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LUX MUNDI 73 JUAN DE SAHAGUN LUCAS HERNANDEZ

LAS DIMENSIONES
DEL HOMBRE
Antropología filosófica

Otras obras publicadas


por Ediciones Sígueme:

—J. de S. Lucas, Interpretación del hecho religioso (LM 54)


—J. de S. Lucas (ed.), Nuevas antropologías del siglo XX (He 38)
—J. Gevaert, El problema del hombre (LM 48)
—A. Gehlen, El hombre (He 15)
—Castañeda-Inoue, Ser humano (He 24) EDICIONES SIGUEME
—J. P. Miranda, Apelo a la razón (He 27) SALAMANCA
—J. P, Miranda, La revolución de la razón (He 33) 1996
CONTENIDO

B ibliografía................................................................................. 11
Presentación .............................................................................. 17

I
ESTATUTO EPISTEMOLOGICO
DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA

1. Antropología filosófica y ciencias del h o m b re ............... 27


1. Humanismo y filosofía del h o m b re .......... ................. 27
2. El problema de la antropología filosófica.................. 31
3. Antropología filosófica y ciencias del hombre . . . . 37
4. Contenido y tarea de la antropología filosófica . . . . 40

2. El método de la antropología filosófica............................ 53


1. Consideraciones g e n e ra le s........................................... 53
2. Procedimiento fenomenológicore fle x iv o ................... 57
3. El diálogo como momento m etodológico.................. 68

3. Historia de la antropología filosófica .............................. 73


1. Origen de la antropología filosófica ......................... 73
2. Conocimiento filosófico del hombre ......................... 77

II
LA ESTRUCTURA DEL SER HUMANO

1. Dimensión cósmica del h o m b re ....................................... 135


1. Concepción unitaria del ser humano ......................... 135
2. El espíritu y el cuerpo en el h o m b re ......................... 145
3. Génesis del hombre: hominización ............................ 157
10 Contenido B IB L IO G R A FIA

2. El ser del hombre, La persona h u m a n a ............................ 165


1. El hombre, ser personal................................................ 166
2. Condiciones existenciales de la persona humana . . . 184

3. Propiedades esenciales de la persona hu m an a..................201


1. La libertad en el h o m b re ............................................. 201
2. La historicidad del ser hum ano.................................... 214

4. Dimensión trascendente del hombre ................................. 225


1. La cuestión del s e n tid o ................................................ 227
2. Dios en la perspectiva del hombre ............................ 231
3. El futuro absoluto del hombre: muerte, inmortalidad, 1. Obras fundamentales
resurrección.................................................................... 243
Ayala, F. J., Origen y evolución del hombre, Alianza, Madrid 1980.
Buber, M., ¿Qué es el hombre?, FCE, México 1976.
Conclusión ................................................................................. 255 Bunge, M., El problema mente-cerebro, Tecnos, Madrid 1985.
Indice onomástico .................................................................... 257 Coreth, E., ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropologíafilosófica,
Indice g e n e r a l............................................................................ 263 Herder, Barcelona 1978.
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Garaudy, R., Perspectivas del hombre, Fontanella, Barcelona 1974.
Gehlen, A., El hombre. Su naturaleza y lugar en el cosmos, Sígueme,
Salamanca 1980.
— Antropología filosófica. Del encuentro y descubrimiento del hombre
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Jolif, J. Y., Comprender al hombre, Sígueme, Salamanca 1969.
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Marcuse, H.-Popper, K.-Horkheimer, M., A la búsqueda del sentido,
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14 Bibliografía Bibliografía 1.5

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Bloud et Gay, Paris 1957.
PRESENTACION

El conocimiento del hombre ha sido una preocupación ince­


sante que transita por las páginas de la historia del pensamiento
desde sus comienzos.¡Siempre le ha interesado al hombre saber
quién es] Pero, a diferencia de otra clase de conocimiento, el que
busca de sí mismo se inscribe en un ámbito eminentemente prác­
tico. Versa sobre unos problemas cuya solución le concierne
directamente. Por eso la pregunta gira en torno a un eje relacio-
nal más que sobre unas imágenes, unas ideas o unos conceptos
abstractos, obra del saber especulativo. No es tanto el qué como
el quién el que acapara la atención, sobre todo a raíz de determi­
nados avalares históricos que han producido un estilo nuevo de
pensamiento donde lo singular e inmediato cobra supremacía.
Lá sabia sentencia del viejo Sófocles, «hay muchas cosas
terribles, pero nada más terrible que el mismo hombre», resuena
en esta otra no menos perspicaz de Montaigne: «Nada hay tan
bello y legítimo como construir al hombre». Ambas proceden de
un entrecruzado de dimensiones y vivencias que hacen del ser
humano un fenómeno único sin parangón en la escala de los
seres. El es el único capaz de superar su entorno y sobrepujarse
a sí mismo (mirarse por encima del hombro, como decía Pascal)
en un horizonte abierto e infinito.
(Están en juego sentimientos y vivencias tan dispares como
el sufrimiento y el gozo, el amor y el desprendimiento, el éxito
y el fracaso, la finitud temporal y el ansia de perdurabilidad. To­
dos ellos piden explicación y remiten a cuestiones fundamentales,
como el origen, la ultimidad, la relación con los otros, el sentido
de la existencia) Son preguntas que colocan al hombre de cara
a sí mismo y delante de sus semejantes sin la mampara de la
buena educación y de los prejuicios sociales. Dejan al hombre
a la intemperie y lo obligan a luchar a brazo partido con lo inme­
diato y concreto.
Este hecho ha dado lugar a un- nuevo contexto cultural que
inspira los planteamientos antropológicos de dos pensadores tan
18 Presentación Presentación 19

distintos y distantes como M. de Unamuno y K. Wojtyla. El Significa esto que el ser humano, en su discurrir biográfico,
primero no se pierde en especulaciones etéreas, porque lo suyo se encuadra en un marco relacional que denuncia una serie de
no es «ni lo humano, ni la humanidad, ni el adjetivo sustantiva­ vertientes constitutivas. A través de ellas es como hay que abor­
do, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne darlo para captar su meollo y contenido específico, lo que lo
y hueso»1. El segundo, atento al servicio incondicional y a la constituye y lo distingue, su logos o razón formal que, a la vez
máxima eficacia de su misión, no dirige su programa al «hombre que nos habla de su naturaleza, nos descubre su peculiar relación
abstracto», sino al «real, concreto e histórico», porque «se trata con el ser. Nos dice qué clase de ser es o en qué medida es ser,
de cada hombre»2. Ni que decir tiene que ambos, uno en los cuál es su nivel ontológico.
comienzos del siglo y otro al final, marcan la pauta y expresan Este es el ámbito en que se sitiia hoy la antropología filosófi­
la constate de la investigación antropológica de nuestro tiempo. ca, que no es síntesis de las ciencias humanas positivas o la
En el recodo de la historia que supone el cambio de siglo, si última de la serie, por más que tenga que contar con sus conquis­
bien el problema sigue siendo el mismo —el hombre integral— , tas y no hacer oídos sordos a sus conclusiones, sino reflexionar
su estudio cambia de rumbo y transita por caminos nuevos. El sobre el fenómeno, cuyo sentido explicita y esclarece a la luz
hombre circunstancial y concreto, el hombre relacionado y situa- de la razón. La verdadera antropología filosófica no puede ence­
cional acapara la atención de los expertos y se hace objeto de rrar al hombre en un museo, como hacen las ciencias positivas,
preocupación de los investigadores. La antropología no es una disolviéndolo en sus múltiples estructuras. Lo piensa, más bien,
realidad clara y unívoca, porque lo que el hombre sabe de sí en su indeterminación y distanciamiento de lo dado. Lo asume
mismo es en buena medida un rendimiento cultural complejo. reflexivamente en un lenguaje universal por encima de las formas
En este asunto el elemento fundamental de todo análisis es siem­ particulares con que los hombres se han pensado a sí mismos.
pre la autorreferencia de la cultura en sí misma, puesto que el Solamente de este modo le es dado romper los moldes de las
conocimiento que tiene el hombre de lo humano es obra suya. ciencias del hombre y de la antropología pragmática (sociocultu-
No hay que olvidar, sin embargo, que el hombre es una realidad ral) que desconocen el conjunto de posibilidades del hombre,
personal y, por lo mismo, sujeto singular3. porque lo asumen como lo dado o lo otro no-autónomo objeti­
Se trata de un intento de rescate. Sacar al hombre del ano­ vándolo inexorablemente. Por el contrario, la antropología filosó­
nimato nihilista en que lo había sumido la modernidad al exage­ fica es discurso universal que apuesta por la razón frente a la
rar indebidamente el intelectualismo de la filosofía tradicional fuerza en orden a descubrir un sentido coherente y válido para
precedente. Ante la pérdida de la evocación simbólica y, por lo todos4. Una interpretación de esta índole es capaz de fundar un
mismo, de todo contenido humano, obra del racionalismo y del modo de vida basado en la sabiduría y no en la sinrazón o cual­
idealismo, que termina por convertir al hombre en simple soporte quier otra forma de dominio despótico.
de la acción económica, la antropología actual reivindica la au­ En este horizonte nos movemos con la intención de ofrecer
tenticidad de la razón y el verdadero alcance de la libertad huma­ los materiales necesarios para la elaboración de un conocimiento
na. Para ello retorna al hombre en su multiplicidad de aspectos, que responda objetivamente a esa realidad bio-psico-sociológico-
buscando en ellos su justa medida y despejar su incógnita. Des­ trascendente totalizada que muestran los diferentes vectores des­
cubre entonces que el ser humano es un quién y no un qué. Una de los que se contempla. Quisiéramos responder al propósito del
entidad individual intransferible que cuenta con una historia naturalista francés, E. Morin, para quien una antropología aisla­
personal labrada al hilo de sus actos, y no un elemento seriado cionista es incomprensible porque se han roto ya los paradigmas
de un todo genérico. cerrados de modo que los distintos campos se interaccionan dan­
do lugar a «nuevas emergencias teóricas»5.
1. M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Barcelona 1984, 9.
2. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 14, 16. 4. Cf. J. San Martín, Antropología y filosofía. Ensayos pragmáticos, Estella
3. Cf. M. García-Bavó, W Pennenberg y las implicaciones religiosas de (Navarra) 1995, 308-315.
la teoría antropológica, en J. de S. Lucas, Nuevas antropologías del siglo XX, 5. E. Morin, El paradigma perdido: el paraíso olvidado. Ensayo de bioan-
290. tropología, Barcelona 1974, 23.
20 Presentación
Presentación 21

Impulsados por este deseo emprendemos el presente trabajo


ajustándolo al siguiente esquema. Una primera parte, divida en No es una obra de estricta investigación, como tampoco un
ensayo. Ni siquiera un tratado completo sobre el hombre. El pre­
tres capítulos, en la que se aborda el estatuto epistemológico de
sente trabajo reviste más bien los aires de manual de antropolo­
la antropología filosófica. Para ello estudiamos, en primer lugar,
gía filosófica que, a la vez que facilita a los alumnos el acceso
la antropología filosófica en el marco de las ciencias del hombre,
al tema y ayuda a los docentes en su tarea específica, se hace
haciendo ver sus convergencias y divergencias, así como lo espe­
asequible a los menos iniciados que sienten verdadero interés por
cífico del conocimiento filosófico del ser humano. A continua­
el problema de lo humano. Con esta intención lo hemos pensado
ción determinamos el método científico o procedimiento de este y lo escribimos.
estudio que tiene que contar con el dato fenoménico y la refle­
xión filosófica. Este procedimiento se completa con la consulta
histórica o diálogo con cuantos han discurrido sobre el hombre
a este nivel. Es el tercer capítulo de esta primera parte. La se­
gunda parte, sistemática, es una reflexión sobre las distintas
dimensiones o aspectos fundamentales del ser humano por este
orden: dimensión cósmica, dimensión personal, propiedades esen­
ciales (libertad e historicidad), dimensión trascendente o relación
con el Absoluto. Cada uno de estos temas constituyen el objeto
de otros tantos capítulos, que terminan con una conclusión final
donde aparece el hombre abocado al misterio como horizonte y
nivel de su plena realización.
La honestidad intelectual nos obliga a considerar todos estos
aspectos de lo humano, que brotan de la relación con su entorno
(cosmos, hombres, Dios), bajo el prisma de la unidad radical sub­
yacente que permite al filósofo comprender al hombre a la luz
del ser. Lo que realmente importa no son las modalidades, aun­
que sea necesario su conocimiento, sino la nota universal que
las ahorma, es decir, el ser profundo.
En nuestras interpretaciones — obligado es decirlo— nos deja­
mos conducir por los pensadores más representativos de las di­
versas épocas, si bien matizamos por nuestra parte muchas de
sus afirmaciones según nuestra particular visión de los resultados
científicos y de las conquistas de la especulación filosófica. Ade­
más de una información pertinente sobre el tema a nivel filosó­
fico, de innegable importancia en estos momentos, esperamos
contribuir de alguna manera a la tarea de la construcción de la
humanidad. El hombre es un ser que se está construyendo siem­
pre, porque su conocimiento no queda sin consecuencias. Es un
conocimiento transformador que marca pautas sucesivas de reali­
zación, a la vez que posibilita la supervivencia6.

6. Cf. J. Moltmann, El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del


presente, Salamanca 1986, 13.
I

ESTATUTO EPISTEMOLOGICO
DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA
En esta prim era parte pretendemos determinar el puesto de
la antropología filosófica en el marco de las ciencias humanas.
Para ello proponemos el siguiente esquema: antropología filosófi­
ca y ciencias del hombre, el método de la antropología filosófica,
historia de la reflexión filosófica sobre el ser humano. Deseamos
saber qué grado de cientificidad posee esta clase de conocimiento
y qué garantía de verdad ofrece.
1
ANTROPOLOGIA FILOSOFICA
Y CIENCIAS DEL HOMBRE
La antropología filosófica
en el marco de las ciencias humanas

Bibliografía: Braaire, C., Sciences humaines et aníhropologie philoso-


phique: Etudes Philosophiques 2 (1978); Choza, J., Antropologías positi­
vas y antropología filosófica, Tafalla (Navarra) 1985; Cruz Cruz, J.,
Sobre la posibilidad de la antropología filosófica: Estudios Filosóficos
18-19 (1979-80) 375-422; Etcheverry, A., El conflicto de los humanis­
mos, Madrid 1966; Heidegger, M., Carta sobre el humanismo, Madrid
1955; Id., Kant y el problema de la metafísica, México 1954; Land-
mann, M., De homine, Freiburg 1962; Lucas, J. de S., La pregunta ra­
cional por el existente humano: Religión y Cultura 36 (1989) 159-294;
Morey, M., El hombre como argumento, Barcelona 1987; Muga, J. Ca-
bada, M., (eds.), Antropología filosófica: Planteamientos, Madrid 1984.

1. Humanismos y filosofía del hombre

a) Ambigüedad del tema

El misterio del hombre sólo se esclarce si el ser humano es


considerado como hombre, es decir, si se admite la igualdad
radical de todos los hombres y su heterogeneidad respecto de los
demás seres de la naturaleza. En opinión de C. Lévi-Strauss, la
antropología se reafirma como renovado esfuerzo que «espía el
renacimiento por extender el humanismo a la medida de la huma­
nidad»1. Esta es la raíz del conflicto entre los humanismos.

1. C. Lévi-Strauss, Antropología estructural, Buenos Aires 1972, XLVII1.


Sobre este tema remitimos a nuestro trabajo: J. de S. Lucas, La pregunta racional
por el existente humano.
28 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 29

Con el término humanismo se designan concepciones muy dis­ también la originalidad humana: «El hombre es un ser que se
tintas de la realidad humana. M e refiero solamente al humanismo escapó de la naturaleza»7. Este aserto es ratificado desde la psi­
V filosófico que, según destacados pensadores, consiste en conocer cología por E. Fromm, para quien la autoconciencia, la razón y
al hombre en toda su profundidad, admitir sus diversos aspectos la imaginación humanas representan una ruptura del nivel ani­
y dimensiones y tratarlo de acuerdo con este reconocimiento. M. mal8. Lo que se ventila con el humanismo es la idea exacta del
Heidegger entiende por humanismo la tarea de «pensar y cuidar hombre, es decir, eso que define su esencia y da cabal cuenta
de que el hombre sea humano y no in-humano, esto es, fuera de de las dimensiones y tendencias que denotan una profundidad
su esencia». Es, añade, «el esfuerzo porque el hombre sea libre insospechada y un núcleo irreducible.
para su humanidad y encuentre en ella su dignidad»2. J. P. Sartre Cualquier reduccionismo que convirtiera al ser humano en un
lo define como la «doctrina que hace posible la vida humana y producto histórico más, surgido de meros mecanismos fisicobio-
que, por otra parte, declara que toda la verdad y toda la acción lógicos y de estructuras socioeconómicas, como pretenden los
implica un medio y una subjetividad humana»3. Se trata, por monismos fisicalistas y emergentistas, no puede avenirse con la
tanto, de una actitud intelectual que da razón del sentido y digni­ heterogeneidad y trascendencia reclamada por la índole peculiar
dad del existente humano como ser especial y permite obrar en de nuestra especie9.
consecuencia. La urdimbre humana cubre un inmenso arco de dimensiones
i. D e todas formas el término humanismo sigue siendo ambiguo, y contrastes que hacen difícil su comprensión, porque muchas
porque no se ha llegado a un acuerdo común sobre el verdadero veces suscitan en el hombre comportamientos diversos y hasta
sentido de la realidad humana. Con él se designan corrientes opuestos. El mismo ha contribuido a este desconcierto desde su
filosóficas distintas. «Humanismo es desgraciadamente, escribe propia reflexión. Al encerrarse en sí mismo y romper con el
Sartre, un término que hoy sirve para designar las corrientes exterior, se reduce voluntariamente al mínimo de su capacidad
filosóficas no solamente en dos sentidos, sino en tres, cuatro, existencial perdiendo su verdadera identidad. Semejante pérdida
cinco, seis. Todo el mundo es humanista en esta hora»45. ha originado una actitud agnóstica en amplios sectores de nuestra
Primero M. Scheler y después M. Heidegger reconocieron esta cultura y ha suscitado gestos de conmiseración, una «sonrisa
ignorancia y ambivalencia con palabras que han pasado a ser em­ filosófica», hacia aquellos que se atreven a preguntar p o r la
blemáticas. Ambos admiten la problematicidad del conocimiento esencia del hombre y «quieren partir de él para tener acceso a
del hombre a pesar de los grandes hallazgos de las ciencias hu­ la verdad»10. A pesar de todo no se puede ignorar la originali­
manas. «En ninguna época se ha sabido tanto sobre el hombre dad de su conducta.
como en la nuestra... y, sin embargo, en ningún tiempo se ha
sabido menos acerca de lo que el hombre es» .
Pero no todo es ignorancia. El entramado humano global evi­ b) Reevaluación de lo humano
dencia una dimensión especial, la subjetividad, que supone una
novedad innegable en el ámbito de la vida. Apoyado en esta Es un hecho que los estudiosos del hombre acumulan cada
característica constitutiva de lo humano, J. M aritain reconoce al vez más y mejores conocimientos acerca de su naturaleza. Junto
hombre como ser cualificado por encima de la naturaleza y abier­ al reconocimiento de los valores propiamente humanos, estamos
to a un porvenir y destino perdurable6. J. Ortega y Gasset admite asistiendo a la recuperación de la sensibilidad por el hombre.

2. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, 14, 16. 7. J. Ortega y Gasset, Sobre Goethe bicentenario, en Obras completas IX,
3. J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires 1972, 12. Madrid 1981, 583.
4. Ibid., 51-52. 8. E. Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, México 1971,
48-49.
5. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 175. También M.
Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires 1986,26. De la misma 9. Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Las nuevas antropologías. Un reto a la teolo­
opinión es G. Maree!. Cf. G. Marcel, L ’homme problématique, París 1955, 73-74. gía, Santander 1983, 53-70, 138-155, 156-172.
6. J. Maritain, Humanisme intégral, París 1942, 10. 10. M. Foucault, Las palabras y las cosas, México 1968, 333.
30 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 31

Estos intentos desmienten las tesis antihumanistas y rechazan la se dice de distinta manera del ser; algo así como una repetición
supremacía del sistema sobre el individuo y de la estructura o desplazamiento existencial donde lo singular se unlversaliza.
sobre los miembros. Sería un error ignorar la existencia de las En estos espacios o períodos cabe reconocer otros tantos pun­
ciencias del hombre que, resaltando lo que nos diferencia de los tos de m ira sobre el hombre que orientan la búsqueda de la an­
animales sobre lo que nos asemeja, se ocupan del análisis de la tropología actual. El problema, no obstante, está ahí y se expresa
existencia y del desarrollo de las posibilidades de lo humano, en estos interrogantes: ¿cabe una formulación categorial objetiva
así como del secreto que lo constituye. Es un esfuerzo innegable sobre lo que es el hombre? ¿los enunciados antropológicos obe­
por form ular categorialm ente la significación conceptiva del decen a meras intuiciones o son verificables empíricamente? En
hombre frente a la asechanza que tiende Lévi-Strauss cuando las páginas que siguen trataremos de dar respuesta a estas pre­
afirma que «el fin primordial de las ciencias humanas no es guntas.
construir al hombre, sino disolverlo»11.
El deseo de determinar ese núcleo identificador del ser del
hombre, en su existencia y en su contenido, impulsa a las cien­ 2. El problema de la antropología filosófica
cias humanas y a la antropología en sus distintas ramas. Hoy
somos conscientes más que nunca de nuestra ignorancia sobre a) Una definición provisional
el meollo de la realidad humana. Pero es un paso para salir de
la encrucijada e intentar elaborar un conocimiento profundo del Aunque no es lo mejor comenzar por la definición, creemos
hombre, una antropología filosófica, haciendo de nuestra propia necesario, sin embargo, adelantar un concepto de antropología
andadura objeto de reflexión, como se propuso M. Scheler12. para ponernos en camino y facilitar la búsqueda. M al podríamos
En efecto, no nos contentamos con vivir; deseamos conocer nues­ plantear los problemas, si antes no conocemos de algún modo
tra realidad exhaustivamente, porque el conocimiento que tene­ el terreno que pisamos. Prototipo de la pregunta sobre el hombre
mos de nosotros mismos es el criterio para conocer todo lo de­ es el interrogante que se hizo en su día san Agustín: «¿Quién
más. A cualquier espejo de la naturaleza que se mire el ser hu­ es este ser que soy yo?»15. Es la cuestión que todo hombre tiene
mano, acaba siempre encontrándose a sí mismo, porque es punto que plantearse cuando se compara con los demás seres y se expe­
de referencia y de sentido13. rimenta distinto de ellos. Cuando se contrasta con el animal, con
La historia del pensamiento reciente da testimonio de este los demás hombres y con Dios. Los tres espacios son necesarios
intento. Los especialistas distinguen en este siglo los siguientes para responder acerca del existente humano, aunque ninguno
períodos antropológicos que marcan otras tantas perspectivas constituye el acceso definitivo. Son perspectivas abiertas que le
sobre el hom bre14. Período de la «crisis», fechado entre las dos obligan a romper imágenes porque se ve siempre como vocación
guerras, cuya característica es un humanismo subjetivista abierto y en vías de realización histórica, en continuo crecimiento. Esta
a la construcción del hombre desde sus experiencias positivas. es la raíz de la dificultad de la antropología filosófica como
Período «antihumanista» que absorbe al hombre en la realidad conocimiento cabal del ser humano.
social y lo reduce a un hilo del entramado producción-distribu­ Comentando el sentido de las preguntas kantianas («¿Qué
ción-comercialización con grave detrimento del sujeto en favor puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me es permitido esperar?
de la sistematización de los «significantes». Período de la «indi­ ¿qué es el hom bre?»)16, M. Heidegger ofrece un esbozo de defi­
ferencia» donde el individuo humano es un acontecimiento que nición de antropología filosófica. La enriende como la ciencia
del hombre que investiga todo lo que puede saberse acerca de
11. C. Lévi-Strauss, La pensée sauvage, París 1962, 357. su naturaleza, en cuanto ser dotado de cuerpo, alma y espíritu,
12. C. M. Scheler, La idea del hombre y la historia, Buenos Aires 1972, y de todo lo que el hombre, como ser actuante, «hace de sí mis-
25-27.
13. Cf. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, Salamanca 1969, 25-27.
14. Cf, S. Trias Mercant, El hombre, tas antropologías y el lenguaje: Pensa­ 15. San Agusfn, Confesiones, 4, I, 1 .1. II, Madrid 1955.
miento 33 (1977) 36-40. 16. M. Kant, Crítica de la razón pura, Buenos Aíres 1976, 38 Is.
32 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 33

mo». Un saber tan amplio que el mismo Heidegger lo considera entre lo empírico y lo filosófico. A ello contribuyen dos factores:
poco menos que imposible. «Se pierde, dice él, en la más com­ la carencia de una idea unitaria previa del ser humano y la dispa­
pleta indeterminación»17. A lo sumo puede definirse como una ridad de los resultados de las ciencias humanas, que, como decía
ontología del existente humano que intenta «diferenciar al ente M. Scheler, ocultan la esencia del hombre más que la ilumi­
que llamamos hombre de la planta, del animal y de las demás nan22. Esta aporía conduce a algunos a negar la antropología
regiones del ente, poniendo de manifiesto la constitución esencial filosófica como saber específico y disciplina autónoma. En el
específica de esta región determinada del ente»18. Con estas pa- apartado siguiente nos ocupamos de este complicado problema.
^ labras, Heidegger presenta ya un esbozo de definición.
Con el mismo propósito había trabajado M. Scheler de 1915
a 1928, tratando de determinar «lo que el hombre es y qué lugar b) Dificultades de la antropología filosófica
y puesto ocupa dentro de la totalidad del ser, del mundo y en
Dios»19. Un intento por esclarecer la estructura del ser humano Los factores indicados gravitan sobre los filósofos del hombre
mediante una reflexión que determina sus relaciones con el ser cuando se empeñan en hacer antropología filosófica. Advierten
en general. Empresa difícil, ciertamente, pero la única capaz de la dificultad de su empresa, al tomar conciencia de que el objeto
responder con cierta garantía a nuestro propio cuestionamiento. de su investigación, el hombre, es un ser de naturaleza indefini­
Años más tarde, otro antropólogo, J. Y. Jolif, convierte la da, un «animal aún no fijado», como recuerda Nietzsche, una
antropología filosófica en búsqueda de la esencia humana y de cuerda entre dos abismos23. Aunque las ciencias del hombre y
su fundamento ontológico. Por eso la define como la ciencia que la filosofía se requieren mutuamente, no por ello todo el saber
«se interroga sobre la verdad del hombre en virtud de la misma filosófico se resuelve en antropología filosófica ni ésta es síntesis
preocupación que la lleva a asegurarse críticamente de su funda­ o construcción apriórica de las ciencias humanas. No es que
mento»20. Entre nosotros hay quienes ven también en la antro­ carezca de objeto, como pretende el estructuralismo, sino que
pología filosófica un discurso autónomo que da razón de la pre­ resulta muy difícil construir un saber complexivo radical sobre
gunta por el hombre, no como narración descriptiva de lo que el hombre. La dificultad estriba en la determinación temática y
es el hombre, sino como reflexión filosófica que explícita el en la precisión metodológica de un conocimiento de esta clase.
logos humano, haciendo del hombre «el ente señor de los entes, Heidegger plantea con pleno acierto la cuestión: saber «¿qué es
en lugar de pastor del ser»21. lo que corresponde a una antropología filosófica? ¿qué es en
El rápido muestreo que acabamos de hacer manifiesta bien general la antropología y cómo se convierte en filosófica?»24.
a las claras la dificultad de definir la antropología filosófica Por ser filosófica y si no quiere quedar reducida a un mero
propiamente. El problema surge a la hora de lograr la unidad análisis existencial del ser humano, esta disciplina debe remon­
sistemática de los diversos aspectos y dimensiones del ser huma­ tarse a la universalidad de la esencia, pero sin perder por ello
no y, sobre todo, de determinar el grado ontológico de los mis­ el aspecto circunstancial y concreto de los fenómenos que con­
mos. En un proceso de esta índole es casi imposible distinguir templa. Coordinar en el mismo sujeto necesidad y contingencia,
esencia y existencia, individuo y especie es para algunos obstácu­
lo insuperable que hace de la antropología filosófica una uto­
17. Cf. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 174-175. pía25.
18. Ibid., 176.
19. M. Scheler, Zuridee des Menschen I, 1915, 319. También El puesto dfil 22. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 26.
hombre en el cosmos, 21.
23. Cf. F. Nietzsche, A sí habló Zaratustra, Madrid 1973, 18, 20.
20. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, 114. Cf. A. Hernández Sánchez,
Antropología y ciencia, Murcia 1979, 40ss. 24. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 174. Interesa F.
Rodríguez Pascual, Sobre la racionalidad antropológica: Cuadernos Salmantinos
21. M. Morey, El hombre como argumento, 23,42, 127. Es distinta la postura
de Filosofía 9 (1982) 235-236.
de J. Choza que, más que antropología filosófica, hace fenomenología antropoló­
gica o antropología integral. Cf. J. Choza, Manual de antropologa filosófica, 25. Cf. E. Frutos, La antropología filosófica en el pensamiento actual: Revis­
Madrid 1988, 16. ta de Filosofía 12 (1953) 208-254.
34 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica 35
Antropología filosófica y ciencias del hombre

El misterio del hombre presenta una doble faz que no puede


contemplarse independientemente. El hombre es indisolublemente cuestión pendiente, la del origen y formación de dichos a priori
esencia y existencia, naturaleza y biografía, cuyo conocimiento o ideas previas. Volveremos sobre ello más tarde.
Un segundo interrogante radica en la misma filosofía y tiene
conjunto es harto difícil y complicado de modo que algunos
por objeto el criterio filosófico para interpretar correctamente el
filósofos lo cuestionan seriamente. A pesar de todo y aunque el
logos o razón formal del ser humano se cumple de forma pluri- dato fenoménico. ¿A la luz de qué filosofía hay que juzgar los
forme y distendida en el tiempo y en el espacio, no por ello hallazgos científicos? ¿acaso existe una propuesta universal de
sentido comúnmente admitida que sea capaz de identificar los
pierde su unidad esencial que lo hace capaz de conocimiento
universalmente válido a nivel filosófico. resultados de las ciencias humanas? La respuesta es difícil y
Conscientes del problema, los cultivadores de la antropología compleja.
El empleo de uno u otro criterio conduce fatalmente a conclu-
filosófica formulan la cuestión en estos términos: ¿cuál es la re­
lación entre antropología filosófica y ciencias del hombre? ¿con siones dispares y crea alternativas arriesgadas: un conocimiento
atomizado y fragmentario carente de universalidad o una ideali­
qué criterio filosófico hay que interpretar los datos científicos?
r. Adelantamos previamente el juicio que algunos antropólogos zación unitaria sin valor objetivo. No es lo mismo proceder si­
guiendo paradigmas idealistas que atenerse al patrón positivista
de máxima solvencia emiten sobre la relación entre ciencias
y neopositivista. El primero nos ofrece un hombre desencarnado
humanas y antropología filosófica. Para no pocos, esta relación
e irreal ajeno por completo al individuo circunstancial y concre­
consiste en la aclaración racional de los hallazgos biológicos
to; el segundo lo disuelve en particularidades efímeras que no j
(Gehlen) y etnicoculturales (Cassirer). En esta aclaración queda
tocan lo humano en su verdad completa. Ante este dilema, los
explicitado el eidos o logos de lo humano contenido en el dato
antropólogos se pronuncian por la imposibilidad de la antropolo­
científico. Aunque estamos convencidos de la necesidad de esta
gía filosófica como disciplina autónoma28. Mas, a pesar de todo,
función, no vemos, sin embargo, que sea suficiente para esclare­
cer el misterio por completo, porque los mismos antropólogos debemos admitir que las grandes dificultades encontradas no han
logrado sem brar el desánimo entre los especialistas, sino que los
no se ponen de acuerdo sobre la supremacía de estos elementos.
¿Qué es primero, el dato fenoménico o una cierta precomprensión espolean para seguir investigando con vistas a establecer el esta­
de lo humano? Haciéndose eco de la doctrina de G. Bataille y tuto epistemológico de la antropología filosófica donde se con­
de Kamlah, M. Morey plantea la cuestión de esta manera: «¿Pue­ templan su posibilidad y su necesidad.
de una antropología filosófica denominarse tal y, a la vez, deses­
tim ar este nivel de sentido mediante el que el hombre se recono­
ce como un déchirement, un Einbruch sobre la piel del ser, redu­ c) Posibilidad de la antropología filosófica
ciendo la experiencia de este reconocimiento a mero epifenómeno
Los imponderables que hemos señalado en el apartado ante­
de la verdad positiva de eso que el hombre es?»26. Es evidente
rior, lejos de constituir un obstáculo insuperable, contribuyen a
la necesidad del dato científico sobre el que debe recaer la ac­
purificar el discurso sobre el hombre porque sobre ellos constru­
ción reflexiva, pero no es menos cierto que todo discurso tiene
yen los filósofos de lo humano su pensamiento. No en vano el
que contar con determinados apriorismos que facilitan la identifi­
hombre ocupa una posición axial en el área del ser que lo hace
cación de lo que se pretende conocer. En opinión de E. Coreth',
el dato empírico sólo tiene sentido antropológico por el hecho clave del entendimiento de la realidad y juez de la verdad como
tal29. Por otra parte, no es lícito olvidar la enseñanza de la his-
de que conocemos de antemano el significado del hombre27.
Pero, claro, no todo queda resuelto en esta operación. Hay una
28. «En el momento en que interroguemos a la antropología filosófica por
su pretensión de constituirse como discurso acerca del ser del hombre, nos en­
contramos con nuevos y grandes problemas... que parece que nos llevan a sentar
26. M. Morey, El hombre como argumento, 20.
cada vez más decididamente su imposibilidad»: M. Morey, El hombre como
27. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropologíafilosó- argumento, 50, 65, 72, 101.
fica, Barcelona 1978, 35.
29. Cf. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 175.
36 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 37

tona. Esta atestigua fehacientemente que el hombre es sujeto que la unificación de estas direcciones y procesos en una imagen
se pone a sí mismo como objeto de su reflexión, demostrando unitaria del hombre»33. J. Y. Jolif se pregunta, a su vez, por la
con ello que la antropología filosófica es posible, más aún, es objetividad que puede alcanzar un saber unificado de los distin­
un hecho incontrastable. tos conocimientos relativos del hombre y concluye lo siguiente:
Son los hechos, por tanto, los que se encargan de rebatir las «La antropología filosófica no puede ser considerada como una
objeciones anteriores, como lo muestra el sesgo tomado por el totalidad sin entorno. Es inseparable de todos los demás discur­
pensamiento filosófico desde Kant hasta hoy. La filosofía actual sos y del mismo vivido, no por una razón de hecho, sino por su
se hace antropológica en el momento en que libera al sujeto pen­ misma esencia: lo que ella dice es lo mismo que dicen, y en
sante de la acción debastadora de la idea abstracta y le permite forma aún más concreta, las ciencias humanas; y eso es lo prime­
pensar y hablar por cuenta propia. Paradójicamente lo ha recono­ ro que es dado en lo vivido, que es el concreto totalmente vivi­
cido el mismo M. Foucault en la siguiente afirmación: «Es posi­ do»34. Ahora bien, el hecho de la vida de cada uno de los hom­
ble que la antropología constituya la disposición fundamental que bres es incomprensible fuera de un amplio marco de complejas
ha ordenado y contenido el pensamiento filosófico desde Kant relaciones con cuanto lo rodea. La visión de conjunto constituye
hasta nosotros»30. el horizonte general en el que nos realizamos, a la par que nos
Esto significa que la solución al problema de la posibilidad permite conocer nuestro ser específico. Se obtiene así la unidad
de la antropología filosófica se encuentra en la historia misma. de sentido que da razón de la estructura esencial del hombre y
No en vano el autoconocimiento del hombre forma parte primor­ hace posible su existencia como ser del todo singular. Esta es la
dial de su patrimonio. Dado que es posible el análisis del yo puerta de acceso a la antropología filosófica, al mismo tiempo que
humano a nivel filosófico desde el conjunto de sus relaciones establece su parangón con las ciencias afines. ¿Qué relación existe
con otras realidades tanto en su actividad científica como históri­ entonces entre antropología filosófica y ciencias del hombre? Un
ca, estética, religiosa y cultural, así como en su conducta ética interrogante difícil que intentamos responder a continuación.
y política, hay que convenir en que la antropología filosófica es
posible y necesaria. Ni en la ciencia ni en la antropología general
se dice todo el hombre. La misma filosofía necesita de la antro­ 3. Antropología filosófica y ciencias del hombre
pología filosófica, puesto que, como enseña Gusdorf, en la base
de toda especulación se encuentra la justificación de la existencia Volvemos ahora sobre un punto al que hemos aludido somera­
humana3132. mente en párrafos anteriores. Si la antropología filosófica preten­
Por el camino del comportamiento integral es posible llegar de explicar al hombre como totalidad unitaria dotada de sentido,
a la entraña misma del ser humano y descifrar desde allí sus es decir, si bucea en el misterio del hombre para esclarecerlo
relaciones con el ser en general. Limitarse solamente a uno de como ser especial irreductible a cualquier otro nivel de realidad,
sus aspectos, el lenguaje por ejemplo, sería un reduccionismo antes de determinar su contenido y tarea especifica deberemos
que cerraría las puertas a una antropología filosófica auténtica. establecer sus relaciones con otros saberes que tienen también
Un rápido muestreo de las posturas positivas confirman nues­ por objeto al ser humano bajo diversos aspectos. Se impone una
tra afirmación. Según M. Buber, «sólo el hombre que realiza en tarea de discernimiento con una doble finalidad. Por una parte,
toda su vida y con su ser entero las relaciones que le son posi­ marcar sus diferencias y señalar su particular perspectiva, y, por
bles puede ayudarnos de verdad en el conocimiento del hom­ otra, establecer los puntos convergentes y la necesidad que la
bre» . A la misma conclusión llega W. Bruning: «La antropolo­ antropología filosófica tiene de las ciencias particulares y de la
gía filosófica del futuro tendrá una de sus principales tareas en antropología general. Ya lo hizo Heidegger, cuando vio la con­
fluencia de las distintas ciencias antropológicas en la filosófica
30. M. Foucault, Las palabras y las cosas, 333.
31. Cf. G. Gusdorf, Methaphisique et antropologie: Revuede Methaphisique 33. W. Bruning, Los dos tipos fundamentales de antropología filosófica
et de Morale 52 (1947) 261. actual: Albor 29 (1954) 292.
32. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, México 1970, 141. 34. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, 137ss.
Antropología filosófica y ciencias del hombre 39
38 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica

y cuando señaló la especificidad de ésta. Mientras la antropología posible si el objeto es asumido en su pleno sentido o «significa­
filosófica se propone descifrar el enigma del hombre, las ciencias ción pregnante», la cual cae fuera del método científico. Se re­
positivas describen sus rasgos característicos y comportamiento quiere una comprensión de la experiencia más allá de la inmedia­
peculiar35. tez del dato, que ponga de manifiesto el sentido profundo o nú­
Para comprender mejor esta diferencia es necesario no perder cleo de realidad oculto en el fenómeno. En una palabra, «la refle­
de vista dos cosas. Primero, que la verdad científica es verifica­ xión se esfuerza, añade Ladriére, en pasar de los efectos del acto
ción de las concepciones del mundo o experiencia que se va al acto mismo. Y en la medida en que logra instalarse en el acto,
repitiendo continuamente a partir de ideas nuevas y mediante es capaz de comprender sus resultados como resultados, y de esta
útiles especialmente adaptados. Segundo, que la verdad filosófi­ manera pasa de los fenómenos y de su aprehensión (captación)
ca, basada en la interpretación crítica, debe estar dotada de cohe­ científica a su contenido»38.
sión intrínseca y de rigor lógico. Es reflexión sobre la vida y no Este razonamiento avala la tesis de C. Bruaire, según la cual
descripción de ésta. Por eso, más que narrar lo que sucede y la filosofía no es mera instancia crítica del dato científico, sino
cómo sucede, define lo que debe hacerse y lo que se puede pen­ comprensión exhaustiva de la existencia humana a la luz del ser.
sar. En una palabra, establece las condiciones de posibilidad y «No se puede obtener una ciencia filosófica del hombre, una
determina la coherencia racional de los acontecimientos y de las antropología sistemática, si la filosofía misma... se reduce por
cosas. Emite un juicio de valor objetivo sobre lo que contempla las buenas a una vaga y vana instancia crítica. Sólo reconstruyen­
y acerca de todo aquello que las ciencias ofrecen a la considera­ do una ontología... puede elaborarse una lógica completa de la
ción de la crítica filosófica3637. Refiriéndonos concretamente al existencia humana»39. Esto significa que la antropología filosó­
hombre, no hay que olvidar que éste cristaliza en una serie de fica saca a luz la forma y estructura de la experiencia humana
actos concretos que se ofrecen como material imprescindible a controlada por la ciencia, penetrando, a su vez, en el ser mismo
la reflexión. Los saberes que dan cuenta de estas realidades son del fenómeno. Lo afirma claramente Jolif, al decir que las cien­
las ciencias humanas dotadas de objeto y metodología propia. cias «alcanzan una imagen invertida, bajan por la pendiente que
El grado de cientificidad de esta clase de conocimientos son había que subir para llegar a la verdad del hombre», en tanto que
estudiados por pensadores de sobrada solvencia como J. Ladriére, la antropología filosófica es búsqueda eidética del hombre como
Cl. Bruaire y el mismo Sartre, cuyas conclusiones son de valor forma especial de realidad o soporte de significaciones40.
inestimable. Todo ello nos autoriza a pensar que la antropología filosófica
Ladriére pone en primer plano el talante y propósito específi­ no se reduce a mera reunificación en un todo metódico de las
co del investigador, haciendo depender de su peculiar intenciona­ ciencias humanas y la antropología general, como pretende M.
lidad el grado de cientificidad de una disciplina. Nunca está Bueno, ni a simple saber integrador o totalización de aspectos
permitido sobrepasar los límites impuestos por la intención con parciales, como proponen A. Gehlen y L. Cencillo4í. Es, más
que se investiga. Siguiendo este criterio, el filósofo belga reivin­ bien, un estudio del proceso conjunto de exteriorización e inte­
dica para las ciencias humanas la misma metodología de las riorización donde se manifiestan los fundamentos de la posibili-
naturales basada en la verificabilidad empírica. Pero, dado que
este método no supera una visión parcial del objeto correspon­ 38. Ibid., 59.
diente, postula un proceso de reintegración o síntesis que permita 39. C. Bruaire, Sciences humaines et anthropologie philosophique\ Etudes
«reconstruir la unidad del objeto que la fragmentación de los Philosophiques 2 (1978) 153.
métodos divide inevitablemente» . Mas esta síntesis sólo es 40. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, 128.
41. Cf. M. Bueno, Introducción a la antropología formal, México 1963; L.
35. Cf. M. Heidegger, K antyel problema de la metafísica, 174-175. También Cencillo, Curso de antropología integral (2 vols.), Madrid 1970,1971; A. Gehlen,
J. Choza, Antropologías positivas y antropología filosófica, 13-15, 71-81. El hombre, Salamanca 1980, 14-15, 21. La categoría de «totalidad» o «totaliza­
ción» es discutida por A. Aguirre como cometido propio de la antropología filosó­
36. Cf. H. Duméry, La fe no es un grito. Fe e institución, Madrid 1968,
fica. Cf. A. Aguirre, Antropología y antropologías, en J. Muga-M. Cabada,, Antro­
158-159.
pología filosófica: Planteamientos, Madrid 1984, 19-30.
37. J. Ladriére, La démarche interdisciplinaire et théologie, París 1970, 59.
40 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica
Antropología filosófica y ciencias del hombre 41

dad existencial y conceptiva del hombre, como sugiere el mismo


afirmar que más que en aspectos parciales del existente humano,
Sarlre. «La filosofía representa el esfuerzo del hombre totalizado
la antropología filosófica incide sobre el hombre mismo y sobre
por retomar el sentido de totalización... Su método no puede ser
las cuestiones relacionadas con su forma de ser específica. Esto
más que dialéctico... lo esencial no es lo que se ha hecho del
los obliga a pensar en su contenido y tarea.
hombre, sino lo que él hace de eso que se ha hecho de él»42.
Resumimos nuestro pensamiento diciendo que las ciencias se
refieren siempre al ámbito de lo dado. Relacionan unos hechos
a) Ambito y contenido de la antropología filosófica
con otros, de modo que muestran al hombre como un ser más
de la naturaleza, como «cosa entre las cosas», es decir, como el
Advertida la carencia implicada en la cuarta pregunta kantia­
conjunto de sus determinaciones biológicas, psicológicas y socia­
na, M. Buber esboza la temática propia de la antropología filosó­
les (microcosmos). La filosofía, en cambio, que debe asumir
fica. Se trata de una ciencia filosófica que debe ocuparse «de qué
siempre estas realidades, se fija sobre todo en el proyecto huma­
sea el hombre» y tratar seriamente «los problemas que esa cues­
no, en la indeterminación y trascendencia que penetran dicho
tión trae consigo: el lugar especial que al hombre corresponde
proyecto, esto es, en la relación que el hombre guarda con el ser.
en el cosmos, su relación con el destino y con el mundo de las
Pues bien, la determinación del cometido específico de las
cosas, su comprensión de sus congéneres, su existencia como ser
ciencias y de la filosofía del hombre ayuda a clarificar su mutua
que sabe que ha de morir, su actitud en todos los encuentros,
relación. Para mediar en el contencioso entre ciencia, antropolo­
ordinarios y extraordinarios, con el misterio que compone la
gía general y antropología filosófica, no hay otra alternativa que
trama de su vida»44. Se trata, por tanto, de un saber muy amplio
situarse en un nivel superior que, salvando lo contingente, el
que aborda la totalidad de las manifestaciones del hombre o
acontecimiento y la estructura, permita adentrarnos en el santua­
marca las pistas para penetrar en ella.
rio de lo humano y bucear en su misterio reflejado, eso sí, en
Unos años antes M. Heidegger se había referido a este mismo
el dato fenoménico. Habrá que descubrir el meollo considerado
ámbito: «Antropología quiere decir ciencia del hombre. Abarca
como definidor de la esencia universal del hombre que proyecta
todo lo que puede investigarse acerca de la naturaleza del hom­
luz abundante sobre el qué de lo humano y sobre la razón formal
bre, en su calidad de ser dotado de cuerpo, alma y espíritu. Pero
de la humanidad, así como sobre su cumplimiento biográfico.
en el dominio de la antropología caen no solamente las propieda­
En una palabra, es necesario saber en qué medida es ser el hom­
des del hombre comprobables como ante los ojos, que lo diferen­
bre. A esta pregunta responde la antropología filosófica que,
cian como especie determinada frente al animal y a la planta,
frente a la dispersión de las ciencias humanas, piensa al hombre
sino también sus disposiciones latentes y las diferencias de carác­
unitariamente en su profunda radicalidad; estudia su dimensión
ter, raza, sexo... La antropología debe tratar de comprender lo
de realidad43.
que el hombre, como ser actuante, ‘hace de sí mismo’, lo que
puede y debe hacer»45.
Otro pensador de la misma época oteó este horizonte en una
4. Contenido y tarea de la antropología filosófica obra con un título muy significativo y sugerente. Me refiero al
libro de M. Scheler El puesto del hombre en el cosmos. El autor
En los párrafos que preceden hemos aludido ya al tema que da a conocer en él su propósito de desentrañar «una nueva forma
ahora nos ocupa. Las relaciones de las ciencias humanas con la de la conciencia y de la intuición (que el hombre tiene) de sí
antropología filosófica son poderosa ayuda para deslindar el
mismo, aprovechando a la vez los ricos tesoros del saber especia­
campo y quehacer propio de ésta. Sus cultivadores coinciden en
lizado, que han labrado las distintas ciencias del hombre»46. El
42. J. P. Sartre, Entretien sur l ’anthropologie: Cahiers de Philosophie 1
(1966) 3-6. 44. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 13.
43, Cf. J. San Martín, El sentido de la filosofía del hombre. El lugar de la 45. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 174.
antropología filosófica en la filosofía y en la ciencia, Barcelona 1988, 156-157. 46. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 24.
Antropología filosófica y ciencias del hombre 43
42 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica

to radical y comprensivo de lo que realmente somos los hombres.


fundador de la antropología filosófica tiene en cuenta el horizon­ Ni que decir tiene que a través de estas instancias y mediaciones
te biopsíquico y el histórico y social conjuntamente como punto es como el hombre conversa consigo mismo en primera persona.
de referencia para establecer su reflexión filosófica sobre el ser Envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbo­
humano. los místicos y en ritos religiosos, el hombre no puede conocerse
Las apreciaciones de estos tres filósofos nos ponen en la pista en profundidad si no es mediante esta interposición artificial48.
del ámbito y contenido del saber filosófico de lo humano. Seña­ Reducir el horizonte de la antropología filosófica a las expre­
lan el terreno que debe pisar el filósofo, así como el campo de
siones lingüísticas, como suelen hacer los filósofos hermeneutas,
su meditación. Nada de cuanto barre el área de la experiencia es cerrar la puerta y estrechar peligrosamente la senda que con­
humana y constituye la biografía del hombre puede serle ajeno. duce al centro de la onda expansiva de lo humano49. Ciertamen­
Abarca el mismo campo de las ciencias humanas y antropológi­ te el lenguaje es una realidad rica y significativa que no se agota
cas, pero no en el sentido de nueva aportación de datos, sino en el análisis estructural, pero no por ello constituye la única
como objeto de descubrimiento del logos o razón formal consti­ forma m anifestativa del ser del hombre, a no ser que por lengua­
tutiva que ayuda a pensar a cada hombre en la totalidad completa je se entienda cualquier forma expresiva de la realidad humana.
de lo humano reflejada en cada caso particular. L. Farré la define Anterior al lenguaje es, por ejemplo, la conciencia. En efecto,
como el «llevar a cabo el acto más humano que cabe emprender: nadie ha creado el lenguaje en la historia de la humanidad. Todos
interrogarse directa, sincera y hasta despiadadamente. Ahí la lo hemos recibido, aprendido y repetido. Por eso, escribe Du-
reflexión logra la más sutil y replegada forma, como si en el méry, «el prim er signo intencional coincide con el advenimiento
espejo de nuestra mente nos despojáramos de arbitrios y falsos de la conciencia, de suerte que ésta, en su primer despertar, se
agregados, para vemos tal como somos o, por lo menos, arrimar­
vuelve hacia una intencionalidad que está ahí ya y cuya anteriori­
nos a este conocimiento»47. dad y condicionante confiesa»50.
Se trata sencillamente de un movimiento de retorno que se Frente a la postura reduccionista del lenguaje como único
inicia en la contemplación del despliegue de todas nuestras acti­ medio de acceso al misterio del hombre, encontramos más cohe­
vidades y el amplio cuadro de dimensiones y propiedades que rente la actitud universalista de Hegel, que centra su antropología
nos asemejan y distinguen a la vez del resto de los seres. La en un triple saber englobante alimentado de las diversas formas
antropología filosófica parte de lo que las ciencias humanas de realización del hombre: filosofía del espíritu subjetivo, filoso­
presentan a nuestra consideración para que sea repensado y pon­ fía del espíritu objetivo, historia universal. Las áreas respectivas
derado racionalmente.
de esta triple forma comprenden una gama inmensa de determina­
Por tanto, cuando hablamos de antropología filosófica, pensa­ ciones que proporcionan abundante material sobre el que el pen­
mos siempre en el hombre que se ofrece a sí mismo como objeto sador alemán elabora su reflexión para elucidar la estructura
de su reflexión. Por eso toda instancia, momento e institución ontológica del hombre como peldaño y mostración del ser51.
humana que exprese alguna forma de enmarcación de lo humano Es lo que se viene llamando «círculo hermenéutico», que condu­
es tierra abonada para esta clase de saber. Las ciencias humanas ce al centro común que la antropología filosófica debe explicitar.
con sus resultados, los distintos paradigmas ideológicos, los
diversos complejos culturales, los discursos antropológicos, polí­
ticos, morales, estéticos y literarios, así como los múltiples regu­ 48. Cf. E. Cassirer, Antropología filosófica, México 1987, 108; M. Morey,
El hombre como argumento, 157.
ladores de la vida humana (diversa gama de humanismos) consti­
49. Es el caso de A. Ortiz, para quien la filosofía antropológica es «constitu­
tuyen lugar adecuado para la reflexión del hombre sobre sí m is­ tivamente hermenéutica... porque lo que es el hombre sólo está figurado en el
mo, con vistas a responder a su pregunta fundamental. Todo lenguaje como en un espejo». Por eso la tarea de esta disciplina es reencontrar
filósofo recibe una generosa invitación a extender su interrogante al hombre en su lenguaje: A. Ortiz, Antropología hermenéutica, Madrid 1973,
a todos esos dominios con la finalidad de obtener un conocimien­ 108, 109, 141.
50. H. Duméry, La fe no es un grito. Fe e institución, 44, nota 3.
47. L. Farré, Antropología filosófica. El hombre y su problema, Madrid 1968, 51. Cf. G. W. F. Hegel, Enciclopedia, § 388-577.
55.
44 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 45

b) Tarea específica de la antropología filosófica physis, apta para «establecer la articulación entre lo vivo y lo
humano, la neguentropología y la antropología, siendo el hombre
Después de todo lo que hemos dicho estamos en condiciones el neguéntropo por excelencia»52. Con ello pretende crear una
de poder determinar el quehacer propio de la antropología filosó­ ciencia fundada en la complejidad y flexibilidad de los diversos
fica. El interrogante sobre el hombre no encuentra cumplida aspectos del ser humano reuniéndolos en un solo paradigma
respuesta en la suma adicional de los resultados de las ciencias científico. Esta seria, según E. Morin, la única ciencia completa
positivas. Estas, en su variedad temática y metodológica, ofrecen del hombre y su misterio.
solamente el material humano necesario para ser dilucizado me­ Aún reconociendo las evidentes ventajas de este procedimien­
diante un discurso racional. Constituyen el espacio operacional to, tenemos que negarle el carácter de verdadera antropología
de la antropología filosófica, pero no la reemplazan en su labor filosófica, ya que no ofrece más que una cohesión sistemática
específica. Hacerse cargo de los hallazgos antropológicos no es de múltiples conocimientos sobre el hombre sin clarificar en
lo mismo que descubrir su razón tipificadora y principio de irre- modo alguno su ser profundo ni determinar racionalmente su
ductibilidad. Esta tarea sólo puede cumplirla la reflexión filosófi­ originalidad ontológica. En el mejor de los casos, no pasaría de
ca, porque es la única capaz de hacerse cargo del germen de ser una antropología general.
universalidad del dato fenoménico y de las imágenes científicas.
Esta particularidad es integrada de este modo en el discursos
racional, sin que se convierta por ello en concepto abstracto, sino 2. Concepción fundamentalista
en idea que reconcilia la exigencia lógica con la riqueza empíri­
ca. Por eso la antropología filosófica es ontológica, ya que inda­ Esta interpretación se sitúa en el polo opuesto de lo anterior.
ga la esencia peculiar del hombre o el modo como éste cumple Inspirada en el pensamiento kantiano, atribuye a la antropología
su existencia, es decir, su relación con el ser. filosófica una función fundante en orden al conocimiento de la
A pesar de todo esto, no todos ios estudiosos del tema asignan realidad como tal. Es una metafísica propiamente. Dado que el
a esta disciplina un mismo cometido. El mosaico de interpreta­ hombre es el ápice de lo real, su conocimiento debe preceder a
ciones es variopinto y multiforme, difícilmente reducible a un cualquier otro conocimiento e intelección. En este sentido la
común denominador. Recogemos las tres concepciones que juzga­ filosofía del ser en general se hace filosofía del hombre, cuya
mos más significativas. Me refiero a la concepción integradora tarea consiste en el estudio a priori de los «a piori humanos».
(antropología integral), a la fundante (antropología metafísica) Preguntar por el objeto de la metafísica equivale a preguntar por
y a la explicitadora de sentido (antropología filosófica u ontoló­ el ser del hombre o por las estructuras de sus facultades específi­
gica). Las tres resumen convenientemente todo el abanico inter­ cas53. En este caso, la antropología filosófica no puede partir
pretativo. más que de sí misma sin necesidad de reconocer instancias supe­
riores en el orden del conocimiento.
Esta concepción ha sido duramente criticada por Heidegger
1. Concepción integradora y M. Buber. Ambos advierten en ella el mismo defecto funda­
mental: la distorsión de su objeto. En efecto, si el cometido prin­
De alguna manera hemos aludido ya a esta concepción. Los cipal de la antropología filosófica consistiera en aclarar el pro­
autores que la defienden reducen la antropología filosófica al blema del ser, mal podría centrar su atención en el hombre, caso
marco general que encuadra todos los saberes sobre el ser huma­ particular y forma concreta de ser en la realidad. A no ser que
no. Además de los antes mencionados, L. Cencillo y M. Bueno, el hombre sea el arquetipo o idea del mundo y no quepa otro
hay que incluir al francés Edgar Morin, cuyo paradigma científi­ conocimiento que el de la realidad humana.
co aboga por una antropología abierta que, al amparo de una
teoría «transdisciplinaria», sea capaz de ofrecer un conocimiento 52. E. Morin, El paradigma perdido: el paraíso olvidado. Ensayo de bioan-
integral del ser humano, en ningún modo parcelado y fragmenta­ tropología, Barcelona 1974, 245.
rio. Llama a este saber «scienza nuova» o ciencia general de la 53. Cf. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 73.
46 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica
Antropología filosófica y ciencias del hombre 47

Semejante a esta postura es la de aquellos que optan por la


antropología trascendental. Esta antropología, que tiene en K. 3. La antropología filosófica como explicitadora de sentido
Rahner su principal representante teológico y en E. Coreth el
filosófico, refleja los efluvios kantianos que a través de J. Maré- Esta tercera interpretación equivale a una ontología regiónal
chal llegan a ellos. (para algunos, fundamental), cuyo cometido consiste en determi­
nar la relación del hombre con el ser o explicitar su sentido de
Coreth hace partir la antropología filosófica de un a priori
ente especial. Ver en qué medida el existente humano es ser. Se
concreto o precomprensión del ser humano que nos recuerda los
trata sencillamente de poner de relieve la constitución especial
kantianos, ya que su función no es otra que la explicitación ra­
del hombre y aquellas dimensiones por las que se relaciona di­
cional del dato fenoménico. «Es por ende en cuanto a su esencia
rectamente con el ser: su connatural apertura a la realidad y su
una magnitud atemática que constituye el fundamento que da
salida hacia el fundamento último de la misma, es decir, su tras­
sentido a los conocimientos sistemáticos p a rtic u la re s» . Para
cendencia. Aspectos que se manifiestan en su peculiar comporta­
despejar toda duda de idealismo, Coreth entiende su a prióri
miento. Por eso, más que de hechos, la antropología filosófica
(comprensión previa) como resultado obtenido en la experiencia
se nutre de ámbitos que es donde los hechos cobran sentido.
personal que, elevado al orden trascendental, ilumina los conteni­
dos particulares de la ciencia empírica. «Existe una dialéctica Con ello queremos decir que el conocimiento del hombre se
entre cualquier fenómeno particular y su preexistente fundamento sitúa necesariamente en un área ontológica tal que el discerni­
miento de lo humano comporta necesariamente la inteligencia
atemático, desde cuya totalidad nosotros entendemos y explicita-
del ser mismo. Sólo preguntando por el todo, accede el hombre
mos lo particular»” . Semejante «precomprensión» equivale a
a la comprensión de sí mismo. Aquí está la clave de su encuentro
categoría o «a priori» desde donde se intenta entender al hombre
con las cosas y con los demás hombres y también la razón y
como realidad única y paradigmática de todo cuanto existe. Así
fundamento de su constitución como ser completamente singu­
se desprende de estas palabras: «La autocomprensión del hombre
es... no sólo comprensión del mundo, sino que, trascendiéndolo lar58. Su peculiar tenencia del ser presenta al hombre como pro­
yecto, cuyo progresivo desvelamiento a nivel categorial es obra
y dándole su fundam ento, es tam bién una in teligencia del
ser»54556. Pero cabe preguntar: ¿de dónde proviene y cómo se ha de la antropología filosófica.
formado dicha idea? La pregunta en torno a la cual gira la antropología filosófica
puede formularse en estos términos: ¿cómo tiene que ser el hom­
Para soslayar la dificultad y quedar limpio de toda sospecha
de apriorismo, Coreth se inclina por una nueva concepción, se­ bre para que sea posible su existencia? Responder a este interro­
gante es su cometido y tarea. Una ciencia que se ocupa de «la
gún la cual la antropología filosófica es conocimiento radical del
relación del ser humano con los demás reinos de la naturaleza
hombre, pero no desde sí mismo, sino desde el fundamento de
y con el fundamento de todas las cosas», pero sin abordarlo
su ser, desde el ser como tal. En este caso deja de ser el homhre
paradigma y se convierte en una forma particular de ser que como un objeto más, sino como lugar de la revelación del ser59.
Nos preguntamos ahora: ¿no es esto, acaso, una ontología
exige justificación fuera de su ámbito, a sabér, desde la ontología
particular? Sin duda ninguna. No investiga el ser del hombre en
a la que pide la antropología sus principios generales. Entonces
nos encontramos ante una nueva concepción sustentada por antro­ su comparación con el resto de los entes, sino con el ser mismo
que se nos da en nuestra presencia al mundo, en nuestro contacto
pólogos relevantes, para quienes la crítica sólo es factible si se
lleva a cabo desde la ontología57. con las cosas60. Ha sido Heidegger el que la ha definido como

58. Cf. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid 1958, 20-30; Id.,
El ser y el tiempo, México 1971, 21-24; Id., ¿Qué es metafísica?, Buenos Aires
54. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, Barcelona 1976, 37.
1967, 95-112; E. Cassirer, Antropología filosófica, 325-334. J. San Martín, El
55. Ibid., 38.
sentido de la filosofía del hombre, 81-83, 88-89, 101-102.
56. Ibid., 43.
59. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 131-140. Cf. M. Buber,
57. Cf. J. San Martín, El sentido de la filosofía del hombre. El lugar de la ¿Qué es el hombre?, 19. También M. Morey, El hombre como argumento, 93-95.
antropología filosófica en la filosofía y en la ciencia, 189.
60. Cf. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, 20-21, 26-27.
48 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 49

«ontología regional del hombre», en cuanto qué no tiene que logia filosófica esclarece el misterio del hombre a la luz del ser
vérselas con el ser en general, sino con la razón y dimensión de y en relación con él.
ser de cada hombre61. Este cometido queda recogido en la si­
guiente definición de Landsberg: «La antropología filosófica es
el desarrollo conceptual explicitado de una idea del ser humano Conclusión
a partir de su autointerpretación en una etapa determinada del
desarrollo de su carácter humano, y el ensayo de mostrarle el Resumimos en tres conclusiones el tema tratado en las páginas
camino necesario de autodeterminación»62. que preceden, haciendo ver las relaciones y diferencias entre cien­
Hay que decir, por tanto, que no es la antropología filosófica cias del hombre, antropología general y antropología filosófica.
la que se encuentra con las ciencias, sino al contrario. Son éstas
las que le salen al paso, pues es ella la que les proporciona la 1. Ciencias del hombre. A partir del siglo XVI, y especial- \
norma para constituirse como tales ciencias del hombre. Corres­ mente en el XVIII, el auge de las ciencias empíricas repercute
ponde a la reflexión filosófica y no a la observación científica directamente en el estudio del ser humano que es tratado con esta
enunciar lo que el ser humano necesita para realizar su esencia metodología. Con ello el saber sobre el hombre se emancipa en
de acuerdo con sus exigencias fundamentales. De ahí que tenga buena medida de planteamientos especulativos y cifra sus conclu­
que cumplir tres funciones críticas ineludibles. siones en resultados verrficables. Surgen entonces las ciencias
A la primera corresponde diseñar desde una experiencia extra­ humanas, que tienen en su haber adquisiciones importantes sobre
científica el ámbito de la crítica que cada ciencia ha de hacer las vertientes fisiológica, biológica, genética, paleontológica,
de sí misma de acuerdo con los paradigmas antropológicos. La histórica y etológica del ser humano. Son dominios parciales de
segunda elabora una norma ontológica del ser humano según una un sujeto único, el hombre, que exige, a su vez, ser interpretado
idea del hombre extraída de la propia experiencia y de las posibi­ a la luz de los principios de la razón reflexiva.
lidades de existencia. La tercera se refiere a las diversas formas Esta clase de saberes es denominada en Alemania antropolo­
de cultura que posibilitan la existencia humana como sujeto de gía científica a secas, mientras que franceses y angloamericanos
valores y principio realizador de los mismos; apunta al compro­ la llaman ciencias positivas del hombre. M erced a su metodolo­
miso ético con base en la intersubjetividad63. Una tarea de esta gía, muy semejante a la de las ciencias naturales, creemos que
envergadura es la que se propuso X. Zubiri. Después de mostrar estos saberes están más cerca de éstas que de la antropología,
lo que es la realidad, Zubiri intenta explicar el carácter humano pues, mientras el saber científico se circunscribe a hechos, la j
de la misma. Carácter que él entiende como persona o personei- antropología contempla globalidades, como veremos.
dad, aspecto bajo el cual el hombre es ser y el ser se muestra
2. Antropología general. El término antropología se remonta 1
en él64 . De acuerdo con este criterio, al percatarse de la dife­
nada menos que a Aristóteles, aunque fue en el siglo XVIII cuan­
rencia entre existir como cosa y existir como persona, la antropo-
do adquirió carta de naturaleza en nuestra cultura de la mano de
Kant, Feuerbach y Dilthey65. Desde entonces es considerada
61. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 176-177. como saber diferencial acerca de la dimensión específica del
62. P. L. Landsberg, Einfiihrung in die phüosophische Anthropologie, Frank- comportamiento humano frente al del animal. Mediante un proce­
furt 1960, 9. dimiento fenomenológico general se descubre la razón formal
63. Cf. J. San Martín, El sentido de la filosofía del hombre. El lugar de la del quehacer del hombre y del modo peculiar de reaccionar frente
antropología filosófica en la filosofía y en la ciencia, 174-198. al entorno. Se explícita su logos interno que permite conocer su
64. Cf. X. Zubiri, El hombre y Dios, Madrid 1984, 17-122; Id., Sobre el hom­ verdadero sentido. Este proceso cognoscitivo, con base científica,
bre, Madrid 1986, 103-128, 129-186. Muy distinto es el propósito de J. Marías, se desarrolla en ramas y escuelas diferentes, entre las que sobre- J
quien trata de «comprender la vida humana en su estructura empírica, tal como
la encontramos realizada en el hombre». Por eso su obra Antropología metafísica
debe ser considerada como fenomenología antropológica más que como antropolo­ 65. Cf. M. Landmann, Antropología filosófica, México 1961, lss. También
gía filosófica. Cf. J. Marías, Antropología metafísica, Madrid 1970. C. Beorlegui, Lecturas de antropología filosófica, Bilbao 1988, 12-25.
50 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Antropología filosófica y ciencias del hombre 51

salen la evolucionista (Mac Lean, Tylor, Frazer), la social (Mali- de principios metafísicos y lo vieron como una realidad más del
noski, Radcliffe-Brown, M auss), la estructural (Lévi-Strauss, cosmos, un «microcosmos». Sólo advirtieron en él un grado
Foucault), la etnográfica (Boas), la cultural (E. Sapir, Benedict), mayor de perfección, y en modo alguno un nivel ontológico
la religiosa (Eliade)66. Todos ellos reconocen en la cultura la superior. Ni ruptura ontológica ni nuevo umbral de realidad, sino
clave para estudiar y explicar al hombre en profundidad, porque mera ascensión perfectiva. Aunque Agustín de Hipona, en el
entre éste y aquella existe una relación dialéctica constitutiva67. siglo V, intuyó de alguna manera su originalidad, habrá que
Actualmente se esta logrando un alto grado de unificación que esperar hasta la edad moderna para sistematizar los hallazgos
comienza a cristalizar en la llamada antropología general. Esta epistemológicos del incipiente antropocentrismo renacentista. La
rama del saber se propone precisar el plano en que se establece novedosa formulación kantiana71 crea un nuevo estilo de pensa­
la unidad de la especie humana, así como sintetizar los resulta­ miento antropológico que será desarrollado posteriormente por
dos científicos a un nivel nuevo donde aparece la ley que regula Scheler, Plessner, A. Gehlen y otros muchos. Este nuevo paradig­
la existencia y se explicita su «eidos» específico. No estudia ma, que se opone por igual al rígido empirismo y al apriorismo
tanto la «cosa» ser humano, como el conjunto de obras y realiza­ dogmático, tiene todas las apariencias de ontología regional por­
ciones que tienen por autor único al hombre68. Se mueve a nivel que desvela la constitución íntima del ser humano y descubre
de ámbitos. sus dimensiones esenciales: apertura a la realidad como tal y
Debemos reconocer, sin embargo, que un estudio de esta búsqueda de su fundamento último. Aspectos que son eviden­
índole es incapaz por sí mismo de pronunciar la última palabra ciados en su singular conducta72 y hacen de él una «persona»,
sobre el hombre. Es necesaria otra clase de saber con método es decir, un ser dueño de sí y de la realidad. Pues, bien, dilucidar
distinto y con intencionalidad nueva que reflexione sobre el ser esta cuestión es la tarea propia de la antropología filosófica,
humano en profundidad con vistas a determinar su modo de ser ocupada en pensar conceptualmente al hombre en la medida en
específico, es decir, su lugar en el ser y con el ser69. que éste reflexiona sobre su peculiar contextura73.

3. Antropología filosófica. Después de lo que hemos venido


diciendo, conviene recordar dos cosas: primero, que la antropolo­
gía de que hablamos ahora no debe ser confundida con una filo­
sofía del hombre sin más y, segundo, que tiene un alcance de
verdadera ontología regional. Aclaramos estos dos extremos. La
filosofía del hombre de los antiguos es más temática que proble­
mática70. Estos filósofos reflexionaron sobre el ser humano des­

66. Cf. J. L. Jiménez Núñez, Antropología cultural, Madrid 1979, lOOss.


También P. Mercier, Historia de la antropología, Barcelona 1969; E. Evans-
Pritchard, Historia del pensamiento antropológico, Madrid 1987.
67. Cf. J. L. García, La antropología cultural y el estudio general del hom­
bre, en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983,
259-261.
68. Cf. J. R. Llovera, La antropología como ciencia, Barcelona 1975; L.
Cencillo, Curso de antropología integral, Madrid 1970-1973; E. A. Hoebel, Antro­ fírme, estable y permanente»: G. Bacca, Antropología filosófica contemporánea,
pología. Estudio del hombre, Barcelona 1973, 6-10. Barcelona 1982, 31.
69. Remitimos a nuestro trabajo: La pregunta racional por el existente huma­ 71. Cf. I. Kant, Ix)gik, en Werke III, Wiesbaden 1958, 447-448.
no: Religión y Cultura 36 (1989) 259-294. También J. Rubio Carracedo, El estatu­
72. Cf. Nuestro trabajo La pregunta racional por el existente humano,
to científico de la antropología: Estudio Agustiniano 12 (1979) 589-925. 290-294.
70. «Nuestra existencia es problemática, dice G. Bacca, y nuestra esencia, 73. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 103-128, 129-186.
problematicidad. Las anteriores: la griega, la medieval, son tema: algo puesto,
EL METODO
DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA

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J. de S., El conocimiento del hombre. Cuestiones metodológicas: Bur-
gense 31/2 (1990) 433-452; Merino, J. A., A vueltas con el hombre:
Diálogo Filosófico 2 (1985) 183ss; Muga, J.-Cabada, M. (eds.), An­
tropología filosófica. Planteamientos, Madrid 1984, 153-191; Pintor
Ramos, A., Metafísica. Historia. Antropología. Sobre lafundamentación
de la antropología filosófica: Pensamiento 41 (1985) 30ss; San Martín,
J., El sentido de la filosofía del hombre, Barcelona 1988.

