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Festina lente

(entradilla)

Estamos inmersos en un mundo de pantallas. Y las pantallas vienen con sus propias lógicas.
Entre ellas, la de los datos masivos, que niegan la validez de la inferencia causal como base del
sentido, ese elemento “demasiado humano” alrededor del cual hemos construido el yo durante
milenios. Velocidad, correlación, ausencia de hipótesis, bombardeo de información no
jerarquizada, distracción, superficialidad. ¿Afecta esta revolución triunfante a la comprensión
lectora, tal vez la más importante conquista epigenética de la humanidad?

(texto)

Nos faltan estudios en profundidad sobre qué sucede con el ciudadano medio de habla
hispana y la información. Como tantos otros artículos sobre el tema, este tendrá que
acogerse a la extrapolación, un recurso casi novelesco en el que las estadísticas realizadas
en el mundo anglosajón sirven tanto para sacar optimistas conclusiones apresuradas
como para llamar a la cautela. Todo depende de quién sea el que usa el recurso.

Del lado optimista, hay datos suficientes como para decir que nunca hemos leído tanto
como lo hacemos desde la llegada de Internet y las pantallas. El individuo medio
estadounidense consume cerca de 34 gigabytes de información por día en varios
dispositivos. El equivalente a 100.000 palabras. O a un libro de unas 200 páginas. (GIIC,
Universidad de California en San Diego).

Del lado cauteloso, el todavía atado a la inferencia, cabe preguntarse qué se lee y cómo se
lee. Y si este tipo de lectura fragmentada y espasmódica favorece el desarrollo del lector
experto que cualquier sociedad civilizada necesita no sólo para prosperar, sino para existir.

La proliferación de la información, inherente a la Red, la transforma en un entretenimiento


más --situación de la que son cómplices los medios, capaces de cualquier cosa con tal de
conseguir un click en un titular-- y la “lectura ligera”, en contraste con la lectura experta, se
hace espacio en nuestros hábitos. Impide la reflexión necesaria a la comprensión de los
textos y la capacidad de volver a expresar, en palabras, lo aprendido. La información nunca
llega a transformarse en conocimiento, por no hablar de la tercera pata, esa sabiduría que
no llega. La “lectura ligera” también es ajena a la experiencia de la belleza, que se basa en
el énfasis y la recurrencia, al igual que la memoria.

Las últimas oposiciones a plazas de profesor en España dieron como resultado que un 9,6
% no pudo cubrirse por errores graves de los solicitantes (El País). Destacables entre ellos,
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las faltas de ortografía y la pobrísima redacción, dos indicadores de que el lector experto
es un bien cada vez más escaso. Los correctores de los exámenes señalan como vicios el
uso de abreviaturas típicas del texting (tmb; x q), la confusión de registros en expresiones
como, por ejemplo, “en plan de” o “rollo de” y, aún más alarmante, la respuesta exhaustiva
a preguntas que no se habían formulado.

En preparación de este artículo, me sometí a las preguntas que hace la neurobióloga


Maryanne Wolf en su último libro, Reader, Come Home (Lector, vuelve a casa). Porque si
bien todos tenemos cerca a un niño abducido por Fortnite o cualquier otro juego adictivo,
también nosotros, lectores expertos, estamos sometidos a esta nueva realidad sobre la
que, no tan curiosamente, se reflexiona poco a consecuencia de otro efecto Red: la división
en tribus enfrentadas de futuristas y tradicionalistas.

Wolf cree que, para llegar a conclusiones serias sobre los efectos de la digitalización de la
sociedad y la lectura sobre nuestros estilos cognitivos y nuestra “paciencia cognitiva”, el
lector experto debe someter a examen su vida lectora reciente. Sabía que las respuestas
no me gustarían. Ahora, las comparto aquí.

