Novela Negra
con tintes arcoíris
Basada en hechos reales
Carlos L. Alvear
PRÓLOGO
El acero viajó veloz hacia su destino, limpio y azul, su punta perfecta, su
cuerpo afilado. Viajó libre, implacable, con el odio como motor, con el
amor como destino.
Una y otra vez realizó su recorrido, pero nunca regresó igual, la leve
resistencia que encontraba en cada vuelta lo transformaba en un ángel de
muerte que lloraba su misión con lágrimas escarlata.
NECROPSIA
─Hay cuando menos unas treinta puñaladas en diferentes partes del cuerpo; sí,
desordenadas, furiosas, golpes de desahogo, aparentemente sin sentido, pero con la
clara intención de lograr la muerte, más de la mitad están en torno al corazón ─afirmó
el médico legista todavía en cuclillas junto al cadáver─, casi seguro eso fue lo que la
mató; pero había otro objetivo distinto y fundamental para el asesino, era la
destrucción de la cara, cuento aquí once punciones más. Esto es una salvajada. El
asesino quería borrar el rostro con su arma; deshacerlo por completo. En mis 35 años
de servicio en el SEMEFO nunca había visto algo así.
─¿Qué diferencia puede ver entre estas cinco heridas y los otras seis?
─Tal vez mi suegra ─comentó el agente con una mueca algo similar a una
sonrisa.
El pequeño callejón debió haber sido una trampa mortal en la noche. El farol
más cercano estaba a unos veinte metros sobre la calle aledaña y no debía haber
aportado sino una raquítica ración de su luz cuando el cuchillo silbaba en la
madrugada en busca de su objetivo. No había casas cerca en esa zona, más bien
comercios y bodegas que estarían cerradas. Los gritos se perdieron en el aire antes de
alcanzar a cualquiera que hubiera podido ayudar.
Por ello, él se había querido situar al otro lado del Río Estigia, para contemplar
desde su orilla a la muerte y tratar de comprenderla. Como médico legista, había visto
ya cientos de cadáveres montados en la barca de Caronte y los había diseccionado
para aproximarse al misterio sobre la distinción del cuerpo que tenía frente a sí y el
suyo propio con aquella extraña y sutil, huidiza y etérea diferencia que los situaba de
un extremo al otro del lago que limita el mundo de los vivos del de los muertos. Y,
como ritual personal, cuando concluía una necropsia, colocaba un par de monedas en
los ojos del cadáver, igual que hacían en la antigüedad, como el justo pago al barquero
de Hades.
Pero ahora no, ahora no, pensó y se dispuso para su cita en la Morgue con la
joven apuñalada.
***
─¿Han logrado averiguar algo más sobre ella?, ¿apareció alguna identificación
en sus pertenencias?, ¿ha habido alguien que pregunte?
─¿Eva Rubia? ¿Existe el apellido Rubia? Jamás lo había escuchado. Rubio, sí.
Tenía un compañero en la Escuela de Medicina que se llamaba Evaristo Rubio, y era
moreno, moreno.
El cuerpo ya estaba sobre la mesa de metal listo para el examen. Aún vestida,
la víctima aguardaba inerte, protagonista de la tragedia y principal evidencia criminal.
El médico se dirigió inicialmente al rostro, hecho una desgracia con las once heridas
que lo deformaban.
Pese a la sangre que cubría buena parte de la cara, pudieron observar que la
chica utilizaba bastante maquillaje, tal vez por algún problema cutáneo; y pudieron
distinguir también, en lo que le quedaba de la nariz, que tenía una operación estética.
─En cambio tiene una mandíbula ancha ─recorrió con su mano la frente,
deteniéndose en el entrecejo e invitó a su asistente a hacer lo mismo─. ¿Puedes sentir
esta protuberancia? Esta parte del cráneo, la glabela, es muy prominente, ¿no te
parece? Mira el largo del brazo y el tamaño de las manos. Son huesos largos y pesados
y la caja torácica es muy ancha.
─La caja torácica no sólo es muy amplia; el corazón es demasiado pesado y los
pulmones lo suficientemente grandes para… una mujer. ¿Sabes qué? En este
momento creo que podría hacer una apuesta: al concluir el análisis óseo,
encontraremos que su pelvis no es ni más pequeña ni es redondeada. Si no me
equivoco, esta chica, es un chico.
─¿Un hombre?
─Casi totalmente seguro. Es un hombre; sí, cada vez más cierto ─siguió
diciendo mientras continuaba el examen del cuerpo.
─Según la ley ahora puedes cambiar tus papeles para que todo el mundo te
crea mujer siendo hombre y viceversa.
─¿Y qué hay de sus sentimientos? ¿Qué pasa cuando alguien se siente mujer,
se sabe mujer siendo hombre? Por cierto que ya recordé dónde escuché el nombre,
precisamente salió hace unos meses un reportaje sobre ella. Un hombre que se sentía
mujer y creo que el caso fue notorio porque hay muy pocos así en Michoacán y me
parece que Eva trabajaba cerca de algún político.
