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Ciudadanía y reflexión ética


Ciclo 2019 - 1
Sesión 12
Democracia Concepto e institucionalidad

Logro de Al finalizar la unidad, el estudiante explica los aspectos centrales de la ciudadanía y de


la unidad la democracia en el contexto de la realidad peruana y los aplica a problemas éticos y de
ejercicio de ciudadanía.
Logro de El/la estudiante identifica y explica la relación entre ciudadanía e institucionalidad
la sesión democrática, sus problemas, debilidades y también sus valores y potencialidades, en el
país.

Texto 1
MARÍA ISABEL REMY: Democracia y desigualdad: poderes fácticos, régimen político y ciuda-
danías diferenciadas. En Las desigualdades en el Perú: balances críticos, disponible
http://repositorio.iep.org.pe/bitstream/IEP/465/1/estudiossobredesigualdad2.pdf

El supuesto básico de la democracia es la igualdad, la igualdad política. Las instituciones del régimen
democrático, sus normas, procedimientos y valores se organizan bajo un supuesto de igualdad entre los
ciudadanos. La pregunta que ha recorrido este balance es hasta qué punto las desigualdades que se ge-
neran en las estructuras sociales, económicas o culturales afectan las condiciones de igualdad política.
La pregunta de si el funcionamiento del régimen democrático depende de la existencia de profundas
desigualdades socioeconómicas, culturales o étnicas (“brechas” se denominan en el Informe de la
CVR) nos llevó a revisar la bibliografía sobre dos situaciones extremas.

Por un lado, la influencia de poderes fácticos sobre decisiones públicas, particularmente de sectores
con alta concentración de recursos económicos. Se trata de contextos en los cuales las decisiones cla-
ves para la vida de amplios sectores sociales se toman por fuera de los marcos institucionalizados y
públicos de la deliberación nacional. Esta opacidad en la toma de decisiones, asociada a una alta dis-
crecionalidad de los órganos ejecutivos (contratos con cláusulas confidenciales, delegación de faculta-
des legislativas, reglamentos que recortan el alcance de las leyes, etc.), no solo expresa situaciones de
una desigual repartición del poder político entre sectores con desiguales recursos económicos, sino que
colabora con la deslegitimación de la representación política, la pérdida de peso (y hasta la banaliza-
ción) del Parlamento y los partidos políticos, y la desafección de sectores mayoritarios respecto de las
instituciones de la democracia.
Por otro lado, la generación de vínculos de clientela con sectores de alta precariedad en sus condicio-
nes de vida. Amplios sectores sociales de muy bajos ingresos, en situaciones de alta vulnerabilidad,
están dispuestos a conceder apoyo político como contraprestación por mínimos beneficios. Ello tiende
a reforzar la discrecionalidad del Ejecutivo, incluso a legitimar regímenes autoritarios (competitivos o
militares). Sin un sustento de derechos económicos y hasta de condiciones de igualdad civil que fueran
garantizadas por una justicia neutra (no dependiente del ámbito económico, la condición social o edu-
cativa o los rasgos fenotípicos), las personas, o sus organizaciones, o intermediarios, buscan nexos
personales con funcionarios, que adquieren un poder personal por fuera de los controles instituciona-
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les. Gobernantes y funcionarios no reconocen, ni los ciudadanos reclaman, el derecho de exigir rendi-
ciones de cuentas. El capítulo de “ciudadanos diferentes” abundó también sobre las condiciones en las
que brechas de desigualdad (económica, civil, étnica) introducen desigualdades políticas.

Ambos casos, poderes fácticos y clientelas, remiten sistemas de toma de decisiones públicas por fuera
de los sistemas institucionalizados del régimen democrático y suponen que este se “estrecha”, es decir,
que permite amplios espacios no institucionalizados. Más bien, la otra pregunta que nos planteamos al
inicio (si la reproducción de desigualdades o la generación de condiciones de mayor igualdad depen-
den del funcionamiento de la democracia) nos llevó a buscar la bibliografía que analiza el comporta-
miento del régimen democrático, es decir, la manera como se organiza el poder en el marco de deci-
siones institucionalizadas. La hipótesis planteada al inicio, recogiendo a Huber, Nielsen, Pribble, y
Stephens (2006) supone que largos periodos de vigencia (amplia) de un régimen democrático terminen
generando nuevas organizaciones políticas representativas de sectores de alta exclusión de derechos
económicos, los que influirían en la implementación de políticas redistributivas (o incluso pactos redis-
tributivos) que permitirían mejorar las condiciones de vida de las mayorías y producir condiciones de
inclusión y menor desigualdad.

Así, qué tanto la disminución de la desigualdad y la masificación de condiciones de bienestar depen-


den de periodos sostenidos de vigencia de un régimen democrático plantea la cuestión de la represen-
tación política. La (…) crisis (o caducidad, o inexistencia) de un sistema de partidos políticos estable,
y la alta volatilidad del voto sería expresiva de la crisis de representación política. Ello se agudiza en
condiciones de débil representación social, y la agudiza también. La cuestión que queda abierta es la
de las condiciones de gobernabilidad y de conflicto, ante la ausencia de canales institucionalizados de
representación de demandas. La agudización de conflictos, o el recurso a la acción colectiva disruptiva
para expresar demandas o intereses corren el riesgo también de restringir libertades civiles y derechos
humanos.
Nuestro balance encuentra, pues, complejas relaciones mutuas entre democracia y desigualdad. Una
débil construcción de instituciones (Ejecutivo discrecional, Congreso débil, Poder Judicial poco con-
fiable) limitaría relaciones más fructíferas entre vigencia del régimen democrático y construcción de
una sociedad más igualitaria.