1. Consideraciones generales

El método de cualquier ciencia está en función de su cometi­


do y depende de la materia que estudia, así como del objetivo
que persigue. En nuestro caso se trata de una reflexión a nivel
filosófico sobre las dimensiones y actividades peculiares del
existente humano con el fin de descubrir su estructura íntima y
principio originario de su comportamiento. Un conocimiento
filosófico obtenido por vía racional desde una base fenomenoló-
gica. Tarea nada fácil, por cierto, pero completamente necesaria,
siempre que queramos dar debida cuenta de los elementos y
núcleo de realidad que muestran nuestra heterogeneidad y distin­
ción respecto de los demás seres de la naturaleza.
Ni que decir tiene que semejante reflexión comporta un deter­
minado procedimiento en el que no puede estar ausente el dato
fenoménico como punto de partida. Prescindir de lo comprobado
54 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica
El método de la antropología filosófica 55

empíricamente equivaldría a viciar en su raíz una actividad, cuya


en su intento por comprender al hombre. Jolif emplea cinco ca­
finalidad es desvelar con la ayuda de conceptos universales el
tegorías de esta clase que, implicadas mutuamente, permiten el
sentido recóndito de la experiencia humana. El problema estriba
paso de una a otra y posibilitan un conocimiento del ser humano
en la amplitud y, sobre todo, en la procedencia de dichas catego­
a nivel filosófico. Enumera estas cinco: totalidad, alteridad, di­
rías y conceptos. ¿Puede descifrarse el misterio humano y, por
tanto, cristalizar en un conocimiento válido solamente con unas ferenciación, dialéctica y metafísica. Las describimos a continua­
nociones obtenidas en el análisis de la experiencia humana? ción4.
¿acaso no se requiere también el concurso de unos principios Totalidad. Esta categoría expresa el sentido universal del
ontológicos universales tomados de otra rama de la filosofía? hombre a través de su variedad de aspectos y determinaciones,
Esto es lo que en estos momentos se cuestiona. que no son más que mediaciones de su unidad prospectiva aún
Evidentemente las categorías abstractas no son innatas a la no alcanzada. «Comprender al hombre es, pues, situarse a nivel
mente ni se adquieren por intuición. Se forman al contacto con de las determinaciones, es interpretarlas como mediaciones: lejos
la experiencia vivida. Pero no surgen, si antes no han sido apre­ de ser estáticas y estar cerradas sobre sí mismas, remiten a un
hendidas merced a una disposición natural del sujeto pensante1. más allá, son aquello por lo que el horizonte surge, se abre a lo
En cualquier caso es preciso saber que el discurso racional es que va a venir»5. Sin la categoría de «totalidad», las plurales
como un movimiento en marcha que presupone siempre etapas manifestaciones del hombre no remitirían nunca a la unidad de
anteriores. Sobre estos pasos previos, requisito metodológico, cohesión que lo constituye como sujeto y principio único de
debe pronunciarse el cultivador de la antropología filosófica para actividades diversas. No se trata de una idea innata y completa­
ofrecer garantía de su quehacer específico. Se quiera o no, la mente a priori, sino de una disposición o poder natural que se
antropología filosófica, en tanto que discurso racional sobre el despierta al contacto con la experiencia y consigue unificarla en
hombre, no puede comprenderse desde sí misma. Vive a expensas un todo armónico dotado de sentido.
de otras instancias del saber, unas de orden ontológico y otras
de orden científico. Ambos momentos son igualmente necesarios, Alteridad. Lo mismo que la anterior, esta categoría permite
por más que su armonización resulte harto complicada y difícil. descubrir otra dimensión esencial del ser humano, su necesaria
Por esto y a pesar de los múltiples y arduos esfuerzos llevados vinculación con lo otro (mundo). Por ella se capta el entretejido
a cabo en este, terreno, carecemos todavía del método adecuado hombre-mundo o el cuadro en el que se enmarca el hombre, sin
de esta disciplina23. que por ello pierda éste su interioridad o se abandone por com­
Como vimos en el capítulo anterior, esta antropología, por pleto a la «extraneidad»6. Jolif define la alteridad como el inter­
ser filosófica, no puede quedarse en fragmentos y parcelas. Ha medio o paso entre los dos polos: el hombre y el mundo. Es
de situarse en niveles ambitales y áreas universales. Ello la lleva nuestro horizonte. «La alteridad me es interior, forma parte de
a utilizar otros métodos que los meros analíticos y de control, mí, entra en mi definición. Yo soy esos árboles, aun cuando sean
operacionalmente unívocos, como pretendía Gehlen . Por el con­ distintos de mí... Yo no estaré sin un cuadro de fondo, sin un
trario, emplea procedimientos racionales basados en los princi­ horizonte sensible»7. Sin ella careceríamos de perspectiva y de
pios y leyes del entendimiento. Es decir, se vale de categorías entorno; moriríamos en nuestro aislamiento. La formamos cuando
y estructuras formales que facilitan la formación de conceptos nos vemos en medio y nos permite vernos así.
antropológicos universales y necesarios al contacto con la expe­ Diferenciación. M ayor dificultad entraña la comprensión de
riencia humana. Es lo que ha hecho el filósofo francés J. Y. Jolif esta nueva categoría, ya que se refiere al despliegue de unas
formas irreductibles por las que el ser humano se relaciona con
1. Cf. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, Salamanca 1969, 67.
2. Cf. J. Muga, Laformalización de los conceptos en el método antropológi- 4. Cf. J. Y. Jolif, Comprender al hombre, 150-154.
co, en J. Muga-M. Cabada (eds.), Antropología filosófica. Planteamientos, Madrid 5. Ibid., 160.
1984, 153-191.
6. Cf. ibid., 171-198.
3. Cf. A. Gehlen, El hombre, Salamanca 1980, 142-143.
7. Ibid., 172-173.
56 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 57

los diversos objetos en su decurso histórico, pero sin reducirse como instrumentación conceptual que posibilita un cabal conoci­
a ellos. La unidad mantenida a través de tan diversos encuentros miento del ser humano a nivel filosófico. Ello demuestra que la
impide la escisión del hombre en múltiples regiones y parcelas antropología filosófica es doblemente empírica: parte de la expe­
inconexas. «La diferenciación es correlativa a una historia: el riencia y retorna a ella. La primera operación se realiza en el
despliegue progresivo de las formas específicas según las cuales momento de deducir de las manifestaciones humanas las condi­
el ser humano puede referirse a la alteridad»8. Es, en suma, ese ciones aprióricas de su posibilidad y universalidad. La segunda
poder que nos permite sentimos los mismos, idénticos a nosotros, se cumple en la covalidación de dichas condiciones en el com­
a través de los múltiples cambios que experimentamos a lo largo portamiento y praxis humana. No obstante conviene recordar que
de la vida personal al contacto con las cosas. en la formación de estas categorías, además de la experiencia de
lo humano, intervienen unos principios generales de orden onto-
Dialéctica. Es una síntesis de las tres anteriores y expresa el lógico, a cuya luz surgen aquellas.
proceso de totalización realizado en estos tres momentos: en la Tampoco hay que olvidar el siguiente dato importante. La
referencia de lo uno a la alteridad, en el tránsito de lo interior reflexión filosófica no puede reducir su ámbito a la experiencia
a lo exterior, en la posición y objetivación de lo uno. Es exigen­ humana. Necesita un espacio mayor que, por encima de la razón
cia estructural derivada de la historicidad humana. El conoci­ antropológica, abarca la racionalidad como tal. En otros términos,
miento dialéctico remite, por tanto, a «una conciencia práctica, la reflexión antropológica responde a las exigencias de la razón
en virtud de la cual es lo mismo percibir el proceso y percibirse y está de acuerdo con los principios de la mente. En ella se lleva
a sí mismo, en virtud de la cual pensar es lo mismo que repre­ a cabo el paso normal de toda metafísica, a saber, de la acepta­
sentarse de modo adecuado la estructura objetiva de la propia ción del ser como verurn -—principio de la convención racional—
experiencia»9. La dialéctica se caracteriza por ser un movimiento se llega a la aceptación del ser como bonum, norma de la exis­
de totalización donde la unidad del conjunto no es inmediata, tencia hum ana11.
sino resultado de múltiples determinaciones. Pensar dialéctica­ En una palabra, a la antropología filosófica no sólo le corres­
mente significa, según Jolif, iniciar un proceso de totalización. ponde interpretar la realidad existencial del hombre, sino que
Metafísica. No hay que entender este término en su sentido debe establecer también las condiciones generales de toda expe­
tradicional y ordinario. Significa más bien la reflexión crítica riencia humana posible. Esta tarea solamente puede llevarse a
sobre la forma de las significaciones; superando el dato feno­ cabo a la luz de unos principios ontológicos fundamentales. Por
ménico o fáctico e instalándose en el ámbito de la posibilidad. eso es obligado proponer como metodología adecuada de esta
Por ella se capta el significado de las vivencias que resultan de disciplina lo que se viene llamando «procedimiento fenomenoló-
la convergencia de la totalidad, la alteridad y la diferenciación. gico reflexivo». A continuación nos ocupamos de los distintos
Apuesta por el futuro más allá siempre de las síntesis definitivas pasos de este movimiento.
y de las totalidades reales. Su base se encuentra en el carácter
progrediente de lo humano, en la autosuperación constante de
sí mismo y resistencia a todo intento de fijación temporal. Es, 2. Procedimiento fenomenológico reflexivo
por tanto, «el rechazo de la síntesis definitiva, de la totalidad
colmada... Es la exigencia de superación de todo contenido, de El mismo enunciado hace referencia a un doble elemento
toda totalidad efectiva»10. metódico: lo fenomenológico y la reflexión o búsqueda de cohe­
rencia racional. Cada uno de estos elementos abarca un área
Las cinco categorías antropológicas enunciadas, deducidas de comprensiva que debe ser clarificada desde el principio. ¿Cuál
un análisis riguroso de la experiencia humana, son concebidas es el dato empírico sobre el que se construye la antropología
filosófica? Y además, ¿qué tipo de reflexión hay que emplear?
8. Ibid., 210.
9, Ibid., TAI.
11. Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito, Salamanca 1977, 207-232.
10. Ibid., 302.
58 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 59

Todo da a entender que la cuestión antropológica se ventila for­ cimiento filosófico del hombre comporta elementos fenomenoló-
zosamente en un plano científico y naturalista encuadrado en un gicos indiscutibles y principios racionales fundamentales.
marco teórico-ontológico que posibilita el discurso racional. Este No basta saber lo que ha hecho el hombre (el amplio mundo
debe estar dotado de universalidad, objetividad y necesidad. Así de la cultura), se requiere además lo que él es capaz de hacer
lo pide su propia naturaleza, que toma la subjetividad como de sí mismo, es decir, el análisis filosófico y racional de la pro­
principio orientador y eje de articulación12. J. Choza sintetiza pia experiencia humana. En una palabra, lo prerreflexivo y la
este procedimiento en estas palabras: «La exterioridad subjetiva reflexión. En la armonización de ambos momentos estriba la
no es solamente un punto de vista, sino también un conjunto de metodología de la antropología filosófica. Una cosa es cierta: las
realidades (entes culturales), que pueden ser estudiados desde líneas estructurales de lo humano no son captadas más que en
el punto de vista de la exterioridad objetiva y resulta una ciencia el proceso de autorrealización del mismo hombre, ya que éste
positiva de la cultura (antropología positiva), desde el punto de se plasma en sus obras, en sus proyectos y en sus planes existen-
vista de la interioridad objetiva y resulta una antropología filosó­ ciales individuales y colectivos. Pero todo esto sólo es alcanzado
fica de determinadas características (antropología metafísica, conceptivamente y expresado en forma categorial con la ayuda
ontología de la cultura, etc.) y desde el punto de vista de la inte­ de nociones amplias y comprensivas, ontológicas, garantes de
rioridad subjetiva y resulta una antropología filosófica con otras la universalidad y necesidad propias del discurso racional.
características (antropología trascendental, fenomenología exis- Indudablemente éste ha sido el error más notable de M. Sche-
tencial, etc.)»13. El ultimo paso es el que, a nuestro juicio, cons­ ler que, en su noble intento de clarificar el misterio del hombre,
tituye lo propio del método que comentamos. se limitó a contraponer las distintas esferas del ser según modos
Necesariamente tiene que ser así, puesto que el ser humano, y niveles fenom enológicam ente irreductibles16. Seguidamente
además de darse en un contexto existencial concreto, es intimi­ trataremos de determinar el contenido y fijar el alcance significa­
dad que trasciende el ámbito de lo circunstancial. Se escapa, tivo del primero de estos elementos o momentos, lo prerreflexivo
como tal, del encuadre espaciotemporal y se relaciona con el ser, o dato empírico.
en cuya área se mueve y se realiza, de tal manera que su hori­
zonte es siempre la verdad y el bien, es decir, lo universal nece­
sario. a) El dato fenom enológico: lo prerreflexivo
Por eso, si optamos por una comprensión integral del mismo,
además de la razón científica e histórica, habrá que tener en Nadie duda de la complejidad de este primer paso. Su proble-
cuenta la razón filosófica y dialéctica. Deberemos contar con la maticidad nos obliga a realizar un análisis detallado del punto
filosofía del ser y del espíritu, con la ontología14. Haciéndose de partida de la antropología filosófica, la experiencia. No es
cargo de esta realidad, J. Splett afirma que «hay que entender suficiente afirmar, aunque haya que hacerlo, que la base inicial
al hombre, partiendo de una filosofía del espíritu y de la libertad, de la reflexión viene dada por los hallazgos de las ciencias hu­
lo mismo que de las regiones de la cultura, de la historia, de la manas y la antropología general (biología, paleontología, psicolo­
religión, de la ética,, de lo bello, de la economía y de la técnica, gía, sociología etc.). Con toda razón lo entienden así la mayoría
de la política y del bios, mostrando en medio de todo su ‘excen­ de los antropólogos actuales de mayor solvencia. Para éstos, una
tricidad’ y trascendencia»15. Es evidente, por tanto, que el cono- antropología filosófica sin base empírica y científica es una qui­
mera, pura abstracción y conglomerado de sofismas. No en vano
el ser humano se expresa en su historia y se plasma en su com­
12. Cf. G. Haeffner, Antropología filosófica, Barcelona 1986, 14. portamiento, en sus obras que son las que constituyen el objeto
13. J. Choza, Manual de antropología filosófica, Madrid 1988, 18-19. de la llamada «ciencia general del hombre». La remisión a lo
14. Cf. J. A. Merino, A vueltas con el hombre: Diálogo Filosófico 2 (1985) controlado por la ciencia positiva es recurso necesario para evitar
183-185.
15. J. Splett, Antropología, en Varios, Sacramentum mundi I, Barcelona 1972,
col. 176. 16. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 26-28.
60 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 61

las veleidades aprióricas unilaterales y asegurar la garantía metó­ religión, el arte, la ciencia y la historia, habla forzosamente de
dica de la disciplina que presentamos. Lo ha visto así J. L. Pini­ «sentimiento religioso», de «imaginación artística», de «pensa­
nos, para quien una metafísica del hombre desconectada de la miento científico», de «conciencia histórica». Se trata siempre
base factual y teórica de que hoy dispone el investigador, resulta­ de experiencias mediatizadas por la vivencia humana. Esta es el
ría anacrónica e inútil para la vida espiritual del hombre contem­ tamiz por el que pasan todas las actividades del hombre con sus
poráneo17. Ni la conciencia puede vaciarse del bagaje experi­ correspondientes resultados. Nuestra condición de seres doblados
mental que contiene ni le está permitido a la filosofía eliminar en sujeto y objeto ha llevado a L. Parré a reconocer en nuestras
los conocimientos científicos. Solamente desde los dominios del experiencias algo más que meras convicciones especulativas. Son
trabajo, del lenguaje, de la cultura y de la acción en general, un hecho que condiciona de entrada nuestro acceso a la realidad.
cuyos resultados son codificados por la ciencia, es posible captar «Querer hacer antropología exclusivamente abocada al exterior
en su integridad el funcionamiento de lo humano, fiel reflejo de sería tan insensato como estudiar al hombre prescindiendo del
su sentido profundo y de su realidad ontológica. hombre»20. La experiencia humana es naturalmente cualificada
Estos son los motivos por los que el cultivador de la antropo­ y peculiar; está teñida de interioridad y de sentido específico.
logía filosófica debe incorporar el saber biológico, el psicológico Con ello queremos decir que el ser humano, como sujeto
y todos los otros de esta índole, sin perder de vista además que consciente, no vive en un mundo de simples acontecimientos ni
estos saberes han llegado a ser conclusiones científicas merced trata directamente con las cosas. Se enfrenta inmediatamente a
a una conciencia depurada de la particularidad de los hechos sus vivencias y conversa consigo mismo. Según Cassirer, «se ha
observados. E. Cassirer, remedando a Scheler y Heidegger, re­ envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbo­
cuerda a este respecto que ninguna época anterior se encontró los místicos, en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver
en situación tan favorable como la actual en lo que se refiere a o conocer nada sino a través de la interposición de este medio
las fuentes del conocimiento de la naturaleza humana. Las antro­ artificial»21. Su contacto con el exterior es siempre mediatizado.
pologías positivas, lo mismo que las ciencias humanas, propor­ Esto supone que el punto de partida, el dato fenoménico, del
cionan un caudal inestimable de hechos extraordinariamente rico saber filosófico sobre el hombre no es el mundo escueto de las
y en constante auge18. Este procedimiento es considerado por cosas y de los hechos, sino la conciencia que se ha formado de
determinados manualistas como método empírico-positivo corres­ ellos. Es lo que los antropólogos vienen llamando «autotestimo-
pondiente al punto de vista de la exterioridad objetiva19. nialidad» o el hecho de ser testigo de lo que somos y nos pasa.
A pesar de todo poco hemos dicho aún del contenido del dato En este orden de cosas la objetividad pasa necesariamente por
fonoménico con vistas a establecer la reflexión filosófica. Siendo la subjetividad, pero sin caer en el subjetivismo, sino asumiendo
el hombre objeto de su propia reflexión, el punto de partida no nuestro modo peculiar de ser, el de sujetos cognoscentes22.
puede quedar reducido a mero análisis descriptivo. Implicará una El fundamento de esta propiedad no es otro que la autointer-
mayor profundidad y comprensión que supera la exterioridad y pretación y autoconocimiento como dimensión constitutiva del
apariencia. En la misma presentación del objeto de reflexión hombre y no como nota añadida. En cuanto subjetividad, el ser
interviene el sujeto que percibe y analiza, de modo que en el humano es conocimiento que tiene de sí mismo, especie de de­
acto inicial se verifica ya la estructuración y configuración de curso que se hace discurso. De ahí que el primer momento del
la experiencia. No olvidemos que la experiencia humana, por más método de la antropología filosófica sea el análisis de la expe­
elemental que sea, difiere esencialmente de la experiencia ani­ riencia del propio yo. Conciencia de algo, ciertamente, pero en
mal. Porque el hombre no puede conocer nada prescindiendo de la que está implicado el yo personal.
sí mismo, es por lo que, al enfrentarse con realidades como la
20. L. Parré, Antropología filosófica, Madrid 1966, 60.
17. Cf. J. L. PiniHos, Introducción a la psicología moderna, Madrid 1981, 21. E. Cassirer, Antropología filosófica, 62.
238. 22. Cf. J. Lorite Mena, Kant, la pregunta por el hombre: Pensamiento 45
18. Cf. E. Cassirer, Antropología filosófica, México 1987, 44. (1989) 15; J. San Martín, El sentido de la filosofía del hombre. El lugar de la
19. Cf. J. Choza, Manual de antropología filosófica, 18. antropología filosófica en la filosofía y en la ciencia, 114.
62 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 63

Asi lo ha entendido M. Buber, para quien el filósofo del hom­ verdad»26. También la admitieron los clásicos llamándola appe-
bre solamente puede cumplir su propio cometido, si «no deja titus veri, para designar la apertura constitutiva del hombre a la
fuera su subjetividad ni se mantiene como espectador impasi­ realidad y, por lo mismo, a la verdad.
ble»23. No es suficiente poner el yo cómo objeto para poder cer­ Esta doctrina fue condensada por santo Tomás en su afirma­
ciorarse de la realidad humana. Habrá que adentrarse también ción de que el objeto propio formal del entendimiento humano
en sí mismo por un acto de autoconocimiento, ya que sólo se es el ser de las cosas sensibles. No el dato experimental, que
conoce aquello que se ofrece en el «estarse presente». Por eso corresponde al conocimiento científico, ni la idea de ser, como
algún antropólogo ha defendido que lo propio de la antropología pretendió Ch. Wolf y la escolástica decadente, ni tampoco el ser
filosófica es «el desarrollo conceptual explicitador de una idea en cuanto tal, fruto de una elaboración racional posterior, sino
del ser humano a partir de su autointerpretación en una etapa la intimidad y meollo del orden concreto de lo real del que el
¿determinada de su carácter humano»24. mismo hombre forma parte integrante. Es el primum quoad nos,
Por este desarrollo explicitador se entiende la autoimplicación que el mismo tomismo toma en consideración siempre como dato
del sujeto que, con matices diferentes, viene funcionando desde originario distinto de lo meramente sensible. «Lo que es entendi­
los albores del saber filosófico inaugurado por Sócrates, habida do por nosotros en el estado de la vida presente es la quiddidad
cuenta de que el «dato» solamente es «dato» si se «da» a quien de la cosa material, que es el objeto de nuestro entendimiento,
puede asumirlo conscientemente como tal, a quien puede recono­ como se ha dicho muchas veces»27. Se conoce el ser tal como
cerlo, esto es, al sujeto humano25. Nada de extraño hay en todo se encuentra en las diversas formas de la realidad empírica, in­
esto, si tenemos presente que lo que caracteriza a la conciencia cluido el mismo acto de conocer, más allá de lo captado por los
humana es su intencionalidad, como lo ha puesto de manifiesto sentidos. «El objeto propio del entendimiento es el ente inteligi­
últimamente la fenomenología y antes la filosofía clásica con su ble, que comprende ciertamente todas las diferencias y clases
idea de inte-ligencia. del ente posible»1*.
Este procedimiento recibe el nombre de método trascendental, El filósofo belga, A. Dondeyne, hace el siguiente comentario
en cuanto que se interesa por las estructuras que posibilitan el de los pasajes tomasianos. Lo primero que el hombre aprende
comportamiento específico del hombre y logra, mediante la her­ —afirma Dondeyne— , en virtud de su natural apetito de verdad
menéutica, un conocimiento universal objetivo de su ser. Intere­ es «la realidad concreta en toda su concreción», esto es, «la di­
sa, por tanto, determinar el verdadero alcance y significación de versidad de los seres en el ser y el ser de los entes»29. Con ello
la experiencia humana sobre la que recaerá la acción reflexiva. da a entender que, en su contacto con las cosas (conciencia exis-
Con este fin ofrecemos ahora un rápido análisis de nuestra tencial), el hombre no sólo se queda con las propiedades sensi­
vida cognoscitiva. bles (obra de los sentidos), sino que también las entiende, esto
es, aprehende su carácter de realidad, su ser. Un conocimiento
La autoconciencia, que implica al mismo sujeto, es elemento prerreflexivo y prefilosófico, ciertamente, pero más profundo que
imprescindible de la vida cognoscitiva. Es el dato primigenio del el meramente empírico, aunque remitido desde sí mismo a la re­
conocimiento propiamente humano en su aspecto noético. Ello flexión racional, como complemento necesario, donde tiene lugar
es debido a una intención originaria, «intencionalidad operante» la verdad propiamente30.
que llamaron Husserl y M. Merleau-Ponty, mediante la cual el
hombre sabe qué es conocer y qué significa la expresión «es 26. Cf. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, Paris 1945,
XIII, 478; E. Husserl, Fórmale und transcendental Logik, en Gesammelte Werke
XVII, 1947, 208.
23. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, México 1960, 21, 22. 27. Summa Theologica I, q. 84, a. 7; I, q. 85, a. 1 y 8; I, q. 87, a. 2, ad 2.
24. P. L. Landsberg, Einführung in die philosophische Anthropologie, Frank- 28. C. Gent. II, 98. El subrayado es nuestro.
furt 1960, 9. 29. A. Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, Madrid 1963,
25. Cf. J. Gdmez-Caffarena, Sobre el método de la antropología filosófica: 314.
Estudios Eclesiásticos 64 (1989) 181. J. Choza y J. San Martín abundan en esta
30. Cf. ibid., 321. También A. Dondeyne, L'experience préphilosophique
misma idea.
64 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 65

El filósofo X. Zubiri ha explicado este hecho con su teoría sentido. Por eso la reflexión filosófica, además de visión totaliza­
de la «inteligencia sentiente» como la forma estructural que tiene dora, es operación radical que penetra en la recóndita intimidad
el hombre de abordar la realidad. Es lo que él llama «habitud» de lo dado empíricamente para iluminarlo y comprenderlo ex­
humana, que consiste en la «aprehensión sentiente de la reali­ haustivamente. Su resultado es ya verdad filosófica y conoci­
dad». Y eso porque sentir e inteligir en el hombre no son dos miento racional.
actos distintos completos, sino dos momentos de un solo acto. Hablando en estos términos, nos referimos a la reflexión tal
Para Zubiri, el hombre entiende sintiendo y siente entendiendo como la entendió la filosofía tradicional, a saber, una vuelta em­
y no, como decían los escolásticos, siente primero y después prendida por el sujeto hacia sí mismo desde el dato percibido.
entiende. «Inteligir es un modo de sentir, y sentir es en el hom­ En esta vuelta completa («Reddere supra se reditione comple­
bre un modo de inteligir»31. En el acto primigenio de sentir en­ ta»), el sujeto ahonda sobre los propios conocimientos, obtenidos
tendiendo se manifiesta la estructura de la vida cognoscitiva de diverso modo, estableciendo una serie de relaciones que redu­
humana como correspondencia de dos términos que se implican cen la diversidad de aspectos a unidad de sentido. Con ello llega
mutuamente: sujeto y objeto (noésis-noéma), puesto que toda a un punto de confluencia donde se muestra la identidad del
mostración revela una doble orientación, hacia lo mostrado y objeto en su calidad de ser, esto es, en su dimensión de realidad.
hacia aquel ante quien se hace patente. La fenomenología entien­ A través de los aspectos y propiedades fenoménicas se descubre
de por noéma el correlato de la conciencia intencional, lo cog­ su «eidos», su razón formal, su verdadero contenido por el que
noscible del objeto; por noésis, la intención como tal o la manera se identifica como tal objeto.
peculiar de referirse el hombre intencionalmente a las cosas A diferencia del idealismo, que no ve en la reflexión racional
(habitud o modo propio de habérselas con ellas, que dice Zubiri). más que la explicitación del entendimiento mismo, pero sin lle­
Un aspecto remite necesariamente al otro. gar al meollo del objeto, la fenomenología, abonándose a la
Siguiendo estos principios, podemos afirmar que, más que filosofía tradicional en buena medida, entiende la acción reflexi­
sobre el dato experimentado escueto, es en este conocimiento va como descubrimiento y captación de la unidad real oculta tras
primigenio y prerreflexivo (fenómeno patentizado) donde tiene la diversidad de aspectos y dimensiones. Es un poder de penetra­
que incidir la reflexión filosófica en el desempeño de su tarea ción que logra hacerse con el ser de las cosas, al captar su senti­
específica. Indudablemente se trata de una función explicitadora do profundo. A. Dondeyne ha intentado aproximar ambas formas
de sentido, de la que vamos a hablar seguidamente. de pensamiento y define la reflexión como «reconquista de la
realidad concreta», la cual, lejos de distanciarnos de las cosas,
asegura nuestra permanencia en el ser y en la cercanía de los
b) La acción reflexiva: explicitación racional objetos que la prerreflexión nos había puesto a mano32.
Refiriéndose a la forma humana de conocer, el reconocido
Toda acción prerreflexiva reclama necesariamente la reflexión hermeneuta, P. Ricoeur, llama a esta acción esfuerzo o movi­
como perentorio complemento para obtener la verdad completa. miento de apropiación de sí por sí mismo, puesto que el hombre
Hay una vinculación ineludible entre dos momentos que facilita nunca está en posesión inmediata de su ser. Ni intuición directa
el camino para entender convenientemente la función y tarea de ni especulación abstracta, sino captación del ser que subyace en
la acción cognoscitiva racional. En este proceso, sumamente las operaciones del yo convertido en objeto de interpretación33.
complejo, la prerreflexión ocupa un lugar imprescindible y es Una interpretación, por otra parte, que no se limita a dar razón
parte integrante del mismo, no sólo como elemento cronológica­ de las expresiones externas, sino que pone de relieve, sacándolo
mente anterior, sino como contenido que debe ser clarificado. a la luz, el principio ontológico que las produce y sustenta. Es
Es ün dato sobre el que incide la mente en busca de su verdadero

et les conditions anthropologiques de l’affirmation de Dieu, en Varios, L'existence 32. Cf. A. Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, 320,
de Dieu, Tournai 1961, 145-156. 33. Cf. P. Ricoeur, La symbolique du mal, en Finitude et culpabilité, París
31. X. Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid 1980, 13, 78-83. 1960, 330.
66 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antmpología filosófica 67

lo que H. Duméry ha querido decir cuando afirma que la refle­ reducen todos nuestros conocimientos. «El ser es lo primero que
xión llega al descubrimiento del ser como huella del Uno34. el entendimiento concibe como lo más conocido; a él reduce el
Convencidos de que el principio originante de las manifes­ entendimiento todas las nociones»37.
taciones humanas, sin estar separado de ellas, pertenece al orden Una especie de saber iñexpreso, como dice K. Rahner, que
transfenoménico, los actuales cultivadores de la antropología acompaña necesariamente a nuestro conocimiento de los entes
filosófica defienden casi unánimemente que el ser humano, en concretos, a la vez que se presenta como referencial último de
tanto que subjetividad encarnada, no puede ser pensado ni ade­ nuestro vivir y actuar35. El conocimiento previo del ser es, por
cuadamente expresado en términos de objetividad física ni de tanto, connatural al pensar humano, como el mismo santo Tomás
psicología descriptiva. Entonces recurren a la ontología general reconoce: «En el entendimiento humano existen naturalmente
de donde toman unas categorías mentales que superan el ámbito ciertas concepciones conocidas de todos como las de ser, unidad,
fenomenológico, como son las nociones de ser, de existencia, de bien y otras de esta clase»39. Se trata de una categoría filosófica
sustancia, de sujeto, de persona y otras semejantes. Sin ellas la de la que no puede prescindir el hombre en su tarea de reflexio­
filosofía del hombre quedaría reducida a mera descripción o nar sobre sí y las cosas.
recuento de actividades, pero no llegaría a ser ese conocimiento Otra de las categorías ontológicas es la noción de sustancia.
radical y último de que hemos hablado en otro momento. Con ella el tomismo elabora la idea de sujeto, imprescindible
Ni que decir tiene que estamos aludiendo a unos conceptos para conocer al hombre como realidad específica. Ni la «res
elaborados por el pensamiento filosófico muy distintos de los cogitans» de Descartes, ni el «phoenomenon» kantiano ni el
apriorismos kantianos y de las categorías obtenidas en la misma mundo de realidades noumenales impenetrables, sino la unidad
acción analítica de lo humano, como pretendía Jolif. Apuntamos, transfenoménica última que fundamenta, dentro del existente
más bien, a principios universales, necesarios y objetivos, descu­ concreto, su red de manifestaciones y propiedades, penetrándolas
biertos en la investigación del ser y sus propiedades (ontología y envolviéndolas.
general) realizada por todo hombre en su contacto con la realidad En la concepción tomista, sustancia y existencia son insepara­
sensible35. bles, de modo que el acto propio de la sustancia es existir, así
Del ser y la esencia han hablado prolijamente los filósofos como el de la existencia es hacer que un existente (sujeto) sub­
de todos los tiempos, en particular Aristóteles y santo Tomás. sista en sí a través de sus manifestaciones. Como indicábamos
Por eso no es necesario más que recordar que por esse de las más arriba, el ser sustancial es un ser en camino de su plenitud
cosas la filosofía tomista entiende el principio íntimo y acto de acuerdo con su naturaleza, la cual se perfecciona y realiza
existencial de donde proceden o emanan las diversas operaciones, mediante sus operaciones propias. Este dinamismo esencial de
merced a las cuales el sujeto o ente concreto se va conquistando la sustancia es denominado por Tomás de Aquino «inclinatio
y realizando progresivamente36. Inmutables en su esencia desde naturalis o appetitus naturalis», de tal modo que el ser completo
su comienzo, los seres finitos caminan hacia su realización com­ no es otra cosa que el ejercicio perfecto de la actividad de lá
pleta a través de las modificaciones que experimentan en su sustancia40.
obrar. Aunque es cierto que el acto de ser escapa a toda repre­ De este transfondo metafísico la filosofía ha extraído el con­
sentación, no lo es menos que se encuentra incluido en todos los cepto de persona, habida cuenta también de las reflexiones teoló­
conceptos como noción primera y universal obtenida en nuestra gicas de los primeros siglos del cristianismo41. Desde san Agus­
presencia al mundo. Es lo primero que conocemos y a lo que se tín se ha venido repitiendo que el espíritu humano es luz, auto-

34. Cf. H. Duméry, Laphilosophie comme langage, en Varios, La philosop- 37. De Veníate, q. 1, a. 1.
hie et ses problémes, París 1960, 221-281. 38. Cf. K. Rahner, Oyente de la palabra, Barcelona 1967, 53-62.
35. Cf. R. Vancourt, La philosophie et sa structure. L ’homme et ses origines, 39. Quodübetum VIII, q. 2, a. 4.
Tournai 1957, 30-36. 40. Summa Theologica II-II, q. 2, a. 3.
36. Summa Theologica I, q. 4, a. 1, ad 3; De potentia, q. 7, a. 2, ad 2. Cf. 41. Cf. S. Alvarez Turienzo, El cristianismo y la formación del concepto de
E. Gilson, L ’Etre et l'Essence, París 1947, 309. persona, en Varios, Homenaje a X. Zubiri I, Madrid 1970, 43-77.
68 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 69

conciencia, intim idad y subjetividad, designando con ello la Un intercambio de pareceres en vez de una reflexión en solitario.
capacidad de autopresencia del hombre. Un estar ante sí (autopre- Solamente en la «constante cooperación con los sujetos en una
sencia), desde donde sale hacia las cosas para hacerlas suyas interrogación y réplica recíproca», escribe Cassirer, es posible
mentalmente, pero sin confundirse con ellas. Esto es ser sujeto obtener la verdad completa sobre el hombre44. Para M. Buber
frente a los objetos. Este retorno sobre sí mismo desde la cosa es imprescindible que el antropofilósofo incorpore a sus propios
conocida es llamado por el Aquinate reditio completa subiecti conocimientos los hallazgos de otros pensadores, así como las
m seipsum, nota distintiva del espíritu humano4243. En conformi­ reflexiones de los demás hombres de cualquier clase y condición.
dad con estos principios, el teólogo suizo, H. U. von Balthasar, «En torno a lo que descubra el filósofo que medita sobre sí se
define el espíritu del hombre como luz, pero luz cobrada y en deberá ordenar y cristalizarse todo lo que se encuentra en el
diálogo, luz participada y reflejo de la luz increada y de la ver­ hombre histórico y en el actual, en hombres y mujeres, en indios
dad p rim e ra . y chinos, en pordioseros y emperadores, en imbéciles y genios,
Estas y otras categorías ontológicas son instrumental necesario para que aquel su descubrimiento pueda convertirse en una au­
del que la antropología filosófica se vale para cumplir su cometi­ téntica antropología filosófica»45. Es necesario reconocer, por
do específico: explicitar racionalmente el dato fenoménico, ha­ tanto, que la historia, lo mismo que la conciencia que dimana
ciendo ver que la realidad humana se distiende en profundidad de ella, es lugar insustituible de la antropología filosófica.
haciéndose verdadera realidad en sí. Un estudio de esta índole Dos son las razones que avalan esta afirmación: porque la
se lleva a cabo mediante un procedimiento que recibe el nombre historia aporta un caudal incomparable de datos antropológicos
de método fenomenológico reflexivo. y porque proporciona los elementos de juicio necesarios para
Pero no está dicho todo con esto. Creemos que falta todavía interpretarlos a nivel racional46.
otro recurso no menos necesario e importante del que el filósofo A pesar de sus notables diferencias, ésta ha sido la senda
del hombre no puede prescindir en absoluto. Me refiero a la con­ seguida por la mayor parte de los cultivadores de esta disciplina
sulta histórica. Al hacer antropología filosófica, el pensador no desde Kant hasta hoy. Son altamente significativos los estudios
es un solipsista que vive de espaldas a los demás hombres y en de M. Scheler, M. Buber y E. Cassirer que saben entablar un
soledad completa. Se halla inmerso en un ámbito relacional que fecundo diálogo con las respuestas más importantes acerca del
lo pone en contacto con otros pensadores y lo hace partícipe de ser humano en la historia del pensamiento, a la vez que ofrecen
las conquistas intelectuales de los que le han precedido. Por otra al lector la oportunidad para juzgar por sí mismo47. No se trata
parte, el dato empírico sobre el que recae Iá reflexión filosófica, de estériles irenismos y fáciles concordismos, sino de un procedi­
además de revelar el sujeto individual, es manifestación también miento dialógico que, por vía de confrontación, proporciona un
de la humanidad entera que, por la comunicación lingüística, se conocimiento riguroso y comprensivo de lo que es el existente
hace presente en cada momento histórico. Dicho de otra manera, humano en sus diversas vertientes y niveles.
la subjetividad humana es intersubjetividad. El recurso a otras interpretaciones se hace necesario desde
el momento en que son reconocidas como resultado de situacio­
nes especiales que ponen en entredicho determinadas ideas del
3. E l diálogo como momento metodológico ser humano y, por lo mismo, se erigen en soluciones del proble-
de la antropología filosófica

El descubrimiento de la intersubjetividad ha llevado a pensa­ 44. E. Cassirer, Antropología filosófica, 21.


dores tan distintos como E. Cassirer y M. Buber a considerar la 45. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 20.
antropología filosófica como diálogo más que como monólogo. 46. Cf. A. Pintor Ramos, Metafísica. Historia. Antropología. Sobre el funda­
mento de la antropología filosófica: Pensamiento 41 (1985) 34-35.
42. C. Gent. IV, 11. . 47. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos; M. Buber, ¿Qué es
43. H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actual, Madrid el hombre?4, E. Cassirer, Ensayo sobre el hombre, México 1944. También Id.,
1962, 126-128. Antropología filosófica.
70 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica El método de la antropología filosófica 71

ma suscitado en momentos críticos48. En estas situaciones, el científico-naturalista (Haldane, Gehlen y, en parte, Teilhard de
hombre se hace'cuestíón de sí mismo y emprende la búsqueda Chardin), la vitalista-historicista (J. Ortega y Gasset).
de soluciones satisfactorias a su problema radical. Más que de Si hubiera que buscarle una nota común a todas ellas, la en­
un estado de neutralidad cognoscitiva, hay que decir que las contraríamos en la defensa de la unidad del hombre, frente al
distintas corrientes antropológicas brotan del decidido propósito dualismo platónico y cartesiano, y su esencial comunitariedad
de servir a ia causa humana. Intentan aportar una solución eficaz basada en la alteridad. Se insiste, además, en la existencia como
y racionalmente fundada al problema del ser y de la vida de todo dimensión constitutiva, así como en la trascendencia que, enten­
hombre. No son veleidades filosóficas, sino seguimiento del dida de forma diferente por unos y otros, se convierte en dimen­
desplazamiento histórico de la problemática que desde el cosmo- sión específica de lo humano, al igual que la libertad. No son
centrismo griego, sistematizado después por la escolástica, se propiedades añadidas, sino modos necesarios y peculiares de ser
extiende hasta el antropocentrismo de las épocas moderna y hombre.
contemporánea, tan distintas entre sí, pero penetradas ambas por A las corrientes mencionadas, actualizadas por pensadores no
la subjetividad como valioso hallazgo. Con este común denomi­ recogidos en la síntesis de E. Frutos, debemos agregar una serie
nador, se elaboran hoy distintas antropologías filosóficas a tenor de antropologías vigentes hoy. Me refiero al personalismo dialó­
de la cosmovisión y filosofía que las inspiran49. gico con base en la alteridad y reciprocidad de conciencias sus­
Evidentemente no podemos embarcarnos ahora en un estudio tentado por F. Ebner, M. Buber, M. Mounier, M. Nédoncelle,
detallado de las mismas, pero nada nos impide esbozar un breve al psicologismo de procedencia freudiana diversamente represen­
esquema de las más importantes y significativas en la actualidad. tado por E. Fromm y H. Marcuse, al estructuralismo que explica
En el capítulo siguiente trazaremos un rápido conspecto histó­ al hombre desde estructuras inconscientes, como defienden C.
rico del estudio del hombre. Lévi-Strauss y M. Foucault, a la antropología hermenéutica cen­
Aparte de los grandes movimientos antropológicos del siglo trada en el lenguaje como medio único de interpretación según
pasado, inspirados en el idealismo y el materialismo, a mediados H.-G. Gadamer y P. Ricoeur51.
del presente se dibujan con nitidez diversos tipos de antropología De ninguna de estas corrientes puede prescindir el filósofo
filosófica bajo la influencia de pensadores tan diversos como antropólogo actual porque, además de las aportaciones de los
Kierkegaard, Comte, Dilthey, Scheler y los pensadores cristia­ ámbitos positivos, debe contar con otras valoraciones, cuya con­
n o s50. tribución es por lo menos ilustrativa y conductora. Esta necesidad
E. Frutos las esquematiza de este modo: la analítica existen­ se impone por razones metodológicas que piden revisar y poten­
cia! centrada en la libertad (Heidegger, Sartre, Jaspers, Marcel), ciar por uno mismo conclusiones que otros ha deducido. Aparte
la materialista-sociológica del marxismo con su teoría del hombre de facilitar una formulación más exacta de los propios hallazgos,
integral (Lefebvre, al que añadimos hoy los neomarxistas Bloch, el diálogo obliga siempre a proponerlos sin dogmatismos y en
Garaudy, Schaff, Kolakowski y los sociólogos de Frankfurt), la revisión continua. No en vano se ha dicho que el quehacer filosó­
fico no termina nunca, sobre todo si versa sobre el misterio del
48. Cf. M. J3uber, ¿Qué es el hombre?, 24ss. hombre, en cuyo caso cobra especial fuerza y resonancia el eco
49. Comparten esta opinión autores tan diferentes como Hegel, Dilthey, de las palabras de Nietzsche acerca de la tarea filosófica: «Ha
Scheler, Schultz, von Balthasar. De este último es la afirmación siguiente: «El
sido (ésta) ser la mala conciencia de su tiempo... Su propio se­
hombre a cualquier espejo de la naturaleza que se mire, acaba siempre por en­
contrarse a sí mismo... La filosofía se ha vuelto así antropológica: no en el sentido creto, saber una grandeza nueva del hombre y encontrar un cami­
de que no haya realidad fuera del hombre, sino en el sentido de que toda la reali­ no nuevo, no recorrido todavía para su engrandecimiento»52.
dad está referida al hombre, y el hombre ya no se puede explicar a sí mismo
remitiéndose a ningún ente (del mundo) que lo abarque todo»: H. U. von Baltha­ 51. Cf. J. Rubio Cari-acedo, ¿Qué es el hombre?, Madrid 1971; O. OrtizOsés,
sar, El problema de Dios en el mundo actual, 56-57. Mundo, hombre y lenguaje crítico, Salamanca 1976; L. Jiménez Moreno, Antropo­
50. Cf. E. Frutos, La antropología filosófica en el pensamiento actual*. Revis­ logía filosófica, en A. Aguirre (ed,), Diccionario temático de antropología, Barce­
ta de Filosofía 12 (1953) 8-26. También Id., Antropología filosófica, Zaragoza lona 1988.
1972. 52. F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Madrid 1971, 212.
72 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica 3
Este mismo convencimiento impulsa a K. Wojtyla a proseguir HISTORIA DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA
una búsqueda ininterrumpida del ser del hombre: «Tras haber
conquistado tantos secretos de la naturaleza, él mismo (el hom­
bre) necesita, una vez más, que se desvelen ininterrumpidamente
sus propios misterios»53.
Creemos poder afirmar con toda certeza que la confrontación
de las diversas corrientes antropológicas constituye el centro del
debate filosófico actual, de modo que renunciar a este encuentro
de pareceres, además de error metodológico, es cerrazón estéril
que impide tomar en serio esta tarea específica. El ser humano
se define constitutivamente como centro emisor y receptor de
relaciones, como punto de referencias, principalmente de orden Bibliografía: Bogliolo, L., Antropología filosófica I, Roma 1971; Buber,
M., ¿Qué es el hombre?, México 1964; Cavali, A., Appunti per una
cognoscitivo e intelectual. Por eso las diversas corrientes de
antropología filosófica, en Varios, Alia ricerca delVuomo, Palermo
antropología filosófica que conocemos se esfuerzan, con el más 1988; Coreth, E., ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología
noble propósito, por justificar posiciones humanistas adoptadas filosófica, Barcelona 1976, 29-81; Fabro, C., Introducción al problema
con el deseo de fundamentar la humanidad del hombre. De ahí del hombre, Madrid 1982; Frutos, E., La antropología filosófica en el
que todas ellas sean recurso metodológico imprescindible. En el pensamiento actual. Revista de Filosofía 12 (1953) 8ss; Groethuyssen,
capítulo que sigue prestaremos mayor atención y tiempo a la B., Antropólogía filosófica, Buenos Aires 1975; Jolivet, R., Las doctri­
breve historia que acabamos de esbozar. nas existencialistas desde Kierkegaard a Sartre, Madrid 1970; Harris,
M., El desarrollo de la teoría antropológica, Madrid 1978; Landmann,
M., Antropología filosófica, México 1961; Rodríguez Molinero, J. L.,
Datos fundamentales para una historia de la antropología filosófica,
Salamanca 1977.

En el presente capítulo abordamos dos cuestiones principales:


el origen de la antropología filosófica y sus etapas más importan­
tes.

1. Origen de la antropología filosófica: cuestiones introductorias

En capítulos anteriores hemos descrito la antropología filosó­


fica como saber unitario racional del ser específico del hombre
y de su especial articulación con la realidad como tal. Ni una
simple especulación abstracta ni una mera recopilación de datos
positivos sobre el fenómeno humano, sino esclarecimiento a nivel
racional del núcleo de inteligibilidad que identifica al hombre
como ente especial en su relación con el ser1. Un conocimiento
reflexivo sobre su comportamiento específico.

1. Cf. J. de S. Lucas, La pregunta racional por el existente humano: Reli­


53. íC. Wojtyla, Persona y acción, Madrid 1982, 25. gión y Cultura 36 (1989) 292-293.
72 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica 3
Este mismo convencimiento impulsa a K. Wojtyla a proseguir HISTORIA DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA
una búsqueda ininterrumpida del ser del hombre: «Tras haber
conquistado tantos secretos de la naturaleza, él mismo (el hom­
bre) necesita, una vez más, que se desvelen ininterrumpidamente
sus propios misterios»53,
Creemos poder afirmar con toda certeza que la confrontación
de las diversas corrientes antropológicas constituye el centro del
debate filosófico actual, de modo que renunciar a este encuentro
de pareceres, además de error metodológico, es cerrazón estéril
que impide tomar en serio está tarea específica. El ser humano
se define constitutivamente como centro emisor y receptor de
relaciones, como punto de referencias, principalmente de orden Bibliografía: Bogliolo, L., Antropología filosófica I, Roma 1971; Buber,
M., ¿Qué es el hombre?, México 1964; Cavali, A., Appunti per una
cognoscitivo e intelectual. Por eso las diversas corrientes de
antropología filosófica, en Varios, AUa ricerca dell'uomo, Palermo
antropología filosófica que conocemos se esfuerzan, con el más 1988; Coreth, E., ¿Qué es el hombre? Esquema de una antropología
noble propósito, por justificar posiciones humanistas adoptadas filosófica, Barcelona 1976, 29-81; Fabro, C., Introducción al problema
con el deseo de fundamentar la humanidad del hombre. De ahí del hombre, Madrid 1982; Frutos, E., La antropología filosófica en el
que todas ellas sean recurso metodológico imprescindible. En el pensamiento actual: Revista de Filosofía 12 (1953) 8ss; Groethuyssen,
capítulo que sigue prestaremos mayor atención y tiempo a la B., Antropólogía filosófica, Buenos Aires 1975; Jolivet, R., Las doctri­
breve historia que acabamos de esbozar. nas existencialistas desde Kierkegaard a Sartre, Madrid 1970; Harris,
M., El desarrollo de la teoría antropológica, Madrid 1978; Landmann,
M., Antropología filosófica, México 1961; Rodríguez Molinero, J. L.,
Datos fundamentales para una historia de la antropología filosófica,
Salamanca 1977.

En el presente capítulo abordamos dos cuestiones principales:


el origen de la antropología filosófica y sus etapas más importan­
tes.

1. Origen de la antropología filosófica: cuestiones introductorias

En capítulos anteriores hemos descrito la antropología filosó­


fica como saber unitario racional del ser específico del hombre
y de su especial articulación con la realidad como tal. Ni una
simple especulación abstracta ni una mera recopilación de datos
positivos sobre el fenómeno humano, sino esclarecimiento a nivel
racional del núcleo de inteligibilidad que identifica al hombre
como ente especial en su relación con el ser1. Un conocimiento
reflexivo sobre su comportamiento específico.

i. Cf. J. de S. Lucas, La pregunta racional por el existente humano4.Reli­


53. K. Wojtyla, Persona y acción, Madrid 1982, 25. gión y Cultura 36 (1989) 292-293.
74 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 75

La historia de este procedimiento cognoscitivo no es tan larga pero no poseemos una idea unitaria del hombre... Por eso me he
como ha podido creerse. Aunque el hombre, siempre que ha pen­ propuesto el ensayo de una nueva antropología filosófica sobre
sado, lo ha hecho desde sf mismo y sobre sí mismo, no ha sido la más amplia base. En lo que sigue quisiera dilucidar tan sólo
el suyo desde el principio un saber antropológico de orden filosó­ algunos puntos concernientes a la esencia del hombre, en su
fico, sino más bien cosmológico. Contemplaba su propia realidad relación con el animal y con la planta, y al singular puesto del
como una entidad cualquiera de la naturaleza, como una cosa en­ hombre en el cosmos»4.
tre las cosas, sin reconocer en ella un nivel ontológico distinto. Ni que decir tiene que Scheler se esforzó como ninguno otro
Es cierto que muy pronto obtiene una síntesis de conocimien­ por presentar una imagen coherente y orgánica del ser humano
tos, cada vez más compleja y rica, que lo determ inan como un en contraste con la ideas parciales y desconexionadas que impe­
algo más perfecto que los demás, pero no como un alguien o raban hasta entonces. Ello dota a su obra, en tanto que indaga­
nuevo nivel de realidad que inaugura un modo de ser diferente. ción del sentido profundo de la realidad humana, de un carácter
Se hablaba del conocimiento del hombre, de su vida, de su len­ antropológico estricto a nivel filosófico, como hemos indicado
guaje, de su trabajo y de sus estados, pero no de la persona hu­ antes. Desde ese mom ento puede decirse que la filosofía del
mana. El logos del anthropos permaneció en penumbra hasta el hombre se convierte en orientación central que alienta diversos
momento en que el hombre consigue encontrarse consigo mismo ensayos y posteriores proyectos5.
como sujeto a la vez que como objeto. Es entonces cuando apare­ M. Buber califica la obra de Scheler de segundo intento im­
ce en su total transparencia, naciendo así la antropología filosófi­ portante (primero fue el de Kant) que aborda el tema del hombre
ca propiamente2. como problema filosófico independiente. «Aquello que distingue
¿Cuándo surge este nuevo paradigma cognoscitivo? No es fá­ al ser humano de los otros seres vivos, pero en conexión con lo
cil determinar su momento exacto. Más aun, resulta poco menos que tiene de común con ellos y no viendo en la historia del pen­
que imposible fijar la línea divisoria. Se trata de un proceso con­ samiento antropológico anterior más que una significación intro­
tinuado de discernimiento y clarificación hasta obtener un conte­ ductoria»6.
nido peculiar. De todas formas creemos que no es complicado Pero, volviendo a los comienzos de la antropología filosófica,
señalar los hitos que marcan la aparición de este nuevo género no podemos menos de mencionar a Kant, ya que es de algún
de saber, aunque falte todavía una historia completa del mismo3. modo el iniciador de este proceso. Es verdad que no escribió un
La opinión común hace de M. Scheler el padre de la antropo­ tratado sistemático, pero fue el primero que suscitó la cuestión,
logía filosófica. Ciertamente él fue el primero que supo sistemati­ al plantear una serie de preguntas que culminan en el interrogan­
zar un conjunto de conocimientos acerca del hombre en conexión te por el ser del hombre. «En el fondo, todas estas disciplinas
con los hallazgos de la ciencias humanas. Pese a su planteamien­ (metafísica, moral y religión) se podrían refundir en la antropolo­
to esencialista, la mayoría de los filósofos actuales convienen gía, porque las tres primeras (¿qué puedo conocer? ¿qué debo
en atribuirle la elaboración de eso que debiera ser hoy una antro­ hacer? ¿qué me cabe esperar?) revierten en la última (¿qué es
pología filosófica en sus puntos claves. Lo ratifica él mismo con el hombre?). La respuesta a esta cuarta pregunta que, por ocupar­
estas palabras: «Poseemos, pues, una antropología científica, otra se de las líneas fundamentales del tema filosófico del hombre,
filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de la otra. se habrá de entender como antropología filosófica»7.

2, Cf. J. Lorite Mena, Kant, la pregunta por el ser del hombre: Pensamiento 4. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires 1960, 26.
45 (1989) 137-138 5. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?. Esquema de una antropología filsófi-
3. «La historia de la filosofía del hombre es todavía un bello deseo... Nos ca, Barcelona 1976,75-76. También A. Pintor Ramos, La antropologíafilosófica
encongamos en este campo en los meros caminos»: E. Cassirer, Antropología de M. Scheler, en J. de S. Lucas, Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983.
filosófica, México 1987, 22 (2). Aparte de la obra de B. Groethuyssen, Philoso- Asimismo J. L. Rodríguez Molinero, Datos fundamentales para una historia de
phischen Anthropologie, München 1931 (trad. esp.: Buenos Aires 1951), tenemos la antropología filosófica, Salamanca 1987, 33-36.
el apretado, pero excelente resumen de M. Buber en su libro ¿Quées el hombre?, 6. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 114-115.
México 41964. 7. I. Kant, Obras completas, ed. E. Cassirer, VIII.
76 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 77

Pero es sabido que Kant no contestó a esta pregunta de modo integral. M ás bien se ciñe al ámbito y validez del conocimiento,
sistemático. Sin embargo su planteamiento marcó la pauta de es decir, a la conciencia intelectiva. Su antropología declina, por
toda la filosofía posterior, como lo reconocen pensadores de la tanto, hacia la epistemología13.
talla de M. Foucault, M. Heidegger y M. Buber. Según ellos, la Sea lo que fuere del origen histórico de la antropología filosó­
función asignada por Kant a la antropología filosófica constituye fica, hay que reconocer de todos modos que existe desde siempre
un legado imprescindible89. un saber categorial y reflexivo acerca del ser humano, cuyas
N ada tiene de extraño la actitud kantiana. Responde exacta­ grandes etapas pasamos a describir a continuación haciendo hin­
mente al desplazamiento del pensamiento filosófico que pasa del capié en los fiolósofos más representativos.
cosmocentrismo griego y del teocentrismo escolástico, al antro-
pocentrismo racionalista e idealista, iniciado ya por el humanis­
mo renacentista. 2. Conocimiento filosófico del hombre: etapas históricas
Descartes no contempla al mundo directamente ni encuentra
en él a Dios, sino que, siempre que mira a la naturaleza, lo hace Si es cierto que no puede hablarse de antropología filosófica
desde sí mismo, porque todo lo ve bajo el prisma del cogito, es propiamente dicha hasta M. Scheler, no lo es menos que desde
decir, desde su acto de pensar. De este modo la realidad entera los albores del pensamiento humano encontramos una serie de ele­
se convierte en obiectum, en un estar ante el sujeto. Este radica­ mentos suficientes para elaborarla. La filosofía, que nace como
lismo reduce la filosofía a antropología, no porque exista sola­ pregunta por el fundamento y sentido de la realidad experiencial,
mente el hombre, sino porque toda la realidad está referida a él tiene como último resultado la respuesta sobre el ser humano y
y es contemplada desde él . sus relaciones con la realidad en cuanto tal. Tanto por su origen
La raíz de este giro copernicano hay que buscarla en el princi­ como por su finalidad, la pregunta filosófica es siempre pregunta
pio de inmanencia de la filosofía moderna que reconoce en el antropológica, ya que es el hombre el que descubre el fundamento
hombre el epicentro del ser: «Con él (Descartes), afirma Hegel, y sentido de la cosas. Su determinación temática y metodológica
entramos en rigor en una filosofía independíente, que sabe que se va cumpliendo en el curso de su desarrollo a medida que ofre­
procede sustantivamente de la razón y que la conciencia de sí ce formulaciones de su objeto cada vez más precisas.
es un momento esencial de la verdad»10. También para Dilthey, Podemos decir con H. U. von Balthasar que «si la filosofía
Descartes «es la encarnación de la autonomía del espíritu funda­ halla cada vez más inequívocamente su centro y su forma en una
da en la claridad del pensamiento»11. El mismo Heidegger llegó antropología total, esto requiere una autoconciencia de la hum a­
a ver en el subiectum cartesiano el supuesto metafísico de toda nidad, permanente y creciente, verificable en la historia, que con­
antropología futura12. serve también vivo y presente lo que fue y ya no puede ser»14.
Mas, a pesar de todo, Descartes no plantea ni desarrolla, como Un claro exponente de este planteamiento lo constituye ya
tampoco lo hiciera más tarde Kant, la pregunta por el hombre el viejo Sócrates, que pone el ideal humano en el conocimiento
de una verdad objetiva y absoluta buscada y encontrada en el
8. Cf, M. Foucault, Las palabras y las cosas, México 1968,333; M. Heideg- universo mismo del hombre. «Espero —responde a Fedro— que
gei', Kant y el problemá de la metafísica, México 1954, 172; M. Buber, ¿Qué es sabrás excusarme cuando escuches la razón, a saber, que soy un
el hombre?, 12, 16, amante del conocimiento y que los hombres que habitan en la
9. Cf. H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actual, ciudad son mis maestros y no los árboles y la comarca»15.
Madrid 1960, 86-87.
10. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía III, México
1955, 252. 13. Cf. H. Plessner, Anthropologie philosophique, en Philosophy in the Mid
Century. A Survey II, 85ss. También M. Landmann, Antropología filosófica,
11. W. Dilthey, Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII, México 1955, México 1961, 46, que hace de Pico de la Mirándola (1463-1494) el iniciador de
364.
la antropología filosófica.
12. Cf. M. Heidegger, Holzwegee, Frankfurt 1950, 91. Cf, W. Schultz, El 14. H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el hombre actual, 64.
Dios de la metafísica moderna, México 1961, 9-11. No obstante, Schultz retrotrae
el comienzo de este proceso a Nicolás de Cusa (1401-1464) . 15. Platón, Fedro, 230.
78 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 79

Convencido de ello, M. Buber sitúa la pregunta antropológica se centró en el estudio de la naturaleza como un todo, no tardó,
en el sentimiento de soledad vivido por el ser humano en deter­ sin embargo, en decantarse por la investigación del hombre al
minados momentos de su historia. Son esos momentos en los que que consideró punto axial del universo. Su distinción y superiori­
se ve a sí mismo como problema porque se siente a la intemperie dad estriban en el alma racional diferente al resto de los seres.
y sin abrigo y se enfrenta con la pregunta por su ser radical. Una Este principio, además de significar una perfección específica,
pregunta que obtiene en seguida tintes peculiares y distintos de es punto de referencia de todos los demás seres y fuente de res­
cualquier otro saber. Se hace independiente16. ponsabilidad en el trato con las cosas donde alcanza su plenitud.
Siguiendo este criterio, hallamos en la historia de la filosofía La capacidad para captar el sentido de las cosas, según Herá-
períodos fuertes y períodos débiles, según considere el hombre clito, y el poder de penetrar las apariencias hasta llegar al meo­
su problema como parte de la cuestión general del mundo o llo, como enseña Parménides, se convierte por obra de los sofis­
como caso particular y específico. tas en facultad crítica y elemento central del ser humano.
Ofrecemos a continuación un cuadro esquemático de las etapas Protágoras de Abdera (480-410 a. C.), claro expórtente de la
más significativas al respecto, advirtiendo antes que la cuestión escuela sofista, advierte en esta función el poder por el que el
antropológica no radica nunca en un estado cognoscitivo neutro, hombre se constituye en paradigma de todas las cosas, de las que
sino en el deseo de encauzar la realidad del hombre. Obedece a son y de las que no som0. Pero no porque descubra la esencia
una clara intención humanista con evidentes connotaciones éticas. de las cosas, sino porque sólo en referencia a él cobran aquellas
Es un acompañante fiel de la historia de la cultura occidental17. sentido. Este hecho es suficiente para que el hombre, que se
Estos son los momentos más importantes que marcan concep­ considera parte integrante de «la gran realidad de la physis»21,
ciones del hombre especialmente significativas: filosofía griega, adquiera una neta superioridad sobre el resto de la naturaleza.
pensamiento cristiano, filosofía moderna y antropología contem­ Sobre todo si está dotado de capacidades peculiares, como la
poránea18. C ada uno de ellos reviste características especiales intuición que le permite inventar las artes para sobrevivir, y el
por su punto de partida y por la perspectiva adoptada. Los grie­ sentido de la justicia que lo capacita para formar comunidad con
gos estudiaron al hombre como pieza integrante del cosmos y sus semejantes y vencer la opresión*2.
en relación directa con él; el cristianismo lo hizo teniendo en Debemos advertir que, aunque el materialismo y el relativismo
cuenta su origen especial y su destino trascendente (Dios); la subyacen en la concepción antropológica de Protágoras, la intui­
filosofía moderna lo encerró en su propia intimidad y lo vio ción y el sentido de la justicia propios del ser humano dan pie,
exclusivamente desde sí mismo; la antropología contemporánea sin embargo, para una lectura propiamente antropológica de lo
lo considera en su relación con sus semejantes y con la historia. humano. No obstante no podemos olvidar que la preocupación
de los sofistas es más sociopolítica y educativa que filosófica23.
a) Filosofía griega: el hombre y el cosmos

Aunque el pensamiento griego, construido sobre un fondo teológica III, Madrid 1959, 3-5. Interesa también M. Manzanedo, La imagen del
miticorreligioso de connotaciones antropológicas innegables19, hombre en la filosofía antigua: Revista de Filosofía 27 (1968) 27-89.
20. «El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto
16. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 24-25. son y de las que no son en cuanto no son»: Platón, Protágoras, 1.
17. Cf. A. Pintor Ramos, Metafísica. Historia. Antropología. Sobre el funda­ 21. Cf. M. Ubeda Purkis, Introducción al tratado del hombre. El antiguo
mento de la antropología filosófica: Pensamiento 41 (1985) 5. griego, comenta Gusdorf, «no tiene de sí mismo la conciencia aislacionista que
18. Sobre este tema especial interesan los siguientes estudios: M. Buber, tenemos nosotros: se sitúa en el centro de la realidad más o menos indisociable,
¿Qué es el hombre?; A. Cavali, Appuntiper una breve storia dell'antropologia, atribuyendo a lo circundante la misma realidad que se atribuye a sí mismo»: G.
en Varios, Alia ricerca dell'uomo, Palermo 1988; J. M. Ibáflez hanglois, Introduc­ Gusdorf, Mithe et metaphysique, Paris 1953, 17.
ción a la antropología filosófica, Pamplona 1980; J. L. Rodríguez Molinero, Datos 22. Cf. Protágoras, 320Dss.
fundamentales para una historia de la antropología filosófica, Salamanca 1977. 23. Cf. W. Jaeger, Paideia. Las ideas de la cultura griega I, México 1946,
19. Cf. M. Ubeda Purkis, Introducción al tratado del hombre, en Suma 13.
80 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 81

Sócrates (470-399 a. C.) reasume la antropología de Protágo- al mundo de las ideas y es fabricada por el Demiurgo según el
ras, pero intenta descifrar, por su parte, la realidad del ser huma­ patrón de la Verdad y del Bien para ser implantada en el mundo
no en continua búsqueda de sí mismo. Semejante búsqueda es material mediante la envoltura del cuerpo. Es una realidad ente­
facilitada por la facultad racional que lo vincula constitutivamen­ ramente nueva que, desde su entronque en la escala zoológica,
te con la verdad eterna. aspira a elevarse sobre las cosas que la rodean, desprendiéndose
Desde la plataforma de su autenticidad («Conócete a ti mis­ de lo material, incluso de la cápsula de su cuerpo. Resulta así
mo»), llega el individuo humano a la posesión de su propia ver­ que el ser humano concreto es una realidad estratificada com­
dad y de las cosas. No es, por tanto, un accidente cósmico o puesta de organismo, por un lado, y de psiquismo, por otro,
epifenómeno, sino la fase terminal de un largo proceso natural dotado de una triple dimensión: vegetativa, sensitiva, intelectiva.
de perfeccionamiento que culmina en el entendimiento24. Es un No tres almas, sino una sola con tres poderes o capacidades27.
ser en diálogo, pero descrito en términos de conciencia reflexiva. Estos rasgos caracterizan a la antropología platónica, verdade­
Un ser capaz de dar respuestas racionales a preguntas racionales. ro fundamento de su teología. Así es como nace lo que los auto­
La conciencia reflexiva, fuente de responsabilidad ética, es res entienden por antropología griega, distinguiéndola de la cos­
el elemento por el que el hombre concebido por Sócrates se dis­ mología anterior. «La fase que sigue a la cosmología presócratica
tingue del de los sofistas. Ello le permite permanecer idéntico y que comprende a Sócrates, Platón y Aristóteles, ha sido llama­
a sí mismo a través de los cambios somáticos, haciendo que so­ da la fase ‘antropológica’»28.
breviva a la desintegración del cuerpo. Y todo esto porque el ele­ Aristóteles (384-322 a. C.) se distingue por su propósito de
mento racional lo constituye en ser esencialmente espiritual25. superar el dualismo platónico y hacer del ser humano un ser
Platón (427-347 a. C.), en continuidad con Sócrates, es el pri­ unitario, una única sustancia y esencia. Esta concepción unitaria
mero que habla expresamente del espíritu como elemento especí­ resulta de aplicar al caso del hombre su teoría hilemórfica, según
ficamente distintivo del ser humano. En oposición al principio la cual no existe monismo reduccionista (un solo elemento) ni
material corpóreo, que no es más que mero instrumento, el alma dualismo dicotómico (dos elementos diferentes), sino una sola
espiritual representa la parte esencial y positiva del hombre. realidad sustancial (un solo sujeto) integrada por el espíritu (for­
Es propiamente su ser. Una proclamación palmaria del dualis­ ma) y por el cuerpo (materia) como principios que se determinan
mo dicotómico, según el cual el alma o facultad intelectiva se mutuamente. El alma informa al cuerpo configurándolo como
vincula accidental y transitoriamente al cuerpo hasta el momento cuerpo humano, de modo que no hay cuerpo humano sin alma
de la muerte cuando «vivirá fuera del cuerpo en mansiones más informante, ni alma sin cuerpo informado. Dicho de otra manera,
hermosas, imposibles de describir»26. el hombre es cuerpo y alma a la vez; alma corporeizada o cuerpo
De los innumerables textos platónicos sobre la naturaleza del animado. Dos elementos distintos, pero inseparables en la reali­
hombre se desprende claramente su carácter foráneo y extranjero dad humana29.
del mundo. Es un ser advenedizo que desciende de alturas incon­ De este modo el hombre se coloca en cabeza de los seres
troladas para encerrarse en el cuerpo que le sirve de cárcel de como compendio de los distintos grados de perfección de los
la que tiene que evadirse a toda costa. El alma humana pertenece estadios inferiores y punto de convergencia de las diferentes
formas de vida30.
El principio radical y energía específica de esta nueva reali­
24. Cf. Platón, Gorgias, 479 D -l. «El hombre socrático, escribe J. Marías,
es el hombre real, es cada hombre, que se puede conocer, que puede manifestar
dad es la mente, participación de la divinidad. A pesar de su
su intimidad y ponerla patente a la Luz»: J. Marías, El tema del hombre, Madrid superioridad y heterogeneidad, sólo actúa a través de los sentidos
1968, 32.
27. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid 1986, 674.
25. Cf. Jenofonte, Memoralia, 4, 3, 4. También E. B. Tylor, El pensamiento
de Sócrates, México 1961, 112-117; J. Wild, El concepto del hombre en el pensa­ 28. Cf. W. Bruning, Individualisme et personalisme dans la conception de
miento griego, en S. Radhakrisnan-R. Rajú, El concepto del hombre, México 1964, l'homme: Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques 39 (1955) 202.
72-74, 29. Cf. Aristóteles, De anima, II, 1, 412 A 29; 412 B 25-413 A 9.
26. Platón, Fedón, 114C. 30. Cf. Metafísica, VII, 1041 A 33-1041 B 30.
82 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 83

corporales y se individúa, contituyéndose en ser uno en el tiempo lógico verdadero del mismo. El hombre percibe al mundo no co­
y en el espacio, por medio del cuerpo al que informa. mo conjunto de fuerzas hostiles, sino como un todo regulado por
«Es, pues, necesario que alma sea sustancia y forma de un leyes que tienen fiel reflejo en su entendimiento, mediante el cual
cuerpo natural que tiene la vida en potencia... (el alma) será la lo integra en su propio ser. De esta manera consigue su máxima
perfección primera y el primer acto (entelequia) de un cuerpo perfección34. No es superior al mundo, sino su resumen.
natural... El alma, pues, no es separable del cuerpo... El alma es La actitud derivada de esta contemplación es la de un fiel
principio de las funciones mencionadas y se define por ellas, esto sometimiento a la imperiosa necesidad de un horizonte último
es, por la nutritiva, la sensitiva, la mental y el movimiento»31. en el que el hombre está inmerso y desde donde lo comprende
Resumiendo el pensamiento antropológico de la grecia anti­ todo, incluso a sí mismo. La fuerza inexorable de un destino
gua, tenemos que decir que el hombre aristotélico es un ser có­ absoluto predetermina, según los griegos, el curso de los aconte­
modamente instalado en el mundo, al que conoce perfectamente cimientos y marca la hechura del hombre mismo. Esta determina­
y con el que guarda unas excelentes relaciones de vecindad, pero ción previa le impide desprenderse de los ciclos de la naturaleza
sin que todavía haya alcanzado a ver su puesto privilegiado en y conseguir la originalidad propia del ser personal independiente
el concierto universal. No es consciente del nuevo orden ontoló- de la ejemplaridad universal que se repite indefinidamente en
gico que representa. Como enseña M. Buber, es comprendido todos los entes mundanos35.
desde el mundo, pero el mundo no es entendido desde él32. Esta es la razón por la que los griegos no alcanzaron a ver
El helenismo (300-200 d. C.) tampoco posee una idea antro­ en el hombre más que una pieza perfecta del cosmos, un micro­
pológica del hombre a nivel filosófico. El pensamiento difundido cosmos o mundo en miniatura. Ni ruptura de nivel ontológico
por los estoicos en la cuenca del M editerráneo en la época de ni novedad radical, sino una pieza más del inmenso concierto
Alejandro, así como por los epicúreos y escépticos, no muestra formado por la naturaleza en su globalidad.
un hombre ontológicamente superior al resto de los seres. Aun­
que lo alienta un alma considerada como chispa de un foco cen­ b) El hombre en el pensamiento cristiano (filosofía medieval)
tral (Dios), se amolda perfectamente a la ley del todo. Es un ser
racional, ciertamente, pero ajustado por completo al orden gene­ La reflexión cristiana sobre los hallazgos de la antropología
ral de la naturaleza, que refleja en su ser y en su conducta. griega, más que elementos estructurales nuevos, aporta perspecti­
Por eso la filosofía helenista, más que preguntarse por la vas desconocidas y abre horizontes insospechados por la razón.
naturaleza específica del ser humano, se preocupa de su compor­ Frente a la necesidad inflexible de la filosofía helénica, surgen
tamiento y forma de vida. En lugar de antropología, hace ética ahora las categorías de libertad y de historicidad como propieda­
y política sobre un transfondo ontológico determinado. Así lo des específicas del ser humano en cuanto criatura e imagen de
entendieron el estoicismo y el epicureismo. El estoico español Dios, con quien se conforma al filo de sus actos. Un cambio
Séneca define al hombre como ser racional en completa atmonía sustancial ciertamente, pero sin constituir por ello todavía una
con la naturaleza. «Animal racional es el hombre y por ende el verdadera antropología filosófica, ya que el hombre es considera­
bien suyo llega a la perfección cuando cumple aquello para lo do como obra directa e inmediata de Dios que une un alma espi­
que nació. ¿Qué es, pues, lo que esta razón le pide? Cosa facilí­ ritual a un cuerpo material. Estos datos no son obtenidos por la
sima: vivir según la naturaleza»33. experiencia, sino dados por revelación36.
En una evaluación general de la filosofía griega antigua sobre
el hombre, puede afirmarse que, aunque ha visto en el ser humano 34. «La imagen de la realidad que aparece entonces, es la imagen del cosmos,
una realidad distinta de las demás, capaz de abrirse al mundo y en cuya ordenación se manifiesta el logos, la Razón del mundo, y cuya copia
determinarse ante él, no ha logrado todavía un concepto antropo- comprensiva es el hombre, el microcosmos»: H. U. von Balthasar, El problema
de Dios en el hombre actual, Madrid 1960, 68; cf. santo Tomás, De veril., 2, 2c.
31. De anima, II, 1, 412 A 29, 43-44; II, 412 B 25; II, 2, 413 B 13-15. 35. Cf. J. Wild, El concepto del hombre en el pensamiento griego, 47-131.
32. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 25. 36. Cf. A. Gehlen, Antropología filosófica. Del encuentro y descubrimiento
33. L. A. Séneca, Epístola XLI, Madrid 1949, 507. del hombre por s í mismo, Barcelona 1993, 28.
84 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 85

