas de esas secciones:
&.�r

�3.Pero, �ice usted, segu!·an;ente nada hay más fácil para


. .
1l que 1magmar, por eJemplo, arboles en un parque o libros en
un armario, sin que nadie les perciba. Y yo le contesto : usted
puede, pada lo impide; pero dígame, por favor, si todo eso es
algo m�s que fraguarse en su mente ciertas ideas que usted
llama libros Y árboles, y al propio tiempo abstenerse de forjar
la idea de alguien que los perciba . . .

Cuando nos esforzamos en concebir la existencia de


cuerpos externos, no hacemos más que contemplar nuestras
propias ideas. Pero el alma, no advirtiéndose a sí misma
cae en el error de creer que puede concebir y efectivament�

87
concibe cuerpos que existen sin ser pensados o fuera del
espíritu, a pesar de que al propio tiempo son aDrehendidos
por él o existen en él . . .
24. Resulta b�en notorio, después de la última indagación de
nuestros pensamientos, conocer si nos es posible comprender qué
se entiende por existencia absoluta de objetos sensibles en sí, o
sin, el espíritu. Para mí es evidente que esas palabras indican una
contradicción directa o nada en absoluto . . .

Además, hay un pasaje muy notable en la sección 10 del


IV diálogo del Alciphron de Berkeley. Lo cité ya, con mayor
extensión, en mis Principles of Natural Knowledge:
Eufranor. - Dime, Alcifrón, b puedes distinguir las puertas,
ventanas y almenas de ese mismo castillo ?
.Alófi·ón. - No. A esta distancia parece <�ólo una torrecilla
redonda.
Eufranor. - Pero yo, que estuve allí, sé que no es una torre
cilla redonda, sino un gran edificio cuadrado con almenas y to­
rreones que al parecer no ves tú.
.Alcifrón. - b Qué pretendes deducir de ello 9
Eufranor. - Quiero inferir que el objeto que tú percibes es­
tricta y propiamente por la vista no es esa cosa situada a unas
millas de distancia.
.Alcifrón. - ¿ Y por qué �
Enfranor. - Porque un pequeño objeto redondo es una cosa
y un gran objet o cuadrado es otra cosa. ¿ No es así? . . .

Otros ejemplos análogos relativos a un planeta y a una


nube se citan luego en el diálogo, y el pasaje concluye así:
Eufranor. - ¿ No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo
ni el planeta, ni la nube que tú ves aquí, son esas cosas Teales qu�
tú supones que existen a distancia 9

En el primer pasaje ya citado, se hace patente que Ber­


keley adopta una interpretación idealista extrema. Para él
es el espíritu la única realidad absoluta, y la unidad de la
naturaleza es la unidad de las ideas en el espíritu de Dios.
Por mi parte, pienso que la solución que Berkeley da del
problema metafísico, suscita dificultades no menores que las
que él señala como resultantes de una interpretación rea­
lista o del esquema científico. Hay, sin embargo, otra línea

88
posible de pensamiento, que nos permite adoptar cualquier
actitud de realismo provisional y ensanchar el esquema cien­
tífico de una manera útil a la misma ciencia.
Recurro al pasaje de la Natural Hi.story de Francis Ba­
con, citado ya en la conferencia anterior:
Es cierto que todos los cuerpos, cualesquiera que sean, aunque
no tengan sentido, tienen percepción . . . y tanto si el cuerpo es
alterante como si es alterado, siempre una percepción precede
a la operación ; pues de otra suerte todos los cuerpos serían
iguales entre sí. . .

También en la conferencia anterior interpreté percepción


(tal como la usa Bacon) en la acepción de darse cuenta del
carácter esencial de la cosa percibida, y sentido como signi­
ficando cogni.ción. Sin duda nos damos cuenta de cosas de
que en aquel momento no tenemos cognición explícita. En
efecto, podemos tener memoria cognitiva del darse cuenta,
sin haber tenido una cognición contemporánea. También,
como señala Bacon en su aserción, " . . . pues de otra suerte
todos los cuerpos serían iguales entre sí", hay evidentemente
algún elemento de carácter esencial del que nos damos
cuenta, es decir, algo en que se funda la diversidad y no la
mera diversidad lógica escueta .
La palabra percibir en su acepción corriente está dema­
siado impregnada de la idea de aprehensión cognitiva, y lo
propio le ocurre a la palabra aprehensión, incluso emplea­
da sin el adjetivo cognitiva. Yo usaré la palabra prehen­
sión en el sentido de aprehensión incognitiva, entendiendo
por ella la aprehensión que puede o no ser cognitiva. Pues
bien, tomemos la última observación de Eufranor:
"¿No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo, ni el
planeta, ni la nube, que tú ves aquí, son esas cosas reales
que tú supones que existen a distancia?" Por consiguiente,
hay una prehensión, aquí en este lugar, de cosas que tienen
una referencia a otros lugares.
Volvamos, ahora, a las sentencias de Berkeley citadas de
sus Principles of Human Knowledge. Sostiene ese autor que
lo que constituye la realización de entes naturales es el ser
percibidos dentro de la unidad del espíritu.
Podemos substituir el concepto y decir que la realización

89
sea una reunión de cosas en la unidad de una prehensión, y
que, por consiguiente, lo realizado es la prehensión y no las
cosas. Esta unidad de una prehensión se define como un
aquí y un ahora, y las cosas de esta suerte reunidas en la
unidad captada tienen referencia esencial a otros sitios y a
otros tiempos. Yo sustituyo el espíritu de Berkeley por un
proceso de unificación prehensiva. Para poder hacer inteli­
gible este concepto de la realización progresiva de acaeci­
mientos naturales se requiere considerable expansión, y con�
frontación con sus implicaciones efectivas en términos de
experiencia concreta. Esa será la tarea de las conferencias
siguientes. En primer lugar, obsérvese que la idea de loca­
ción simple ha desaparecido . Las cosas que se han captado
en una unidad realizada, aquí y ahora, no son simplemente
el castillo, la nube y el planeta en sí mismos, sino el cas­
tillo, la nube y el planeta desde el punto de vista, en espa­
cio y tiempo, de la unificación prehensiva. Dicho con otras
palabra s: es la perspectiva del castillo situado allí desde el
punto de vista de la unificación aquí. Son, por consiguiente,
aspectos del castillo, de la nube y del planeta lo que se cap�
ta en unidad aquí. Recuérdese que la idea de perspectivas
es perfectamente familiar en filosofía. Fué introducida por
Leibniz, en la noción de sus mónadas que reflejan las pers­
pectivas del universo. La noción que uso es la misma, con
la sola diferencia de que atempero sus mónadas a los acae­
cimientos unificados en espacio y tiempo. En algunos as­
pectos, hay mayor analogía con los modos de Spinoza; por
esta razón empleo los términos 1nodo y modal. En ana­
logía con Spinoza , su sustancia única es para mí la subya­
cente actividad de realización individualizándose en una
conectada pluralidad de modos. Así, hecho concreto es pro­
ceso. Su análisis primario está en la subyacente actividad de
prehensión y en acaecimientos prehensivos realizados. To­
do acaecimiento es una cuestión de hecho individual proce­
dente de una individualización de la actividad subyacente.
Pero individualización no significa independencia sustancial.
Un ente que advertimos en la percepción de los sentidos,
es el término de nuestro acto de percepción. Calificaré a
tal ente de objeto-del-sentido. Por ejemplo, verde de un

90
determinado matiz es un objeto-del-sentido, y lo propio
cabe decir de un sonido de una calidad e intensidad defi­
nidas de un olor definido y de una definida cualidad de
tacto : La manera en que semejante ente es referido a es­
pacio durante un definido lapso, es compleja .. D �ré que un
objeto-del-sentido tiene ingreso en el esp aciO-tiempo. I:a
percepción cognitiva de un objeto-del-sentr�o es el adver�Ir
la unificación prehensiva (en un punto de vista A) de v �nos
modos de varios objetos-del-sentido, entre ellos el obJeto­
del-sentido en cuestión. El punto de vista A es, desde luego,
una recrión
0 de espacio-tiempo, es decir, un volumen de es�a­
cio a través de una duración de tiempo. Pero tratan­
dose de un ente, este punto de vista es �na unidad . de
experiencia realizada. Un modo de :rn obJeto-d �l-sentido
en A. (a fuer de abstraído del obJeto-del-sentido cuya
conexión con A es condicionada por el modo) es el as­
pecto que desde A tiene cualquier otra región B. Así, el
objeto-del-sentido está presente .en A. con el. modo de l�c;a­
ción en B. Así, si verde es el obJeto-del-sentido. �n cue?twn:
verde no está simplemente en A donde es percibido, m e �ta
simplemente en B donde es percibido como .l? calizado, smo
que está presente en A con el modo de locacwn en B. Nada
de especialmente misterioso hay en esto. Ustedes no han
hecho más que mirar un espejo y ver en él la imagen de al­
gunas hojas verdes situadas detrás �e ustedes. Para uste­
des, en A habrá verde, y no verde simplemente en A don­
de ustedes estén. El verde en A será verde con el modo ? e
tener locación en la imagen de la hoja detrás del espeJO.
Entonces.. vuélvanse ustedes y miren la hoja. ..A..hora _per­
ciben ustedes el verde de igual manera que hacía?- antes,
salvo que ahora el verde tiene el modo de ser localizado . e?­
la hoja real. Estoy describiendo �implemente lo que percibi­
mos: advertimos el verde en calidad de uno de los ele�en­
tos de una unificación prehensiva de objetos-del-sentido;
todo objeto-del-sentido, entre ellos el ver�� · tiene su m� �o
particular, que es e�re�able como l?;acwn en otro �Iho
cualquiera. Hay vanos tipos de locacwn modal. Por eJen;t­
plo, el sonido tiene volumen: llena una sala, . ! lo propio
ocurre a veces con el color difuso. Pero la locacwn modal de

!Jl
un color puede ser la de ser el límite remoto de un volumen
como, P ? r ej ;mplo, los . colores pintados en las paredes d�
una. habltacwn. As1,, primordialmente, espacio-tiempo es el
habitáculo de la ingresión modal de objetos-del-sentido.
Esta es la ra�ón de que espacio y tiempo (si para simplifi­
car los desummos) sean dados en sus totalidades. En efec­
to, to.do volumen de espac;o, o todo lapso, incluye en su
esencia aspectos de todos los volúmenes de espacio, o
de todos los lapsos. Las dificultades de la filosofía con res­
pecto a espacio y tiempo se fundan en el error de conside­
rarlos primariamente como los habitáculos de locaciones
simples. La percepción es pura y simplemente la coanición
de la unificación prehensiva, o, para decirlo más breve�ente,
la percepción es la cognición de la prehensión. El mundo
real es una multitud de prehensiones, y una "prehensión"
es una ·:o?asión prehensiva", y una ocasión prehensiva es
el ente fm1to mas , concreto, concebido como lo que es en sí
Y por sí Y no como resultado de su aspecto en la esencia de
otra ocasión semejante. La unificación prehensiva "uuede de­
cirse que tiene locación simple en su volumen A . Pero eso
sería una mera �antología, pues espacio y tiempo son simple­
men�e abstracciOnes de la totalidad de unificaciones pre­
��nsiv.as que se . r_nold.ean recíprocamente. Así, una prehen­
swn tiene locacwn Simple en el volumen A, al igual que
aquella en que el rostro de una persona coincide con la
s?nrisa que lo �nima. �asta el punto a que hemos llegado,
tiene . ;mas. sentido decir que un acto de percepción tiene
locacwn simple, ya que puede ser concebido como estando
simplemente en la prehensión captada.
En estas condiciones, se comprenden en la naturaleza más
entes que los meros objetos-del-sentido. Pero teniendo en
cuenta la necesidad de la revisión consicruiente a un punto
de vista más completo, podemos formular nuestra contes­
tación a la cuestión de Berkeley como relativa al carácter
de la realidad que haya de atribuir a la naturaleza. El
afirma que es la realidad de las ideas en el espíritu. Una
me�a.física completa, que haya llegado a alguna noción de
espmt� ?" a alguna noción de ideas, acaso pueda adoptar
en defmitiva esa opinión. Para el objeto de estas confe-
92
rencias es innecesario plantear esa cuestión fundamental.
Podemos darnos por satisfechos con un realismo provisional
en que la naturaleza sea concebida como un complejo de
unificaciones prehensivas. Espacio y tiempo ofrecen el es­
quema general de las relaciones, conectadas, de esas pre­
hensiones. No es posible separar ninguna de ellas de esa
contextur a. Sin embargo, cada una de ellas dentro de su
contextura tiene toda la realidad atribuída a todo el com­
plejo, y, viceversa, la totalidad tiene la misma realidad ql!e
cada una de las prehensiones, puesto que cada prehenswn
unifica las modalidades que desde su punto de vista deben
ser atribuídas a toda parle del conjunto. Una prehensión
es un proceso de unificación. Por consiguiente, la natura­
leza es un proceso de desaiTollo expansivo, necesariamente
transicional de prehensión a prehensión. Lo logrado se
deja, en co�secuencia, atrás, pero se retiene también como
teniendo a su vez aspectos , de sí mismo presentes a prehen­
siones situadas más allá de ello.
Así ' la naturaleza es una estructura de procesos en evolu­
ción. La realidad es el proceso. Es un absurdo preguntar
si el color rojo es real. El color rojo es un ingrediente en el
proceso de realización. Las realidades de la naturaleza s?n
las prehensiones que se operan en la naturaleza, es decir,
los acaecimientos de la naturaleza.
Ahora, habiendo rebajado de espacio y tiempo el matiz
de locación simple, podemos abandonar el incómodo tér­
mino "prehensión" . Es� término fué i�tr?duciclo para. sig­
nificar la unidad esencml de un acaecimiento, es decir, el
acaecimiento como unidad y no como mero agregado de
Partes o ele inoTedientes. Es necesario comprender que
o

espacio-tiempo no es otra cosa que un sistema de poner


en unidades conjuntos de agregados. Pero la palabra acae­


cimiento signifi�a precisamente una de estas unidades espa­
cio-temporales. Por consiguiente, puede ser usado, en .vez
del término "prehensión", para design�r la cosa preh.en� �?� ·
Un acaecimiento tiene contemporaneos . Eso sigmfica
que un acaecimiento refleja �n sí los mocl?s �� s�s con�em­
poráneos en calidad de despliegue de reahz�ci�n. mmedmta.
Un acaecimiento tiene un pasado. Eso sigmfiCa que un
93
acaecimiento refleja en sí los modos de sus predecesores, en
calidad de recuerdos que se hallan fundidos en su propio
contenido. Un acaecimiento tiene un futuro. Eso significa
que un acaecimiento refleja en sí aspectos tales corno los
que el futuro retrotrae al presente, o, dicho con otras pa­
labras, corno el presente ha determinado como concernien­
tes al futuro. Así, un acaecimiento tiene anticipación:
El alma profética
Del amplio mundo soñando en cosas venideras. (cvn.)
Estas conclusiones son esenciales para toda forma de rea­
lismo, puesto que en el mundo hay, para nuestro conoci­
miento, recuerdo del pasado, inminencia de realización, e
indicación de cosas venideras.
En este esbozo de un anális¡s más concreto que el del
esquema científico del pensamiento, he tomado corno punto
de partida nuestro propio campo psicológico tal como se
presenta a nuestro conocimiento. Lo tomo por lo que pre­
tende ser: el autoconocimiento de nuestro acaecimiento cor­
póreo. lVIe refiero al acaecimiento total, y no a la inspec­
ción de los detalles del cuerpo. Este autoconocimiento
descubre una unificación prehensiva de presencias modales
de entes detrás de él. Hago una generalización apelando al
principio de que este total acaecimiento corpóreo se halla
en el mismo nivel que los demás acaecimientos, salvo en
el caso de una complejidad y estabilidad insólitas de mode­
los inherentes. La fuerza de la teoría del mecanismo mate­
rialista ha sido la exigencia de que no se abran arbitraria­
mente brechas en la naturaleza, eludiendo así lo inseguro
de las hipótesis explicativas. Acepto ese principio. Pero si
partimos de los hechos inmediatos de nuestra experiencia
psicológica, como seguramente haría un empirista; nos ve­
mos abocados en seguida a la concepción orgánica de la
naturaleza, cuya descripción ha sido comenzada en esta
conferencia.
El defecto del esquema científico del siglo xvm es que no
proporciona ninguno de los elementos que componen las
e}.periencias psicológicas inmediatas de la humanidad. Tam­
poco proporciona ni un rasgo elemental de la unidad orgá-

94
nica de un conjunto, del cual puedan emerger las unidades
orgánicas de los electrones, protones, moléculas y cuerpos
vivos. Según ese esquema, en la naturaleza de las cosas no
hay razón que justifique que las porciones de materia hayan
de tener entre sí ninguna clase de relaciones físicas. Acep­
temos que no nos cabe esperar que descubramos que las
leyes de la naturaleza hayan de ser necesarias. Pero pode­
mos tener la esperanza de ver que es necesario que haya
un orden de la naturaleza. El concepto de orden de la
naturaleza va unido al concepto de la naturaleza conside­
rada como habitáculo de organismos en proceso de desa­
rrollo.
Nota. - En relación con la última parte de este capítulo,
es interesante lo que dice Descartes en su Réplica a las
objeciones . . . a las JYIe ditaciones: "De ahí que la idea del
Sol sea el mismo Sol existiendo en el espíritu, aunque no
de un modo material, como existe en el cielo, sino objetiva­
mente, es decir, en la manera en que los objetos suelen
existir en el espíritu, y este modo de existencia es real­
mente mucho menos perfecto que aquel en que las cosas
existen fuera del espíritu, pero no por esto es mera nada,
como ya he dicho." (Réplica a Objeciones I, según Haldane
y Ross, vol. II, p. 10.) Encuentro difícil reconciliar esta
teoría de las ideas (que yo suscribo) con otras partes de
la filosofía cartesiana.

95
CAPÍTULO V

LA REACCIÓN ROMÁNTICA

En mi última conferencia he descrito la influencia que


en el siglo xvm ejerció el esquema angosto y deficiente de
los conceptos científicos que ese siglo había heredado del
precedente. Este esquema era producto de una mentalidad
que sentía profunda simpatía por la teología agustiniana.
El protestantismo calvinista y el jansenismo católico pre­
sentaban al hombre como ineludiblemente abocado a coope­
rar con la gracia irresistible; el coetáneo esquema de la
ciencia presentaba al hombre como ineludiblemente abocado
a cooperar con el mecanismo irresistible de la naturaleza.
El mecanismo de Dios y el mecanismo de la materia eran
]as prodigiosas conclusiones de la metafísica limitada y del
claro entendimiento lógico. También el siglo xvn tenía
genio y puso claridad en el mundo del pensamiento con­
fuso. El siglo xvrrr continuó la obra de aclaración con
implacable actividad. El esquema científico ha durado más
que el teológico. La humanidad perdió pronto su interés
por la gracia irresistible, pero advirtió rápidamente los pro­
vechosos ingenio., debidos a la ciencia. Además, en el
último cuarto del siglo xvm, George Berkeley lanzó toda
su crítica filosófica contra el conjunto de la base del sistema.
No logró alterar el rumbo de la corriente dominante en el
pensamiento. En mi última conferencia desarrollé una línea
de argumentación paralela, que conduciría a un sistema de
pensamiento basando la naturaleza en el concepto de orga­
nismo y no en el de materia. En esta conferencia, me pro­
pongo examinar en primer lugar cómo el pensamiento hu-

96
mano educado en lo concreto ha enfocado esta opos1c10n
entre mecanismo y organismo. Fué en la literatura donde
los atisbos de lo concreto por la humanidad encontraron
una expresión. Por consiguiente, debemos buscar en la
literatura, especialmente en sus formas más concretas, a
saber la poesía y el drama, si abrigamos la esperanza de
descubrir los pensamientos íntimos de una generación.
Pronto veremos que los pueblos de Occidente revelaron
en vastas proporciones un rasgo peculiar que la opinión
vulgar supone más genuinamente característico de los chi­
nos. Se manifiesta a menudo sorpresa de que un chino
pueda ser de dos religiones: confucionista en unas ocasio­
nes y budista en otras. Si esto puede decirse de China, es
cosa que ignoro; tampoco puedo decir que, en caso de ser
cierto, resulten realmente incompatibles las dos actitudes
para ello requeridas. Pem no puede caber la menor duda
de que un hecho análogo se presenta ciertamente en Occi­
dente, y que las dos actitudes resultan incompatibles en
esta parte del mundo. Un realismo científico basado en el
mecanicismo, se asocia a la creencia firme de que el mundo
de los hombres y de los animales está compuesto por orga­
nismos que se determinan por sí mismos. Esta incompati­
bilidad radical en que descansa el pensamiento moderno,
entra por mucho en lo que tiene de perpleja y confusa
nuestra civilización. Sería ir demasiado lejos afirmar que
distrae al pensamiento. Lo debilita por razón de la incom­
patibilidad que le acecha en el fondo. Al fin y al cabo, los
. hombres de la Edad Media andaban detrás de una perfec-
ción de la que casi hemos olvidado la existencia. Se plan­
teaban el ideal del logro de una armonía del entendimiento.
Nosotros nos damos por satisfechos con una ordenación
superficial de diversos puntos de partida arbitrarios. Por
ejemplo, las empresas llevadas a cabo por la energía indi­
vidualista de los pueblos europeos, presuponen acciones
físicas enderezadas a causas finales. Pero la ciencia emplea­
da para su desarrollo se basa en una filosofía que afirma
que la causación física es suprema, y que desconecta del
último fin la causa física. No tiene mucho éxito el insistir
sobre la absoluta contradicción en ello implicada. Pero ésta

97
es un hecho, aunque se pretenda disimularla con frases.
Desde luego , en el siglo xvrrr encontramos el famoso argu­
mento de Paley de que ese mecanismo presupone un Dios
que sea el autor de la naturaleza. Pero ya antes de que
Paley diera al argumento su forma final, Hume había dicho
muy sagazmente que el Dios que queremos encontrar, será
la clase de Dios que hizo ese mecanismo. Para decirlo en
otras palabras: ese mecanismo presupone, a lo más, un
mecánico, y no un mecánico cualquiera sino su mecánico.
El único modo de suavizar el mecanismo es descubrir que
no es mecanismo.
Saliendo del campo de la teología apologética para aden­
trarnos en el de la literatura corriente, encontramos, como
cabía esperar, que la perspectiva científica es pura y sim­
plemente ignorada en ella. Por lo que cabe deducir de la
masa de la literatura, la ciencia debió pasar inavertida.
Hasta hace muy poco casi totlos los escritores estuvieron
muy enterados de la literatura clásica y de la renacentista,
mientras que a la mayor parte de ellos no les int,eresaba
la filosofía ni la ciencia, hallándose predispuesto su espíritu
a hacer caso omiso de ellas.
Algunas excepciones tiene esa rotund:t afirmación, y sin
movernos del campo de la literatura inglesa, esas excep­
ciones afectan a algunos de los nombres más grandiosos;
además, el influjo indirecto de la ciencia fué considerable.
Una luz !adeada sobre esa perturbadora incompatibilidad
en que se debate el pensamiento moderno, se obtiene exa­
minando algunos de aquellos grandes poemas serios de la
literatura inglesa cuya tónica general les imprime carácter
didáctico. Los poemas que interesan al efecto son Paradise
Lost de lYiilton, Essay on Man de Pope, Excursion de
Wordsworth e In Menwriam de Tennyson. A pesar de que
escribía después de la Restauración, J\filton es el portavoz
del aspecto teológico de la primera parte de ese siglo, no
afectada aún por el influjo del materialismo científico. El
poema de Pope refleja el efecto que en la mentalidad popu­
lar tuvieron los sesenta años siguientes , incluyendo en ellos
el primer período de triunfo asegurado del movimiento cien­
tífico. Wordsworth expresa en todo su ser una reacción

98
consciente contra la mentalidad del siglo XVI, mentalidad que
no significa otra cosa que la aceptación de las ideas científicas
en su valor facial íntegro. Wordsworth no estaba ofuscado
por ninguna clase de antagonismo intelectual; lo que le
movía era una repulsión moral. Tenía la impresión de que
algo había sido perdido, y que en lo perdido se comprendía
todo lo más importante. Tennyson es el exponente de los
ensayos que el movimiento romántico decreciente del se­
gundo cuarto del siglo XIX hizo para llegar a un arreglo con
la ciencia. Hacia esa época los dos elementos del pensamien­
to moderno habían puesto de relieve su discrepancia funda­
mental en sus interpretaciones divergentes del curso de la
naturaleza y de la vida del hombre. Tennyson se nos pre­
senta en ese poema como una muestra perfecta de aquella
perturbación a que ya aludí. Hay visiones opuestas del
mundo, y todas ellas exigen ser aceptadas invocando intui­
ciones definitivas a las que parece imposible sustraerse.
Tennyson va directamente al corazón de la dificultad. Es
el problema del mecanismo lo que le aterra,
"Las estrellas", murmura ella, "corren ciegamente".

Este verso afirma vigorosamente todo el problema filo­


sófico implícito en el poema. Toda molécula corre ciega­
mente. El cuerpo humano es una colección de moléculas.
Por lo tanto, el cuerpo humano corre ciegamente, y, por
ende, no puede haber responsabilidad individual por las
acciones del cuerpo. Una vez aceptado que la molécula
está determinada definitivamente para ser lo que es, con
independencia de toda determinación por razón del orga­
nismo total del cuerpo, y si admitimos, además, que el
ciego correr está establecido por leyes mecánicas generales,
no hay manera de eludir esta conclusión. Pero las expe­
riencias mentales son del'Ívativas de las acciones del cuerpo,
incluyendo entre aquéllas, desde luego, su conducta inter­
na. Por consiguiente, la sola función del espíritu es tener
por lo menos algunas de sus ex-periencias efectuadas por él,
incorporándoles otras tales como las que pueden ofrecérsele
independientemente de los movimientos, internos y exter­
nos, del cuerpo.

99
/7 .
, p)les, dos teorías posibles con respecto al espíritu.
? demos. negar que é �te � ea capaz de proporcionar
. .
1. nmguna experrencm como no sean las que
e cuerpo, o bien podemos admitir que sí puede
p orcwnarlas.
Si nos negamos a admitir las experiencias adicionales, se
desvanec-e entonces toda responsabilidad moral individual.
Si las admitimos, entonces un ser humano puede ser res­
ponsab� � por el estado d � su espíritu aunque no tenga res­
ponsabilidad por las accwnes de su cuerpo. El desfalleci­
miento del pensamiento en el mundo moderno se ilustra
por medio del modo en que esa salida franca es aludida por
Tenn;yson en su poema. Algo hay escondido en el fondo,
un esqueleto en la despensa. Tennyson enfoca casi todos
los problemas religiosos y científicos, pero pone buen cuida­
do en no tocar ése más que con pasajeras alusiones.
Precisamente este problema se estaba debatiendo en la
época en que el poema se compuso. John Stuart :Mili sos­
tenía su doctrina del determinismo. En esta doctrina, las
voliciones están determinadas por motivos, y los motivos
son e�:presables en términos de condiciones ant-ecedentes,
entre las que se incluyen tanto estados del espíritu como
del cuerpo.
Huelga decir que esta doctrina no ofrec-e salida alo-una
"'
del dilema planteado por un mecanismo radical, puesto que
si la volición afecta el estado del cuerpo, entonces las molé­
culas del cuerpo no corren ci-egamente. Y si la volición no
afecta el estado del cuerpo, el espíritu sigue abandonado
en su incómoda posición.
La tesis de Mill goza de general aceptación, especial­
"'
. . los hombres de ciencia, como si de alo-ún
ment-e entre modo
nos p ermitiera aceptar la doctrina extrema del mecani-
cismo materialista y, sin embargo, atenuara sus consecuen­
cias increíbles. Pero esa posibilidad no se confirma. O las
moléculas corporales corren ciegamente, o no. Si corren
ciegamente, los estados mentales carecen de interés para la
discusión de las acciones corporales.
He expuesto de un modo conciso los argumentos, porqu-e
en verdad la solución es muy simple. La discusión prolon-

100
gada contribuiría sólo a complicar la cuestión. La cuestión
relativa a la condición metafísica de las moléculas, no es la
que se plantea en este caso. La afirmación de que sean
meras formul<le no afecta a la argumentación, pues es de
presumir que las formulM signifiquen algo. Si no signifi­
can nada, toda la doctrina mecanicista resulta también sin
sentido, y huelga la cu·estión. La forma tradicional de eludir
la dificultad -que no sea el simple recurso de hacer caso
omiso de ella- es apelar a alguna modalidad de lo que
actualmente se califica de "vitalismo". Esta doctrina es en
realidad una transacción. Da libre paso al mecanismo a
través del conjunto de la naturaleza inanimada, pero sostiene
que el mecanicismo sufre alteraciones parciales dentro de los
cuerpos vivos. Tengo la impresión de que esa teoría es un
compromiso insatisfactorio. La brecha entre la materia
viva y la muerta es demasiado vaga y problemática para
soportar el peso de tan arbitraria presunción, que implica
un dualismo esencial en alguna parte.
La doctrina que sustento es que todo el concepto de
materialismo se aplica sólo a entes muy abstractos, a pro­
ductos de elucubración lógica. Los entes consistentes con­
cretos son organismos, de suerte que el plan del conjunto
afecta a los mismos caracteres de los diversos organismos
subordinados que entran en él. En el caso de un animal,
los estados mentales entran en el plan del organismo total,
modificando así los planes de los sucesivos organismos sub­
ordinados hasta llegar a los últimos organismos más p eque­
ños, tales como los .electrones. Así, un electrón dentro de
un cuerpo vivo es diferente de un electrón situado fuera de
él, debido al plan del cuerpo. El electrón corre ciegamente
ya dentro ya fuera del cuerpo; pero dentro del cuerpo corre
de acuerdo con su carácter dentro del cuerpo, es decir, de
acuerdo con el plan general del cuerpo, y este plan incluye
el estado mental. Pero el principio de modificación es per­
fectamente general en toda la naturaleza y no constituye
una propiedad peculiar de los cuerpos vivos. En las confe­
rencias siguientes se explicará que .esta doctrina implica el
abandono del materialismo científico tradicional, y su sus­
titución por una doctrina alternativa del organismo.
101
No voy a discutir el determinismo de Mili porque cae
fuera del margen de estas conferencias. La discusión pre­
cedente se proponía garantizar que el determinismo o el
libre albedrío tuvieran cierta aplicabilidad, no obstaculizada
por el mecanicismo materialista o por el vitalismo ecléctico.
Designaré como mecanidsmo orgánico la teoría sustentada
en estas conferencias. En esta teoría, las moléculas pueden
correr ciegamente de acuerdo con las leyes generales, pero
difieren en sus caracteres intrínsecos según los planes orgá­
.nicos generales de las situaciones en que se encuentran.
La discrepancia entre el mecanicismo materialista de la
ciencia y las intuiciones morales presupuestas en los asuntos
concretos de la vida, sólo gradualmente fué asumiendo su
verdadera importancia con el paso de los siglos. Los dife­
rentes tonos de las sucesivas épocas a que pertenecen los ya
mencionados poemas, se hallan notablemente reflejados en
los pasajes con que éstos comienzan. l\'Iilton termina su
introducción con la plegaria
Que a la altura de este gran argumento
Pueda yo afirmar la eterna Providencia,
Y justificar los caminos de Dios a los hombres.

Si hubiésemos de juzgar por lo que dicen de Milton mu­


chos escritores modernos, creeríamos que el Paradise Lost
y el Pa.radise Regained fueron escritos como una serie de
ensayos en verso libre. En realidad no era tal la opinión
que Milton tenía de su propia obra. "Justificar los caminos
de Dios a los hombres" era en mucho su principal objeto.
A la misma idea recurre en el Smnson Agonistes:
Justos son los caminos de Dios
Y justificables a los hombres.

Subrayamos la gran cantidad de confianza segura, no


perturbada por la avalancha científica que se aproximaba.
La verdadera fecha de publicación del Paradise Lost cae
exactamente poco antes de comenzar la última. Es el canto
del cisne de un mundo pasado que vivía en una certidumbre
no enturbiada.
Una comparación entre el Essay on 'Afan de Pope y el

102
Paradise Lost revela el cambio de tono operado en el pen­
samiento inglés en los cincuenta o sesenta años que separan
la época de Milton de la de Pope. J'lilton dirige su poema
a Dios, mientras que Pope lo hace a Lord Bolingbroke:
Despierta, mi San Juan, deja todas las cosas mezquina s
.A la baja ambición • y al orgullo de los reyes.
Discurramos libremente (pues la vida poco más puede
proporcionar
Que dar una ojeada a r.uestro alrededor y morir)
Sóbre toda esta escena del hombre ;
¡ Formidable laberinto ! pero no sin plan.

Comparemos esa arrogante afirmación de Pope: " ¡For­


midable laberinto ! pero no sin plan", con la de Milton:
Justos son los caminos de Dios
Y justificables a los hombres.

Pero el verdadero punto que hay que advertir, es que


Pope, lo mismo que Milton, no se hallaba perturbado por
la gran p erplejidad que asalta al mundo moderno. La meta
que perseguía l\'Iilton era detenerse en los caminos de Dios
en tratos con el hombre. Dos generaciones después, encon­
traremos a Pope con la misma confianza de que los ilustra­
dos métodos de la ciencia moderna proporcionan un plan
adecuado como mapa del "formidable labtrinto".
La Excursion de Wordsworth es el próximo poema inglés
sobre el mismo asunto . Un prefacio en prosa nos dice que
es un fragmento de una obra más extensa proyectada, y lo
describe como "poema filosófico que contiene opiniones so­
bre el hombre, la naturaleza y la sociedad".
De un modo bien característico, el poema comienza con
este verso:

Era verano, y el sol estaba muy alto.

Así, !a reacción romántica no partía r.i de Dios ni de


Lord Bolingbroke, sino de la naturaleza. Registramos en
este caso una reacción consciente contra todo el tono del
siglo xvnr. Ese siglo se aproximaba a la naturaleza con el

103
análisis abstracto de .la ciencia, mientras que Wordsworth
opone a las abstracciOnes científicas su c:abal experiencia
concreta.
,
:Una �e.�eración de recuperación religiosa y progreso cien­
bfiCo VIVIO entre la Excursion y el In f.fem.ori.am de Tenny­
son : �os poetas �nteriores habían resuelto la perplejidad
hacr�ndo ca ; o omiso de ella. En consecuencia, su poema
comienza asi:
Fuerte Hijo de Dios, inmortal Amor
; T
Al que noso ros, que no hemos visto u faz,
Por fe, y solo por fe, abrazamos,
Creyendo donde probar no podemos.

. La �1ota �e perJ?lejidad ha. sido suprimida de repente. El


si,O'lo xrx fue un s1 �lo perpleJo, en un sentido en que no po­
_
dn,� d(:'Cirse de nmguno de sus predecesores dentro del
penodo moderno; �n los . tiempo � anteriores había campos
opuestos, co� aeernmas divergencias en cuestiones que ellos
t:man . por. fundamentales. Pero, salvo unos pocos casos
;Isl �dos, mng ,
�n campo estaba seguro de sus convicciones.
.Lia Importancia del poema de Tennyson estriba en el hecho
de qu� e�p�esara exactamente el carácter de su período.
�odo mdivid�o estaba dividido contra sí mismo. En los
tiempos antenores, los pensadores profundos eran los que
pen� aban claramente: Descartes, Spinoza, Locke , Leibniz.
Sabian exactamente qué opinaban, y lo decían. En el siglo
xr:;c, algunos . ? e los más profundos pensadores entre los
� eologos 1 f1losofos eran pensadores confusos. Doctrinas
mcompabbles re�;.r erían a un tiempo su adhesión, y sus es­
fuerzos por conciliarlas desembocaban irremediablemente en
lo confuso.
lVIatthew Arnold, más aú ? que Tennyson, fué el poeta
que expreso. e�e estado d t; ammo _ de turbación individual
,
tan caractenstico de ese s1glo. Compárense con el In jJfe­
morzam . los versos que cierran el Do?)er Beach de Arnold:

Y aquí estamos como en un llano tenebroso


Arrastrados por confusas alarmas de luchas y arrebatos'
Donde de noche se baten ejércitos ignotos.

104
En su Apología pro Vita Sua señala el cardenal Newman
como peculiaridad de Pusey, el gran prelado anglicano , que
"no le asaltaban perplejidades intelectuales". En esto recuer­
da Pusey a lVIilton, Pope y W ordsworth, en contraste con
Tennyson, Clough, Matthew Arnold y el propio Newman.
Por lo que a la literatura inglesa respecta, encontramos
-digámoslo desde ahora- entre los paladines de la re­
acción romántica que acompañó y sucedió a la época de la
Revolución Fnmcesa, la crítica más interesante de las ideas
de la ciencia. Los más profundos pensadores de esa escuela
en la literatum inglesa fueron Coleridge, Wordsworth Y
Shelley. Keats es un ejemplo de literato no contaminado
por la ciencia. Podemos prescindir del ensayo de Coleridge
en un estudio de tipo francamente filosófico. Ejerció un
influjo sobre su propia generación; pero en estas conferen­
cias me propongo mencionar solamente los elementos del
pensamiento del pasado que subsisten para todos los tiem­
pos. Incluso con esa limitación, sólo nos es posible ocupar­
nos de alO'unos de ellos. Para nuestro objeto, la importan­
cia de ColeridO'e se limita únicamente al influjo que ejerció
sobre Wordsw�rth. Wordsworth y Shelley sí tuvieron una
acción perdurable.
Wordsworth estaba apasionadamente absorbido en la
naturalez a. De Spinoza se ha dicho que estaba embriagado
de Dios; de Wordsworth podría decirse con la misma razón
que estaba embriagado de naturaleza. Pero era un hombre
reflexivo, culto, con intereses filosóficos, y cuerdo hasta llegar
a extremos de prosaísmo . Por añadidura, era un genio. Su
testimonio se desvirtúa por su repugnancia hacia la ciencia.
Todos recordamos su desdén por el desgraciado a quien un
tanto destempladamente acusa de distraerse en la tumba de
su madre dedicándose a coleccionar especímcnes botánicos .
Un sinfín de pasajes podrían citarse de él, en que semejante
aversión se pone de manifiesto. En este respecto su pensa­
miento característico puede resumirse en esta frase: "Ase-
sinamos para disecar."
�n este último pasaje pone al descubierto la base intelec-
tual de su crítica de la ciencia. Le reprocha a la ciencia que
se absorba en abstracciones. Su tema constante es que los

105
hechos importantes de la natural;;za se se.straen al método
científico. Por consiguiente, €S importante preguntarse qué
encontraba Vvordsworth en la naturaleza que no obtuviera
expresión en la ciencia. Pongo esta cuestión en interés de
la ciencia misma, pues una d€ las posiciones principales de
estas conferencias es una protesta contra la idea de que
las abstracciones de la ciencia sean irreformables e inalte­
rabl<:s. Ahora bien, en modo alguno puede decirse de
Wordsworth que en lo que concierne a la materia inorgánica
se entregue a merced de la ciencia y de que se haga fuerte
en la fe de que en el organismo viYo haya algún elemento
que la ciencia no pueda analizar. Bien es verdad que re­
conoce una cosa que nadie pone en duda: que eil cierto sen­
tido las cosas vivas son diferentes de las inanimadas. Pero
no es ésa su tesis principal. Lo que le obsesiona es la pre­
sencia meditabunda de los cerros. Su tema es la naturaleza
in solido, es decir, se encariña con esa misteriosa presencia
de cosas ambientes, que se impone en todo elemento sepa­
rado que ncsotros consideramos individual por sí mismo.
Capta siempre el conjunto de la naturaleza como implicado
en la tonalidad de la instancia particular. Es por eso que
se sonríe con los narcisos y encuentra en la prímula "pen­
samientos demasiado profundos para lágrimas".
El poema más grande de Wordsworth, que aventaja en
mucho a todos los demás, es el libro primero de The Prelwle,
embebido de la obsesionante presencia de la naturaleza.
Una serie de pasajes magníficos, demasiado largos para ci­
tarlos, expresa esta idea. Desde luego, Vvordsworth es un
poeta que escribe un poema; no se propone lanzar afirma­
ciones filosóficas. Pero difícilmente cabría expresar con ma­
yor claridad un sentimiento de la naturaleza que ofreciera
un engranaje de unidades prehensivas, impregnadas cada
una de ellas con presencias modales de las demás:
¡ Vosotras, presencias de la Naturaleza en el cielo
Y sobre la tierra ! ¡ Vosotl·as, Visiones de las colinas !
j Y Almas de lugares solitarios ! ¿ puedo concebir
Que fuera una esperanza vulgar la vuestra cuando em­
pleabais vosotras
'l'al ministerio, cuando vosotras durante largos años
106
ntiles deport�s,
Asaltándome así en mis infa ues y colmas,
En cuevas árbo les, en los bosq
as, �os caracteres
y
Imprimíais sobre todas las f�rm
ro o del dese o : :y as1 hae1a1s que
Del pelig
La superficie de toda la tierra
a Y temor,
Con triunfo y deleite, con esperanz
Como un mar trab aj ara ? . . .
Mi propóúo al citar así a Wo,r.�Ca sworth es . ��cer ver que
olvidamos cuán forzada y paradoJI one es la VISion de la na­
turaleza que la ciencia mod erna imp a nues�ros pensa­
mientos. Wordsworth, desde las altu ras d�l gema, expresa
los hechos concretos de nuestr� lis1s �ens;o,.n, he.c�os que
.aprecien lfiCo. ¿No cabe
aparecen desfigurados en el anas estereot�ipados de l c�. en­
la posibilidad de que los conc epto �
cia sean solamente válidos den tro de muy estr � cho s l �mli.es;
la m1 sma c1en cm.
acaso demasiado estrechos incluso para constitu .
ye el polo
La postura de Shelley ante la cien cia
opuesto a la de Wordsworth. Esta ba enamorado de el!a Y
nunca se cansa de f:Xpresar en poesía las ide�s q�e le . �ug1ere.
Para e'l , -c:1'mboliza la aleO'rÍa 1a pa7. ntud
b ' y la Ilummacwn. Lo
de Wordsworth,
que las colinas fueran para la juve She lley . Es d� lamenta.r
lo fué un laboratorio quím ico par �
que los críticos de éste hayan temdoden en su propia mentali­
tratar como una
dad tan poco de Shelley, pues tienza de aShelley lo que de
casual sincrularidad de la naturale cipal estructura de s�
b

hecho era parte integrante de la prinm en u poes1a. , ?l


espíritu y que por doquiera rezu ues � �
XX habna
Shelley hubiese nacido cien años desp ; e� siglo
tenido un N ewton en el campo de la
de She�ley es
Para poder apreciar el valor del rc on ?: su esp , ntu en
de importancia aquilatar esta abso � �
as. Un sinf ín de pasa Jes l � nc� s nos Ilustra�
las ideas científic
acerca de este particular; pero voy a eleg ir solo u � poem�a.
Un� oun_d. La T1erra Y
el cuarto acto de su PJ'Ometheus la ex­
Luna platican en el lenguaje �e gma �;m �xacta. Los
. c1ecwn a. Por
ael poet
perimentos físicos guían la Im� ra:
ejemplo, la exclamación de la Tier
limitada !
¡ La vaporosa exultación de no estar
107
es la trascripción poética de "la fuerza expansiva de los
gases", como se diría en la terminología de las obras cientí­
ficas. Tomemos, además, la estanc:a de la Tierra:
Hilo al lado de mi pirámide ele noche,
Que apunta a los cielos - soñando deleite,
:Murmurando triunfal alegría en mi sueño encanta
do ;
Como un jon�n suspirando vanamente arrullado
en sueños
ele amor,
Acosta do a la sombra de su belleza,
Que alrededor ele su descanso custodia una guardi
a de
luz y calor.