1. “Querido lector, ¿lees con menos atención y quizás recuerdas menos lo que has
leído?” R: Positivo.
2. Cuando lees en pantalla, ¿notas que cada vez más buscas palabras clave y apenas
rozas el resto? R: Positivo.
3. ¿Este hábito o estilo de lectura en pantalla se ha colado en tus lecturas impresas? R:
A veces, pero con mayor frecuencia de la deseada.
4. ¿Te sorprendes leyendo una y otra vez el mismo párrafo para entender el sentido?
R: Todavía no, pero es algo que temo.
5. ¿Sospechas que, cuando escribes, tu habilidad para expresar el meollo de tus
pensamientos se escabulle o está disminuida? R: No, pero tardo más en completar
un folio publicable que hace dos años.
6. ¿Te has acostumbrado tanto a los resúmenes de información que ya no sientes
necesidad, o no encuentras el tiempo, para tu propio análisis? R: Por ahora, sólo con
la información política.
7. ¿Notas que gradualmente vas evitando la lectura de análisis más complejos y
densos? R: Sí, me impacientan.
8. ¿Has empezado a sospechar que ya no tienes paciencia cerebral para invertir en un
artículo o en un libro largo y exigente? R: Sí, con los artículos largos en línea. Con los
libros, depende de ellos, no del soporte.
9. ¿Qué pasaría si un día te dieras cuenta de que estás cambiando y, peor aún, de que
no tienes tiempo para hacer nada al respecto?

La respuesta a esta última pregunta son estas líneas, que deseo que alguien lea con lo que
le reste de “paciencia cognitiva”.
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Pionera en el mundo del libro digital desde 2001, pensé durante mucho tiempo que las
posibilidades que se abrían eran inmensas e insospechadas. Que allí donde hubiera una
pantalla, podía encontrarse un libro. Especialmente en Iberoamérica, donde la distribución
del libro físico sigue siendo penosa. Este sueño progresista asistido tecnológicamente
nunca dejó de ser eso, un sueño. La (r)evolución digital ha madurado y se parece más a
una distopía que a una utopía realizada. Los e-books, los audiolibros, Facebook, Twitter,
Google, Apple, todos tienen ya carta de naturaleza autoexpedida y forman parte de
nuestro día a día. Ha llegado la hora de reflexionar un poco. Sin prisas, pero con urgencia.

(subtítulo)

No nacemos para leer

Hay que decir que Edgar Rice Burroughs tenía una imaginación frondosa y pocos
conocimientos del proceso evolutivo del cerebro humano. Y por mucho que íconos de la
cultura popular como Walt Disney hayan repetido el error hasta hacerlo carne en una
generación tras otra, lo cierto es que el niño Tarzán nunca hubiese aprendido a leer y
escribir con los libros infantiles que encontró en la cabaña de sus difuntos padres. A leer y
escribir tienen que enseñarnos.

La lectura no está en nuestros genes y su dominio depende de la construcción posterior y


exitosa de circuitos neuronales complejos. La capacidad de leer y extraer emociones,
pensamientos y conocimiento de esta actividad pone en uso simultáneamente, y a una
velocidad vertiginosa que se mide en milisegundos , los dos hemisferios, cuatro lóbulos en
cada uno de los hemisferios (frontal, temporal, parietal y occipital) y los cinco estratos del
cerebro. El error generalizado de asumir que la lectura es un proceso natural, inherente a
todos los humanos, y que un buen día surgirá entera y armada como Palas Atenea cuando
el niño esté “preparado”, ha tenido muchas consecuencias funestas para los niños, los
maestros y los padres en todo el mundo, advierte Wolf.

La buena noticia es que, aunque la lectura no tenga residencia en la estructura básica del
cerebro como sí la tienen el lenguaje o la visión, el principio de neuroplasticidad del diseño
cerebral le permite hacer muchas cosas contra natura. Leer, por ejemplo. El acto de lectura
se debe a que este principio de neuroplasticidad ha formado un nuevo circuito que
conecta partes antiguas y, con el tiempo, recicla neuronas existentes y agrega nuevas y
complejas ramas. Ser un lector experto lleva años.