Ni que decir tiene que con la aparición del cristianismo nace hombre tiene que hacerse respuesta libre en el trenzado de sus
un mundo cultural nuevo que no surge com o maduración y des­ actos y no mera emanación necesaria de una entidad suprema.
arrollo de los pensamientos anteriores, sino como irrupción de «Las criaturas intelectuales, escribe santo Tomás, alcanzan a Dios
elementos doctrinales especiales y de verdades desconocidas. de un modo especial, a saber, entendiéndolo mediante su propia
Entre éstas destacan las que se refieren a la creación y al desti­ operación»38.
no qltimo de todo cuanto existe. En esta nueva forma de pensa­ Por otra parte, como hemos insinuado antes, D ios no quiere
miento, el hombre ocupa un lugar privilegiado. Es el pivote so­ al hombre como a un ser cualquiera, sino como a una realidad
bre el que gira la creación entera y la flecha que marca el cami­ que lo conoce y lo ama, como alguien que se relaciona directa­
no hacia la plenitud del espíritu. En él y por él la naturaleza al­ mente con él y retorna definitivamente a él39. Es su verdadera
canza su máxima perfección. «Porque la creación está aguardan­ imagen, una persona dueña de sí y de sus actos.
do en anhelante espera la revelación de los hijos de Dios... Toda Entra así en escena la libertad, a cuya luz cobran especial
la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento sentido la vida humana, la conciencia personal y el sentido de
presente y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las la historia. La autoposesión del hombre, el grado de intimidad
primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos espe­ que lo caracteriza y su peculiar relación con el ser hacen que la
rando la adopción final, la redención de nuestro cuerpo...» (Rom antropología se trascienda, en cierto modo, en teología, porque,
8, 19.22-23). al ser el hombre interlocutor de Dios, se convierte en su tú ver­
Dos enseñanzas importantes se desprenden de esta doctrina: dadero. Deja de ser microcosmos y adquiere todos los visos de
Que nada existe, sino es por designio de Dios creador, y que el un dios finito. La manera finita de ser Dios, que dice X. Zubiri.
hombre, si bien se distingue del resto de las cosas, aparece como Por ser capaz de recibir y devolver la palabra de Dios, esta­
su continuación y vehículo que las lleva a su cumplimiento defi­ blece un verdadero diálogo con él, cuya máxima expresión va
nitivo, al entronque con Dios. Lo específico del ser humano a ser la encarnación del Verbo divino — humanación de Dios— ,
consiste, por tanto, en ser conocido y querido de modo especial cumbre del dinamismo divino del hombre. Es a la luz de este
por Dios. De ahí que sólo a la luz del conocimiento que el hom­ hecho como el hombre cristiano entiende su misterio y se com­
bre bíblico tiene de Dios, creador y señor del universo, es como prende a sí mismo en toda la profundidad de su ser. «El misterio
puede penetrar su propio misterio y conocer su naturaleza y su de hombre — enseña el Vaticano II— no se aclara de verdad sino
historia. Solamente en Dios hecho hombre le es dado descifrar en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22).
su enigma. Esta concepción del ser humano es sistematizada y formulada
Significa esto que el hombre no es tal por lo que tiene de co­ a nivel categorial y reflexivo por los pensadores cristianos (pa­
mún con el resto de la naturaleza, sino por su semejanza con trística y escolástica), cuyos máximos exponentes son san Agus­
Dios. El filósofo griego lo había comprendido como parte del tín y santo Tomás de Aquino. De ellos nos ocupamos ahora.
mundo, el cristiano, en cambio, lo ve como partícipe de la divini­
dad y lo conoce desde Dios37. Se hace evidente el sentido de San Agustín (334-430). Imposible exponer en tan breve espa­
su trascendencia, que permite verlo como persona, de modo que cio un resumen siquiera de la antropología agustiniana. Ni es éste
ya no es un algo, sino un alguien. No deriva de una esencia el lugar ni tampoco nuestro propósito. No obstante indicaremos
universal amorfa, sino que es obra especial de Dios que lo pone los puntos clave que resaltan la originalidad de este pensamiento.
en la existencia en un cara a cara personal con él y lo invita a
participar de su misma vida. Fruto de una llamada creadora, el
38. C. Geni., 1. 3, c. 25. Añade en otra parte: «La semejanza con Dios según
la conformidad de la acción es más perfecta que la conseguida según la confor­
37. «Los filósofos, que siguen el orden natural, anteponen las ciencias de midad de alguna forma»: De Pot., q. 2, a. 4, ad 4; también De verit., q. 10, a.
las criaturas a la divina, a saber, la natural a la metafísica; pero los teólogos 3. Cf. O. González de Cardedal, El hombre «imagen» de Dios en el pensamiento
proceden al contrario, de modo que la consideración del Creador precede a la de santo Tomás, Madrid 1967, 59-118.
consideración de la criatura»: santo Tomás, In Boet., 3, lee. 2, q. 1, a. 4; Summa 39. Cf. J. Ratzinger, Fe en la creación y teoría evolutiva, en H. J. Schultz,
Theologica I, q. 1, a. 1, ad. 2. ¿Es esto Dios?, Barcelona 1973, 242-243.
86 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 87

Con M. Buber tenemos que reconocer que Agustín es el pri­ allí hallé a mi Dios, la misma verdad»44. El camino que condu­
mero que plantea la cuestión genuina del hombre. Lo hace cuan­ ce a Agustín al encuentro con la verdad es la penetración en la
do se propone a sí mismo como objeto de su investigación y de propia conciencia donde irradia la luz divina como poder creativo
su reflexión. El sujeto se hace objeto a la vez. ¿Qué es el hombre incomparable, que ha hecho al hombre a imagen suya, es decir,
que soy yo? Este interrogante es encarado por Agustín en los espíritu como él. «Entré y vi con el ojo de mi alma... una luz
términos siguientes: «Quid enim sum mihi sine te...? Et quis inconmutable, no ésta vulgar y visible a toda carne, ni otra casi
homo est, quilibet homo, cum sit homo?»40. Más concretamente del mismo género, aunque más grande. No era esto aquella luz,
. todavía: «¿Qué soy yo, Dios mío? ¿cuál es mi naturaleza?»41. sino cosa distinta, muy distinta de todas éstas... Estaba sobre mí
No se trata del asombro de todo hombre que piensa, sino de la por haberme hecho, y yo debajo por ser hechura suya. Quien
inquietante búsqueda de lo humano que el sujeto pensante em­ conoce la verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la
prende desde sí mismo. eternidad»45.
Si Aristóteles se había admirado de la presencia del hombre Semejante capacidad de interiorización hace hombre al hom­
en el concierto del cosmos, el de Hipona lo hace ante el gran bre y lo convierte en objeto y campo de su propio conocimiento.
misterio que le brinda su propia experiencia personal. «El hom­ Lo constituye en espíritu, es decir, en sujeto que se pone a sí
bre agustiniano, comenta M. Buber, se asombra de aquello que mismo como objeto. De este modo el hombre sobrepuja a todos
en el hombre no se puede comprender como parte del mundo, los seres trascendiéndolos hacia Dios. Contempla sü propio inte­
como una cosa entre las cosas»42. De esta admiración brota su rior como en un espejo, «porque en el interior del hombre habita
antropología que, aunque todavía no puede considerarse estricta­ la verdad» y «nadie sabe lo que es el hombre, sino el espíritu
mente filosófica, tendrá honda repercusión humanística en toda del hombre que está en él mismo»46.
la filosofía posterior. Con el fin de comprenderla mejor, ofrece­ 2. Unidad de alma y cuerpo. Pero el hombre no es solamente
mos un resumen de la misma, indicando sus momentos clave. espíritu, interioridad pura o luz incandescente. Es también cuerpo
El esquema de la reflexión agustiniana se articula en los pun­ que, al unirse al espíritu, forma una sola realidad. Aunque el
tos siguientes: subjetividad, unidad de alma y cuerpo, imagen alma es el constitutivo principal, tomado en ocasiones por el todo
de Dios. humano47, no por ello queda reducido al solo elemento espiri­
1. Subjetividad. Partiendo de su propia experiencia, san Agus­ tual, sobre todo teniendo en cuenta que Agustín emplea con
tín descubre la subjetividad humana, entendida como autopresen- frecuencia la parte por el todo, como dice él mismo48. El texto
cia y autoconocimiento. Por ella el hombre penetra en su interio­ siguiente es una declaración inequívoca de la función que el san­
ridad y se descubre como luz que lo ilumina por dentro. Luz to atribuye a cada uno de los elementos integrantes del ser huma­
recibida y en diálogo, como comenta H. U. von Balthasar43, pe­ no: «Son tres las partes de que consta el hombre: espíritu, alma
ro suficiente para establecer una diferencia neta con los demás y cuerpo, que por otra se dicen dos, porque con frecuencia el al­
seres (ontológica) y una semejanza con Dios, Verdad increada, ma se denomina juntam ente con el espíritu; pues aquella parte
fuente de todo conocimiento. «Porque allí donde hallé la verdad, del mismo racional, de que las bestias carecen, se llama espíritu;
lo principal de nosotros es el espíritu; en segundo lugar, la vida
44. Confesiones X, 26, 37.
40. «¿Qué soy para mí sin ti...? ¿y quién es el hombre, cualquier hombre,
45. Ibid. VII, 10, 16.
en cuanto hombre?»: Confesiones IV, 1, i, en Obras II, Madrid 1955.
41. Ibid. X, 17, 26. 46. De vera religione, 39, 72; Confesiones X, 5, 7.
47. «El hombre, según aparece al hombre, es un alma racional que usa de
42. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 28.
un cuerpo mortal y terreno»: De moribus Ecclesiae I, 27, 52: PL 32, 1332.
43. «La luz del espíritu humano es una luz que escucha, una luz en diálogo... 48. «Pues el hombre, según lo definieron los antiguos, es un animal racional,
La luz (‘inmanente’) del espíritu, con su espontaneidad..., nunca la podemos mortal. O, según suelen decir nuestras Escrituras, tres almas, puesto que gustan
separar bien de esa suprema luz, y eso constituye precisamente la ‘espiritualidad
designar el todo por su parte mejor, es decir, por el alma, ya que el cuerpo y alma
del espíritu’, su trascendencia más allá del mundo»; H. U. von Balthasar, El pro­
constituyen el hombre entero»: De Trinitate VII, 4, en Obras, Madrid 1948.
blema de Dios en el hombre actual, 126, 129.
88 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 89

por la cual estam os unidos al cuerpo se llam a alma; finalmente, antropología gravitan la filosofía griega, sobre todo Aristóteles,
el cuerpo mismo, por ser visible, es lo último de nosotros»49. y la patrística derivada de la revelación divina.
Es patente el esfuerzo del santo por expresar su concepción Esta presenta al hombre como criatura predilecta de Dios y
unitaria de la persona humana, no sólo por lo que se refiere a frontera entre dos mundos, el corruptible y el imperecedero, el
sus elementos constitutivos esenciales (alma y cuerpo), sino material y el espiritual. En esta perspectiva el Aquinate presta
también en la integración de las tres potencias del alma misma mayor atención al alma que al cuerpo, aunque no olvida la fun-
(memoria, entendimiento y voluntad) en una sola persona, sujeto damentalidad de éste en el hombre52.
único de operaciones y única naturaleza. «Por todas aquellas tres No obstante sigue preguntándose por el constitutivo esencial
cosas recuerdo yo, entiendo yo, amo yo, que no soy ni una me­ del ser humano que lo hace semejante a Dios y lo distingue de
moria, ni una inteligencia, ni amor, sino que tengo estas cosas. las criaturas. Construye, por tanto, su interpretación desde un
Por tanto pueden decirse que son de una persona, que tiene estas punto referencial externo más que desde el análisis de la estruc­
tres cosas, pero que no es ella misma estas tres cosas»50. No tura interna del ser humano. Con este criterio aborda dos cuestio­
obstante hay que reconocer que Agustín hace del alma racional nes fundamentales (fue vertebran su antropología: la unidad sus­
el elemento esencial por el que el hombre es imagen de Dios. tancial del hombre y su dimensión persona53.
«Entendemos que tenemos algo en que está la imagen de Dios,
1. El hombre, unidad sustancial de alma y cuerpo. Sin nece­
a saber, la mente y la razón»51. Este aspecto es fundamental
sidad de plantearse ningún problema ontológico especial, santo
para comprender al hombre agustiniano, que sólo se entiende
desde su relación con Dios. Tomás opta decididamente por la concepción unitaria del ser
humano asumiendo las tesis aristotélicas del De anima y la Etica,
3. Imagen de Dios. No se trata de un nuevo constitutivo del pero dándoles un enfoque nuevo. Entiende al hombre en su en­
ser humano, sino del resultado de los anteriores. La entidad así tronque con Dios, principio y meta del mismo, situándose en la
configurada es la que aparece como imagen de Dios. En efecto, perspectiva bíblica. En ésta nunca aparece formulada la dicoto­
el sujeto humano (unidad de alma y cuerpo) es luz recibida y en mía de alma y cuerpo como espíritu y materia contrapuestos. Las
diálogo, efecto y reflejo de la Luz increada. Escrituras hablan siempre del hombre entero como imagen de
La clave de la antropología agustiniana se encuentra, por Dios, a quien se le promete la resurrección en su ser integral y
tanto, en su metodología. No entiende al hombre desde la compa­ no en una de sus partes. Es un serio correctivo del dualismo y
ración con los seres inferiores, sino desde su comportamiento una clara decantación por la concepción unitaria, en la que tiene
específico, el conocimiento reflexivo y la responsabilidad moral. perfecta aplicación la teoría hilemórfica. No es el alma una enti­
Lo estudia en primera persona como ser que se conoce a sí mis­ dad foránea advenediza, sino la forma sustancial del cuerpo y
mo y responde de sus actos. No obstante esta doctrina, impregna­ dimensión constitutiva del ser humano, cuya característica esen­
da de platonismo, no ve clara todavía la unión sustancial de alma cial es la inteligencia racional. «Decimos que la esencia del alma
y cuerpo. Admite, más bien, una vinculación funcional y operati­ racional se une inmediatamente al cuerpo, como la forma a la
va, establecida sobre una acción recíproca, que se hará sentir materia y la figura a la cera»54. Estas palabras indican que el
claramente en la primera edad media y de manera particular en hombre está dotado de un principio inmaterial, el alma intelectiva
el dualismo cartesiano posterior. Santo Tomás, en cambio, ofrece (espíritu), que es el acto primero estructurante del organismo
una visión netamente unitaria de la realidad humana como tal.

Santo Tomás de Aquino (1225-1274). El segundo pilar del 52. Cf. Summa Theologica I, q. 75, intrd.
53. Cf. A. Dempf, L'homme et son destín d ’aprés les penseurs de moyen
pensamiento medieval cristiano es Tomás de Aquino. Sobre su age, en Actes du Premier Congrés International de Philosophie Médievale, Lou-
vain-Bruxelles 1945. También G. Lafont, Le sens du théme de l'image de Dieu
49. De fide et symbolo, 10, 23: PL 40, 193-194. dans l ’anthropologie de saint Thomas d ’Aquin: Revue des Sciences Religieuses
50. De Trinitate XV, 22; Confesiones XIII, 11. 47 (1959) 560-569.
51. Enarrationes in Psalmos XL, II, 6: PL 36, 480. 54. II Sent., d. 1, q. 2, a. 4.
90 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 91

humano. «Este, pues, primer principio de nuestro entender, ya perado intrínsecamente el dualismo dicotómico de los griegos,
se llame entendimiento o alma intelectiva, es la forma del cuer­ que se suelda en la unidad sustancial de una sola naturaleza o
po... El principio intelectivo es la forma propia del hombre»53. ser uno62.
Por tanto, cuerpo y alma no son dos sustancias subsistentes 2. El hombre es persona. En un paso ulterior de su discurso,
que se acoplan para formar al hombre, sino dos coprincipios santo Tomás descubre en la inteligencia el constitutivo esencial
constitutivos que lo configuran como tal, de modo que puede específico del ser humano y la clave de su parecido con Dios.
decirse que todo él es alma y todo cuerpo. «El cuerpo y alma En efecto, la persona, que es el grado supremo en el orden de
no son dos sustancias existentes en acto, sino que de ellas resulta la sustancia63, no es un algo indeterminado, sino un alguien au­
una sola sustancia en acto. En efecto, el cuerpo del hombre no tónomo e independiente. Y esto, porque, merced a su entendi­
está igualmente en acto cuando el alma está presente que cuando miento racional, como forma del cuerpo, ejerce pleno dominio
está ausente, sino que el alma lo hace ser en acto»5556. sobre sí misma y sobre las cosas y se asemeja a Dios con quien
Traducida al lenguaje actual, esta interpretación quiere decir guarda una relación locutiva64. Por eso se la puede llamar ser
lo siguiente: el ser humano concreto es la realidad única del adloquiado por Dios, como últimamente ha dicho Jüngel.
«ser-en-sí» del alma que se realiza (historiza) «siendo-fuera-de- En razón de este poder cognoscitivo el hombre se abre al ser
sí» informando al cuerpo57. Resumiendo, en la doctrina que pre­ en toda su extensión, lo conoce como tal y se identifica con él
sentamos, el hombre no queda reducido a ninguno de sus elemen­ de alguna manera y, en consecuencia, lo ama. «Cada sustancia
tos constitutivos, sino que es resultado de la unión de ambos. intelectual es en cierto modo todas las cosas, en cuanto que com­
Lejos de admitir la creación del alma independientemente del prende todo el ser por su entendimiento»65. Todo hombre, añade
cuerpo, el santo la concibe de consuno, porque el que es creado el santo; «posee una aptitud natural para conocer y amar a Dios;
de hecho es el hombre todo entero. «El alma, al ser parte de la dicha aptitud consiste en la misma naturaleza de la mente, que
naturaleza humana, no posee su perfección natural sino en cuanto es común a todos los hombres»66. Aquí radican, por tanto, la
unida al cuerpo. Por eso no sería conveniente que fuera creada
trascendencia y libertad humanas, que explicamos a continuación.
sin el cuerpo... Pero siendo naturalmente forma del cuerpo, (el
alma) no debió ser creada separadamente, sino en él»58. Y aun­ a) Conocimiento intelectivo, base de la trascendencia huma­
que reconoce al mismo tiempo la inmaterialidad y subsistencia na. Por el conocimiento el hombre se sobrepuja a sí mismo y se
del alma59, no por ello deja de considerar al hombre entero to­ instala en el área de la realidad como tal. Se hace con el ser de
talmente anímico y totalmente corpóreo, esto es, una entidad sus­ las cosas y se dirige al Absoluto, pero no de modo adicional y
tancial corporeoespiritual única, que más tarde traducirá X. Zubi- adventicio, sino por razón de su propia urdimbre y constitución
ri por sustantividad única, a saber, alma corporeizada o cuerpo esencial, por su capacidad intelectiva. «En su misma acción cons-
animado60. En definitiva, se trata de un solo principio entitativo,
de una sola sustancia y sujeto único61. De este modo queda su­
62. Cf. J. B. Metz, Antropocentrismo cristiano. Sobre la forma de pensamie­
55. Summa Theologica I, q. 76, a. 1 y 3. nto de Tomás de Aquino, Salamanca 1972, 91-92.
56. C. Geni., 1. 2, c. 69. 63. «Aquello que es completísimo en el género de la sustancia»: C. Gent.,
57. Cf. III Sent., d. 5, q. 3, a. 2. 1.4, c. 18. «Máxima plenitud en la sustancia»: III Sent., d. 5, q. 3, a. 5. «Sustancia
completa, en sí misma subsistente, con independencia de otro sujeto»: Summa
58. Summa Theologica I, q. 90, a. 4 c y ad 1. Theologica III, q. 16, a. 12, ad 2.
59. «Lo que llamamos alma del hombre es un principio incorpóreo y subsis­ 64. «Es necesario decir que el entendimiento, que es principio de operación
tente»: Summa Theologica I, q. 75, a. 2. intelectual, es la forma del cuerpo humano... Este principio, pues, por el que
60. «El alma se une al cuerpo por razón de su naturaleza... Es natural al alma entendemos primeramente, se llama entendimiento o alma intelectiva, es la forma
estar unida al cuerpo», esto es, animar al cuerpo: C. Geni., 1. 2, c. 68. Por eso del cuerpo»: Summa Theologica I, q. 76, a. 1 y 3. «El alma se une al cuerpo por
«es el mismo hombre el que percibe, es el mismo el que entiende y siente»: el entender»: De anima, q. 8, ad. 15.
Summa Theologica I, q. 76, a. 1. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid 1986, 65. C. Gent., I. 3, c. 112.
462, 465, 474s.
66. Summa Theologica I, q. 93, a. 4.
61. C. Gent., 1. 2, c. 57 y 58.
92 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 93

titutiva, nuestro entendimiento se halla abierto al infinito»67, medida el hombre es ser, habida cuenta de las características
Esta nota es la característica propia del espíritu que, como enti­ especiales que acompañan a la intelección y volición humanas,
dad abierta al ser, se hace acreedor de Dios, plenitud de ser, y pe todos modos debemos recordar que hasta la edad moderna
se asemeja a él68. no se pone la primera piedra del edificio de la antropología filo­
b) E l conocimiento, fuente de la libertad. En la medida en sófica en sentido propio72.
que el hombre se conoce a sí mismo y a las cosas, se adueña de
su propio ser y se libera de las cosas. De esta manera puede
disponer de sí y de sus actos y orientarse, por encima de los c) Edad moderna
seres finitos, al infinito y realidad por excelencia, al ser sin más,
a Dios que acapara su atención. Esta apertura ilimitada le permite Dejando a un lado el eje de la humanitas grecorromana y cris­
retornar sobre sí mismo y alcanzar su plena subjetividad (verse tiana, pero sin alejarse completamente de él, el pensamiento va
por dentro), liberándose del entorno y alzándose por encima de a discurrir por la senda de la autoconciencia. Sin necesidad de
las cosas hacia el Absoluto, meta de su realización. «Cuanto más recurrir a elementos foráneos, descubrirá en la propia intimidad
permanezca el alma sometida a Dios, tanto más se someten en la razón nuclear del fenómeno humano, la personalidad.
el hombre los inferiores a los superiores»69. «El fin último del Con la nueva física de Galileo (1564-1642) y Kepler (1571-
hombre (su felicidad) es su autorrealización suprema»70. Llegar 1630) y la anterior revolución de Copérnico (1473-1543), la ima­
a Dios, suprema realidad, es para el hombre el modo de com­ gen antigua del mundo físico hace crisis y deja al hombre a la
prenderse a sí mismo y de obtener el rango ontológico que le intemperie ante los espacios infinitos que lo abruman y lo con­
corresponde con plena autonomía de las cosas. Ahora bien, esta vierten en minúscula partícula sin asideros y carente de significa­
operación es obra del entendimiento que le permite descubrir la ción propia.
relación con las cosas y saber a qué atenerse respecto de ellas. Semejante visión de la realidad cósmica y el pesimismo antro­
De esta concepción del hombre se deduce una consecuencia pológico que comporta contribuyen al nacimiento de la filosofía
importante: el ser humano no es una cosa entre las cosas, un mi­ moderna basada en la clara intención de reivindicar el puesto y
crocosmos, como pensaron los griegos, sino la cima de la crea­ valor singular de la razón humana, pues es ella la que, en defini­
ción entera. Representa la síntesis más perfecta del devenir cós­ tiva, descubre la estructura del universo y comprende su ser.
mico, a la vez que se constituye en permanente tensión al Abso­ Lejos de sentirse elemento insignificante de este inmenso con­
luto71. Se encuentra inserto en un orden objetivo universal fun­ cierto, el sujeto racional humano es la viva expresión y encam a­
damentado en Dios, de modo que carece de sentido plantear su ción real de esa «razón universal» que confiere vida a todo por
problema desde sí mismo sin tener en cuenta la realidad de Dios. el pensamiento. Esta será la empresa de la nueva antropología
La cuestión antropológica se trasciende de este modo en una que alborea con la modernidad.
cuestión teológica, sin que por ello deje de preguntarse en qué El hombre de este período histórico emprende un movimiento
hacia dentro de sí mismo con el fin de encontrar en su interior
la clave de su misterio y la defensa del peligro del mundo exter­
67. C. Gent., 1. 1, c. 43; Cf. Summa Theologica I, q. 78, a. le.
no. En este movimiento se descubre como pensamiento y activi­
68. Cf. De verit., q. 22, a. 2c. Cf. J. B. Metz, Aníropocentrismo cristiano,
dad mental. La res cogitans de Descartes, la caña pensante de
Sobre la forma de pensamiento de Tomás de Aquino; K. Rahner, Espíritu en el
mundo, Barcelona 1963, 170ss. Pascal y el yo trascendental de Kant son pura subjetividad sin
69. Summa Theologica I, q. 95, a. 1 y 3; q. 6, a. 1; De malo, q. 3, a. 7; q. ventanas al exterior. Puro acontecimiento espiritual o poder ocul­
4, a. 1. to que, al carecer de soporte existencial concreto, diluye su liber-
70. C. Gent., 1. 3, c. 38; Summa Theologica I-1I, q. 3, a. 2 y 5; q. 55, a. 2,
ad 3.
71. «El último grado de toda generación es el alma humana, y a ésta tiende 72. Cf. W. Dilthey, Auffassung und Analyse des Menschen im 15. und 16.
la materia como a su última forma... El hombre es, pues, el fin de toda genera­ Jahrítundert, Gottingen 1958-1962,1-90. También B. Groethuysen, Antropología
ción»: C. Gent., 1. 3, c. 22. filosófica, Buenos Aires 1951.
94 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 95

tad y se pierde como individuo, como ser independiente y autó­ Mientras el cuerpo no pasa de ser mera estructura material
nomo en el seno de una racionalidad universal amorfa73. ajena a la actividad específica del yo, el alma, en cambio, consti­
Si es verdad que todavía no puede hablarse de verdadera tuye la parte esencial que distingue al hombre de los seres mate­
antropología filosófica, porque no se estudia al hombre como un riales, haciéndolo capaz de emitir juicios y formular razonamien­
todo integral, sino que se le reduce a una de sus partes, la razón, tos. Es el hombre propiamente reducido a pensamiento. «Concibo
no es menos cierto que en esta forma de pensamiento se encuen­ ’níúy bien que mi esencia consiste sólo en ser algo que piensa,
tra el germen del nuevo paradigma de lo que más tarde será o en ser una sustancia cuya esencia o naturaleza toda es sólo
auténtica filosofía del ser humano. El descubrimiento d¡e la subje­ pensar»76.
tividad y el conocimiento del yo constituyen un podeYoso fer­ No obstante Descartes se siente uno con su cuerpo, al que no
mento y precioso hallazgo que orientarán la búsqueda que cam­ considera como simple objeto ni emplea a capricho como mero
pea en nuestro tiempo74. instrumento que se abandona cuando no es necesario. El hombre
Tres son los pensadores que cubren este período marcado por Descartes se experimenta a sí mismo cómo «una sola persona
el nuevo planteamiento de la cuestión antropológica. Me refiero que tiene conjuntamente un cuerpo y un pensam iento»'7. Con
a R. Descartes (1596-1650), a J. G. Herder (1744-1803) y a G. ello da a entender que la desnaturalización e instrumentalización
W. F. Hegel (1770-1831). Es verdad que no son los únicos que del cuerpo tiene lugar solamente en la reflexión filosófica del
piensan de este modo, pero sí los más significativos y exponentes autor y no en sus vivencias personales. A pesar de todo hay que
más claros de la filosofía de esta época en sus diversos momen­ mantener la concepción dual del hombre en Descartes, que susti­
tos. En torno a ellos se hilvana la concepción del hombre de la tuye la unidad sustancial humana por la unión operacional. Los
modernidad (racionalismo, ilustración e idealismo). textos siguientes son un aval de lo que decimos. «Cuando Dios
una un alma racional a esta máquina, le dará su sede principal
Descartes y el racionalismo. En el siglo XVII la filosofía se en el cerebro»78. «El alma tiene su sede principal en la pequeña
emancipa de la teología de la mano de R. Descartes. Sin aban­ glándula que hay en medio del cerebro»79. «Que el espíritu, que
donar sus creencias religiosas, Descartes estudia al hombre, como es incorpóreo, pueda hacer mover al cuerpo, ningún razonamiento
indicábamos al comienzo de este capítulo, en la medida en que ni comparación sacado de las demás cosas nos lo muestra, sino
puede ser observado directamente, haciendo de la dimensión una certísima y evidentísima experiencia diaria»80.
corpórea objeto de las ciencias naturales, mientras que somete En resumen podemos decir que la acción y complementarie-
el espíritu a la reflexión de la razón. Renace así un exacerbado^ dad de alma y cuerpo, en Descartes, obedecen a una concesión
dualismo, del más puro estilo platónico, que presenta al hombre a la experiencia que viene a contradecir sus mismos principios
como máquina accionada por un agente espiritual. Dos realidades doctrinales. En este sistema el alma (res cogitans) y el cuerpo
heterogéneas que se interaccionan sin más nexo que el de la (res extensa) son irreconciliables entre sí como entidades dife­
conjunción operativa. Sin detenerse a exponer el contenido y rentes81.
funcionamiento de semejante intercomunicación, el filósofo galo
Contemporáneo de Descartes y de la misma línea, a pesar de
ve en el alma el elemento sustantivo del yo humano, consideran­ sus diferencias, es Blas Pascal (1623-1662), que mitiga los exce-
do al cuerpo como mero instrumento. «Yo me consideraba en
primer término como poseedor de un rostro, de unas manos, de
unos brazos, y de toda esta máquina compuesta de hueso y carne, 76. R. Descartes, Meditations de lapremiérephilosophie VI, 97, en Oeuvres
tal como aparece en el cadáver, a la cual designaba con el nom­ VII, 78. También Discours de la méthodo IV, en Oeuvres VI, 33.
bre de cuerpo»75. 77. R. Descartes, A ¡sabelle, 28-VI-1643, en Oeuvres III, 694.
78. R. Descartes, Traite de Vhomme III, 28, en Oeuvres XI, 143.
73. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, Madrid 1988, 44-45. 79. R. Descartes, Traité des passions de l ’áme I, 34, en Oeuvres XII, 354-
74. Cf. María.s, J., El tema del hombre, Madrid 1968, 152. 355.
75. R. Descartes, Meditation seconde, en Oeuvres IX, 20, ed. Adara y Tan- 80. R. Descartes, Lettre a Arnauld, 29-VII-1648, en Oeuvres II, 30-31,222.
nery, París 1973, 20. 81. Cf. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del otro I, Madrid 1968, 39-55.
96 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 97

sos cartesianos, apelando a los sentimientos del corazón como y pensamiento son dos de los atributos infinitos de la sustancia
expresión pragmática de la realidad humana. El yo pienso de infinita {natura naturans) conocidos por el hombre porque él es
Descartes es sustituido por la caña pensante pascaliana, cons­ su manifestación y resultado (natura n a tu ra td f6.
ciente de su fragilidad constitutiva y de su inconsistencia sólo No ve Spinoza al hombre desde su relación con Dios. Lo en­
sostenida por el favor de Dios., La conciencia de pequeñez es lo tiende, más bien, como Dios mismo o modo de ser suyo. Pero,
esencial del hombre, a la par que fuente de su grandeza. «La como Dios es la naturaleza misma (Deus sive substantia sive
grandeza del hombre es importante porque se conoce miserable. natura), el hombre resulta ser un ente exclusivamente natural,
Un árbol no se conoce miserable»82. «El hombre no es más que una parte de esta gran naturaleza que se afana denodadamente
una caña, la más débil de la naturaleza; pero una caña pensante... por permanecer en el ser. El hombre es, en definitiva, el ente en
Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento»83. Es el que Dios tiene conciencia de sí mismo a través de la mente
ésta una de esas verdades que se deben más al corazón que a la humana87. «La mente humana es una parte del entendimiento
razón. infinito de Dios; y por esto, cuando decimos que la mente huma­
La originalidad antropológica de Pascal consiste, por tanto, na percibe esto o aquello, no decimos otra cosa sino Dios, no
en afrontar el problema del hombre, ser paradójico, a la luz de en cuanto que es infinito, sino en cuanto se explica por la natura­
los principios cristianos donde encuentra la respuesta verdadera leza de la mente humana, o sea, en cuanto constituye la esencia
al angustioso interrogante de este ser efímero que da su justa de la mente humana»88.
medida en su autosuperación. Sólo desde el propio pensamiento
y desde Dios es comprensible el ser humano. «No es en el espa­ J. G. Herder (1744-1803) y la ilustración. El dualismo antro­
cio donde debo buscar mi dignidad, sino en el arreglo de mi pológico de la etapa anterior, explícito en la filosofía de Descar­
pensamiento... Por el espacio, el universo me comprende y me tes, es contrarrestado después en el idealismo alemán vinculado
devora como un punto; por e! pensamiento, yo lo comprendo...». a Kant, Fichte, Hegel y Schelling. Nos fijamos especialmente en
«El hom bre sobrepasa infinitam ente al hom bre... Escucha a Kant como preámbulo, por ser el primero que plantea explícita
Dios»84. y formalmente la cuestión del hombre a nivel filosófico en sus
Semejante exaltación del yo que piensa conducirá a la identi­ cuatro célebres preguntas, por más que su respuesta no cristalice
ficación del espíritu humano con Dios, que, a su vez, deifica a en una antropología sistemática89. Después centraremos nuestra
la razón humana. Lo que en Descartes no pasa de ser simple atención en J. G. Herder, al que podemos considerar punto de par­
germen alcanzará su consumación en el panteísmo spinoziano tida de la antropología filosófica moderna. En su obra se encuen­
y más explícitamente en el monismo de Hegel, como veremos tran ya los rasgos fundamentales de la visión del hombre que más
más adelante. tarde desarrollarán ampliamente los antropólogos A. Gehlen, A.
La inteligibilidad del universo por parte de la mente humana Portmann, K. Lorenz y otros actualmente en boga. Terminaremos
la convierte en creadora y ordenadora del mismo y, por lo mis­ este apartado con un apunte sobre la antropología de Hegel donde
mo, en Razón divina. Este es el paso que B. Spinoza (1632-1677) el hombre alcanza su grado máximo de espiritualismo.
da sin vacilaciones, al sostener que el espíritu humano conocedor /. Kant (1724-1804). No es el suyo un sistema propiamente
y amante de Dios es el mismo amor con que Dios se ama y el antropológico, como hemos indicado, ya que no acaba dé formu­
mismo conocimiento con que se conoce a sí mismo85. Extensión lar un concepto completo del hombre en su unidad totalitaria.

82. B. Pascal, Pensamientos, 182. Tomados de la traducción de C. R. Dam- 86. «La mente humana tiene un conocimiento adecuado de la existencia
pierre, B. Pascal. Obras. Pensamientos. Provinciales. Escritos científicos.'Opús- eterna e infinita de Dios»: ibid., p. II, props. XLVII.
culos y cartas, Madrid 1981. 87. Cf. M. Buber, ¿ Qué es el hombre?, 34-37.
83. Ibid., 200. 88. Etica, p. II, props. XI,
84. Ibid., 122 y 131. 89. «¿Qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me es permitido esperar?
85. «El intelectual amor de la mente a Dios es una parte del amor infinito ¿qué es el hombre?»: I. Kant, Obras completas, ed. E, Cassirer, VIII, 343 = WW
con que Dios se ama a sí mismo»: Etica, p. V, props. XXXVI. IX, 25.
\

98 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 99

En su intento por fundamentar la verdad sobre el hombre, conci­ J. G. von Herder, contemporáneo de Kant, viene siendo consi­
be a éste como alma que sabe, actúa y espera90. derado como el punto de partida de la antropología filosófica
A la pregunta «¿qué es el hombre?» no da una respuesta an­ actual por el arsenal de datos antropológicos que lega a la poste­
tropológica estricta. Más bien sitúa al hombre en el seno de una ridad. De él escribe A. Gehlen que bosquejó los rasgos capitales
racionalidad trascendental infinita, ámbito y forma de todo cono­ de la visión científica del hombre. Es, por tanto, punto obligado
cimiento, que impone al individuo humano o yo empírico unos de referencia para su estudio filosófico. Exponemos brevemente
moldes que lo configuran como pensamiento limitado en tensión su pensamiento.
constante hacia un sujeto trascendental. En esta quebrada o exci­ Dos son los aspectos o dimensiones que destacan en la con­
sión sitúa Kant al hombre. «(La ley moral) eleva mi valor como cepción herderiana del hombre: la retardación y el autoperfec-
inteligencia infinitamente, en virtud de mi personalidad, en la cionamiento, obra de la libertad. Esta última faceta implica unos
cual la ley moral me revela una vida independiente de la animali­ elementos que conforman la estructura natural del ser humano.
dad y aun de todo el mundo sensible, por lo menos en la medida A saber, la razón, la alteridad y la trascendencia. Los tres lo
en que pueda inferirse de la destinación finalista de mi existencia configuran, en último término, como imagen de Dios95.
en virtud de esta ley, destinación que no está limitada a las con­
diciones y límites de esta vida»91. 1. Retardación. Herder pone de manifiesto el aspecto caren­
Por consiguiente, el hombre kantiano no es más que una parti­ cial del hombre en comparación con los demás animales para
cipación finita del ser y del saber infinitos. Un yo finito, reflejo hacer frente al entorno. Mientras la vinculación del animal con
de otro infinito, cuya captación exacta no es posible desde la su medio es consustancial y cuenta con los medios necesarios
autoconciencia92. Ante esta imposibilidad, Kant se queda con para su defensa y desarrollo, el hombre, en cambio, se siente a
lo que en el hombre le parece lo más relevante y fundamental, la intemperie porque carece de los instrumentos adecuados. Es
la razón o capacidad de conocer. De esta capacidad hace el obje­ un ser débil, temeroso y desvalido que se va haciendo a medida
to de la antropología, definida por él mismo como la «ciencia que evoluciona como ser unitario y no compartimental ni estrati­
del conocimiento del hombre sistemáticamente desarrollado»93. ficado. «Es seguro que el hombre está muy atrás del animal en
En una palabra, Kant no concibe al hombre como resultado fuerza y seguridad del instinto; también es cierto que no tiene
de la evolución natural o producto de la dialéctica económica en absoluto eso que en tantos géneros de animales llamamos
y social, sino como espíritu que construye lo real penetrando ios facultades o impulsos innatos»96. Esta carencia va a ser el punto
diversos dominios del ser y se constituye como fin en sí. No es de arranque de su desarrollo como ser humano y, por tanto, la
un ser más de la naturaleza y en relación con ella, sino una per­ raíz de su distinción específica.
sona en su calidad de conciencia de deber y de responsabilidad. 2. Autoperfeccionamiento. Pero si es cierto el retraso inicial,
Un ser sin ventanas al exterior que se construye recluyéndose no lo es menos el alto grado de desarrollo y perfección adquirido
en su interioridad de espíritu finito. La personalidad, para Kant, por encima del animal. La debilidad sensitiva e instintual es
es la responsabilidad misma94 que brota del acto de conocer. suplida con creces por la perfección del cerebro que lo capacita
para ejecutar acciones que sobrepasan sus facultades naturales.
90. «Yo, como pensante, soy un objeto del sentido interior y me llamo alma»; El hombre se m uestra como ser progrediente que se hace a sí
I. Kant, Crítica de la razón práctica, Buenos Aires 1973, 116.
91. I. Kant, Crítica de la razón práctica, 171.
92. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, Salamanca
1993, 250-253. También M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 12-16, 40. 95. Nuestra exposición se basa en su obra: Ideas para una filosofía de la
93. Cf. I. Kant, Anthropologie in pragmatischer Hinscht, en Werke VÍ, Wies- historia de la humanidad, Buenos Aires 1959 y en los estudios de A. Gehlen,
baden 1964, 399. Cf. N. Hinske, Kants Idee der Anthropologie, en Die Frage nach El hombre, Salamanca 1987 y Antropología filosófica, Barcelona 1993, 63-65.
dem Menschen, Freiburg i. Br. 1966. También M. Heidegger, Kant y el problema Emplearemos también el comentario de W. Pannenberg, Antropología en perspec­
de la metafísica, México 1954, 171-182. tiva teológica, Salamanca 1993, 53-98.
94. Cf. I. Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid 96. Citado por A. Gehlen, El hombre, 95. Cf. Id., Antropología filosófica,
1969, 36-37. 63-64.
rv

100 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 101

mismo en el ejercicio de sus facultades específicas. «No somos circunstancias en el curso de la vida... en definitiva con toda la
propiamente hombres aún, pero llegamos a serlo día a día»97. cadena que form a la especie»101.
El germen y, a la vez, factor de este perfeccionamiento es la
razón y su derivado, la libertad. Ambas introducen una evidente 3. Trascendencia. Es la meta del progresivo perfeccionamien­
novedad en el proceso evolutivo ordinario que denota la presen­ to del hombre, cuyo destino último solamente es alcanzable en
cia de un principio originario distinto. Razón y libertad son sig­ un género de existencia completamente distinto. Nuevo nivel de
nos y expresiones del alma, obra de la intervención especial de rea lid ad ciertamente, pero esbozado ya en la vida terrena por la
Dios, que marca la pauta del desarrollo humano. Esta es la raíz orientación impresa en su mismo crecimiento102.
de su semejanza divina: el hombre es imagen de Dios. «En el Los tres elementos citados, razón, solidaridad y trascendencia,
alm a de hombre grabaste tu imagen, la religión y el sentido hu­ son los configuradores de la estructura humana haciendo del
manitario. Los contornos de la estatua ya están prefijados, ocul­ hombre un ser esencialmente distinto y superior al resto de los
tos en la masa del mármol; sólo el trabajo de esculpirla no lo seres. Este ser singular es presentado por la fe cristiana como
puede realizar éste por sí solo»98. imagen de Dios. Visión confirmada y esclarecida por los hallaz­
Del análisis del autoperfeccionamiento humano deduce Herder gos de las ciencias del hombre y de la antropología filosófica,
los elementos y dimensiones constitutivas del hombre. Enumera que hacen del dinamismo y la libertad notas típicas de la progre­
estas tres: razón, solidaridad y trascendencia. siva humanización de la persona humana. La clave de ello es,
1. Razón. Aparece en la orientación impresa en la vida huma­ para Herder, la plasticidad propia del existente humano que lo
na hacia su fin último frente al desorden y al azar. Pero la meta aboca tanto a su perfectibilidad como a su corruptibilidad103.
última es Dios mismo, ideal de toda perfección. Inicialmente la En este sentido la influencia de agentes externos no añade ele­
razón es mera disposición y simple capacidad que se va desarro­ mentos nuevos y complementarios a la naturaleza del hombre.
llando en el constante ejercicio de sí misma con la ayuda de Solamente mueven su razón en el cumplimiento y desarrollo de
otros hombres. Este perfeccionamiento es una obra conjunta en la disposición inserta en su ser alentada por la providencia divi­
la que está comprometida la especie humana entera, sin que por na104.
ello se prescinda del esfuerzo personal de cada uno99. En una Resumiendo, la concepción herderiana del hombre como ima-
palabra, la formación del hombre ha sido confiada «a su propio go Dei incluye su participación activa en el proceso de perfec­
cuidado y al de sus semejantes»100. ción como momento de la misma actuación de la providencia
divina. Ello es posible por el carácter progrediente del ser huma­
2. Solidaridad. Es resultado del elemento anterior, puesto que no, que la antropología actual ha traducido correctamente por
el perfeccionamiento se lleva a cabo únicamente con el concurso historicidad.
de los demás. Pero esta operación sería imposible sin la dimen­ W. Pannenberg ha sabido poner de relieve la repercusión de
sión de alteridad esencial al ser humano basada en la apertura estas ideas en la antropología filosófica contemporánea, de mane­
ontológica constitutiva. «Toda su estructura humana está conecta­ ra especial en H. Plessner, M. Scheler y M. Merleau-Ponty, don­
da con unos padres, mediante una generación espiritual llamada de destacan ios aspectos de incumplimiento, autosuperación,
educación, lo mismo que con sus amigos, maestros y todas las distanciamiento y autotrascendencia105.
Incumplimiento, porque el hombre es un ser inacabado que
97. Citado por S, H. Sunnus, Die Wurzeln des modernen Menschenbildes sólo llega a su plenitud en un orden nuevo superior. Autosupera-
beiJ. G. Herder, NUrnberg 1971, 86.
98. J. G. Herder, Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad
IX, 5, 2, 101. ¡deas para una filosofía de la historia de la humanidad IX, 1.
99. «Cada hombre se hace hombre solamente a fuerza de educación y porque 102. Cf. ibid. V, 5.
toda la especie no viene sino en esta cadena de individuos»: Ideas para ima 103. Cf. ibid. IX, 1.
filosofía de la historia de la humanidad IX, 1. 104. Cf. W. Pannenbeig, Antropología en perspectiva teológica, 65-66.
100. Citado por A. Gehlen, El hombre, 264. 105. Cf. ibid., 74-92.
X

102 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 103

ción, porque, reducidos los primitivismos orgánicos originarios Hegel abunda en esta idea, pero lleva al extremo el giro an­
surge en el hombre una energía nueva calificada por algunos tropológico iniciado en el racionalismo hasta alcanzar cotas que
antropólogos como espíritu. Distanciamiento, porque el hombre no imaginaron ni Descartes ni el mismo Kant. Hegel desposee
es capaz de situarse frente a lo que no es él sin sumirse en ello. a la persona por completo en favor de la Razón del mundo y del
Es lo que se viene llamando ex-centricidad, apertura o poder de Espíritu absoluto.
objetivación. Autotrascendencia, porque el hombre puede superar Es cierto que inicialmente parte del hombre real, definido co­
los propios impulsos instintivos y situarse por encima de lo in­ mo luz propia110, pero en su madurez se fija directamente en
mediato. Es algo que madura en el decurso vital del individuo la razón universal, cuya consumación y plenitud como autocon-
y que los antropólogos consideran característica peculiar de lo ciencia es el individuo humano en el cénit de su perfección. Por
humano. eso hace del hombre la historización del Absoluto, su realización
En una palabra, para Herder, el hombre llega a ser tal por su dialéctica a través de los avatares de la existencia individual y
subjetividad, sin que ésta sea la causa última de su crecimiento, colectiva. Esta tesis apaga la originalidad dé la pregunta por el
sino el hecho de ser imagen de Dios. Una meta que el hombre con­ hombre y acaba con las pretensiones de la antropología filosófica
sigue al contacto con las cosas, en el trato con los demás hombres como ciencia especial. Sumergido el yo humano en el proceso ■
y en la tendencia hacia Dios, horizonte y destino. Sólo en referen­ dialéctico del Espíritu, queda reducido a un momento de la con­
cia a Dios accede el ser humano completamente a sí mismo106. ciencia del Absoluto y pierde su singular originalidad111.
De todas formas no es fácil expresar esta compleja antropo­
G. W. F. Hegel (1770-1831) (idealismo). Aun reconociendo logía en pocas palabras. Para facilitar su comprensión, trazamos
los datos antropológicos aportados por Fichte (1762-1814) y por los rasgos más significativos, entre los que sobresalen tres funda­
Schelling (1775-1844), nos vemos obligados a sobrevolar estos mentales; el hom bre como espíritu, como ser en devenir y como
pensamientos y centrarnos en Hegel, si bien dejamos constancia ente comunitario. Los describimos rápidamente.
del concepto del yo acuñado por ellos. Fichte lo concibe como
realidad dinámica y actividad esencial, reflejo y punto de apoyo 1. El hombre es espíritu. Este aspecto lo distingue de la na­
turaleza. Un segundo mundo por encima del natural por el que
del Absoluto, que se realiza poniendo frente a sí el no-yo. Como
ha dicho P. Laín Entralgo, el yo de Fichte es ojo y no espe­ el ser humano aparece como instrumento de la acción del Espíri­
jo 107. Sin lo otro y sin los otros no sería posible el yo humano tu. «Siempre es el hombre un ser en quien el Espíritu es acti­
fichteano108. vo»112. La raíz de este fenómeno son el pensamiento y la refle­
Schelling, por su parte, en diálogo también con Hegel, cifra xión con base en la interioridad. Porque se sabe a sí mismo y
el fundamento de la antropología en la naturaleza entendida en se abre a la universalidad del ser es por lo que el hombre, como
espíritu, se diferencia del animal. «Es un ser pensante; pero pen­
clave idealista. Por eso desarrolla la idea del yo como realidad
que se hace frente al no-yo o mundo de las cosas y de las perso­ sar es saber de lo universal... Yo soy lo interno, simple; y sólo
por cuanto pongo el contenido en lo simple, hácese universal e
nas. El yo humano se desarrolla poniendo y venciendo, a la vez,
al no-yo, a lo otro que el pensamiento109. ideal»113.

110. «En cada hombre están la luz y la vida; él es la propiedad de la luz;


106. Cf. ibid., 87, 90. y no es iluminado por una luz a la manera de un cuerpo opaco que muestra un
107. Cf. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del otro I, Madrid 1968, 102- resplandor que le es ajeno, sino que se enciende con su propia materia ígnea y
105. su llama le es propia»; G. W. F. Hegel, El espíritu del cristianismo y su destino,
108. «El hombre sólo entre hombres llega a ser hombre; y puesto que no citado por M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 42.
puede ser sino hombre, y no sería en absoluto si no lo fuese, debe haber hombres 111. Cf. I. Fetscher, Hegels Lehre vom Menschen, Stuttgart 1970.
y éstos tiene que ser varios»; J. Fichte, Grundlage des Naturrechtes, en Werke 112. G. W. F. Hegel, Vorlesungen iiber die Philosophie der Weltgeschichte,
II, 43, ed. de Fr. Medicus, 1908-1912. introducción general, II, la. Tomamos la traducción de J. Marías, El tema del
109. Cf. J. Marías, El tema del hombre, Madrid 1968, 223-237; H. Heimo- hombre, 239.
soeth, La metafísica moderna, Madrid 1965, 165-230, 272-290. 113. Ibid. II, Ib, en J. Marías, El tema del hombre, 240.
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104 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 105

Este principio nos da la clave de la antropología hegeliana, definitorio del hombre en tanto que hombre, porque ambas con­
que se asienta en la conciencia reflexiva entendida como relación ciencias son luz que ilumina la identidad humana. La distinción
entre dos elementos, el yo que sabe y el objeto sabido. Resultado entre ambas queda intacta, sin embargo, ya que cada una refleja
de este encuentro es la conciencia o acto de saber que, cuando la luz según su propia inmediatez existencial. El cuerpo es el
tiene por objeto al propio yo, se hace autoconciencia, sede primi­ vehículo de esta intercomunicación.
genia del espíritu y yo subsistente. «En la autoconciencia inme­ Los siguientes textos avalan nuestras consideraciones: «La na­
diata, el simple yo es el objeto absoluto, pero que es para noso­ turaleza de la humanidad reside en tender apremiantemente hacia
tros o en sí la mediación absoluta y que tiene como momento el acuerdo con los otros y su existencia se halla solamente en la
esencial la independencia subsistente»114. Más concretamente: comunidad de las conciencias llevada a cabo»119. «El espíritu
«El hombre, como espíritu, no es algo inmediato, sino esencial­ de la comunidad es así, en su conciencia inmediata, separado de
mente un ser que está vuelto sobre sí mismo»115. La autocon­ su conciencia religiosa, la que proclama, ciertamente, que estas
ciencia, por tanto, es la esencia del espíritu; en la medida en que conciencias no están separadas en sí, pero un en sí, que no se ha
la posee el hombre, es y se le llama espíritu116. realizado o que no ha devenido todavía absoluto ser para sí»120.
2. El hombre es ser en devenir. La autoconciencia no es tran­ En opinión de Hegel, mientras dure la historia, la relación
quila posesión de sí misma. Es impulso y actividad pura que obra entre las conciencias de sí será imperfecta e inconclusa. Sólo
siempre en función de unos fines determinada por lo universal: llegará a su cumplimiento y absoluta perfección cuando los hom­
«El hombre debe determinar qué fin debe ser el suyo, pudiendo bres aprendan a contemplarse unos en otros por vía de identidad.
proponerse como fin incluso lo totalm ente universal»117. En En ese momento saldrá a la luz la conciencia de sí general. Es
esta autodeterminación se realiza el hombre sin que nunca llegue el momento del «reino del Espíritu», la síntesis total, el Absoluto.
a su plenitud, porque lo universal lo sobrepasa infinitamente. Es, Este largo proceso, cuya fuerza de crecimiento es la abstrac­
por tanto, un deber ser más de lo que es en cada momento, de ción progresiva de lo sensible, consiste en la transformación de
modo que, gracias a su conciencia, se sobrepuja a sí mismo y la conciencia de sí imperfecta en conciencia de sí plena mediante
se cumple como resultado de su propia actividad. el encuentro interpersonal. Este, además de cooperación entre
Si aparece al principio como mera posibilidad, una vez cumpli­ personas, es forma de ser, dimensión ontológica del hombre, que
da su obligación radical, se presenta como hechura de sí mismo, solamente alcanza su plenitud en la integración en una unidad
a diferencia del animal que todo lo encuentra hecho. «El hombre más alta por vía dialéctica. Solamente de esta manera se cumple
tiene que hacerse a sí mismo lo que debe ser; tiene que adquirirlo en él mundo el reino del Espíritu. «Un Yo que es un Nosotros
todo por sí solo, justamente por que es espíritu; tiene que sacudir y un nosotros que es un Yo»121.
lo natural. El espíritu es, por tanto, su propio resultado»118. En las siguientes palabras de su Fenomenología del Espíritu
encontramos un resumen de este pensamiento antropológico:
3. El hombre es ser comunitario. En este proceso de forma­ «Este movimiento de la autoconciencia en su relación con otra
ción, el sujeto humano se abre en primer lugar a la realidad exte­ autoconciencia se representa, empero, de este modo, como ha.cer
rior, y e n este mismo movimiento se dirige a otras conciencias de la una; pero este hacer de la una tiene él mismo la doble
distintas de la suya en las que se reconoce a sí mismo. Es lo que significación de ser tanto su hacer como el hacer de la otra;
Hegel llama conciencia de s í general o relación de una concien­ pues la otra es igualmente independiente, encerrada en sí mis­
cia de sí con otra conciencia de sí distinta. Este encuentro es ma... El movimiento es, por tanto, sencillamente el movimiento
duplicado de ambas autoconciencias. Cada una de ellas ve a la
114. G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, México 1971', 117. otra hacer lo mismo que ella hace; cada una hace lo que exige
115. Ibid., 240.
116. Cf. ibid., 113, 128-130. También J. W. Adorno, Tres estudios sobre
Hegel, Madrid 1973, 17-46. 119. G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, 46.
117. Ibid. 120. G. W. F. Hegel, Historia de Jesús, Madrid 1987, 125.
118. Ibid. 121. G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, 147.


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106 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 107

de la otra y, por tanto, sólo hace lo que hace en cuanto la otra mación del conjunto de relaciones existenciales que lo configuran
hace lo mismo; el hacer unilateral seria ocioso, ya que lo que como entidad absoluta dentro de la colectividad.
ha de suceder sólo puede lograrse por la acción de ambas»1", Precursores inmediatos de esta nueva antropología son dos
Resumiendo, más que una explicación del hombre individual pensadores, harto diferentes, que saben habérselas con el hombre
y concreto, el sistema hegeliano es una interpretación de la reali­ en su inmediatez existencial. Me refiero a Ludwig Feuerbach
dad global, en cuyo seno queda sumergido el individuo humano (1804-1872) y a Sóren Kierkegaard (1813-1855). Ambos procla­
sin independencia ni autonomía. Es el trabajador por cuenta man la vuelta al hombre concreto histórico sin las elucubraciones
ajena, cuya actividad está orientada a la realización del Absoluto. de la m odernidad124.
L. Feuerbach, haciendo una reducción antropológica de la
metafísica hegeliana, facilita al marxismo la peculiar concepción
d) Epoca contemporánea del ser humano como realidad eminentemente social. Kierkegaard
es punto obligado de referencia para entender la antropología
Si en la etapa anterior se estudió al hombre desde el interior existencialista posterior.
de sí mismo, en el período siguiente se le indaga en su trato con Para ordenar este período complejo y complicado, articulamos
la naturaleza y en su devenir histórico. El dominio científico y el presente apartado en los siguientes puntos: antropología mar­
técnico, que obligó al hombre ilustrado a recluirse en su propia xista, antropología personalista, antropología existencialista y
intimidad ante la grandeza insondable del universo exterior, pre­ antropología estructuralista. No hacemos un estudio completo
senta la realidad como objeto de conquista y concibe la existen­ de cada uno de estos sistemas. Nos limitamos a indicar su origi­
cia propia como actitud dominadora de lo que no es él. De este nalidad respecto del período anterior, originalidad que obedece
modo nació el egocentrismo filosófico de Descartes, Kant y sus a exigencias del realismo científico propio de la época.
epígonos. Es un espíritu calculador y dominante que, según M.
Scheler, «conduce a una idea del progreso en que sólo parece Concepción marxista del hombre. Para comprender al hombre
valer el ser más respecto de un término de comparación» y don­ marxista, es necesario conocer la reducción antropológica de
de «se levanta un sistema de seguridades, mediante el cual se Feuerbach. El fue el primero que, para fundamentar al ser huma­
gobierna y castiga a sí m ism o»12123. No es extraño, por tanto, no desde sí mismo, se opuso a la metafísica hegeliana tomando
que el egoísmo, la desconfianza y la competición calculadora como punto de partida de su reflexión al hombre concreto, tal
aparezcan como características que marcan la pauta del quehacer como aparece en su relación con los demás. «La esencia del
antropológico de aquella época. hombre, escribe, sólo está contenida en la unidad del hombre con
Pero muy pronto surgen nuevos sistemas que auguran un cam­ el hombre y tal unidad se apoya sobre la realidad de la diferencia
bio radical en la concepción del hombre y de la realidad. Frente tú y yo. También pensando y como filósofo soy yo hombre con
a la hostilidad y cerrazón ante el mundo, nace ahora una actitud el hombre»125. Sólo el conjunto humano (hombre génerico) es
de confianza y reconciliación que obligan al hombre a definirse el sujeto de los atributos y propiedades humanas que, si en el
desde su relación con la naturaleza y desde su incesante creci­ presente no son más que deseo y aspiración, mañana serán reali­
miento. Un ser progrediente que se construye al filo de sus actos dad lograda. «Lo que el hombre imagina como Dios no es sino
libres en el mundo. El concepto de hombre se troca por el de
existente humano, con todo el dinamismo que comporta el térmi­
no ex-istencia, que lo muestra como ser dinámico que alcanza 124. Cf. J. M. Ibáfiez Langlois, Introducción a la antropología filosófica,
Pamplona 1980, 102-104.
su plenitud en el trato con las cosas y con sus semejantes. Se
125. L. Feuerbach, Sámtliche Werke II, Stuttgart-Bad Connstat 1959, 318.
hace a sí mismo y no tiene otra meta que su propio ser y la opti­ Sobre Feuerbach interesan M. Cabada, El humanismo premarxista de Feuerbach,
Madrid 1975 y P. Cerezo Galán, La reducción antropológica de la teología.
Historia del problema y reflexión crítica, en Varios, Convicción de fe y crítica
122. Ib id., 114. racional, Salamanca 1973, 135-223. Es útil también la lectura de M. Xaufflaire,
123. M. Scheler, Vom Umsturz der Werte II, Leipzig 1923, 260. Feuerbach et la théologie de la sécularisation, París 1970.
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108 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 109

la representación que hace el individuo humano de su espe­ La significación del marxismo para la antropología filosófica
cie»126. Más concretamente todavía: «La esencia divina es la es relevante, pues no en vano «fue M arx el primero que empren­
esencia humana, o mejor, la esencia del hombre prescindiendo dió el intento de leer e interpretar antropológicamente las nuevas
de los límites de lo individual, es decir, del hombre real y corpó­ circunstancias de la sociedad industrial capitalista que estaba
reo, objetivado, contemplado y venerado como un señor extraño surgiendo»131.
y diferente de sí mismo. Todas las determinaciones del ser divino Desde su innegable materialismo, el marxismo acepta la dia­
son las mismas que las de la esencia humana»127. léctica hegeliana del Espíritu convirtiéndola en dialéctica de la
Significa esto que el individuo humano, limitado y finito en materia. Según esta dialéctica no existe más que la materia en
su realidad empírica, tiende a algo que supera su finitud concre­ constante evolución, cuya suprema manifestación y producto
ta, encontrándolo en los otros que lo completan y liberan. Esta elaborado es el cerebro humano. Este segrega conciencia espiri­
tendencia misteriosa hacia lo infinito, ínsita en su naturaleza, tual, que no pasa de ser materia evolucionada en grado sumo.
constituye su esencia. Pero no es descubierta en la idea abstracta, A este proceso Lenin y Estalin lo llamaron materialismo dialécti­
sino en su realidad existencial comunitaria. «La soledad es fini­ co marxista132, que se completa con el materialismo histórico,
tud y limitación; la comunitariedad es libertad e infinitud... El en el sentido de que el fundamento material de la vida es consi­
hombre con el hombre (la unidad del yo con el tú) es Dios»128, derado también como el factor principal de la historia huma­
En una palabra, el hombre feuerbachiano no es tanto el individuo na133. En efecto, la situación económica y social crea una serie
como la comunidad, el hombre con el hombre, la humanidad. de superestructuras e ideologías destinadas a asegurar una forma
También F. Nietzsche hace suya la reducción antropológica de vida favorable a las clases económicamente fuertes y contraria
expuesta. Resum im os brevem ente este pensam iento antes de a los más débiles, de suerte que el individuo humano queda redu­
abordar la antropología marxista. cido al «conjunto de sus relaciones», disolviéndose en ellas134.
En su intento por explicar el origen y desarrollo de la moral, Con todo esto el marxismo no ha pretendido ofrecer una ima­
Nietzsche concibe al hombre como una especie no terminada to­ gen global del mundo, sino hacer una reducción sociológica de
davía. Es el «animal no fijado aún», que pretende ser más que la metafísica hegeliana, marcando así la senda que conduce a la
lo que está siendo y que lo conseguirá en el superhombre, una sociedad, y al hombre en ella, a la cima de su perfección135.
vez llevadas al cénit de su cumplimiento las propiedades del hom­ Es un nuevo humanismo, cuyo primado corresponde a la autoli-
bre actual. Este no es más que el embrión de ese otro hombre beración y autogénesis del hombre.
futuro que hará realidad su voluntad de poder en el cumplimiento Al hilo de esta doctrina el marxismo descubre tres dimensio­
de su propia promesa129. El hombre se cumplirá en el superhom­ nes constitutivas del ser humano: laboral, social e histórica. El
bre, que no es otra cosa que lo que hoy se entiende por Dios. hombre es, por tanto, un ser que trabaja, que vive en sociedad
Después de esta breve introducción abordamos ya el tema del y que tiene lugar en la historia. Las tres notas son esenciales.
hombre en el marxismo, indicando solamente los rasgos distinti­
vos de esta antropología sobre la que existe amplia literatura130. marxismo, Madrid 1974; G. Markus, Marxismo y antropología, Barcelona 1974;
J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Salamanca 1988.
Interesan también autores como Garaudy, A. Schaff, R. Mondolfo y otros.
126. L. Feuerbach, Samtliche Werke II, 259.
131. J. Moltmann, El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del
127. L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, Salamanca 1975, 63.
presente, Salamanca 1973, 73.
128. L. Feuerbach, Samtliche Werke II, 328.
132. «El materialismo filosófico de Marx parte del principio de que el mundo
129. Para este tema interesa, sobre todo, F. Nietzsche, La genealogía de la es, por su naturaleza, material,,, que el mundo se desarrolla según las leyes del
moral II, en Obras completas, Madrid 1932-1951; también L. Jiménez Moreno, movimiento de la materia y no tiene necesidad de ningún ‘espíritu universal’»:
Nietzsche, Madrid 1972, 43-63 y J. Chaix-Ruy, El superhombre. De Nietzsche J. Stalin, Del materialismo dialettico e del materialismo storico, Mosca 1947,15s.
a Teilhard de Chardin, Salamanca 1969; asimismo H. de Lubac, El drama del
humanismo ateo, Madrid 1949. 133. Cf. F. Engels, Anti-Dühring, Madrid 1968, 30.
134. Cf. K. Marx-F. Engels, Sobre la religión. Salamanca 1974, 116.
130. Sobre este tema destacamos los siguientes títulos: G. Guijarro, La con­
cepción del hombre en Marx, Salamanca 1975; C. Valverde, Los orígenes del 135. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 50.
no Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 111

En su configuración intervienen otros factores que conviene «La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre... E l hom­
destacar, tales como la alienación, la dependencia, la praxis y bre vive de la naturaleza, lo que quiere decir que la naturaleza
la historia. es su cuerpo, al cual debe permanecer unido por un proceso
Con el término alienación se designa al hombre despojado de constante para no morir. Que la vida física y espiritual del hom­
sus atributos reales y radicalmente frustrado. Es fruto de la clase bre esté ligada a la naturaleza significa que la naturaleza esté
social dominante y se presenta como «una situación histórica ligada consigo misma, ya que el hombre es una parte de la natu­
concreta en la que el hombre se ha perdido»136. Consecuencia raleza... Pero es en la elaboración del mundo de los objetos como
de lo anterior es la dependencia o estado de sometimiento del el hombre se afirma como ser específico. Esta producción es su
hombre a elementos y agentes externos que actúan sobre él (fuer­ vida específica. Gracias a ella la naturaleza aparece como su obra
zas naturales, instituciones, clase social, ideología religiosa). y su realidad. E l objeto del trabajo es, por tanto, la objetivación
Solamente una acción organizada del hombre es capaz de superar y la vida específica del hombre, en la medida en que se desdobla
esta situación. La praxis, clave en el sistema marxista, es el fac­ no intelectualmente, como la conciencia, sino activamente, y se
tor humano de liberación por excelencia. Sólo actuando sobre contempla a sí mismo en el mundo creado por él...». «El resulta­
la naturaleza, se realiza el hombre a sí mismo y se independiza do esencial de la producción... es la existencia del hombre»139.
de todas las fuerzas alienantes y opresoras. La historia, creación H. Lefebvre añade por su parte: «El hombre nace y se realiza
del hombre, es, a su vez, modeladora del mismo. Constituye el en aquello que es ‘otro’ con relación a él, en aquello que lo
testimonio de la creación del hombre por sí mismo sin necesidad niega y que él niega, y que sin embargo le está íntimamente
de recurrir a entidades foráneas de orden superior. Es fruto del unido: la naturaleza... La naturaleza se vuelve humana; alrededor
obrar humano y se decanta en estos momentos por una forma de del hombre, en el hombre, se vuelve un mundo, una experiencia
sociedad igualitaria en la que cada uno aporte según sus posibili­ organizada. Y el hombre se vuelve naturaleza, existencia concre­
dades y reciba según sus n e c e s id a d e s . ta, potencializada. La labor humana humaniza la naturaleza alre­
Después de éstos preámbulos podemos comprender mejor las dedor de los hombres. Y la naturaleza se interioriza humanamen­
tres dimensiones constitutivas del ser humano marxista indicadas te deviniendo vitalidad lúcida, energía instintiva liberada de las
más arriba: práxica, social e histórica. Las exponemos brevemen­ limitaciones del instinto natural y pasivo. La naturaleza humana
te138. es una unidad, un intercam bio de ser, un superar la separa­
1. E l hombre es un ser que trabaja. Esta dimensión brota de ción»140.
la relación del hombre con la naturaleza. Tiene un aspecto cons­ 2. El hombre, ser social. El trabajo no sólo cumple una fun­
titutivo y dialéctico, en cuanto que el ser humano sólo construye ción m ediadora respecto de la naturaleza. Es también medio de
su ser actuando sobre su entorno natural. Sometiendo la naturale­ la sociedad humana, en cuanto que su producto está destinado
za por el trabajo, se hace a sí mismo. Es lo que se ha llamado a satisfacer las necesidades de subsistencia de todos los hombres.
desde Marx «naturalización del hombre y humanización de la Por eso no sólo perfecciona al sujeto que lo realiza, sino que
naturaleza». Con ello, además de satisfacer sus necesidades, hace repercute también en la realización de la humanidad hasta su
suya su esencia mediante su actividad. Los textos siguientes completa perfección. Esta se alcanza en la relación de unos con
avalan nuestras afirmaciones: otros mediante el lenguaje y las instituciones, obra de la acción
humana. Hay, pues, un círculo dialéctico en el que el hombre
136. J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Salamanca se relaciona con la naturaleza a través de sus semejantes y con
1988, 165. éstos a través de aquella. El agente de esta relación es el trabajo,
137. «Como para el hombre socialista toda la llamada historia universal no
es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo humano, el devenir de 139. K. Marx, Manuscritos: economía y filosofía, Madrid 1970, 88, 135,
la naturaleza para el hombre, (éste) tiene la prueba evidente, irrefutable, de su 145ss.
nacimiento de sí mismo, de su proceso de originación»: K. Marx, Manuscritos, 140. H. Lefebvre, El materialismo dialéctico, Buenos Aires, 175. Cf. asimis­
Madrid 1968, 155. mo K. Marx, El capital, Madrid 1970, 187; F. Engels, Dialéctica de la naturaleza,
138. Cf. J. Lacroix, Marxisme, existentialisme, personalisme, Paris 1966, 27s. México 1961, 142, 146.
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112 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 113

de modo que «la relación del hombre consigo mismo sólo cobra propiedad esencialmente humana que es la libertad. En el trato
para él existencia objetiva, real, mediante su relación con el otro con los hombres es como el hombre ejerce verdaderamente su
hombre»141. libertad personal y puede desarrollarla en plenitud.
E sta afirmación estriba en el hecho de que, al hacerse más 3. El hombre es ser histórico. Las dimensiones práxica y
hombre por el trabajo, el individuo se une más a la humanidad social del hombre lo hacen esencialmente histórico. Un ser en
entera, conquistando así su ser objetivo. En la realización del devenir, resultado de su propia acción llevada a cabo en el tiem­
hombre existen dos clases de mediación, la de la naturaleza y po. Proceso de temporalización, en cuanto que, al construir la
la de la sociedad. Ambas son necesarias para su cumplimiento historia, es construido por ésta. M ediante su actividad, además
definitivo. «La esencia humana de la naturaleza no existe más de transformar la naturaleza en provecho propio, crea todas aque­
que para el hombre social, pues sólo así existe para él como llas determinaciones que lo hacen posible a él (instrumentos,
vínculo con el hombre, como esencia suya para el otro y existen­ instituciones, medios, organizaciones). Todo ello es efecto de una
cia del otro para él, como elemento vital de la realidad humana... actividad temporal mediante la cual adapta su organismo y su
La sociedad es, pues, la plena unidad esencial del hombre con medio a sus necesidades creándose a sí mismo y a la sociedad.
la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el natu­ «Como para el hombre socialista toda la llamada historia univer­
ralism o realizado del hombre y el realizado humanismo de la sal no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo
naturaleza»142. humano, el devenir de la naturaleza por el hombre, (éste) tiene
De ahí que el marxismo no conciba la esencia humana como la prueba evidente, irrefutable, de su nacimiento de sí mismo,
un universal abstracto inherente a cada individuo, sino como «el de su proceso de originación»146. No obstante hay que recono­
conjunto de las relaciones sociales». Estas son las que determinan cer que los hombres no construyen su historia libremente, sino
el verdadero ser de cada uno143. Decididamente Marx cifra la a impulsos de un movimiento dialéctico interno que los obliga
perfección del hombre no en la hostilidad, sino en la reciprocidad a actuar en condiciones impuestas y en modo alguno elegidas
de conciencias, o lo que es lo mismo, en el reconocimiento y por ellos. Están sometidos a un ritmo que, por su misma índole,
aceptación del hombre por el hombre en base a su igualdad radi­ debe continuar indefinidamente por encima de los individuos
cal. Sumamente expresivo a este respecto es el texto siguiente: concretos.
«Cada una de las relaciones con el hombre — y con la natura­
Conclusión: El hombre total del marxismo: De los principios
leza— ha de ser una exteriorización determinada de la vida real,
que corresponda con el objeto de la voluntad. Si amas sin desper­ expuestos el marxismo deduce su teoría del hombre total, cuyas
tar amor; esto es, si tu amor en cuanto amor no produce amor características esenciales son la autoposesión y la independencia
recíproco; si mediante una exteriorización vital como hombre de poderes foráneos que dan lugar a la plena libertad. Se logra
amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, solamente en la reconciliación consigo mismo, superadas todas
una desgracia»144. las contradicciones naturales e históricas en un nuevo orden
Según la doctrina marxista más genuina, la sociedad no revis­ humano y social intrahistórico. Señalamos brevemente las princi­
te solamente el carácter de medio para el hombre. Tiene, sobre pales etapas de este proceso:
todo, el sentido de verdadero fin de la vida humana. Es dimen­ 1. Experiencia de la propia debilidad e impotencia ante las
sión esencial constitutiva. «El mismo se convierte en ser social, fuerzas desbordantes de la naturaleza e intentos de superación.
2. Lucha por la existencia, superando la naturaleza y constru­
y la sociedad, a través de este objeto, se convierte para él en
ser»145. Solamente en la vida comunitaria se pone en juego esa yendo su esencia mediante su acción (praxis).
3. Construcción de una naturaleza artificial (superestructura)
141. K. Marx-F. Engels, Sobre la religión, 142. que lo somete con sus determinismos técnicos y sociales creando
142. K. Marx, Manuscritos, 145-146. en él un estado de contradicción y de desgarro (lo inhumano del
143. Cf. K. Mars-F. Engels, Sobre la religión, 161, 241. hombre y las ideologías).
144. K. Marx, Manuscritos, 181.
145. Ibid., 149. 146. Cf. supra, nota 137.
114 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 115