─Estas muy enterado de todas estas cosas ─dijo el médico legista alzando las
cejas.
─Yo… simplemente veo las noticias, doctor. Y creo que esta circunstancia
hará que la prensa le dé más importancia al crimen.
EN BUSCA DE UN DETECTIVE
(UN JUSTICIERO)
Un vientecillo helado lo obligó a tomar las solapas del saco y levantarlas para cubrir
su cuello. La lluvia escasa pero pertinaz también lo hizo apresurar el paso. Era una
mañana típica de septiembre pensó, recordando que esa era la imagen que tenía desde
su infancia; concluían las vacaciones de verano y el primer día de clases era siempre
una mañana fría y lluviosa.
Se resguardó bajo el dintel del viejo portón mientras buscaba las llaves en su
bolsillo; encontró la correcta y no pudo evitar, como hacía cada día, juguetear un poco
con ella para admirarla y sentir su peso. Era una llave grande, antigua, de bronce, que
correspondía perfectamente con la personalidad del pórtico que estaba por cruzar,
con su puerta de mezquite, labrada, hermosa y pesada, la misma que había tenido el
edificio desde 1755, año de su construcción.
Tomó asiento detrás de su escritorio, amplio y macizo, de los años veinte, con
líneas sobrias y elegantes de art decó.
Se asomaron con cierta timidez dos adolescentes, una joven de piel apiñonada
y cabello castaño, recogido en una coleta con moño multicolor; contaría acaso con
unos 17 años; los ojos grandes y curiosos; pequeña y menuda su figura. Él, era alto y
delgado, quizás de la misma edad, de pelo crespo y revuelto, algo desaliñado en su
apariencia y notoriamente tímido. Avanzaron lentamente.
La chica tomó aire, como si tuviera alguna lucha interna por lo que estaba a
punto de salir de su boca. Al final pronunció todo muy rápido; no quería seguir
guardando aquello.
─Venimos por un… por un asunto de un asesinato. Busco que alguien haga
justicia, busco quien pueda castigar o vengar.
Hacía tiempo que estaba intentando dejar todo lo que tuviera que ver con
homicidios. Las imágenes de los cadáveres de los casos que tuvo en la policía llegaron
ante él y lo miraron burlones: “te encontramos, no podrás escapar tan fácilmente”. Y
lo mismo hicieron los rostros de aquellos a quienes él mismo abatió con su Glock 17
de 9 mm; cinco personas cayeron muertas por su arma y con tres de ellas, en especial,
intentó auto convencerse de haber actuado en legítima defensa, porque en su interior
escuchaba una acusación que cada día se hacía más clara y audible y tomaba la forma
de un dedo fiscal que lo señalaba como mero ejecutor.
La joven tenía problemas para seguir con su petición y fue el chico quien puso
sobre el escritorio unas fotografías, que trajeron de vuelta al presente al detective
privado. En una de las imágenes se veía a una joven atractiva y sonriente, en otra un
rostro desfigurado a punta de cuchillo pero en el que todavía eran reconocibles
algunos rasgos que hacían ver que se trataba de la misma persona. En las fotografías
estaba impreso el nombre: Eva Rubia.
Burgos miró de reojo las fotografías, pero puso más atención en los jóvenes.
─¿Tu… hermano?
La joven alzó los hombros y asintió con la cabeza. Trató de responder pero el
llanto ganó espacio y terminó venciendo, enmudeciéndola de nuevo y de tal manera
que parecía que no podría continuar. El muchacho que la acompañaba la abrazó y le
acariciaba la cabeza, intentando contener el dolor desbordado. Poco a poco logró
calmarse y continúo.
─Era trans, así lo decidió. Sin embargo, para mí siempre fue mi hermano. Se
operó, tomaba hormonas, cambió sus documentos y se llamaba Eva. Pero yo todavía
recuerdo cuando jugábamos los dos siendo pequeños… a las escondidillas. Se llamaba
Rogelio.
─No me has contestado, ¿por qué vienes conmigo? ¿Por qué no acudes a la
policía?
─Nos acompañaron los del colectivo LGBT, sus amigos y otros que ni
conocíamos ─continuó la muchachita─. Pedimos justicia, todos gritaron mucho para
que pararan los crímenes de odio. La policía nos tomó declaración y han pasado ya
dos meses y no se avanza nada. En algo están de acuerdo los del colectivo y los
policías: cuando se trata de un crimen de odio es difícil encontrar al culpable concreto
porque no fue un asunto contra alguien en particular, no fue personal, sino que lo
mataron por su preferencia, por su forma de pensar y de vivir. Yo no sé mucho de
eso, sólo quiero que encuentren al que mató a mi hermano, a Eva… y lo castiguen.
Santiago Burgos, miró a la joven y pensó en su propia hija, sólo uno o dos años
más grande. Pensó en los muertos por los que su acción logró alguna justicia y aquellos
otros por los que nunca consiguió nada; pensó en sus propios muertos y en los
huérfanos de sus muertos, y algo parecido a un deseo de reivindicación comenzó a
cosquillearle a un lado del esternón.
***
─Aceptó y ya es algo.