Texto 2
GONZALO PORTOCARRERO: Ciudadanía e institucionalidad. Disponible en
http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/ciudadania-institucionalidad-gonzalo-portocarrero-noticia-
1790195

A lo largo de nuestras vidas todos entramos en relaciones que suponen identificarse con otros: ser con
ellos, ser como ellos, ser ellos. Estas identificaciones dejan marcas que suponen compromisos: lealta-
des con individuos y grupos con quienes hemos compartido situaciones definitivas en nuestra historia
personal. Para empezar, la familia: padres, hermanos y demás parientes; luego el barrio, el colegio y
los amigos. A continuación, las personas que no conocemos pero que son como familia, pues compar-
timos la misma nacionalidad, tradiciones similares y mucho de nuestro destino. Y, finalmente, está la
humanidad, todos embarcados en esta nave espacial que es la tierra.
Cada tipo de vínculo y grupo tiene sus exigencias sobre las personas que lo forman. Entre una ma-
dre/padre y un hijo/hija se espera la incondicionalidad. Una lealtad absoluta. Entre esposos, la fideli-
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dad; y entre hermanos, la solidaridad. Nadie aguarda a que una madre incrimine a un hijo en un cri-
men, de modo que no se le exige ser testigo. Es compresible que pese más el amor por el hijo que el
compromiso con la ley.
Surge así el problema que afecta a las instituciones. Cuando la gente pone por delante la amistad o la
expectativa de un beneficio, y deja de lado el cumplimiento de la ley, entonces la lógica mafiosa de la
complicidad desplaza a la conducta basada en los intereses generales encarnados en la ley.
Me contó mi padre que, a principios del siglo XX, en el auge de la República Aristocrática, un presi-
dente de la República reunió a sus parlamentarios para instruirlos en el voto a un primo suyo, hombre
conocidamente incapaz, que presentaba su candidatura a una vocalía de la Corte Suprema. Cuando uno
de los congresistas le refirió el escaso prestigio de su pariente, el mandatario respondió, dando por zan-
jada la discusión: “Eso no importa, pues todo el mundo sabe que la caridad empieza por casa”. Y efec-
tivamente el primo fue elegido sin mayores resistencias.
La anécdota es reveladora, pues evidencia la supremacía del cariño sobre el mérito. Se prefiere al pa-
riente o amigo, porque se le quiere, y, también, porque retornará el favor. La incondicionalidad y el
afecto se aprecian más que el mérito y la virtud. Y aunque ahora nadie repetiría en público la frase “la
caridad empieza por casa”, el sistema sigue siendo el mismo. Hecho que se deja ver en las repartijas,
cuando los puestos públicos van a los amigos de los partidos.
Las organizaciones adquieren un carácter mafioso. La lealtad a quien jefatura la organización se coloca
por encima de la ley y el interés general. El amiguismo y el intercambio de prebendas es el aceite que
lubrica las organizaciones de gobierno. Las leyes son retorcidas hasta que sirvan a los intereses del
grupo. Y a la gente se le enseña que el camino más seguro para progresar es la adulación al poderoso,
el estar dispuesto a ser su cómplice, a infringir la ley apenas se requiera.
Esta lógica mafiosa impide la construcción de una institucionalidad ciudadana. Y genera suspicacia y
resistencia hacia la autoridad y sus normas. Una sociedad es ciudadana si está compuesta de gente que
prefiere poner la ley por encima de sus conveniencias particulares. Y lo contrario es una sociedad de
cómplices en la que (casi) todos están dispuestos a pactar en desmedro del interés común.
El resultado de una sociedad de cómplices son instituciones corruptas, mediocres y poco transparentes.
Y cuando se producen los “destapes” vienen primero las “comisiones investigadoras”, pero luego si-
guen los “arreglos”, que enfrían la indignación e inoculan el fatalismo de que las cosas no pueden ser
de otra manera, pues lo que vale es el espíritu de cuerpo, que es sólido y permanente, y no la preten-
sión ciudadana de justicia que es solo una emoción volátil. Y la izquierda, a través de su manejo de
universidades, gobiernos locales y regionales, ha demostrado que no es portadora de una gobernabili-
dad distinta, que solo es más de lo mismo. Queda como consuelo constatar, en este panorama pantano-
so, la presencia de individuos resueltos a superarse a sí mismos, quizá porque pretendan ser buenas
madres o padres, modelos de ejemplaridad para orgullo de sus hijos. Son pocos, pero son y están en
todas partes. Pero la debilidad de las instituciones y la falta de ciudadanía son el círculo vicioso que
nos tiene atrapados en la informalidad y la pobreza.

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