4. Dominio sobre las estructuras por interiorización lúcida, ¿el hombre en el cosmos, de 1928150. En ella sostiene el autor
logrando liberarse de toda opresión social externa mediante la que los problemas planteados por el hombre acerca de sí mismo
creación de una clase social única basada en la igualdad radical alcanzan ya su cénit y que, por lo mismo, se inicia ahora una
humana. El hombre total será el sujeto que se opone y supera investigación nueva que rompe los moldes tradicionales de la
al objeto por vía de unificación. teología, la filosofía y las ciencias, aunque aprovecha los hallaz­
En este estado de liberación integral, más que el individuo gos de éstas últimas. Por eso Scheler contempla al hombre emer­
concreto, es la comunidad humana la que se libera, de cuya liber­ giendo del reino animado y dirigiéndose al espíritu como a su
tad participan los individuos. Por eso el hombre total, en opinión meta específica. Exponemos esquemáticamente el contenido de
del marxista H. Lefebvre, es el individuo libre en la comunidad esta doctrina151.
libre147. Indudablemente se trata de un saber antropológico o reflexión
Sólo este ideal dota de sentido al devenir y coloca el futuro filosófica sobre el hombre centrada en la dimensión que lo hace
absoluto más allá de la muerte individual contra la que lucha el irreducible al orden biológico, el espíritu. Scheler plantea la
hombre, aunque no puede vencerla definitivamente. En este ince­ cuestión en estos términos: ¿Qué es el hombre y cuál es su pues­
sante desafío tiende al ser que desea participar plenamente para to en la escala de la vida? Para responder a esta pregunta, el pen­
transmitirlo a la posteridad en la que se perpetúa. Para esta tarea sador alemán compara el ser humano con los demás vivientes.
solamente vale un criterio, el de la praxis, a saber: «eliminar De esta m anera puede determinar lo específico desde lo que es
aquello que detiene el movimiento, lo que lo separa y disocia, común a unos y otro. Pero una cosa es evidente: el hombre no
lo que impide la superación»148. presenta novedad fundamental alguna de tipo biológico, aunque
en su comportamiento peculiar aparecen signos claros de distan-
E l hombre en el personalism o (M. Scheler, M. Buber, E. ciamiento. ¿A qué es debida semejante innovación? Al espíritu
Mounier). Aunque la antropología de Max Scheler (1874-1928) ciertamente. Entonces es obligado preguntarse por esta nueva di­
difiere notablemente del personalismo de Martin Buber y de Em- mensión. Además de lo que diremos en capítulos posteriores so­
manuel Mounier, exponentes máximos de esta corriente de pensa­ bre este particular, conviene hacer aquí las precisiones siguientes.
miento, no por ello deja de revestir importantes matices persona­ Scheler entiende por espíritu un principio o dimensión enrai­
listas que justifican su inclusión en este apartado. zada en el área vital, pero irreducible a ella. Es la capacidad de
M. Scheler coincide con los personalistas en que, inspirándose autoposesión y trascendimiento que permite al individuo adueñar­
como ellos en la fenomenología de HusserI, no concibe al hom­ se de su realidad y rebasar su entorno. En este dominio consiste
bre como un ser híbrido, sino como realidad integralmente huma­ precisamente el espíritu. Comentando estos principios, M. Buber
na, cuyo elemento específico sólo se entiende desde la naturaleza llega a decir que el espíritu en Scheler no es algo que es, una
común del ser vivo, aunque no se reduzca a ella, puesto que, entidad desencarnada, sino algo que acontece o algo que ocurre
como afirma Buber, «ni siquiera el hambre del hombre es el de pronto152. Desprovisto de recursos propios, el hombre se va­
hambre de un animal»149. le de su capacidad intelectiva, mediante la cual modifica el me­
El problema que plantea Scheler es el de la comprensión de dio natural adaptándolo a sus exigencias y a sus fines.
la totalidad específica representada por el ser humano. Por eso Dos son, por tanto, las categorías que conforman el espíritu
intenta configurar, en tom o a la idea unitaria del hombre en según Scheler: la apertura y el dinamismo. Por la primera se
confrontación con el vegetal y el animal, una antropología filosó­
fica estricta, distinta de cualquier otra ciencia humana. A esto 150. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires 1938.
alude el título de su obra fundamental en esta materia, El puesto En nuestro comentario usamos la edición de 1960. De la inmensa bibliografía
sobre M. Scheler destacamos A. Pintor Ramos, La antropología filosófica de Max
147. Cf. H. Lefebvre, El materialismo dialéctico, Buenos Aires 1969, 192; Scheler, en 3. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983,
cf. 173-197. 79-100.
148. Ibid., 195. 151. Cf. nuestra obra El hombre, ¿quién es?, Madrid 1988, 61-63.
149. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 80. 152. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 131-133.
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116 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 117

sitúa el hombre frente a la realidad y la sobrepuja; por la segun­ M. Buber (1878-1965). Este pensador austríaco de origen
da se convierte en continuo proceso de autorrealización. Ambas judío es seguidor de M. Scheler, pero se distancia del maestro
lo proyectan hacia un horizonte superior que rebasa los límites en cuestiones tan puntuales como la misma concepción del espí­
de las cosas concretas. «El hombre es el ser vivo que puede ritu. Frente a la idea scheleriana de resistencia y superación del
adoptar una conducta ascética frente a la vida... Puede reprimir medio, M. Buber concibe el espíritu como poder de captación
y someter los propios impulsos»153. del mundo en imágenes, en conceptos y palabras. La peculiaridad
El amplio mundo de la civilización y la cultura, fruto de la humana no es ya la ruptura, sino su peculiar inclinación hacia
transformación de la energía instintiva en actividad espiritual, los seres en tanto que reales, independientes y duraderos, es
es el más claro exponente de esta capacidad. Por tanto el espíritu decir, como entidades que poseen una dimensión de realidad
así entendido no es una entidad desencarnada, sino una dimen­ propia. Por eso no parte de la autoconciencia para captar la esen­
sión propiciada por la confrontación del instinto con el mundo. cia de lo humano, sino del análisis de las relaciones del hombre
Mientras las fuerzas instintivas no rebasan la inmediatez de las con las cosas y con los hombres, del encuentro158. El meollo
cosas, el espíritu, en cambio, vence esta resistencia haciendo de de lo humano, por tanto, es la alteridad y la respectividad.
su superación su cuna y su corona, su propia vida. Este poder En el opúsculo Yo y tú, de 1923, aparecen ya las ideas funda­
coloca al hombre en la cota más alta alcanzada por la naturaleza mentales sobre el tema antropológico, que irá perfilando en sus
en su proceso evolutivo, cuyo rasgo distintivo es la universaliza­ obras posteriores, de manera especial en ¿ Qué es el hombre ? De
ción y la independencia. «La propiedad de un ser espiritual es esta obra nos hacemos eco en esta exposición.
su independencia, libertad o autonomía esencial frente a los lazos La tesis central de este libro es la imposibilidad de conocer
y presión de lo orgánico, de la vida... Tal ser espiritual ya no al hombre sólo desde la referencia a sí mismo. Para comprender­
está vinculado a sus impulsos y al medio, sino que, libre frente lo es necesario considerarlo en el abanico completo de sus rela­
al medio, está abierto al mundo. Tal ser tiene mundo»154. ciones esenciales con la realidad entera. Hay que atender a lo
Este poder de significación y de responsabilidad es obtenido otro y a los otros.
por vía de sublimación de la energía vital e instintiva del ser Siguiendo este procedimiento, Buber descubre en la alteridad
natural. «El advenimiento de la humanidad representa la más alta la clave del enigma humano. Ni el individualismo ni el colecti­
sublimación conocida por nosotros y a la vez la más íntima vismo, que sólo expresan una parte del hombre (individuo, socie­
unión de todas las regiones esenciales de la naturaleza»155. dad), constituyen la esencia humana. Es la relación del yo con
Ni que decir tiene que el espíritu scheleriano es el hombre el tú, el entre, lo que hace hombre al hombre. Ahí se plasma el
mismo, en cuanto que toma conciencia del mundo y objetiva su hombre completo, como un todo. «Sólo entre personas auténticas,
propia naturaleza, sobrepujándola y adentrándose en la esfera de se da una relación auténtica». De ahí que la mejor definición del
los valores perdurables. En efecto, el hombre se hace tal «me­ hombre sea: «el hombre con el hombre»159.
diante la conciencia del mundo y de sí mismo y mediante la El «con» designa, según Buber, una esfera originaria y natu­
objetivación de su propia naturaleza psicológica que son los ral, denominada «entre», donde se soportan las ocurrencias inter­
caracteres específicos del espíritu... el ser actual de su espíritu humanas. Se trata de un ámbito más allá de lo subjetivo donde
y de su persona es superior incluso a las form as del ser propias el yo y el tú constituyen su encuentro, a la vez que se hacen
de este ‘mundo’ en el espacio y en el tiem po»156. Al centro o
núcleo activo de esta realidad Scheler lo llama persona157.
158. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, México 1960, 139-140; Id., Yo y
tú, Buenos Aires, 1969; Id., Eclipse de Dios, Buenos Aires, 1970; Id., Caminos
153. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 85: «Es el ser que sabe de utopía, México 1966. Sobre M. Buber escriben J. M. Roncero, Martin Buber:
decir no, el asceta de la vida, el eterno protestante contra toda mera realidad».
De la antropología al lenguaje de la fe, en Instituto Fe y secularidad, Memoria
154. Ibid., 64. académica 1878-1988, Madrid 1988, 64-72; R Laín Entralgo, Teoría y realidad
155. Ibid., 103-104. del otro I, Madrid 1968,257-280; J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, Madrid
156. Ibid., 132. 1988, 123-134.
157. Cf. ibid., 63, 70, 75. 159. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 145, 146.
118 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 119

realmente humanos. El encuentro es, por tanto, una verdadera en K. Jaspers, G. Marcel y M. Merleau-Ponty, máximos represen­
protocategoría de lo humano como tal. tantes del existencialism o filosófico, cuyo objetivo prioritario es
Este concepto aparece en la respuesta que el mismo Buber la búsqueda de la existencia entendida como la manera propia­
ofrece al final de la obra: «El hombre es el ser en cuya dialógica, mente humana de ser.
en cuyo ‘estar-dos-en-recíproca-presencia’ se realiza y se recono­ S. Kierkegaard ha tenido el mérito de revalorizar lo individual
ce cada vez el encuentro del ‘uno’ con el ‘otro’» 160. Esto es y concreto frente al universal racional de Hegel. Partiendo de
la reciprocidad reconocida como constitutivo del ser humano por un análisis de lo humano concreto, intenta comprender el ser en
los personalistas Ebner, Mounier, Nédoncelle, etc. su globalidad, de modo que su filosofía antropológica es esclare­
Concretamente M ounier hace consistir la persona en amor, cimiento de la existencia como tal. La formulación sistemática
en el sentido de generosidad y de entrega desinteresada: «Se de esta doctrina es llevada a cabo por los filósofos antes mencio­
dirige al sujeto por encima de su naturaleza, a su realización nados.
como persona, como libertad, cualesquiera que sean sus dones El pensador danés entiende al hombre en referencia a Dios,
o sus deficiencias, que ya no cuentan esencialmente a sus ojos: el totalm ente otro y absolutamente perfecto. Ante semejante
el amor es ciego, pero un ciego translúcido»161. infinitud y perfección el individuo humano se experimenta radi­
Pero el personalismo filosófico va mucho más allá y no pone calmente culpable, efecto de su finitud natural, de la cual se
la meta de la relación personal en el otro humano. En el horizon­ redime y libera por la adhesión a Cristo, presencialización de
te abierto por el otro se encuentra el «tú» eterno, inconvertible Dios en la historia. Adhesión que cada uno realiza con su vida
en «ello», Dios, única garantía de la realización plena de la per­ entera mediante la aceptación sin reticencias de la doctrina y
sona y fundamento primero de !a relación yo-tú. «Cada tú parti­ vida de Cristo por amor. En esta unión con Dios hecho hombre
cular abre una perspectiva sobre el tú eterno; mediante cada tú se realiza la síntesis de lo finito con lo infinito mediante el acto
particular la palabra primordial se dirige al tú eterno. A través libre de fe, cuyo fundamento es Dios mismo. «La fe consiste en
de esa relación del tú de todos los seres se articulan y dejan de que el yo, siendo sí mismo y queriéndolo ser, se fundamenta
realizarse las relaciones entre ellos: el tú innato se realiza en lúcido en D ios»163. Con mayor precisión: «Nuestro yo indivi­
cada relación y no se consuma en ninguna. Sólo se realiza plena­ dual y concreto solamente llega a ser un yo infinito mediante la
mente en la relación directa con el único tú que, por su naturale­ conciencia de que existe delante de Dios»164. En una palabra,
za, jamás puede convertirse en ello»162. el hombre se reconoce como hombre en su confrontación con
Esta concepción del hombre m arca el sentido de la historia Dios o perfección infinita, que hace suya por la fe.
humana, que se dirige al logro de una sociedad personalizada en Se trata, por tanto, de una verdadera relación personal entre
la que cada individuo es reconocido y aceptado como persona dos sujetos, finito uno e infinito el otro, que el hombre cumple
inalienable e intransferible abierta a la transcendencia. pasando por unas etapas sucesivas: la culpa, la angustia, la visión
de la muerte, la esperanza de salvación definitiva. Estos son los
El hombre en el existencialismo. Antes de abordar directamen­ ingredientes de la existencia humana «delante de Dios».
te la antropología existencialista, nos ocupamos rápidamente de Kierkegaard ha traducido estas etapas en tres estadios que for­
quien es considerado como su raíz y su fuente. Me refiero a man el cañamazo del existente humano: el estético o encuentro
Soren Kierkegaard (1813-1855). Este pensador danés explica la y pérdida en la multiplicidad de las cosas (angustia y desespera­
limitación connatural del hombre y su necesidad de salvación ción); el ético o comportamiento ordenado y responsable con las
desde los supuestos cristianos. La agudeza de sus observaciones cosas; el religioso o conciencia de liberación mediante la relación
y el realism o de su análisis producen fuerte impacto en antropó­ con Dios por la aceptación de Jesucristo. Es la forma de reconci­
logos de la categoría de Heidegger y de Sartre, lo mismo que liación consigo mismo o reconocimiento de la propia identidad.
160. Ibid., 151. 163. S. Kierkegaard, La enfermedad mortal o de la desesperación y el peca­
161. E. Mounier, Liberté sous conditions, en Oeuvres I, París 1946, 26. do, Madrid 1965, 161.
162. M. Buber, Yo y tú, 73. 164. Ibid., 158.
120 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica Historia de la antropología filosófica 121

Solamente en la acogida gratuita del ser (Dios) resuelve el hom­ Consciente del problem a, emprende una costosa búsqueda a
bre la antítesis de su finitud de hecho y de su infinitud de aspira­ nivel filosófico que desemboca en unos hallazgos que le ayudan
ción. Renunciando al reclamo de las cosas finitas y abriéndose a solventar sus dificultades. Con ellos confecciona un cuadro de
a la inmensidad infinita de Dios, consigue el individuo humano dimensiones estrictam ente humanas, centradas en la relación
su ser pleno y cabal, su verdadera identidad. consigo mismo, que podemos sintetizar de esta manera: el hom ­
El texto que reproducimos a continuación es una clara confir­ bre es una existencia dialógica que culmina en la muerte. (Exis­
mación de lo que hemos dicho: «Lo que importa es relacionarse tencia, existencia dialógica, ser para la muerte). Hacemos un
abnegadamente con Dios, de suerte que esta relación con Dios breve comentario de cada uno de estos puntos.
mediante la propia renuncia sea todo para él (hombre), sea la 1. El hombre es existencia (da-sein). El análisis de nuestra
seriedad de su vida... En la abnegación, su convicción completa­ peculiar forma de ser manifiesta en primer lugar que el hombre
mente seria es la de que es Dios quien le ayuda»165. es un ser-ahí o ex-istencia. Por existencia entiende Heidegger
En esta concepción relacional del ser humano se funda la un modo especial de ser o ente singular que comprende su rela­
antropología filosófica contemporánea, sobre todo la de M. Hei- ción con el ser, es decir, un ente abierto en el ámbito general del
degger y J. P. Sartre, que recibe, a su vez, un poderoso impulso ser. De todos cuantos seres hay en el mundo sólo el hombre
de la fenomenología de Husserl. cumple esta condición plenamente, porque únicamente él entien­
M. Heidegger (1889-1976)166. En otro momento hemos ha­ de su acto de ser o existir. Solamente el hombre sabe que es
blado del concepto de antropología en Heidegger, contraponién­ teniendo que ser. «Llamo ec-sistencia del hombre, escribe H ei­
dola a la de M. Scheler, en el sentido de ontología regional o degger, al estar en la iluminación del ser. Sólo al hombre le es
analítica existencial, cuyo objeto es el hombre como ente deter­ propio este modo de ser. La ec-sistencia así entendida no es sólo
minado. Su cometido, por tanto, no es otro que determinar la el fundamento de la razón, ratio, sino la ec-sistencia es aquello
relación que el existente humano guarda con el ser en general. donde la esencia del hombre conserva la proveniencia de su de­
A continuación exponemos esquemáticamente los rasgos funda­ terminación»169.
mentales de esta concepción o filosofía del hombre como ser que Pero la conciencia de su finitud existencial le produce el con­
está ahí: da-sein. vencimiento de que no puede ser hoy sin dejar de ser mañana,
En su Carta sobre el humanismo, de 1929, Heidegger define es decir, que no puede vivir ahora sin tener que morir algún día.
el humanismo como el «pensar y cuidar de que el hombre sea De aquí deduce Heidegger que la muerte es un existencial,
humano», así como «el esfuerzo porque el hombre sea libre para un modo de ser que acompaña al hombre desde su nacimiento.
su humanidad y encuentre en ella su dignidad»167. Se trata sen­ «Desde que el hombre nace es lo bastante viejo para morir»170.
cillamente de identificar lo humano en el área del ser y promo­ Es una posibilidad más brindada al hombre para llegar a ser en
verlo en esa línea. Pero ese mismo año el propio Heidegger con­ último término y desde cuyo cumplimiento se instala en el ser
fiesa su desconocimiento del ser humano como tal. «En ninguna asomándose a él. Significa esto que el hombre es el ente que
época ha sido el hombre tan problemático como en la actual»168. sabe lo que tiene que -hacer con su ser. Es su propio proyecto,
en cuya realización se hace él mismo y al ser, aunque sin crearlo.
165. S. Kierkegaard, La obras del amor V, 253. «Este proyecto no crea al ser»171.
166. Obras principales: El ser y el tiempo (1927), México 1971; ¿Qué es Este es el sentido propio de la existencia, la cual sólo compe­
metafísica? (1929), Buenos Aires 1967; Kant y el problema de la metafísica te al ser humano, en cuanto que únicamente él realiza su ser
(1929), México 1973; Carta sobre el humanismo (1947), Madrid 1959. Sobre M. distanciándose de la nada. «La ec-sistencia sólo ha de decirse
Heidegger escriben: G. Steiner, Heidegger, México 1986; G. Vattimo, Introduc­ de la esencia del hombre, es decir, sólo del modo humano de
ción a Heidegger, Barcelona 1987; R. Jolivet, Las doctrinas existencialistas. De
Kierkegaard a Sartre, Madrid 1962,73-138; J. Alfaro, De la cuestión del hombre
a la cuestión de Dios, Salamanca 1988, 46-78. 169. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, 20.
167. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, 14, 16. 170. M. Heidegger, El ser y el tiempo, 268.
168. M. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, 175. 171. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, 36.
Historia de la antropología filosófica 123
122 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica

‘se r’; pues sólo el hombre, hasta donde sabemos, está admitido para M. Buber, este tipo de relación no constituye la verdade­
en la destinación de la ec-sistencia»172. No es que solamente ra esencia del hombre, ya que se sitúa en el nivel de ayuda a la
el hombre sea un ente real y todo lo demás una apariencia o uieriesterosidad y no en el de la mismidad propiamente, con lo
representación suya, sino que sólo el existente humano es el que que no existe reciprocidad verdadera y la existencia propia cul-
tiene conciencia de estarse haciendo, esto es, yendo a más como ¡tiina en un ser-sí-mismo clausurado en la propia realidad. El «da­
realidad en el trato con las cosas y con los demás hombres. Sólo sein» heideggeriano, comenta Buber, es un sistema cerrado175.
él tiene conciencia de su propia realidad y de la de las cosas. 3. El hombre, existencia temporalizadora. Existir, para Hei-
2. El hombre como existencia dialógica. El concepto del exis­ degger, es lo mismo que temporalizarse, en el sentido de proceso
tente humano (dasein) heideggeriano no se construye, como de realización progrediente y continua en el espacio y en el tiem­
hemos visto, a partir de una idea a priori de la existencia. Es po. Es el caso del ser humano, donde el tiempo tiene su comien­
fruto de un análisis de los modos existenciales o de ser en el zo y su fin. «La temporalidad constituye el sentido original del
mundo. Este modo se determina en la relación con las cosas y ser del ‘ser ahí’»176. Crea, asimismo, la finitud del existente
con los hombres. Es, por tanto, un ser-con o ser en común, que en cuanto que asume la muerte como el fin de las posibilidades
comporta estas tres dimensiones: situación original (estar arroja­ que se le ofrecen para llegar a ser. Con esta última posibilidad,
do en medio), interpretación (tener que hacerse o expliciíación), la muerte, el hombre termina su estancia en el mundo y el proce­
discurso (conciencia significativa del fenómeno). Las tres confi­ so de su cumplimiento como hombre; corta las relaciones con
guran al hombre como ser que se va haciendo en diálogo con su las cosas y se queda sin mundo. Es, por tanto, «la posibilidad
entorno. Esta acción dialógica humaniza la existencia como pro­ de ‘ya no ser a hí’» 177. Un acontecimiento que tarde o temprano
gresivo cumplimiento de posibilidades hacia la propia plenifica- le sobreviene a todo hombre y, por lo mismo, se presenta «como
ción bajo la llamada del ser. «El ser-ahí es siempre ya, por obra la posibilidad m ás peculiar, irreferente, irrebasable»m . Por
de su forma de ser primaria, ‘ahí fuera’, cabe entes que hacen eso ha podido decir que «la muerte es un modo de ser que el ‘ser
frente dentro del mundo... E l mundo del ‘ser ahí’ es un mundo ahí’ toma sobre sí tan pronto como es»179.
del con»173. Es ser-ahí-con. A pesar de todo, Heidegger no concede a la muerte la última
Pero, mientras las cosas son instrumentos que utiliza el hom­ palabra sobre el hombre. Aunque lo ha definido como ser para
bre para procurarse lo necesario para ser, los hombres, en cam­ la muerte o en la muerte, no por ello lo aniquila en su fin tempo­
bio, son otras «existencias» como él que le ayudan a ser hombre. ral ni le niega la posibilidad de sobrevivencia. «El hecho de de­
Para con las cosas el hombre tiene «preocupación», con los hom­ finir la m uerte como fin del ‘ser ahí’, es decir, del ‘ser en el
bres «comprensión» y solicitud, ya que su ser revela mi propio mundo’, no hace recaer ninguna decisión óntica sobre la cuestión
ser en parámetros de identidad. «El ‘ser relativamente a otros’ de si es posible ‘después de la m uerte’ otro ser, superior o infe­
sin duda es, bajo el punto de vista ontológico, distinto del ‘ser rior, de si el ‘ser ahí’ ‘sobrevive’, ‘perdurando’, es ‘inm ortal’...
relativamente a las cosas ante los ojos’. El ‘otro’ ente tiene él El análisis de la muerte, sin embargo, puramente dentro del más
mismo la forma de ser del ‘ser ahí’. En el ‘ser con’ y ‘relativa­ acá es anterior a toda especulación óntica sobre el más allá»180.
mente a otros’ hay, pues, una ‘relación de ser’ de ‘ser ahí’ a ‘ser No obstante, Heidegger presenta dos modos de enfrentarse
ahí’. Pero esta relación, cabría decir, es la constitutiva del ‘ser a la muerte. El del que no se compromete responsablemente con
ahí’ peculiar en cada caso, que tiene una comprensión de su ella (existencia inauténtica) y el del que la asume consciente-
peculiar ser y se conduce así relativamente al ‘ser-ahí’. El ‘ser
relativamente a otros’ se torna entonces ‘proyección’ del peculiar
175. Cf. M. Buber, Yo y tú, 94-98.
‘ser relativamente a sí m ism o’ en otro. El otro es un doblete del
‘sí mismo’» 174. 176. ¡bid., 256, 257.
177. Ibid., 273, 274.
178. Ibid., 274.
179. ¡bid., 268.
180. Ibid., 270-271.
124 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica ¡J Historia de la antropología filosófica 125

mente como perentoria posibilidad (existencia auténtica)181. En resumen, el hombre se encuentra existiendo de pronto y
una palabra, el hombre es, para Heidegger, un ente que sabe que entonces tiene que decidir lo que hará de su ser184. La razón
es ser y que tiene que hacerse con-otros-en-el-mundo; es la con­ de esta obligada decisión no es más que su conciencia, la cual
ciencia de ser. es carencia de ser y negación de las cosas. Un hacerse a sí mis­
mo interpretando la realidad, a la cual niega como tal realidad
J. P Sartre (1905-1980)182. Inspirado en Kierkegaard y Nietz- en el mismo hecho de interpretarla. Es, por tanto, una continua
sche y de la mano metodológica de Husserl, intenta, lo mismo superación hacia la plena coincidencia consigo mismo jamás
que Heidegger, presentar un sistema ontológico partiendo del ser lograda. Por eso se presenta ante sus propios ojos como una
concreto tal como se nos da en la existencia humana. Aplica al pasión inútil185. Un intento de ser lo que no puede ser.
hombre los principios de la fenomenología, obteniendo una antro­
pología de cufio existencial. Como Kierkegaard, centra su aten­ 2. Libertad humana. La no existencia de Dios hace posible
ción en el individuo y su capacidad de elección; con Nietzsche la libertad en el hombre, porque no hay ningún orden absoluto
parte de la inexistencia de valores trascendentes y absolutos y de valores que la determinen. Al no haber nada definitivo ni
niega sentido de ultimidad inherente a la vida humana, viendo completamente perfecto, siempre caben nuevas posibilidades que
en la propia libertad el fundamento y justificación de los valores. cumplir. Esta es la clave de la responsabilidad y la fuente de la
En esta perspectiva la persona humana no es más que lo que ella libertad hum ana186. Puesto en el mundo, el hombre es el único
decide ser. responsable de sus acciones, ya que no existe ningún punto de
Las preocupaciones básicas, que responden a otros tantos referencia por encima de él que le imponga su conducta.
aspectos fundamentales de su pensamiento, son estas tres: el Es autor de sí mismo y de toda la humanidad, porque, optando
individuo humano, la libertad y el sentido de la existencia. Las por su propia realidad considerada como lo mejor, crea el modelo
tres configuran una concepción del hombre que exponemos a de hombre que juzga necesario. La elección del propio ser com­
continuación. porta una forma de existencia incontrastable. «Eligiéndome a mí,
elijo al hombre», porque «nada puede ser bueno para nosotros sin
1. El hombre individual. La existencia concreta es el punto
de partida de la reflexión sartriana. Desde ella concibe al hombre serlo para todos»187. En este sentido puede decirse que la propia
como ser que surge de su propia nada y termina siendo lo que libertad consiste en hacer posible la libertad de los demás, puesto
él se propone ser, porque no existe nada ni nadie que establezca que los otros son también hombres como yo. «No puedo tomar
de antemano lo que tiene que ser. No hay un Dios que piense mi libertad como fin, si no tomo igualmente la de los otros como
la esencia del hombre. Ningún imperativo esencial pesa sobre fin»188. Se marca así el sentido de la existencia humana.
la voluntad del ser humano que lo obligue a ser algo previamente 3. El sentido de la vida humana. En su completo desamparo
determinado. Por eso en cada uno de los hombres se ventila esta existencial, el hombre no espera nada de ninguna instancia supe­
forma de ser, puesto que es proyecto de sí mismo. «El hombre rior que apoye su acción. El es el único principio y fin supremo
es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente». Porque de todas sus obras, de modo que no tiene ante sí otro futuro que
no existe un plan que lo predetermine, «el hombre será ante todo lo que él llegue a ser al término de su vida. Por tanto, «el hom­
lo que haya proyectado ser»183. bre es el porvenir del hombre»189.

181. Cf. ibid., 288-290.


182. Obras principales: L'Etre et le Néant, París 1943 (trad. esp.: Buenos
Aires 1976); L ’existentialisme est un humanisme, París 1946 (trad. esp.: Buenos 184. Cf. J. P. Sartre, El ser y la nada, 542-543.
Aires 1972); Critique de la raison dialectique, París 1960 (trad. esp.: Buenos 185. Cf. ibid., 141-142.
Aires 1970). Sobre Sartre: R. Jolivet, Las doctrinas existencialistas. Desde Kierke­
gaard a Sartre, Madrid 1962, 139-219; P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del 186. Cf. ibid., 139-143, 537-538.
otro I, Madrid 1961, 347-377; R. Garaudy, Perspectives de l'homme, París 1969, 187. J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, 17, 18, 34-35.
59-113 (trad. esp.: Barcelona 1971). 188. Ibid., 39.
183. J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, 16. 189. Ibid., 22.
126 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica ¡j Historia de la antropología filosófica 127

Dado que el ser humano es su propio proyecto, no llegará a La intención de Cl. Lévi-Strauss es descubrir la invariante de
ser otra cosa que el conjunto de sus actos, el fruto de su actua­ la naturaleza humana mediante un proceso comparativo que pres­
ción en el mundo, siendo él mismo el sentido último de su exis­ ta mayor atención a los materiales de gabinete que al trabajo de
tencia, «nada más que su vida»190. No cabe otra clase de tras­ campo. De todas formas estudia con rigor los datos geológicos,
cendencia que la plenitud del propio ser, en cuanto que «el pro­ psicoanalíticos y sociológicos, dotando a su obra de un carácter
yecto original de un para-sí no se puede referir sino a su ser». científico indiscutible.
«Ese es el ideal al que puede llamarse D ios»191. Cualquier otra Este procedimiento, reforzado con la teoría binarista de R.
forma de trascendencia sería contradictoria, ya que un en-sí que, Jakobson (lenguaje más hechos culturales), lo lleva al convenci­
al mismo tiempo, sea para-sí es absurdo192. miento de que cada elemento forma parte de un conjunto sincró­
Sin entrar ahora en una discusión de las doctrinas existencia- nico (estructura). Con este principio, convertido en categoría
listas del hombre, podemos señalar como su común denomidador universal, elabora una teoría sobre el hombre.
la concepción del hombre como ser progrediente, que no se cum­ El pensamiento simbólico, propio del espíritu humano, es para
ple del todo en ninguno de sus momentos históricos, sino que Lévi-Strauss la clave de la antropología, ya que sitúa el orden
se realiza en el decurso temporal mediante el ejercicio de su sociocultural sobre el natural y biológico. Este es fruto de la
libertad. El carácter procesual (historicidad) hace del hombre una espontaneidad, aquel lo es de la normatividad, la cual hace que
realidad que va a más en dirección de una meta, temporal y el bios humano se convierta en hombre propiamente. En este
fáctica en Heidegger y Sartre, metahistórica y trascendente en sentido la cultura, que viene en ayuda de la naturaleza, la contro­
Jaspers y Marcel. la y la re-crea.
Aunque no es fácil determinar el paso de la naturaleza a la
El hombre en el estructuralismo (C. Lévi-Strauss, 1908). El cultura ni el mecanismo de su articulación, hay que reconocer,
pensamiento de Lévi-Strauss se encuadra en el marco del estruc­ sin embargo, que este paso salva a la naturaleza, a la vez que
turalismo junto a M. Foucault, Lacan y Althusser, máximos re­ la especifica y cualifica. A él se deben las relaciones interhuma­
presentes de este movim iento193. Exponemos esquemáticamente nas, que son, en último término, las que configuran al hombre
su contenido antropológico, aunque, como afirma su fundador, como tal. De ahí que la estructura preceda al individuo y obre
Cl. Lévi-Strauss, más que una doctrina filosófica, es un método con independencia de él. «El hecho de la estructura es lo prim e­
de investigación científica194. ro», escribe en El hombre desnudo195. Así es como el individuo
humano queda reducido a una pieza del engranaje del organismo
social. No es principio de significación, sino soporte de relacio­
190. Ibid., 28. nes y, por lo mismo, está determinado por la función que desem­
191. J. P. Sartre, El ser y la nada, 689, 691. peña e identificado con ella. No una persona, sino un funcionario
192. Cf. ibid., 747. (el cartero, el herrero etc.).
193. Entre las obras de Lévi-Strauss sobresalen: Tristes Tropiques, Paris 1955 En un paso ulterior de su dialéctica, Lévi-Strauss llega a afir­
(trad. csp.: Buenos Aires 1976); Anthropologie structurale, Paris 1958 (trad. esp.: mar que la cultura está anclada en la naturaleza y que lo humano
Buenos Aires); La pensée sauvage, Paris 1962 (trad. esp.: México); Mythologiques se establece en total continuidad con lo biológico, de forma que
(4 vols.), Paris 1964-1971. Sobre el estructralismo escriben: M. Benavides, La
antropología estructural de C. Lévi-Strauss, en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías
aquello se disuelve en esto y esto en lo físico. De ahí a un mate­
del siglo XX, Salamanca31983, 237-258; J. L. Ruiz de la Peña, I m s nuevas antro­ rialismo vulgar no hay más que un paso, puesto que las leyes
pologías. Un reto a la teología, Santander 1983, 34ss; C. Beorlegui, Lecturas de del pensamiento no son otras que las de la realidad física y so­
antropología filosófica, Bilbao 1988,97ss; Dan Sperber, Qu’est-ce que le strucíu- cial. «Hay que reintegrar — afirma— la cultura en la naturaleza,
ralisme. 3. Le structuralisme en anthropologie, Paris 1968; E. Fleischmann-E. y la vida en el conjunto de sus condiciones físico-químicas»196.
Leach, Estructuralismo y antropología, Buenos Aires 1969.
194. «En ningún caso puede definirse como una filosofía sino como un
método de investigación científica»: citado por M. Benavides, La antropología 195. C. Lévi-Strauss, Mithologiques IV, 561.
estructural de C. Lévi-Strauss, 239. 196. C. Lévi-Strauss, La pensée sauvage, 327 (hay trad. esp.).
128 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica // Historia de la antropología filosófica 129

Significa esto que el hombre como individuo no tiene especial dáis que permanezca el mismo; eso es una moral de estado civil
significación («una cosa entre las cosas»). La tiene solamente aue rige nuestros carnets de identidad»201.
en cuanto que entra a formar parte del todo social, a cuyas exi­ 4 Estas apreciaciones, compartidas por los distintos estructura-
gencias y leyes se somete por completo con la pérdida de su listas, advierten que la significatividad del sujeto humano es sólo
autonomía. Sólo las invariantes culturales son aptas para conocer un «sueño antropológico» y una «quimera anacrónica». Más que
al hombre, las cuales lo muestran como elemento y lugar de una del sujeto ontológico de la tradición metafísica, se trata del lugar
serie de relaciones que lo configuran como tal. E. Fleischmann donde los significantes juegan su danza.
resume así este pensamiento: «No somos nosotros quienes pensa­ 3. La muerte del hombre. Como en el siglo pasado proclamó
mos, sino el espíritu en nosotros, y el espíritu, para conocerse Nietzsche la muerte de Dios, de la misma manera el estructura­
debe pasar necesariamente por su forma ‘salvaje’»197. lismo reivindica hoy la del hombre. No la anuncia como nefasto
El estructuralista M. Foucault condensa en estas proposiciones acontecimiento; la celebra, más bien, como retorno a los inicios
las consecuencias del estructuralismo antropológico: el hombre del pensar filosófico. «El despliegue de un espacio — dice Fou-
es una invención reciente, no hay sujeto humano, ha muerto el cault— en el que por fin es posible pensar de nuevo»202.
ser humano198. Dos razones aduce Foucault en favor de la extinción del hom­
1. El hombre es una construcción humana reciente. Sólo a bre: la perenne interinidad del pensamiento filosófico y la proble­
dos siglos se remonta la concepción del ser humano como reali­ mática del lenguaje en las diversas áreas del saber. En efecto,
dad con peso específico. «El hombre, escribe Foucault, es una si el hombre es resultado de su pensamiento y de su palabra,
invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la ar­ habrá que convenir que su duración está ligada a la de sus obras.
queología de nuestro saber... No tiene ni dos siglos»199. Ni la La caducidad de éstas conlleva la desaparición de aquel. Por eso
filosofía antigua ni la medieval advirtieron la especial contextura apuesta por su pronta y total extinción. «El hombre se borrará
del hombre que lo coloca por encima de los demás seres en Ja como en los límites del mar un rostro de arena»203.
escala ontológica. Habrá que esperar al renacimiento y, sobre Semejante destino le pronostica también Lévi-Strauss, al inte­
todo, a Descartes y Kant para dar con esta nueva realidad que grar «la cultura en la naturaleza» y reducir «la vida al conjunto
es el hombre como sujeto y objeto a la vez de conocimiento. dé sus dimensiones fisicoquímicas» con la inevitable secuela de
Aquí estriba el peculiar modo de ser que lo determina como ente descomposición. «El mundo ha comenzado sin el hombre y aca­
distinto y superior a los demás. Si se esfumara un día su carácter bará sin él», dice el fundador del estructuralismo204. El mismo
sujetual, el hombre como tal desaparecería. tinte crepuscular tiñe la reflexión final de su obra El hombre
desnudo: «De la naturaleza, de la vida, del hombre, de todas sus
2. No hay sujeto humano. Si el hombre no es más que las
sutilezas y refinadas obras, como son las lenguas, las institucio­
obras que realiza, el sujeto humano carece de consistencia onto­
lógica. Se agota en su facticidad, como dijo Sartre, sin adquirir nes, las costumbres, las obras maestras de arte y los mitos, una
en ningún momento identidad propia. No hay núcleo permanente vez hayan desplegado sus últimos fuegos de artificio, no subsisti­
ni punto de referencia más allá de las operaciones y manifesta­ rá nada»205.
ciones, Los que todavía lo consideran como un ser independiente Al criticar el tono elegiaco de la antropología estructuralista,
real merecen, ajuicio de Foucault, «una risa filosófica, es decir, debemos reconocer que la muerte que propugna no es la del
silenciosa»200. «No me preguntéis quién soy, añade, ni me pi­ hombre como ser zoológico, sino la de un ser específico, centro

201. M. Foucault, La arqueología del saber, México 1970, 28.


197. E. Fleischmann, El espíritu humano en Lévi-Strauss, en Varios, Estruc­ 202. M. Foucault, Las palabras y las cosas, 333.
turalismo y antropología, Buenos Aires 1969, 148. 203. Ibid., 375.
198. Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Las nuevas antropologías, 39-46. 204. C. Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, 66.
199. M. Foucault, Las palabras y las cosas, México 1968, 375. 205. C. Lévi-Strauss, L'honune nu (Mythologiques IV), París 1971,620 (trad.
200. ¡bid., 333. csp.: Buenos Aires. 1974).
130 Estatuto epistemológico de la antropología filosófica j
II
y sujeto de significaciones, agente de la historia y artífice del
pensamiento. Lo que hacen es retirarle sus credenciales de perso­ la e s t r u c t u r a d e l se r h u m a n o
na y convertirlo en «una cosa: entre las cosas». Pero la índole
específica del hombre, que comporta una innovación radical on- NIVELES ONTOLOGICOS DEL HOMBRE
tológica, no es tan reciente como los estructuralistas piensan. Se
remonta a sus mismos inicios, aunque haya sido reconocida y
elaborada posteriormente (N. de Cusa, s. XV). Desde que el hom­
bre intuye la realidad de los seres, se pregunta por su razón pe­
culiar y por su forma original de ser. Es ser distinto. Por eso la
pretensión de acabar con él no es suficiente para que se produzca
de hecho su extinción, puesto que el certificado de defunción
será obra siempre de un hombre que pronuncie el veredicto206.

En este recorrido histórico, a todas luces breve e incompleto,


hemos intentado resumir las corrientes más destacadas de cada
período de la antropología filosófica. Su contraste ofrece una in­
mensa gama de matices diferentes que, si bien obedecen a la
primigenia intención de conocer al hombre a nivel filosófico, no
pueden menos de reflejar dimensiones humanas tan distintas
como la cosmológica, la psicológica, la sociológica, la etnológica
y cultural, y la teológica.
Un muestreo de este multiforme saber antropológico en el
siglo que termina ha sido plasmado en las dos obras colectivas
dirigidas por nosotros: Antropologías del siglo X X y Nuevas
antropologías del siglo XX2' . También E. Coreth ofrece una
apretada síntesis de las distintas formas de hacer antropología
filosófica en los últimos decenios208.
Por su originalidad tendríamos que reseñar en este lugar la
obra de dos pensadores españoles, el filósofo X. Zubiri, alimenta­
da de sus principios ontológícos, y el antropólogo P. Laín Entral-
go, cimentada en datos de experiencia científica y repensada a
la luz de los principios zubirianos. En capítulos posteriores echa­
remos mano de ellos con mayor profusión e insistencia.

206. Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Las nuevas antropologías, 46.


207. Cf. J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983,
y Nuevas antropologías del siglo XX, Salamanca 1994.
208. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 76-80. También J. L. Rodríguez
Molinero, Datos fundamentales para una historia de la antropología filosófica,
Salamanca 1977, 37-39.
Al hablar del método y cuando expusimos el itinerario de Ja
antropología filosófica, pudimos percatarnos de que la pregunta
sobre el hombre sólo obtiene respuesta cabal si contempla su
entorno o lugar de realización. El hombre no se presenta nunca
como autoconciencia pura encerrada en sí misma, sino como
apertura a lo otro, volcada sobre el mundo, sobre los demás hom­
bres y hacia un horizonte que le rebasa (el Absoluto). El hombre
se descubre desde las dimensiones que le constituyen; las cuales
se ofrecen en una unidad dialéctica con aquello que le rodea. E-
xiste una totalidad dinámica entre el existente humano, su mundo
y un principio abarcante que le confiere sentido y responde a sus
inquietudes radicales. Por eso, para determinar la esencia del
hombre, hay que contar con toda una serie de factores y condi­
cionamientos entre los que destacan la sumisión a las leyes fisi­
coquímicas y biológicas, las exigencias de comunión con los de­
más y la necesidad de trascendimiento. Sin el conocimiento de
estas relaciones, la interpretación racional del ser humano sería
parcial y sesgada. Para evitar esta fragmentación, encuadramos
nuestra reflexión sobre el hombre en las tres dimensiones si­
guientes: cósmica, social y trascendente.
El estudio de estas dimensiones constituye el objeto de esta
segunda parte, que dividimos en cuatro capítulos: 1. Dimensión
cósmica (entronque en el cosmos); 2. Dimensión sociopersonal:
el ser del hombre (historia y constitutivos); 3. Propiedades esen­
ciales: libertad e historicidad; 4. Dimensión trascendente: el
hombre y Dios.
1
DIMENSION COSMICA DEL HOMBRE
Su entronque en el cosmos

Bibliografía: Gehlen, A., El hombre, Salamanca 1980, lOss; Id., El en­


cuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo, Barcelona 1993, 61-
85; Laín Entralgo, P., El cuerpo humano. Teoría actual, Madrid 1989,
335ss; Id., Cuerpo y alma, Madrid 1991, 229-236; Lucas, J. de S., El
hombre, ¿quién es?, Madrid 1988,75-109; Metz, J. B., Antropocentris-
mo cristiano, Salamanca 1972, 91ss; Morin, E., El paradigma perdido:
el paraíso olvidado. Ensayo de bioantropología, Barcelona 1974, 15-60;
Rahner, K.-Overhage, P., El problema de la hominización, Madrid 1973;
Scheler, M., El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires 1960;
Teilhard de Chardin, P., El fenómeno humano, Madrid 1965; Vancourt,
R., La philosophie et sa structure. L ’homme et ses origines, Tournai
1957, 26ss, 56ss; Zubiri, X., Sobre el hombre, Madrid 1986, 61-85.

1. Concepción unitaria del ser humano

Como enseña M. Buber, la antropología filosófica debe captar


al hombre entero1 y no fragmentariamente. Por eso es necesario
saber en qué medida se unifican sus distintas dimensiones y dife­
rentes niveles hasta constituir un solo ser y único sujeto. En este
sentido el dualismo metafísico de Platón y de Descartes constitu­
ye un serio obstáculo tanto en psicología como en antropología
filosófica. Separando el alma y el cuerpo y haciendo de los fenó­
menos fisicobiológicos y psíquicos compartimentos estancos, no
es posible form ular un conocimiento integral y adecuado de esta
realidad que llamamos hombre. Aparte de que, como señala L.
Lavelle, no es verdad que existan estados psíquicos puros2.

1. Cf. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, México 1976, 20-21.


2. Cf. L. Lavelle, De Vacíe, París 1937,11. El mismo Bergson trunca todo
intento de la antropología filosófica al hacer del cuerpo y del espíritu objetos de
distinta fuente de conocimiento y realidades irreconciliables: Cf. H. Bergson,
Materia y memoria, en Obras completas, Madrid 1963, 209.
136 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 137

La dificultad estriba en la consideración del alma y del cuerpo y de la genética y no alcanzan a ver en él más que un proceso
como sustancias opuestas que se reparten por las buenas la reali­ genético, de organización cerebral y de integración sociocultural.
dad humana. E l problema se agrava más aún en el siglo XVlíi gimple desarrollo o, a lo sumo, culminación del movimiento de
con la constitución de la física matemática en paradigma del sa­ la naturaleza desde la materia hasta la unidad cerebral más per­
ber científico, reduciendo todo el conocimiento a sus cánones fecta] Ni franqueamiento de nuevos umbrales ni ruptura de nivel
y aplicando al estudio del alm a (esa «otra cosa» que existe junto ontologico, sino terminación de un largo itinerario en la continui­
al cuerpo) la metodología propia de la ciencia. Hasta el propio dad más completa. Se trata, pues, de una concepción monista de
Kant cayó víctima de esta equivocación, porque, influenciado en la realidad humana.
parte por el dualismo idealista de Ch. Wolf, interpreta la psicolo­ Los sustentadores de esta tendencia establecen la siguiente
gía racional a modo de disciplina especulativa que deduce las conclusión: el hombre se realiza como hombre en virtud de su
propiedades del alma del puro pensamiento. Según Kant, el obje­ constitución fisicobiológica exclusivamente. Más que un nivel
to de la psicología es el yo que piensa (cogito) sin referencia superior, la inteligencia representa una estructura biológica orga­
alguna a la experiencia externa3 . Hegel le reprocha este error, nizada de modo especial0.
porque así ha hecho de la psicología racional «una metafísica En el campo opuesto militan otros antropólogos, de no menor
abstracta del entendimiento y no una verdadera filosofía del espí­ categoría, que defienden una distinción neta entre el hombre y
ritu»4. Por el contrario, la antropología filosófica debe ser, como el resto de los vivientes. Se sitúa por encima de los determinis-
dijimos en su lugar, un esfuerzo de clarificación racional de la mos de la m ateria y de la vida y produce acciones especiales en
estructura unitaria manifestada en el comportamiento humano. virtud de un principio constitutivo de orden superior. No somos
Para comprender al hombre hay que contar con la descripción animales «seriados», sino seres dotados de propiedades nuevas
fenomenológica y tener presente su manera peculiar de obrar, su que marcan una clara heterogeneidad respecto de los componen­
comportamiento singular. Ahora bien, en su andadura, el ser hu­ tes fisicoquímicos y biológicos. Para quienes piensan de este
mano se presenta dotado de una unidad indiscutible reconocida modo, el ser humano es irreductible a sus elementos orgánicos,
tanto por el sentido común, como por el saber científico y la como queda patentizado en su especial forma de comportamiento.
reflexión filosófica. A través de operaciones diversas, el hombre Además de saber, el hombre sabe que sabe y, lejos de quedar
«aparece como un solo bloque, un único poseedor; es claro que apresado en las mallas de lo inmediato, domina la realidad y la
sus actividades, sus pasiones, sus estados son simultáneamente controla. No es un animal de estímulos, sino de realidades; por
corporales y psíquicos»5. Forman un todo único que hace de la eso no es solamente diferente, sino otro7.
vida humana una realidad distinta de la que se han dado interpre­ La doble interpretación que hemos reseñado no obedece a
taciones diversas. caprichos ideológicos. Es debida, más bien, a la conducta plural
Los descubrimientos paleontológicos, biogenéticos y sociocul- del hombre, signo inequívoco de dimensiones y niveles diferen­
turales han llevado a un buen número de científicos actuales a tes. La diversidad de actividades da pie para pensar en distintos
estudiar al hombre en el marco global de la naturaleza sin reco­ principios. Por una parte el fisicobiológico (corpóreo) y, por otra,
nocer en él ninguna heterogeneidad respecto del resto de los se­ el psíquico y espiritual. En el noble afán de armonizar estos ex­
res. Admiten una diferencia solamente de grado y niegan todo tremos, unos han caído en un monismo reduccionista, mientras
tipo de distinción cualitativa o de naturaleza. Por eso lo incluyen otros, empeñados en evitar un dualismo inviable, se esfuerzan
en el sector uniforme de la biología molecular, de la información
6. Cf. A. Gehlen, El hombre, IOss, 61-85 respectivamente; E. Morin, El
3. «‘Yo pienso’ es el único texto de la psicología racional, a base del cual paradigma perdido: el paraíso olvidado, 15-60; Id., El método de la naturaleza,
debe desarrollar ésta toda su sabiduría»: I. Kant, Crítica de la razón pura II, Madrid 1981, 23ss.
Buenos Aires 1976, 79. 7. Esta es la nota característica constante de pensamientos tan diversos en
4. G. W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas III. Filosofía su forma como el de P. Teilhard de Chardin y el de X. Zubiri. Cf. P. Teilhard
del espíritu, Madrid 1942, 379. de Chardin, El fenómeno humano, Madrid 1965, 199-230; X. Zubiri, Sobre el
5. N. Hartmann, Neue Weg der Ontologie, Stuttgart 31949, 21. hombre, 65-102, 129-170.
138 La estructura del ser humano ¡ Dimensión cósmica del hombre 139

por sacar adelante una concepción unitaria (ni monista ni dualis­ materia y la forma no son seres), sino el hombre individual
ta) del ser humano más conforme con la vivencia del yo. el que alma y cuerpo actúan de consuno como coprincipios
Renace, por tanto, la vieja cuestión de la unión del alma y inseparables. No es humano el cuerpo sin el alma, ni ésta es hu­
el cuerpo, con la consabida secuela del difícil significado de es­ mana sin aquél, sino el existente concreto, el cual es todo él
tos términos y de su mutua interacción. De todas formas no es cuerpo animado, a la vez que alma corporeizada9.
legítimo olvidar que, a la par que el hombre es consciente de la La ciencia psicológica tiene que enfrentarse también con este
duplicidad de sus actividades, se percibe a sí mismo como ser problema a la hora de explicar la interacción psicosomática. Pero
uno y persona individual concreta. jjay que advertir que, aunque en el lenguaje psicológico actual
Con el fin de ir dilucidando esta complicada cuestión, pode­ el término alma no equivale al principio formal de los filósofos
mos anticipar esta tesis: la dualidad de operaciones, y hasta de ni el cuerpo representa un simple sustrato material, siguen expre­
principios, no implica dualismo de elementos o de sustancias que sando, sin embargo, realidades diferentes cognoscibles solamente
ponga en entredicho la unidad humana. Uno es el hombre que a través de su acción conjunta de modo que lo que existe real­
piensa, que se responsabiliza, que se alimenta, que crece y mue­ mente y actúa es el ser formado por ambos.
re. No es la persona humana resultado de elementos yuxtapuestos Cada vez aparece más claro, tanto para la psicología como
(alma y cuerpo), sino núcleo inobjetivable, polo subjetivo y uni- para la filosofía, que alma y cuerpo son elementos integrantes
ficador de dimensiones diversas. de una estructura bifronte con serios problemas en su origen y
Pero antes de seguir adelante, conviene recordar que los ele­ en su funcionamiento. ¿Es el alma mera derivación del cuerpo?
mentos en juego (alma y cuerpo) no siempre han sido entendidos ¿o habita en él como huésped y forastero? ¿qué clase de relación
unívocamente. La historia se encarga de clarificar su sentido. existe entre sus acciones? ¿simple yuxtaposición y complemento
La antropología tradicional, inspirada en la teoría hilemórfica a modo de paralelismo funcional? En la respuesta a estos interro­
de Aristóteles más que en el dualismo platónico, se pronuncia gantes se juega la definición del hombre y la peculiaridad de su
por la concepción unitaria. Reconoce en el alma el principio vital ser. No es igual reducirlo a un producto de mecanismos más o
del cuerpo que la transforma en organismo vivo capaz de ejercer menos complicados que reconocerlo como realidad superior irre­
diversas funciones: fisicobiológicas y psiquicoespirituales. Por ductible al entramado de energías bioquímicas, de estructuras
eso hay que convenir en que el espíritu del hombre no es puro socioeconómicas y de movimientos culturales. Además, preguntar
espíritu, sino «alma» que anima al cuerpo haciéndolo humano. por el hombre es indagar si las manifestaciones psíquicas son
Tampoco el cuerpo es materia inorgánica o mero conglomerado únicamente un conglomerado de fenómenos o la actividad de un
de elementos fisicoquímicos, sino «cuerpo anímico» que tipifica sujeto único aglutinante.
y «corporiza» al espíritu. Ambos se codeterminan como la mate­
ria y la forma (hilemorfismo), de cuya impregnación («informa­
ción») resulta el existente humano concreto, es decir, un «alma
corporeizada» o un «cuerpo animado» y no una realidad estratifi­ 9. No es aventurado afirmar que ésta es la mente de santo Tomás cuando
cada (organismo más psiquismo, como pretendía Platón) o bra- dice: «Este principio por el que entendemos primeramente, ya se llame entendi­
quial (una sustancia soporte de ramas diversas emergentes, como miento o alma intelectiva, es la forma del cuerpo. Y esta es la demostración de
insinuaba Aristóteles), sino un constructo sustantivo de activida­ Aristóteles en II De anima»: Simma Theologica I, q. 76, a. 1. Repite lo mismo
des psicoorgánicas, según la designación de X. Zubiri8. en C. Gent., II, 68. Por su parte añade X. Zubiri: «La unidad del hombre es la
de una sustantividad que no puede no ejecutar una actividad estrictamente unita­
En esta interpretación no hay lugar para reduccionismos mo­ ria»: Sobre e l hombre, 674. Con anterioridad había afirmado: «En la unidad
nistas o dualistas, puesto que el ser humano no resulta del per­ esüuctural en forma de corporeidad no hay sino una sola sustantividad, aunque
feccionamiento de un solo elemento, materia, ni del acoplamiento haya muchas sustancias»: ibid., 670. Interesa sobre este tema el estudio de 1. B.
de dos realidades independientes. Por ser el alma «forma» del Metz, Antropocentrismo cristiano. Sobre la forma de pensamiento de Tomás de
cuerpo en el hombre, no existen en realidad el alma y el cuerpo Aquino, Salamanca 1972, 91-93. Para más detalle remitios a nuestro trabajo:
Muerte, inmortalidad, resurrección. Perspectivafilosófica: Burgense 35/1 (1994)
8. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 670, 674. 97-111.
140 Dimensión cósmica del hombre 141
La estructura del ser humana í

Una descripción rápida de los niveles fundamentales del hom­ mo tal es, por un lado, una propiedad de carácter meramente fí­
bre pone de manifiesto su unidad esencial. Los antropólogos enu­ sico-químico, pero por otro, por ser propiedad sistemática, es una
meran tres principales: el vital, el psíquico y el espiritual. novedad respecto de las propiedades aditivas, es una innovación»14.
Advierten entre ellos una tensión interior que los convierte Aunque la vida es una «estructura físico-química más comple­
en subsistemas de un único macrosistem a10 o estructura supe­ ja»? oo por ello es pura arquitectura material (mejor organización
rior. Los analizamos a continuación. de elementos atómicos y moleculares). Implica una total innova­
ción porque obedece y responde a una finalidad concreta. Por
1. Lo vital. E l hombre queda insertado por su cuerpo en el
eso Ortega y Gasset llama a esta esfera profunda de la persona
tronco de la vida con la que mantiene una continuidad biológica
innegable. Es de todos conocido que orgánicamente el ser huma­ humana «vitalidad» o «alma corporal»15.
no no presenta ninguna novedad biológica. Es un eslabón más 2. Lo psíquico. Es otro nivel en el que convergen las diversas
de la larga cadena viviente de la que no puede soltarse. Como manifestaciones de lo humano, formando una realidad idéntica
todo ser vivo, aparece como totalidad biológica, cuya convergen­ a sí misma e intransferible. En esta esfera, denominada por N.
cia y centración constituyen la base fundamental de la unidad Hartmann interioridad, «ser esotérico», intransferible del indivi­
que lo caracteriza. E sta unidad se m anifiesta y acredita por el duo, se refleja la unidad individual del hombre. «Se puede indu­
desempeño de funciones típicas, como automovimiento, autofor- dablemente establecer contacto con el ser psíquico del otro, aña­
mación, autodiferenciación y autolimitación. Todas ellas, efecto de, pero no se le puede apropiar»'6.
de la autoactividad o dinamismo propio, tienen su expresión ade­ Dada la implicación biológica de lo psíquico, los antropólogos
cuada en la capacidad de suscitación, de habitud (modo de habér­ no establecen separación entre ambas esferas, como si una fuera
selas con las cosas) y de adaptación al m edio por vía de asimila­ lo interno del hombre y la otra lo externo. A pesar de su irreduc-
ción. Se trata de una estructura (sustantividad) capaz de indepen­ íibilidad, ambas conforman el comportamiento total del individuo
dizarse del medio y controlarlo. Esta es la raíz de su unidad co­ en mutua correspondencia. Es el organismo entero el que reaccio­
mo individuo11. na conjuntamente17.
M. Scheler descubre en la esfera vital un ser-para-sí o intimi­ En contra de una opinión generalizada de cuño cartesiano, el
dad, signo de su estructura unitaria12. X. Zubiri llam a a esta es­ psiquismo humano no es el conjunto de estados internos a los
tructura «sustantividad», entendida como suficiencia de notas que se tiene acceso por introspección (conciencia), sino un modo
constitutivas para ser y actuar como tal ser independiente13. Se especial de reacción ante los acontecimientos. Esa reacción se
trata de un sistema clausurado de notas fisicoquímicas que, en traduce en disposiciones, actitudes y vivencias que denotan un
virtud de su especial estructuración, determina un modo de fun­ poder de liberación del estímulo, que transforman e integran de
cionamiento original basado en la indivisión de sus elementos. forma inmaterial. Ello es debido a la mejor organización de la
Aquí radica su novedad respecto de la realidad inorgánica. célula sensitiva.
«Las realidades vivas son constructos estructurales físico-quími­ Es un momento o elemento irreductible a lo físico-químico,
cos, pero con una estructura tal que tiene esa propiedad sistemáti­ como decíamos, pero previo a lo que comúnmente se entiende
ca que llamamos vida. La vida es una propiedad sistemática. Co­ por conciencia. «Lo psíquico, aclara Zubiri, es realidad unitaria
vegetativa, sensitiva y ‘superior’, y es, como realidad, anterior
a toda conciencia»18. Corresponde, más bien, a eso que Ortega
to. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 43-70; R. Vancourt, La philosophie el
sa structure. L ’honune et ses origines, 88-98; J. Ortega y Gasset, Vitalidad, alma, y Gasset llama «alma en sentido estricto», es decir, la zona de
espíritu, en Obras completas II, Madrid 1916-1934, 443-488.
11. Cf. R. Vancourt, La philosophie et sa structure, L ’homme etses origines, 14. X. Zubiri, Sobre el hombre, 51-52.
88-89. J. Cruz, ¿ Cómo es posible la pregunta del puesto del hombre en el cos­ 15. Cf. J. Ortega y Gasset, Vitalidad, alma, espíritu, 454-460.
mos?'. Estudios Filosóficos 50 (1970) 120ss.
16. N. Hartmann, Das Problem des geistigen Seins, Berlín 21948, 71.
12. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 29-30.
17. Cf. Goldstein, La structure de l'organisme, Paris 1951, 263-265.
13. Cf. X. Zubiri, El hombre, realidad personal: Revista de Occidente 1
(1963) 13. 18. X. Zubiri, Sobre el hombre, 48.
142 La estructura del ser humano
•l Dimensión cósmica del hombre 143

la emotividad, distinta del entendimiento y la voluntad que co­


rresponden al espíritu19. Son estos: conocimiento universal, conciencia reflexiva, prefi­
jación de fines, comprensión de sentido, previsión del futuro, li­
Según esta concepción de lo vital y lo psíquico, no hay por bertad y autodeterminación ante un ser superior (responsabilidad).
qué considerar el organismo y la «psique» humana como siste­
Según Hegel, una ventana abierta sobre el Absoluto. M. Scheler
mas completos, sino como subsistemas o miembros integrantes y X. Zubiri lo han definido como el poder de captar el carácter
de otro superior, la estructura humana. Por eso, más que decir
de realidad de las cosas y no sólo su dimensión estimúlica23.
que el hombre tiene organismo y psiquismo, habrá que convenir La actividad específica del espíritu, a la vez que denota sim­
con Zubiri que es una realidad psicoorgánica, una verdadera sus-
tantividad20. plicidad, demuestra también unidad constitutiva. No se circuns­
cribe al espacio y al tiempo, sino que se sitúa por encima de la
3. Lo espiritual. Los antropólogos distinguen, a su vez, lo es­ materia y de sus leyes, aunque se apoye incuestionablemente en
piritual de lo psíquico. Aunque este vector comprenda una amplia lo biológico y lo psíquico. N. Hartmann recuerda este extremo
zona en la que se encuentra incluido el anterior, representa, sin describiendo la esfera concéntrica formada por lo vital, lo psíqui­
embargo, un grado inferior, por más que todo el psiquismo hu­ co y lo espiritual que, a modo de círculos interdependientes,
mano esté transido de espiritualidad. «El aspecto psíquico, co­ constituyen la unidad del ser humano sin comprometer sus res­
menta Zubiri, de esta sustantividad tampoco es, como suele de­ pectivas autonomías24.
cirse, ‘espíritu’»21. Cargando el acento sobre la relación de los tres niveles, Zubi­
Sin abordar ahora la difícil cuestión de la diferencia entre ri llega a unificarlos haciendo de ellos una sola realidad sustanti­
alma y espíritu, como han hecho Jung, Klages, Hartmann, etc., va. «El hombre tiene tres tipos de notas: el hombre vive, siente
baste decir que el alma es considerada la actividad misma del y intelige sentientemente. Y la unidad intrínseca y formal de es­
organismo humano, en cuanto que se presenta como unidad y tas notas constituye el sistema de la sustantividad humana»25.
substrato último omnipresente de todos sus estados22. El espíri­ Como sustantividad psicoorgánica, el hombre no admite compar­
tu, en cambio, no tiene definición propia. Se expresa, más bien, timentos estancos en su estructura, sino que todo lo biológico
a través de unos actos irreductibles de naturaleza específica. Tan­ en él es mental y lo mental biológico. Entendida así la unidad
to el sentido común y la interpretación religiosa, como la expe­ del hombre, no puede menos de ser «la de una sustantividad que
riencia científica y la tradición filosófica lo han entendido como no puede no ejecutar una actividad estrictamente unitaria»26.
la conciencia de s í o conciencia reflexiva, es decir, capacidad El hombre es un sistema sustantivo que consta de dos subsiste­
de autopresencia. U na potencia que es actualizada progresi­ mas: organismo y «psique». No se trata de dos sistemas unifica­
vamente sin alcanzar nunca su total perfección. Autoconciencia, dos, sino de un único sistema dotado de «subsistencia constitu­
ciertamente, pero no encastillamiento, sino apertura y descentra- cional», es decir, una sustantividad o estructura. Aunque entre
ción hacia lo otro. En esta relación y apertura cobra conciencia ambos subsistemas vige una diferencia esencial (la sensibilidad
de sí, de suerte que sólo subsiste como espíritu nutriéndose del no es la inteligencia) y no meramente gradual, no por ello consti-
entorno. Volveremos enseguida sobre este punto.
Nos interesa describir someramente los grandes rasgos que 23. «Espíritu es la posibilidad de ser determinado por la manera de ser de
caracterizan lo espiritual en el hombre, cuya manifestación son los objetos mismos. Y diremos que es ‘sujeto’ o portador del espíritu aquel ser,
determinadas funciones y operaciones ausentes en la vida animal. cuyo trato con la realidad exterior se ha invertido en sentido dinámicamente
opuesto al del animal»: M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 65. «Inte-
ligir consiste formalmente en aprehender las cosas como reales, esto es, ‘según
19. «Es la región de los sentimientos y emociones, de los deseos, de los son de suyo’... El animal siente el estímulo ‘estimúlicamenie’... Pero el hombre
impulsos y apetitos: lo que vamos a llamar en sentido estricto, alma»: J. Ortega siente este mismo estímulo en formalidad distinta: en formalidad de realidad...
y Gasset, Vitalidad, alma, espíritu, 462. Es animal de realidades»: X. Zubiri, Sobre el hombre, 33-34, 46.
20. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 59. 24. Cf. N. Hartmann, Das Problem des geistigen Seins, 60-61.
21. X. Zubiri, Sobre el hombre, 48. Cf. R. Vancourt, La philosophie et sa 25. X. Zubiri, El hombre y Dios, Madrid 1984, 39.
structure, 94-98.
26. X. Zubiri, Sobre el hombre, 674. También Id,, Inteligencia sentiente, -
22. Cf. R. Vancourt, La philosophie et sa structure, 95-96. Madrid 1980, 281ss.
144 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 145

tuyen dos estratos, ni siquiera dos ramas, sino una única sustanti- Para comprender mejor estos aspectos y dimensiones, nos de­
vidad que es el hombre, de modo que éste no tiene organismo tenemos a continuación en la consideración del espíritu y del
y «psique», sino que es todo él psicoorgánico. Se trata de una cuerpo en el hombre.
«unidad de tipo metafísico» superior a la de la potencia y el acto
porque «psique» y organismo se codeterminan como momentos
reales en «en acto y ex aequo»27. Por eso, más que hablar de 2. El espíritu y el cuerpo en el hombre
«unión» de alma y cuerpo, habrá que hacerlo, según Zubiri, de
«unidad sistemática». Las consideraciones precedentes hablan de dos dimensiones
o esferas irreductibles del ser humano, la espiritual y la corporal.
La concepción unitaria del hombre que acabamos de reseñar Ambas actúan de consuno, pero dejando ver sus diferencias y
empalma con la tradición escolástica más pura. No concibe ésta convergencias, de modo que, aunque no son dos realidades inde­
los diferentes niveles humanos como seres distintos, ni siquiera pendientes distintas, tampoco se confunden. El problema que
como tres principios, sino como un solo ser y principio dotado plantean se refiere tanto a su ser como a su funcionamiento: ¿qué
de una triple capacidad de acción. Lejos de actuar el alma sobre significación tiene el espíritu en el hombre y cuál es su relación
el cuerpo a manera de causa principal, su acción es la de un prin­ con el cuerpo? O al revés: ¿qué es el cuerpo humano y cómo se
cipio diversificado o realizado en tres momentos o niveles: vivir, relaciona con el espíritu?
sentir, inteligir28. M as este viviente, que es el hombre, posee una
peculiaridad esencial, la inteligencia, que hace del alma un espí­
ritu, en cuanto que el mismo organismo, y no otra cosa distinta, a) El espíritu del hombre
procesa todas sus acciones formando la experiencia de un sujeto
único que se sabe hontanar y meta de todos sus actos. De él pro­ Para dilucidar esta cuestión seguimos los pasos de dos pensa­
ceden y en el convergen como dueño y señor de los mismos. dores contemporáneos, filósofo el uno y fenomenólogo el otro,
No es el hombre, en cuanto existente humano, alma y cuerpo, que desde sus ópticas respectivas ofrecen una visión completa
sino que lo uno existe como realidad de lo otro, de modo que del hombre como ser específico entroncado en el cosmos y en
puede afirmarse que el hombre real es todo él «anímico» y todo la vida. Me refiero a M. Scheler (1874-1928) y a P. Teilhard de
él «somático», todo «subjetividad» y todo realidad «mundana», Chardin (1881-1955). Ambos contribuyeron poderosamente a
como ha puesto de relieve J. B. Metz comentando a santo To­ determinar con precisión suficiente lo que distingue al ser huma­
más29. Es ésta la lógica consecuencia de aplicar el hilemorfismo no del resto de los vivientes, haciendo ver al mismo tiempo su
al ser humano. Una aplicación de la teoría aristotélica, como re­ significación y rango ontológico30. Estos son los términos en
cuerda santo Tomás, al caso del hombre. los que plantean el problema: ¿qué es el hombre y cuál es su
lugar en el cosmos? La clave de su respuesta es el espíritu, de
cuyo discernimiento nos ocupamos a continuación.
27. X. Zubiri, Hombre y Dios, 41; Id., Sobre el hombre, 49.
28. «No hay por qué buscar si el alma y el cuerpo son una sola cosa, como
tampoco se hace con la cera y la huella. Sólo por el alma el cuerpo humano es
un cuerpo vivo...». «Con razón opinan los pensadores que el alma no puede existir 1. El espíritu humano según M. Scheler
sin un cuerpo ni es un cuerpo; no es un cqerpo, sino una cosa del cuerpo, y por
eso está en el cuerpo»: Aristóteles, De anima II, 1, 412b, 6ss y 2, 414a, 12, 22. De alguna m anera nos hemos referido a este tema en el capí­
Por su parte añade santo Tomás: «Nada impide, por tanto, que la sustancia espiri­ tulo dedicado a la historia de la antropología filosófica. Lo reto­
tual sea la forma del cuerpo humano, que es el alma humana... Pero, porque el mamos de nuevo porque interesa explicitar y sistematizar aspec­
entender del alma humana necesita de unas potencias que obran a través de ciertos
órganos corporales, se deduce que se une naturalmente al cuerpo para constituir tos solamente aludidos en aquel momento.
al ser humano»: C. Gent. II, 68.
29. Cf. J. B. Metz, Antropocentrismo cristiano. Sobre la forma de pensa­ 30. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, Buenos Aires 1960;
miento.de Tomás de Aquino, 91-93. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, Madrid 1965.
146 Dimensión cósmica del hombre 147
La estructura del ser humano