La mala noticia es que todo esto se puede perder. Y que, como en las fábulas, depende del
mismo principio: la plasticidad del cerebro. En términos de evolución, este circuito
epigenético creado por la cultura tiene apenas seis mil años. Un soplo.

Por el principio de plasticidad, el circuito lector del cerebro es también maleable y está
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influido por algunos factores ambientales clave. Wolf los enumera así:

● Qué se lee. Esto incluye los sistemas de escritura (es diferente el circuito lector que
lee ideogramas, como en el chino, del que lee escrituras fonéticas, como en el
español), pero también incluye los contenidos que se leen.
● Cómo se lee. Los soportes usados como, por ejemplo, el papel o las pantallas y su
influencia en el estilo lector.
● Cómo se formó. Los métodos de instrucción y enseñanza.

Y subraya que la plasticidad del cerebro nos permite tanto formar circuitos cada vez más
complejos y dilatados como circuitos cada vez menos sofisticados y más estrechos,
dependendiendo de estos factores ambientales.

En su lucha por la comprensión lectora, el cerebro depende de ganar unos preciosos


milisegundos en la decodificación del mensaje escrito. Ese tiempo extra es el remanso en
el que se produce el sentido y la capacidad evocadora de la lectura. Cuando se forman las
poderosas imágenes mentales desencadenadas por algo tan abstracto como la tipografía.
El centro de la visión se entrena en detectar hasta el más mínimo rasgo de una tipografía,
para que ésta no obstruya el objetivo de la lectura: la comprensión y el disfrute que de ella
se deriva. El centro del tacto se activa con sólo leer la palabra “seda”. El centro motor
despierta en el momento en que Anna Karenina es golpeada por la locomotora. El centro
del conocimiento se pone en marcha cuando la visión le envía la palabra “episteme”. Nunca
usamos nuestro cerebro tan completamente como en el acto de leer. El circuito lector es
tan sensible que con sólo pensar en la letra “a”, se activa.

La lectura vive en la locución latina festina lente. La rapidez en la decodificación que permite
esos milisegundos vacíos, ociosos, en los que entendemos lo que leemos. ¿Qué sucede si,
distraído por el scrolling, los hipervínculos y las notificaciones de Twitter o Facebook, el
circuito lector asigna esos milisegundos extra a otras tareas? Que la lectura se hace
superficial y, más grave, que se modifica el circuito con consecuencias que todavía
desconocemos. La capacidad de atención, advierte Wolf, está estrechamente relacionada
con los tipos de memoria que desarrollamos.

Porque la lectura depende también de otro factor: la capacidad de las neuronas de trabajar
en grupos de altísima especialización. Es la especialización la que permite automatizar las
relaciones entre estos ensamblajes de células y consentir la comunicación inmediata del
centro de la visión con el centro del lenguaje. Cuando se interfiere en los procesos
automáticos que hacen posible la lectura, se está modificando el circuito lector y el sistema
de atención. Con esto, los tipos de memoria.

Cuando uno se encuentra con la descripción detallada que hace Wolf de las complejidades
del cerebro lector se producen dos efectos: la maravilla ante esta conquista epigenética
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lograda en el cortísimo plazo de seis mil años, y la aprensión a que pueda perderse
mientras mirábamos hacia otro lado. Por eso deberíamos empezar a juzgar frívolas las
discusiones centradas en si es mejor leer en pantallas o en papel. O si es lo mismo, porque
lo que importa es el acceso a los “contenidos”. No es una batallita de este tenor la que
protagonizamos, muy a nuestro pesar. El Antropoceno --ese concepto tan traído y llevado
últimamente-- también afecta a la especie humana y a su futura evolución, que se
producirá crecientemente por factores ajenos a la naturaleza y determinados por otros
hombres . ¿Qué clase de evolución pretendemos?

