ESTER
La versión griega de Ester empieza con el sueño de Mardoqueo que anticipa el relato y
pone de relieve la intervención divina. Mardoqueo es un “varón ilustre”, judío, que procede
de la tribu de Benjamín y que sirve en la corte del rey persa, puesto que “era de los
cautivos que Nubocodonosor había llevado en cautiverio de Jerusalén con Jeconías, rey
de Judá” (Ester, 11, 3):
“He aquí su sueño: soñó que oía voces y tumultos, truenos, terremotos y gran alboroto en
la tierra, cuando dos grandes dragones prestos a acometerse uno a otro, dieron fuertes
rugidos, y a su voz se prepararon para la guerra todas las naciones de la tierra, a fin de
combatir contra la nación de los justos. Fue aquel día, día de tinieblas, de obscuridad, de
tribulación y de angustia, de oprobio y de turbación grandes sobre la tierra. Toda la nación
justa se turbó ante el temor de sus males, y se disponía a perecer. Pero clamaron a Dios,
y a su clamor una fuentecilla se hizo un río caudaloso, de muchas aguas, y apareció una
lumbrerita que se hizo sol, y fueron ensalzados los humildes y devoraron a los gloriosos”
(Ester, 11, 4-10).
El texto en hebreo nos habla de Mardoqueo también y presenta a Ester, una sobrina suya
a la que él ha criado desde niña puesto que es huérfana. Ester recibe el nombre de
“Hedisa”, que significa Mirto y es “bella de talle y de hermosa presencia” (Ester, 2, 7).
En una ocasión el rey Asuero pide a su esposa, la reina Vasti, que se presente ante él y
sus invitados y la reina se niega. Enojado el rey, la repudia y promulga un edicto según el
cual la mujer más bella que encuentre será su esposa, la reina. Casualmente, Ester es
llevada a su presencia, junto con otras jóvenes y gusta mucho al rey, quien acaba
tomándola por esposa. La joven soporta junto a otras mujeres doce meses de
preparativos antes de presentarse al rey. Por su sencillez, ya que no pide nada, despierta
las simpatías del jefe de los eunucos quien le da la mejor habitación. Y cuando va ante el
rey lo hace de manera discreta, sin ostentaciones. Ester, no obstante, no dice que es
judía. Ése es su secreto:
“El rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ésta gracia y favor ante él
más que ninguna otra de las jóvenes. Puso la corona real sobre su cabeza y la hizo reina
en lugar de Vasti” (Ester, 2, 17).
“Hay en todas las provincias de tu reino un pueblo disperso y separado de todos los otros
pueblos, que tiene leyes diferentes de las de todos los otros y no guarda las leyes del rey.
No conviene a los intereses del rey dejarlos en paz” (Ester, 3, 8).
Más adelante, de nuevo en el texto griego de “Ester” (13) leemos todo el edicto que, entre
otros aspectos, dice:
“He averiguado que esta nación vive totalmente aislada, siempre en abierta oposición con
todo el género humano, y que al temor de sus leyes observa un género de vida extraño,
hostil a nuestros intereses, y comete los más perversos excesos para impedir el buen
orden del reino” (Ester, 13, 5).
“No vayas a creer que tú serás la única en escapar entre los judíos todos por estar en la
casa del rey, porque si ahora callas y el socorro y la liberación viniera a los judíos de otra
parte, tú y la casa de tu padre pereceríais. ¿Y quién sabe si no es precisamente para un
tiempo como éste para lo que tú has llegado a la realeza?” (Ester, 4, 12-14).
Mardoqueo, pues, piensa que Ester está allí por designio devino. Ester decide ir a ver al
rey y morir si es preciso. No obstante, pide a los judíos que Susa que rueguen por ella y
Mardoqueo ora así:
“Señor, Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada
podrá oponerse si quisieres salvar a Israel: Tú que has hecho el cielo y la tierra y todas
las maravillas que hay bajo los cielos, tú que eres dueño de todo y nada hay, Señor, que
pueda resistirte. Tú lo sabes todo; tú sabes, Señor, que no por orgullo ni altivez ni por
vanagloria hice lo esto de no adorar al orgulloso Amán; que de buena gana besaría las
huellas de sus pies por la salud de Israel; que yo hice esto por no poner la gloria del
hombre por encima de la gloria de Dios; que no adoraré a nadie fuera de ti, mi Señor, y
que obrando así no lo hago por altivez” (Ester, 13, 9-14).