Esta estancia sólo pudo ser escrita por alguien que en su


panorama íntimo tuviera presente un diagrama geométrico
definido; un diagrama como el que a menudo me ha tocado
presentar en las clases de matemiticas. Como prueba, ob­
sérvese especialmente el último verso que expresa en poé­
tica imagen la luz rodeando la pirámide de la noche. Esta
idea no se le podría ocurrir a nadie sin el diagrama. Pero
todo el poema, y los demás suyos, está tachonado de rasgos
de este tipo.
Ahora bien, a pesar de toda su simpatía por la ciencia y
de estar absorbido en las ideas de ésta, nada podía hacer
el poeta con la doctrina de las cualidades secundarias, fun­
damental para los conceptos de la ciencia, puesto que la
naturaleza de Shelley conserva su belleza y su color. La na­
turaleza de Shelley es en su esencia una naturaleza de orga­
nismos que funcionan con todo el contenido de nuestra ex­
periencia perceptual. Estamos tan acostumbrados a hacer
caso omiso de la implicación de la doctrina científica orto­
doxa, que resulta difícil poner de manifiesto la crítica im­
plicada sobre ella en este caso. Si alguien hubiese podido
tratarla seriamente, Shelley lo habría hecho así.
'A mayor abundamiento, Shelley coincide en un todo con
Words\vorth en cuanto a lo entreverado de la Presencia en
la naturaleza. Véase la estancia con que comienza :su poe­
ma titulado Mont Blanc :
E l universo perenne d e las Cosa
s
Se desliza por el espíritu, y hace
rodar sus raudas olas,

108
Ora oscuras - ora brillantes - ora reflejando mel�ncolía -
Ora imprimiendo esplendor, donde de secretos manantiales
. .
La fuente del pensamiento humano v1�rte su tnbuto
De aguas - con un sonido sólo a med:_a� suyo,
.
Tal como el que a menudo tom� un clebil rwch�elo
En los agrestes bosques, en medw de l as montanas solo,
.
Donde a su alrededor cascadas para s1emp:e se de�prenden,
Donde bosques y vientos contienen, y un dllatado no
Sobre sus rocas sin cesar prorrumpe y se abalanza.

Shelley escribió estos versos c?n referencia explícita a


alguna forma de idealismo : kantiano, �e;keleyano o pla­
tónico . Pero como quiera que se le cah�1�1ue,. tenemos e!l
ellos un testimonio insistente de una umfrcacwn, prehensr­
va como constitutiva del mismo ser de la naturaleza.
Berkeley, vVordsworth y Shelley so_n . exponentes de la
negativa instintiva a aceptar el matermhsmo abstracto de
la ciencia. .
En el tratamiento de la naturaleza exrste entre ds-
worth y Shelle;y, una diferencia interesante, en la que se
plantean las cuestiones exactas sobre las cuales hemos lo­
grado pensar. Shelley piensa en la naturaleza como algo
aue cambia se disuelve y transforma, como tocada por un
hechizo. Lds hojas vuelan ante el viento oeste
Como espíritus huyendo de un hechicero.

En su poema The Cloud es la transformación del agua


lo que excita su imaginación. El asunto del poema es el
cambio de las cosas, infinito, eterno, falaz:
Yo cambio p ero no puedo morir.

Este es un aspecto de la naturalez� : su cambio falaz, un


cambio que no puede expresars� srmi�leJ?-ente por loco­
moción sino un cambio del caracter mtimo. Es esto lo

que ac ntúa Shelley: el cambio de lo q';l e no pu� de perecer.
VIordsworth había nacido entre colmas; colmas Po� lo
común nudas de árboles, presentando por ende el mmrmo ,
cambio con las estaciones. Estaba impresionado por las
enormes permanencias de la naturaleza. Para él, es e� � am­
bio un incidente que se proyecta de un fondo de durabrlidad,

109
Rompiendo el silencio de los mares
Entre las más remotas Hébridas.

Todo esquema para el análisis de la naturaleza tiene que


enfrentarse con estos dos hechos: cambio y durabilidad.
Hay aún un tercer hecho que debe plantearse aquél: la
eternalidad, como lo designaría yo. La montaña continúa.
Pero cuando el paso de las edades se la haya llevado , se
habrá ido. Si sale una réplica, es, sin embargo, una nueva
montaña. Un color es eterno. Ronda el tiempo como un
espectro. Viene y se va. Pero a dondequiera que vaya
es el mismo color. No subsiste ni vive. Aparece cuando se
le necesita. La montaña tiene con el tiempo y el espacio
una relación diferente de la que tiene el color. En la conferen­
cia anterior examiné principalmente la relación que con el es­
pacio-tiempo tienen las cosas eternas en el sentido que yo
doy a esa palabra. Era indispensable hacerlo así antes de
pasar al estudio de las cosas que duran.
Importa, pues, recapitular las bases de nuestro procedi­
miento. Yo sostengo que la filosofía es la crítica de las
abstracciones. Su función es doble: primero, armonizarlas
asignándoles su verdadera condición relativa en cuanto
abstracciones, y segundo, completarlas por comparación di­
recta con intuiciones del universo más concretas, fomentan­
do así la formación de esquemas de pensamiento más com­
pletos. Es con respecto a esa comparación que tiene tanta
importancia el testimonio de los grandes poetas. Su sub­
sistencia es una prueba de que expresan intuiciones pro­
fundas de la humanidad que llegan a la entraña de lo uni­
versal en el hecho concreto. La filosofía no es una ciencia
más con su pequeño esquema de abstracciones, dedicada
a seguir trabajando en él para perfeccionarlo y ampliarlo.
Es un reconocimiento de las ciencias, teniendo como obje­
tos especiales armonizadas y completarlas. Para esta tarea
aporta no sólo el testimonio de las ciencias especiales sino
además su propia apelación a la experiencia concreta. Coteja
las ciencias con el hecho concreto.
La literatura del siglo xrx, especialmente la literatura
inglesa poética, es un testimonio de la divergencia entre

110
las intuiciones estéticas de la humanidad y el mecanicismo
de la ciencia. Shelley nos pone vivamente ante nosotros la
falacia de los objetos eternos del sentido en cuanto acechan
el cambio que afecta a los organismos que les sirven de
base. Wordsworth es el poeta de la naturaleza en cuanto
campo de permanencias durables que llevan consigo un
mensaje de formidable significado. Además, los objetos
eternos son para él,
La luz que nunca fué, por mar o e n tierra.

Ambos, Shelley y Wordsworth, ofrecen mar�ada�ente el


testimonio de que la naturaleza no puede diVorciarse de
sus valores estéticos, y de que esos valores surgen, en algún
sentido, de la presencia meditabunda del conjunto sobre
cada una de sus diversas partes. Así, debemos a los poetas
la doctrina de que una filosofía de la naturaleza debe ocu­
parse por lo menos de estas cinco nociones: cambio, valor,
objetos eternos, durabilidad, organismo, interconexión. .
Vemos, pues, que el movimiento literario del rom�nti­
cismo de principios del siglo XIX, exac�ai_Uente en �a m;sma
medida que cien años antes el movimiento de 1deahsmo
filosófico de Berke1ey, se niega a quedar confinado dentro
de los conceptos materialistas de la teoría científica orto-
e

doxa. Sabemos, además, que cuando en estas con1erencias


o
llerruemos o
al sirrlo L"'l:, encontraremos un movimiento en
.
la misma ciencia tendiente a reorgamzarse en sus concep-
tos, movimiento dirigido en lo sucesivo por su propio des­
arrollo intrínseco.
Sin embargo es imposible seguir adelante mientras no
hayamos deja do sentado si esa reconfiguración de ideas
ha de ser llevada a cabo sobre una base objetivista o sobre
una base subjetivista. Por base subjetivista entiendo yo la
creencia en que la naturaleza de nuestra experiencia inme­
diata es el resultado tangible de las p eculiaridades per­
ceptivas del sujeto que tiene esa experiencia. En otras pa­
labras: estimo que según esa teoría lo percibido no es. una
visión parcial de un complejo de cosas generalmente mde­
pendiente de ese acto de cognición, sino que es simplemente
la expresión de las peculiaridades individuales del acto cog-

ll1
nitivo. En consecuencia, lo común a la multiplicidad de
actos cognitivos es el raciocinio conectado con ellos. Así,
aunque hay un mundo común de pensamiento asociado con
nuestras percepciones sensibles, no hay un mundo común
en el que pueda pensarse. Aquello en que p ensamos es un
mundo conceptual común indiferentemente aplicado a nues­
tras e:lperiencias individuales que son estrictamente per­
sonales para nosotros mismos. Semejante mundo conceptual
encuentra su expres;ón completa en las ecuaciones de la ma­
temática aplicada. Esta es la postura subjetivista extrema.
Hay, desde luego, la posición intermedia de los que creen que
nuestra experiencia perceptual nos habla realmente de un
mundo objetivo común, pero que las cosas percibidas son
simplemente el resultado para nosotros de este mundo y no
elementos en sí del mismo mundo común.
Hay, también, la posición objetivista. Este credo consi­
dera que los elementos efectivos percibidos por nuestros
sentidos son en sí los elementos de un mundo común, y que
ese mundo es un complejo de cosas, incluyendo positiva­
mente nuestros actos de cognición, pero yendo más allá
de ellos. Por consiguiente, según ese punto de vista, las
cosas experimentadas deben ser distinguidas de nuestro co­
nocimiento de ellas. Hasta donde haya dependencia, las
cosas allanan el camino para la cognición, más que vice­
veTSa. Pero el punto esencial es que las cosas efectivas ex­
perimentadas figuran en el mundo común por depender
del sujeto cognoscente. El objetivista sostiene que las cosas
experimentadas y el sujeto cognoscente figuran por igual
en el mundo común. En estas conferencias estoy trazan­
do los perfiles de lo a mi juicio esencial de una filoso­
fía adaptada a las exigencias de la ciencia y a la expe­
riencia concreta de la humanidad. Prescindiendo de la crí­
tica detallada de las dificultades suscitadas por el subje­
tivismo en cualquiera de sus formas, mis razones amplias
para desconfiar de él son en número de tres: una razón
surge del interrogatorio directo de nuestra experiencia per­
ceptiva. De este interrogatorio resulta que estamos dentro
de un mundo de colores, sonidos y otros objetos-del-senti­
do, referidos en espacio y tiempo a objetos durables tales

U2
como piedras, árboles y cuerpos humanos. Parece que nos­
otros mismos somos elementos de este mundo en el mismo
sentido en que lo son las demás cosas que percibimos. Pero
el subjetivista, incluso el subjetivista ecléctico moderado,
pretende que este mundo, así descrito, depende de nos­
otros, de un modo que choca directamente con nuestra ex­
periencia ingenua. Yo sostengo que es en definitiva a la
experiencia ingenua a la que apelamos. y es por eso que
yo doy tanta importancia al testimonio de la poesía. Mi
opinión es que en nuestra experiencia sensible conocemos
fuera de nuestra propia personalidad y más allá de ella; en
cambio, el subjetivista sostiene que en esa experiencia sólo
conocemos de nuestra p ersonalidad. Incluso el subjetivista
ecléctico coloca nuestra personalidad entre el mundo que
conocemos y el mundo común por él admitido. El mundo
que conocemos es, para él, la constricción interna de nues­
tra personalidad bajo la tensión del mundo común situado
a sus espaldas.
Mi segunda razón para desconfiar del subjetivismo se
basa en el contenido particular de la experiencia. Nuestro
conocimiento histórico nos habla de edades pasadas en que,
en cuanto alcanzamos a ver, no existía en la tierra ser vivo
alguno. Además, nos habla de innumerables sistemas astra­
les cuya historia de detalle queda fuera de nuestro alcance.
No tenemos que movernos de la Luna ni de la Tierra. ¿Qué
pasa en las entrañas de la Tierra y en el lado que la Luna
no presenta nunca a nuestra vista? Nuestras percepciones
nos inducen a suponer que algo ocurre en las estrellas, algo
dentro de la Tierra, algo en aquel lado de la Luna. Nos
dicen, también, que en edades remotas ocurrían cosas. Pero
todas esas cosa s que parece ocurrían con seguridad, nos
son desconocidas en sus detalles o bien las reconstruímos a
base de pruebas inferenciales. En vista de este contenido
de nuestra experiencia personal, es difícil creer que el mun­
do de la experiencia sea una atributo de nuestra propia
personalidad.
Mi tercera razón se basa en el instinto de acción. Exac­
tamente igual que la percepción sensible parece dar cono­
cimiento de lo que está fuera de la individualidad, la acción

U3
parece provenir de un instinto de autotrascendencia. La
actividad pasa más allá de sí hacia el mundo trascendente
conocido. Es en este punto donde tienen importancia los fi­
nes últimos, pues no hay actividad provocada desde fuera
que salga al mundo velado del subjetivista ecléctico. Ha;v
actividad dirigida a determinados fines del mundo conoci­
do, y, sin embargo, hay actividad que trasciende de sí Y ac­
tividad dentro del mundo conocido. Síguese de ello que, en
cuanto conocido, el mundo trasciende del sujeto que es
cognoscente de él.
;La posición subjetivista ha sido popular entre los que
han sido inducidos a dar una interpretación filosófica a las
recientes teorías de la relatividad en la ciencia física. Pa­
rece que las opiniones en cuestión se expresan de un modo
cómodo suponiendo que el mundo de los sentidos depende
del percipiente individual. Desde luego, salvo aquellos que
se dan por satisfechos considerando que forman todo el
universo, solitarios en medio de la nada, todos pugnan por
trazarse un camino que les conduzca de nuevo a alguna
clase de posición objetivista. Yo no concibo cómo un mun­
do común de pensamiento pueda ser establecido . sin ?ontar
con un mundo común del sentido. No voy a discutir este
punto en detalle, pero a falta de una trascendencia del p en­
samiento o de una trascendencia del mundo de los sentidos,
resulta difícil ver cómo el subjetivista logre desvestirse de
su solipsismo. Tampoco parece que el subjetivista e;léctico
haya de sacar auxilio alguno de su mundo desconocido que
tiene en el fondo.
La distinción entre realismo e idealismo no coincide con
la de objetivismo y subjetivismo, pues tanto los �ealistas
como los idealistas pueden partir de un punto de VIsta ob­
jetivo; ambos pueden aceptar que el mundo revelad.o en
la percepción sensible es un mundo común, que trasciende
el p ercipiente individual. Pero el idealista objetivo, cuando
se pone a analizar qué implica la realidad de este mundo,
encuentra que la mentalidad cognitiva está de algún m? do
intrincadamente comprometida en todo detalle. El realista
niega esta postura. En consecuencia, estas dos clases de ob­
jetivistas no se separan hasta haber llegado al problema

114
�ltimo de la metafísica. Hay un gran trecho que recorren
JUn�os. En ello me fundaba en mi última conferencia para
decir que adoptaba una postura de realismo provisional.
La postura o?jetivista fué adulterada en el pasado por la
presunta necesidad de aceptar el materialismo científico
clásico �on su doctrina de la locación simple. Esta necesitó
la doctr�na de las cualidades primarias y secundarias. Así,
l� s cualidades secundarias, tales como los objetos-del-sen­
tido, so� .t;a�adas a base de principios subjetivos. Es, ésta,
una. � � si.cwn mestable que resulta presa fácil para una crítica
subJetivista.
Para incluir las cualidades secundarias en el mundo co­
mún, se requiere una reorganización muy radical de nues­
t:o c�mcepto fundamental. Es un hecho evidente de expe­
riencia que nuestras aprehensiones del mundo exterior
dependen en absoluto de acaecimientos que ocurren en el
cue1-p ? �umano. Efectuando en su cue1-po las maniobras
aprop1.aaas, puede un hombre ser puesto en condiciones de
percibir, o de no .percibir, casi todo lo que se quiera. Hay
personas q�e se ex-presan como si los cuerpos, los cerebros
y los nerviOs fueran las únicas cosas reales en un mundo
completamente imaginario. Dicho con otras palabras: tra­
tan los cuerpos con principios objetivistas y el resto del
n;undo con . principios subjetivistas. Esto no es lícito, espe­
Cialmente si tenemos presente que aquello cuyo testimonio
está en litigio es la percepción que del cuerpo de otra per­
sona tiene el experimentador.
Pero tenemos que admitir que el cuerpo es el organismo
cuyos estados regulan nuestro conocimiento del mundo. La
unidad del campo perceptual tiene que ser, por consiguien­
te, una uni�ad .de la experiencia corporal. Al percatarnos
de la experiencia corporal, tenemos que percatarnos, por
ende, de los aspectos de todo el mundo espacio-temporal en
cuanto reflejados dentro de la vida corporal. Esta es la
solución que daba al problema en mi conferencia última.
�o :oy .a repetirme ahora, salvo para recordar que mi teo­
na Implica el total abandono de la noción de que la loca­
?ión . simple es el modo primario en que las cosas están
Implicadas en el espacio-tiempo. En cierto sentido, todas

115
las cosas están en todos los lugares en todos los tiempos,
puesto que toda locación implica un aspecto de sí misma en
toda otra locación. Así, todo punto de vista espacio-tem-
poral refleja el mundo. .
Si pretendemos imaginar esta doctrina en los térmmo s
de nuestras opiniones convencionales de espacio y tiempo,
que presuponen locación simple, resulta una gran paradoj �.
Pero si la concebimos en términos de nuestra experiencia
ingenua, es una mera trascripción de hechos obvios. Es­
tamos en un lugar determinado percibiendo cosas. Nuestra
percepción se opera en el lugar en que estamos y depende
nor comnleto de cómo funcione nuestro cuerpo. Pero este
funciona� del cuerpo en un lugar, presenta a nuestro conoci­
miento un aspecto del ambiente distante, desvaneciéndo se
en el conocimiento general de que hay cosas más allá. Si
aquel conocimiento lo contiene de un mundo trascendente,
ello será porque el acaecimiento que es la vida corporal,
unifique en sí aspectos del universo.
Es ésta una doctrina que concuerda en grado sumo con
la expresión viva de la experiencia personal, como la que
encontramos en la poesía de la naturaleza de escritores
imaginativos tales como Wordsworth y Shelley. Las pre­
sencias meditabundas, inmediatas, de las cosas, constitu­
yen una obsesión para Wordsworth. Lo que la teoría hace
positivamente es desviar la mentalidad cognitiva de ser el
sustrato necesario de la unidad de la experiencia. Esa
unidad es colocada entonces en la unidad de un acaeci­
miento. Acompañando a esta unidad, puede haber o no
cognición.
En este punto volvemos a la gran cuestión que nos plan­
teaba el examen del testimonio aportado por la sagacidad
poética de Wordsworth y Shelley. Esta cuestión única
se ha transformado en un grupo de cuestiones. ¿ Qué son
cosas duraderas, a diferencia de los objetos eternos, tales
como color y forma? ¿ Cómo son posibles? ¿ Cuál es su
condición y significación en el universo? A esto se añade:
¿ Cuál es la condición de la estabilidad duradera del orden
de la naturaleza? Hay una contestación sumaria que re­
fiere la naturaleza a alguna realidad mayor situada fuera

116
de ella. Esta realidad se presenta en la historia del pensa­
miento con distintos nombres: el Absoluto, Brahma, el Or­
den de los Cielos, Dios. El delinear la verdad metafísica
f�nal, no es cosa de esta conferencia. lVIi tesis es que cons­
tituye una gran renuncia de la racionalidad a hacer valer
sus derec.ho ? toda conclu.sión sumaria que se salga de nues­
tra convrccwn , de la existencia de semejante orden de la
naturale�a par� l.anzarse a la cómoda suposición de que hay
una realidad :Ultima a la que, de algún modo inexplicado,
hay que acudir para subsanar la perplejidad. Tenemos que
buscar si en su propio ser la naturaleza no se muestra como
explicación de sí misma. Por este camino cabe a mi jui­
cio, que la mera comprobación de lo que las cos;s son, con­
tenga elementos explicativos de por qué las cosas. Es de
esperar que tales elementos nos lleven a profundidades si­
tuadas fuera de cuanto podemos captar con una clara
a�rehensión. �? un sentido, tod� explicación tiene que ter­
mmar en defm1tiva _ en una arbltranedad, y mi aspiración
es que la arbitrariedad última de lo positivamente dado, de
q :Ue parte nuestra revele los mismos princi­
piOs generales de la realidad, que columbramos confusámen­
te como extendiéndose hacia regiones situadas más allá de
nuestras facultades explícitas de discernimiento. La natu­
raleza se presenta como ejemplificación de una filosofía de
la evolución de organismos sujeta a determinadas condi­
ciones. Ejemplos de esas condiciones son las dimensiones de
espacio, las leyes de la naturaleza, los entes continuos de­
terminados, tales como átomos y electrones, que ejempli­
fican estas leyes. Pero la misma naturaleza de esos entes,
la propia naturaleza de su espacialidad y temporalidad, re­
velaría la arbitrariedad de esas condiciones a fuer de resul­
tado de una evolución más amplia más allá de la naturaleza
misma, y dentro de la cual la naturaleza no es más que
un modo limitado.
Un hecho presente por doquiera, inherente al mismo
carácter de lo real, es la transición de las cosas, el paso de
una a otra. Este paso no es una mem seriación lineal de
entes discriminados. Aunque fijemos un ente determinado,
hay siempre u:na determinación más angosta de algo que

117
e�tá presupuesto en nuestra primera elección. Además, hay
siempre una determinación más amplia hacia la que por
transición más allá de sí misma deriva nuestra primera elec
ción. El aspecto general de la naturaleza es el de una ex­
pansivida ? �n evolución. Estas un� dades, a las que yo lla­
mo acaecimientos, son la emergencia de algo a la realidad.
¿ Cómo hemos de caracterizar el algo que así emerge? El
nombre de acaecimiento dado a semejante unidad llama
la atención hacia la transitoriedad inherente co�binada
con la _H?idad efectiva. Per? esa palabra abstr;cta no puede
ser suficiente para caractenzar lo que en sí mismo sea el he­
cho de la realidad de un acaecimiento. Poco hay que pensar
para ver que ninguna idea puede ser suficiente por sí sola,
pues toda Idea que encuentre su significación en cada acaeci­
miento, debe representar por necesidad algo que contribuya
a lo que es realización en sí mismo, y, por lo tanto, ninguna
palabra puede ser adecuada. Pero, a la inversa, ninguna
cosa puede ser descartada. Teniendo presente la versión
poética de nuestra experiencia concreta, vemos inmediata­
mente que �1 elemento de valor, de ser valioso, de tener va­
lor, de ser fm en sí mismo, de ser algo que es por sí mismo,
no puede ser omitido en ninguna relación de un acaecimien­
to en su calidad del algo real más concreto. "Valor" es la
palabra que empleo para designar la realidad intrínseca de
un acaecimiento. Valor es un elemento que penetra por do­
quiera la visión poética de la naturaleza. No tenemos que
hacer más que transferir a la misma contextura de la rea­
lización en sí ese valor que tan fácilmente reconocemos en
el orden de la vida humana. Este es el secreto del culto de
\Vordsworth a la naturaleza. Por consiguiente, realización
es en sí el adquirir valor. Pero nada hay que sea mero va­
lor. Valor es el resultado de la limitación. El ente defini­
damente finito es el modo elegido en que toma forma aque­
lla adquisición; aparte de semejante formarse en ente indi­
vidual de hecho, no hay ninguna otra adquisición. La mera
fusión de todo lo que es, sería la nada de lo indefinido .
La salvación de la realidad está en sus entes, obstinados,
irreducibles, efectivos, limitados a no ser otros que ellos
mismos. Ni la ciencia, ni el arte, ni la acción creadora, pue-

118
den salirse de sus hechos obstinados, irreducibles limita­
dos. La durabilidad de las cosas tiene su signific� ción en
la autorretención de lo que se impone por sí mismo ' a modo
de adquisición definida. Lo que dura es limitado obstruc­
tivo, intolerante, y modifica el ambiente con sus p�opios as­
pectos. Pero no es autosuficiente. Los aspectos de todas
las cosas figuran en su misma naturaleza. Es sólo él mismo
en cuanto junta hacia su propia limitación el conjunto más
amplio en que él mismo se encuentra. Y a la inversa es
sólo é� mismo � condición de que impri�a sus aspectds a
ese mrsmo a�biente en que él se encuentra. El problema
de la evolucwn es el desarrollo de armonías durables de
f?r;nas de valor d�rables, que se elevan a más altas adqui­
SICiones de cosas aJenas a ellas. La adquisición estética está
engarzada en la contextura de la realización. La durabili­
dad de un ente representa la adquisición de un éxito esté­
tico limitado, aunque mirando más allá de sus efectos ex­
ternos represente un fracaso estético. Incluso dentro de sí
mismo, puede representar el conflicto entre un éxito infe­
rior y un fracaso más elevado. El conflicto es el presagio
del estallido.
El examen ulterior de la naturaleza de los objetos dura­
bles y de las condiciones que requieren, será de entidad
para el estudio de la doctrina de la evolución, dominante
en la seg�nda :r_nitad del siglo XIX. El punto que en esta
conferencia he mtentado poner en claro es que la poesía
con que la restauración romántica sentía la naturaleza, era
una protesta en defensa de la concepción orcránica
"' de la na­
turaleza, ;y también una protesta contra la idea de que el
;alor pudrera ser excluido de la esencia de la realidad. En
este de sus aspectos, el movimiento romántico puede ser
considerado . como un retorno a la protesta de Berkeley
formulada eren años antes. La reacción romántica era una
protesta en defensa del valor.

119
CAPÍTULO VI

EL SIGLO XIX

Mi conferencia anterior fué dedicada a la comparación


entre la poesía de la naturaleza del movimiento romántico
inglés y la filosofía científica materialista heredada del si­
glo xvrrr. Señaló la divergencia absoluta de esos dos mo­
vimientos de pensamiento. La conferencia continuó tam­
bién la empresa de trazar una filosofía objetivista capaz de
salvar el abismo entre la ciencia y aquella intuición funda­
mental de la especie humana que encuentra su expresión
en la poesía y su ejemplificación práctica en los presupues­
tos de la vida cotidiana. Pasado el siglo XIX, decayó el
movimiento romántico. No se extinguió totalmente, pero
perdió su clara unidad de río desbordante, y se dispersó
en varios estuarios al ponerse en contacto con otros intere­
ses humanos. La fe del siglo provenía de tres fuentes: una
de ellas era el movimiento romántico, acusado en la restau­
ración religiosa, en el arte y en las aspiraciones políticas;
otra fuente, el avance creciente de la ciencia abriendo nue­
vos cauces al pensamiento, y la tercera fuente, los progresos
de la técnica que cambiaron totalmente las condiciones de
la vida humana.
Cada una de estas fuentes de fe tiene su origen en el
período precedente. La misma Revolución Francesa fué el
primer hijo del romanticismo en la forma en que lo matizó
Rousseau. James vVatt obtuvo la patente para su máquina
de vapor en 1769. El progreso científico fué la gloria de
Francia y de la influencia francesa, a través de ese mismo
siglo.
] 20
Además, precisamente durante ese período anterior, las
corrientes interferían, se juntaban y chocaban entre sí; pero
no fué hasta el siglo XIX que el triple movimiento llegó a
ese pleno desarrollo y equilibrio peculiar, característicos de
los sesenta años que siguieron a la batalla de Waterloo.
Lo genuino y nuevo del siglo, a diferencia de todos los
anteriores, es su técnica, y no sólo la introducción de al­
gunos grandes inventos por separado. Es imposible no ad­
vertir que había algo más que eso. Por ejemplo, la escritura
fué un invento más grande que la máquina de vapor. Pero
al seguir la trayectoria continua del desarrollo de la escri­
tura, encontramos una diferencia inmensa en comparación
con la de 1� máquina de vapor. Huelga decir que importa
descartar ciertos precedentes de uno y otro invento espo­
rádicos y de escasa importancia, concentrando nuestra aten­
ción en los períodos en que efectivamente se elaboraron.
En lo que se refiere a la proporción del tiempo, resulta ab­
solutamente dispar, pues el desarrollo de la máquina de
vapor requirió unos cien años, mientras que el período de
formación de la escritura abarca unos mil años. Además,
cuando por último la escritura se hubo divulgado, el mundo
no esperaba que el próximo paso fuera a darlo la técnica.
El proceso del cambio fué lento, inconsciente e inesperado.
En el siglo XIX el proceso se precipitó, y la gente tenía
conciencia de él y lo aguardaba. La primera mitad del siglo
fué el período en que por vez primera se estableció y se sin­
tió con satisfacción esta nueva actitud hacia el cambio.
Fué un período de peculiar esperanza, en el mismo sentido
en que sesenta o setenta años después advertimos una nota
de desilusión o, por lo menos, de ansiedad.
El invento más grande del siglo XIX fué el invento del
método del invento. Un método nuevo llegaba a la vida.
Para entender nuestra época, es imposible hacer caso omiso
de ninguno de los detalles del cambio, tales como ferroca­
rriles, telégrafos, radio, máquinas de hilar, tintes sintéticos.
Tenemos que concentrarnos en el método mismo; ésa fué
la verdadera novedad que destrozó los fundamentos de la
civilización anterior. La profecía de Francis Bacon se ha­
bía cumplido, y el hombre, que en tiempos soñara llegar a
121
ser algo poco inferior a los ángeles, se avino a convertirse
en servidor y ministro de la naturaleza. Queda aún por
ver si es posible que el mismo actor desempeñe ambos pa­
peles.
Todo el cambio surgió de la nueva información científi­
ca. La ciencia, concebida no tanto en sus principios como
en sus resultados, es un notorio almacén de ideas para su
utilización; pero si queremos entender lo que sucedió du­
rante ese siglo, la imagen de la mina nos servirá mejor que
la del almacén. Por otra parte, es un gran error pensar que
la pura idea científica es el invento requerido, de suerte
que sólo tiene que ser captada y utilizada. Entre una cosa
y otra media un intenso período de proyectos imaginativos.
Un factor del nuevo método fué precisamente el descubri­
miento de cómo p'Jdía lanzarse un puente que salvara el
precipicio entre las ideas científicas y el producto defini­
tivo. Es un proceso de ataque disciplinado de sucesivas di­
ficultades.
Las posibilidades de la técnica moderna fueron práctica­
mente realizadas por vez primera en Inglaterra gracias a la
energía ee una clase media próspera. Por lo tanto, es de
este punto que arranca la revolución industrial. Pero fue­
ron los alemanes los que realmente pusieron en práctica los
métodos gracias a los cuales fué posible llegar a los filones
más profundos de la mina de la ciencia. Fué obra suya la
abolición de los métodos azarosos de la erudición. En sus
escuelas y universidades técnicas, el progreso no tenía que
aguardar al genio ocasional o al pensamiento afortunado
fortuito. Sus hazañas en el campo de la erudición durante
el siglo XIX les valieron la admiración del mundo. La dis­
ciplina del conocimiento se aplica más allá de la técnica a
la ciencia pura y más allá de ésta a la erudición general.
Representa el cambio del amateur al profesional.
Fueron siempre hombres que consagraron su vida a re­
giones del pensamiento definidas. De un modo especial, ju­
risconsultos y clérigos de las iglesias cristianas constituyen
ejemplos claros de semejante especialización. Pero la plena
realización consciente del poder del profesionalismo en el co­
nocimiento en todos sus campos y del camino para producir
122
los profesionales y de la importancia del conocimiento para
el progreso de la técnica, y de los métodos por medio de los
cuales el conocimiento abstracto puede ser conectado con la
técnica, y de las infinitas posibilidades del progreso técnico;
la realización de todas esas cosas fué lograda por vez pri­
mera de un modo completo en el siglo XIX, y entre los di­
versos países, principalmente en Alemania.
En el pasado el hombre vivía en carreta de bueyes; en
el futuro vivirá en aeroplano, y el cambio de velocidad va
acompañado de una diferencia de cualidad.
No siempre resultó totalmente una ganancia la transfor­
mación del campo del conocimiento de esta suerte obteni­
da; por lo menos, existen en ella peligros implícitos, aun­
que es innegable que ha habido un incremento de eficien­
cia. Reservo para mi próxima conferencia el estudio de los
diversos efectos que la nueva situación ha originado en la
vida social. De momento baste la observación de que esta
situación nueva de progreso disciplinado, es la sede en que
se desarrolló el pensamiento del siglo.
En el período que estudiamos, cuatro grandes ideas nue­
vas fueron introducidas en la ciencia teorética. Desde lue­
go, es posible aducir buenas razones para ampliar mi lista
mucho más allá del número cuatro. Pero yo me detengo en
ideas que, tomadas en su significación más amplia, son
vitales para los ensayos modernos de reconstruir los fun­
damentos de la ciencia física.
Dos de esas ideas son antitéticas y voy a examinarlas
conjuntamente. No nos ocupamos de los detalles sino de
las influencias últimas sobre el pensamiento. Una de esas
ideas es la de un campo de actividad física ocupando todo
el espacio , incluso allí donde existe un vacío notorio. Esta
noción se les ocurrió a varios pensadores y en formas dis­
tintas. Recordemos el axioma medioeval de que a la natu­
raleza le repugna el vacío. Por otra parte, los torbellinos
de Descartes parecieron en una ocasión -en el siglo xvii­
quedar establecidos como -postulado científico. Newton
c""reía que la gravitación era causada por algo que ocurría
en un medio. Pero, en conjunto, nada se hizo con estas ideas
en el siglo xvm. El paso de la luz era explicado a la ma-
123
nera de N ewton, por la evaswn de corpúsculos diminutos
que, naturalmente, dejaban espacio para un vacío. Los fí­
sicos matemáticos estaban demasiado ocupados en deducir
las consecuencias de la teoría de la gravitación para preocu­
parse por las causas, y tampoco habrían sabido dónde bus­
car si la cuestión les hubiese interesado. Se trataba de es­
peculaciones, pero su importancia no era grande. Por c?n­
sigui,�nte, al comenzar el siglo XIX no tenía lugar efectivo
en lá ciencia la noción de fenómenos físicos que ocuparan
todo el espacio. Esta noción se agitó de dos distintas fuen­
tes. La teoría ondulatoria de la luz triunfó gracias a 'l'ho­
mas Young y a Fresnel. Este pretende que a través del
espacio tiene que haber algo que pueda ondular. En con­
secuencia, se presentó al éter como una especie de materia
sutil que todo lo invade. Por otra parte, en manos de Clerk
l\1:axwell, la teoría del electromagnetismo asumió finalmen­
te una forma en la que se pretendía que a través de todo
el espacio tenía que haber fenómenos electromagnéticos. La
teoría completa de l\1:axwell no quedó formada hasta la oc­
tava década del siglo xrx; pero había sido preparada por
varios grandes hombres: Ampere, Oersted, Faraday. De
acuerdo con el panorama materialista a la sazón imperante,
esos fenómenos electromagnéticos requerían, a su vez, una
materia en que ocurrieran. De esta suerte se volvió a echar
mano del éter. Entonces l\faxwell demostró, como primicia
de su teoría, que las ondas de luz eran simplemente ondas
de sus fenómenos electromagnéticos. Y así, la teoría del
electromagnetismo absorbió la de la luz. Era una gran sim­
plificación, y nadie duda de su verdad. Pero tuvo un efecto
desafortunado en cuanto concernía al materialismo, pues
mientras una clase absolutamente simple de éter elástico
bastaba para la luz tomada en sí misma, el éter electromag­
nético había de estar dotado precisamente de aquellas pro­
piedades necesarias para la producción de los fenómenos
electromagnéticos. De hecho, pasó a ser una mera denomina­
ción para la materia que se pretende sirve de soporte a esos
fenómenos. Si no nos decidimos a sostener la teoría meta­
física que nos hace postular un éter semejante, podemos
descartarlo, puesto que carece de vida independiente.
124
De esta suerte fueron establecidas en la octava década
del pasado siglo algunas ciencias físicas principales, asen­
c
tándose sobre una base que presuponía la idea de o ti i­n nu

dad. Por otro lado, la idea de atomicidad había sido intro­


ducida por John Dalton, completando la labor de Lavoisier
en orden a la fundación de la química. Esta es la segunda
gran noción. La materia ordinaria era concebida como ató­
mica: los efectos electromagnéticos fueron concebidos como
surgiendo de un campo continuo.
No existía contradicción. En primer lugar, las nociones
son antitéticas; pero, prescindiendo de incorporaciones con­
cretas, no son lógicamente contradictorias. En segundo lu­
gar, fueron aplicadas a distintos sectores científicos: una
a la química y la otra al electromagnetismo. Y, hasta aho­
ra, no se han registrado más que muy vagos síntomas de
colisión entre ambas.
La noción de la materia como atómica tiene una larga
historia. Demócrito y Lucrecio acuden en seguida a nues­
tra mente. Cuando hablo de estas ideas como nuevas, quie­
ro decir sólo relativamente nuevas, habida cuenta del ajus­
te de ideas que formó la base eficiente de la ciencia durante
el siglo xvnr. Al examinar la historia del pensamiento, es
necesario distinguir las corrientes reales, determinantes de
un período de pensamientos inoperantes sostenidos de un
modo casual. En el siglo xvm, toda persona cultivada leía
a Lucrecio y compartía sus ideas acerca de los átomos; pero
John Dalton las hizo eficientes en la corriente de la ciencia,
y en esta función de eficiencia era la atomicidad una idea
nueva.
El influjo de la atomicidad no se limitó a la química. La
célula viva es para la biología lo que el electrón y el pro­
tón son para la física. Prescindiendo de células y de agre­
gados de células, no hay fenómenos biológicos. La teoría de
la célula fué introducida en la biología simultáneamente con
la teoría atómica de Dalton, pero independientemente de
ésta. Las dos teorías son ejemplificaciones independien­
tes de la misma idea de "atomismo". La teoría de la cé­
lula biológica fué un desarrollo gradual, y una simple lista
de fechas y nombres pone de relieve el hecho de que las
125
ciencias biológicas, como esquemas efectivos de pensamien­
to, tienen escuetamente cien años de antigüedad. Bichat
elaboró en 1801 una teoría del tejido; Johannes 1\tlüller des­
cribió en 1835 las "células" y demostró hechos relativos a su
naturaleza y relaciones; Schleiden en 1838 y Schwann en
1839 establecieron, por último, su carácter fundamental. Por
lo tanto, hasta 1840 tanto la biología como la química se
apoyaron en una base atómica. El triunfo final del atomismo
tuvo que aguardar a que llegaran los electrones a fines de
siglo. La importancia del fondo imaginativo se pone de re­
lieve con el hecho de que casi medio siglo después de que
Dalton hiciera su obra, otro químico, Louis Pasteur, llevó
estas mismas ideas de atomicidad mucho más lejos aún en
la región de la biología. La teoría de la célula y la obra de
Pasteur eran en muchos aspectos más revolucionarias que
la de Dalton, pues introducían la noción de organismo en
el mundo de los seres infinitamente pequeños. Ha habido
una tendencia a tratar el átomo como ente último, suscep­
tible solamente de relaciones exteriores. Esta postura in­
telectual se vino abajo bajo el influjo de la ley periódica de
lVlendeleef. Pero Pasteur mostró la importancia decisiva de
la idea de organismo en la fase de la magnitud infinitesimal.
Los astrónomos nos habían mostrado cuán grande es el
universo. Los químico s y biólogos nos enseñaron cuán pe­
queño es. En la práctica científica moderna existe una fa­
mosa norma de longitud; es más bien pequeña: para obte­
nerla hay que dividir un centímetro en cien millones de
partes, y tomar cada una de ellas. Los organismos de Pas­
tcur eran bastante más grandes que esa longitud. Comparán­
dolos con los átomos, sabemos que hay organismos para
los cuales semejantes distancias resultan incómodamente
grandes.
Las dos restantes ideas nuevas que hay que adscribir a
la época, se halhm rclacit1nadas, ambas, con la noción de
transición o cambio. Son la doctrina de la conservación de
la energía y la doctrina de la evolución.
La doctrina de la energía tiene que ver con la noción
de la permanencia cuantitativa a través del cambio; la
doctrina ele la evolución, con el nacimiento de nuevos orga-

126
nismos como resultado del azar. La teoría de la energía se
asienta en los dominios ee la física. La de la evolución en
los de la biología principalmente, aunque ya antes había si­
do tomada de paso por Kant y Laplace en relación con la
formación de soles y planetas.
La acción convergente del nuevo poder para el pro(J'reso
científico, resultante de estas cuatro ideas. transfor�ó el
período central del siglo en una orgía de trjunfo científico.
Hombres de clara visión, de la clase de los que tan clara­
mente se equivocan, proclamaron entonces que los secretos
del universo físico quedaban finalmente descubiertos. Bas­
ta sólo hacer caso omiso de todo lo que se resiste a entrar
en nuestros cuadros, para que nuestros poderes de expli­
cación res�lten ilimitados. Por otra parte, hombres de ideas
confusas, mcrementaban su propia confusión colocándose
en la s posiciones más indefendibles. El dogmatismo instruí­
do, asociado a la preterición de los hechos cruciales, sufrió
una grave derrota a manos de los paladines científicos de
las nuevas rutas. Así, a la excitación producida por la re­
volución técnica, vino a sumarse la debida a las perspec­
tivas descubiertas por la teoría científica. Se hallaban a un
tiempo en proceso de transformación las bases materiales
y las espirituales de la vida social. Cuando el siglo llegó a
su último cuarto, sus tres fuentes de inspiración (la román­
tica, la técnica y la científica) habían consumado su obra.
Entonces, casi súbitamente, se produjo una pausa, y en
sus últimos veinte años terminó el siglo con una de las fa­
ses más deslucidas que desde la época de la pr:mera cru­
zada registra la historia del pensamiento; era un eco del
siglo xvm, pero le faltaba un Voltaire y la gracia impúdi­
ca de los aristócratas franceses. El período era eficiente,
deslucido y perplejo. Celebraba el triunfo del hombre pro­
f€sional.
Pero volviendo la mirada hacia ese período de pausa, po­
demos advertir signos de cambio. En primer lu(J'ar, las con­
diciones modernas de la investigación sistemática impiden
un estancamiento absoluto . En todas las ramas de la cien­
cia hubo un progreso efectivo, y además rápido, aunque de
algún modo limitado estrictamente dentro del círculo de