No hay nativos digitales

Así como Tarzán no pudo aprender solo a leer y escribir con los libros infantiles porque no
existe el lector nativo, la exposición de los niños y los jóvenes a las pantallas no los vuelve
nativos digitales. Nuevos soportes y nuevos medios exigen entrenamiento y ese
entrenamiento no lo proporcionan las máquinas algorítmicas a las que los exponemos. Tal
y como se están desarrollando las cosas, que se aceleran por los mega intereses
económicos no regulados de las corporaciones digitales, es posible que en lugar de
desarrollar dos almas, lo que nos enriquecería, terminemos por atrofiar la posibilidad de
su convivencia. Y anulemos esa capacidad de introspección, favorecida por seis mil años de
circuito lector especializado, indispensable para el pensamiento responsable, la
construcción del yo, la empatía social y la acción constructiva.

Ladislao Salmerón (Delgado, Vargas, Ackerman, Salmerón, 2018) y Maryanne Wolf


coinciden en que es urgente educar a esa alma nueva, la digital, sobrevenida hace sólo 27
años. "La evidencia actual respalda la afirmación de que la mera experiencia con la tecnología
digital no mejora las habilidades de comprensión de los estudiantes, sino que tiene un efecto
perjudicial", afirma Salmerón en un estudio que ha sido tergiversado en algún blog ligado a
la industria editorial.

En sus conclusiones, el estudio dirigido por Salmerón, constata que --y en esto también
coincide con Wolf-- hay una serie de nuevos retos cognitivos en el ámbito digital (la
búsqueda, la navegación, la lectura crítica y la multitarea) que no se desarrollan de natural.
Y lo explica así:

Si la simple exposición a las tecnologías digitales fuera suficiente para obtener estas
habilidades, entonces esperaríamos una ventaja cada vez mayor de la lectura digital, o al
menos la disminución de la inferioridad de la pantalla a lo largo de los años. Sin embargo, al
contrario de esta suposición, nuestros resultados indican que el efecto de inferioridad de la
pantalla ha aumentado en los últimos 18 años y que no hubo diferencias en los efectos de
los soportes entre los distintos grupos de edad. Estos hallazgos sorprendentes sugieren que
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no podemos esperar ociosamente a que la inferioridad de la pantalla desaparezca a medida


que los niños se ven expuestos a dispositivos digitales cada vez más temprano en sus vidas,
a medida que los adultos van adquiriendo más experiencia con la tecnología o que la
tecnología mejora. Los datos sugieren que la inferioridad de la pantalla es un desafío
importante en todos los grupos de edad, que se agrava a medida que aumenta la presencia
de tecnología.

Es importante destacar que en el meta análisis encarado por el grupo dirigido por
Salmerón sólo se incluyeron estudios que utilizaron materiales de lectura lineal, donde los
textos digitales se parecían mucho a las versiones impresas, con el objeto de facilitar las
comparaciones entre los dos medios. Lo que nos permite incluir al e-book, en el que no
existe la gran distracción del hipervínculo ni del scrolling. Y ni aun así.

Hay, en desarrollo, un nuevo analfabetismo, que no domina ni el mundo de las palabras


impresas ni el de las nuevas perspectivas que abrió la telaraña digital. La propuesta, muy
compleja, de Wolf es la urgencia de desarrollar desde hoy mismo una doble alfabetización,
que permita la existencia del pensamiento crítico y de la introspección también en el
ámbito digital.

El optimismo de la voluntad de Wolf me merece ciertas reservas. Cuando la


industrialización necesitó de una mano de obra instruida para acrecentar el valor
económico de su apuesta, llegó la alfabetización masiva y, con ella, su efecto colateral: el
momento de oro de la novela decimonónica. Pero hoy, las corporaciones digitales
dependen de nuestra falta de atención y de la desalfabetización del circuito lector del
cerebro para sus grandes ganancias. Cada hipervínculo que se sigue es una nueva
exposición a anuncios que no estaban presentes en la página anterior, y de eso viven.