Entroncado en el árbol de la vida y en continuidad con ella sí mismo en sí mismo»35. Esto es, incorpora las cosas trascen-
el existente humano desarrolla una actividad sin parangón con Riéndolas. Sin ser realidad ni principio independiente, puede de­
los demás seres vivos. M. Scheler atribuye esta superioridad al cirse que el espíritu es el hombre entero en cuanto que se con- _
espíritu, dimensión específica inderivabíe de la vida como tal. centra sobre sí mismo y se «recoge» en sí mismo. Es interiori­
Lo hace consistir en la capacidad de autoposesión y trascendí» dad. Inspirándose en esta doctrina, J. Ortega y Gasset lo define
miento. Ser dueño de sí y elevarse sobre la realidad propia y como intimidad: «Llamo espíritu al conjunto de actos íntimos
ajena es competencia exclusiva que caracteriza al hombre. de que cada uno se siente verdadero autor y protagonista»36.
Sus notas distintivas son dos fundamentales: la inteligencia A pesar de todo, M. Scheler no logra disipar todas las dudas. 0
y el dinamismo. Ambas lo proyectan hacia horizontes allende el Si es verdad que el sentido y el instinto no constituyen el espíri- ' f-
impulso instintivo y le permiten obrar con entera independencia. tu, no lo es menos que éste no se da al margen de la sensibilidad
«El hombre es el ser vivo que puede adoptar una conducta ascé­ y del impulso. Queda en entredicho, por tanto, su originalidad
tica frente a la vida... Puede reprimir y someter los propios im­ y autonomía, por más que el filósofo alemán recurra a la idea
pulsos»31. de sublimación y transfiguración. Indudablemente es mejor ha­
Esta manera de ser no convierte al espíritu en entidad etérea blar, como hace Ortega, de «punto céntrico» y de « núcleo perso-
y desencarnada. Surge precisamente en contraste con el instinto nalísimo»37. De todas form as podemos decir que el espíritu
al enfrentarse al mundo. Algo así como un poder de ascensión scheleriano es el mismo hombre bajo el aspecto original, índerí-
y autosuperación que se acciona ante la resistencia ofrecida por vable de la vida animal, que le permite abrirse a la realidad y y
la particularidad de lo inmediato. Mientras el sentido y el instinto desasirse de lo inmediato para adentrarse en la esfera de lo tras­
quedan prendidos en lo concreto, el espíritu, en cambio, vence cendente irreversible38.
su oposición haciendo de este vencimiento su propia vida.
Hay que advertir, sin embargo, que, aunque el espíritu tiene
su lugar en el mundo, no es por ello una pieza mundana más. 2. El espíritu humano en P. Teilhard de Chardin
Supraespacial y supratem poral, «nunca se torna objetivo»32,
3 . aunque lo objetive todo. Se presenta como proceso de autosupe­ Aunque Teilhard de Chardin se centra solamente en el fenó­
ración y de transformación de la naturaleza a la que confiere meno o lo que aparece, lo aborda, sin embargo, en toda su pro­
sentido. En él alcanza su cota más alta la naturaleza que se auto- fundidad, pues lo estudia todo entero. «Sólo el fenómeno, pero
determina y se libera. «La propiedad de un ser espiritual es su todo el fenómeno». Desde esta perspectiva descubre al hombre
independencia, libertad o autonomía esencial frente a los lazos como eje del mundo y polo de la realidad global. Es la clave
y presión de lo orgánico, de la vida... Tal ser espiritual ya no para interpretar la naturaleza, en cuanto que representa la materia
está vinculado a sus impulsos y al medio, sino que, libre frente y la vida llevadas al extremo de sí mismas.
al medio, está abierto al mundo. Tal ser tiene mundo»33. Si la vida no es fenómeno aberrante de la naturaleza ni fortui­
Merced a este poder especial, el hombre crea categorías abs­ to accidente, sino culminación y desembocadura de un proceso
tractas y posee conocimiento ideatorio de las esencias, como las cósmico universal, el ser humano no constituye una excepción
de tiempo, espacio, valor y otras semejantes. En este sentido ha de esta onda expansiva. Aparece, más bien, como el rebasamien-
‘ podido decir M. Scheler que la persona es el ser que se eleva to de la misma. Es la vida que se sobrepuja a sí misma. En esta
«por encima de sí mismo» y «convierte todas las cosas, incluso línea de progresión sitúa Teilhard al ser humano a la cabeza del
a sí mismo, en objeto de conocimiento»34. Más que una sustan- movimiento de réagrupación y convergencia de todas las energías
cia, el espíritu es- «un plexo y orden de actos que se realiza a
31. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 85. Cf. supra, 114-116. 35. ibid., 11.
32. Ibid., 119. 36. L Ortega y Gasset, Vitalidad, alma, espíritu, 462.
33. Ibid., 64. 37. Cf. ibid., 461-462.
34. Ib id .,15. 38. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, Madrid 1988, 63.
148 La estructura del ser humano J Dimensión cósmica del hombre 149

cósmicas, cuyo punto cenital es el cerebro, exponente máximo la molécula humana»43. La célula se ha hecho alguien, pasando
de la organización bioquímica y celular. Su actividad específica del anonimato y la irresponsabilidad al reconocimiento y compro­
es la conciencia reflexiva, el saber que se sabe. «A la cabeza miso consciente. Hay que decir, entonces, que el espíritu en Ted­
la Vida, con toda la Física subordinada a ella. Y en el corazón iaré, lo mismo que en Scheler, no representa una alternativa de
de la Vida, para explicar su progresión, el resorte de la ascensión la materias. Es, más bien, la «variante conjugada» y el «efecto
de Consciencia»39. específico» de la complejidad con indiscutible supremacía en el
No obstante esta continuidad, el ser humano es, para el paleon­ concierto de la vida44.
tólogo francés, un ser heterogéneo y distinto del resto de los vi­
vientes. Debido a su comportamiento reflexivo rompe el marco Las dos interpelaciones que hemos visto, enriquecidas con las
aportaciones de la antropología actual, nos permiten discernir la
de la escala zoológica y ocupa un rango superior. La autoconcien-
cia es autocentración y autoposesión y, por lo mismo, intimidad naturaleza del espíritu en el hombre.
A diferencia de Platón, que identificaba el espíritu con un
y autodominio, notas específicas de la vida espiritual y signo in­
principio autónomo, Aristóteles lo definió ya como «pensamiento
equívoco de superioridad ontológica. «Si se quiere resolver esta
de pensamiento» (nóesis nóeseos). Esta idea se viene repitiendo
cuestión... de la ‘superioridad’ del hombre sobre los animales, no
con ligeras variantes hasta nosotros, impulsada por los pensado­
veo más que un medio: separar decididamente, en el haz de los
res de la época moderna, especialmente Fichte y Hegel, y enri­
comportamientos humanos, todas las manifestaciones secundarias
quecida con las aportaciones de la filosofía contemporánea (Hart-
y equívocas de la actividad interna y situarse cara al fenómeno
mann, Zubiri etc.). A la conciencia de sí añade esta filosofía el
central de la reflexión... Es el poder adquirido por una conciencia conocimiento del mundo, el crecimiento constante, la autoliber-
de replegarse sobre sí misma y tomar posesión de sí misma»4041. ción y la intersubjetividad como características del espíritu. Todo
Se trata de una novedad de valor incalculable en el proceso ello supone una novedad indiscutible, expresión de un nivel de
evolutivo que, aunque aparentemente no representa rompimiento realidad superior e irreductible al fisicobiológico y psíquico. Es
ni quebranto de la vida, comporta, sin embargo, un salto cualita­ el hombre mismo que, como materia vitalizada y personalizada,
tivo esencial, cuyas características son la capacidad de invención, se hace sujeto de operaciones diversas perfectamente armoniza­
de previsión y de responsabilidad. Un plus de realidad que nos das. J. M oltmann lo llama compendio de su propia autoorganiza-
hace otros y no sólo distintos. No un cambio de grado, sino de ción, es decir, de sus síntesis internas y externas. Esto es el espí­
n a tu ra le z a , Redditio in se ipsum, que decían los clásicos, o ritu45, que en su día definió ya san Agustín como intimidad y
efervescencia del espíritu al socaire del movimiento de compleji-
ficación de la materia. autopresencia.
Entendido de esta manera, el espíritu no difiere del de aque­
A la luz de estos principios no es legítimo considerar el espí­ llas otras interpretaciones que, empeñadas en evitar todo atisbo
ritu como entidad foránea o parte del hombre, sino como el hom­ dualista, lo consideran principio metafísico, no subsistente en sí
bre mismo que revierte sobre sí autoposeyéndose por completo. mismo, sino como realidad informante y definidora de la esencia
«Una inversión sobre sí mismo, no sólo del sistema, sino del humana. Es decir, una dimensión de la vida que une el poder del
ser entero»42. En una palabra, materia evolucionada y transfor­ ser con la configuración del ser. Sólo así queda a salvo la unidad
mada, materia que deviene espíritu por interiorización. Sus pala­ sustancial del ser humano46.
bras no dejan lugar a dudas: «No hay, concretamente, materia Desde una perspectiva más fenomenológica que filosófica, el
y espíritu, sino que existe solamente materia convirtiéndose en antropólogo español P. Laín Entralgo entiende por hombre (y, en
espíritu. No hay en el mundo ni espíritu ni materia: la trama del
universo es espíritu-materia. Ninguna otra sustancia podría dar 43. P. Teilhard de Chardin, La energía humana, Madrid 1967, 63-64. Tam­
bién E l porvenir del hombre, Madrid 1964, 85.
39. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 181. 44. Cf. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 368-369.
40. Ibid., 201. 45. Cf. J. Moltmann, Dios en la creación, Salamanca 1987, 31.
41. Ibid., 202. 46. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 202-204; P. Tillich, Teología siste­
42. Ibid., 208. mática III, Salamanca 1984, 141.
150 La estructura del ser humano J Dimensión cósmica del hombre 151

consecuencia, por espíritu humano) toda la realidad corporal del K. Rahner, remedando a los clásicos, añade: «El hombre es la
ser humano, a cuya estructura unitaria y dinámica corresponde absoluta apertura al ser en general, o para decirlo con una sola
la conversión de la «conciencia neural» en «conciencia personal» palabra: el hombre es espíritu»51.
Según Laín Entralgo, la materia estructurada humanamente se ha­ v Asumiendo la interpretación zubiriana, añadimos por nuestra
ce pensante, autoconsciente, libre e inmortal, esto es, espíritu. cuenta una precisión más. Sin ser una entidad o elemento aparte,
Siguiendo a Ortega y Gasset, designa con este término al con­ el espíritu representa una novedad entitativa innegable, a saber,
junto de manifestaciones de la vida humana en las que predomi­ lo más irrenunciablemente humano que hay en nosotros. W. Pan-
nan la afectividad, el sentimiento y la intimidad. No apunta a una nenberg denomina a esta dimensión identidad de la persona como
entidad oculta tras ellas, sino a la fuente y sujeto de las mismas. presencia del sí mismo en el instante del yo que hace posible su
No un principio inmaterial contradistinto y superior al cuerpo independencia. Es el todo humano en cuanto tal52. ¿Pero no es
sino materia somáticamente organizada o materia personaliza­ esto, acaso, un plus ontológico por el que el hombre supera su
da47. Es lo que él llama «materismo», según el cual, el cuerpo entorno y se sobrepuja a sí mismo? Todo esto está aludiendo a
humano (el hombre) es «estructura cósmica esencialmente nue­ dos subsistemas o subestructuras que constituyen un nuevo siste­
va... dotada de propiedades estructurales esencial y cualitativa­ ma y estructura, el hombre integral que es el que existe y funcio­
mente distintas de las que habían mostrado todas las estructuras na como ser uno y realidad singular. Lo que hay es el hombre:
precedentes». Por eso puede decir que «el hombre es todo y sólo ni simple materia ni espíritu puro, sino espíritu encarnado o cuer­
su cuerpo, todo y sólo materia somática personal»48. A pesar
po «animado» en el que espíritu y organismo son irreductibles.
de todo no es fácil distinguir esta teoría del materialismo emer-
Indudablemente esta cuestión no obtiene cumplida respuesta
gentista de M. Bunge, aunque sí difiere esencialmente del fisica-
en el marco de una antropología estricta. Se requiere otro tipo
lismo, defensor del monismo de sustancia y de propiedades. De
de discusión enmarcada en el ámbito de la ontología general,
todas formas el denodado esfuerzo de Laín Entralgo no consigue
despejar la incógnita de la psique humana como principio distin­ completada, a su vez, con el dato revelado. Mucho tiene que de-
to de operaciones específicas. dir a este respecto el teólogo de profesión53. A nosotros nos in­
En un orden estrictamente filosófico, X. Zubiri, renunciando cumbe ahora abordar otro aspecto del problema en estrecha cone­
conscientemente a la palabra «espíritu», llama al hombre sustan- xión con el que acabamos de tratar. Me refiero a la corporalidad
tividad psico-orgánica, en la que lo corpóreo es psíquico y lo humana. ¿Qué entendemos cuando decimos: el hombre es su
psíquico corpóreo. Su nota esencial es la apertura constitutiva cuerpo («yo soy mi cuerpo», que decía G. Marcel)?
a la realidad en cuanto realidad. «La concreción del yo es intrín­
seca y formalmente la unidad concreta de una realidad abierta
a su ser, a su yo, desde su propia animalidad y constituido for­ b) La corporalidad humana54
malmente por ella. La actividad humana en orden a la constitu­
Analizado el espíritu en sus notas y características esenciales,
ción de mi yo es la actividad integral de un animal de realidades
que constituye ese yo en tanto que actividad unitariamente ani­ es necesario determinar la naturaleza y sentido de la corporeidad
mal y personal, es decir, en tanto que ‘hum ana’»4950. humana. Habrá que ver qué se entiende por cuerpo humano. En
Concretando esta idea y solidarizándose con este pensamiento, 51. K. Rahner, Oyente de la palabra, Barcelona 1967, 73; Id., Espíritu en
E. Coreth llama «espíritu» o «alma espiritual» al principio esen­ el mundo, Barcelona 1965, 129-255.
cial unitario de la totalidad concreta del hombre™. Por su parte 52. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, Salamanca
1993, 666-667.
47. «Nuestro cuerpo es materia cósmica estructuralmente construida y espe­ 53. Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Las nuevas antropologías. Un reto a la teolo­
cífica y personalmente diferenciada»: P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Teoría gía, Santander 1983,21 Iss; W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológi­
actual, Madrid 1989, 325. Cf. Id., Cuerpo y alma, Madrid 1991, 229-236. ca, 651-672.
48. P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma, 318, 323s. 54. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 83-88; D. Frank, Chair et
49. X. Zubiri, Sobre el hombre, 481. corps, París 1981; C. Brouaire, Philosophie du corps, París 1968; R. Kuhn, Le
50. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 210. corps retrouvé: Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques 72 (1988)
Dimensión cósmica del hombre 153
152 La eslructura del ser humano I

primer lugar hay que decir que el cuerpo no es la alternativa y nidad concreta>f56. La mundanidad del hombre es el correlato
^ oposición al espíritu, sino un aspecto o faceta que junto con éste su corporeidad.
conforma la realidad integral del hombre. Alma y cuerpo no se Con ello no negamos el valor y función instrumental del cuer­
relacionan como el vino y el vaso, como continente y contenido- po con el que el hombre muestra su propia imagen y manifiesta
ni siquiera como el agente y el mando accionado de un artefacto! su ser a los otros en el tiempo y en el espacio, haciendo ver
Su relación es de complementariedad y constitutiva, en cuanto quién es el sujeto que transparenta. Pero su cometido y función f,.
que el uno es la forma expresiva del otro. Ambos se confieren es mucho más profunda y de mayor alcance antropológico. Es
realidad mutuamente. condición necesaria y modo imprescindible de la construcción
Los antiguos se percataron lúcidamente de este hecho y supie­ del individuo humano como tal; sólo mediante el cuerpo puede
ron distinguir entre cuerpo humano y cadáver. La «forma» cor­ ser alguien el hombre y mantenerse en su ser perfeccionándose
pórea no es4a «forma» cadavérica. Por eso el cadáver no es de­ progresivamente. Como ha escrito C. Castilla del Pino, «la vida
signado como cuerpo humano ni éste es reducido a un conglome­ (biológica) es necesaria porque hace posible la vida (biográfica),
rado atomicocelular. No es mero organismo. Espíritu y cuerpo o sea, la existencia humana»57. Ningún humano vive sin su cuer­
. constituyen un organismo vivo especial. La sabiduría popular ha po, que no lo posee sólo como condición de instrumentalidad,
A sabido expresar con fina intuición este fenómeno hablando de sino como constitutivo esencial, ya que la trayectoria vectorial
«restos» y «despojos» del fallecido, porque lo que queda después del hombre es la del cuerpo, en cuanto que acontece avanzando
de la muerte es un conjunto de elementos fisicoquímicos abocado desde el nacimiento hasta la muerte./Por el cuerpo adquiere mag­
a la descomposición. Es un sustrato inorgánico, pluriforme e nitud operativa la vida humana^8.
inerte, no identificable ya como estructura especial u organismo. Pero hay más. La instalación corpórea del hombre (corporei­
Por eso cabe preguntar por la naturaleza y significación de dad o corporalidad) implica un grado más que mera posesión.
este organismo que llamamos cuerpo humano y forma una sola Sobrepuja la simple posibilidad de comunicación y de actuación
cosa con nosotros. M ejor aún, es cada uno de nosotros.j¿Posee- porque impulsa al hombre hacia su realización plena a través del
mos el cuerpo como un objeto de nuestra pertenencia?‘¿somos conjunto de relaciones que establece con su entorno mundano y
nuestro cuerpo?^. En su ser y en su obrar, el hombre vive una humano. Es la presencialidad física actual del propio ser psico-
relación estrecha con su cuerpo de forma que la propia experien­ orgánico y expresión fáctica de la vida personal o exterioridad
cia lo conduce a reconocer que en cierto modo es su cuerpo. visible del alma. Zubiri lo identifica con la presencia de la perso­
Veamos el sentido de esta afirmación. na en el mundo. «Expresión es consecuencia de la corporeidad... ^
Que el cuerpo no es un simple organismo es una cuestión sin en el sentido de lo ‘expreso’ de toda la persona: es la persona ex­
complicaciones. Su mismo comportamiento demuestra que es el presa. Y el principio de esta expresión es su corporeidad»59. Por
modo como el hombre, el yo o la persona, se expresa y se realiza eso se distingue del mero organismo. Este aparece siempre como
biográficamente.jNo se trata de un instrumento con el que lleva­ contradistinto del espíritu, en tanto que el cuerpo es principio de
mos a cabo nuestras tareas, sino la manera como nos realizamos actualidad de lo «humano» propiamente; es materia corpórea60.
y llegamos a ser hombres en la vida entre las cosas y en contacto En esta interpretación, el alma (espíritu) no sólo está ligada ^
con los demás. Es forma de realización y de cumplimiento. J al cuerpo, sino que es en él y por él como existe y realiza su
J. Marías lo ha definido en estos términos: fL a manera con­ vida, es decir, como toma conciencia de sí y del mundo. Y esto
creta de estar en el mundo es, precisamente, estar corporalmente
56. J. Marías, Antropología metafísica, Madrid 1970, 149.
en él... Yo estoy en el mundo de manera corpórea, instalado pro-
57. Cf. C. Castilla del Pino, El duelo ante la muerte propia: Iglesia Viva
yectivamente en mi cuerpo, a través del cual acontece mi munda-
169 (1994) 41.
58. Cf. ). Marías, Antropología metafísica, 154-156.
557-563; 3. Gevaert, El problema del hombre. Introducción a la antropología filo­
59. X. Zubiri, Sobre el hombre, 62.
sófica, Salamanca 1976, 69-115; G. Haeffner, Antropología f ilosófica, Barcelona
1986, 107-126.5 60. Cf. X. Zubiri, El hombre y Dios, 40. También E. Coreth, ¿Qué es el hom­
55. Cf. P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Teoría actual. bre?, 204ss.
154 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 155
I

porque tanto el cuerpo como el alma no son sistemas completos sólo se realiza en su comunión con las cosas y con los hombres.
sino subsistemas integrantes de una estructura superior, la perso-^ Actuando sobre la naturaleza y tratando con sus semejantes es
na humana, de cuya realidad unitaria cobra valor y sentido el como el existente humano se cumple en su calidad de persona
cuerpo en tanto que humano. «Lo que llamamos ‘psique’ y cuer­ y alcanza su plenitud de ser.
po, dice Zubiri, no son sino subsistemas de notas de un sistema Esta función es ejercida mediante el cuerpo, o en instalación
único, del sistema de la sustantividad humana, psico-orgáni- corpórea, único medio para conectar con el mundo y hacerse pre­
ca»6'. Por eso puede decirse que el cuerpo es «cuerpo-de», es sente en él. Nace así el entramado hombre-mundo, de forma que
decir, corporiza la «psique» haciéndola humana y, en contra par-^ venimos a ser una porción del mundo mismo. La misma teología
tida, la «psique» «animiza» al cuerpo haciéndolo humano a su pone de relieve esta relación constitutiva, afirmando por boca
vez. El cuerpo del hombre sólo es humano por la impregnación de uno de sus representantes que «por el cuerpo estamos en las
del alma. |No hay cuerpo humano sin alm a/ Esta es la clave de cosas y las cosas en nosotros. El cuerpo es un pedazo del mundo
su distinción radical respecto del organismo. Aunque ambos son que nos pertenece de tal manera que somos este pedazo; pero
materia, desempeñan, sin embargo, funciones completamente también es un pedazo del mundo por el que estamos dentro del
distintas. El organismo armoniza elementos diferentes, es materia mundo, no perteneciéndonos totalmente a nosotros. El cuerpo es
organizada. El cuerpo, en cambio, actualiza al hombre a través un ‘entre’ el hombre y el mundo»64.
de un conjunto de relaciones concretas, lo presencializa en el En una palabra, la corporeidad es el modo de estar el hombre
mundo, determinando la forma fundamental de habérselas con en la realidad, porque, como dice Zubiri, su sustantividad «está
las cosas como realidades./Es decir, la apertura del hombre a la aquí» en la realidad y porque en esta su sustantividad está «la»
realidad se lleva a cabo mediante el cuerpo.} Esta forma o habitud realidad en que cada hombre está: «cada hombre es así el ‘lugar’
es en la actualidad instalación corpórea616263. de la realidad»65.
Resumimos nuestra exposición en estas palabras: cuerpo y b) M edio de relación intersubjetiva. Por el cuerpo los hom­
organismo no son entidades equivalentes. El segundo es soporte bres se insertan en un marco interrelacional con base en el mutuo
fisicobiológico del primero, y éste es el modo peculiar de ser y conocimiento. Se hacen inter-locutores, sabiendo que viven el
manifestarse el hombre en el estado presente: el conjunto unitario mismo mundo y se adentran en la interioridad del prójimo cap­
de notas en las que se hace presente al mundo la esencia huma­ tando de alguna manera su ser íntimo. Esta es la función de ex­
na. Lúcidamente lo ha expresado Haeffner: «En el vaivén entre^_ presiones corporales tan significativas como la risa, el llanto, la
el tener cuerpo (organismo) y el ser cuerpo ( ‘soma’) está la cor­ caricia, el rictus doloroso. En la faz del otro contempla cada uno
poreidad humana» .
su propia alma.
A la luz de estas consideraciones se patentizan las funciones Toda una literatura antropológica, a cuya cabeza se encuentra
y significación de la corporeidad humana. No son debidas propia­ la obra de E. Levinas, ha sabido expresar la función locuente del
mente a la estructura biológica, sino al hecho de ser elemento cuerpo humano, de la que está desprovisto el cadáver, A través ^
constitutivo de una realidad sustantiva, la persona humana, que de las expresiones corporales es posible la reconstrucción de la
comparte su suerte con la del organismo que le sirve de base. persona que las produce66.
Estas funciones pueden reducirse a las siguientes: forma de pre­
sencia en la realidad, medio de interrelación, poder de transfor­
mación y factor de limitación. Las describimos a continuación. 64. W, Kasper, Jesús, el Cristo, Salamanca 41994, 248.
a) Forma de presencia real. El cuerpo es el medio donde to­ 65. X. Zubiri, Sobre el hombre, 79. En este misino sentido abundan las
man forma concreta las posibilidades humanas, porque el hombre reflexiones de los filósofos Bergson, Marcel, Merleau-Ponty, Sartre, De Waelhens,
etc. Ultimamente ha reflexionado sobre el tema el antropólogo español P. Laín
Entralgo, El cuerpo humano. Teoría actual, 262-277.
61. X. Zubiri, Sobre el hombre, 456. 66. Cf. E. Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sala-
62. Cf. ibid., 64-65. manca 31995, 89ss; Id., De otro modo que ser o más allá de la esencia, Salaman­
63. G. Haeffner, Antropología filosófica, 126. ca 21995, 107-111.
156 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 157

c) Poder de transformación y fa cto r limitador. Además de yo, se desarrolla la savia y la plenitud de lo que radica en el ac­
las funciones reseñadas, el cuerpo humano cumple otro cometido tual ser real... la corporalidad es para nosotros el médium de este
Por él transforma el hombre la naturaleza y la domina. No es que desarrollo culitativo»70.
emplee la corporeidad como instrumento, sino que mediante ella R. Kuhn: «La corporalidad es la modalidad ontológica en la
aumenta su eficacia sobre el mundo por ser principio operativo que la vida se hace afección del yo individual aue no alcanza
que posibilita el uso de artefactos fabricados. G. Marcel ha pues­ punca la representación adecuada de sí mismo»7'.
to de relieve la diferencia entre el instrumento y el principio de J. M.8 Cabo de Villa: «El cuerpo es la expresión permanente
instrumentalidad. Entre el instrumento y quien lo usa se da siem­ de mi espíritu, el cual no vive dentro del cuerpo como en una
pre la distancia del tener. E l cuerpo, en cambio, no es algo teni­ casa alquilada, sino que la construye, retoca y deteriora cada día,
do por el hombre, sino aquello que hace posible que éste tenga estrechamente los dos unidos, los dos deudores a la vez y acree­
objetos como utensilios67. El trabajo corporal, a la par que per­ dores. Es la cara de mi alma visible para las otras almas, es vehí­
mite al hombre tomar posesión de la naturaleza, lo libera de sus culo de mis relaciones, el sacramento de cualquier comunión
presiones y le posibilita su realización como persona. entre seres humanos... No está el alma en el cuerpo como el vino
P. Laín Entralgo ha puesto especial énfasis en esta idea del en el vaso, sino como el alcohol en el vino, intrínsemanete ligado
cuerpo humano que formula de esta manera: «El cuerpo humano para siempre»72.
será la realización psíquica y somática... de un organismo que
se siente a sí mismo a través de los aparatos y sistemas orgánicos
que lo componen»6869. 3, Génesis del hombre. Hominizocióri73
Pero el hecho de situarse en el tiempo y en el espacio es de
por sí limitación. La circunscripción espaciotemporal impuesta Conocido el hombre en su unidad de alma y cuerpo, es nece­
por la condición corpórea es fuente de determinaciones que con­ sario despejar la incógnita de su aparición y génesis. La novedad
figuran la realidad personal de cada hombre y marcan la trayec­ que comporta la conciencia reflexiva en el proceso evolutivo
toria biográfica del mismo. Por el cuerpo tiene el hombre unos general del cosmos es fuente de interrogantes, no sólo para los
progenitores concretos, queda enmarcado en un momento históri­ científicos, sino principalmente para los filósofos. Se trata de la
co determinado, asume un contexto sociocultural particular, se vieja cuestión de la creación del alma, hablando en términos to­
configura sexualmente, se somete a las leyes naturales y padece mados del lenguaje religioso. El filósofo se resiste a este lengua­
inexorablemente su influjo. En una palabra, el cuerpo acota el je, aunque intenta explicarlo racionalmente, y rechaza la unidad
ámbito operacional de la persona y la encuandra en unas coorde­ humana como resultado del acoplamiento de dos elementos pre­
nadas que lo limitan. existentes, dos sustancias distintas, que pasan a constituir un solo
Los textos que citamos a continuación expresan el común sen­ ser. Ni las conquistas de la ciencia ni la interpretación racional
tir de la antropología actual sobre el sentido que acabamos de de la conducta específica del hombre dan pie para pensar de este
descubrir en el cuerpo humano. Para significar la actualización modo. El hecho de la evolución biológica, en cuyo proceso se
física y presencia histórica en el mundo debida a la corporeidad, inserta el ser humano, y el fenómeno de la historicidad que co­
los antropólogos emplean términos tan expresivos como soma, mienza con él sugieren otra clase de respuesta. ¿Cómo llegó a
rostro, carne . fraguarse este ser que es el hombre? ¿qué factores intervinieron
B. Belte: «Como el desarrollo pleno para nosotros radica en en su formación? ¿a qué tipo de dinamismo se debe? Es el com-
la corporalidad, en ella se desarrolla precisamente esto cualitati-
70. Citado por N. Scholl, Jesús, ¿sólo un hombre?, Salamanca 1971, 83.
67. «Decir que yo soy mi cuerpo es suprimir el intervalo que yo establezco 71. R. FCufin, Le corps retrouvé: Revue des Sciences Philosophiques et Théo-
cuando, por el contravio, digo mi cuerpo es mi instrumento (o es mío)»: G. Mar­ logiques 72 (1988) 563.
cel, Journal métaphisique, París 1935, 238, 252 (trad. esp.: Barcelona 1969). 72. J. M* Cabo de Villa, La impaciencia de Job. Estudio sobre el sufrimiento
68. P. Laín Entralgo, El cuerpo humano. Teoría actual, 247. humano, Madrid 1967, 130.
69. Cf. P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma, Madrid 1991, 243-273. 73. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 88-107.
158 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 159
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piejo problema de la hominización que, para su mejor compren­ el proceso en curso, habrá que ver en la hominización la articula­
sión, estudiamos bajo dos niveles diferentes, el científico v *\ ción de los diversos momentos, etapas, ritmos y factores como
filosófico. * 1 otras tantas partes y capítulos de una misma historia. La conti­
nuidad y trabazón de los estratos así lo sugieren.
En este lento movimiento de maduración, en el que se entre­
a) Base científica de la hominización cruzan factores de distinto signo (selección, eliminación, integra­
ción, migración, reorganización, transmisión), los antropólogos
La hominización, lo mismo que la evolución de la que forma descubren un fenómeno muy complejo producido tanto por lo
parte, constituye un tema de estudio muy complejo, ya que se en­ que surge como por lo que desaparece, por lo que converge y
marca en un movimiento, cuyos momentos no se suceden rectilí­ por lo que disiente. «De tarde en tarde, escribe E. Morin, surgen
neamente, sino con interrupciones, repeticiones y hasta retrocesos. divergencias y disidencias; muchas de ellas fracasan, mientras
Los científicos describen cuatro etapas principales en todo ei otras acaban imponiéndose, extendiéndose; y los disidentes que
proceso: caos inicial, ordenación de la materia, aparición de la alcanzan el éxito convierten a aquellos que anteriormente les
vida, formación del hombre. Este último tramo recibe el nombre habían impulsado a apartarse del grupo»76. Desde distinto punto
de hominización, distinguiéndola de «antropogenia», «antropogé- de vista X. Zubiri emite el mismo veredicto: «Un proceso de
nesis» y «hominación», términos menos usados últimamente por maduración... Como tal, está sometido a oscilaciones, indecisio­
su ambigüedad. Generalmente la hominización ha dejado de ser nes e incluso a represiones, aunque sea por poco tiempo»77
considerada caso particular de la evolución para convertirse en Es cierto que a lo largo de todo este macroproceso se ventila
razón fundamental de ella. En efecto, el hombre o conciencia siempre una mayor complejificación y mejor organización (mayor
reflexiva es el supremo valor obtenido por el proceso y represen­ número de elementos mejor combinados) pasando de lo más sim­
ta la flecha del mundo en crecimiento; es lo que cabía esperar ple a lo más complejo, cuyo resultado es el perfeccionamiento
de este magno movimiento ascndente74. En este sentido tienen estructural al que corresponde una subida de psiquismo o ascen­
razón quienes la definen como el proceso de la aparición del sión de la conciencia hasta hacerse reflexiva. Dicho movimiento,
hombre como realidad psicosomática a partir de formas animales reconocido unánimemente por la ciencia actual, está dotado de
anteriores, no sólo cronológicamente, sino también en el orden un mecanismo propio y se ajusta a leyes precisas78.
de su constitución. A la par que describe las fases del proceso, Pero no todos los evolucionistas interpretan de la misma- ma­
analiza los factores y agentes determinantes de su desarrollo inte­ nera el funcionamiento mecánico y el cumplimiento legal de este
gral75. Limitar este hecho al ámbito de la corporalidad es redu­ proceso. Los divide la distinta concepción del orden cósmico,
cir indebidamente el problema, situándolo en un estadio estricta­ objetivo para unos y finalístico para otros. Los primeros, que no
mente zoológico que compromete la integralidad humana y con­ perciben en la evolución una orientación al bien del individuo
funde al hombre con su biología. y de la especie, atribuyen el proceso exclusivamente a la selec­
En una comprensión adecuada del ser humano no cabe enten­ ción natural y a la reproducción también selectiva. En base a la
der su dimensión espiritual como descenso en picado ni como
76. Cf. E. Moría, El paradigma perdido: el paraíso olvidado. Ensayo de
mera explosión desde abajo. Los hechos sugieren otra interpreta­ bioantropología, Barcelona 1974, 67.
ción que resulta de integrar los hallazgos de las ciencias biológi­ 77. X. Zubiri, El origen del hombre: Revista de Occidente 6 (1964) 160.
cas puras (genética, morfología, paleontología, antropología físi­ 78. «Evolutivamente han ido apareciendo en él (cosmos) estructuras de
ca) y los de la antropología positiva y filosófica (psicología, lin­ complejidad creciente. Tras las partículas elementales simples (el fotón, el elec­
güística, etnología, filosofía, teología, etc.). Puesto que es único trón, el quark, el neutrino), aparecieron sucesivamente las partículas elementales
complejas, los átomos ligeros, los átomos pesados, las moléculas, las macromolé-
74. Cf. P. Teilhard deChardin, La visión del pasado, Madrid 1964,325-327; culas... Y, tras la diferenciación del proceso evolutivo en fitosfera y zoosfera, los
P. P. Grassé, L ’évolution du vivant, París 1973, 17. animales pluricelulares, hasta llegar al organismo de los antropoides superiores
y los homínidos»: P. Laín Entralgo, El problema alma-cuerpo en el pensamiento
75. Cf. K. Rahner-P. Overhage, El problema de la hominización. Sobre el
origen biológico del hombre, Madrid 1973, 88. actual: Albor CXLVII (1994) 21-22.
160 La estructura del ser humano Dimensión cósmica del hombre 161

misma constitución, perviven los organismos m ejor dotados de un homínido prehumano, no por ello encuentra en este cambio
mientras que desaparecen los menos capacitados. Resultado de su explicación completa y razón adecuada80.
esta mejora, obra de milenios, es la aparición de especies nuevas ¿puede decirse que el hombre entero, ser corpóreo-espiritual,
con el consiguiente cambio de naturaleza. Asi piensan los llama­ es efecto sólo de factores fisicoquímicos y biológicos? Aparte
dos sinteticistas, como Darwin, Haldane, Huxley, Simpson, Mo- del materialismo clásico y del evolucionismo rígido, lo entienden
nod, etc. /jov así los modernos fisicalistas, los biologistas y emergentis-
Los segundos, ortogenistas en su mayoría (P. Teilhard de ta8 . Mas para el filósofo, que tiene que abordar el problema
Chardin, L. Cuénot, P. P. Grassé, M. Crusafont, etc.), sostienen en su radicalidad, la sola antropología fisicobiológica no respon­
el finalismo de la naturaleza, en la que se cumple un plan previa­ de cabalmente a la integralidad humana.
mente establecido que hace progresar los organismos en direc­ Los actos espirituales del hombre están pidiendo un principio
ción de lo m ejor mediante la adaptación al medio y la herencia también espiritual, en modo alguno reducible a lo físico y bioló­
de caracteres adquiridos. gico. Un género de realidad, núcleo supraorgánico y transfeno­
En ambas interpretaciones se impone un hecho innegable. Las ménico, ilocalizable somáticamente, que invade al hombre entero
formas vivas simples, fruto de la organización material, aparecie­ de pies a cabeza, llámese mente, espíritu o alma. La cuestión que
ron primero, mientras que las más complejas surgieron después. ahora se ventila es la siguiente: ¿cómo se explica la discontinui­
E l paso se verificó del estado unicelular al pluricelular por vía dad del comportamiento específicamente humano dentro de la
de complejificación seguido de una mayor interiorización. A par­ continuidad del ser vivo que es el hombre?82.
tir de aquí se explica todo el proceso según unas leyes, cada vez
mejor conocidas, que regulan la ordenación del mundo orgánico,
incluido el ser humano. Entre ellas conviene destacar la de com­ b) La hominización según la filosofía. Interpretaciones
plejidad, la ortogenética, la de irreversibilidad, la de especializa-
ción, la de equilibrio biótico, la de concienciación. La encuesta científica de la realidad humana habla de síntesis
Todo esto lleva al científico a ver al hombre como meta y armónica entre una evolución continuada y una innovación trans­
culminación de un gigantesco movimiento de crecimiento interno formadora en profundidad. Con ello se da a entender que el hom­
en el que intervienen factores de distinto orden en proporción bre procede por evolución biológica, pero a la vez está implanta­
diversa (selección natural, adaptación al medio, recombinación do en la existencia mediante una acción creadora83. Entran en
de genes, integración, cerebralización, inculturación). Unos son juego dos conceptos diferentes que hay que armonizar, evolución
de orden físico, bioquímico y ecológico, en tanto que otros perte­ y creación. En el caso concreto de la génesis del hombre, el pro­
necen a lo psíquico y a lo sociocultural79. Pero todos han contri­ blema tiene esta traducción ya clásica: ¿qué sentido tiene la crea­
buido a hacer del hombre, en tanto que proceso de maduración ción inmediata del alma humana en el proceso evolutivo? Para
genética, un ser netamente superior al animal más desarrollado, no alargarnos demasiado en cuestiones que se vienen repitiendo
aunque en estrecha conexión con él. Es cierto que el ser humano desde hace mucho tiempo, nos limitaremos a exponer los príncí-
no quiebra nunca esta continuidad, pero representa una novedad
innegable dada a conocer en su peculiar comportamiento domina­ 80. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 461-476.
do por la autoconciencia, la iniciativa, la previsión y la responsa­ 81. Da buena cuenta de estas teorías J. L. Ruiz de la Peña en su obra Las
bilidad. Un plus ontológicoy ciertamente, que, si bien se debe en nuevas antropologías. Un reto a la teología, Santander 1983, 133-202. Cf. J. de
buena medida a la transformación de las estructuras morfológicas S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 75ss.
82. Cf. A. Portmann, Biologie und Geist, ZUrich 1965, 354ss.
83. «Cabe que se dé una síntesis de evolución externa continuada y una trans­
79, Cf. M. Crusafont, El problema de la antropogénesis, en A. Haas (ed.), formación interna en una unidad garantizada por el eje de la creación»; A. Haas,
El origen de la vida y del hombre, Madrid 1963, 336ss; E. Morid, El paradigma Evolución e imagen cristiana del hombre, en Id., E l origen de la vida y del hom­
perdido: el paraíso olvidado. Ensayo de bioantropología, 64ss, 227ss; K. Rahner- bre, Madrid 1963, 551.
P, Overhage, El problema de la hominización, 145-150, 154-163; P, P. Grassé,
Vévolution du vivant, 305-335.
162 La estructura del ser humano 163
í Dimensión cósmica del hombre

pios de solución apuntados por dos antropólogos recientes de dores espaciados en el tiempo. Se da uno solo, cuyo influjo con­
reconocido prestigio, científico y fenomenólogo uno y filósofo tinúa en los seres alentando y favoreciendo su actividad propia88.
otro. M e refiero, a P. Teilhard de Chardin (1881-1955) y a X
Zubíri (1889-1983). Estos dos pensamientos se complementan Explicación filosófica (X. Zubiri)89. La interpretación teilhar-
a la vez que actualizan la antigua doctrina escolástica de la cau­ diana es reasumida posteriormente por nuestro filósofo, que da
salidad aplicada al hecho de la aparición del hombre. razón especulativa de ella. Para Zubiri, lo específico del hombre
6s la inteligencia (habitud humana) o modo peculiar de habérse­
Explicación científica y fenomenológica (la interpretación teil- las con las cosas no como meros estímulos, sino como realidades.
hardiana)84. Por los años veinte el paleontólogo francés intenta
Ahora bien, esta capacidad comporta una estructura especial inte­
explicar el brote de la inteligencia racional a partir de la sensibi­
grada por dos elementos íntimamente relacionados entre sí, el
lidad, habida cuenta de la diferencia no sólo gradual, sino tam­
alma y el cuerpo, que son y actúan de consuno, de modo que el
bién de naturaleza, manifestada en sus actividades respectivas85, alma es estructuralmente corpórea y el cuerpo, estructuralmente
Para ello introduce la noción de «transformación creadora» con
la que designa un acto especial de Dios —intervención directa—, anímico.
Ambos constituyen un único ser, el hombre, al que correspon­
que no opera desde la nada (creación inicial), sino desde un or­
den indisolublemente operaciones corpóreas y actividades espiri­
ganismo existente que transforma en otro de orden superior. Se
tuales. El problema queda planteado en estos términos: ¿cuándo
trata de una verdadera innovación ontológica, puesto que el re­
y cómo aparece la inteligencia sobre el sentido, el alma en el
sultado obtenido comporta un más-ser (plus de realidad) patenti­
zado en su modo peculiar de obrar: razonamiento, responsabili­ cuerpo?
Zubiri responde con la palabra creación, ya que la psique
dad, amor, previsión del futuro, etc. Dicha innovación postula
intelectiva (alma) es innovación radical respecto de la sensibili­
la acción de un agente más poderoso que no añade nada, cierta­
dad y, por consiguiente, no puede provenir de elementos exclusi­
mente, pero que potencia desde dentro el dinamismo y eficacia
vamente físicos y sensoriales. Pero, dado que el elemento espiri­
de los agentes naturales. Esta nueva acción no se intercala entre
tual depende necesariamente del sentido tanto para ser como para
éstos, sino que afecta directamente a su mismo obrar. «Debajo
obrar, su aparición (creación) no puede tener lugar al margen del
del ejercicio ininterrumpido de las causas segundas — escribe
aparato biológico y sensitivo, sino por profundización en él.
Teilhard— , se produce una dilatación excepcional de la naturale­
Para explicar este hecho, Zubiri invoca las mutaciones somáti­
za, muy superior a lo que podría dar de sí el juego normal de
los factores y de los excitantes ordinarios»86. Por eso, añade, cas como causas efectoras del espíritu, aunque no únicas. La no­
hay que decir que «Dios, propiamente hablando, no hace nada, vedad innegable de la «psique» humana postula la intervención
hace que se hagan las cosas»87. de otra causa superior metaempírica que actúa en el mismo pro­
ceso evolutivo llevándolo a su cumplimiento por elevación. Esta
Vistas así las cosas, quedan a salvo la acción de Dios, inve-
se inscribe en el dinamismo de Ja naturaleza, que está dotada de
rificable científicamente, pero exigida por la razón filosófica, y
la influencia decisiva de los agentes naturales reconocida por la un sistema de capacidades para dar de sí. Entre sus diversos mo­
dos Zubiri, remedando a Teilhard, incluye uno especial por el
doctrina evolucionista. Aquí se encuentran y reconcilian el cientí­
que la m ateria da de sí desde sí misma, pero no por sí misma,
fico positivo, que comprueba hechos, y el filósofo especulativo
sino por que se «le hace hacer». Es el caso de la hominización,
que exige la razón última de los mismos. No hay dos actos crea­
donde la «psique» intelectiva (alma) brota de las estructuras celu­
lares mediante la acción de Dios. Estas estructuras producen des­
84. Sobre este tema remitimos a nuestro artículo: La hominización, problema > de sí mismas la psique, pero no por s í mismas solamente, sino
interdisciplinar. Base científica e interpretación filosófica: Burgense 18/1 (1979)
164-170. a impulsos de otro ser superior que «hace que hagan». Y esto
85. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, Madrid 1965, 202.
86. P. Teilhard de Chardin, Como yo creo, Madrid 1970, 36, 29. 88. Cf. ibid., 29.
87. Ibid., 34. 89. Remitimos a nuestro trabajo anteriormente citado, p. 171-179.
164 La estructura del ser humano >
1 2
EL SER DEL HOMBRE: LA PERSONA HUMANA
porque las operaciones psíquicas son de naturaleza distinta de
las de la materia90. Constitución y desarrollo
Podemos concluir afirmando que en la génesis del existente
humano concurren dos corrientes distintas y complementarias,
una de orden natural y otra trascendente. Ambas lo hacen térmi­
no de operaciones físicas y biológicas, por una parte, y efecto
de la acción creadora divina, por otra . No un epifenómeno,
sino emergencia de lo nuevo desde el dinamismo natural, pero,
bajo la acción de un agente superior que la ciencia no controla.
Creación de la nada, ciertamente, en cuanto que el paso decisivo
que franquea la últim a barrera es debido a la acción de la Causa
p rim e ra . No hay que ver en esta operación un trabajo artesa-
nal. Se trata propiamente de la dilatación de las mismas fuerzas
Bibliografía: Alvarez Turienzo, S., El cristianismo y la formación del
cósmicas que, en virtud de un apoyo especial, producen un efecto concepto persona, en Varios, Homenaje a Zubiri I, Madrid 1970, 50-76;
que supera su capacidad natural1923®. Buber, M., ¿Qué es el hombre?, México 1960, 150ss; Copleston, F.,
Esto es lo que la tradición escolástica expresa al distinguir Filosofía contemporánea, Barcelona, 1959,163-194; Coreth, E., ¿Qué
entre causa primera y causa segunda, considerando a esta última es el hombre? Esquema de una antropología filosófica, Barcelona 1976,
como verdadera causa efectiva y no simplemente ocasional. Y 113-165, 211-219; Laín Entralgo, P., Teoría y realidad del otro I, Ma­
es que en el gesto inicial de Dios, la creación no quedó definiti­ drid 1968; Id., Cuerpo, alma y persona, Madrid 1994; Lucas, J. de S.,
vamente acabada, sino sólo incoada, prosiguiendo en el tiempo El hombre, ¿quién es?, Madrid 1986, 64-74; Nédoncelle, M., La reci-
y en el espacio94. procité des consciences. Essai sur la nature de la personne, París 1942;
Scheler, M., El puesto del hombre en el cosmos, México 1960, 75-78,
85-87; Zubiri, X., Sobre el hombre, Madrid 1986, 103-122; Id., Sobre
la esencia, Madrid 1962, 500-508.

En su comparación con los demás seres, el hombre se sabe


superior a ellos: Esta superioridad radica en su unidad constitu­
tiva que, como vimos en el capítulo anterior, es resultado de la
90. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 48, 57-59, 464-466. integración de dimensiones distintas y diferentes niveles que lo
91. Cf. B. Meléndez en el prólogo a A. Haas (ed.), El origen de la vida y configuran como realidad única y singular: una sola esencia y
del hombre, Madrid 1963, p. XII. También D. Sertillanges, L'idée de création
et ses retentissements en philosophie, París 1945, 152.
un solo sujeto. Su original capacidad para percibirse como un
92. Cf. K. Rahner-P. Overhage, El problema de la hominización, 47-49.
todo idéntico a sí y distinto de todo lo demás habla en favor de
93. Para superar el dualismo platónico y el hilemorfismo aristotélico, P. Lafn
su rango ontológico peculiar. La relación con el ser, esto es, la
Entralgo, inspirándose en Zubiri, recurre a la idea de estructura, llegando a afirmar medida en que es ser — su tenencia del ser— alcanza la cota más
lo siguiente: «Dios pudo disponer que las causas segundas del mundo creado alta en la escala de los entes. Pues, bien, a esta manera de ser,
dieren por sí mismas lugar a sucesivas configuraciones de la realidad cósmica, más rica y densa que la de los otros vivientes, los filósofos le
comprendida el alma»: P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma, Madrid 1991, 288. han dado un nombre propio, el de persona,' cuyas expresiones
También Id., El problema alma-cuerpo en el pensamiento actual: Arbor CXLVII palmarias son la libertad y la historicidad. De ello nos ocupamos
(1994) 15-29. Sobre esta antropología hemos escrito en otra parte: La idea del
hombre en P. Laín Entralgo, en J. de S. Lucas (ed.), Nuevas antropologías del
a continuación en dos capítulos distintos, el que trata del concep­
siglo XX, Salamanca 1994, 43-78. to de persona a través de la historia y de sus constitutivos, y el
94. Cf. A. Gesché, Dios para pensar I. El mal - El hombre, Salamanca 1995, que estudia sus propiedades esenciales.
244-256.
164 La estructura del ser humano 2
EL SER DEL HOMBRE: LA PERSONA HUMANA
porque las operaciones psíquicas son de naturaleza distinta de
las de la materia909123. Constitución y desarrollo
Podemos concluir afirmando que en la génesis del existente
humano concurren dos corrientes distintas y complementarias,
una de orden natural y otra trascendente. Ambas lo hacen térmi­
no de operaciones físicas y biológicas, por una parte, y efecto
de la acción creadora divina, por otra . No un epifenómeno,
sino emergencia de lo nuevo desde el dinamismo natural, pero,
bajo la acción de un agente superior que la ciencia no controla.
Creación de la nada, ciertamente, en cuanto que el paso decisivo
que franquea la última barrera es debido a la acción de la Causa
primera . No hay que ver en esta operación un trabajo artesa-
nal. Se trata propiamente de la dilatación de las mismas fuerzas
Bibliografía: Alvarez Turienzo, S., El cristianismo y la formación del
cósmicas que, en virtud de un apoyo especial, producen un efecto
concepto persona, en Varios, Homenaje a Zubiri I, Madrid 1970, 50-76;
que supera su capacidad natural . Buber, M., ¿Qué es el hombre?, México 1960, 150ss; Copleston, F.,
Esto es lo que la tradición escolástica expresa al distinguir Filosofía contemporánea, Barcelona, 1959, 163-194; Coreth, E., ¿Qué
entre causa primera y causa segunda, considerando a esta última es el hombre? Esquema de una antropología filosófica, Barcelona 1976,
como verdadera causa efectiva y no simplemente ocasional. Y 113-165, 211-219; Laín Entralgo, P., Teoría y realidad del otro I, Ma­
es que en el gesto inicial de Dios, la creación no quedó definiti­ drid 1968; Id., Cuerpo, alma y persona, Madrid 1994; Lucas, J. de S.,
vamente acabada, sino sólo incoada, prosiguiendo en el tiempo El hombre, ¿quién es?, Madrid 1986, 64-74; Nédoncelle, M., La reci-
y en el espacio94. procité des consciences. Essai sur la nature de la personne, París 1942;
Scheler, M., El puesto del hombre en el cosmos, México 1960, 75-78,
85-87; Zubiri, X., Sobre el hombre, Madrid 1986, 103-122; Id., Sobre
la esencia, Madrid 1962, 500-508.

Én su comparación con los demás seres, el hombre se sabe


superior a ellos: Esta superioridad radica en su unidad constitu­
tiva que, como vimos en el capítulo anterior, es resultado de la
90. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 48, 57-59, 464-466. integración de dimensiones distintas y diferentes niveles que lo
91. Cf. B. Meléndez en el prólogo a A. Haas (ed.), El origen de la vida y configuran como realidad única y singular: una sola esencia y
del hombre, Madrid 1963, p. Xll. También D. Sertillanges, L ’idée de création
et ses retentissements en philosophie, París 1945, 152.
un solo sujeto. Su original capacidad para percibirse como un
92. Cf. K. Rahner-P. Overhage, El problema de la hominización, 47-49.
todo idéntico a sí y distinto de todo lo demás habla en favor de
93. Para superar el dualismo platónico y el hilemorfismo aristotélico, P. Laín
su rango ontológico peculiar. La relación con el ser, esto es, la
Entralgo, inspirándose en Zubiri, recurre a la idea de estructura, llegando a afirmar medida en que es ser — su tenencia del ser— alcanza la cota más
lo siguiente: «Dios pudo disponer que las causas segundas del mundo creado alta en la escala de los entes. Pues, bien, a esta manera de ser,
dieren por sí mismas lugar a sucesivas configuraciones de la realidad cósmica, más rica y densa qúe la de los otros vivientes, los filósofos le
comprendida el alma»: P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma, Madrid 1991, 288. han dado un nombre propio, el de persona,’cuyas expresiones
También Id., El problema alma-cuerpo en el pensamiento actual: Arbor CXLVII palmarias son la libertad y la historicidad. De ello nos ocupamos
(1994) 15-29. Sobre esta antropología hemos escrito en otra parte: La idea del
hombre en P. Laín Entralgo, en J. de S. Lucas (ed.), Nuevas antropologías del
a continuación en dos capítulos distintos, el que trata del concep­
siglo XX, Salamanca 1994, 43-78, to de persona a través de la historia y de sus constitutivos, y el
94. Cf. A. Gesché, Dios para pensar I. El mal - El hombre, Salamanca 1995, que estudia sus propiedades esenciales.
244-256.
166 La estructura del ser humano il El ser del hombre: la persona humana 167

1. El hombre, ser personal axial en el concierto cósmico. Lo consideraron cénit de la natura­


leza y síntesis de la misma, una concentración de los grados del
Decíamos que la conciencia de unidad y mismidad, efecto de ser y de la vida, al mismo tiempo que porción o copia de la ra­
su autoposesión, es la nota característica por la que el hombre zón universal (logos), hontanar de la realidad entera.
se distingue del resto de los seres. Por ella se constituye en per­ Aunque estos filósofos, sobre todo Sócrates, Platón y Aristóte­
sona, cuyo poder de trascendimiento lo capacita para ver lo otro les, apreciaron esta superioridad y le confirieron atributos perso­
como otro y establecer separaciones que le permiten recuperar nales (amor, libertad, responsabilidad etc.), como aparece en sus
su intimidad liberándose de cuanto no es él. Es la única manera diálogos, no lograron, sin embargo, sistematizar una doctrina de
de asegurar su originalidad y crecimiento en el área del ser sin la persona. Cautivados por la necesidad universal, cayeron en un
quedar aprisionado en la malla de los impulsos instintivos. Al excesivo intelectualismo que sacrifica lo singular y concreto en
decir de M. Scheler, este ascetismo sublima al hombre haciéndo­ aras de la universalidad. Ni el «logos» de Heráclito, ni el «ser»
lo persona, centro de la vida espiritual1. de Parménides, ni el «bien» de Platón, ni el «motor» de Aristóte­
La antropología filosófica actual, rebasando las fronteras del les, ni el «uno» de Plotino pueden considerarse persona. En este
solipsismo racionalista e idealista, ha designado con el término universo naturalista, el hombre está supeditado a lo universal sin
yo a este núcleo por el que el hombre representa una realidad que tenga razón en sí mismo y por sí mismo. Está en función del
singular, intransferible e irrepetible, ejercida en nombre propio todo, la «polis» en este caso, a quien encarna y realiza. Es medio
y en modo alguno canjeable por nada. Es centro unificador y o instrumento de la realidad suprema, a la cual supedita su ser
fundamento de dimensiones y actos desplegados en el curso de y su- obrar. Su inconsistencia y corruptibilidad lo privan de valor
la historia de cada uno. Seguidamente hacemos un breve recuento propio y autonomía y lo remiten a un principio del que recibe
de la génesis histórica del concepto de persona. todo como cualquier otro ser de la naturaleza. Es, por tanto una
pieza más del cosmos o, si se prefiere, un «microcosmos». Como
dice Platón en Las leyes, nadie debe esperar de la vida la felici­
a) El concepto de persona en la historia dad personal, ya que el cosmos no existe por él, sino él por el
cosmos2.
Con el fin de no incidir en lo expuesto ya en la primera parte, Aunque Aristóteles defiende la unidad sustancial del hombre
recogemos escuetamente las notas distintivas del concepto de y lo concibe como centro que unifica todos los grados del ser,
persona en las distintas épocas, completando lo que allí dijimos no consigue, sin embargo, superar la visión dicotómica de Platón
(cf. supra, 73-130). Es un camino para llegar a sus constitutivos y lo reduce al elemento cognoscitivo, dejando en segundo plano
esenciales. otros no menos importantes como la autonomía, la responsabili­
La peculiaridad conductal del hombre es signo de una realidad dad y la intersubjetividad, típicamente personales. Su concepción
profunda por la que se pertenece a sí mismo y mantiene su inde­ braquial (tronco o alma del que brotan unas ramas o facultades)
pendencia respecto de lo demás. Esta forma de vida singular es le impide armonizar convenientemente el pensar, el querer y el
la expresión de una plenitud ontológica que los clásicos llamaron decidir en una realidad inconfundible que piensa, quiere y decide
sustancia racional, reflejo y semejanza del ser pleno autosuficien- por sí misma. Ello hace que la antropología aristotélica {De ani­
te, el Absoluto. Esta imagen ha dado lugar a diversas interpreta­ ma) diste mucho de ser una filosofía auténtica de la persona hu­
ciones que clasificamos por este orden: filosofía griega, antropo­ mana3.
logía cristiana, pensamiento moderno y humanismos contemporá­
neos. 2. «En ningún caso se determina el principio absoluto como un alguien que
rompa esa necesidad y tome decisiones personales. En este sentido indicábamos
V>' que la metafísica pagana es naturalista... Una ‘cosa' entre las demás será en ese
Filosofía griega. Los antiguos filósofos griegos intuyeron con­
universo lo que nosotros llamamos persona»: S. Alvarez Turienzo, El cristianismo
fusamente la singularidad del hombre y le atribuyeron un puesto y la formación del concepto de persona, 50, 75-76.
1. Cf. M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos, 85-87. 3. Cf. ibid., 50.
168 La estructura del ser humano / El ser del hombre: la persona humana 169

A pesar de todo no podemos negar a Aristóteles el reconoci­ ya que «la razón es común a los dioses y a los hombres; sólo que
miento de dimensiones y aspectos personales en el ser humano en aquellos es perfecta y en éstos perfectible»7. En esto consiste
como la facultad de ejercer actos, el carácter, etc. «Las personas precisamente su personalidad.
adquieren un modo determinado de ser en virtud de su carácter En resumen, en la filosofía griega no es con un ser personal
y son felices o no según sus acciones... el carácter lo adquieren (Dios vivo) con quien tiene que habérselas el hombre en verdade­
según sus acciones» . ro diálogo. Se encuentra, más bien, ante una Omnipotencia amor­
La escuela estoica (300 a. C.-200 d. C.), con un sentido prag­ fa que lo anula en cierto modo. Esta idea tiene una versión so-
mático de la vida, concede supremacía a la voluntad sobre el ciopolítica, según la cual el individuo humano está enteramente
entendimiento y acentúa lo singular y concreto sobre lo universal sometido a una entidad superior, el Estado, cuya organización
abstracto. (polis) lo absorbe por completo. D e la «ciudad» recibe seguridad
Estos filósofos centran su atención en la rectitud de conducta y amparo y a ella ordena toda su actividad. Por eso, al quedar
ajustada a las exigencias de la naturaleza y a los principios de en entredicho su autonomía ontológica y sociopolítica, se difumi-
la razón. Insisten en el elemento espiritual del hombre que lo na su carácter personal, de modo que el término «persona» no
distingue del resto de los seres impregnados de materialidad. encierra tanto un sentido metafísico como social y jurídico con
Pero no ven en él una propiedad esencial, sino una donación gra­ efectos claram ente discriminatorios. El hombre griego no pasa
tuita o parcela recibida de la divinidad a quien corresponde por de ser una «cosa» bien ordenada, un «microcosmos».
naturaleza.
En este sentido han podido llamar al hombre p e rso n a (pro- E l pensamiento cristiano. Con el cristianismo el individuo hu­
sopon, en griego), término con el que se designaba a los actores mano adquiere una significación especial en el marco de la crea­
de teatro que representaban seres reales simulados con máscaras ción donde resaltan su dignidad y singularidad por ser hechura
o antifaces. Y es que el hombre, por su elemento espiritual, es inmediata de Dios, Absoluto personal. La revelación cristiana
el reflejo de la divinidad en el mundo. Representa a los dioses enseña que el ser humano es la criatura que Dios ama por sí mis­
y los testifica con su conducta, constituyéndose en prolongación ma por ser reflejo e imagen suya. Dios la ha puesto frente a sí,
suya en la historia. Chispa de la divinidad, cuyo sentido Epicteto, no como un algo, sino como un alguien capaz de responder cons­
estoico del siglo I, expresó en estos términos: «Recuerda que cientemente a sus requerimientos. En este ámbito dialogal, el
eres un actor dramático que representa el papel que el autor ha hombre advierte su parecido especial con el Creador y se siente
querido asignarte... Representar bien el papel (prosopon) que se acreedor de las prerrogativas divinas, a la vez que descubre en
te ha confiado depende de ti, pero escogerlo es tarea de otro»45. ellas el paradigm a de su completa perfección. Se experimenta
Más claramente todavía: «¿Cómo apareces tú actualmente en es­ como persona. Dueño de sí, como recuerda J. Damasceno, el
cena? Como un testigo citado por Dios. Acércate y da testimonio hombre «se expresa a sí mismo por medio de sus actos y propie­
de mí, pues eres digno de ser producido por mí como testigo»6. dades, y se manifiesta a sí mismo de modo que se distingue de
El carácter de «personaje» representante de los dioses es la los otros de su misma naturaleza»8. La autoidentificación, el au­
nota que distingue al individuo humano de los demás seres, se­ todominio y la intransferibilidad son las notas distintivas de la
gún los estoicos. Por eso es considerado superior y sagrado personalidad humana. En ellas percibieron los filósofos y teólo­
(«Homo, res sacra homini») y tiende por naturaleza a integrarse gos cristianos de los primeros siglos un ser enteramente nuevo
en la divinidad de donde brotó. Existe, por tanto, algo en él que distinto del resto de la creación y semejante a Dios. Lo llamaron
sobrepuja a las criaturas y lo asemeja a Dios. «Es una partícula «persona», pero no en el sentido de los griegos, sino en el que
del espíritu divino inmersa en el cuerpo humano», decía Séneca, más tarde le dará X. Zubiri cuando dice que «el hombre es la
manera finita de ser Dios».
4. Aristóteles, Poética, 6, 1450a.
5. Epicteto, Manual, Barcelona 1943, 35.
7. L. A. Séneca, Ep. 94, 1 (trad. esp.: Obras completas, Madrid 1940).
6. Las conversaciones de Epicteto, I, 29, 46, en Epictetae Philosphiae
Monumento I/II l, Hildesheim 1977. 8. J. Damasceno, Dialéctica, c. 43: PG 94, 613.
170 La estructura clel ser humano / El ser del hombre: la persona humana 171

Estos filósofos, a la vez teólogos, elaboran un sistema doctri­ na: «Una sustancia completa, en sí misma subsistente, con inde­
nal en el que ponen de relieve la diferencia entre lo universal pendencia de otro sujeto»11. Por esta autoposesión y autodomi­
o esencial y el modo concreto de su realización o cumplimiento nio se distingue el hombre del resto de los animales. «El alma
en un sujeto individual. Distinguen entre naturaleza y persona. racional (persona) se distingue de las demás formas en que a las
Con ello clarifican, guiados por la revelación, la naturaleza y otras formas no les corresponde el ser en el cual subsisten... El
personalidad de Dios, por una parte, y la unión en Cristo de dos alma racional, sin embargo, posee el ser como subsistiendo en
naturalezas en una sola persona, por otra (Nicea, 325; Calcedo­ él mismo, esto se deduce de la manera como obra»12.
nia, 451). Este esfuerzo cristalizó en una filosofía de la persona Un ser de esta índole es sujeto que integra en sí una esencia,
de excelentes resultados en el campo antropológico. unos accidentes y una existencia. Está totalizado en sí mismo y
Con el término «persona» designan una forma especial de ser no forma parte de otra realidad superior, sino que subsiste en sí
y de existir, el de la sustancia completa individual o «supuesto» como un todo completo individualizado (hipóstasis, supuesto).
de naturaleza racional. Un ser autoconsciente y libre abierto a Ahora bien, si este todo unitario es racional, se constituye en
la realidad como tal. Un ser que por razón de su estructura se persona. Los textos siguientes avalan cuanto hemos dicho:
relaciona con lo que no es él (mundo, hombre, Dios), mantenien­ «Hay que saber que no cualquier individuo en el género sus­
do su mismidad e intransferibilidad. En una palabra, un ser con tancial, incluso si se trata de una naturaleza racional, es formal­
pleno dominio y control de sí y de sus actos. mente persona; sólo lo es lo que existe por sí, no lo que existe
En el siglo IV, san Agustín lo definió como intimidad, es de­ en otro más perfecto»13.
cir, luz cobrada y recibida de Dios por la que reconoce su identi­ «Pero el particular y el individuo se verifican de manera aún
dad y su autoafirmación en Dios, a la vez que su relación con más especial y más perfecta en las sustancias racionales, que po­
él. A este ser, que es cada hombre, el obispo de Hipona lo llama seen el dominio de sus actos: no son solamente actuadas como
persona9. las otras, obran por sí mismas. Ahora bien, las acciones son pro­
Un siglo después el filósofo romano, Boecio, esboza ya una pias de los sujetos singulares. De ahí que, entre las otras sustan­
definición completa de persona, a la que llama: «Sustancia indi­ cias, los individuos de naturaleza racional reciban nombre espe­
vidual de naturaleza racional, dueña de sí e intransferible»10. cial, el de persona»14.
Con ello da a entender que el hombre es un ser especial que se Posteriormente, el franciscano escocés J. D. Escoto (1266-
pertenece a sí mismo y se mantiene independiente respecto de 1308), más próximo a Ricardo de S. Víctor que a Boecio, hace
todo lo demás. La naturaleza humana universal se singulariza en consistir la persona en la incomunicabilidad o intransferibilidad
el existente humano y se hace «incomunicable» sin perder su más que en la sustancialidad. Y esto porque la persona es siem­
nota específica, la racionalidad, causa del autodominio e indepen­
pre singular y concreta, y no universal y abstracta. Es el existen­
dencia. Reasumiendo esta doctrina, santo Tomás de Aquino, en
te concreto. Por eso es constituida como tal por la actualidad o
el siglo XII, concibe al hombre como realidad en sí y por sí que
acto de existir con la pluralidad de dimensiones que comporta
manifiesta su especificidad en su manera de obrar, es decir, sa­
(intelectivas, volitivas, afectivas, relaciónales, etc.). Es el hom­
biendo lo que hace y por qué lo hace. Esta consistencia plena
bre en el conjunto de sus aspectos existenciales15.
(subsistencia) o absoluto dominio sobre sí y sus actos, efecto de
la racionalidad, es para el Aquinate lo que hace al hombre perso^
11. Santo Tomás, Summa Theologica III, q. 16, a. 12, ad 2.
9. «A partir de la experiencia de la frontera misma de mi existencia, mi 12. Santo Tomás, De potentia, q. 3, a. 9, También C. Gent., 1. 2, a. 7 y
intimidad y mi sublimidad comprenden así al Dios cercano y lejano, más interior Summa Theologica I, q. 29, a. 1. ad 5 y a. 2.
que mi intimidad y más elevado que mi sublimidad»: san Agustín, Confesiones
13. Summa Theologica III, q. 2, a. 2, ad 3.
III, c. 6, 11; también IV, 1 y VII, 10, 16. En otra parte: «Una persona, es decir,
cada hombre... que es imagen de Dios según la mente... y es una persona»: san 14. Summa Theologica I, q. 29, a. le y a. 3.
Agustín, De Trinitate XV, 7, 11. 15. Cf. J. D. Escoto, Lectura I, dist. 2, pars 2, q. 1-4, en Opera omnia XVI,
10. Boecio, De persona Christi et duabus naturis, 3: PL 64, 1343C. Cittá del Vaticano 1950; C. Ordin. II, 3, 6, 9, vol. VIH, 1973.
172 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 173
./