127
ideas aceptadas por cada rama. Fué una época de ortodoxia
científica llena de éxitos, sin que viniera a turbarla un ex­
ceso en materia de pensar más allá de las convenciones.
En segundo lugar, podemos ver actualmente que se ha­
llaba en peligro el prestigio del materialismo científico co­
mo esquema de pensamiento para el uso de la ciencia. La
conservación de la energía proporcionaba un nuevo tipo de
permane_ncia cuantitativa. Bien es verdad que la energía
podía ser construída a modo de algo subsidiario a la ma­
teria. Pero, sea como fuere, la noción demasa iba perdiendo
su preeminencia exclusiva de cantidad permanente final
única. lVIás adelante, encontramos invertidas las relaciones
de masa y energía, de suerte que ahora masa pasó a ser la
denominación de una cantidad de energía considerada en
relación con alguno de sus efectos dinámicos. Esta tenden­
cia del pensamiento conduce a la noción de energía como
fundamental, posición de la que desplazó a la materia. Pero
energía es simplemente la denominación del aspecto cuanti­
tativo de una estructura de acaecimientos; dicho con pocas
palabras: depende de la noción del funcionamiento de un
organismo. Es la cuestión siguiente: ¿podemos definir un
organismo sin recurrir al concepto de materia en locación
simple? Más adelante tendremos que estudiar más detalla­
damente este punto.
La misma relegación de la materia al fondo se da en re­
lación con los campos electromagnéticos. La teoría moderna
presupone acaecimientos en ese campo divorciados de la
dependencia inmediata de la materia. Es corriente prever
un éter como sustrato. Pero el éter no entra realmente en
la teoría. Así, la materia pierde de nuevo su posición fun­
damental. Además, el átomo se transforma a su vez en or­
ganismo, y, por último, la teoría de la evolución no es otra
cosa que el análisis de las condiciones para la formación
y subsistencia de varios tipos de organismos. Realmente, uno
de los hechos más significativos de este último período es el
progreso de las ciencias biológicas. Estas son esencialmente
ciencias relativas a organismos. Durante la época en cues­
tión, y en realidad también en los momentos actuales, el
prestigio de la forma científica más perfecta, pertenece a
128
las ciencias físicas. En consecuencia, la biología remeda la
manera de la física. Es ortodoxo sostener que no hay en
biología nada que no sea mecanismo físico en circunstan­
cias un tanto más complejas.
Una dificultad de esta postura es la confusión presente en
cuanto a los conceptos básicos de la ciencia física. La misma
dificultad afecta también a la doctrina opuesta del vita­
lismo, puesto que en esta última teoría se acepta el hecho
del mecanicismo -quiero decir del mecanicismo basado en el
materialismo-, añadiéndose un control vital para explicar
las acciones de los cuerpos vivos. No se acaba de entender
demasiado claramente que las distintas leyes físicas, que
parecen ser de aplicación a la conducta de los átomos, no
resulten mutuamente compatibles en la forma en que se las
enuncia en la actualidad. La apelación al mecanicismo en de­
fensa de la biología fué en sus orígenes una apelación a
los conceptos físicos dotados de bien acreditada consisten­
cia propia en cuanto expresivos de la base de todos los fe­
nómenos naturales. Pero en la actualidad no hay semejante
sistema de conceptos.
La ciencia está adoptando un nuevo aspecto que no es
puramente físico ni puramente biológico. Se está transfor­
mando en estudio del organismo. La biología es el estudio
del organismo más grande, a diferencia de la física, que lo
es del más pequeño. Hay otra diferencia entre las dos divi­
siones de la ciencia. Los organismos de la biología incluyen
como ingredientes los más pequeños organismos de la física;
pero hasta el momento presente no hay pruebas de que los
más pequeños de los organismos físico s puedan ser analiza­
dos en calidad de organismos componentes. Puede que sea
así, pero, en todo caso, nos encontrarnos ante la cuestión de
si no hay organismos primarios no susceptibles de ulterior
análisis. Parece sumamente improbable que haya un retorno
infinito en la naturaleza. Por consiguiente, una teoría de la
ciencia que deseche el materialismo, tiene que resolver la
cuestión relativa al carácter de esos entes primarios. Sobre
esta base sólo puede haber una contestación. Tenemos que
partir del acaecimiento como unidad última del fenóm eno
natural. Un acaecimiento tiene que ver con todo lo que
129
existe, v en particular con todos los demás acaecimientos.
Este e�trelazamiento de acaecimientos es producido por
los aspectos de aquellos objetos eternos, tales como colores,
sonidos, olores, caracteres geométricos, requeridos por la na­
turaleza y que no emergen de ella. l!n . objeto eterno ?eme­
jante será un ingrediente de un acaec�m�ento en el sentido, ?
aspecto, de que califique a otro acaecimiento. Hay una reci­
procidad de aspectos y hay módulos d� aspectos. Todo aca�­
cimiento corresponde a dos de esos modulas, a saber: el mo­
dulo de los aspectos de otros acaecimientos que capta en su
propia unidad, y los módulos de sus aspectos que o�ros acae­
cimientos a su vez captan en sus unidades respectivas. Por
consiguiente, una filosofía no materialísta de la natur.aleza
tiene que identificar a un organismo primario como siendo
la emérgencia de algún módulo particular en cuanto cap­
tado en la unidad de un acaecimiento real. Semejante mó­
dulo incluirá también los aspectos del acaecimiento en cues­
tión, en cuanto captados en otros acaecimientos, con lo c� al
esos otros acaecimientos reciben una modificación o parcial
determinación. Existe, pues, una realidad intrínseca y otra
extrínseca de un acaecimiento, a saber: el acaecimiento tal
como está en su propia prehensión, y el acaecimiento tal
como está en la prehensión de otros acaecimientos. El con­
cepto de un organismo incluye, en consecuencia, el concepto
de interacción de organismos. Las ideas científicas ordina­
rias de trasmisión y continuidad son, relativamente hablan­
do detalles relativos a los caracteres, empíricamente obser­
vados de estos modelos a través del espacio y del tiempo.
La te�is aquí sostenida es que las rela?iones de un . ac.aeci­
miento son internas en cuanto se refiere al acaecimiento
mismo; es decir, que son constitutivas de lo que en sí mismo
es el acaecimiento.
En la conferencia anterior llegamos también a la noción
de que un acaecimiento efectivo es un acierto por sí mismo,
una captación de diversos entes en un valor por razón de su
coexistencia real en ese modelo, con exclusión de otros en­
tes. No se trata de la mera coexistencia lógica de cosas sim­
plemente diversas, pues en tal caso, modifi� a�do. el dicho
de Bacon, "todos los objetos eternos senan. 1dentrcos entre

130
sí". Esta realidad significa que todas y cada una de las
esencias intrínsecas, es decir, lo que todos y cada uno de los
objetos eternos son en sí, adquieren importancia para el va­
lor singular limitado emergente en la modalidad del acae­
cimiento. Pero los valores difieren en importancia. Así,
aunque todo acaecimiento sea necesario para la comunidad
de los acaecimientos, el peso de su contribución está de­
terminado por algo intrínseco en sí. Nos corresponde exa­
I?-inar ahora cuál sea esa propiedad. La observación empí­
�lc� enseña que es ésta la propiedad que podemos llamar
mdiferentemente retención, durabilidad o reiteración. Esta
propiedad se añade a la recuperación -en defensa del valor
en medio de las transformaciones de la realidad- de la
auto-identidad, de la que disfrutan también los objetos
eternos primarios. La reiteración de una forma particular
(o formación) de valor dentro de un acaecimiento se pro­
duce cuando e.l acaecimiento como conjunto repite alguna
forma �a ofrecrda J?Or cada una de una sucesión de sus par­
tes. Asi, de cualqmer modo que analicemos el acaecimiento
a tenor del flujo de sus partes a través del tiempo se en­
cuentra siempre ante nosotros la cosa-por-sí-misma. De esta
suerte, el acaecimiento, en su propia realidad intrínseca re­
fleja en sí misn:o, en cuanto derivado de sus propias pa;tes,
aspectos ?el mismo valor hecho módulo que el que realiza
en su �ntidad completa: S� �ealiza, pues, a sí mismo bajo la
modalidad de un ente mdividual durable, con una historia­
de,-vida conte1�ida dentro de él mismo. A mayor abunda­
miento, la realidad extrínseca de semejante acaecimiento, en
cuanto reflejada en otros acaecimientos, toma esta misma
f ?rma de una individualidad durable, con la sola particula­
ridad de que en este caso la individualidad es implantada
a modo de reiteración de aspectos de ella misma en los acae­
cimientos ajenos que componen el ambiente.
La duración temporal total de semejante acaecimiento
sop? rte de un módulo reiterado, constituye su presente es�
pecwso. Dentro de este presente especioso el acaecimiento
se realiza a sí mismo a modo de totalidad, y al hacerlo así
también se realiza en cuanto agrupamiento conjunto de un
número de aspectos de sus propias partes temporales. El
131
módulo que se realiza en el acaecimiento total es siempre
el mismo, presentándose por cada una de estas partes por
medio de un aspecto de cada una de ellas captad3; en .la
coexistencia del acaecimiento total. Además, la anterior his­
toria-de-la-vida del mismo módulo, es presentada, por sus
aspectos, en este acaecimiento tot�l. �xiste, Pll:es, en este
acaecimiento, un recuerdo de la histona-de-la-vid� antece­
dente de su propio módulo dominante, .como �abiendo for­
mado un elemento de valor en su propiO ambiente ante�e­
dente. Esta prehensión concreta, desde dent�o, de la his­
toria-de-la-vida de un hecho durable, es analizable en d��
abstracciones, una de las cuales es el ente durable que surgw
como realidad, que había de ser ��nid.a e!! .cuen�a por otras
cosas, y la otra es la encarnacwn mdividualizada de la
subyacente energía de realización. . . .
El estudio del fluir general de acaecimientos mtroduce en
estos análisis una energía eterna subyacente en .cuya natura­
leza está un enfoque del reino de todos los obJetos et�rnos.
Semejante enfoque es el fundamento de los pensam�entos
individualizados que emergen como aspectos-pensam�entos
captados dentro de la historia-de�la-vida d.e los modulas
durables más sutiles y más compleJos. Tambien , en la natu­
raleza de la actividad eterna tiene que haber un :nfoq�e
de todos los valores alcanzables a base de una coeXIstenci.a
real de los objetos eternos, en cuanto contemplados en si­
tuaciones ideales. Esas situaciones ideales, aparte de toda
realidad, están desprovistas de valor intrínseco, pe:? s?n
valorables como factores en perspectiva. La prehenswn m­
dividualizada en acaecimientos individuales de asJ? ecto s .de
estas situaciones ideales, toma la forma de pensan;Ien:os m­
dividualizados, y en calidad de tal tiene v�lor 1"?-trmseco.
Así, el valor surge al existir ahora una coeXIstencia real de
los aspectos ideales, en cuanto ideados, con �os aspe�to � rea­
les en cuanto se hallan en vías de acaecer. 1 or consigUiente,
ni� aún valor uuede ser adscrito a la actividad subyacente en
cua�to divor;iada de los acaecimientos positivos del mundo
real. .
Por último, recapitulando esta marcha del pensan11ento, �a
actividad subyacente, en cuanto concebida aparte del hecho
132
de la realización, tiene tres tipos de enfoque, que son: pri­
mero, el enfoque de los objetos eternos; segundo, el enfo­
que de las posibilidades de valor con respecto a la síntesis
de los objetos eternos, y, por último, el enfoque de las rea­
lidades positivas que tienen que figurar en la situación to­
tal susceptible de lograrse por la adición de lo futuro. Pero
en abstracción de lo positivo, la actividad eterna está di­
vorciada del valor. Porque lo positivo es el valor. La per­
cepción individual dimanante de objetos durables variará
en su profundidad y amplitud individuales según el modo
en que el módulo domine su propia ruta. Puede representar
la más leve ondulación a modo de nota diferencial del sus­
trato general de energía; o, en el otro extremo, puede ele­
varse a pensamiento consciente, incluyendo en él el acto,
anterior a la conciencia de sí mismo, de examinar a fondo
las posibilidades de valor inherentes en varias situaciones
de coexistencia ideal. Los casos intermedios agruparán al­
rededor de la percepción individual a modo de enfoque (sin
auto-conciencia) de esa singular posibilidad inmediata de
consecución que ofrece la más cenada analogía con su pa­
sado inmediato, el relativo a los aspectos actuales que se
presentan para la prehensión. Las leyes de la física repre­
sentan el ajuste armónico de desarrollo que resulta de este
principio único de determinación. Así, la dinámica está do­
minada por un principio de acción mínima, cuyo carácter
detallado debe aprenderse por observación.
Las entidades materiales atómicas estudiadas en la cien­
cia física, son simulemente esta s entidades durables indi­
viduales, concebida� en abstracción de todo cuanto no con­
cierna a su mutuo juego de determinarse recíprocamente
sus rutas históricas de su historia-de-la-vida. Esos entes es­
tán formados en parte por la herencia do aspectos de su
propio pasado; pero también están formados en parte por
los aspectos de otros acaecimientos que integran sus ambien­
tes. Las leyes de la física son las que declaran cómo reac­
cionan mutuamente entre sí los entes. Para la física son
arbitrarias esas leyes, puesto que esa ciencia ha prescindido
de lo que los entes son en sí. Hemos visto que este hecho de
lo que los entes sean en sí, se presta a modificación por los
133
ambientes de éstos. Por consiguiente, la suposición de que no
hay que buscar modificación de estas leyes en ambientes
que tengan cualquier diferencia patente con respecto a los
ambientes para los cuales las leyes han sido observadas, es
muy insegura. Los entes físicos pueden ser modificados de
maneras muy esenciales, en cuanto a estas leyes se refiere.
Es posible incluso que sean desarrolladas en individualida­
des de tipos más fundamentales, con más amplia encarna­
ción de enfoque. Tal enfoque puede llegar a la realización
de un pesaje de valores alternativos haciendo uso de una
facultad de elegir fuera de las leyes físicas, y susceptible
de expresión únicamente en términos de propósito. Aparte
de semejantes posibilidades remotas, queda una deducción
inmediata de que un ente individual cuya propia historia­
de-la-vida es una parte dentro de la historia-de-la-vida de
algún módulo más grande, más profundo y más completo,
es susceptible de tener aspectos de ese módulo más grande
que domina su propio ser, y de experimentar modificaciones
de ese módulo más grande reflejadas en aquél como modifi­
caciones de su propio ser. Esta es la teoría del mecanicismo
orgánico.
Según esta teoría, la evolución de las leyes de la natura­
leza es concomitante a la evolución del módulo durable,
puesto que el estado general del universo, tal como actual­
mente es, determina en parte las mismas esencias de los
entes cuyos modos de funcionamiento expresan estas leyes.
El principio general es que en un nuevo ambiente hay una
evolución de los antiguos entes hacia formas nuevas.
Este trazado rápido de una teoría íntegramente orgánica
de la naturaleza nos permite entender los principales re­
quisitos de la doctrina de la evolución. La labor principal
proseguida durante esa pausa de fines del siglo xrx, fué la
absorción de esta doctrina como guía de la metodología de
todas las ramas de la ciencia. Con una ceguera, impuesta casi
a modo de castigo expiatorio de una reflexión precipitada,
superficial, muchos pensadores religiosos se opusieron a la
nueva doctrina, cuando, en realidad, una filosofía íntegra­
mente evolucionista es incompatible con el materialismo.
La materia originaria de que parte una filosofía materialista,
134
es incapaz de evolución. Esta materia es en sí la última
sustancia. En la teoría materialista, la evolución queda re­
legada al papel de ser otra palabra para la descripción de los
cambios de las relaciones exteriores entre porciones de mate­
ria. Nada hay para evolucionar, ya que una serie de rela­
ciones externas es tan buena como cualquier otra serie de
relaciones externas. Puede haber simplemente cambio, pero
sin pro�ósito ni progreso. Y, sin embargo, toda la tesis de
la doctrma moderna es la evolución de los organismos com­
plejos a partir de estados antecedentes de organismos menos
complejos. La doctrina proclama, de esta suerte, que una
concepción de organismo es fundamental para la naturaleza.
Requiere también una actividad subyacente -una actividad
sustancial- que se exprese en encarnaciones individuales
y que evolucione en logros de organismo. El organismo es
una unidad de valor emergente, una fusión real de los ca­
racteres de los objetos eternos, emergiendo por sí mismos.
Así, en el proceso de analizar el carácter de la naturaleza
en sí, el!.contramos que la emergencia de organismos depen­
de de una actividad selectiva afín al propósito. La tesis es
que los organismos durables son ahora el resultado de la
evolución, y que, fuera de estos organismos, nada más hay
que dure. En la teoría materialista hay materia -como
los cuerpos o la electricidad- que perdura. En la orgánica,
las únicas durabilidades son las estructuras de actividad, y
las estructuras son evolutivas.
Las cosas durables son, pues, resultado de un proceso
temporal, mientras que las eternas son los elementos reque­
ridos por la misma esencia del proceso. Podemos dar una
definición precisa de durabilidad del modo siguiente: Sea A
un acaecimiento penetrado por un módulo estructural dura­
ble. Entonces A puede ser subdividido exhaustivamente en
una su.cesión temporal . de acaecimientos. Sea B una parte
cualqmera. de A, obtemda sacando cualquiera de los acaeci­
mientos pertenecientes a una serie que así subdivide a A.
Entonces el módulo durable es un módulo de aspectos den­
tro del módulo completo prehendido en la unidad de A,
y es también un módulo dentro del módulo completo pre­
hendido en la unidad de todo sector temporal de A, tal co-
135
mo B . Por ejemplo, una molécula es un módulo exhibido en
un acaecimiento de un minuto, y de todo segundo de ese
minuto. Es obvio que semejante módulo durable puede ser
de mayor o menor importancia. Puede expresar algún he­
cho insignificante que conecte las actividades subyacentes
así individualizadas; o puede expresar alguna conexión muy
estrecha. Si el módulo que dura es simplemente derivado
de los diferentes aspectos del ambiente externo reflejado en
los puntos de vista de las diversas partes, entonces la du­
rabilidad es un hecho extrínseco de escasa importancia; pero
si el módulo durable se deriva totalmente de los aspectos
directos de las varias secciones temporales del acaecimiento
en cuest1ón, entonces la durabilidad es un hecho intrínseco
importante. Expresa una cierta unidad de carácter que une
las actividades individualizadas subyacentes. Hay entonces
un objeto durable con cierta unidad para sí y para el resto
de la naturaleza. Usemos el término "durabilidad física" pa­
ra expresar la durabilidad de este tipo. Entonces, durabili­
dad física es el proceso de inherir continuamente cierta iden­
tidad de carácter trasmitida a través de una ruta histórica
de acaecimientos. Este carácter pertenece a toda la ruta, y a
todo acaecimiento de la ruta. Esta es la propiedad exacta de
la materia. Si ha existido durante diez minutos, existió du­
rante cada minuto de aquellos diez y durante cada uno de
los segundos de todo minuto. Unicamente tomando la ma­

teria como lo fundamental, esta propiedad de durabilidad


es un hecho arbitrario en la base del orden de la naturaleza;
pero si tomamos el organisrno como fundamental, esta pro­
piedad es el resultado de la evolución.
A primera vista parece que un objeto físico, con su pro­
ceso de herencia de sí mismo, fuese independiente del am­
biente. Pero esa conclusión no está justificada. En efecto,
sean B y e dos secciones sucesivas en la vida de un objeto
tal que e suceda a B. Entonces el módulo durable en e es
heredado de B, y de otras partes antecedentes análogas de
su vida. Es trasmitido a e a través de B. Pero lo trasmitido
a e es el módulo completo de los aspectos derivados de un
acaecimiento tal como B. Estos módulos completos inclu­
yen el influjo del ambiente sobre B, y sobre las demás par-
136
tes antecedentes de la vida del objeto. Así, los aspectos com­
pletos de la vida antecedente son heredados como el mó­
dulo parcial que dura a través de todos los varios períodos
de la vida. De esta suerte, un ambiente favorable es esen­
cial para el mantenimiento de un objeto físico.
La naturalez�, tal como la conocemos, comprende enor­
mes permanencias. Hay las permanencias de la vida ordi­
naria. Las moléculas contenidas en las rocas más anti­
guas conocidas por los geólogos, pueden haber existido sin
cambio durante más de mil millones de años, no sólo sin
haber cambiado en sí, sino, además, tampoco en sus dispo­
siciones relativas entre sí. En aquel lapso el número de pul­
saciones de una molécula que vibrara con la frecuencia de
la luz amarilla del sodio, sería aproximadamente de 1 6,3
3
163.000 X (106) Hasta hace poco tiempo, un áto­

X 1022 =

mo era indestructible aparentemente. Ahora lo sabemos me­


jor. Pero el átomo indestructible ha sido sucedido por el
electrón aparentemente indestructible y por el protón in­
destructible.
Otro hecho que necesita explicación es la gran seme­
janza de estos objetos prácticamente indestructibles. To­
dos los electrones son muy semejantes entre sí. No sería
lícito ir más allá de lo demostrado y decir que son idén­
ticos; en todo caso, nuestros poderes de observación no des­
cubren diferencias de ninguna clase. De un modo análogo,
todos los núcleos de hidrógeno son parejos. Además, nota­
mos el gran número de esos objetos análogos. Los hay a
montones. Parece como si cierta similaridad resultara con­
dición favorable para la durabilidad. También el buen sen­
tido sugiere esta conclusión. Para que puedan supervivir' es
necesario que los organismos trabajen conjuntamente.
En consecuencia, la Iiave para el mecanismo de la evolu­
ción es la necesidad, para la evolución, de un ambiente pro­
picio, conjuntamente con la evolución de todo tipo especí­
fico de organismos durables de gran permanencia. Todo ob­
jeto físico que por su influjo deteriora su ambiente, comete
un suicidio.
Uno de los modos más simples de desarrollar un ambiente
favorable concomitantemente al desarrollo del organismo
137
individual, es que el influjo de cada- organismo sea favorable
a la durabilidad de los demás organismos del mismo tipo.
Si, además, el organismo favorece también el desarrollo de
otros organismos del mismo tipo, habremos obtenido en­
tonces un mecanismo de evolución adecuado para producir
el estado observado de grandes multitudes de entes análo­
gos, con elevada capacidad de durabilidad, puesto que el
ambiente se desarrolla automáticamente con la especie, y
ésta con el ambiente.
La primera cuestión que debemos plantearnos es si hay
alguna prueba directa de semejante mecanismo de la evo­
lución de organismos durables. En la naturaleza examinada,
conviene recordar que no sólo hay organismos básicos cu­
yos ingredientes sean simplemente aspectos de objetos eter­
nos; hay también organismos de organismos. Supongamos
por un momento y para mayor simplicidad, aunque no ten­
gamos ninguna prueba de ello , que los electrones y los nú­
cleos de hidrógeno sean esos organismos básicos. Entonces
los átomos, y las moléculas, son organismos de un tipo más
elevado, que representan, además, una unidad orgánica de­
finida compacta. Pero cuando llegamos a agregados más
grandes de materia, la unidad orgánica se desvanece hacia
el fondo. Resulta ser sólo opaca y elemental. Existe, pero el
módulo es vago e indeciso. Es un mero agregado de efec­
tos. Cuando llegamos a los seres vivos, reaparece lo definido
del módulo, y el carácter orgánico vuelve a recuperar la
prominencia. En consecuencia, las leyes características de la
materia inorgánica son principalmente los promedios esta­
dísticos resultantes de agregados confusos. Distan tanto de
arrojar luz sobre la naturaleza última de las cosas que os­
curecen y obliteran los caracteres individuales de los orga­
nismos individuales. Si deseamos arrojar luz sobre los he­
chos que se refieren a los organismos, tenemos que estudiar
las moléculas y electrones individuales o los seres vivos in­
dividuales. Entre unos y otros encontramos una confusión
relativa. En este caso, la dificultad de estudiar la molécula
estriba en que conozcamos tan poca cosa de su historia-de­
la-vida. Es imposible tener a un individuo en continua ob­
servación. En general, nos ocupamos de ellos en grandes
138
agregados. Por lo que a los individuos se refiere, un gran
experimentador proyecta a veces con dificultad una luz vi­
vísima sobre uno de ellos, y observa justamente un tipo de
efecto instantáneo. Por consiguiente, la historia del funcio­
namiento de las moléculas individuales, o de los electrones,
está en gran parte escondida a nuestras miradas.
Pero tratándose de seres vivos, podemos seguir la histo­
ria de los individuos. En este caso encontramos exactamente
el mecanismo que a tal objeto se requiere. En primer lugar,
hay la propagación de la especie por individuos ee la misma
especie. Hay también la preparación cuidadosa del ambiente
propicio para la persistencia de la familia, de la raza, o la
producción de semilla en el fruto.
Es evidente, sin embargo, que he explicado en términos
que resultan demasiado simples el mecanismo evolucionista.
Encontramos asociada s especies de cosas vivas, que se pro­
porcionan mutuamente un ambiente propicio. Así, exacta­
mente igual que los miembros de la misma especie se ayu­
dan mutuamente, se ayudan también entre sí los miembros
de las especies asociadas. Encontramos el hecho rudimen­
tario de la asociación en la existencia de las dos especies:
electrones y núcleos de hidrógeno. La simplicidad de la
asociación dual y la aparente ausencia de competencia pro­
cedente de otras especies antagónicas, contribuyen a la for­
midable persistencia que encontramos entre ellos.
Hay, pues, dos lados de la maquinaria implicados en el
desarrollo de la naturaleza. Por un lado, hay un ambiente
dado con organismos que se adaptan a él. El materialismo
científico de la época en cuestión insiste en este aspecto.
Partiendo de este punto de vista, hay una cantidad de mate­
ria dada, y sólo un número limitado de organismos pueden
aprovecharse de ella. El carácter de dado del ambiente lo
domina todo. Por consiguiente, las últimas palabras de la
ciencia parecían ser la "lucha por la existencia", y la "selec­
ción natural". Las obras del propio Darwin serán ejemplares
para todos los tiempos por su negativa a ir más allá de la
evidencia directa, y su cuidadosa ponderación de todas las
hipótesis posibles. Pero esas virtudes no resplandecen con
la misma claridad en sus sucesores y menos aún en los de
139
su campo. La imaginación de los sociólogos y publicistas eu­
ropeos quedó empañada por la atención exclusiva a este
aspecto de los intereses en conflicto. Prevaleció la idea de
que era una nota de sano realismo intelectual el descartar
las con�ideraciones étic�s én la determinación de la gestión
de los mtereses comercmles y nacionales.
El otro aspecto de la maquinaria evolutiva, el aspecto
de que se hecho caso omiso, es el expresado por la pala­
bra Los organismos pueden crear su propio
ambiente. Para este objeto, el organismo aislado es poco
menos que impotente. Para reunir las fuerzas adecuadas se
requieren sociedades de organismos cooperantes. Pero con
esa cooperación y en proporción al esfuerzo invertido el
am�i�nte tiene una maleabilidad que altera todo el aspec­
to ehco de la evolución.
En los tiempos actuales y en los inmediatamente prece­
dentes impera un estado de perplejidad espiritual. La ma­
yor maleabilidad del ambiente para la humanidad, como
resultado de los progresos de la técnica científica se viene
interpretando en términos de hábitos de pensamiento que
encuentran su justificación en la teoría de un ambiente
fijo. , 1

El enigma �el universo no es tan simple. Hay el aspect�


de perm.ane�cJa en. que un determinado tipo de adquisición
es repetido mtermmablemente por lo que es en sí y hay el
aspec�o de transición a otras cosas, que puede se; de valor
superiOr lo mismo que de valor inferior. Hay también sus
aspectos de lucha y de colaboración amistosa. Pero las
quimeras románticas no están más cerca de la política real
de lo que lo está el altruísmo romántico .

140
CAPÍTULO VII

LA RELATIVIDAD

En las anteriores conferencias de este curso hemos exa­


minado las condiciones precedentes que condujeron al mo­
vimiento científico, y seguimos la marcha del pensamiento
desde el siglo XVI al xrx. En ese último siglo la historia se
dispersa en tres partes en cuanto cabe agruparla alrededor
de la ciencia. Estas divisiones son:· el contacto entre el
movimiento romántico y la ciencia, el desarrollo de la téc­
nica y de la física en la primera parte del siglo y, por último,
la teoría de la evolución combinada con el adelanto general
de las ciencias biológicas.
La nota dominante de todo ese período de tres siglos es
que la doctrina del materialismo proporcionaba una base
adecuada para los conceptos de la ciencia. Era una tesis
prácticamente indiscutida. Si se necesitaban undulaciones,
se ofrecía el éter para que realizara las funciones de una
materia undulatoria. Para poner de relieve toda la suposi­
ción así implicada, he trazado las líneas generales de una
doctrina alternativa de la teoría orgánica de la naturaleza.
En la última conferencia se hizo destacar que los desarro­
llos biológicos, la doctrina de la evolución, la doctrina de
la energía y las teorías moleculares socavaron rápidamente
el prestigio del materialismo ortodoxo. Pero hasta termi­
nado el siglo nadie había sacado tal conclusión. El mate­
rialismo mantenía su plena soberanía.
La nota de la época presente es que con respecto a la
materia, al espacio, al tiempo y a la energía se han obser-
141
vado fenómenos tan complejos que se ha desvanecido la
simple seguridad de las antiguas suposiciones ortodoxas.
Huelga decir que no pueden quedar como las dejara N ewton
ni siquiera como las dejara Clerk Maxwell. Es de todo punto
nece.saria una reorganización. La nueva situación del pen­
sannento de nuestros días surge del hecho de que la teoría
científica va más allá del sentido común. El ajuste here­
dado por el siglo xvm constituía un triunfo del sentido
común organizado. Se había desembarazado de las fanta­
sías medievales y de los torbellinos cartesianos. En su re­
sultado último había dado rienda suelta a sus tendencias
antirracionalistas derivadas de la revolución histórica del
período de la Reforma. Se fundaba en lo que todo hombre
de buen sentido podía ver con sus propios ojos, o con un
microscopio de mediana potencia. lVIedía las cosas que noto­
riamente habían de medirse y generalizaba las que notoria­
mente habían de generalizarse. Por ejemplo, generalizaba
las concepciones ordinarias de peso y solidez. El siglo xvnr
se había inaugurado con la confianza tranquila de que en
último extremo se había emancipado del absurdo. En la
actualidad nos encontramos en el polo opuesto del pensa­
mi ;nto. Sólo Dios sabe si lo que parece un absurdo , no po­
dra ser demostrado mañana como verdad. Hemos vuelto a
algunas de las entonaciones de los primeros tiempos del si­
glo xrx, aunque en un nivel imaginativo superior.
La razón de que nos encontremos en un nivel imaginativo
superior estriba no en que tengamos una imaginación más
refinada, sino en que poseemos mejores instrumentos. El
acontecimiento más importante ocurrido en la ciencia du­
rante los últimos cuarenta años, ha sido el progreso de sus
objetos instrumentales. Este progreso ha sido debido en
parte a uno s pocos hombres geniales, tales como lVIichelson
y los ópticos alemanes. Es debido también al progreso del
proceso técnico de la manufactura, especialmente en el
sector de la metalurgia. El inventor tiene actualmepte a
su disposición multitud de materiales de propiedades físi­
cas diferentes. De esta suerte puede contar con que ob­
tendrá el material que desee, y éste puede darle margen a
las formas que desea, dentro de muy estrechos límites de
142
tolerancia. Estos instrumentos han puesto al pensamiento
en un nuevo nivel. Un instrumento nuevo actúa a modo
de viaje por el extranjero, pues presenta las cosas en com­
binaciones insólitas. El beneficio obtenido es más que una
mera adición: es una transformación. Los adelantos en la
ingeniosidad experimental son quizás debidos también a la
mayor proporción de medios nacionales que en la actuali­
dad se consagran a las investigaciones científicas. En todo
caso, cualquiera que sea la causa, los experimentos sutiles
e ingeniosos han abundado dentro de la pasada generación,
y el resultado de ello ha sido que una gran cantidad de
informaciones se ha acumulado en regiones de la naturaleza
muy alejadas de la experiencia ordinaria de los hombres.
Dos famosos experimentos -uno ideado por Galileo en
los comienzos del movimiento científico, y otro por Michel­
son con la eyuda de su famoso interferómetro, realizado
por vez primera en 1881 y repetido en 1887 y 1905- ilus­
tran las aserciones que acabo de hacer. Galileo dejó caer
desde lo alto de la torre inclinada de Pisa objetos pesados,
y demostró que cuerpos de pesos diferentes, soltados simul­
táneamente, llegarían juntos al suelo. En cuanto a habilidad
de experimentación y a perfección del instrumental emplea­
do, este experimento podía haberse hecho perfectamente
dentro de los cinco mil años anteriores. Las ideas impli­
cadas se referían simplemente a peso y velocidad de movi­
miento , ideas familiares en la vida ordinaria. Todo este
grupo de ideas pudo haber sido corriente entre los alle­
gados del rey Minos de Creta cuando desde las altas mu­
rallas que se erguían en la costa dejaban caer piedras al
mar. No nos e s posible demostrar muy detalladamente
que la ciencia se iniciara con la organización de experien­
cias ordinarias. Fué de este modo que confluyó tan pron­
tamente con los criterios antirracionalistas de la rebelión
histórica. No fué indagando los sentidos últimos. Se limitó
a in.v;estigar las conexiones reguladoras de la sucesión de
fenómenos notorios.
El experimento de J\1ichelson no pudo ser efectuado antes
del tiempo en que lo fué. Para él se requería el progreso
general de la técnica y el genio de Michelson. Se refiere
143
a la determinación del movimiento de la Tiena a través
del éter, y supone que la luz consta de ondas de vibración
que avanzan de un modo fijo a través del éter en todas
direcciones. También, desde luego, que la Tiena se mueve
a través del éter y el aparato de Michelson con la Tierra.
En el centro del aparato un rayo de luz se divide de suerte
que una mitad del rayo va en una dirección a lo largo del
aparato durante una distancia dada, reflejándose luego ha­
cia el centro por un espejo que hay en el aparato. La otra
mitad del rayo recone la misma, distancia a través del apa­
rato en una dirección que corta en ángulo recto el rayo
anterior y reflejándose también luego en el centro. Estos
rayos reunidos se reflejan entonces en una pantalla en el
aparato. Tomando la s precauciones necesarias, se verán
fajas de interferencia, a saber, bandas de oscuridad donde
las crestas de las ondas de uno de los rayos hayan ocupado
las depresiones de los demás rayos, debidas a una escasa
diferencia en las longitudes de trayectoria de los dos me­
dios rayos, hasta ciertas partes de las pantallas. Estas dife­
rencias de longitud resultarán afectadas por el movimiento
de la Tierra , puesto que lo que cuenta son las longitudes
de trayectoria en el éter. Así, dado que el aparato se mueve
con la Tierra, la trayectoria de un medio rayo resultará
alterada por el movimiento de un modo diferente que la
tra;yectoria del otro medio rayo. Imaginémonos a nosotros
mismos moviéndonos en un vagón de ferrocarril, primero a
lo largo del tren y luego a través del tren, y fijémonos en
nuestra trayectoria en la marcha del ferrocarril, que en
esta comparación conesponde al éter. En este momento,
el movimiento de la Tierra es muy lento comparado con el
de la luz. Así, en esta analogía tenemos que concebir al
tren casi como parado y a nosotros mismos como mo­
viéndonos muy rápidamente.
En el experimento, este efecto del movimiento de la Tie­
rra afectaría a las posiciones de las fajas de interferencia
sobre la pantalla. Además, si se hace girar el aparato , por
un ángulo recto, el efecto del movimiento de la Tierra sobre
los dos medios rayos será intercambiado, y trasmudadas
las posiciones de las fajas de interferencia. Podemos cal-
144
cular el pequeño cambio que resultaría como consecuencia
del movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Además, hay
que añadir a este efecto el debido al movimiento del Sol .a

ti·avés del éter. La exactitud del instrumento puede ser


aquilatada, y probarse que estos efectos de desviación son
lo bastante grandes para que aquél los registre. Pero el
caso es que nada se observó. No se produjo desplaza­
miento al dar vuelta al instrumento.
La conclusión es que la Tierra se halla siempre estacio­
naria en el éter o que hay algo equivocado en lo s principios
fundamentales en que se basa la interpretación del expe­
rimento. Huelga decir que en este experimento nos halla­
mos muy lejos de los juegos e ideas de los hijos del rey de
Minos. Las ideas de un éter, de ondas en él, del movimiento
de la Tierra a través del éter y del interferómetro de Mi­
chelson, están muy alejadas de la experiencia ordinaria.
Pero por remotas que estén, son simples y evidentes com­
paradas con la explicación aceptada para el resultado
frustrado del experimento.
Esta explicación se basa en que las ideas de espacio y
tiempo empleadas en la ciencia están concebidas con exce­
sivo simplismo y necesitan ser modificadas. Esta conclu­
sión constituye un desafío directo al sentido común, porque
la ciencia anterior había alambicado solamente sobre las
concepc:ones ordinarias de la gente corriente. Semejante
reorganización radical de las ideas no habría sido adoptada
si no hubiese contado también con el apoyo de varias otras
experiencias que no es necesario examinar aquí. Alguna
forma de la teoría de la relatividad parece ser el camino
más simple para explicar un gran número de hechos que
de no hacerlo así requerirían cada uno de ellos una explica­
c:ón ad hoc. Esta teoría, por consiguiente, no cuenta sim­
plemente con los experimentos que dieron lugar a ella.
El punto central de la explicación es que todo instru­
mento, tal como el aparato usado por lYiichelson en su expe­
rimento, registra necesariamente la velocidad de la luz como
teniendo una sola velocidad definida con respecto a él.
Quiero decir que un interferómetro en un cometa y un
interferómetro en la Tierra darían necesariamente la velo-
145
c:dad de la luz, con respecto a sí mismos, como teniendo el
mismo valor. Esto es una paradoja notoria, puesto que la
luz se mueve a través del éter con una velocidad definida.
En consecuencia ' de dos cuerpos, el cometa y la Tierra,
se muevan a través del éter con velocidades desiguales,
esperar que tuvieran velocidades diferentes con res­
pecto a rayos de luz. Examinemos, por eje_mplo , dos au�o­
móviles en una carretera, corriendo respectivamente a diez
y veinte millas por hora, que sean pasados por o!ro �u.to­
móvil a cincuenta millas por hora. El automovil , rapido
pasará a uno de los otros dos a la velocidad r.elativa. de
cuarenta millas por hora, y al otro a razón de tremta mi:las
por hora. Por lo que hace a la luz, se alegará que sus�Itu­
vendo al automóvil rápido por un rayo de luz, la velocidad
d e la luz a lo largo de la carretera sería exactamente la
misma que su velocidad con relac�ón a cualquiera . de los
dos automóviles que pasa. La velocidad de la luz es mmen­
samente grande, pues es de unos trescientos mil kilóm�tros
por segundo. Nuestras concepciones del espacio Y del tiem­
po deben ser tales que precisamente esta velocidad tenga
este carácter peculiar. De ahí se sigue que todas nuestras
nociones de velocidad relativa necesitan ser objeto de nuevo
estudio. Pero estas nociones son el resultado inmediato
de nuestras nociones habituales relativas a espacio y tiempo.
Esto nos hace volver al punto de vista de que algo ha sido
pasado por alto en las exposiciones corrientes de �o que
entendemos por espacio y de lo que entendemos por _ tJempo.
Pues bien, nuestra suposición fundamental cornent� es
que hay un significado único que deba d�rse al espacio Y
un significado único que deba darse al tiempo, de suerte
que cualquiera que sea el significado que se d.é a las rela­
ciones espaciales con respecto al instrumento situado en la
Tierra, el mismo significado deberá darse a ellas con . res­
pecto al instrumento situado so�re el cometa, y e: mismo
s:gnificado a un instrumento situado en cualqmer otra
parte del éter. Esto es lo que niega la teoría de la relati­.
;,idad. Por lo que hace al espacio, no hay dificultad en
.
aceptar esta negativa si pensamos en los hechos notonos d;l
movimiento relativo. Pero incluso en este caso el cambio
146
de significado tiene que ir más allá de lo que el sentido
común sancionaría. Además, la misma exigencia se plantea
para el tiempo, de suerte que la calendación relativa de
acaecimientos y los lapsos entre ellos, han de ser compu­
tados como diferentes por un instrumento situado en la
Tierra, por otro situado en el cometa y por otro instru­
mento en el resto del éter. Es una violencia mayor que
se le hace a nuestra credulidad. No necesitamos probar
más esta cuestión que la conclusión de que para la Tierra
y para el cometa, espacialidad y temporalidad han de tener
significados diferentes cuando diferentes sean las condicio ­
nes, tales como las que se dan en la Tierra y en el cometa.
Por consiguiente, la velocidad tiene significados diferentes
para los dos cuerpos. Así, la suposición científica moderna
es que cualquier cosa que tenga la velocidad de la luz con
referencia a cualquier significación de espacio y tiempo, la
misma velocidad tiene según cualquier otra significación de
espacio y tiempo.
Es un golpe rudo para el materialismo científico clásico,
que presupone un instante actual definido, en el cual todas
las cosas son simultáneamente reales. En la teoría mo­
derna no existe semejante instante actual único. Pode­
mos encontrar un significado para la noción de instante
simultáneo a través de toda la naturaleza, pero será un
significado diferente para diferentes concepciones de la
temporalidad.
Ha habido una tendencia a dar una interpretación sub­
jetivista extrema a esta nueva doctrina. Lo digo en el
sentido de que la relatividad de espacio y tiempo ha sido
construída como si fuera dependiente de la elección del
observador. Es perfectamente legítimo traer a colación
al observador, si facilita las explicaciones; pero es el cuerpo
del observador lo que reclamamos, no su espíritu. Incluso
este cuerpo es útil solamente como un ejemplo de una
forma de aparato muy familiar. En conjunto, es mejor
concentrar la atención en d interferómetro de Michelson
dejar fuera del cuadro el cuerpo y el espíritu de l\!Iichelson.y
La cuestión es saber por qué el interferómetro tenía fajas
negras en su pantalla y por qué estas fajas no se desviaban
147
durabilidad presupone un significado para el lapso dentro del
continuo espacio-temporal.
Se plantea ahora la cuestión de si todo s los objetos dura­
bles ostentan el mismo principio de diferenciación entre
espacio y tiempo, o incluso de si en diferentes fases de su
propia historia-de-la-vida un objeto no variará en su dis­
criminación espacio-temporal. Hasta hace muy pocos años,
todo el mundo suponía sin vacilar que sólo podía descu­
brirse un principio como ése; en consecuencia, el tiempo
tendría exactamente el mismo significado con respecto a la
durabilidad tratándose de un objeto que tratándose de la
durabilidad de otro objeto, resultando, por consiguiente,
que las relaciones espaciales tendrían un s:gnificado único.
Pero ahora parece que la efectividad observada de los obje­
tos sólo puede explicarse suponiendo que objetos en estado
de movimiento entre sí, utilizan, para su durabilidad, sig­
nificados de espacio y tiempo no idénticos de un objeto a
otro. Todo objeto durable debe ser concebido como en
reposo en su prop:o espacio, y en movimiento por cualquier
espacio definido, de un modo que no es el inherente a su
durabilidad particular. Si dos objetos se encuentran entre
sí en posición de reposo, utilizan los mismos significados
de espacio y de tiempo a los efectos de expresar su dura­
bilidad, pero si están en movimiento relativo sus respecti­
vos espacios y tiempos son diferentes . De ahí se sigue que
si podemos concebir un cuerpo en una fase de su historia­
de-la-vida como hallándose en movimiento con relación a
sí mismo en otra fase, entonces el cuerpo utilizará en
estas dos fases diferentes significados de espacio, y, corre­
lativamente, diferentes significados de tiempo.
En una filosofía orgánica de la naturaleza nada hay que
decidir entre las hipótesis antiguas de la unicidad de la
discriminación de tiempo y las nuevas hipótesis de su
multiplicidad. Es puramente una cuestión de evidencia
obtenida de observaciones 1 .
En una conferencia anterior dije que un acaecimiento
tiene coetáneos . Es una cuestión interesante la de saber si,
1 Cf. mis Principles of Natnral Knowleclge, secc. 52 : 3.