La publicidad a la que estamos expuestos cuando leemos “en red”, se distribuye gracias a
operaciones gigantes con datos masivos (sobre nosotros mismos). Y la lógica de los datos
masivos niega la inferencia causal (Mayer-Scönberger, Kenneth Cukier, 2013), una de las
bases de la comprensión lectora, para privilegiar la correlación estadística.

La inmersión en el paradigma digital va mucho más allá de las pantallas y el papel. Es una
nueva manera de concebir nuestra relación con la realidad o, incluso, una reformulación
de la realidad, en la que no importan los por qué sino los qué. Se suele llamar “analítica
predictiva” y, como afirman los autores de Big data, no está al alcance del cerebro humano,
sino de la gran computación.

“La causalidad no va a pasar a la historia, pero está siendo derribada de su pedestal como
fuente primaria de sentido”, escriben los autores. En esta visión neocientífica del sentido,
sacar alguna conclusión causal, y por tanto inferir una historia, del célebre microcuento de
Hemingway
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A la venta, zapatos de bebé, nunca usados.

sería un ejercicio ilusorio y anticientífico, casi una caída en la superstición por el efecto
perverso de tres sintagmas yuxtapuestos a capricho. Por muchas emociones y sinapsis que
el microcuento nos despierte.

Lo que nos están diciendo los heraldos de la gran industria digital es que perdemos el
tiempo y las oportunidades alfabetizando a nuestros hijos en la palabra escrita para que le
encuentren sentido a los actos y a los pensamientos, los suyos y los del resto de la
humanidad.

La tarea de la doble alfabetización no puede caer en los editores de libros, como


pretenden algunos consultores, ávidos de fondos para estudios parciales. Los editores de
libros son tan víctimas de esta nueva situación, en la que pronto un alumno temprano de
la secundaria será un analfabeto funcional, como el resto de la sociedad. El nuevo
analfabetismo de facto los obliga a publicar libros cada vez más inanes, considerando que
el lector de nuestros días es ya incapaz de la paciencia cognitiva que le permita entender
una oración con varias cláusulas y seguir el hilo. La tarea corresponde a toda la sociedad y
a las políticas públicas que se fije a sí misma. Ni los políticos --encerrados en el corto plazo
y deslumbrados por las encuestas del marketing electoral-- ni los grandes poderes
económicos que han forjado la globalización parecen estar por la labor. Y es triste que las
mentes más lúcidas de la gente del libro se entretengan en batallitas sobre qué es mejor, si
el papel o la pantalla.

Traduzco aquí la recomendación más dura del meta análisis dirigido por Salmerón, que
nadie ha citado hasta ahora:

De acuerdo con esta perspectiva, cuantas más personas utilicen los medios digitales para
interacciones superficiales, menos podrán usarlas para tareas difíciles y estimulantes.
Dichos argumentos son consistentes con las correlaciones negativas comunicadas entre la
frecuencia del uso de los medios digitales y la comprensión del texto en adolescentes
(Duncan et al., 2015; Pfost et al., 2013), y sugieren que debemos ser muy cautelosos con la
introducción de la lectura digital en las aulas.

(subtítulo)

Moraleja

El libro es una entidad tan ajena a Internet y a la Red que, cuando decidimos digitalizarlo,
tuvimos que encerrar el código en un zip, para que no se dispersara en el laberinto de
palabras y nunca más pudiéramos encontrarlo. Esto es, en esencia, un e-pub: un libro
expresado en html, con un chaleco de fuerza.
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La dimensión espacial es uno de los soportes de memoria más antiguos de la humanidad;


nunca nos hemos llevado bien con la dimensión temporal a secas. En la literatura oral, está
presente en forma de metáforas y en referencias al espacio. Uno de los ejemplos más
emocionantes es la descripción del escudo de Aquiles que hace Homero en el Canto XVIII
de la Ilíada. En la mnemotecnia, el espacio aparece en los famosos “palacios de memoria”
de san Agustín, que hicieron furor en el Renacimiento. El libro impreso, de Manuzio en
adelante, continuó esta tradición: es una arquitectura condensada. La escritura evolucionó
hasta el libro, compuesto por pliegos, hojas y páginas (Chartier, 2007), ese palacio, para
preservar la memoria, que Sócrates creyó en peligro con la aparición de la palabra
objetivada.

