salvadoreña
Primera edición
San Salvador, El Salvador, junio de 2014
Dirección Nacional de Investigaciones en Cultura y Arte de la Secretaría de
Cultura de la Presidencia
Fotografía de portada:
Estampa tradicional de la hermana Trinidad Huezo
ISBN 978-99923-976-5-7
BINA/jmh
INTRODUCCIÓN
Titular una obra como religiosidad popular obliga desde el principio a pre-
guntarse por su validez como categoría de análisis. Pues, si bien la expre-
sión es reconocible universal e inmediatamente, tan pronto comienza la
reflexión profunda, surge la duda de si no estaremos ante otra de esas cla-
sificaciones que por querer abarcar tanto al final abarcan nada. El primer
problema es que ambos conceptos, religiosidad y popular, son extraordi-
nariamente volátiles y variables. Hablar de lo popular es hablar de un fenó-
meno en continua transformación, que denota una realidad pasajera y que
alberga dentro de sí su propia negación pues no hay hegemonía posible sin
la complicidad efectiva del pueblo. Es precisamente la alta inestabilidad de
lo popular lo que acaba propiciando la formación de elites. La distinción
entre ambos conceptos es, por tanto, solo temporal y situacional.
Algo similar ocurre con la idea de religiosidad. Si por religiosidad
entendemos la recepción (la encarnación) de la religión, dicho recibimien-
to puede manifestarse en tres niveles —en el ámbito de las ideas, en el
de las actitudes o en el de los comportamientos— o en uno solo de ellos.
Cuando así ocurre, otro dilema se dibuja en nuestro horizonte, pues, al
producirse el divorcio entre la creencia, la devoción y el rito, se puede lle-
gar a comprometer la idea misma de religión. Es el caso del espiritismo o
la teosofía donde la actitud y la praxis son altamente independientes de la
fe. Igualmente, hay fenómenos claramente religiosos donde el sentido de
transcendencia es prácticamente indiferente para los propósitos de, pon-
gamos por caso, el yogui o el mago. Y por último, una de las versiones
más extendidas de recepción de la religión es la meramente nominal, que
acepta el marco teórico propuesto por un determinado sistema religio-
so sin adscribirse a la devoción y los rituales a él asociados. Así, mien-
tras el objeto de la religión tiene unos límites que la hacen más o menos
reconocible, la religiosidad designa una realidad mucho más amplia, lle-
gando incluso al extremo de englobar comportamientos, actitudes o
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Francisco de Asís hace casi mil. Una demanda utópica, pues choca con
algo de la naturaleza humana que, parafraseando de nuevo a Tomás de
Aquino, no parece contener en sí razón suficiente de su propia existencia.
Grenni rescata importantes testimonios sobre la religiosidad
popular del mismo Monseñor Romero que próximamente cumplirá 35
años desde su asesinato y, poco después, 100 de su nacimiento. Y quién
sabe si lo siguiente que celebremos no será su canonización, a la que pa-
rece resuelto Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano de
la historia. Francisco I no ha tardado tampoco en llamar la atención de
la comunidad católica sobre el tema de la religiosidad popular, haciendo
importantes declaraciones que han sorprendido a Juan Vicente Chopin en
medio de la elaboración de su ensayo sobre la CELAM. La feliz sincro-
nización ha sido inmediatamente incorporada por el autor, impregnando
de renovado y más profundo sentido el valiente ejercicio de autocrítica
llevado a cabo por el padre Chopin.
Por supuesto la configuración presente de lo social no viene de
la nada. Detrás tiene una historia que si bien no tiene por qué ayudar a
explicarla puede servir para entenderla mejor. En el caso de la religiosi-
dad popular salvadoreña es además especialmente significativa la larga y
tortuosa historia de confrontación entre Iglesia y Estado, así como dentro
de la propia Iglesia y del propio Estado durante los siglos XIX y XX. De
ello da cuenta una obra recientemente publicada por esta misma Dirección
Nacional de Investigaciones en Cultura y Artes —Las figuras del enemigo:
alteridad y conflictos en Centroamérica, compilada por Benjamín Moallic— de
la que, en buena medida, la presente obra colectiva es continuación.
A nosotros nos ha tocado profundizar en un pasado aún más
remoto pero igualmente vinculante: nuestro pasado colonial. Pedro Es-
calante Arce se ha atrevido nada más y nada menos que con la Inquisi-
ción novohispánica. El autor muestra en primer lugar las importantes li-
mitaciones inherentes a la estructura colonial para reconocer la alteridad
y trascender la dialéctica de la práctica imperialista. La religiosidad oficial
aparece en este contexto como una religiosidad altamente disciplinada
por la norma jurídica con escaso acceso a la espontaneidad y creatividad
poco normativizada de personas privadas o particulares. Esta incapaci-
dad institucional dejó amplio espacio para la configuración de una cu-
riosa religiosidad popular de la que Escalante Arce rescata algunos casos
verdaderamente asombrosos. El trabajo del autor es el fruto de largas y
diligentes prospecciones en el Archivo General de la Nación de México
donde se conservan los expedientes producidos por el Tribunal del San-
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