150
a base de la nueva hipótesis, puede ser hecha esa afirma­
ción sin la cualificación de una referencia a un sistema de­
finido de espacio-tiempo. Es posible hacerlo así en el sen­
tido de que en uno u otro sistema de tiem� o los dos
acaecimientos son simultáneos. En otros sistemas de tiem­
po, los dos acaecimientos coetáneos no serán simultáneos�
aunque coincidan. Análogamente, un acaecimiento prece
derá a otro sin ca.lificación si en todo sistema de tiempo se
da esa precedencia. Es evidente que si partimos de un
a�a.e�imiento dado 4• otros acaecimientos en general están
divididos en dos senes, a saber: los que sin calificación son
coetáneos de A y los que preceden o suceden a A. Pero
habrá una serie dejada fuera, a saber: los acaecimientos que
enlazan las dos series. Tenemos ahí un caso crítico. Re­
cordemos que tenemos un caso crítico de que debemos dar
razón, a saber: la velocidad teórica de la luz in vacuo 1 .
Recordemos �ambién que la utilización de sistemas espacio­
temporales diferentes significa el movimiento relativo de los
objetos. Si analizamos esta relación crítica de una serie
especial de acaecimientos con cualquier acaecimiento dado
:1 , encontramos la explicación de la velocidad crítica que
.
I�tereoamos. Presc:ndo de detalles. Es evidente que la exac­
titud de la afirmación debe mostrarse con la exposición
de p�ntos, líneas e instll;ntes . Además, que el origen de la geo­
metn.a debe ser son:etJdo a examen; por ejemplo, la men­
suracion , de las longitudes, la rectitud de las líneas, la lisura
de los planos y l � perpendi.cularidad. Guiándome por la teo­
na , de la abstraccwn, extensiva, emprendí en obras anteriores
la tarea d.e desarrollar estas investigaciones; pero para estas
conferencias resultaría de un carácter excesivamente técnico.
Si no pudiese atribuirse ningún significado definido a las
relaci?ne; de distancia, es evidente que la ley de gravitación
n ecesitana ser formulada en otros términos, puesto que la
,
formula que expresa esa ley es que dos partículas se atraen
� ntre sí en proporción directa al producto de sus masas e
mversa al cuadrado de sus distancias. Este enunciado pre-
1 No se trata e e la velocidad e e la luz en un campo gravi­
tacional o en un medio ele moléculas y electrones.

151
supone tácitamente que existe un significado definido que
debe atribuirse al instante en que se examina la atracción,
y también que debe asignarse un significado definido a
distancia. Pero distancia es una noción puramente espacial,
de suerte que en la nueva doctrina hay un número indefini­
do de tales significados, según sean los sistemas espacio-tem­
porales que adoptemos. Si por lo que afecta a su relación
mutua dos partículas se hallan en reposo, podemos aceptar
como buenos los sistemas de espacio-tiempo que respectiva­
mente utilicen. Desgraciadamente, esta sugerencia nada nos
indica en cuanto al procedimiento que debamos seguir cuan­
do no se hallen en reposo, por lo que afecta a su relación mu­
tua. Por consiguiente, es necesario formular de nuevo la
ley de forma que no presuponga ningún sistema particular
de espacio-tiempo. Es lo que hizo Einstein. Naturalmente,
el resultado es más complicado, pues introdujo en la física
matemática métodos de la matemática pura que hacen a la
fórmula independiente de los sistemas particulares de espa­
cio-tiempo adoptados. La nueva fórmula presenta varios
pequeños efectos que no figuran en la ley de Newton , aun­
que en los efectos mayores la ley de Einstein coincide con
la de N ewton. Pues bien, estos efectos extra de la ley de
Einstein sirven para explicar irregularidades de la órbita
del planeta l\1:ercurio que resultaban ine:x"}llicables con la
ley de Newton. Ello constituye una circunstancia de peso
en favor de la nueva teoría. Es sumamente notable que
haya más de una fórmula alternativa -basada en la nueva
teoría de los sistemas de espacio-tiempo múltiples- que
tiene la propiedad de abarcar la ley de Newton y, además,
de explicar las peculiaridades del movimiento de Mercurio.
El único método de elegir entre aquéllas es aguardar a una
demostración experimental relativa a aquellos efectos en
que esas fórmulas difieren. Probablemente la naturaleza
sea absolutamente indiferente a las preferencias estéticas
de los matemáticos.
Nos queda por añadir solamente que Einstein rechazaría
probablemente la teoría de los sistemas Inúltiples de espa­
cio-tiempo que he venido exponiendo en estas conferencias,
porque acaso interprete su fórmula en términos de contor-
152
siones de espacio-tiempo que alteren la teoría de invaria­
bilidad para las propiedades de la medición, y en términos
de tiempos propios para cada ruta histórica. Su modo de
formulación tiene la ventaja de la gran simplicidad mate­
mática, y sólo permite una ley de gravitación, excluyendo
las alternativas. Pero en cuanto a mí, no veo que pueda
reconciliarse con los hechos dados de nuestra experiencia
en materia de simultaneidad ni con el ajuste espacial. Exis­
ten, además, otras dificultades de carácter más abstracto.
La teoría de la relación entre acaecimientos, a que hemos
llegado en este punto, se basa en primer lugar en la doctrina
de que el estar relacionado un acaecimiento lo constituyen
todas las relaciones internas, en cuanto ese estar relacionado
afecte a ese acaecimiento, aunque no de un modo necesario
en cuanto afecte a otros relata. Por ejemplo, los objetos
externos de esta suerte implicados, son referidos de un modo
externo a acaecimientos. Este interno estar relacionado
es la razón de que un acaecimiento pueda ser encontrado
únicamente en el lugar preciso en que está y del modo en
que está; es decir, precisamente una serie de relaciones
definida, puesto que toda relación figura en la esencia del
acaecimiento, de suerte que, fuera de esa relación, el acaeci­
miento no sería el mismo. Esto es lo que significa la con­
cepción misma de relaciones internas. En realidad, lo co­
rriente y hasta universal ha sido sostener que las relaciones
espacio-temporales son externas. Es la doctrina impugnada
en estas conferencias.
La concepción del estar relacionado internamente, implica
el análisis del acaecimiento en dos factores, uno de los cua­
les es la actividad subyacente de individualización y el otro
el complejo de aspectos -es decir, el complejo de relaciones
internas en cuanto figura en la esencia del acaecimiento
dado- unificados por esa actividad individualizadora. Di­
cho con otras palabras: el concepto de relaciones internas
requiere el concepto de sustancia en cuanto actividad
sintetizadora de las relaciones que determinan su carácter
emergente. El acaecimiento es lo que es, a causa de la uni­
ficación en sí de una multiplicidad de relaciones. El es­
quema general de estas relaciones mutuas es una abstrae-
153
ción que presupone que cada acaecimiento es un ente inde­
pendiente, y como no es así, se plantea la cuestión acerca de
aué
. remanente de estas relaciones formativas se deja enton­
c cs con el carácter de relaciones externas. Expresado de este
modo imparcial, el esquema de relaciones pasa a ser el es­
quema de un complejo de acaecimientos diversamente re­
feridos como conjuntos a partes y a modo de partes aso­
ciadas dentro de uno u otro conjunto singular. Incluso en
tal caso, la relación interna se impone a nuestra atención,
puesto que evidentemente la parte es constitutiva del todo.
Además, un acaeóniento aislado que haya perdido su con­
dición en cualquier complejo de acaecimientos, es igualmen­
te excluído por la misma naturaleza de un acaecimiento.
De esta suerte, el carácter interno de la relación se muestra
r.
realmente través de este esquema imparcial de relaciones
externas abstractas.
Pero esta presentación del universo real como extensivo
y divisible, ha dejado fuera la distinción entre espacio y
tiempo. De hecho, ha dejado fuera el proceso de realiza­
ción, que es el ajuste de las actividades sintéticas en virtud
del cual los varios acaecimientos pasan a ser realizados.
Este ajuste es el ajuste de las su�tancias activas subya­
centes, y en él se presentan estas sustancias como las in­
dividualizaciones o modos de la sustancia única de Spino­
za. Es este ajuste lo que introduce el proceso temporal.
Así, en algún sentido, el tiempo, en su carácter de ajuste
del proceso de realización sintética, se extiende más allá del
continuo espacio-temporal de la naturaleza 1• En este sen­
tido no es necesario que ese proceso temporal esté constituído
por una serie singular de sucesión lineal. Por consiguiente, pa­
ra satisfacer la demanda actual de hipótesis científicas, pre­
sentamos la hipótesis metafísica de que no es éste el caso. Lo
que suponemos (basándonos en la observación directa) es,
sin embargo, que ese proceso temporal de realización puede
ser analizado en un grupo de procesos seriales lineales.
Cada una de estas series lineales es un sistema de espa­
cio-tiempo. Para apoyar esta suposición de procesos seria-
1 Cf. mi Goncept of Nature, cap. III.

154
les definidos, citaremos: 19, la presentación inmediata por
los sentidos de un universo extenso más allá de nosotros y
simultáneamente a nosotros; !29, la aprehensión intelectual
de un significado para la cuestión relativa a qu� es lo . que
está sucediendo en este mismo momento en regwnes situa­
das más allá del alcance de nuestros sentidos , y 39, el aná­
lisis de lo implicado en la durabilidad de objetos emergen­
tes. Esta durabilidad de objetos implica el despliegue de un
módulo en cuanto realizado ahora. Este despliegue lo es de
un módulo en cuanto inherente a un acaecimiento, pero
también en cuanto presenta un desviamiento temporal de
la naturaleza en cuanto imprime aspectos a objetos eter�os
(o, lo que da lo mismo, de objetos eternos en cuanto nn­
primen aspectos a acaecimientos) . E� �nódulo es �sp.acm­
lizado en una duración total en beneflcw del acaecimiento
en cuya esencia figura el módulo. El acaecimiento es parte
de la duración.- esto es, parte de lo exhibido en los aspectos
inherentes en él mismo� y, a la inversa, la du:a�ión es el
total de la naturaleza simultáneamente al acaecimiento, en­
tendido en ese sentido de simultaneidad. De esta suerte, al
realizarse a sí mismo, un acaecimiento despliega un módulo,
y este módulo requiere una du�·aeión d�finida, 9-�e se de­
termina por un significado de smmltaneida� defimd� . Ca­
da uno de esos significados de simultaneidad refiere el
módulo así desplegado a un sistema definido de espacio-tiem­
po. La realidad de los sistemas de espacio-tiemp_o está cons­
tituída por la realización del módulo; pero es mherente al
esquema general de los acaecimientos como co�sti�t;tivo de
su idoneidad para el proceso temporal de reahzacwn.
Adviértase que d módulo requiere una duración que im­
plique un lapso definido y no simplemente un momento
instantáneo. Tal momento es más abstracto, en cuanto
denota meramente cierta relación de contigüidad entre los
acaecimientos concretos. De esta suerte una duración es
espacializada, entendiéndose por "espacia�izada" que la �u­
_
ración es el campo para el módulo realizado constitutivo
del carácter del acaecimiento. En cuanto campo del módulo
realizado en la "actualización" de uno de los acaecimientos
que contiene, una duración es una época, es decir, una
155
parada. Durabilidad es la repetición del módulo en acaeci­
mientos sucesivos. Siendo así, la durabilidad requiere una
sucesión de duraciones, cada una de las cuales exhiba el
módulo. En este extremo "tiempo" ha sido separado de
"extensión" y de la "divisibilidad" que se desprende del
carácter de espacio-tem;poral propio de la extensión. Por
consiguiente, no debemos arriesgarnos a concebir el tiempo
como otra forma de extensividad. El tiempo es mera su­
cesión de duraciones epocales. Pero los entes que en este
orden de cosas se suceden entre sí, son duraciones. La
duración es lo que se requiere para la realización de un
módulo en el acaecimiento dado. Así, pues, la divisibilidad
y la extensividad están dentro de la duración dada. La
duración epocal no es realizada via sus partes divisibles su­
cesivas, antes bien dada con sus partes. De este modo. la
objeción que Zenón hubiera podido hacer a la validez con­
junta de dos pasajes de la Crítica de la Razón Pura de
Kant, se solventaría abandonando el primero de esos pasajes.
lVIe refiero a los pasajes de la sección "De los axiomas de in­
t1lición": el primero de la subsección sobre Cantidad Exten­
siva y el último de la subsección sobre Cantidad Intensiva,
donde se recapitulan las consideraciones relativas a la canti­
dad en general, lo mismo extensiva que intensiva. El primer
pasaje dice así 1 :
"Llamo extensiva a l a cantidad en que la representación del
conjunto resulta posible por medio de la representación de sus
partes, estando, por consiguiente, precedida por ésta 2 • No me
puedo representar ninguna línea, por pequeña que sea, sin tra
zármela en €l p ensamiento, es decir, sin presentarme todas sus
p artes, una tras otra , como partiendo de un punto dado, y así,
antes que nada, trazando su intuición. Lo mismo reza para toda
porción de tiempo, incluso la más pequeña. No puedo pensar
más que en su progresión sucesiva de un momento a otro, para
producir así al final, por todas las porciones de tiempo, y su
adición, una cantidad de tiempo definida."

1 Traducción de l\IAX nlüLLER.


:l Lo subrayado es mío, tanto en este pas:1je como en el
segundo.

156
El segundo pasaje dice así:
Esta propiedad p eculiar de las cantidades, de que ningu� a l? a:rte
.
de ellas es la parte más pequeña posible (no hay parte mdlVlSl
ble) ' se llama continuidad. Tiempo y espacio son quanta conti-
nua, porque no hay ninguna parte de ell os que no este encerrad a
,_ ,

entre límites (puntos y momentos ) ; ninguna parte de ellos deja


de ser, a su vez, un espacio o un tiempo. El espac·io consta sola­
mente ele espacios j el tiempo, de tien�pos. Los puntos y los mo­
ment.os son sólo limites, meros lugares de limitación, y en cuanto lu
gares presuponen siempre aquellas intuiciones que se supone limi
tan o determinan. J'tieros lugares o p artes que pudieran darse antes
ele -espacio o tiempo, nunca podrían componerse en espacio o tiempo.

Estoy completamente de acuerdo con el segundo extracto


si "tiempo y espacio" es el continuo extensivo; pero este
pasaje no se concilia con el anterior. En efecto, Zenón obje­
taría que implica un círculo vicioso. Toda parte de tiempo
implica alguna pequeña parte de sí mismo, y así sucesi­
vamente. Por otra parte, esta serie retrotrae en definitiva
a la nada, puesto que el momento inicial carece de duración
y señala simplemente la relación de continuidad con un
tiempo anterior. Si hubiésemos de aceptar los dos pasajes,
el tiempo sería imposible. Por mi parte, acepto el segundo
pasaje, pero rechazo el primero. Realización es el hacerse
del tiempo en el campo de la extensión; extensión, el com­
plejo de acaecimientos qua sus posibilidades. En la reali­
zación, la potencialidad pasa a ser "actualidad". Pero el
módulo potencial requiere una duración, y la duración tiene
que hacerse patente como un todo epocal, por medio de la
realización del módulo. De esta suerte, tiempo es la suce­
sión de elementos en sí divisibles y contiguos. Al hacerse
temporal, una duración causa por ende realización con res­
pecto a algún objeto durable. Temporalización es realiza­
ción. Temporalización no es otro proceso continuo. Es
una sucesión atómica. Así, el tiempo es atómico (esto es,
epocal) , aunque lo temporalizado sea divisible. Esta doc­
trina es consecuencia de la de los acaecimientos, y de la
naturaleza de los objetos durables. En el capítulo próximo
estudiaremos su aplicabilidad a la teoría del quantum de
la ciencia reciente.

157
Importa notar que esta doctrina del carácter epocal del
tiempo no depende de la doctrina moderna de la relatividad,
sino que se sostiene igualmente -y hasta en realidad más
simplemente- si se abandona esa doctrina. Depende del
análisis del carácter intrínseco de un acaecimiento , conside­
rable como el ente finito más concreto.
Haciendo un nuevo examen de esta argumentación, nó­
tese, en primer lugar, que la segunda cita de Kant en que
se basa, no depende de ninguna doctrina peculiar de Kant.
El segundo de estos pasajes está de acuerdo con Platón
contra Aristóteles1. En segundo lugar, la argumenta­
ción supone que Zenón no insistió lo bastante en su argu­
mento. Habría debido esgrimirlo contra la noción en sí de
tiempo corriente, y no contra el movimiento, que implica
relaciones de tiempo y espacio, ya que lo que deviene tiene
duración. Pero ninguna duración puede llegar a ser a menos
que una duración más pequeña (parte de la anterior) lo
haya logrado anteriormente (primem afirmación de Kant) .
El mismo argumento reza con respecto a esta duración más
pequeña y así sucesivamente. Por otra parte, el callejón
s �n salida de estas duraciones converge a la nada, y pre­
c;samente a la opinión de Aristóteles de que no hay primer
momento. Según eso, el tiempo sería una noción irra­
cional. En tercer lugar, en la teoría epocal se resuelve la
objeción de Zenón ya que concibe la temporalización como
la realización de un organismo completo. Este organismo es
un acaecimiento que mantiene en su esencia sus relaciones
espacio-temporale� (a la vez dentro de sí mismo y más allá
de sí mismo) a través del continuo espacio-temporal.

1 Cf. T. L. IIEATH, Euclicl in Greek_, Camb. Univ. Press.

158
CAPÍTULO VIII

LA TEORíA DEL QUANTUl\I

La teoría de la relatividad ha llamado justamente gran


parte de la atención pública. Pero, pese a toda su importan­
cia, no ha sido el terna que haya absorbido principalmente
el interés reciente de los físicos , posición que sin la menor
duda corresponde a la teoría del quantum. El punto inte­
resante de esta teoría es que según ella algunos efectos que
parecen esencialmente capaces de incremento o disminución
graduales, en realidad sólo por medio de ciertos saltos defi­
nidos pueden aumentar o disminuir. Es como si pudiéramos
andar a razón de tres millas por hora o de cuatro, pero no
de tres y media.
Los efectos en cuestión afectan a la radiación de la luz
desde una molécula excitada por alguna colisión. La luz
consta de ondas de vibración en el campo electro-magnético.
Después de que una onda completa ha pasado un punto
dado, todo lo que se encuentra en ese punto recupera su
estado original y se dispone a recibir la próxima onda que
sigue. Imaginémonos las olas del mar y contemos las olas
sucesivas de cresta a cresta. El número de olas que pasa
por un punto dado por segundo, se llama frecuencia de ese
s:stema de ondas. Un sistema de ondas de luz de frecuencia
definida, corresponde a un color definido en el espectro.
Ahora bien, una molécula que es excitada, vibra con cierto
número de frecuencias definidas. Dicho con otras palabras:
hay una serie definida de modos de vibración de la molécu­
la, y cada uno de los modos de vibración tiene una frecuen-

159
cia definida. Cada modo de vibración puede poner en mo­
vimiento en el campo electromagnético ondas de su propia
frecuencia. Estas ondas se llevan la energía de la vibración,
de suerte que por último (cuando esas olas se han produ­
cido) la molécula pierde la energía de su excitación y las
ondas cesan. Así, una molécula puede irradiar luz de cier­
tos colores definidos, es decir, de ciertas frecuencias de­
finidas.
Cabría pensar que cada modo de vibración podría ser
excitado en cualquier intensidad, de suerte que la energía
desprendida por la luz de esa frecuencia, podría ser de cual­
quier cantidad. Pues no es así. Parece haber ciertas canti­
dades mínimas de energía no susceptibles de ser subdividi­
das. El caso podría compararse al del ciudadano de los
Estados Unidos que al pagar sus deudas en monedas de su
país, no puede subdividir un céntimo como correpondería
para cierta subdivisión ínfima de los bienes obtenidos. El
céntimo corresponde a la cantidad mínima de la energía
de luz, y los bienes obtenidos corresponden a la energía de
la causa excitante. O bien esta causa es lo bastante fuerte
para lograr la em!sión de un céntimo de .energía o deja de
lograr la emisión de energía de ninguna clase. En todo caso,
la molécula emitirá un número entero de cénti­
mos de energía. Hay peculiaridad que podemos aclarar
haciendo salir a escena a un inglés. Este paga sus deudas
en monedas inglesas, y su unidad más pequeña es un ocha­
vo, de diferente valor que el céntimo. En efecto, el ochavo
es aproximadamente medio céntimo, con una aproximación
calculada muy por encima. En la molécula, diferentes mo­
dos de vibración tienen frecuencias diferentes. Comparemos
cada modo con una nación: un modo corresponde a los
Estados Unidos y otro a Inglaterra. Uno de los modos
sólo puede irradiar su energía en un número entero de
céntimos, de suerte que un céntimo de energía es la canti­
dad mínima que puede pagar; en cambio, el otro modo
sólo puede irradiar su energía en un número entero de ocha­
vos, de suerte que un ochavo de energía es la cantidad
mínima que puede pagar. Igualmente, puede encontrarse
una regla que nos diga el valor relativo del céntimo de
160
energía de uno de los modos con respecto al ochavo de
energía del otro modo. Esta regla es de una simplicidad
pueril: toda moneda mínima de energía tiene un valor es­
trictamente proporcionado a la frecuencia propia de ese
modo. A base de esta regla, y comparando los ochavos con
los céntimos, la frecuencia de un norteamericano sería apro­
ximadamente doble que la del inglés. Dicho con otras pa­
labras: el norteamericano haría aproximadamente doble
número de cosas por segundo que el inglés. Dejo a juicio
de ustedes si esto corresponde al carácter admitido de
ambas naciones. Por otra parte, sugiero que cada uno de
los dos extremos del espectro solar tiene sus excelencias.
A veces necesitamos luz roja; a veces, violeta.
Espero que no habrá sido muy difícil comprender qué
es lo que la teoría del quantum afirma acerca de las molé­
culas. La perplejidad surge cuando intentamos encajar la
teoría en el cuadro científico corriente de lo que ocurre en
la molécula o átomo.
Ha sido la base de la teoría materialista la idea de que
los acontecimientos de la naturaleza deben ser explicados
en el sentido de la locomoción de la materia. De acuerdo
con ese principio, las ondas de luz se explicarían en el sen­
tido de la locomoción de un éter material, y los aconte­
cimientos internos de una molécula son e-xplicados ahora en
el sentido de la locomoción de partes materiales separadas.
Por lo que hace a las -ondas de luz, el éter material ha sido
relegado a una posición indeterminada en el fondo , y raras
veces se habla de él. Pero el principio sigue inconcuso en
cuanto a su aplicación al átomo. Por ejemplo, se supone
que un átomo de hidrógeno neutro consta por lo menos de
dos masas de materia: una, el núcleo, integrado por un
material llamado electricidad positiva, y otra, un electrón
singular que es electricidad negativa. El núcleo revela sig­
nos de ser complejo y de ser subdivisible en masas más
pequeñas, unas de electricidad positiva y otras electrónicas.
La suposición es que cualquier vibración que se produzca en
el átomo debe ser atribuída a la locomoción vibratoria de
alguna porción de material, separable de la restante. La
dificultad con la teoría del quantum es que aceptando esta
161
hipótesis, tendríamos que representar el �t� mo como o�re­
ciendo un número limitado de estrías defmrdas que senan
los únicos conductos por los cuales podría operarse la vibra­
ción, mientras que la teoría clásica no ofrece ninguna clase
.
de estrías como ésas. La teoría del quantum necesita tran­
vías con un número limitado de rutas, y el cuadro cientí­
fico presenta caballos galopando por praderas. De ahí re­
sulta oue la doctrina física del átomo haya venido a dar
en un �stado que sugiere muy intensamente los epiciclos de
la astronomía antes de Copérnico.
En la teoría orgánica de la naturaleza, hay dos clases de
vibraciones que difieren radicalmente entre sí : I??r una p�r­
te locomoción vibratoria, y, por otra, deformacwn orgamca,
vibratoria, y las condiciones para los dos tipos de cambios,
son de carácter distinto. Dicho con otras palabras: hay
locomoción vibratoria de un módulo dado, como un todo,
y hay cambio vibratorio de módulo.
Un organismo completo es lo que en la teorra , .
, orgamca
corresponde a un fragmento de materia en la teoría mat;­
rialista . Habrá un género primario, que comprenda un nu­
mero de especies de organismos, de suerte que todo orga­
nismo primmjio perteneciente a una especie del géne;o
primario, no sea susceptible de descomponerse en org�ms­
mos subordinados. Yo llamaré primado a todo orgamsmo
del género primario. Puede haber diferentes especies de
primados.
Conviene tener presente que nos estamos ocupando de
las abstracciones de la física. Por consiguiente, no nos
preocupa lo que en sí sea un primado, en cuanto m?dulo �b­
tenido de la prehensión de los aspectos concretos, m nos frJa­
mos en lo que un primado sea para su ambiente, con res­
pecto a sus aspectos concretos prehendidos en él. Si
pensamos en estos diversos aspectos es solamente en cuanto
sus efectos sobre los módulos y sobre la locomoción son
susceptibles de e.'q)resión en términos espacio-temporales.
En consecuencia, en el lenguaje de la física, los aspectos
de un primado son simplemente sus contribuciones al campo
electromagnético. De hecho, esto es exactamente lo que
sabemos de los electrones y protones. Para nosotros, un

162
electrón es simplemente el módulo de sus aspectos en su
ambiente, en cuanto esos aspectos son de aplicación al
campo electromagnético.
, . .
.

Ahora bien, al examinar la teona de la relatrvrdad, vrmos


que el movimiento relativo de dos primados significa sim­
plemente que sus módulos orgánicos utilizan sistemas de
espacio-tiempo cl:stintos. Si dos primados no siguen en re­
poso mutuamente o no están en un movimiento unif?rme
en su relación mutua, por lo menos uno de ellos cambra su
sistema espacio-temporal intrínseco. Las leyes del .movi­
miento expresan las condiciones en qu� estos cambiOs de
espacio-tiempo se efectúan. Las condiciones para la loco­
moción vibratoria se fundan en estas leyes generales del
movimiento.
Pero es posible que ciertas especies de primados sean
susceptibles de hacerse añicos en condiciones que las lleven
a efectuar cambios de sistemas de espacio-tiempo. Esas
especies e}.erimentarían sólo una larga extensión de dura­
bilidad si hubiesen logrado formar una asociación favora­
ble entre primados de diferentes especies, de suerte que en
esta asociación la tendencia al derrumbamiento quedara
neutralizada por el ambiente de la asociación. Podemos
b
imaainar que el núcleo atómico esté compuesto de un gran
número de primados de diferentes especres, y acaso ele mu-

chos primados ele la misma especie, y que toda la asocia­


ción sea tal que favorezca la estabilidad. Un ejemplo de
semejante asociación es el que ofrece la asociación de un
núcleo positivo con electrones negativos para obtener un
átomo neutro. El átomo neutro es, en este caso, escudado
contra un campo eléctrico que de otro modo produciría
cambios en el sistema de espacio-tiempo del átomo.
Pues bien, los requisitos de la física llevan a sugerir una
idea que está muy en consonancia con la teoría filosófica
orgánica. La expondré en forma de cuestión: ¿ es que
nuestra teoría orgánica de la durabilidad ha sido contami­
nada por la teoría materialista por cuanto supone sin dis­
cusión que durabilidad tiene que significar identidad indi­
ferenciada a través de la historia-de-la-vida en cuestión?
Acaso alguien advirtió que (en un capítulo anterior) usé

163
el vocablo "reiteración" como smommo de "durabilidad".
Huelga decir que su significado no es totalmente sinónimo,
pero ahora quisiera sugerir que en lo que difiere de dura­
bilidad, 1·eiteración se aproxima más a lo que requiere la
teoría orgánica. La diferencia es muy similar a la que había
entre los galileanos y los aristotélicos: Aristóteles def".Ía
"reposo", donde Galileo añadía "o movimiento uniforme en
una línea recta". Así, en la teoría orgánica, un módulo no
necesita persistir en una identidad indiferenciada a través
del tiempo. El módulo puede serlo esencialmente de con­
trastes estéticos que requieran un lapso para su despliegue.
Un tono es un ejemplo de semejante módulo. Así, la durabi­
lidad del módulo significa ahora la reiteración de su su­
cesión de contrastes. Esta resulta notoriamente la concep­
ción más general de durabilidad en la teoría orgánica, y
"reiteración" es quizá la palabra que la expresa de un
modo más directo. Pero cuando trasladamos esta noción
a las abstracciones de la física, se convierte de inmediato
en la noción técnica de "vibración". Esta vibración no es
la locomoción vibratoria: es la vibración de la deformación
orgánica. En la física moderna hay ciertos indicios de que
se necesitan entes vibratorios para la función de orga­
nismos corpusculares en la base del campo físico. Esos cor­
púsculos serían los descubiertos como proyectados desde
los núcleos de los átomos, que entonces se disuelven en
ondas de luz. Cabe suponer que semejante cuerpo cor­
puscular no tiene gran estabilidad de persistencia cuando
está aislado. Por consiguiente, un ambiente desfavorable
que lleve a cambios rápidos en su propio sistema de espacio­
tiempo, es decir, un ambiente que se lance a aceleraciones
violentas, hace que los corpúsculos se pulvericen y disuel­
van en ondas de luz del mismo período de vibración.
Un protón, y quizá un electrón, sería una asociación de
tales primados superpuestos entre sí, con sus frecuenCias
y sus dimensiones espaciales dispuestas de tal suerte que
promovieran la estabilidad del organismo complejo cuando
fuese lanzado a la aceleración de la locomoción. Las con­
diciones para la estabilidad darían las asociaciones de perío­
dos posibles para los protones. La e:x--pulsión de un primado

164
vendría de un salto que llevase al protón bien a instalarse
en una asociación alternativa, bien a generar un nuevo pri­
mado con el auxilio de la energía recibida.
Un primado debe asociarse a una frecuencia definida de
deformación orgánica vibratoria, de suerte que cuando se
derrumbe se disuelva en ondas de luz de la misma frecuen­
cia, que entonces se lleven toda su energía promedia. Es
sum �mente fac�l (c?mo hipótesis particular) imaginar vi­
bracwnes estac10nanas del campo electromagnético de fre­
cuencia definida, dirigidas radialmente a y desde un centro
que de acuerdo con las leyes electromagnéticas aceptadas,
constaría de un núcleo esférico vibratorio ajustado a una
serie de condiciones, y de un campo externo vibratorio
ajustado a o tra serie de condiciones. Esto es un ejemplo
de de�o�ma?ión o :gánica vibratoria. Además (a base de
esta hrpotesrs particular) , hay dos modos de determinar las
condiciones subsidiarias que los requisitos
- ordi­
narios de la física matemática. uno de esos modos,
la energía total satisfaría la condición del quantum, de
suerte que consta de un número entero de unidades o cén­
timos tales que el céntimo de energía de cualquier primado
sea proporcional a su frecuencia. No he elaborado las
condiciones para la estabilidad o para una asociación esta­
ble; sino que he mencionado la hipótesis particular a base
de presentar un ejemplo de que la teoría orgánica de la
naturaleza ofrece posibilidades de someter a un nuevo estu­
dio las leyes físicas últimas no accesibles a la teoría mate­
rialista opuesta.
En esta hipótesis pa1;ticular de los primados vibratorios,
se supone que las ecuacrones de Maxwell son valederas para
todo el espacio, incluso para el interior de un protón. Ex­
presan. las leyes que rigen la producción vibratoria y la
, El proceso total para cada primado
, de la cnergra.
absorc1011
d es�mboca en. un promedio det.erminado de energía caracte­
,
nsbco del pr1mado y proporcwnal a su masa. De hecho,
la energía es la masa. Hay corrientes radiales vibratorias
de energía, lo mismo con primado que sin él. Dentro del
primado, hay distribuciones vibratorias de densidad eléc­
trica. Para la teoría materialista, esa densidad registra la

165
presencia de materia; para la teoría orgánica de la vibra­
ción, registra la producción vibratoria de energía. Esa pro­
ducción se halla circunscrita al interior del primado.
Toda ciencia tiene que partir de algunas suposiciones re­
lativas al último análisi s de los hechos de que se ocupa.
Estas suposiciones están justificadas en parte por su adap­
tación a los tipos de fenómenos de que directamente tene­
mos conciencia, y en parte por su idoneidad para representar
con cierta generalidad los hechos observados, a falta de
suposiciones ad hoc. La teoría general de la vibración de
los primados por mí esbozada, se da simplemente como
ejemplo de la clase de posibilidades que la teoría orgánica
deja abiertas para la ciencia física. Lo esencial es que
añade la posibilidad de deformación orgánica a la de simple
locomoción. Las ondas de luz constituyen un gran ejem­
plo de deformación orgánica.
En toda époea las suposiciones de una ciencia ofrecen
cnminos cuando presentan síntomas del estado epicíclico
de que la astronómía fué rescatada en el siglo xvr. La
ciencia física actual presenta síntomas semejantes. Para
volver a examinar sus fundamentos necesita recurrir a una
visión más concreta del carácter de las cosas reales y con­
cebir sus nociones fundamentales como abstracciones deri­
vadas de su intuición directa. Es de este modo que abarca
las posibilidades generales de revisión que se le ofrecen.
Las discontinuidades introducidas por la teoría del quan­
tum exigen que los conceptos físicos sean revisados para
que puedan tenerlas en cuenta. En particular, se ha seña­
lado que es indispensable formular alguna teoría de la
existencia discontinua. Lo que sé pide de semejante teoría
es que una órbita de un electrón pueda ser considerada
como una serie de posiciones separadas y no como una
línea continua.
La teoría de tm primado o de un módulo vibratorio, ante­
riormente expuesta, junto con la distinción entre tempo­
ralidad y extensividad obtenida en el capítulo anterior,
produce exactamente este resultado. Recuérdese que la
continuidad del complejo de acaecimientos surge de las
relaciones de extcnsividad; en cambio, la temporalidad
surge de la realización en un acaecimiento-sujeto de un
módulo que para su despliegue requiere que el conjunto de
una duración sea espacializado (es decir, parado) , a fuer
de dado por sus aspectos en el acaecimiento. Así, la reali­
zación procede vi,a una sucesión de duraciones epocales, y
la transición continua, es decir, la deformación orgánica,
está dentro de la duración ya dada. La deformación orgá­
nica vibratoria es, de hecho, la reiteración del módulo. Un
período completo define la duración requerida para el
módulo completo. Así, el primado se realiza atómicamente
en una sucesión de duraciones, debiendo ser medida cada
duración de un máximo a otro. Por consiguiente, hasta
donde un primado haya de tenerse por entidad total dura­
ble, debe ser asignado sucesivamente a estas duraciones.
Si es considerado como una cosa, su órbita ha de ser pre­
sentada diagramáticamente por una serie de puntos sepa­
rados. Así, la locomoción del primado es discontinua en el
espacio y en el tiempo. Si vamos por debajo de los quanta
de tiempo, que son los períodos vibratorios sucesivos del
primado, encontraremos una sucesión de campos electro­
magnéticos vibratorios, cada uno de los cuales p ermanece
estacionario en el espacio-tiempo de su propia duración.
Cada uno de esos campos presenta un solo período com­
pleto de la vibración electromagnética que constituye el
primado. Esta vibración no debe ser imaginada como el
resultado de la realidad; es lo que el primado es .en una de
sus realizaciones discontinuas. Por otra parte, las dura­
ciones sucesivas en que el primado se realiza, son contiguas,
siguiéndose de ello que la historia-de-la-vida del primado
puede ser presentada como siendo el desarrollo continuo de
fenómenos en el campo electromagnético. Pero estos fenó­
menos pasan a realizarse en cuanto bloques atómicos ente­
ros que ocupan períodos de tiempo definidos.
No es necesario pensar que el tiempo sea atómico en el
sentido de que todos los módulos hayan de ser realizados en
las mismas duraciones sucesivas. En primer lugar, incluso
si los períodos fueran los mismos en el caso de dos prima­
dos, las duraciones de realización podrían no ser las mis­
mas. Dicho con otras palabras: los dos primados pueden

167
estar fuera de fase. Por otra parte, si los períodos son
diferentes, el atomismo de cualquier duración de un pri­
mado está necesariamente subdividido por los momentos
límites de las duraciones del otro primado.
Las leyes de la locomoción de los primados expresan en
qué condiciones todo primado cambiará su sistema de
espacio-tiempo.
Es innecesario llevar más allá esta concepción. La jus­
tificación del concepto de existencia vibratoria tiene que
ser puramente experimental. El punto ilustrado por este
ejemplo es que la opinión cosmológica que hemos adoptado,
se compagina perfectamente con los requisitos de discon­
tinuidad reclamados por parte de la física. Además, si se
adopta este concepto de temporalización a modo de reali­
zación sucesiva de duraciones epocales, se obvia la objeción
de Zenón. La forma particular que hemos dado en estas
conferencias a esta concepción, lo ha sido puramente con
ese propósito de ilustración y requiere por necesidad un
ulterior estudio antes de que pueda ser adaptada a los re­
sultados de la física experimental.

168
CAPÍTULO IX

CIENCIA Y FILOSOFÍA

En la presente conferencia me propongo examinar algu­


nas reacciones de la ciencia ante la corriente del pensa­
miento filosófico durante los siglos modernos objeto de
nuestro estudio. No pretendo encerrar en los límites de una
conferencia la historia de la filosofía moderna. Me limitaré
a comentar algunos contactos entre la ciencia y la filosofía,
siempre que caigan dentro del esquema de pensamiento que
estas conferencias se proponen desarrollar. Por esta razón
se hará caso omiso de todo el gran movimiento idealista
alemán, puesto que en realidad no tuvo con la ciencia de
su época contactos directos que determinaran una modifi­
cación recíproca de sus concepciones respectivas. Kant,
filósofo de que arranca ese movimiento, estaba saturado de
física newtoniana y de las ideas de los grandes físicos fran­
ceses -como, por ejemplo, Clairaut 1-, que desarrollaban
las ideas de N ewton. Pero los filósofos que desarrollaron
el pensamiento kantiano o que lo transformaron en hege-

1 Cfs. el testimonio curioso de las lecturas científicas de Kant


en Crítica de la Razón Pz¿ra, Analítica Trascendental y Segunda
.Analogía de la Experiencia, en que se refiere al fenómeno de la
acción capilar. Se trata de un ej emplo ilustrativo innecesariamente
complicado ; para ello le habría bastado perfectamente un libro
quieto sobre una mesa. Pero se trata de una cuestión que por vez
primera había estudiado concienzudamente Clairaut en un apén­
dice a su Figura de la Tierra; Kant había leído ese apéndice y se
hailaba a la sazón intensamente obsesionado por esa lectura.

169
lianismo , carecían de la base de conocimiento científico
que tenía Kant, o no advirtieron que Kant habría sido un
gran físico si la filosofía no hubiese absorbido sus princi­
pales energías.
Los orígenes de la filosofía moderna son análoO'OS a los de
la ciencia y coetáneos a ellos. La marcha ge�eral de su
desarrollo arranca del siglo XVII, corriendo en parte a car­
g? d t; _los mismos hombres que establecieron los principios
cienbficos. Este trazado de objetivos venía tras de un
período de transición que se remontaba al siglo xv. De
hecho había en la mentalidad europea un movimiento ge­
neral que arrastraba en su corriente tanto la religión como
la ciencia y la filosofía. Para caracterizarlo en pocas pala­
bras puede decirse que consistía en acudir directamente a
las fuentes originales de inspiración griega por parte de
hombres cuya configuración espiritual se derivaba de la
herencia recibida de la Edad Media. Por lo tanto, no se
trataba de un res.urgimiento del espíritu griego. Las épocas
muerta.s no resucitan. Los principios de estética y de razón
que ammaran a la civilización griega, adoptaron otra indu­
mentaria en una mentalidad moderna. Entre ambas men­
talidades había otras religiones, otros sistemas jurídicos,
o �ras anarquías y otras herencias raciales que separaban lo
vivo de lo muerto.
. La filosofía es particularmente sensible a tales diferen­
cms, puesto que cabe hacer una réplica de una estatua anti­
gua; pero r:o es posible una réplica de un estado de espíritu
antiguo. N o cabe en ello una aproximación mayor que la
de una farsa con respecto a la vida real. Habrá a lo sumo
una . comprensión del pasado, pero siempre existe una dife­
ren ;Ja entre l.as reacciones que los mismos estímulos provo­
caran en antiguos y modernos.
En el caso particular de la filosofía la diferencia de tona­
lidad aparece ya en la superficie. En' contraste con la acti­
tud o.bjetiva de los antiguos, la filosofía moderna tiene un
resabw subjetivista. Idéntico cambio debe verse en la reli­
?ión. , En J� . historia primitiva de la iglesia cristiana, el
rnteres teowg1co se concentraba en discusiones acerca de la
naturaleza de Dios, el significado de la Encarnación y los

170
pronósticos apocalípticos sobre el destino final del mundo.
En la época de la Reforma, la Iglesia estaba atomizándose
como resultado de las disensiones provocadas por las expe­
riencias individuales en materia de justificación. El sujeto
individual de experiencia ha ocupado el lugar del drama
total de la realidad entera. Lutero preguntaba: "¿ Cómo
me justifico?"; los filósofos modernos se planteaban la cues­
tión: "¿ Cómo tengo conocimiento?" El acento cae en el
sujeto de la experiencia. Este cambio de postura . es obra
del cristianismo en su aspecto pastoral de admimstrar la
comunidad de los creyentes, pues siglo tras siglo insistió
en el valor infinito del alma humana individual, y con ello
añadió al egotismo inst:ntivo de los apetitos físicos un sen­
timiento instintivo de justificación de un egotismo de pers­
pectivas intelectuales. Todo ser humano es el guardián na­
tural de su propia importancia. No cabe la menor duda de
que esta dirección moderna de la atenc:ón subraya verda­
des de la más alta importancia; por ejemplo, en el campo
de la vida práctica, ha abolido la esclavitud y ha grab?.do
en la imagiÜación popular los derechos primarios del género
humano.
En su Discurso del Método y en sus Meditaciones, Des­
cartes pone de m?.nifiesto con gran claridad las concepcio­
nes crenerales que desde entonces han influído en la filoso­
fía �oderna. Hay un sujeto que recibe experiencia: en el
Discu.rso este sujeto es mencionado siempre en primera
persona, es decir, como siendo el propio Descartes. Descar­
tes parte de sí mismo como siendo una mentalidad que
en virtud de su conciencia de sus propias representaciones
inherentes de los sentidos y del pensamiento, es por ende
consciente de su propia existencia como ente unitario. La
historia subsiguiente de la filosofía se mueve alrededor de
la formulación cartesiana del dato primario. El mundo
antiguo tomaba sus posiciones ante el drama del universo;
el moderno . ante el drama íntimo del alma. En sus JYiedi­
tacioncs. D escartes funda expresamente su drama íntimo
en la p � sibilidad de error. Cabe que no haya correspon­
dencia con el hecho objetivo, y, de ser así, tiene que haber
un alma con actividades, cuya realidad sea puramente de-
rivativa de sí misma. Véase, por ejemplo, ese pasaje de
Meditación IP:
Pero se me dirá que estas presentaciones son falsas y que es
toy soñando. Supongamos que así sea. En todo caso es cierto
que me parece ver la luz, oír un ruido y sentir calor ; esto no
puede ser falso, y esto es propiamente lo que en mí se llama
sentir, qu-e no es otra cosa que p ensar. Partiendo de esto, co
mienzo a saber lo que soy, con alguna claridad y precisión ma
yores que hasta ahora.