Los e-books imitan la página, pero no están compuestos por páginas. Son un texto plegado
sobre sí mismo, ensimismado. Wolf las califica de “páginas falsas”, y quien conoce la
estructura interior de un e-pub sabe que está en lo cierto. El adjetivo “falsas” no debe
leerse en sentido moral, finalmente, estamos rodeados de falsificaciones que celebramos a
diario. La página y la paginación permiten la recurrencia, la visita al lugar de origen de lo
que, avanzados en la lectura, nos evoca lo que acabamos de leer. Esta operación, si bien no
es imposible, se hace ardua con un e-book, por la ausencia de referencias espaciales. Por
no hablar de los audiolibros, que pasan como el viento y sin ninguna de las tecnologías que
permitieron fijar las riquísimas literaturas orales del pasado y el presente.

Las técnicas de la recurrencia son esenciales a la lectura experta. Implican también algunos
lujos a los que es difícil acceder después de 2008: la construcción y posesión de una
biblioteca privada, con los libros al alcance de los ojos y la mano. Si ha de haber
recurrencia en el libro digital, si debe vencer su inferioridad cognitiva frente al libro
tradicional, tendremos que mejorar su estructura interna y, además, entrenar en usar sus
técnicas a los nuevos y viejos lectores.

Edward Tenner (2018) dice que “sería una gran vergüenza si una tecnología brillante
terminase amenazando el tipo de intelecto que la produjo.” Sin embargo, no es imposible.
Eso es lo que yo llamo un verdadero cambio de paradigma. ¿Esperaremos, de brazos
cruzados mientras lanzamos alegremente consignas de márketing en favor de uno u otro
soporte, a que se produzca el cambio sin conocer siquiera todas sus implicaciones?

Aun sin doble alfabetización, el lector ya tiene dos almas: una cultivada y la otra silvestre
que, como una hiedra, trepa por su sistema cognitivo. Quiero referir aquí un cuento de la
tradición indígena americana al que recurre Wolf en su libro. Un abuelo le cuenta a su
nieto que en el corazón humano residen dos lobos en pelea constante. Un lobo es feroz y
violento, dice el anciano, y el otro es pacífico y amable. El niño pregunta, ansioso, cuál de
los dos ganará. “Aquel al que alimentes”, le responde el anciano.
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Julieta Lionetti

Advertencia: todas las traducciones de fragmentos de Maryanne Wolf y de Ladislao


Salmerón son de la autora del artículo.

Bibliografía

Global Information Industry Center, U. de California en San Diego, 2010.


[http://group47.com/HMI_2009_ConsumerReport_Dec9_2009.pdf], consultado por última
vez el 18/11/2018]

La mala ortografía lastra las oposiciones a profesor, El País


[https://elpais.com/sociedad/2018/11/02/actualidad/1541187784_882836.html], consultado
por última vez el 18/11/2018]

Wolf, Maryanne. Reader, Come Home. The Reading Brain in a Digital World. Nueva York:
Harper, 2018. 262 pp.

Delgado, Vargas, Ackerman,Salmerón. “Don’t Trow away Your Printed Books. A meta-
analysis on the effects of reading media on reading comprehension”, en Educational
Research Review. Elsevier, noviembre 2018
[https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1747938X18300101], consultado por
última vez el 18/11/2018

Mayer-Schönberger, Kenneth Cukier. Big data. La revolución de los datos masivos. Madrid:
Turner, 2013, col. Noema. 278 pp.

Chartier, Roger. Escuchar a los muertos con los ojos.Buenos Aires, Barcelona: Katz, 2008. 90
pp.

Tenner, Edward. The Efficiency Paradox. What Big Data Can’t Do. Nueva York: Knopf, 2018.
320 pp.

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