La filosofía moderna. A partir del renacimiento, sobre todo en un todo infinito (Naturaleza, Idea, Materia-sociedad), sacrifi­
con la edad moderna, queda establecida una forma de sociedad cando su singularidad y consistencia en aras de una objetividad
en la que prevalecen el egocentrismo, la competición, el contrato absoluta que la rebasa y engloba20*.
calculado'6. Todo ello es debido al desplazamiento que experi­ El psicologism o inglés de esta época da un giro a la concep­
menta el hombre por obra de un universo inmenso que lo desbor­ ción anterior y sitúa la persona en la línea del instinto y del sen­
da y absorbe. Carente de seguridad, el hombre se retrae sobre timiento. Incluye entre sus constitutivos esenciales aspectos como
sí mismo en busca del cobijo que no encuentra en las cosas y la simpatía, el amor, la utilidad y el provecho traducido en pla­
se convierte en un puro-yo clausurado en sí y sin ventanas al cer, la sociabilidad y la solidaridad .
exterior. Es «conciencia de sí» pura e independiente de todo lo
que lo rodea. Se hace pensamiento, de form a que el yo racional Antropología contemporánea. Frente al intelectualismo y al
suplanta al hombre integral. Ni que decir tiene que esta concep­ psicologismo se sitúa la nueva antropología inspirada en la idea
ción de la persona es consecuencia de la interpretación de Boe­ de la existencia. En esta interpretación recobran su valor real la
cio, la cual, llevada al extremo, establece un intercambio automá­ alteridad y la comunicabilidad como dimensiones y constitutivos
tico entre conciencia, sujeto, yo y persona, intercambio que sin esenciales del hombre integral y aparece la libertad como condi­
dificultad alguna realizan el racionalismo y el idealismo. ción necesaria y característica fundamental. La persona es conce­
La res cogitans de Descartes, la caña pensante de Pascal y bida como estructura abierta al mundo y a los otros sin que la
la razón pura de Kant trabajan en favor de la subjetividad y pre­ pluralidad de elementos que la constituyen quebrante su unidad.
sentan al hombre a título de «alma», de pensamiento y de deber Aparece como conciencia intencional, como enseña Husserl, cuyo
racional. Esta concepción difumina la persona perdiéndola en el distintivo es su condición de sujeto frente al objeto y de yo cara
seno de una entidad vaporosa que la engloba sin que haya lugar al tú22. M. Scheler la concibe como «la unidad del ser concreto
para la iniciativa, la responsabilidad, la lucha por la existencia, y esencial... que funda todos sus actos»23.
el esfuerzo por llegar a ser plenamente. El ser humano queda, Dos son los sistemas antropológicos contemporáneos que dan
entonces, reducido a trabajador por cuenta ajena (la racionalidad) razón de la persona en los términos indicados, el existencialismo
sin nada que ver con eso que todo hombre pretende ser. y el personalismo. El prim ero la hace consistir en la conciencia
Así Descartes identifica la persona con la autoconciencia o que se construye al hilo de sus actos en diálogo permanente con
sujeto que piensa su pensar1617. Ch. Wolf la define como ser que el mundo y con los demás hombres. Dota de sentido a las cosas
conserva memoria de sí18. Kant y Fichte la encasillan en la con­ y hace suyos los valores que descubre en ellas. Conferir sentido
ciencia moral y la reducen al yo de mi «deber ser»19. Los mo­ y promover valores es su función específica. En este sentido pue­
nistas de diverso signo, como Spínoza, Hegel, Marx, la sumergen de decirse que la persona es proyecto de sí misma; un ir a más
en la línea del ser. Unos, como Sartre, Merleau-Ponty, Jeanson,
16. Cf. M. Scheler, Vom Umsturz der Werte II, Leipzig 1923, 260ss. limitan su realización y plenitud al área de lo fáctico e íntrahístó-
17. «Conocí por esto que yo era una sustancia, cuya completa esencia o
20. Cf. G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu, México 1971,224-250,
naturaleza consiste sólo en pensar, y que para existir, no tiene necesidad de nin­
273-285; Id., El concepto de religión, México 1981, 290-298.
gún lugar ni depende de ninguna cosa»: R. Descartes, Discurso del método, Barce­
lona 1983, 72. 21. Cf. D. Hume, An Enquiry Concerning the Principies o f Moráis, London
1751; A. Smith, Theory o f Moral Sentiments, London 1759; 3. Bentham, Intro-
18. «Se llama persona al ser que conserva memoria de sí, esto es, que es
duction to the Science ofMorality I, London 1834; J. S. Mili, Antropobiografía,
el mismo ser que se encontró antes en este o en aquel estado. Un individuo mo­
Buenos Aires 1939, 89-94; H. Spencer, Obras filosóficas. Primeros principios,
raí»: Ch. Wolf, Psicología rationaiis II, ABT. 6, en Gesammelte Werke, Hildes-
heim 1972, 660. Madrid 31905.
22. «Todo lo que para el sujeto es originariamente propio forma unidad con
19. «Persona es aquel sujeto que es capaz de ser responsable de sus accio­
él y pertenece, por tanto, a la esfera del yo»; E. Husserl, Ideen zu einer reinen
nes»: I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitien AB 22 (WW IV, ed. W.
Phdnomenologie und phünomenologischen Philosophie II, Den Haag 1952, citado
Weischedel, 329); Id., Crítica de la razón práctica, Buenos Aires 1961, 23-29;
J. G. Fichte, Introduzione a la vita beata o doctrina delta religione, Lanciano por 1. L. Ruiz de la Peña, Imagen de Dios, Santander 1988, 162.
1913, 30-100. 23. M. Scheler, Etica I, Madrid 1941, 338.
m La estructura del ser humano i75
,) El ser del hombre: la persona humana

rico. Otros, en cambio, como Jaspers, Lavelle, Marcel e incluso Según el personalismo, la orientación hacia el otro está en la
Heidegger, la abren a la trascendencia y la orientan a un valor entraña de la persona, en el sentido de que el otro es reconocido
supremo allende el tiempo y el espacio. En cualquier caso es como prolongación del propio yo y valor para él. Esta dualidad
siempre un ser que tiene que llegar a ser con otros en el mundo. dinámica, basada en la generosa reciprocidad y en el intercambio
El hombre deviene persona por el libre ejercicio de dar norma de valores mutuos, apunta a un bien supremo y tú infinito irredu­
y dirección a su vida24. Los textos que citamos a continuación cible a objeto. A un Tú que no puede convertirse e n ello. En esta
expresan convenientemente la idea expuesta:
perspectiva, E. Mounier ofrece esta descripción del hombre como
«El hombre no es otra cosa que lo que él se hace... Es ante
todo un proyecto que se vive subjetivamente... Será ante todo persona:
«Persona es un ser espiritual constituido como tal por una for­
lo que habrá proyectado ser... E l destino del hombre está en él
mismo»25. ma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta
subsistencia con su adhesión a una jerarquía de valores libremen­
«Pujamos por ir más allá, y nos hacemos crecientemente noso­
te adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable
tros mismos con la hondura de nuestra conciencia de Dios, me­
diante la cual nos volvemos a la vez transparentes para nosotros y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en
mismos en cuanto ser nada... La divinidad viene hacia nosotros la libertad y desarrolla por añadidura, a impulsos de actos crea­
bajo su aspecto de ser personal, a la vez que nosotros nos eleva­ dores, la singularidad de su vocación»3*.
mos a la altura de un ser capaz de hablar con este Dios... Ser En esta concepción de la persona se advierte un cambio nota­
hombre es llegar a ser hombre»26. ble respecto de otras concepciones. Se abandona la categoría
«La existencia personal es, pues, la conciencia que cobramos objeto y se asume la intersubjetividad como aspecto fundamental,
de nuestra libertad en cuanto inserta en ciertas circunstancias en a la vez que se insiste vehementemente en la singularidad («inco­
el seno de las cuales está obligada a ejercerse.,. Es una posibili­ municabilidad») frente a lo universal y genérico de los clásicos..
dad que a cada instante le toca actualizar»27. En una palabra, la persona es el hombre total en cuanto que
El personalismo, por su parte, ha acentuado el encuentro con supera su fragmentariedad objetiva y no queda supeditado a nada
el otro viendo en esto una dimensión constitutiva de la persona. ni a nadie. Su autoposesión y dominio excluyen cualquier preten­
El hombre se hace persona en la relación vital del yo con el tú, sión de pertenencia ajena. Es propiedad suya, porque, como ense­
porque sólo en ella encuentra cumplida satisfacción a sus requeri­ ña Zubiri, es «suidad» que se traduce en «mismidad», «autoperte-
mientos específicos. «La existencia del yo, escribe F. Ebner, no nencia» e «insistencia». El individuo racional de Boecio, el su­
radica en su relación consigo mismo, sino en su relación con el puesto «subsistente» de la escolástica, el sujeto ético de Kant,
tú»2829. Corroborando esta idea, M. Buber añade lo siguiente: el núcleo de espiritualidad de Scheler, lo mismo que el centro
«Sólo el hombre con el hombre es la imagen cabal del hombre», de relaciones de Buber y M ounier apuntan indudablemente en
y «cada hombre puede decir tú y es entonces yo»79. En términos esta dirección.
semejantes se expresaron G. Bachelard y M. Nédoncelle, para Después de este recorrido histórico, necesariamente breve e
quienes «el yo se despierta por la gracia del tú», de forma que incompleto, nos ponemos en camino para llegar al meollo del
«el yo y el tú son uno para el otro, a la vez, causa y efecto»30. ser personal humano, cuyas notas esenciales, mismidad y alteri-
dad, estudiamos en el apartado siguiente.
24. Cf. F. Copleston, Filosofía contemporánea, Barcelona 1959, 163-194.
25. 3. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires 1972,
18, 31.
b) Estructura de la persona humana (mismidad y alteridad)
26. K. Jaspers, La filosofía, México 1953, 54, 59-61.
27. L. Lavelle, Introducción a la ontología, México 1966, 101. Mismidad: autoidentificación. En páginas anteriores quedó
28. Citado por A. López Quintás, La antropología dialéctica de F. Ebner, reflejada la unidad del ser humano como aspecto insoslayable
en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983, 162.
29. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 15Q. 31. E. Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo, en Obras completas
30. M. Nédoncelle, La reclprocité des consciences, París 1942, 320. I, Salamanca 1992, 625.
176 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 177
J

del mismo. Es el «cantus firmus» de la melodía antropológica mismo en el yo. De esta manera la totalidad personal es su «vín­
desde que ésta adquirió carta de naturaleza como saber específico culo óntico consigo misma, pasando por encima de su distensión
del existente humano. La persona es una realidad única desplega­ en el tiempo»35. Con ello dan a entender que el hombre es per­
da en aspectos y dimensiones diversas de las que es principio sona en el hacerse presente a sí mismo a lo largo de su existen­
y sujeto. Nada mejor que la expresión de M. Scheler, para quien cia, aunque en cada momento es ya sí mismo, pero incipiente y
«persona es la concreta y esencial unidad entitativa de actos de sin terminar36. Psicológicamente cada hombre se percibe idénti­
esencia diversa que en sí antecede a todas las diferencias esen­ co a sí y distinto de los otros; ve su «yo» frente a la alteridad
ciales de los actos»32. del «tú». En esta mismidad consiste precisamente la persona.
En esta unidad radica la mismidad o coincidencia de la perso­ De todas formas hay que reconocer otros aspectos implicados
na consigo misma, fruto de su autoposesión y dominio que le en la conciencia de mismidad que vienen a fortalecer a ésta. A
permite verse distinta de todo lo demás y distanciarse de lo que diferencia de los miembros de las especies infrahumanas, el indi­
no es ella. A esta autoposesión e indentidad los clásicos llamaron viduo humano, además de decir «yo soy mí mismo», está en con­
supuesto racional (sustancia individual completa), en el sentido diciones de afirmar «yo soy mío». En esta autopertenencia radica
de realidad «incomunicable» e intransferible so pena de desapare­ la intransferibilidad de la persona y su independencia. No es de
cer como tal. Y esto porque es el ser en que subsiste, como nadie más que de sí y nadie puede ejercer sobre ella poder o co­
apuntó en su día el mismo Tomás de Aquino: «La misma sustan­ acción.
cia entera es eso mismo que es; el mismo ser es aquello por lo Psicólogos de la talla de W. Allport, K. Goldstein y C. Royers
que la sustancia se llama ente»33. De entre todas las realidades han asumido esta interpretación, haciendo del hombre un sujeto
conocidas sólo el individuo humano cumple esta condición y autónomo respecto de sus fundamentos biológicos y de sus con­
distingue perfectamente entre lo que es y lo que tiene, entre su dicionamientos ambientales. Reconocen que la personalidad no
ser y los actos que realiza. Lejos de reducirse a la suma de sus es un conjunto de procesos inconexos, sino realidad sustantiva
actos y propiedades, es el fundamento intrínseco de todos ellos anímica dotada de una estructura propia para hacerse cargo de
y les confiere unidad y consistencia. Por eso se ha definido la los estímulos a los que responde de modo adecuado37.
persona como el ser individual autónomo que se realiza en la A nivel filosófico, X. Zubiri, que distingue entre personeidad
posesión consciente y libre disposición de sí mismo34. y personalidad38, llama persona a las esencias constitutivamente
Esta autonomía, fruto de la autoposesión, radica en el poder abiertas, esto es, a los seres inteligentes y volentes, y realiza un
cognoscitivo que, para unos es supuesto racional (filosofía me­ análisis completo de la mismidad que concreta en estos cuatro
dieval), mientras que para otros (filosofía moderna) equivale a aspectos o momentos: ser reduplicativamente en propiedad, con­
autoconciencia o conciencia de sí, traducida recientemente en sistencia y subsistencia, actualización de la realidad personal,
términos de centridad (M. Scheler) o de totalidad, si bien ésta modulación de la personeidad39.
centralizada. Solamente subsistiendo en sí es como la persona Persona es, según Zubiri, la realidad sustantiva propiedad de
puede hacerse disponible para los demás y relacionarse con los sí misma, no sólo en el orden moral y jurídico, sino primordial­
otros, es decir, si es ella misma. Sin mismidad óntica la relación mente en el ontológico. El ser propio pertenece formalmente a
se desvanece porque carece de un núcleo de consistencia. aquello que tiene como propiedad, esto fes, a las notas por las que
Para un determinado sector de la filosofía y teología actual subsiste. Es lo que él llama «suidad» o «tener una estructura de
(N. Hartmann, W. Pannenberg) este aspecto reviste especial im­
portancia, en cuanto que no se concibe la autoconciencia prima­
riamente desde el yo, ya que éste alcanza su identidad a partir 35. N. Hartmann, Das Problem des geistigen Seins, 1962, 132, citado por
de sí mismo. Por eso definen la persona como presencia del sí W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, Salamanca 1993, 259.
36. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 299ss.
32. M. Scheler, Etica I, 38. 37. Cf. J. L. Pinillos, Principios de psicología, Madrid 1957, 580-581.
33. C. Geni., 1. 2, c. 54, unde. 38. Cf. X. Zubiri, Sobre la esencia, Madrid 1963, 499-508.
34. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 211ss. 39. X. Zubiri, Sobre el hombre, 110-128.
El ser del hombre: la persona humana 179
178 La estructura del ser humano I

clausura y totalidad junto con una plena posesión de sí mismo en Caeríamos en un craso error, si concibiéramos la autoconciencia,
sentido de pertenecerse en el orden de la realidad»40. Este modo rasgo inconfundible de lo humano, al modo cartesiano, es decir,
de ser (tenencia del ser, decimos nosotros) es obra de la inteligen­ como total transparencia de sí sin la mediación del mundo y de
cia, por la que el hombre se descubre idéntico a sí mismo y dis­ los otros. El desarrollo fílogenético y ontogenético demuestra
tinto de todo lo otro. En virtud de ello se constituye en ser sub­ sobradamente que la emergencia de lo mental reflejo (conciencia
sistente frente a lo que no es él4142y se contrapone a las realida­ reflexiva) es el resultado de un proceso combinado de elementos
des finitas, incluso a la realidad divina. El saberse otro equivale geneticobiológicos y culturales, interpersonales y sociales. El
a saberse sí mismo y, por lo mismo, a ser absoluto, aunque relati­ entorno ambiental del hombre no es solamente el constituido por
vamente. La persona es, por tanto, «un relativo absoluto»41. las cosas. Lo forman principalmente las personas. Ambos llevan
En virtud de su mismidad («suidad») el hombre realiza sus la conciencia a su maduración pasando por estos estadios: senso­
actos en los cuales se actualiza, de forma que modela su propia rial (acogida externa), individual (separación e interioridad), per­
realidad y lleva a cabo su cabal personalidad, es decir, a través sonal (salida hacia los otros). Sólo en este último adquiere el
de las acciones que ejecuta se hace persona biográfica y psicoló­ hombre su rostro v e rd a d e ro .
gicamente. Labra su «personalidad», la cual no es otra cosa que Si la conciencia intencional y reflexiva define a la persona,
«la figura de lo que el subsistente ha hecho de sí mismo»43. como se ha venido repitiendo desde Aristóteles a Husserl, es por­
que el hombre se mueve en el área del ser y está referido a ley
2. Alteridad: Relación. La alteridad es el otro constitutivo real. Es relacional por naturaleza. En el primer tramo de esta
esencial del hombre en cuanto persona. Aparte de lo que diremos relación aparece la dialéctica sujeto-objeto diversamente interpre­
en el apartado dedicado a la sociabilidad y a la comunidad, con­ tada por los escolásticos, los racionalistas e idealistas, los exis-
signamos en este lugar un aspecto fundamental del ser humano, tencialistas y personalistas. En todos, sin embargo, es constitutiva
su apertura a los otros. El hombre no es un ser clausurado en sí de nuestro ser específico.
mismo, sino que se abre a sus semejantes desde su propia mismi­ Para santo Tomás, por el conocimiento de las cosas el hombre
dad, como aparece en el trato con los demás. Forja su personali­ rebasa sus límites y hace presente la realidad entera. «Cada sus­
dad a lo largo de su existencia en medio del mundo. Un mundo tancia espiritual es, de alguna manera, todas las cosas, en cuanto
humano precisamente no creado por él, sino heredado de sus que puede captar todo el ser por la inteligencia»46. Mediante
antepasados. ( ^ A í . k . v - . ' v . < la analogía con el propio yo Descartes llega a las cosas y de és­
El peculiar comportamiento de la persona denota una estructu­ tas a las demás personas: «Si por azar, escribe Descartes, miro
ra dialogal constitutiva merced a una disposición especial carac­ desde una ventana los hombres que pasan por la calle... juzgo
terística del espíritu, que se manifiesta en la comunicación de que son verdaderos hombres y así comprendo, por la sola capaci­
las ideas y de los sentimientos. El hombre habla y ama, inter­ dad de juicio de mi espíritu, lo que con mis ojos creía ver»47.
cambia pensam ientos, proyectos y afectos. Esto lo hace un ser Desde la propia actividad Fichte abre al hombre a la realidad
dialógico y solidario. entera y conoce al yo propio en la confrontación con el mundo
Tanto desde la psicología como desde la sociología M. Mead y con los otros (no-yo). «El hombre sólo entre los hombres llega
y K. Raiser, al igual que W. Pannenberg desde la antropología,
ponen la fundamentación del hombre no tanto en la autoconscien-
cia del yo como en el encuentro y confrontación con el tú44. 45. Cf. J. M. Sánchez, El desarrollo de la conciencia, en Varios, Ser humano,
Salamanca 1984, 35-44. Estudian ampliamente esta dimensión del ser humano:
P. Laín Entraigo, Teoría y realidad del otro (2 vols.), Madrid 1968; K. Lorenz,
40. Ibid., 117.
La otra cara del espejo, Barcelona 1980; J. Rof Carballo, El hombre como en­
41. Ibid., 118. cuentro, Madrid 1973; C. Beorlegui, De la autonomía a la alteridad. Hacia una
42. Ibid., 123. nueva racionalidad: Letras de Dcnsto 17 (1987); Id., El hombre y sus imágenes.
43. Ibid., 128; cf. J. Sánchez-Gey, Sobre el hombre de Xavier Zubiri, en J. Del narcisismo a la alteridad: Letras de Deusto 22 (1992) 81-107.
de S. Lucas, Nuevas antropologías del siglo XX, Salamanca 1994, 139-158. 46. C. Gent., 1. 3, c. 112. También Summa Theologica I, q. 93, a. 4.
44. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 230-236. 47. R. Descartes, Méditation seconde, en Oeuvres IX, 25.
180 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 181

a ser hombre; y puesto que no puede ser sino hombre, y no sería Esta doctrina, que paradójicamente hunde sus raíces en Fichte
en absoluto si no lo fuese, debe haber hombres y éstos tienen que y Hegel y que se hace explícita en Feuerbach53, alcanza su cénit
ser varios»48. El encuentro de una «conciencia de sí» (persona) en el personalismo de la primera parte de este siglo, especial­
con otra «conciencia de sí» es, según Hegel, el camino de la-au- mente en M. Buber (1878-1965), cuyo pensamiento resumimos
toconciencia49. a continuación.
Desconfiando del intelectualismo de los modernos, pero sin Tesis fundamental de Buber es la estructura dialogal del exis­
arriar la bandera de la racionalidad, la filosofía contemporánea tente humano54. Un claro intento de superar la concepción uni­
hace del encuentro con el otro (relación yo-tú) buque insignia dimensional del hombre acentuando la presencia del otro como
de la persona humana. «La existencia del yo no radica en la rela- elemento constitutivo de la persona. Esta relación no es algo aña­
ción consigo mismo, escribe F. Ebner, sino en su relación con dido, sino dimensión primordial o protocategoría que aparece
el otro»50. incluso antes que el encuentro con el mundo, convirtiéndose en
Esta nueva modalidad pospone la relación sujeto-objeto, ex­ el hecho primigenio de la antropología. «El hecho fundamental
presión de la dialéctica yo-mundo, a la intersubjetividad o en­ de la existencia humana es el hombre con el hombre»55.
cuentro del yo con el tú. Se convierte, asimismo, en la tesis fun­ Vistas así las cosas, la respuesta adecuada a la pregunta por
damental de la antropología filosófica actual que acuña expresio­ el hombre cabal es la reciprocidad, «estar-dos-en-recíproca-pre-
nes tales como apelación-respuesta (Ebner), entre (Buber), ser- sencia». El entre o ámbito en el que el yo se encuentra con el
con (Zubiri), projimidad (Lafn Entralgo), reciprocidad (Nédonce- tú pasa a ser la expresión por antonomasia de lo que es la reali­
Ile), amor (Mounier). Con todas ellas se da a entender que la dad humana56. Con ello no se supedita el yo al tú ni el uno es
alteridad es dimensión constitutiva de la persona; un existencial mediación del otro, sino que ambos, en su acción recíproca, se
humano. Por eso, aunque el hombre se halle en soledad, esta constituyen en los dos polos del dinamismo constructivo de la
misma exige una estructura dialogal como condición necesaria persona de cada uno mediante su generosidad. «Si consideramos
el hombre con el hombre, añade Buber, veremos siempre la dua­
de la existencia humana, de forma que en la comprensión de la
propia existencia está implícita la comprensión de los otros como lidad dinámica que constituye el ser humano: aquí el que da y
existentes. «El mundo del ‘ser-ahf, escribe Heidegger, es un ahí el que recibe... Siempre los dos a una, completándose con
la contribución recíproca, ofreciéndonos, conjuntamente, al hom­
‘mundo del con’. El ‘ser en’ es ‘ser con’ otros. El ‘ser en sí’
intramundano de éstos es ‘ser ahí con’»51. bre»57.
La consecuencia es inevitable: en el reconocimiento del otro
El mismo Marx llevó al extremo el reconocimiento de esta como persona, el yo y el tú se hacen el uno al otro verdaderos
dimensión hasta definir al hombre como un ser esencialmente
seres humanos. Por eso «cada hombre puede decir tú y es enton­
social: «La esencia humana es, en realidad, el conjunto de las ces yo»5i. G. Bachelard y M. Nédoncelle han visto en esta ope-
relaciones sociales»52. Indudablemente semejante concepción
es exagerada porque desconoce otras dimensiones también consti­
tutivas. 53. Cf. J. G. Fichte, Fichtes Werke III, Berlin 1971, 35-35; G. W. F. Hegel,
Vorlesungen ilber áte Philosophie der Religión II, en Werke XVI, 239 (trad. esp.:
México-Buenos Aires 1981); L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, Salaman­
48. J. Fichte, Grundlage des Naturrechtes, en Werke II, Leipzig 1908, 43. ca 1975. Cf. M. Xhaufflaire, Feuerbach et la théologie de la sécularisation, París
49. Cf. G. W. F. Hegel, La fenomenología del Espíritu, 107-120. 1970, 246-249.
54. Entre sus escritos sobresalen: ¿Qué es el hombre?, México 1949; Yo y
50. Citado por A. López Quintás, La antropología dialéctica de F. Ebner,
en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, 162. Por su parte añade M. tú, Buenos Aires 1969; Elementos de lo interhumano: Diálogo Filosófico (1988)
Buber: «Sólo el hombre con el hombre es una imagen cabal»: M. Buber, ¿Qué 8-23. Cf. supra, 117ss.
es el hombre?, 150. 55. M. Buber, ¿Qué es el hombre?, 146.
51. M. Heidegger, El ser y el tiempo, México 1971, 135. También J. P. 56. Cf. ibid., 147, 151.
Sartre, El existencialismo es un humanismo, 17, 38-39. 57. Ibid., 150.
52. K. Marx, Sobre la religión, Salamanca 1974, 161, 163-169, 58. M. Buber, Yo y tú, 65.
182 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 183
■I
ración el mutuo alumbramiento del yo y del tú, de modo que son dizaje y maleabilidad constructiva. J. Rof Carballo se hace eco
el uno para el otro causa y efecto a la vez59. de ello en los siguientes términos: «El origen del hombre no pue­
Semejante concepción del hombre comporta repercusiones de de concebirse más que en forma de encuentro: el encuentro de
gran alcance en los distintos órdenes de la vida. No se trata de una invalidez biológica con una tendencia diatrófica tutelar muy
una vinculación superficial y epifenoménica. Afecta, más bien desarrollada en la hembra del futuro homínido»64.
a su misma constitución esencial, de modo que el tú no es objeto A la luz de estos principios podemos determinar el sentido
para el yo, ni éste para aquél. Ambos son incorporados al mismo antropológico de la relacionalidad humana. Lejos de contradecir
área ontológica convirtiéndose en horizonte de realidad mutua la unidad y mismidad, la alteridad permite al hombre establecer
enfrente, donde cada uno se ubica en su totalidad respectiva. Esta un ámbito de encuentro autorrealizador mediante la oblatividad,
es la raíz de la con-vivencia verdadera. No yuxtaposición o mera forma en que objetiva su voluntad del bien. Manteniendo su in­
coexistencia de semejantes, sino verdadera parte formal de la confundible irrepetibilidad, la persona humana se encuentra a sí
propia vida, porque, en frase de Zubiri, «en m í mismo en cierto misma en la dádiva que hace de su ser al otro, sin perder por ello
modo están ya los demás»60. Y esto porque la realidad humana, nada de su riqueza ontológica. La verdadera entrega personal no
que es cada hombre, desborda su individualidad y se convierte anula ni difumina. Más bien acentúa la diferencia y personaliza
en una «mónada» vertida a los demás en razón de su inteligencia en virtud del plus de realidad que se comunican los seres que
que la abre a las cosas y, de modo especial, al otro61. se unen en tanto que personas65.
Haciendo hincapié en este aspecto, antropólogos de la talla Algunos filósofos ven en esta dimensión el vehículo que lleva
de P. Laín Entralgo traducen el «ser-con» del hombre en un «ser- a la trascendencia y abre las puertas de la inmortalidad porque,
para», de modo que el genitivo de la propia existencia se con­ arrancando al individuo de su soledad, lo implanta en la esfera
vierte en un dativo que hace de la realidad personal una misión de otra realidad que lo supera, la de la solidaridad universal66.
(realidad-para)62. Ilustramos esta idea con palabras de X. Zubiri En una palabra, en su entorno el hombre se encuentra con otros
que consideramos altamente significativas: seres, detrás de cuyos rostros se ocultan sujetos que le permiten
«Por ser persona, todo ser personal se halla referido a alguien dar el salto del mero individuo a la persona y de la insularidad
de quien recibió su naturaleza, y además a alguien que puede a la recíproca fecundidad67. A nivel humano la tendencia natural
compartirla. La persona está esencial, constitutiva y formalmente a conservar la propia unidad, que trasciende y ampara a la vez
referida a Dios y a los demás hombres...». «El espíritu, precisa­ al individuo, se expresa en la doble figura de la razón y del amor.
mente por ser imagen de Dios, es también amor personal, y como
tal, difusión y efusión... Como tal, crea en tomo suyo la unidad
originaria del ámbito por el cual el ‘otro’ queda primariamente 64. J. Rof Carballo, El hombre como encuentro, en Varios, Homenaje a X.
aproximado a mí desde mí, queda convertido en ‘mi prójimo’»63. Zubiri II, Madrid 1970, 589.
65. «Mi yo, para comunicarse, dice Teilhard, debe subsistir en el abandono
Antropólogos actuales (Gehlen, Portmann) descubren la raíz que hace de sí mismo; de otro modo el don desaparece... Sea cual fuere el domi­
de esta dimensión en la prematuridad progresiva percibida en el nio que consideremos... la unión diferencia»: P. Teilhard de Chardin, El fenómeno
proceso evolutivo, cuyo culmen es la especié humana. Esta com­ humano, 314. Por su parte ha escrito E. Fromm: «El amor capacita al hombre
porta una triple vertiente: deficiencia innata, capacidad de apren­ para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad y no obstante le permite
ser él mismo y mantener su integridad»: E. Fromm, El arte de amar, Buenos
59. Cf. M. Nédoncelle, La reciprocité des consciences. Essai sur la nature Aires 1974, 32.
de la personne, 320. 66. Dentro de su ambigüedad, ésta es la interpretación que cabe de este texto
de R. Garaudy: «El amor entre un hombre y una mujer es un medio para escapar
60. X. Zubiri, Sobre el hombre, 224.
a la muerte. No sólo porque perpetúa la vida natural de la especie, sino porque
61. Cf. ibid., 236, 238-239, 243-244. arranca al individuo de su soledad artificial. Le hace participar de otra realidad
62. Cf. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del otro II, 32-34. humana que le supera y que nunca muere: la comunidad cultural propiamente
63. X. Zubiri, Naturaleza. Historia. Dios, Madrid 1978, 422, 433. Por eso humana, la del sacrificio... (que en otro lenguaje se llama divina o trascenden­
puede decir que la vida, más que tener misión, es ella misma misión: cf. ibid., te)...»: R. Garaudy, ¿Tenemos necesidad de Dios, Madrid 1994, 187.
435. También Sobre el hombre, 223-240. 67. Cf. R. Garaudy, ¿Tenemos necesidad de Dios?, 183.
184 La estructura del ser humano i El ser del hombre: la persona humana 185

Por la primera apunta el hombre a la unidad del mundo que hace especial, el cuerpo, como supuesto necesario del encuentro perso­
suya cognoscitivamente; por el segundo, superando lo fenoméni­ nal. Sirve de mediación y ejerce una función presencializadora.
co, produce verdadera unidad e intimidad donde hay discordia68. Forma de expresión de las mismas es la condición sexuada. Dos
Concluyendo, como bien dice Ortega y Gasset, el hombre no son los aspectos de ésta que conviené destacar: su significación
aparece en la soledad, sino «en la sociabilidad con el otro, alter­ y estructura, por una parte, y sus ingredientes o niveles, por otra.
nando con él, como reciprocante»69, que en el juego del vivir 1. Significación ontológica de la sexualidad humana12. La
y convivir «se renueva precisando» y «se me hace próximo e in­ antropología filosófica actual ha puesto de relieve el alcance sig­
confundible», de modo que «me es tú»70. Signo y factor de este nificativo de la corporeidad humana. A través de ella toman for­
proceso dialéctico es el lenguaje, por el que cada uno va tomando man concreta todas las posibilidades del hombre y adquiere éste
realidad en la medida en que se deja conocer y amar por el otro. realidad histórica. Es el medio de exteriorización del alma y la
Los dos elementos o dimensiones que conforman la estructura manera de expresar su apertura a la realidad.
de la persona (mismidad y alteridad) se plasman en su biografía Pero la corporeidad así entendida comporta una estructura
y existencia en forma de sexualidad y sociabilidad. Ambos son bipolar representada por el binomio hombre-mujer, traducción
existenciales que configuran a cada uno de los humanos, de mo­ exacta de su condición sexuada73. En ésta se cumple, en el
do que biográficamente la persona es sexuada y social. Veamos orden biográfico y existencial, la dimensión relacional o alteridad
ahora el sentido antropológico de estos aspectos.
del ser humano, cuyo punto de referencia inmediato es el indivi­
duo del sexo contrario. El otro tiene rostro de mujer para el hom­
2. Condiciones existenciales de la persona humana bre y de varón para la mujer74. Por eso la molécula humana
completa es un binomio o dualidad que comprende a la vez lo
a) Condición sexuada masculino y lo femenino75. Este hecho comporta dos aspectos
fundamentales destacados por los antropólogos en boga: la sexua­
La relación con el otro se lleva a cabo mediante una instala­ lidad como estructura de la persona y su significación ontológica.
ción peculiar. Se cumple a través de unas coordenadas espacio- De ellos nos ocupamos en los párrafos que siguen.
temporales que la hacen viable. No vive el hombre en solitario, Estructura. La sexualidad es la forma de instalación de la per­
sino que llega a ser plenamente hombre asintóticamente a medida sona humana en la vida. No se puede existir como hombre más
que hace realidad su intercomunión con sus semejantes en el que siendo varón o mujer. Ni mero accidente o epifenómeno ni
tiempo y en el espacio. Todo ello se cumple en unas condiciones capricho de la naturaleza, sino factor constituyente y determinan­
que le vienen impuestas por razón de su corporalidad. Esta no te de la realidad humana que, además de cumplir una función bio­
es accidental ni sobreañadida, como vimos en su lugar, sino lógica (generación), configura y modela a la persona dictándole
constituyente y constitutiva de la persona. un comportamiento peculiar. «El hombre — dice Laín Entralgo—
Indudablemente la comunión personal, expresión fáctica de percibe, siente, piensa y quiere como varón o como mujer»76.
la alteridad, sólo se realiza en el área de la propia especie, esto Son dos formas distintas de funcionamiento propias del ser hu­
es, en la relación efectiva de unos hombres con otros. Se hace mano, con la particularidad de que no se dan por separado ni ope­
forzosamente social. Mientras en el mundo físico y biológico el ran aisladamente, sino en relación mutua e implicándose la una
devenir del individuo consiste en dirigirse hacia uno mismo, en
la esfera humana, por el contrario, sigue una dirección opuesta, 72. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 135-139.
se orienta hacia el otro71. Esta marcha se realiza en un vehículo 73. Cf. J. Marías, Antropología metafísica, Madrid 1970, 218.
74. «Lo más vivo de lo tangible es la carne, escribía Teilhard de Chardin,
68. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 669. y, para el hombre, la carne es la mujer»: P. Teilhard de Chardin, Le coeur de la
69. J. Ortega y Gasset, El hombre y la gente, Madrid 1957-1972, 91. matiére, París 1976, 11.
70. Ibid., 95. 75. Cf. P. Teilhard de Chardin, La energía humana, Madrid 1967, 81.
71. Cf. Plattel, Filosofía social, Salamanca 1965, 50. 76. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del otro II, 210.
186 La estructura del ser humano I El ser del hombre: la persona humana 187
y
en la otra. Se trata de una reciprocidad tal que el hombre y la vidades (atracción erótica y función procreativa) son derivaciones
mujer resultan incomprensibles a falta de esta respectividad, es y consecuencias de este presupuesto. Si el hombre y la mujer lo
decir, como elementos de la misma estructura. Por eso puede de­ son respectivamente, no alcanzarán el cumplimiento de su perso­
cirse que el varón está referido constitutivamente a la mujer y ésta nalidad fuera del binomio estructural que los constituye. Ni que
a aquél. Lo que son uno y otro lo son frente a frente, respectiva­ decir tiene que el texto bíblico «Dios creó al hombre a su ima­
mente, de modo que el uno es cauce para el proyecto del otro77, gen, los creó hombre y mujer» tiene un alcance antropológico
La experiencia demuestra que la dialéctica preside el juego propio del contexto cultural moderno. La imagen cabal del crea­
de la diada heterosexual, cuyo vehículo y medio de realización dor no es tanto el individuo aislado, como la pareja o binomio
es el cuerpo, en cuanto comprensivo del existente humano total, hombre-mujer.
es decir, «el cuerpo como portador de significación y de inten­ Significa esto que el encuentro entre hombre y mujer, al ser
cionalidad»78. En una palabra, el hombre, la persona humana, ambos espirituales, se traduce en proyecto programático y produ­
es sexuada estructuralmente. Equivale a decir que la expresión ce un crecimiento ontológico innegable, porque es aventurada
fáctica de la alteridad humana es la sexualidad. conquista mantenida por el descubrimiento y aceptación de la
Sentido ontológico. La reciprocidad que comporta la condi­ persona del otro que «conduce a ambos, uno por el otro, a una
ción sexuada tiene un sentido especial. Si es cierto que la sexua­ posesión más elevada de su ser»81. La psicología enseña que
lidad colorea el mundo de los vivientes, no lo es menos que en el amor heterosexual, si es verdadero, se convierte en activa pre­
el área humana reviste unas características singulares. Está mar­ ocupación por la vida y el crecimiento de los que se aman82,
cada con el signo de la libertad y la trascendencia. Por ser seres aumentando su personalidad.
espirituales los que se unen, su función conlleva un crecimiento No es, por tanto, la sexualidad humana una fuerza ciega ni
ontológico innegable79. Lo explicamos enseguida. simple mecanismo psicofísico. Es energía de la persona para la
Sin caer en un pansexualismo, com o hizo Freud, puede afir­ persona. Un dinamismo interno expresado en versión personalista
marse que, aunque la dimensión sexual no aparece en un análisis mediante el cual el ser humano, a diferencia del animal, experi­
nocional del ser humano, no por ello deja de ser esencial. Com­ menta y vive la necesidad de trascendimiento bajo el doble as­
porta una formalidad disyuntiva, pero no en el sentido de exclu­ pecto de aceptación y donación. Por eso el hombre y la mujer
sión, sino en el de vinculación y polarización. Cada sexo implica pueden vivirla a distintos niveles (carnal, virginal) sin perder,
y complica al otro, de modo que propiamente no existen dos se­ en ninguno de los casos, un ápice de su condición natural. Lo
xos, sino uno solo con dos caras o vertientes distintas. En la con­ que importa en su ejercicio es la tendencia, ínsita en su carácter
dición sexuada del hombre no se ventila la cuestión de dos se­ relacional, hacia la totalidad de la persona y hacia la globalidad
xualidades, masculina y femenina, sino la del hombre como tal, del ser de los que se unen83. Existiendo para alguien es como
el homo, que sólo es completo bajo dos formas diferentes y recí­ entra el hombre en el misterio del ser.
procas80. Se trata, por tanto, de una dimensión connatural o for­
ma de ser necesaria para constituirse en persona. Las demás acti­
81. P. Teilhard de Chardin, La energía humana, 62; Id., La actividad de la
energía humana, Madrid 1965, 109; Id., Las direcciones del porvenir, Madrid
77. Cf. J. Marías, Antropología metafísica, 167. 1974, 76. Sobre este aspecto remitimos a nuestra obra: J. de S. Lucas, Persona
78. R. Simón, Amor y sexualidad. Matrimonio y familia, en Varios, El ateís­ y evolución. Desarrollo del ser en el pensamiento de Teilhard de Chardin, Burgos
mo contemporáneo III, Madrid 1971, 403. Por su parte añade A. Jeanniére: «El 1974, 155-180.
hombre y la mujer no se convierten en lo que son más que dentro de la reciproci­ 82. E. Fromm, El arte de amar, 40; G. Marañón, Ensayos sobre la vida
dad de un cara a cara corporal que los compromete a ambos entre sí»: A. Jeannid- sexual, Madrid 1964, 190-194.
re, Anthropologie sexuelle, París 1964, 130. 83. «Cuando ama con toda su persona, el hombre se pone en contacto con
79. Cf. M. Oraison, Vie chrétienne et problémes de la sexualité, París 1951, la plenitud del contenido del mundo del que se ha apropiado y con la comprensión
23, 33. del ser, y hace que su amado llegue a la luz de la verdad y a la proximidad del
80. Cf. Y. Pellé-DouBl, L ’homme et la femme: Eludes Philosophiques 23 misterio del ser, cuando recibe en su vida la entrega del tú»: G. Scherer, Nueva
(1963) 153. comprensión de la sexualidad, Salamanca 1968, 177.
188 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 189
y
2. Ingredientes de la sexualidad humana. Interesa ahora cono­ es el cerebro»87. Indudablemente la división de los sexos es al­
cer los elementos que integran nuestra sexualidad. En este tema go biológico y no meramente histórico. Pero ello no autoriza a
tan complejo nos limitamos a ofrecer los hallazgos de las cien­ considerarlo exclusivo ni siquiera determinante. Tampoco la ge­
cias positivas, puesto que atañe más a la fenomenología que a neración acapara la finalidad y sentido único de la sexualidad.
la filosofía. De todos modos constituyen la base sobre la que Por ser forma de instalación en la vida, la condición sexuada no
reposa esta manera peculiar de asumir la propia existencia. puede reducirse a simple hecho de la naturaleza. Comporta otros
Tres son los elementos constitutivos que los antropólogos des­ elementos y niveles psíquicos y culturales y se adorna de una
cubren en la sexualidad humana: el somático, el psicológico y significación existencial específica que la hacen irreductible al
el sociocultural. Ninguno de ellos es exclusivo ni preponderante. estadio somático88.
En su armonización y complementariedad se encuentra la adecua­ Por otra parte hay que reconocer también lo que la ciencia
da comprensión del hecho84. Los describimos someramente. ha conseguido esclarecer. Científicamente está comprobada la
Elemento somático. Hasta no hace mucho tiempo el elemento mixtura de caracteres biológicos masculinos y femeninos en to­
fisicobiológico era considerado como elemento primordial y ex­ dos los representantes de cada sexo. Ello demuestra que, aunque
clusivo de la sexualidad humana. Enmarcada en la corporeidad, el elemento somático es recurso y basamento necesario de la con­
no pasaba de ser un hecho de la naturaleza sin connotaciones figuración sexual, no es, sin embargo, factor único determinante.
específicas diferenciales. Tanto los biólogos como.los filósofos «Puede, pues, considerarse, escribe G. Marañón, como una
la explicaban en términos de pulsión biológica enraizada en las realidad, y no como hipótesis el hecho de la bisexualidad inicial
diferentes propiedades hormonales llamadas sexuales y en la con­ de los organismos y de su permanencia en estado latente durante
figuración somática. el resto de la vida»89. El profundo sentido de nuestra sexualidad
Para esta interpretación, varón y mujer solamente son distintos pone de manifiesto que la clave de su especificidad no es cromo-
y complementarios en orden a la procreación, en la que la mujer somática, precisamente, como la del animal, sino más abarcante
desempeña una función enteramente pasiva que la presenta como y complicada.
ser imperfecto y deficitario, en tanto que el varón aparece como Se sitúa allende el sustrato biológico90. De estos nuevos ni­
el principio activo y el representante perfecto de lo humano. La veles hablamos ahora.
sexualidad no es constitutiva, sino accidental y accesoria destina­ Elemento psíquico. A la tendencia que reduce la sexualidad
da a la acción generativa. A excepción de esta función, el varón humana a un hecho de naturaleza meramente biológica, se opone
es mejor asistido por otro hombre en cualquier empresa que por la opinión generalizada entre los psicólogos que sostiene que la
la mujer, decía santo Tomás85. La diferencia biológica era, para condición sexuada del ser humano consiste en la complementa­
Hegel, la causa de la inferioridad ontológica femenina86. riedad psíquica. Lo corpóreo no sería más que infraestructura
La diferenciación somática es, ciertamente, un hecho incon­ fácilmente modificable, en tanto que lo psíquico se inscribe en
trastable y constitutivo de la sexualidad, de modo que el organis­ la entraña de la persona con tenaz persistencia.
mo humano entero comporta la marca del propio sexo. P. Chau- Con ello se revive el viejo mito andrónico de la primigenia
chard llega a afirmar que «el órgano sexual principal del hombre sexualidad escindida. La atracción entre los sexos (erotismo) es
la expresión de un deseo de recuperación. Captar en el otro sexo
84. Sobre este tema hemos escrito en otra parte; cf. J. de S. Lucas, Presu­ (otra mitad) los caracteres que faltan al propio. Dos son los ele-
puestos antropológicos del matrimonio y de la familia: Burgense 24/1 (1.983) 229-
260; también en El hombre, ¿quién es?, 139-146. 87. P. Chauchard, La maitrise sexuelle, París s. f., n. 5.
85. «Cum quodlibet aliud opus convenientius iuvari possit vil* per alium 88. Cf. H. Doms, Bisexualidad y matrimonio, en Varios, Mysterium salutis
virum quam per mulierem»; Summa Theologica I, q. 91, a. 1. II/2, Madrid 1969, 803.
86. «A causa de esta diferenciación, el hombre es el principio activo, en tanto 89. G. Marañón, Ensayos sobre la vida sexual, 150. También P. Chauchard,
que la mujer es el principio pasivo porque permanece en su unidad no desarrolla­ La maitrise sexuelle, 28-29.
da»: G. W. F. Hegel, Filosofía de la naturaleza, 3.a parte, § 369, citado por S. 90. Cf. R. Girard, El misterio de nuestro tiempo. Claves para una interpreta­
de Beauvoir, El segundo sexo I, Buenos Aires 1962, 34. ción antropológica, Salamanca 1982, 108-109.
190 La estructura del ser humano I El ser del hombre: la persona humana 191
/
mentos básicos de esta diferenciación: el extrinsecismo masculino ducta haciendo que lo que, a nivel animal es macho o hembra
y la intimidad femenina. Ambos originan una serie de aspectos desde siempre, en el humano llegue a serlo por obra de la cultura
distintos y complementarios debidos al impulso reproductor del y la presión social93.
hombre y a la receptividad de la mujer91. La actitud centrífuga Siguiendo la doctrina existencialista de que el hombre antes
y voluntarista del varón frente al mundo contrasta con la disposi­ que naturaleza es proyecto de sí mismo (un poder ser) determina­
ción afectiva y centrípeta de la mujer. De esta postura diferente do por la libertad personal, S. de Beauvoir desarrolla toda una
emana un conjunto de características propias de cada sexo. No teoría de la sexualidad humana, según la cual lo femenino (la
es que sean exclusivas de uno u otro. Lo que realmente los dis­ condición de mujer) no es un hecho natural biopsíquico, sino
tingue es la preponderancia y predominio en uno o en otro. No producto de determinados condicionamientos de orden sociocul­
ejercen de la misma manera la ternura y acogida el hombre y la tural. «Es necesario repetir una vez más que en la colectividad
mujer, como tampoco son iguales en ellos el cálculo, la intuición humana nada es natural y que la mujer es uno de tantos produc­
y otras propiedades de esta índole. tos elaborados por la civilización... La mujer no es determinada
A pesar de todo, no hay razón suficiente para reducir la sexua­ por hormonas ni por instintos misteriosos, sino por la forma en
lidad a puro psiquismo o para atribuirle supremacía sobre los que recupera, a través de conciencias extrañas, su cuerpo y su
otros niveles. Es, ciertamente, un condicionamiento real de inne­ relación con el mundo»94.
gable importancia, pero no el único. Más aun, el elemento psico­ De esta opinión son la mayoría de los psicoanalistas actua­
lógico depende en buena medida del biológico y viene determina­ les95, según los cuales la mujer no ha accedido aún a la catego­
do también por el sociocultural, como veremos. Los sentimientos, ría de ser propiamente humano, porque está anclada en un estado
tendencias, inclinaciones y afectos comportan un componente bio­ inferior que la identifica con su sexo reducido a determinadas
lógico y cultural muy estimable. Asimismo es obligado reconocer, funciones, como la reproducción. Su cumplimiento como persona
lo mismo que en el nivel anterior, el intercambio de propiedades no es obra suya, sino del hombre que le impone una forma de
psíquicas en cada sexo, de modo que la mezcla y las atenuaciones comportamiento exigida por una sociedad enteramente masculini-
son mayores, si cabe, en este orden que en el biológico. zada. La serie de mediaciones que tiene que soportar le niega la
Elemento sociocultural. Está muy extendida la opinión que capacidad de trascendimiento propia de la persona humana.
intenta explicar hoy la sexualidad por factores socioculturales Para superar esta antinomia, la persona humana, en este caso
y ambientales más que por elementos biológicos y psíquicos. A la mujer, debe asumir conscientemente su constitución biológica
ello contribuyen los estudios de M. Mead, los ensayos de S. de y psíquica diferente para integrarla a sabiendas en la configura­
Beauvoir y las teorías de un buen número de antropólogos mar- ción de su propio ser personal. Pero esta operación es propiamen­
xistas92. La raíz de esta interpretación está en el hecho de que te cultural, en cuanto que es efecto de la inteligencia y la volun­
la sexualidad adopta formas diversas en cada cultura y en las tad, es decir, fruto de acciones libres. Como existente humano,
distintas religiones de los pueblos. Apoyados en esta observa­ la mujer, que sabe vivir su propia condición, no tiene por qué
ción, los sustentadores de esta teoría concluyen que la relación sentirse distinta del hombre ni inferior a él. Es la otra cara de
entre hombre y mujer no obedece a estructuras naturales biológi­ la moneda en paridad de condiciones. Es, como escribe S. de
cas y psíquicas, sino al contexto cultural en que viven y se for­ Beauvoir, «el otro en el corazón de un todo cuyos dos términos
man. La sociedad impone a los individuos unos cánones de con­ son necesarios mutuamente»96. En este sentido, el sexo, más
que cuestión biológica o psicológica, es forma de asumir cons-
91. Cf. A. Jeanniére, Anthropologie sexuelle, 70-78; E. Prywara, Antropología
93. Cf. R. Bastide, La sexualidad entre los primitivos, en Varios, Estudios
tipológica, Milano 1968, 213-220; F. 3. I. Buytendijk, La mujer. Naturaleza-
sobre la sexualidad humana, Madrid 1967, 57-61.
apariencia-existencia, Madrid 1965, 135-138.
94. S. de Beauvoir, El segundo sexo II, 538.
92. Cf. M. Mead, Sex and Temperament ¡n Three Primitives Socieües, New
York 1935 (trad. esp.: Barcelona 1994); S. de Beauvoir, El segundo sexo (2 vols.), 95. Cf. K. Axelos, Freud, analista del hombre, en Varios, La nueva imagen
Buenos Aires 1962; R. Simón, Amor y sexualidad, matrimonio y familia, en del hombre, Buenos Aires 1971, 52.
Varios, El ateísmo contemporáneo III, Madrid 1971, 379-411. 96. S. de Beauvoir, El segundo sexo I, 16; II, 167, 544.
/

192 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 193

cientemente estas diferencias. Es, por tanto, obra de la cultura, minador de dadivosidad y entrega, no es lo mismo el amor del
más que de la naturaleza. prójimo que el de los esposos, el de los padres, el de los herma­
Ni que decir tiene que esta interpretación pone de relieve un nos o el de la verdad y del bien. Desde una perspectiva más psi­
aspecto incuestionable de la sexualidad humana97. Pero reducir cológica que metafísica, se le suele definir como el sentimiento
ésta a mero producto cultural es desfigurar y minimizar la misma que mueve al hombre a procurar el bien.de alguien, a interesarse
realidad que habla claramente de otros factores e ingredientes. Es por el otro100.
verdad que el hombre y la mujer son seres incumplidos y en vías El personalismo filosófico ha buceado en su estructura, situán­
de desarrollo impulsados por fuerzas socioculturales que los mo­ dolo en el mismo ser de la persona tendente por naturaleza a la
delan y configuran. Pero no es menos cierto que éstas no actúan generosidad, índice de su sobreabundancia ontológica. Consiste,
en el vacío. Tienen una base de operaciones de orden biológico por tanto, en el movimiento de «descentración» del yo en los
y psíquico innegables que son el principio de sú diferenciación. otros, en cuanto que los seres personales emanan de una raíz
Resumiendo, biología, psicología y cultura son imprescindi­ común que los impulsa hacia la unidad consumada sin que pier­
bles e indisociables a la hora de determinar la condición sexuada dan nada de su centralidad.
del existente humano. Pero ninguno de estos elementos es pre­ El amor interpersonal, objeto de nuestro estudio, presenta tres
ponderante ni exclusivo. Ser hombre o ser mujer son dos modos modalidades o clases de relación según sea la intención o finali­
de existir humanamente, biográficamente, en un orden social que dad perseguida101. El que se ama puede ser visto como objeto,
no se regula solamente por leyes biológicas y psíquicas, sino por como persona y com o medio de la propia personalización. P.
un código o normativa, con base en la cultura, que protege a su Laín Entralgo esquematiza y describe con precisión cada una de
vez lo biológico y lo psíquico. Por eso hay que admitir la con­ estas modalidades102. Nos a atenemos a este esquema.
clusión de que «la biología es un condicionamiento de la bise- Am or al hombre como objeto. Aunque nunca puede quedar
xualidad, pero no un elemento explicativo suficiente. Es necesa­ reducida la persona a simple objeto, su instalación corpórea da
ria, además, una cultura con sus normas correspondientes»98. pie, sin embargo, para objetivarla en cierto sentido. En esta pers­
Los diversos ingredientes forman un entramado compacto que pectiva se pierde de vista su especificidad y se centra la atención
configura esta dimensión o condición desde la que todo ser hu­ sobre aquellas dimensiones y aspectos que la insertan en el mun­
mano vive su vida. Lo biológico es coloreado por lo psíquico, do de las cosas. Pasa así a ser objeto de contemplación compla­
y lo cultural hace de la sexualidad humana una realidad específi­ ciente, como el paisaje; o de ayuda, como en la función educati­
camente distinta de la animal. Hombre y mujer viven su vida hu­ va y tarea sanitaria. El enfermo y el alumno se convierten en
mana de m odo diferente merced a su sexualidad. En ella se reve­ objetos de atención del médico y del educador.
la el misterio de Ja persona, ya que es la puerta de entrada y de Am or al hombre como persona. El verdadero amor sólo tiene
salida del mundo personal, esto es, el modo de percibir y aceptar lugar entre personas porque radica en el reconocimiento del otro
al otro99. como un igual, como la prolongación del propio yo. En este caso
la relación que une al yo con el tú no es simplemente de cuida­
do, sino de respeto y promoción de su doble capacidad de auto-
Nota sobre el amor humano centración (mismidad) y de descentración hacia los otros (autoen-
El amor es un término análogo que comporta diferentes mati­ trega). Se traduce en preocupación por el desarrollo integral de
ces y se presta a interpretaciones diversas. Bajo el común deno­ la persona amada e implica una mutua correspondencia. Una reci­
procidad entre un yo íntimo y apropiante y otro yo también ínti­
mo y apropiante.
97. Cf. J. Marías, Antropología metafísica, 206.
98. A. Jeanniére, Anthropologie sexuelle, 287-288.
100. Cf. P. Laín Entralgo, Creer, esperar, amar, Barcelona 1993, 199.
99. Cf. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del otro II, 35-41; X. Zubiri, Natu­
101. Cf. ibid.
raleza. Historia. Dios, 521ss; M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción,
México 1957; M. Oraison, Le mystére humain de la sexualité, París 1966, 7-50. 102. Cf. ibid.
194 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 195

El campo relacional que surge ahora comprende estos tres mo­ seres en la generación del espíritu»106. Mal podrían hacer dona­
mentos: coejecutivo, coafectivo y cognoscitivo. E l primero, por­ ción de sí mismas, si por el hecho de darse perdieran las perso­
que el yo y el tú realizan conjuntamente sus respectivas vivencias nas su más valioso tesoro, su ser personal.
de intimidad; el segundo, en cuanto que hay un intercambio de A pesar de todo no podemos terminar esta reflexión sin aludir
sentimientos que cada uno reproduce en sí mismo (compasión, a otra posibilidad o modo de relación entre los hombres; el odio.
congratulación); el tercero, porque se capta la interioridad del En el trato con los demás no siempre prevalecen la generosidad
otro a través de sus manifestaciones externas (palabras, gestos, y la oblación. La historia es testigo de luchas, conflictos y oposi­
llanto, sonrisas, etc.). Estos tres momentos crean un horizonte ciones intermitentes entre personas individuales y grupos organi­
de proximidad y de encuentro en el que es posible la efusión y zados, que denotan un componente de agresividad ínsito en la
la dádiva, así como la recepción de lo que se anhela. En ellos naturaleza humana. Es un hecho que amenaza y golpea al amor
se cumple la doble dimensión del amor humano: el evos (necesi­ en la vida individual y colectiva, recordando una vez más que
tante) y la agápe (dadivosidad).
el proceso de hominización y humanización no es rectilíneo y
El amor interpersonal cristaliza, según Laín, en cuatro formas ascendente, sino tortuoso y con evidentes retrocesos.
diferentes: benevolencia (querer el bien del otro), beneficencia Junto al impulso amoroso el hombre expirementa en sí mismo
(procurar el bien al otro), benefidencia (confiar mi bien al otro), una tendencia agresiva que contrarresta su natural efusión y re­
benedicencia (hablar el bien del otro). A través de estas cuatro corta los vuelos del crecimiento personal porque lo encierra en
formas el yo comunica su bien (su ser) al tú sin destruirse ni el estrecho ámbito de su egoísmo. Pero, si se analizan convenien­
difuminarse, sino recuperándose como persona en la entrega que temente ambas tendencias humanas, autocentrismo y heterocen-
hace de sí mismo. Teilhard de Chardin lo expresó con su consa­ trismo, no aparece oposición entre ellas. Más bien se complemen­
bida fórmula: el amor diferencia y personaliza103. tan, en cuanto que el autocentrismo del hombre es el de un ser
Amor como fa cto r de personalización104. L a función perso­ ex-céntrico por naturaleza (centro personal) que sólo consigue
nalizante del amor estriba en su poder unitivo y de crecimiento su total realización en la apertura a otros centros de la misma
espiritual, que eleva a las personas por encima de sí mismas en naturaleza. De ahí que la lucha por el amor sea, en último térmi­
el acto mismo de unión. «La unión, escribe Teilhard, personaliza no, un esfuerzo por superar el egoísm o107. El odio no favorece
con una condición: que los centros por ella agrupados se acer­ la necesaria centración de la persona humana. La pervierte, más
quen entre sí, no ya de cualquier modo —obligado u oblicuo—, bien, porque hace caso omiso de su también necesaria descentra-
sino espontáneamente centro a centro; es decir, amándose»105. ción, sumiéndola en una tragedia interior que se traduce en con­
Como personas, diríamos nosotros, que han conquistado un grado flictos del hombre con el hombre. Obstáculo que impide, o por
ontológico tal que les permite continuar siendo ellas mismas en lo menos retarda, el proceso de humanización en curso.
la donación que hacen de sí, en virtud precisamente de la bondad
(efusión) que entraña su particular forma de ser.
Si la nota esencial del am or es la oblación desinteresada, no b) Condición social: la sociabilidad del hombre
puede disminuir ni empobrecerse en el acto de su cumplimiento,
la autodonación, sino todo lo contrario. Se fortalece con su ejer­ Acabamos de hablar de la alteridad que, con la mismidad,
cicio de modo que acreciente el ser de las personas que se aman. forma la estructura de la persona y tiene su primera forma de
«La verdadera fecundidad, añade Teilhard, es la que asocia a los expresión fáctica en la sexualidad o conciencia de «masculini-
dad» y de «feminidad». Conciencia que se realiza en el encuentro
con alguien igual y, a la vez, distinto de uno mismo, es decir,
103. Cf. P. Teilhard de Chardin, La energía humana, 82ss.
104. Hemos desarrollado ampliamente este aspecto en nuestra obra Persona
y evolución. Desarrollo del ser personal en el pensamiento de Teilhard de Char­ 106. P. Teilhard de Chaidin, Escritos del tiempo de la guerra, Madrid 1966,
din, 219-225. 285.
105. P. Teilhard de Chardin, La activación de la energía, Madrid 1965,109. 107. Cf. J. Gómez-Caffarena, Metafísica fundamental, Madrid 1969, 227.
196 La estructura del ser humano i El ser del hombre: la persona humana 197

en la mutua transparencia del yo y del tú, cuya dialogicidad se hasta el punto de que algunos se preguntan si el hombre sola­
expresa a través del cuerpo, vehículo de acogida y donación. Na­ mente existe en la m edida en que participa de un medio cultural
ce así la intersubjetividad real, que se traduce en solidaridad. concreto. La respuesta a este interrogante dictamina la identidad
Esta tiene lugar natural en los nexos sociales o modos concretos del individuo hum ano110, sin olvidar, no obstante, que la perso­
en los que cristaliza la sociabilidad. na, si bien está esencialmente ordenada a la sociedad, no es una
U na conciencia de sí (persona) solamente obtiene su cumplí- mera parte de la misma, como recuerda Tomás que Aquino111.
miento en la comunión efectiva con otra conciencia de sí, con Las distintas teorías sobre el contrato social obedecen a esta pro­
otra persona, que la refleja, porque es prolongación suya. Aquí blemática e intentan solucionarla112.
radica la sociabilidad precisamente. Pero esta propiedad humana En el siglo XVII Hobbes propugna el sometimiento del indivi­
solamente cobra objetividad real en las socializaciones que, a duo a la comunidad m ediante la transferencia de las libertades
manera de pontones de la sociedad, revelan el transfondo común personales para el recto funcionamiento de la sociedad113. Loc-
de las distintas instituciones históricas. Sólo en el ámbito de la ke reacciona contra esta sumisión sustrayendo las libertades indi­
sociedad adquiere el individuo humano su conveniente desarrollo. viduales al imperio del contrato. «La finalidad de la ley no es
De otra manera resulta impracticable como persona. Surge, en­ abolir o restringir, sino preservar y aum entar nuestra liber­
tonces, entre ambas magnitudes (individuo y sociedad) una rela­ tad»114. Rousseau vuelve a insistir en el sometimiento, hacien­
ción dialéctia que, a la vez que genera conflictos inevitables, es do consistir la libertad en la obediencia a la ley: «La obediencia
factor de personalización. Nos ocupamos de ello por este orden: a la ley que uno se ha prescrito a sí mismo es libertad»115. Es
individuo y sociedad, y presencia del otro en la propia vida. un toma y daca entre sociedad y persona con el fin de no perder
1. Individuo y sociedad. Complementariedad en el conflic- la libertad como don inalienable, pero con entera dependencia
tom . Su condición corpórea obliga al hombre a tener que ha­ de la estructura social de la que forma parte, como enseñará más
bérselas con sus semejantes adoptando una determinada conducta tarde el marxismo.
según modos concretos de relación. Este orden existencial se sus­ Para solucionar el conflicto entre individuo y sociedad, el
tenta en la sociedad como ámbito real de la coexistencia, por una personalismo del siglo XX (F. Ebner, M. Buber, M. Mounier)
parte, y efecto de la cultura, por otra. No en vano las formas y recurre a las relaciones personales constitutivas del yo humano.
relaciones sociales son obra de la libertad. Hechos humanos que El entre, que hace al hombre persona, conlleva la vida en socie­
contribuyen, a su vez, a configurar y modelar a los sujetos que dad como única form a existencial del cumplimiento del indivi­
las realizan. Los antropólogos han descubierto una impronta so­ duo, de modo que puede decirse que «somos nuestra sociedad»
cial en las notas específicamente humanas como la posición erec­ o que «nuestra sociedad nos e s » . Habrá que mantener la si­
ta, el lenguaje, el tipismo conductual. M ás aun, no pocas de las multánea pertenencia a la sociedad y a nosotros mismos sin re­
propiedades ontogenéticas del hombre sólo son comprensibles nunciar, por una parte, a la iniciativa y autonomía propias y sin
en el contexto de su comportamiento social108109. prescindir, por otra, de las instituciones y usos sociales que en
Todo esto crea el convencimiento de que el yo humano no
es independiente del frente social del que form a parte. Su identi­ 110. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 205-223.
dad se va modelando dentro de un contexto social determinado 111. «Hay que pensar que cada uno que vive en una sociedad es de algún
modo parte y miembro de toda sociedad... Pero el hombre no se ordena a la
sociedad política en todo su ser y según todas sus cosas»: Summa Theologica I-II,
108. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 124-126; W. Pannenberg,
q. 21, a. 3 y ad 3.
Antropología en perspectiva teológica, 195-223; A. Gehleti, Antropologíafilosófi­
112. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 211-223.
ca. Del encuentw y descubrimiento del hombre por s í mismo, Barcelona 1993,
87-95; S. Alvarez Turienzo, El hombre y su soledad, Salamanca 1983, 295-321; 113. Cf.Th. Hobbes, Decive, en Opera philosophica II, London 1839,147ss.
C. Beorlegui, El hombre y sus imágenes. Del narcisismo a la alteridad: Letras 114. J. Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Madrid 1990, c. 6,
de Deusto 22 (1992) 81-107. n. 57.
109. Cf. A. Portmann, Zoologie und das neue Bild vom Menschen, Hamburg 115. J. J. Rousseau, Contrato social, Madrid 1996,1, 8.
1956, 76. 116. Cf. S. Alvarez Turienzo, El hombre y su soledad, 305.
198 La estructura del ser humano El ser del hombre: la persona humana 199

determinados casos adquieren peso específico sobre los indivi­ La razón de semejante variedad de formas de encuentro radica
duos. en la propia condición del hombre como espíritu encarnado. Es
Para salir de la encrucijada, autores, como Peter Berger, aso­ verdad que en virtud de su corporeidad el otro ofrece elementos
cian las dos tesis implicadas en la siguiente afirmación: la socie­ de oposición, de apoderamiento y de objetivación, pero no lo es
dad es producto del hombre y éste de aquella. En efecto, al pro­ menos que también comporta aspectos ineludibles de ayuda y
yectarse sobre el mundo, el individuo engendra la cultura y crea auxilio imprescindibles. Sin el otro no somos. Mas, al mismo
vínculos con sus semejantes, a la vez que se apoya en ellos para tiempo, no podríamos llegar a ser nosotros mismos sin la presen­
crecer como hom bre1 . La clave está en la libertad, que sólo cia necesitante del otro que salva del vacío y el nihilismo el ejer­
se mantiene y se enriquece en el diálogo, en la vida compartida cicio de la actividad personal. Es el destinatario de la acción
y dialógica, en el encuentro con los otros. Entendida la sociedad benefactora del yo, porque, haciéndole el bien, se realiza el mis­
como comunidad verdadera y unidad de relaciones, lejos de su­ mo que lo hace.
plantar a los individuos, favorece su desarrollo y les proporciona En este tercer aspecto se cumple la verdadera solidaridad ba­
el bien que les pertenece. No es la comunidad social entidad ab­ sada en el amor, condición necesaria para superar el anonimato
soluta por encima de sus miembros, sino, como la definió santo personal y hacer que cada uno se sienta en sociedad como en su
Tomás, «la reunión de hombres para hacer una determinada cosa propia casa. El hombre no es apreciado por lo que tiene, sino por
en común»117118. lo que es, una persona, un «enfrente» que, lejos de impedir la
Habrá que transformar la sociedad legal en comunidad huma­ expansión natural del yo, posibilita su crecimiento natural porque
na, porque el rostro humano verdadero no se labra en el simple alcanza en él lo más vivo del ser120.
desarrollo de las fuerzas históricas ni en el crecimiento económi­ En una palabra, sin autoposesión no hay consistencia y sin
co o en el juego dialéctico de la oposición social, sino en el re­ referencia al otro desaparece el punto de mira que polariza la
conocimiento y promoción de todas y cada una de las personas voluntad personal. Ambos elementos configuran la libertad huma­
que integran el conjunto social. El medio para lograr este fin no na como poder de autonomía y de independencia, modo propio
son propiamente las organizaciones ni las instituciones, sino el de ser hombre. Abordamos ahora esta nueva dimensión de nues­
amor personal que se traduce en solidaridad. tro ser personal, la libertad.
2. Presencia del otro en la propia vida. Nuestra reflexión se
apoya en datos fenomenológicos cargados de sentido humano.
En la relación social, el individuo no entra en contacto directo
con la sociedad global, sino con las personas concretas de su
entorno. Nos hacemos mutuamente presentes unos a otros en el
decurso de nuestra existencia a través de una serie de actividades
que conforman el cañamazo de la vida diaria. Estos encuentros
revisten un triple carácter según sea la perspectiva en que vemos
al otro, el cual pasa de enemigo y competidor a amigo y campo
de nuestra generosidad. «El infierno son los otros» de Sartre
pierde todo su sentido ante «ama al otro como a ti mismo» del
evangelio y el hombre encuentra «su propia plenitud en la entre­
ga de sí mismo a los demás» del Vaticano II (GS 24)119.

117. Cf. P. Berger, Para una teoría sociológica de la religión, Barcelona


1971, 14.
118. Santo Tomás, Contra impugnantes Dei cultum et religionem, c. 3. Tam­
bién De Pot., q. 7, a. 9; I, q. 96, a. 1. 120. Cf. A. Brunner, La personne incarnée, París 1947. J. de Finance, L'af-
119. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 130-135. frontement de l ’autre. Essai sur l ’alterité, Roma 1973.
3
PROPIEDADES ESENCIALES
DE LA PERSONA HUMANA
Libertad e historicidad

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món, J., L a verdad com o libertad, Salamanca 1983; Zubiri, X., Sobre
el hombre, Madrid 1986, 545ss, 593-607; Id., La dim ensión histórica
del ser hum ano, en R ealitas I, Madrid 1974, 23ss.