“Señor mío, tú que eres nuestro único Rey, socórreme a mí, desolada, que no tengo
ayuda sino en ti, porque se acerca el peligro. Desde que nací he oído en la tribu de mi
familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones y a nuestros padres
entre todos sus progenitores, por heredad perpetua, y que les cumpliste cuanto les habías
prometido” (Ester, 14, 3-5).
Ester, confortada por la oración, se engalana y va a ver al rey, ayudada por dos criadas,
tan débil está. El rey la recibe con muestras de cariño y le pide que hable, que le daría, si
hiciera falta, la mitad de su reino. Ester, pide que el rey y Amán asistan a un banquete que
ella les ofrecerá y el rey dice que sus palabras son órdenes.
Mientras, Amán se muestra muy ufano hasta que ve que Mardoqueo sigue en la corte,
como si no hubiera pasado nada. Pide consejo a su mujer, Zeres, y a los suyos y todos
coinciden en que hay que preparar una “horca de cincuenta codos de alta” para colgar a
Mardoqueo, sólo así Amán se quitará la espina que tiene clavada.
Por la noche, el rey no puede dormir y consulta sus crónicas, cuando ve que, gracias a
Mardoqueo se desmanteló una trama urdida contra él. Se extraña al ver que no le ha
concedido ningún honor por eso. Amán pide ser recibido, pero el rey no le deja hablar y le
tiende una trampa al preguntarle qué se ha de hacer con alguien a quien el rey quiere
honrar. Amán dice lo que se le ocurre para él, pensando que él será el honrado y, cuál es
su desconcierto, cuando ve que se Mardoqueo de quien se está hablando y a quien él
mismo ha de honrar por exigencias del rey.
Llega el día del banquete y Ester, ante el rey, desvela todos los planes de Amán:
“Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh rey!, y si el rey lo cree bueno, concédeme la vida mía:
he ahí mi petición, y salva a mi pueblo: he ahí mi deseo. Porque estamos vendidos yo y
mi pueblo para ser exterminados, degollados, aniquilados” (Ester, 7, 3-4).
Asuero pregunta quién es el causante y manda colgar a Amán en la misma horca que él
había preparado para Mardoqueo. Ester pide que se revoque el edicto y el rey así lo hace
y aprovecha para concederles algunos beneficios. Los judíos se vengan del daño que se
les ha hecho degollando, en todas las provincias, a innumerables persas, unos 75.000.
Desde entonces se celebra la fiesta de “purim”, de las suertes, que es una fiesta más
popular que religiosa que tiene como eje un banquete, igual que el de Ester.
Termina el libro haciendo alusión al sueño del que hablábamos al principio, de Mardoqueo
y a su interpretación. La fuentecilla que iba a salvar a su pueblo no es otra sino Ester.
Ester viene a ser el elemento del que sirve Dios para salvar a su pueblo, pese a ser una
mujer (y tenida en poco por la sociedad), Dios la ha escogido porque ella confía en Él.
Eso es lo que importa.
Nos pueden horrorizar tantas matanzas y tanta venganza, quizás sí, pero hay que
recordar que imperaba la ley del Talión y que los judíos iban a ser masacrados primero,
por eso, echadas las suertes, los “pur”, acabaron siendo ellos los agresores. El mensaje
cristiano aún está muy lejos y el libro representa, seguramente exagerados, unos
acontecimientos violentos para demostrar que quien confía en Dios siempre sale
victorioso.
Es un mensaje de coraje para el pueblo judío, sin duda, que sería importante para
reafirmarlos en su misión y en su carácter especial, como pueblo elegido.