O también en la Meditación III:


. . . puesto que, eomo hice observar antes, aunque quizá fuera
de mí nada sean absolutamente las cosas que percibo o imagino,
tengo, sin embargo, la seguridad de que esos modos de concien
cia que yo llam;o p ercepciones e imaginaciones, existen en mí
en cuanto son modos de conciencia.

El objetivismo de los mundos medioeval y antiguo había


pasado a la ciencia. En ella la naturaleza era concebida en
sí misma, con sus propias reacciones mutuas. Bajo el recien­
te influjo de la relatividad, ha habido una tendencia a formu­
laciones subjetivistas; pero, prescindiendo de esta excepción
reciente, la naturaleza se ha visto formular sus leyes, en el
pensamiento científico, sin la menor referencia a una de­
pendencia de los observadores individuales. Sin embargo,
entre las actitudes anteriores y las posteriores frente a la
ciencia hay una diferencia: el antirracionalismo de los mo­
dernos se ha opuesto a toda tentativa de armonizar los
conceptos últimos de la ciencia con ideas sacadas de un
examen más concreto del conjunto de la realidad. La ma­
teria, el espacio, el tiempo, las diversas leyes relativas a la
transición de configuraciones de la materia, se toman como
hechos tenaces últimos que se resisten a todo tratamiento.
El resultado de esta animosidad contra la filosofía ha
sido tan lamentable para ésta como para la ciencia. En
esta conferencia nos ocupamos de la filosofía. Los filó­
sofos son rac:onalistas. Se proponen ir más allá de los
hechos irreducibles y tenaces: desean explicar a la luz de
principios universales las referencias mutuas entre los va-
1 Citado según la traducción de V eitch.

172
ríos detalles que figuran en el fluir de .la� cosas . . Ade_más,
buscan principios con el propósito de ehmmar arbrtraneda­
des crl'.sas; así, cualquiera que sea la parte de un h�cho
supuesta o dada, la �xistencia �� las cosas . rest�ntes tien.e
que conciliarse con crertos reqmsrtos de. racronali�ad. E:'r­
gen un sentido. Así lo dice este pasaJe de Ennque Srd­
gwick 1:
La aspiración primaria d e l a filosofía es unificar completa
mente poner en coherencia clara, todos los campos del sab-er
d
racio al, y esa aspiración no puede ser r�alizada por ninguna
filosofía que deje fuera de su panoram� €l cuerpo de
juicios y raciocinios que forman el obJeto de la

Por lo tanto ' los prejuicios que por la historia sienten las
ciencias físicas y sociales, con su negativa a raciocinar :por
debajo de algún mecanismo último, ha desviado a la filo­
sofía de los cauces efectivos de la vida moderna. Y así
ha perdido su genuina función de crítica constante . d.e
las formulaciones parciales, retirándose a la esfera su.bJet.r­
vista del espíritu por haber sido expulsada por la crencra
de la esfera objetivista de la materia. Así, la del
pensamiento en el siglo XVI obró en el mismo que
la exaltación de la personalidad individual, derivada de la
Edad Media. Ya vimos cómo Descartes se situaba an!e su
propio último espíritu, del que su filosofía le da s:g1 :n�ad,
y cómo preguntaba por sus relacio11:es ��n la materia ultima
-ejemplificada, en la segunda Med1taczon, por �1 cu.erpo hu­
mano y un puñado de cera- supuesta por la crencra de ese
pensador. És como la vara de Aarón y las serpientes de los
encantadores, y la única cuestión que se le. plant:a a la
filosofía es la de saber quién se tragará a qmen o sr, como
Descartes creía, podrán vivir felices juntos. En este. co­
rriente de pensamiento deben encontrarse Locke, Berkeley,
Hume y Kant. Dos grandes nombres quedan .fuer� de esta
lista: Spinoza y Leibniz. Pero hay cierto arslamrento de
ambos con respecto a su influjo filosófico en cuanto se re­
fie::e a la ciencia, como si se hubiesen extraviado hacia
extremos situados más allá de los límites de la filosofía se-
1 Cf. Enrique Sidgwick, A Memoir, apéndiC<'.

173
gura: Spinoza por haber insistido en más antiguo s modos
de pensamiento y Leibniz por la novedad de sus mónadas.
Es curioso el paralelismo que presenta la historia de la
filosofía comparada con la de la ciencia. Lo mismo para
la una que para la otra, el siglo XVII levantó el escenario
e� que habí�n de moverse los dos siguientes. Pero en el
s1g�o :xx comienza un nuevo acto. Es una exageración atri­
bmr a una obra o autor determinados todo un cambio ge­
neral en el clima del pensamiento. No cabe duda de que
Descartes no hizo más que expresar de un modo definido
Y en forma decisiva lo que estaba ya en el aire de su época.
Do un modo análogo, para atribuir a William James la inau­
guración de un escenario nueYo en la filosofía habría que
prescindir de otras influencias existentes en su tiempo. Pero
mclu?o admitiéndolo así, sigue teniendo cierta razón el pa­
rangon de su ensayo Does Consciousness E:cist, publicado
en 1904, con el Discurso del Método, publicado en 1637.
James despeja la escena suprimiendo los atavíos antiO'uoso
o, mejor dicho, cambió por completo su iluminación. To�
memos, por ejemplo, estas dos frases de su ensayo:
Negar crasamente que la "conciencia" existe, parece en >ista
de ello- pues existen p ositivamente "pensamientos" innegables­

tm� absur o qu � me temo que algunos lectores no quieran se
gcurme ma� alla. Permítaseme, pues, declarar inmediatamente
que
Y? �nt.rendo negar simplemente que esa palabra indique un
ente, msr� �wndo, en cambio, eon el mayor empeño en que indica
una funcron.

El materialismo científico y el eO'o cartesiano eran desa­


fiados igualmente al mismo tiemp� : uno por la ciencia y
el otro por la filosofía, como representada por James con
sus antecedentes psicológicos, y este doble reto señala el fin
de un período que había durado unos doscientos cincuenta
años. Es n?torio que "materia" y "conciencia" expresan
algo tan ev1dente en la experiencia ordinaria que nin()'una
b
filosofí� nec:sit� . proporcionar cosas que respondan a sus
respectivos sigmfiCados. Pero el caso es que tanto respecto
de la una �om.o �eSJ?�Cto de la otra el siglo XVII había adop­
tado un cnteno mfJciOnado con un presupuesto actualmente
puesto en tela de juicio. James niega que la conciencia sea
174
un ente, pero admite que es una función. La discriminación
entre ente y función es, en consecuencia, vital para enten­
der el reto que James lanza contra los anteriores modos
de pensamiento. En el ensayo en cuestión, se razona ple­
namente el carácter que James asigna a la conciencia, aun­
que no dejan de ser ambiguas las explicaciones acerca ele lo
que entiende él por ente, noción que se niega a aplicar a la
conciencia. En el pasaje que viene inmediatamente a con­
tinuación del ya citado, dice lo siguiente:
No existe, a mi juicio, una materia o cualidad de ser originaria,
que difiera ele aquella ele que están hechos los objetos materides
y de la cual están hechos nuestros pensamientos ; p ero hay una
función en la experiencia que llevan a cabo los p ensamientos, y
para cuyo desempeño se in>oca esta cualidad de ser. Esa fun­
ción es el conocer. La "conciencia" se supone necesaria p ara
explicar el hecho de que las cosas no sólo son ' sino c¡ue -
son
referidas, conocidas.

Por lo tanto, James niega que la conciencia sea una "ma­


teria" ("stuff") .
El término "ente", e incluso el de "materia", no nos acaba
de decir todo lo que esconde. La noción de "ente" es tan
general que cabe tomarla en el sentido de cuanto puede
ser objeto del pensamiento. No es posible pensar lu - mera
nada, y el algo susceptible de ser objeto del pensamiento
puede ser calificado de ente. En este sentido, una función
es un ente. Huelga decir que no es éste el sentido que tenía
presente James.
De crmformidad con la teoría orgánica de la naturaleza,
que he intentado desarrollar en estas conferencias, voy a
interpretar a James. para el objeto que persigo, como ha­
biendo negado precisamente lo que Descartes afirma en su
Discurso y en sus ]}1editaciones. Descartes distingue dos
especies de entes: materia y alma. La esencia de la materia
es la extensión espacial; la del alma, su cogitación, en el
cabal sentido que Descartes asigna a la palabra cogitare;
por ejemplo, en la sección 53 de la parte I de sus Principios
de Filosofía, enuncia:
Que de toda sustancia hay un atributo principal, como p c".!lsar
del espíritu y extensión del cuerpo.

175
En la sección precedente (52) , afirma Descartes:
Por sustancia no podemos concebir otra cosa que una cosa qu-e
exista de tal modo que para su existencia no necesite de nada que
no sea -ella misma.

1\!Iás adelante, continúa Descartes:


Por ej emplo, porque toda sustancia que deja ele durar deja
también e e existir, la duración no es distinta de la sustancia salvo
en el pensamiento ; . . .

D e todo ello concluímos que, para Descartes, espíritus y


cuerpos existen de tal suerte que no necesitan de otra cosa
que de sí mismos individualmente (exceptuando sólo a Dios,
por ser el fundamento de todas las cosas) ; que tanto los es­
píritus como los cuerpos duran, porque sin duración deja­
rían de existir; que la extensión espacial es el atributo de los
cuerpos, y la cogitación el atributo esencial de los espíritus.
Nunca se ensalzará demasiado la genialidad de que da
muestras Descartes en el conjunto de las secciones de sus
Principios que se ocupan de estas cuestiones. Es una obra
digna del siglo en que fué escrita y de la claridad del inte­
lecto francés. En su distinción entre tiempo y duración, en
su modo de fundar el tiempo en el movimiento y en la
íntima relación que establece entre materia y extensión,
adelantó Descartes, dentro de los límites en que ello era
posible en su época, las concepciones modernas sugeridas
por la doctrina de la relatividad o por algunos aspectos de
la doctrina de Bergson acerca de la generación de las cosas.
Pero los principios fundamentales están formulados de suer­
te que presuponen sustancias dotadas de existencia inde­
pendiente con locación simple en la comunidad de dura­
ciones temporales, y, en el caso de los cuerpos, con bcación
simple en la comunidad de las extensiones espaciales. Esos
principios conducían directamente a la teoría de una natu­
raleza materialista, mecanicista, examinada por espíritus
cogitantes. Finalizado el siglo :x-vn, la ciencia tomó posesión
de la naturaleza materialista y la filosofía de los espíritus
cogitantes. Algunas escuelas de filosofía admitieron un dua­
lismo último, y las distintas escuelas idealistas proclamaron
que la naturaleza era pura y simplemente el ejemplo princi-

J 'ifi
pal ele las cogitaciones de los espíritus. Pero todas las escue­
las admitieron el análisis cartesiano de los últimos elemen­
tos de la naturaleza. Excluyo ele estas afirmaciones a Spinoza
y a Leibniz en cuanto a la corriente principal de la filosofía
moderna que siguió la ruta trazada por Descartes; pero
huelga decir que fueron influídos por él, al igual que ellos,
por su parte, influyeron en otros filósofos. Me fijo principal­
mente en los contactos efectivos entre la ciencia y la filosofía.
La división de competencias entre la ciencia y la filosofía
no era asunto fácil de arregbr, "j' de hecho pone de mani­

fiesto h endeblez de todo el presupuesto amañado en que se


basaba. Nos damos cuenta de que la naturaleza es un
juego entrelazado de cuerpos, colores, sonidos, olores, sabo­
res, tactos "J' o tras varias sensaciones corporales, desplega­
das como en el espacio, en módulos de separación mutua a
base de volúmenes interpuestos, y de forma individual. Ade­
más, el todo es un fluir, que cambia con el correr del tiempo .
Esta totalidad sistemática se nos ofrece como un complejo
de cosas. Pero el dualismo del siglo xvn lo secesionó sin
parar en mientes. El mundo objetivo de la ciencia estaba
confinado a la mera m�lteria espacial con locación simple,
acatando reglas definidas relativas a su locomoción. El
1-:mndo de la filosofía se adueñó de los colores,
souidos, sabores, tactos y sensaciones corporales a
modo de elementos integrantes del contenido subjetivo de
las cogitaciones de los espíritus individuales. Los dos mun­
dos participaban en d fiuir genc;ml; pero el tiempo, en cuan­
to medido, es asignado por Descartes a las cogitaciones del
espíritu del observador. Huelga decir que este esquema
adolece de una endeblez fatal. Las cogitaciones de la mente
se presentan ante la mente, en calidad de soportes de entes
tales como colores, por ejemplo, a modo de ter1níni de
la contemplación. Pero, al fin y al cabo, en esta teoría no
son más que mero ajuar del espíritu. En consecuencia, el
espíritu parece estar limii:ado a su propio peculiar mundo
de cogitaciones. La conformación de sujeto-objeto de la
experiencia se halla en su integridad dentro de la mente
como una de las pasiones peculiares de ésta. Esta conclu­
sión sacada de los data de Descartes, es el punto ele partida
desde el cual desarrollan sus sistemas Berkeley, Hume y
Kant. Y, antes de ellos, fué el punto en que Locke se con­
centró, considerándolo como la cuestión vital. Así, la cues­
tión de cómo cualquier conocimiento se obtiene del mundo
verdaderamente objetivo de la ciencia, pasa a ser problema
de primera magnitud. Descartes afirma que el cuerpo obje­
tivo es percibido por el intelecto. Dice así (Meditación ll):
Tengo que admitir, por consiguiente, que ni siquiera puedo
comprender por imaginación qué es el trozo de cera, y que es el
espíritu solo que lo p ercibe. Hablo de un trozo en p articular,
pues para la cera en general, esto es aún más evidente. Pero
¡, qué es el trozo de cera que únicamente por el espíritu puede ser
p ercibido 'l . . . La percepción de él no es ni un acto de visión, ni
de tacto, ni de imaginación, y nunca fué ninguna de estas cosas
aunque anteriormente haya podido p arecerlo, sino simplemente una
intuición (inspectio) del espíritu . . .

Hay que tener presente que la palabra latina impectio


tal como se usa clásicamente va asociada a la noción de teo­
ría en cuanto opuesta a práctica.
Ahora vemos claramente ante nosotros las dos grandes
preocupaciones de la filosofía moderna. El estudio del espí­
ritu se divide en psicología, o estudio de las funciones men­
tales consideradas en sí y en sus relaciones mutuas, y en
epistemología, o teoría del conocimiento de un mundo obje­
tivo común. Dicho con otras palabras: hay el estudio dé
las cogitaciones qua pasiones del espíritu y su estudio qua
llevando a una inspección (intuición) de un mundo obje­
tivo. Es una división muy incómoda, que da lugar a una
serie de complicaciones cuyo estudio ha dado mucho que
hacer a los siglos que nos separan de aquel pensador.
J'dientras los hombres pensaron en términos de nociones
físicas el mundo objetivo y de espiritualidad el mundo
subjetivo, d planteamiento del problema en la forma en
que lo había hecho Descartes, bastaba como punto de par­
tida. Pero el equilibrio ha sido alterado por el ascenso de
la fisiología. En el siglo xvn se pasó del estudio de la física
al de la filosofía. Hacia fines del siglo XIX se pasó, princi­
palmente en Alemania, del estudio de la fisiología al de la
psicología. El cambio de tono fué decisivo. Desde luego,

178
en el período anterior había sido tenida plen.amente en
cuenta la intervenciÓn del cuerpo humano; por eJemplo, por
Descartes en la parte V del Discurso del Jl.fétodo. Pero no
se había desarrollado el instinto psicológico. Al estudiar el
cuerpo humano, Descartes pensaba con la men�alidad de
un físico; en cambio, los psicólogos modernos revisten la de
los fisiólorros médicos. La trayectoria de William James
es un eje�plo de este cambio de punto de vista. También
él poseía el talento claro e incisivo capaz de plantear de
un solo golpe la esencia del asunto.
Ahora se ve claramente la razón de que yo haya puesto
en estrecho parangón a Descartes y William James. Nin­
rruno de estos dos filósofos terminó una época con una
�olución final de un problema. Su gran mérito es del tipo
opuesto . Cada uno de ellos abre una época por su clara for­
mulación de los términos en que de un modo provechoso
podía el pensamiento expresarse en sectores particular�s del
conocimiento, uno de ellos para el siglo XVI y el otro para
el L'L En este respecto, tanto uno como otro pueden con­
siderarse como polos opuestos a Santo Tomás de Aquino,
que expresó la culminación del escolast�cismo aristotélico .
.
En más de un aspecto ni Descartes m James fueron los fi­
Msofos más característicos de su respectiva época. Yo � tri­
buiría más bien esa posición a Locke y Bergson, respectiva­
mente, por lo menos en lo que se refiere a sus relaciones
con la ciencia de su tiempo. Locke desarrolló las líneas de
pensamiento que mantuvieron a la filosofía al ritmo ? e la
época; por ejemplo, acentuó las inv� caciones � la p� Ico�o­
gía. Inauguró el períod�, que hizo ep o� a, �e �vestigacw­
nes sobre problemas palpitantes de obJ etivo limitado. Indu­
dablemente al hacerlo así, le inculcó a la filosofía algo del
antirracion�lismo de la ciencia. Pero la verdadera cimenta­
ción de una metodología fructífera estriba en partir de aque­
llos postulados claros que deben ser tenidos como últimos
en cuanto afecta a la ocasión en cuestión. La crítica de
esos postulados metodol�� icos se re�erva. � sí �ar� ?tra opor­
tunidad. Locke descubno que la situacwn fJloso.fica lega�a
por Descartes implicaba los problemas de la epistemologia
y de la psicología.

179
. Bergson
mcas
introdujo en la filosofía las concepciones orgá­
de la ciencia fisiológica, apartándose del modo más
completo posible del materialismo estático del siglo xvn. Su
protesta contra la espacialización lo es contra el prurito de
tomar la concepción newtoniana de la naturaleza como si
no f �era ot�·� cosa qu� una el;vada abstracción. Su pre­
ten �I?o anh-mtelectuahsmo deoe ser interpretado en este
sentra� . En algunos aspectos acude a Descartes; pero no lo
hace sm acompañarse instintivamente del apoyo de la bio ­
logía moderna.
Hay otro motivo que justifica esta asociación de Locke
y; Bergs?n: En Locke debe buscarse el germen de una teo­
n� org�mca de 1::; naturaleza. El profesor Gibson el I,

mas reciente expositor de Locke, afirma que la manera de


Locke de concebir la identidad de la autoconciencia "como
la de un organismo vivo, implica un auténtico trascender
de la visión mecánica de la naturaleza y del espíritu, impli­
cada en la teoría de la composición". Pero conviene adver­
tir que, en primer lugar, Locke se mueve indeciso en esa
P?stura,. y, en � egundo lugar, cosa aun más importante, que
solo aphcu su Idea a la auto-conciencia. La actitud fisioló­
gi Sa no se había afianzado aún. El efecto de la fisiolocrÍft
fue postergar al espíritu ante la naturaleza. El neuról;cro
sigu� primero el efecto de los estímulos a lo largo de l� s
nerviOs corporales, luego la integración en los centros ner­
vios? s Y P,or úl�imo el surgimiento de una referencia pro­
yectrva mas alla del cuerpo con una eficacia motriz resul
tante en una excita.eión ne�·viosa reanudada. En bioquímica,
�e descubre el delicado aJuste de la compos:ción química
ae las partes para la preservación del orcranismo entero�
Así, .la cognición mental es vista a modo d; experiencia re
flectiva de una totalidad, manifestando para sí lo que en
ella esta, a modo de fenómeno singular unitario. Esta uni­
dad . es la integración del conjunto de sus acontecimientos
p �rciales, pero no es su adición numérica. Como un acaeci­
miento, tiene su unidad propia. Esta unidad total, consi-
. 1 Cf. su obra Locke's Tlwor
_ y of Kn01cleclge ancl -its Histo­
ncal Rela:w ns. Cambridge U:r.liv. Press, 1917.

180
derada como ente por sí, es la prehensión en unidad de
los aspectos modulados del universo de aca:cimi�nto :; . . Su
conocimiento de sí misma, surge de su propia aphcabihdad
a las cosas cuyos aspectos prehende. Conoce el mundo como
un sistema de aplicabilidad mutua, y de esta suerte se ve a
sí misma como reflejada en otras cosas. Entre estas otras
cosas figuran muy especialmente las varias partes de su pro­
pio cuerpo.
Es important e distinguir el módulo corporal, que dura, del
11 1.0
-
acaecimiento corporal, penetrado por el mo' d durab1ie, Y
de las partes del acaecimiento corporal. Las partes del ac� e­
cimiento corporal son penetradas, a su vez, por sus propiOs
módulos durables, que constituyen elementos en el módulo
durable. Las partes del cuerpo son realmente porciones del
ambiente del acaecimiento corporal total, pero de tal suerte
relacionadas que sus aspectos �ut�ws, cada uno .d: e�l? s
en el otro, son peculiarmente e1ectivos en . la modific�cwn
del módulo de cada uno de ellos . Esto proviene del caracter
íntimo de la relación del todo con la parte. Así, el cuerpo
es una porción del ambiente para la parte, y ésta un.a por­
ción del ambiente para el cuerpo; sólo ellos son particular­
mente sensibles, cada uno a las modificaciones del otro. Esta
sensibilidad está dispuesta de suerte que la parte se ajusta
para preservar la estabilidad del módulo del cuerpo. Es un
ejemplo particular del ambiente propicio 9-ue proteg � al o.rga­
nismo. La relación de la parte al todo tiene la reciprocidad
esnecial asociada a la noción de organismo, en que la parte
está para el todo; pero esta relación imi? era en toda la ? atu­
raleza. sin que se inicie en el caso especml de los orgamsmos
más elevados.
A mayor abundamiento, examinando la cuestión como si
se tratara de un asunto de química, no hay necesidad . de
interpretar las acciones de cada molécula en un cuerpo VIVO
a base de su referencia particular exclusiva al módulo del
organismo vivo completo. Es cierto que toda molécul� es
afectada por el aspecto de su módulo en cuanto refleJa�o
en ella, de suerte que es de otra manera de como h�bna
sido si hubiese estado colocada en otro lugar. De Igual
modo, en algunas circunstancias puede un electrón ser esfé-
181
ri� o y en otras un volumen de forma oval. Este procedi­
nuento de enfocar el problema, por lo que a la ciencia se
refiere, consiste simplemente en preguntar si las moléculas
presentan en los cuerpos vivos propiedades no observables
en medio de ,contornos
. o
inorgánicos. De iO'ual modo, en un
campo magnehco presenta el hierro maleable propiedades
que sólo latentes tiene en otros sitios. Las rápidas acciones
de auto-preservación de los cuerpos vivos -y también nues­
tra experiencia de las acciones físicas de nuestros cuerpos
obedeciendo las determinaciones de nuestra voluntad- su­
giere la modificación de las moléculas en el cuerpo como
r;�ultado del módulo total. Parece posible que haya leyes
fisiCas que expresen la modificación de los últimos or(J'anis­
mos básicos cuando forman parte de organismos más �leva­
dos con adecuada compacidad de módulo. Sin embargo, es­
taría en perfecta consonancia con la acción empíricamente
o b
observada,
. de los ambientes, que fuesen ne(J'li(J'ibles los efec-
tos d m:ctos de los aspectos entre el cuerpo entero y sus
partes. Esperaríamos una transmisión. De este modo la
modificación del módulo total se transmitiría por medí; de
una serie de modificaciones de una serie descendente de par­
tes, de suerte que finalmente la modificación de la célula
cambie su aspecto en la molécula, efectuando así una alte­
ración correspondiente en la molécula o en algún ente
más sutil. Así, la cuestión que se plantea a la fisiología
es la de la física de las moléculas en células de diferentes
caracteres.
Ah �ra pod�IJ?-OS ver las relaciones entre la psicología, la fi­
.
swlogia y la fisic� . �1 campo reservado a la psicología es pu­
r::ne.nte el acae�ImH�nto considerado desde su propio punto
de vista. La umclad de este campo es la unidad de acaeci­
n:ie�to. Pero es el acaecimiento en cuanto ente y no el acae­
cmuento en cuanto suma de partes. Las relaciones de las
parte�, entre sí y con el todo, son sus aspectos, el que cada
una tiene para las demás. Para un observador externo, un
cuerpo es un agregado de los aspectos que para él tiene
el cuerpo en cuanto conjunto, y también del cuerpo en
cuanto suma de partes. Para el observador externo, son do­
minantes, por lo menos para la cognición, los aspectos de la

182
forma y de los objetos-del-sentido. Pero también tenemos
que admitir la posibilidad de que descubramos en nosotros
aspectos de las mentalidades de organismos superiores. La
pretensión de que la cognición de mentalidades ajenas tenga
que efectuarse necesariamente por medio de inferencias in­
directas de los aspectos de la forma y de los objetos-del-sen­
tido, aparece como totalmente infundada a tenor de esta
filosofía del organismo. El principio fundamental es que
cualquier cosa que emerja a "actualidad", implanta sus as­
pectos en todo acaecimiento individual.
A mayor abundamiento, incluso para la autocognición,
los aspectos de las p artes de nuestros propios cuerpos to­
man en parte la forma de aspectos de la forma y de los
objetos-del-sentido. Pero esa parte del acaecimiento corpo­
ral, con respecto al cual es asociada la mentalidad cognitiva,
es para sí el campo psicológico unitario. Sus ingredientes
no se refieren al acaecimiento mismo, sino que son aspectos
de lo que está más allá de ese acaecimiento. Así, el cono­
cimiento de sí mismo, inherente al acaecimiento corporal,
es el conocimiento de sí mismo en cuanto unidad compleja
cuyos ingredientes abarcan toda la realidad más allá de él,
restringida por la limitación de sus módulos de aspectos.
Así, nos conocemos como una función de unificación de una
pluralidad de cosas que son ajenas a nosotros. La cognición
descubre un acaecimiento como siendo una actividad, como
organizando una coexistencia real de cosas ajenas. Pero este
campo psicológico no depende de su cognición, de suerte
que este campo sigue siendo un acaecimiento unitario en
cuanto abstraído de su autocognición.
En consecuencia, conciencia será la función del conocer.
Pero lo conocido es ya una prehensión de aspecto s del uni­
verso real único. Estos aspectos lo son de otros acaecimien­
tos en cuanto se modifican mutuamente, cada uno a los
demás; en el módulo de los aspectos, se hallan en su módulo
de estar mutuamente relacionados.
Los datos originarios en términos de los cuales el módulo
construye, son los aspectos de las formas, de los objetos­
del-sentido y de otros objetos eternos cuya autoidentidad
no es dependiente del fluir de las cosas. Dondequiera que

183
e� o� objetos tengan acceso al fluir general, interpretan acae­
Clill�n.tos, cada uno a los demás. En este caso están en el
perc1p1ente;. pero, siendo percibidos por él, le proporcionan
al�o del flmr total que está más allá de él. La relación de
SUJ.eto-objeto tiene su , origen en el doble papel de estos
obJetos eternos. Son modificaciones del sujeto, pero sólo
en su caracte, r de
� spectos de ? tros sujetos que se incor­
p or�� a la comumdad del umverso. Así, ningún sujeto
Individual pued� tener realidad independiente, puesto que
es una, prehenswn , de aspectos limitad
os de sujetos aje­
nos a el.
La �:ase técnica sujeto-objeto es un mal término para la
s:.tuacwn fundamental puesta de manifiesto en la experien­
c.Ja. Es verdadero trasunto del "sujeto-predicado" aristoté­
lico. P:�supone ya la doctrina metafísica de sujetos diver­
sos c�hfJCados por. sus predicados privativos. Esta es la
d_octrma de los suJetos con mundos de experiencia priva­
tivos. D� aceptarla no hay modo de escapar al solipsismo.
Lo esencial es que la frase "sujeto-objeto" indica un ente
fundamental subyacente a los objetos. Así, los "objetos",
de tal s :r erte con�ebido s, son simplemente los espíritus de
.
los predJC.ados aristotélicos. La situación primaria puesta
al desc�rb1erto en la experiencia cognitiva es "objeto-ecro
en. me �IO de objetos". Lo digo en el sentido de que el hecho
pnmar w es un mundo imparcial trascendente al "aquí­
ahora" que señala al objeto-ego, y trascendente al "ahora"
que es el mundo espacial de realización simultánea. Es
un mundo que incluye la "actualización" del pa­
sado l la potenciali�a� del futuro, junto con- el
munu? completo de la potencmhdad abstracta, el reino de
l?s o!J,J etos eternos, que trasciende .el curso positivo de rea­
hzaewn, y halla ejemplificación en él y en comparación con
él. El �bjeto-ego, en cuanto aquí-ahora de la conciencia,
es consc1 �nte de su esencia experiente como constituída por
s:r estar mternamente relacionada con el mundo
de las rea­
lidad�s Y con el de las ideas. Pero, estando así constitu ído,
el obJeto-ego se halla dentro del mundo de las realidades
'?' se presenta co�o :rn organismo que reclama el ingreso de
1deas para el des1gmo de esta su condición entre las reali-
184
dades. Debemos guardar para otra ocasión el tratamiento
de esta cuestión de la conciencia.
El punto que importa dilucidar a los efectos del presente
estudio, es que una filosofía de la naturaleza en cuanto. ?r­
gánica, tiene que partir del extremo opuesto a �se reqms1to
de una filosofía materialista. El punto de partida del ma­
terialismo son las sustancias de existencia independiente:
materia y espíritu. La materia .s,ufre modific� �iones de sus
relaciones externas de locomocwn, y el esprntu las sufre
de sus objetos contemplados. En esta teoría materialista
hay dos clases de sustancias ind�pendientes, calificada c�da
una de ellas por sus propias paswnes. El punto �e partida
del organicismo es el análisis � el proceso concermente .a la
rett1ización de acaecimientos dispuestos en una comumdad
entrelazada. El acaecimiento es la unidad de lo real de las
cosas. El módulo durable emergente es la estabilización
del logro emergente para que llegue a ser un hecho que re­
tenga su identidad a través del proceso. Adviértase que la
durabilidad no es primariamente la propiedad de durar
más allá de sí mismo, sino la de durar dentro de sí mismo.
Quiero decir que la durabilidad es la propiedad de encon­
trar reproducido su módulo en la� partes tempor�le� del
acaecimiento total. Es en este sentido que un acaec1m1ento
total lleva un módulo durable. Hay un valor intrínseco
idéntico para el todo y para su sucesión de p�rtes . . c?�­
nición es el emerger -en alguna medida de realidad mdrvr­
dualizada- del sustrato general de actividad, ponderando
ante sí la posibilidad, la "actualidad" y el de�i�nio. , .
Es icrualmente posible llegar a esta concepcwn orgamca
del m;ndo partiendo de las noc:ones fundamentales de la
física modérna en vez de hacerlo, como en los párrafos pre­
cedentes, de la psicología y de la fisiología . . � en reali�ad
fué por este camino que llegué a, 1?-is conv1c;1.ones deb1�0
a mis propios estudios � e matemahca y de �IsJca matema­
tica. La física matemátrca presupone, en pnmer lugar,. un
campo de actividad electromagnético que llena el espaciO Y
el tiempo. Las leyes que condicionan este campo �o . son
otra cosa que las condiciones observa�as por .la .a�tlvid!-ld
general del fluir del mundo, tal como este se md1vrduahza
185
e� l �s acaecimientos. En física, es una abstracción. La
c1encm hace caso omiso de lo que una cosa sea en sí. Sus
entes son estudiados meramente con respecto a su realidad
extríns :ca, es decir con respecto a los aspectos que en otras
cos �s .tienen. Pero la abstracción llega aún más allá, pues
lo umco que cuenta son los aspectos en otras cosas en
cuanto modificativos de las especificaciones espacio-temno­
rales de las historias-de-la-vida de esas otras cosas. La r'ea­
lidad intrínseca del observador es tenida en cuenta: me re­
fiero a lo que el observador invoca para sí; por ejemplo, el
hecho de que vea azul o rojo, figura en las aserciones cien­
tíficas, pero en realidad no el rojo que el observador ve: lo
q.ue �uenta e � simplemente la mera diversidad de las expe­
n �ncias de . roJ ? del observador con respecto a todas sus de­
ma s experrencias. Por consiguiente, el carácter intrínseco
d�l observador sólo es de aplicación en orden a fijar la indi­
VIdualidad autoidéntica de los entes físicos. Estos entes
son considerados sólo como factores que fijan las rutas en
el espac:o y en el tiempo de las historias-de-la-vida de los
entes durables.
La terminología de la física se deriva de las ideas mate­
rialistas del siglo xvrr; pero yo encuentro que con todo 'y su
e ;trem � a.bstracción, lo que realmente presupone es la teo­
na orgamca de los aspectos tal como nosotros la hemos
expues�o anterjo �mente. Examinemos, en primer lugar,
cualqUier acaecimiento en el espacio vacío, significando en
este caso la palabra "vacío", desprovisto de electrones o
proto �e � u otra forma cualquiera de carga eléctrica. Un
acaecimiento como ése tiene tres funciones en la física: pri­
mera: es la e �cena efectiva de una contingencia de energía,
ya c.omo habztáculo de ésta, ya como lugar de una corriente
particular de energía; sea como fuere, en esta función la ener­
gía . está allí, bien como localizada en el espacio durante
el tiempo en c�es�ión, bien corriendo por el espacio. Se­
gunda: el acaecimiento es un eslabón necesario en el mó­
dulo de transmisión, por medio del cual el carácter de todo
aco?- tecimiento recibe alguna modificación proveniente del
c �r11;cter de cualquier otro acaecimiento. Tercera: el acae­
cnmento es el repositorio de una posibilidad en orden a lo
186
que le ocurriría a un�. car�a el�.ctrica, sea por vía de d�!or­
mación 0 de locomocwn , si se mera el caso de que estm 1ese
allí. . . , ". ,
Si modificamos nuestra suposiciOn f!Jandonos .en �n
acaecimiento que incluya en sí una porción de �a hls�ona­
de-la-vida de una carga eléctrica, entonces subsiste . a.u.n el
análisis de sus tres funciones, excepto que la pos;� :l:dad
implicada en la terce�a s � .ha transf?r.n:ado ahor,� en a.clu�:
lidad". En esta susbtucwn de pos1b1hdad por actualidad
obtenemos la distinción entre acaecimientos vacíos Y acae­
cimientos ocupados.
Volviendo a 1os acaecimien�os vací? s, ;wt�mos en ;:l}os
la falta de la individualidad del contemdo I.nt:mseco. -n L: IJan­
donos en la primera función de un acaecimien to vaCio, .la
de ser un habi,t áculo de energía, notamos que n o hay d1s :
,
criminación de una porción individual de energ1a sobre SI
está ubicada localmente o constituye un elemento de . la
corriente. Hay simplemente una determinació;r .cuantit�tiva
de actividad. sin individualización de la actiVJdad misma.
Esta falta d� individualización resulta aun m.ás . patente �n
las funciones segunda y tercera. Un . acaec1m1.ent? . vac1?
es alguna cosa en sí, pero no logra realizar una mdividu�h­
dad d e contenido que sea estable. Por lo que a su cont�mdo
se refiere, el acaecimiento vacío es un el�mento realizado
en un esquema general de actividad orgamzada. . .
Alguna calificación se requiere cu�� ?o el acaec!mwn�.o
vacío está en la escena de la transmision de un tr-..n , den­
nido de rcnetidas formas de ondas. Hay ahora un . m? dulo
definido qiie sigue siendo permanente e� el aca.e�1m1;nto.
Pero es individualidad sin el menor deJ ? de ong�nahdad,
puesto que es meramente una permanencia pro;emente ex­
clusivamente de la implicación de un acaecimiento en un
esquema de modulación más amplio. . .
Pasando ahora al examen de un acaecimiento ocupado,
el electrón tiene una individualidad determin� d� . Puede se­
guírsele a través de una :ariedad de aca.ecimientos en el
curso de su historia-de-la-vida. Una coleccwn . de electrones
junto con las análogas cargas de electricidad posi�h: a, forma
un cuerpo tal como los que ordinariamente perc1b1mos. El
187
cu �rpo más simple de esta clase es una molécula, y una
serie de moléculas forma un trozo de materia ordinaria,
como una silla o una piedra. Así, una carga de electricidad
es la marca de la individualidad de contenido, en calidad
de añadida a la individ11alid:J.d de un acaecimiento en sí.
Esta individualidad de contenido es el punto fuerte d e la
doc trina materialista.
Sin embargo, es susceptible de ser igualmente bien expli­
cado a base de la teoría del organicismo. Si nos fijamos en
la función de la carga eléctrica, observamos que su papel
es marcar la originación de un módulo que es transmitido
por el espacio y el tiempo. Es la llave de algún módulo
particular. Por ejemplo : el campo de fuerzas de todo acae­
cimiento debe interpretarse prestando atención a las con­
tingencias de los electrones y protones, y lo propio cabe de­
cir d e las conientes y distribuciones de energía . Además,
las ondas eléctricas se originan en las contingencias vibra­
torias de estas cargas. Así, el módulo transmitido debe
ser concebido con el fluir de aspectos a través del espacio
y del tiempo, derivado e e la historia-de-la-vida de la carga
atómica. La individualización de la carga surge por una
conjunción de dos caracteres: en primer lugar, por la con­
tinuada identidad de su modo de funcionar como llave para
la determinación de una difusión de módulo, y, en segundo
lugar, por la unidad y continuidad de su historia-de-la-vida.
. Podemos concluir, por consiguiente, que la teoría orgá­
mca representa directamente lo que la física supone efec­
tivamente acerca de sus entes últimos. Advertimos también
la completa futilidad de estos entes si se les concibe como
individuos plenamente concretos. Por lo que a la física
se refiere, su ocupación se agota en moverse entre sí, y fuera
d e esta función carecen de realidad. Para la física muy par­
_
ticularmente, no existe realidad intrínseca.
Es evidente que la fundamentación de la filosofía en el
presupuesto de organismo debe retrotraerse a Leibniz1. Sus
mónadas son para él los entes últimamente reales. Pero

1 Cf. Bertrand Russell, The Phtlosophy of Leibniz) como


sugerencia de esta línea de p ensamiento.

188
retuvo las sustancias cartesianas con sus pasiones califica­
tivas, como igualmente expresivas, a su juicio, de la carac­
_ _
terización final de las cosas reales. Por cons1gmente, se­
gún él, no hay realidad concreta de las relaci.ones i�t�rnas.
En consecuencia, maneja dos puntos de v1sta d1stmtos.
Uno de el1os era que el ente real final es una actividad orga­
nizadora que funde ingredientes en una unidad, de suerte
que esta unidad es la realidad. El otro punto de vista es
que los entes reales finales son sustancias soportes de cua­
lidades. El primer punto de vista depende de que se acep­
ten relaciones internas que mantengan unida a toda la rea­
lidad. El segundo es incompatible con la realidad de seme­
jantes relaciones. Para combinar estos dos puntos de vista,
sus mónadas estuvieron, por ello, desprovistas de venta­
nas, y sus pasiones se limitaban a reflejar el universo por
el ajuste divino de una armonía preestablecida. Este siste­
ma presupone, pues, un agregado de entes independientes.
No disti;rrue el acaecimiento en cuanto unidad de expe­
riencia, d�l organismo durable en cuanto estabilización
suva
" en importancia, ni del organismo cognitivo en cuan­
to expresivo de una condición más completa de indivi­
dualización. Tampoco admite las relaciones de varios tér­
minos, que relacionen de diversos modos con acaecimientos
distintos los datos de los sentidos. Estas relaciones de
varios términos son virtualmente las perspectivas que ad­
mite Leibniz, pero sólo con la condición de que sean
puramente cualidades de las mónadas organizadoras. La
dificultad surge realmente de la aceptación indiscutible de
la noción de locación simple como fundamental para es­
pacio y tiempo, y de la aceptación de la noción de sustan­
cia individual independiente como fundamental para un
ente real. El único camino que le quedaba abierto a Leibniz
era, pues, el mismo que luego tomó Berkeley (en una inter­
pretación corriente ele su significado) , a saber: una invoca­
ción a un Deu.s ex machina capaz de elevarse por encima de
las dificultades de la metafísica.
Del mismo modo que Descartes introduj era la tradición
del pensamiento que mantuvo la filosofía subsiguiente en
algún grado de contacto con el movimiento científico, in-

189
tradujo Leibniz la tradición alternativa de que los entes,
que son las últimas cosas reales, son en algún sentido pro­
cedimientos de organización. Esta tradición ha sido la pie­
dra fundamental de las grandes realizaciones de la filosofía
alemana. Kant refleja las dos tradiciones, que en él se
hallan superpuestas. A pesar de ser él un hombre de ciencia,
las escuelas que de él arrancan sólo muy débil influjo ejer­
cieron en la mentalidad del mundo científico. Les estaba
reservada a las escuelas filosóficas de nuestro siglo la misión
de hacer confluir las dos corrientes en una e:x.-presión del
cuadro del mundo derivado de la ciencia, poniendo con ello
término al divorcio de la ciencia con respecto a las afirma­
ciones de nuestras experiencias estéticas y éticas.