1. La libertad en el hombre

Sabemos que el hombre es persona por su modo de obrar, que


denota autoposesión y dominio. Puede disponer de sí y hacerse
disponible para los demás, cosa que ningún otro ser, clausurado
en sí mismo, es capaz de hacer. Solamente el existente humano
ejerce pleno dominio sobre sí y sobre las cosas sobrepujándose
a sí mismo y superando su entorno. Todo ello demuestra auto-
trascendimiento, por una parte, y apertura a la realidad, por otra,
de modo que la relación con lo otro y los otros es constitutiva
de su esencia.
Este peculiar modo de ser, consistente en la salida del propio
recinto para acoger y optar por lo que no es él, constituye el cam­
po donde se inscribe la libertad. Indudablemente es un riesgo ine-
202 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 203

vitable inherente a su propio ser. Un existencial humano arraigado vida personal. Es un existencial humano que brota de la concien­
en el núcleo más profundo de la persona. Por eso, más que tener cia que tiene el hombre de realizar acciones no impuestas ni pre­
libertad, hay que decir que el hombre es libertad, es un ser libre. viamente determinadas por agentes extraños. En nuestra conducta
Desde perspectivas muy distintas puede ser estudiada esta di­ detectamos modos de actuar irreductibles a los de la naturaleza
mensión característica de nuestro ser. A nosotros nos interesan infrahumana que nos obligan a contemplar el proceso no desde
tres aspectos fundamentales de la misma: el fenomenológico, el una atalaya exterior, sino desde nuestra intimidad profunda, des­
metafísico y el antropológico, que abordamos a continuación. de nuestras decisiones. Las propias vivencias, dotadas de cualida­
des, rasgos, signos y expresiones peculiares, son el medio más
apto para el discernimiento. Sólo después de esta contemplación
a) Fenomenología de la libertad puede ser asumida cognoscitivamente la libertad, con vistas a
ofrecer una explicación racional de la misma. Es lo que haremos
Eso que experimenta el hombre cuando se siente responsable en el apartado dedicado a la metafísica de la libertad. Ahora cen­
es lo que comúnmente se entiende por libertad humana. Tener tramos nuestro esfuerzo en la descripción de esta vivencia para
conciencia de hacer la vida en nombre propio y de dotar de sen­ determinar su significación y sentido.
tido a la propia actividad es la credencial de nuestro ser libre. Lo primero que tenemos que hacer es distinguir conveniente­
«Obrar libremente, escribe A. Dondeyne, es obrar sabiendo lo mente entre dos conceptos cuyo significado parece igual, pero
que se hace y por qué se hace; es decir, dar un sentido a la vida que expresan actitudes muy diferentes. Me refiero a indetermina­
y asumir personalmente este sentido»1. La acción humana en ción y libertad. La primera tiene un sentido negativo y equivale
tanto puede llamarse libre en cuanto que asume y realiza unos a no-fatalidad, no-dependencia teleológica y no-necesidad. La
valores reconocidos como tales. Un proceso que integra diversos segunda, en cambio, es un concepto enteramente positivo que
aspectos y factores, que v^n desde la ponderación a la ejecución, significa vivencia de poder y autonomía. Más que sensación de
pasando por la decisión, y se traduce en gestos concretos y efica­ indeterminación e indiferencia, expresa la conciencia de autode­
ces que revelan un compromiso de la persona con los demás en terminación y de toma de resoluciones conscientemente asumi­
el mundo. Ni que decir tiene que semejante proceso comporta das. Pues, bien, en su comportamiento, el hombre experimenta
elementos de diverso orden y categoría: psicológicos, sociológi­ acciones de esta índole que, debido a su regularidad y constan­
cos y culturales. Todos ellos configuran la estructura de la liber­ cia, inducen a pensar en la racionalidad y no en el capricho. Ha­
tad y la presentan como realidad inconfundible. brá que recurrir al testimonio de la conciencia personal para sa­
Para M. Scheler la primera manifestación del acto libre es la ber si la conducta impredecible (imprevista) de una persona es
conciencia de poder. Pero un poder con doble sentido: como ca­ obra de la costumbre o de la libertad. «Es imposible saber, escri­
pacidad de decisión y de tomar resoluciones, por un lado, y como be Scheler, por el cuadro externo del comportamiento si alguien
posibilidad de elección o de obrar de distinta manera, por otro. actúa uniformemente por costumbre o por libertad»3.
Ambos — facultad y ejercicio— se relacionan y complementan Frente a los actos realizados bajo el impulso de fuerzas ajenas
mutuamente. «Ambos momentos se hallan íntimamente relaciona­ a la propia voluntad (coerción, hábito, costumbre, determinismo),
dos y parecen incrementarse entre sí»2. No obstante la posibili­ el hombre ejecuta otros que obedecen a la ponderación racional
dad se fundamenta en la capacidad de la cual depende, porque y al discernimiento personal, fruto de una autoposesión y domi­
sin capacidad no existen posibilidades. Pero cabe preguntar: ¿có­ nio que denotan autonomía e independencia. Esto es suficiente
mo y dónde experimenta el hombre este poder especial? para dictaminar la existencia de la libertad en el hombre, así co­
El concepto libertad no está incluido en el análisis nocional mo su sentido y esencia. En el comportamiento humano aparecen
de la persona humana. Aparece en el ejercicio de Ja propia vo­ signos evidentes que denotan una diferencia neta entre lo que
luntad trenzado de voliciones y determinaciones que orientan la comúnmente se entiende por libertad y lo que llamamos arbitra-

1. A. Dondeyne, Liberté et verité. Elude philosophique, Louvain 1954,45.


2. M. Scheler, Metafísica de la libertad, 7. 3. M. Scheler, Metafísica de la libertad, 12.
204 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 205

riedad y determinismo. La acción arbitraria se caracteriza por poder de autodeterminación de la voluntad para obrar o no obrar,
la ausencia de motivaciones, mientras que el determinismo obe­ distinguiendo asimismo entre libertas a necessitate y libertas a
dece a leyes necesitantes e inexorables. Por el contrario, el obrar coactioné*. Para unos y otros la neta superioridad del hombre
libre guarda una estrecha conexión de sentido con motivaciones sobre la naturaleza se m anifiesta en el poder de domeñarla y uti­
de carácter racional4. lizar las energías físicas y biológicas con vistas a su perfección
Partiendo de esta experiencia humana, M. Scheler descubre y enriquecimiento, es decir, en la capacidad de obrar con vistas
tres sentidos diferentes en la libertad: libertad de poder-querer, a unos fines establecidos conscientemente. H. Bergson ve en esta
libertad de poder-hacer y libertad del hacer mismo5. L a primera, capacidad el hecho de experiencia más claro consistente en la
enraizada en la aütoposesíón propia del ser personal, expresa la determinación del yo por el yo10. Dimensión entitativa, cierta­
capacidad de dominio y se distingue de la mera elección. Es li­ mente, y no mera facultad electiva, por la que la persona puede
bertad radical por encima de cualquier form a de determinismo. disponer de sí en orden a su realización, a la vez que se hace
La segunda, consecuencia de la anterior, comprende el área disponible para los demás. Solamente porque el hombre puede
de las posibilidades reales para su ejercicio y se refiere más a autodeterminarse, tiene libertad de elección y de ejercicio.
las distintas formas de libertad (jurídica, política, social, religio­ El materialismo rígido y el panteísmo idealista, lo mismo que
sa, etc.) que a la libertad misma. La tercera, basada en las ante­ el existencialismo radical, no dan cabida a la libertad humana.
riores, es libertad de ejecución y sólo se cumple en la medida Por el contrario, el cristianismo le concede máxima relevancia,
en que desaparecen los obstáculos internos y externos. Significa en cuanto que concibe al hombre como ser llamado a cumplir
esto que la verdadera libertad o libertad esencial radica en la su deber de «criatura» llevando a la creación a su cima. Según
inteligencia, puesto que consiste en el reconocimiento de unos Teilhard de Chardin, «la criatura debe trabajar si quiere seguir
valores y obrar en consecuencia. El hombre no sólo es capaz de siendo creada»11. Para R. Guardini, libertad es pertenecerse a
percibir y optar por el bien y el valor, sino también de promover­ sí mismo y estar desligado para lo que nos engrandece12. Esta
lo para sí y para los demás, es decir, tomarse en serio a sí mismo libertad posee las características siguientes: es situada, equivale
y a los otros. Esta es la clave de su libertad. a liberación y es signo de madurez personal.
La filosofía contemporánea ha traducido esta idea por la capa­
Situada, porque es propiedad del existente humano determina­
cidad de tom ar distancia de la naturaleza y desplegar la propia
do por condicionamientos e imponderables propios de su estruc­
intencionalidad confiriendo sentido a la realidad global y al mun­
tura. Se encuadra en un marco referencial necesario integrado
do6. Los modernos, con Kant a la cabeza, la entendieron como
por leyes físicas, biológicas, sociales y culturales a las que no
ideal de perfección dictado por los principios.de la razón práctica
puede sustraerse el hombre. Por naturaleza está supeditado a la
conforme a los cuales debe determinarse la voluntad7. Muchos
sucesión espaciotemporal, al poder del subconsciente, al influjo
siglos antes san Agustín había distinguido sabiamente entre liber­
ambiental, al contexto cultural y al patrimonio genético. Su fini-
tas (libertad radical) y liberum arbitrium o libertad psicológica
tud y su corporeidad limitan su libertad o, mejor, la condicionan,
equivalente a voluntad libre8*.Por su parte santo Tomás supo po­
pero sin que por ello pierda nada de su objetividad y consisten­
ner la raíz de la libertad en la racionalidad y la definió como
cia. No es libertad absoluta, sino encarnada y relativa13.
4. Cf. ibid., 22. 9. «La raíz de toda libertad está constituida en la razón»: De verit., q. 24,
5. Cf. ibid., 26-32. a. 2c. También Summa Theologica I, q. 82 y 83; I-Ií, q. 17, a. 1; De malo, q. 6,
6. Cf. M. Merleau-Ponty, Eloge de la philosophie, París 1955; M. Scheler, a. 1.
El puesto del hombre en el cosmos, 64-70, 82-86. 10. Cf. H. Bergson, Essai sur les donnés inmediates de la conscience, en
7. Cf. I. Kant, Crítica de la razón práctica, Buenos Aires 1973, 140-150. Oeuvres, París 1970, 95-145 (trad. esp.: Obras escogidas, Madrid 1963, 14 lss).
8. Cf. san Agustín, De duabus animis contra Manichaeos (391), c. 10,13: 11. P. Teilhard de Chardin, Escritos del tiempo de guerra, Madrid 1966,193.
PL 42, 104. En otra parte añade: «Son, pues, nuestras las voluntades y ellas Cf. A. Gesché, Dios para pensar I, Salamanca 1995, 251ss.
mismas hacen, cuando, queriendo, hacemos, lo cual no se haría si no lo quisiéra­ 12. Cf. R. Guardini, Cristianismo y sociedad, Salamanca 1982, 77, 80.
mos»: De civitate Del V, 10, 1: PL 41, 152-153. 13. Cf. M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Barcelona 1975,
206 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 207

Liberación, porque, al ser encarnada, reviste un carácter pro- hombre es plenamente libre cuando, superadas las diversas alie­
grediente innegable. Crece y se desarrolla en la medida en que naciones, se hace psicológicamente dueño de sí y de sus actos.
se ejercita, de modo que, gracias a ella, logra el hombre su per­ Es el estado de adultez en el que la persona ha conquistado su
fección y realización plena. Se trata, por tanto, de un auténtico identidad porque sabe asumir con todas sus consecuencias el sen­
proceso de liberación integral que le permite, en su circunstancia tido último de su existencia. Por eso hay quien ha llamado a la
histórica concreta, desasirse del haz de alienaciones que impiden libertad «la facultad de lo definitivo»18, en cuanto que es con­
su cumplimiento como persona. En su ejercicio debe el hombre quista de lo irreversible y logro de la consumación personal.
contar con las llamadas «libertades» (política, social, religiosa, El hombre que actúa de esta manera demuestra poseer la ca­
etc.) con las que crea un conjunto de condiciones o espacio don­ pacidad de optar por lo irrevocable. Con ello supera la indecisión
de es posible su cumplimiento como ser personal. En opinión de y la inercia y labra su figura personal al filo de sus actos.
J. Gevaert, liberarse es crear los medios necesarios de trabajo, Este es el sentido de las expresiones bíblicas «la verdad os
de instrucción y de respeto mutuo que hagan posible la libertad, hará libres» y «libertad de los hijos de Dios» basadas en el amor
la cual debe ser considerada más como tarea que como don, verdadero (Jn 8, 32; Rom 8, 15; Gál 2, 4; 1 Pe 2, 16). Santo To­
puesto que es algo que todo hombre tiene que cumplir a lo largo más en perspectiva teológica y Piaget en el orden psicológico
de su existencia individual y colectiva14. traducen estos principios por interiorización de la ley, base de
Además de liberarse de las diversas formas de opresión que la autonomía de la conciencia y de la madurez personal. Según
amenazan a cada uno, habrá que irse capacitando para ciertos santo Tomás, el discernimiento personal es un proceso de subjeti-
valores y determinadas relaciones que proporcionan la madurez vación que convierte en exigencia de la propia persona el conte­
debida mediante la actualización de las posibilidades propias. Ni nido de la ley. «Cada uno está obligado a examinar los actos
que decir tiene que la libertad en el hombre varía con el grado propios según la ciencia que recibe de Dios, ya sea natural, ad­
de autonomía y con la concepción que tiene de sí mismo, con quirida o infusa: todo hombre debe obrar de acuerdo con su ra­
el sentido de independencia que atribuye a su vida15. Por eso zón»19. Por su parte, J. Piaget ve en la aceptación de la ley un
no puede hablarse de libertad auténtica, si no existen compromi­ proceso de interiorización que va de la mera obligación (hetere-
so y fidelidad. Compromiso y fidelidad que exigen un marco nomía) a la obediencia compartida (autonomía) y a la colabora­
irrenunciable en el que cada persona pueda ejercer responsable­ ción responsable. «La heteronomía propia de la obligación engen­
mente sus actividades promoviendo el bien para sí y para los dra la responsabilidad objetiva, así como la autonomía propia
otros. Se trata, por tanto, de un continuado proceso en el que, del respeto mutuo y la cooperación engendran la responsabilidad
a la vez que el hombre ejerce su libertad, crea las condiciones subjetiva»20.
necesarias para su crecimiento y desarrollo. «Solamente un pro­
ceso acabado de liberación puede crear condiciones mejores para
el ejercicio de la libertad»16. En este sentido podemos afirmar b) M etafísica de la libertad
con X. Zubiri que la libertad es un acto de cuasi-creación17.
La fenomenología de la libertad nos ha descubierto su sentido
M aduración, porque es la meta a la que apunta el proceso de profundo. Nos corresponde ahora determinar su logos o razón
liberación de la propia libertad. Solamente puede decirse que el ontológica haciendo un análisis a nivel filosófico que permita
conocer su alcance significativo en orden a la constitución del
446-463; K. Popper, El universo abierto, Madrid 1984, 135ss; X. Zubiri, Sobre ser personal humano. Este estudio corresponde a la metafísica
el hombre, 146-147, 601ss.
de la libertad.
14. Cf. J. Gevaert, El problema del hombre. Introducción a la antropología
filosófica, 208, 223ss.
15. Cf. E. Fromm, El miedo a la libertad, Buenos Aires 1980, 50. 18. J. B. Metz, Libertad, en CFT II, 529.
16. Instrucción «Libertatis conscientia», 32, 1, 2. 19. De veril., q. 17, a. 5, ad 4.
17. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 604. 20. J. Piaget, El criterio moral del niño, Barcelona 1984, 282.
205 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 209

No se trata de averiguar si el hombre es libro o no y de qué tad está en la razón práctica. Schelling acentúa más que Fichte
manera, sino de obtener una comprensión exhaustiva de su ser el carácter intelectivo, llegando a decir que «la acción libre se
personal. Que la libertad es un hecho que contradice las asevera­ sigue directamente de lo inteligible en el hombre», de modo que
ciones de Skinner y de Wilson, basadas en el factor ambiental «lo que hay en mí inconsciente es involuntario», mientras que
y genético respectivamente21, ha sido demostrado por filósofos «lo que es consciente actúa en mi querer»27. Para Hegel, en cu­
como H. Bergson y K. Jaspers, entre otros22. Al filósofo corres­ yo sistema tiene primacía lo racional, la libertad es la verdad de
ponde demostrar que el obrar libre es patrimonio de la existencia la misma necesidad. «La razón libre y su hecho son una misma
humana. Negarlo sería tanto como contradecir un dato fenomeno- cosa, y su actividad es su puro representarse»28. El mismo Hei-
lógico incontrastable. Lo que importa es indagar el fundamento degger no considera la libertad como algo extrínseco a la verdad,
que vincula este hecho con la persona. sino como aquello que pertenece a su desvelamiento; pertenece
Los antiguos, que atribuyeron la conducta específica humana a su esencia: «La esencia de la verdad es la libertad»29.
a la inteligencia como facultad del ser, no tuvieron reparo en po­ Estos testimonios demuestran sobradamente la estrecha cone­
ner la raíz de la libertad en la razón23. Con ello dan a entender xión entre verdad y libertad. No obstante, la absolutización de
que la libertad, más que propiedad del obrar, lo es del ser del la verdad pone en peligro a la libertad, porque el poder de la
hombre. Este, como capacidad de interiorización o subjetividad, razón podría comprometer de tal manera a la voluntad que llega­
se percibe idéntico a sí mismo y distintió de todo lo demás. Esta ra a suplantar su función específica anulando por ello la libertad.
visión le permite controlar, dirigir y abordar las cosas según el La solución del problema pasa por la conveniente armonización
bien descubierto en ellas o el sentido que tienen para él. Se trata de la inteligencia y la voluntad, dimensiones constitutivas del
de una relación directa entre verdad, bien y libertad por encima hombre, que sitúan la libertad en el área de la verdad y del bien
de la impresión de autonomía y la sensación de independencia. conjuntamente. Sólo en función del bien y del valor tiene sentido
La filosofía moderna llevará hasta el extremo esta relación la libertad en el hombre. Desarrollamos a continuación esta idea.
hasta identificar indebidamente libertad y verdad, conocer y obrar Es evidente que la vía cognoscitiva no agota la vida del hom­
libremente24. Spinoza reduce la libertad al conocimiento, en cuan­ bre. Además de conocer, el ser humano desea, se siente afectado
to que «la voluntad es un cierto modo de pensar, como el enten­ y actúa. Ahora bien, la acción esclarecida por la inteligencia se
dimiento»25. Fichte ve los actos libres como productos del pen­ presenta a la consideración humana como valor, es decir, como
samiento. «Soy antes como pensante lo que, en virtud de este dotada de sentido. El valor reconocido entraña siempre una per­
pensamiento, seré después como actor... Formo mi ser por mi fección que enriquece a quien lo alcanza. Por eso es apetecible
pensamiento»26. Reconoce, no obstante, que la raíz de la liber­ y, en último término, bueno. Bondad, apetibilidad y perfección
se corresponden, como enseñaron los clásicos. «Bonum est quod
21. Cf. B. F. Skinner, Ciencia y conducta humana, Barcelona 1970; E. O. omnia appetunt». Pero el valor, según la axiología moderna, es
Wilson, Sobre la naturaleza humana, México 1980. lo que rompe nuestra indiferencia o la forma de hacer nuestro
22. «La libertad es un hecho que entre los hechos que se comprueban es el el bien. «Es el bien en cuanto referido a un objeto del que hace­
más evidente»: H. Bergson, Essai sur les donnés inmediates de la conscience, mos uso; a una voluntad que se esfuerza por alcanzarlo», escribe
169. «Nosotros tenemos además la libertad, mediante la cual nos decidimos y no L. Lavelíe30. Su limitación es evidente, ya que ningún ser posee
estamos sometidos automáticamente a una ley natural»: K. Jaspers, La filosofía,
México 1957, 54. todo el bien ni ningún objeto acapara todo el valor imaginable.
23. «Totius libertatis radix in cationes constituía est», decía santo Tomás: Las cosas entre las que nos movemos son buenas y valiosas
De Verit., q. 24, a. 5. en muchos sentidos y en grado diverso, por lo que nos sentimos
24. Cf. M. Mindán, Verdad y libertad: Revista de Filosofía 28 (1968) 5-26
y 29 (1969) 5-26; J. Simón, La verdad como libertad. El desarrollo del problema 27. F. W. J. Schelling, La esencia de la libertad, Buenos Aires 1950, 108.
de la verdad en la filosofía contemporánea, Salamanca 1983, 291-308, 336-449. 28. G. W. F. Hegel, Werke I, ed. Lasson 1910, 34.
25. B. Spinoza, Ethica, pro. XXXII. Demonstrado. 29. Citado por M. Mindán, Verdad y libertad: Revista de Filosofía 29 (1969)
26. J. F. Fichte, El destino del hombre, Madrid 1913, 42. Cf. J. Simón, La 12-13.
verdad como libertad, 342-356. 30. L. Lavelle, Introducción a la ontología, México 1966, 102.
210 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 211

obligados a optar por unas u otras, sin que esto anule nuestra provistos de este poder no son libres porque, al estar cerrados
libertad. sobre sí mismos, carecen de capacidad para «consentir con el
Sin necesidad de profundizar en la filosofía de los valores31, ser», con lo real, con el bien, con el Absoluto33.
reconocemos en el análisis de nuestra experiencia una escala o Esta marcha comporta siempre elecciones, por lo menos implí­
jerarquía de valores real y objetiva que polariza nuestra voluntad citas, en cuanto que los bienes entre los que nos movemos son
y se enraíza en nuestra estructura constitutiva. finitos y mezclados de mal. Poseen parcialmente la razón de bon­
El orden es el siguiente: la propia persona, la vida, la verdad, dad, que es ofrecida al poder selectivo del hombre en su particu­
el amor, la libertad, el trabajo, la familia, la sociedad, la cultura, lar situación y circunstancia. En los momentos concretos es don­
los bienes vitales. Ni que decir tiene que esta jerarquización re­ de cada persona tiene que optar y decidirse por las concreciones
mite incuestionablemente al mundo de las opciones y establece bajo las que se le presenta la bondad. Ello hace de su vida una
una correspondencia entre libertad y valor. «Libertad y valor, tarea constante llevada a cabo a base de decisiones, de modo que
escribe Dondeyne, son realidades que se corresponden y para eso, nadie puede llegar a ser si no opta por algo, si no se decide. Ya
la verdadera libertad, lejos de oponerse a la idea de deber, en­ advirtió el mismo santo Tomás que somos libres en la medida
cuentra en ella su expresión más alta»32. en que existimos, a saber, nos hacemos obrando libremente34.
Dijimos antes que obrar libremente es obrar sabiendo lo que La consecuencia es evidente. El hombre es solamente libre
se hace y por qué se hace, es decir, conferir sentido a la propia para la verdad y para el bien que lo perfeccionan. No para el
acción y asumirlo. Ello supone un juicio distendido en tres mo­ error ni para el mal que lo disminuyen. Cuando hace el mal y
mentos: conocimiento del valor, asentimiento y realización del profesa la mentira, lo hace por dos motivos: o por falta de dis­
mismo. En este último momento se encarnan los dos anteriores cernimiento o por abuso de poder. En ambos casos, más que de
traducidos en acciones concretas que conforman el cañamazo de libertad, hay que hablar de abuso de la misma o de libertinaje.
la conducta voluntaria y libre. No hay que olvidar que la acción Los textos que citamos a continuación resumen todo el pensa­
llevada a cabo por la persona no es fruto de tres facultades dife­ miento anterior:
rentes (razón, voluntad, potencia operativa), sino efecto de un «Toda razón de la libertad depende del modo del conocimien­
único principio, la persona humana o espíritu encarnado. La se­ to, ya que el apetito sigue al conocimiento, puesto que el apetito
paración y aislamiento de los tres momentos encalla el problema es siempre del bien que se le propone por la potencia cognosciti­
de la libertad haciéndola inviable. En esta encrucijada se encon­ va... La raíz de toda libertad está constituida en la razón»35.
traron los intelectualistas de los siglos XVII y XVIII, que defi­ «Solamente aquel ser que tiene entendimiento puede obrar con
nieron la voluntad como ciego apetito e hicieron de la razón la juicio libre, en cuanto conoce la razón universal del bien, por lo
facultad de ideas claras y de asentimiento necesitante. Por eso cual puede juzgar que es bueno esto o aquello; de donde se sigue
insistieron tanto en la identificación de verdad y libertad con tan que donde quiera que haya entendimiento hay libre albedrío»36.
nefastos resultados para ésta. «El libre albedrío no se comporta del mismo modo con el bien
Con esto no pretendemos convertir la libertad en una actitud y con el mal, puesto que con el bien lo hace por sí y naturalmen­
ciega, sino todo lo contrario. Es un proceso lúcido y esclarece- te, mientras que con el mal lo hace a modo de defecto»37.
dor, guiado por la inteligencia, que se encuentra polarizado por
un bien descubierto que perfecciona al individuo.
Un saber por-qué, que convierte al acto en tarea porque esta­ 33. Cf. L. de Raeymaeker, Filosofía del ser, Madrid 1962, 246. También
blece una escala de valores a la cual se atiene. De ello resulta nuestro trabajo: J. de S. Lucas, La libertad en el hombre: Verdad y Vida 92
un verdadero compromiso, aceptado conscientemente, por el que (1965) 643-663.
el hombre se hace más hombre, accede más al ser, Los seres des­ 34. «Liber est quod sui causa est»: C. Gent., 1. 2, c. 48.
35. De veril., q. 24, a. 2c; cf. q. 22, a. 1 y 5; C. Gent., I. 2, c. 48; Summa
31. Cf. A. Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, Madrid Theologica I, q. 82 y 83.
1962, 378-392. 36. Summa Theologica I, q. 59, a. 3.
32, Ibid., 385. 37. Summa Theologica III, q. 34, a. 3, ad 1.
212 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 213

En resumen, la esencia de la libertad sólo se comprende desde cífico en todos los momentos, sino que es proporcional a los con­
la peculiar conducta de la persona humana como espíritu encar­ dicionamientos e imponderables que le salen al paso, sin que por
nado. Por su condición espiritual el ser humano está constitutiva­ ello pierda nada de su consistencia. Solamente se caracteriza co­
mente abierto a la realidad y se mueve en el área del ser, cuyas mo libertad finita, ajustada al modo propio de ser el hombre en
propiedades trascendentales son la verdad y el bien o valor. Pero el mundo. Es libertad limitada del hombre limitado41.
debido a su encarnación y corporeidad, la persona existe en ei Ni la mera sensación de estar obrando libremente ni la priva­
mundo entre las cosas y con los hombres y no frente a la bondad ción de independencia externa afectan al núcleo antropológico
desencarnada y absoluta. Por eso tiene que determinarse y optar de la libertad. El recurso a la introspección y el testimonio del
por bienes parciales y valores concretos con vistas siempre a la sentimiento y afectividad no tienen nada que ver con la libertad
perfección que la conquista de éstos le procura. radical. No es libre el gato que anda a sus anchas por el tejado
Pues, bien, en este poder de autodeterminación consiste preci­ ni el cervatillo que corretea por el campo, como tampoco deja
samente la libertad del hombre, obra conjunta del entendimiento de serlo el encarcelado por sus ideas y convicciones. Los prim e­
y la voluntad38. ros no saben qué hacen ni por qué lo hacen; el segundo, en cam­
bio, asume conscientemente su especial situación y, aunque no
dispone de los medios necesarios para ejercer su independencia,
c) Antropología de la libertad humana posee, sin embargo, la autonomía que le confieren su autopose-
sión y dominio. Es libre en sus pensamientos, en sus voliciones
La libertad es la expresión más exacta del ser específico del y decisiones.
hombre. Afecta a la persona en su totalidad y no se presenta co­ Completamos estas consideraciones con las formulaciones pro­
mo propiedad de una determinada esfera de la misma, sino como puestas por L. Cencillo para conocer y encauzar la libertad en
el signo antropológico por excelencia. «Se es libre en la medida el hombre. Según este antropólogo, la libertad humana es de tres
en que la totalidad de nuestra vida es efectiva», ya que «las ac­ clases o presenta tres momentos: nuclear, genética y funcional.
ciones de un hombre no pueden jamás ser más libres que él»39. La primera se refiere a la capacidad de independencia respecto
Si el hombre es animal de realidades y no de meros estímulos, de aquellos procesos que condicionan o arrastran al sujeto en
como enseña Zubiri, en su actuar se atiene siempre al sentido contra de su voluntad. La segunda consiste en saber a qué atener­
ontológico de las cosas y no a meras impresiones de orden sensi­ se ante los acontecimientos y las cosas para no dejarse llevar por
ble o estimulico. Busca su verdadera significación, su verdad ellos sin control. La tercera se orienta a modular el propio psi-
real, y obra en consecuencia. Por eso su conducta es plasmación quismo dominando sus reacciones espontáneas. Las tres revelan
de su esencia40. la libertad como capacidad gradual y progresiva de la persona
Como aspecto esencial de la persona que impregna toda su para superar los condicionamientos, para controlar las motivacio­
existencia, la libertad se sitúa por encima de la naturaleza y asu­ nes y para asumir críticamente las normas. Se trata de ajustarse
me todos sus determinismos determinándose conscientemente conscientemente a la realidad de modo que cada uno pueda des­
ante ellos. La profundidad de esta autodeterminación marca el plegar sus posibilidades creativas y dar cumplimiento a sus de­
grado de su perfección, así como la densidad ontológica de la seos fundamentales42.
personá que toma las decisiones desde el centro de su ser. Pero, En una palabra, con M. Scheler decimos que la libertad en
como los valores se le presentan siempre al hombre en un marco el hombre es presupuesto y clima de la vida humana entendida
histórico determinado, su libertad no reviste el mismo peso espe­ desde el valor y para el valor43, y con M. Merleau-Ponty la con­
cebimos como existencial humano, fruto de la inteligencia, enrai-
38. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 145-152.
39. M. Scheler, Metafísica de la libertad, 32, 33. También J. de Finance,
La liberté cree et la liberté créatrice, en Varios, L ’existence de Dieu, Tournai 41. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 152.
1961, 229-244. 42. Cf. L. Cencillo, La última pregunta, Salamanca 1981, 262-263.
40. Cf. X. Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid 1980, 63, 213. 43. Cf. M. Scheler, Metafísica de la libertad, 24-25, 32-34.
214 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 215

zado en la manera de ser el hombre en el mundo con las limita-


• , AA W Adelantando conceptos, podemos afirmar que el hombre cons­
ciones que comporta . truye su ser en la existencia partiendo de unas conquistas cultura­
Estudiada la esencia y contenido del acto libre, resumimos les legadas por sus antecesores y en tensión hacia un futuro car­
ahora, con la máxima brevedad, las distintas interpretaciones gado de nuevas posibilidades. En esto consiste la historicidad,
de su estructura y proceso. La tradición aristotelicotomista ofre­ que los antropólogos ven como dimensión estructural humana.
ce el esquema siguiente: conocimiento del fin (bien) y apetencia A ellos nos remitimos en las reflexiones que siguen47.
del mismo, valoración e intención del bien, deliberación sobre Sartre definió al hombre como proyecto de sí mismo, en cuan­
los medios y asentimiento a ellos, juicio preferencial y elec­ to que al final de su carrera será «tal como se haya hecho». «No
ción, mandato, ejecución de órdenes y complacencia en el bien otra cosa que lo que él se hace». Lo que ha decidido ser, que es
obtenido. lo mismo que decir que «el hombre es el porvenir del hombre»,
Este texto de la Etica a Nicómaco marca convenientemente porque «está condenado a cada instante a inventar al hombre».
los pasos indicados: «Siendo lo elegible lo que, estando en nues­ Porque es libre, «está condenado a ser libre» y decide sobre su
tra mano, apetecemos después de haber deliberado, la elección destino48.
podría ser el apetito deliberativo de las cosas que dependen de Significa esto que en la base de la historicidad está la libertad
nosotros, toda vez que por el juicio que formamos después de como motor y fuerza que configura al hombre biográfica y exis-
haber deliberado apetecemos algo conforme a la deliberación»4445. tencialmente. Con el fin de comprender mejor esta realidad o
Otros esquemas de este proceso, entre los que se encuentran forma de ser de la persona humana, establecemos los siguientes
el de P. Ricoeur, N. Hartmann y X. Zubiri, recogen un primer momentos: la historicidad en el humanismo contemporáneo, as­
momento cognoscitivo y deliberativo seguido de otro decisorio pectos negativos de la idea de historicidad, estructura y sentido
y de asentimiento, terminando con la ejecución y realización46. de la misma. Aunque de este tema hemos hablado en otra parte,
volvemos ahora sobre él apuntando nuevas connotaciones49.
2. La historicidad humana
a) Historicidad en los humanismos contemporáneos
Con el tem a de la libertad entramos de nuevo en el ámbito
de la intersubjetividad, que no es más que el encuentro de dife­ El pensamiento actual, centrado preferentemente en el hom­
rentes libertades en el mundo. Descubrimos al mismo tiempo la bre, gira en torno a la idea de historicidad. Un concepto de no
novedad radical del ser humano que lo sitúan en un nivel neta­ fácil comprensión por su variedad de aspectos acentuados de
mente superior al resto de los seres de la naturaleza, por lo que distinta manera por los diferentes antropólogos. Un rápido re­
no puede ser expresado adecuadamente con conceptos tomados cuento de los mismos ayudará a comprender el alcance de esta
del mundo natural. Es una realidad original, cuya novedad con­ singular propiedad del hombre. Todos coinciden en considerarla
siste en su carácter progrediente y autocreativo. No existe como como modo propio de la existencia humana y punto de partida
los demás seres, sino que se hace al filo de sus actos conquistan­ la historia objetiva.
do su ser. Al hacerse más hombre, accede más al ser. La necesaria situación histórica inherente a la condición hu­
mana hace que cada uno de nosotros vivamos nuestra vida como
44. Cf, M. Merleau-Ponty, La fenomenología de la percepción, Barcelona
1975, 446-463. 47. Cf. A. Dondeyne, L ’historicité dans la philosophie contemporaine: RvPhL
45. Etica a Nicómaco I, IH, 3. Santo Tomás explaya esta doctrina en diez 54 (1956) 5-25 y 456-477; Id., Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, 96-
cuestiones de la I-II de la Summa Theologica\ cf. I-II, q. 8-17. 124; J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Salamanca 1988,
46. Cf. P. Ricoeur, Philosophie de la volonté, le volontaire et l'involontaire, 255-270. Asimismo nuestra obra: ). de S. Lucas, El hombre, ¡¿quién es?, 109-123.
París 1963, 22ss; N. Hartmann, Ethic, Berlin-Leipzig 1935, 171-180; X. Zubiri, 48. 3. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires 1972,
Sobre el hombre, 593-607. Asimismo M. Vidal, Moral de actitudes I, Madrid 16, 21-22; J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, 255-270.
1977, 216-231. 49. Cf. J. de S. Lucas, El hombre, ¿quién es?, 109-123.
216 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 217

continuo e incesante crecimiento. Es verdad que nos encontramos Bloch reconoce esta equivocación y advierte su falta de corres­
entre las cosas, pero no yuxtapuestos. Cada hombre tiene que pondencia con la patria de identidad y el novum ultimum postula­
hacer algo con su entorno, de modo que en este quehacer se rea­ do por el hombre. «La alienación más pertinaz no es únicamente
liza a sí mismo en su calidad de ser inteligente y volente, es de­ la generada por una sociedad mal hecha, que desaparecerá con
cir, como persona. Este abismo radical separa al existente huma­ ella; hay otro origen más profundo de la alienación, el hecho de
no del resto de los vivientes enclasados en su presente e inmer­ nondum apparuit quid erimus (Jn 3, 2)»51.
sos en su estatismo. El hombre, en cambio, realiza proyectos, Humanismo existencialista. Este pensamiento ha sido el que
toma iniciativas y adopta resoluciones que lo lanzan hacia el mejor ha comprendido el hecho de la historicidad del hombre.
futuro. Ello obliga a pensarlo en términos de progresión, de cum­ Existir humanamente es ir' asumiendo las posibilidades que el
plimiento de posibilidades, de actualización de capacidades, de mundo brinda a una actividad dadora de sentido. Así lo ha visto
ascensión sin retorno, contando siempre con los seres que lo ro­ M. M erleau-Ponty cuando afirma que la historicidad «se dibuja
dean, especialmente los otros hombres. La incomplección bioló­ espontáneamente en la trama de acciones por las que el hombre
gica y la apertura a la realidad son el fundamento de este hecho. organiza sus relaciones con el mundo y con los demás»52. Es
Las conquistas de la antropología filosófica de la segunda la forma como el hombre va configurando su existencia al con­
mitad del siglo pasado y de todo el presente demuestran que el tacto con las cosas y se realiza como persona al filo de sus actos.
mundo es el campo de batalla de la realización del hombre a Esta interpretación es asumida por Heidegger y Jaspers, para
través del tiempo. El aquí y el ahora históricos son el punto de quienes la historicidad consiste en la respuesta del hombre a la
partida de la dialéctica por la que el individuo humano, y la hu­ llamada del ser, a través de las cosas, que le permite trascender
manidad con él, se sobrepuja a sí mismo superando el pasado lo inmediato obrando libremente53.
y abriéndose al futuro plenificador. Este dinamismo, basado en
el diálogo e impulsado por la libertad, es interpretado de forma Humanismo vitalista. El denominador común de esta doctrina,
diversa por los humanismos en boga. Ofrecemos un rápido mues- cuyos máximos exponentes son Nietzsche, Bergson, Dilthey y
treo de ellos. Ortega, estriba en la conocida expresión de éste último: «El hom­
bre no tiene naturaleza, sino historia». Conciben la vida humana
Humanismo marxista. Sin renunciar a sus tesis materialistas, como dinamismo y quehacer incesante traducido en un esfuerzo
el marxismo antropológico entiende la historicidad como dimen­ continuado de creatividad, cuyo resultado es el mismo hombre.
sión por la que el hombre es agente de la historia y producto La vida, en tanto que acontecimiento de la decisión personal, «es
de ella a la vez, pero sometido siempre a unas leyes inexorables gerundio y no participio: un faciendum y no un factum »54. El
que lo modelan. Fruto de su trabajo, el hombre es generador ser humano, que no ha acabado de formarse, está dotado de capa­
necesario de «toda la llamada historia universal» impulsado por cidad suficiente para modular su propia existencia mediante la
circunstancias no determinadas por él. «Los hombres hacen su realización de sus proyectos. Se va haciendo sucesivamente, y
propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, en condicio­ en este ir a más consiste su esencia y naturaleza. Es creación de
nes elegidas por ellos, sino en condiciones dadas y heredadas
sí mismo o prolongación libre del necesario movimiento evoluti­
del pasado» .
vo de la naturaleza. Porque en este hacerse interviene la libertad
* Esta concepción de la historicidad es errónea, porque prescin­ es por lo que la historicidad posee poder creativo.
de de la libertad y la somete a la necesidad. Con ello contradice
la experiencia humana de autogestión y crecimiento irreversible
y encierra al hombre en el estrecho ámbito del nacimiento y de 51. E. Bloch, Ateísmo en el cristianismo, Madrid 1983, 253.
la muerte, negándole la posibilidad de ver cumplidas sus exigen­ 52. M. Merleau-Ponty, Eloge de la philosophie, Paris 1953, 69.
cias de irreversibilidad. No se aviene tampoco con el anhelo hu­ 53. Cf. I. M. Bochenski, La philosophie contemporaine en Europe, Paris
mano de felicidad perdurable y de libertad plena. El mismo E.50 1962, 154-159.
54. J. Ortega y Gasset, Obras completas VI, Madrid 1947, 32-33. También
50. K. Marx, Manuscritos: Economía y política, Madrid 1972, 55. IV. 421: V. 23. 212: VI. 13. 349. 476: VII. 104.
218 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 219

b) Aspectos negativos de la historicidad ya que los dos expresan la forma de ser propia de los seres vi­
vos. Se refieren al dinamismo de la acción vital en la que el tér­
La historicidad se distingue adecuadamente de otras modalida­ mino está ya prefigurado en el comienzo, de modo que el paso
des del ser humano con las que se la suele confundir frecuente­ del estado inicial al final no es más que el cumplimiento de un
mente. Para evitar ambigüedades, conviene comenzar diciendo proceso natural. No obstante existe una notable diferencia entre
lo que no es la historicidad, apuntando a continuación su verda­ el crecimiento del animal y del hombre. Mientras en el primero
dero sentido. el movimiento se realiza necesariamente (está determinado al
Uno de los errores más comunes es el de aquellos que identi­ fin), en el segundo, por el contrario, se da una ruptura que lo
fican historicidad y fugacidad, en el sentido de inestabilidad e distancia del pasado e inaugura una nueva forma de ser conscien­
inconsistencia. Semejante identificación pervierte el sentido pro­ temente proyectada y deseada. Más que maduración y eclosión,
pio de historicidad, que no es transitoriedad, sino compromiso la historicidad es creación e innovación a través de un proceso
con el presente desde la reactivación del pasado y la proyección dialéctico. Es obra de la libertad y no de la necesidad, en cuanto
hacia el futuro. Su equivocación estriba en atribuir al hombre que crea el presente permaneciendo fiel al pasado, pero sin an­
la formalidad del tiempo propia de las cosas. Mientras el tiempo clarse en él. X. Zubiri la define como proceso «real» del hombre
físico es simple fluencia de instantes efímeros, el tiempo humano capacitado para estar de forma nueva en la realidad57.
(tiempo vivido) es firme articulación en la que están imbricados
mutuamente pasado, presente y futuro. El pasado del hombre no
deja de existir propiamente; es asumido en el ahora, donde se c) Estructura y sentido de la historicidad
presiente el futuro como proyecto actual. Además de conservar
el pasado, el presente humano encara el futuro como posibilidad Indudablemente el hombre, que hunde sus raíces en el remoto
propia que nos permite ser, como anticipo que se nos concede. pasado de lo infrahumano, ocupa un lugar especial en el proceso
«Lo que pasa, nos pasa, escribe J. Marías, nos ‘toca’... Por esto, evolutivo. Está determinado por un conjunto de fuerzas fisico­
lo que pasa ‘se queda’, va constituyendo el contenido de la vida, químicas y biológicas que le preceden y se prolongan en él, pero
su ‘haber’ o ‘riqueza’, su ousía, y en este sentido es la sustancia adquiriendo en el nivel humano una originalidad indiscutible, la
de la vida. El futuro, por su parte, es una realidad que no es to­ conciencia reflexiva. Experimenta su existencia como suya vién­
davía, que por eso mismo no se tiene, pero con la cual hay que dola como tarea que realizar y sentido que cumplir. Sabe que tie­
hacer la vida... El futuro se posee anticipándolo en forma de ne que hacerse para llegar a ser plenamente. «Todas las activi­
creencia»55. No significa esto que el yo humano sea un futuro, dades de la vida interior no son más que la efervescencia del
sino presente actuante o, como prefiere J. M arías, futurizo56. centro nuevamente constituido explotando sobre sí mismo», co­
Tampoco es la historicidad sinónimo de movimiento en el menta Teilhard de Chardin58. Todo ello obedece a la estructura
sentido de cambio de estado por la aparición de nuevas determi­ corporeoespiritual del hombre que lo obliga a realizarse en un
naciones. Su significación es mucho más profunda. Comporta medio espaciotemporal en el que entran en juego elementos o
un contenido interno traducido en autodesarrollo y crecimiento existenciales fundamentales tales como encarnación, temporalidad
ontológico. Es un verdadero despliegue de virtualidades que e interpersonalidad. Las tres hacen de la condición humana un
determinan el modo de ser propio del hombre donde la libertad proceso de autorrealización y cumplimiento ontológico distinto
juega un papel decisivo, porque la presencialidad humana es de la inestabilidad y del mero crecimiento que se denomina his­
potencialidad que pide ser actualizada. Es distancia entre el esta­ toricidad. Describimos seguidamente cada uno de estos elemen­
do objetivo y el ideal que hay que realizar. tos.
También se ha comparado la historicidad con el devenir ifieri,
hacerse). La convergencia entre ambos conceptos es innegable,
57. Cf. X. Zubiri, La dimensión histórica del ser humano, en Realitas I,
55. J. Marías, Antropología metafísica, Madrid 1970, 247-248. Madrid 1974, 53-54.
56. Cf. ibid. 58. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 202.
220 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 221

Encamación. Entendemos por encarnación la manera propia Temporalidad. Este aspecto de la historicidad brota de la in­
de ser del hombre que, desde una precomprensión de su ser espe­ tencionalidad de la conciencia. El hombre sólo existe actuando
cífico, lo va explicitando en el ejercicio de su existencia en su sobre la naturaleza. Este proceso es sucesivo y continuo, porque
presencia al mundo, es decir, en contacto con las cosas y en diá­ el hombre no se adueña de la naturaleza en un momento ni se
logo con sus semejantes. En este ejercicio continuado toma con­ realiza a sí m ism o en un instante. Su vida es un trenzado de ac­
ciencia de un proceso que se articula en tres momentos o dimen­ tos distendidos en el tiempo y no meramente yuxtapuestos. Por
siones: pasado, presente y futuro. Por el hecho de reconocer su eso el ahora del hombre comporta una doble característica, la de
vida como suya (la hace en primera persona) reasume consciente­ la continuidad y la de la invocación. Continuidad porque incor­
mente el pasado y se proyecta hacia el futuro desde el presente. pora el pasado como algo que ha sido presente; invocación por­
Este sólo adquiere sentido desde el antes y de cara al después. que desde él anticipa unas posibilidades que tiene que cumplir.
Es un hecho comprobado que el existente humano se percibe a La retención de lo que fue y la proyección de lo que vendrá for­
sí mismo viniendo del pasado y dirigiéndose al. futuro, pero dis­ man a una la temporalidad como modo propio de ser del espíritu
tanciándose del primero a la vez que modela el segundo. Todo encarnado, cuya realidad es formalmente decurrente.
ello supone un progreso o ir-a-más, crecimiento en el espíritu, Zubiri llama a esta manera de ser proceso, en cuanto que cada
cuya explicación se encuentra en el hecho de su encarnación o momento «procede del» anterior y «precede al» posterior. En este
de ser-con-otros-en-el-mundo, es decir, en su estructura peculiar movimiento procesual consiste la historia y se hace hombre el
como cuerpo animado o alma corporeizada. hombre, en cuanto que toma su pasado como parcial realización
Esta condición del ser humano convierte a la evolución natu­ de sus potencialidades que tendrán pleno cumplimiento en un
ral en historia, es decir, en decurso que no se hace por transmu­ futuro absoluto61. En esto consiste la temporalidad como ele­
tación genética, sino por invención optativa, obra de la libertad. mento constitutivo de la historicidad humana.
En expresión de Zubiri es cuasi-creación o «crecida» entitativa5960. Interpersonalidad. En su comercio con las cosas el individuo
Somos autores de nuestra biografía de modo que nuestra vida humano no actúa solo. Vive en el mundo con otros hombres, de
no discurre como un río, sino como una narración que acto a quienes recibe un contexto configurado que le permite desplegar
acto decide el proyecto y el argumento, el contenido específico. su vida y alcanzar su perfección. La capacidad de encontrarse
Al hacerla, nos hacemos. La vida humana es darse cuenta de que con el otro como otro es dimensión constitutiva de la persona
uno está sumergido en un elemento extraño donde no hay más humana, diversamente interpretada por el existencialismo y el
remedio que hacer siempre algo para salir a floté: personalismo, como tuvimos ocasión de ver.
Este proceso tiene lugar mediante una serie de intentos parcia­ Aunque hemos hablado ya de esta dimensión, volvemos sobre
les, siempre perfectibles, que, partiendo de lo hecho, construyen ella en este lugar por la especial relación que guarda con la his­
otros mejores mediante el descubrimiento del valor que tienen toricidad. Hecho fundamental de la existencia humana es que el
las cosas para nosotros. Esta función es la propia del trabajo hu­ hombre sólo se realiza como persona por la mediación de ios
mano que, como dice M. Merleau-Ponty, no es mera producción demás, es decir, por la palabra, por las obras y por el amor hu­
de riquezas, sino la actividad por la que el hombre proyecta en manos. Por ello la vida de cada uno es necesariamente comunión,
torno a sí un medio humano . M ediante el trabajo el hombre es decir, un vivir de los otros y para los otros mediante las obras
construye la historia y se hace a sí mismo desarrollando su capa­ que realizamos. Si es verdad que el hombre lleva a cabo su exis­
cidad espiritual al contacto con las cosas. Desde su apertura a tencia en el marco de la historia, hay que convenir en que ésta
la realidad el existente humano se proyecta en un diálogo ininte­ no es obra individual, sino colectiva y comunitaria. Comprende
rrumpido con el mundo, es decir, temporalizándose. Aquí radica las generaciones pasadas, presentes y futuras.
la historicidad propiamente. La doble dimensión diacrónica y sincrónica de la historia hu­
mana es claro exponente de la intersubjetividad, de modo que
59. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 212.
60. Cf. M. Merleau-Ponty, Sens et non-sens, París 1948, 215. 61. Cf. X. Zubiri, La dimensión.histórica del ser humano, 18.
2 22 La estructura del ser humano Propiedades esenciales de la persona humana 223

la presencia del individuo es coextensiva a la humanidad entera. Esta estructura multiforme pone de manifiesto una vez más
Por eso la huella de cada uno es punto obligado de un diálogo la pluridimensionalidad del ser humano que aparece como sínte­
enriquecedor y constructivo de los mismos dialogantes, como lo sis de inteligencia racional, de razón ético-práctica y de tensión
demuestra la cultura. Esta ha sido creada por otros, pero hace hacia lo irreversible. Ahora bien una síntesis de esta índole no
más hombre al que la recibe permitiéndole acceder más al ser, es posible sin la acción de un ser omnipotente y providente, mis­
esto es, al bien y a la verdad. No en vano es la persona ser cultu­ terio de infinitud y trascendencia que se presenta a la conciencia
ral por naturaleza. Se hace recibiendo cultura y transmitiendo humana como correlato de su esperanza metafísica. En estos tér­
cultura en una reciprocidad innegable62. minos planteó Kant la cuestión filosófica del hombre64.
Hay que reconocer, por tanto, que el pasado del que vivimos Desde el momento que el hombre es un ex-sistente, es decir,
no se reduce al conjunto de nuestras realizaciones. Comprende un ser progrediente o un hacerse continuo en la línea del ser, es
además las obras de todos aquellos que han contribuido a confor­ obligado preguntarse por la meta o término «ad quem» de esta
mar el mundo en que nos toca vivir. Este hecho realza la inter­ ascensión. Surge entonces la cuestión de ultimidad y trascenden­
subjetividad como elemento constitutivo de la historicidad huma­ cia situada por Jaspers en la entraña misma de la libertad huma­
na porque nos hace ver que no somos sin los otros. La deuda na. «Cuanto más libre es el hombre, tanto más cierto está de
para con quienes nos precedieron y la responsabilidad para con Dios. Cuando yo soy verdaderamente libre, estoy cierto que no
los que nos sucedan son ingredientes de nuestro ser personal. lo soy por mí mismo... Nunca los hombres somos bastante para
En resumen, la experiencia primigenia de la existencia como nosotros. Pujamos por ir más allá y nos hacemos tanto más noso­
«siendo-con-otros-en-el-mundo» revela que cada uno de nosotros tros mismos cuanto mayor conciencia tenemos de Dios»65. De
es un poder ser simultáneamente entre las cosas y con los demás. esta cuestión nos ocupamos en el capítulo siguiente que trata de
Es este un elemento universal y permanente que anima desde la dimensión trascendente del ser humano o de Dios en la pers­
dentro a cada hombre en su historia individual y colectiva y hace pectiva del hombre.
posibles todas sus experiencias, aun las más particulares. El yo
personal, como acto de la realidad sustantiva de cada uno, es la
refluencia histórica de los demás en la constitución de la realidad
de cada individuo.
Las palabras de Dondeyne que citamos a continuación son
expresión cabal de lo que comúnmente se entiende por historici­
dad: «La historicidad resulta de la fusión de una triple estructura:
la estructura noético-noemática de la conciencia intencional, su
estructura temporal o ‘temporalizante’ y la intersubjetividad, que
pueden ser consideradas como los componentes de la historici­
dad»63.

62. Cf. A. Gehlert, Antropología filosófica, 97-100; J. L. García, La antropo­


logía cultural y el sentido general del hombre, en J. de S. Lucas (ed.), Antropo­
logías del siglo XX, Salamanca *1983, 262-265.
63. A. Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento contemporáneo, 111. Son
clarificadoras también las afirmaciones de X. Zubiri: «La realidad sustantiva
humana es específicamente prospectiva, es histórica. Y lo es desde sí misma; es
constitutivamente prospectiva, es histórica ‘de suyo’. Es la refluencia histórica
dad, sobre el yo»; X. Zubiri, La dimensión histórica del ser humano, 55-56. Cf.
de los demás en la constitución de la realidad de cada individuo. De aquí que
Id., Sobre el hombre, 200-204, 212, 618-630.
el yo como acto de mi realidad sustantiva sea el yo de una realidad histórica. El
yo, el ser humano, por tanto, tiene también carácter histórico. Es la refluencia 64. Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura II, Buenos Aires 1976, 381.
de lo histórico no sólo sobre la realidad, sino también sobre el ser de esta reali- 65. K. Jaspers, La filosofía, México 1957, 54.
4
DIMENSION TRASCENDENTE DEL SER HUMANO

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Madrid 1969, 192ss; Küng, H., ¿Vida eterna?, Madrid.1983; Ruiz de
la Peña, J. L., M uerte y hum anism o m arxista, Salamanca 1978; Teilhard
de Chardin, P., E l fen ó m e n o hum ano, Madrid 1965, 305-349; Zubiri,
X., E l hom bre y D ios, Madrid 1984; Id., Sobre el hombre, Madrid 1986,
657-663.

El hecho de la historicidad humana nos coloca frente al pro­


blema del sentido último de la existencia. La experiencia de cre­
cimiento obliga al hombre a remontar el vuelo más allá de su
entorno y a pensar en la trascendencia como cobijo adecuado,
patria de identidad y argumento de plenitud. Esto hace que el
hombre se mida a sí mismo desde Dios; como ha dicho última­
mente A. Gesché, «el hombre ha buscado en Dios la prueba de
sí mismo»1.
Pero no todos han dado a esta afirmación su verdadero sentido.
Los críticos del teísmo piensan que el hombre crea a Dios a su
propia imagen para evadirse ficticiamente de su soledad y abando­
no. Pensadores de todos los tiempos ven a Dios como producto
de la tentativa humana de dar sentido a un enigma inquietante.
En la antigüedad Cicerón, citando a Oleantes, concibió lo divino
como invento para disipar el temor, y Lucrecio llegó a afirmar
que la ignorancia conduce al terror supersticioso de los dioses2.

1. A. Gesché, Dios para pensar I, Salamanca 1995, 271.


2. Cf. Cicerón, De natura deorum, 2, 13-14; Lucrecio, De natura rerum.
Cf. Estacio, Thebais III, 360.
226 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 227

A finales del siglo pasado y principios de éste, Nietzsche, los seres humanos, en un análisis profundo de su ser, son capaces
como lo hiciera antes Feuerbach, recurrió a la teoría de la pro­ de concebir una realidad última, objetiva, trascendente que justi­
yección para explicar la actitud religiosa, y S. Freud la atribuyó fica su existencia. Ciertamente es una afirmación condicionada
a la necesidad de protección y a la conciencia de culpabilidad. culturalmente, pero no más que cualquiera otra conclusión filosó­
Un engaño, según este último, porque no se corresponde con la fica7. El problema se cifra, por tanto, en la manera de establecer
realidad3. Para éstos, lo mismo que para otros, como Engels, la correlación significativa entre la estructura esencial del hombre
Marx, Durkheim, Dios no es más que la transposición de los pro­ y la realidad última designada por el nombre de Dios.
pios valores o la expresión concentrada de la vida en sociedad4, Son los teólogos, a la vez que los filósofos antropólogos, los
como vimos en su lugar. que tienen que responder a las interpretaciones reduccionistas
Ni que decir tiene que la comprensión de Dios tiene mucho de Dios, pero no deben hacerlo apopoyándose exclusivamente en
que ver con el contexto cultural en que se expresa. Los valores la revelación, como pretendió K. Barth, sino estableciendo su dis­
antropológicos predominantes en una determinada cultura y asu­ curso sobre la misma constitución ontológica del hombre, es de­
midos por ésta para determinar la naturaleza de Dios y su rela­ cir, en las dimensiones esenciales que lo abren al absoluto. En
ción con el hombre constituyen un condicionamiento para el teó­ su peculiar comportamiento aparecen claros indicios que inducen
logo. Lo difícil es, como señala Pailin, dar con el modo de iden­ a pensar en un ser trascendente plenificador más allá de la histo­
tificar y valorar la relatividad de nuestra propia comprensión5. ria. En estos condicionamientos centraremos nuestra reflexión que
Aun cuando pudiera demostrarse que la creencia en Dios pro­ consta de tres apartados; el primero se refiere a la cuestión del
cede del miedo, de la proyección de los deseos humanos o de sentido último, el segundo considera a Dios en la perspectiva del
la personificación de la energía psíquica, no es legítimo concluir hombre según las interpretaciones de X. Zubiri, E. Bloch y Teil-
su falsedad. Esos procesos, si no son justificación cabal de la hard de Chardin y el tercero trata del futuro absoluto del hombre.
conclusión teísta, constituyen por lo menos caminos para llegar
inicialmente a la verdadera comprensión de Dios6, cuando no
da más de sí el conocimiento de su propio ser. * 1. La cuestión del sentido
Nadie pone en duda que el concepto de Dios surge al socaire
de exigencias básicas del ser humano traducidas en preguntas a) La tendencia como raíz
inquietantes. El hombre de siempre ha deseado encontrar un
orden fundamentalmente bueno que dote de sentido pleno a su La conciencia de mismidad y el hecho de la historicidad po­
vida y confiera valor a la realidad global. Si esto no es posible, nen al hombre, que no se cumple plenamente en ninguno de sus
la existencia resulta contradictoria en sí y la racionalidad humana momentos históricos, ante la cuestión del sentido último de su
anda a la caza de fantasmas. La falta de correspondencia signifi­ existencia. El saberse con-otros-en-el-mundo teniendo que hacer­
cativa entre el concepto de Dios y la humanidad convierte al se es para él fuente de inquietud y de zozobra. La causa de este
hombre en ser absurdo o «pasión inútil» porque se siente turbado desasosiego no es otra que el desfase y desnivel entre lo cobrado
en la búsqueda de su comprensión integral. Por el contrario, el y lo añorado, entre lo que es y lo que pretende ser, entre sus
que admite a Dios entiende su respuesta como afirmación de que actos y su tendencia radical. Esta cuestión fundamental está im­
plicada en toda otra cuestión8.
3. Cf. F. Nietzsche, El anticristo', S. Freud, Tótem et tabú y El porvenir El mismo proyecto vital coloca al hombre frente a la incógni­
de una ilusión, en Obras completas I-III, Madrid 1967-1968; L. Feuerbach, La ta de su yo. Un yo personal que organiza todo en torno a sí como
esencia del cristianismo, Salamanca 1975. centro de convergencia, pero que se siente remitido, al mismo
4. Cf. E. Durkheim, Formas elementales de la vida religiosa, Madrid 1982;
K. Marx-F. Engels, Sobre la religión. Salamanca 1979. 7. Cf. W. Pannenberg, Cuestiones fundamentales de teología, Salamanca
5. Cf. D. A. Pailin, El carácter antropológico de la teología, Salamanca 1976, 75ss; Id., La fe de los apóstoles, Salamanca 1975, 31s.
1995, 88. 8. Cf. J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Salaman­
6. Cf. ibid., 91-94. ca 1981, 15-29.
228 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 229

tiempo, a un más inalcanzable en el tiempo porque él no es cen­ do. Se traduce en una tendencia radical insatisfecha o «pasión
tro ontológico absoluto. Es el problema de la tendencia radical inútil». Imposible, por tanto, plantear la cuestión del sentido, ya
que, arraigada en el núcleo de la persona, surge como instrumen­ que la vida humana carece de sentido, es un absurdo10.
to de su excentridad y apertura. ¿En qué y en quién culmina esta
apertura? ¿Hacia dónde se dirige definitivamente el existente
humano en su afán de encuentro? ¿acaso pretende el hombre ser b) Ambitos del problema
para siempre eso que desea ser?
Para la tradición filosófica, la tendencia radical del hombre
La perdurabilidad en el ser parece oponerse a la permanente
va unida a la admisión de la existencia de un ser supremo — rea­
tendencia a ser más, porque está siempre en dirección hacia un
lidad por excelencia y plenitud ontológica— que da cumplimien­
bien aún no poseído. Entran enjuego al unísono la inquietud por
to a todos los deseos y aspiraciones. Sumo Bien en Platón, Motor
aquello que se desea y la quietud como anticipo del estado defi­
inmóvil en Aristóteles y Ser subsistente en la escolástica son las
nitivo soñado. Ambas son características del ser humano relacio­
metas que marcan la pauta de la dimensión trascendente del hom­
nadas entre sí como polos opuestos, pero reconciliables, de una
bre. Con ello se pretende responder a la exigencia de ultimidad
misma realidad. Así lo entendieron los clásicos cuando hablaron
irreversible ínsita en el corazón de la persona humana.
de tendencia satisfecha, fuente de gozo, en el sentido de estado Si M. Blondel logró establecer una conexión natural entre el
terminal pleno. Es la inquietud aquietada descrita por los teólo­ «autocentrismo» humano y su verdadero «heterocentrismo», co­
gos y los místicos. Una primera aproximación, ciertamente, pero mo vimos, puesto de manifiesto en el rebasamiento de todas las
no solución definitiva porque, si el hombre es tendiente por natu­
metas concretas, no menos valioso fue el hallazgo de J. Maréchal
raleza, habrá que analizar la estructura de esta tendencia y deter­
sobre el dinamismo del conocimiento humano como camino in­
minar el objeto último de la misma. En otras palabras, ¿por qué
concluso hacia la verdad11. Ambos marcan el ámbito del proble­
tiende el hombre y a qué tiende en definitiva?
ma y señalan la pauta del sentido. Tanto para uno como para
En línea con la filosofía tradicional, pero desde un análisis otro, el principio y el fin del querer humano rebasan la propia
antropológico riguroso, M. Blondel responde conjuntamente a
voluntad porque el hombre se sobrepuja á sí mismo, como había
las dos partes del interrogante con su dinamismo de la acción dicho Pascal.
humana. En su investigación descubre el filósofo francés que el
La conciencia de limitación de la propia existencia, tanto en
hombre va más allá del objeto inmediatamente querido. La ten­
el comienzo como en el fin, se presenta como experiencia de
dencia radical («volonté voulante») lo lanza allende todas sus
negatividad de todavía-no-ser y de no-más-vivir. Ambas fronteras
conquistas y adquisiciones («volonté voulue») y lo coloca frente
al Bien absoluto por el que opta necesariamente. En ello cumple
10. «Toda realidad humana es una pasión, por cuanto proyecta perderse para
su sentido y aquieta su inquietud9. fundar el ser y para constituir al mismo tiempo un en-sí que escape a la contin­
Completamente distinta es la postura de J. P. Sartre, para gencia siendo fundamento de sí mismo, el Ens causa sui que las religiones llaman
quien la tendencia humana — «inquietud radical»— nunca se sa­ Dios. Así, la pasión el hombre es inversa a la pasión de Cristo, pues el hombre
tisface. La contextura del ser humano es tal que sólo es aspiran­ se pierde en tanto que hombre para que nazca Dios. Pero la idea de Dios es
contradictoria, y nos perdemos en vano: el hombre es una pasión inútil»: J. P.
9. «La voluntad es ya por el solo hecho de que quiere, y no precisamente Sartre, El ser y la nada, Buenos Aires 1972, 747, 754, 759-760. «El hombre es,
ante todo, un proyecto que se vive subjetivamente», de ahí la «imposibilidad del
por lo que quiere»: M. Blondel, L ’Action, París 1883, 101 (trad. esp.: Madrid
1995). «En nuestro conocimiento, en nuestra acción subsiste siempre una despro­ hombre de sobrepasar la subjetividad humana»: Id,, El existencialismo es un
porción constante entre el objeto y el pensamiento, entre la obra y la voluntad. humanismo, Buenos Aires 1972,16, 17. «El hombre no es nada más que su vida»,
Sin cesar el ideal concebido es sobrepasado por la operación real, y sin cesar la por eso, «el destino del hombre está en él mismo»: ibid., 28, 29, 31.
realidad obtenida es sobrepasada por un ideal siempre renaciente»: ibid., 344-345. 11. «En toda conciencia humana surge fuertemente el sentimiento de que
«Querer el infinito no es el punto de partida, es el punto de llegada de la investi­ la voluntad no es ni su principio, ni su regla, ni su propio fin...». «El hombre
gación filosófica. Pero es además un puntó de partida y un principio real para siente hasta la angustia que no es ni su autor ni su maestro»: M. Blondel, L ’Ac­
la actitud espontánea de la vida. He aquí la cuestión»: Id., Une soutenance de tion, 324. Cf. J. Maréchal, El punto de partida de la metafísica V, Madrid 1959,
ma thése: Etudes blondeliens I, 82. 358-421.

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230 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 231

no son adventicias ni convencionales. Se inscriben en la misma funda de los datos observados; trascendental, porque responde
esencia del hombre que, ni autofundado ni existiendo para siem­ a las exigencias del entendimiento humano que se mueve en el
pre, tropieza con la cuestión del origen y del destino, de modo área del ser como tal16.
que el misterio de la muerte se le presenta como enigma de la Según este procedimiento, la cuestión del sentido tiene lugar
vida misma. ¿Ser, para no ser definitivamente? ¿ir a más, para en el momento en que el análisis de la existencia humana halla
venir a un menos absoluto? El hecho de la historicidad humana en el hombre indicios que trascienden sus relaciones de inmedia­
desmiente la respuesta afirmativa12 a estos interrogantes. tez con el mundo, con los otros y con la historia. Es decir, cuan­
Lo que se ventila, en último término, no es tanto el funda­ do el conocimiento de lo humano revela una capacidad de ser
mento como el fin último del hombre. Un interrogante que no que no se sacia con la realidad circundante. Esta insatisfacción
se circunscribe a ninguna de sus dimensiones en particular, sino ontológica lleva al hombre a plantearse el problema de la tras­
que afecta a la persona entera. Más que soluciones parciales, se cendencia, de un ser mayor que colme sus anhelos ontológicos.
postula la solución total del individuo y de la humanidad. Una Cabe preguntar: ¿existe en el hombre un algo incondicionalmen-
solución que debe ser explicación incondicional y última susten­ te-condicionado que apunta a un incondicional-incondicionado
tada en un fundamento absoluto13. Ni más ni menos que lo que que sea fundamento y condición de su posibilidad como hombre?
Kant pretendió responder a sus cuatro célebres preguntas14. Pues, bien, este fundamento incondicionado .es lo que las religio­
Si el hombre existe proponiéndose fines que supera sin cesar, nes llaman Dios.
es obvio que en su hacerse apunte siempre a una meta más alta Hemos visto antes que el hombre se actualiza en cuanto que
allende toda conquista particular. Es el presupuesto y la condi­ se trasciende. Su carácter «ex-céntrico» se manifiesta en su aper­
ción de todos los fines particulares, así como el punto de conver­ tura a lo otro que él, es decir, a las cosas como verdaderas, como
gencia de los mismos. Indudablemente el hombre existe a la bús­ buenas, como bellas y como valiosas. Estas formas de trascendi-
queda de un porvenir definitivo que rebasa todos los marcos par­ miento revisten un carácter absoluto que pone al ser humano
ciales y lo inscribe en la órbita de lo absoluto. En todas sus di­ frente a lo irreversible y definitivo. Lo abre a un horizonte expli­
mensiones por las que se relaciona con los diversos estratos de cativo general que debe ser realidad metaempírica capaz de sal­
la realidad (cósmica, humana, histórica, escatológica) tiende el vaguardar el sentido total de lo humano personal, puesto que la
hombre a este orden de ser y en él compromete todas sus activi­ conciencia de la propia finitud entronca con su potencial infini­
dades específicas: cognoscitivas, volitivas y operativas, pero sin tud17. Esto nos lleva a interpretar la inquietud radical del hom­
que ello implique una respuesta positiva a priori, ni siquiera res­ bre, enraizada en una vivencia metafísica innegable, como indicio
puesta alguna . de un incondicional absoluto que habita en él. «Un soplo absolu­
to», dice J. Gómez-Caffarena, que lo inspira en su «nunca aquie­
tarse»18. De esta nueva dimensión nos ocuparemos en el aparta­
c) El procedimiento do siguiente.

Descubiertos la raíz y ámbitos del problema, abordamos ahora


su procedimiento. J. Alfaro propone un método tripartito: exis- 2. Dios en la perspectiva del hombre
tencial, fenomenológico y trascendental. Existencial, porque brota
de la experiencia de la propia existencia o modo de estar en la Esta formulación es el terminal lógico del problema del senti­
realidad; fenom enológico, en cuanto capta la significación pro- do esbozado en las páginas que preceden. Tenemos que advertir
t que hemos disertado ya ampliamente sobre este tema en otra obra
12. Cf. J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, 17ss.
13. Cf. E. Coreth, ¿Qué es el hombre?, 249.
14. Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura II, Buenos Aires 1976, 381; Id., 16. Cf. ibid., 25ss.
Logik, en WW IX, Berlín 1923, 24-25. 17. Cf. P. Tillich, Teología sistemática I, Salamanca 1981, 27.
15. Cf. J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, 23-25. 18. J. Gómez Caffarena, Metafísica fundamental, Madrid 1969, 207.

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232 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 233

nuestra19, pero lo retomamos ahora bajo una vertiente distinta, realidad humana en la que descubre una dimensión constitutiva
estrictamente antropológica, centrando la atención en la reflexión o modo existencial que la pone frente a la ultimidad de lo real.
sobre el hombre más que en la apuesta teórica por el Absoluto Por eso, más que preguntar ¿qué es el hombre?, se interroga por
incondicionado. No obstante hay que reconocer que ambos aspec­ ¡ el modo de ser del hombre: ¿cómo es el hombre? Este procedi-
tos se implican mutuamente, ya que la trascendencia no sólo apa­ | miento nos obliga a todos, querámoslo o no, a habérnoslas con
rece en el conocimiento del mundo, sino también en la supera­ el problema de Dios. Sobre este gozne gira la tesis zubiriana.
ción de la naturaleza por la libertad. Esta es precisamehte la que ¡ Para el filósofo español, el ser humano denota una manera
hace al hombre acreedor del Absoluto. : peculiar de relacionarse con el entorno que él llama habitud o
En la libertad alcanza su cénit la esencia ex-tática del ser hu­ | modo peculiar de habérselas con las cosas. A diferencia del ani-
mano que, al experimentarse a sí mismo en el otro, reclama un | mal, cuyo encuentro con el mundo es estimúlico (se agota en la
Tú absoluto merced a la dinámica del espíritu que lo lanza más ¡ afección), el hombre posee un comportamiento inteligente para
allá de toda finitud. El desarrollo de las virtualidades del espíritu i con las cosas. Su habitud es «inteligencia sentiente». En virtud
sobrepuja la condición temporal y alcanza un vislumbre de eter­ | de ella su encuentro con el mundo no termina en su aspecto esti-
nidad en la anticipación del futuro al que aspira. Abierto a un ! mélico, sino que se adentra en su intimidad profunda y lo descu-
porvenir irreversible, el existente humanó (espíritu encarnado) ! bre como realidad; las cosas mundanas gozan de una estructura
se decanta por una forma de vida penetrada totalmente por el real, son realidades. Por eso define al hombre como «animal de
espíritu y, por lo mismo, abocada allende las barreras del tiempo realidades»22.
y del espacio. Reclama supervivencia e inmortalidad20. i En esta apertura se constituye el hombre precisamente como
Con el fin de iluminar esta dimensión prospectiva del hombre, i persona, es decir, como esencia inteligente y volente, cuyo es-
damos unos pasos escalonados siguiendo la interpretación de tres ; tructura es de por sí abierta a la realidad. Se halla constitutiva-
antropólogos cualificados de nuestro tiempo que, desde niveles j mente en el ámbito de la realidad, es realidad y está en la reali-
diferentes, proyectan abundante luz sobre el tema. Me refiero a | dad23. Esta especial demarcación le permite desprenderse de las
las valiosas aportaciones de X. Zubiri, de E. Bloch y de P. Teil- ' cosas concretas que, aunque son reales, no son la realidad, y ab-
hard de Chardin. Con Zubiri conoceremos la dimensión teologal solutizarse en cierto modo, «soltarse». No absolutamente, sino
del hombre, con Bloch asistiremos a su cumplimiento en un futu­ relativamente, puesto que es una realidad no hecha de una vez
ro especial siempre abierto y con Teilhard de Chardin determina­ por todas. Va proyectando y realizando su vida, a la vez que
remos su relación personal con un Absoluto también personal, define progresivamente su propia realidad, con la ayuda de las
esto es, el hombre con Dios. cosas y a impulsos de la realidad como tal24.
Esta estructura inconclusa de por sí determina desde sí misma
el campo de su posible modo de realidad, a saber, estar en la
a) Dimensión teologal del hombre21 realidad entre las cosas y con las cosas25. El hombre configura
su realidad contando con las cosas reales. Esta afirmación nos.
Zubiri no plantea el problema de Dios directamente. Lo hace lleva a preguntar por el sentido de la realidad en Zubiri. ¿Qué 1
como prolongación y resultado del análisis comprensivo de la es, en último término, la realidad?

19. Cf. J. (Je S. Lucas, Dios, horizonte del hombre, Madrid 1994.
bre de X. Zubiri, en J. de S. Lucas (dir.), Nuevas antropologías del siglo XX, Sala­
20. Cf. W. Pannenberg, Antropología en perspectiva teológica, 261-265.
manca 1994,139-159. También hemos escrito nosotros sobre el particular en In­
21. Aparte de Naturaleza. Historia. Dios, Madrid 1978, 343-360, 368-378, terpretación del hecho religioso, Salamanca 21990, 169-179.
Zubiri dedica a este aspecto del hombre su obra póstuma El hombre y Dios, Ma­
22. X. Zubiri, El hombre y Dios, 30-39.
drid 1984, sobre todo las p. 305-362, 367-383. Entre los múltiples comentaristas
de X. Zubiri destacamos a M. Cruz Hernández, El hombre religado a Dios, en 23. Cf. ibid., 46.
Varios, El problema del ateísmo, Salamanca 1967, 231-248; C. Baciero, El hom­ 24. Cf. ibid., 52, 56s.
bre y Dios: Revista de Filosofía 1 (1985) 173-182; J. Sánchez Gey, Sobre elhom- 25. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 92. También El hombre y Dios, 80-81.
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234 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 235

Para responder a este interrogante, Zubiri recurre a la expe­ Luego este poder está fundado en una realidad absolutamente
riencia humana que muestra al hombre como ser apoyado en la absoluta, distinta de las cosas reales, pero en las cuales, por ser­
realidad, cuyos caracteres son estos tres: fundante, posibilitante lo, está formalmente constituyéndolas como reales. Esta realidad
e impelente. Fundante, porque el hombre se percibe sostenido es, pues, Dios»29.
por una instancia última que trasciende las cosas; posibilitante, Las apreciaciones zubirianas entrañan valiosas consecuencias
porque esta misma instancia le ofrece, a través de las icosas, un para el tema que nos ocupa. En primer lugar parece claro que
abanico de posibilidades para configurar su proyecto como perso­ Dios no es sólo la plenitud de la vida humana ni el hombre leja­
na; impelente, porque dicho principio le insta desde dentro a ha­ na semejanza del ser divino. La relación entre ambos es mucho
cerse esa realidad que inexorablemente tiene que ser2627. más profunda. Desempeña una función constitutiva por parte de
Los tres momentos juntos constituyen la fundamentalidad de hombre. Es cierto que el hombre elabora su yo personal (su per­
lo real o carácter fundante de la realidad como tal, en el sentido sonalidad), pero es Dios quien «hace que lo haga». Por eso, aun­
de dominio y apoderamiento. A esta realidad o poder es al que que lo ignore, no puede volver la espalda a la constitución de
el hombre se siente religado para ser relativamente absoluto, es su yo, según la cual cada acto humano tiene la trascendencia de
decir, para ser su propia realidad con independencia de las cosas estar haciendo al hombre en Dios y desde Dios (poder último)30.
reales concretas. Por eso la religación, además de ser un hecho Por otra parte, del análisis del hombre Zubiri deduce, en una
experiencial, es un hecho real por el que cada uno llega a ser primera instancia, que Dios es el ámbito de la ultimidad de lo
realmente su yo11, su persona. real. Por eso, aunque es cierto que Dios no es la persona huma­
Pero a pesar de ser la religación constitutiva y experiencial, na, ésta no puede realizarse como tal sin él. Dios es Dios sin el
no por eso deja de ser enigmática y misteriosa, ya que el hombre hombre, pero el hombre no lo es plenamente.sin Dios. Su yo es
no tiene evidencia del modo de articulación de su realidad con una permanente tensión hacia la realidad absoluta, es «una ten­
la realidad como tal. Esta inevidencia engendra inquietud y susci­ sión con Dios»31. Por eso ha podido decir que «ser hombre es
ta la búsqueda. Búsqueda de la realidad-fundamento de la propia una manera finita de ser Dios»32.
realidad personal. Aquí se inscribe precisamente el problema de
Dios, que no es ficticio ni epifenoménico, sino expresión de la
naturaleza del hombre que necesita saber imperiosamente qué b) El cumplimiento del hombre según E. Bloch33
va a ser en último término.
A esta connaturalidad se refiere Zubiri cuando afirma que «el A diferencia del marxismo clásico, que se preocupa funda­
problema de Dios es algo que afecta formalmente a la constitu­ mentalmente del orden sociopolítico, el marxista revisionista E.
ción de la persona humana», en cuanto «fundamento último posi­
bilitante y impelente de la articulación de las cosas reales en ‘la’ 29. Ibid., 149.
realidad»28. El mismo resume de esta manera su pensamiento: 30. Ibid., 161-162.
«La vida personal del hombre consiste en poseerse haciendo 31. Ibid., 363.
religadamente su yo, su ser, que es un ser absoluto cobrado, por 32. Ibid., 365.
tanto, relativamente absoluto. Este ser absoluto es cobrado por 33. Además de su obra fundamental Das Prinzip Hoffnung, Frankfurt 1959
la determinación física del poder de lo real como algo último (trad. esp.: Madrid 1977-1980), E. Bloch dedica a este tema El ateísmo en el cris­
posibilitante e impelente. Como momento de las cosas y determi­ tianismo, Madrid 1983 y El hombre como posibilidad, en Varios, El futuro de la
esperanza, Salamanca 1972, 59-76. Comentan este aspecto del pensamiento blo-
nante del yo, el poder de lo real es ‘m ás’ que la realidad y, por chiano, entre otros, J. Pérez Cotral, Homo absconditus. La antropología de Ernst
tanto, que el poder de cada cosa real concreta. Pero el poder de Bloch, en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca 31983, 216-
lo real se funda esencialmente en la índole misma de la realidad. 236; J. L. Ruiz de la Peña, Muerte y humanismo marxista. Una aproximación teo­
lógica, Salamanca 1978, 37-74; Id., Las nuevas antropologías. Un reto a la teolo­
26. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 82-84. gía, 62-70. J. Moltmann-L. Hurbon, Utopía y esperanza. Diálogo con Ernst Bloch,
27. Cf. ibid., 91, 93. Salamanca 1980. J. M.a Gómez Heras, Sociedad y utopía en E. Bloch, Salamanca
28. X. Zubiri, El hombre y Dios, 110-111. 1977; J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, 181-199.
236 La estructura del ser humano ■Dimensión trascendente del ser humano 237

Bloch ensaya un discurso antropológico en el que el hombre, que sión. «La explicación total del mundo a partir de sí mismo... su­
no ha terminado de formarse, está abocado a su panificación en pone igualmente la metamorfosis del mundo a partir de sí mismo.
un futuro abierto. No ha logrado aún su figura definitiva ni ha Metamorfosis en un mundo más allá de la opresión, lo que no
conseguido su verdadera identidad. Se halla en camino hacia tiene nada en común con el más allá mitológico»38.
ellas. Como ha dicho alguien, Bloch «entiende al hombre no ya Sobre esta ontología articula Bloch su antropología, cuyas
como un valor absoluto, sino como Dios en potencia.^. Lo que categorías son el impulso, la tendencia y la función utópica. Con
de ahí resulta, más que un proyecto pura y simplemente humanis­ las tres intenta configurar la «patria de identidad» y futuro abso­
ta, es un antropoteísmo estricto que deja muy atrás a los huma­ luto donde el hombre halla su cumplimiento. A continuación ha­
nismos más ambiciosos»34. Este autor apoya su tesis en textos cemos una rápida descripción de estas tres fuerzas o momentos.
del mismo Bloch, como éste: «La alienación más pertinaz no es Impulso. Bloch entiende por impulso una fuerza interna que
únicamente la generada por una sociedad mal hecha, que desapa­ estimula al hombre a vivir siempre, cuyos signos manifestativos
recerá con ella; hay otro origen más profundo de la alienación..., son la sed insatisfecha y el afán convertido en anhelo. De este
el hecho de que nondum apparuit quid erimus (1 Jn 3, 2)»35. último brota la esperanza como punto de convergencia de la con­
A nosotros nos toca ahora seguir las líneas de este proceso ciencia y del ser, de lo subjetivo y lo objetivo del proceso del
y señalar el principio dinamizador del mismo que nos permita mundo. «Esta sed se presenta continuamente y no da su nombre...
captar el verdadero sentido del hombre blochiano. De todos modos el instinto trata de llenar un hueco, una carencia
Como en toda antropología, también en la de Bloch subyace en el afán y en el anhelo, algo que falta, mediante algo exte-
una ontología que puede resumirse en estos términos: la materia rior» 19 .

está en proceso de panificación impulsada por el hombre como


agente asimismo en proceso. Las dos fuerzas en que se sustenta Tendencia. Es la vivencia pulsional motivada por la carencia
este dinamismo son la flexibilidad de la realidad (facticidad) y que obliga a salir de uno mismo. Se manifiesta en el «querer ha­
el poder de la libertad humana. El concurso de ambas hace crecer cer» traducido en una actividad diferenciada que anticipa de al­
incesantemente al mundo y al hombre en él. En este crecimiento guna manera la meta y forja el futuro. Tiene su raíz en el hambre
continuo la humanidad se sobrepuja a sí misma hacia un futuro como instancia primigenia y hontanar de todos los instintos. Ba­
irreversible. «La realidad no se justifica a sí misma. Más bien sada en la necesidad de la propia conservación, es principio de
es apertura hacia el futuro dentro del cual —y ahora más que esperanza y queda reflejada en el «interés revolucionario» o de­
nunca antes si cumplimos nuestro deber— hay una imagen y un seo de lo mejor entrevisto: la liberación de todas las formas de
lugar para el progreso como alejamiento del mal»36. Y esto por­ opresión. «Del hambre económicamente ilustrada procede hoy
que «algo está oculto en la realidad que necesita llevarse a ca­ la decisión de suprimir todas las circunstancias en que el hombre
bo». El autor de este despliegue plenificador es el mismo hombre es un ser oprimido y desaparecido»40.
que, con su capacidad cognoscitiva y poder operativo, «ha de Bloch pone en el sueño diurno el factor propulsor de la ten­
escuchar con sentido casi musical el movimiento de la realidad dencia. En él se supera el presente estado deficitario y se proyec­
y preguntar: ¿en qué dirección hay que tocar la melodía?»37. ta hacia una realidad enteramente nueva. Los sueños describen
Pues, bien, actuando de consuno estas dos fuerzas labran la esfe­ el arco utópico que va desde la fantasía anticipadora hasta el
ra del novutn o «realidad del todavía-no» donde el hombre y la futuro real entrevisto. Por eso toda la realidad histórica no es
humanidad adquirirán su figura definitiva más allá de toda opre­ más que producto de los sueños diurnos. «No soñamos únicamen­
te por la noche. El día se halla también lleno de sueños... Hay
34. J. L. Ruiz de la Peña, Las nuevas antropologías. Un reto a la teología, grande diferencia entre ambos, sobre todo por el hecho de que
62-63.
35. E. Bloch, El ateísmo en el cristianismo, 253. Cf. J. L. Ruiz de la Peña,
38. E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, 310.
Las nuevas antropologías. Un reto a la teología, 65.
36. E, Bloch, El hombre como posibilidad, 62. 39. Ibid., 49-50.
37. Ib id .,l\. 40. Ibid., 84.
\
238 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 239

el yo no desaparece en el sueño diurno... El resultado es que los E. Bloch, que ha buceado en el fondo vital de la persona, no
deseos funcionan mejor y más visiblemente en el sueño diurno empalma con ninguna antropología filosófica concreta, ni siquie­
que en el nocturno. Absolutamente nada de lo grandioso que ha ra con la marxiana. Aun a riesgo de ontologizar la subjetividad
sucedido en el curso de la historia ha llegado a ello sin haber (conciencia-imaginación-afectividad), no tienq reparo en marcar
sido bosquejado de antemano... o no haya sido planificado con al hombre su dirección para que siga creciendo sin alcanzar nun­
anticipación... El sueño no es más que una utopía. Ese'es el des­ ca la meta. Es una ascensión sin cima a la vista, pues, aunque
tino ordinario del sueño»41. «quidquid latet apparebit: homo absconditus», nunca la revela­
Pilares, y a la vez símbolos, del sueño diurno donde se asienta ción será completa: «nondum apparuit quid erimus»47. La puerta
el mundo en construcción (el todavía-no) son estos tres: juven­ de nuevas posibilidades permanece siempre abierta. Para el indi­
tud, cambio temporal y productividad. Los tres son realidades viduo, mientras viva; para la comunidad humana, siempre. «Es
prospectivas y creativas con características propias. La juventud una determinación que no se propone ningún ‘en lo venidero’,
es de por sí apertura al futuro, el cambio temporal conlleva la ningún ‘arriba’, sino, en su lugar, un posible ‘ante nosotros’»48.
aparición de novedades y la productividad da a luz lo que aún No hay más trascendencia o futurum ultimum que el progresivo
no es. Los tres hacen soñar y alientan la utopía42. dominio de la naturaleza por parte del hombre y el mejoramiento
sin fin de las relaciones interhumanas. Es decir, la doble reconci­
Función utópica. Por la utopía el estado anímico se transfor­
ma en actuación consciente. Apoyada en el pasado personal y liación: con el mundo, por el conocimiento y la técnica; con los
colectivo, se abre a la posibilidad de ser de otro modo mejor hombres, por la socialización perfecta49.
mediante la función anticipadora del sueño. Resulta de unir la Una doctrina sugerente, por cierto, pero que impone una refle­
contemplación con la colaboración y se inscribe en los distintos xión crítica necesaria. Las preguntas que surgen inmediatamente
sectores de la realidad: la vida, la historia, la cultura, la sociedad, son éstas: ¿es posible un proceso sin meta cierta? ¿qué es tras­
la política, la religión. Su objetivo no es otro que la total realiza­ cenderse sin trascendencia? ¿cabe una superación real sin ruptura
ción del mundo y del hombre hasta su consumación. de nivel ontológico? ¿se reduce el novum ultimum a mera cifra?
Partiendo de la inadecuación actual entre sujeto y predicado, ¿cómo resulta operativo el futuro en ausencia?
Bloch considera el mundo como un «laboratorium possibilis sa- Aparte del imposible sincretismo de creencia judeocristiana,
lutis»43. Una posibilidad no formal (abstracta), epistemológica especulación hegeliana y dialéctica materialista subyacente en
(subjetiva) u objetiva (cósica), sino dialéctica que, lejos de satis­ este pensamiento50, hay que reconocer que la demanda principal
facerse con lo alcanzado, sigue impulsando el cumplimiento de de Bloch es denegada por el hecho de la muerte individual. En
las infinitas posibilidades insertas en lo real que proporcionen buena antropología, el proyecto blochiano no es otra cosa que
la plena felicidad más allá de toda mediación44. Pero ¿dónde la comprobación del carácter progrediente del hombre, injustifi­
se encuentra esta meta? cable a todas luces sin una meta suprahistórica, porque la inma-
El mismo Bloch se hace esta pregunta (Quomodo deus ho­ nentización de un creador trascendente en la materia y en el
mo?), sentenciando que «el todavía-no-ílegado-a-ser» está siem­ hombre no sólo no garantiza la desmitologización de la esperan­
pre en «suspenso»45. Un proceso inconcluso, ciertamente, que za, sino que acentúa su pragmaticidad sumergiéndola en la nada
equivale a un trascenderse sin trascendencia que necesita del final, como apuntan sus críticos más cualificados. El futuro abso­
hombre. Más que «un algo por encima de nosotros», es un algo luto irreversible solamente puede cumplirse en aquel que es ca­
«ante nosotros»46. paz de crear desde la nada absoluta. Pero un ser de esta índole
no puede ser otro que el Dios trascendente de la religión51.
41. E. Bloch, El hombre como posibilidad, 59-61.
42. Ibid., 73-74, 47. E. Bloch, El ateísmo en el cristianismo, 253.
43. E. Bloch, El ateísmo en el cristianismo, 211. 48. E. Bloch, El hombre como posibilidad, 76.
44. E. Bloch, Das Prinzip Hoffhung, 273-274. 49. Cf. E. Bloch, Das Prinzip Hoffhung V il, 274.
45. Cf. ibid., 75. 50. Cf. J. M.RGómez Heras, Sociedad y utopía en Ernst Bloch, 224-226.
46. Ibid., 76. \ 51. Cf. 3. Moltmann, Utopía y esperanza en E. Bloch, Salamanca 1980, 173s.
240 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 241

Tenemos otra razón para juzgar insuficiente desde el punto Esta tesis tripartita recoge el dinamismo de la naturaleza des­
de vista antropológico la tesis blochiana. Me refiero a la incerti­ de el nivel de la materia inorgánica hasta el grado supremo de
dumbre del resultado final de Ja empresa de ser hombre. Si es organización espiritual (socialización perfecta), pasando por la
verdad que el proceso autocreador del ser humano marca la di­ conciencia individual como pivote sobre el que gira todo el pro­
rección, no lo es menos que no garantiza por sí mismo el éxito ceso. Si es verdad que ía organización de la materia culmina en
completo. El mismo Bloch admite la posibilidad del fracaso el hombre (autoconciencia), también lo es que el individuo huma­
cuando recomienda cautela y precaución. «El hombre ha de ac­ no no termina en sí mismo. Se dirige hacia otro mayor que él,
tuar con miedo o con esperanza»52. Dos instancias opuestas gra­ frente humano u organismo social (unanimización de concien­
vitan sobre esta marcha, la vida y la muerte. Del triunfo de la cias), que converge, a su vez, y es reasumido en lo espiritual por
primera sobre la segunda depende la victoria definitiva. Pero, excelencia, en el Espíritu absoluto (Dios), meta irreversible de
siguiendo el curso natural de la vida que conduce a una muerte toda ascensión finalista. En él y por él cobra sentido todo este
inevitable (entropía), ¿cómo puede el hombre asegurar su propia gigantesco movimiento hecho consciente (reflexivo) en el hom­
irreversibilidad, si no es recibiendo el don de una vida nueva de bre. Es el punto omega entendido como «un polo último y self-
manos de un ser trascendente, dueño y señor de la realidad ente­ subsistente de conciencia... capaz al mismo tiempo, por su natu­
ra, soberano absoluto?53. En una palabra, la m ejor prueba de raleza supraevolutiva (es decir, trascendente), de escapar a la
la imposibilidad de utopía de Bloch es el materialismo del que fatal regresión que amenaza (por estructura) a toda construcción
no acaba de desprenderse. dentro de la trama del espacio y del tiempo»55. El Espíritu abso­
luto representa, para Teilhard, la «neguentropía» capaz de contra­
rrestar eficazmente la entropía cósmica/
c) El hombre con Dios según Teilhard de Chardin El paleontólogo francés establece su conclusión sobre la fide­
P. Teilhard de Chardin, que marca la pauta al hombre en la lidad a la realidad experiencial impulsada por una triple necesi­
búsqueda de su identidad dentro del proceso evolutivo, concuerda dad: de irreversibilidad, de polaridad y de unanimidad. Irreversi-
con E. Bloch en el dirigirse a un orden humano nuevo no con­ bilidad, porque el hombre, inventor y previsor por naturaleza,
quistado todavía. Sin embargo advertimos que, aunque la catego­ emprende siempre una marcha sin retorno. Polaridad, porque una
ría posibilidad está en juego en ambos sistemas, tiene sentido marcha de esta índole carece de sentido sin un centro activo au-
y cumplimiento muy distintos. Si es verdad que los dos hacen tosuficiente que la sostenga y anime. Unanimidad, porque sólo
especial hincapié en la radical apertura del ser humano al futuro un centro de naturaleza personal es capaz de contrarrestar, por
en su afán de autosuperación, no lo es menos que Bloch absoluti- amor, las fuerzas repulsivas de la individualidad.
za lo histórico mientras que Teilhard acepta una dialéctica per­ Con este razonamiento Teilhard descubre que la conciencia
manente entre un presente crítico y un futuro trascendente como humana, llegada a su paroxismo, no puede detenerse ni retroce­
respuesta cabal al fenómeno de la correfiexión humana. der. Necesita seguir adelante en un nivel superior (nuevo orden
Teilhard escalona su tesis en los pasos siguientes: ontológico) supremamente personal y personalizante, so pena de
1. «En el universo material, la Vida no es un accidente, sino abortar sobre sí misma. Esta es la razón por la que se ve obliga­
la esencia del fenómeno». do a introducir el elemento religioso en su utopía. Sólo un valor
2. «En el Mundo biológico, la Reflexión (hombre)no es un absoluto puede garantizar el máximo bien para todos más allá
accidente, sino la forma superior de la Vida». del tiempo y del espacio, porque todas las soluciones históricas
3. «En el Mundo humano, el fenómeno social no es un orden son solamente penúltimas, nunca .últimas, en cuanto que pueden
superficial, sino que señala un progreso esencial de Reflexión»54. constituirse en nuevas formas de opresión. Este nuevo orden,
además de posibilitar la perfecta reciprocidad de conciencias,
52. J. Moltmann, El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del pre­
sente, 76.
53. Cf. J. Alfaro, De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, 191-198. 55. P. Teilhard de Chardin, Las direcciones del porvenir, Madrid 1984,160-
54. P. Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre, Madrid 1965, 262. 161.
242 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 243

comporta un alto grado de espiritualización que permite a la hu­ de realidad al que se siente remitido desde su constitución onto-
manidad abandonar su soporte cspaciotemporal e instalarse en lógica. Si tiene que justificar su existencia como ser que va-a-
un marco de nuevas relaciones como medio adecuado de supervi­ más, no encuentra explicación adecuada fuera de la órbita de un
vencia (novum ultimum)56. Es la única garantía de perdurabili­ absoluto personal, un Tú inconvertible en ello, un Dios personal.
dad de la obra humana allende la temporalidad. «El vicio radical En los pensamientos que hemos expuesto late siempre la mis­
de todas las formas existentes de fe en el progreso, tal como se ma constante, la autoliberación del hombre como deber ineludi­
expresan en los símbolos positivistas, es el no eliminar de una ble. Ello autoriza a pensar que el problema del hombre desembo­
manera definitiva la M uerte»57. ca necesariamente en el problema de Dios y que el planteamiento
Ni que decir tiene que el futuro humano tiene que ser tal que, de las condiciones del proyecto de su autodesarrollo y cumpli­
cumplidas todas las posibilidades de la persona, supere las limita­ miento como persona no puede establecerse fuera de la órbita
ciones (negatividades) inherentes a la instalación espaciotemporai de la trascendencia. Indudablemente el pensador actual, sensible
y se instale en la irreversibilidad, en la trascendencia. «Entonces como nunca a la experiencia de libertad, no concibe la plenitud
llegará para el Espíritu de la Tierra el fin y la coronación»58. del hombre sin alguien que libere su existencia creativa hasta
Tres son los tiempos en que Teilhard enmarca su concepción hacerla plena y auténtica. Pero este alguien no puede ser otro
del ser humano: centrarse sobre sí mismo (mismidad), descentrar­ que una instancia suprema, alteridad absoluta, que, lejos de ena­
se sobre el otro (alteridad), sobrecentrarse en uno mayor (trascen­ jenarnos, nos confiera desde nuestro mismo núcleo la verdad de
dencia)5960. Ante el acoso de la entropía bajo sus múltiples for­ nuestra identidad y de nuestra perfección debida. Una alteridad
mas, este último momento es la única salida del espíritu encama­ de esta índole no tiene parangón con nada de este mundo. Es me-
do, porque sólo él puede garantizar la permanencia de la persona taempírica y trascendente. Un Bien por excelencia, cuya bondad
humana más allá de la muerte. «La Realidad en la que culmina absoluta es vista como prolongación que trasciende todos los
el Universo no puede por tanto desarrollarse a partir de nosotros proyectos humanos de mejora radical. Por eso, desde su concien­
más que conservándonos: en la Personalidad suprema, no pode­ cia de finitud y desde su ansia de infinito, el hombre se constitu­
mos por menos de encontrarnos personalm ente inm ortaliza­ ye en reclamo del verdadero liberador, en exigencia de Dios.
dos»®. Con estas premisas Teilhard enuncia una de las cuestio­
nes más acuciantes de la antropología, la muerte y la inmortali­
dad del hombre. De esta cuestión, de la que hemos dado cuenta 3. El futuro absoluto del hombre:
ya en otra parte61, nos ocuparemos en el apartado siguiente. muerte, inmortalidad, resurrección62
Por lo que respecta al tema tratado en las páginas que prece­
den, baste decir que el ser humano apunta en su proyecto vital La experiencia del sentido descubre el carácter trascendente
a un futuro-plenitud sin límite en el tiempo ni fijado en realiza­ de la existencia humana. Se trata de una dimensión esencial que
ciones históricas que siempre llevan el marchamo de la caduci­ abre al hombre a un horizonte que rebasa los límites históricos.
dad. Aspira a un futuro absoluto capaz de proporcionarle ese más Este trascendimiento acontece en la inmanencia y se lleva a cabo
en relación con el mundo y con los hombres. Es un ir asumiendo
56. Cf. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 366-367; El porvenir
posibilidades que desembocan inexorablemente en la muerte
del hombre, 271-272. / biológica. Este hecho indiscutible experimentalmente pone fin
57. P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 325.
58. Ibid., 343. 62. Interesan sobre este tema: J. L. Ruiz de la Peña, El hombre y su muerte.
59. Cf. nuestro trabajo: Convergencia y personalización en la obra de Teil­ Burgos 1971, 313-350; J. Gevaert, El problema del hombre. Introducción a la
hard de Chardin, en J. de S. Lucas (ed.), Antropologías del siglo XX, Salamanca antropología filosófica, Salamanca, 295-354; J. de S, Lucas, El hombre, ¿quién
31983, 64-73. es?, 228-233; Id., Muerte, inmortalidad, resurrección: Burgense 35/1 (1994) 97-
60. P. Teilhard de Chardin, Como yo creo, Madrid 1970, 126. 111; M. Bordon, Dimensioni antropologiche della morte, Roma 1968; K. Rahner,
61. Cf. J. de S. Lucas, Muerte, inmortalidad, resurrección. Perspectiva Sentido teológico de la muerte, Barcelona 1969; J. Piepper, Muerte e inmortali­
filosófica: Burgense 35/1 (1994) 97-111. dad, Barcelona 1970.
244 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 245

a la marcha emprendida, porque con él se disuelve el trenzado adquiere así una dimensión nueva y plantea este interrogante:
de relaciones que nos constituye. Entonces surge la pregunta ¿qué significa morir para el hombre que está vivo? O en otros
inevitable: ¿es el hombre un ser que va a más para dejar de ser términos: ¿es la persona humana un valor absoluto que pide
definitivamente un día? Este interrogante suscita estos otros dos: sobrevivir a su muerte biológica? O, por el contrario, ¿no repre­
¿qué representa la muerte en la vida del hombre? ¿cuál es su senta valor especial alguno y perece como cualquier otro ser?
sentido humano? Dos problemas que el hombre tiene que solu­ Después de cuanto hemos escrito en este libro, es evidente
cionar si quiere llegar a una comprensión integral de sí mismo; que el núcleo de la persona reclama una meta perdurable, ya que
si quiere saber en qué medida es ser. el hombre pretende ser para siempre eso que proyecta ser y no
se concibe no siéndolo. «Lo que yo soy, escribe J. Marías, es
mortal, pero quien yo soy consiste en pretender ser inmortal y
a) El problema antropológico de la muerte no puede imaginarse como no siéndolo»66.
Antes de abordar este problema en su verdadero sentido, con­
Aunque nadie experimenta su muerte, sin embargo es una ex­ viene aclarar una cuestión. La distancia técnica entre muerte clí­
periencia central de la vida que los antropólogos se esfuerzan nica y muerte biológica, entendida ésta como la pérdida irreversi­
por descifrar. Se trata de una cuestión irresuelta a priori. Su sig­ ble de todas las funciones vitales y la ruina total del organismo,
nificación antropológica está relacionada con la existencia, en obliga a establecer una rigurosa diferencia entre el morir y la
el sentido de que el hombre es un ser que tiene-que-llegar-a-ser- muerte. El morir es el camino; la muerte, en cambio, el término.
. más de lo que es en cada momento, aunque es consciente de que Se va muriendo lentamente hasta la interrupción completa de los
camina hacia el fin. Al tiempo que anhela vivir, sabe que va a procesos psicofísicos que preceden al momento final del que ya
morir. Esta perspectiva no desaparece nunca de su conciencia. no se retorna. Solamente traspuesto el umbral de la vida tiene
Curiosamente se trata de una experiencia que no procede de sentido hablar de la muerte como problema antropológico. En
la muerte de los que vemos morir. Nace del miedo personal a otras palabras: saber si la vida acaba totalmente con la muerte
morir. Un conocimiento instintivo ante una amenaza incesante o si ésta es el comienzo de otra vida completamente nueva67.
imprevisible no encuadrada en nuestro horizonte. A la muerte El problema se enuncia ahora en estos términos: ¿es la muerte
no se la ve venir de cara. Amenaza desde el más allá, desde el un signo que aboga por la trascendencia en el morir? La respues­
Otro absoluto que, como ha dicho Levinas, nos alcanza como ta es de suma importancia para todo hombre. Consciente’de ello,
un enjuiciamiento, en cuanto que nos pone ante lo absolutamente B. Pascal sintió la imperiosa necesidad de saber si somos inmor­
imprevisible6364. tales. Lo mismo le sucedió a A. Camus, que propuso el suicidio
Por consiguiente la conciencia de la muerte no es un saber como el único problema serio de la filosofía68. Y es que nadie /
nocional y abstracto del que se pueda prescindir huyendo hacia puede sustraerse a la pregunta de si la disolución de su biología
a d e la n te . Consiste, más bien, en una vivencia semejante al comporta la aniquilación de su yo personal. En la afirmación
sentimiento producido por la desaparición de los seres queridos. teórica ve C. Tresmontant una incongruencia grave y un contra­
En esta vivencia se percata el hombre de su mortalidad y sentido manifiesto69. En las páginas que siguen intentamos dilu­
cobra conciencia de su significación. Comienza a ver su propia cidar este problema, partiendo de la visión histórica del mismo.
muerte como ineludible posibilidad y dimensión connatural. Se
reconoce mortal, que es lo que verdaderamente importa, como
advierte G. Marcel: «El único problema esencial es el que plan­
tea el conflicto del amor y de la muerte»65. El hecho biológico
66. J. Marías, Antropología metafísica, 307.
63. Cf. E, Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Sala­ 67. Cf. H. Kting, ¿Vida eterna?, Madrid 1983, 46-48.
manca 31995, 246-249. 68. Cf. B. Pascal, Pensées, 194; A. Camus, El mito de Sísifo, Madrid 1958,
64. Cf. M. Heidegger, El ser y el tiempo, 277-278. 17-18.
65. G. Marcel, Présence et inmortalité, París 1959, 182. 69. Cf. C. Tresmontant, El problema del alma, Barcelona 1974, 168.
246 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 247

b) Balance histórico70 pués de la m uerte’ otro ser superior o inferior...»75. La muerte


no es otra cosa que ser en el término y, por tanto, nada más que
Exponemos rápidamente las dos alternativas que presenta el la extinción de todas las posibilidades terrenas e históricas. Una
problema: la completa extinción del hombre post mortem y la posibilidad ineludible que debe ser asumida con entera libertad.
supervivencia o inmortalidad. La opción estructuralista por el nihilismo post mortem no deja
lugar a dudas. A través de su máximo representante, C. Lévi-
1. Aniquilación. La alternativa nihilista no es obra de las reli­
Strauss, el estructuralismo hace finiquito del hombre y de todas
giones, en las que la inmortalidad es dato incuestionable, sino
sus conquistas y logros, llegado el momento de la muerte indivi­
de un sector de la filosofía que, con Epicuro y algunos represen­
tantes de la modernidad, del existencialismo y del estructuralis- dual y colectiva76.
mo, abogan por esta solución71. Este balance negativo deja la postura nihilista a través de sus
representantes más notorios de los últimos tiempos.
Entre los filósofos modernos de la segunda etapa sobresale
L. Feuerbach, de la izquierda hegeliana, para quien la supervi­ 2. Supervivencia. Además de los credos religioso, la mayoría
vencia y la inmortalidad no son una realidad, sino el sueño que de los filósofos sustentan alguna forma de supervivencia, aunque
el hombre sueña de sí mismo. La proyección de unos deseos la entienden de modo distintp. Incluso antropólogos que se con­
ilusorios72. Esta línea es continuada por el.m arxism o clásico, fiesan ateos o agnósticos apuntan a un género de vida después
que rechaza la inmortalidad personal, y trasladada, a su vez, al de la muerte como único recurso para satisfacer las exigencias
campo psicoanalítico por S. Freud y sus seguidores. de ultimidad. E. Bloch con su principio de «non omnis confun­
Desde presupuestos distintos J. P. Sartre y el existencialismo dar», Adorno con su rechazo de un nihilismo absoluto y Horkhei-
radical llegan a la misma conclusión. Para estos filósofos el exis­ mer con la no ultimidad de lo terreno son otros tantos exponentes
tente humano no es más que su facticidad, de modo que la muer­ de la alternativa positiva77.
te irrumpe en él desde fuera acabando con todas las posibilidades Debemos reconocer que el pensamiento antropológico ofrece
y convirtiéndolo en despojo para la posteridad. En modo alguno dos interpretaciones de la nueva forma de vida después de la
es «claraboya hacia el Absoluto»73. Por eso no le espera ningún muerte entendida como supervivencia. Unos la entienden como
porvenir y vive la vida como pasión inútil74. el retorno a través de un proceso de transmigraciones (reencarna­
El existencialista alemán, M. Heidegger, ve las cosas de dis­ ción); otros como vida interminable o cumplimiento total de la
tinta manera. Según él, aunque el ser humano está abocado a la existencia histórica (eternidad). Las explicamos a continuación.
posibilidad de no-ser, no por ello tiene que desaparecer por com­ La primera interpretación presenta, a su vez, dos modalidades
pleto. Terminar y dejar de ser es para Heidegger elemento estruc­ diferentes: el eterno retorno y el estado terminal de una serie de
tural del Dassein, modo específico de su estar en el mundo, pero transmigraciones. Fue Nietzsche el que expresó categorialmente
no una negación de la posibilidad de otra forma de existencia la idea del eterno retorno al concebir la vida como proceso circu­
después de la muerte. «El hecho de definir la muerte como fin lar interminable carente de novedad, es decir, como vuelta de
del ‘ser-ah f, es decir, del ‘ser-en-el-m undo’, no hace recaer lo mismo en un movimiento incesante78.
ninguna decisión óntica sobre la cuestión de si es posible ‘des­

70. Cf. J. de S. Lucas, Muerte, inmortalidad, resurrección: Burgense 35/1


(1994) 97-111. 75. M. Heidegger, El ser y el tiempo, 270-271.
71. Cf. G. van der Leeuw, Fenomenología de la religión, México 1964, 651 - 76. Cf. Cl. Lévi-Strauss, Tristes Trópicos, Buenos Aires 1970.
652; M. Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas I, Madrid 1975, 77. Cf. E. Bloch, Geist der ütopie, Frankfurt 1973, 310; T. Adorno, Dialetti-
25ss. ca negativa, Torino 1980, 33; M. Horkheimer, La nostalgia del totalmente altro,
72. Cf, L. Feuerbach, La esencia del cristianismo, Salamanca 1975,57,61ss. Brescia 1972, 80-81.
73. J. P. Sartre, El ser y la nada, 617. 78. «Hombre, toda tu vida es como un reloj de arena, que sin cesar es vuelto
74. Cf, ibid., 628. Esto mismo es afirmado por A. Camus en su novela El boca abajo y siempre vuelve a correr»; F. Nietzsche, Die Unschuld des Werdens
mito de Sísifo, 80ss. II, Stuttgart 1956, 473.
248 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 249

La transmigración o reencarnación, admitida por el hinduismo, de la muerte. Esta postura está sustentada por. los fisicalistas,
budismo, jainism o, orfismo, el antiguo pensamiento griego, el biologistas y emergentistas, para quienes el hombre no es más
clasicismo alemán en parte (Kant, Lessing, Herder, Schopen- que un organismo fisicobiológico, cuya ruina supone para la
hauer79) y algunos marxistas revisionistas, como É. Bloch80, persona su total desaparición y ocaso total. Debemos advertir que
concibe la supervivencia como el estado perfecto definitivamente esta interpretación contradice la experiencia científica que mani­
logrado tras un largo peregrinar por sucesivas vidas terrenas fiesta una heterogeneidad completa entre el ser personal humano
hasta reintegrarse en el estado puro original81. y sus componentes materiales o procesos orgánicos. Si la persona
Ni que decir tiene que en ambas modalidades late la misma no es simple resultado de energías fisicoquímicas, ¿por qué va
preocupación ética y religiosa que considera la muerte corporal a terminar totalmente cuando éstas se extingan?
como liberación de una existencia alienada. En el fondo subyace En el polo opuesto se sitúan quienes defienden la concepción
una concepción dualista del ser humano compuesto de alma y dualista del hombre. En el alma o elemento espiritual estos antro­
cuerpo, cuyo elemento espiritual termina integrándose en el prin­ pólogos ven la prueba de la inmortalidad, ya que la espiritua­
cipio original amorfo de donde procede. Concepción monista de lidad, signo de la simplicidad, es incorruptible por carecer de
la realidad ciertamente, que desemboca en un burdo panteísmo partes que puedan descomponerse. En este caso, el alma, inmor--
donde carece de explicación la dimensión personal del hombre tal por naturaleza, una vez separada del elemento corporal, conti­
tal como es concebido por la antropología filosófica actual82. núa existiendo con la existencia que le es propia y corresponde
a su plenitud.
La otra interpretación de la inmortalidad apuesta por el desti­
Esta doctrina, que desde Platón y Aristóteles hace del hombre
no eterno personal de cada hombre. Destino que se decide irrevo­
una realidad estratificada (organismo y psiquismo) o braquial (un
cablemente en el transcurso de la vida terrena y constituye la
soporte o tronco con ramas emergentes), tuvo su apogeo en la
forma del cumplimiento de la persona a través del tiempo. Este
edad media y en la filosofía racionalista, manteniendo aún hoy
no es pura fantasía ni mera antesala de la eternidad, sino verda­
vigencia en determinados sectores influenciados por el mecanicis­
dero germen de una nueva forma de existencia interminafble.
mo de procedencia cartesiana. No obstante carece de audiencia
La antropología filosófica actual presenta dos formas de argu­
en los medios filosóficos actuales donde se defiende la concep­
mentación en favor de esta segunda interpretación. Una se basa
ción unitaria del hombre, cuyo elemento espiritual (alma) no
en la constitución ontológica del ser humano y la otra en el sen­
tiene más cometido que «animar» y configurar («informar») al
tido último de la existencia personal. Las exponemos seguida­
mente. cuerpo haciéndolo humano. No se ve en qué lugar pueda quedar
el alma ligada esencialmente a su actuación en el cuerpo y con
el cuerpo, una vez desaparecido éste.
El mismo Tomás de Aquino se enfrentó con este problema
c) Razones antropológicas de la supervivencia83
sin encontrarle cabal solución, porque estaba convencido que la
separación del cuerpo violenta al alma y le impide obrar de
1. Desde la constitución del hombre. Nos encontramos, en
acuerdo con su naturaleza. Pierde su razón de ser y significación
primer lugar, con una postura negativa que, apoyada en la estruc­
tura monista del ser humano, opta por la aniquilación después propia84.
Anteriormente hemos visto que el hombre es una sola realidad
79. Cf. H. Kling, ¿Vida eterna?, 109.
que ejecuta un único acto vital totalizado en sí mismo. No hay
80. «La metempsícosis es la verdadera ideología social, histórica y cultural»:
lugar en el hombre para compartimentos estancos, ya que lo
E. Bloch, Geist der Utopie, 331. orgánico y lo psíquico se compenetran de tal modo que hacen
81. Cf. H. S. Long, Study o f Doctrine o f Metempsychosis in Greece from
Pythagoras to Platón, Pricenton 1948. 84. «Pero el ser separado del cuerpo está fuera de la razón de su naturaleza,
82. Cf. J. B. Metz, Antropocentrismo cristiano, 91-93. e igualmente entender sin imágenes (sine conversione adphantasmata) le corres­
ponde no naturalmente. Y, por tanto, para eso se une al cuerpo, para ser y obrar
83. Cf. J. de S. Lucas, Muerte, inmortalidad, resurrección. Perspectiva
filosófica, 105-111. según su naturaleza»: Summa Theologica I, q. 89, a. le.
250 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 251

del ser humano un constructo sustantivo, una realidad esencial la supervivencia de la persona como forma de realización y cum­
o, como dice
, A ,
Zubiri, una sustantividad que
oe 1
realiza una actividad plimiento.
psicoorgamca . Fieles a la dimensión de alteridad y de historicidad del ser
Si esto es así, la muerte biológica comporta la destrucción humano, los antropólogos hacen consistir su plenitud en la total
de la sustantividad humana caracterizada por su mundanidad. Zu­ libertad y en el cumplimiento del amor perdurable. Sólo en el
biri describe este hecho real y no mera vivencia de la siguiente ejercicio sin trabas de la libertad y en la total entrega al otro por
manera: «Al morir, quien se va es el cuerpo, la vida orgánica: encima del espacio y del tiempo logra el hombre su identidad
no consiste morir en que el psiquismo se despide del cuerpo, sino cabal más allá de las negatividades históricas. Esta es la razón
en que el cuerpo se despide del psiquismo, en que uno se queda por la que toda acción humana reviste un carácter inconcluso,
sin la vida que se va. Cuando esto sucede, la sustantividad huma­ acreedor de una vida perdurable. La realidad es insondable (siem­
na deja de existir»8586. pre se puede conocer más y mejor), de ahí que el quehacer del
Pero no acaban aquí las cosas. La riqueza ontológica adquiri­ hombre sea inacabado mientras vive. Por eso se siente lanzado
da por el hombre en su decurso existencial es un patrimonio que hacia adelante por una pretensión sin meta asignable en el tiem­
no puede perder de la noche a la mañana. Es un plus de realidad po. Ninguna razón intrínseca favorece el agotamiento de la línea
o densidad ontológica que no se aviene con la nada o desapari­ argumental de la vida personal en la historia. Ello crea el con­
ción total. vencimiento de que, aunque todo el hombre muera en su muerte
A estas alturas de la reflexión antropológica, el problema de biológica, ésta no es aniquilación completa. La realidad humana
la supervivencia no se plantea tanto desde la estructura como en cuanto tal trasciende las fronteras de lo temporal y pide un
desde el sentido. Tampoco se expresa en términos de demostra­ nuevo nivel de instalación donde alcance la perdurabilidad anhe­
ción filosófica estricta. Ni siquiera la proponen así aquellos que lada. Con razón se pregunta P. Laín Entralgo: «¿Por qué, enton­
hasta hace poco tiempo hablaban de pruebas racionales de la ces, no pensar —creer— que la vida humana no es una pasión
inmortalidad del hombre, como M. Blondel y J. Maritain./Estos inútil, y que, para el hombre, no es pura aniquilación la muer­
filósofos encuadran hoy dicha prueba en un marco existencial te?»89. Razonamos a continuación este interrogante.
amplio donde tienen mucho que ver las convicciones religiosas, Retornando a la cuestión del sentido, tenemos que reconocer
las tradiciones culturales y las certezas filosóficas, así como el que la muerte biológica es una constante amenaza para toda exis­
dato existencial87. El mismo Platón, que fundaba la inmortalidad tencia individual clausurada en sí misma, a la vez que relativiza
del alma en su ser increado, no concedía más que cierta «proba­ todas las funciones sociales y conquistas históricas. Todo acaba
bilidad» a los argumentos racionales, dada la problematicidad con la muerte, reza el dicho popular. Y es verdad, porque con
del conocimiento natural, e invocaba el auxilio de la religión ella desaparece la última posibilidad para la libertad y para la
para llegar a la certeza88. Por eso la cuestión de la inmortalidad comunicación, presentándose, en cambio, la impotencia de reali­
ha derivado hacia el campo del sentido y se plantea desde las zar plenamente el sentido de la existencia. Surge entonces la
exigencias de ultimidad de la persona. sensación de vacío y de nihilismo. Un acabamiento que, aunque
2. Desde el sentido de la vida. El tema del sentido ha sido se presenta como término de algo, no constituye meta ninguna
tratado en páginas anteriores. Lo retomamos ahora con vistas a ni finalidad pretendida. El carácter tensivo de la vida personal,
traducido en proyecto y vocación o en anhelo de perduración,
muestra palmariamente que el nihilismo no es el futuro último
85. Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, 674. y absoluto de la persona. Nada en su vida indica que ésta tenga
86. Ibid.,671. . • que acabar completamente90.
87. Cf. M. Blondel, Le probléme de Vinmortalité de l'áme: Supplément de
la Vie Spirituelle 61 (1939) 1-15. J. Maritain, Sort de l'homme, Neuchñtel 1943,
14-15. 89. P. Laín Entralgo, El cuerpo humano, Madrid 1989, 334.
88. Fedón, 85cd. También C. Tresmontant, La inmortalidad del alma, Barce­ 90. Cf. J. Cercos Soto, El problema de la muerte en ¡a filosofía española
lona 1974, 174-175. contemporánea: Cuadernos Salmantinos de Filosofía XX (1993) 293-333.
252 La estructura del ser humano Dimensión trascendente del ser humano 253

Esta clase de experiencias patentizan suficientemente la gra- Para el cristiano, lo que sobrevive y es inmortal no es el alma
tuidad del propio ser, que se revela como resultado de una dona­ —una parte del hombre— , sino el hombre íntegro, la persona
ción más que como autosuficiencia. El hecho de tener que ser humana completa93. Ahora bien, esto es sólo posible por una
y realizarse en el mundo es para el hombre un don y un regalo acción resurreccional de Dios, no ejercida sobre el vacío total
sobre el que no tiene dominio pleno. Ello hace que ante la muer­ — «in nihilo»— , sino en el espesor ontológico adquirido por la
te se encuentre consigo mismo en completa soledad y en desam­ persona en su incesante distanciamiento de la nada a lo largo de
paro total. Se percata entonces de que así como no se le consultó su historia. No es que el resucitado sea otra persona que la que
para comenzar a ser, tampoco se le pide ahora anuencia para alentó y se fue fraguando en la temporalidad, sino la misma
seguir viviendo. Está convencido de que no es él el fundamento llegada a su plenitud. D e esta manera queda completamente a
y la norma del sentido y del valor. No es centro ontológico últi­ salvo su identidad post mortem.
mo91. Nadie está en la raíz de su existencia (nadie comienza Fieles a este concepto de persona, Ratzinger desde la teología,
de cero) y, por lo mismo, todos nos sentimos criaturas o seres X. Zubiri desde la filosofía y P. Laín Entralgo desde la antropo­
donados. logía coinciden en interpretar la muerte y la supervivencia del
La pregunta es obvia: ¿si hemos recibido el ser, podemos hombre como modo de ser propio de una estructura abierta y
esperar que se nos siga manteniendo en otro orden de cosas? Es argumental irreductible a la suma de sus elementos. «Lo que ha
la dialéctica de la fe en la resurrección, de cuya credibilidad o madurado en la existencia terrena de la espiritualidad corporal
coherencia racional nos ocupamos en el párrafo siguiente. y de la corporeidad espiritual, comenta Ratzinger, permanece de
Si la vida humana tiene sentido, es evidente que no puede modo distinto»94.
venir exclusivamente del hombre ni realizarse del todo en el X. Zubiri añade por su parte: «Pienso por esto que no se
decurso temporal. El verdadero sentido comporta confianza e puede hablar de una ‘psique’ sin organismo. Digamos, de paso,
implica la aceptación de un núcleo de irreversibilidad allende que cuando el cristianismo, por ejemplo, habla de supervivencia
la muerte. Lejos de ser ésta signo de incumplimiento, se r-évela e inmortalidad, quien sobrevive y es inmortal no es el alma, sino
en buena lógica como medio de liberación de los soportes que, el hombre, esto es, la sustantividad humana entera. Lo demás no
a la vez que sostienen al hombre en la existencia terrena, lo es de fe». Y esto pensaba Zubiri que tenía que ser por una acción
esclavizan y condicionan su desarrollo. Liberado de estas atadu­ re-creadora y resurreccional95.
ras o limitaciones, queda el hombre a la intemperie de sí mismo P. Laín Entralgo interpreta así estas afirmaciones: «Tras la
y a completa disposición de un poder extraño que se digne aco­ muerte física, un misterioso designio de la sabiduría, el poder
gerlo. y la misericordia infinitas de Dios, hace que el hombre que mu­
En este sentido tiene razón K. Rahner cuando ve en la muerte rió, el hombre entero, resucite a una vida esencial y misteriosa­
el acto supremo de la libertad (liberación de ataduras), ya que mente distinta de la que en este mundo mostraba como materia,
el ser humano experimenta en ella el destino impuesto desde espacio y tiempo. Más allá de la inmaterialidad, de la espaciosi­
fuera; se sabe puesto a total disposición de otro ser superior92. dad y la temporalidad, el hombre vivirá según lo que su vida en
Este otro ser aceptante recoge, panificándola, la realidad el mundo hubiere sido»96.
ontológica que consiguió ser el que muere en su postrer momen­
to. Una nueva forma de existencia caracterizada por la posesión Evaluando lo que hemos dicho, podemos afirmar que, si el
(visión) de la verdad y del bien infinitos como ámbito de su ser hombre es un ser que va a más en su relación con las cosas y
personal: en esto consiste, precisamente, la resurrección de que con los demás hombres (alteridad, historicidad), habrá que ver
habla la fe cristiana.
93. Cf. J. Ratzinger, Introducción al Cristianismo, Salamanca 71994,309-312.
91. «Como si mi vida poseyese un sentido que está en mí, pero que no viene
únicamente de mí, ni finalmente de mí»: A, Dondeyne, Fe cristiana y pensamiento 94. Ibid., 313.
contemporáneo, 201. 95. X. Zubiri, Sobre el hombre, 671 y nota de editores.
92. Cf. K. Rahner, Tod, en LThK X, Freiburg 1965, 224. 96. P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma, Madrid 1991, 289-290.
254 La estructura del ser humano CONCLUSION
en la muerte biológica la condición necesaria para que haya, por
fin, verdadera y completa vida humana. El orden psicobiológico
temporal, perecedero y provisional, exige una completa transfor­
mación con vista a que el quién que soy yo pueda alcanzar la
inmortalidad anhelada en la resurrección de mi entera realidad
humana9798. Se cumple en este estadio el mismo principio que
Teilhard de Chardin aplica al paso de la sensibilidad a la inteli­
gencia racional. «La Vida, por ser ascensión de conciencia, no
podía continuar avanzando indefinidamente en su línea sin trans­
formarse en profundidad... He aquí que se descubre en este acce­
so al poder de la reflexión la forma particular y crítica de trans­
Al término de nuestro estudio, comprobamos que las dimen­
formación en que ha consistido para ella esta supercreación o siones del ser hjrmano (unidad, alteridad, intersubjetividad, liber­
este renacimiento» . tad, historicidad, amor y trascendencia) son otros tantos signos
Los términos de supercreación y renacimiento con que Teil­ inequívocos de la existencia de una meta cierta que está en el
hard explica el paso del sentido a la conciencia reflexiva encua­ fin porque estuvo antes en el principio. Es omega porque primero
dran perfectamente en esta nueva forma de existencia a la que
fue alfa y se propone como destino último porque constituyó la
apunta el hombre desde su inmanencia histórica y a la que llega
fuente originaria. Un ser creador y providente que, si ama real­
en la muerte. Si el ser humano se encuentra en vías de cumpli­ mente al hombre, no lo hace por una temporada, sino para siem­
miento mientras vive, es que no alcanza su perfección definitiva
pre y por encima de condicionamientos espaciotemporales. Esta
en ninguno de sus momentos históricos, sino allende el proceso
relación de fidelidad avala el abandono confiado que de sí mismo
temporal, esto es, en la inmortalidad por vía de resurrección. Está
hace el hombre en manos de ese ser omnipotente, garante como
orientado a un futuro-plenitud sin límite asignado en el tiempo
ningún otro de su cumplimiento pleno como persona, es decir,
ni fijado en realizaciones históricas que, además de ser siempre
como ser abierto a la realidad como tal.
penúltimas, llevan el marchamo de la caducidad. La esperanza
Hay que reconocer que el Absoluto al que el hombre se dirige
polarizada por un bien irreversible, la tendencia a la verdad y
es amor originario que suscita en él otro amor respuesta corres­
al bien por encima de cualquier conquista inmediata, el misterio pondiente al reclamo divino. Ello habla de apertura y alteridad,
de la libertad, el hecho de la historicidad y la apertura ilimitada
de trascendencia y reciprocidad como elementos de la trama
al otro en el amor son datos incuestionables que avalan la dimen­
constitutiva de la persona que exige un polo de atracción también
sión trascendente del hombre y su cumplimiento tras la muer­
personal.
te99. Sectores cada vez más amplios de la antropología filosófica
son de la opinión de que la posibilidad de vivir la libertad y el
amor en un mundo marcado por la destrucción y la muerte viene
determinada por la presencia de una tercera dimensión que supera
necesariamente los límites de la existencia histórica. Sin ella
habría que declarar irrealizables en el mundo valores tan necesa­
rios y perentorios como la justicia y la libertad, porque no se
alcanza a ver cómo pueden establecerse en el tiempo una justicia
97. Cf. L. Cencillo, Ultima pregunta, Salamanca 1981, 333; J. Marías, Antro­ completa y una libertad de todos y para todos. Sólo allende las
pología metafísica, 307. fronteras de la vida presente se hará realidad la paz añorada,
98. P, Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, 202.
pues sólo allí quedarán abolidas las diferencias por la posesión
99. Cf. P. Laín Entralgo, La antropología de la esperanza, Madrid 1978,161-
194, 263-274. Asimismo J. de S. Lucas, La idea del hombre en P. Laín Entralgo,
de un bien que iguala a todos y colma los deseos de todos. Se­
en Id., Nuevas antropologías del siglo XX, Salamanca 1994, 17-41. mejante trascendencia aparece en el análisis de la estructura de
256 Conclusión
INDICE DE AUTORES
la existencia humana que se revela como pregunta sin respuesta
en sf misma, pero al mismo tiempo abierta a un Incondicional,
de cuya automanifestación es acreedor el hombre.
De este modo nos adentramos en la misteriosa profundidad
de la misma vida humana, brote de una relación incondicional
que la concierne en su intimidad ontológica. Es la dimensión
trascendente del ser humano que X. Zuibiri ha llamado «dimen­ y
sión teologal», porque encierra un problema teológico. Pero de
Adorno, J. W.: 104, 247 Bochenski, J. M.: 217
este tema, a saber, el misterio como horizonte del hombre, nos Boecio: 170-172, 175
Aguirre, A.: 39, 71
hemos ocupado ampliamente en otras obras nuestras1. Aguirre, E.: 12 Bogliolo, L.: 73
Agustín, san: 31, 51, 67, 85-88, Bordon, M.: 243
149, 170, 204 Bruaire, C.: 15, 27, 38s, 151
Alfaro, J.: 12, 109s, 120, 215, Bruning, W.: 15, 36, 81
225, 227, 230, 235, 240 Brunner, A.: 199
Althusser, L.: 126 Buber, M.: 11, 12, 36, 41, 45,
Alvarez Turienzo, S.: 15, 67, 47, 62, 68s, 71, 73-76, 78,
165, 167, 196s 82, 86, 97s, 103, 109, 114s,
Allport, W.: 177 117s, 123, 135, 165, 174s,
Aristóteles: 49, 66, 81, 86, 89, 180s, 197
138s, 144, 149, 167s, 179, Bueno, M. : 39, 44
229/249 Bunge, M. : 11, 150
Axelos, K.: 191 Buytendijk, F J. I.: 190
Ayala, F. J.: 11
Cabada, M.: 12, 14, 27, 39, 53s,
Bacca, G.: 12, 50, 51 107
Baciero, C.: 232 Cabo de Villa, J. M.: 157
Bachelard, G.: 174, 181 Camus, A.: 245s
Balthasar, H. U. von: 68, 70, Cassirer, E.: 12, 34, 43, 47, 60s,
76s, 83, 86 68s, 74s, 97
Barth, K.: 227 Castilla del Pino, C.: 153.
Bastide, R.: 191 Cavali, A.: 73, 78
Bateson, G.: 12 Cencillo, L.: 12, 39, 44, 50, 213,
Beauvoir, S.: 12, 188, 190s 54
Belte, B.: 156 Cercos Soto, J.: 251
Bena vides, M.: 126 Cerezo, P.: 107
Benedict, R.: 50 Chaix-Ruy, J.: 108
Bentham, J.: 173 Chauchard, P.: 188s
Beorlegui, C.: 49, 126, 179, 196 Choza, J.: 12, 27, 32, 38, 58, 60,
Berdiaev, N.: 10 62
Berger, P.: 198 Cicerón, M. T.: 225
Bergson, H.: 135, 155, 205, 208, Comte, A.: 70
217 Copleston, F.: 165, 174
Bloch, E.: 12, 15, 70, 217, 225, Coreth, E.: 11, 34, 46, 73, 75,
1. Cf. J. de S. Lucas, Interpretación del hecho religioso, Salamanca 21990; 227, 232, 235-240, 247s, 259 130, 149s, 153, 165, 176,
Id,, Dios, horizonte del hombre, Madrid 1994. Boas, F.: 50 201, 212s, 230
258 Indice de autores Indice de autores 259

Crusafont, M.: 160 Gadamer, H.-G.: 71 Hoebel, E. A.: 50 Laín Entralgo, P.: 11, 13, 15, 95,
Cruz Cruz, J.: 15, 27, 140 Garaudy, R.: 11, 70, 109, 124, Horkheimer, M.: 11, 13, 247 102, 117, 124, 130, 135,
Cruz Hernández, M.: 232 183 Hume, D.: 173 149s, 152, 155s, 159, 164s,
Cuénot, L.: 160 García, J. L.: 50, 222 Hurbon, L.: 235 179s, 182, 185, 192-194, 251,
Cusa, N. de.: 76, 130 Gardavsky, V.: 12, 225 Husserl, E.: 62s, 114, 120, 124, 253s
Gehlen, A.: 11, 34, 39, 51, 54, 173, 179 Landmann, M.: 11, 27, 49, 73,
Damasceno, J. : 169 71, 83, 97, 99s, 135, 137, Huxley, J.: 160 77
Darwim, Ch. : 160 182, 196, 222 Landsberg, P. L.: 48, 62
Dempf, A.: 89 Gesché, A.: 13, 164, 205, 225 Ibáfiez Langlois, J. M.: 13, 78, Lavelle, L.: 135, 174, 209
Descartes, R.: 67, 76, 93-97, Gevaert, J.: 13, 152, 201, 206, 107 Lean, M.: 50
103, 106, 128, 135, 172, 179 243 Leeuw, G. van der: 246
Dilthey, W.: 49, 70, 76, 93, 217 Gilson, E.: 66 Jaeger, W.: 79 Lefebvre, H.: 13, 70, 111, 114
Doms, H.: 189 Girard, R.: 189 Jakobson, R.: 127 Lenin, J.: 109
Dondeyne, A.: 12, 53, 63, 65, Goldstein, K.: 141, 177 Jaspers, K.: 13, 70, 119, 126, Lessing, G. E.: 248
201-s, 210, 215, 222, 252 Gómez-Caffarena, J.: 15, 53, 62, 174, 208, 217, 223 Lévi-Strauss, C.: 13, 27, 30, 50,
Dubouchet, J.: 12 195, 225, 231 Jeanniére, A.: 186, 190, 192 71, 126-129, 247
Duméry, H.: 38, 43, 66 Gómez García, P. : 13 Jeanson, F.: 173 Levinas, E.: 13, 57, 155, 244
Durkheim, E.: 226 Gómez-Heras. J. M.: 235, 239 Jiménez Moreno, L.: 71, 108 Locke, J.: 197
González de Cardedal, O.: 85 Jiménez Núñez, J. L.: 50 Long, H. S.: 248
Ebner, F.: 15, 71, 118, 174, 180, Grassé, P. P.: 158, 160 Jolif, J. Y.: 11, 30, 32, 37, 39, López Quintás, A.: 15, 174, 180
197 Groethuyssen, B.: 73s, 93 53-56, 66 Lorenz, K.: 13, 97, 179
Eccles, J. C.: 11 Guardini, R.: 205 Jolivet, R.: 13, 73, 120, 124 Lorite Mena, J.: 13, 15, 53, 61,
Eliade, M.: 50, 246 Guijarro, G.: 13, 108 Juan Pablo II: 18, 72 74
Engels, F.: 109, llls , 226 Gusdorf, G.: 36, 79 Jung, C. G.: 142 Lubac, H. de: 108
Epicteto: 168 Jüngel, E.: 91 Lucas, J. de S.: 11, 13, 15, 18,
Escoto, J. D.: 171 Haas, H.: 160s, 164 27, 50, 53, 73, 75, 94, 115,
Etcheverry, A.: 12, 27 Haeffner, G.: 13, 58, 152, 154 Kamlah, W.: 34 117, 126, 130, 135, 147, 151,
Evans-Pritchard, E.: 12, 50 Haldane, J. R. S.: 71, 160 Kant, M. : 11, 15, 27s, 31-33, 157, 161, 164s, 174, 178,
Harris, M.: 73 35s, 38, 41, 45, 48s, 51, 53, 180, 185, 187s, 196, 198,
Fabro, C.: 73 Hartmann, N.: 136, 141-143, 61, 69, 74-76, 93, 97-99, 201, 211, 215, 222, 232s,
Farré, L.: 12, 42, 61 149, 176s, 214 103, 106, 120, 128, 136, 172, 235, 242s, 246, 248, 254, 256
Ferrater Mora, J.: 225 Hegel, G. W. F: 13, 43, 70, 76, 175, 204, 223, 230, 248 Lucrecio: 225
Fetscher, I.: 103 94, 96s, 102-105, 119, 136, Kaplan, D.: 11
Feuerbach, L.: 12, 49, 107s, 181, 143, 149, 172s, 180s, 188, Llovera, J. R.: 13, 50
Kasper, W.: 155
226, 246 209 Kierkegaard, S.: 13, 70, 73, 107, Malinoski, B.: 50
Fichte, J. G.: 97, 102, 149, 172, Heidegger, M.: 11, 13, 27s, 31- 118-120, 124 Manzanedo, M.: 79
179-181, 208s 33, 35, 37s, 41, 45, 47s, 60, Klages: 142 Maraflón, G.: 187, 189
Fínance, J. de.: 15, 199, 212 70, 76, 98, 118, 120, 121, Kolakowski, L.: 70 Marcel, G.: 28, 70, 119, 126,
Foucault, M.: 12, 29, 36, 50, 71, 123s, 126, 174, 180, 209, Kuhn, R.: 151, 157
76, 126, 128s 151, 155s, 174, 244
217, 244, 246s Kiing, H.: 13, 225, 245, 248 Marcuse, H.i 11, 71
Frank, D.: 151 Heimosoeth, H.: 102
Frazer, J. G.: 50 Maréchal, J.: 46, 229
Heráclito: 79, 167 Lacan, J.: 126
Freud, S.: 186, 191, 226, 246 Marías, J.: 11, 13, 48, 80, 94,
Herder, J. G.: 94, 97, 99-102 Lacroix, J.: 13, 110
Fromm, E.: lis , 29, 71, 183, 102s, 152s, 185s, 192, 218,
Hernández Sánchez, A.: 32 Ladriére, J.: 38s 245, 254
187, 206 Hinske, N.: 98 Lafont, G.: 15, 89 Maritain, J.: 13, 28, 250
Frutos, E.: 15, 33, 70s, 73 Hobbes, Th.: 197
260 Indice de autores Indice de autores 261

Marx, K.: 12s, 108-112, 172, Pascal, B.: 17, 93, 95s, 172, 229, Sartre, J. P.: 11, 13, 28, 38, 40, Tillich, P: 149, 231
180, 216, 226 245 70, 73, 118, 120, 124-126, Tomás, santo: 63, 66, 67, 83-85,
Maus, H.: 450 Pellé-Douél, X.: 186 128, 155, 173s, 180, 198, 88, 89,91,92, 139, 144, 170,
Mead, M.: 178, 190 Pérez Corral, J.: 235 215, 228s, 246 171, 176, 179, 197s, 204,
Meléndez, B.: 164 Piaget, J.: 207 Schaff, A.: 70, 109 207, 208, 211, 214, 249
Mercier, P.: 13, 50 Pico, de la M. : 77 Scheler, M.: 12, 14s, 28, 30, Tresmontant, C. : 14, 245, 250
Merino, J. A.: 53, 58 Piepper, J.: 243 32s, 41, 47, 51, 59s, 69s, Trias Mercant, S.: 30
Merleau-Ponty, M.: 11, 62s, 101, Pinillos, J. L.: 60, 177 74s, 77, 101, 106, 114-117, Tylor, A. E.: 50, 80
119, 155, 173, 192, 201, Pintor Ramos, A.: 15, 53, 69, 120, 135, 140, 143, 145-147,
204s, 213, 214, 217, 220 75, 78, 115 149, 165s, 172s, 175s, 201-
Metz, J. B.: 13, 91s, 135, 139, Plattel, M. G.: 184 Ubeda Purkis, M.: 78s
204, 212s, 258
144, 201, 207, 248 Platón: 77,79-81,135,138,149, Unamuno, M. de: 18
Schelling, F. M. J.: 97, 102, 209
Mili, S.: 173 167, 229, 249, 250 Scherer, G.: 187
Mindán, M.: 208s Plessner, H.: 51, 77, 101 Scholl, N.: 157 Valverde, C.: 14, 108
Moltmann, J.: 14, 20, 109, 149, Popper, K.: 11, 206 Schultz, A.: 15, 70, 76, 85 Vancourt, R. : 14, 66, 135, 140,
235, 239s Portmann, A.: 97, 161, 182, 196 Seneca, L. A.: 82, 168s 142
Mondolfo, R.: 109 Protágoras: 79s Sertillanges, D.: 164 Vattimo, G.: 120
Monod, J.: 160 Prywara, E.: 190 Simón, J.: 201, 208 Víctor, R. de S.: 171
Montaigne, M.: 17 Simón, R.: 186, 190 Vidal, M.: 214
Morey, M.: 14, 27, 32, 34s, 43, Radcliffe-Brown, A. R.: 50 Skinner, B. F.: 208
47 Radhakrishnan, S.: 14, 80 Smith, A.: 173 Waelhens, A. de: 155
Morin, E.: 14, 19,44s, 135, 137, Raeymaeker, L.: 211 Sócrates: 62, 77, 80s, 167 Wild, J.: 80, 83
159, 160 Rahner, K.: 14, 46, 67, 92, 135, Sófocles: 17 . Wilson, E. O.: 12, 208
Mounier, E.: 71, 114, 118, 175, 151, 158, 160, 164, 243, 252 Spencer, H.: 173 Wojtyla, K.: cf. Juan Pablo II
180, 197 Raiser, K.: 178 Spinoza, B.: 96s, 172, 208 Wolf, Ch.: 63, 136, 172
Muga, J.: 14, 27, 39, 53s Rajú, P: 14, 80 Splett, J.: 58
Ratzinger, J.: 15, 85, 253 Stalin, J.: 109
Nédoncelle, M.: 14, 71, 118, Ricoeur, P.: 65, 71, 214 Stevenson, L.: 14 Xaufflaire, M,: 107
165, 174, 180-182 Robert, A.: 11 Steiner, G.: 120
Nietzsche, F.: 33, 71, 108, 124, Rodríguez Molinero, J. L.: 14, Sunnus, S. H.: 100 Zubiri, X.: 12, 15, 48, 51, 64,
129, 217, 226, 247 73, 75, 78, 130 67, 81, 85, 90, 130, 135,
Rodríguez Pascual, F.: 33 Teilhard de Chardin, P.: 12, 14, 137 - 144 , I49s, 153-155, 159,
Oraison, M.: 14, 186, 192 Rof Carballo, J.: 14, 179, 183 71, 108, 135, 137, 145, 147- 161-165, 169, 175, 177, 178,
Ortega y Gasset, J.: 14, 28, 29, Roncero, J. M.: 117 149, 158, 160, 162, 183, 185, 180, 182s, 192, 201, 206,
71, 140-142, 147, 150, 184, Rousseau, J.: 197 187, 194s, 205, 219, 225, 212, 214, 219-223, 225, 227,
217 Royers, C.: 177 227, 232, 240-242, 254 232-235, 250, 253
Ortiz Osés, A.: 14, 43, 71 Rubio Carracedo, J.: 14, 50, 71
Overhage, P.: 14, 135, 158, 160, Ruiz de la Peña, J. L.: 14, 29,
164 126, 128, 130, 151, 161, 173,
225, 235s, 243
Pailin, D. A.-. 226
Pannenberg, W.: 14, 98s, 101, San Martín, J.: 14, 19, 40, 46-
151, 176-178, 184, 196, 197, 48, 53, 61, 62, 201
227, 232 Sánchez, J. M.: 179
Paris, C.: 11 Sánchez Gey, J. : 15, 178, 232
Parménides: 79, 167 Sapir, E.: 50
w

INDICE GENERAL

C o n te n id o ............................................. 9
B ib lio g ra fía ..................... 11
Presentación .................................................................................. 17

I
ESTATUTO EPISTEMOLOGICO
DE LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA

1. Antropología filosófica y ciencias del hom bre......................... 27


1. Humanismo y filosofía del hombre ..................................... 27
a) Ambigüedad del te m a ..................................................... 27
b) Reevaluación de lo humano........................................... 29
2. El problema de la antropología filosófica........................... 31
a) Una definición provisional.............................................. 31
b) Dificultades de la antropología filosófica....................... 33
c) Posibilidad de la antropología filosófica ........... ........... 35
3. Antropología filosófica y ciencias del hombre..................... 37
4. Contenido y tarea de la antropología filosófica.................. 40
a) Ambito y contenido de la antropología filosófica ......... 41
b) Tarea específica de la antropología filosófica................ 44
1. Concepción integradora.............................................. 44
2. Concepción fundamentalista ..................................... 45
3. La antropología filosófica como explicitadora de
sentido....................................................................... 47
Conclusión................................................................................ 49

2. El método de la antropología filosófica................................... 53


1. Consideraciones generales .................................................. 53
2. Procedimiento fenomenológico reflexivo ........................... 57
a) El dato fenoménico: lo prerreflexivo........... .................. 59
b) La acción reflexiva: explicitación racional..................... 64
3. El diálogo como momento metodológico de la antropología
filosófica.............................................................................. 68
264 Indice general Indice general 265

3. Historia de la antropología filosófica...................................... 73 4. D im ensión trascendente del h o m b r e ................................................. 225


1. Origen de la antropología filosófica: cuestiones intro­ 1. L a cuestión del sentido ....................................................................227
ductorias .............................................................................. 73 a) L a tendencia com o r a í z .............................................................. 227
2. Conocimiento filosófico del hombre: etapas históricas . . . . 77 b) Ambitos del p ro b le m a .................................................................229
a) Filosofía griega:el hombre y el cosmos ......................... 78 c) El procedim iento ......................................................................... 230
b) El hombre en el pensamiento cristiano (folosofía 2. Dios en la perspectiva del h o m b re .................................................231
medieval) ....................................................................... 83 a) Dim ensión teologal del hombre en X. Zubiri ................... 232
c) Edad m oderna................................................................ 93 b) Cum plim iento del hombre según E.B l o c h .............................235
d) Epoca contemporánea....................................................... 106 c) El hom bre con Dios según Teilhard de Chardin ............... 240
3. E l futuro absoluto del hombre: muerte, inmortalidad,
II r e s u rre c c ió n ......................................................................................... 243
LA ESTRUCTURA DEL SER HUMANO a) El problem a antropológico de la muerte ............................... 244
NIVELES ONTOLOGICOS DEL HOMBRE b) Balance h is t ó r ic o .........................................................................246
c) Razones antropológicas de la s u p e rv iv e n c ia ........................248
1. Dimensión cósmica del hom bre................................................ 135
1. Concepción unitaria del ser humano .................................. 135 Conclusión ....................................................................................................... 255
Indice onom ástico ...................................................... 257
2. El espíritu y el cuerpo en el hombre ...................................145
Indice g e n e r a l ..................................................................................................263
a) El espíritu del hombre .................................................. 145
1. El espíritu humano según M. Scheler ....................... 145
2. El espíritu humano en P. Teilhard de Chardin............147
b) La corporalidad humana .................................................. 151
3. Génesis del hombre. Hominización .....................................157
a) Base científica de la hominización .................................. 158
b) La hominización según la filosofía...................................161

2. El ser del hombre: la persona humana ....................................... 165


1. El hombre, ser personal......................................................... 166
a) El concepto de persona en la historia ..............................166
b) Estructura de la persona humana (mismidad y alteridad) 175
2. Condiciones éxistenciales de la persona hum ana................ 184
a) Condición sexuada.................................... 184
Nota sobre el amor humano..............................................192
b) Condición social: La sociabilidad del hombre.................. 195

3. Propiedades esenciales de la persona humana ......................... 201


1. La libertad en el hom bre.....................................................201
a) Fenomenología de la libertad hum ana............................202
b) Metafísica de la libertad ................................................ 207
c) Antropología de la libertad ............................................212
2. La historicidad del ser humano............................................214
a) La historicidad en los humanismos contemporáneos . . . 215
b) Aspectos negativos de la historicidad ............................218
c) Estructura y sentido de la historicidad............................219

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