190
CAPÍTULO X

AlJSTRACCIÓ N

En !os capítulos anteriores examiné las reacciones del


movimiento científico ante los problemas más profundos de
tqu.e se habían ocupado lo s pensadores modernos. Ningún
hombre, colectividad humana limitada ni época son capaces
de pensarlo todo de una vez. De ahí que para entresacar
los distintos impactos de la ciencia en el pensamiento, haya
sido necesario tratar el asunto históricamente. En esta re­
trospección he tenido presente que el resultado último o de
toda la historia es la disolución patente del cómodo esquema
del materialismo científico dominante en el curso de los tres
siglos a que h emos dedicado nuestra atención. En conse­
cuencia, han sido puestas de relieve diversas escuelas de crí­
tica de las opiniones dominantes, y he intentado esbozar
una doctrina cosmológica anternativa lo suficientemente
amplia para abarcar lo fundamental a un tiempo para la
ciencia y para sus críticas. En este esquema alternativo,
la noción de materia, en cuanto fundamental, ha sido susti­
tuída por la de síntesis orgánica. Pero para llegar a ésta
hemos partido siempre del estudio de las dificultades po­
sitivas del pensamiento científico y de las peculiares perple­
jidades que sugiere.
En este capítulo, y en el inmediatamente subsiguiente,
voy a olvidar los problemas peculiares de la ciencia moderna,
para colocarme en el punto de vista de un estudio desapa­
sionado de la naturaleza de las cosas, antes de lanzarme
a cualquier investigación especial relativa a sus detalles. Es

191
\

la postura calificada de "metafísica". Por consiguiente, los


lectores que encuentren pesada la metafísica, incluso en
dos capítulos ligeros, harán bien en prescindir de ellos y pa­
sar directamente al capítulo sobre "Religión y ciencia",
que rc.sume el tema del impacto de la ciencia en el pensa­
miento moderno.
Estos capítulos metafísicos son puramente descriptivos.
Su justificación debe buscarse (r) en nuestro conocimiento
directo de las ocas:ones reales de que se compone nuestra
experiencia inmediata; (n) en el éxito de éstas en la tarea
de ofrecer una base para armonizar nuestros relatos siste­
matizados de diversos tipos de experiencia, y (m) en su
éxito en proporcionar los conceptos en términos de los cua­
les puede forjarse una epistemología. Por (m) entiendo que
un relato del carácter general de lo que conocemos, debe
ponernos en condiciones de formular un relato de cómo es'
posible el conocimiento a modo de anexo dentro de las cosa s
conocidas.
En cualquier ocasión de cognición, lo conocido es una
ocasión real de experiencia, en cuanto diversificada1 me­
diante referencia a un reino de entes que trascienden esa
ocasión inmediata en que tienen conexiones análogas o
diferentes con otr2.s ocasiones de experiencia.. Por ej emplo,
un matiz definido de rojo puede, en la ocasión inmediata,
ser implicado con la forma de esfericidad de algún modo
definido . Pero ese matiz de rojo y esa forma esférica se
presentan como trascendiendo esa ocasión en que ninguno
de los dos tiene otras relaciones con otras ocasiones. Ade­
más, prescindiendo de la presencia real de las mismas cosas
en otras ocasiones, toda ocasión real está puesta dentro de
ua reino de entes interconectados alternativos. Este reino
se pone al descubierto por todas las proposiciones falsas que
quepa formular de antemano para significar esa ocasión.
Es el reino de las sugerencias alternativas cuyo asidero en
la "actualidad" trasciende toda ocasión real. La aplica­
bilidad real de las proposiciones falsas a toda ocasión "ac­
tual" es descubierta por el arte, por la poesía y por la crítica

1 Cf. mis Principles of Natural Kno1cledge, cap. v, secc. 13.

192
referente a ideales. Es el fundamento de la posición meta­
física que yo sustento, de que �1 enten�imie�to de la "ac­
tualidad" requiere una referencia a la 1deal�dad . . Los dos
re:nos son intrínsecamente inherentes a la situacion , meta­
fí �ica total. La verdad de que alguna proposición respe.cto
de una ocasión real sea falsa, puede expresar la verdad '_'Ita,�
referente a un acierto estético. Expresa la "gran negativa
que es su característica primaria. Un acaecimiento es � e­
cisivo en proporción a la importa_ncia. 9-ue tengan (par� el)
.
sus proposiciones falsas: su aphcabih�a� al acaecim�ento
no puede disociarse de lo que el acaecimiento es en SI por
l
o
vía de loaro. Estos entes trascendentes han si'do cal't' I.ICaaos

'
de "universales". Prefiero usar el termmo ' t os etern? e""
u ob Je

para emanciparme de presupuestos �dhe.rid�s al . térmmo


anterior a causa de su prolongada historia filosof1ca. , Los
objetos eternos son, pues, en su naturaleza.' abstractos. En­
tiendo por "abstracto" que lo que un o�J eto �terno es �n
sí -es decir su esencia-, es comprensible sm referencia
a alguna oc�sión particular de experienc�a. Ser abstracto
es trascender las ocasiones concretas particulares del acon­
.
tecer reaL Pero trascender una ocasión real no significa es­
tar desconectado de ella. Por el contrario, yo sostengo que
todo objeto eterno tiene su genuina conexión propia con
cada una de tales ocasiones, calificada por mí de su modo de
ingreso en esa ocasión. Así, un objeto et�rn� .debe ser
.
comprendido por el conocimiento de (r) su mdividual.Idad
particular; (n) sus relaci�nes generale.s e� � otros ob? etos
eternos en cuanto susceptibles de reahzacwn en oc�swnes
reales, y (m) el principio general que expresa su mgreso
en ocasiones reales particulares. . . . .
Estos tres títulos expresan dos prmcipiOs. El pnmer
principio �s qm' todo obj.eto eterno es u� indi.vidu� qu�,
en su propm manera p eculiar, es lo que es . J:<,sta mdn · ,Iduah­
dad particular es la esencia individual del ?bjeto, Y no P.uede
ser descrita de otro modo que como siendo ella. mism� .
Así la esencia individual es simplemente la esencia �onsi­
der�da con respecto a su unicidad. Además , la esencia. de
un objeto eterno es simpleme�te el ol?j et� ete;rn_o conside­
rado como añadiendo su propia contnbucwn , umca a toda

193
ocaswn real. Esta contribución única es idéntica para to­
das esas ocasiones con respecto al hecho de que en todos
los modos de ingreso el objeto es precisamente su mismo
idéntico. Pero varía de una ocasión a otra con respecto a
las diferencias de sus modos de ingreso. Así, la condición
metafísica de un objeto eterno es la de una posibilidad pa­
ra una realidad. Toda ocasión real es definida con relación
a su carácter por la manera en que esas posibilidades son
"actualizadas" para esa ocasión. Así, "actualización" es
una selección entre posibilidades, o, para decirlo más exac­
tamente, una selección que se resuelve en una gradación
de posibilidades con respecto a su realización. er; �sa oca­
sión. Esta conclusión nos lleva al segundo prmc1p10 meta­
físico: un objeto eterno, considerado como un ente abstr:;tcto,
no puede ser divorciado de su referencia a otros obJetos
eternos ni de su referen!"!ia a la "actualidad" en general;
aunque esté desconectado de sus modos reales de ingreso
en ocasiones reales definidas. Este principio se expresa con
la afirmación de que todo objeto eterno tiene una "esen­
cia relacional". Esta esencia relacional determina cómo
es posible para el objeto el tener ingreso en ocasiones
reales.
Dicho con otras palabras: si A es un objeto ete�no, lo
que A es en sí implica la condición de A en el umverso,
y A no puede ser divorciado de esta condición. En la esen­
cia de A se halla un estar determinado en cuanto a las rela­
ciones de A con otros objetos eternos, y un no estar deter­
minado en cuanto a las relaciones de A con ocasiones reales.
Dado que las relaciones de A con otros objetos eternos se
hallan determinadamente en la esencia de A, se sigue que
son relaciones internas. Quiero decir con esto que estas re­
laciones son constitutivas de A, puesto que un ente que
esté en relaciones internas carece de ser como ente que no
esté en estas relaciones. Dicho con otras palabras: una vez
con relaciones internas, siempre con relaciones internas.
Las relaciones internas de A forman en su conjunto la sig­
nificación de A .
Por otra p arte, u n ente no puede estar e n relaciones ex­
ternas a menos que en su esencia haya un estar indeter-

194
minado que le haga susceptible de sufrir esas relaciones
externas. El significado del término "posibilidad" en cuanto
aplicado a A es simplemente que en la esencia de A se halla
una capacidad de sufrir relaciones con ocasiones reales.
Las relaciones de A con una ocasión real son simplemente
cómo ]as relaciones eternas de A con otros objetos eter­
nos están escalonadas con respecto a su realización en esa
ocasión.
Así, el principio general que expresa el ingreso de A en la
ocasión real particular a, es el estar indeterminado que se
halla en la esencia de A con respecto a su ingreso en a,
y es el estar determinado que se halla en la esencia de a con
respecto al ingreso de A en a. Así, la prehensión sinté­
tica que es a, es la solución del estar indeterminado
de A en el estar determinado de a. D e ahí que la re­
lación entre A y a sea externa con respecto a A e in­
terna con respecto a a. Toda ocasión real a es la solución
de todas las modalidades en ingresiones categóricas reales:
verdad y falsedad ocupan el sitio de la posibilidad. El in­
greso completo de A en a. es expresado por todas las propo­
siciones verdaderas que hay sobre A y a, y también -puede
ser- sobre otras cosas.
El determinado estar relacionado del objeto eterno A con
cualquier otro objeto eterno es cómo A está, sistemática­
mente y por la necesidad de su naturaleza, relacionado con
todo otro objeto eterno. Ese estar relacionado representa
una posibilidad de realización. Pero una relación es un
hecho que afecta a todos los relata implicados, y no puede
ser aislado como si sólo implicara a uno de los relata. Por
consiguiente, hay un hecho general de estar relacionado
mutuamente de un modo sistemático, que es inherente al
carácter de la posibilidad. El reino de los objetos eternos
está descrito en propiedad como un "reino" porque todo
objeto eterno tiene su condición en este complejo sistemá­
tico general de estar relacionado mutuamente.
En cuanto al ingreso de A en una ocasión real a,
las relaciones mutuas de A con otros objetos eternos, en
esta forma escalonada de realización, requieren para su ex­
presión una referencia a la condición de A y de los demás

195
objetos eternos de la relación espacio-temporal. Además,
esta condición no puede ser expresada (a este propósito)
sin una referencia a la condición de a y de otras ocasiones
reales de la misma relación espacio-temporal. Por consi­
guiente, la relación espacio-temporal en cuyos términos ha
de ser expresada la marcha efectiva de los acaecimientos,
no es más que una limitación selectiva dentro de las rela­
ciones sistemáticas generales entre los objetos eternos. En­
tiendo por "limitación", en cuanto aplicada
· al continuo es­
pacio-temporal, las determinaciones de circunstancias ele
hecho, tales como las tres dimensiones del espacio y las cua­
tro dimensiones del continuo espacio-temporal, inherentes a
la marcha efectiva ele los acaecimiento s pero que se pre­
sentan como arbitrarias con respecto a una posibilidad más
abstracta. El estudio ele estas limitaciones general:;s en la
base ele las cosas reales, en cuanto distinta de la limitación
peculiar ele cada ocasión real, será reanudado más plena­
mente en el capítulo dedicado a "Dios".
Por otra parte la condición de toda posibilidad con rela­
ción a la "actualidad" requiere una referencia a este conti­
nuo espacio-temporal. En todo estudio particular de una
posibilidad, cabe concebir que este continuo sea trascendi­
do. Pero siempre que haya una referencia definida a la
"actualidad", se requiere el cómo definido de trascendencia
de ese continuo espacio-temporal. Así, primariamente, el
continuo espacio-temporal es un lugar de posibilidad rela­
cional, elegido de entre el reino más general de la relación
sistemática. Este lugar limitado de posibilidad relacional,
e1.-presa una limitación de posibilidad inherente al sistema
gene<·al del proceso de realización. Cualquier posibilidad
que sea coherente en general con ese sistema, cae dentro de
esta limitación. Además , cuanto abstraídamente sea posible
en relación con el curso general de los acaecimientos -en
. cuanto distinto de las limitaciones particulares provocadas
por ocasiones particulares-, llena el continuo espacio-tem­
poral en toda situación espacial alternativa y en todos los
tie!npos alternativos.
Fundamentalmente, el continuo espacio-temporal es el
sistema general de estar relacionadas todas las posibilidades,

196
siempre que ese sistema esté limitado por su aplicabilidad
a la "actualidad", :puesto que posibilidad es aquello en que
cabe un logro, haciendo caso omiso de si este logro lleaa b a
producirse.
Ya hemos insistido en que una ocasión real debe ser
co�ce?!da a modo de limitación, y que este proceso de li­
miL� cwn puede ser caracterízado siempre como una gra­
.
d.acwn. Esta característica de una ocasión real (a, por
eJ emplo) requiere ulterior dilucidación: un estar indeter­
�inado se halla en .l� esencia de. tod� objeto eterno (A, por
eJ emplo) . La . ? caswn rea� a smtetiza en sí todo objeto
eterno, y, hac1endolo asr,, mcluye el estar relacionado com­
Jil�to de .c1 con respecto a todo otro objeto eterno o serie de
obJetos eternos. Esta síntesis es una limitación de realiza­
ción aunque no de contenido. Toda relación mantiene su
auto-identidad inherente. Pero grados de entrada en esta
síntesis son inherentes a toda ocasión real, tal como a. Es­
tos grados sólo pueden ser expresado s como aplicabilidad
de v:alor. �sta aplicabilidad de valor varía -al comparar
ocasiOnes drferentes- de grado desde la inclusión de la
ese?�ia individual de A a fuer de elemento en la síntesis
estehca (en algún grado de inclusión) hasta el grado ínfimo
que es la exclusión de la esencia individual ele A a título
ele elemento de la síntesis estética. lVIientras esté en este
grado ínfimo, toda relación determinada de A es un mero
ingrediente de la ocasión con respecto al determinado có­
mo �sta relaci¿n sea una alte;:r:ativa incumplida, no pro­
porciOnando nmgun . valor estetlco, salvo el de constituir
u� elemento del sustrato sistemático ele contenido incum­
plido. En un grado más elevado, puede quedar incumplido '
pero ser ele aplicabilidad estéticamente.
Así, concebido simplemente con respecto a sus relaciones
con otros objetos eternos, A es "A concebido como no-sien­
do", en donde "no siendo" significa "abstraído del hecho de­
t�rminado de inclusiones en acaecimientos reales y ele exclu­
swn:s ele tales acaecimientos". Por otra parte, "A en cuanto
no-swndo con respecto a una ocasión definida a" significa
que en todas sus relaciones determinadas A está excluído de
a. Además, "A en cuanto siendo con respecto a a" significa

197
que en algunas de sus relaciones determinadas A está incluí­
do en a. Pero puede no haber ninguna ocasión que incluya
a A en todas sus relaciones determinadas, puesto que al­
gunas de estas relaciones son contrarias. Así, en atención a
las relaciones excluídas, A será A no-siendo en a, incluso
si en atención a otras relaciones A sea A siendo en a. En
este sentido, toda ocasión es una síntesis de siendo y no­
siendo. Además, aunque algunos objetos eternos estén sinte­
tizados en una ocasión simplemente quá no-siendo, todo ob­
jeto eterno sintetizado quá siendo es sintetizado también qua
no-siendo. "Siendo" significa en este caso "individualmente
efectivo en la síntesis estética". La "síntesis estética" es,
pues, la "síntesis experiente" vista como autocreativa, con
las limitaciones que le impone su estar relacionada con todas
las demás ocasiones reales. De esta suerte llegamos a la con­
clusión -que ya habíamos enunciado anteriormente- de
que el hecho general de la prehensión sintética de todos los
objetos eternos en todas las ocasiones, ostenta el doble as­
pecto del indeterminado estar relacionado de todo objeto
con ocasiones en general y de su determinado estar relacio­
nado con cada ocasión particular. Esta afirmación com­
pendia el relato de cómo son posibles las relaciones exter­
nas. Pero este relato depende de que el continuo espacio­
temporal se emancipe de su mera implicación en ocasiones
reales -según la explicación usual- y de que sea presen­
tado en su proveniencia de la naturaleza general de la po­
sibilidad abstracta, en cuanto limitada por el carácter ge­
neral de la marcha efectiva de los acaecimientos.
La dificultad que plantean las relaciones internas es la
de explicar cómo es posible cualquier verdad particular.
Hasta donde haya relaciones internas, cualquier cosa debe­
rá depender de cualquier otra cosa. Pero si tal es el caso,
no podremos saber de cualquier cosa hasta que no sepamos
igualmente de cualquier otra cosa. En apariencia, por con­
siguiente, nos encontramos sometidos a la necesidad de de­
cirlo todo de una vez. Esta presunta necesidad es notoria­
mente falsa. En consecuencia, nos corresponde explicar
cómo puede haber relaciones internas en vista de que ad­
mitimos verdades finitas.

198
Puesto que las ocasiones reales son selecciones del reino
de las posibilidades, la explicación última de cómo las oca­
siones reales tienen el carácter general que tienen, debe bus­
carse en un análisis del carácter general del reino de la posi­
bilidad.
El carácter analítico del reino de los objetos eternos es
la primera verdad metafísica que le concierne. Por este ca­
rácter entendemos que la condición de todo objeto eterno
A en este reino es susceptible de análisis hasta un número
indefinido de relaciones subordinadas de alcance limitado.
Por ejemplo, si B y C son otros dos objetos eternos, hay
entonce� al�una relación perfectamente definida R (A, B,
C) que rmphca solamente A, B, C, para no requerir la men­
ción de otros objetos eternos definidos en la calidad de
relata. Desde luego, la relación R (A, B, C) puede abarcar
relaciones subordinadas que sean, a su vez, objetos eter­
nos, y la propia R (A, B, C) es también un objeto eterno.
También habrá otras relaciones que en el mismo sentido
abarquen solamente A, B, C. Nos corresponde examinar
ahora cómo, habida cuenta del interno estar relacionados
de los objetos eternos, es posible esta relación limitada
R (A, B, C).
La razón de la existencia de relaciones finitas en el reino
de los objetos eternos, es que las relaciones de estos obje­
tos entre ellos son enteramente inselectivas y sistemática­
mente completas. Estamos estudiando la posibilidad, de
suerte que toda relación que sea posible se encuentra por
ende en el reino de la posibilidad. Todas estas relaciones
de cada uno de los objetos eternos se funda en la condición
perfectamente definida de ese objeto en cuestión en cuanto
relatum en el esquema general de la relación. Esta condi­
ción definida es lo que yo he calificado de "esencia relacio­
nal" del . objeto. Esta esencia relacional es determinable por
refe.ren;Ia a ese s?lo objeto y no requiere referencia alguna
a nmgun otro obJeto, salvo aquellos específicamente impli­
cados en la esencia individual de aquel objeto cuando esa
esencia es compleja (como vamos a explicar inmediatamen­
te) . El significado de las palabras "todo" y "algún" dima­
na de este principio; es decir, el significado de la "varia-

199
ble" en lógica. Todo el princ1p10 estriba en que una
particular determinación puede ser hecha del cómo de al­
guna relación definida de un objeto eterno definido A con
un ntl.mero definido n de otros objetos eternos, sin ninguna
determinación de los otros n objetos, X1o X2, • X,., salvo
• •

que cada uno de ellos tenga la condición requerida para


desempeñar su parte respectiva en esa relación múltiple.
Este principio depende del hecho de que la esencia relacional
de un objeto eterno no es única para ese objeto. La mera
esencia relacional de todo objeto eterno determina el esque­
ma uniforme completo de las esencias relacionales, puesto
que todo objeto se halla internamente en todas sus posi­
bles relaciones. Así, el reino de la posibilidad proporciona
un esquema de relaciones uniforme entre series de obj e­
tos eternos, y todos los objetos eternos se hallan en tales
relaciones hasta donde lo permite la condición de cada
uno.
Por consiguiente, las relaciones (en estado de posibili­
dad) no abarcan las esencias individuales de los objetos
eternos, sino que implican cualesquiera objetos eternos a
título de Telata, a condición de que estos relata tengan las
esencias relacionales requeridas. (Es esta salvedad la que,
automáticamente y según la naturaleza del caso, restringe el
"cualesquiera" de la frase "cualesquiera objetos eternos".)
Este principio es el principio del A islamiento de los Obje­
tos Eternos en el reino de la posibilidad. Los objetos eter­
nos están aislados porque sus relaciones en cuanto posibi­
lidades son susceptibles de expresión sin referencia a sus
respectivas
- esencias individuales. A diferencia del reino de
la posibilidad, la inclusión de objetos eternos dentro de
una ocasión real significa que con respecto a alguna de sus
posibles relaciones hay una coexistencia de sus esencias indi­
viduales. Esta coexistencia realizada es el logro de un valor
emergente definido -o configurado- por el definido estar re­
lacionado eternamente con respecto al cual se logra la coexis­
tencia real. Así, el estar relacionado eternamente es la
forma -el e I o o s -, la ocasión real emergente es el valor
superyecto o informado; el valor, en cuanto abstraído de to­
do superyecto particular, es la materia abstracta -la ií'l\17-

200
común a todas las ocasiones reales, y la actividad sintética
que prehende la posibilidad sin valor en el valor informado
superyacente, es la actividad sustancial. Esta actividad
sustancial es la que es omitida en todo análisis de los
factores estáticos de la situación metafísica. Los elementos
analizados de la situación son los atributos de la actividad
sustancial.
La dificultad inherente al concepto de relaciones inter­
nas finitas entre objetos eternos, es obviada de este suerte
por medio de dos principios metafísicos: (r) el de que las
relaciones de todo objeto eterno A, consideradas corno cons­
titutivas de A, abarcan simplemente otros objetos eternos
a título de meros 1·elata sin referencia a sus esencias indi­
viduales, y (rr) el de que la divisibilidad de la relación ge­
neral de A en una multiplicidad de relaciones finitas de A
se halla, por consiguiente, en la esencia de ese objeto eter­
no. Es evidente que el segundo principio depende del
primero. Entender A es entender el cómo de un esquema
general de relación. Este esquema de relación no requiere
para ser comprendido la unicidad individual de los demás
relata. Este esquema se revela también susceptible de ser
analizado en una multiplicidad de relaciones limitadas que
tienen su individualidad propia, y, sin embargo, presupone
al propio tiempo la relación total dentro de la posibilidad.
Con respecto a la "actualidad", hay, en primer lugar, la
limitación general de las relaciones, que reduce este esquema
general ilimitado al esquema espacio-temporal cuatridimen­
sional. Este esquema espacio-temporal es, por decirlo así,
la máxima medida común de los esquemas de relación (en
cuanto limitados por la "actualidad") inherente a todos los
objetos eternos. Esto quiere decir que el cómo relaciones
selectas de un objeto eterno (A) sean realizadas en toda
ocasión real, es explicable siempre a base de expresar la
condición de A con respecto a este esquema espacio-tempo­
ral y expresando en este esquema la relación de la ocasión
real con otras ocasiones reales. Una relación finita definida
que abarque los objetos eternos definidos de una serie li­
mitada de tales objetos, es, a su vez, un objeto eterno : es
esos objetos eternos en cuanto en esa relación. Calificaré

201
de "complejo" a un objeto eterno de esta índole. Los ob­
jetos eternos que son los relata en un objeto eterno com­
plejo, serán calificados de "componentes" de ese objeto
eterno. Además, si algunos de estos relata son, a su vez,
complejos, sus componentes serán designados con la frase
"componentes derivativos" del objeto complejo original.
Por otra parte, los componentes de componentes derivati­
vos serán llamados también componentes derivativos del
objeto original. De esta suerte, la complejidad de un obje­
to eterno significa que es analizable en una relación de ob­
jetos eternos componentes. Además, el análisis del esquema
general del estar relacionados los objetos eternos significa
su exhibición a modo de multiplicidad de objetos eternos
complejos. Un objeto eterno tal como un definido matiz
de verde, no susceptible de ser analizado en una relación
de componentes, será llamado "simple".
Ahora estamos en condiciones de explicar cómo el ca­
rácter analítico del reino de los objetos eternos permite un
análisis de ese reino en grados.
En el grado ínfimo de Jos objetos eternos hay que situar
aquellos objetos cuyas esencias individuales son simples.
Este es el grado cero de complejidad. A continuación exa­
minamos toda serie de esos objetos, finita o infinita, en
cuanto al número de sus miembros. Examinemos, por ejem­
plo, la serie de tres objetos eternos, A, B, C, ninguno de los
cuales es complejo. Designemos por R (A, B, C) algún po­
sible estar relacionados de A, B, C. Para tomar un ejemplo
simple: A , B, C, pueden ser tres colores definidos con el
estar relacionadas espacio-temporalmente entre sí tres caras
de un tetraedro regular dondequiera y en cualquier tiem­
po. Entonces R (A, B, C) es otro objeto eterno del grado
complejo ínfimo. Análogamente, hay objetos eternos de
grados sucesivamente más elevados. Con respecto a todo
objeto eterno complejo S (D 1 , D2) , los objetos eter­
• • •

nos D¡, . . . Dn, cuyas esencias individuales son constitu­


tivas de la esencia individual de S (D¡, . . . Dn), se califican
de componentes de S (D1 , • •Dn) · Es evidente que el gra­

do de complejidad que haya de atribuirse a S (D¡, . . . Dn)


debe ser tomado como un grado más alto que el grado más
202
elevado de complejidad susceptible de encontrarse entre sus
componentes.
Existe, pues, un análisis del reino de la posibilidad en
objetos eternos simples y en varios grados de objetos eter­
nos complejos. Un objeto eterno complejo es una situación
abstracta. Hav un doble sentido de "abstracción", con
respecto a la ab stracción de objetos eternos definidos, esto
es, abstracción no matemática. Hay una abstracción de
"actualidad" y una abstracción de posibilidad. Por ejem­
plo, A y R (A, B, C) son, las dos, abstracciones del . reino
de la posibilidad. Obsérvese que R (A, B, C) significa R
(A, B, C) en todas sus relaciones. Pero este significado
de R (A, B, C) excluye otras relaciones en que pueda figu­
rar A. De ahí que A tal como está en R (A, B, C) sea más
abstracto que A simplemente. Así, al pasar del grado de
los objetos eternos simples a grados de complejidad cada
vez más elevados, nos entregamos a grados más altos de
abstracción desde el reino de la posibilidad.
Ahora estamos en condiciones de concebir las fases su­
cesivas de un progreso definido hacia algún asignado modo
de abstracción desde el reino de la posibilidad, que impli­
que un progreso (en el pensamiento) a través de sucesivos
grados de complejidad creciente. Llamaré "jerarquía abs­
tractiva" a cada una de esas rutas de progreso. Toda je­
rarquía abstractiva, finita o infinita, se basa en algún grupo
definido de objetos eternos simples. Este grupo será cali­
ficado de "base" de la jerarquía. Así, la base de una je­
rarquía abstractiva es una serie de objetos de compl�jidad
cero. La definición formal de una jerarquía abstract1va es
como sigue:
Una "jerarquía abstractiva basada en g" -designan­
do g un grupo de objetos eternos simples-, es una serie de
objetos eternos que reúne las condiciones siguientes: .
(I) los miembros de g pertenecen a ella, y son los únicos
objetos eternos simples de la jerarquía;
(n) los componentes de todo objeto eterno complejo de
la jerarquía son también miembros de la jerarquía, y
(m) toda serie de objetos eternos pertenecientes a la je­
raquía, tanto si son todos del mismo grado como si difieren
203
entre sí en materia de grado, están conjuntamente entre
los c01;nponentes o componentes derivativos de por lo menos
un obJeto eterno que pertenece también a la jerarquía.
Importa advertir que los componentes de un objeto eter­
no son necesariamente de un grado de complejidad inferior
a éste. Por consiguiente, todo miembro de una j erarquía
como ésa, que sea del primer grado de complejidad, sólo
puede t.ener como componentes mie�bros del grupo g, y
toco miembro del segundo grado solo puede tener como
componentes miembros del primer grado, y así sucesiva­
mente para los grados más elevados.
La tercera condición que debe reunir una jerarquía abs­
tractiva es la que llamaremos condición de conexidad. Así,
una jerarquía abstractiva surge de su base incluye todo
gra�o s� cesi:o . desd: su ba�e, bien a modo de avance pro­
gresivo mdeflmdo, bien hacia su grado máximo, y está "co­
nectada". por la reaparición (en un grado más elevado) de
toda serie de sus miembros pertenecientes a grados infe­
riores, en la función de una serie de componentes o com­
ponentes derivativos de por lo menos un miembro de la
J erarquía.
Una jerarquía abstractiva se llama "finita" si se detie­
ne en un grado de complejidad finito, e "infinita" si abarca
miembros pertenecientes respectivamente a todos los gra­
dos de complejidad.
Co�viene observar que la base de una jerarquía abs­
tractiva puede contener cualquier número de miembros fi­
nitos o infinitos. Además, la infinitud del número de mi�m­
bros de la base nada tiene que ver con la cuestión. acerca
de si la jerarquía es finita o infinita.
Una jerarquía abstractiva finita poseerá, por definición,
un grado de complejidad máximo. Es característico de este
gr� do que ningún miembro de él sea componente de otro
obJeto. eterno p erteneciente a algún grado de la jerarquía.
�amb1en , es e'ndente que este grado de complejidad máxima
tiene que poseer sólo un miembro, pues de otra suerte no
se .satisfaría la condi?ión de conexidad. A la inversa, todo
o?J eto eterno compleJo define una jerarquía abstractiva fi­
mta que debe ser descubierta por un proceso de análisis.
204
Este objeto eterno complejo de que partimos será llamado
el "vértice" de la jerarquía abstractiva: es el único miem­
bro del grado de máxima complejidad. En la primera fase
del análisis obtenemos los componentes del vértice. Estos
compo.nentes pueden ser de diversa complejidad, pero entre
ellos tiene que haber por lo menos un miembro cuya com­
plejidad sea de un grado más bajo que el del vértice. Un
grado que sea un grado más bajo que el de un objeto eter­
no dado, se llamará "grado próximo" a ese objeto. Toma­
mos entonces los componentes del vértice que pertenezcan
a su grado próximo, y como segunda fase los analizamos
en sus componentes. Entre estos componentes tiene que
hab�rlos que pertenezcan al grado próximo a los objetos así
analizados. Añádase a ellos los componentes del vértice que
P.e;t�nezcan ta�bi�n a este grado de "segunda aproxima­
cwn desde el verbce, y, en la tercera fase, analicemos como
antes. Encontramos, así, objetos pertenecientes al grado de
tercera aproximación desde el vértice, y añadimos a ellos
los. componentes pertenecientes a este grado, que han sido
deJados de las precedentes fases de análisis. Continuamos
de este modo por fases sucesivas hasta que lleO'amos al
grado de los objetos simples. Este grado forma la base de la
jerarquía.
Hay que advertir que al ocuparnos de jerarquías esta­
mos por entero dentro del reino de la posibilidad. Por con­
siguiente, los objetos eternos están desprovistos de coexis­
tencia real: siguen permaneciendo dentro de su "aisla­
miento".
�l. _instrumento lógico usado por Aristóteles para el
anahs1s del hecho real en elementos más abstractos era el
de clasificación en especies y géneros. Este instr�mento
t� ene . su aplicación de incontrovertible importancia para la
c1encm en las fases preparatorias de ésta. Pero su uso en
la descripción metafísica falsea la verdadera visión de la
situación metafísica. El uso del término "universal" se ha­
lla íntimamente asociado a este análisis aristotélico· de
poco tiempo a esta parte el término ha adquirido un se�tido
más lato, pero sigue sugiriendo ese análisis clasificatorio, y
es por esta razón que lo he evitado.
205
En toda ocasión real a, habrá un grupo g de objetos eter­
nos simples que son ingredientes de ese grupo del modo
más concreto posible. Esta ingrediencia completa en una
ocasión, de suerte que permita la más completa fusión de
la esencia individual con otros objetos eternos en la forma­
ción de la ocasión emergente individual, es évidentemente
sui géneris y no puede ser definida en términos de ninguna
otra cosa. Pero tiene su característica peculiar necesaria­
mente inherente a ella. Esta característica es que hay una
jerarquía abstractiva infz:nita basada en g y tal que todos
sus miembros están implicados igualmente en esta inclusión
completa en a.
La existencia de semejante jerarquía abstractiva infi­
nita es lo que se significa con la aserción de que es imposi­
ble completar por medio de conceptos la descripción de una
ocasión real. Calificaré de "jerarquía asociada de a" a esta
j erarquía abstractiva infinita asociada a a. Es también lo
que se significa con la noción estar conectada una ocasión
real. Este estar conectada una ocasión real, es necesario
para su unidad sintética y para su inteligibilidad. Hay una
j erarquía de conceptos conectada aplicable a la ocasión, e
incluye conceptos de todos los grados de complejidad. Ade­
más, en la ocasión real, las esencias individuales de los
objetos eternos implicados en estos conceptos complejos, lo­
gran una síntesis estética, productiva de la ocasión a modo
de experiencia por sí misma. Esta j erarquía asociada es la
figura, módulo o forma de la ocasión en cuanto esta oca­
sión está constituída por lo que figura en su plena reali­
zación.
Alguna confusión de pensamiento se ha causado por el
hecho de que la abstracción de la posibilidad se extravíe
hacia la dirección opuesta, a una abstracción de la "actua­
lidad", por lo que se refiere al grado de abstracción. En
efecto, es evidente que al describir una ocasión real a, es­
tamos más cerca del hecho concreto total cuando describi­
mos predicando de él algún miembro de su j erarquía aso­
ciada, que sea un alto grado de complejidad. Entonces
decimos más de a. Así con un alto grado de complejidad
nos aproximamos más a la concretez plena de a, mientras

206
con un grado bajo nos apartamos de ella. En consecuencia,
los objetos eternos simples representan el extremo de una
abstracción de una ocasión real; en cambio, los objetos eter­
nos simples representan el mínimum de abstracción del reino
áe la posibilidad. Habrá que convenir, pues, a mi juicio,
que cuando se habla de un alto grado de abstracción, lo
que de ordinario se entiende es la abstracción del reino de
la posibilidad; dicho con otras palabras : construcción ló­
gica elaborada.
Hasta aquí me he limitado a estudiar una ocasión real
desde el lado de su plena concretez. Es el lado de la ocasión
en virtud del cual es un acaecimiento de la naturaleza.
Pero un acaecimiento natural es, en este sentido del térmi­
no, únicamente una abstracción de una ocasión real com­
pleta. Una ocasión completa abarca lo que en la experiencia
cognitiva toma la forma de recuerdo, anticipación, imagi­
nación y pensamiento. Estos elementos de una ocasión
experiente son, pues, modos de inclusión de objetos eternos
complejos en la prehensión sintética, a modo de elementos
del valor emergente. Difieren de la concrctez de la inclusión
plena. En un sentido es inexplicable esa diferencia, puesto
que todo modo de inclusión es sui géneris, no susceptible de
ser explicado en términos de ninguna otra cosa. Pero hay
una diferencia común que distingue estos modos de inclu­
sión de la ingresión concreta plena que ha sido estudiada.
Esta diferencia es la 1·udeza. Entiendo por "rudeza" que lo
recordado, anticipado, imaginado o pensado, se agota en un
concepto complejo finito. En cada caso hay un objeto eter­
no finito prehendido dentro de la ocasión a modo de vértice
de una jerarquía finita. Este irrumpir de una ilimitabilidad
real es lo que en toda ocasión señala lo acotado mentalmen­
te de lo que pertenece al acaecimiento físico a que se refie­
re el funcionamiento mental.
En general parece haber alguna pérdida de vivacidad
en la aprehensión de los objetos eternos afectados; por
ejemplo, Hume habla de "copias vagas". Pero esta vague­
dad parece ser un fundamento de diferenciación muy insegu­
ro. No pocas veces cosas realizadas en el pensamiento están
dotadas de mayor vivacidad que las mismas cosas en la

207
e)l.l_)eriencia física en que no se presta atención. Pero las
cosas aprehendidas en calidad de mentales están siempre su­
j etas a la condición de que nos detengamos cuando intente­
mos explorar en sus relaciones realizadas grados de compleji­
dad siempre más elevados. Siempre encontramos que hemos
pensado exactamente -sea lo que fuere- pero no en más.
Hay una limitación que rebasa el concepto finito de grados
más elevados de complejidad iEmitable.
Así, una ocasión real es una prehensión de una j erarquía
infinita (su j erarquía asociada) junto con varias jerarquías
finitas. La síntesis en la ocasión de la j erarquía infinita es
según su modo específico de realización, y la de las j erar­
quías finitas según los otros varios modos específicos de
realización. Hay un principio metafísico esencial para la
coherencia racional de este relato del carácter general de
una ocasión experiente. Es el principio que yo califico de
"Traslucidez de la Realización", entendiendo por ello que
todo objeto eterno es exactamente él mismo en cualquier
modo de realización en que esté incluído. No puede haber
falseamiento de la esencia individual sin que con ello se
produzca un objeto eterno diferente. En la esencia de todo
objeto eterno existe una indeterminación que e)l.l_)resa su
tolerabilidad indiferente por cualquier modo de ingreso en
cualquier ocasión real. Así, en la experiencia cognitiva, pue­
de haber la cognición del mismo objeto eterno que en la
misma ocasión que tiene ingreso con implicación en más de
un grado de realización. Así, la traslucidez de realización
y la posible multiplicidad de modos de ingreso en la misma
ocasión, forman , conjuntamente, el fundamento de la teo­
ría de la correspondencia de la verdad.
En este relato de una ocasión real en términos de su co­
nexión con el reino de los objetos eternos , hemos retrocedi­
do a la marcha de nuestro pensamiento en el capítulo
segundo, en que examinábamos la naturaleza de las ma­
temáticas. La idea atribuída a Pitágoras debe ser amplia­
da, y puesta en primer plano como capítulo primero de la
metafísica. El capítulo próximo tratará del hecho enigmá­
tico de que hay un curso real de a.caecimientos que en sí es
un hecho limitado, en que, metafísicamente hablando, po-

208
?ría �abe.r sido de otra manera. Pero se omiten otras
mveshgacwnes n;eta.f� sicas -por ejemplo: epistemológi­
,
�as-, Y la clasificacwn de algunos elementos en el mundo
msondable del campo de la posibilidad. Este último tema
lleva . a la m�tafí �ica a la vista de los temas especiales de
las diversas c1encms.

209
CAPÍTl:JLO XI

DIOS

Aristóteles consideró necesano completar su metafísica


con la introducción de un Primer Motor: Dios. Por dos
razones es éste un hecho importante en la historia de la
metafísica. En primer lugar, si a alguien queremos otorgar
la posición del más grande de todos los metafísicos, nuestra
elección habrá de recaer en Aristóteles, por la genialidad de
su visión profunda, por el bagaje general de su conocimien­
to y por el estímulo ejercido por su metafísica en todo s los
tiempos. En segundo lugar, su examen de esta cuestión
metafísica estaba absolutamente desprovisto dE apasiona­
miento, y fué él el último metafísico europeo de primera
magnitud de quien quepa hacer este juicio. Después de
Aristóteles, los intereses éticos y religiosos comenzaron a
influir las conclusiones metafísicas. Dispersados los judíos,
primero por su voluntad y luego obligados a ello, surgió la
escuela judaica de Alejandría. Luego vino el cristianismo,
seguido muy de cerca por el mahometanismo. Los dioses
griegos que rodeaban a Aristóteles eran entes metafísicos
subordinados, perfectamente dentro de la naturaleza. Por
consiguiente, en la cuestión de su Primer :Motor, carecía
de motivo, salvo el de seguir el rumbo metafísico de su pen­
samiento a dondequiera que éste le llevase. No le condujo
muy lejos por la senda de idear un Dios utilizable para fi­
nes religiosos. Puede ponerse en duda que ninguna meta­
física propiamente general pueda nunca, sin la introduc­
ción ilícita de consideraciones de otra índole, llegar mucho

210
más allá que Aristóteles. Pero su conclusión representa, sí,
un primer paso sin el cual ningún testimonio apoyado en
una base e)l.-periencial más precisa puede servir de mucho
al configurar la concepción, puesto que nada, dentro de un
tipo de experiencia cualquiera, puede informarnos para con­
figurar nuestras ideas de cualquier ente que esté en la base
de las cosas reales, a menos que el carácter general de las
cosas requiera que haya un ente semejante.
La frase Primer JYiotor nos revela que el pensamiento de
Aristóteles era cautivo de los detalles de una física errónea
y de una cosmología errónea. En la física de Aristóteles se
requerían causas especiales para sostener los movimientos
de las cosas materiales. Estas podían encajar perfectamente
en su sistema con la condición de que los movimientos cós­
micos generales pudieran ser sostenidos, pues en tal caso, en
relación con el sistema de acción general, toda cosa habría
sido dotada de su fin verdadero. De ahí la necesidad de
un Primer lVIotor que sostenga los movimientos de las es­
feras de que depende el ajuste de las cosas. Hoy desecha­
mos la física de Aristóteles y la cosmología aristotélica, de
suerte que queda francamente en crisis la forma exacta del
argumento mencionado. Pero si nuestra metafísica gene­
ral fuese de algún modo similar a la esbozada en el capítulo
anterior, se plantea un problema metafísico análogo que
sólo de un modo análogo puede resolverse. En lugar del
Dios de Aristóteles como Primer I\íotor, necesitamos un
Dios como Principio de Concreción. Esta tesis sólo puede
ser comprobada estudiando la implicación general del cur­
so de las ocasiones reales, es decir, del proceso de reali­
zación.
Concebimos la "actualidad" como en relación esencial con
alguna posibilidad insondeable. Los objetos eternos dan for­
ma a las ocasiones reales con módulos hieráticos, incluídos y
excluídos en toda variedad de discriminación. Otra visión de
la misma verdad es que toda ocasión real es una limitación
impuesta a la posibilidad, y que en virtud de esta limita­
ción surge el valor particular de ese conjunto configurado
de cosas. D e este modo expresamos cómo una ocasión sin­
gular debe ser vista en términos de posibilidad, :l cómo la

211
posibilidad debe ser vista en términos de una ocaswn real
singular. Pero no hay ocasiones singulares en el sentido de
ocasiones aisladas. La "actualidad" es por doquiera coexis­
tencia: coexistencia de objetos eternos de otra suerte aislados,
y coexistencia de todas las ocasiones reales. J\:Ii tarea en este
capítulo es describir la unidad de las ocasiones reales. El
capítulo anterior concentró su interés en lo abstracto; el
presente se ocupa de lo concreto, es decir, de lo que se ha
generado conjuntamente.
Examinemos una ocasión a: hemos de enumerar cómo
a,
otras ocasiones reales están en en el sentido de que sus
a
relaciones con son constitutivas de la esencia de a. Ade­
más, de momento, excluyo la experiencia cognitiva. La
contestación completa a esta cuestión es que las relaciones
entre ocasiones reales son tan insondeables en su variedad
de tipos como lo son las que hay entre los objetos eternos
en el reino de la abstracción. Pero hay tipos fundamentales
de esas relaciones en términos de las cuales puede encon­
trar su descripción el complejo íntegro.
Requisito previo para entender estos tipos de entrada (de
una ocasión en la esencia de otra) es advertir que están
implicados en los modos de realización de las jerarquías
abstractivas, ya examinados en el capítulo anterior. Las
relaciones espacio-temporales implicadas en estas jerarquías
como realizadas en a, tienen todas una definición en térmi­
nos de a y de las ocasiones que entran en a. Así, las oca­
siOnes entrantes imprimen sus aspectos a las jerarquías, con­
virtiendo de esta suerte en determinaciones categóricas a
las modalidades espacio-temporales, y las jerarquías im­
primen sus formas a las ocasiones de ser entrantes sólo en
estas formas. Así, del mismo modo (como vimos en el ca­
pítulo anterior) que toda ocasión es una síntesis de todos
los objetos eternos con la limitación de las gradaciones de
"actualidad", también toda ocasión es una síntesis de to­
das las ocasiones con la limitación de las gradaciones de ti­
pos de entrada. Toda ocasión sintetiza la totalidad de
contenido con su propia limitación de modo.
Con resoecto a estos tipos de relación interna entre a

y otras oc� siones, estas otras ocasiones (en cuanto consti-


1
212
a
tutivas de ) pueden ser clasificadas de varios modos alter·
nativos. Todos éstos se ocupan de diferentes definiciones
de pasado, presente y futuro. Ha sido corriente en la filo­
sofía suponer que estas varias definiciones tienen que ser
necesariamente equivalentes. El actual estado de opinión
imperante en la ciencia física revela de un modo terminante
que esta suposición carece de justificación metafísica, aun
cuando pueda considerarse que cualquier discriminación de
este tipo sea innecesaria para la ciencia física. De esta cues­
tión hemos tratado ya en el capítulo dedicado a la Relati­
vidad. Pero la teoría física de la relatividad afecta sólo
al linde de las varias teorías metafísicamente sustenta­
bles. Es de interés para mi argumentación insistir en la li­
bertad irrestricta dentro de la cual lo real es una determina­
ción categórica única.
Toda ocasión real se presenta a modo de proceso: es un
devenir. Al revelarse así, se coloca como una entre otras
ocasiones múltiples, sin las cuales ella no podría ser. Se
define, pues, a sí misma, como un logro individual particular
que enfoca en su modo limitado un reino ilimitado de objetos
eternos.
a
Cualquier ocaswn procede de otras ocasiones que co­
lectivamente forman su pasado. Despliega por sí otras oca­
siones que colectivamente constituyen su presente. Es con
resnedo a su jerarquía asociada, en cuanto desplegada en
est� presente inmediato, que una ocasión encuentra su pro­
pia originalidad. Es este despliegue lo que constituye su
propia contribución a la producción de la "actualidad': .
Puede ser condicionada , e incluso completamente �etermi­
nada por el pasado de que procede. Pero su despliegue en
el presente en esas condiciones es lo que emerge directa­
mente de su actividad prehensiva. La ocasión a contiene,
· pues, en sí, una indeterminación en forma de un futuro, do­
tado de determinación parcial por razón de su inclusión en
a, y está también en una relación espado-temporal con
a y con las ocasiones reales del pasado de a y del presen­
te de a.

Este futuro es una síntesis en a de objetos eternos como


no-siendo y como requiriendo el paso de a a otras indivi-
213
dualizaciones (con determinadas relaciones espacio-tempo­
rales con a) en que no-ser deviene ser.
a
Hay también en lo que en el capítulo anterior califiqué
de realización "ruda" de los objetos eternos finitos. Esta
o
realización ruda requiere bien una referencia de los obje­
tos básicos de la jerarquía finita a determinadas ocasiones
otras que a (en cuanto sus situaciones en el pasado, el pre­
o
sente y el futuro) , requiere una realización de estos ob­
jetos eternos en determinadas relaciones, pero bajo el as­
pecto de exención de inclusión en el esquema espacio-tem­
poral de estar relacionadas ocasiones reales. Esta síntesis
ruda de objetos eternos en toda ocasión es la inclusión en
la "actualidad" del carácter analítico del reino de la eter­
nidad. Esta inclusión tiene aquellas gradaciones de "actua­
lidad" limitadas que caracterizan a toda ocasión por razón
d�e su limitación esencial. Es extensión realizada de estar
relacionadas eternamente las ocasiones reales más allá de
su mutuo estar relacionadas, lo que prebende en toda oca­
sión el alcance íntegro del estar relacionado eternamente.
Llamo � esta ruda realización "enfoque graduado" que to­
da ocasión prebende en su síntesis. Este enfoque O'raduado
es cómo lo real incluye lo que (en un sentido) :s no-ser,
a modo de factor positivo en su propio logro. Es la fuente
de error, de verdad, de arte y de religión. Por él, el hecho
es confrontado con las alternativas.
Este concepto general, de un acaecimiento en cuanto pro­
ceso cuyo resultado es un conjunto de experiencia, se o;ien­
t� al análisis de un acaecimiento en (r) activid� d sustan­
c;al; �u) potencialidades condicionales que existen para la
smtesis, y (m) el resultado logrado de la síntesis . La unidad
de todas las ocasiones reales impide el análisis de las acti­
vidades sustanciales en entes independientes. Toda activi­
dad individual no es más que el modo en que la actividad
ge� eral es individualizada por las condiciones impuestas. El
absb? . que entra �r: la síntesis es también un carácter que
condiCIOna la actividad sintetizadora. La actividad gene­
ral no es un ente en el sentido en que lo son las ocasiones
o los objetos eternos. Es un carácter metafísico general
subyacente a todas las ocasiones, en un modo particular pa-
214
ra cada ocasión. Nada hay a que pueda ser comparado: es
la sustancia infinita una de Spinoza. Sus atributos son su
carácter de individualización en una multiplicidad de mo­
dos, y el reino de los objetos eternos diversamente sinteti­
zados en estos modos. Así, la posibilidad eterna y la dife­
renciación modal en multiplicidad individual son los atri­
butos de la sustancia una. De hecho, todo elemento gene­
ral de la situación metafísica es un atributo de la actividad
sustancial.
Otro elemento aún de la situación metafísica se pone de
manifiesto con la consideración de que el atributo general
de la modalidad es limitado. Este elemento debe alinearse
como un atributo de la actividad sustancial. En su natu­
raleza todo modo es limitado, de suerte que no es otros
modos. Pero, fuera de estas limitaciones de particulares, la
individualización modal general está limitada de dos ma­
neras: en primer lugar, es un curso real de acaecimientos,
que podría ser de otra forma en atención a la posibilidad
eterna, pero que es ese curso. Esta limitación toma tres
formas: (r) las relaciones lógicas especiales a las que tie­
nen que conformarse todos los acaecimientos; (n) la selec­
ción de relaciones a las que positivamente se conforman
los acaecimientos, y (m) la particularidad que inficiona el
curso aun dentro de estas relaciones generales de lógica y
causación. Así. esta primera limitación lo es de selección
antecedente. Por lo que a la situación metafísica general
se refiere, cabe que haya habido un pluralismo modal in­
discriminado además de la limitación lógica o de otra ín­
dole. Pero entonces no pudo haber habido estos modos,
porque cada modo representa una síntesis de "actualidades"
que están limitadas para responder a una norma. En este
punto llegamos al segundo tipo de limitación. La restric­
ción es el precio del valor. No puede haber valor sin prece­
dentes normas de valor, para discriminar la aceptación o
repudio de lo que se halla ante el modo de actividad qu�
decide. Así, hay entre los valores una limitación antece­
dente que da lugar a contrarios, a valores y a oposiciones.
Según esta argumentación el hecho de que aquí haya un
p:·oceso de ocasiones actuales y el de que estas ocasiones
215
se�n la emergencia de valores que requieren .esa limitación,
eXIgen por un igual que el curso de los acaecimientos se
desarrolle .en medio de una limitación antecedente compues­
ta de condiciones, particularización y normas de valor.
Así, a título de elemento ulterior en la situación metafí­
sica, se requiere un principio de limitación. Es necesario al­
gún cómo particular, y alguna particularización en .el qué
de las cuestiones de hecho. La única alternativa que per­
mita eludir esta admisión, es negar la realidad de las oca­
siones reales. Su aparente limitación irracional d ebe ser
tomada como prueba de ilusión v nos vemos obliO'ados a
buscar la realidad detrás del esc �nario. De desechar esta
alternativa de detrás de la escena, hemos de aducir un mo­
tivo de la limitación que se presenta entre los atributos de
la actividad sustancial. Este atributo proporciona la limi­
tación para la cual ningún motivo puede ser invocado.
Dios es la última limitación, v Su existencia es la irraciona­
lidad última. En efecto, ninguna razón puede darse preci­
samente de esa limitación que está en Su naturaleza impo­
ner. Dios no es concreto, pero É l es el fundamento de la
"actualidad" concreta. Ninguna razón puede invocarse pa­
ra la naturaleza de Dios, puesto que esa naturaleza es la
razón de la racionalidad.
El punto que conviene retener en esta argumentación .es
que lo metafísicamente indeterminado necesita ser, sin em­
bargo, categóricamente determinado. Hemos llegado al lí­
mite de la racionalidad. En efecto , hay una limitación ca­
tegórica que no proviene de ninguna razón metafísica. Hay
una necesidad metafísica de un principio de determinación,
pero no puede haber razón metafísica para lo determinado.
Si hubiese tal razón, no sería necesario otro principio ulte­
rior, puesto que la metafísica habría procurado ya la de­
terminación. El principio general del empirismo depende
de la doctrina de que ha�' un principio de concreción no
descubrible por la razón abstracta. Lo que más allá pueda
c ?no :erse de. Dios, debe buscarse en la región de las expe­
riel_lcias particulares y descansar, por ende, en una base em­
pírica. Profundas son las diferencias que han dividido al
género humano en cuanto a la interpretación de estas ex-

216
periencias. Distintos son los nombres dados en cada caso:
Jehová, Alá, Brahma, Padre de los Cielos, Ordenador de los
Cielos, Causa Primera, Ser Supremo, Fortuna. Cada nom­
bre corresponde a un sistema de pensamiento derivado de
la experiencia de los que lo usaron.
Entre los filósofos medioevales y modernos, ansiosos por
establecer la significación religiosa de Dios, se ha impuesto
la lamentable costumbre de prodigarle atenciones metafísi­
cas. Ha sido concebido como el fundamento de la situación
metafísica que es su última actividad. De aceptar esta con­
cepción, no puede haber otra alternativa que la de ver en
Él la causa de todo el mal lo mismo que la de todo el bien,
pues en tal caso es el autor supremo del drama y a Él hay
que imputar tanto las deficiencias como los éxitos. Si se
le concibe como causa suprema de las limitaciones, está en
Su misma naturaleza el separar el Bien del :Mal y el asen­
tar a la Razón como "soberana dentro de sus dominios".

217
CAPÍTULO XII

RELIGIÓN Y CIENCIA

La dificultad para abordar la cuestión de las relaciones


entre religión y ciencia estriba en que su elucidación re­
quier-e que tengamos en nuestra mente alguna idea clara
sobre lo que entendemos por cualquiera de los dos términos:
"religión" y "ciencia". Por otra parte, me propongo hablar
del modo más general posible, dejando en segundo plano
toda comparación de credos particulares, sean éstos cien­
tíficos o religiosos. Es necesario que entendamos el tipo
de conexión que existe entre las dos esferas y luego sacar
algunas conclusiones definidas con respecto a la situa­
ción existente ante la que en la actualidad se encuentra
el mundo.
El conflicto entre religión y ciencia es lo que de un modo
natural acude a nuestra mente cuando pensamos en esta
cuestión. Parece como si durante el último medio siglo los
resultados de la ciencia y las creencias de la religión hubie­
sen llegado a una posición de franco divorcio, de la que
no hubiese manera de escauar como no fuese abandonando
las claras enseñanzas de la �iencia o las claras enseñanzas de
la religión. Esta conclusión ha sido propugnada por apolo­
gistas de uno y otro lado. No por todos ellos, desde luego,
pero sí por aquellos temperamentos radicales que toda con­
troversia pone de relieve.
La aflicción de los espíritus sensibles, el amor a la ver­
dad y la conciencia de lo importante del proceso, reclaman
imperiosamente nuestra más sincera simpatía. Si tenemos

218
eu cuenta lo que para la especie humana es la religión, y lo
que es la ciencia, no habrá exageración en decir que el cur­
so futuro de la historia depende de lo que esta generación
decida en orden a las relaciones entre ambas esferas. Te­
nemos en ellas las dos fuerzas generales más poderosas
(prescindiendo de los meros impulsos de los diversos sen­
tidos) que influyen en los hombres, y parecen estar dis­
puestas una contra la otra: la fuerza de nuestras intui­
ciones religiosas y la fuerza de nuestro impulso a la obser­
vación exacta y a la deducción lógica.
Un gran político inglés recomendaba en una ocasión a
sus compatriotas que hicieran uso de mapas en gran escala,
como medio de prevenirse contra las alarmas, los pánicos
y la falsa interpretación general de las verdaderas relaciones
entre las naciones. De igual modo, al tratar de los anta­
gonismos entre los elementos permanentes de la naturaleza
humana, bueno será proyectar nuestra historia en amplia
escala y emanciparnos de nuestra absorción inmediata en los
conflictos del presente. Haciéndolo así, descubrimos inme­
diatamente dos grandes hechos. En primer lugar, siempre
hubo un conflicto entre religión y ciencia, y, en segundo
lugar, tanto la religión como la ciencia se encontraron siem­
pre en estado de continuo desarrollo. En los primeros días
del cristianismo, existía entre los cristianos la idea general
de que el mundo se aproximaba a su fin, que se produciría
en la generación a la sazón en vida. Sólo inferencias indi­
rectas podemos hacer en cuanto al grado de dogmatismo
con que esa creencia era proclamada; pero lo cierto es que
se hallaba ampliamente difundida y que constituía una
parte impresionante de la doctrina religiosa popular. La
creencia resultó ser errónea, y la doctrina cristiana se adaptó
al cambio. Además, en la Iglesia primitiva los teólogos
individuales deducían con suma confianza de la Biblia opi­
niones relativas a la naturaleza del universo físico. En el
año 535 después de J. C. un monje llamado Cosmas 1 escri­
bió un libro con el título de Topogra1ía cri.stiana. Era un

1 Cf. Lecky, The Rise and Influence of Ra.io nalism in Eu­


rope1 cap. III.

219
hon:-bre que había viajado mucho, habiendo visitado la
Ind�a Y Etiopía; por último, vivió en un monasterio de
AleJandría, a la sazón, gran centro de cultura. Basándose
e.n el sentido directo de los textos bíblicos interpretados
literalmente por él, negaba en esta obra la existencia de los
antípodas, Y afirmaba que el mundo era un paralelorrramo
plano de .longitud doble con respecto a su largo. b

En el Siglo XVI la doctrina del movimiento de la Tierra


fué condenada por un tribunal católico. Hace un centenar
d.e años que la extensión de tiempo reclamada por la cien­
Cia geológica inquietaba a la gente religiosa, tanto a los pro­
testantes como a los católicos. Y en la actualidad tenemos
una piedra de escándalo análoga en la doctrina de la evo­
�ución. Hemos tomado sólo unos cuantos ejemplos para
Ilustrar un hecho general.
. Pero !odas _nuestras ideas se colocarían en una perspec­
hv� e�ronea SI creyéramos que estas reiteradas inquietudes
s ? limitaban a las contradicciones entre la religión y la cien­
Cia, � que e� estas controversias siempre se equivocaba
la rehgwn_ y siempre tenía razón la ciencia. Los verdaderos
hechos del c � so son mucho más complejos y se resisten a
ser compendiados en estos términos simples.
La misma teología presenta exactamente igual carácter
d� desarrollo gradual, proveniente de un aspecto del con­
flicto entre sus propias ideas. Este hecho es un lucrar común
para los teólogos, pero a menudo ha quedado �scurecido
en el ardor de las controversias. No pretendo exarrerar mi
c.aso; me lim�taré, pues, a los escritores de la igle�ia cató­
lica. :Ipn el siglo XVI, un jesuíta culto, el Padre Petavius,
n;tos�ro que l ?s teólogos de los tres primeros siglos del cris­
a
ham �mo hacian uso .de frases y proposiciones que partir
d �� siglo v habnan, sido condenadas como heréticas. Tam­
bien el Cardenal Newman dedicó un tratado al estudio del
desarrollo de la doctrina. Escribió su obra antes de llegar
� se; un gran prelado de la iglesia católica romana, pero
Jamas se retractó de lo afirmado en su obra' continuamente
reeditada.
La ciencia .es �ás variable aún que la teología. Ningún
hombre de ciencia podría suscribir sin modificaciones las
220
tesis de Galileo ni las de Newton, m siquiera las que él
mismo tuvo hace diez años.
En ambas esferas del pensamiento se han operado adicio­
nes, distinciones y modificaciones, de suerte que en la actua­
lidad, incluso cuando una misma aserción pudiera hacerse
en nuestros días como se hacía hace quinientos o mil años,
se la formula con restricciones o ampliaciones de sentido
no tenidas en cuenta en una época anterior. Los lógicos
nos dicen que una proposición debe ser verdadera o falsa y
que no hay término medio. Pero en la práctica, podemos
saber que una proposición expresa una verdad importante,
pero que está sujeta a limitaciones y modificaciones que de
momento permanecen ignoradas. Es condición general de
nuestro conocimiento el hecho de que insistentemente nos
demos cuenta de verdades importantes, y, sin embargo,
de que las únicas formulaciones de estas verdades que
estamos en condiciones de hacer, presuponen un punto de
vista general de concepciones que pueden ser susceptibles
de modificación. Voy a citar dos ejemplos, los dos tomados
de . la ciencia: Galileo decía que la Tierra se movía y que
el Sol estaba fijo; la Inquisición sostenía que la Tierra esta­
ba fija y que el Sol se movía; pues bien, los astrónomos
newtonianos, adoptando una teoría absoluta del espacio,
dijeron que se movían ambos, la Tierra y el Sol. Y ahora
decimos que cualquiera de estas tres afirmaciones es igual­
mente verdadera, a condición de que hayamos precisado
el sentido que cada cual dé a "reposo" y "movimiento" en
la forma requerida por la aserción que se formule. En la
fecha de la disputa de Galileo con la Inquisición, el modo
que Galileo empleaba para afirmar los hechos, era, sin duda
alguna, el procedimiento fructífero para los intereses de la
investigación científica. Pero, en sí, no era más verdadero
que la formulación de la Inquisición. Lo que ocurría es
que en aquellos tiempos nadie había pensado en los con­
ceptos modernos de movimiento relativo, de suerte que las
aserciones se formulaban sin tener en cuenta las modifi­
caciones requeridas para su más perfecta verdad. Sin embar­
go, esta cuestión de los movimientos de la Tierra y del Sol
expresa un hecho real en el universo, y todas las partes
221
han logrado sostener importantes verdades relativas a ella.
Pero con el conocimiento propio de nuestros tiempos, se ha
puesto de manifiesto la inconsistencia de aquellas verdades.
Voy a dar, además, otro ej emplo tomado del estado de la
ciencia física moderna. Desde la época de Newton y de
Huyghens en el siglo XVII ha habido dos teorías acerca de
la naturaleza física de la luz. La teoría de Newton era
que un rayo de luz consta de una corriente de partículas
muy pequeñas -corpúsculos-, y que tenemos la sensación
de la luz cuando estos corpúsculos dan en la retina de
nuestros ojos. La teoría de Huyghens era que la luz consta
de ondas muy pequeñas vibrando en un éter que todo lo
penetra, y que estas ondas se transmiten a lo largo de un
rayo de luz. Las dos teorías son contradictorias. En el
siglo XVIII se creyó la teoría de Newton; en el XL'C, la de
Huyghens. En la actualidad hay un gran grupo de fenó­
menos que sólo cabe explicar a base de la teoría undula­
toria, y otro que sólo puede serlo a base de la corpuscular.
Los hombres de ciencia tienen que dejarlo así y aguardar
al futuro con la esperanza de llegar a una visión más amplia
que reconcilie ambas teorías.
Estos mismos principios aplicaríamos nosotros a las cues­
tiones en que hay discrepancia entre la ciencia y la reli­
gión: No creeríamos en nada en cualquier esfera del pen­
samiento que no nos pareciera acreditado por sólidas razo­
nes basadas en la investigación crítica de nosotros mismos
o de autoridades competentes. Pero suponiendo que haJ'a­
mos tomado honestamente esta precaución, el hecho de que
entre las dos se plantee un conflicto en puntos de detalle
en que interfieren, no habría de llevarnos precipitadamente
a abandonar doctrinas de las que tenemos sólido testimo­
nio. Puede que estemos más interesados en una serie de
doctrinas que en otra. Pero si algún sentido tenemos
de la perspectiva y de la historia del pensamiento, aguar­
daremos y nos abstendremos de formular mutuos ana­
temas.
Debemos aguardar, pero no de un modo pasiYo ni con
desconfianza . El conflicto es un síntoma de que hay ver­
dades más amplias y perspectivas más sutiles dentro de

222
la s cuales debe ser encontrada una reconciliación de una reli­
gión más profunda y una ciencia más sutil.
En un sentido, por lo tanto, el conflicto entre ciencia y
religión es un asunto de poca monta que ha sido indebida­
mente exagerado. Una mera contradicción lógica no puede
indicar en sí más que la necesidad de algunos reajustes,
posiblemente de un carácter muy secundario para ambas
partes. Tengamos en cuenta los aspectos ampliamente dife­
rentes de los acaecimientos de que se ocupan la religión
y la ciencia respectivamente. La ciencia trata de las con­
diciones generales observadas para regular los fenómenos
físicos; la religión, en cambio, se encierra en la contempla­
ción de los valores estéticos y morales. Por una parte, te­
nemos una ley de graYitación; por otra, la contemplación
de la belleza de la santidad. Lo que una parte ve, la otra
lo mide, y viceversa.
Examinemos, por ejemplo, las vidas de John Wesley
v de San Francisco de Asís. Para la ciencia física, tendre­
in.os en estas vidas simplemente ejemplos ordinarios del
juego de los principios de la química fisiológica, y de la
dinámica de las reacciones nerviosas; para la religión, vidas
del más profundo significado en la historia del mundo.
¿Puede sorprendernos que, a falta de una formulación per­
fecta y completa de los principios de la ciencia y de los
principios de la religión que hayan de aplicarse a estos casos
específicos, existan discrepancias en los relatos de estas vi­
das efectuados desde estos puntos de vista divergentes?
Sería un milagro que no ocurriera así.
Constituiría, sin embargo, una interpretación errónea de
este extremo la idea de que no necesitamos preocuparnos
por el conflicto entre la ciencia y la religión. En una edad
intelectual puede no existir un interés activo que ponga de
lado toda esperanza de una visión de la armonía de la ver­
dad. Transigir con la discrepancia es atentatorio a la inge­
nuidad y a la pulcritud moral. Corresponde al respeto del
intelecto por sí mismo que resiga todos los nudos del pen­
samiento hasta desenmarañarlos totalmente. Si reprimimos
este impulso no cabrá que de una meditación endeble sa­
quemos religión ni ciencia. La cuestión importante es: ¿ con

223
qué espíritu vamos a enfocar la solución? En este punto
llegamos a algo absolutamente esencial.
Un conflicto entre doctrinas no es un desastre: antes bien
una oportunidad. Aclararé mi pensamiento a base de algu­
nos ejemplos tomados de la ciencia. El peso de un átomo
de nitrógeno era perfectamente conocido. Además, era una
doctrina científica inconcusa que el peso medio de esos
átomos sería siempre el mismo en cualquier masa que se
examinara. Dos experimentadores, el último Lord Rayleigh
y el último Sir William Ramsay, encontraron que podía
obtenerse nitrógeno de dos modos diferentes, ambos i"ual­
"'
mente idóneos para tal objeto, observando siempre que
había una ligera diferencia persistente entre los pesos me­
dios de los átomos en cada caso. Se plantea entonces la
cuestión: ¿habría sido prudente que estos investigadores se
d�salentaran a causa de este conflicto entre la teoría quí­
miCa y la observación científica? Supongamos que por una
razón u otra la doctrina química hubiese sido altamente
apreciada en algunas regiones como fundamento de su orden
social, ¿habría sido cuerdo, habría sido honesto, habría sido
moral, el prohibir que se revelara el hecho de que los expe­
rimentos arrojaban resultados discordantes ? O, por otra par­
te, ¿h�bieran debido proclamar Sir William Ramsay y Lord
Rayle1gh que la teoría química había demostrado ser un
engaño. ahora hecho patente? Vemos inmediatamente que
cualqmera de estos dos procedimientos habría sido un mé­
todo de enfocar la solución con un espíritu totalmente erró­
neo : �o que hicieron Rayleigh y Ramsay fué lo siguiente:
advirtieron de inmediato que habían dado en una línea de
investigación susceptible de descubrir alguna sutilidad de
la teoría química que hasta entonces se había sustraído a
la observación. La discrepancia no constituía un desastre:
era una oportunidad de ensanchar los límites del eonoci­
miento químico. Todos sabemos cómo terminó la historia :
por último se descubrió el argón, elemento químico nuevo
que mezclado con el nitrógeno se había mantenido oculto.
Pero la historia tiene una moraleja que constituye mi 3e­
gunda ilustración. Este descubrimiento llamó la atención
sobre la importancia de observar exactamente las pequeñas

224
diferencias observadas en las sustancias químicas obtenidas
con métodos diferentes. Otras investigaciones fueron em­
prendidas con la más cuidadosa. exact.itud posible. Por �1-
timo, otro físico. F. W. Aston, mvestigador del Cavend1sh
Laboratory de Cambridge (Inglaterr� ), descu�)l'ió que pr;­
cisamente ese mismo elemento pod1a asumir dos o mas
formas distintas, llamadas isótopos, y que la ley de la cons­
tancia del peso atómico medio se mantiene en cada una de
estas formas, aunque con ligeras diferencias en los distintos
isótopos. La investigación determinó un gran a � elanto en
la autoridad de la teoría química, cuya importancia trascen­
dió del descubrimiento del argón en que se había originado.
La moraleja de estos casos es bien n�t?;ia, y dejo . a l.os
ov�nte
· s que la apliquen al caso de la rehgwn y de la ciencia.
En la lógica formal, una contradicción es un síntoma de
fracaso, mientras que en la evolución del saber real acusa
el primer paso en el progreso hacia la victoria. Esta es una
raión de mucho peso en favor de la más amplia tol:rancia
hacia las opiniones discrepantes. De una vez para siempre
este deber de tolerancia quedó compendiado en la frase
" ¡Que crezcan ambas hasta la cosecha!" La renuencia de
los cristianos a obrar de acuerdo con este precepto, de la
más alta autoridad, constituye uno de los casos peregrinos
de la historia reli"iosa. Pero todavía no hemos agotado el
examen del temple moral requerido para la ii;d.aga.ción �e
la verdad. Hay atajos que sólo conducen a un exito Ilusono.
Es bastante fácil encontrar una teoría lógicamente armó­
nica y con importantes aplicaciones a la región del �echo,
con la condición de que transijamos en hacer caso omiso de
la mitad de nuestra evidencia. Todas las edades producen
gentes de claro entendimiento lógico y de loable sagacidad
para captar la importancia de algu_n a esfera de la. expe­
riencia humana, que elaboran o reciben de otros tiempos
un esquema de pensamiento que se adapta perfectamente
a las experiencias que atraen su interés. E: a �ente se mue�­
tra propicia a hacer caso omiso o a prescmdir . de la expli­
cación de todo testimonio susceptible de enturbrar su esque­
ma a base de ejemplos contradictorios. Lo que no puede�
encajar en su sistema , es para ellos absurdo. Una determi-

225
nación _inqu�brantabl� ? e traer a colación la totalidad de
los teshmomos, es el umco método de ponerse a cubierto de
los extr�mos fluctuantes de la opinión en boga. Aunque
el conseJ_o J?arezca fácil de seguir, tanto más difícil resulta
en la practica.
Un� de las razones de esta dificultad consiste en que no
es posible que pensemos primero y obremos después. Desde
el mo:nento de na�er estamos inmersos en la acción, en la
que solo por medw del pensamiento podemos orientarnos
de un modo adecua ?o. Por consiguiente, nos vemos obli­
gados a adoptar . en ciertas esferas de la eJ.'J)eriencia las ideas
que pa�ecen r gu· den�ro de esas esferas. Es absolutamente
. necesariO confiar �
en Ideas que se muestran adecuadas de
u? �odo g �neral, aunque sepamos que hay sutilidade y
s
distmgo� mas alla, de nuestro alcance. Además, haciend�
,
abstra ? ciOn de las necesidades de la acción, ni siquiera nos
es posible presente a nuestro espíritu la totali­
d�d de la como no sea en forma de doctrinas
.
s�lo �ncompletamente armonizadas. No podemos pensar en
d � u�a multiplicidad de detalle indefinida; nues­
tra solo puede adquirir su genuina importancia si
�parece ante nosotros ordenada por ideas generales Estas
I � eas l�s heredamos; constituyen la tradición de nu�stra ci­
.
VIhzaci?. n. Esas ideas tradicionales nunca son estáticas.
C? se d1luy:n en fórmulas hueras o adquieren mayor auto­
n �ad grac:as a nuevas luces sacadas de una aprehensión
m�� alambicada. Se transforman por el acicate de la razón
cntica, p�r el vivo de la experiencia emotiva y
por la fna de la percepción científica. Un
.
h,e.cho es Cierto : que no podemos conservarlas inmóviles.
.,
N mguna generacwn puede reproducir meramente las pasa­
das. Podemos conservar la vida en un fluir de forma, 0 la
forma en med10 .
de la marea de la vida; lo que no podemos
es encerrar permanentemente la misma vida en los mismos
moldes.
. El estado . actu� ! de la religión en los pueblos de Europa
ilustra la afrrmacwn que acabo de exponer. Los fenómenos
e� tan. mezclados.
Se. han producido reacciones y resurrec­
CIOnes. Pero en conJunto , durante varias generaciones, ha

226
habido una decadencia general de la influencia religiosa en
la civilización europea. Toda resurrección alcanza una cota
menos elevada que su predecesor, y todo período de letargo
desciende a un grado más de postración. La curva pro­
media acusa un descenso continuo de la entonación reli­
giosa. En algunos países es más elevado que en otros el
interés por la religión, pero incluso en los países en que
más elevado es el interés religioso, éste sigue bajando con
el paso de cada generación. La religión tiende a degenerar
en una fórmula razonable con que embellecer una vida aco­
modada. Un gran movimiento histórico en esta escala es
resultante de la convergencia de 9.istintas causas. Quisiera
sugerir dos de ellas que caen dentro de los límites de la
materia examinada en este capítulo.
En primer lugar, durante más de dos siglos la religión
se ha mantenido a la defensiva y hasta podríamos decir que
en una defensiva débil. Este período lo ha sido dP progreso
intelectual sin precedentes. De esta suerte se han produ­
cido para el pensamiento una serie de situaciones nuevas.
Cada una de esas situaciones ha encontrado impreparados
a los pensadores religiosos. Algo que ha sido proclamado
como vital, fué modificado o interpretado de otro modo des­
pués de luchas, inquietudes y anatemas. La siguiente ge­
neración de apologistas religiosos felicitaba entonces al mun­
do religioso del conocimiento más profundo que se había
logrado. El resultado de la repetición continua de esta re­
tirada nada brillante, ha acabado por destruir casi por com­
pleto la autoridad intelectual de los pensadores religiosos.
En contraste con ello, cuando Danvin o Einstein procla­
maban teorías que modificaban nuestras ideas, ello cons­
tituía un triunfo para la ciencia. No se nos ocurre decir
que ello implica asimismo una derrota para la ciencia por el
hecho de que sus antiguas ideas hayan sido desechadas,
pues sabemos que el conocimiento científico ha dado otro
paso más adelante.
La religión no recuperará su antigua autoridad como no
se sitúe ante el cambio con el mismo espíritu con que lo
hace la ciencia. Sus principios pueden ser eternos, pero la
expresión de esos principios requiere continuo desarrollo.

227
Esta eYolución de la religión estriba en lo esencial en que sus
propias ideas se emancipen de concepciones adventicias en­
garzadas en ella a causa de la cxpresié.n de sus propias ideas
en términos del cuadro imaginativo del mundo forjado en
épocas anteriores. Si la religión logra desprenderse de las
cadenas de la ciencia imperfecta, ello redundará en su be­
neficio. Realza su propio genuino mensaje. El punto esen­
cial que deberá tenerse presente es que normalmente un
avance en la ciencia revelará que las aserciones de las dis­
tintas religiones requieren alguna clase de modificación.
Puede que se las haya de interpretar con mayor amplitud
o simplemente explicarlas, pero puede también que hayan
de ser formuladas de nuevo. Si la religión es una recta
expresión de la verdad, esta modificación pondrá sólo de
manifiesto con mayor exactitud el punto concreto que sea
de importancia. Este proceso es una ganancia. En conse­
cuencia, hasta donde toda religión tenga algún contacto
con los hechos físicos, es de esperar que el punto de vista
de esos hechos sea continuamente modificado a la par de
los adelantos de la ciencia. De este modo, la pertinencia
exacta de estos hechos para el pensamiento religioso resul­
tará cada vez más clara . El progreso de la ciencia debe
tener como resultado la incesante codificación del pensa­
miento religioso, sacando de ello gran beneficio la religión.
Las controversias religiosas de los siglos xvr y X\'II deja­
ron a los teólogos en un estado de ánimo sumamente la­
mentable. Su postura era siempre de ataque y de defensa.
Se retrataban a sí mismos como la guarnición de un fuerte
cercado por fuerzas enemigas. Todos esos cuadros no refle­
jan más que verdades a medias. Es por ello que son tan
populares. Pero resultan p eligrosos. Este retrato particular,
daba pábulo a un belicoso espíritu partidista realmente
revelador en última instancia de una falta de fe. No se
atrevían a modificar porque rehuían la tarea de liberar su
mensaje espiritual de las asociaciones de una imaginación
particular.
Voy a explicarme con un ejemplo . En los primeros tiem­
pos medioevales, el Cielo estaba en el firmamento y el
Infierno en el subsuelo; los volcanes eran las fauces del

228
Infierno. No pretendo que estas creencias figuraran e� las
formulaciones oficiales, pero sí en la forma en que la IJ:?a­
ginación popular entendía las doctrinas generales del Cielo
y del Infierno. Estas concepci? nes eran � o que cada :ual
pensaba que implicaba la doctrma de l� v1da .futura. Figu­
raban en las ex-plicaciones de los expositores mfl� i'entes de
la fe cristiana . Por ejemplo, aparecen en los Dwlogo� ? el
papa Gregario el Magno 1, personaje c� ya elevada posrci.on ,
.
oficial no le cede más que a la magm�ud de lo� serviciOs
que prestó a la humanidad. No me refier� a cuales hayan
de ser nuestras creencias en orden a la vida futura: pero,
cualquiera que sea la doctrina verdadera, en :ste eJel?plo
la disputa entre la ciencia y la religión, al reb�Jar la Tierra
a la condición de planeta de segunda categona enlazado a
un Sol de segunda categoría, ha redun�a�o gr�J?- demente en
beneficio de la espiritualidad de la rehgwn disipando estas
fantasías medioevales. .,
Otro modo de contemplar esta cuestión de la evolucwn
del pensamiento religioso es advertir que toda for� a de
aserción verbal exuuesta al mundo durante algun , tH�mpo,
revela ambirrüedad �s y a menudo esas ambigüedades rep g­
"' l!
nan a la v erdadera enjundia del significado. �i sentido
efectivo con que una doctrina haya sido soste;n� da �n . el
.
pasado, no puede ser detern;inado P? r el mero anahsis lo� rc:
de las asereiones verbales, nechas sm pensar en los ardide::;
de la lógica. Para el esquema del pensamiento hay que
tener en cuenta la acción total de la naturaleza humana.
Esta reacción es de un carácter mixto, en el que entran ele­
mentos de emoción provenientes de lo inferior de nuestra
naturaleza. Es en este caso que la crítica impersona� de la
ciencia y de la filosofía viene en ayuda de la evolucwn , re­
ligiosa. Ejemplos y más ejemplo� podrían dars� ? e esta fue�·­
za motriz en desarrollo. Por eJemplo, las dificultades lo­
gicas inherentes a la doctrina de la puri�i�� ción :n:-or�l de
la naturaleza humana por obra de la rehgwn, escmdieron
al cristianismo desde los días de Pelagio y San Agustín,

1 Cf. GREGOROVTGS, Historia ele Roma en la Eclacl Media,


libro nr, cap. nr.

229
es decir, desde principios del siglo v. Los ecos de esta con­
troversia resuenan aún en la teología.
Hasta aquí, mi punto de vista ha sido el siguiente: que
la religión es la expresión de un tipo de experiencias funda­
mentales de la especie humana; que el pensamiento religioso
se desarrolla ganando en exactitud de expresión, liberado
de imaginerías adventicias, y que la interacción entre re­
ligión y ciencia es uno de los grandes factores susceptibles
de promover este desarrollo.
Llego ahora a mi segunda razón de que el interés por la
religión haya decrecido en los tiempos modernos. Esta razón
se enlaza con la última cuestión planteada por mí en las
primeras frases de este libro . Necesitamos saber qué enten­
demos por religión. Al presentar sus contestaciones a esta
pregunta las iglesias han puesto en primer plano aspectos
de la religión e1.:-presados en términos que o bien son idóneos
para las reacciones emocionales de tiempos pretéritos o
están encaminados a excitar intereses emocionales moder­
nos desprovistos de carácter religioso. Con la primera frase
quiero decir que la llamada de la religión se dirige en parte
a excitar ese temor instintivo hacia la cólera de un tirano,
ínsito en las desdichadas poblaciones de los despóticos im­
perios de la Antigüedad, y en particular el temor hacia un
déspota arbitrario omnipotente sito detrás de las fuerzas
ignotas de la naturaleza. Esta apelación al instinto predis­
puesto de rudo temor, va perdiendo su fuerza. Carece en
absoluto de respuesta directa, porque la ciencia moderna y
las modernas condiciones de la vida nos han enseñado a
hacer frente a las ocasiones de aprehensión con un análisis
crítico de sus causas y condiciones. La religión es la reac­
ción de la naturaleza humana en su búsqueda de Dios. La
presentación de Dios con el aspecto de poder, despierta
todos los instintos modernos de reacción crítica. Esto es
fatal, pues la religión fracasa a menos que sus posiciones
principales se impongan sin reservas a nuestro asentimiento.
En este respecto, la terminología antigua difiere de la psi­
cología de las civilizaciones modernas. Este cambio de
psicología es debido en gran p arte a la ciencia, y ha sido
uno de los modos principales en que el adelanto de la cien-

230
cia ha debilitado el sostenimiento de la s antiguas formas
relicriosas de expresión. El motivo no-religioso que ha pe­
net�ado en el pensamiento religioso moderno, es el deseo
de una organización conveniente de la sociedad moderna.
La religión ha sido presentada como idónea par� ordenar
,
la vida. Sus aspiraciones se basaron en su �u� cwn como
sanción de la conducta recta. Además, el obJetivo � ; una
conducta recta degenera rápidamente en la formacwn de
relacio11es sociales placenteras. Tenemos en e.ste. caso una
sutil decrradación de las ideas religiosas, subsigUiente a su
purifica �ión gradual bajo el influjo de intuiciones �ticas
más vehementes. La conducta es un producto accesono de
la religión; un producto accesorio inevitable, pe;� no el
punto principal. Todos los grandes . ;ducadores r.el!?wsos se
han indignado contra la presentacwn de la rehgwn como
mera sanción de las reglas de la conducta. San Pablo denun­
ció la Ley y los predicadore.s purita1:os . habl�ban de los as­
querosos andrajos de la rectitud. La msistenci� en las regl�s
.
de conducta inicia el descenso del ferYor rehgwso. Por enci­
ma y más allá de todas las cosas, la vida religiosa no es una
búsqueda de conveniencias. Me. �o�r�sponde ah� ra sentar,
con todo el cuidado, lo que a mi JUICIO es el caracter esen­
cial del espíritu religioso .
Religión es la visión de algo que es�á má � allá, detrás Y
dentro del fluir pasajero de las cosas mmediatas, algo que
es real v sin embaro:ro espera ser realizado, algo que es remo­
ta posibilidad -�l si� embargo el más grande de los hech? s
actuales, algo que da sentido a todo lo que pasa Y .s:n
embargo se sustrae a la aprehensión, algo cuya poseswn
es el bien último y sin embargo está fuer:; de todo alcance,
algo que es el ideal último y búsqueda sm esperanzas.
La reacción inmediata de la naturaleza humana . ante
la visión religiosa es la adoración. La religi?n apareciÓ en
la experiencia humana mezclada con las mas burdas fan­
tasías de la imaginación bárbara. Gradualmente, .lent:;­
mente, persistentemente, la visión reapar�; e e:r: la h1stona
en una forma más noble y con una expreswn mas clara. Es
el único elemento de la experiencia humana que de un
modo persistente acusa una tendencia ascendente. Se des-

231
;an�ce para reaparecer lueg o. Pero cuan
do recuuera su
ue:�a, reaparece con acrecentad
a riqueza v pureza "de con
t mdo. El hec� de la visión
f �
s st�nte expanswn, es nuestro
religiosa y s� historia de er�
H aclen do abstraccwn .,
de ella
único motivo de optimis o .
la vida hum ana es un con-

frIcto de go ces ocaswn . '

ales proyectando sus destellos


una masa d e dolor · . sobre
mIse.l'Ia,

. . una bagatela de exp " eriencia


transit or1a.
La visión no reclama más que
ado
es una renunc1a .
al af'an de asm · · .ración, la adorac¡'o'n
. ulacwn. reclamado con la
,

f uerza motriz del amor m . .


mo . La YJsw
-

Siempre está Presente, y � n nunca domina .


·. ,

. tiene el poder del amor pre


,

tando un o J)Jetn _o cuyo lo crro e 1 sen-


o � a ai·moma eterna. Ese
-

orden tal como 1o encontram


• -

os en la naturaleza nunca es
una fu erza ,. se presenta com

de�alle ompleJ. O El al es
o el único ajuste armónico de
t � :
tivo fr om nta nod haciend � la fuerza motriz bruta del obj
o caso omiso de la visión eter

El mn
es
"
I
.
� ;nma m� y retr asa o lastima .
El pod er de Dios
na.
que I insp ira. Es fu rte la
su � religión que en
. s�: mo dos d e pensamiento evo
, ca una a re-

h enswn de la VISI
ti
,

On prevaleciente. La adoraci
no es una regla de segurida ón de io
� u ' 1!? la�lzarse en pos de lo inas
d : es una aventura del es íri �
·
l e¡IgiOn V'e
. ne con la rep.l'e,Io _
. ,
equible. La muerte d�
n ae 1 a a1ta esperanza de aven-
1�
tura.
'

232
OAPÍT1}L0 XIII

REQllSITOS DEL PROGRESO SOCL\L

El objeto de estas conferencias ha sido analizar las reac­


ciones de la ciencia en la formación de ese fondo de ideas
instintivas que controlan las actividades de sucesivas gene­
raciones. Semejante fondo toma la forma de cierta filoso­
fía vaga a modo de última palabra sobre las cosas, cuando
todo está dicho. Los tres siglos que constituyen la época
de la ciencia moderna, se agitaron alrededor de las ideas
de Dios, espíritu, materia, y también de las de espacio y
tiempo por su carácter de expresivas de la localización sim­
ple de la materia. En conjunto la filosofía ha insistido en
el espíritu, y ello le ha hecho perder el contacto con la cien­
cia durante los dos siglos últimos. Pero está recuperando
de nuevo su antigua importancia gracias al apogeo de la
psicología y de su alianza con la fisiología. Además, esta
rehabilitación de la filosofía ha sido facilitada por el fracaso
reciente de la formulación que el siglo XVII hiciera de los
principios de la física. Pero hasta que esa crisis se produjo,
la ciencia se asentaba con seguridad sobre los conceptos de
materia, espacio, tiempo y, posteriormente, de energía. Ha­
bía también leyes naturales arbitrarias que regían la loco­
moción. Eran observadas empíricamente, pero por alguna
razón oscura se sabía que eran universales. Quienquiera
que en teoría o en la práctica las desacatara, era condenado
con implacable vigor. Esta posición adoptada por los hom­
bres de ciencia era puramente gratuita si cabe otorgarles
el crédito de creer en sus propias afirmaciones, pues su fi-

233
loso_fí�, corriente no logró j ustificar de ningún modo a. su­
posi��on de que el conocimiento inmediato inherente a toda
ocaswn presente arroje alguna luz sobre su pasado o sobre
su futuro.
. He trazado también una filosofía alternativa de la cien­
cm, en l a . cual el or7�nis�o ?cupa el lugar de la materia.
A este obJeto, el espmtu 1mphcado en la teoría materialista
se . res� e!ve en una función del organismo. Luego el campo
psiCol? g�co revela lo que en sí es un acaecimiento. Nuestro
acaecimH;nto corporal es un t �po . inusitadamente complejo
de orgams�o y, �n consecuencia, mcluye la cognición. Ace­
mas, , espaciO Y tiempo, en su significado más concreto pa­
san a .ser .�l lugar de los acaecimientos. Un organis�o es
l � reahzac�on de una figura de valor definida. La emergen­
cia de algun valor real. depende de la limitación que excluye
luces . :ruzadas neutrahzadoras. Así, un acaecimiento es una
cuestwn �e hecho que por razón de su limitación es un
valor. en si, aunque por su misma naturaleza requiere todo
el umverso para ser lo que es.
La impor!�ncia dep �nde de la durabilidad. Durabilidad
es la retenc� on e� el tiempo de un logro de valor. Lo que
d l!-:a es la !?entidad de módulo , autoheredada. La dura­
bil!dad reqmere un ambiente favorable. Toda la ciencia se
agita �n torno. de esta cuestión de los organismos duraderos.
r
La m.Iuencm general de la ciencia en el momento ac­
tual .puede ser analizada bajo los epígrafes siguientes: Con­
� pci?nes Gener�les c.on respecto al Universo, Aplicaciones
- ecmcas, ProfesiOnalismo en el Conocimiento Influencia
de las Doctrinas .Biológic�s en los Motivos de l� Conducta.
En las confe:renc1as anteriOres intenté dar un atisbo de es­
t ? s puntos. �ntra dent�o de los fines de esta conferencia
fmal el estumar , la reacciÓn de la ciencia ante algunos pro­
blemas que se . plantean a las sociedades civilizadas.
Las concep ?wnes generales introducidas por la ciencia
en e� per;tsar;l�nto moderno no pueden separarse de la si­
tuacwn , fll fica tal como la expresó Descartes. Me refiero
? s?,
a la . suposi<;I� n de que los cuerpos y los espíritus son sus­
_
ta�cms mdrvrduales independientes, cada una de las cuales
eXIge por derecho propio sin necesidad de la menor refe-

234
rencia de una de ellas a la otra. Semejante concepciOn
estaba muy de acuerdo con el individualismo resultante de
la educación moral de la Edad Media. Pero aunque eso
explique la fácil aceptación de la idea, la derivación en
sí se basa en una confusión, muy natural pero no por ello
menos desafortunada. La educación moral acentuó el valor
intrínseco de! ente individual. Esta acentuación puso en
primer plano del pensamiento las nociones de individuo y
de sus experiencias. Es en este punto donde comienza la
confusión. El valor individual emergente de cada ente, se
transforma en existencia sustancial independiente de cada
ente, que es una noción muy distinta.
No pretendo decir que Descartes consumara esta transi­
ción lógica -o, mejor dicho, ilógica- en forma de racio­
cinio explícito . Lejos de ello. Lo que hizo fué, en primer
lugar, concentrarse en sus propias experiencias conscientes,
como si fueran hechos dentro del mundo independiente de
su propia mente. Lo que le indujo a especular de esta
suerte fué la acentuación corriente del valor individual de
su yo total. Implícitamente transformó este valor indiv.i­
dual emergente, inherente al mismo hecho de su propra
realidad , en un mundo de pasiones privado, o de modos, de
sustancia independiente.
Además, la independencia asignada a las sustancias
comóreas, las expulsaba en bloque del reino de los valores.
Degeneraron en un mecanismo enteramente desprovisto de
valores, salvo como sugestivo de una ingenuidad externa.
Los cielos habían p erdido la gloria de Dios. Este estado de
ánimo se pone de manifiesto en la repugnancia del protes­
tantismo por los efectos estéticos dependientes de un me­
dio material, considerando que induciría a atribuir un valor
a lo que en sí carece de él. Esta repugnancia había llegado
ya a su pleno apogeo anteriormente a Descartes. Por con­
siguiente, la doctrina científica cartesiana de las porciones
d � materia desprovislas de valor intrínseco, era meramente
una formulación en t<Srminos explícito s de una doctrina ya
corriente antes de su admisión en el pensamiento científico
o en la filosofía cartesiana. Probablemente esta doctrina
estaba latente en la filosofía escolástica, pero no fué lleva-

235
da a sus consecuencias has ta
. que se encontró con la men­
tah�ad ? el Norte de Europa
en el siglo xvr. Sin embargo,
la Ciencia t�l como la dotó Des
� cartes, confirió estabilidad
Y cate gon a mtelectual
a un punto de vista que ha teni
efectos muy �eterogéneos sobr do
. e los presupuestos morales
d� las colectnt i �� des modernas. Sus buenos
merol! d � su eficiencia . efectos provi­
. como método para las investigacio
n �s crentifiC as dentro de las limitadas regi ­
. ones que a la sa­
zon meJor � prestaban a ser
. � exploradas . De ello resultó
una Ilustra�wn general del espí
ritu europeo que se liberó de
las nebulo�rdades a�ávicas dep
ositadas en él por el histeris­
mo ? � las epocas barbaras. Est
os efectos fueron sumamente
beneficos, Y el!o se vió con
toda claridad en el siglo xvm .
Pero en el � Iglo :x_rx, cuando
la sociedad se estaba trans­
form�ndo hacia el Sistema fab
ril, los malos efectos de esta s
doc trm as fue¡ on uy fata les.
: � La doctrina de los espíritus
c ?mo sustancras mdependient
es, condujo directamente no
solo a mundos d exp eriencia
� privados, sino también a mun­
dos d� moral privado s. Las
intuiciones morales pueden ser
sostemda � para su aplicación
exclusiva al mundo estricta­
m �nte prrvado de la e�"}Jer
iencia psicolórrica . Por consi­
gUiente, el re�peto de sí mis
mo, y el afán de sacar el mavor
provecho posrble de las pos
ibilidades propias de cada ;no,
labraron de c msuno la mor
� . alidad eficiente de los dirigen­
t �s entre lo mdu tna les de aquel período . El mundo
� � oc­
cidental e �ta sufriendo en
la actualidad las consecu enc
de los honzontes morales lim ias
. itados de las generaciones an­
teriOres.
Aden:ás, la suposición de
, la sim la absoluta carencia de valor
ae p le materia, determinó una falta de respeto
el tratamiento de la belleza por
natural o artística. Precisa­
mel!te en los momentos en
que la urbanización del mundo
occidental estaba entrando
en su fase de rápido desarro
Y c��ando se reque:ía la má llo
s primorosa y cuidadosa conside
ra�wn de las cualidades esté ­
ticas del nuevo ambiente ma­
tenal, se hallaba en su apo
. geo la doctrina de la trivialidad
de esas Idea s. En los país es
industriales más avanzados el
arte era tratado c omo una
friv olidad. Un ejemplo elocuen­
te de esta mentali. dad de me
diados del siglo xrx debe ver
-
236
se en Londres, donde la maravillosa belleza del estuario del
Támesis serpenteando a través de la ciudad, res:rlta torp e­
mente desvirtuada por el puente del ferrocarnl Charmg
Cross, construído con olvido total de los valores estéticos.
Hay dos males : por una parte, el ol':ido de la verdadera
�·elación de todo organismo con su ambiente, y, por oti·�, el
hábito de hacer caso omiso del valor intrínseco del ambien­
te, que habría de ser tenido en cuenta por su peso en todo
estudio relativo a los fines últimos.
Otro gran hecho a que debe hacer frente el mundo �o­
derr.o es el hallazgo del método de adiestrar a los profesw­
nales que se especializan en determinadas regiones ? e� p �n­
samiento, acrecentando con ello el caudal de conocimientos
dentro de los límites respectivos de su materia. Como con­
secuencia del éxto de esta profesionalización del saber, es
necesario tener presentes dos puntos en los q� e nuestra
época actual se distingue de las pasadas. En pnl?er. l� gar,
la cantidad de progreso es tal que un ser humano �nd1v:dual
de longevidad ordinaria deberá encararse con situaciOnes
nuevas para las que no encontrará paralelo alguno en el
pasado. La persona fija para funciones fijas, que en las
anteriores sociedades era considerada como un tan gran don
de Dios, será un peligro público para el futuro. F:n segundo
lucrar el profesionalismo moderno del saber actua en sen­
ti do �ontrario en cuanto concierne a la esfera intelectual. El
químico moderno está abocado a tener escasos conocir;nien­
tos de zoolocría,
., más escasos aún acerca del drama de la epoca
de la reina Isabel y a ignorar totalmente los principios del
ritmo en la versificación inglesa. Es probablemente seguro
que olvide sus conocimientos de historia antigua. Estoy ha­
blando, desde luego, de tendencias generales; no que los
químicos sean peores que los ingenieros, que los m�temá­
ticos o que los estudiantes de letras. El saber efectivo es
saber profesional, apoyado en una familiaridad limitada con
materias útiles consideradas como auxiliares para ese saber.
Esta situación tiene sus peligros. Produce espíritus en­
cerrados en casillas. Cada profesión hace progresos, pero
se trata de progresos encerrados en su propia casilla. Pues
bien, estar espiritualmente en una casilla es vivir contem-

237
pla �do una determinada serie de abstracciones. La casilla
Impide extenderse por el país, y la abstracción abstrae de
a�go a lo q�e ya no se presta ulterior atención. Y no hay
nmguna :�silla de �bstracciones que sea adecuada para la
comp :enswn de la vida humana. Así, en el mundo moderno,
e! cehba �? ? e las clases i�struídas de la Edad Media, ha
sido sust1tmd? , por un celibato del intelecto, divorciado de
la conteJ?placwn con.creta de los hechos completos. y aun­
nadie sea excl�sivamen�� un matemático o un jurista,
que. la gente :VIVe tambien fuera de sus profesiones u
ocup: cwnes, lo ciert ? es que el pensamiento serio queda
encer1.ado en una . casilla. El resto de la vida es tratado de
.
un modo superficial,. con las categorías de pensamiento im­
perfectas 9-ue se denvan de una profesión.
. Los peligros provenientes de este aspecto del profesiona­
lismo, sor: grandes. particularmente en nuestras sociedades
,
demo.cratiCas. L� fuerza directriz de la razón se debilita.
_
Los mtelect� s dm�entes carecen de equilibrio. Ven esta
0 aquella s ��·Ie de Circunstancias, pero no las dos a un tiem­
.
po .La miswn ? e coord�nación s � .deja para aquellos que no
tm-,Ieron e�e�gias o �aracter suficiente para triunfar en una
carre�a .defm1da. DICho co11 pocas palabras: las funciones
especializadas de la c?muni ad son realizadas mejor y de
un �odo cada .vez mas perieccionado, mientras que la di­
reccwn generalizada adolece de falta de visión. A medida
que s� progresa �n materia de detalle, tanto mayor resulta
el peligro , �roducido por la insuficiencia de coordinación.
Esta cntica . de la vida moderna rige para todos sus as­
pectos, cualqmera que sea el sentido con que interpretemos
el concepto de �?munida � . Lo mismo da que por él enten­
damos u �� na �wn, una cmdad, un distrito, una institución,
una familia . e mcluso .un individuo. Hay un desarrollo de
l� s �� straccwnes particulares y una reducción de la apre­
Ciacwn concreta . . El .conjunto se pierde en uno de sus
aspectos. Para mi tesis no es necesario que sosten<ta que
nuestro talen�o de dirección, ya sea en los individ�os va
en las c?�umdades, es menor ahora que en tiempos pa ;a­
dos. Qmzas haya mejorado ligeramente. Pero el nuevo rit­
mo del progreso requiere mayor talento de dirección si se

238
quieren impedir desastres. Lo cierto es que los descubri­
mientos del siglo XIX nos lanzaron por la senda del pro­
fesionalismo, de suerte que nos hemos quedado sin expan­
sión de sabiduría y necesitándola mucho más.
La sabiduría es el fruto de un desarrollo equilibrado.
Es este crecimiento equilibrado de la individualidad lo que
debería ser misión de la educación garantizar. Los descu­
brimientos más útiles del futuro inmediato serán los que
fomenten el cumplimiento de esa misión sin detrimento del
profesionalismo intelectual necesario.
l\'Ii propia crítica de nuestros métodos educativos tradi­
cionales es que se ocupan excesivamente del análisis inte­
lectual y de la adquisición de información formularizada.
Quiero decir que descuidamos el alentar los hábitos de
apreciar concretamente los hechos individuales en su plena
confluencia de valores emergentes, limitándonos a acentuar
las formulaciones abstractas que prescinden de esta acción
recíproca de valores diversos.
En todos los países es objeto de estudio el problema de
equilibrar la educación general y la especializada. No me
es posible hablar con conocimiento de causa de todos los
países; en estas condiciones sólo puedo hacerlo del mío. Sé
que en él existe entre los profesionales de la educación un
profundo disgusto por las prácticas que se observan. Ade­
más, dista mucho de estar resuelta la adaptación de todo el
sistema a las necesidades de una comunidad democrática.
No creo que el secreto de la solución se halle en términos
de una antítesis entre lo consumado de un saber especia­
lizado y un conocimiento general de carácter más super­
ficial. El contrapeso que equiliLre la radicalidad del en­
trenamiento intelectual especializado, debe ser de índole
diametralmente diferente al conocimiento analítico pura­
mente intelectual. Toda nuestra educación consiste en la
actualidad en la combinación de un estudio exhaustivo de
unas pocas abstracciones con un estudio superficial de un
mayor número de abstracciones. Somos harto exclusiva­
mente teóricos en nuestra rutina docente. La preparación
general debería tender a explicar nuestras aprehensiones
concretas y satisfacer el afán de la juventud de hacer algo.

239
También en esto debería haber algún análisis, pero sólo lo
necesario para ilustrar los medios de pensar en diversas
esferas . E;1 el Paraíso Terrenal vió Adán a los animales an­
tes de darles nombres, mientras que en el sistema tradicio­
nal los niños conocen los nombres de los animales antes ele
ver a éstos.
No hay ninguna solución exclusiva fácil para las difi­
cultades prácticas de la educación . Sin embargo, podemos
guiarnos a base de cierta simplicidad en su teoría gene�·al.
_
El estudiante debe concentrarse dentro de un campo limita­
do. Esa concentración debe comprender todas las nociones
prácticas e intelectuales requeridas para esa concentración.
Es el procedimiento que suele adoptarse, y, por lo que res­
pecta a él, más bien me inclinaría precisan� en�e � aumentar
las facilidades de concentración que a d1smmmrlas. Con
la concentración están asociado s ciertos estudios subsidia­
rios, tales como los len{)'uajes
b para la ciencia. Semejante
esquema ele preparación profesional tendría que encaminarse

_
a un fin claro, apropiado al temperamento del estudrante.
No es necesario presentar las modalidades especiales de . esta s
afirmaciones. Esa preparación debe tener -huelga decirlo­
la amplitud requerida por su finalidad. Pero su plan no debe
complicarse en atención a otros fines. Esta preparación pro­
fesional no puede afectar más que a un lado de la educación.
Su centro de gravedad está en el intelecto, y su arma prin­
cipal es el libro impreso. El centro de gravedad del otro
lado de la formación debe estar en la intuicion sin un di­
vorcio analítico del ambiente total. Su objeto es la apre­
hensión inmediata con el mínimum de análisis desentraña­
der. El tipo de generalidad que se necesita sobre todo, es
la apreciación de la variedad del valor. J'vie refiero a una
educación estética. Hay algo entre los valores toscamente
especializados del hombre meramente práctico y los valo­
res delicadamente especializados del puro estudiante. Los
dos tipos han perdido algo, un algo que no se recupera por
la simple adición de las dos series de valores. Lo que se
necesita es una apreciación de la infinita variedad de valo­
res vivos logrados por un organismo en su ambiente prOJ?ÍO.
Aunque entendamos todo lo relativo al Sol y todo lo relativo

240
a la atmósfera y todo lo relativo a la rotación de la Tierra,
puede que se nos siga escapando lo radi��te ?e la puesta
del Sol. No hay sucedáneo de la percepcwn directa del lo­
O'ro concreto de una cosa en su "actualidad". Necesitamos
�1 hecho concreto con una luz alta proyectada sobre lo que
tiene enjundia para su preciosidad. . , ,
.
Me refiero al arte y a la educacwn estetlca. Pero es
arte en un sentido tan general de la expresión que �e re­
sisto a designarlo con este nombre. El arte es ':n eJemplo
especial. Lo que necesitamos es poner al descub1ert? nues­
tros hábitos de aprehensión estética. Según la doctrma me­
tafísica que he venido exponiendo, hacerlo así equival� a
acrecentar la profundidad de la individualida�. .El análisis _
de la realidad indica los dos factores, la actividad emer­
giendo a valor estéti�o individ�ali�a.do. �sí, pues, el valo.r
.
emergente es la medida de la m �r�"I�u�lizacwn de la a�h­
vidad. Tenemos que fomentar la m1cmhva creadora llevan­
dola al mantenimiento de valores objetivos. No obtendre­
mos la aprehensión sin la iniciativa, ni la iniciativa sin la
aprehensión. En cuanto .�os dirijamo� �� cia l� c �ncreto, no
podremos excluir la accwn. La sensib�d�? sm Impul�o se
llama decadencia, y el impulso sin sensibilidad, brutalidad.
Empleo la palabra "sensibilidad" en su. sentido más gene;
ral, de suerte que incluya la aprehenswn , de lo que está
más allá (le uno mismo, es decir, sensibilidad para todos los
_
hecho s del caso. Así, en el sentido general que precomzo,
"arte" es toda selección por medio de la cual los hechos
concretos son dispuestos de tal modo permitan . ir po­
niendo la atención en los valores realizables
por ellos. Por ejemplo, la mera disposición del. cuerpo hu­
mano y de la vista para lograr una buena vist.� de u�a
puesta de sol, es una simple for.ma de seleccwn arhs­
tica. El hábito del arte es el hábito de gozar de valores
vivos.
Pero en este sentido, el arte abarca más que puestas de
sol. Un; fábrica, con su maquinaria, su comunidad de obre­
ros, su servicio social para la población general, su dep �n­
dencia de un genio organizador y planeador, sus potencia­
lidades como fuente de riqueza para los tenedores de sus

241
acciones, es un organismo que ofrece una multitud de va­
lores vivos. Lo que necesitamos educar es el hábito de
aprehender semejante organismo en lo que tiene de com­
pleto. Puede decirse muy bien que la ciencia de la econo­
�ía . p olítica, tal como se estudió en el primer período que
sigma . a la muerte de Adam Smith (1790) , hizo más daño
q�e bien. Destruyó muchos engaños económicos y enseñó
como hay que pensar acerca de la revolución económica a
la sazón en auge. Pero remachó en los hombres cierta serie
de abstracciones que resultó desastrosa por sus efectos so­
bre �a mentalidad moderna. Deshumanizó la industria. Este
es solo uno . de .tantos ejemplos de un peligro general inhe­
rente a 1� cienc �a moderna. Su procedimiento metodológico
es exclusivo e mtolerante, y con razón. Fija su atención
en un grupo de abstracciones definido, dejando de lado todo
,
lo demas, y recoge todas las migajas de información v teo­
ría que , sean de. interés para lo que constituye su �hj eto.
Este metodo tnunfa con la condición de que las abstrac­
�io� es sean j u!ciosas . .Pero aun triunfando, su triunfo es
limitado. Y SI se olvida de esos límites viene a dar en
e �uivocaciones desastrosas. El antirracionalismo de la cien­
c :a �s�á justificado en parte, como defensa de su metodolo­
gia uhl; pero en parte es mero prejuicio. El profesionalismo
moderno es la preparación de los espíritus para que se
adapten a la metodología. La rebelión histórica del si<Tlo
X:'II Y la ante.rior reacción hacia el naturalismo, fue:on
eJe:Uplos de salirse de las abstracciones que cautivaron a la
sociedad educada de la Edad Media. Esta edad primitiva
tu;? un ideal �e racionalismo, pero no logró realizarlo, pues
�eJ ? d� adve_rhr �ue la metodología del razonar requiere las
limitaciOnes Imphcadas en lo abstracto. En consecuencia, el
verda�ero racionalismo tiene que salir siempre de sí mismo
r �curr; endo a lo concreto en busca de inspiración. Un ra­
ciOnalismo que se encierre en sí mismo es en efecto una
for�a de antirracionalismo. Significa un detenerse arbi­
tranamente en una serie particular de abstracciones. Este
fué el caso de la ciencia.
Hay dos principios inherentes a la misma naturaleza de
las cosas, y que se repiten en algunas encarnaciones par-

242
ticulares cualquiera que sea el campo que exploremos: el
espíritu del cambio y el espíritu de conserv:aci�n. Nada
real puede haber sin los dos. El mero cambiO ?m cons.�r­
vación es un pasar de la nada a la nada. Su mtegracwn
final produce un mero no-ente transitorio. La mer?- con­
servación sin cambio no puede conservarse, pues, al fm Y al
cabo, hay un fluir de circunstancia, y la lozanía del ser se
.
desvanece con la mera repetición. El carácter de la realidad
existente se compone de organismos durables a través el
fluir de las cosas. El tipo bajo de organismo ha logrado una
autoidentidad que domina toda su vida física. Electrones,
moléculas, cristales, pertenecen a este tipo. Presentan una
identidad sólida y completa. En los tipos más elevados, en
que aparece la vida, hay una mayor complejidad. A� í, aun­
que haya un módulo complejo, durable, se ha refugiado. en
más profundos escondrijos del hecho total. En un sentido,
la autoidentidad de un ser humano es más abstracta que
la de un cristal. Es la vida del espíritu. Se relaciona más
bien con la individualización de la actividad creadora, de
suerte que las circunstancias cambiantes recibidas del am­
biente son diferenciadas de la personalidad viva y conce­
bidas como formando su campo p ercibido. En realidad, el
ca:¡ppo de percepción y' el espíritu percipiente son .ab.strac­
ciones que en concreto se combinan en los acaecimientos
corporales sucesivos. El campo psicológico, en cuanto res­
tringido a los objetos-del-sentido y a las emociones pasa­
j eras, es la permanencia mínima, simplemente rescatada
de la no-entidad del mero cambio, y el espíritu es la má­
xima permanencia, que invade aquel campo comp� eto cu�a
duración es el alma viva. Pero el alma se march1tana , sm
la fertilización de sus experiencias pasajeras. El secreto de
los organismos superiores está en sus dos grados . de per­
manencias. Por estos medíos la lozanía del ambiente es
absorbida en la permanencia del alma. El ambiente cam­
biante deja de ser, por razón de su variedad, un �nemigo de
la duración del or<Tanismo. El módulo del orgamsmo supe­
rior se ha retirad; en los escondrijos de la actividad indi­
vidualizada. Se ha transformado en un modo uniforme
de ocuparse de las circunstancias, y este modo sólo se for-

243
talece si tiene una variedad propia de circunstancias de
que ocuparse.
Esta fertilización del alma es la razón de la necesidad
del arte. Un valor estático, por serio e importante que sea,
acaba por ser indurable por su aterradora monotonía de
duración. El alma reclama a grandes voces su redención
hacia el cambio. Sufre la agonía de la claustrofobia. Las
transiciones de humor, ingenio, irreverencia, juego, sueño y
-sobre todo- de arte, son necesarias para ella. El gran
arte es la disposición del ambiente de modo que le propor­
cione al alma valores vivos aunque transitorios. Los seres
humanos reclaman algo que les absorba por algún tiempo,
algo que les saque de la rutina en que pueden quedar en­
candilados. Pero no podemos subdividir la vida, como no
sea en el análisis abstracto del pensamiento. Por consi­
guiente, el gran arte es más que un remozamiento transito­
rio . Es algo que se añade a la riqueza permanente de la
autoadquisición del alma. Se justifica a un tiempo por su
goce inmediato y también por su disciplina del más íntimo
ser. Su disciplina no es distinta del goce más que por razón
de él. Transforma el alma en la realización permanente de
valores que se extiende más allá de su yo anterior. Este
elemento de transición en el arte se pone de manifiesto por
la inquietud patente en su historia. Una época llega a sa­
turarse con las obras maestras de cualquier estilo. Algo
nuevo precisa ser descubierto. El ser humano es variable.
Sin embargo, hay un equilibrio en las cosas. El mero cam­
bio antes de haber llegado a un logro adecuado, en calidad
o en cantidad, es destructivo de la grandeza. Pero difícil­
mente podrá exagerarse la importancia de un arte vivo que
cambia y sin embargo deja su marca permanente.
Por lo que concierne a las necesidades estéticas de la so­
ciedad civilizada, las reacciones de la ciencia han resultado
desafortunadas en este sentido. Su base materialista ha di­
rigido la atención a las cosas como opuestas a Jos valores.
La antítesis es falsa si se toma en un sentido concreto, pero
es válida en el nivel ordinario del pensamiento abstracto.
Esta acentuación dislocada confluyó con las abstracciones
de la economía política, que de hecho son las abstracciones

244
en cuyos términos se llevan los asunt.os �?merci�les. Así,
todo pensamiento relativo a la ? rgamzacwn �acial se ex­
presó en términos de cosas materiales y d<; capital. L� s va­
lores últimos eran excluidos. Se les hacia una cortes re­
verencia y se les entregaba al clero par� que los guardara
para los domingos . . Un cred� de moralidad en la compe­
tencia por los negocws se hab1a desarrollado, en algunos as­
pectos con n� table . �levaci¿n, pero absolutam:nte despro­
visto de consideracwn hacia el valor de la v1da humana.
Los obreros eran considerados como meros instrument? s,
o btenidos del mercado del trabajo. A la pregunta de D ws
contestaban los hombres como Caín: "¿Acaso soy yo el
,
guardián de mi hermano ?", y cometían el crimen de C�1? .
Tal era la atmósfera en que se llevó a cabo la revolucwn
industrial en Inglaterra, y en gran parte también en otr? s
países. La historia intes� in?' de Inglaterra durante el ul­
timo medio siglo ha consistido en un esfuerzo lento Y do­
loroso para deshacer los males forj � d?� en. la primera fase
, nunca
de la nueva época. Puede que la civihzacwn se r�­
cupere del mal clima que rodeó la i�troducción d �l maqm­
nismo. Este clima invadió todo el sistema comercial el; las
razas adelantadas del Norte de Europa. En parte fue re­
sultado de errores estéticos del protestantismo Y en parte
consecuencia del materialismo científico; en parte resultado
de la codicia de la especie humana y en parte re:ultado . �e
las abstracciones de la economía política. Una 1lustracwn
de mi punto de vista puede en�ontrarse : n el ensayo de
Macaulay criticando los Colloquws on Soczety de South?Y•
escrito en 1830. Y Macaulay era un ejemplo muy gen�mo
de los hombres que vivían en la época, o. en t�das las epo­
cas. Era un genio, tenía buen cor;;tzón, mtencwnes hones­
,
tas y afán de reforma. El texto dice as1:

"Se nos dice que nuestra edad ha inventad o at; ocid_ades que su­
_
peran cuanto nuestros padres hubieran podido Imagmar ; que la
sociedad ha sido llevad a a un estado comparado con el cu �l ! a ex­
terminación Tesultaría una bendición ; y todo poTc¡ue las
de los hiladores de algodón son desnudas y rectangular€�.
Southev ha descubierto un medio -nos dice- que permite ; am
parar los efectos de la fabricación y ele la agricultura . h Cual es

245
este medio � Subirse a un cerro, contemplar la casa de campo y
la factoría y ver cuál es la más agradable."
:Parece que Southey había dicho muchas tonterías en su
li.b.ro; pero por lo que se refiere a este extracto , podría jus­
tifiCar perfectamente su alegato si volviera a la tierra des­
pués de un lapso de casi un siglo. Los males de la primera
época de industrialización han pasado actualmente a formar
parte del dominio público. El punto en que sigo insistiendo
es la ceguera empedernida con que, incluso los mejores hom­
bres de la época, consideraban la importancia de la estética
en la vida de una nación. No creo que hasta ahora ha­
yamos llegado ni siquiera aproximadamente a la estimación
debida. Una causa de eficacia sustancial que contribuyó a
producir este error desastroso, fué el credo científico de que
la materia en movimiento es la única realidad concreta de
h naturaleza, de suerte que los valores estéticos constituí­
rían un aditamento adventicio que no viene a propósito.
Hay otro aspecto de este cuadro de las posibilidades de
decadencia. En el momento actual se agita una discusión
acerca del porvenir de la civilización en las nuevas circuns­
tancias de rápido adelanto en la ciencia y en la técnica. Los
males del futuro han sido diagnosticados de distintos mo­
dos: la pérdida de la fe religiosa, el uso malicioso del poder
material, la degradación consiguiente a una cuota diferen­
cial de natalidad favorable a tipos de humanidad inferio­
res, la suspensión de la fuerza estética creadora. No cabe
duda de que todos ésos son males peligrosos y amenazado­
res. Pero no son una novedad. Desde los albores de la his­
tori � la humanidad ha venido perdiendo su fe religiosa, ha
sufndo siempre del uso malicioso del poder material ha
sufrido siempre de la infecundidad de su s mejores tipo � in­
telectuales y siempre ha registrado la decadencia periódica
del arte. En el reinado del monarca egipcio Tutankhamón
se desencadenó una lucha religiosa desesperada entre los
modernistas y los fundamentalistas; las pintura s de las ca­
vernas ofrecen una fase de delicada perfección estética sus­
tituída luego por un período de relativa vulgaridad; los
j efes religiosos, los grandes pensadores, los grandes poetas
Y autores, toda la casta sacerdotal de la Edad l\íedia, fue-

246
ron notoriamente estériles; por último, si en la actualidad
contemplamos lo que ocurrió en el pasado sin hacer caso
de las exposiciones novelescas de democracias, aristocracias,
reyes, generales, ejércitos y comerciantes, veremos que el
poder material fué ej ercido generalmente a ciegas, con por­
fía "J' egoísmo y no pocas veces con brutal maldad. Y, a
pesar de todo, la humanidad ha progresado. Incluso si to­
mamos un tenue oasis de especial excelencia, el tipo de hom­
bre moderno que más probabilidades habría tenido de ser
feliz en la Grecia clásica en el mejor período de ésta, habría
sido seguramente (como ahora) un boxeador mediano pro­
fesional de peso pesado, y no un estudiante ordinario de
griego de Oxford o de una universidad alemana. De segu­
ro que la principal utilidad del estudiante de Oxford habría
sido su capacidad para escribir una oda ensalzando al bo­
xeador. Nada puede ser más nocivo para un espíritu decaí­
do en orden al cumplimiento de sus deberes en la actuali­
dad que el concentrar la atención en los puntos de excelen­
cia del pasado comparados con los defectos promedios de
nuestros días.
Pero, al fin y al cabo, ha habido verdaderos períodos de
decadencia, y en la época actual, como en otras, la sociedad
está en decadencia, siendo necesario hacer algo para reac­
cionar. Los profesionales no constituyen una novedad en el
mundo. Sin embargo, los profesionales del pasado estaban
agrupados en castas que no progresaban. El caso es que
en la actualidad el profesionalismo ha sido asociado al pro­
greso. El mundo se encuentra ahora ante un sistema que
se desarrolla por sí mismo y que él no puede detener. Esta
situación ofrece sus ventajas y sus peligros. Es evidente
que las ganancias de poder material ofrecen también oca­
siones para una mejora de la sociedad. Si la humanidad sa­
be aprovechar la ocasión, tendrá frente a sí una edad de
oro de creatividad benefactora. Pero el poder material en
sí es neutral éticamente. Puede actuar igualmente en la
dirección errónea. No se trata actualmente de producir
grandes hombres sino de producir grandes sociedades. La
gran sociedad encontrará los hombres para las ocasiones. La
filosofía materialista acentuó la importancia de la cantidad

247
de materia dada, :,r de ahí, por derivación, la naturaleza del
ambiente dada. De esta suerte actuó del modo más des­
afortunado sobre la conciencia social de la humanidad, pues
puso casi exclusivamente su atención en el aspecto de la
lucha por la existencia en un ambiente fijo. En una gran
extensión el ambiente es fijo y en esa extensión hay una
lucha por la existencia. La cuestión es quién será el eli­
minado. En la medida en que seamos educadores, hemos de
tener ideas claras sobre este punto, pues determina el tipo
que hay que producir y la ética práctica que debe inculcarse.
Pero durante los tres últimos siglos la concentración ex­
clusiva de la atención hacia este aspecto de las cosas, ha
sido un desastre de primera magnitud. Las consignas del
siglo xrx fueron: la lucha por la existencia, la competen­
cia, la lucha de clases, la rivalidad comercial entre las na­
ciones, la guerra militar. La lucha por la existencia ha sido
interpretada como un evangelio de odio. La conclusión to­
tal que haya de sacarse de una filosofía de la evolución es,
por fortuna, de un carácter más equilibrado. Los organis­
mos victoriosos modifican su ambiente. Son victoriosos los
organismos que modifican su ambiente para ayudarse mu­
tuamente . Ej emplos de esta ley se encuentran en vasta es­
cala en la naturaleza. Por ejemplo, los indios de América
del Norte aceptaron su ambiente, y ello tuvo como resultado
que una población poco densa lograra simplemente mante­
nerse en todo el continente. Cuando las razas europeas lle­
garon a ese mismo continente, siguieron una política opues­
ta. Desde un principio cooperaron en la modificación de su
ambiente. El resultado fué que una población veinte veces
mayor que la india ocupe actualmente el mismo territorio, a
pesar de lo cual el continente todavía no está lleno. Ade­
más, hay asociaciones de especies distintas que cooperan
mutuamente. Esta diferenciación de especies se presenta en
los entes físicos más simples, tales como la asociación entre
electrones y núcleos positivos, y lo propio ocurre en todo
el reino de la naturaleza animada. Los árboles de las selvas
del Brasil dependen de la asociación de varias especies de
organismos, cada uno de los cuales depende mutuamente
de las demás especies. Un árbol aislado depende por sí de

248
todos los cambios adversos de las circunstancias variables.
El viento le impedirá crecer; las variaciones de la tempera­
tura perjudican el desarrollo de sus hojas; las lluvias des­
nudan su suelo; sus hojas son arrastradas y no pueden con­
tribuir a la fertilización de su suelo. Podemos obtener es­
pecímenes de hermosos árboles ya sea en circunstancias
excepcionales, ya con la intervención del cultivo por parte
del hombre. Pero en la naturaleza el modo normal de pros­
perar los árboles es su asociación en un bosque. Es posi­
ble que cada uno de los árboles pierda algo de su perfec­
ción de crecimiento individual, pero, en cambio, se ayudan
mutuamente a conservar las condiciones de subsistencia.
El suelo se conserva y está al abrigo, y los microbios nece­
sarios para su fertilidad no son agostados por el sol, ni ex­
terminados por la escarcha, ni arrastrados por las lluvias.
Un bosque es el triunfo de la organización de especies mu­
tuamente dependientes. A mayor abundamiento, una es­
pecie de microbios que mata a un bosque se da muerte a
sí misma. Por otra parte, los dos sexos presentan la misma
ventaja de diferenciación. En la historia del mundo, el
premio no ha sido para las especies que se han especiali­
zado en los métodos de violencia, ni siquiera en las arma·
duras defensivas. D e hecho, la naturaleza comenzó produ­
ciendo animales encerrados en duras conchas que les prote­
gieran contra los males de la vida. También hizo ensayos
en materia de tamaños. Pero los animales pequeños, sin
caparazón externo, de sangre caliente, sensibles y vigilan­
tes, expulsaron de la faz de la tierra a esos . moD:stru? s.
Además, no son los tigres y los leones las especies victorio­
sas. En el uso pronto de la fuerza hay algo que frustra su
propio objeto. Su principal inconveniente es que carece d.e
cooperación. Todo organismo necesita un ambiente de ami­
gos, en parte para que le protejan contra cambios .violen­
tos, en parte para que le ayuden cuando lo necesita. El
Evano-elio de la Fuerza es incompatible con una vida social.
Entie�do por fuerza el antagonismo en su sentido más ge­
neral.
Casi igualmente peligroso es el Evangelio de la Unifor­
midad. Las diferencias entre las naciones y razas de la es-

249
pecie humana son necesarias para mantener las condiciones
e� que es posible un más alto desarrollo. Un factor prin­
cipal en la marcha ascendente de la vida animal ha sido
su capacidad de migración. Es quizás por esta razón que
les fué mal a los monstruos protegidos por fuertes capara­
zones. No podí�n trasladarse. Tenían que adaptarse o pe­
recer. La especie humana se trasladó de los árboles a las
llanuras, de las llanuras a las costas del mar, de unos climas
a otros, de unos continentes a otros, y de unos hábitos de
vida a otros hábitos de vida. Cuando el hombre deja de
trasladarse, cesa su ascenso en la escala del ser. El tras­
lado físico es siempre importante, pero más lo es aún la
facultad de las aventuras espirituales del hombre: aven­
turas . del. pensamiento, del sentimiento apasionado, de la
expenencia estética. Una diversificación entre las comuni­
dades humanas es esencial para la aportación de incentivo
Y de material para la odisea del espíritu humano. Naciones
distintas de hábitos diferentes no son enemigas: son bendi­
_
ciOnes. Los hombres necesitan que sus vecinos sean lo sufi­
cientemente afines para que les entiendan lo suficientemen­
te diferentes para llamar su atención y lo suficientemente
grandes para imponer admiración. Sin embargo, no pode­
mos esperar que tengan todas las virtudes. Precisamente
habríamos . de darnos por satisfechos con que haya algo lo
bastante smgular para que resulte interesante.
. La ciencia moderna ha impuesto a la humanidad la nece­
SI_dad de tra�ladarse. Su pensamiento progresivo y su téc­
mc� progresiva han hecho del paso por el tiempo, de gene­
racwn . en generación, una verdadera migración hacia mares
de aventura no registrados en los mapas. El beneficio ge­
.
nm�� del trasladarse estriba en que es peligroso y requiere
habilidad para sortear los escollos. Nuestra esperanza, está,
por lo tanto, en que el porvenir nos descubra peligros. Le
toca al futuro ser peligroso, y una de las virtudes de la
ciencia es que pertreche al futuro para realizar su misión.
La � clases medias prósperas que gobernaron en el siglo xrx,
atnbuyeron un valor excesivo a la placidez de la existen­
cia. Se resistieron a encarar las necesidades de reforma so­
cial impuestas por el sistema industrial nuevo, y ahora se

250
rehuyen a enfrentar las necesidades _de. reforma intelectual
impuestas por el nuevo saber. El pesrmrsm? de la clase me­
dia en cuanto al porvenir del mundo, proviene de un9; con­
fusión entre civilización y seguridad. En el fut.uro !�me­
diato habrá menos seguridad que en el pas� do mmediato,
meno s estabilidad. No cabe duda de que crerto grado de
inestabilidad resulta incompatible con la civilización, pero,
en conjunto, las grandes edades han sido edades inestables.
En estas conferencias he pretendido dar un relato de una
gran aventura por la región del pensamiento. En ella par­
_
ticiparon todas l� s razas del Oc�rd� nte de Europa. Se � es�­
rrolló con la lentitud de un movimiento de masas. �Iedio sr­
glo es su unidad de tiempo. Este relato es la epopeya de un
episodio de la manifestación de la razón. Dice cómo una
dirección particular de la razón aparece en una raza �ra­
cias a la larga preparación de épocas precedentes, como
después de su nacimiento se desar_rolla gr�dualmer:te �u
materia principal, cómo logra sus trmnfos, como su mfluJO
moldea las mismas fuentes de la acción del género humano,
y, por último, cómo en su momento de triunfo s:rpr�J:?O se
revelan sus limitaciones y reclaman un nuevo eJercrcro de
la imaginación creadora. La moraleja del relato es el � oder
de la razón, su influjo decisivo en 1� vida de 1� humanrda� .
Los <trandes conquistadores, de AleJandro a Cesar Y � e Ce­
sar /: Napoleón, ejercieron un influjo profundo en la vida de
las generaciones su? siguient: s; . p er? el efe�to total de este
_
influjo queda reducrdo a lo msignrficante si se coml?ara con
la transformación total de los hábitos y de la mentalidad hu­
manos provocada por la larga trayectoria de los hombres
de pensamiento desde Tales hasta nuestros dias, . hombr�s
_
desprovistos de poder individualmente, pero que en defmi­
tiva fueron quienes gobernaron el mundo.

251
iND I C E

l.-Orígenes de la ciencia moderna 13

II.-Las matemáticas como elemento d e la historia del


p ensamiento 34

III.-El siglo del genio 55

IV.-El siglo :s:vm 75

V.-La reacción romántica 96

VI.-El �iglo :s:r:s: 120

VII.-La relatividad 141

VIII.-La teoría del quantum 159

IX.-Ciencia y filosofb 169

X.-Abstracción . 19 1

XI.-Dios . . 210

XII.-Religión y cienci:1 . 218

XIII.-Requisitos del progreso social 233

253

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